REVISTA cHILENA DE LITERATURA
Noviembre 2010, Número 77, 157 - 180
LITERATURA Y PRENSA DE LA INDEPENDENcIA,
INDEPENDENcIA DE LA LITERATURA
bernardo Subercaseaux
Universidad de chile
[email protected]
RESUMEN/ ABSTRAcT
El artículo examina las concepciones operantes del libro, la lectura y la literatura en chile, entre
1810 y 1842. Describe la concepción enciclópedica y eminentemente política de lo literario en
las dos primeras generaciones de criollos ilustrados y el modo como ella fue conformando un
canon para la nueva nación. contrasta luego el discurso de la utopía ilustrada (entendida como
“verdad prematura”) sobre la lectura y el libro con testimonios sobre su realidad. Finalmente
enfrenta ambas perspectivas y las vincula a la independencia de la literatura.
PALABRAS CLAVE: ilustración, republicanismo, lectura, libro, prensa, independencia, canon,
testimonio, tiempo fundacional.
The article examines the perception about books, reading and literature in Chile, between
1810 and 1842. It deals with the vision of the two first generations of intellectuals about this
subject, a vision politically motivated. It then goes on to establish a constrast between the
utopical vision and the real experience in the area of book and reading. The article finally
confronts both visions in relation to the independence of literature.
Key words: enlightment, republicanism, reading, book, printing press, independence, canon,
testimony, foundational time.
Los letrados criollos que después de la Independencia se ocupan del tema
del libro y la lectura en función del nuevo orden de la nación, pertenecen,
básicamente, a la generaciones de 1810 y a la de 1842, generación ésta última
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que se percibe a sí misma –a pesar del interregno de casi 30 años– como
continuadora y depositaria de la anterior. Las figuras más destacadas de la
primera son Camilo Henríquez (1769-1825), Manuel de Salas (1754-1841)
y Juan Egaña (1768-1836) y de la segunda, José Victorino Lastarria (18171888), Francisco Bilbao (1823-1865), algunos exiliados argentinos como
Sarmiento, y discípulos de los anteriores que empiezan a participar en la vida
pública a fines del decenio de Bulnes, como Benjamín Vicuña Mackenna
(1831-1886). todos ellos conforman una comunidad de lectores en la medida
en que comparten códigos, valores, supuestos e ideales, lo que incide en
sus prácticas lectoras y en la valoración de ciertos autores o de uno u otro
título, preferencias que se manifiestan en el periodismo de ideas posterior a
la Independencia.
¿Cuáles son, entonces, las características que comparten estas figuras, y
que nos permiten hablar de prácticas lectoras compartidas o –siguiendo a
Roger chartier– de una comunidad de interpretación que a partir de ciertos
códigos va a perfilar el espacio público de la época? 1
Todos son intelectuales polifacéticos al estilo decimonónico, que asumen la
ilustración desde una racionalidad militante y que conciben a los fundamentos
filosófico-políticos de las “luces” como la base de su pensamiento y de su
acción, a la razón como instancia ordenadora del conocimiento, a la libertad
como valor supremo y a la república como la forma de gobierno más adecuada
para la nueva nación. Son letrados que participan del optimismo histórico
y de la idea del progreso indefinido, que perciben a la educación como el
instrumento para formar ciudadanos, y a la cultura letrada como el ámbito
para esa formación. Todos ellos vivieron persecución y exilio por sus ideas.
camilo Henríquez en 1809 fue visitado por la Inquisición en su celda limeña
de Fraile de la Orden de la Buena Muerte, y como se relata en los Anales
de la Inquisición, en la primera visita, tras registrar muebles y estantes, el
inquisidor se retiró luego de no encontrar nada. El denunciante, sin embargo,
que era un fraile dominico, insistió, y la Inquisición dispuso nueva pesquisa,
encontrando esta vez en el interior del colchón algunos libros prohibidos, entre
otros, de Rousseau y Voltaire 2 . como consecuencia de esa segunda visita,
Camilo Henríquez fue conducido a un calabozo del Santo oficio. ocultar
esos libros en su cama, era ya, una forma temprana de incluirlos en el canon,
1
2
Véase chartier, una de las ideas matrices en El mundo como representación.
Véase Palma 86.
Literatura y prensa de la Independencia, independencia de la literatura
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de escoger lo que había que leer. Después del desastre de Rancagua, camilo
Henríquez se exilió en Argentina. También fueron perseguidos y desterrados
por sus ideas, en algún punto de su trayectoria, Juan Egaña, Manuel de Salas,
Lastarria, Bilbao, Sarmiento y Vicuña Mackenna.
Todos ellos tenían una concepción enciclopédica y no restrictiva de lo
literario, que iba mucho más allá de lo que entonces se entendía por las “bellas
letras”. Literatura era no solo la expresión imaginaria, sino toda expresión
escrita, y aún más, toda actividad letrada que tuviese un fin edificante, que
apuntara a transformar los residuos de la mentalidad colonial en virtudes
cívicas y en una nueva conciencia nacional. camilo Henríquez hablaba de
“escritos luminosos para la suerte de la humanidad”, englobando en este
concepto a los libros de imaginación y a los de pensamiento, “feliz el pueblo”
–escribía en La Aurora de 1812– que tiene poetas, “a los poetas seguirán
los filósofos, a los filósofos los políticos profundos”, y son sobre todo estos
escritos de pensamiento (cuyo retraso se debía a la pereza de la razón) los
que alcanzan para camilo Henríquez un rango superior, se trata, decía, de
“la sublime ciencia de hacer felices a las naciones”. De allí que cuando,
en 1812, refiriéndose al arribo desde Estados Unidos de la primera y muy
rudimentaria imprenta que se instala en el país, camilo Henríquez la bautizó
como “la máquina de la felicidad”. Imprenta que años más tarde, durante
la Reconquista, sería rebautizada por los realistas como “la máquina de las
mentiras”, convirtiendo a los patriotas ilustrados o “sabios” que la usaban, en
“revoltosos”, “caudillos” y “tiranos”, y a sus escritos en “papeles sediciosos”
que propiciaban “conductas delincuentes” 3 .
