Modos ejemplares de ser fusilado (XV): Pradito
A pesar del
diminutivo, Pradito no era un hombre menor en ninguno de los sentidos de la
palabra. Se llamaba Leoncio Prado Gutiérrez y el apodo –Pradito- se lo puso su
primer jefe militar, el capitán Manuel Villar, para diferenciarlo de su padre,
Mariano Ignacio Prado, a quien de tanto en tanto le daba por ejercer la
presidencia de la república. A juzgar por la conducta que ambos tendrían más
tarde en la guerra del pacífico, el diminutivo le debió corresponder más bien al
padre.
Era una época en
que no existía nada parecido a la adolescencia. A los nueve años, Pradito revistaba
en la Marina de Guerra del Perú y a los doce, combatió en la batalla del Callao
durante esa extraña contienda que enfrentó a España con Chile, Perú, Ecuador y
Bolivia por el honor y el dominio de los excrementos de las gaviotas. La
destacada actuación en esa batalla le valió a Pradito el reconocimiento de sus
jefes, pero también la amistad y el respeto de los militares chilenos que
combatieron a su lado. Era el año mil ochocientos sesenta y seis.
Cuando terminó la
guerra volvió a la escuela, pero no duró mucho. En la primera (y única) escuela
laica del Perú –que curiosamente se llamaba “Nuestra Señora de Guadalupe”-
Pradito lideró una revuelta de estudiantes y fue expulsado. Su padre lo castigó
enviándolo a una misión exploratoria por el Amazonas en donde se perdió y casi
se muere.
En mil ochocientos
setenta y cuatro se alistó como voluntario en el ejército que pretendía liberar
a Cuba y, luego de algunos combates como soldado regular, pidió y obtuvo una
patente de corso. En República Dominicana simuló ser un pasajero en viaje hacia
Cuba y, literalmente, se robó el barco que lo transportaba. Era un vapor
español con dos cañones y sesenta tripulantes llamado “Moctezuma”, que Pradito
rebautizó “Céspedes”. Luego de algunas escaramuzas en el Caribe, debió hundirlo
–para no rendirse- frente a las costas de Guatemala.
Luego de ese
incidente, Pradito razonó extrañamente que para liberar a Cuba convenía empezar
por las Filipinas y allí se dirigió con un grupo de patriotas, pero el barco
que los llevaba naufragó en las costas de China y la empresa se frustró. Fue
entonces cuando estalló la guerra del Pacífico y Pradito debió volver a su
puesto en la Marina de Guerra del Perú y se destacó como jefe de un cuerpo de
torpederas en la isla del Alacrán. Poco después –ante la arrolladora ofensiva
chilena- lo destinaron a organizar un cuerpo de ejército encargado de la guerra
de guerrillas.
El veintiuno de
julio de mil ochocientos ochenta, en Tarata, fue tomado prisionero y remitido a
Chile. Iban a fusilarlo (los chilenos no reconocían a los guerrilleros como
combatientes regulares), pero le conmutaron la pena capital por la de prisión en
atención a su actuación en la guerra contra España, en que Chile y Perú habían
sido aliados.
Casi dos años duró
su prisión en Chile, al cabo de los cuales lo soltaron. La guerra estaba ya
prácticamente terminada (Lima ya había sido ocupada) y no valía la pena
mantener a esos peruanos prisioneros. Le hicieron jurar –eso sí- que no iba a
volver a tomar las armas contra Chile. Pradito juró muy solemnemente invocando
a Dios como testigo e infringió la promesa de inmediato.
Regresó al Perú del
que su padre –casualmente el presidente de la república- acababa de huir
llevándose el tesoro. De inmediato marchó a la sierra a unirse a la guerrilla.
En la batalla de Huamachuco –mientras cubría la retirada desordenada de las pobres
tropas peruanas- una granada le astilló la pierna. Sus compañeros no podían
cargarlo y tuvieron que dejarlo escondido en una cueva. Allí lo encontraron los
soldados chilenos.
Recostado en una
camilla en el campamento chileno, le informaron que iba a ser fusilado por
faltar a su promesa de no volver a empuñar las armas contra Chile. Pradito
respondió que cualquier patriota hubiese roto ese juramento absurdo. Pidió una
taza de café y papel para escribirle a su padre:
“Huamachuco, julio 15 de 1883. Señor Mariano
Ignacio Prado. Colombia. Queridísimo padre: Estoy herido y prisionero. Hoy a
las .... (¿qué hora es? preguntó. Las ocho y veinticinco, le respondieron) a las 8:30 debo ser fusilado por el delito
de haber defendido a mi patria. Lo saluda su hijo que no lo olvida. Leoncio
Prado.”
Entraron a la
habitación dos tiradores, pero Pradito pidió que viniesen dos más. Les dio instrucciones
muy claras:
- Ustedes dos, me tiran
al corazón; ustedes dos, a la cabeza. Disparan cuando dé el tercer golpe de la
cucharita en la taza. ¿Está claro?
-Sí, mi coronel –respondieron los
chilenos.
Pradito terminó el
café sin apuro y golpeó tres veces la taza. Aún no había cumplido los treinta
años.
ElQuique.
La Plata, 24 de mayo de
2015.
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