Título original: The Power ofHabit - Why We Do What We Do and How to Change It
Editor original: Random House, an imprint ofThe Random House Publishing Group,
a division of Random House, Inc, New York
Traducción: Alicia Sánchez Millet
Esta es una obra de no-ficción. Sin embargo, algunos nombres, Características personales delos personajes o situaciones se han cambiado para ocultar sus identidades.
Cualquier parecido con personas vivas o fallecidas es pura coincidencia y no intencionado.
l.a edición Mayo 2012
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en las leyes, la reproducción parcial o total de esta
obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así
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ler o préstamo público.
Copyright © 2012 by Charles Duhigg
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Ilustraciones: Anton Ioukhnovets
© 2012 de la traducción by Alicia Sánchez Millet
© 2012 by Ediciones Urano, S. A.
Aribau, 142, pral. - 08036 Barcelona
www.edicionesurano.com
ISBN: 978-84-7953-816-3
Depósito legal: B — 11.784 — 2012
Fotocomposición: Moelmo, SCP
Impreso por: Rodesa, S. A. — Polígono Industrial San Miguel
Parcelas E7-E8 — 31132 Villatuerta (Navarra)
Impreso en España - Printed in Spain
Indice
Prólogo
Quitarelhábito...........; ...............................
11
PARTE I
Los hábitos de las personas
1. El bucle del hábito
Cómo actúan los hábitos .................................
23
2. El cerebro ansioso
Cómo crear nuevos hábitos ...............................
51
3. La regla de oro para cambiar los hábitos
Por qué se produce la transformación ......................
83
PARTE II
Los hábitos de las organizaciones de éxito
4. Hábitos básicos, o la balada de Paul O’Neill
. Qué hábitos son los más importantes ...................... 121
5. Starbucks y el hábito del éxito '
Cuando la fuerza de voluntad se vuelve automática .......... 153
EL PODER DE LOS HÁBITOS
10
6. El poder de una crisis
Cómo crean hábitos los lideres a través de los accidentes
y el diseño ............................................. 181
7. Cómo sabe Target lo que quieres antes que tú
Cuando las compañias predicen (y manipulan) los hábitos. . . . 211
PARTE III
.
Los hábitos de las sociedades
8. La iglesia de Saddleback y el boicot del autobús
de Montgomery
Cómo se producen los movimientos sociales ................. 247
9. La neurología del libre albedrío
¿Somos responsables de nuestros hábitos? ................... 279
Apéndice
Guia del lector para utilizar estas ideas ....................... 309
Agradecimientos .......................................... 321
Noto sobre lasfuentes ...................................... 325
Notas .................................................... 327
Prólogo
Quitar el hábito
Era la participante favorita en las investigaciones de los científicos.
Lisa Allen, según su historial, tenía 34 años, había empezado a fu-
mar y a beber a los 16, y habia luchado contra la obesidad durante la
mayor parte de su vida. Llegó un momento, cuando tenía unos 25 años,
en que las agencias de morosos la acechaban para cobrar los más de
10.000 dólares que debía.-Un currículum antiguo reflejaba que su tra-
bajo de mayor duración no llegaba al año.
No obstante, la mujer que hoy se presentaba ante los investigadores
era delgada y radiante, con 'un tono muscular en las piernas propio de
una corredora. Parecía diez años más joven que en las fotos de su ficha,
y capaz de hacer más ejercicio que todos los presentes en la sala. Según
el último informe de su historial, Lisa no tenía grandes deudas, no bebía,
y llevaba 3 años y 3 meses trabajando en una firma de diseño gráfico.
—¿Cuándo fumó por última vez? -—le preguntó uno de los médicos.
Era la primera de las preguntas habituales que Lisa respondía cada vez
que acudía a este laboratorio a las afueras de Bethesda, Maryland.
-—Hace casi cuatro años —respondió-—-; desde entonces he adelgazado veintisiete kilos y he corrido un maratón.
También habia empezado a estudiar un máster y había comprado
una casa. Había sido un periodo lleno de acontecimientos.
Entre los científicos de la sala había neurólogos, psicólogos, genetis—
tas y sociólogos. En los tres últimos años, con los recursos de los Institutos Nacionales de la Salud, habían estado supervisando estrechamente
12
EL PODER DE LOS HÁBITOS
a Lisa y a más de una docena de antiguos fumadores, adictos a la comi—
da, bebedores problemáticos, compradores compulsivos y personas con
otros hábitos destructivos. Todos los participantes tenían una cosa en
común: habían rehecho sus vidas en periodos relativamente cortos. Los
investigadores querían comprender cómo. Para ello midieron Sus sig-
nos vitales, instalaron cámaras de vídeo dentro de sus hogares para observar sus rutinas diarias, secuenciaron partes de su ADN, y con tecno-
logías que les permitían verlo que sucedía en el interior de su cráneo en
tiempo real, observaron la sangre y los impulsos eléctricos fluyendo a
través de sus cerebros cuando estaban expuestos a tentaciones como fumar y comidas abundantes. La meta de los investigadores era averiguar
cómo actúan los hábitos en el ámbito neurológico, y qué es lo que hacía
falta para cambiarlos.
_
—Ya sé que nos ha contado esta historia una docena de veces ——le
dijo el doctor a Lisa——, pero algunos de mis colaboradores sólo la c'onocen por boca de otros. ¿Le importaría volver a explicarnos cómo dejó .
de fumar?
—En absoluto —respondió Lisa—. Todo empezó en El Cairo.
Esas vacaciones habían sido fruto de una decisión precipitada, les explicó. Unos pocos meses antes, un día su esposo regresó de trabajar y le
dijo que iba a abandonarla porque se había enamorado de otra mujer.
A Lisa le llevó un tiempo asimilar el hecho de que se iba a divorciar. Pasó
por un periodo de duelo, luego por otro de espiar obsesivamente a su
marido, seguir a su nueva novia por toda la ciudad, llamarla pasada la
medianoche y colgar el teléfono. También hubo una noche en que Lisa
se presentó borracha en la casa de la novia de su marido, aporreó la puer-
ta y se puso a gritarle que iba a quemar el edificio.
-—No fueron buenos tiempos para mí —dijo Lisa—. Siempre había
querido ver las pirámides y todavía me quedaba crédito en mis tarjetas,
así que...
En su primera mañana en El Cairo, la llamada a la oración de una
mezquita cercana la despertó al amanecer. Su habitación estaba total-
mente a oscuras. A tientas y todavía bajo los efectos del cambio de horario, se puso a buscar un cigarrillo.
Prólogo
13
Estaba tan desorientada que no se dio cuenta —hasta que olió a plás-
tico quemado— de que estaba intentando encender un bolígrafo, en vez
de un Marlboro. Se había pasado los últimos cuatro meses llorando, ati—
borrándose, sin dormir, sintiéndose avergonzada, impotente, deprimida
y furiosa, todo a la vez. En ese momento, se vino abajo en su cama.
—Fue como si me hundiera en una ola de tristeza ——les dijo—. Sentí corno si todo lo que siempre habia deseado se hubiera hecho pedazos.
Ni siquiera era capaz de encender correctamente un cigarrillo.
Luego empecé a pensar en mi ex marido, en lo difícil que sería encontrar otro trabajo cuando regresara y cuánto iba a odiarlo, y en lo poco
sana que me sentía siempre. Me levanté y pasé a llevar una.jarra de agua,
que se esparció por el suelo, y empecé a llorar todavía con más fuerza.
Sentí desesperación, la necesidad de cambiar algo; tenía que encontrar
a1 menos una cosa que pudiera controlar.
Se duchó y salió .del hotel. Mientras iba en un taxi por las maltrechas
calles de El Cairo y luego por las carreteras de tierra que conducían a la
Esfinge, a las pirámides de Gizeh y al vasto e interminable desierto que
las rodeaba, por un momento dejó de autocompadecerse. Pensó que necesitaba tener un objetivo en la vida. Algo que conseguir.
Así que mientras iba en el taxi llegó a la conclusión de que regresaría a Egipto a caminar por el desierto.
Sabía que era una idea loca. No estaba en forma, estaba obesa y no
tenía dinero. No conocía el nombre del desierto que estaba viendo, ni
si era posible hacer ese tipo de viaje. Pero nada de eso le importaba. Necesitaba tener algo en qué concentrarse. Decidió que se concedería un
año. para prepararse. Y para sobrevivir a semejante expedición estaba
segura de que debería hacer algunos sacrificios.
Concretamente, tendría que dejar de fumar.
.Cuando por fin once meses después hizo su travesía por el desierto —en un tour organizado con vehículos con aire acondicionado y
media docena más de personas, por cierto—, la caravana. llevaba tanta
agua, comida, tiendas, mapas, GPS y sistemas de comunicación por ra-
dio que incluir un cartón de cigarrillos no habría importado mucho.
Pero eso no lo sabía cuando iba en el taxi. Y para los científicos del
14
EL PODER DE LOS HÁBITOS
laboratorio, los detalles de su aventura por el desierto no tenían impor—
tancia. Porque por razones que estaban empezando a comprender, ese
pequeño cambio en la. percepción de Lisa ese día en El Cairo —-la convicción de que tenía que dejar de filmar para conseguir su meta— había
desencadenado una serie de cambios que acabarían afectando a todos
los demás aspectos de su vida. En los seis meses siguientes, sustituyó el
tabaco por correr, y eso, a su vez, le hizo cambiar sus hábitos alimenta-
rios, laborales, de sueño, empezó a ahorrar, se programaba sus días laborables, planificaba el futuro, etcétera. Empezó corriendo media ma-
ratón, varias veces, luego un maratón, retomó sus estudios, se compró
una casa e inició'una relación. A1 final fue invitada a participar en el estudio científico, y cuando los investigadores empezaron a examinar las
imágenes de su cerebro, observaron algo destacable: un conjunto de patrones neurológicos -—sus viejos hábitos— había sido reemplazado por
nuevos patrones. Todavia podían verla actividad neuronal de sus viejas
conductas, pero esos impulsos habían sido desplazados por otros nuevos. Al cambiar sus hábitos también había cambiado su cerebro.
Según los científicos, no fue ni el viaje a El Cairo, ni su divorcio, ni
su viaje por el desierto, lo que había provocado el cambio. Fue su propósito de empezar a cambiar uno de sus hábitos: fumar. Todas las personas que participaban en el estudio habían pasado por procesos similares. Al concentrarse en un patrón—que era conocido como «hábito
principa1»—, Lisa también había aprendido por sí sola a reprogramar
las otras rutinas automáticas de su vida.
No son sólo las personas las que pueden realizar estos cambios indi—
vidualmente. Cuando las empresas se centran en cambiar sus costum-
bres, organizaciones enteras pueden transformarse. Compañías como
Procter Sc Gamble, Starbucks, Alcoa y Target se han acogido a esta visión para influir en la forma en que trabajan sus empleados, en cómo
se comunican, y —sin que sus clientes lo sepan— en el modo en que
compra la gente.
-—-Quiero mostrarle uno de sus últimos escáneres —le dijo uno de
los investigadores a Lisa al final de su examen. Le enseñó una imagen
del interior de su cabeza enla pantalla de su ordenador—. Cuando us—
Prólogo
15
ted ve comida, estas áreas —-le señaló una zona cerca del centro de su
cerebro— que están asociadas con los antojos y el hambre, todavía si—
guen activas. Su cerebro todavía genera los impulsos que le hacen comer demasiado.
»Sin embargo, en esta zona hay una nueva actividad —le dijo señalándole una región más cercana a la frente—, que es donde creemos que
comienza la inhibición de la conducta y la autodisciplina. Esa actividad
se ha vuelto más pronunciada en cada una de las sesiones a las que ha
estado asistiendo.
Lisa era la favorita de los científicos porque sus escáneres cerebra-
les eran tan evidentes que resultaban muy útiles para crear un mapa del
lugar donde residen los patrones conductuales —hábitos— en nuestra
mente.
—-Usted nos está ayudando a comprender cómo se convierte una
decisión en una conducta automática --—le dijo el doctor.
Todos los presentes sentían que estaban a punto de hacer un gran
descubrimiento. Y así fue.
Esta mañana al levantarte de la cama, ¿qué ha sido lo primero que has
hecho? ¿Te has duchado, revisado tu correo electrónico, o has ido a por
un .donut a la cocina? ¿Te has cepillado los dientes antes o desPués de
sacarte? ¿Te has abrochado primero el zapato izquierdo o el derecho?
¿Qué les has dicho a tus hijos cuando los acompañabas a la puerta? ¿Qué
camino has tomado para ir a trabajar? Cuando has llegado a tu despacho, ¿has mirado el correo electrónico, hablado con un compañero o
has escrito un memo? ¿Has comido ensalada o hamburguesa al mediodía? Al-llegar a casa, ¿te has puesto las zapatillas deportivas para salir a
correr o te has sentado a beber y a comer delante de la televisión?
«Toda nuestra vida, en cuanto a su forma definida, no es más que un
conjunto de hábitos», escribió William James en 1892. La mayor parte
de las decisiones que tomamos a diario pueden parecemos producto de
una forma reflexiva de tomar decisiones, pero no es así. Son hábitos.
Y aunque cada hábito no tiene mucha importancia en sí mismo, con el
16
EL PODER DE LOS HÁBITOS
tiempo, las comidas que pedirnos, lo que decimos a nuestros hijos cada
noche, si ahorramos o gastamos,1a frecuencia con la que hacernos ejercicio y el modo. en que organizamos nuestros pensamientos y rutinas
de trabajo tienen un profundo impacto en nuestra salud, productividad,
seguridad económica y felicidad. Un estudio publicado por un investiga-
dor de la Universidad Duke, en 2006, revelaba que más del 40 por cien—
to delas acciones que realizaban las personas cada día no eran decisio?
nes de ese momento, sino hábitos.
William Iames —al igual que muchos otros, desde Aristóteles hasta
Oprah— han pasado gran parte de su tiempo intentando comprender
por qué existen los hábitos. Pero hace sólo. dos décadas que los neurólogos, psicólogos, sociólogos y especialistas en marketing han empezado a comprender cómo actúan los hábitos; y, lo más importante, cómo
cambian.
Este libro está dividido entres partes. La primera parte se centra en
cómo surgen los hábitos en la vida de cada persona. Explora la neuro-
logía de la formación de los hábitos, cómo forjar nuevos hábitos y cambiar los antiguos, ylos métodos, por ejemplo, que usó un publicista para
transformarla oscura práctica de cepillarse los dientes en una obsesión
nacional. Muestra cómo Procter 8: Gamble transformó un aerosol lla-
mado Febreze en un negocio multimillonario aprovechándose de los impulsos habituales delos consumidores, cómo Alcohólicos Anónimos
reforma las vidas de las personas atacando los hábitos que provocan la
adicción, y cómo el entrenador Tony Dung)r invirtió el destino del peor
equipo .de la Liga Nacional de Fútbol Americano observando las 'reacciones automáticas de sus jugadores a las indicaciones sutiles en el. campo de juego.
En la segunda parte del libro examino los hábitos de las empresas
y organizaciones de éxito. Describo cómo un-ejecutivo llamado Paul
O’Neill —antes de que llegara a ser secretario de Hacienda— reconvirtió una empresa de aluminio que se estaba hundiendo en una de las
principales del índice Promedio Industrial Dow Iones concentrándose
en un hábito esencial, y cómo Starbucks convirtió a un mal estudiante en
un alto ejecutivo inculcándole hábitos diseñados para reforzar su fuer-
Prólogo
17
za de voluntad. Describe por qué hasta los mejores cirujanos pueden
cometer errores catastróficos cuando se tuercen los hábitos de organización del hospital.
La tercera parte contempla los hábitos de las sociedades. Relata cómo
alcanzó el éxito Martin Luther King, y el movimiento de los derechos
civiles, en parte gracias a cambiar los arraigados hábitos sociales de Montgomery, Alabama, y por qué un objetivo similar ayudó a unjoven pas-
tor llamado Rick Warren a construir la iglesia más grande de la nación
en Saddleback Valley, California. Por último, explora cuestiones éticas
espinosas, como si un asesino de Gran Bretaña debería ser puesto en
libertad si puede argüir de modo convincente que fueron sus hábitos
los que le condujeron a asesinar.
Cada capítulo gira en torno a un tema central: los hábitos se pueden
cambiar si entendemos su funcionamiento.
Este libro se basa en cientos de estudios académicos, entrevistas a
más de trescientos científicos y ejecutivos, e investigaciones realizadas
en docenas de empresas. (Para el índice de las fuentes, véanse las notas del libro y http:l/www.thepowerofl1abit.com.) Se centra en los hábi-
tos que se describen técnicamente: las decisiones que todos tomamos
deliberadamente en algún momento, y que luego seguimos tomando,
con frecuencia a diario, pero sin pensar en ellas. Hay un momento en
que todos decidimos conscientemente'cuánto comer y en qué concentrarnos al llegar a la oficina, con qué frecuencia bebemos algo o salimos
a correr. Luego dejamos de elegir y actuamos de forma automática.
Es una consecuencia natural de nuestra red nerviosa. Y al comprender
cómo sucede, podemos reconstruir esos patrones como más nos convenga.
La primera vez que me interese en los hábitos fue hace ocho años, cuando era reportero en Bagdad. Al observar al ejército estadounidense en
acción, se me ocurrió que era uno de los mayores experimentos de la
historia sobre la formación de hábitos. El entrenamiento básico consiste en enseñar concienzudamente a los soldados hábitos diseñados para
EL PODER DE LOS HÁBITOS
18
disparar, pensar y comunicarse en combate. En elvcampo de batalla,
cada orden que se da se basa en las conductas practicadas hasta el punto
de automatización. Toda la organización depende de rutinas para construir bases, establecer prioridades estratégicas y decidir cómo respon—
der alos ataques, rutinas que-han sido ensayadas hasta la saciedad. En
los primeros días de la guerra, cuando se estaba expandiendola inSurgencia y aumentaba el número de víctimas, los comandantes buscaban
hábitos que pudieran inculcar a sus soldados y a los iraquíes que fueran capaces de crear una paz duradera.
A los dos meses de estar en Irak, oí hablar de un oficial que estaba
dirigiendo un programa improvisado de modificación delos hábitos en
Kufa, una pequeña ciudad a 145 kilómetros de la capital. Se trataba de
un mayor de la armada que había analizado vídeos de las últimas re—
vueltas y había identificado un patrón: antes de que se desencadenaran
los actos de violencia, los iraquíes se congregaban en una plaza o en al-
gún otro espacio abierto, esa muchedumbre en el transcurso de varias
horas aumentaba de número. Los vendedores de comida y los espectadores hacían su aparición. Luego, alguien lanzaba una piedra o una
botella y así empezaba todo.
Cuando el mayor se reunió con el alcalde de Kufa le hizo una extra—
ña petición.
-—¿Podría sacar a los vendedores de comida de las plazas?
-—Por supuesto -—respondíó el alcalde.
A las pocas semanas, se reunió un pequeño grupo cerca de Masjid
al‘Kufa, la Gran Mezquita .de Kufa. En el transcurso de la tarde fue
aumentando su número. Algunas personas empezaron a entonar esló—
ganes de protesta. La policía iraquí al darse cuenta del peligro se comunicó por radio con la base y pidió a las tropas estadounidenses que estuvieran alerta. Al anochecer, la muchedumbre empezó a inquietarse y
a tener hambre. La gente buscaba a los vendedores de kebab que normalmente estaban por toda la plaza, pero nohabía ninguno. Los espec—
tadores se marcharon. Los cantores se desanimaron. Á las 8 de la tarde,
todo el mundo se había ido.
Cuando visité la base cercana a Kufa hablé con el mayor.
Prólogo
19
—No hemos de contemplar necesariamente la dinámica de una muchedumbre en función de sus hábitos —-me-dijo.
Sin embargo, durante toda su carrera había sido instruido en la psicología de la formación de los hábitos.
En el campamento de entrenamiento de reclutas había adquirido
los hábitos para-cargar su arma, quedarse dormido en zona de guerra,
mantener la concentración en medio del caos de la batalla y tomar decisiones estando agotado y abrumado. Había asistido a clases para aprender a ahorrar dinero, hacer ejercicio todos los días y comunicarse con
los compañeros de dormitorio. A medida que fue ascendiendo de rango, fue aprendiendo la importancia de los hábitos de una organización
para garantizar que los subordinados puedan tomar decisiones sin tener que pedir permiso constantemente, y cómo las rutinas correctas fa-
cilitaban poder trabajar con personas a las que normalmente no soportaría. Y ahora, como constructor improvisado de una nación, estaba
viendo que las muchedumbres y las culturas se regian por las mismas
reglas.
—En cierto modo —dijo-——, una comunidad es una gigantesca c0lección de hábitos que interactúan entre miles de personas, que según
como estén influenciadas, puede acabar en violencia o paz.
Además de eliminar a los vendedores ambulantes de comida, habia
realizado docenas de experimentos diferentes en Kufa para influir en
las costumbres de sus residentes. Desde su llegada no se había producido ningún otro altercado.
'—Comprender los hábitos es lo más importante que he aprendido en el ejército —me dijo el mayor—. Ha cambiado toda mi forma de
ver el mundo. ¿Quieres dormirte deprisa y despertarte sintiéndote bien?
Prestaatención a tus patrones nocturnos y alo que haces automática-
mente cuando te despiertas. ¿Quieres que te resulte fácil correr? Crea
detonantes que lo cOnviertan en una rutina. A mis hijos les enseño todo
esto. Mi esposa y yo planificamos hábitos para nuestro matrimonio. Este
es nuestro único tema de conversación en las reuniones de mando. Nadie en Kufa hubiera imaginado que podríamos influir en las masas eliminando los puestos de kebab, pero cuando lo ves todo como un conjunto
20
EL PODER DE Los HÁBITOS
de costumbres, es como si alguien te diera una linterna y una palanca,
ya puedes ponerte a trabajar.
El mayor era un hombre de Georgia de complexión pequeña. Siempre estaba escupiendo en una taza cáscaras de pipas de girasol o el tabaco que mascaba. Me contó que antes de entrar en el ejército, su mejor
Opción profesional era dedicarse a reparar líneas telefónicas o, posiblemente, convertirse en un empresario adicto a la metanfetamina, camino
que habían seguido algunos de sus compañeros de estudios con menos
éxito. Ahora, supervisaba a 800 soldados en una de las organizaciones
bélicas más sofisticadas del planeta.
—Lo que quiero decir es que si un paleto como yo puede aprender
esto, todo el mundo puede. Siempre les repito a mis soldados que no
hay nada imposible si adquieres unos buenos hábitos.
En la última década, nuestra comprensión sobre la neurología de los
hábitos y el modo en que actúan los patrones en nuestras vidas, so-
ciedades y organizaciones se ha ampliado de formas que jamás hubiéramos podido imaginar hace cincuenta años. Ahora sabemos por qué
surgen los hábitos, cómo cambian y cuál es su mecánica de funcionamiento. Sabemos cómo desmenuzarlos en partes y reconstruirlos según nuestras especificaciones. Sabemos por qué la gente come menos,
hace más ejercicio, es más eficiente en su trabajo y tiene una vidamás
saludable. Transformar unhábito no siempre es fácil o rápido. No siempre es sencillo.
Pero es posible. Y ahora sabemos por qué.