Tres décadas más tarde, Lastarria, en el Discurso inaugural de la
Sociedad Literaria de 1842, reafirmando, la concepción enciclopédica de la
literatura, señalaba que “entre sus cuantiosos materiales”, ésta incluye “las
concepciones elevadas del filósofo y del jurista, las verdades irrecusables
del historiador, los desahogos de la correspondencia familiar” y por último
“los raptos y los éxtasis deliciosos del poeta”. De hecho, al revisar las actas
de la Sociedad, llama la atención la variedad de materias que se tratan en
las sesiones. Francisco Bilbao lee un trabajo sobre sicología y soberanía
popular; Juan, hijo de Andrés Bello, lee una obra de teatro y una descripción
geográfica de Egipto; Santiago Lindsay recita poemas patrióticos, otro joven
3
Expresiones que se encuentran en documentos realistas del período 1814-1817 y en
Martínez 14.
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diserta sobre el espíritu feudal y aristocrático, y varias sesiones se dedican
al análisis de las cualidades que debería tener un libro para la instrucción
general del pueblo.
La máquina de la felicidad
Otro rasgo que comparten estos autores es la seriedad y solemnidad con
que acometen la tarea intelectual. En la Aurora de Chile, primer periódico
que se editó en el país, y que dirigido por camilo Henríquez publicó entre
1812 y 1813 un total de 62 ediciones, no hay ni un solo rasgo de humor
ni siquiera un guiño, el lenguaje es siempre solemne, formal, sentencioso,
inflamado y grave. Por su parte, en la Sociedad Literaria de 1842 llama la
atención la normatividad estricta de las sesiones. Está –según consignan las
actas– expresamente prohibido fumar, ningún miembro puede salir a la calle
durante las reuniones; hay –por reglamento– un fiscal que debe controlar la
asistencia y sentarse siempre –también por reglamento– al lado izquierdo
del Director.
Literatura y prensa de la Independencia, independencia de la literatura
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La Aurora de Chile. Periódico ministerial y político. El primer periódico nacional
Las actas hacen pensar, más que en jóvenes románticos, en déspotas
ilustrados. Los rasgos de solemnidad revelan, por encima de lo anecdótico,
tanto en camilo Henríquez como en los jóvenes de 1842, una determinada
conciencia histórica. Se autoperciben como artífices y cruzados en las batallas
de la Independencia (los primeros) y de la Civilización (los segundos). El
hálito fundacional y la voluntad de construcción no dejan resquicios para
el humor ni siquiera en la lectura: Francisco Bilbao afirmaba muy orondo
que el Quijote no había conseguido hacerlo reír ni una sola vez. No hay
espacio ni para el irracionalismo, ni para el vuelco emotivo personal. Y, si
hay emotividad, esta es colectiva, y se manifiesta en la actitud mesiánica y
voluntarista con que perciben la tarea de educar el espíritu para modificar la
sociedad. Vicuña Mackenna, en sus crónicas, recuerda a Bilbao en una calle
barrosa presidiendo a un grupo de jóvenes en procesión, llevando, como
iluminado, un árbol de la libertad hecho de mostacillas.
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Son antecedentes que revelan una vivencia compartida y una escenificación
colectiva del tiempo histórico nacional. Hablamos de escenificación porque
esta vivencia implica una teatralización del tiempo histórico y de la memoria
común. Escenificar el tiempo, en el sentido de que se establecen relaciones
de anterioridad (con un “ayer” que se perfila como un lastre, como un
pasado que hay que dejar atrás y superar); relaciones de simultaneidad
(con un “hoy” o presente, desde cuyo ángulo se adopta un punto de vista) y
relaciones de posterioridad (con un “mañana” de connotaciones teleológicas,
constructivistas o utópicas). Desde una escenificación de la temporalidad se
establece un relato, o un metarrelato, una narración y códigos compartidos
que implican y animan toda índole de discursos. En el caso de las figuras que
hemos mencionado se trata de una vivencia colectiva del tiempo histórico en
clave de fundación, de una concepción profana del tiempo. Es el tiempo del
nacimiento de la nación, del corte con un “antes”, un tiempo que perfila un
“ayer” hispánico y un ancien régime que se rechaza y que se considera como
residuo de un pasado al que cabe borrar o cuando menos, “regenerar”. Frente a
ese “ayer” se alza un “hoy” que exige emanciparse de ese mundo tronchado, en
función de un “mañana” que gracias a la educación, a las virtudes cívicas, a la
libertad y al progreso, está llamado a ser –como se decía entonces– “luminoso
y feliz”. corresponde a un ideario republicano y liberal que a comienzos
del siglo diecinueve representaba una dirección cultural minoritaria, cuyo
agente era la elite letrada criolla. Se trata en el momento de la Independencia
de una utopía que responde a una concepción de la historia, pero de una
utopía que en el momento de la Independencia puede considerarse como una
“verdad prematura”, puesto que en el curso del siglo esa dirección cultural irá
paulatinamente convirtiéndose en hegemónica –en función de los intereses
de la elite (pero beneficiando también a capas medias)–, proyectándose con
extraordinaria vehemencia a través de diarios, revistas, historiografía, tratados
de jurisprudencia, discursos políticos, logias masónicas, clubes de reformas,
novelas, piezas de teatro, estado docente y hasta moda y actitudes vitales.
como señala Giorgio Agamben “cada concepción de la historia va siempre
acompañada por una determinada experiencia del tiempo que está implícita
en ella, y que la condiciona. Del mismo modo, cada cultura es ante todo una
determinada experiencia del tiempo y no es posible una nueva cultura sin
una modificación de esa experiencia” (19). Vivencias temporales distintas
articulan distintos sistemas de representación, también modos distintos de
representar, memorizar y conservar el pasado.
Literatura y prensa de la Independencia, independencia de la literatura
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La paulatina hegemonía que esta constelación va a ejercer sobre la elite y
la sociedad chilena, y su tensión con la visión ultramontana y conservadora
(que se afincó en el peso de la noche y en el sustrato hispano católico) dominan
casi todo el espacio intelectual visible del siglo XIX y muy especialmente
hasta 1880. Las figuras ilustradas que hemos mencionado son –con sus luces
y sus sombras– la base de este edificio.
