Biomédica
ISSN: 0120-4157
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Instituto Nacional de Salud
Colombia
Renza, Marta
Del hecho al dicho
Biomédica, vol. 22, núm. 2, junio, 2002, pp. 103-105
Instituto Nacional de Salud
Bogotá, Colombia
Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=84322203
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COMENTARIO
Del hecho al dicho
Marta Renza
Instituto Nacional de Salud, Bogotá, D.C., Colombia.
“... lugar de una posible mentira, los lenguajes y la escritura
son también la única garantía de verdad que nos queda”.
Umberto Eco
La reflexión que alienta este breve comentario
me surgió en el curso de las tareas de revisión
de estilo que son parte de mi compromiso en el
Comité Editorial de Biomédica. Al repasar los
textos de los manuscritos ya aceptados para
publicación, con el fin de corregir posibles errores
de gramática, sintaxis o de tipo idiomático, me
preguntaba cuán extendida estaría la costumbre
de utilizar las palabras sin rigor, con un desgreño
a veces inimaginable, entre círculos ajenos a la
comunidad científica, si en documentos forjados
en el molde férreo del método científico que, en
principio pondría barreras 'naturales' a tales
inconsistencias, se encuentra con tanta
frecuencia un uso del lenguaje que no permite
expresar con claridad el contenido que se quiere
comunicar.
Los seres humanos somos criaturas de lenguaje.
La palabra es nuestro rasgo evolutivo particular.
A través de ella y en ella establecemos nuestra
propia ontología y tejemos los lazos que permiten
nuestra relación con los otros y con nuestro propio
ser (1,2). Ello, naturalmente, nos hace a la vez
amos y esclavos de su infinita variedad y de la
multiplicidad de sentidos de los cuales la palabra
es vector. Cuando hablamos nunca decimos sólo
lo que en un primer nivel de comprensión
creemos estar diciendo; siempre hay, debajo de
ese plano inicial y patente, otras connotaciones
que apuntan al enjambre de significantes
culturales y psíquicos que nos constituyen (3).
Afortunada o infortunadamente, es difícil
establecerlo, no podemos abstraernos de esa
Correspondencia:
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Recibido: 09/05/02; aceptado: 23/05/02
característica de desplazamiento inagotable de
sentidos (4) propia del instrumento más valioso
y más inquietante con que contamos como
especie. Sin embargo, cuando nos abocamos a
plasmar en forma escrita el producto de nuestra
actividad intelectual, sobre todo en campos que,
por su propia naturaleza, exigen eliminar en lo
posible la ambigüedad, se impone la adopción
de una postura profesional de mínima seriedad y
consecuencia, una actitud que no dudo en
asimilar con la de comportamiento ético: si
nuestro convencimiento es que el contenido que
queremos verter es útil y valioso, nuestro deber
es comunicarlo de la manera más consistente y
objetiva posible. Para hacerlo contamos con el
instrumento del lenguaje, que debe ser tratado
con el mismo rigor y aspiración de exactitud que
si se tratara de un calibrador, un
espectrofotómetro o una prueba de ELISA,
afirmación que puede parecer un tanto radical si
atendemos a lo que anoté más arriba sobre la
increíble capacidad de la palabra de conferir
multiplicidad de sentidos simultáneamente, pero
que debe asumirse como horizonte ideal a
alcanzar. No hacerlo, en mi opinión, sería
entregarnos derrotados ante la creencia de que
es prácticamente imposible expresar nuestras
ideas, nuestras dudas y nuestras certezas con
la suficiente presición y coherencia.
Desde un prisma apocalíptico, la historia de la
humanidad podría verse como la historia de
nuestros desencuentros en la palabra, de nuestra
imposibilidad de tejer diálogos inteligentes,
racionales y razonables con nuestros
congéneres, lo que sería fácilmente demostrable
sólo con citar tres o cuatro de las grandes guerras
que marcan nuestra estadía en este planeta. Pero
entregarnos a ese designio como a un destino
ineludible sería abocarnos sencillamente a la
muerte y, para fortuna nuestra, también es posible
citar ejemplos
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alentadores de nuestra capacidad de llegar a
entendimientos mínimos y productivos, desde los
diálogos de Sócrates y sus discípulos, hasta la
aspiración que alienta la creación de foros
mundiales en los cuales, al menos en principio,
el objetivo es establecer un intercambio de ideas
guiado, aunque sea nominalmente, por la razón.
