Ludwing Von Mises
Publicaciones del Instituto Tecnol�gico de M�xico de la Asociaci�n Mexicana de Cultura, M�xico, s/a. Con omisiones.
1. La tendencia actual hacia una regimentaci�n integral
Nadie puede negar y nadie niega que la tendencia de la pol�tica social y econ�mica conduce a la regimentaci�n completa de todos los aspectos de la vida y de los actos del individuo. Podemos hacer caso omiso de Rusia y de los dem�s pueblos de Europa Oriental y Suroriental, recurriendo a la torpe excusa de que esas naciones no contribuyeron al desarrollo de la civilizaci�n occidental y de que se hab�an limitado a importar algunos de sus aditamentos externos, pero sin comprender el esp�ritu que la inspira. �Pero qu� diremos de los dem�s pa�ses europeos?. �Qu� decir de la Gran Breta�a que en un tiempo fue el hogar cl�sico del libre cambio y de la libertad pol�tica? Algunas personas observan por v�a de disculpa que la adopci�n del socialismo resulta explicable como medio de borrar los destrozos causados por la Guerra. La empresa libre, dice, es un sistema que tiene �xito �nicamente donde hay riqueza. Una naci�n pobre tiene que ensayar el socialismo. Quienes hablan de esta guisa confirman impl�citamente el dogma b�sico del socialismo, a saber, que es un sistema m�s eficiente que el capitalismo. Pasan en silencio el hecho de que los pa�ses capitalistas no recurrieron al capitalismo una vez que se hicieron ricos, sino que su riqueza fue resultado de varias generaciones de una actividad econ�mica que puede calificarse como libre, hablando en t�rminos generales. El programa socialista fue formulado y propagado sin hacerlo depender de la guerra o la paz. Marx y Engels consideraban que el enorme aumento de riqueza que hab�a producido el capitalismo, constitu�a el principal requisito previo para la realizaci�n del socialismo. Ninguno de los partidos comunistas o socialistas contempor�neos estima que el socialismo sea simplemente un expediente provisional destinado a remediar lo da�os causados por la Guerra. Hasta ahora, las consecuencias econ�micas del socialismo han sido ciertamente muy poco satisfactorias. Los pa�ses socialistas solicitan ayuda financiera de la �nica gran naci�n que no ha adoptado una pol�tica declarada de socializaci�n y nacionalizaci�n de la producci�n, el comercio y la distribuci�n. El ingl�s particular ha perdido la libertad de elegir su ocupaci�n, su lugar de habitaci�n, sus alimentos y sus vestido. Ha dejado de ser libre para viajar en el exterior y para leer los libros extranjeros que prefiera. Est� adscrito a la gleba como los siervos medioevales. Y todo lo que obtiene en cambio de las libertades perdidas es la promesa de que dentro de unos cuantos cientos de a�os, cuando se haya alcanzado �la fase superior de la sociedad comunista� que Marx predijo en 1875 en su carta al camarada Bracke, entonces habr� abundancia.
Los votantes brit�nicos parecen aceptar la esperanza. Pero en los Estados Unidos m�s y m�s personas comienzan a preocuparse. Empiezan a comprender que la libertad es indivisible y que un individuo se convierte en un verdadero esclavo si est� obligado a aceptar cualquier trabajo que las autoridades le se�alen y a gastar el dinero que gane conforme a las �rdenes de sus superiores. En el Continente Americano todav�a hay hombres dispuestos a resistir a los planificadores.
2. Car�cter ideol�gico del conflicto entre la libertad y la regimentaci�n
La lucha entre los dos sistemas de organizaci�n social, el de libertad y el de totalitarismo, se decidir� en las urnas electorales de las naciones democr�ticas. Tal y como est�n las cosas en la actualidad, el resultado en los Estados Unidos, determinar� igualmente el resultado por lo que se refiere a todos los dem�s pueblos. Mientras este pa�s no se convierta al socialismo, las victorias socialistas en otras partes del mundo son de importancia secundaria.
Algunas gentes, entre ellas varias de inteligencia muy aguda, esperan un alzamiento revolucionario de los comunistas o una guerra con Rusia y sus sat�lites, o una combinaci�n de ambas cosas.