El pensamiento de camilo Henríquez, de Manuel de Salas, de Juan Egaña,
en fin, de todos los que participaron en la Independencia, está permeado
–con matices de diferencia– por esta escenificación del tiempo fundacional.
También lo está el pensamiento de la generación de 1842, de Lastarria, de
Vicuña Mackenna y otros. No es casual que las primeras publicaciones
periódicas del chile independiente utilicen casi siempre títulos como “La
Aurora”, “El despertar” o “El crepúsculo”, o que la mayoría de los escritos
de estos autores recurran con frecuencia a dos sistemas metafóricos o
analógicos de hálito fundacional: el lumínico y el vegetal. Los escritos de
prensa y ensayos que Camilo Henríquez califica de “luminosos”, son escritos
que están plagados de “rayos”, “chispas”, “relámpagos”, “aurora” “luz”,
“oscuridad”, “resplandecer” y “porvenir brillante”; se trata de un campo
metafórico en que el sol y la luz –que vivifican lo lumínico– simbolizan la
libertad y la razón, escenificando un “ayer” oscuro. Por otra parte, la larga
serie de sustantivos, verbos y adjetivos del repertorio metafórico vegetal a los
que se recurre (“semilla”, “raíces”, “tronco”, “plantar”, “crecer”, “sembrar”,
“florecer”, “cultivar”, “follaje”, “brotes”, “botón”, “ramas”, “flores”, frutos”,
etc.…) obedece a una concepción teleológica del decurso histórico y del
progreso. La humanidad, entonces, es percibida con la metáfora del árbol,
de un árbol que podrá –con la independencia y la libertad– desarrollarse
hasta la plenitud de sus posibilidades: hasta dar “frutos”. Se busca, en todos
los órdenes, escenificar un tiempo nuevo, reinventar una identidad nacional
alejada del pasado español. Desde esta perspectiva, la historia intelectual
del siglo XIX pone en discusión afirmaciones de autores como Luis Mizón,
quien señala que “la mentalidad autoritaria, herencia colonial de la ilustración
católica, regalista con influencia galicana y utilitaria, es más importante en la
Independencia y en todo el siglo XIX que el enciclopedismo ateo” (32).
En un país recién creado, con un índice de analfabetismo que
probablemente llegaba al 90% y con la herencia de una educación colonial
escasa y pobre, se trata de una elite intelectual masculina que en una sociedad
periférica, como lo era chile, es la que asume la responsabilidad de formular
una ideología de reemplazo ante lo que aparece como desintegración del viejo
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orden. Es la encargada de forjar una autoimagen y una conciencia cívica y
nacional que solidifique el nuevo orden. Son figuras que en la constitución
de la modernidad ejercen por lo tanto una doble mediación. Por una parte son
mediadores de las ideas y los valores ilustrados provenientes de Europa, que
se trasladan a la periferia; pero, por otra, son también mediadores entre la élite
local y la sociedad tradicional, a la que se proponen transformar e incorporar
paulatinamente a la cultura letrada (Serrano 165). Se trata, en definitiva de
los primeros intelectuales modernos, a la Voltaire, que ejercen su oficio con
vocación de lo público, intelectuales que tienen algo de agitadores políticos,
bastante de profetas y no poco de directores espirituales (Savater 370)4.
camilo Henríquez revisa el primer ejemplar de la Aurora de Chile, 1812
Tales son los ideales y supuestos que rigen a la comunidad de lectores que
hemos perfilado. La lectura en ellos no es, por lo tanto, una operación abstracta
ni la mera intelección de un texto (chartier, El orden 29), sino que es la
puesta en marcha de una mentalidad previa, de un horizonte de expectativas
4
Fernando Savater en su Diccionario Filosófico (1999), señala que Voltaire inaugura
la figura del intelectual moderno.
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que interactúa con el texto. En esa interacción se pone en juego un código
ideológico cultural en el que están imbricados una concepción de la historia
y una vivencia del tiempo. Se trata de preconcepciones compartidas que nos
permiten conjeturar lo que tenían en la mente los letrados criollos, conjeturar
también desde qué horizonte imaginario interpretaban, elegían o sugerían lo
que les interesaba que se leyera, recomendaciones que fueron constituyendo
así el canon de la literatura de la Independencia. Podríamos afirmar incluso
que las dos generaciones mencionadas inauguran una tradición de lectura
con una óptica laica, republicana y liberal, imbuida de una concepción
edificante de la lectura en pro del ejercicio ciudadano y de la construcción
de la República. Una tradición que tiene como sujeto histórico a la elite
criolla letrada (masculina) del siglo XIX, elite que ejercerá un control de lo
que se lee, por lo menos durante la primera mitad del siglo, hasta que entra
en acción un nuevo público lector de folletines y novelas tardo románticas
(mayoritariamente un público femenino), vale decir, hasta que se hace
presente un sistema paralelo que responde no a la elite sino que al mercado
(Poblete 84).