PARTE l
LOS HÁBITOS
DE LAS PERSONAS
EI bucle del hábito
Cómo actúan los hábitos
En el otoño de 1993, un hombre al que debemos gran parte de lo que
sabemos sobre los hábitos, entró en un laboratorio de San Diego para
acudir a la cita que tenía programada. Era mayor, medía más de 1,80 m,
impecablemente vestido con una camisa clásica de color azul. Su espe-
so pelo blanco habria despertado envidia en cualquier reunión de antiguos compañeros de clase cincuentones. La artritis le hacía cojear un
poco mientras cruzaba los pasillos del laboratorio, agarraba la mano de
su esposa; caminaba despacio, como si no estuviera seguro delo que iba
a aportarle cada nuevo paso.
Aproximadamente, un año antes, Eugene Pauly o «E. P.» como se-
ría conocido enla literatura médica, se encontraba en su casa en Playa
del Rey, preparando la cena, cuando su esposa le dijo que iba a venir su
hijo Michael.
—¿Quién es Michael? —preguntó Eugene.
—Tu hijo -——le dijo su esposa, Beverly—. El que hemos criado tú y yo,
¿te acuerdas?
Eugene la miró anonadado.
--¿De quién me hablas? —preguntó.
A1 día siguiente, empezó a vomitar y a retorcerse con retortijones en
el estómago. En 24 horas, su grado de deshidratación era tal que Beverly
asustada le llevó a urgencias. Le empezó a subir la fiebre hasta llegar a
24
EL ponen DE LOS HÁBITOS
40,5 °C, mientras el sudor dejaba un halo amarillo en las sábanas del
hospital. Empezó a delirar, luego se puso violento, gritó y agredió a las
enfermeras cuando intentaban ponerle una inyección intravenosa en el
brazo. Cuando consiguieron sedarlo, el médico pudo introducirle una
larga aguja entre dos vértebras en su zona lumbar y extraerle unas go'
titas de líquido cefalorraquídeo.
El médico que le realizó la prueba enseguida notó que había un problema. El líquido que envuelve el cerebro y los nervios raquídeos es una
barrera protectora contra las infecciones y heridas. En las personas sa-
nas, es de color claro y fluye con facilidad, se desliza por la aguja con
sedosa rapidez. La muestra extraída de la columna vertebral de Eugene
era turbia y densa, como si estuviera cargada deiuna arenilla microscópica. Cuando estuvieron los resultados del laboratorio, los médicos
supieron cuál-era su enfermedad: padecía encefalitis viral, una enfermedad relativamente común que produce aftas, herpes Iabiales e infec-
ciones leves en la piel. En raras ocasiones, el virus puede abrirse camino
hacia el cerebro y causar estragos, pues se adentra en los delicados plie—
gues del tejido donde residen nuestros pensamientos y sueños —-y según algunos, el alma— y los destruye.
Los médicos le dijeron a Beverly que no podian hacer nada para contrarrestar el deterioro que se había producido, pero que una gran dosis
de fármacos antivirales podía evitar que se expandiera. Eugene entró
en coma y estuvo diez dias debatiéndose entre la vida y la muerte. Gradualmente, la medicación empezó a hacer su efecto, la fiebre fue ba-
jando y el virus desapareció. Cuando por fin despertó, estaba débil y
desorientado y no podía tragar correctamente. Era incapaz de formar
frases, y a veces jadeaba, como si se hubiera olvidado momentáneamen-
te de respirar. Pero estaba vivo.
Al final, Eugene se recuperó lo suficiente como para soportar toda
una serie de pruebas. Los médicos se sorprendieron cuando descubrieron que su cuerpo —incluido su sistema nervioso— estaba ma-
yormente ileso. Podía mover las extremidades y respondía al ruido y
ala luz. Los escáneres de la cabeza, sin embargo, revelaban ominosas
sombras cerca del centro del cerebro. El virus había destruido un-óva-
El bucle del hábito
25
lo de tejido cercano al punto donde se unen el cráneo y la columna
vertebral.
«Puede que no vuelva a ser la persona que usted recuerda —le ad-
virtió uno de los médicos a Beverly—. Ha de estar preparada por si Su
esposo ya no está.»
Trasladaron a Eugene a otrazona del hospital. A la semana, ya podía tragar con facilidad. Al cabo de otra semana, empezó a hablar nor-
malmente, a pedir su postre de gelatina favorito y la sal, a hacer zapping
y a quejarse de lo aburridos que eran los culebrones. Cuando transcurridas cinco semanas le dieron el alta para acudir a un centro de
rehabilitación, Eugene ya caminaba por los pasillos y daba consejos
a las enfermeras para sus planes de fin de semana sin que éstas se los
pidieran.
—-Creo que nunca había visto una recuperación como [ésta —le dijo
un doctor a Beverly—. No quiero crearle falsas esperanzas, pero esto es
increíble.
A pesar de todo, Beverly estaba preocupada. En el centro de rehabi—
litación quedó claro que la enfermedad había cambiado a su esposo de
manera inquietante. Por ejemplo, no podía recordar qué día de la sema—
na era, ni los nombres de los médicos y enfermeras, por más veces que
se presentaran.
—¿Por que siguen haciéndome todas esas preguntas? —-le preguntó
un día a Beverly cuando el médico salió de la habitación.
Cuando regresó a casa, las cosas empeoraron. No recordaba a sus
amigos. Tenía problemas para seguir las conversaciones. Algunas mañanas se levantaba de la cama, iba .a la cocina y se preparaba huevos con
beicon, luego regresaba a la cama y encendía la radio. Pasados cuarenta
minutos, volvía a hacerlo mismo: se levantaba, preparaba huevos con
beicon, regresaba a la cama y encendía la radio. Y luego, otra vez.
Beverly alarmada, se puso en contacto con otros especialistas, incluido un investigador de la Universidad de California, San Diego, especializado en pérdida de la memoria. Así es como,-en un día soleado,
Beverly y Eugene se encontraron en un insulso edificio del campus universitario, agarrados de la mano y caminando lentamente por uno de
26
BL PODER DE LOS HÁBITOS
sus pasillos. Los condujeron a un pequeño consultorio. Eugene empezó
a hablar con una joven que estaba utilizando un ordenador.
—-Como electrónico que he sido durante años me maravillo al ver
todo esto —-le dijo señalando la máquina con-1a que estaba escribiendo
la joven—. Cuando yo era joven, ese aparato habría ocupado un par de
estanterías de casi dos metros y llenado toda esta habitación.
La mujer Siguió tecleando. Eugene esbozó una sonrisita.
—Es increíble -—dij0—. Todos esos circuitos impresos y diodos y
triodos. Cuando yo era electrónico, hubieran hecho falta un par de estanterías de dos metros para albergar esa cosa.
Entró un científico en la habitación y se presentó. Le preguntó la
edad.
—Oh, veamos, ¿cincuenta y nueve o sesenta? —respondió Eugene.
Tenía setenta y un años. El científico empezó a escribir en el ordena-
dor. Eugene sonrió y lo señaló.
—Es algo extraordinario —dijo—. ¡Cuando yo era electrónico, hubie-
ran hecho falta un par de estanterías de dos metros para albergar esa cosa!
El científico, Larry Squire, de 52 años, había dedicado tres décadas
a estudiar 1a neuroanatomía dela memoria. Su especialidad era inves-
tigar de qué forma almacena el-cerebro los acontecimientos. Sin embargo, su trabajo con Eugene pronto le conduciría a un nuevo mundo, no
sólo a él, sino también a cientos de investigadores que han cambiado
nuestra comprensión sobre cómo actúan los hábitos. Los estudios de
Squire muestran que incluso una persona que no puede recordar su pro-
pia edad, o casi nada, puede desarrollar hábitos que parecen inconcebiblemente complejos, hasta que nos damos cuenta de que casi todo el
mundo confía en procesos neurológicos similares todos los días. Sus in-
vestigaciones y las de otros científicos ayudarían a revelar los mecanismos subconscientes que influyen en infinidad de decisiones que parecen ser fruto de un pensamiento bien razonado, pero que en realidad
están bajo la influencia de impulsos que la mayoría de nosotros apenas
reconocemos o comprendemos.
Cuando Squíre conoció a Eugene, había estado estudiando las imágenes de su cerebro durante semanas. Los escáneres indicaban que casi
El bucle del hábito
27
todo el daño que se había producido dentro del cráneo se limitaba a una
zona de cinco centímetros cercana al centro de su cab eza. El virus había
destruido casi por completo su lóbulo temporal medio, una fina estructura celular que los científicos consideran responsable de todo tipo de
tareas cognitivas como recordar el pasado y regular algunas emociones.
La magnitud del- deterioro no sorprendió a Squire --la encefalitis viral
consume tejido con una precisión implacable y casi quirúrgica—. Lo que
le sorprendió fue lo familiares que le resultaban las imágenes.
Treinta años antes, cuando Squire estaba haciendo su doctorado enel
MIT, trabajó con un grupo que estudiaba a un hombre llamado «H. M.»,
uno de los pacientes más famosos de las historias médicas. Cuando
H. M. —su nombre real era Henry Molaison, pero los científicos oculta-
ron su identidaddurante toda su vida— tenía siete años, le atropelló una
bicicleta y al caer se dio un fuerte golpe en la cabeza. Al poco tiempo,
empezó a tener ataques y a perder el conocimiento. A los 16 años tuvo su
primera convulsión tónico-clónica generalizada, la que afecta a todo el
cerebro; pronto empezó a perder la conciencia hasta diez veces al dia.
A los 27 años, H. M. estaba desesperado. La medicación no le hacía
nada. Era inteligente, pero no podía conservar ningún trabajo. Todavía vivía con sus padres. H. M. quería vivir una vida normal. Así que
buscó la ayuda de. un médico cuyo afán: de experimentar superaba al
temor a una denuncia por negligencia profesional. Los estudios parecian indicar que un área del cerebro denominada hipocampo podía estar implicada en el origen de los ataques. Cuando el médico le propuso
abrirle la cabeza y levantar la parte frontal de su cerebro, y, con una cañita succionar el hipocampo y parte del tejido que lo rodea, H. M. dio
su consentimiento.
La cirugía tuvo lugar en 1953, y a medida que se iba curando, sus
ataques fueron disminuyendo. No obstante, casi de inmediato quedó
patente que su cerebro había sido radicalmente alterado. H. M. sabia su
nombre y que su madre era de- Irlanda. Recordaba el hundimiento de
la Bolsa de 1929 y noticias sobre la invasión de Normandía. Pero casi
todo lo que sucedió después —todos los recuerdos, experiencias y vicisitudes de casi una década antes de 1a operación— habian sido borra-
28
EL PODER DE LOS HÁBITOS
dos. Cuando el médico empezó a probar la memoria de H. M. mostrandoles naipes y listas de números, descubrió que H. M. no podía retener
ninguna información nueva durante más de 20 segundos aproximadamente.
Desde el día de su operación hasta su muerte en 2008, todas las personas que conocía, cada canción que escuchaba,'cada habitación en la
que entraba, eran una experiencia completamente nueva. Su cerebro se
había quedado congelado en el tiempo. Cada día le desconcertaba el hecho de que alguien pudiera cambiar de canal en la televisión apuntando
con un rectángulo de plástico negro a la pantalla. Se presentaba a sus
médicos y enfermeras una y otra vez, docenas de veces al día.
—Me gustaba saber cosas de H. M. porque la memoria parecía una
forma muy tangible y fascinante de estudiar el cerebro —me dijo Squire—. Me eduqué en Ohio, y recuerdo que cuando estaba en primero,
mi profesor nos daba lápices de colores a todos, yo empezaba a mezclar
todos los colores para ver si conseguía hacer el negro. ¿Por qué conservo ese recuerdo y no recuerdo cómo era mi profesor? ¿Por qué decide
mi cerebro que un recuerdo es más importante que otro?
Cuando Squire recibió las imágenes del cerebro de Eugene, se mara—
villó al comprobar lo parecidas que eran a las de H. M. En ambas cabe—
zas había zonas vacías del tamaño de una nuez-.— La memoria de Eugene
Higual que la de H. M.-—— había sido borrada.
No obstante, cuando Squire empezó a examinar a Eugene, compro-
bó que su paciente era diferente en algunos aspectos importantes. Mientras que a los cinco minutos de conocer a Eugene todo el mundo se daba
cuenta de que había algo que no funcionaba, Eugene podía mantener
conversaciones y realizar tareas que a un observador ocasional no le
harían sospechar que algo no funcionaba. Los efectos de la operación
de H. M. fueron tan devastadores que tuvo que ser recluido durante
el resto de su vida. Eugene, en cambio, vivia en su casa con su esposa.
H. Mano podía mantener conversaciones. Eugene, en cambio, tenía el
sorprendente don de recondúcir casi cualquier conversación hacia un
tema del que pudiera hablar largo y tendido, como de los satélites .——había trabajado para una empresa aeroespacial-w- o del tiempo.
El bucle del hábito
29
Squire empezó su examen médico p‘reguntándole cosas sobre su ju—
ventud. Eugene le habló de la ciudad del centro de California en la que se
había criado, de su' época en la marina mercante, de un viaje que habia
hecho a Australia de joven. Podia recordar casi todos los eventos de su
Vida anteriores a 1960. Cuando el investigador le preguntó sobre décadas posteriores, Eugene cambió educadamente de tema y dijo que tenia problemas para recordar algunos acontecimientos recientes.
Squire le hizo algunas pruebas de memoria y se dio cuenta de que
el intelecto de Eugene todavía estaba en'forma para un hombre que no
podía recordar las últimas tres décadas. Lo que es más, Eugene todavía
conservaba todos los hábitos que había creado en su juventud, de modo
que cuando Squire le daba un vaso de agua ole felicitaba por alguna
respuesta detallada, éste le daba las gracias y le devolvía el cumplido.
Siempreque entraba alguien en .la'habitación, Eugene se presentaba y
le preguntaba cómo le iba.
Pero cuando Squire le pidió que memorizara .una serie de números
o que describiera el pasillo que había fuera del laboratorio, el doctor se
dio cuenta de que el paciente no podía retener información nueva durante másde-un minuto aproximadamente. Cuando alguien le enseña—
ba fotos de sus nietos, no tenía ni idea de quiénes eran. Cuando Squire
le preguntó si recordaba que se había puesto enfermo, éste respondió
que no tenía ningún recuerdo de su enfermedad ni de su estancia en el
h08pital. De hecho, Eugene rara vez recordaba que padecía amnesia. Su
imagen mental de sí mismo no incluía la pérdida de memoria, y como
no podía recordar su lesión, no podía concebir que le pasara algo.
Los meses siguientes a su primer encuentro con Eugene, Squire llevó a cabo experimentos para poner a prueba los limites de su memoria.
Por aquel entonces, Eugene y Beverly se habían marchado de Playa del
Rey para ir a San Diego, cerca de donde vivía su hija, y Squire solía ir a
visitarlos a su casa. Un día, Squire le pidió a Eugene que hiciera un bosquejo de su casa. No fue capaz de dibujar un plano rudimentario para
indicar dónde estaba la cocina o el dormitorio.
—-Cuando se levanta por-Ia mañana, ¿cómo sale de. la.habitación? -——-le
preguntó Squire.
30
EL PODER DE LOS HÁBITOS
--Bueno —respondió él—. No estoy muy seguro.
Squire tomó notas en su ordenador portátil, y mientras éste escribía,
Eugene se distrajo. Miró por la habitación y luego se levantó, caminó
hacia el pasillo y abrió la puerta del cuarto de baño. A los pocos minu-
tos se oyó la descarga de la cisterna y el agua del grifo, y Eugene, secándose las manos en los pantalones, regresó a la sala de estar y se sentó de
nuevo en su silla cerca de Squire. Esperó pacientemente a que le formu-
lara la siguiente pregunta.
En aquel momento, nadie se preguntó cómo un hombre que no po-
día dibujar un mapa de su casa era capaz de encontrar el cuarto de baño
sin dudarlo. Pero esa pregunta, y otras similares, acabarían conduciendo a una estela de descubrimientos que han transformado nuestra com-
prensión del poder de los hábitos. Ayudaría a iniciar una revolución
cientifica que en la actualidad implica a cientos de investigadores que,
por primera vez, están empezando a entender todos los hábitos que influyen en nuestras vidas.
Cuando Eugene se sentó ala mesa, miró el portátil de Squire.
--Es extraordinario —dijo, señalando el ordenador—. Cuando yo
era electrónico, hubieran hecho falta un par de estanterías de dos me-
tros para albergar esa cosa.
l
Alas primeras semanas de llegar a su nueva casa, Beverly intentaba sacar
a pasear a Eugene todos los días. Los médicos le habían dicho que era
importante que hiciera ejercicio, y si su esposo estaba demasiado tiempo
sin salir, la volvía loca haciéndole las mismas preguntas una y otra vez,
en un bucle sin fin. Así que cada mañana y cada tarde le llevaba a dar
una vuelta a la manzana; siempre iban juntos y hacían la misma ruta.
Los médicos le habían advertido a Beverly que tendría que vigilarle
constantemente. Le dijeron que si llegaba a perderse, jamás encontraría
su casa. Pero una mañana, mientras ella se estaba vistiendo, Eugene sa-
lió de casa sin que ella se diera cuenta. Él solía ir de habitación en habitación, así que ella tardó un poco en enterarse de que se había mar-
chado. Cuando se percató, se puso histérica. Salió ala calle y empezó a
El bucle del hábito
31
buscarle. No le vio. Se fue a la casa de los vecinos y golpeó sus ventanas.
Las casas eran parecidas: ¿quizás Eugene se había confundido y se habia metido dentro? Se fue a la puerta y tocó el timbre hasta que alguien
le respondió. Eugene no estaba allí.' Volvió corriendo a la calle y dio la
vuelta a la manzana gritando su nombre. Se puso a llorar. ¿Y si habia
cruzado alguna calle? ¿Cómo iba a decirle a alguien dónde vivía? Ya
llevaba fuera de casa quince minutos, buscando por todas partes. Regresó corriendo para llamar ala policía.
Entró en casa apresuradamente y se encontró a Eugene en 1a.. sala de
estar, sentado delante de la televisión mirando el History Channel. Las
lágrimas de su esposa le confundieron. No recordaba haberse marchado, no sabía dónde había estado y no podía entender por qué estaba tan
preocupada. Entonces, Beverly. vio un montón de piñas’piñoneras, como
el que había visto en el jardín de un vecino dela misma calle. Se acercó
y le miró las manos-Tenía los dedos pegajosos de la resina. En ese momento se dio cuenta de que Eugene había salido a dar un paseo solo.
Había estado vagando por la calle y recogido algunos recuerdos.
Y además había encontrado el camino de vuelta a casa.
A1 poco, Eugene salía solo a dar sus paseos cada mañana. Beverly
intentaba detenerle, pero era inútil.
«Aunque le dijera que no saliera, en pocos minutos ya lo habría olvidado», me dijo. Le seguí unas cuantas veces para asegurarme de que
no se perdía, pero siempre. encontraba el camino de regreso 'sano y salvo. Aveces volvia con .piñas o con piedras. Una .vez volvió con un monedero; otra con un perrito cachorro. Nunca recordaba de dónde los
había sacado.
Cuando Squi-re y sus ayudantes se enteraron de estos paseos, empezaron a sospechar que sucedía algo enla cabeza de Eugene que nada
tenía: que ver con su memoria consciente. Diseñ‘aron un experimento.
Uno sde los ayudantes de Squire fue a su casa y le pidió a Eugene que
dibujaraun mapa de la manzana en la que vivía; No pudo hacerlo. .Lue-
go le pidió que le indicara dónde estaba situada su casa en la calle. Hizo
unos garabatos y se olvidó de la tarea. Le pidió que le señalara el pasillo
que conducía a la cocina. Eugene miró por la sala. «No sé cuál es», res-
32
EL PODER DE Los HÁBITOS
pondió. Entonces le preguntó qué haría si tuviera hambre. Se levantó,
se dirigió a la cocina, abrió un armario y sacó un tarro con frutos secos.
Esa misma semana, otro visitante fue con Eugene a dar su paseo diario. Caminaron durante unos quince minutos en la primavera perpetua
del Sur de California; el aroma de las buganvillas inundaba el aire. Eugene no habló mucho, pero dirigió el paseo en todo momento y parecía
saber adónde iba. No pidió ninguna indicación. Cuando giraron la es-
quina cerca de su casa, el visitante le preguntó dónde vivía.
—No' lo sé exactamente —respondió.
Luego siguió caminando por su acera, abrió la puerta de su casa, en-
tró en la sala de estar y encendió la televisión.
Para Squire era evidente que Eugene estaba absorbiendo nueva información. Pero, ¿en qué parte de su cerebro residía esta información?
¿Cómo podía encontrar un tarro de frutos secos cuando no sabía decir
dónde estaba la cocina? ¿O cómo podía encontrar el camino hacia su
casa cuando no tenía ni idea de cuál era su casa? Squire se preguntaba:
¿cómo se forman los nuevos patrones de conducta dentro de su deteriorado cerebro?
En el interior del edificio que alberga el departamento del Cerebro y las
Ciencias Cognitivas del Instituto Tecnológico de Massachusetts hay laboratorios que contienen lo que el observador ocasional podría interpretar como quirófanos en miniatura. Hay pequeños bisturis, taladros
y sierras de menos de 5 a 6 milímetros de ancho pegados a unos brazos
robóticos. Hasta las mesas de operaciones son diminutas, como si estu-
vieran preparadas para cirujanos del tamaño de un niño. Esas salas es—
tán siempre a la baja temperatura de 15 °C, porque el frío estabiliza los
dedos de los investigadores durante sus delicados procedimientos. Dentro de esos laboratorios, los neurólogos abren los cráneos de las ratas
anestesiadas y les implantan diminutos sensores que pueden registrar
hasta los más minimos cambios en sus cerebros. Cuando las ratas se des-
El bucle del hábito
33
piertan, parecen no darse apenas cuenta de que ahora tienen docenas
de cables microscópicos, como si fueran telas de araña microscópicas,
en el interior de su cabeza.
Estos laboratorios se han convertido en el epicentro de una revolución silenciosa en la ciencia de la formación de los hábitos, y los expe-
rimentos que se realizan en ellos explican cómo Eugene —al igual que
tú, yo y todos—- .pudo desarrollar las conductas necesarias para enfren-
tarse a cada nuevo día. Las ratas de estos laboratorios han aclarado la
complejidad de los procesos que tienen lugar en el interior de nuestras
cabezas cuando. hacemos algo tan mundano como cepillarnos los dientes o salir marcha atrás en el coche. En cuanto a Squire, .estos laboratorios ayudaron a explicar cómo Eugene se las había arreglado para
aprender nuevos hábitos.
Cuando los investigadores del MIT empezaron a estudiar los hábi-
tos enla década de 1990 —casi al mismo tiempo que Eugene cayó enfermo-u, sintieron curiosidad por una masa de tejido neurológico co—
nocida como ganglios basales. Si dibujarnos el cerebro humano como
si fuera una cebolla compuesta por diferentes capas celulares, las capas
externas —las más cercanas al cuero cabelludo— suelen ser las más recientes desde Iuna perspectiva evolutiva. Cuando se te ocurre un nuevo
invento o te ríes con el chiste que te cuenta un amigo, son las partes
externas del cerebro las que trabajan. Allí es donde tiene lugar el pensamiento más complejo.
En la parte más profunda, cerca del tronco cerebral -—donde el cerebro se une con. la columna vertebral— se encuentran las estructuras más
antiguas y primitivas. Controlan nuestras conductas automáticas, como
Ia respiración y el tragar, o el sobresalto que experimentamos cuando
aparece alguien de detrás de un arbusto. Hacia el centro del cráneo ha)r
una masa de tejido del tamaño de una pelota de golf que se parece alo
que encontraríamos en el interior de un pez, reptil o mamífero. Son los
ganglios basales, un grupo de células de forma ovalada que, durante
años, ha sido un gran desconocido para los científicos, salvo por al-
gunas sospechas de que desempeñaba alguna función en enfermedades
como el Parkinson.
