Sofá para largo
Deberíamos tener mucho cuidado, cuando ejecutamos algunos actos de apariencia insignificante. Muchas de nuestras decisiones cotidianas tienen un eco definitivo en nuestra vida. Parecen naderías, y, sin embargo, escriben la historia que nos aguarda. Por ejemplo, la elección de un sofá.
El sofá es un artilugio biográfico que se asocia de manera definitiva a nuestro destino. Porque, ¿cuántos sofás caben en una vida? ¿Cuántos sofás nos es dado comprar a lo largo de nuestra existencia? ¿Tres, cuatro? Un par. Tal vez uno tan solo. Pero no muchos más, a no ser que nos sobre el dinero, y que nos sobre específicamente para comprar sofás.
El sofá es un mueble de naturaleza narrativa, sin duda. Cuenta el cuento de nuestra vida y de quienes nos rodean. El sofá de recibir a los amigos y tomar copas en casa, como celebración suprema de la alegría. El sofá de las mil y una siestas: ese ejercicio místico que nos permite reposar el yo, y deshacernos de nosotros mismos, durante un rato. El sofá de cuando nuestra mujer nos manda a dormir en el sofá, por haber sido malos, o, al menos, por creer ella que hemos sido malos. El sofá urgente que prestamos a algún amigo para que resuelva urgencias corporales clandestinas. El sofá que nuestros hijos han pateado, vomitado, miccionado, arañado, y que guarda memoria de todos y cada uno de sus juegos felices. El sofá de las noches en vela, sintiendo en nuestro insomnio el mundo hostil al acecho. El sofá: nuestro sofá.
Con su aparatosa presencia en el espacio de la sala de estar, del comedor, nos dice que es el secreto testigo de nuestra vida secreta, la que sucede de puertas para adentro de nuestra casa. Si el sofá hablara -si hablara un poco más de lo que habla, quiero decir-, diría nuestra intimidad. Antes de cambiarlo, antes de comprar un sofá nuevo, conviene pensárselo dos veces. Permitir la entrada en nuestra vida a un nuevo sofá es un acto capital, como marcharse a vivir a otro país, o casarse de nuevo. No puede hacerse con ligereza, con impunidad. Nos va la vida en ello: la novela de nuestra vida.
Si alguien quisiera saber quién soy, quién he sido, lo mandaría a hablar con ciertos sofás. El de casa de mis padres, de aspereza azul, donde me tumbaba a leer y a ver aquellos fantásticos programones televisivos del tardofranquismo: La clave, A fondo, Encuentros con las letras. El sofá plegable de los veranos en mi casa de Serra, que se descomponía como un mecano demencial. Tendríais que hablar el idioma sofatí, que no es sencillo, una suerte de papiamento endiablado, pero os contarían los sofás todo lo habido y por haber.
Así que nunca descuidéis el acto de elegir sofá, porque va para largo.
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