El año pasado más de 25.000 mujeres denunciaron ser víctimas de violencia doméstica. En los pocos días que va de año supera la veintena las mujeres maltratadas a manos de sus maridos o ex-parejas. Algunas situaciones concretas como el circo mediático protagonizado por Carmina Ordóñez o sucesos relativamente recientes como el asesinato de Gloria Sanz, la doctora de Tarragona, tienen cierta repercusión y trascendencia en los medios de comunicación. Pero desgraciadamente son cientos los casos diarios anónimos donde la mujer es asaltada en el seno de su propio hogar y por la persona que supuestamente más le quiere, con la complicidad de sus vecinos y familiares que callan por no meterse en temas de pareja o en el peor de los casos hablan para aconsejarle que aguante y que es normal que le pegue que por algo es el hombre.
Todo esto, teniendo de testigo o víctima a los hijos que en un futuro seguirán la cadena convirtiéndose en maltratadores o maltratadas ya que lo asumen la violencia como algo normal. Y es que es precisamente en esa ³normalidad² donde radica el problema para eliminar el maltrato doméstico, porque situaciones y hechos que serían inadmisibles desde cualquier punto de vista (excepto el egoísta) como la utilización sistemática de la violencia por la parte más fuerte sobre la más débil son o bien relegados al ámbito privado («eso son cosas de los dos...») o Œnormalizados¹ en el tiempo («siempre ha ocurrido pero es que ahora se denuncian...») o marginados («eso pasa entre los sectores sociales más desfavorecidos...»).
Mientras todo esto sucede nuestra sociedad política se niega a sacar adelante una ley integral contra la violencia de género y se limita a lanzar cada cierto tiempo unos planes que han demostrado su ineficacia ya que si bien es cierto que el número de denuncias se incrementa también lo hace el número de víctimas y simultáneamente se reduce el número de recursos destinados a la lucha contra los malos tratos. Quedándose cualquier iniciativa en mera anécdota. Y es que de nada sirve que las ³progres² de turno, encabezadas por Ana Rosa Quintana, autoproclamada portavoz de la mujer española (con negro incluido) salgan con ³ideales de la muerte² en los anuncios publicitarios dando consejos a las mujeres que sufren en silencio, como si de un anuncio contra las hemorroides se tratara. Como de nada sirve que las organizaciones de mujeres (salvo honrosas excepciones) hayan cambiado su caduco discurso feminista anti-hombre por una lucha demagógica pero nada efectiva contra los malos tratos.
Afirmo con rotundidad lo de ineficaces porque aunque ni los gobernantes ni las asociaciones de víctimas logran ponerse de acuerdo a la hora del Œrecuento¹, lo cierto es que las cifras de mujeres asesinadas a manos de sus antiguas parejas sigue aumentandoŠ pero todo parece normal ¿Cómo es posible? ¿Qué pasaría si asesinaran a más de setenta políticos o Œpeor¹, a más de diez futbolistas?
En una sociedad tan moderna y progresista donde se considera que la mujer no es discriminada ni controlada ni sometida porque estamos «en un país libre» y porque «todo el mundo siempre es libre de decidir lo que quiere», y por tanto, ella misma es quien ha decidido voluntariamente mantener las situaciones en las que vive, el problema de las agresiones sistemáticas a la mujer ha sido continuamente ocultado o despreciado. Esta sociedad gusta mucho de hablar de tolerancia cero frente a la violencia, pero esta misma sociedad casi siempre admite pretextos al violento.
Decimos formalmente que la víctima necesita protección pero no buscamos en realidad la agilidad necesaria para proporcionársela. Se dice que el encarcelamiento no es la solución para el agresor (es muy progresista y humanitario decir eso) pero privamos a la víctima de su libertad y la recluimos en las casas de acogida. Compadecemos a la víctima pero nos preguntamos que habrá hecho para provocar a su marido o pareja de esa manera. Reconocemos que es un problema serio, pero minimizamos y casi justificamos la agresión
Hablamos mucho de libertad, cuando sin fortaleza y sin seguridad no es posible libertad alguna. Y la dignidad y la autoestima de la persona son la base de la fuerza
moral de cualquier ser humano.
Y así podríamos seguir con una lista interminable de contrasentidos. Contrasentidos adrede, porqué el único fin que tienen es perpetuar este sistema y buscar justificaciones para no alterar la «paz social». Yo que estoy convencido de que la persona es portadora de valores y que nadie puede atentar contra la Libertad, La Dignidad y la Integridad de ellas y por lo tanto debemos de ser capaces de asumir el reto de avanzar hacia la complementariedad entre hombres y mujeres, partiendo de la Diferencia.
Aceptando el compromiso de hacer todo lo que este en nuestras manos para sustituir la relación de subordinación por la de complementariedad y esto solo lo conseguiremos si somos capaces de entender y hacer ver a la MUJER como un ser libre, complejo, completo capaz de tomar sus propias decisiones.
Gregorio Andión.