MAURICIO WIESENTHAL
«UNA VENTANILLA DE TREN ES EL MEJOR Y MÁS ECONÓMICO APARTAMENTO CON VISTAS»
Hace tres años, se estrenaba la película Asesinato en el Orient Express, dirigida y protagonizada por Kenneth Branagh a partir de la obra homónima de Agatha Christie, publicada en 1934. El reparto no podía ser más atractivo, con Penélope Cruz, Willem Defoe, Judi Dench, Johnny Depp o Michelle Pfeiffer, lo cual evocaba la adaptación que hiciera Sidney Lumet en 1974 también con un elenco de actores extraordinario, con Albert Finney en el papel del detective Hercules Poirot, más Lauren Bacall, Ingrid Bergman, Jacqueline Bisset, Anthony Perkins o Sean Connery. La de Branagh era la cuarta versión de la novela entre largometrajes y series televisivas, y venía a actualizar una historia originalísima que, como muchas de su autora, siguen siendo apreciadas por el público, ya sea en formato literario, teatral o fílmico.
En aquella ocasión, el mítico tren suponía un reclamo ideal. Había sido fundado en 1883 con el propósito de unir Europa occidental con el sudoeste asiático bajo la iniciativa del ingeniero belga , responsable de la Compagnie Internationale des Wagons-Lits, que desde una década atrás había introducido los coches cama y vagones restaurantes, como ya se hacía en Estados Unidos. En los años en que Christie concibió la historia, el Expreso de Oriente vivía su época de máximo esplendor, con renombrados cocineros, mobiliario de lujo y una clientela millonaria y aristocrática. El trayecto más conocido iba a empezar en Londres, en la estación Victoria, pues no en vano, como dice en «Un tren de la belle époque», perteneciente al libro (2007), «la época victoriana marcó la hora dorada de las estaciones de ferrocarril, edificadas en un estilo intermedio entre el neogótico y los baños de Caracalla». El itinerario, desde la mítica estación londinense, incluía ciudades como Dover, Calais, París, Dijon, Berna, Lausana, Venecia, Trieste, Zagreb, Belgrado, Sofía… hasta Constantinopla, hoy Estambul. Fue algo así como un símbolo, pues, al decir de Wiesenthal, que acudió a subastas donde se vendían objetos del Orient Express–lámparas, tazas, cuberterías, sábanas con las iniciales de la Compañía de Wagons-Lits…–, «había sido uno de los primeros intentos de
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