Hace 5 años, en junio de 2010, Valladolid vivió las primeras primarias abiertas que se celebraron en nuestro país, de la mano de Izquierda Unida. Una experiencia muy modesta en comparación con procesos que se han generalizado en los últimos tiempos, pero pionera. Era un tiempo político muy distinto, además: quedaba aún un año para que se llenaran las plazas, para que iniciara ese ciclo de indignación y movilización social que poco a poco ha ido madurando, transformándose y que amenaza ya con cambiar produndamente el panorama político institucional.
Alguna gente no se lo cree, pero cuando se abrió ese proceso, a finales de 2009, no teníamos una hoja de ruta. No había un final previsible escrito. Yo conocí personalmente a quien sería meses más tarde nuestro candidato, Manuel Saravia, apenas mes y medio antes de la votación. Le había leído, claro (de hecho apoyé buena parte de mis estudios de posgrado en urbanismo en sus publicaciones y su blog), y había oído hablar con frecuencia de él, y siempre bien. Pero era de estos nombres que causan tanto respeto que ni había fantaseado con que se planteara meterse en una aventura así. Hubo quien sí se atrevió a hacerlo y se lo agradeceremos por mucho tiempo. Aceptó, se presentó a las primarias, y lo demás es historia.
Yo le apoyé, porque una persona que sabía tanto sobre la ciudad, sobre urbanismo y derechos, tenía que ser una buena opción. Pero no tenía ni idea de si era un tipo endiosado, huraño, antipático o altivo. Podría haber sido todo eso y aún así un magnífico concejal. Pero al poco de tener la oportunidad de conocerle, comprendí que sus conocimientos profesionales eran la menor de sus virtudes como persona, y como futuro representante público. En primer lugar, descubrí una increíble capacidad de iniciativa y de trabajo. Tenía tan claro qué ideas aportaba para mejorar la ciudad que no paraba de publicar cosas a cada cual más interesante. Eso se plasmó después en el programa electoral y en el trabajo del Grupo Municipal de todos estos años. En segundo lugar, a lo largo de la campaña demostró una increíble capacidad de trabajo coral; a pesar de tener la legitimidad de haber sido elegido en un proceso así, a pesar de que Manolo, María y Alberto no se conocían entre sí, el personalismo brilló por su ausencia y fueron un equipo. Lo que después algún periodista ha llamado el "tridente" o el "trío de ases" y que durante la campaña tuvo una cuarta pata, con otra imprescindible como Bea Esteban. Y, en tercer lugar, porque entró al Ayuntamiento con un estilo y un desparpajo que dejó descolocado a todo el mundo. Sin agresividad, pero sin atarse a ciertos protocolos tontos. Dicho todo esto, a día de hoy lo que más valoro es que es una de las mejores personas con las que me he cruzado en la vida: todo corazón, empático, desprendido. Lo cual no es solo una virtud para quienes tenemos la suerte de disfrutar de su amistad, sino también una cualidad imprescindible para administrar la cosa común, en mi opinión.
Manolo tiene defectos, claro que sí. Privados, seguramente, y otros vinculados a su actividad política. Esa bondad que tiene a veces raya la inocencia y en más de una ocasión he querido pedirle una actitud más dura. Que sacara los pies del tiesto, que se saliera de su papel de profesor y no le hablara a la bancada del PP como si tuvieran alguna voluntad de replantearse su voto. Que dejara de trabajar tanto propuestas de las que después se apropia León de la Riva sin mencionar derechos de autor. Que tuviera, en general, un poco más de mala leche para buscar las vueltas al adversario y cantarle las cuarenta.
Y, sin embargo, en las primarias que hoy se abren en Valladolid Toma la Palabra voy a apoyarle como cabeza de lista precisamente por sus defectos. Porque a veces me planteo si su estilo tranquilo es el que hoy necesita un candidato, pero sin lugar a dudas es lo que quiero en un alcalde. Y de eso es de lo que se trata: no de buscar a alguien para hacerle la contra al PP sino de pensar en un equipo, y en alguien que lo encabece, que tome las riendas de la ciudad, devuelva la palabra a la gente y ejerza el buen gobierno al servicio de la mayoría. El tiempo del PP, de estrellarnos contra el muro de su soberbia mayoría, ha pasado; toca hablar de futuro. Para ello, no se me ocurre mejor persona que Manuel Saravia, por su capacidad de trabajo en equipo, por su absoluta despreocupación por el protagonismo, por su iniciativa, por su amabilidad... Es, casi casi, el negativo de la imagen oscura que lleva 20 años presidiendo los plenos de esta ciudad. Alguien así quiero yo para mi ciudad, que ponga los focos en el último ciudadano (que casi siempe es ciudadana, apunta) y no en la última gracieta chabacana que se le haya ocurrido. Ya está bien de que manchen el nombre de esta digna ciudad.
La foto es del amigo Jona para El Día de Valladolid
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