Se trata de una tradición de lectura que se hace patente en las actas de la
Sociedad Literaria de 1842: en algunas sesiones de estudio se leía en voz alta
y se comentaba la Historia del Mundo Antiguo de Segur, la de la Edad Media
y Moderna de Fleury, y, según destacan las actas, “a Herder cuando resulte
conveniente”. ¿Pero cuál es el parámetro –preguntamos nosotros– para decidir
cuándo resulta conveniente? Estudian a estos autores, como también a Vico
–por intermedio de Michelet– y a Herder, haciendo un esfuerzo por establecer
una forma de vida nacional; los analizan y estudian con una óptica específica:
chilecéntricamente. Jacinto chacón, uno de los secretarios de la Sociedad
que preside Lastarria, escribe un largo poema que divide en tres partes: La
Europa, La América y Chile, un poema que titula significativamente: Historia
moderna. El poema desarrolla la idea del progreso indefinido y su traslado
en tiempo y espacio, desde Europa a América, para asentarse finalmente en
chile. Para los jóvenes de la Sociedad Literaria de 1842, los carriles de la
historia desembocan en el país; en una nación que con la Independencia, la
Soberanía, la Libertad y los “escritos luminosos” se ubicará en la senda de
un país sabio y feliz. Leen e interpretan como si la historia fuese un lago y
el pasado ondas concéntricas que se concitan en un punto central, que es la
nueva nación. Puede afirmarse, entonces, que la conciencia ilustrada en sus
vertientes republicana y liberal es abstractamente nacionalista, puesto que
en su intento fundacional se define casi en la pura oposición a lo español y
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al pasado colonial. Se trata, en una primera etapa, de construir una identidad
por negación. “Lo chileno” para estos lectores nace, entonces, como valor y
como idea antes de tener una existencia real. Es precisamente esta óptica la
que explica la preeminencia de una literatura de ideas y de emancipación por
sobre una literatura de imaginación, con fines propiamente estéticos. A ello se
debe también un imaginario de la Independencia como corte histórico tajante,
y no como la continuidad de una modernización que ya en alguna medida se
había iniciado a fines de la Colonia con las reformas borbónicas 5.
Francisco Bilbao
José Victorino Lastarria
Desde esa mentalidad lectora se irá estableciendo el canon de autores y
títulos necesarios, mentalidad que alimentó a la prensa de ideas de la época
y que opera ya en 1812 y 1813, en los 62 números de la Aurora. Periódico
del que su editor y redactor principal y casi único fue camilo Henríquez.
En el prospecto del periódico, en febrero de 1812, el editor señala “La
voz de la razón y de la verdad se oirán entre nosotros después del triste,
e insufrible silencio de tres siglos. ¡Ah! –exclama– en aquellos siglos de
opresión, de barbarie y de tropelías, Sócrates, Platón, Tulio y Seneca hubieran
sido arrastrados a las prisiones y los Escritores más celebres de Inglaterra,
de Francia y Alemania hubieran perecido sin misericordia entre nosotros.
¡Siglos de infamia y de llanto!” –clama con voz doliente el editor. “La
sabiduría y la humanidad llorará siempre sobre vuestra memoria”. “Oh”…
–implora camilo Henríquez– “¡si la Aurora de chile pudiese contribuir de
5
Idea matriz en el libro de Alfredo Jocelyn Holt sobre la Independencia de chile.
Literatura y prensa de la Independencia, independencia de la literatura
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algún modo a la ilustración de mis compatriotas!” (s/p). Por aquí y por allá
el periódico destaca a varios autores de la tradición republicana clásica como
Aristóteles, cicerón y Tito Livio. A partir de estos pensadores y de la idea de
comunidad republicana, camilo Henríquez, Juan Egaña y Manuel de Salas
exaltan el rol de la filosofía moral o cívica dentro de la educación pública,
sustentando el valor de la razón, y de la libertad (como no dominación), en
oposición al despotismo y a la esclavitud. conciben también a la virtud,
al vicio y a la corrupción no como faltas privadas sino como conceptos
políticos vinculados a lo público, en la medida en que inciden en el ideal de
autogobierno y en el funcionamiento de la república como el sistema político
por excelencia (Castillo 38). Los autores del mundo clásico siempre son, por
lo tanto, mencionados en la Aurora con valoración positiva, de modo que
indirectamente se los va incorporando al canon.
Resulta interesante que explícitamente camilo Henríquez señale la
necesidad de ilustrar al pueblo, pero en español y no en latín, para el director
de la Aurora es una “práctica bárbara utilizar el latín en la enseñanza” (“Es
preciso” s/p). El latín es la lengua de la Iglesia, de la escolástica, el idioma
del contracanon. En el plan de estudios que propone camilo Henríquez en
la Aurora, figuran lenguas modernas como el inglés y el francés, pero no el
latín. La ilustración según camilo Henríquez, “para hacerse popular debe
dejar de enseñarse en latín porque este ejercicio no es más que un obstáculo
para el conocimiento” (“Es preciso” s/p), debe enseñarse –dice– en el idioma
vernáculo. En su discurso de inauguración de la Sociedad Literaria, Lastarria
también rescata el legado del idioma castellano, la facundia, la sencillez, la
majestad del estilo que está presente en los clásicos españoles, pero no su
contenido al que califica de “pobre, rudo y trivial” (10-11). Era la paradoja
de tener que usar un idioma heredado de una madre, que súbitamente se
transformó –como sostenía Bolívar en su Carta de Jamaica (1815)– en
madrastra.
Llama la atención que un miembro de la Iglesia, cuya jerarquía fue más
bien contraria a la independencia, sostenga tales posturas e incluso haya sido
el adalidad de las mismas. Se trata, sin embargo, de un miembro de lo que
la historiografía ha llamado el clero insurgente, sacerdotes como Morelos e
Hidalgo en México, curas que actuaron en un contexto en que la Iglesia quedó
en una situación ambigua e incluso en algunos lugares, acéfala. La jerarquía,
parte importante del clero y el Vaticano, favorecían el Regio Patronato de la
corona, mientras un sector minoritario al comienzo, pero creciente después,
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sostenía que los nuevos Estados eran los legítimos herederos de las potestades
que tuvo el Rey de España durante la colonia 6.
Dentro de la matriz ilustrada, el republicanismo o humanismo cívico de
camilo Henríquez, Juan Egaña y Manuel de Salas tiene cierta diferencia
con el liberalismo de Lastarria y de los jóvenes de 1842, diferencia que se
expresa en la prensa: mientras el primer grupo se ocupa de los derechos y
las libertades colectivas, el segundo se centra, más bien, en los derechos y en
las libertades individuales 7. De allí que los pensadores y escritos que elijan
no sean exactamente los mismos: filósofos, historiadores y pensadores del
mundo grecolatino y autores como Montesquieu, Voltaire y Rousseau, en
el caso de los primeros, y el liberalismo doctrinario francés y autores como
Benjamin constant, Pradt y Destutt de Tracy pero también Montesquieu y
Rousseau, en el caso de Lastarria. cabe señalar que la primera hornada, en
comparación con la de 1842, tuvo una preocupación bastante mayor por
los pueblos originarios y sus derechos. Varios de los artículos de la Aurora
tocan el tema araucano y el propio camilo Henríquez escribió utilizando
el seudónimo mapuche de Patricio curiñacu. Los criollos independentistas
republicanos se consideraban herederos legítimos de los araucanos. El
pensamiento republicano –tal como se infiere del primer escudo nacional
(1812)– percibía en el pasado indígena su propia época clásica, concibiendo
sí, a los pueblos originarios, en una perspectiva de educación y asimilación.
