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miércoles, 14 de septiembre de 2011

La España Negra y salvaje




Tordesillas es una población castellana de 9.000 habitantes que con motivo de la ¿fiesta? del Toro de la Vega acoge hasta 50.000 desalmados que al parecer alcanzan el éxtasis torturando a lanzadas hasta la muerte a una pobre bestia, en un espectáculo cuya sola existencia obliga a interrogarse sobre la condición humana.

Siguiendo la bárbara costumbre reimplantada hace unos años, ayer se alanceó en un campo cercano a Tordesillas un toro de 600 kilos. El espectáculo reunió a 300 tipos a caballo y a decenas de miles de asistentes, la mayoría jóvenes, que a pie y provistos de largas lanzas persiguen y acosan al toro en terreno abierto, dándole lanzadas hasta que el animal muere.

Tordesillas tiene alcalde socialista, y el Gobierno autónomo de Castilla y León es del PP. Para el caso da igual, ya que unos y otros no solo permiten esta bestialidad sino que la defienden como "espectáculo tradicional" que además goza de la condición de "Fiesta de Interés Turístico Nacional" (sic).  Incluso en un país en el que la brutalidad con los animales forma parte al parecer del modo de vivir la fiesta popular -desde las corridas de toros "profesionales" celebradas en plazas cerradas, a los "correbous" sueltos por las calles a disposición de las turbas alcoholizadas-, el Toro de la Vega marca un hito de brutalidad que francamente resulta difícil de superar, y que nos hace avergonzarnos no ya de ser ciudadanos españoles sino incluso de compartir especie con las alimañas torturadoras del morlaco.

Para psiquiatras y antropólogos queda la interpretación de este ritual depravado que hasta hace pocos años culminaba con la castración del animal agonizante, una alusión sexual nada disimulada al poderío macho de los participantes en la fiesta, que al parecer se incrementa al menos simbólicamente privando de sus atributos a un animal totémico como es el toro. Todo muy etnográfico y desde luego muy bestia, como puede verse. Hay que decir que ahora se limitan a cortarle el rabo al toro una vez muerto, rabo que el lanceador que logra matarle cuelga de la larga vara (otro símbolo fálico donde los haya) con la que le ha dado muerte. Según El País de hoy, el joven que este año logró la hazaña declaró "sentirse como Cristiano Ronaldo", que al parecer debe ser lo más de lo más a que se puede aspirar en esta vida. "Eres como Dios", explicó el mozo, redundando en sus sensaciones. El orgasmo, ya ven.

 Esta es en definitiva la España Negra y salvaje de siempre, la que encuentra placer estético en la tortura y la muerte ajenas. Como ya no está bien visto alancear judíos, moros, protestantes, rojos o mujeres, hay que conformarse con clavarle lanzadas a un toro durante media hora y luego cortarle algo que demuestre que somos más fuertes y más machos que él. A mí la verdad, me cuesta reconocerles la condición humana a los defensores de semejante espectáculo, aunque desde luego lo que no pienso es llamarles animales ya que eso sería un insulto inmerecido por los animales, seres vivos que jamás nos harían daño de modo tan gratuito.

En la fotografía que ilustra el post puede verse el momento en que el llamado Toro de la Vega fue alanceado ayer hasta la muerte por uno de sus perseguidores.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Toros, correbous y un puñado de hipócritas redomados


El Parlament de Catalunya ha acordado blindar los correbous catalanes. La ley se ha aprobado a impulso de los mismos partidos que hace nada consiguieron que se prohibieran las corridas de toros en esta comunidad.

Se trata de un gesto tan redomadamente hipócrita de los nacionalistas catalanes -uno más, aunque especialmente descarado-, que pone de relieve en toda su crudeza el nivel miserable que ha alcanzado la política local de este paisito que aspira -dicen- a ser como Holanda y Dinamarca, mientras sus amos y señores se comportan como reyezuelos mandingas o caciques del sur de España.

Falsos como un euro de madera, los nacionalistas con barretina calada hasta las cejas fingen indignarse con las corridas de toros al tiempo que afirman, como hizo un diputado nacionalista en frase que recogía ayer la viñeta de Forges, que en los correbous "los toros no sufren porque están acostumbrados", y que "van de encierro en encierro como un trabajo cualquiera".