Sea de ello lo que fuere, es obvio que el resultado final depende de factores ideol�gicos. Los campeones de la libertad solamente pueden triunfar si cuentan con el apoyo de un cuerpo de ciudadanos adheridos �ntegra e incondicionalmente a los ideales de la libertad. Ser�n derrotados si en su propio campo quienes modelan la opini�n p�blica se hallan infectados de simpat�as para el programa totalitario. Los hombres luchan hasta la muerte por defender sus convicciones. Pero nadie est� dispuesto a consagrarse seriamente a una causa que a su manera de ver �nicamente tiene raz�n en un 50%. No se puede confiar en quienes dicen: �No soy comunista , pero...�.
�En Rusia, en 1917, los bolcheviques contaban �nicamente con unos cuantos miles de hombres. Desde el punto de vista aritm�tico, sus fuerzas eran �nfimas. A pesar de ello pudieron apropiarse del poder y someter a toda la naci�n porque no encontraron oposici�n ideol�gica alguna. No hab�a en el vasto imperio de los azares ning�n grupo ni partido que fuera partidario de la libertad econ�mica. No exist�an autores ni profesores, libros, revistas ni diarios que declaraban que la ausencia de regimentaci�n burocr�tica era el �nico medio de hacer al pueblo ruso tan pr�spero como fuera posible.
Todo el mundo conviene en que el peligro
comunista es muy grande en Francia e Italia, a pesar de lo cual es un hecho que
las mayor�as son hostiles al comunismo en ambos pa�ses. Pero la resistencia de
esas mayor�as es d�bil, por cuanto han adoptado
partes esenciales de la cr�tica del sistema capitalista que hace Marx y del
programa socialista. Gracias a esta penetraci�n ideol�gica de sus adversarios,
las perspectivas de los comunistas son mucho mejores de lo que justificar�a el
n�mero de los miembros del partido.
3. El problema filos�fico imbibito en el conflicto
Quienes manejan un negocio, ejercitan una profesi�n, se dedican a la pol�tica o editan y escriben peri�dicos y revistas, se hallan tan absorbidos por los variados problemas con que tienen necesidad de enfrentarse, que omiten fijar su atenci�n en los grandes conflictos ideol�gicos de nuestro tiempo. Las urgentes tareas de la vida rutinaria de todos los d�as les imponen una enorme cantidad de trabajos apremiantes, que no les dejan tiempo para hacer un examen a fondo de los principios y doctrinas que entran en juego. Confundido por la gran masa de detalles y trivialidades, el hombre pr�ctico atiende �nicamente a las consecuencias inmediatas de los extremos entre los cuales tienen que optar de momento y no se inquieta por las consecuencias que puedan tener a la larga. Es v�ctima de la ilusi�n de que semejante actitud es la �nica digna de un ciudadano ocupado que contribuye constructivamente al progreso y el bienestar, y de que preocuparse por las cuestiones fundamentales constituye un pasatiempo que se queda para los autores y lectores de libros y revistas pretenciosos e in�tiles. En los democr�ticos Estados Unidos, los hombres m�s distinguidos en los negocios, las profesiones y la pol�tica, guardan para las �teor�as� y �abstracciones� el mismo desprecio de que Napole�n Bonaparte hizo gala al ridiculizar y denostar a los �ide�logos�.
El desd�n por las teor�as y la filosof�a se debe principalmente a la equivocada creencia de que los hechos hablan por s� mismos y de que ellos bastan para refutar las interpretaciones err�neas. Ning�n da�o serio pueden causar los �ismos� falsos, por vitri�licos e insidiosos que sean. La realidad es m�s poderosa que las f�bulas y los mitos; la verdad hace autom�ticamente que la mentira se desvanezca. No hay motivo para alarmarse por la propaganda que desarrollan los ap�stoles de la mendacidad.