El adjetivo “araucano” llegó a ser un modo de decir “chileno”, fue, como
señala Mario Góngora, “una glorificación idealizada” (89).
6
Según José Toribio Medina, de los 190 sacerdotes regulares de Santiago solo 22 fueron
partidarios de la independencia. El Vaticano solo reconoció la Independencia de chile en
1840.
7
Gordon Wood denomina “humanismo cívico” al pensamiento de algunos pensadores
de la Independencia de Estados Unidos (14).
Literatura y prensa de la Independencia, independencia de la literatura
169
Primer escudo nacional (el lema superior dice “Después de las tinieblas, la luz”
y el inferior “o por consejo o por espada”)
Juan Egaña publicó en 1819 sus Cartas Pehuenches, obra en que, imitando
las Cartas Persas de Montesquieu, puso en boca de dos caciques mapuches
la crítica a los vicios y virtudes en los primeros años post independencia.
Manuel de Salas, a su vez, fue quien en 1823 colocó una lápida definitiva
a la institución de la esclavitud. Tratándose de estos temas, la generación
de Lastarria, en cambio, fue más apegada a la dicotomía sarmientina de
civilización y barbarie. cabe señalar, sin embargo, que a pesar de esta
diferencia, reconocían y valoraban el hecho de que en 1810 la primera
hornada de patriotas haya proclamado a la República como la expresión
institucional más adecuada para la nueva nación, en circunstancias de que
en Europa Napoleón se estaba coronando, y parte importante de la opinión
pública o era monárquica o percibía a esa institución como una de las más
favorables para un buen gobierno.
Otros autores que destaca camilo Henríquez en la Aurora son dos de
los historiadores más censurados por el aparato colonial del siglo XVIII
español. Se trata de Guillaume Raynal, ex sacerdote jesuita, pensador de
la ilustración y la revolución francesa, autor de una Historia Filosófica y
política de los establecimientos y del comercio de los europeos con las dos
Indias (1770), obra abundante en apasionados ataques al régimen colonial
español y en proclamas filosófico-revolucionarias, pero obra menor desde
el punto de vista histórico, según Diego Barros Arana (22). Se trata también
170
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del historiador escocés William Robertson y de su Historia de América,
publicada en 1792. Obra muy valorada por la intelligentzia europea de la
época por lo bien fundado de su estilo crítico. La saña que en carlos III y sus
ministros provocaban estos dos libros era tal, que mandó escribir dos obras
análogas pero por autores españoles y desde el punto de vista de la metrópolis.
Probablemente fue el encono de la península hacia estos libros el factor
que les abrió el paso al canon de lo que había que leer. El progreso consiste
–pensaba Francisco Bilbao– en desespañolizar (El evangelio) 8. Una vez más
comprobamos que las obras que se destacan en la Aurora corresponden a la
literatura de ideas en una perspectiva de emancipación, y no a la literatura de
ficción, o a las “bellas letras”, como se la llamaba entonces. Cabe señalar que
la Aurora como periódico no fue un diario en el sentido contemporáneo, en
sus 62 números casi no hay crónica ni actualidad, pero sí se instala con ella
un espacio público moderno, muy distinto a los espacios de convocatoria de
la colonia: a los pregones, a las campanas de la Iglesia o al púlpito.
Grupo de intelectuales, siglo XIX. Diego Barros Arana, sentado, tercero de
izquierda a derecha
8
Idea matriz de El evangelio americano (1864) de Francisco Bilbao.
Literatura y prensa de la Independencia, independencia de la literatura
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El único libro que se menciona reiteradas veces en la Aurora, y que se vincula
a las “bellas letras”, y que camilo Henríquez destaca como imprescindible
para el estudio del arte de escribir, es la obra del clérigo escocés Hugo Blair
Lecciones sobre la retórica y las bellas letras (publicada en inglés en 1783).
Según Henríquez “la obra más profunda y mejor escrita que conocemos sobre
esta materia” (Aurora 1) 9. Hay evidencia de que un compendio de esta obra
tuvo un uso docente significativo en el Instituto Nacional de Santiago. La
obra de Blair se proponía sustituir en el uso del idioma la retórica artificial
y la escolástica por los principios de la razón y del juicio. Blair tenía como
parámetros del buen decir y del uso de la lengua y de la composición, la
sencillez, el sentido común, la claridad y la exactitud. Su obra recomienda
atender más a la sustancia que a los ornatos y a la ostentación, crítica, por lo
tanto, al lenguaje y a la sintaxis barroca. En la advertencia del Compendio
que circuló en chile se señala que el aprecio con que se leía la obra de
Blair, es prueba de que los “lectores prefieren las ideas sanas a las áridas
nomenclaturas, la filosofía luminosa a los sistemas escolásticos y el gusto
depurado a la indigesta erudición” (3). todo lo que atacaba Blair tenía un
correlato para la elite ilustrada de las primeras décadas post Independencia.
Algunas de las disquisiciones que se realizaron en el seno de la Universidad
de San Felipe a fines del siglo XVIII volvían a hacerse presente: por ejemplo,
aquella en que un catedrático de esa Universidad argumentó en un tratado que
el uso de los vestidos de cola debía imputarse a pecado mortal. Mientras el
Rector escribió otro sobre el mismo tema, para demostrar –con argumentos
basados en la opinión de los Santos Padres– que el uso de los vestidos de
cola no podía imputarse a pecado mortal, pues Santa Rosa los había usado
y en la corte celestial tenían por Santo Patrono a un tal San Bernardino de
Siena que también los había usado, todo esto con un lenguaje enrevesado,
pleno de retórica escolástica.
cabe señalar sin embargo que a camilo Henríquez y a los ilustrados
republicanos les importaba sobre todo la palabra escrita y la cultura letrada,
no en función de las “bellas letras”, sino en su potencial para el avance de
propósitos políticos y culturales, como instrumento para la participación
ciudadana en un sistema político y representativo. De ahí también que
abogaran insistentemente en la necesidad de “ilustrar y educar al pueblo”. La
idea de una república, universal en sus principios y abstracta en sus vínculos
9
Estas palabras aparecen en la edición de la Aurora del 25 junio 1812.
