ños después de que el poeta Guillaume Apollinaire sucumbiera a la pandemia de gripe española, sus más fieles admiradores, reunidos en la Société des Amis d’Apollinaire, encargaron a Pablo Picasso un monumento para su tumba en el cementerio parisino de Père Lachaise. No eligieron al pintor malagueño por casualidad. Por entonces, Picasso, de cuarenta y seis años, era ya una figura consagrada. Dos décadas después de dejar pasmado al mundo con la osadía geométrica de , seguía experimentando con formas y materiales. Además, tenía mucho en común con Apollinaire. Ambos fueron auténticas fuerzas de la naturaleza, dos personalidades arrolladoras que impulsaron algunas de las más atrevidas innovaciones de las vanguardias. Los caligramas de Apollinaire pueden considerarse la vertiente literaria del cubismo, tal vez el movimiento artístico más. Ni Apollinaire ni Picasso tenían nada que ver con ello, pero resultó que el primero sí había vendido al segundo unas figuras ibéricas sustraídas del Louvre por un contacto suyo, un belga llamado Géry Pieret. Como un san Pedro moderno, Picasso llegó al extremo de negar cualquier relación con Apollinaire, pero este, a la larga, no se lo tuvo en cuenta.
ESCULPIENDO AUSENCIAS
Sep 21, 2022
4 minutos
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