Sale sobrando emprender una investigaci�n de los problemas epistemol�gicos que suscita esta opini�n tan difundida y bastar� con citar algunas l�neas de John Stuart Mill. El hombre, dice Mill, �es capaz de rectificar sus errores, mediante la discusi�n y la experiencia, mas no a trav�s de �sta sola. Es preciso que haya discusi�n, para mostrar como ha de interpretarse la experiencia. Las opiniones y pr�cticas equivocadas sucumben gradualmente ante los hechos y las razones, pero para que �stos produzcan alg�n efecto sobre el entendimiento se necesita que se le presenten. Son poqu�simos los hechos susceptibles de comprenderse por s� solos, sin la ayuda de comentarios que saquen a luz su significado�
Aqu�llos que creen que el simple relato de las haza�as del individualismo econ�mico en los Estados Unidos es suficiente para proteger a la juventud de ese pa�s en contra de que se les adoctrine con las ideas de Karl Marx, Thorstein, Veblen, John Dewey, Bertrand Russell y Harold Laski, se encuentran seriamente equivocados. No logran discernir el papel que el polilogismo marxista desempe�a en el modo de pensar que prevalece en la actualidad.
Conforme a esta doctrina, las ideas de un hombre reflejan necesariamente su posici�n dentro de las clases sociales y no son m�s que un disfraz de los intereses ego�stas de la clase a que pertenece, irreconciliablemente opuesto a los intereses de todas la dem�s clases de la sociedad. Como las �fuerzas materiales productoras� que determinan el curso de la historia humana, han escogido al proletariado a fin de que acabe con todos los antagonismos de clase y de que traiga la salvaci�n eterna a toda la humanidad, los intereses de los proletarios, que ya en la actualidad constituyen la inmensa mayor�a, acabar�n por coincidir con los de todos nosotros. Si se juzga desde el punto de vista del destino inevitable del hombre, los proletarios tienen raz�n y los burgueses no. Es necesario refutar a un autor que disiente de las ense�anzas �progresistas� de Marx, Engels y Lenin. Todo lo que hay que hacer es desenmascarar sus antecedentes burgueses, demostrando as� que est� equivocado porque es un burgu�s o un �sicofante� de la burgues�a.
En su forma consistente y radical, el polilogismo �nicamente es aceptado por los bolcheviques rusos. Aun en las matem�ticas y la f�sica, la biolog�a y la medicina, distinguen entre la doctrina �burguesa� y la �proletaria�. Pero la variedad m�s moderada del polilogismo que aplica la vara de medir de lo �burgu�s� o lo �proletario� �nicamente a las ramas sociales e hist�ricas del conocimiento, es acogida en t�rminos generales inclusive por muchas de esas escuelas y autores que enf�ticamente se califican a s� mismos como anti-marxistas. Hasta en las universidades que los marxistas radicales vilipendian como ciudadelas de la mentalidad burguesa, la historia general, lo mismo que la historia de la filosof�a, la literatura y el arte, se ense�an a menudo desde el punto de vista del materialismo dial�ctico.
Es imposible quebrantar los dogmas de los que se han adherido al polilogismo marxista, mediante argumento alguno que proceda de un autor, pol�tico y otro ciudadano de quien se sospeche que est� afiliado a la burgues�a. Entre tanto que una parte considerable de la naci�n se halle imbuida por prejuicios polilogistas, aunque muchas personas nos e den cuenta de lo que est�n, resulta in�til discutir con ellas con relaci�n a las teor�as especiales de las diversas ramas de las ciencias o a la interpretaci�n de hechos concretos. Los hombres de ese tipo son inmunes al pensamiento, a las ideas y a la informaci�n basada en hechos que procedan de la s�rdida fuente de la mentalidad burguesa.
De lo anterior se desprende con claridad
que los intentos por liberar al pueblo, y m�s que a nadie, a la juventud
intelectual, de los grilletes de la doctrina �heterodoxa� que se le ha
inyectado, deben empezar en un nivel filos�fico y epistemol�gico. La tendencia
a ocuparse de la �teor�a� equivale a doblegarse sumisamente al materialismo
dial�ctico. El conflicto intelectual entre la libertad y el totalitarismo no se
decidir� en discusiones sobre la significaci�n de determinados hechos
hist�ricos y n�meros estad�sticos,
sino en un examen cabal de las cuestiones
fundamentales de la epistemolog�a y la teor�a del conocimiento.