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–vía la constitución y las leyes– solo era posible a través de la escritura y de
una cultura letrada (Serrano y Jaksic, “El poder”). Quién sí se preocupó desde
su llegada a chile de las bellas letras, fue Andrés Bello. Recién llegado al
país, en el Araucano, Bello comentó y propuso modelos poéticos afines a la
poesía cívica de corte neoclásico, e integró también al canon de la literatura
chilena nada menos que a la Araucana de Ercilla, leyéndola –en artículo de
1841– como una épica fundante de la nación, como “nuestra Eneida” (34).
En la generación de 1810, además de la literatura de ideas, que el editor
de la Aurora engloba en la categoría de filosofía civil, se mencionan también
otros “libros útiles”, libros que merecen ser importados y leídos. Según
camilo Henríquez “uno de los muchos modos con que el comercio promueve
y favorece la literatura –repárese en el uso del concepto de literatura– es
la introducción de libros científicos y generalmente útiles. Harán pues un
gran servicio a la patria –dice– los comerciantes que hagan venir tantas
obras preciosas” (Aurora s/p) 10. También señala la necesidad de importar
diccionarios y gramáticas del idioma inglés: recordemos, que para camilo
Henríquez más que la Francia de Napoleón, era Estados Unidos el modelo
republicano por excelencia, en sus palabras: de “un país industrioso y culto”
en el que “todos leen, todos piensan y todos hablan con libertad” (Hernández
73), (valoración curiosa considerando que en varios Estados de esa nación
todavía operaba la esclavitud y la población negra estaba excluida de los
logros del país). En la prefiguración del canon de libros que hay que leer,
camilo Henríquez asume, entonces, la voz de una conciencia nacional, no
se trata de un canon personal, sino de un canon que debe ser accesible, que
debe ser parte del canon educativo y, por lo tanto, un canon que debiera ser
oficial en la perspectiva de preparar un “porvenir feliz” para la nueva nación
chilena.
Otra vía de constitución del canon en los años posteriores a la Independencia son las traducciones. Traducir implica una elección y un ejercicio
profundo de lectura intercultural. Ante la ausencia de crítica, el proceso de
traducción era un mecanismo más o menos directo para ampliar el canon.
La primera publicación de una obra traducida data de 1820, se trata de El
Diccionario portátil filosófico-político-moral. obra útil y provechosa a las
personas de cualesquiera opinión política que aspiren a figurar en el mundo
por principios de una educación a la derniere, obra que fue publicada –como
10
Estas palabras aparecen en la Aurora del 19 de marzo de 1812.
Literatura y prensa de la Independencia, independencia de la literatura
173
dice el facsimilar– en la Imprenta de los ciudadanos Valles y Vilugron. Se
trata de una obrita de pocas páginas, de autor anónimo, que se firma con el
seudónimo de Barón de Bribonet, texto inspirado en el Diccionario filosófico
portátil (1764) de Voltaire. El texto está precedido de una “Advertencia (s) del
traductor, con honores de prólogo”, en que el autor anónimo señala “Téngola
por producción original, que se ha querido disfrazar con las apariencias de
una traducción” (s/p). traducción o seudotraducción, lo importante es que
se basa en la obra de Voltaire, autor que no solo fue censurado y prohibido
durante la colonia, sino también en el interregno del ministro de Portales,
autor que fue un modelo para los ilustrados chilenos de cuño republicano y
liberal. Antes, en 1828, durante el gobierno del general Francisco Antonio
Pinto –a quien un historiador llamó filósofo con espada11– en la entrega de
premios del Instituto Nacional, el presidente Pinto obsequió a un alumno
destacado las Obras Completas de Voltaire.
En cuanto a traducciones, el propio camilo Henríquez tradujo del inglés
un discurso del poeta John Milton sobre la libertad de prensa, pronunciado en
el parlamento de Inglaterra, texto que publicó en la Aurora. Otra traducción
que se publicó en 1825 fue el Compendio de las lecciones sobre la retórica y
las bellas letras, de Hugo Blair, al que ya nos hemos referido. Otro título fue
La conciencia de un niño, obra traducida del francés por Domingo Faustino
Sarmiento y publicada en 1844 para el uso –como indica la portadilla– de las
escuelas primarias”. Solo en 1844, se traducen y publican obras de ficción
propiamente tal: una novela de Balzac y dos de Eugenio Sue (La tremielga,
El judío errante y Los misterios de parís). En definitiva, entre 1820 y1845,
la mayoría de las obras traducidas corresponden a lo que llamamos literatura
de ideas y solo unas pocas, muy pocas, a lo que se consideraba entonces
“bellas letras”.
En camilo Henríquez y la Aurora se encuentran, como hemos señalado
latamente, diversas respuestas a la pregunta ¿qué leer?, respuestas que
responden a las preconcepciones ideológico políticas de una mentalidad
ilustrada de cuño republicano, supuestos que son también en gran medida
compartidos por la generación de 1842. De allí que hablemos de prácticas
lectoras y de una comunidad de interpretación comunes. El canon de la
literatura de la Independencia que responde a la pregunta de ¿qué leer?, está
conformado, entonces, para esta comunidad, por algunos de los autores más
11
Se trata del historiador y ensayista Alberto Edwards.
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destacados de la antigüedad clásica, por pensadores ilustrados como Voltaire,
Rousseau y Montesquieu, entre otros, por autores del liberalismo doctrinario
francés, también por autores del contra-canon de la España colonial y por
“libros útiles”, sean científicos o diccionarios.