34
EL PODER DE LOS HÁBITOS
A principios de la década de 1990, los investigadores del MIT empezaron a preguntarse si los ganglios basales también podían formar par—
te en el proceso de la creación de hábitos. Observaron que los animales
con lesiones en los ganglios basales, de pronto desarrollaban problemas
en tareas como aprender a recorrer los laberintos o recordar cómo abrir
los comederos. Decidieron experimentar empleando nuevas microtecnologías que les permitieran observar con todo detalle lo que ocurría
en el interior de las cabezas de las ratas cuando realizaban docenas de
rutinas. Mediante cirugía, implantaban a cada rata algo parecido a un
pequeñojoystick y docenas de cablecitos insertados en su cerebro. Después, colocaban al animal en un laberinto en forma de T con chocolate
en uno de sus extremos.
El laberinto estaba diseñado para colocar a la rata detrás de una compuerta que se abría cuando se oía un clic fuerte. Al principio, cuando la
rata oía el clic y se abría la compuerta, solía ir arriba y abajo por el pasillo central, olisqueando por los rincones y'rascando las paredes. Se-
gún parece olía el chocolate, pero no podía encontrarlo. Cuando llegaba al final de la T, casi siempre giraba a la derecha alejándose del
chocolate, y luego se iba hacia la izquierda, a veces hacía una pausa sin
ninguna razón aparente. Al final, la mayoría de los animales descubrían
la recompensa. Pero no había ningún patrón discernible en su divagar.
Era como si cada rata estuvierapaseando tranquilamente y sin pensar.
Sin embargo, las investigaciones en los cerebros de las ratas. parecían
demostrar algo diferente. Cuando los animales vagaban por el laberin-
El bucle del hábito
35
to, su cerebro —y más concretamente, sus ganglios basalesm trabajaban mucho. Cada vez que una rata husmeaba o rascaba una pared, se
producía una explosión de actividad en su cerebro, como si estuviera
analizando cada nuevo olor, imagen y sonido. La rata estaba procesando información durante todo su paseo.
Los científicos repitieron el experimento una y otra vez, y observaron
cómo la actividad cerebral’de cada rata cambiaba cuando atravesaba la
misma ruta cientos de veces. Fueron apareciendo lentamente una serie de cambios. Las ratas dejaron de olfatear los rincones y de girar erróneamente. Por el contrario, recorrían cada vez más deprisa el laberin—
to. Y dentro de sus cerebros sucedió algo inesperado: cuando las ratas
aprendian a desplazarse por el laberinto, su actividad cerebral disminuz'a.
Cuanto más automática se volvia la ruta, menos pensaban las ratas.
Era como si las primeras veces que las ratas exploraban el laberinto,
su cerebro tuviera que trabajar a pleno rendimiento para ordenar toda
la información nueva. Pero al cabo de unos días de recorrer la misma
ruta, la rata ya no tenía necesidad de rascar las paredes o husmear el aire,
y la actividad cerebral asociada a rascar y olfatear cesaba. Ya no necesitaba elegir qué dirección tomar; por lo tanto, los centros de toma de
decisiones del cerebro se detenían. Lo único que tenía que hacer era recordar el camino más rápido hacia el chocolate. Al cabo de una semana,
incluso las estructuras del cerebro relacionadas con la memoria estaban
en reposo. La rata había asimilado de tal forma cómo reCorrer el labe-
rinto que apenas necesitaba pensar.
Pero esa asimilación —correr en línea recta, girar a la izquierda, comer el chocolate— dependía de los ganglios basales, según indicaban
las investigaciones del cerebro. Cuanto más deprisa corría la rata y menos trabajaba el cerebro, esta diminutay antigua estructura neurológica parecía adquirir el protagonismo. Los ganglios basales eran esencia—
les para recordar los patrones y actuar sobre ellos. Es decir, los ganglios
basales almacenaban los hábitos aunque el resto del cerebro estuviera en
reposo.
Para ver esta aptitúd en acción veamos este gráfico que muestra la
actividad dentro del cráneo de una rata cuandoencuentra el laberin-
36
EL PODER DE LOS HÁBITOS
to por primera vez. Al principio, el cerebro está trabajando al máximo
Il lum il Hl!"
Segunda
sección
Clic
Primera
sección
Chocolate
Al cabo ‘de una semana, cuando conoce la ruta y'la carrera se ha con-
vertido en hábito, el cerebro de la rata se estabiliza cuando corre por el
m Mil" l" “H “l !
Segunda
Clic
sección
Primera
sección
Chocolate
Este pro ceso ——en que el cerebro convierte una secuencia deacciones en una rutina automática— se conoce como «fragmentación» y es la
El bucle del hábito
37
causa de la formación de los hábitos. Hay docenas —si no cientos— de
fragmentos conductuales en los que confiamos todos los días. Algunos
son sencillos: automáticamente ponemos pasta de dientes en el cepillo
antes de Hevárnoslo ala boca. Algunos, como vestirnos o preparar la
comida de nuestros hijos, son un poco más complejos.
Otros son tan complicados que es sorprendente que un pequeño tro—
zo de tejido que evolucionó hace millones de años pueda convertirlos
en hábitos. Veamos la acción de sacar el coche en marcha atrás. Cuando aprendiste a conducir, para meter el vehículo por la entrada para coches necesitabas una gran dosis de concentración y no sin motivo: ello
implica abrir la puerta del garaje, abrir la puerta del coche, ajustar el
asiento, meter la llave para ponerlo en marcha, girarla en el sentido de
las agujas del reloj, mover el retrovisor de dentro y los exteriores, revisar que no haya obstáculos, poner el pie en el freno, poner la marcha
atrás, sacar el pie del pedal del freno, calcular mentalmente la distancia
entre el garaje y la calle a la vez que mantenemos las ruedas alineadas y
controlamos si viene algún coche, calcular las distancias reales a las que
se encuentran las distancias reflejadas en los espejos respecto al parachoques, los cubos de basura y los setos, todo ello apretando suavemen—
te el pedal del gas y del freno, y lo más probable, que también le estés
diciendo a tu pasajero que deje de toquetear la radio.
No obstante, ahora haces todo esto sin apenas pensarlo cada vez que
sales a la calle. La rutina se produce c'on el hábito.
Millones de personas interpretan esta compleja coreografía cada mañana automáticamente, porque en cuanto agarramos las llaves del co-
che, nuestros'ganglios baSales entran en acción, identificando los hábitos que hemos almacenado en nuestro cerebro respecto a sacar el coche
a la CaHe. Una vez que empieza a desplegarse es'e hábito, nuestra mate-
ria grís puede relajarse o cazar otros pensamientos, que es la razón por
la que tenemos suficiente capacidad mental para darnos cuenta de que
Jimmy se olvidó su fiambrera.
Los hábitos, según los científicos, surgen porque el cerebro siempre
está buscando la forma de ahorrar esfuerzo. Si dejamos que utilice sus
mecanismos, el cerebro intentará convertir casi toda rutina en un hábito,
38
EL PODER DE LOS HÁBITOS
porque los hábitos le permiten descansar más a menudo. Este instinto
de ahorrar energía es una gran ventaja. Un cerebro eficiente no necesita tanto espacio, lo cual hace que la cabeza sea más pequeña, lo que a su
vez facilita el parto, y por lo tanto, provoca menos mortandad infantil y
de las madres. Un cerebro eficiente también nos permite dejar de pensar constantemente en las conductas básicas, como caminar y decidir
qué vamos a comer, así-que podemos dedicar nuestra energía mental a
inventar desde arpones y sistemas de. riego hasta aviones y videojuegos.
Pero ahorrar esfuerzo mental es engañoso, porque si nuestro cerebro descansa en el momento inadecuado, puede que se nos pase por alto
algo importante, como un depredador que se 'oculta detrás de unos ar—
bustos o un coche que viene demasiado rápido cuando salimos ala calle.
Nuestros ganglios basales han diseñado un sistema inteligente para determinar cuándo pueden actuar estos hábitos. Es algo que sucede cada
vez que empieza o. termina un fragmento de cOnducta.
Para ver cómo funciona, veamos de nuevo detenidamente elgráfico
del. hábito neurológico de la rata. Observemos que la actividad cerebral
se dispara al comienzo del laberinto, cuando la rata oye el clic antes de
que la compuerta empiece a abrirse, y otra vez al final, cuando encuen-
l“ “¡l ul li l tl i i “li
Segunda
CÍÍC
sección
Primera
sección
Chocolate
El bucle del hábito
39
Esos picos son la forma que tiene el cerebro de determinar cuándo
ha de cederle el control a un hábito, y qué hábito usar. Desde detrás de
la compuerta, por ejemplo, para la rata es difícil saber si se encuentra
dentro de un laberinto conocido o si está dentro de un armario con un
gato a1 acecho en 1a puerta. Para afrontar esta incertidumbre, el cerebro
invierte mucho esfuerzo a1 principio de un fragmento de conducta en
busca de algo —una señal— que le dé una pista respecto a qué hábito
recurrir. Detrás de la compuerta, si la rata oye el clic, sabe que ha de utilizar el hábito del laberinto. Si oye un miau, elegirá otro patrón. A1 final
de la actividad, cuando aparece la recompensa, el cerebro se despierta
y se asegura de'que todo ha sucedido como esperaba.
Este proceso dentro de nuestro cerebro es un bucle de tres pasos. Primero está la señal, el detonante que informa a nuestro cerebro que puede poner el piloto automático y el hábito que ha de usar. Luego está la
rutina, que puede serfísica, mental o emocional. Por último está la recompensa, que ayuda a nuestro cerebro a decidir si vale la pena recor-
dar en el futuro este bucle en particular:
Rutina
Señal
[:ll:ll:]
l:"HZH: Recompensa
__-I:i
EL BUCLE DEI. HÁBITO
Con el tiempo, este bucle —señal, rutina, recompensa; señal, rutina,
recompensa— se va volviendo más y más-automático. La señal y la recompensa se super-ponen hasta que surge un fuerte sentimiento de ex-
pectación y deseo. Al final, ya sea en un frío laboratorio del MIT o en la
entrada al garaje de tu casa, se acaba formando un hábito.
40
EL PODER DE LOS HÁBITOS
Los hábitos no son el destino. Tal como explico en los dos capítulos siguientes, los hábitos se pueden ignorar, cambiar o sustituir. Pero la ra-
zón por la que el descubrimiento del bucle del hábito es tan impertante
es porque revela una verdad básica: cuando emerge un hábito, el cere-
bro deja de participar plenamente en la toma de decisiones.
Ya no
tra-
baja tanto ni desvía su atención hacia otras tareas. Salvo
que com batas
deliberadamente un hábito ——a menos que encuentres nuevas
rutinas—,
el patrón se activará de manera automática.
Sin embargo, el mero hecho de comprender cómo actúan los hábi-
tos —aprender la estructura del bucle del hábito— hace más fácil con-
trolarlos. Cuando fragmentamos un hábito en sus componente
mos jugar con el cambio de marchas.
s, poder
«Hemos hecho experimentos en los que hemos entrenado a las
ratas
a recorrer el laberinto hasta que se ha convertido en un hábito
, y luego
lo hemos modificado cambiando el lugar de la recompensa —me dijo
Ann Graybiel, investigadora del MIT que ha supervisado muchos de
los experimentos sobre los ganglios basales—. Un día colocamos la recompensa en donde estaba antes, hacemos entrar a la rata, ¡y vaya, re-
sulta que resurge el antiguo hábito! Los hábitos nunca llegan a desapa-
recer. Quedan grabados en las estructuras de nuestro cerebro
, lo cual
es
una gran ventaja para nosotros, porque sería terrible que después de
cada vacación tuviéramos que aprender a conducir de nuevo. El
problema radica en que el cerebro no diferencia entre los buenos y
los malos
hábitos; por eso, si tienes uno malo, siempre te estará acechando,
espe-
rando la señal y la recompensa.»
Esto explica por qué nos cuesta tanto crear hábitos para hacer ej ercicio, por ejemplo, o cambiar nuestra forma de comer. Una vez
que he-
mos desarrollado la rutina de sentarnos en el sillón, en vez de salir a
correr, ola de comer cada .vez que vemos una caja de donuts, esos
patro-
nes permanecerán en nuestra cabeza. Por la misma regla, si aprendemos
a crear nuevas rutinas neurológicas que se impongan a- esas conduc
tas
—si podemos controlar el bucle del hábito—, podremos conseguir que
esas malas tendencias queden en segundo plano, como hizo Lisa
Allen
después de su viaje a El Cairo. Y los estudios han demostrado que cuan-
El bucle del hábito
41
do alguien crea un patrón nuevo, salir a correr o pasar de los donuts es
tan automático como cualquier otro hábito.
Sin los bucles del hábito, nuestro cerebro se cerraría, abrumado por
las minucias de la vida cotidiana. Las personas cuyos ganglios basales
están deterioradas debido a una lesión o enfermedad, suelen quedarse
mentalmente paralizadas. Tienen problemas para realizar sus actividades básicas, como abrir una puerta o pensar qué van a comer. Pierden
la capacidad de pasar por alto detalles insignificantes: en un estudio, por
ejemplo, se descubrió que los pacientes con lesiones en los ganglios ba-
sales no podían reconocer las expresiones faciales, incluidas el miedo
y el asco, porque siempre tenían dudas respecto a qué parte de la cara
mirar. Sin los ganglios basales, perdemos acceso a cientos de hábitos en
los que Confiamos a diario. ¿Te has parado a pensar esta mañana qué
zapato te atabas primero, el izquierdo o el derecho? ¿Te ha costado recordar'si te lavas los dientes antes o después de ducharte?
Por supuesto que no. Esto son decisiones habituales, que no conllevan esfuerzo. Mientras los ganglios basales estén intactos, las señales
permanecen activadas y la conducta se producirá sin pensarla. (Aunque cuando vas de vacaciones, puede que sin darte cuenta te vistas de
otro modo o te cepilles los dientes en otro momento.)
Asimismo, la dependencia del cerebro en las rutinas automáticas
puede ser peligrosa. Los hábitos son tanto una bendición como una
maldición.
Veamos el caso de Eugene, por ejemplo. Los hábitos le devolvieron
su vida después de haber perdido la memoria. Luego se lo volvieron a
quitar todo.
A medida que Larry Squire, el especialista de la memoria, pasaba cada
vez más tiempo con Eugene, se fue convenciendo de que su paciente,
de algún modo, estaba aprendiendo nuevas conductas. Las imágenes del
cerebro de su paciente mostraban que sus ganglios basales se habían
42
EL PODER DE LOS HÁBITOS
librado de los efectos producidos por 1a encefalitis viral. ¿Era posible —-se
preguntaba el científico— que Eugene, incluso con un deterioro cerebral-grave, todavía pudiera estar usando el bucle señal-rutina-recompensa? ¿POdría este antiguo proceso neurológico explicar cómo podía
dar la vuelta a la manzana. y encontrar el tarro con frutos secos?
Para averiguar si Eugene estaba formando nuevos hábitos, Squire
diseñó un- experimento. Tomó dieciséis objetos diferentes —trozos de
plástico y juguetes de colores llamativos— y lospegó en cartulinas rectangulares. Luego, los dividió en ocho pares: opción A y opción B.‘ En
cada par, una de las cartulinas, elegida al azar,-tenía una pegatina por
detrás que ponía «CORRECTO».
Le sentaban en una mesa,- le daban un par de objetos y le pedían que
eligiera uno. Luego, le decían que girara la cartulina para ver si detrás
había una pegatina que pusiera «CORRECTO». Es una prueba habitual para
medir la memoria. Puesto que sólo hay dieciséis objetos, y siempre se
presentan en los mismos pares de ocho, 1a mayoría de las personas pue-
den memorizar qué objeto es el «correcto» después de-unas cuantas veces. Los-monos tardan entre ocho y diez días en memorizarlo.
Eugene no podía recordar ninguno de los artículos «correctos», por
más veces que hiciera el test. Repitió el experimento dos veces a la semana durante meses, m‘irando cuarenta pares cada día.
"¿Sabe usted por qué estamoshoy aqui? -le preguntó un investigador al principio de una sesión cuando ya-llevaban algunas semanas
con' el experimento.
--Creo que no -—respondió-Eugene.
—Voy a enseñarle algunos objetos. ¿Sabe por qué?
-—¿He de describírselos o decirle para qu'é'se utilizan? —Eugene no
recordaba nada de las sesiones anteriores.. Pero al cabo de unas semanas fue mejorando sus resultados-Tras
28 días de entrenamiento,- Eugene elegía el objeto «correcto» el-85 por
ciento de las veces. A los 36 días, acertaba el 95 por ciento delas veces.
Al finalizar una de las pruebas, Eugene miró al investigador, desconcertado por su éxito.
—¿Cómo hago esto? —-le preguntó.
El bucle del hábito
43
—Dígame lo que pasa por su cabeza -—le dijo el investigador—. ¿Se
dice a usted mismo «recuerdo haber visto éste»?
—No -—dijo Eugene—. Está aquí no sé cómo “señaló su cabeza— y
la mano se dirige hacia él.
Sin embargo, a Squire no le extrañó. Eugene estaba expuesto a una
señal: el par de objetos siempre se presentaba en la misma combinación.
Había una rutina: podía elegir un objeto y comprobar si había una pe—
gatina debajo, aunque no tuviera ni idea de por qué se sentía impulsado a girar la cartulina. Luego había una recompensa: la satisfacción que
recibía después de encontrar la pegatina que ponía «CORRECTO». Al final surgió el bucle del hábito.
Rutina.
Í
Señal ü]
w
Recompensa
BUCLE DEL HÁBITO DE EUGENE
Para asegurarnos de que este patrón era realmente un hábito, Squire realizó un experimento más. Tomó los dieciséis objetos y los puso
delante de Eugene al mismo tiempo. Le pidió que agrupara los «correctos» en una pila.
Eugene no sabía por dónde empezar. «¡Dios mío! ¿Cómo voy a re-
cordar esto?», preguntó. Tomó un objeto y empezó a girarlo. La inves—
tigadora le- detuvo. «No», le dijo ella. .La tarea era agruparlos en pilas.
¿Por qué intentaba darles la vuelta?
«Creo que es un hábito», respondió.
No fue capaz de hacerlo. Cuando se le presentaban los objetos fuera
del contexto del bucle del hábito, no tenían sentido para él.
Ésta era la prueba que buscaba Squire. Los experimentos demostra-
44
EL PODER DE LOS HÁBITOS
ban que Eugene tenía la habilidad de formar nuevos hábitos, incluso
cuando supusieran tareas u objetos que no podía recordar durante más
de unos segundos. Esto explicaba cómo se las arreglaba para ir a pasear solo cada mañana. Las señales —algunos árboles en las esquinas o
la situación de algunos buzones de correos— eran constantes cada vez
que salía a la calle, de modo que, aunque no pudiera reconocer su casa,
sus hábitos siempre le guiaban de nuevo a la puerta de su domicilio.
También explicaba por qué Eugene desayunaba tres 0 cuatro veces al
día, aunque no tuviera hambre. Siempre y cuando estuvieran presentes las señales correctas —como su radio o ala luz matinal a través de la
ventana—, automáticamente seguía el guión que le dictaban sus gan-
glios basales.
Pero hay más, había docenas de hábitos en la vida de Eugene que
nadie había notado hasta que empezaron a buscarlos. Su hija, por ejemplo, solía pasar por su casa para saludarles. Hablaba un poco con su
. padre en la sala de estar, luego se iba a la cocina a ver a su madre, y se
marchaba diciendo adiós con la mano mientras se dirigía hacia la puerta. Eugene, que ya había olvidado su conversación anterior, se enfada—
ba ——¿por qué se marchaba sin hablar con él?--, y luego se olvidaba de
por qué se había enfadado. Pero ya habia empezado el hábito emocio-
nal, y su enfado persistía, se acaloraba aunque sin entender la razón,
hasta que el enfado se disolvía por sí mismo.
«A veces golpeaba la mesa o despotricaba, y si le preguntabas por
qué, decía: “¡No lo sé, pero estoy furioso!”» -—me dijo Beverly.
Le daba patadas a su silla o explotaba con la primera persona que
entraba en la sala. Luego, alos pocos minutos, sonreía y se ponía a hablar del tiempo. «Era como si una.vez empezado tuviera que acabar de
expresar su frustración.»
El último experimento de Squire también demostró otra cosa: que
los hábitos son sorprendentemente-delicados. Si las señales cambiaban
aunque sólo fuera un poco, sus hábitos se desintegraban. Las pocas veces que dio la vuelta ala manzana, por ejemplo, y algo había cambiado
-—estaban haciendo obras en la calle o un vendaval había partido al—
gunas ramas que habían caído sobre la acera—, Eugene se perdía, por
El bucle del hábito
45
muy cerca que estuviera de su casa, hasta que algún Vecino amable le
conducía a su domicilio. Si su hija se detenía a hablar con él durante diez
segundos antes de marcharse, nunca se activaba ese hábito del enfado.
Los experimentos de Squire con Eugene revolucionaron los cono-
cimientos de la comunidad científica sobre cómo funciona el cerebro,
demostrando, de una vez por todas, que es posible aprender y elegir
conscientemente sin recordar nada sobre la lección ola decisión. Euge-
ne demostró que hábitos, como la memoria y el razonamiento, son la
raíz de nuestra conducta. Puede que no recordemos las experiencias que
crean nuestros hábitos, pero una vez que se han instaurado en nuestro
cerebro influyen en-nuestros actos, muchas veces sin darnos cuenta.
Desde que se publicó el primer trabajo de Squire sobre los hábitos, la
ciencia de la formación de hábitos se. ha convertido en uno de los
campos principales de estudio. Los investigadores de las universidades
de Duke, Harvard, UCLA, Yale, USC, Princeton, de la Universidad de
Pennsylvania, y de algunas universidades de Gran Bretaña, Alemania y
Holanda, así como científicos que trabajan para empresas corno Procter
8t Gamble, Microsoft, Google y cientos de compañías más, están interesados en comprender la neurología y la psicología de los hábitos,
sus puntos fuertes y sus debilidades, por qué surgen y cómo se pueden
cambiar.
Los investigadores han aprendido que las señales pueden ser de casi
cualquier tipo,.desde un detonante visual como una barrita de cara-
melo o un anuncio de televisión, hasta un lugar, una hora del día, una
emoción, una secuencia de pensamientos, o estar en compañía de cier-
tas personas. Las rutinas pueden ser increíblemente complejas o fantásticamente simples (algunos hábitos, como los que están relacionados
con las emociones, se miden en milisegundos). Las recompensas pue-
den ser- desde comida o drogas, que son las que causan las principales sensaciones, hasta recompensas de tipo emocional, como los sentimientosde orgullo que acompañan alas alabanzas o autofelicitaciones.
En" "casi todos los experimentos, los investigadores han detectado lo
46
EL PODER DE LOS HÁBITOS
que descubrió Squire con Eugene: los hábitos son poderosos, pero delicados. Pueden surgir fuera de nuestra conciencia, o se pueden diseñar
deliberadamente. Con frecuencia se producen sin nuestro permiso, pero
se pueden remodelar jugando con sus partes. Influyen en nuestra vida
mucho más de lo que imaginamos: de hecho, son tan fuertes que hacen
que nuestro cerebro se aferre a ellos a costa de excluir todo lo demás,
incluido el sentido común.
