Volvía del trabajo, escapando del cielo gris y las gotas, bajé las escalera del subte, caminaba junto a otra tanta gente, todos enfundados en nuestros atuendos obscuros y portando nuestras caras como quién lleva una pesada carga, después de un largo día, entonces la vi, llevaba un largo saco negro, que la perdía entre el resto, pero no llevaba zapatos, solo medias, unas medias rosas que cubrían sus pequeños pies, con una sonrisa seguía el caminar de la gente, a veces parecía dar unos pasos de baile y luego imitar el paso del resto junto a una expresión burlonamente seria. Las gotas habían encontrado su camino desde la superficie a través de una grieta, formando un pequeño charco en el andén, al verlo, intenté avisarle pero ya era demasiado tarde, lo había pisado, para mi sorpresa su media nunca se mojó, ni siquiera parecía húmeda, en cambio el agua se tornó de color rosa, expandiéndose rápidamente, en un instante el andén era rosa, las paredes se habían vuelto amarillas y el tren que llegaba a la estación estaba pintado de un tirabuzón azul y verde, el suelo se había vuelto como inflable y uno rebotaba al pisarlo, todos nos olvidamos del cansancio y reímos, algunos saltaban, otros daban volteretas en el aire, cuando mi vista se fijó en una cabellera acerada de una anciana devolviéndome al andén de cemento y a la opacidad. La chica de las medias rosas, ya no estaba. Me sentía vacío, como podía haber sido un sueño, si parecía tan real, pero si hacía solo unos pocos segundos estaba saltando y riendo. Todavía consternado subí al tren y me senté, al mirarme los piés no lo podía creer, llevaba puesta medias rosas, en un momento pensé en esconderlas, pero descubrí que a mi lado una señora no sabía como bajerse lo suficiente la pollera para tapar sus medias rosas, todos en el bagón estaban intentando tapar sus medias rosas, hubo silencio, nos miramos unos a otros y estallamos en carcajadas.
Dedicado a todas las hadas que pintan de colores este grisado mundo
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