Tratar de escapar de la realidad y de sus duras verdades no es un fenómeno nuevo en absoluto, es tan antiguo como la sociedad misma; pero nadie escapó de la gris vida cotidiana de una manera más imaginativa que los victorianos.
El arte de las hadas en la era victoriana se desarrolló directamente como resultado de todo lo que estaba ocurriendo en ese momento; la industrialización, el trabajo infantil, las malas condiciones de vida, la pobreza... el clima de restricciones era demasiado como para que cualquier individuo normal lo procesara. Jeremy Mass, el autor del libro Victorian Fairy Painting reconoció que el género era más reaccionario que revolucionario. "...El nacimiento del psicoanálisis; la repulsión latente contra la exactitud de la nueva invención de la fotografía..." demasiada claridad paralizaba la imaginación. Era abrumador y así nacieron los sueños, el láudano, las leyendas y las escenas de hadas victorianas.
Mientras que escritores como Charles Dickens optaron por escribir sobre las condiciones horribles, los ladrones, los huérfanos y los pobres, otros artistas optaron por sumergir sus plumas y pinceles en el color de las hadas y de duendes un poquitín grotescos y a ver a dónde los podía llevar este nuevo género.
John Anster Fitzgerald, -no ajeno a los fumaderos de opio-, fue uno de esos artistas que proporcionó un escape a través de sus pinturas de criaturas diminutas de aspecto extraño; pájaros, murciélagos, hadas y flores.
Sus amigos lo llamaban "Fairy Fitzgerald" porque pintaba el mundo feérico de manera obsesiva.
Dichos lienzos parecen muy inocentes e infantiles a primera vista, pero muchas de sus pinturas son oscuras y contienen imágenes de demonios; su trabajo ha sido comparado con los paisajes de pesadilla surrealistas de Hieronymus Bosch y Pieter Brueghel. Un reino creepy.