En una serie de experimentos, por ejemplo, los'investigadores afiliados al National Institute on Alcohol Abuse and Alcoholism [Institu—
to Nacional para el Abuso de Alcohol y el Alcoholismo] entrenaron a
varios ratones a apretar palancas como respuesta a ciertas señales hasta
que esa conducta se convirtió en un hábito. La recompensa siempre era
la comida. Luego, envenenaron la comida para que se pusieran gravemente enfermos, o electrificaban el suelo, para que recibieran una des-
carga eléctrica cuando fueran a por su recompensa. Los ratones sabían
que la comida y la jaula eran peligrosas: cuando les ofrecían bolitas
envenenadas en un bol o veían los paneles electrificados en el suelo, se
alejaban. Sin embargo, cuando veían las antiguas señales, inconscientemente presionaban la palanca y se comían la comida o caminaban
por el suelo, aunque vomitaran o fueran dando saltos por las descargas eléctricas. El hábito estaba tan arraigado que los ratones no podían
detenerse.
No es difícil encontrar analogías en el mundo de los humanos. La
comida rápida, por ejemplo.. Es normal —cuando los niños tienen ham—
bre y estás volviendo a casa en coche después de un largo día—e pararte
en un McDonald’s o Burger King, sólo por esta vez. Las comidas son
baratas. Son agradables. Al fin y al cabo, una dosis de carne procesada,
patatas fritas saladas y un refresco azucarado es un riesgo relativamente bajo, ¿no es cierto? No es algo que hagas todos los días.
Pero los hábitos surgen sin pedimos permiso. Los estudios indican
que, en general, las familias no pretenden comer comida rápida regularmente. Lo que sucede es que el patrón de una vez a1 mes, poco a poco
se convierte en una vez a la semana, luego dos veces a la semana ——y las
señales y las recompensas crean un hábito—, hasta que los niños con-
El bucle del hábito
47
sumen dosis insalubres de hamburguesas y patatas fritas. Cuando los
investigadores de las universidades de North Texas y de Yale intentaron
comprender por qué las familias aumentaban gradualmente su consumo de comida rápida, descubrieron una serie de señales y recompensas
que la mayoría de los consumidores no sabia que estaban influyendo
en sus conductas. Descubrieron el bucle del hábito.
Por ejemplo, todos los McDonald’s son idénticos, la empresa estandariza intencionadamente sus establecimientos y lo que los empleados
han de decir a los clientes, de modo que todo se convierte en una señal
sistemática para desencadenar las rutinas de compra. Los alimentos de
algunas grandes cadenas están esPecíficamente diseñados para proporcionar recompensas inmediatas —las patatas fritas, por ejemplo, están
diseñadas para desintegrarse en el momento en que tocan tu lengua,
para producir una descarga de sal y grasa lo antes posible, que hará que
se activen tus centros de placer y que tu cerebro archive el patrón. Ideal
'
para reforzar el bucle del hábito.
Sin embargo, incluso estos hábitos son delicados. Cuando cierra un
restaurante de comida rápida, las familias que solían ir allí suelen volver
a cenar más en casa, en lugar de buscar otro lugar. Incluso los pequeños
cambios pueden poner fin al patrón. Pero, puesto que normalmente no
reconocemos estos bucles de hábitos cuando se van desarrollando, desconocemos nuestra capacidad para controlarlos. Al aprender a observar las señales y las recompensas, podemos cambiar las rutinas.
IV
Hacia el año 2000, siete años antes de la enfermedad de Eugene, su vida
había alcanzado una especie de equilibrio. Salía a pasear cada mañana.
Comía lo que quería, a veces cinco o seis veces al día. Su esposa sabía
que siempre y cuando la televisión estuviera encendida y sintonizada
en el Canal de Historia, .Eugene se 'sentaría en su sillón y miraría cualquier cosa que pusieran, ya fueran reposiciones o programas nuevos. Le
daba lo mismo.
EL PODER DE LOS HÁBITOS
48
Sin embargo, a medida que fue envejeciendo, sus hábitos empezaron a afectar negativamente a su vida. Se volvió sedentario, a veces miraba 1a televisión durante horas seguidas porque no se cansaba nunca
de los programas. Los médicos empezaron a preocuparse por su cora-
zón. Aconsejaron a Beverly que le hiciera una estricta dieta de alimentos sanos. Ella lo intentó, pero era difícil controlar la frecuencia de sus
comidas o lo que consumía. Nunca recordaba que ella le había regaña-
do. Aunque la nevera estuviera repleta de frutas y verduras, él buscaba
hasta encontrar el beicon y los huevos. Ésta era su rutina. A1 envejecer,
sus huesos se volvieron más frágiles y los médicos le dijeron que tenía
que ir con más cuidado al caminar. Sin embargo, mentalmente Eugene
era veinte años más joven. Nunca se acordaba de que tenía que andar
con más cuidado.
«Toda mi vida me ha fascinado 1a memoria -——me dijo Squire—. Lue—
go conocí a E. P., y descubrí la riqueza que puede haber en la vida aunque no puedas recordarla. El cerebro posee esta extraordinaria habi—
lidad de encontrar la felicidad incluso cuando han desaparecido los
recuerdos de ella.
»Es-di.fícil desactivarla, y a1 final actuó en su contra.»
Beverly intentaba utilizar sus conocimientos de los hábitos para ayudar a Eugene a evitar los problemas a medida que iba envejeciendo.
Descubrió que podía cortocircuitar algunos de sus peores patrones in-
sertando nuevas señales. Si no guardaba beicon enla nevera, Eugene
no desayunaría de forma poco saludable varias veces. Cuando le puso
una ensalada cerca de su sillón, a veces comía algo, y cuando 1a comida
se convirtió en un hábito, dejó de ir a buscar recompensas a la cocina.
Mejoró su dieta gradualmente.
Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos la salud de Eugene siguió deteriorándóse. Undía de primavera estaba mirando la televisión cuando
de pronto dio un grito. Beverly entró corriendo y le vio agarrándose el
pecho. Llamo a una ambulancia; En el hospital le diagnosticaron un- infarto cardíaco leve. Cuando llegó allí el dolor ya había pasado y Eugene
intentaba salir de su camilla. ,Pasó la. noche intentando sacarse los monitores que le habían puesto en el pecho para poder darse la vuelta y
El bucle del hábito
49
dormir. Las alarmas empezaban a sonar y las enfermeras tenían que acua
dir corriendo. Intentaron que dejara de tocar los sensores fijándoselos
con e3paradrapo y diciéndole que tendrian que inmovilizarlo si seguía
así. Fue inútil. Al momento se olvidaba de las amenazas.
Entonces la hija le dijo a una enfermera que intentara felicitarle por
su voluntad de estarse quieto, y que repitiera el cumplido, una y otra vez,
cada vez que entrara en la habitación.
«Queríamos que actuara su orgullo -me dijo su hija Carol Rayesm.
Le decíamos:'“0h, papá, estás haciendo algo muy importante para la
ciencia al mantener esos chismes en su lugar”.» Las enfermeras empe-
zaron a alabarle. A- él le encantaba.“ Al cabo de un par de dias, hacía todo
lo que le pedían. Eugene regresó a su casa una semana de3pués.
Posteriormente, en otoño de 2008, mientras caminaba por su sala de
estar, tropezó con el borde de la chimenea, se cayó y se rompió la cadera.
Squire y su equipo temían que sufriera ataques de pánico en el hospital
al no saber dónde estaba. Así que le dejaron notas al lado de la cama
explicandole lo que le había sucedido y le pusieron fotos de sus hijos en
las paredes. Su esposa e hijos iban todos los dias a verle.
Sin embargo, Eugene no se preocupó nunca; Ni preguntó por qué
estaba en el hospital.
«No parecía preocuparle la incertidumbre —dijo Squire—. Hacía
quince años que había perdido la memoria. Era como si parte de su
cerebro supiera que había algunas cosas que nunca llegaría a entender
y ya se había conformado.»
Beverly iba todos los días al hospital. «Pasaba mucho rato hablando
con él ——me dijo—. Le decía que le amaba, le hablaba de nuestros hijos
y de la vida maravillosa que habíamos tenido. Le mostraba las fotos y le
hablaba mucho de cuánto le queríamos-todos. Estuvimos casados cincuenta y siete años, y cuarenta y dos de ellos fueron un matrimonio real
y normal. A veces pasé momentos difíciles, porque deseaba con todas
mis fuerzas que regresara el que había sido mi esposo. Pero al menos
sabía .que era feliz.»
A] cabo de unas pocas semanas, su hija fue a visitarle. «¿Qué hacemos hoy?» -le preguntó Eugene cuando llegó. Lo sacó al aire libre
50
EL PODER DE LOS HÁBITOS
en una silla de ruedas, al césped del hospital. «Hace un buen día —dijo
Eugene—. Muy buen tiempo, ¿verdad?» Ella le estuvo hablando de
Sus hijos y jugaron con un perro. Pensaba que su padre podría regresar
pronto a casa. Ya estaba oscureciendo. Cuando se disponía a llevarle
dentro Eugene 1a miró.
-—-Tengo mucha suerte de tener una hija como tú —le dijo. Ese comentario la pilló por sorpresa. No recordaba cuándo había sido la últi-
ma vez que le había dicho algo tan agradable.
—Tengo suerte de que seas mi padre —le respondió ella.
—¡Vaya, hace un día fantástico! —dijo é1—. ¿Qué te parece el tiempo?
Esa noche, a la una en punto de la madrugada, sonó el teléfono en
casa de Beverly. E1 doctor le comunicó que Eugene habia sufrido un
infarto agudo de miocardio y que habían hecho todo lo posible para
reanimarlo, pero no lo habían conseguido. Se había ido. Tras su muer—
te, se haría famoso entre los investigadores, las imágenes de su cerebro
se estudiarían en cientos de laboratorios y facultades de medicina.
«Sé que se habría sentido muy orgulloso por su contribución a la
ciencia —me dijo Beverly—. Una vez, al poco tiempo de habernos casado, me dijo que quería hacer algo importante en su vida, algo signifi-
cativo. Y lo hizo. Sólo que nunca pudo recordarlo.
2
El cerebro ansioso
Cómo crear nuevos hábitos
Un día, a principios de la década de 1900, a Claude C. Hopkins, un des-
tacado ejecutivo estadounidense, un viejo amigo le propuso una nueva
idea comercial. Según explica, el amigo había descubierto un producto
increíble y estaba convencido de que iba a ser un éxito. Era una pasta
de dientes, un mejunje espumoso y mentolado que llamó «Pepsodent».
Había algunos inversores arriesgados interesados —uno de ellos tenía
dudosos negocios de tierras, otro se rumoreaba que mantenía contactos con la mafia—, pero esta empresa, le prometió su amigo, iba a ser
algo grande. De ser así, Hopkins accedería a ayudarles a diseñar una
campaña publicitaria a nivel nacional.
En aquellos tiempos Hopkins estaba en la cima de una industria en
auge que apenas existía hacía unas pocas décadas: la publicidad. Hop-
kins fue el hombre que convenció a los estadounidenses para que com—
praran la cerveza Schlitz haciendo alarde de que la compañia limpiaba
las botellas con «vapor a presión», eso sí, sin mencionar que todas las
demás las limpiaban con el mismo método. Había seducido a millo—
nes de mujeres para que compraran el jabón Palmolive proclamando
que Cleopatra se había lavado con él, a pesar de las acaloradas protestas delos indignados-historiadores. Hizo famoso el Trigo Hinchado diciendo que «lo disparaban con armas» hasta que el grano se hinchaba
«ocho veces su tamaño». Había convertido docenas de productos des-
52
EL PODER DE LOS HÁBITOS
conocidos —los Quaker Oats, los neumáticos Goodyear, la escoba para
alfombras Bissell, el cerdo con judías de Van Camp— en marcas archi-
conocidas. Y con todo ello, se había hecho tan rico que en el bestseller
de su autobiografía, Mi vida en la publicidad, dedicó largos pasajes a sus
dificultades para gastar tanto dinero.
Pero Claude Hopkins fue más conocido por la serie de normas que
acuñó para explicar cómo crear nuevos hábitos entre los consumi—
dores. Estas normas transformarían las industrias y acabarían convirtiéndose en los conocimientos clásicos que han de tener todos los
comerciales, reformadores de la educación, profesionales de la salud
pública, políticos y ejecutivos. Incluso en la actualidad, las normas de
Hopkins influyen en todas las cosas desde cómo compramos artícu—
los de limpieza hasta los instrumentos que utilizan los estados para
erradicar enfermedades. Son fundamentales para crear cualquier ru—
tina nueva.
Sin embargo,ecuando su viejo amigo fue a verle con la idea de Pepsodent, el publicista mostró poco interés. No era ningún secreto que la
salud dental de los estadounidenses estaba en franco declive. A medida
que la nación se enriquecía, las personas habían empezado a comprar
mayor cantidad de alimentos azucarados y procesados. Cuando el Gobierno empezó a reclutar hombres para la Primera Guerra Mundial, había tantos reclutas con caries que los oficiales dijeron que la mala higie-
ne dental era un riesgo para la seguridad nacional.
No obstante, Hopkins sabía que vender pasta de dientes era un suicidio financiero. Ya había todo un ejército de vendedores a domicilio
intentando vender dudosos polvos-y elixires dentales, que en su mayoría se habían arruinado en el intento.
El problemaera que casi nadie compraba pasta de dientes porque, a
pesar de los problemas dentales de la nación, casi nadie se cepillaba los
dientes.
Así que Hopkins reflexionó un poco sobre la propuesta de su amigo
y rechazó la oferta. Le dijo que prefería seguir con los jabones y los cereales. «No veía la forma de enseñar a la gente de la calle los tecnicismos
de la pasta de dientes», explicó Hopkins en su autobiografía. Sin em-
El cerebro ansioso
53
bargo, su amigo era insistente. Fue a verle una y otra vez, apelando al
considerable ego de Hopkins, hasta que éste accedió.
«Al final accedí a dirigir la campaña si me concedía un paquete de
acciones», escribió Hopkins. Su amigo aceptó.
Sería la decisión financiera más inteligente de H0pkins.
A los cinco años de haber iniciado su sociedad, Hopkins convirtió
Pepsodent en uno de los productos más Conocidos sobre la Tierra y, en
ese proceso, ayudó a crear el hábito de cepillarse los dientes que se ex—'
pandió por. Estados Unidos con increíble rapidez. Pronto, todo el munw
do, desde Shirley Temple hasta Clark Gable, alardeaba de su «sonrisa
Pepsodent». En-1930, Pepsodent ya se vendía en China, Sudáfrica, Bra—.
sil, Alemania y en casi todas partes donde Hepkins- podía comprar
anuncios. Unadécada después de la primera campaña Pepsodent, losencuestadores descubrieron que cepillarse los dientes se había convertido en un ritual diario para más de la mitad de la población estadounidense. Hopkins había ayudado a instaurar el cepillado de dientes como
una actividad cotidiana.
El secreto de su éxito, según diría el propio H0pkins posteriormente,
fue que descubrió un tipo de señal y una recompensa que alimentaban
un hábito en particular. Fue una alquimia tan poderosa que incluso hO)r
en dia, los gigantes de los productos de consumo, diseñadoresde video—
juegos, empresas alimentarias, hospitales y millones de vendedores de
todo el mundo todavíausan el mismo principio básico. Eugene Pauly
nos enseñó el bucle del hábito, pero fue Claude Hopkins quien demostró cómo se pueden cultivar y desarrollar los nuevos hábitos.
¿Qué fue exactamente lo que hizo H0pkins?
Creó un deseo. Y resulta que ese deseo es lo que hace que funcionen
las señales y las recompensas. Es lo que alimenta el bucle del hábito.
Una de las tácticas características de Claude Hopkins alo largo de su
carrera fue descubrir detonantes sencillos que convencieran a los con—
sumidores a utilizar sus productos cada dia. Vendió los copos de avena
Quaker Oats, por ejemplo, como un cereal para el desayuno que pro-.
54
EL PODER DE Los HÁBITOS
porcionaba energía durante veinticuatro horas, pero sólo si comias un
bol cada mañana. Anunció tónicos que curaban los dolores de estóma—
go, de articulaciones, los problemas cutáneos y «trastornos propios de
la mujer», pero sólo si se tomaba el medicamento cuando aparecían los
primeros síntomas, A1 poco tiempo, la gente devoraba los copos de avena nada más levantarse y echaba mano de las botellitas marrones siempre que sentía algún indicio de cansancio o indigestión, que, con suer-
te, se producía al menos una vez al día.
Para vender Pepsodent, Hopkins necesitó algo que justificara el uso
diario de la pasta de clientes. Se sentó a leer un montón de libros de texto sobre odontología. «Era una lectura muypoco amena —escribiría más
adelante—. Pero a mitad de uno de los libros encontré una referencia a las
placas de mucina. adheridas a los dientes, que después denominé “la pe-
lícula”.- Eso me dio una idea muy atractiva- DeCÏdÍ anunciar esta pasta de
dientes como un artículo de belleza. Para combatir esa película turbia.»
A1 concentrarse en la película dental, H0pkins parecía no darse cuen-
ta de que esa película siempre había cubierto los dientes de las personas
y que hasta ahora no parecía haberle preocupado a nadie. La pelicula
es una membrana que se genera de forma natural en los dientes y que
no depende de lo que comes ni del número de veces que te cepilles los
dientes. La gente nunca le había prestado demasiada atención y no ha-
bía muchas razones para pensar que ahora iba a hacerlo: podemos eliminar la película comiendo una manzana, pasándonos un dedo por
encima de 103 dientes, cepillándonos o enjuagándonos la boca vigoro-
samente con algún líquido. La pasta de dientes no aportaba nada para
eliminar la película. De hecho, uno de los pIÍIICÍPaleS investigadores so-
bre odontología de aquellos tiempos dijo que todas las pastas de dientes
-—especialmente Pepsodent—- eran absolutamente inútiles.
Eso no impidió que Hopkins explotara su descubrimiento. Llegó a
la conclusión de que allí estaba la señal que desencadenaría el hábito.
Las ciudades no tardaron en llenarse de anuncios de Pepsodent.
«Basta con que pases la lengua por encima de los dientes —decía
uno—.. Notarás una película: eso es lo que hace que se “decoloren” y
favorece que se. carien.»
El cerebro ansioso
55
«Mira cuántos dientes bonitos se ven por todas partes -—decía otro
anuncio, que presentaba bellezas sonrientes—. Millones de personas están usando un nuevo método para lavarse los dientes. ¿Por qué ha de
tener una mujer una película turbia en sus dientes? ¡Pepsodent eliminala película!»
El atractivo de estos llamamientos era que se basaban en una señal
—-la película dental— que era universal e imposible de ignorar. Resulta
que cuando se le pide a alguien que se pase la lengua por encima de los
dientes, es probable que se pase la lengua por encima de los dientes.
Y al hacerlo, es probable que note una película. Hopkins había encontrado una señal sencilla, que había existido desde hacía una eternidad,
y tan fácil de activar, que un anuncio podría hacer que la gente obedeciera automáticamente.
Además, la recompensa, tal como la visualizó Hepkins, era incluso
más atractiva. A fin de cuentas, ¿quién no quiere ser más guapo? ¿Quién
no desea tener una sonrisa más bonita? Especialmente cuando lo único
que hace falta es un rápido cepillado con Pepsodent.
Rutina
/ M
Señal v
W Recompensa
V
CONCEPTO DE HOPKINS
DEL BUC'LE DEL HÁBITO PEPSODENT
Tras el lanzamiento de la campaña, hubo una semana de tranquili-
dad. Luego dos. Pero a la tercera semana se produjo unaexplosión de
-la demanda. Había tantos pedidos que la empresa no daba abasto. En
tres años, el producto pasó a ser internacional y Hopkins diseñaba anuncios en español, alemán y chino. Al cabo de una década, Pepsodent era
56
EL PODER DE LOS HÁBITOS
uno de los productos más vendidos del mundo. Fue la pasta de dientes
más vendida en Estados Unidos durante más de treinta años, ganaron
miles de millones con las ventas.
Antes de la aparición de Pepsodent, sólo el 7 por ciento de los estadounidenses tenian pasta de dientes en sus botiquines. Tras una década
de que la campaña de Hokpins alcanzara ámbito nacional, ese porcentaje había ascendido al 65 por ciento. Hacia finales de la Segunda Guerra Mundial, los militares restaron importancia a su preocupación so-
bre la salud dental de los reclutas porque muchossoldados se cepillaban
los dientes todos los días.
«Gané un millón de dólares con Pepsodent», escribió Hopkins a los
pocos años de que el ¡producto apareciera en los comercios. La clave, según él mismo dijo, fue que «había aprendido la psicología humana co-
rrecta». Esa psicología se basaba en dos reglas básicas:
° En primer lugar, encontrar una señal sencilla y evidente.
° En segundo lugar, definir claramente las recompensas.
Si acertabas con esos dos elementos, prometía Hopkins, era como
hacer magia. Veamos lo que pasó con Pepsodent: identificó una señal
——película dental— y una recompensa —dientes bonitos— que persuadió a millones de personas a empezar a realizar este ritual diario. Incluso hoy, las reglas de Hopkins son un clásico de los libros de texto de
marketing y en las que se basan millones de campañas publicitarias.
Esos mismos principios se han utilizado para crear miles de hábitos,
muchas veces sin que nadie se dé cuenta delo que se acercan a la fórmula de Hopkins. Los estudios relativos a las personas que han empezado con éxito nuevas rutinas para hacer ejercicio, por ejemplo, han
demostrado que es más fácil que sean capaces de seguirlas si eligen una
señal específica, como salir a correr en cuanto llegan a casa después del
trabajo, y una recompensa clara, como tomarse una cerveza o mirar la
televisión por la noche. sin sentirse culpables. Las investigaciones sobre
las personas que siguen una dieta revelan que crear nuevos hábitos alimenticios requiere una señal predeterminada —como planificar los me-
El cerebro ansioso
57
nús con antelación— y recompensas simples cuando se ciñen a sus intenciones.
«Ha llegado el momento en que la publicidad, en ciertas manos, ha
alcanzado la categoría de ciencia “escribió Hopkins—. La publicidad,
que en su momento fue una apuesta, se ha convertido así, bajo una dirección competente, en” una de las empresas comerciales más seguras.»
Esto es ciertamente un logro. No obstante, resulta que las dos reglas
de Hopkins no bastan. También hay una tercera regla que se ha de cum—
plir para crear un hábito, una regla tan sutil que el pr0pio Hopkins con—
fió en ella sin conocer su existencia. Lo explica todo: desde por qué es
tan difícil no caer en la tentación de la caja de donutshasta cómo salir
a correr por la-mañana se puede convertir en una rutina que no nos-suponga ningún esfuerzo.
Científicos y ejecutivos de marketing de Procter & Gamble estaban reunidos alrededor de una mesa destartalada en una pequeña habitación
sin ventanas, leyendo la transcripción de una entrevista Con una mujer
que tenía nueve gatos, hasta que alguien se atrevió a decirlo que todos
estaban pensando.
--Si nos despiden, ¿qué es lo que sucede exactamente? —preguntó
ella-. ¿Se presentan los guardias de seguridad .y nos acompañan-a la
puerta, o recibimos algún tipo de notificación previa? El líder del grupo, que había sido una promesa en una compañía lla-
mada Drake Stimson, la miró fijamente.
—No lo sé —respondió. Tenía el pelo enredado. Los ojos cansados—.
Nunca. imaginé que las cosas podrían ir tan mal. Me dijeron que dirigir
este proyecto era como si fuera. una promoción.
