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80 pages, Paperback
First published September 1, 1942
People and events don't disappoint us, our models of reality do. It is my model of reality that determines my happiness or disappointments.
All my life I have been passionately interested in monomaniacs of any kind, people carried away by a single idea. The more one limits oneself, the closer one is to the infinite; these people, as unworldly as they seem, burrow like termites into their own particular material to construct, in miniature, a strange and utterly individual image of the world.
“Saludo a todos mis amigos. Que se les permita ver la aurora de esta larga noche. Yo, demasiado impaciente, me voy antes.” (Frase final de la nota de suicidio de Stefan Zweig, un año después de escribir esta novela)La novela es, entre otras cosas, la historia de una partida de ajedrez, y, como en el juego, Zweig estructura su relato colocando las piezas en el tablero con parsimonia, moviéndolas con rapidez en la apertura y con más detenimiento en el juego medio hasta llegar al vértigo de las jugadas finales, en este caso, de la partida final. Una partida que se hace difícil no identificar con el conflicto bélico de la segunda guerra mundial. Una máquina de mente fría y calculadora, despiadada, asentada en una seguridad inquebrantable, lenta y devastadora, contra la pasión, la libertad, la creatividad, la duda. Y quizás no sea otra cosa esta nueva delicia que nos regaló el autor austriaco en sus postreros años, si además tenemos en cuenta su profundo pesimismo que le llevó a quitarse la vida. Pero, como toda gran novela, no es lo único que atesora.
“…limitado a un espacio rígidamente geométrico y a un tiempo ilimitado en sus combinaciones; en perpetuo desarrollo y sin embargo estéril: un pensamiento que no lleva a nada, una matemática que nada calcula, un arte sin obras, una arquitectura sin sustancia, y aun así más manifiestamente perenne en su esencia y existencia que todos los libros y obras de arte…”En ese juego medio al que antes aludía salen a relucir otras cosas, además de la intrigante especialización cerebral del zafio e inculto genio del ajedrez, falto de otra habilidad más allá del tablero de 64 escaques, o esa, para mí siempre un poco irritante, posibilidad de los niños prodigios, de esos seres nacidos con predisposiciones desconcertantes, son más que interesante todos los demás aspectos que la novela sugiere acerca de nuestra actividad mental: las obsesiones, como esta del juego del ajedrez, capaz de estrechar toda la potencialidad de una mente brillante al movimiento de 32 figuritas de madera sobre un pequeño tablero, no siendo, efectivamente, más que un juego carente de una utilidad práctica que no sea el de engrandecer el ego de la mente capaz de someter a su contrincante que, dado que el azar no interviene en ninguna de sus formas, ve como todo su ser, implicado absolutamente en el envite, cae derrotado.