El ladrón de almas
Por Daniel Rubio El ladrón de almas Román entró en la habitación dispuesto a terminar con el sufrimiento que había comenzado hace un año con la pérdida de su esposa. La oscuridad del cuarto parecía querer arrancarle el alma de cuajo, pues tras esa oscuridad todavía podía oler su perfume. E incluso si cerraba los ojos, era capaz de escuchar cómo lo llamaba. Si acariciaba el aire polvoriento, notaba su piel en un breve arrebato de magia conocedora de lo imposible. Román ocultó su dolor y agonía en noches tórridas con sabor a whisky y mujeres de amor fácil. No hizo amago por encender la luz, conocía demasiado bien esa habitación y con la escasa luz que se colaba por el umbral era suficiente. Abrió el armario tanteando entre las perchas hasta que un sonido plastificado delató que había encontrado lo que buscaba. Con sumo cuidado, extendió una por una las prend...