Buscaba las calles más concurridas para, con sus manos extendidas, ir impregnándose de los olores de los viandantes: colonias infantiles de bebés rechonchos que dormían tranquilos en sus carricoches, lila y rancio de una mujer con generosas carnes que mostraba sin pudor, té verde de una preciosa chica de pelo afro con ojos infinitos, tabaco de pipa de un pretencioso y denostado caballero sindicalista, frescura melancólica del sur de bellas y tenues sonrisas, recuerdos secretos de alguien que conoció y ahora no recordaba dónde...
Intentaba atesorar todos los aromas, esa mañana iba a ser dura, tenía que ensobrar cientos de cartas en la oficina y ya se sabe que a nadie le gusta recibir una carta que no huela a nada.
— Ya estoy cansada de tanta carta de bancos y de publicidad
— Pena, ya no llegan cartas como las de antes, y los mensajes no huelen.