CANCIÓN DE OTOÑO
Al contrario que la mayoría de los niños, los veranos de mi infancia tenían un final feliz. Pasábamos las vacaciones en el Puerto de Santa María y, antes de volver aly multitud de planes apasionantes. Recuerdo recorrer los viñedos entre los vendimiadores, disimuladamente algún racimo de con los zapatos impregnados de la inconfundible tierra albariza. Después nos los quitábamos y todos los hermanos corríamos a la pisa de la uva, enloquecidos de alegría al sentir la viscosidad y el frescor de los frutos entre los dedos. Nunca olvidaré las visitas a las bodegas de González Byass, un lugar mágico que despedía ese inconfundible aroma a jerez. En La Constancia admirábamos con estupor a los encaramados a una escalerita minúscula –que algún avispado capataz tuvo la ocurrencia de apoyar en un catavino– catando un sorbito de pedro ximénez. Desde hace unos años, la luz y el olor de septiembre me conducen a aquellos momentos alegres y me provocan una inevitable melancolía.
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