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IMAGEN DE LA RED |
UMBRAL DE MADUREZ
Entre aquella espesura de su mente pudo divisar dos sendas que se abrían paso; una de ellas serpenteaba todo el bosque, era pedregosa y empinada, la otra, llana y con ligera arenilla que el viento levantaba tímidamente como si no quisiera dañar el entorno. Desconocía el corazón de la segunda, aunque sus latidos se hacían sentir, eran agradables, plácidos, muy alejados de aquellos otros cuyo torrente impetuoso les convertía en inestables candidatos a desbocarse por cualquier acantilado con pocas posibilidades de remontar a la cima; aún así, la familiaridad de la primera no le dejaba impasible. Durante años y años tuvo que apartar muchas piedras y buscó demasiadas cimas que escalar; el ímpetu de la juventud siempre rozando el umbral de los excesos y al tiempo ensalzando los egos personales, pero entonces no buscaba terapia de tipo alguno, ¡cómo perderse tantas emociones!, era un jugoso viaje que revitalizaba, pura adrenalina imprescindible para encender el fuego diario. Pero los pasos ya no le seguían y el fuego se estaba convirtiendo en un brasero apetecible que sin quemar en exceso invitaba a calentarse en él. Tormenta y calma. La elección empezaba a tener visos de claridad. Se dio cuenta que los placeres también viven en las llanuras, que no es necesario alzar la voz para que el viento haga acto de presencia y que la brisa es más cálida, que lo cotidiano, esas pequeñas pero grandes cosas que pasan desapercibidas son las que dan sentido al trayecto; una puesta de sol, el lenguaje de la lluvia, de las flores, del silencio, una mirada, un gesto...Su equipaje estaba demasiado repleto de superficialidad, era menester descartar, organizar...
El cielo gris y encapotado y una leve llovizna proporcionaban un halo de nostalgia a aquel escenario verpertino y otoñal. Los paraguas formaban parte de la decoración callejera, pero Luis ignoró aquel complemento. No lo necesitaba. Las finas gotas de lluvia resbalaban por su piel como una caricia.
El regalo má hermoso que había llegado a sus manos era aquel libro de la vida y estaba disfrutando de su lectura como nunca lo había hecho. Era una historia llena de contenido, una historia que le pertenecía.