Es cierto que las masas poseen tan solo un entendimiento muy tosco y simplificados. Lo que importa en primer lugar no es cambiar la ideosociolog�a del saber. Pero todos los conocimientos de la mitad son toscos y simplificados. Lo que importa en primer lugar no es cambiar la ideolog�a de las masas, sino la de las capas intelectuales cuya mentalidad determina el contenido de las simplificaciones que hacen suyas los individuos de un nivel mental inferior.
4. El marxismo y el �progresismo�
Las ense�anzas sociales y econ�micas de los que se llaman a s� mismos �progresistas heterodoxos� son una revuelta mezcla de diversas part�culas de doctrinas heterog�neas e incompatibles entre s�. Los ingredientes principales de este cuerpo de doctrina provienen del Marxismo, del Fabianismo Brit�nico y de la Escuela Hist�rica Prusiana. Algunos elementos esenciales se han tomado de las ense�anzas de esos reformadores monetarios a quienes durante mucho tiempo no se aplic� otro nombre que el de �chiflados monetarios�. No menos importante es la herencia del Mercantilismo.
Todos los progresistas odian el siglo diecinueve, sus ideas y sus normas pol�ticas. A pesar de esto, los ingredientes principales del Progresismo se formaron en esa �poca tan difamada y s�lo el Mercantilismo procede del siglo diecisiete. Sin embargo, es evidente que el Progresismo difiere de cada una de las doctrinas cuyas partes ese utilizaron para la s�ntesis de la cual constituye el producto.
La nota caracter�stica del Marxismo consiste en que es �revolucionario�, esto es, qu� quienes han comprendido y aprueban todo su sentido, tienden resueltamente a derrocar por medio de la violencia el �gobierno clasista� de la �burgues�a� No hay duda de que entre quienes se ostentan como Progresistas figura cierto n�mero de Marxista convencidos. Quienes as� piensan no tienen sino un programa: ayudar por todos los medios posibles los planes de agresi�n del gobierno sovi�tico de Mosc�. Lealtad, �nicamente la tienen para el dictador ruso.
La gran mayor�a de los progresista, no obstante, son moderados y ecl�cticos en la justipreciaci�n que hacen Marx. Aunque hablando en t�rminos generales simpatizan con los objetivos materiales de los bolcheviques, critican ciertos fen�menos concomitantes del movimiento revolucionario. Condenan los m�todos dictatoriales del r�gimen sovi�tico, su anti-cristianismo y su �cortina de hierro�. Con el transcurso del tiempo estas cr�ticas se han vuelto m�s osadas. Mientras los Soviets �liquidaban� a los burgueses exclusivamente, los progresistas guardaron silencio. Elevaron templadas protestas cuando lleg� el turno de los kulaks. Se irritaron bastante cuando tambi�n los Marxistas rusos fueron objeto de una �purga�. Hoy arden de c�lera porque los verdugos rojos no perdonan siquiera a los artistas de los pa�ses reci�n invadidos por los rusos. Es que el peligro se aproxima cada vez m�s.
Los marxistas ortodoxos echan en cara a los moderados su inconsistencia l�gica, su corrupci�n moral y su cobarde insinceridad. Sin que por ello adopte actitud alguna frente a estos conflictos internos, un observador desinteresado no puede dejar de llamar la atenci�n sobre el hecho de que historia del Marxismo en todos los pa�ses ha mostrado una tendencia hacia esa �degeneraci�n�. En donde quiera los partidos marxistas empezaron con una inflexible intransigencia, revolucionaria. Pero en todas partes tambi�n se desarroll� una �herej�a� derechista. La misma Rusia tuvo sus marxistas �legales� o �leales�.
Los marxistas ortodoxos y los moderados est�n de acuerdo en la cr�tica del capitalismo y en su creencia de que el advenimiento del socialismo es a la vez inevitable y el �nico medio de traer la prosperidad al g�nero humano. Los ortodoxos creen que s�lo un levantamiento revolucionario puede liberar a las clases trabajadoras explotadas, establecer la sociedad sin clases y hacer, de este modo, que el estado finalmente �se esfume�. Los moderados piensan que es posible llegar a la gloria gradualmente, mediante reformas sociales que poco a poco conviertan la �jungla� capitalista en el ed�n socialista.
