Transición planificada o ecofascismo. La crisis ecológica no es una vertiente más de la situación actual del capitalismo. No se trata de que el capitalismo produzca efectos terribles sobre el medio ambiente, sino que los límites biofísicos del planeta dificultan ya la supervivencia del capitalismo o de cualquier otro modelo de crecimiento económico que los ignore. El agotamiento de recursos y materias primas que hoy sustentan la producción industrial, agrícola, tecnológica o nuestro modelo de movilidad, será ineludible en cuestión de décadas. Nuestra forma de vida va a cambiar y el reto hoy es evitar que lo haga de forma abrupta y profundamente injusta y desigual; la lucha por la igualdad tendrá su reto principal en lograr una transición ecológica planificada y justa. Ante la imposibilidad de conjugar el viejo lema de “crecer para repartir”, la pugna está entre quienes quieren seguir creciendo a toda costa y en beneficio de una minoría y la gran mayoría que exigimos repartir el trabajo, la renta, los tiempos y los cuidados.
Una alternativa para una vida que merezca la pena ser vivida. La actual coyuntura pone aún más de manifiesto a la mayoría social que nuestro modelo de producción y consumo es ilógico, insostenible y, sobre todo, incompatible con una vida buena. Ese contexto permite ofrecer una alternativa ilusionante que gire en torno a elementos como los siguientes:
Democratización de la economía: producir lo necesario, producir cerca, producir limpio. La transformación ecosocial necesita de un Estado capaz de intervenir e invertir en nuevas infraestructuras renovables, pero también en la reducción del peso de actividades económicas perjudiciales y el fomento de aquellas que deriven en un mayor bienestar, fundamentalmente aquellas relacionadas con la educación, la sanidad, los cuidados, la cultura, etc. Un modelo económico horizontal pegado al territorio y la comunidad que lo habita.
Igualdad: una profunda reforma fiscal y laboral, para que la carga de la transformación ecosocial recaiga en la minoría tradicionalmente privilegiada. Reorientar la actividad económica hacia actividades en las que los salarios primen sobre los beneficios y la creación de empleo sea estable y digna. Abordar una reconversión industrial en la que el empleo de calidad sea la norma, en la que no se deje atrás a los trabajadores de aquellas industrias que deban desaparecer y en la que prime la industria ligera y aquella que cierre ciclos ecológicos. Reforma fiscal en la que se reduzca el peso de los impuestos indirectos y se aumente el de los directos, se incrementen los tramos, especialmente para las rentas del capital, y se recuperen impuestos como el de Patrimonio y Sucesiones.
Sostenibilidad y cuidados: no es suficiente la apuesta por energías limpias, sino que las necesidades energéticas deben verse drásticamente reducidas. Para ello se necesitan ambiciosos programas de rehabilitación y reacondicionamiento de viviendas, intervenciones urbanísticas para reducir la movilidad más contaminante, un transporte público fuerte y de acceso universal y un cambio de modelo agroalimentario que mejore la calidad de vida de los pequeños productores y la calidad de la alimentación a precios accesibles. La reducción de la jornada laboral debe ser un elemento central no solo para el reparto del trabajo, sino también de los cuidados y del tiempo libre y supondría una recompensa a la clase trabajadora por el aumento de la productividad de las últimas décadas.
Justicia Norte-Sur: esta profunda transformación económica no puede significar un traslado de los costes de las clases populares del Norte a los países del sur, como ocurrió con los grandes avances sociales de posguerra. Dicho de otro modo, debe abrirse camino un modelo en el que el incremento de la deuda social y ecológica desaparezcan y den paso al multilateralismo y unas relaciones económicas justas entre los países.
Reequilibrio rural urbano: vertebrar la “España vaciada”. La transición ecosocial debe tener un carácter marcadamente municipalista y de reordenación del territorio. Los núcleos urbanos deben tener mayores recursos y menos trabas para abordar una profunda transformación que reduzca su gigantesca demanda energética y de recursos (y generación de residuos) y, a su vez, generar actividad económica ligada al territorio. La apuesta por una economía de proximidad debe afianzar una alianza con el mundo rural, esencial para luchar contra la despoblación en muchos territorios, que debe complementarse con servicios públicos suficientes por comarcas, industrialización ligera (especialmente en zonas forzadas a reconversión), transporte de cercanías, etc. Vertebrar la “España vaciada” no es solo una cuestión de justicia social para sus habitantes, sino también un pilar esencial para transitar hacia un modelo económico más equilibrado que huya de las dinámicas centrípetas del capitalismo.
