Cuando era niño, días antes de Navidad, pasaban por casa distintos personajes típicos de aquella época: el barrendero, basurero, vigilante, sereno y varios mas de diversas profesiones.
Todos ellos llevaban una felicitación navideña con un dibujo de cada uno de sus oficios, con un pequeño verso felicitando las fiestas a los vecinos a cambio de recibir un pequeño aguinaldo.
Los carteros, barrenderos y basureros aun existen, a pesar de los cambios en su profesión.
Entonces, los basureros, recogían la basura en carros tirados por un caballo y el aviso de su llegada por el sonido de un estridente cornetín.
Los carteros llevaban unas enormes carteras de cuero repleta de las numerosas cartas que recibíamos entonces. En cuanto al barrendero tiraba de un pequeño carrito de mano que llenaba con las hojas y papeles que recogía con una escoba y una pequeña pala triangular.
Los que desaparecieron ya hace años fueron el vigilante y el sereno. Ambos ejercían su trabajo por la noche, y en cada barrio tenían su zona de vigilancia. El primero acudía cuando algún vecino le llamaba al grito de "¡Vigilante!", si alguien de la familia estaba enfermo o sufría algún percance. En aquella época apenas había teléfonos y era el "Internet" de la época.
El mas curioso era el "sereno". Este llevaba un enorme manojo de llaves y acudía cuando algún vecino solicitaba su servicio con varias palmada que resonaban en la noche. Poco después oías el sonido de su bastón golpeando el suelo y no tardaba en abrir el portal de entrada a su casa, con una de las llaves de aquel enorme manojo que llevaba.
Todo esto sucedía a mediados del siglo pasado. El cambio ha sido espectacular en estas cosas, en otras, por desgracia, todo continua igual.
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8 ene 2016
3 ene 2014
El misterio delo Stradivarius
Desde niño había
visto aquel violín en casa. Lo guardaba mi madre, cuidadosamente envuelto en una
tela. Dentro decía: “Antonius Stradivarius Cremonenfis, Anno 1715”, en una
etiqueta de papel amarillento por los años.
Cuando mi
madre intento saber si era autentico, y la posibilidad de venderlo pues eran
unos años de penurias económicas, le recomendaron que no lo hiciera. Se
necesitaba dinero para pagar los servicios de un experto y, lo más fácil en
aquellos años de la posguerra, era que cuando se lo devolviera no fuera el
mismo violín, si era autentico.
Lo más curioso
de aquella historia fue como apareció aquel violín en nuestra casa. Mi madre
pintaba y era también pianista. Había dado conciertos y ganado un concurso de composición
en Ginebra. Un pariente suyo le regaló aquel violín después de tenerlo en su
poder algunos años.
Camilo, que
así se llamaba, había estado trabajando en Argentina durante un tiempo, (esto
sería en 1920 más o menos). A su regreso adquirió un baúl para transportar sus
pertenencias, en una tienda de segunda mano. Al guardar sus cosas en él, se dio
cuenta de que el interior se veía más pequeño que su aspecto exterior. Al mirar
detenidamente el fondo descubrió que había un compartimento oculto: y allí,
espectacular, estaba escondido envuelto en aquella tela, aquel instrumento
musical, el “Stradivarius”.
Años atrás,
cuando escribía las historias de Jan Europa, había pensado realizar una basada
en esta historia real. ¿Quién escondió el violín allí?, ¿Por qué?, ¿Qué le
sucedió a la persona que lo ocultó? Preguntas que difícilmente tendrán
respuesta después de tantos años.
Tiempo
después, una especialista en reparar instrumentos de cuerda como aquel, nos
dijo que no podía asegurar que fuera auténtico, pero que si se trataba de una
falsificación era muy buena.
27 dic 2013
Una anecdota relacionada con un retrato.
Retrato de una
niña preciosa. Una adolescente.
Voy a contar
una anécdota que me sucedió después de hacer un retrato, precisamente, cuando
era muy joven.
Antes de
entrar a colaborar en Editorial Bruguera, trabajaba en publicidad. Hacia los dibujos de “Publicidad Mediterránea”
y tenía una relación muy cordial y amistosa con todos los empleados y
directivos de la agencia. Por esto, cuando su director, Roldán Martínez, se
casó, hice el retrato de la que se convirtió en su esposa, y quedó francamente
bien.
Tiempo después
me invitaron a cenar a su casa. Sirvieron una cena fría a base de embutidos,
quesos y otras delicias. Yo venía de una posguerra con dificultades económicas
donde los requisitos brillaban por su ausencia, y era la primera vez que
comía muchas de las cosas que sirvieron
en aquella ocasión. Se me hacia la boca agua ante aquel magnifico espectáculo
gastronómico.
