Cuentos del Hogar
Por Teodoro Baró
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Recopilación de cuentos infantiles en verso y prosa:
Mi hogar
La mariposa
Don Narices
El zapatero remendón
El gorrión
La vuelta al mundo
Un día de libertad
La muneca
El mosquito
La perla
Las cerezas
Las castanas
Las golondrinas
Antonieta
La hiedra
Los rosales
La conciencia
El viento
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Cuentos del Hogar - Teodoro Baró
978-963-526-922-8
Mi hogar
Allá, cabe la frontera,
teniendo el mar por espejo;
por techumbre la azulada
bóveda del firmamento;
por diadema los picachos
de eterna nieve cubiertos;
por guardián la cordillera
del hermoso Pirineo;
hay un valle ¡vallecito!
de dulces, gratos recuerdos,
que con los ojos del alma,
soñando despierto, veo.
En el cristal de sus ríos
y en la linfa de arroyuelos
murmurantes, juguetones,
de agua fresca y limpio seno,
el amarillento trigo
y la vid buscan espejo;
la amapola en él se mira,
y le prestan sus reflejos
las más olorosas flores
con sus matices del cielo.
Tiene prados cuyo césped
ofrece mullido asiento;
arboledas tan frondosas
que morada son del céfiro,
do lanzan eternamente
los pájaros sus gorjeos,
ocultos entre las hojas
do sus nidos tienen puestos.
¡Vallecito, vallecito
de mis infantiles juegos,
que mis ilusiones guardas
y mis mejores recuerdos,
valle do dejé la esencia
de mi ser, de mis ensueños!
yo te veo noche y día,
yo noche y día te veo
tan hermoso, tan hermoso
cual en mis días primeros,
en que el ambiente, las nubes,
la morera, el alto fresno,
el susurro de las olas
y los suspiros del viento
y el murmurio de la fuente,
del gorrión el picaresco
piar, y de las ovejas
el balido plañidero,
el triscar de los cabritos,
de las palomas el vuelo;
todo para mí tenía
tal encanto y embeleso,
que aún ahora, que rebosa
la amargura de mi seno,
con sólo cerrar los ojos
gozo, porque veo y siento.
¡Madre mía! ¡madre mía!
tú duermes el sueño eterno
en el valle. A ti, mi encanto,
ángel que subiste al cielo,
dejando frío el hogar
porque frío quedó el pecho,
al dar por amor tu vida
y al alzar a Dios el vuelo;
y a ti, padre, ¡padre mío!
a quien nombre y vida debo,
¡cómo os recuerdo a vosotros
cuando mi valle recuerdo!
Aquellos tiempos pasaron,
aquellos tiempos ya fueron;
yo no sé por qué son idos
aquellos tan dulces tiempos;
mas sí sé que del hogar
siento el calor en mi pecho;
de aquel hogar do mis ojos
a primera luz se abrieron,
do de Dios el santo nombre
pronuncié con embeleso
y el dulcísimo de madre
balbuceaba yo entre besos.
¡Hogar santo, santo hogar!
cuando en las noches de invierno
rodaba la tramontana
por los altos Pirineos,
después de barrer los picos
siempre de nieve cubiertos
del Canigó, yo en mi casa,
al dulce amor del brasero,
y al más dulce de mis padres,
oía silbar el viento
y también narrar oía
aquellos sabrosos cuentos
que empujando iban las horas
de las veladas de invierno.
Sean estos que ahora he escrito
de aquellos cuentos recuerdo.
Quiera Dios que en su relato
haya siquiera un destello
del calor del hogar mío;
la dulzura de los besos
de mis padres; de la infancia
el perfume; el embeleso,
las ilusiones del niño
y del cristiano el aliento.
Cuentos del hogar se llaman.
Aquí los tenéis: leedlos.
La mariposa
Cuando la noche termina, los ángeles revolotean sobre el mar y las montañas, y por esto vemos una línea de oro y rosa detrás de los montes y encima de las aguas. Entonces es cuando las flores, que han pasado la noche dormidas, despiertan lanzando sus primeros suspiros; y como los suspiros de las flores son perfumes, embalsaman el ambiente.
Un día, al amanecer, despertó la magnolia, y al lanzar su primer suspiro oyó una vocecita, pero muy tenue, muy tenue que decía:
-¡Cuán dulce es tu aliento!
-¿Quién eres? preguntó la magnolia.
-Una mariposa.
-Las mariposas son nuestras hermanas; son las flores aladas. ¿Cómo estás aquí?
-Acabo de nacer. Al sentirme con alas he querido volar, pero me he cansado y en ti he buscado refugio.
-Los primeros instantes de la mañana son fríos. Yo te abrigaré, y cuando haya salido el sol podrás continuar tu vuelo.
La magnolia juntó sus pétalos.
-¡Qué bien se está aquí! dijo la mariposa. Parece que a tu calor mi cuerpo se transforma y adquieren fuerza mis alas.
Cuando los rayos del sol hubieron inundado la tierra, la magnolia abrió los pétalos.
