Recensiones y
notas bibliográficas
Domenico T, Diario di un cardinale (1936-1944). La Chiesa negli
anni delle ideologie nazifascista e comunista, San Paolo, Milano, 2020
(ISBN 978-88922-2158-1)
Domenico Tardini (1888-1961) fue testigo y actor de los papas Pío
XI y Pío XII ante los graves problemas que afrontó la humanidad en
la Segunda Guerra Mundial y su larga gestación en los regímenes
totalitarios tempranamente denunciados por el papa. De niño descubrió su vocación un joven cura de pastoral en la Iglesia de san Felipe
Neri, Chiesa Nuova, Eugenio Pacelli. Sacerdote, profesor en la Urbaniana, párroco, muy joven entró a trabajar en la Secretaría de Estado
donde alternaría responsabilidades con un importante equipo, entre
ellos Montini, que tuvo que afrontar las graves crisis del ascenso al
poder del fascismo en Italia, del nacionalsocialismo en Alemania, la
expansión tentacular de su influencia en el Este de Europa a la par
que también la creciente presión soviética y comunista. Además de
los numerosos trabajos históricos sobre él y el período, tenemos aquí
una visión más personal, humana, cercana de los mismos de la mano
de sus anotaciones personales. Una parte de su diario personal nos
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era ya conocida, publicada en el centenario de su nacimiento por
Carlo Felice Casula, Domenico Tardini (1888-1961). L’azione della Santa
Sede nella crisi fra le due guerre, Roma, 1988. Sale a la luz esta parte
que permanecía deslocalizada fuera de su posición originaria en el
Archivo Vaticano y que ve ahora la luz.
La gravedad de los acontecimientos, la seriedad con que se afrontan, la pluralidad de opciones que se barajan en el Vaticano y muchas
de las acciones que se toman nos son conocidas por la bibliografía
cada vez más abundante, por los fondos de Archivo divulgados y estudiados. Los diarios personales nos ofrecen en cambio la perspectiva
subjetiva personal que nos permite discernir las disyuntivas individuales, el sopesar riesgos ya no para uno sino para los demás en
todas las acciones, el doloroso sentir del escaso margen de maniobra
y de repercusión de lo que se hacía. Pero también nos da una visión
muy humana de cada personaje, incluidos los papas Pío XI y Pío XII,
y la autenticidad de las actitudes de estos y sus colaboradores como
Tardini, que escribe, independientemente del éxito que hayan tenido
sus esfuerzos.
Sergio Pagano nos lo presenta con las palabras de un embajador
inglés, a las que acompañan una foto de Tardini con grandes ojos
abiertos y gesticulando «in un curioso atteggiamento romanesco», muy
romano:
«En este mundo antiguo, prudente y ceremonioso, las expresiones
que salían de su boca —fuertes, vehementes, sarcásticas y humorísticas— eran restauradoras. Aborrecía a los nazis y no le gustaban
los fascistas, e incluso en circunstancias en que no podría de hecho
decirlo, estaba completamente dispuesto a manifestar su aversión.
Divirtió enormemente a los embajadores cuando definió a Hitler
como «aquel Atila motorizado». Tenía además horror al protocolo, las
ceremonias, la pompa y los cardenales de la Curia. Se daban cuenta
estos que era la única persona en aquel ambiente que decía las cosas
sin la mínima protección para protegerse. Aquello podía provocar
desencuentros, en cuanto podía hacer comentarios brutales sobre el
comportamiento de Gran Bretaña y de Francia. Pero los embajadores
consideraban purificador y estimulante esta franqueza en un clima de
nerviosismo, cautela, murmuración, chismes y espionaje que rodeaba
cualquiera de sus movimientos. Entre aquellos que uno de los franceses definió una vez como «los mil largos rodeos de la Curia», era una
gran cosa encontrar un hombre responsable que no utilizaba jamás
circunlocuciones.» [p. -]
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Esta presentación nos ayuda a valorar y entender la actitud de los
dos papas, su equipo inmediato de Secretaría de Estado y el resto de
la diplomacia vaticana. Primero porque mientras Francia empezaba a
reprocharle el «silencio», ellos ponían de relieve (y Tardini sin reservas)
la inacción, lentitud e igual silencio de los Aliados, a la vez que esquivaban una manipulación parcial nacional que dejara a otros países
desprotegidos, y no olvidemos que en la mente de Pío XII no entraba
«atacar» a Alemania sino salvar a los propios alemanes de su salvaje
líder, y lo mismo con los otros países. En este diario entendemos que el
gran arma de la Iglesia en este momento era, por un lado, silenciosa,
oculta y muy frágil: la diplomacia. Pero por otro lado cuando hablaba
no lo hacía desde las imposturas y maniqueísmos del resto de la diplomacia europea de la preguerra o incluso en ésta, sino de la forma más
imparcial, equilibrada y humana posible, pues miraba a las personas
concretas y a la libertad de la Iglesia que le permitía defenderlas.
