<p>Una mujer riega un cultivo en Tanzania. </p>

Una mujer riega un cultivo en Tanzania
Ya hace muchos años que escuché a Héctor Mondragón explicar qué ocurrió en Colombia cuando permitieron la entrada de trigo subvencionado de los EE.UU. Muchas personas dejaron de poder comprar pan porque de tan barato que se vendía, ellas se habían arruinado y no podían comprar ni pan ni nada. Su oficio estaba totalmente en quiebra, eran campesinas y campesinos que hasta entonces producían trigo. No tenían malos cultivos y sabían mucho de producir trigo, fueron decisiones políticas las que destruyeron su medio de vida. Otro caso muy bien documentado es lo ocurrido en Haití con su producción de arroz, que fue suficiente hasta los años 80 cuando el FMI, alentado por el gobierno de los Estados Unidos, obligó a rebajar los aranceles de entrada del arroz del 35 al 3%. Ninguna de las miles de personas haitianas dedicadas al cultivo del arroz podía competir con las grandes empresas estadounidenses.
Exactamente igual, desde los años 80, la llegada de productos agrarios de países industrializados a países de fuerte carácter rural ha sido una de las razones fundamentales del empobrecimiento –y sus derivadas, como el hambre y la migración– también en África. Como en otras partes del mundo, los organismos multinacionales impusieron el “libre” comercio. Ustedes –les dijeron– dejen de producir sus alimentos básicos que ya les llegarán de los países ricos, que fertilizan sus cultivos con subvenciones, y dediquen sus mejores tierras a producir y exportar materia prima para la agroindustria mundial … y no sabrán que hacer de tantos beneficios recogidos. 
Y pasó que donde se cosechaba comida se empezó a cosechar café, cacao, aceite de palma, algodón... En pocos años un paisaje de mosaico agrario quedó redibujado en el monótono unicolor de estas grandes plantaciones. La autosuficiencia mutó a una dependencia externa muy alta, y los ingresos prometidos por sus exportaciones se quedaron en los bolsillos de jerarquías locales y las grandes corporaciones internacionales.
El clima
El hambre en África, hemos visto, no era un problema de sequías o malas cosechas, como nos querían hacer creer; fundamentalmente deriva de procesos de colonización y expolio. Y sigue siendo así, pero ahora sí podemos añadir la crisis climática como un factor clave que suma y agranda las dificultades de este continente. Las organizaciones de La Vía Campesina en África advierten que “mientras que la discusión acerca del cambio climático a nivel global a menudo se centra en predecir las consecuencias futuras y la amenaza percibida del aumento de migración, sus efectos ya son experiencias vividas por los campesinos, mujeres rurales, la gente sin tierra y las comunidades originarias de África, quienes sienten el impacto del cambio climáticos todos los días”. Todos los días porque como explican los informes científicos recogidos por la organización GRAIN, “el aumento de las temperaturas, el comportamiento errático del clima, los cambios en los patrones de las lluvias y un aumento en la frecuencia e intensidad de los eventos climáticos extremos impactan negativamente en la producción de alimentos a lo largo de la mayoría del continente”. Los cálculos hablan de pérdidas en los próximos años entre un 10 y 20% de la producción de alimentos total en África, de tal manera que para el año 2050, aproxima la ONU, la reducida capacidad actual de África para producir sus propios alimentos quedará climáticamente aún más socavada, y solo podrá proveer un 13% de sus necesidades alimentarias.
Mientras el sistema alimentario industrial, explica GRAIN, está asociado con por lo menos la mitad de todas las emisiones globales de gases de efecto invernadero, y es la causa principal del colapso de las especies, deforestación y destrucción del hábitat a nivel mundial, que tanto afecta y afectará a África, éste es, paradójica e injustamente, el territorio que menos contribuye en las emisiones globales, con un 4% del total. Más en concreto, un reciente informe de la agencia de ayuda británica Christian Aid concluyó que los 10 países con mayor inseguridad alimentaria del mundo, entre ellos Burundi, Sierra Leona, la República Democrática del Congo, Níger, Zambia, Malawi, Madagascar y el Chad, generan solo el 0,08 por ciento de las emisiones globales de carbono. Y ya sufren las consecuencias del cambio climático, no solo con producciones a la baja sino también cosechando alimentos de menor valor nutricional.
El clima es político
Que el sistema alimentario industrial es un sistema fallido ya es una certeza. Por eso estamos viendo cómo cada vez más aparecen programas en los países industrializados para volver a defender las agriculturas locales y a su campesinado; cómo se reconoce científicamente las ventajas de las prácticas agroecológicas para adaptarse a los cambios climáticos; cómo se fomentan circuitos cortos para la comercialización de los alimentos; y cómo se aplauden las iniciativas para fomentar una dieta más saludable y sostenible… Una receta de la que, sin embargo, se quiere privar al continente africano, el que más lo necesita para combatir el hambre y reactivar sus economías. Cual pirómanos se echa más leña al fuego promoviendo de nuevo por los organismos internacionales o algunas organizaciones de ayuda internacional la llamada “Nueva Revolución Verde para África” o la “Agricultura Climáticamente Inteligente”, nuevos nombres para caducas prácticas basadas en el modelo industrial dependiente de fertilizantes y semillas corporativas. 
La pobreza y el clima son políticos y con decisiones políticas los países industrializados tienen que corregir sus interferencias en la agricultura y el clima africano. Para empezar se debería reducir progresivamente la exportación de producción excedentaria agrícola y ganadera a África. De esta forma, se dejarían de emitir muchos gases innecesarios, tanto en su fase de producción como en el transporte y se facilitaría que crezca la producción local en África a manos de sus campesinos y campesinas. Es decir, aquí soberanía alimentaria y en África, soberanía alimentaria.

AUTOR

  • Gustavo Duch