Las brujas, por suerte o por desgracia, siempre han causado fascinación entre el público, tanto por lo que se sabe como por lo que se desconoce de ellas, que es casi tanto como aquello de lo que hay constancia. Pero, cabe preguntarnos, ¿qué entendemos en realidad por la palabra «bruja»? ¿A qué hace referencia? Si reflexionamos sobre ello, no es difícil darse cuenta de que la idea más extendida que tenemos a día de hoy es herencia de la Iglesia católica; aquella que dio sentido a la caza de brujas que se desarrolló en Europa especialmente durante la Edad Moderna. Bajo el mando de la Iglesia, estas mujeres (y también algunos hombres) eran juzgadas, a grandes rasgos, por vincularse voluntariamente con el diablo para hacer el mal. La consolidación todavía en la actualidad de esta percepción tan manipulada resulta un auténtico triunfo propagandístico de la institución católica, ya que nos aleja por completo de la imagen original de la bruja, de su estado más primordial.
Con anterioridad a este proceso de manipulación existió otra bruja muy distinta, la bruja primitiva, que ha estado presente desde siempre en el folclore. Esta bruja, de carácter sobrenatural, representaba aquello a lo que se tenía miedo, a la otredad. Para entender esta idea primigenia de la bruja y su posterior humanización y manipulación eclesiástica, he acudido a Júlia Carreras, filósofa e investigadora especializada en folclore y etnobotánica, y que recientemente ha publicado su libro Vienen de noche. Estudio sobre las brujas y la otredad (Luciérnaga, 2022), en donde se adentra en esta idea de la bruja que nos resulta más desconocida.
Si bien la bruja estaba presente ya en la antigüedad, desconocemos por completo el momento en el que surgió. Como explica Júlia Carreras: «No sabemos exactamente cuándo nació, pero en el momento en el que empezamos a tener recursos escritos griegos y romanos