Los marxistas ortodoxos hace hincapi� en la escasa diferencia que existe entre los planes de acci�n que preconizan los moderados y los de la Socialpolitick prusiana, tales como fueron proyectados por los Profesores Schmoller y Wagner, y llevados a la pr�ctica por Bismark y sus sucesores, el Fabianismo Brit�nico y el �New Deal� norteamericano. Califican a todas esta ideolog�as como �reaccionarias� y se complacen en citar declaraciones de jefes eminentes de los grupos mencionados, conforme a las cuales sus prop�sitos no son destruir, sino por el contrario, conservar, el sistema de empresa libre.
Como regla general, tales citas son exactas. Muchos de los campeones destacados del progresismos declaran abiertamente que el fin �ltimo a que aspiran es poner el socialismo en lugar de la empresa libre. Otros progresistas, en cambio, anuncian una y m�s veces que con las reformas que sugieren, desean salvar el capitalismo, cuyos d�as estar�an contados si no se reforma y mejora. Propugnan el intervencionismo como un sistema permanente de organizaci�n econ�mica de la sociedad a diferencia del grupo anterior, que lo ve como un m�todo para la realizaci�n gradual del socialismo.
No es necesario que emprendamos en esta ocasi�n un an�lisis del intervencionismo. De una manera irrefutable se ha demostrado que todas las medidas intervencionistas producen consecuencias que, desde el punto de vista de los gobiernos y partidos que recurren a ellas, son menos satisfactorias que el estado anterior de cosas para cuyo arreglo se idearon. Si ni el gobierno ni los pol�ticos aprenden de estos fracasos las lecci�n que ense�an y si no quieren dejar de entrometerse con los precios de las mercanc�as, con los salarios y las tasas de inter�s, tendr�n que agregar m�s y m�s regimentaci�n a sus medidas iniciales, hasta que todo el sistema de la econom�a de mercado haya sido reemplazada por la planificaci�n y el socialismo integrales.
Sin embargo, la finalidad de este
documento no es ocuparse de los planes de acci�n que
recomiendan los campeones del intervencionismo. Las medidas concretas difieren
seg�n los diversos grupos. Apenas es una exageraci�n observar que no s�lo
cada grupo de presi�n, sino cada profesor, tiene su variedad propia de
intervencionismo, as� como que est� vivamente interesado en exhibir los
defectos de los intervencionismos de todas las variedades rivales. A pesar de
ello, las doctrinas que se encuentran en el fondo de las aventuras
intervencionistas, as� como la exposici�n de las contradicciones y males que
alegan que son inherentes a capitalismo, coinciden en general en todas las ramas
del progresismo. La mayor parte de las gentes las acepta casi sin opci�n. Las
teor�as que se aparten de ellas se encuentran pr�cticamente proscritas. La
versi�n que se da de esas teor�as en las c�tedras universitarias, en los
libros, folletos, art�culos y peri�dicos es caricaturesca. Las nuevas
generaciones no oyen otra cosa con referencia a ellas, fuera de que son las
doctrinas de los Borbones econ�micos, de los explotadores sin conciencia y de
los se�ores feudales cuya supremac�a ha desaparecido para siempre.
5. Las tesis cardinales del �progresismo�
Las doctrinas que se ense�an hoy d�a bajo el t�tulo de �econom�a progresista� pueden condensarse en los diez puntos siguientes:
I
La tesis econ�mica fundamental, com�n a todos los grupos socialistas, afirma que gracias a los adelantos tecnol�gicos de los �ltimos doscientos a�os, existe una abundancia potencial. Marx y Engels repiten una y otra vez que la insuficiencia de la oferta de las cosas �tiles se debe exclusivamente a las contradicciones y deficiencias inherentes al sistema capitalista de producci�n. Una vez que se adopte el socialismo y que, despu�s de desarraigar los �ltimos vestigios del capitalismo, haya alcanzado su etapa superior, sobrevendr� la abundancia. El trabajo ya no causar� dolor, sino placer. La sociedad estar� en aptitud de dar �a cada quien seg�n sus necesidades�. Nunca advirtieron Marx y Engels que existe una escasez inexorable de los factores materiales de la producci�n.