La generación de 1810 no se hace sin embargo la pregunta de ¿qué
escribir?; de hecho, en un número de la Aurora, camilo Henríquez se
interroga “¿De qué sirve escribir si no hay quien lea?” (4)12. Una situación
muy distinta ocurre con los miembros de la generación de 1842. comparten el
uso enciclopédico y no restrictivo del concepto de literatura, pero también les
preocupa y mucho el destino de las “bellas letras”. Un segmento significativo
del discurso de Lastarria en la inauguración de la Sociedad Literaria está
destinado a reflexionar sobre las características que debe tener la literatura de
imaginación en chile y sobre todo la necesidad de crear una literatura propia
que no sea una simple imitación del modelo europeo. Reconoce y valora la
literatura francesa: “De San Petersburgo a cádiz, dice, no se leen más que
libros franceses, ellos inspiran el mundo”. “Debo deciros, pues, que leáis los
escritos de los autores franceses de más nota en el día –se refiere sin duda al
romanticismo social; pero añade una advertencia “no para que los copiéis y
trasladéis sin tino a nuestras obras, sino para que aprendáis de ellos a pensar,
para que os empapéis en ese colorido filosófico que caracteriza a su literatura”
(10-11). Lastarria propicia una literatura que, rescatando del legado español
solo el don de la lengua, se independice frente a los valores hispánicos, una
literatura que se inspire en lo propio, en la historia patria, en las peculiaridades
sociales, en el paisaje y en la naturaleza americana, una literatura que sea
–dice– “la expresión auténtica de nuestra nacionalidad” (10-11). Propone
también una literatura edificante: escribir para el pueblo, combatir los vicios
y realzar las virtudes. Los miembros de la Sociedad Literaria se sienten,
entonces, responsables de una tarea tanto o más importante que la de los
padres de la patria; se trata de completar la independencia política con la
independencia cultural; de la fundación de la nación y, simultáneamente, de
la fundación de su literatura.
Hasta aquí nos hemos movido en el plano de las ideas, del deber ser, en
el ámbito de un constructivismo utópico de cuño ilustrado. ¿Pero qué pasaba
en la realidad real con los libros y la lectura? ¿con la educación? ¿con la
república de facto? Fuente importante son los testimonios de los viajeros, de
12
Estas palabras aparecen en la Aurora del 7 de mayo de 1812.
Literatura y prensa de la Independencia, independencia de la literatura
175
personajes como John Miers, el botánico e ingeniero inglés que visitó chile e
Hispanoamérica entre 1818 y 1819, o de Alexander caldcleuhg, que estuvo
en el país en los mismos años que Miers, o de María Graham, la escritora y
viajera británica que llegó a Valparaíso en 1822.
John Miers, refiriéndose al conocimiento y manejo del español en la
sociedad chilena de la época, observa que “el idioma practicado usualmente
entre los chilenos está lejos del límpido castellano”, luego de señalar que el
idioma español es uno de los de mayor riqueza léxica y expresiva entre las
lenguas modernas, Miers nos dice que “el de los chilenos” en cambio “…es
pobre y ramplón, agudizado por una intolerable pronunciación nasal y una
carencia de vocabulario escasamente suficiente para expresar sus limitadas
ideas”. “Algunos con quienes me he reunido –agrega luego– no tienen remota
idea de geografía, o incluso de la topografía de su propio país; son ignorantes
sobre la ubicación relativa de los diferentes Estados de América hispana,
como lo son también respecto a otras partes del mundo. Muchos, entre las
personas más cultas de las clases acomodadas, me han inquirido si Inglaterra
está en Londres, o si Londres en Inglaterra, o sí la India cerca de ella, y otras
preguntas similares. He encontrado la misma ignorancia entre letrados y
doctores sabios de la ley. Puede decirse –concluye– que la formación cultural
(humanista) existe escasamente entre ellos” (Cit. en Piwonka 180).
John Miers
Respecto a la educación, le llama poderosamente la atención que al mejor
colegio de Santiago, con capacidad para más de 300, solo llegan 120 alumnos.
Se refiere a la Academia San Luis, heredera del Convictorio Carolingio de los
jesuitas, a la que acudían los hijos de los hacendados y de los comerciantes
más poderosos. Refiriéndose al Instituto Nacional de Santiago, señala que
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REVISTA CHILENA DE LITERATURA Nº 77, 2010
allí se enseña gramática, latín y aritmética; se inician en los principios de
la teología y la filosofía; la aritmética se lleva escasamente más allá de la
instrucción en las cuatro reglas elementales; y la filosofía enseñada…no
es más que una serie de dogmas ininteligibles e inútiles” (cit. en Piwonka
181).
con respecto a la lectura y los libros, su testimonio es lapidario: “El
egoísmo y petulancia de los chilenos –dice– es proporcional a su ignorancia”,
“es un orgullo no requerir del conocimiento de libros; de hecho tienen
escasamente algunos y en ocasiones no pueden soportar el problema de leer
aquellos que poseen”. Se está refiriendo a la elite letrada y a los patriarcas
de la oligarquía local. “Recuerdo –agrega– que el Presidente del Senado, un
hombre respetado por sus compatriotas”, una voz autorizada y escuchada,
“alardeaba de no haber examinado un libro durante 30 años, y otro funcionario
principal del Gobierno, quien se jacta de ser un hombre culto y erudito” con
“inmodestia similar” insinúa que “para él el conocimiento extraído de los
libros” resulta “innecesario”. “Por consiguiente” concluye “los libros son
entre ellos muy escasos” (Cit. en Piwonka 181).
como extranjero que traía libros entre sus pertenencias, su testimonio
con respecto a la censura es elocuente: “ningún libro era permitido sin estar
visado por algún funcionario de la aduana, ni inclusive enviarse de Valparaíso
a Santiago sin el examen más estricto, con el propósito de prevenir la
introducción de cualquier trabajo que tendiese al… conocimiento herético…
se ordenó que cada libro ofensivo fuera destruido. Estas prohibiciones, señala
finalmente, solo afectan a los extranjeros, puesto que, como los chilenos
no tienen ningún placer en leer, no vale la pena importar libros, ya que no
producen utilidades” (Cit. en Piwonka 181-182).