Era el año 1996, y-el grupo de Ia mesa estaba descubriendo, a pesar
de las‘aserciones de Claude H0pkins, lo' poco cientifico que puede llegar a ser ¿el proceso de vender un pro ducto. Todos trabajaban para una
de las mayores firmas de productos de consumo del planeta, la compa-
EL PODER DE LOS HÁBITOS
58
ñía de las patatas chips Pringles, de Oil of Olay, de las toallitas de papel
Bounty, de los cosméticos CoverGirl, de Dawn, Downy y Duracell, así
como de docenas de otras marcas. P&G recopilaba más datos que casi
ninguna otra empresa mercantil de la' Tierra y confiaba en complejos
métodos estadísticos para elaborar sus campañas de marketing. La em—
presa era muy- buena para idear métodos de venta. Tan sólo en el mer—
cado delos detergentes para la ropa, sus productos eran los que se utilizaban en una de cada dos cargas de lavadora en Estados Unidos. Los
beneficios ascendían a 35.000 millones al año.
Pero el equipo de Stimson, al que se le había encomendado la mi—
sión de diseñar'la campaña publicitaria de uno de los productos estrella
de P&G, estaba a1 borde del fracaso. La compañia había invertido mi—
llones de dólares en diseñar un aerosol que eliminaba los malos olores de casi cualquier tejido. Y los investigadores de esa diminuta habitación sin ventanas no tenían ni idea de qué hacer para que la gente lo
comprara.
El aerosol había sido creado hacía tres años, cuando uno de los quí—
_micos de P&G estaba trabajando con una sustancia denominada hi-
droxipropilbetaciclodextrina, o HPBCD, en un laboratorio. El químico
era fumador. Su ropa solía oler a cenicero. Un dia, después de haber
estado trabajando con la HPBCD, al llegar del trabajo su esposa fue a
recibirle a la puerta.
—¿Has dejado .de fumar? ——le preguntó.
-—No —respond.ió él, poniéndose en guardia. Su esposa llevabaañ'os
sermoneándole para que dejara de fumar. Eso parecía algún truco psi-
cológico retorcido.
-—-Pues no hueles a tabaco —-le dijo ella.
Al día siguiente volvió al laboratorio y empezó a experimentar con
la HPBCD y varios olores. Enseguida reunió cientos de frascos con trozos de tela que olían a perro mojado, puros, calcetines sudados; comida
china, camisas con olor a humedad y toallas sucias. A1 poner-HPBCD
en agua yrociarla sobre las muestras, los olores eran atraídos hacia las
moléculas químicas. Al secarse la tela, el olor había desaparecido.
Cuando el químico explicó su descubrimiento a los ejecutivos de
El cerebro ansioso
59
P&G, quedaron fascinados. Las investigaciones de mercado habían revelado durante años que los consumidores deseaban algo que fuera capaz de quitar los malos olores; no enmascararlos, sino eliminarlos. Un
equipo de investigadores entrevistó a los clientes en sus casas y descubrió que muchos de ellos dejaban sus blusas o pantalones a la intemperie tras haber estado la noche antes en un bar o en una fiesta. «La ropa
me huele a tabaco cuando llego a casa, pero no quiero que me cueste un
lavado en seco cada vez que salgo», dijo una mujer.
P&G vio en ello una oportunidad e inició un proyecto de máximo
secreto para transformar el HPBCD en un producto viable. Invirtieron
millones de dólares en perfeccionar la fórmula. Al final fabricaron-un
liquido incoloro e inodoro que podia eliminar casi cualquier mal olor.
La tecnología para su fabricación era tan avanzada que finalmente la
NASA lo utilizaría para limpiar el interior de sus naves espaciales cuando regresaban de una misión. Lo mejor de todo es que su fabricación
era barata, no dejaba manchas y podía hacer que cualquier sillón apestoso, chaqueta vieja, o el olor del interior de un coche manchado, bue-
no, que se le fuera'el hedor. P&G había apostado muy fuerte por ese
proyecto, pero esperaba ganar miles de millones, si daba con la campaña publicitaria correcta.
Decidieron ponerle por nombre Febreze, y le pidieron a Stimson, un
ex niño prodigio de 31 años, experto en matemáticas y psicologia, que
dirigiera el equipo de marketing. Stimson era alto y atractivo, con mentón fuerte, voz suave, y gusto por la cocina selecta. («Preferiría que mis
hijos fumaran hierba a que comieran en McDonald’s», le dijo una vez a
un compañero.) Antes de trabajar en P&G, había pasado cinco años en
Wall Street creando modelos matemáticos para elegir acciones. Cuando
se trasladó a Cincinnati, donde se hallaba la central de P&G, le-contrataron para ayudar a dirigir varias áreas de negocios importantes, entre
las que se incluían el suavizante para la ropa Bounce y las barritas aromáticas Downy para la secadora. Pero Febreze era diferente. Era una
oportunidad para lanzar un producto de una categoría totalmente nueva: añadir algo que no se había visto antes en un carro de la compra de
un consumidor. Lo único que necesitaba Stimson era cómo convertir
60
EL PODER DB LOS HÁBITOS
Febreze en un hábito, y el producto desaparecería volando de los co—
mercios. Pero, ¿cuánto iba a costar eso?
Stimson y sus colaboradores decidieron introducir Febreze en unos
mercados de prueba: Phoenix; Salt Lake City y Boise. Volaron hasta allí
y repartieron muestras, luego preguntaron a las personas si podían ir a
visitarlas a sus casas. En el transcurso de dos meses visitaron cientos de
hogares. El primer gran avance fue cuando visitaron a una guarda fo-
restal de Phoenix. Era una mujer de casi treinta años que vivía sola. Su
trabajo consistía en atrapar a los animales que habían salido dei desierto. Atrapaba coyotes, mapaches, y algún que otro puma. Y mofetas. Mu-
chas, pero que muchas mofetas. Que con frecuencia la rociaban cuando
las atrapaba.
—Soy soltera y me gustaría encontrar a alguien con quien poder tener hijos ——le dijo la guardabosques a Stimson y a sus colaboradores
cuando la entrevistaban en su sala de estar—. Tengo muchas citas. Bueno, quiero decir que creo que soy atractiva. Soy inteligente y me consi-
dero un buen partido.
Pero les explicó que su vida amorosa era un fracaso porque en su
vida todo olía a mofeta. Su casa, su camioneta, su ropa, sus botas, sus
manos, sus cortinas. Incluso su cama. Había probado todo tipo de re—
medios. Compraba jabones y champúes especiales. Ponía velas y usaba sofisticadas máquinas para lavar la moqueta. Nada le había funcionado.
-—Cuando tengo una cita, me viene un tufillo a mofeta y empiezo a
obsesionarme con ello —les dijo—. Empiezo a preguntarme, ¿lo estará
oliendo él? ¿Y si le llevo a casa y se quiere marchar?
»E1 año pasado salí cuatro veces con un chico realmente agradable,
me gustaba y esperé mucho a invitarle a venir a mi casa. Al final vino y
pensé que todo iba mu)r bien. Pero al día siguiente me dijo que quería
“darse un respiro”. Fue mu)r educado, pero todavía me pregunto si fue
por el olor.»
—Bueno, me alegro de que hayas tenido la oportunidad de probar
Febreze —le dijo Stimson—. ¿Qué te ha parecido?
Le miró con lágrimas en los ojos.
El cerebro ansioso
61
——Quiero darle las gracias —le dijo—. Este spray ha cambiado mi
vida.
Cuando le dieron las muestras de Febreze, se fue a casa y roció el sillón, las cortinas, las alfombras, el cubrecama, sus tejanos, su uniforme,
su coche. Se le acabó una muestra y abrió otra, y acabó de rociar el resto de las cosas.
—-Les dije a todos mis amigos que vinieran ——les contó—. Ya no
notan el olor, se ha ido.
Entonces lloraba ya con tanta fuerza que uno de los colaboradores
de Stimson la estaba consolando dándole palmaditas en el hombro.
—Muchas gracias ——les dijo—. Ahora me siento libre. Gracias. Su
producto es muy importante.
Stimson se puso a olfatear la sala de estar. No notaba nada. «Vamos a
hacer un buen negocio con este producto», pensó. Stimson y su equipo
regresaron a la central de P&G y empezaron a revisar la campaña publi-
citaria en la que estaban a punto de enfrascarse. La clave para vender Febreze era transmitir esa sensación de alivio que sintió la guarda forestal.
Tenían que vender Febreze como algo que permitiera a la gente desha-
cerse de olores incómodos. Todo ello era afín a las normas de Claude
Hopkins o a los modelos modernos que llenaban los libros de texto de las
escuelas empresariales. Querían' que la publicidad fuera sencilla: encon-
trar una señal evidente y definir la recompensa con claridad.
Diseñaron dos anuncios para la televisión. En el primero aparece una
mujer hablando de la sección de fumadores de un restaurante. Siempre
que iba a comer allí, le olía la chaqueta a tabaco. Una amiga le dice que
si usa Febreze, eliminará el olor. La señal: el olor a tabaco. La recompensaz-eliminar el olor de la ropa. En el segundo anuncio aparece una
mujer a la que le preocupa su perra, Sophie, quetiene la costumbre de
sentarse en el sofá. «Sophie siempre olerá a Sophie --dice—, pero con
Febreze ahora mis muebles ya no tienen por qué oler.» La señal: la mascota huele, problema que tienen 70 millones de hogares con mascotas.
La recompensa: una casa no tiene por qué oler a residencia canina.
62
EL PODER DE LOS HÁBITOS
Stimson y sus colaboradores empezaron a lanzar los anuncios en 1996,
en las mismas ciudades donde habían hecho las pruebas. Repartieron
más' muestras, pusieron los anuncios en los buzones y pagaron a los
dueños de los supermercados para que pusieran pilas de Febreze cerca
de las cajas registradoras. Luego se sentaron a esperar y a pensar en qué
se iban a gastar sus ingresos.
Pasó una semana. Dos. Un mes. Dos meses. Las ventas empezaron
siendo débiles y fueron a peor. La compañía alarmada mandó investigadores alas tiendas para averiguar qué estaba sucediendo. Las estanterías
estaban llenas de sprays de Febreze que nunca se habían tocado. Empezaron a visitar a las amas de casa a las que les habían dado muestras.
--¡Oh, sí! —dijo una de ellas a uno de los investigadores de P&G.—.
¡El spray! Ya me acuerdo. Veamos. —La mujer se puso de rodillas en la
cocina y empezó a buscarlo en el armario de debajo del fregadero—. Lo
usé un tiempo y-luego me olvidé de él. Creo que está por ahí al fondo. —Se levantó—. ¿Quizás está en el escobero? —Se dirigió hacia él y
apartó algunas escobas—. ¡Si! ¡Aquí está! ¿Lo ven? Está casi lleno. ¿Quieren que se lo devuelva?
Febreze era invendible.
Para Stimson, esto fue un desastre. Los ejecutivos rivales de otras
divisiones vieron una oportunidad en este fracaso. Había oído comen-
tarios de que algunas personas estaban con5pirando para cargarse su
Febreze y hacer. que le reasignaran los productos para el cabello Nicky
Clarke, una gama de productos que equivalía a ser desterrado a Siberia.
Uno de los presidentes de una .de las divisiones de P&G convocó una
reunión urgente y anunció que tenían que frenar las pérdidas ocasionadas por Febreze antes de que los miembros de la junta empezaran
a hacer preguntas. El jefe de Stimson se levantó e hizo una exaltada
petición.
-—Todavía hay una oportunidad para darle la vuelta a todo esto
-—dijo-—. Al menos, preguntemos a nuestros especialistas qué es lo que
está pasando.
P&G recientemente había reclutado científicos de Standford; Car-
negie Mellon y de otras universidades, que se suponía que eran exper-
El cerebro ansioso
63
tos en psicología del consumo. El presidente de la división accedió a
darle un poco más de tiempo al producto.
Así que al equipo de Stimson se unió un nuevo grupo de investigadores y empezaron a hacer más entrevistas. Su primera intuición de
por qué estaba fracasando el producto fue cuando visitaron la casa
de una mujer en las afueras de Phoenix. Olieron sus nueve gatos antes de entrar. Sin embargoJa casa por dentro estaba limpia y ordenada.
La mujer les explicó que era un poco maniática dela limpieza. Pasaba
el a3pirador todos los días y no le gustaba tener las ventanas abiertas,
porque entraba polvo. Cuando Stimson y los cientificos entraron en su
sala de estar, que es donde vivían los gatos, el olor era tan fuerte que a
uno de ellos le entraron náuseas.
—¿Qué hace usted para el olor a gato? —le preguntó uno de los cien.-
tíficos.
—Normalmente no es un problema —respondió la mujer.
-—¿Con qué frecuencia nota usted el olor?
—¡Oh! Una vez al mes ——contestó.
Los investigadores se miraron entre ellos.
--¿Lo nota ahora? —le preguntó uno.
—No -—respondió ella.
Ese mismo patrón se repitió en docenas de visitas a casas con olores
fuertes. La gente no podía detectar lamayor parte delos olores desagrada-
bles que tenían en su vida. Si vives con nueve gatos acabas por no notar el
olor. Si fumas, el tabaco perjudica tanto tu capacidad olfativa que no notas
el olor a humo. Con los olores sucede algo peculiar: hasta los más fuertes
dejamos de notarlos cuando estamos siempre expuestos a ellos. Stimson
se dio cuenta de que esa era la razón por la que nadie usaba Febreze. La
señalpara el producto —lo que se suponía que iba a desencadenar su uso
diario— les pasaba inadvertida a las personas que más lo necesitaban.
Simplemente, no notaban los malos olores con la suficiente frecuencia
como para desencadenar un hábito regular. El resultado era que Febreze
terminaba enterrado en el fondo de un armario. Las personas con más
motivos para utilizar el spray no notaban nunca los olores que deberían
haberles recordado que su sala de estar necesitaba un rociado.
EL ponen DE Los HÁBITOS
64
El equipo de Stimson regresó a la central y se reunió en la sala de
reuniones sin ventanas, a releer la transcripción de la mujer que tenía
nueve gatos. La psicóloga preguntó qué sucedía silos despedían. Stim—
son se'llevó las-manos a la cabeza. Si no podía venderleFebreze a una
mujer con nueve gatos —se preguntaba—-, ¿a quién se lo iba a vender?
¿Cómo creas un nuevo hábito de consumo .cuandono hay ningún
desencadenante para el uso, cuando los consumidores que más lo ne-
cesitan no aprecian la recompensa?
El laboratorio de Wolfra‘m Schultz, profesor de neurociencia dela Universidad de Cambridge, no es un lugar muy agradable. Algunos de sus
colegas han descrito su mesa de despacho como un agujero negro don-
de los documentos se pierden para siempre, o como una placa de Petri
donde los organismos pueden crecer a su gusto y descontroladamente durante años. Cuando Schultz ha de limpiar algo, lo cual no es muy
habitual, no utiliza sprays o limpiadores. Moja una servilleta de papel
y frota con fuerza. Si la ropa le huele a tabaco o a pelo de gato, no se da
cuenta. O no le importa.
No obstante, los experimentos que Schultz ha dirigido durante los últimos veinte años han revolucionado nuestra comprensión sobre cómo
interactúan las señales y‘las recompensas. Él haexplicadopor qué algunas señales y recompensas tienen más poder que otras, y ha proporcíoe
nado un mapa científico que explica por qué Pepsodent file un- éXítO,
cómo algunos fanáticos de las dietas y de hacer ejercicio cambian sus
hábitos con-tanta rapidez, y —..por último— qué fue necesario para que
se vendiera Febreze.
En la década de 1980, Schultz formaba parte de un grupo de científicos que estudiabalos cerebros de los monos cuando aprendian a realizar ciertas tareas, como tirar de palancas o abrir cierres. Su meta era
averiguar qué partes del cerebro eran las responsables de las acciones
nuevas.
El cerebro ansioso
65
«Un dia observé esto y me interesó», me dijo Schultz. Nació en Ale—
mania y ahora, cuando habla inglés, se parece un poco a Arnold Schwar-
zenegger si Terminator fuera un miembro de la Real Sociedad.
«A algunos de los monos que observamos les encantaba el zumo de
manzana, y a otros les encantaba el zumo de uva, y me empecé a preguntar: ¿qué está sucediendo dentro de sus cabezas? ¿Por qué distintas
recompensas afectan al cerebro de distintas formas?»
Schultz inició una serie de experimentos para descifrar cómo actúan
las recompensas en el terreno neuroquímico. Con el avance de la tecnología, en la década de 1990 tuvo acceso a aparatos similares a los que
usaban los investigadores en el MIT. Pero a Schultz no le interesaban
las ratas, prefería a monos como Julio, un macaco de 3 kilos y ojos castaños al que le habia insertado un electrodo muy fino en el cerebro que
le permitía observar su actividad neuronal a medida que se iba produciendo.
Un día Schultz colocó a Julio en una silla, en una habitación poco
iluminada, y encendió el monitor del ordenador. El trabajo de Julio consistía en tirar de una palanca siempre que aparecieran figuras de colores —pequeñas espirales amarillas, garabatos rojos, líneas azules— en
la pantalla. Si Julio tiraba de la palanca cuando aparecía la figura, le caía
una gota de zumo de mora por el tubo que colgaba del techo y que le
llegaba a los labios.
A Julio-le gustaba el zumo de mora.
Al principio, no estaba muy interesado en lo que sucedía en la pan-
talla. Pasaba la mayor parte del tiempo intentando salir de la silla. Pero
en cuanto probó la primera dosis, enseguida se concentró en el monitor. Cuando empezó a comprender, a través de docenas de repeticiones,-que las figuras que veía en la pantalla eran una señal para una
rutina (tirar de la palanca) que tenía una recompensa (zumo de mora),
comenzó a mirar fijamente a la pantalla con la intensidad de un láser.
No se movía. Cuando aparecía un garabato amarillo, tiraba de la palanca. Cuando veía una linea azul, saltaba. Y cuando llegaba el zumo se
lamia los labios con satisfacción.
EL PODER DE LOS HÁBITOS
66
l Inn ulíumulnmnm ¡h II HHH «Ilnhll uliul l
Figura en
¡Tengo recompensal
la pantalla
Palanca
Zumo.
RESPUESTA DE RECOMPENSA
CUANDO JULIO RECIBE EL ZUMO
Mientras Schultz monitorizaba la actividad en el cerebro de Julio,
descubrió un patrón. Siempre que el mono reCibía su recompensa, su ac-
tividad cerebral ascendía en pico dando a entender que experimentaba
felicidad. Una transcripción de esa actividad neurológica muestra elaspecto del cerebro de un mono cuando dice «¡Tengo recompensa!».
Schultz repitió el mismo experimento infinidad de veces, ysiempre
registró esa respuesta neurológica. Cada vez que Julio recibía el zumo,
aparecía el patrón de «¡Tengo recompensa!» en el ordenador conectado a la sonda que tenía en la cabeza. Paulatinamente, desde la perspec—
tiva neurológica, 1a conducta de Julio se convirtió en un hábito.
Rutina
Señal
'¡Afik
‘W
m
V
V
BUCLE DEL HÁBITO DE JULIO
Recompensa
El cerebro ansioso
67
No obstante, lo que más le interesaba a Schultz era cómo cambiaban las cosas a medida que avanzaba el experimento. Cuando el mono
fue adquiriendo más práctica en la conducta -—a medida que el hábito
se hacía más fuerte—, el cerebro de Julio empezó a esperar el zumo de
mora. Las sondas de Schultz registraban el patrón de «¡Tengo recompensa!» en cuanto Julio veía las formas enla pantalla, antes de que llegara el zumo.
N ¡until I il " HIult nl u¡InnII li miI ¡Ilml ml ul umu
Forma en
Palanca
la pantalla
Zumo
«¡Tengo recompensa!»
AHORA, LA RESPUESTA DE RECOMPENSA
SE PRODUCE ANTES DE QUE LLEGUE EL ZUMO
Es decir, las figuras que aparecen en la pantalla se han convertido en
una señal no sólo para tirar de la palanca, sino también para una respuesta de placer dentro de su cerebro. julio empezó a esperar su recompensa en cuanto veía las espirales amarillas y garabatos rojos.
Entonces Schultz modificó el experimento. Antes, Julio recibía el
zumo cada vez que tiraba de la palanca. Ahora, había veces que el zumo
no llegaba, aunque Julio lo hiciera bien. O llegaba con cierto retraso.
O estaba aguado y era la mitad de dulce.
Cuando el zumo no caia, caía tarde o estaba diluido, Iulio se enfada-
ba y emitía ruidos de descontento, o se quedaba abatido. Dentro de su
cerebro, Schultz pudo observar que estaba surgiendo un nuevo patrón:
el ansia. Cuando Julio esperaba el zumo pero no lo conseguía, dentro
68
EL PODER DE LOS HÁBITOS
de su cerebro aparecía un patrón neurológico asociado al deseo y a la
frustración. Cuando veía la señal, empezaba a anticipar una felicidad ali—
mentada por el zumo. Pero si éste no llegaba, esa felicidad se conver—
tía en un deseo que, si no quedaba satisfecho, le conducía a la ira o a la
depresión.
.
Los investigadores de otros laboratorios descubrieron patrones similares. Otros monos fueron entrenados para esperar el zumo siempre
que veían una figura en la pantalla. Entonces, los investigadores intentaban distraerlos. Abrían la puerta del laboratorio, para que pudieran
salir y jugar con sus amigos. Les ponían comida en un rincón, para que
pudieran comer si abandonaban el experimento.
En los monos que no habían desarrollado un hábito fuerte las distracciones funcionaban. Se escapaban de sus sillas, dejaban la sala y no
volvían a mirar hacia atrás. No habían aprendido a desear el zumo. Sin
embargo, cuando el mono había desarrollado el hábito —-una vez que
su cerebro esperaba la recompensa— las distracciones no tenían ningún
atractivo. El animal se sentaba a mirar el monitor y tiraba de la palanca,
una y otra vez, aunque le estuvieran ofreciendo comida o le dieran la
oportunidad de salir afuera. La expectación y el fuerte deseo eran tan
intensos que los monos empezaban a quedarse enganchados a sus pantallas, del mismo modo que un ludópata sigue jugando en una máquina tragaperras aunque haya perdido sus ganancias.
Esto explica por qué sontan poderosos los hábitos: porque crean deseos neurológicos. La mayoría de las veces estos deseos van apareciendo
de forma tan gradual que realmente no somos conscientes de su existencia, por lo tanto desconocemos su influencia. Pero cuando asociamos las señales a ciertas recompensas, surge un fuerte deseo subconS«
ciente en nuestro cerebro que activa el bucle del hábito. Un investigador
de Cornell, por ejemplo, descubrió con qué fuerza pueden afectarnos
el deseo de comida y los olores en nuestra conducta, cuando observó
dónde estaban situadas las tiendas Cinnabon en los centros comerciales.
La mayoríade los vendedores de comida sitúan sus paradas en patios
dedicados a la restauración, pero Cinnabon intenta colocar sus tien-
das lejos de los otros restaurantes o paradas. ¿Por qué? Porque los eje-
El cerebro ansioso
69
cutivos de Cinnabon quieren que el olor de los rollitos de canela [cinnamon] esté circulando siempre por los pasillos y esquinas para que las
personas que están comprando empiecen inconscientemente a desear
un rollito. Cuando el consumidor gira la esquina y se encuentra con la
tienda de Cinnabon, ese deseo es una bestia hambrienta dentro de su
cabeza, y automáticamente irá a buscar su monedero. El bucle del há-
bito empieza a activarse porque ha surgido un deseo.
«No hay nada programado en nuestro cerebro que haga que veamos
una caja de donuts y que automáticamente deseemos darnos un banquete de dulce —me dijo Schultz—. Pero cuando el cerebro aprende que
la caja de donuts contiene ap etitoso azúcar y otros hidratos de carbono,
empezará a esperar el subidón del azúcar. Nuestro cerebro nos dirigirá hacia la caja. Luego, si no nos comemos el donut, se sentirá decepcionado.»