Esto es aún más cierto en el campo de las así
llamadas ciencias naturales, cuando éstas, como
lo anota Kuhn, han alcanzado un grado de
madurez consolidado a través del consenso y hoy
por hoy constituyen, según Steiner, el ámbito de
vanguardia y el que jalona más creativamente el
conocimiento (5,6), ciencias cuyo principio rector,
cernido por el método que rige su acción, pasa
por asegurar un territorio en el que la presición
de la forma pueda dar cuenta cabal de los
hallazgos y los hechos a los cuales se llega a
través de la comprobación experimental. Es cierto
que existen campos de la ciencia que cuentan
con un lenguaje de fórmulas, ecuaciones y
matemas que eliminan de manera contundente
el 'ruido' propio de otras formas de expresión y
que, tal vez, las ciencias biomédicas, no obstante
su avance en la consecución de lenguajes que
responden con la precisión necesaria a sus
características inherentes, se encuentran en un
cruce en el que el uso del lenguaje común tiene
todavía un peso considerable (7). Por ello,
quienes trabajan en este campo deben realizar
un esfuerzo mayor al de un matemático o un
físico, a quienes la fórmula y su alto contenido
de abstracción evitan, hasta cierto punto, dolores
de cabeza (8). Los biólogos, entomólogos y
epidemiólogos, los médicos, microbiólogos,
parasitólogos y virólogos, deben combinar
adecuadamente los vocablos y giros idiomáticos
acuñados por su quehacer, y aceptados como
correctos, y un uso apropiado de las reglas de la
lengua que los nutre.
Asimilaba arriba la seriedad profesional
comprometida en el empeño de expresarse
claramente con una postura ética. Esta dimensión
ética del tema puede no parecer obvia en una
primera aproximación, pero la utilización
descuidada del lenguaje que nos sirve para darle
forma al producto del trabajo intelectual puede
reflejar, en el fondo, el mismo descuido en el
diseño de la investigación y sus objetivos, en la
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escogencia de los métodos y los materiales, en
el planteamiento de los resultados y las
conclusiones que ellos permiten, lo cual,
naturalmente, cuestiona la ética profesional del
investigador. La experiencia que yo y mis colegas
del Comité Editorial hemos tenido me permite
afirmar que así ocurre en una apreciable cantidad
de casos. Cuando se comienza la lectura de un
artículo y hay que luchar contra un mar recio de
sustantivos convertidos en verbos a la brava,
como 'alicuotar' o 'autoclavar', y de otros
barbarismos semejantes, es muy difícil apreciar
el verdadero alcance del contenido del proceso,
supuestamente metódico, que se siguió para
arribar a ciertos resultados. Los recursos que
hemos anotado bien pueden convertirse en
hallazgos luminosos en manos de poetas
geniales, pero quien trabaja en el campo de la
investigación científica asume el compromiso de
divulgar el producto de su actividad de la manera
más precisa posible y es su deber afinar al
máximo el vehículo que utiliza para hacerlo, la
lengua, la cual obedece a reglas y normas, que
si bien se transforman, pues la lengua es un
organismo vivo (1,5,9), son necesarias para hacer
inteligible lo que deseamos comunicar.
No se trata de caer en una posición
fundamentalista con respecto a la corrección en
el uso de la lengua: en un mundo en el que el
inglés se ha convertido en lingua franca y en el
que el avance incontenible de la ciencia,
especialmente en el campo de la biomedicina,
nos enfrenta todos los días a tecnologías y logros
a los que sencillamente hay que bautizar con
nuevos nombres, sería inconveniente negarse a
recurrir a la ductilidad de nuestra lengua para
encontrar en ella los términos que puedan
nombrar realidades hasta ayer inéditas.