El diario de Tardini muestra la complejidad personal del momento,
y la profunda decepción de la diplomacia que no pudo o quiso evitar la
guerra, donde otra vez Pío XI y Pío XII, como había sucedido con Benedicto XV, fue una voz por la paz tristemente ignorada. Todos los demás
pedían al papa que hablase, pero para defender su causa. Se lamentaba
Tardini del «nacionalismo» como la causa de la guerra en beneficio del
más fuerte, haciendo que quienes podrían haber hecho alianza contra
los enemigos comunes fuesen cayendo sucesivamente uno tras otro,
mientras la «imparcial» Rusia dejaba que Hitler le pusiera en bandeja
todo el este de Europa, anticipando proféticamente el terrible escenario postbélico de la Guerra Fría. Aunque Tardini también es capaz de
mostrar su rabia cuando los equilibrismos diplomáticos pontificios les
impedían tomar decisiones rápidas o lograr algo, lo que fuese, en medio
de esa pesadilla. Cuando tiene que hacer autocrítica también la hace.
El carácter complejo del conflicto y sus actores se pone de relieve
durante la entrada en la guerra de Italia y las amenazas de Inglaterra
de atacar Roma desde el aire. Tardini dirá que por lo menos Inglaterra se pasó la guerra amenazando y, como al principio con Alemania,
todo quedó en palabras. En cambio Estados Unidos, después de tenderle cordialmente la mano al papa, envió sobre Roma sus aviones.
Roma era la capital de la Italia de Mussolini y, después, de Hitler. Con
todo la diplomacia europea, y muchos altos cargos militares aliados,
reconocieron que a Roma la salvó el propio papa Pío XII. Tardini se
preguntará de quién la salvó: ¿de Mussolini, de Hitler… o de la fuerza
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aérea americana, evitando otro Montecassino? Al final anota que a
Roma la salvó un milagro.
Uno de los aspectos más llamativos de este libro es precisamente
su ironía, casi sarcasmo a veces, su carácter tan romano, entre el
Trastevere materno de Tardini y el pueblo romano. En medio de un
momento histórico tan terrible y dividido, con tantos terribles «silencios» o «palabrería vana» de diplomáticos y políticos, su sinceridad es
aplastante, y permite sacar una sonrisa entre las lágrimas. He aquí
una pequeña selección.
Diaro personal de Tardini. 23 abril [1936]. «Estoy en la audiencia con
el S. Padre a las 19:30. De repente se apaga la luz eléctrica. El papa mira
y observa: «Ahora entiendo porqué han cambiado la corriente continua
en corriente alterna. Antes no sabía qué era eso de la corriente alterna.
Ahora lo sé. Alterna con las tinieblas.» [p. 12]
En medio de los dolores que le provocaban los problemas cardiovasculares del final de su vida no dejaba de ironizar y bromear. «Vea,
monseñor, si hubiésemos tenido antes estos dolores [Nós, Pío XI],
habríamos podido ahorrar un gasto ingente.» Tardini se pregunta qué
estará pensando el papa, que sigue: «Sí, habríamos ahorrado el gasto
de la nueva Specola de Castelgandolfo [el Observatorio astronómico],
porque ahora vemos las estrellas sin telescopio.» [p. 26-27]
Anota los últimos meses atribulados de Pío XI, por la salud, y por
la deriva de Mussolini y del fascismo. Desde el principio había sido un
problema y un constante tira y afloja. El papa intentó «puentear» al
gobierno fascista y tratar de mover directamente al rey, o de influir
en los ministros o el cuerpo diplomático, en todo caso. Tardini anota
cómo el papa ya no se anda con diplomacias ni se callaba nada. El
médico decía que, como persona mayor y enferma, hablaba y lo decía
todo abiertamente, y así era. Aunque también anotará Tardini que no
hay mejor manera de matar al papa… que llamar a su médico. Cuando
le ofrecían a Pío XI un segundo consejo médico, solía decir: «Para
matarme llega un solo médico.»
Su último discurso fue el mensaje de Nochebuena del 24 de diciembre de 1938, criticando abiertamente la acogida que Mussolini había
dado recientemente a Hitler en Roma:
«Repensando a la reciente apoteosis en esta misma Roma, preparada a una cruz enemiga de la Cruz de Cristo [la esvástica]». Antes
había dicho, como último anuncio del verdadero Evangelio contra
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tanta ideología anticristiana: «Somos Nós a llamar la atención siempre
a todos que no es verdaderamente ni plenamente humano sino aquello que es cristiano, y que es inhumano aquello que es anticristiano, o
respete la común dignidad del género humano, o respete y toque la
dignidad, la libertad, la integridad del individuo, al cual, salvadas las
debidas coordinaciones y cooperaciones, está destinada la Sociedad,
como al individuo hombre está ordenada la obra misma de Dios Creador y Salvador, al cual cada hombre debe decir: Deus meus es Tu [Díos
mío eres Tú] y también Dilexit me et tradidit semetipsum pro me!» [Me
amó y se entregó a sí mismo por mí]
El 8 de febrero de 1939, dos días antes de fallecer, intentan limitar su actividad. En un comunicado donde el propio Pío XI suspendía
sus audiencias pero decía «El Papa está bien», anota Tardini: «Hemos
modificado un poco este sorprendente anuncio para no decir mentiras, aunque no digamos toda la verdad.» Poco después anota: «Me
pregunto: ¿está bien actuar así? É un pupo o un papa che sta malato?