Para entender este proceso, veamos cómo surgió el hábito de Julio.
Primero veía una figura en la pantalla:
M.
EÉEE
Señal
,
Con el tiempo aprendió que cuando aparecía una figura significaba
que era el momento de realizar la rutina. Así que tiraba de la palanca:
Rufina
/ ic:
Señal fi
EEÉEB
Y, de este modo, Julio recibía una gota de zumo de mora.
EL PODER DE LOS HÁBITOS
70
Rufina
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"J
Esto es aprendizaje básico. El hábito sólo surge cuando Julio empieza a ansiar el zumo a1 ver la señal. Cuando ya exista es'a ansia, Julio actuará automáticamente. Seguirá el hábito:
Rufina
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Señal ‘ ¡Añ
fi'
'e? ANHA É}
5%} DE zumo ¿13
Recon1pensa
wwe?
BUCLE DEL HÁBITO
DE ¡uuo
Así es como se crean nuevos hábitos: uniendo una señal, una rutina
y una recompensa, yluego cultivando un fuerte deseo que es el que con-
duce a] hábito. Por ejemplo, veamos el hábito de fumar Cuando un fumador vela señal —-es decir, un paquete de Marlboro—, su cerebro empieza a esperar un chute de nicotina.
Rufina
ANSIA DE
NICOTINA
MQ?”
‘
El cerebro ansioso
71
La mera visión de los cigarrillos es suficiente para que el cerebro ansíe una dosis de nicotina. Si no llega, aumenta el deseo hasta que el fumador se fuma uno sin pensarlo.
Veamos lo que sucede con el correo electrónico. Cuando oímos el
aviso en el ordenador o vibra un Smartphone por la llegada de un nuevo
mensaje, el cerebro empieza a esperar la distracción momentánea que
ofrece la apertura de un correo electrónico. Esa expectativa, si no queda
satisfecha, puede aumentar hasta encontrarnos'en una reunión llena de
ejecutivos ansiosos que están revisando sus ruidosas BlackBerrys por
debajo de la mesa, aunque probablemente sólo se trate de los últimos
resultados de la liga que le proporciona el programa Fantasy Football.
(Por otra parte, si alguien desconecta el zumbido —y por lo tanto, elimina la seña1—, puede trabajar durante horas sin pensar en revisar su
buzón de entrada.)
Rutina
c.
.. .
.
Q Recompensa
Los científicos han estudiado los cerebros de los alcohólicos, fumadores y adictos a la comida, y han medido los cambios en su neurología
-—las estructuras de sus cerebros y la circulación de sustancias neuroquímicas dentro de su cerebro- a medida que se van instaurando los
deseos. Dos investigadores de la Universidad de Michigan escribieron
que los hábitos especialmente fuertes producen reacciones similares a
las adicciones, de modo que «desear se convierte en una ansia obsesi-
va» que puede obligar a nuestro cerebro a poner el piloto automático,
«incluso ante la presencia de fuertes factores disuasorios como perder
la reputación, el trabajo, el hogar y la familia».
72
EL PODER DE LOS HÁBITOS
Sin embargo, estos deseos no tienen el control absoluto sobre noque puesotros. En el capítulo siguiente explicaremos los mecanismos
den ayudarnos a no caer en las tentaciones. Pero para superar el hábito, hemos de reconocer qué ansia está guiando nuestra conducta. Si
no somos conscientes de la expectación, somos como esos comprade
dores que atraídos por una fuerza invisible, terminan en la tienda
Cinnabon.
Para comprender el poder que tienen los deseos para crear hábitos, veagrupo de investimos cómo surge el de hacer ejercicio. En 2002,.un
gadores de la Universidad Estatal de Nuevo México querían comprender por qué las personas hacen ejercicio habitualmente. Bstudiaron a
266 individuos, la mayoría de los cuales hacían ejercicio al menos tres
veces a la semana. Descubrieron que muchos habían
empezado a co-
tenían tiemrrer o a levantar pesas casi por antojo, o porque de pronto
0 libre, o porque querían liberarse de una situación de estrés inespe-
rado en sus vidas. Sin embargo, la razón por la que conti
nuaron —por
qué se convirtió en un hábito— era debido ala recompensa esPecifica que empezaron "a ansiar.
En un grupo, el 92 por ciento de las personas dijeron que hacían ejercicio habitualmente porque las hacía «sentirse bien»: habían desarrosusllado la expectativa y el ansia de conseguir las endorfinas y otras
tandas neuroquímicas que proporcionaba el ejercicio. En otro grupo,
el 67 por dente de las personas dijeron que hacer ejercicio les aportaba
un sentimiento de «realización personal»: habían llegado a desear reularmente ese sentimiento de triunfo a raíz de su actuación, y esa
autorreCOmPensa era suficiente para transformar la actividad física en
un hábito.
p
Si quieres empezar a correr cada mañana, es esencial que elijas una
señal sencilla (como atarte siempre las zapatillas deportivas antes de
desayunar o dejarte la r0pa preparada cerca de la cama) y una recom
ensa clara (como una buena comida al mediodía, el sentimiento de
realización personal por haber corrido los kilómetros que te habías
El cerebro ansioso
73
pr0puesto, ola dosis de endorfinas que consigues después de salir a
correr). Pero innumerables estudios han demostrado que una señal
y una recompensa no bastan por sí solas, no son suficientes para que
se instaure un nuevo hábito. Sólo cuando tu cerebro empieza a esperar la recompensa —-el ansia de endorfinas o el sentimiento de reali—
zación personal—, el acto de atarte cada mañana las zapatillas de co-
rrer se convierte en un hábito. La señal, además de desencadenar una
rutina, también ha de desencadenar un fuerte deseo por la recom-
pensa.
-—-Quiero preguntarle por un problema personal —le dije a Wolfram
Schultz, el neurocientífico, después de que me hubiera explicado cómo
surgían los deseos.
Rutina
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»Tengo un- niño dedos años, y cuando estoy en casa dándole de cenar —croquetas_de-pollo o cosas por el estilo-w, sin darme cuenta tomo
una y me la como. Es una costumbre. Y ahora me estoy engordando.»
—Todo el mundo lo hace —dijo Schultz.
Él tiene tres hijos, ahora ya son todos adultos. Cuando eran pequeños él también picaba de su cena sin darse cuenta.
——.En.algunos. aspectos somos como monos. Cuando vemos .pollo o
patatassfritas sobre la mesa, nuestro cerebro empieza a esperar esa co-
mida aunque no tengamos hambre. Nuestro cerebro la desea. Francamente, a mí ni siquiera me gusta ese tipo de comida, pero de pronto me
cuesta frenar ese impulso. En cuanto me la como, siento ese placer de
74
EL PODER DE Los HÁBITOS
haber satisfecho un deseo. Es vergonzoso, pero así es como funcionan
los hábitos.
»Creo que he de estar agradecido “prosiguió— porque ese mismo
proceso es el que me ha permitido crear buenos hábitos. Trabajo mucho porque tengo la esperanza de sentir el orgullo de hacer un descubrimiento. Hago ejercicio porque espero el sentimiento de bienestar. Sólo
desearía poder elegir mejor.»
IV
Tras su desastrosa entrevista con la mujer de los gatos, el equipo de Dra:
ke Stimson de P&G empezó a buscar recursos externos para conseguir
ayuda. Empezaron a recopilar información sobre nuevos experimentos
como los conducidos por Wolfram Schultz. Pidieron a un catedrático
dela Facultad de Ciencias Empresariales de Harvard que realizara pruebas con las campañas publicitarias de Febreze. Entrevistaron cliente por
cliente, en busca de algo que pudiera darles 1a señal para conseguir que
Febreze se convirtiera en un producto de uso habitual.
Un día fueron a hablar con una mujer que Vivía en las afueras cerca
de Scottsdale. Tendría unos 40 años, y tenía cuatro hijos. Tenía la casa
razonablemente limpia. Para sorpresa de los investigadores, estaba encantada con Pebreze.
——Lo uso cada día —les dijo.
—¿De verdad? —dijo Stimson. La casa tampoco parecía ser un lugar
con problemas de olores. No había mascotas. No fumaba nadie—. ¿Cómo
es eso? ¿Qué olores quiere eliminar?
—No lo utilizo para olores específicos “respondió la mujer—. Bueno, sabe usted, tengo chicos. Están enla pubertad, y si no limpian sus
habitaciones, huelen mal. Pero no lo uso de ese modo. Lo utilizo cuando hago la limpieza habitual, un par de rociadas de spray cuando termino de hacer una habitación. Es una buena forma de hacer que todo
huela bien, de darle el toque final.
Le preguntaron si podían observarla cuando hacía la limpieza. En el
El cerebro ansioso
75
dormitorio, hacía la cama, ahuecaba las almohadas, estíraba las sábanas
y luego cogía el Febreze y rociaba el edredón cuando ya lo había alisado. En la sala de estar, pasaba el aspirador, recogía los zapatos de sus
hijos, limpiaba la mesita de centro y rociaba Febreze sobre 1a alfombra
recién aspirada. ‘
—-Es agradable, ¿sabe? —les dijo—m. El rociado es como una pequeña celebración cuando ya he terminado una habitación.
Al ritmo que usaba Febreze, Stimson calculó que gastaria el frasco
en unas dos semanas.
Con el paso de los años, P&G había recopilado miles de horas de
vídeos de personas limpiando sus casas. Cuando los investigadores regresaron a Cincinnati, algunos pasaron una noche revisando las cintas de vídeo. A la mañana siguiente, uno de los científicos pidió a to—
dos los miembros del equipo de Febreze que se reunieran con él en la
sala de conferencias. Había seleccionado la cinta de una mujer —de
26 años y con tres hijos— haciendo la cama. Arreglaba las sábanas y
colocaba bien las almohadas. Luego, sonreía y se marchaba de la ha-
bitación.
—¿Habéis visto eso? —preguntó entusiasmado el investigador.
Puso otro vídeo. Una mujer joven de pelo castaño, estiraba un cu-
brecama de colores, arreglaba las almohadas y sonreía a1 contemplar su
obra.
--¡Ahí lo tenemos de nuevo! "dijo el investigador.
El vídeo siguiente mostraba a una mujer con ropa deportiva arreglando su cocina y limpiando la encimera antes de desperezarse relajadamente.
El investigador miró a sus colaboradores.
-—¿_Lo habéis visto? —les preguntó—. Todas hacen algúngesto relajante o de felicidad cuando terminan de limpiar. ¡Podemos hacer algo
con esto! ¿Y si Febreze fuera algo que sucede alfinal de nuestra rutina
de tareas domésticas, en lugar de al principio? ¿Y si fuera la parte divertida de hacer que algo esté más limpio?
El equipo de Stimson realizó una prueba más. Anteriormente, la
campaña publicitaria del producto se había basado en eliminar los ma—
EL PODER DE LOS HÁBITOS
76
los olores. La compañía hizo nuevas etiquetas que mostraban ventanas
abiertas y ráfagas de'aire fresco. Se añadió más perfume a la receta, así
que en vez de neutralizar los olores, Febreze tuvo su propio olor carac-
terístico. Los anuncios de la televisión mostraban a mujeres rociando ca—
mas recién hechas y ropa recién lavada. El primer eslogan había sido:
«Saca los malos olores de la ropa». Lo cambiaron'por el de: «Limpia los
olores cotidianos».
Cada cambio fue diseñado para apelar a una señal diaria específica:
limpiar una habitación. Hacer la cama. Pasar el aspirador por la alfombra. En cada una de ellas, Febreze era la recompensa: el olor agrada-
ble que queda al final de la limpieza. Pero lo más importante es que cada
anuncio estaba calculado para despertar un fuerte deseo: que las cosas
huelan tan bien como corresponde a su aspecto cuando se ha terminado el ritual de hacer limpieza. 'La ironía es que un producto diseñado
para destruir los olores se transformó en lo opuesto. En lugar de elimi-
nar los olores de la ropa sucia, se convirtió en un ambientador para dar
el toque final, cuando todo está limpio.
Cuando los investigadores regresaron a los hogares de los clientes,
tras haber lanzado la nueva campaña publicitaria y haber distribuido
las botellas con el nuevo formato, en la prueba de mercado descubrieron que algunas amas de casa habían empezado a esperar -—ansiar— el
aroma de Febreze. Una mujer dijo que cuando se le acababa la botella,
rociaba la ropa con perfume diluido.
«Si no huelo algo agradable al final, no me parece que esté limpio»,
les‘dijo.
«La guarda forestal que tenía el problema de los malos olores nos
mandó en una dirección errónea -—me dijo Stimsonm. Nos hizo pensar
que Febreze tendría éxito al facilitar una solución al problema. Pero,
¿quién quiere admitir que su casa apesta?»
Le estábamos dando un enfoque erróneo. Nadie desea la ausencia
de olor. Por otra parte, muchas personas desean notar un olor agradable después de haberse pasado treinta minutos limpiando.
El cerebro ansioso
77
Rutina
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ANSIA
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Recompensa
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EL BUCLE DEL HÁBITO DE FEBREZE
El relanzamiento de Febreze tuvo lugar en el verano de 1998. A los
dos meses, .se habían duplicado las ventas. En un año, los. clientes habían
gastado más de 230 millones de dólares en el producto. Desde entonces, Febreze ha lanzado docenas de productos derivados —ambienta—
dores, velas, detergentes para la r0pa y sprays para cocinas- que, dicho sea de paso, ahora suponen unas ventas de más de mil millones de
dólares anuales. Al final, .P&G empezóa informar a los clientes que, además de oler bien, Febreze también acababa con los malos olores.
Stimson tuvo un ascenso y su equipo recibió primas. La fórmula había funcionado. Encontraron señales sencillas y evidentes. Habían de—
finido claramente la recompensa.
Pero sólo cuando hubieron creado un fuerte deseo —-el de hacer que
todo oliera tan bien como su aspecto—, Febreze se convirtió en un éxito.
Ese deseo es una parte esencial de la fórmula para crear nuevos hábitos
que Claude Hopkins, el anunciante de Pepsodent, nunca reconoció.
V
Hopkins, en los últimos añosde. su vida. se dedicó a dar conferencias.
Sus charlas sobre «Las leyes de la publicidad cientifica» atrajeron a mi-
les de personas. Desde los escenarios, solía compararse con Thomas Edi-
78
EL PODER DE LOS HÁBITOS'
son y George Washington y lanzar predicciones descabelladas para el
futuro (la de los coches voladores era su favorita). Pero jamás mencio-
nó los deseos intensos o raíces neurológicas del bucle del hábito. Al fin
y al cabo, todavia pasarían otros setenta años hasta que los científicos
del MIT y Wolfram Schultz llevaran a cabo sus experimentos.
¿Cómo se las arregló para crear un hábito tan poderoso como el de
cepillarse los dientes sin el beneficio de esas conclusiones?
Bueno, en realidad sí se aprovechó de los principios que acabaron
descubriendo en el MIT y en el laboratorio de Schultz, aunque en aquel
tiempo nadie lo supiera.
Las experiencias de Hopkins con Pepsodent no fueron tan directas
como él las describe en sus memorias. Aunque alardeaba de haber descu-
bierto la fantástica señal de la pelicula dental, y se enorgullecía de haber
sido el primero en ofrecer alos clientes la clara recompensa de los dientes bonitos, resulta que él no file el que originó esas tácticas. Ni mucho
menos. Veamos, por ejemplo, algunos de los otros anuncios de pastas
de dientes que llenaban las revistas y periódicos antes de que Hopkins
conociera la existencia de Pepsodent.
«Los ingredientes de este preparado están especialmente diseñados
para evitar la formación de depósitos de sarro en el cuello de los dientes
—rezaba un anuncio del dentífrico Dr. Sheffield’s Creme Dentifrice, anterior a Pepsodent—. ¡Limpia esa capa sucia!»
«Tu esmalte blanco está escondido bajo una capa de película -—reza-
ba otro. anuncio que aparecía mientras Hopkins revisaba su bibliografía
sobre odontología—. Sanitol Toothpaste restaura rápidamente la blancura original eliminando la película.»
«El encanto de una agradable sonrisa depende de la belleza de tus
dientes —pr0clamaba un tercer anuncio—. Unos dientes bellos y suaves como el satén suelen ser el secreto del atractivo de una chica guapa.
Utilice S.S. White Toothpaste.»
Docenas de publicistas habían usado anteriormente el mismo lenguaje que Pepsodent, años antes de que Hopkins entrara en el juego. Todos
los anuncios prometian eliminar la película dental y ofrecían la recompensa de unos dientes blancos y hermosos. Ninguno habia funcionado.
El cerebro ansioso
79
Pero, cuando Hepkins lanzó su campaña, las ventas de Pepsodent se
dispararon. ¿Por qué fue diferente Pepsodent?
Porque el éxito de Hopkins fue inducido por los mismos factores
que hicieron que el mono Julio tirara de la palanca y que las amas de
casa rociaran con Febreze sus camas recién hechas. Pepsodent creó un
deseo.
Hopkins no menciona ninguno de los ingredientes de Pepsodent en
su autobiografía, pero la etiqueta de la pasta dental revela algo interesante: a diferencia de otros dentífricos de la época, Pepsodent contenía
ácido cítrico, así como menta y otras sustancias químicas. El inventor
de Pepsodent utilizó esos ingredientespara hacer que la pasta de dientes tuviera un sabor fresco, pero también tuvieron. otro efecto imprevisible. Esas substancias son productos irritantes que generan una sensación de frescor ypicor enla lengua y las encías.
Después de que. Pepsodent empezara a ser líder en el mercado, los
investigadores de la- competencia se pusieron manos a la obra para ave—
riguar el porqué. Se encontraron con que los clientes les decían que se
daban cuenta de que se olvidaban de utilizar-Pepsodent, porque echa-
ban en falta ese frescor y picor en laboca. Esperaban —ansiaban—— esa
ligera irritación. Si no la sentían, no notaban la boca limpia.
Claude Hopkins no estaba vendiendo dientes hermosos. Estaba vendiendo una sensación. Cuando la gente empezó a desear sentir ese refrescante picor —tras haberlo asociado a la limpieza— el cepillado se
convirtió en un hábito.
_ Cuando otras compañías descubrieron lo que realmente estaba Vendiendo Hopkins, empezaron a imitarle. En unas pocas décadas, casi
todas las pastas de dientes contenían aceites y substancias químicas
que provocaban ese picor en las encías. .Pronto, Pepsodent dejó de ser
la más vendida. Incluso hoy, casi todas las pastas de- dientes contienen aditivos con la única finalidad de provocar ese picor al final del
cepillado.
80
EL PODER DE LOS HÁBITOS
Rutina
É ANSIA DE
DE PICQR
“h!“ Recompensa
EL VERDADERO BUCLE DEL HÁBITO DE PEPSODENT
«Los consumidores necesitan algún tipo de señal de que el producto
está funcionando» —me dijo Tracyr Sinclair, directora de la línea de productos Oral-B y de la pasta de dientes Crest Kids Toothpaste—. Podemos hacer que la pasta de dientes tenga cualquier sabor —arándanos,
té Verde—, y siempre y cuando produzca un picor refrescante, la gente
sentirá que tiene la boca limpia. El picor no hace que Ia pasta dentífri—
ca sea más eficaz. Simplemente convence a la gente de que está haciendo su trabajo.
Cualquiera puede utilizar esta fórmula básica para crear sus-propios
hábitos. ¿Quieres hacer más ejercicio? Elige una señal, como ir al gimnasio en cuanto te levantas, y una recompensa, como tomarte un batido después de cada sesión de ejercicio. Luego piensa en ese batido, o en
la dosis de endorfinas que vas a sentir. Permitete esperar la recompensa. Al final, ese deseo te facilitará acudir al gimnasio todos los d'ías.
¿Quieres generar un nuevo hábito alimentario? Cuando los investigadores adscritos al National Weight Control Registry [Registro Nacional para el Control del Peso] --un proyecto que implicaba a más de
6.000 personas que habían perdido más de 15 kilos— examinaron los
hábitos delas personas que habían tenido éxito con sus dietas, descubrieron que' el 78 por ciento desayunaba cada mañana, una comida
marcada por una hora del día. Pero la mayoría de esas personas también habían visualizado una recompensa específica para ceñirse a su
dieta: un biquini que querían ponerse o el orgullo que sentirían al pesarse cada día—, algo que habían elegido cuidadosamente y que real—
El cerebro ansioso
81
mente querían. Cuando aparecían las tentaciones se concentraban en
el deseo de esa recompensa, y cultivaron esa ansia hasta que se convirtió en una ligera obsesión. Y lo que descubrieron fue que los fuertes
deseos de esa recompensa superaban a la tentación de dejar la dieta. .El
ansia condujo al bucledel hábito.
Para las empresas, entender la ciencia del ansia es revolucionario.
Existen docenas de rituales diarios que deberíamos realizar cada día y
que jamás se convierten en hábitos. Deberíamos controlar nuestro con-
sumo de sal y beber más agua. Deberíamos comer más verduras y menos grasas. Deberíamos tornar vitaminas y ponernos cremas de protec-
ción solar. Los hechos no podrían ser más claros en este último frente:
aplicamos un poco de protección solar en la cara cada mañana reduce
significativamente la probabilidad de padecer cáncer de piel. Sin embar-
go, aunque todo el mundo se cepilla los dientes, menos del 10 por ciento de los estadounidenses se aplica crema de protección solar. ¿Por qué?
Porque no ha}r ningún deseo que haya convertido la protección solar
en un hábito. Algunas compañías intentan conseguirlo fabricando cremas fotoprotectoras con sensación de picor o algo que les recuerde a
los consumidores que se han puesto la crema. Esperan que desenca—
dene un deseo del mismo modo que el picor de la boca nos recuerda
que hemos de cepillarnos los dientes. Han utilizado tácticas similares
en cientos de otros productos.
«Que haga espuma es una gran recompensa», dijo Sinclair, la directora del producto. El champú no tiene por qué hacer espuma, pero añadimos sustancias espumosas porque la gente espera eso cada vez que se
lava el pelo. Lo mismo sucede con el detergente para la r0pa. Y con la
pasta de dientes: ahora todas las compañías añaden lauril sulfato de sodio para que la pasta de dientes haga más espuma. No limpia más, pero
la gente se siente mejor cuando tiene un montón de espuma en la boca.
Cuando el cliente-empieza a desear esa espuma, se empieza a desarrollar el hábito.
Los deseos intensos son los que conducen a los hábitos. Y descubrir
cómo crear un fuerte deseo hace que crear un nuevo hábito sea más sencillo. Esto es tan cierto hoy en día como lo fue hace casi un siglo. Cada
82
EL PODER DE LOS HÁBITOS
noche, millones de personas se lavan los dientes para notar esa sensación de picor; cada mañana, millones de personas se ponen sus zapati-
llas deportivas para obtener la dosis de endorfinas a la que se han acostumbrado;
Y cuando llegan a casa, después de limpiar la cocina o arreglar sus
dormitorios, algunas echarán un poco de Febreze.
3
La regla de oro
para cambiar los hábitos
Por qué se produce la transformación
El reloj en el otro extremo del campo marca que faltan ocho minutos y
diecinueve segundos cuando Tony Dungy, el nuevo entrenador jefe del
Buccaneers de Tampa Bay —uno de los peores equipos de la Liga Na—
cional de Fútbol Americano, por no decir de la historia ‘del fútbol profesional— empieza a tener un rayito de esperanza.
Es última hora de la tarde del domingo dia 17 de noviembre de 1996.