Levantar un dique frente al negacionismo. Vivimos una situación de impasse, porque sigue vivo el eje de regeneración política, de “lo nuevo frente a lo viejo”, como muestra la enorme atomización del sistema de partidos. Pero, a su vez, el giro del PSOE y el papel protagonista adquirido por UP ha provocado una reacción furibunda de los sectores más reaccionarios, que sitúa claramente el eje izquierda - derecha como el dominante, en unos términos casi protogolpistas. La agenda que se intenta imponer es la negacionista de lo evidente (de la pandemia, de la violencia de género, del cambio climático, de la diversidad cultural y nacional, etc.) y la propagadora de bulos (sobre la inmigración, la okupación, etc). Frente a ello, es necesario generar la más amplia alianza, también más allá de la izquierda, en defensa de la razón, de la ciencia, de la cultura y la sensatez. A pesar de que la extrema derecha esté consiguiendo imponer su agenda y su tono a los dirigentes de los partidos conservadores, existen amplios sectores de su base social que no comparten esa deriva. Uno de los principales retos de época es pararle los pies y serán necesarias alianzas amplias.
Ganar la mayoría para la República. En el marco sugerido en el punto anterior hay que analizar la posibilidad cierta de un horizonte republicano a medio plazo. Sin duda, para nuestra tradición la República es mucho más que un mero cambio en la forma de Estado y en la elección de su jefatura. Pero para acelerar el proceso de superación de la monarquía, abierto por su propia decadencia, es necesario aunar a amplios sectores sin vincular la opción republicana a una orientación ideológica o un modelo socioeconómico concreto. Debe ser parte de la cultura democrática de mínimos de un país que haya dejado atrás definitivamente cualquier atisbo de tutela.
Del desborde a la coalición: el viraje socialista. Abordamos importantes contradicciones en la fase actual de la crisis de régimen. Hace apenas 5 o 6 años llegó a parecer posible, al calor de un intenso ciclo de movilización, una impugnación total e incluso el desborde del sistema de partidos con una opción electoral rupturista. Ese horizonte habría permitido trascender algunos de los eternos dilemas de la izquierda, como la relación con el PSOE o el debate entre institución y calle. Sin embargo, el agotamiento de dicho ciclo de movilización y un sustancial cambio en la agenda política, nos han llevado del intento de desborde al primer gobierno de coalición con el PSOE. Una lectura reduccionista consideraría esto un viraje incoherente. Olvidaríamos analizar que el viraje más drástico que se ha producido es el de un PSOE que al comienzo de esta crisis fue capaz de descabalgar a su propio Secretario General con tal de que no buscara alianzas fuera de las fuerzas “de orden”. En el tablero socialista se ha librado una de las batallas más intensas por la supervivencia del régimen, con grandes poderes económicos y mediáticos, barones y antiguas figuras dirigentes presionando para lograr un cierre de la crisis con gobiernos de concentración de facto. Sea por instinto de supervivencia, o por convicción para no quedar eternamente subordinado a la derecha, haber sacado al PSOE de esa grosse koalition es el principal logro del impulso movilizador de esta década.