Los �progresistas� acad�micos son m�s cautos en al terminolog�a que emplean. A pesar de ello, casi todos hacen suya la tesis socialista t�citamente.
II
La rama inflacionista del Progresismo coinciden con los Marxistas m�s fan�ticos en hacer caso omiso del hecho de la escasez de los factores materiales de la producci�n. De este error desprende la conclusi�n de que el tipo de inter�s y el provecho de los empresarios pueden ser eliminados mediante la expansi�n del cr�dito. A su modo de ver, �nicamente los ego�stas intereses de clases de los banqueros y usureros se oponen a la expansi�n del cr�dito.
El �xito incontrastable del partido
inflacionista se manifiesta en la pol�tica monetaria y crediticia de todos los
pa�ses. Las transformaciones doctrinales y sem�nticas que precedieron a esta
victoria, que la hicieron posible, y que en la actualidad impiden la
adopci�n de una sana pol�tica monetaria, son las siguientes:
a) El t�rmino inflaci�n signific� hasta hace unos cuantos a�os: un aumento de consideraci�n en la cantidad de la moneda y de lo sustitutos monetarios. Semejante aumento tiende por necesidad a producir una alza general en los precios de las mercanc�as. Pero hoy d�a el t�rmino inflaci�n se emplea para denotar las consecuencias inevitables de lo que antes se llamaba inflaci�n. Con esto se insin�a que un aumento en la cantidad de la moneda y los sustitutos monetarios no influye sobre los precios y que el alza general de �stos que hemos presenciado en los �ltimos a�os no ha sido efecto de la pol�tica monetaria del gobierno, sino de la codicia insaciable de los hombres de negocios.
b) Se acepta como un hecho que la elevaci�n de los tipos de cambio sobre el exterior en aquellos pa�ses en que la magnitud del incremento inflacionista en la cantidad de moneda y sustitutos monetarios en circulaci�n excedi� el incremento habido en otros pa�ses, no es consecuencia de este exceso sino producto de otros factores. Como tales se acostumbra enumerar: la balanza de pagos desfavorable, las siniestras maquinaciones de los especuladores, la �escasez� de divisas extranjeras y las barreras comerciales levantadas por gobiernos extranjeros (no por el propio).
c) Tambi�n se da por sentado que un gobierno en que no existe el patr�n oro y que dispone de un banco central, est� en la posibilidad de manipular la tasa del inter�s a voluntad, sin que ello acarree efecto indeseable alguno. Con vehemencia se niega que semejante pol�tica de dinero barato conduzca inevitablemente a una crisis econ�mica. La teor�a que explica la recurrencia de los per�odos de depresi�n econ�mica como resultado necesario de los constantes esfuerzos por expandir el cr�dito se pasa por alto intencionalmente o se tergiversa con el fin de ridiculizarla y de burlarse de sus autores.
III
As� se despeja el camino con el objeto de explicar los per�odos recurrentes de depresi�n econ�mica como un mal inseparable del capitalismo. La sociedad capitalista, afirman quienes tal piensan, es impotente para dirigir su propio destino.
IV
La consecuencia m�s desastrosa de la crisis econ�mica consiste en el desempleo en masa, que se prolonga a trav�s de los a�os. La gente se muere de hambre porque la iniciativa privada es incapaz de proporcionar trabajo suficiente para todos. El adelanto tecnol�gico, que podr�a ser una bendici�n general, se convierte bajo el capitalismo en una calamidad para la clase m�s numerosa.
V
El mejoramiento de las condiciones materiales de trabajo, la elevaci�n de los salarios reales, la disminuci�n de las horas de trabajo, la desaparici�n del trabajo infantil y todas las dem�s �conquistas sociales� son otros tantos triunfos de los sindicatos obreros de las leyes promulgadas por el gobierno para favorecer a los trabajadores. Si no fuera por la interposici�n del gobierno y de los sindicatos, la situaci�n de la clase laborante ser�a tan mala como en el primer per�odo de la revoluci�n industrial.