Los Buccaneers están jugando en San Diego contra los Chargers, un
equipo que el año pasado llegó ala Super Bowl. Los Bucs están perdiendo por 17 a 16. Han estado perdiendo todo el partido. Toda la tempo-
rada. Toda la década. Los Buccaneers no han ganado un partido en la
Costa Oeste en dieciséis años, y muchos de los jugadores actuales del
equipo estaban en primaria Ia última vez que tuvo una buena temporada. Este año, su récord estaba en 2-8. En uno de esos partidos, el De-
troit Lions -—-un equipo tan malo que posteriormente se diría de él que
no conocían la palabra «esperanza»—- venció al Bucs por 21 a 6, y luego,
tres semanas más tarde, volvió a vencerles por 27 a 0. Un columnista ha
empezado a referirse a los Bucs como el «Felpudo Naranja de Estados
Unidos». ESPN predice que Dungy, al que han contratado en enero, podría ser desPedido antes de finalizar el año.
No obstante, en la línea de banda, Dungy, al ver cómo se reorganiza
84
BL PODER DE LOS HÁBITOS
su equipo para la próxima jugada, siente que por fin empieza a despun-
tar el sol entre las nubes. No sonríe. Nunca manifiesta sus emociones
durante el partido. Pero está sucediendo algo en el campo, algo para lo
que ha estado trabajando durante años. Mientras le llueven los abucheos
de las 50.000 personas del estadio, Tony Dungylve algo que nadie más
ve. La prueba de que su plan está empezando a dar resultado.
Tony Dungy habia esperado una eternidad para conseguir este puesto.
Durante diecisiete años, había rondado por las líneas de banda como
ayudante del'entrenador, primero en la Universidad de Minnesota, lue-
go con el Pittsburgh Steelers, después con el Kansas City Chiefs, luego
volvió a Minnesota con el Vikings. En los últimos diez años le habían
entrevistado cuatro veces para ocupar puestos de entrenador jefe con
los equipos de la NFL.
En ninguna ocasión le fue bien.
Parte del problema era su filosofía de entrenamiento. En sus entre-
vistas de trabajo había explicado pacientemente su creencia de que la
clave para ganar era cambiar los hábitos de los jugadores. Pretendía que
los jugadores no tuvieran que tomar tantas decisiones durante el partido. Quería que reaccionaran automáticamente, de forma habitual. Si
podía inculcarles los hábitos correctos a los jugadores, su equipo ganaría. Punto final.
«Los campeones no hacen cosas extraordinarias —-explicó Dungy—.
Hacen cosas ordinarias, pero las hacen sin pensar, demasiado deprisa
para que el equipo contrario pueda reaccionar. Siguen los hábitos que
han aprendido.»
¿Cómo —le preguntaban los propietarios— vas a crear esos nuevos
hábitos?
Oh, no, él no iba a crear nuevos hábitos, respondía Dungy. Los jugadores se han pasado la vida forjando los hábitos que los han conducido
a la NFL. Ningún deportista abandonará esos patrones simplemente porque se lo diga un nuevo entrenador.
Por eso, en lugar de crear nuevos hábitos, Dungy iba a cambiar las
La regla de oro para cambiar los hábitos
85
viejas costumbres de los jugadores. Y el secreto para cambiar los viejos
hábitos era usarlo que ya había en las cabezas de los jugadores. Los hábitos son un bucle de tres pasos —-1a señal, la rutina y la recompensa—,
y Dungjr sólo quería abordar el paso intermedio, la rutina. Por experiencia sabía que era más fácil convencer a alguien para que adoptara una
nueva conducta si habia algo familiar al principio y al final.
Su estrategia de entrenamiento implicaba un axioma, la Regla de
Oro para cambiar los hábitos que todos los estudios han demostrado
que es una de las herramientas más poderosas para generar cambios.
Dung)r reconoció que jamás podemos acabar de eliminar las malas costumbres.
-En su lugar, para cambiar un hábito es necesario conservar la señal
y la recompensa de siempre, pero insertar una nueva rutina.
Ésta es la regla: si usamos la misma señal y proporcionamos la misma recompensa, podemos cambiarla rutina y cambiar el hábito. Casi
todas las conductas se pueden transformar si la señal y la recompensa
siguen siendo las mismas.
La Regla de Oro ha funcionado en tratamientos contra el alcoholismo, la obesidad, los trastornos obsesivo-compulsivos y otros cientos
de conductas destructivas, y comprenderla puede ayudar a cualquier
persona a cambiar sus viejas costumbres. (Los intentos para dejar de
picotear entre horas, por ejemplo, suelen fracasar a menos que una
nueva rutina satisfaga las viejas señales y recompensas. Una fumadora normalmente no puede dejar de fumar a menos que encuentre al-
guna actividad para reemplazar el tabaco cuando se activa su deseo de
nicotina.)
'
Dungy explicó cuatro veces su filosofía basada en los hábitos a los
dueños de los equipos. Cuatro veces‘le escucharon educadamente, le
dieron las gracias por haberles dedicado su tiempo y contrataron a
otro.
Hasta que en 1996, le llamaron del patético Buccaneers. Dungy voló
hasta Tampa Ba}r y, una vez más, expuso su plan sobre cómo ganar. Al
día siguiente después de la última entrevista le ofrecieron el puesto.
EL PODER DE LOS HÁBITOS
86
LA REGLA DE ORO PARA CAMBIAR LOS HÁBITOS
No
podemos
eliminar
sólo
los
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Rutina
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CÓMO FUNCIONA:
UTILIZAR LA MISMA SEÑAL.
MANTENER LA MISMA RECOMPENSA.
CAMBIAR LA RUTINA.
El sistema de Dungy acabó transformando al Bucs en uno de los equipos con más victorias de la liga. Sería el único entrenador de la historia
de la NFL en llegar. a los play—ofi’s (partidos eliminatorios) durante diez
años consecutivos, el primer entrenador afroamericano en ganar una
Super Bowl, y una de las figuras más respetadas del deporte profesional. Sus técnicas de entrenamiento se utilizarían en toda la liga y en el
resto de los deportes. Su método ayudaría a aclarar cómo podemos cambiar nuestros hábitos.
Pero todo eso vendría más adelante. Hoy; en San Diego, Dungy sólo
pretendía ganar.
Desde la línea de banda, Dungy mira el reloj: faltan 8 m y 19 s. Los Bucs
han ido. rezagados todo el partido y han perdido una Oportunidad tras
otra, como solían hacerlo. Si su defensa no hace algo ahora mismo, el
partido habrá concluido definitivamente. El San Diego tiene el balón en
La regla de oro para cambiar los hábitos
87
su propia línea de veinte yardas, y el quarterback [mariscal de campo]
de los Chargers, Stan Humphries, se está preparando para dirigir un
drive [ataque] que pondrá fin al partido. El reloj del campo se pone en
marcha de nuevo y Humphries está listo para recoger el snap [pase del
balón entre las piernas].
Pero Dungy no está mirando a Humphries, sino cómo sus jugado—
res se alinean en una formación que han estado perfeccionando durante meses. Tradicionalmente, el fútbol es un juego de fintas y contrafintas, trampas dejuego y escaramuzas. Los entrenadores con los libros de
jugadas más extensos ylos esquemas más complicados suelen ser los que
ganan. Dungy, sin embargo, ha optado por lo contrario. No le interesa
la complicación ni crear confusión. Cuando los jugadores de su defensa se alinean, es evidente para todos qué jugada van a realizar.
Dungy ha optado por este enfoque porque, teóricamente, no nece-
sita escaramuzas. Sencillamente, necesita que su equipo sea el más rápido. En fútbol, las milésimas de segundos cuentan. De modo que, en
lugar de enseñar a sus jugadores cientos deformaciones, les ha enseña-
do sólo unas pocas, pero las han practicado una y otra vez hasta que se
han vuelto automáticas. Cuando su estrategia funciona, sus jugadores
se pueden mover a una velocidad imposible de superar.
Pero sólo cuando funciona. Si los jugadores piensan demasiado o dudan o conceden una oportunidad a sus instintos, falla el sistema. Y has—
ta el momento, sus jugadores han sido un desastre.
No obstante, esta ve‘z, cuando los Bucs se están alineando en la línea
de veinte yardas, ha sucedido algo diferente. Vamos a Regan Upshaw,
un defensive end [extremo defensivo] de los Buccaneers que se ha aco-
modado en la posición en tres-puntos en la línea de scrímmage [línea
imaginaria que marca la posición de la pelota al inicio de la jugada]. En
vez de mirar adelante y atrás de la línea para intentar absorber la máxima información posible, Upshaw sólo está pendiente de las señales en
las que-Dungy le ha enseñado a concentrarse. Primero, mira el pie externo del lineman contrario (los dedos de sus pies apuntan hacia atrás, lo
que significa que se está‘preparando para bloquear cuando el quarterback haga el pase); a continuación, Upshaw mira los hombros del line-
88
EL PODER DE LOS HÁBITOS
man (ligeramente rotados hacia dentro), y al espacio que hay entre él y
el siguiente jugador (un poquito más estrecho delo que pensaba).
Upshaw ha practicado cómo reaccionar ante cada una de esas señales tantas veces, que en este momento no tiene que pensar en lo que ha
de hacer. Simplemente sigue sus hábitos.
El quarterba’ck del San Diego se acerca a la linea de scrimmage y mira
primero a la derecha, luego a la izquierda, vocifera el conteo y atrapa
la pelota. Retrocede cinco pasos y se queda quieto y erguido, girando la
cabeza en busca de un open receiver [receptor]. Han transcurrido tres
segundos desde que ha empezado-la jugada. Todos los ojos del estadio
y las cámaras de televisión están puestos sobre él.
Pero lo que 1a mayoría de los asistentes no ven es lo que está sucedien—
do entre los Buccanneers. En cuanto Hiunphries recoge el snap, Upshaw
entra en acción. Durante el primer segundo de la jugada, se de3plaza
a la derecha cruzando la línea de scrimmage con tal rapidez que el lineman ofensivo no puede bloquearle. Al segundo siguiente, Upshaw corre
cuatro pasos más downfield (fuera del área), sus pasos son casi imper-
ceptibles. Al segundo siguiente, se acerca tres zancadas al quarterback,
su dirección es imposible de predecir para el lineman ofensivo.
Cuando el juego ya está en el cuarto segundo, Humphries, el quarterback del San Diego, se queda repentinamente expuesto. Duda, ve a
Upshaw por el rabillo del ojo. Y entonces es cuando comete su error.
Empieza a pensar.
Humphries ve a un compañero de equipo, un tight end [defensa lateral] novato llamado Brian Roche, a veinte yardas downfield. Hay otro
receiver del San Diego mucho más cerca, haciéndole gestos con los brazos pidiéndole la pelota. El pase corto es la opción segura. Por el contrario, Humphries, al estar bajo presión, hace un análisis de una déci-
ma de segundo, levanta los brazos y lanza la pelota a Roche.
Esa decisión precipitada esjustamente lo que 'Dungy estaba esperan—
do. En cuanto la pelota está en el aire, un safety [uno de los jugadores
defensivos] de los Buccaneers llamado John Lynch empieza a moverse.
El trabajo de Lynch es directo: cuando empieza la jugada, córre hacia
un punto concreto de la pista y espera su señal. Hay una gra‘n presión
La regla de oro para cambiarlos hábitos
89
para improvisar en esta situación. Pero Dungy ha entrenado a Lynch
hasta que su rutina se ha vuelto automática. El resultado es que cuando
el balón abandona las manos del'quarterback, Lynch está de pie a diez
yardas de Roche, esPerando.
Mientras el balón gira en el aire, Lynch lee sus señales —la dirección
de la máscara facial y de las manos del quarterback, el espacio entre los
receivers— y empieza a moverse antes de que quede claro dónde aterrizará la pelota. Roche, el receiver del San Diego, salta hacia delante, pero
Lynch le corta rodeándole e intercepta el pase. Antes de que Roche pueda reaccionar, Lynch desPega hacia el otro extremo del campo, hacia la
end zone [zona final] de los Charger. El resto de los Buccaneers están
perfectamente posicionados para despejarle su ruta. Lynch corre 10,
luego 15, luego 20, y por último casi 25 yardas antes de que por fin le
empujen fuera del campo. La jugada entera ha durado menos de diez
segundos.
Dos minutos después, los Bucs anotan un touchdown [la anotación
más valiosa], quedando en cabeza por primera vez en todo el partido.
A los cinco minutos anotan un gol de campo. Entretanto, los defensasde Dungy impiden cualquier intento de comeback [contraataque] del San
Diego. Ganan los Buccaneers por 25 a 17, uno de los grandes aconteci-
mientos de la temporada.
A1 final del partido, Lynch y Dungy abandonan juntos el campo.
—Fue como si allí fuera hubiera algo diferente -—dice Lynch cuando
van entrando en el túnel.
“Estamos empezando a creer —responde Dungy.
Para comprender cómo un entrenador puede transformar a un equipo
concentrándose en cambiarsus hábitos, hemos de salir del mundo de
los deportes.- Bastante lejos, en un lóbrego sótano del Lower East Side
de la ciudad de Nueva York, en 1934, tuvo lugar uno de los más grandes y exitosos intentos a gran escala de cambiar los hábitos.
90
EL PODER DE Los HÁBITOS
En ese sótano se encontraba un alcohólico de 39 años llamado Bill
Wilson. Años antes, había tornado su primera bebida alcohólica durante su estancia en el campo de entrenamiento para oficiales de New Bedford, Massachusetts, donde estaba aprendiendo a utilizar armas de fuego
antes de que lo embarcaran hacia Francia y la Primera Guerra Mundial. Las familias importantes que vivían cerca de la base solían invitar
a cenar a los oficiales, y un domingo por la noche, Wilson asistió a una
fiesta donde se sirvió Welsh rarebit [pan con queso tostado] y cerveza.
Tenía 22 años y nunca había bebido alcohol. Le pareció que 1a única
forma de responder educadamente era tomarse la bebida que le habían
servido. Al cabo de'unas pocas semanas, le invitaron- a' otro aconteci-
miento elegante. Los-hombres iban de esmoquin, las mujeres coqueteaban. Se le acercó un mayordomo y le puso-un cóctel Bronx ——una com-
binación de ginebra, vermut seco y dulce y zum-o de naranja— enla
mano. Tomó un sorbito y sintió, como diría más adelante, que había
encontrado el «elixir de la vida».
A mediados de la década de 1930, cuando ya había regresado de
Europa, con su matrimonio práCticamente roto y la fortuna produc-
to de haber vendido sus acciones se habia esfumado, Wilson consumía
tres botellas de alcohol al dia. Una fría tarde 'de noviembre, mientras
estaba sentado sumido en la tristeza, le llamó un viejo compañero de
bebida. Wilson le invitó y mezcló en una jarra zumo de piña y ginebra.
Le ofreció un vaso a su amigo.
Su amigo se lo devolvió. Le dijo que llevaba-sobrio dos meses.
Wilson estaba atónito. Empezó a hablarle de su propia lucha Contra
el alcohol, incluida la pelea que había tenido en un club de campo que
le había costado el trabajo. Había intentadodejarlo, pero no había podido. Había hecho una desintoxicación y tomado pastillas. Le había hecho
promesas a su esposa y acudido a grupos de abstinencia. Nada había fun-
cionado. Wilson se preguntaba cómo lo había conseguido su amigo.
«Tengo la religión», le dijo-su amigo. Le habló del infierno y-de la
tentación, del pecado y del diablo; «Reconoce que estás Vencido,'admítelo y proponte entregarle tu vida a Dios.»
Wilson pensó que su amigo se había vuelto loco. «El verano pasado
La regla de oro para cambiarlos hábitos
91
era un borracho chiflado; ahora, supuse que estaba un poco chiflado
por la religión», escribiría posteriormente. Cuando se marchó su ami-
go, Wilson se acabó la jarra y se fue a dormir.
Un mes más tarde, en diciembre de 1934, -Wilson ingresó en el Hospital Charles B. Towns para Drogadicciones y Alcoholismo, un cen-
tro de desintoxicación de lujo en Manhattan. Un médico empezó a
darle infusiones cada hora de un fármaco alucinógeno llamado belladona, que entonces estaba de moda para tratar el alcoholismo. Wilson
entraba y salía de su consciencia en la cama de una pequeña habitación.
Luego, en un episodio que se ha descrito en millones de reuniones
en cafeterías, salas de clubes y sótanos de iglesias, Wilson empezó a retorcerse agonizando. Alucinó durante días. Los dolores del sindrome de
abstinenciai'le hacían sentir como si tuviera insectos que le recorrían la
piel. Tenía tantas náuseas que apenas podía moverse, pero el dolor era
demasiado intenso para quedarse quieto. «¡Si Dios existe, que aparezca! —gritó Wilson en su habitación vacía—. ¡Estoy dispuesto a todo!
¡A todo!» En ese momento, escribiría más tarde, una luz blanca ilumi-
nó su habitación, cesó el dolor y se sintió como si estuviera en la cima
de una montaña, «y que soplaba un viento, no de aire, sino de espíritu.
Entonces, de pronto me di cuenta de que era un hombre libre. El éxta-
sis se fue apagando lentamente. Seguía tumbado en la cama, pero ahora, durante un. tiempo había estado en otro mundo, un nuevo mundo
de consciencia».
Bill Wilson no volvería a beber. En los treinta y seis años siguientes,
hasta que murió de un enfisema en 1971, se dedicó a fundar, desarrollar
y divulgar Alcohólicos Anónimos, hasta que se convirtió en la mayor,
más conocida y exitosa organización mundial para cambiar los hábitos.
Se calcula que aproximadamente 2,1 millones de personas recurren
a AA cada año en busca de ayuda, y que unos 10 millones de alcohólicos han conseguido estar sobrios gracias al grupo. AA no le funciona a
todo el mundo —las cifras de éxitos son difíciles de calcular, debido al
anonimato de los participantes—, pero millones de personas dicen que
el programa les ha salvado la vida. El credo básico de AA, sus famosos
Doce Pasos, se ha convertido en un imán cultural que se haincorpora-
EL PODER DE Los HÁBITOS
92
do en programas de tratamientos para los adictos a la comida, al juego,
al sexo, a las drogas, a acumular, a automutilarse, al tabaco, a los videojuegos, a la dependencia emocional y a docenas de otras conductas des-
tructiVas. En muchos aspectos, las técnicas del grupo ofrecen una de las
fórmulas más poderosas para el cambio.
Todo esto es un tanto sorprendente, puesto que AA prácticamente
no se basa en ninguna ciencia ni método terapéutico aceptado.
Por supuesto, el alcoholismo es más que. un hábito. Es una adicción
física con raíces psicológicas y quizá genéticas. No obstante, lo curioso
del caso de AA es que el programa no aborda directamente muchos de
los temas psiquiátricos o bioquímicos que los investigadores suelen
decir que son la causa por la que una persona se vuelve alcohólica. De
hecho, los métodos de. AA parecen esquivar los descubrimientos científicos y médicos, así como los tipos de intervención que muchos psi-
quiatras dicen que necesitan los alcohólicos.*
____________._._
* Suele ser difícil trazar la línea que separa los hábitos de las adicciones. Por ejemplo,
la American Society ofAddiction Medicine [Sociedad Americana de Medicina de la Adic- '
dón} define la' adicción como «una enfermedad cerebral primaria y crónica, del circuito
se caracteriza
relacionado con la recompensa, la motivación y la memoria...‘ La-adicción
por la incapacidad para controlar la conducta, las ansias, 1a
imposibilidad de. saber abste-
nes».
nerse de manera estable, y eldeterioro de las relacio
Según esa definición. indican algunos investigadores, es dificil determinar por qué
gastamos
gastarse 50 dólares a la semana en cocaina es malo, pero no pasa nada si nos los
ad
«incapacid
una
implica
café
un
por
dólares
5
que
piensa
que
en café. A un observador
tarde
cada
leche
con
café
un
tomar.
por
muere
se
que
alguien
conducta»,
la
para controlar
puede parecerle que es clínicamente un adicto. ¿Alguien que prefiere salir a correr antes
que desayunar con sus hijos es un adicto a hacer ejercicio?
En general. dicen muchos investigadores, aunque la adicción sea complicada y toda—
via poco entendida, muchas de las conductas que asociamos con ella suelen deberse al
crear depenhábito.'Algunas sustancias, como las drogas, el tab’aco o el alcohol pueden
se inte—
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sustancia química está en el torrente sanguíneo del fumador (unas 100 horas tras
cigarrillo). Muchos de los impulsos que quedan que creemos que son síntomas de la adic-
ción son en realidad hábitos conductuales que se están reafirmando a sí mismos: nos apetece mucho fumar un cigarrillo a la hora de desayunar al cabo de un mes de haberlo deja-
La regla de oro para cambiarlos hábitos
93
Lo que proporciona AA es un método para atacar los hábitos que
envuelven el consumo de alcohol. AA es básicamente una maquinaria
gigante para cambiar los bucles de los hábitos. Y aunque los hábitos asociados al alcoholismo son extremos, las lecciones que proporciona AA
demuestran que se puede cambiar casi cualquier hábito, incluso los más
arraigados.
Bill Wilson no leyó revistas académicas ni consultó a muchos médicos
antes de fundarAA. Unos pocos años después de haber logrado estar
sobrio, escribió los ahora famosos doce pasos, una noche en la cama, en
un momento de inspiración. Eligió el número doce por los doce apóstoles. Y algunos aspectos del programa no son sólo poco científicos, sino
que directamente pueden parecer raros.
Veamos, por ejemplo, la insistencia de AA de que los alcohólicos
asistan a «noventa reuniones en noventa días» (un periodo de tiempo,
según parece, elegido al azar). O la obsesión del programa en la espiritualidad, como se transmite en el Paso 3, que dice que los alcohólicos
pueden dejar de serlo tomando «la decisión de poner nuestras voluntades y nuestras vidas al cuidado de Dios, como nosotros lo concebimos». En siete de los doce pasos se menciona a Dios o la espiritualidad,
lo que suena extraño para un programa fundado por alguien que una
vez fue agnóstico, y que durante casi toda su vida habia sido abiertamente contrario a la religión organizada. Las reuniones de AA no tie-
do, no porque lo necesitemos físicamente, sino porque tenemos un grato recuerdo de la
dosis que nos inyectábamos cada mañana. En los estudios clínicos se ha demostrado que
atacar las conductas que consideramos adicciones modificando los hábitos que los rodean, es uno de los métodos más eficaces de tratamiento. (Aunque hay que recordar que
algunas sustancias químicas, como los opiáceos, pueden provocar adicciones fisicas prolongadas, y algunos estudios indican que un pequeño grupo de personas parecen estar
predispuestos a buscar adicciones químicas, independientemente de las intervenciones
que se realicen en su conducta. Sin embargo, el número de sustancias químicas que crea
adicciones fisicas a largo plazo, es relativamente reducido, y el número de adictos predispuestos es muy inferior a1 número de alcohólicos y adictos que buscan ayuda.)
EL PODER DE LOS HÁBITOS
94
nen una planificación rigurosa. Más bien suelen comenzar cuando un
miembro cuenta su experiencia, tras la cual se agregan otros. No hay
profesionales que moderen las conversaciones, yhay pocas reglas sobre
cómo se supone que han de funcionar las reuniones. En las últimas cinco décadas, en las que se ha producido una revolución en casi todos los
aspectos de la psiquiatría e investigaciones sobre las adicciones, debido
a los descubrimientos de las ciencias de la conducta, la farmacología y
nuestra comprensión sobre el cerebro, AA ha permanecido congelada
en el tiempo.