Podría pensarse que se trata –en el caso del ingeniero y botánico inglés– de
un testimonio sesgado, debido a que fracasó en sus proyectos mineros. Hay,
sin embargo, otros testimonios que corroboran lo señalado por Miers. La
viajera y escritora inglesa María Graham donó a la Biblioteca Nacional
en 1823, cuando abandonó el país, una cantidad importante de libros,
que quedaron apilados y solo muchos años después fueron incorporados
a la colección de la Biblioteca. La donante ni siquiera recibió una nota
de agradecimiento (Cit. en Piwonka 182). Alexander Caldcleugh, viajero
inglés que estuvo en chile en los mismos años que Miers, aunque menciona
algunas bibliotecas particulares de importancia, como la de Manuel de Salas,
ratifica –con tintas más moderadas– algunas de las observaciones de Miers.
Andrés Bello, en 1829, recién llegado al país, en carta que da cuenta de sus
Literatura y prensa de la Independencia, independencia de la literatura
177
primeras impresiones sobre la vida cultural expresa “cierto desencanto”, “la
poesía –dice– no tiene aquí muchos admiradores” y “El Mercurio chileno”,
periódico que califica de excelente, “no tiene quizás sesenta lectores en todo
el territorio de la República” (Cit. en Mellafe s/p.) Vicuña Mackenna se quejó
más de una vez en la prensa debido a que los libros se vendían en Santiago
en almacenes, entre papas, sebo, géneros y aceite, lo que era una afrenta para
una mentalidad ilustrada.
Salta a la vista, a partir de estos testimonios, la disparidad entre, por
una parte, la situación de la cultura letrada en los años posteriores a la
Independencia, y por otra, el ánimo y las preconcepciones de la comunidad
de lectores ilustrados en sus alcances utópicos y constructivistas, con
propuestas de un canon para la nueva nación. Se hace visible la conjunción
de un pensamiento moderno con una sociedad arcaica, el desfase que media
entre el proyecto de modernización republicano y liberal y la realidad cultural
existente. Se trata de una disociación que abre un viejo tema de la elite en
América Latina, el de la pugna entre los hombres montados a caballo
en ideas y los hombres montados a caballo en la realidad. contienda
que, como ha señalado Elias Palti no se trata de la oposición entre ideas y
realidad, sino entre dos discursos opuestos o entre visiones diversas de la
realidad (22).
Desde antes de la Independencia y durante todo el siglo XIX, esta
polaridad fue abordada por políticos e intelectuales hispanoamericanos, y
lo fue básicamente en torno a tres órdenes de argumentos que se hicieron
presentes en la prensa, en la correspondencia y en la historiografía de la
época: la postura autoritaria, que se opone a todo cambio que altere el
statu quo y las condiciones orgánicas de la vida socio económica (a las que,
por ende, congela); postura que expresa bien una carta que escribió Diego
Portales desde Lima a su socio José Manuel cea, en 1822: “La democracia
que tanto pregonan los ilusos, es –le decía– un absurdo en países como los
americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud…
para establecer una verdadera república”. Señala luego el tipo de gobierno
que hay que adoptar: “un gobierno fuerte, centralizador, cuyos hombres sean
verdaderos modelos de virtud y patriotismo y así enderezar a los ciudadanos
por el camino del orden…” (145). La segunda es una postura de mediación
y de posibilismo, que busca establecer puentes y regular la temperatura
ideológica de las ideas políticas modernas: por ejemplo, Simón Bolívar en
su Carta de Jamaica, de 1815, aboga persuasivamente no por la adopción
ipso facto de una forma de gobierno acorde a las ideas modernas, ni por una
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REVISTA CHILENA DE LITERATURA Nº 77, 2010
que petrifique lo existente, sino por la que fuese más posible de acuerdo a la
acomodación de los ideales republicanos con la realidad geográfica, social
y política de ese momento. También Andrés Bello ejerció una mediación de
esta índole con respecto a las ideas y al quehacer intelectual de la generación
de 1842, permitiendo la continuidad del pensamiento de los jóvenes liberales
en un contexto portaliano que les era adverso. En su magisterio intelectual,
Bello colaboró a borrar las diferencias causadas por la Independencia y por
las sucesivas confrontaciones entre liberales y conservadores, al comienzo y
al final del gobierno de Montt 13 . La tercera postura es la de aquellos que se
instalan de modo intransigente en las ideas y doctrinas modernas, postura que
encarna José Victorino Lastarria, cuando fustiga las concesiones doctrinarias,
la política que él llama “de la madre rusa”, de esa madre que sorprendida en
las estepas por una manada de lobos fue arrojando a sus pequeños, uno tras
otro, tratando inútilmente de saciar a los lobos, hasta que cayó ella misma
devorada: “Esa es la política –decía– de los sacrificios inútiles… No, no
debemos abandonar nunca la lógica y la integridad de las doctrinas” (cit. en
orrego Luco 12). En definitiva: ¡Que se salve la libertad… aunque perezca
el mundo!
Si bien las bellas letras no son un mero reflejo de las alternativas del
pensamiento, la independencia de la literatura nacional se irá construyendo
a la par de esta dialéctica entre las ideas y la sociedad. Desde las fricciones,
flujos e intersticios entre lo moderno y lo arcaico, y de los sustratos sociales
e ideológicos que nutren y sustentan estas refriegas, se irá conformando el
imaginario literario de Alberto Blest Gana, la figura más destacada de la
literatura chilena del siglo XIX. Piénsese, por ejemplo, en su obra Martín
Rivas (1862), en las figuras de Don Dámaso Encina (que representa el sustrato
convencional hispano católico), en el personaje Martín Rivas (que es la figura
de la mediación y del posibilismo en la perspectiva de la construcción de
la nación), y en Rafael San Luis (que encarna la voz de la intransigencia
liberal y romántica).
13
Aunque Mizón no menciona a Bello, sugiere en su libro que esta borradura fue funcional
a los intereses de la clase dirigente.
Literatura y prensa de la Independencia, independencia de la literatura
179
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