Tocando el techo institucional con las manos. Nos resulta inevitable vivir el cogobierno del PSOE de manera traumática. Son demasiados años oscilando entre la cooperación y la competición y llevándonos, casi siempre, la peor parte. El tiempo nos ha demostrado que es imprescindible evitar el dogmatismo a este respecto: dependerá de múltiples circunstancias que sea acertado o no compartir responsabilidades. Y, sobre todo, en ese análisis debe pesar siempre mucho más el interés de la mayoría social que las eventuales consecuencias electorales. En cualquier caso, entender siempre la colaboración con el PSOE como subordinación revela cierto complejo de inferioridad. Sin duda, compartir el gobierno con una fuerza con la que tenemos enormes diferencias en cuestiones clave nos genera grandes y constantes contradicciones. Pero prestamos mucha atención a los sapos que nos toca comer y muy poca a los que traga la otra parte. Por tímidas que nos puedan parecer, la mera puesta en marcha de una pequeña parte de nuestro progama ya supone explorar los límites de los consensos de régimen que han existido hasta hoy. Tocamos el techo institucional con las manos, desde el centro de mando. El análisis de la evolución de la crisis de régimen y del viraje socialista nos debe llevar a afirmar que participar en el actual gobierno de coalición no supone una claudicación, sino un cambio de escenario, consecuente con el cambio de fase, a la hora de intentar desbordar el régimen y generarle contradicciones internas.
Tomar nota de los errores para revertir la tendencia. Todo esto no puede hacernos olvidar que nuestro espacio vive un momento de claro reflujo electoral. Hace apenas 5 años pudimos constatar que más de 6 millones de personas estuvieron dispuestas a apoyar a opciones a la izquierda de la socialdemocracia y críticas con el régimen del 78. El retroceso en las urnas se explica, en parte, por la cronificación de la crisis y la aclimatación a la misma por supervivencia y, consecuentemente, por el agotamiento del ciclo de movilizaciones que impulsó a las “fuerzas del cambio” entre 2014 y 2016. Pero también por multitud de errores propios, divisiones y debilidad organizativa. Hay un porcentaje nada desdeñable de personas que, tras la crisis económica, parece haber desterrado la opción de volver a votar al bipartidismo. Pero nada debe hacernos suponer que su ilusión por una alternativa permanecerá intacta, como ya hemos comprobado. La sensación de ocasión perdida tras las elecciones de 2015 y 2016, y la caída de algunas alcaldías destacadas en 2019 puede condicionar mucho la posibilidad de relanzar nuestro espacio. Especialmente para reactivar a la gente menos ideologizada y abstencionista que se activó en un primer momento. Con una capacidad de influencia limitada sobre los factores estructurales que permitan un nuevo ciclo de movilización, debemos asumir que lo que está en nuestra mano es demostrar nuestra voluntad de tomar nota de los errores propios y demostrarlo con hechos.
Transformar IU para impulsar los espacios de convergencia. Nos encontramos en una situación muy compleja para nuestra militancia. Por una parte, resulta evidente que el propósito fundacional de IU de reunir al conjunto de la izquierda transformadora ha quedado superado. Dicha unidad, de darse, se producirá bajo otro formato. Pero, por otra parte, los sucesivos intentos por crear espacios aglutinadores más amplios no terminan de fructificar. Incluso allí donde se han logrado experiencias exitosas, se generan contradicciones para la militancia por estar limitadas a un ámbito determinado. Se generan duplicidades complejas de resolver, conflicto entre marcas electorales en citas coincidentes, e incluso conflicto entre nuestras gentes cuando unas optan por participar más en espacios de confluencia y otras en el seno de IU. No depende en exclusiva de nuestra voluntad lograr la máxima unidad posible, por lo que las soluciones no son sencillas. Pero no podemos mandar mensajes ambiguos a nuestra militancia: la tarea primordial de IU hoy en día es retomar su espíritu fundacional para generar espacios de unidad para el conjunto de la izquierda, a los que aportar nuestro bagaje, nuestra experiencia y nuestras señas de identidad.
IU debe indicar a su militancia que los espacios preferentes de participación son aquellos donde logremos encontrarnos con más gente, tanto en el ámbito político como en el social. Allí es donde debemos volcar nuestras fuerzas para potenciar las dinámicas unitarias.
Allí donde se hayan logrado candidaturas de confluencia con un funcionamiento democrático, el espacio para apoyar, controlar y difundir nuestro trabajo institucional, para la elaboración colectiva o para la toma de decisiones de todo tipo deben ser los espacios compartidos con el resto de organizaciones y personas. No tiene sentido duplicar ese trabajo en el seno de IU.
Donde existan marcas compartidas pero sin espacios de participación abiertos, debemos centrarnos en propiciar dinámicas que superen el modelo de coalición.
