llega al rincón del Perroverdeverde con
la autorización de hablar en plena libertad de lo que realmente
importa.
Hoy toca desahucios y si
hay algo que nunca entenderé es la prepotencia que hemos tenido
siempre en España, un país que ha sido siempre prospero y que llenó
de pájaros la cabeza de muchos ingenuos que viéndose con un buen
sueldo en un trabajo que creían prometedor se metieron hasta la ceja
en comprar lo que nunca se podían permitir.
Generalizar es siempre
malo, pero hoy no lo voy a hacer, simplemente haré referencia a los
descerebrados que no sólo han estropeado su vida, es que además
están arrastrando a sus familias.
Hablamos de los que con
un buen sueldo en un trabajo que ellos creían prometedor se lanzaron
a la aventura de comprar piso, pero no se conformaban con un piso
cualquiera, lo suyo era un adosado con piscina y gimnasio, eran
jóvenes que manejaban muchas “pelas” y 300.000 euros se pensaban
que lo podían pagar con la “minga”.
Acusamos a los bancos muchas veces injustamente, estos bancos ante los sueños desmesurados de estos jóvenes
sí que les concedía el crédito, pero bien claro imponían que les
hacía falta que llevaran un aval ya que de tontos los bancos no
tienen ni un pelo.
Pero estos jóvenes
deseaban alcanzar el sueño de los millonarios y tener una vivienda
de escándalo, así que convencían a sus padres o hermanos para que
les avalasen, tenían “pelas” y cenando en buenos restaurantes
con buen vino, conseguían convencer hasta a sus amigos más íntimos
para que les pusieran la firma que avalase el lío en el que se iban
a meter.
Somos libres de querer
vivir como nos de la gana, tenemos dinero y nos lo podíamos
permitir, es con la excusa con la que se presentan ante el banco ya que
ahora no tienen trabajo y no tienen “pelas” con las que afrontar
sus deudas, el banco impasible y en función de sus facultades apela
a los avales para recuperar el dinero dejado a un descerebrado.
Llaman al teléfono de
los papás, son los del banco, el mundo se hunde a sus pies, o afrontan la deuda avalada
a su hijo soñador o tendrán que entregar su honor, su palabra, su
piso en cuestión que es lo que firmaron en un papel y es lo que se
debe de cumplir.
Lloran amargamente, ven estos padres a sus hijos gritar “los bancos son ladrones” y salir
con pancartas a la calle “exigiendo” volver a ser unos descerebrados.
Con todo perdido, estos
avalistas ven toda su vida desaparecer y lloran amargamente, estos padres son de
una generación que entienden el poder de una firma, el valor de una
palabra y no se quejan, simple y amargamente le dicen a su hijo: Ya
de dije que eso era mucho para ti, pero no me hiciste caso.
Estos descerebrados
además son desagradecidos, alegan que hay una crisis y que no les hubieran firmado el aval si tan mal lo veían.
Hoy hablamos de
desahucios y les digo con sinceridad, lo que les ocurre a estos
descerebrados me da igual, si soñaron con vivir como reyes, ahora
sin pasta que sueñen con... no deseo ser mal educado.
Pero por otro lado
comparto el dolor de esos pobres mayores que avalaron y ven toda una
vida de sacrifico embargada por culpa del amor, por no querer romper
los sueños infames de esos cuervos que han criado y ahora les dejan
abandonados en la puerta del banco teniendo que entregar las llaves.
Todos en esta vida
tenemos que conocer nuestros límites, tener nuestros sueños y hacer
posibles sólo aquellos que realmente se pueden conseguir.
Dedico este artículo a
unos conocidos, son unos padres que se verán pronto en la calle por
culpa de un descerebrado que hoy sin trabajo, no para de decir a
diario “ha sido la crisis”, “yo soy libre de cumplir mis
sueños”, “no hubierais firmado que nadie os obligó”...
Existen
muchos casos distintos, pero hoy nos hemos centrado en los que no
llevan ninguna razón para quejarse, bajo mi humilde opinión.
Y sin generalizar
¿Cuantos casos conocen ustedes como el que les cuento?
Y por si lo piensan, no me pregunten que ya les voy a contestar por
adelantado, el descerebrado no me da ninguna pena y sí qué me gustaría
que el Gobierno encontrara una solución para que esos padres no
perdieran su piso, sobre todo porque asumen con honor aquello que
firmaron y aunque se lo quiten del comer, cumplirían con su contrato si pudieran hasta el último céntimo avalado.