VI
Aun as� y a despecho de todo el empe�o de los gobiernos populares y los sindicatos obreros, la suerte de los asalariados es desesperada. Tuvo raz�n Marx al predecir la pauperizaci�n inevitable y progresista del proletariado. (La circunstancia de que ciertos factores accidentales hayan procurado al asalariado norteamericano una ligera mejor�a en su nivel de vida, nada vale en contra. Esta mejor�a favorece tan s�lo a un pa�s cuya poblaci�n no pasa del 7% de la del mundo y constituye, a mayor abundamiento, un fen�meno puramente transitorio). Cada vez se enriquecen m�s los ricos y se empobrecen m�s los pobres, en tanto que las clases medias desaparecen. La mayor parte de la riqueza se encuentra concentrada en manos de unas cuantas familias. Los lacayos de �stas ocupan los puestos p�blico m�s importantes y los regentean para provecho exclusivo de �Wall Street�. Lo que los burgueses llaman democracia, significa en realidad �pluto-democracia�, es decir, una astuta manera de encubrir el gobierno clasista de los explotadores.
VII
En ausencia del control oficial de precios, los hombres de negocios manipulan los precios de las mercanc�as a su antojo. Si no fuera por el salario m�nimo y los contratos colectivos de trabajo, los patrones tambi�n manipular�an los salarios en la misma forma. El resultado de esto es que las utilidades van absorbiendo una proporci�n cada vez mayor del ingreso nacional. Si los sindicatos no estuvieran tan pendientes para desbaratar las maquinaciones de los patrones, se impondr�a la tendencia a la disminuci�n de los salarios.
VIII
La descripci�n del capitalismo como un sistema de competencia en los negocios, puede haber sido correcta en sus etapas iniciales, pero hoy es manifiestamente inadecuada. Los trusts gigantescos y las combinaciones monopol�sticas dominan los mercados nacionales. Su lucha por alcanzar un monopolio exclusivo del mercado mundial culmina en guerras imperialistas, en que los pobres dan su sangre a fin de que los ricos se enriquezcan m�s.
XI
Como bajo el capitalismo la producci�n tiene como finalidad obtener ganancia en vez de producir las cosas m�s �tiles posibles, las que de hecho se fabrican no son las que podr�an satisfacer de manera m�s eficaz las verdaderas necesidades de los consumidores, sino aqu�llas cuya venta deja mayores provechos. Los �comerciantes en muertes� producen armas destructoras. Otros grupos de negociantes envenenan el cuerpo y el alma de las masas mediante las drogas cuyo consumo se convierte en h�bito, las bebidas intoxicantes, el tabaco, los libros y revistas pornogr�ficos, las pel�culas imb�ciles y las idiotas historietas c�micas.
X
La parte del ingreso nacional que fluye hacia las clases acomodadas en tan enorme que puede considerarse como inagotable para cualquier efecto pr�ctico. Un gobierno popular que no tema obligar a los ricos a contribuir conforme a su capacidad de pago, tampoco puede tener razones v�lidas para abstenerse de ning�n gasto que beneficie a la masa del pueblo. Por otra parte, las utilidades pueden gravarse libremente con el fin de elevar los salarios y de hacer que desciendan los precios de los art�culos de primera necesidad.
Estos son los dogmas cardinales de la �heterodoxia� de nuestra �poca, cuyas falacias debe exhibir la educaci�n econ�mica
Conclusi�n
Las observaciones que preceden demuestran, por una parte, la importancia primordial de la educaci�n econ�mica y esbozan, por otra, un programa para dicha educaci�n. El �xito o el fracaso de la empresa tendiente a sustituir ideas sanas en lugar de las err�neas que prevalecen, depender� en �ltimo t�rmino de la capacidad y personalidad de los hombres a quienes tocar� realizarla. Si en esta hora de decisi�n faltan los hombres id�neos, entonces la ruina de nuestra civilizaci�n es irremediable. Pero cuando se cuente con tales adalides, sus afanes ser�n f�tiles si los rodean la indiferencia y la apat�a de sus conciudadanos. Las fechor�as de los dictadores individuales. de Fuehrers y Duces, pueden poner en peligro la supervivencia de la civilizaci�n. Su preservaci�n, reconstrucci�n y continuaci�n requieren los esfuerzos unidos de todos los hombres de buena voluntad.