Instituciones tan celosas de su tarea de
salvaguardar la pureza de la lengua como la Real
Academia comenzaron hace tiempo a aceptar
vocablos provenientes de otros universos
culturales, cuya negación sería simple ceguera
(7,9). Sin embargo, dicha flexibilidad debe darse
en el marco de las coordenadas que la lengua
ha establecido a lo largo de siglos para hacerse
inteligible.
Como sucede con el manejo de cualquier
instrumento por sencillo que sea, únicamente la
práctica continua asegura un buen desempeño
en su manipulación. En el caso del lenguaje, la
práctica se centra en la disciplina de leer y escribir
con frecuencia. Verter por escrito lo que el trabajo
de investigación entrega a manera de nueva
información es la mejor forma de perfeccionar el
uso de la herramienta con que contamos para
hacerlo. Si como sucede con los manuscritos que
los profesionales e investigadores científicos
someten ante los medios de divulgación de su
campo, éstos pasan por el proceso riguroso de
la evaluación por pares y por la mirada avizora
de comités editoriales responsables, cuya tarea
es velar por la calidad del contenido y la forma
de los artículos que publican, los autores tendrán,
además, la ventaja de contar con un cuerpo de
observaciones que les permitirán mejorar
sustancialmente, no sólo la esencia de lo que
plantean en sus documentos, sino también la
manera en que lo hacen.
Así, pues, la costumbre de escribir
frecuentemente sobre el desarrollo de sus
investigaciones y de tomar nota atenta de las
observaciones que reciben de sus pares, permite
a quienes se dedican a la investigación clínica,
epidemiológica o básica avanzar en el camino
de lograr resultados y de aprender a presentarlos
con la precisión y la claridad que merecen sus
colegas y los eventuales lectores legos que se
acerquen a sus escritos. No hacerlo denotaría
un cierto desprecio por los destinatarios de sus
comunicaciones y un buen grado de estulticia,
ya que un estudio podrá ser brillante, pero si el
informe que da cuenta de sus procedimientos y
conclusiones es ilegible poco se habrá logrado.
La actitud crítica y autocrítica, insumo y motor
fundamental del método científico, constituye el
mejor terreno para que los investigadores puedan
aplicar ese mismo rasero a su ejercicio de
consignar por escrito el producto de su trabajo.
Nos gustaría pensar, como editores de
Biomédica, que el proceso de evaluación y de
revisión cuidadosa del contenido y la forma de
los documentos que se someten a su
consideración contribuye a la formación de
investigadores capaces de exponer en la
escritura, con rigor y precisión, los valiosos
resultados de su trabajo.
Referencias
1. Schaff A. Lenguaje y conocimiento. Segunda edición.
México, D.F.: Grijalbo; 1975. p.244-65.
2. Foucault M. Las palabras y las cosas. Primera edición.
Barcelona: Planeta Agostini; 1985. p.158-9.
3. Habermas J. Teoría de la acción comunicativa. I.
Racionalidad de la acción y racionalización social.
Primera edición. Madrid: Taurus; 1987. p.392.
4. Eco U. Tratado de semiótica general. Segunda edición.
Barcelona: Editorial Lumen; 1981. p.133-8.
5. Kuhn TS. La tensión esencial. Estudios selectos sobre
la tradición y el cambio en el ámbito de la ciencia.
Segunda reimpresión. México: Fondo de Cultura
Económica; 1996. p.248-62.
6. Steiner G. Lenguaje y silencio. Primera edición en
México. México: Gedisa Editorial; 1990. p.36-7.
7. Ordóñez A. Algunos barbarismos del lenguaje médico.
Med Clin (Barc) 1990;94:381-3.
8. Steiner G. En el castillo de Barba Azul. Primera edición.
Barcelona: Gedisa Editorial; 1991. p.160.
9. Dauzat A. La vida del lenguaje. Primera edición. Buenos
Aires: El Ateneo; 1946. p.108.
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