Allí donde no existan espacios de confluencia, política y/o social, el trabajo estratégico de IU debe ser generarlos.
Relanzar el “espacio del cambio”. El ritmo político de los últimos años ha sido extraordinariamente acelerado e intenso. Los alineamientos, alianzas y rupturas entre actores de la izquierda han cambiado enormemente y han dejado heridas. Pero lo que nos parece un mundo a quienes nos ha tocado vivirlo en primera persona es un lapso de tiempo muy breve, y nuestras rencillas y diferencias son difíciles de entender para la gran mayoría. El cambio sociológico que se ha producido en los últimos años en nuestro país ha permitido que veamos cosas que no éramos capaces de imaginar hace apenas una década. No podemos, no tenemos derecho a dejar que ese impulso popular se diluya por nuestras pequeñas miserias. Izquierda Unida debe ponerse a disposición del resto de fuerzas y personas con las que compartimos unas bases mínimas para consensuar un amplio proceso de unidad en unos términos similares a los siguientes:
Profundizar en el espacio de Unidas Podemos es, sin duda, el punto de partida, el mínimo necesario. Deben existir espacios de trabajo conjunto a todos los niveles con participación directa de las militancias y de la ciudadanía.
Las experiencias municipalistas deben ser otro pilar fundamental. Aunque haya habido diversos casos fallidos, otras muchas han seguido adelante e incluso manteniendo alcaldías muy relevantes, presencia en gobiernos locales o una importancia destacada como fuerzas de oposición. Su importancia radica, fundamentalmente, en que son el espacio de participación más inmediato y natural, y algunas de ellas suponen un modelo de funcionamiento y apertura a la ciudadanía muy interesantes de los cuales se ha de tomar ejemplo.
El proceso debe estar permanentemente abierto y apelar proactivamente también a otros actores con los que se han compartido espacios, tratando de encontrar mínimos comunes con todos ellos.
Todas las partes debemos actuar con grandes dosis de humildad y empatía. Si algo hemos constatado en este proceso es que no existe una fórmula mágica ni un modelo que valga para todo lugar o situación. Comenzar por un proceso de análisis y diagnóstico en el cual partamos de destacar los errores propios y los aciertos ajenos (y no al contrario), sería un buen punto de partida.
Las convocatorias y los pasos a dar deben estar siempre pactadas y consensuadas.
Debe primarse la generación de espacios abiertos a la gente no organizada y tener predisposición a que el proceso no esté plenamente definido ni controlado, a que nos desborde.
El objetivo no es alcanzar necesariamente una unidad orgánica y/o electoral con todos los actores, salvo que se derive de una dinámica provechosa de trabajo. Lo primordial es ser capaces de encontrar unos mínimos comunes para generar una agenda política propia y conjunta. Que se perciba por la ciudadanía que hay un espacio diverso con un discurso y unas prioridades compartidas, que priman más allá de que se forme parte de la misma organización o candidatura.
Izquierda Unida afronta su XII Asamblea y ha aprobado ya los documentos principales de debate. He participado, en segunda fila, de la dirección de IU en estos últimos cuatro años y comparto lo fundamental de la propuesta para los próximos. Pero creo que hay elementos sobre los que cabría enfatizar, clarificar o matizar, que hemos de creernos más y practicar más. Intenté resumir todo eso en una aportación que presenté a la Coordinadora Federal el pasado sábado. Una aportación que es mía, porque no soy portavoz de nada ni de nadie, pero que sé que en sus líneas fundamentales es compartida por un sector no despreciable de gente dentro de IU que compartimos algunas señas de identidad: una fuerte vinculación con el ecologismo, una trayectoria ligada al municipalismo y una cultura política ligada a la apertura organizativa y la confluencia con otras personas y colectivos. Dicha aportación se concreta en los diez puntos que van a continuación, y la dejo también aquí para descargarla como documento.
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Diez puntos y una reflexión que ilusionan
Escribo x que tengo una pagina de facebook sobre pablo iglesias (pablo iglesias-podemos, como foto la de la primera papeleta). El caso es q esta haciendo cosas raras, como no dejarme ver los mensajes que manda..