Dedicado a mi Nona, a mi entrañable amigo Rorro, a mi Nico que tanto amo, a la Momi, con los que nuestras diferencias políticas, a pesar de ser tantas, nos han unido más que separado. A mi vieja por siempre decirnos que tenemos que respetar a todo el mundo. En especial a mi Meme que una vez me dijo que “prefiero a un comunista que a un demócrata cristiano”.
Nací en agosto de 1987, por lo que poco y nada sé de como fue vivir en dictadura (mucho he sabido), ya que mis primeros recuerdos remontan al año 1991, cuando la democracia ya había sido recuperada. Crecí con plena libertad para hablar en el comedor de mi casa de lo que yo quisiera, incluso política y religión, nunca fui vetada, me inculcaron la idea de participar de las decisiones que se iban tomando en mi alrededor, incluso con apenas 12 años, fui una ferviente partidaria del entonces candidato a la presidencia Ricardo Lagos, donde también viví en carne propia de la intolerancia de partidarias del entonces contrincante de Lagos una noche de diciembre, cuando con mi madre fuimos amenazadas con palos y mucho entusiasmo en Plaza Italia por cargar una banderita de nuestro candidato.
El recién pasado domingo 17 de enero, Chile eligió a su próximo presidente, Sebastián Piñera, quien nos gobernará los próximos cuatro años, junto a toda su coalición y un prometedor gobierno de unidad nacional. Para quienes no saben, durante los últimos 20 gobernó la Concertación, una coalición correspondiente a la “centro-izquierda” chilena, mientras el recién elegido presidente pertenece a la Coalición por el cambio, correspondiente a la “centro-derecha” chilena. Aunque me da un poquito de miedo (no lo voy a negar), creo que el domingo recibí una clase magistral de democracia. Durante toda mi vida he recibido una educación de “izquierda”, en la que los valores de la tolerancia, la libertad y el progresismo han sido instaurados en mi modo de vida, pero con los años he conocido a personas provenientes de todos los sectores políticos, que llevan como estandartes de lucha los mismos valores, o al menos muy parecidos, por lo que he sido capaz de tener amigos provenientes de la derecha más extrema, así como también de la izquierda más extrema, otros bien de centro, otros medios apolíticos, otros con una vocación más social y menos partidista, otros con más utopías e ideologías, otro más economistas, pero sin embargo, todos con valores y energías completamente rescatables, con cosas para entregar, muchos de ellos con opiniones bien fundadas, algunos más conservadores, otro muy liberales.
Con los años, he aprendido lo que es la tolerancia, lo que es ser progresista, lo que es la libertad. Porque tolerar, no es solo respetar lo que nosotros creemos como bueno o quienes se parecen a nosotros, o quienes a nosotros creemos que debemos respeto. Ser progresista no es tener una polera del Che, ni tampoco poner un busto de Pinochet en una celebración democrática, sino que es mirar al futuro, creer en lo que nosotros ahora y mañana podemos hacer, no lo que otras generaciones hicieron en el pasado (una cosa es tener memoria, otra cosa es creer que solo el pasado importa). La libertad se respeta, y se deja de respetar cuando los conservadores imponen a sus Dioses y sus propios valores a toda la población, la libertad no existe cuando se tilda de “facho” o “resentido” a alguien por la forma en la que piensa, eso no es libertad, eso es ignorancia.
Debo reconocerlo, me he sentido atacada y he atacado, pero con los años me he puesto en todos los escenarios posibles de mi vida, y el día de mañana, cuando tenga a mis hijos, les quiero enseñar que en todos lados existe el Sol, pero también las sombras, que ningún sector político es dueño de la verdad absoluta, que es válido protestar por lo que uno cree, pero que es incorrecto imponer a todos lo mismo, cuando no todos han tenido la misma realidad, que la democracia significa que en la medida de nuestro progresismo, nuestros avances democráticos y cívicos, todos pueden llegar al poder, y sea quien sea que esté allí, de manera democrática porsupuesto, se merece la oportunidad de demostrar que es alguien capaz de hacer las cosas bien.
Me gusta la idea de saber que he estado sentada en la misma mesa con tantas personas distintas, de extremos políticos, de distintas religiones, de distintas realidades, y felizmente, hemos pasado una grata velada, hemos reído, hemos soñado, hemos pensado que entre todos, con todas nuestras diferencias, pero también con todos los puntos en común que nos unen y fortalecen, podemos dar lo mejor de nosotros.