Pienso que a su señoría nunca han debido atarle tizones encendidos a los cuernos para luego obligarle a correr entre miles de energúmenos vociferantes, borrachos los más y armados la mayoría con palos o cualquier otra cosa que pueda dañar o asustar. Si así hubiera sido, quizá al acabar el primer encierro su señoría habría suplicado que le clavaran el estoque de un torero, antes de volver a ser lanzado por las calles de otra población catalana de esas que tanto aman sus "tradiciones culturales".

Y es que ya lo decía Quico Pi de la Serra en una de sus canciones de los años setenta:

"Si els fills de puta volessin
no veuriem mai el sol"

(si los hijos de puta volaran
no veríamos nunca el sol).

martes, 3 de agosto de 2010

Los toros en Catalunya



En todos estos días que estuve de viaje a miles de kilómetros de España, La única referencia relacionada con este país que hallé en un medio de comunicación fue una noticia de la BBC en la que de un modo confuso y con mucha mala leche hispanofóbica (tan british ella, por otra parte) se informaba acerca de la polémica prohibición de las corridas de toros en Catalunya.

Vaya por delante mi repugnancia por eso que llaman el "espectáculo taurino" o "Fiesta nacional". A mí que me borren de una nación capaz de sentir orgullo por matar animales indefensos mediante tortura, y que además permite cobrar entrada por presenciar la carnicería. No me sirven las justificaciones estéticas (Jack el Destripador podría facilitarnos unas cuantas relacionadas con las artes cisorias), ni las apelaciones a ancestrales tradiciones y hondos sentires; dicen los antropólogos que más tradicional que el canibalismo no hay nada, y como saben nuestros meapilas locales la esclavitud está alabada ya en los primeros libros de la Biblia, así que todo eso no son más que pamplinas. Las corridas de toros son un espectáculo infame, sobre todo desde el momento en que se convirtieron en un ritual vacío de sentido y pasaron a ser un puro espectáculo de masas. Porque ciertamente hubo un tiempo en el que las corridas o lo que fueran entonces tuvieron un sentido de carácter religioso ligado a cultos solares que están en el origen mismo de la civilización mediterránea, como reflejan los frescos cretenses del palacio de Knossos, construido 2.000 años antes de nuestra era.

Desaparecidas esas creencias, en la Península Ibérica sobrevivió como digo la forma ritual de ese culto pero despojado de todo sentido. El juego de vida y muerte con el toro pasó a ser un puro divertimento, al modo en que durante siglos era costumbre en Europa acudir a las ejecuciones públicas en familia y llevando la merienda. Ciertamente a nadie se le ocurrió cobrar entrada por presenciar la ejecución de Louis XVI, pero de haberlo hecho se hubiera convertido en la envidia de cualquier empresario taurino dada la cantidad de gente que acudió y la fiesta que se organizó al pie del cadalso. Y es que mirar a la muerte de cerca cuando el ajusticiado es otro constituye una de las experiencias más fascinantes para el ser humano desde el alba de los tiempos: ante el espectáculo de la muerte ajena uno se siente inmortal, y tal vez sea esa la esencia última de acontecimientos como las corridas de toros, las luchas de gladiadores y otros similares, que entrañan riesgo para la vida de los actuantes pero no para los espectadores.

La batalla contra las corridas de toros es antigua y en Catalunya tiene cierto pedigree, en la medida en que la moral y la estética burguesas triunfantes a finales del siglo XIX dictaminaron que las corridas de toros eran un espectáculo propio del populacho. Y es que el "pueblo bajo" barcelonés sentía tal pasión por los toros, que en varias ocasiones una mala tarde taurina ocasionó "bullangues" (motines callejeros) al acabar la corrida, y a menudo se quemaban iglesias como modo de descargar la cólera popular. Cuando la burguesía catalana pretendió ser "fina" dejó de acudir a las plazas de toros y construyó su propio escenario, el teatro del Liceu, al que acudía a exhibirse en sociedad y a dormir la siesta. Los toros tuvieron cada vez peor prensa, y los círculos catalanistas pronto los asociaron a los gustos de las oleadas de inmigrantes sureños (murcianos y andaluces) que en las primeras décadas del siglo XX llegaron como una marea que inundó el cinturón industrial de Barcelona. Luego de la guerra de España los toros fueron de nuevo un espectáculo "fino", pero sólo para la parte de la burguesía que colaboró con el Régimen y para aquellos sectores de las clases populares que pretendían reivindicar sus orígenes culturales. Con el tiempo las corridas de toros en Catalunya decayeron, al punto de que desde hace años sólo acuden a la única plaza barcelonesa que queda activa los turistas llevados en grupo por las agencias de viaje y apenas algunos nostálgicos entrados en años y de mentalidad muy fosilizada. El espectáculo taurino en Catalunya está muerto desde finales de los años setenta.