Después de
comer canapés de jamón, distintos quesos, gambas y cremas deliciosas, me llevé
a la boca algo que tampoco había visto jamás. Estaba junto al padre de la novia
y le pregunté: ¿Qué son esas bolitas negras de este canapé? – Me miró con una
expresión entre incrédula y asombrada y me respondió: ¡Caviar, claro...!
Busqué un
agujero en el suelo donde desaparecer, pero no había ninguno...
17 oct 2013
Otra anecdota. Esta de una lectora.
Una anécdota de una lectora holandesa.
Durante toda mi vida profesional he dibujado
tanto historietas de Fantasía y Acción, como otras para colegialas, y la verdad
es que lo he pasado bien en ambos estilos, a pesar de sus notables diferencias.
Naturalmente los lectores que he conocido,
aficionados de algunas de estas historias, acostumbraban a ser chicos, en las
de Fantasía y Acción (hombres ahora ya), y chicas (preciosas mujeres
actualmente) en las historietas femeninas como “Sindy” y todas las que realicé
para la revista Tina de Holanda, o para revistas inglesas.
Ya explique que una vez vino a mi estudio un
lector sevillano convencido de que las historias de “Jan Europa” no eran una
fantasía sino realidad, y que tanto él como yo estábamos vigilados por los
“Iniciados Negros”, (los malvados enemigos de “Jan Europa”) y teníamos nuestros
teléfonos intervenidos. Fue inútil que le dijera que todo era pura invención:
se marchó convencido de que no quería decirle la verdad.
En cuanto a las lectoras, una de las cosas más
curiosas que me sucedió fue cuando vino a verme una preciosa chica holandesa.
Después de hablar de cuanto le gustaban mis historias, y ver algunos de los
originales, al despedirse con un abrazo y un par de besos me dejó con unos ojos
como platos cuando me soltó: “Me ha encantado conocerte personalmente, Purito Campos”
12 sept 2013
Un timo que merecia un Oscar.
He contado muchas de mis anécdotas de mi época
en Bruguera. Esta sucedió antes, cuando tenía unos dieciséis años y empezaba
mis primeros trabajos en publicidad.
En casa habíamos pasado los años de la
posguerra con estrecheces económicas y, cuando empecé a realizar trabajos de
publicidad ya ganaba lo suficiente para tener una vida mejor. Mi madre
continuaba dando clases de piano y pintando también.
Un buen día sonó el timbre de la puerta y se
presentó un caballero preguntando por ella. Era el director de un orfeón, (no
recuerdo si dijo de Vich u otra población algo alejada de Barcelona). Sabía que
mi madre era profesora de piano y venía por eso. Le habían ofrecido dar clases
particulares al hijo de una familia acomodada, que vivían cerca de casa, y el
no podía darlas porqué estaba muy ocupado con su trabajo, y las horas que le
quedaban las dedicaba a dirigir el orfeón. Las clases estaban muy bien pagadas
y pensaba que a mi madre podían interesarle. Ella estaba encantada y, poco
después, tomábamos café y charlábamos de las experiencias musicales de ambos.
El director del orfeón (no recuerdo su nombre)
preguntó si podía tocar el piano y se sentó frente a él y comenzó a interpretar
algo de Chopin. No lo hacía mal, aunque no era tan bueno como mi madre. Al poco
rato tocaban a cuatro manos y cantaban a dúo canciones típicas. Así pasaron un
par de horas, tomando café, cantando, tocando el piano ahora uno ahora el otro,
y explicando sus experiencias en el orfeón.
Llegó el momento de marcharse y, antes de
hacerlo, le dio a mi madre su tarjeta con la dirección de la familia a quien
debía dar las clases, y se dirigió a la salida. Cuando la puerta estaba ya a
punto de cerrarse, se volvió y comentó: “A propósito, yo me dedico a la venta
de aceite de oliva virgen al por mayor. Tengo el almacén aquí al lado, frente
al Mercado de San Antonio. Si les interesa una garrafa de cinco litros que
venga la chica conmigo y se la entrego. Son tan solo cincuenta pesetas y es un
aceite que no se encuentra normalmente. Y además les regalaré unas pastillas de
jabón”.
La “chica” era Concha, una muchacha que venía a
hacer la limpieza, que se fue a continuación en compañía de aquel simpático
director y vendedor. En casa, mi madre satisfecha pensando en las clases tan
bien pagadas que iba a dar.
