ELLE España

LA ISLA DE LA FELICIDAD

xiste en el extremo oriental del África austral, en la costa de los una isla asombrosa de exuberante vegetación bañada por las aguas turquesas del Índico, con playas nacaradas de un blanco deslumbrante, un colorido inusitado y gente de una alegría contagiosa. Unguja –también conocida como la isla de Zanzíbar– es la mayor y principal del archipiélago tanzano. La huella dejada por el paso de persas, árabes, indios y europeos en su territorio se traduce en un pasado de una riqueza cultural asombrosa y un pueblo cosmopolita y hospitalario de una vitalidad y cordialidad desbordantes donde conviven en armonía musulmanes, cristianos e hindús. Capital del sultanato de Zanzíbar, donde se instaló el sultán diseminadas por todo el territorio. La aventura hacia esta tierra magnética comienza en el vuelo de Emirates (), con destino Dubai. Ganadora de varios premios a la mejor y gastronomía a bordo (con un menú en clase regado con vinos y), la aerolínea presume, además, de unos espaciosos asientos donde disfrutar de una oferta imbatible de cine en varios idiomas. El trayecto hasta Zanzíbar de la mano de FlyDubai (), una compañía aérea de aviones mini con una filosofía –la tripulación viste de y la se proyecta en versión–, resulta una buena opción para llegar en modo total al pequeño aeropuerto Kisauni, donde enseguida te reciben con un (bienvenido). A partir de este momento, y durante tu estancia en Zanzíbar, escucharás cordiales saludos al grito de (hola) y constantemente se repetirán los (muchas gracias) o un tranquilizador (no pasa nada, ningún problema) aderezados con una sonrisa permanente. La carretera que conduce a The Residence Zanzíbar () se encuentra flanqueada por una frondosa selva de palmeras, plataneros, cocoteros, frangipanis y una variedad infinita de árboles tropicales, bajo los cuales se amontonan multitud de puestos destartalados donde los vendedores exponen frutas, cestas, baratijas y todo tipo de mercancías. Las mujeres, elegantemente ataviadas con y coloridos –el tejido típico de la isla–, transportan sus enseres sobre las cabezas, grupos de niños corretean con un cazamariposas o detrás de un balón, al adelantar a un renqueante minubús atestado de gente sus ocupantes sonríen al pasar... La vida transcurre a ambos lados de la carretera y se intuye más allá, en los pequeños y alegres poblados que se vislumbran tras el follaje. Al llegar al perfecto como cuartel general para explorar la isla, nos topamos con una extensión del paraíso. Compuesto por un grupo de con piscina privada –a pie de playa o con vistas a sus exuberantes jardines, donde campan a sus anchas monos, cervatillos y otros animales exóticos–, dispone de dos animadísimos restaurantes de cocina local e internacional con música en vivo al atardecer, un digno de las un club náutico para practicar tus deportes favoritos, un equipo que derrocha simpatía y una de las puestas de sol más espectaculares de la isla. Stone Town, la capital, se cuenta entre las visitas imprescindibles. Callejear por Shangani, el elegante barrio del casco antiguo salpicado de antiguos palacios y mansiones construidos con piedra de coral admirando las características puertas de madera labrada, visitar el escalofriante Museo de Esclavos, regatear en el bullicioso mercado de las especias y dejarse embriagar por sus colores y aromas, tomar uno de los deliciosos cafés de la Coffee House en la azotea acompañado del canto del muecín llamando a la oración o curiosear por las tiendecitas de artesanía, tés, discos de vinilo, fotografía antigua y moda local son algunos de los planes que te cautivarán. Dirígete después al viejo puerto, donde grupos de niños envueltos en una ruidosa algarabía se zambullen en el mar al más puro estilo de neorrealismo africano. Disfruta observándolos desde la terraza a pie de playa del Livingstone con una Kilimanjaro –la cerveza local– acompañada de unas samosas, antes de poner rumbo a Changuu. Esta isla a apenas media hora en barco al noroeste de Stone Town, también conocida popularmente como Prison Island, nunca se usó como cárcel, sino como hospital donde pasar la cuarentena de la fiebre amarilla y otras enfermedades contagiosas. Rodeada de una magnífica barrera de coral y aguas de un azul turquesa intenso, hoy se ha convertido en un santuario de tortugas gigantes cuyos primeros ejemplares fueron traídos de Seychelles a principios del siglo XX. Admirar la inmensa colonia de animales marinos casi prehistóricos resulta un espectáculo.

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