El revuelo actual es evidentemente político. Algunos partidos que alardean de catalanistas pretenden mediante él marcar distancias con la "cultura española", a la que caracterizan como primaria, salvaje y no respetuosa con la vida. Desde la pura hipocresía fingen olvidar que los toros no fueron importados a Catalunya sino que tuvieron aquí un arraigo antiguo como dije antes, y sobre todo pretenden que olvidemos los "correbous" y otros espectáculos crueles de la misma calaña que se vienen celebrando en innumerables poblaciones de la Catalunya profunda, y a los que esos mismos políticos promotores de la prohibición antitaurina han preservado mediante ley. Así de mezquinos y pequeñitos son nuestros nacionalistas catalanes.

No menos asco da el cinismo de la derecha española y de otros patrioteros supuestamente de izquierdas, que entran al trapo con todo y reivindican las corridas de toros como una de sus señas de identidad esenciales. Enarbolan con altivez y sin vergüenza alguna la defensa de lo taurino desde esa "España de charanga y pandereta, que huele a cerrado y sacristía" de la que abominaba don Antonio Machado, y proclaman Cruzada de salvación de las corridas ligando su pervivencia nada menos que a la continuidad de "su" España. Como ven, unos y otros se retroalimentan y buscan el enfrentamiento a cabezazos. Y es que gracias a él se aprietan las filas de sus respectivos seguidores, y de paso el personal se distrae de problemas mucho más reales y punzantes para los que todos ellos carecen de otra alternativa que no sea mantener el status quo del sistema.

Como decía antes las corridas de toros en Catalunya están muertas desde hace tiempo. Prohibirlas en lugar de dejarlas morir per se sólo contribuirá a dotarlas de un protagonismo social del que carecen y sobre todo, a facilitar su uso instrumental político, que en definitiva es lo que buscan unos y otros con esta estúpida polémica.

En la imagen, un fresco del palacio de Knossos. Dos mil años antes del inicio de nuestra era, unos jóvenes practican con un toro una suerte muy parecida a la que actualmente hacen los forcados portugueses.

lunes, 9 de marzo de 2009

Matar no es crear cultura


La concesión de la medalla de Bellas Artes a un torero "mediático" ha abierto una guerra en el gremio de los matadores de toros, por mor de que algunos de los más afamados entre ellos entienden que el recién premiado carece de méritos en su "arte". El galardonado es al parecer asiduo de los programas rosas, y esa adscripción al famoseo la interpretan los puristas del asunto como una desvirtuación de la llamada "cultura taurina".

A mí lo que me ha desconcertado de entrada, es que el Consejo de Ministros del Reino de España pierda el tiempo otorgando medallas de Bellas Artes. Y ello porque sospecho que los conocimientos en materia cultural en general y de Bellas Artes en particular de más de un ministro o ministra, resultan no ya manifiestamente mejorables sino simplemente inexistentes. Pero es que aun en el caso de que algún día el elenco ministerial español estuviese integrado por personas de nivel cultural irreprochable, me seguiría pareciendo extraño que sus componentes ocuparan parte de sus deliberaciones en valorar méritos de candidatos a premios relacionados con la cultura, proceloso mundo en el que como es sabido las opiniones van por barrios, casi cada cual tiene la suya y sobran los expertos y gurús.

Pero en fin, más allá de esas dos consideraciones lo que me tiene al borde del pasmo es que el Gobierno de España premie, como si realmente fuera una "Bella Arte" (!), la tortura y masacre de una pobre bestia acorralada, finiquitada ante los ojos de un público capaz de pagar una entrada por presenciar un espectáculo así.

En el cruce de acusaciones entre los bandos taurinos en litigio por este asunto se están usando palabras supuestamente mayores del tipo -cito textualmente- "el concepto de arte del toreo está degenerando" (¡y tanto que degenera!), mientras se manejan términos como "técnica", "estética", "valor" y otras majaderías taurófilas por el estilo. Claro que también se habla de cosas bastante más reales y prosaicas, como publicidad y contratos; no cuesta mucho adivinar al fondo de todo la palabra "dinero".

A mí toda esta polémica me da vergüenza ajena y también un poco propia, en la medida de que contribuye a que sigamos cargando con todo merecimiento el sambenito de ser el país más salvaje de Europa.