Pasaron veinte minutos, media hora, casi una
hora y Concha no volvía. Preocupados ya, fuimos a buscarla al lugar donde aquel
hombre había dicho que tenía el almacén. Y allí, sosteniendo el cesto que se
había llevado, estaba Concha esperando. Le había dicho que volvía en un
instante, con el aceite y el jabón, y no había regresado . Tampoco las
cincuenta pesetas que cobró.
Naturalmente fue un pequeño timo, y la verdad
es que siempre pensamos que se ganó aquel dinero con todo lo que hizo aquella
tarde: tocar el piano, cantar, explicar su vida… Siempre he recordado aquel
timo como digno de recibir un premio.
6 sept 2013
Una anecdota para los que habeis leido "Pinceladas", la vida de mi madre
El “Moro Muza” y la Comendadora de la orden de Muza Beni
Casi.
La reina Isabel de Inglaterra, tambien es Comendadora.
Los que habéis leído “Pinceladas”, la vida de mi madre, sabéis
que estudió magisterio. Entonces, uno de sus compañeros de estudios fue José
Almuzara, con quien le unía muy buena amistad. Pasaron bastantes años hasta
que volvieron a encontrarse y reanudaron aquella amistad juvenil.
En Cataluña tenemos una frase que sirve para referirse a
cualquier cosa rara, incomprensible o extraña: decimos, “esto parece cosa del
Moro Muza”, o cosas parecidas referidas a este personaje que yo siempre creí
del imaginario popular.
Lo que en casa no sabíamos es que, Almuzara, el compañero de
estudios de mi madre, durante estos años había rebuscado en su pasado familiar
y había conseguido documentos suficientes que le acreditaban como descendiente
directo del “Moro Muza”, el último rey moro que reinó en nuestra tierra hasta
que fueron expulsados de esta península. Recordemos que el dominio musulmán
duro más de setecientos años.
Cuando nos contó todo esto, y que después de varios años de
presentar documentos y pruebas ante los juzgados, fue reconocido como
descendiente directo de aquella dinastía y ostentaba el título de “Su Alteza Real Sidi Jusef de Almuzara Beni-
Casi, de Navarro y de Español, deBelldellou, de Bardari y de Bagües. Heredero
de la Casa Real de Muza y Beni-Casi. Y
un montón de títulos más que ya no pongo pues llenaría ya todo el espacio. En
casa nos quedamos boquiabiertos y no nos pusimos a reír pues el Príncipe estaba
completamente serio.
Como que a nosotros todo esto no nos afectaba en absoluto,
si era príncipe o no, le seguimos tratando del mismo modo que había hecho mi
madre durante su juventud: como a un buen amigo y compañero de estudios a quien
apreciaba. Y debo decir que el, a pesar de todos estos titulos, hacia lo mismo
y era una persona sencilla y encantadora.
A partir de entonces vino a ver a mi madre, y a todos
nosotros, con frecuencia y de un modo habitual. Como que mi madre le apreciaba
mucho le hizo un retrato al oleo y se lo regaló, (como había hecho muchas veces
con las personas que apreciaba). El quiso que en el cuadro figurara el escudo
de su casa Real de Beni-Casi, y mi madre así lo hizo.
Y aquí empieza la segunda parte de esta historia. El
príncipe, agradecido, nombró a mi madre “Comendadora de la Orden de Beni-Casi”.
El titulo sigue en casa, y la entrega se realizó en la casa de Almuzara, en una
especie de recepción a la que asistieron otros “Comendadores”, entre los que
había algún militar y distintas personalidades de nuestro país.
Como curiosidad he de decir también que, hasta que mi madre
recibió este título, tan solo había una mujer que hubiese sido nombrada
comendadora como ella: Isabel II de Inglaterra.
Las personas que no me conocen pueden pensar que todo esto
que estoy contando es un guión de Mortadelo y Filemón, del inefable Ibáñez,
pero os aseguro que todo es rigurosamente cierto y, mientras escribo esto,
tengo ante mí el pergamino con el título.
El Príncipe Almuzara murió hace algunos años y yo ahora
tengo la duda de si este título es hereditario o no, pues en caso afirmativo es
muy distinto poner en tus tarjetas, o en Facebook, por ejemplo: Edmond F.
Ripoll – ilustrador, o poder poner, como Isabel II de Inglaterra, Edmond F.
Ripoll, “Comendador de la orden de Beni-Casi”. Como que no quiero que se me
considere un usurpador o un falso
heredero seguiré poniendo tan solo “Ilustrador”, pero eso sí, de la Orden de
Beni-Casi.
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