[Es un bebé o un papa quien está enfermo]» [p. 101]
Dedica también páginas a desahogos críticos en la forma de tratar
al papa, donde la solemnidad y el respeto parecen casi «miedo» a sus
respuestas, impidiendo una relación más sincera. Está pensando en
sus horas finales y la entrega final de la vida del papa, que le impresionó, pero le hace pensar en cómo entregan su vida a Dios, con mucha
fe y consciencia de ello, las personas sencillas, como en su familia,
como en las pequeñas parroquias. [pp. 108-109]
También dedica en su diario, después de fallecer el papa, varias
páginas a recopilar anécdotas y bromas del papa Pío XI en su día a
día [pp. 111-123]. Así, por ejemplo:
«A un joven de Acción Católica le preguntó el papa: «¿Tú que haces?»
Y aquel joven: «Soy un pastor, Santidad» (era de hecho un campesino y
pastor de Piperno). Y el papa de golpe: «¡Ah, nos haceis la competencia!». [p. 122]
También anota su fortaleza y fe ante un panorama tan angustioso:
«Observo: «Santidad, ¡sus organizaciones [fascistas] son formidables!». Responde: «No tengo miedo. La violencia no es la fuerza. Se lo
he dicho también a Muti [líder fascista]: él cree que educa en la fuerza
pero educa en cambio en la violencia. Es un grave error. Basta un
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enano del espíritu para hacer temblar a un gigante de la fuerza… A mi
edad no si tiene ya miedo. Vosotros los jóvenes podéis tener miedo de
arruinar vuestra carrera. Yo no. Incluso aunque tuviese que quedar
como un imbécil, como un hazmerreir [zimbello] mundial, estaría contento: Non nobis Domine, sed nomini tuo da gloriam!». [p. 130-1]
La elección de Pío XII fue para Tardini clarísima, y de hecho fue
una de las elecciones más breves de la historia. El propio Pío XI lo preparó para papa y así lo anota explícitamente, y en ciertos momentos
ni lo ocultaba al resto de cardenales, parafraseando a Juan Bautista
en el Consistorio hablando del próximo papa: «Está entre vosotros
aquel a quien no conocéis…» mientras miraba a Pacelli. En todo caso
permitió una continuidad de la actividad de la santa Sede en aquel
contexto. Si los últimos años de Pío XI lo habían vuelto fuerte y desabrido, Pío XII manifestaba su cercanía y bondad en el corazón de
Tardini que anotaba:
«Pío XI en sus primeros tiempos era un corderillo, después evolucionando se convirtió en un león. No sé si Pío XII se volverá… feroz. Pero
cierto que poco a poco hará siempre sentir cada vez más su autoridad
y su personalidad.» [p. 141]
Con todo la última parte de este diario habla poco del papa Pío
XII y mucho de las contrastadas y decepcionantes actitudes políticas
sobre las que todos ellos, desde el Vaticano, intentaban incidir. También salen muchos nombres de personas que, en toda Europa, también en Alemania e Italia, manifiestan su humanidad. De la misma
manera que, cuando tiene que criticar los equilibrismos egoístas de
los Aliados, lo anota con claridad, previendo que serán su fracaso. El
editor, Sergio Pagano, nos anota a pie de página detalladamente quién
es quién en esta historia, cada nombre, cada evento que Tardini sólo
anota incidentalmente comentando su propia visión.
Las últimas páginas del diario nos muestran los últimos días de la
ocupación de Roma, después de meses esforzándose Pío XII por conseguir de ella una «ciudad abierta», neutral, no un frente bélico. Por
un lado los aliados, por otro los alemanes, ambos frentes prometen
«defender» Roma del opuesto, y ambos frentes prometen destruirla si
los otros se atrincheran en ella. Al final Tardini describirá cómo por
una puerta de Roma salen los alemanes y por la contraria entran los
americanos. Éste habrá sido el único pacto de no agresión y paz res796
petado en esta guerra, es decir, el único pacto «nunca realizado», pues
todos daban por hecho una carnicería destructora de Roma. Al final,
una muchedumbre de cientos de miles de romanos se congregarán,
al verla libre, para dar gracias a Dios… y al papa, Pío XII, en la plaza
de san Pedro.
Francisco J. Buide del Real
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