Tantas celebraciones consecutivas han creado una rutina. En todos los festejos de esta España hay momentos que son tradiciones, que todos los jugadores respetan, que parece que nunca van a desaparecer. Por ejemplo, Jorge Maqueda montando un sarao al ritmo de alguna canción, esta vez con el Flying Free, el clásico 'mákina'. Por ejemplo, el paseo a las gradas a buscar a los niños, ahora pocos porque el equipo es cada vez más joven. Por ejemplo, la búsqueda desesperada de algunos veteranos como Gedeón Guardiola o Joan Cañellas de un rinconcito donde sentarse, por fin sentarse, y descansar un rato. Pero también hay instantes únicos. Y los protagonistas suelen ser los novatos. Este domingo, tras colgarse el bronce en el Mundial, nadie saltaba como Kauldi Odriozola o Pol Valera y nadie se emocionaba como Abel Serdio. Tan feliz lo vieron los compañeros que acabó en la ducha.
Tras la victoria contra Suecia todos los jugadores fueron protagonistas, pero hubo uno especialmente requerido por el resto. De hecho, justo tras el pitido final todo el grupo corrió para abrazarle, para montar el corrillo a su alrededor. Fue Rodrigo Corrales. De Alex Dujshebaev se esperaba su partidazo, incluso de Adrià Figueras. El trabajo de Odriozola fue excelente, también el planteamiento de Jordi Ribera en la segunda parte. Pero quien cambió el partido fue Corrales y así se lo agradecieron los suyos. «El 70% de la medalla ha sido suya», proclamaba Figueras subrayando especialmente las tres paradas que permitieron a España remontar y abalanzarse sobre la victoria.
«Me enorgullece eso que dice Adrià, pero han sido nueve partidos. Hoy me ha tocado, pero para ganar una medalla tiene que haber momentos de brillantez de todo el mundo», exclamaba Corrales, un tipo cercano, acostumbrado a su rol en la selección. Pese a que en su club, el Veszprem húngaro, presente en la última Final Four de la Champions, es el dueño de la portería, en Juegos, Mundiales y Europeos suele ser el segundo por detrás de Gonzalo Pérez de Vargas. El seleccionador Jordi Ribera suele rotarles, ha jugado partidos importantes, pero nunca ha pedido más. «A veces me preguntan: ¿No quieres jugar más? Y yo qué voy a decir. Llevo ocho campeonatos con España y he ganado seis medallas. ¿Qué más le puedo pedir a la vida? Estoy encantado. Vengo aquí, preparo los partidos y si puedo jugar, bien, y si no, también», expresaba el portero que pasó por grandes como el PSG o el Barcelona.
La relación entre porteros
En las categorías inferiores del club azulgrana precisamente coincidió con Gonzalo Pérez de Vargas, con quien llegó a compartir piso y con quien todavía comparte veranos. No son compañeros, son amigos, amigos íntimos y posiblemente ése sea uno de los secretos de España. En la primera parte del partido de ayer ante Suecia, a Pérez de Vargas no le salió nada, sólo detuvo cuatro lanzamientos de los 26 que recibió, un decepcionante 15% de acierto. Pese a ello, en la segunda parte fue quien más celebró los aciertos de Corrales.
«Viendo cómo iba he pensado que en la segunda parte podía llegar mi momento y al descanso lo he hablado con Gonzalo. Tenía que salir y hacerme grande, dar un paso adelante, ponerles las cosas difíciles. Cuando han llegado las primeras paradas ya veía que les estaba afectando, que ya no tiraban igual. Ha salido bien, estoy muy contento», comentaba Corrales que llegó al balonmano por otra amistad. De Cangas, de niño jugaba al fútbol -ya era portero-, pero en el pupitre de al lado se sentó el hijo del entonces presidente del Balonmán Cangas y aquello le cambió la vida. En la selección no tiene los minutos de Gonzalo Pérez de Vargas, pero Rodrigo Corrales ya tiene su bronce, su celebración, su partido.
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