Lo destacable del momento para Cristina Fernández es que los que le desean éxito son hoy muchos más que los que necesitan su fracaso y no dejan de poner palos en la rueda. Hoy, afortunadamente, son muchos más los que viven el momento con la alegría de la normalidad democrática. Este escenario no es el Paraíso, aunque haya algunos que se relajan de manera pueril y gozan como si ya estuvieran en él, pero salvo necedad irremediable se ve con la misma claridad que se está en un país mejor.
La presidenta empieza esta nueva etapa con la oportunidad -dada por su enorme respaldo popular- de tomar decisiones y elegir colaboradores sin tener que pasar por duras negociaciones. Es dable esperar que la política haya recuperado su lugar frente a varias corporaciones acostumbradas a marcar la agenda.
Aunque suene a verdad de perogrullo, la normalidad democrática siempre hay que celebrarla, teniendo en cuenta nuestra historia de fracasos en el plano institucional, no sólo en las infaustas dictaduras. A mí francamente me tiene en vilo el momento, porque lo entiendo crítico, en tanto los próximos años definirán el próximo cuarto de siglo. Y teniendo en cuenta esto, es que echo en falta una oposición que condicione, que corra por izquierda, dando sustento a las políticas públicas, y no apostando todo a la destrucción del kirchnerismo. Algo en broma (aunque no tanto) últimamente digo que quiero dejar el apoyo crítico y pasar a la oposición, de modo que alguien critique sin la necesidad de destruir lo construido, que puede parecer poco, pero que es enorme.
El país pudo sacarse de encima la nefasta lógica neoliberal que hoy ahoga a los miembros de la Zona Euro, tiene en jaque a EE.UU. y a Japón, y genera incertezas acerca del futuro del capitalismo financiero –al que cada día más economistas e intelectuales dan por terminado-, y gracias a eso los indicadores sociales han mejorado muchísimo. Es que no sólo ha mejorado la vida de los que no tienen nada -reducción indiscutible de la indigencia y la pobreza por mucho esfuerzo de negación que se haga-, también muchos han accedido a un puesto de trabajo -la desocupación bajó del 24 al 7%-, a lo que debemos sumar que el salario real ha subido de manera sostenida, tanto que el mínimo no imponible es un tema álgido para la relación con el sector mayoritario de las corporaciones sindicales, hoy claramente más preocupado -por cuestiones numerarias- por el destino de los trabajadores formales -y bien remunerados- que por los que aún siguen siendo pobres pese a tener trabajo y los que aún no lo tienen.
Y llegado a este punto, es inevitable referirme al intento de marcar agenda de Hugo Moyano, y me viene a la mente que cuando el conflicto con las corporaciones rurales, les decíamos –sin ánimo de ofender- que formen su propio partido, y que en democracia busquen mediante el voto popular imponer sus proyectos sectoriales. Ahora lo mismo vale para Moyano, si él cree que sus posiciones sectoriales tienen más peso que el que se les da desde el gobierno o desde el FPV, me parece perfecto que arme su propio partido, y que las urnas den su veredicto, y con los diputados que le aporten los votos del pueblo, intenten imponer su visión sectorial. El paso del tiempo, y la voluntad popular, definirá el curso de la historia también en esto, donde los números -según mi humilde punto de vista- parecen darle la razón al gobierno.
Claro, esto no es una revolución, nunca nadie prometió un jardín de rosas, además no hay -hoy por hoy- otro sitio donde construir que no sea dentro del capitalismo –lo que muere, si muere, es un modelo dentro de él-, pero pese a eso, se ha revitalizado el papel del estado de manera tan visible y evidente, que hoy la mayoría de la población comparte el rol de un estado activo y determinante tanto en la economía como en la sociedad, incluyendo una gran parte de los que no votaron CFK, en momentos en que muchos en ese mundo en crisis están empezando a ver que el capitalismo será de estado, o no será.
Ya sé que falta muchísimo, que aún no se hizo nada con la extranjerización de la economía que heredamos de la segunda y más infame de las décadas, que falta encarar no sólo ley de tierras sino que una profunda reforma agraria, que hay que reformar sin más demoras el sistema impositivo para que sea más progresivo, que hace falta una ley de entidades financieras e imponer sin más demoras la renta financiera, que falta atacar con decisión y frontalmente los resabios de feudalismo, algo que combinado con la falta de control político democrático de las fuerzas de seguridad nos siguen llenando el camino de cadáveres, y una lista enorme de cosas, tan enorme o más que lo que sí se hizo. Pero hay algo que se llama correlación de fuerzas, y este gobierno como cualquier gobierno no se suicida, así que hay que trabajar en las condiciones subjetivas para modificar la correlación de fuerzas, y eso no se hace cuestionando todo, intentando destruir todo, negando al otro. Y muchas veces siento que nos niegan el derecho a existir a los que hacemos balances positivos del rumbo. Claro, los que me conocen se abstienen de faltarme el respeto, pero en debates con desconocidos es inevitable el uso de letras en función adjetiva con ánimo de despreciar. Y lo que tengo claro -porque si algo me enamora son los números estadísticos, donde sé que no está la verdad, pero que tengo clarísimo que si los números no la explican no es- es que hoy el país es mejor, entre otras cosas porque hoy sí tiene una enorme oportunidad de encarar una etapa de desarrollo económico con inclusión social.
Pero, como ya dije, Cristina Fernández no lo va a hacer tirándose al vacío; éste y cualquier otro gobierno lo primero que hace es consolidar su poder, y en lo que viene, de la movilización de la sociedad en función constructiva depende el rumbo que tome el país. Es necesario más que nunca la crítica de lo que aún falta, pero desde el ánimo de mejorar lo que está mal, no de descalificar la gestión a la que le falta, porque gobernar es tomar decisiones en cada momento, y las que se tomaron nos mejoraron. Entonces, desde este necesario sentido común, podremos empezar a romper de una buena vez la coraza de desigualdad enorme que aún nos ahoga, y nos duele en el alma.
Mucho se ha realizado, pero si queda en sólo eso, de nada habrá servido.
Escribió Alfonsina, y aunque no lo parezca no hablaba de Cristina:
Te reclaman destinos más gloriosos que el de llevar, entre los negros pozos de las ojeras, la mirada en duelo. ¡Cubre de bellas víctimas el suelo! Más daño al mundo hizo la espada fatua de algún bárbaro rey y tiene estatua.
Y derrumbado por la infamia de algunos que legítimamente nos gobiernan, me duele nombrarte, Alfonsina...