-¿Puedo salir? preguntó la mariposa.
-Sí. Vuela si quieres.
-No me atrevo.
-Veo que posees una gran cualidad.
-¿Cuál es?
-La prudencia.
-¿En qué consiste la prudencia?
-En una virtud que nos enseña a discernir lo bueno de lo malo, para seguir lo primero y huir de lo segundo.
-¿Hay cosas malas?
-Sí, y el que no tiene prudencia para evitarlas suele convertirse en su víctima.
-Yo huiré de las cosas malas.
-Todas dicen lo mismo, pero no todas cumplen su propósito.
-No lo comprendo, porque lo malo debe rechazarse.
-Ten presente que el mal reúne a veces grandes atractivos y que sus galas y el placer que creemos ha de proporcionarnos, atraen y acaban por fascinar.
-¿Cómo se huye de su fascinación?
-No queriendo ser fascinada y teniendo fuerza de voluntad bastante para no dejarse atraer.
-Yo la tendré.
-¡Dios lo quiera! No olvides tu propósito, porque vosotras las mariposas acostumbráis morir atraídas por la llama, en la que os quemáis.
-No me explico que mis hermanas gusten de revolotear alrededor de la llama, si en ella se abrasan:
-Es que la presunción nos hace suponer con fuerzas superiores a las que realmente tenemos, y nos empuja, después de habernos obcecado, a arrostrar peligros en los cuales perecemos.
-No seré presuntuosa.
-Muy bien discurres, mariposita; pero ten en cuenta que es necesario que el propósito vaya seguido del cumplimiento, pues de lo contrario de nada sirve. Noto que tus alas son blancas y quiero que tengan los colores que adornan las de las otras mariposas.
-¡Ay qué gusto!
-¡Hermanas! gritó la magnolia.
Todas las flores se irguieron sobre sus tallos.
-Tenemos una nueva hermana alada, pero sus alas no tienen color.
-Yo te daré el azul celeste, dijo una campanilla meciéndose dulcemente a impulsos de la brisa.
-Yo los matices amarillos y encarnados, contestó un Don Diego de día.
-Yo el blanco mate, exclamó la azucena.
-También yo proporcionaré matices blancos, añadió la magnolia.
-Yo los reflejos de oro, dijo el lirio.
-Yo, balbuceó la modesta violeta, os daré el color morado.
-Yo el rojo, gritó el clavel.
Todas las flores fueron ofreciendo sus matices, mientras la mariposa batía las alas y agitaba el cuerpo llena de alegría, exclamando:
-¡Qué gozo! ¡Cuán hermosa seré!
-¿Quién será el pintor? preguntó la magnolia.
-Las abejas, contestarán las flores.
Y las abejas, que revoloteaban deseosas de libar néctar, recibieron el encargo de pintar las alas de la mariposa y lo cumplieron con mucho esmero y como verdaderas artistas. Iban y venían de las demás flores a la magnolia, donde estaba la mariposa; y con mucho cuidado, por no dañarla con el aguijón, marcaban un punto en sus alas y luego se alejaban en busca de otro color. Los puntos se convirtieron en dibujos tan lindos como caprichosos; y cuando hubieron terminado su tarea, la magnolia dijo a la mariposa:
-Ya puedes volar.
Y voló. Se detuvo en las hojas de una rosa y se miró en una gota de rocío que para ella se convirtió en espejo, y al ver sus alas volviose loca de contento. Durante todo el día no hizo más que vagar de flor en flor, parándose en todas y prodigándolas sus caricias, a las que las flores correspondían afectuosamente. Sus correrías del primer día se repitieron el siguiente y en los sucesivos. La mariposita fue creciendo y se convirtió en mariposa. Sus alas tenían tanta fuerza que le permitían levantar el vuelo y corretear por los campos. Era feliz, era dichosa.
Cierta tarde se alejó mucho del jardín donde crecía la magnolia y la noche la sorprendió en el bosque. En medio del bosque había una casita en la que brillaba una luz. La mariposa metiose dentro por la entreabierta ventana. La luz la deslumbró y se dijo:
-¡Qué brillante es!
Se acercó a ella y sintió un suave calor que la hizo murmurar:
-¡Qué bien se está aquí!
Continuó girando alrededor de la llama, acercándose cada vez más a ella. De pronto recordó lo que la magnolia le había dicho:
-Vosotras, las mariposas, acostumbráis morir atraídas por la llama, en la que os quemáis.
La mariposa pensó:
-Bien se conoce que la magnolia no tiene alas, pues yo revoloteo alrededor de la llama y no me quemo. ¡Cómo gozo a su calor!
Luego recordó que la flor le había dicho:
-La presunción nos hace suponer con fuerzas superiores a las que realmente tenemos y nos empuja, después de habernos obcecado, a arrostrar peligros en los cuales perecemos.
La mariposa añadió:
-Como la magnolia no podía moverse, así discurría. Yo tengo fuerza para alejarme de la llama y, por lo tanto,