Debido a la falta de rigor del programa, los académicos e investi-
gadores suelen criticarlo. El hincapié que hace AA en la espiritualidad,
han dicho algunos, lo-convierte más en un culto que en un tratamiento.
En los últimos quince años, sin embargo, se ha empezado a reevaluarlo.
Ahora, los investigadores dicen que los métodos del programa ofrecen
lecciones valiosas. Los profesores de las universidades de Harvard, Yale,
Chicago y Nuevo México, y docenas más de centros de investigación,
han descubierto una especie de ciencia dentro de AA, similar a la que
usó Tony Dungy en el-campo de juego. Sus descubrimientos acreditan
la Regla de Oro del cambio de hábitos: AA tiene éxito porque ayuda a
los alcohólicos a utilizar las mismas señales y conseguir las mismas re-
compensas, pero cambia la rutina.
Los investigadores dicen que AA funciona porque el programa obliga ala gente a identificar las señales que propician sus hábitos de alcohólicas, y luego las ayuda a hallar nuevas conductas. Cuando Claude
Hopkins estaba vendiendo Pepsodent, encontró la manera de crear un
nuevo hábito activando una nueva ansia. Pero para cambiar un viejo
hábito, has de fomentar una vieja ansia. Has de mantener las mismas
señales y recompensas de antes, y alimentar el deseo insertando una
nueva rutina.
Veamos los pasos 4: «Sin miedo, hicimos un minucioso inventario
moral de nosotros mismos», y 5: «Admitimos ante Dios, ante nosotros
mismos y ante otro ser humano, la naturaleza exacta de nuestros defectos».
«No es evidente por el modo en que están escritos, pero para com-
La regla de oro para cambiarlos hábitos
95
pletar esos pasos, alguien ha de crear una lista de todos los desenca-
denantes de los impulsos de los alcohólicos —-dice I. Scott Tonigan, un
investigador de la Universidad de Nuevo México que ha estudiado AA
durante más de una década—. Cuando haces inventario sobre ti mismo, estás descubriendo todas las causas que te hacen beber. Y admitir
ante otra persona todas las cosas que has hecho mal es una buena forma de ser consciente de los momentos donde-tbdo se descontrola.»
Luego, AA les pide a los alcohólicos que busquen las recompensas
que les ofrece el alcohol. ¿Qué deseos —-pregunta el programa— son
los que crean tu bucle del hábito? Con frecuencia, la propia embriaguez
no forma parte. de la lista. Los alcohólicos ansían una copa porque les
ofrece una vía de escape, para relajarse, encontrar compañia, calmar la
ansiedad, una oportunidad para liberar emociones. Pueden tener ganas
de tomar un cóctel para olvidar sus preocupaciones. Pero no necesariamente anhelan estar borrachos. Los efectos físicos del alcohol suelen
ser una de las partes menos gratificantes de beber para los adictos.
«Hay un elemento hedonista en el alcohol -dice Ulf Mueller, un
neurólogo alemán que ha estudiado la actividad cerebral entre los alcohólicos—. Pero la gente también utiliza el alcohol porque quiere olvidar algo o satisfacer otros deseos, y estos deseos satisfechos tienen lugar
en partes del cerebro totalmente diferentes a las que anhelan el placer
fisico.»
A fin de ofrecer a los alcohólicos las mismas recompensas que obtienen en un bar, AA ha creado un sistema de reuniones y compañerismo —el «tutor» con el que trabaja cada socio— que pretende ofrecer la
misma evasión, distracción y catarsis que una juerga de un viernes por
la noche- Si alguien necesita consolarse, puede hacerlo con su tutor o
asistiendo a las reuniones del grupo, en vez de tomar una copa con un
compañero de bebida.
«AA‘te obliga a crear nuevas rutinas para lo que puedes hacer cada
noche en lugar de beber “dice Toningan—. Puedes relajarte y hablar
de tus ansiedades en las reuniones. Los desencadenantes y las recompensas son las mismas, sólo cambia la conducta.»
96
EL PODER DE LOS HÁBITOS
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MANTENER LA MISMA SEÑAL,
PROPORCIONAR LA MISMA RECOMPENSA,
INSERTAR UNA NUEVA RUTINA
En 2007, tuvo lugar una demostración esPectacular de cómo las señales y las recompensas se pueden transferir a nuevas rutinas, cuando
Mueller, el neurólogo alemán, y sus colaboradores de la Universidad
de Magdeburgo implantaron unos aparatitos eléctricos dentro del cerebro de cinco alcohólicos que habían intentado repetidas veces abandonar la bebida. Los alcohólicos del estudio habían pasado al menos
seis meses en rehabilitación sin éxito. Uno de ellos se había sometido a
más de 60 programas de desintoxicación.
Los dispositivos que les implantaron en la cabeza estaban situados
dentro de sus ganglios bas'ales -—la misma parte del cerebro donde los investigadores del MIT hallaron e'l bucle del hábito— y emitían una carga
eléctrica que interrumpía la recompensa neurológica que desencadena
los deseos habituales. Cuando los hombres se recuperaron de sus ope—
raciones fueron expuestos a señales que anteriormente hubieran desencadenado sus impulsos alcohólicos, como fotos de cerveza o ir a un
bar. Normalmente, les habría sido imposible resistirse a-beber. Pero los
dispositivos que les habian implantado «anularon» los deseos neurológicos de todos ellos. No probaron ni una gota.
«Uno de ellos me dijo que el deseo había desaparecido en cuanto lo
conectamos —dijo Mueller—. Luego, cuando lo apagamos, regresó inmediatamente.»
- La regla de oro para cambiar los hábitos
97
No obstante, erradicar los deseos neurológicos de los alcohólicos no
fue suficiente para terminar con sus hábitos de bebedores. Cuatro de
ellos volvieron a caer al poco tiempo de la operación, generalmente des-
pués de alguna situación de estrés. Agarraban la botella porque así es
como afrontabanautomáticamente la ansiedad. Sin embargo, cuando
hubieron aprendido otras rutinas para afrontar el estrés, dejaron de beber para siempre. Por ejemplo, un paciente asistió a las reuniones de AA.
Otros fueron a hacer terapia. Y cuando incorporaron sus nuevas rutinas para manejar el estrés y la ansiedad en sus vidas, el éxito fue espectacular. El hombre que se habia sometido a 60 tratamientos de desintoxicación no volvió a beber. Los otros dos pacientes habían empezado
a beber a los 12 años, a los 18 eran alcohólicos, bebían todos los días, y
ahora hace cuatro años que no han probado el alcohol.
Obsérvese cómo se acerca este estudio a la Regla de Oro del cambio
de hábito: incluso tras haber cambiado los cerebros de los alcohólicos a
través de la cirugía, eso no fue suficiente. Las viejas señales y deseos de
recompensas seguían estando presentes, al acecho. Los alcohólicos sólo
cambiaron definitivamente cuando aprendieron nuevas rutinas que recurrían a los antiguos desencadenantes y proporcionaban un consuelo
familiar. «Algunos cerebros son tan adictos al alcohol que sólo la cirugía
puede remediarlo “dijo Mueller—. Pero esas personas también necesitan formas nuevas de afrontar la vida.»
AA proporciona un sistema similar y menos invasivo para incluir
rutinas nuevas en los viejos bucles de los hábitos. A medida que los científicos han empezado a comprender cómo funciona AA, han empezado
a aplicar los métodos del programa a otros hábitos, como las pataletas
de los niños de 2 años, la adicción a1 sexo, e incluso tics de conducta de,
menor importancia. Con la expansión de los métodos de AA, éstos se
han ido refinando en terapias que se pueden utilizar para cortar con casi
cualquier patrón.
En verano de 2006, una graduada de 24 años llamada Mandy entró en
el centro de asesoramiento dela Universidad Estatal de Mississipi. Du-
98
EL PODER DE LOS HÁBITOS
rante casi toda su vida se había mordido las uñas, se las mordía hasta
hacerse sangre. Mucha gente se muerde las uñas. No obstante, para los
que tienen este vicio crónico es un problema a otra escala. Mandy se
las solía morder hasta arrancárselas dela piel. Tenía las yemas de los
dedos cubiertas de costras. Las yemas se habian vuelto redondas sin uñas
que las protegieran, y a veces sentía cosquilleo o picor, un signo de que
el nervio estaba dañada-Este hábito de morderse las uñas había deteriorado su vida social. Se sentia tan incómoda cuando estaba con sus
amistades que se metía las manos en los bolsillos y, cuando tenía una
cita, cerraba los puños. Había intentado terminar con este hábito pintándose las uñas con esmaltes que tuvieran mal sabor o prometiéndose,
a partir de ahora mismo, que reuniría la suficiente fuerza de voluntad
para dejarlo. Pero en cuanto empezaba a hacer deberes o a ver la televi.
sión, terminaba con los dedos en la boca.
El centro de asesoramiento remitió a Mandy a un estudiante de psicología que estaba haciendo su doctorado y que estudiaba un tratamien-
to conocido como «entrenamiento de inversión de hábito». El psicólogo
estababien versado en la Regla de Oro para cambiar los hábitos. Sabía
que cambiar el hábito de Mandy requería insertar una nueva rutina en
su vida.
—¿Qué sientes justo antes de llevarte la mano a la boca para mor—
derte las uñas? —-le preguntó.
—Un poco de tensión en mis dedos ——dijo ella—-. Me duele un poco
aquí en el borde de la uña. A veces me reviso el pulgar buscando padrastros, y cuando noto algo, me lo llevo ala boca. Voy dedo a dedo y
me muerdo. todos los bordes que noto ásperos. Cuando empiezo, tengo
,
que hacerlo en todos.
Preguntar alos pacientes qué es lo que desencadena su conducta habitual se denomina entrenamiento de conciencia, y al igual que la insis—
tencia de AA para forzar a los alcohólicos a reconocer sus señales, es el
primer paso en el entrenamiento de inversión de hábito. La tensión que
sentía Mandy en sus uñas era la señal para. el hábito de mordérselas.
«La mayoría .de los hábitos de las personas son tan antiguos que ya
no prestan atención alo que se los ha provocado —dice Brad Dufrene,.
La regla de oro para cambiarlos hábitos
99
que trató a Mandy—. He tenido tartamudos, y les he preguntado qué
palabras o situaciones desencadenan su tartamudez, y no lo saben porque hace mucho tiempo que dejaron de fijarse en ello.»
A continuación, el terapeuta le pidió a Mandy que le dijera por qué
se mordía las uñas. Al principio, le costaba encontrar las razones. No
obstante, a medida que fueron conversando, se le fue aclarando que se
las mordía cuando estaba aburrida. El terapeuta le hizo ponerse en algunas situaciones típicas, como ver la televisión y hacer los deberes, y empezaba a mordérselas. Ella le dijo que cuando había acabado con todas
sus uñas, sentía una ligera sensación de realización personal. Esa era la
recompensa del hábito: un estímulo físico que había llegado a anhelar.
Rutina
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EL BUCLE DEL HÁBITO DE MANDY
Al final de 1a primera sesión, el terapeuta la mandó a su casa con una
tarea: lleva siempre una ficha, y cada vez que sientas la señal —la ten-
sión en las yemas de los dedos—, marea una rayita. A1 cabo de una semana regresó con'28 marcas..En ese momento fue plenamente consciente de las sensaciones que precedían a su hábito. Sabía cuántas veces
teníanlúgar mientras estaba en clase o mirando la televisión.
Luego el terapeuta le enseñó lo que se conoCe como «respuesta competitiva». Le dijo que siempre que sintiera esa tensión en las yemas de los
dedos, debía ponerse inmediatamente las manos en los bolsillos, de-
bajo de las piernas, agarrar un lápiz o cualquier otra cosa que le impi-
diera ponerse las manos enla boca. Luego Mandy tenía que buscar algo
que le proporcionara un estímulo físico rápido ——como frotarse el bra-
100
EL PODER DE LOS HÁBITOS
zo o dar golpecitos con los nudillos en una mesa -—cualquier cosa que
le produjera una respuesta física.
Las señales y recompensas seguían siendo las mismas. Sólo cambiaba la rutina.
Rutina.
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NUEVO BUCLE DEL HÁBITO DE MANDY
Practicaron en la consulta del terapeuta durante casi 30 minutos y
Mandy se fue a casa con una nueva tarea: continuar con la ficha, pero
ahora tendría que poner una marca ( ) cuando sintiera la tensión en las
yemas de los dedos, y dibujar una almohadilla (#) cada vez que superara el hábito.
Al cabo de una semana, Mandy se habia mordido las uñas sólo tres
veces y habia usado la respuesta competitiva siete veces. Se recompensó
con una manicura, perosiguió usando las fichas. Al cabo de un mes,
había desaparecido su hábito. Las rutinas competitivas se habían vuelto
automáticas. Un hábito había sustituido al otro.
«Parece ridículamente simple, pero cuando eres consciente de cómo
actúa tu hábito, cuando reconoces las señales y las recompensas, has
conseguido superar la mitad del problema --me dijo Nathan Azrin, uno
de los que habían desarrollado la terapia del entrenamiento de inver-
sión de hábito—.Parece que tendría que ser más complicado. Lo cierto
es que el cerebro se puede reprogramar. Basta con que te lo propongas.»*
* Es importante observar que aunque sea fácil describir el proceso de cambiar el hábito, no necesariamente lo es llevarlo a cabo. Es fácil suponer que el tabaco, el alcoholismo,
La regla de oro para cambiar los hábitos
101
En la actualidad, la terapia de inversión de hábito se utiliza para tratar los tics verbales y físicos, la depresión, el tabaquismo, la ludopatía,
la ansiedad, mojar la cama, 1a indecisión, los trastornos obsesivo-compulsivos y otros problemas de la conducta. Y sus técnicas ponen de
manifiesto uno de los principios fundamentales'de los hábitos: con fre—
cuencia, no acabamos de entender las ansias que controlan nuestras
conductas hasta que nos dedicamos a observarlas. Mandy nunca se había dado cuenta de que era el deseo de sentir un estímulo físico lo que
estaba provocando que se mordiera las uñas, pero cuando hubo disec-
cionado el hábito, le fue fácil encontrar una nueva rutina que le proporcionara la misma recompensa.
Por ejemplo, quieres dejar de picotear cuando estás en el trabajo. ¿Es
satisfacer el hambre la recompensa que estás buscando? ¿O se trata de
interrumpir el aburrimiento? Si comes algo para hacer una pausa, puedes encontrar fácilmente otra rutina ——como dar un corto paseo o concederte tres minutos de navegar por internet— que te proporcione la
misma interrupción sin añadirle nada a tu cintura.
comer en exceso u otros patrones arraigados se pueden cambiar sin un verdadero esfuerzo. El verdadero cambio requiere trabajo y entender las ansias que nos conducen a esas
conductas. Cambiar cualquier hábito requiere determinación. Nadie dejará de fumar símplemente porque le dibuje‘n un bucle del hábito.
Sin embargo, al entender los mecanismos de los hábitos, adquirimos una visión que
hace que las nuevas conductas sean más fáciles de asimilar. Cualquiera que luche contra
una adicción o conducta destructiva se puede beneficiar de la ayuda procedente de muchos frentes, incluidos terapeutas, médicos, trabajadores sociales y religiosos. Sin embargo, incluso los profesionales en esos campos están de acuerdo en que la mayoria de
los alcohólicos, fumadores u otras personas con conductas problemáticas dejan el hábito por si solas, lejos del entorno de los tratamientos. La mayoría de las veces, esos cambios se cumplen porque la gente examina las señales, los deseos y las recompensas que
las incitan a sus conductas y luego encuentran formas de sustituir sus rutinas autodestructivas por otras alternativas más saludables, aunque no sean plenamente conscientes
de lo que están haciendo. Comprender las señales y los deseos que conducen a nuestros
hábitos no hará que éstos desaparezcan de pronto, pero nos aportará un medio para cambiar el patrón.
102
EL PODER DE LOS HÁBITOS
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Si quieres dejar de fumar, pregúntate si fumas porque te gusta la
nicotina o porque te proporciona un. gran estímulo, te estructura el día
o es una forma de socializar. Si fumas porque necesitas un estimulo, los
estudios indican que un poco. de cafeína por la tarde favorece que lo
dejes. Más de tres docenas de estudios sobre antiguos fumadores han
revelado que identificar las señales y las recompensas que asociamos al
tabaco, y luego elegir nuevas rutinas que nos proporcionen recompensas similares —un Nicorette, una serie rápida de flexiones de brazos
o simplemente dedicar unos minutos a hacer estiramientos y a relajar-
nos- hace que sea más fácil dejarlo.
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Si identificas las señales y las recompensas, puedes cambiar la rutina. Al menos la mayoría de la veces. No obstante, para algunos hábitos,
hace falta otro ingrediente: la convicción.
La regla de oro para cambiarlos hábitos
103
«Aquí tenéis las seis razones por las que todos pensáis que no. podéis
ganar», les dijo Dungjr a sus Buccaneers cuando se convirtió en su entrenador en 1996. Eso fue meses antes de que comenzara la temporada
y el equipo estaba sentado en el vestuario. Dungy empezó a enumerar
las teorías que todos habían leído en los periódicos o escuchado por la
radio: la dirección del equipo era caótica. No se había probado al nuevo
entrenador. Los jugadores estaban viciados. A la ciudad no le importaba nada. Los mejores jugadores estaban lesionados. Les faltaba el talento necesario.
«Esas son las supuestas razones —dijo Dungy—. Ahora tenéis el hecho: nadie podrá con nosotros.»
Según él mismo explicó, su estrategia. era cambiar las conductas de su
equipo hasta que actuaran de forma automática. No creía que los Buccaneers necesitaran un libro de jugadas más grueso. No creia que tuvieran que memorizar cientos de formaciones. Bastaba con que aprendieran unos cuantos movimientos clave y siempre los hicieran bien.
Sin embargo, la perfección es difícil de alcanzar en el fútbol americano. «Cada jugada que realizas en el fútbol americano —cada jugada—
alguien te la desbarata —dijo Herm Edwards, uno de los segundos entrenadores de Dungy, en Tampa Bay—. La mayoría de las veces, no es
algo físico. Es mental.» Los jugadores se lían cuando empiezan a pensar
demasiado o a cuestionarse sus jugadas. Lo que quería Dung}r era eli-
minar la toma de decisiones durante el partido.
Y para ello, tenían que reconocer sus hábitos y aceptar nuevas rutinas.
Empezó por observar cómo jugaba su equipo.
“Trabajemos la under defense [defensa débil] -—gritó Dungy durante una práctica matinal—. Número cincuenta y cinco, ¿cuál es tu
lectura?
—Estoy observando al running back [defensa] y al guard [guarda]
—dijo Derrick Brooks, un línebaCker [defensa de apoyo] exterior.
—¿Qué es exactamente lo que estás mirando? ¿Dónde están. tus ojos?
104
EL PODER DE LOS HÁBITOS
"Estoy mirando el movimiento del guard —dijo Brooks—. Estoy
observando las piernas y caderas del QB [quarterback] después de que
consigue el balón. Y estoy buscando espacios en la línea para ver si van
a hacer un pase y si el QB va a lanzar hacia mi lado o hacia fuera.
En fiítbol americano, estas señales visuales se conocen como «llaves»
y son esenciales en cada jugada. La innovación de Dungy era utilizar
estas llaves como señaleslpara modificar los hábitos. A veces sabía que
Brooks dudaba un momento demasiado largo al inicio del juego. Tenía
que pensar en tantas cosas —¿iba a salir el guard de la formación? ¿In-
dica el pie del running back que se está preparando para correr o para
hacer un pase?-—- que eso a veces le retrasaba.
La meta de Dungy era liberar. la mente de Brooks de todos esos aná- -
lisis. Al igual que Alcohólicos Anónimos, utilizó las. mismas señales a
las que Brooks estaba acostumbrado, pero le cambió las rutinas, hasta
que al final se produjeron de manera automática.
—Quiero que utilices las mismas llaves --—le dijo a Brooks—. Pero a1
principio concéntrate sólo en el running back. Eso es todo. Hazlo sin
pensar. Cuando estés en posición, entonces empieza a buscar al QB.
Esto fue un cambio relativamente modesto: los ojos de Brooks se fijaban en las mismas señales, pero en vez de mirar a muchos sitios ala
vez, Dungy le dio una secuencia y le dijo con antelación la opción que
debía elegir en cada llave. Lo fantástico de este sistema es que eliminaba
la necesidad de tomar decisiones. Le permitió a Brooks moverse más
deprisa, porque todo lo que hacía era una reacción —y al final, un hábito— en lugar de una decisión;
Dungy dio instrucciones similares a todos los jugadores y les hizo
practicar innumerables veces todas las formaciones. le costó casi un año
instaurar los nuevos hábitos. El equipo perdió los primeros partidos,
que eran los más fáciles. Los columnistas deportivos se preguntaban
por qué los Bucs estaban malgastando tanto tiempo en chorradas psicológicas.
Pero gradualmente empezaron a mejorar. Al final, los patrones se
volvieron tan familiares para los jugadores que los realizaban automáticamente en cuanto pisaban el campo. En la segunda temporada de Dun-
La regla de oro para cambiarlos hábitos
105
gy como entrenador, los Bucs ganaron sus primeros cinco partidos y fueron a los play-ofi‘s por primera ¡vez en quince ‘años. En 1999, ganaron el
campeonato de la división.
El estilo de entrenamiento de Dung)r empezó a acaparar 1a atención
nacional. Los medios deportivos se enamoraron de su tono de voz suave,
su piedad religiosa, y de la importancia que daba a equilibrar el trabajo
y la familia. Las historias que contaba la prensa hablaban de que llevaba
a sus hijos, Eric y Jamie, al estadio para que estuvieran durante los entrenamientos. Hacían los deberes en el despacho de Dungy y recogían
tllas en los vestuarios. Parecía que por fin había llegado el éxito.
En el 2000, los Bucs volvieron a ir a los play-ofi, y de nuevo en 2001.
Ahora, sus seguidores llenaban cada semana el estadio. Los comenta—
ristas deportivos hablaban del equipo como posibles aspirantes a la Super Bowl. Todo se iba a hacer realidad.
Pero incluso cuando los Bucs se hubieron convertido en unos gigantes,
apareció un problema. Normalmente, hacían jugadas ajustadas y disci-
plinadas. Sin embargo, en los momentos cruciales y de mucho estrés, se
desmoronaban.
En 1999, tras acumular hasta seis victorias seguidas al final de la
temporada, los Bucs perdieron en el Campeonato de la Conferencia
contra el St. Louis Rams.‘ En 2000, estaban a un partido de la Super
Bowl cuando se desintegraron contra los Philadelphia Eagles perdiendo por 21 a 3. Al año siguiente, les volvió a pasarlo mismo y los Bucs
perdieron contra los Eagles por 31 a 9, arruinando su oportunidad para
avanzar.
«‘Practicamos, todo e‘ncajaba e íbamos a jugar un gran partido, pero
fue como si el entrenamiento se hubiera esfumado —me dijo Dungym.
Después mis jugadores dijeron: “Bueno, fue un partido crucial yvolví a
lo que ya sabía” o “Sentí que tenía que rendir al máximo”. Lo que en
realidad estaban diciendo era que casi siempre confiaban en nuestro
sistema, pero que cuando-todo estaba todavía por decidir, esa creencia
se desplomaba.»
BL PODER DE LOS HÁBITOS
106
Al final dela temporada de 2001, después de que los Bucs no consiguieran llegar a la Super Bowl por segundo año consecutivo, el director
general del equipo le pidió a Dungy que fuera a verle a su casa. Aparcó
cerca de un enorme roble, entró, y treinta segundos después estaba despedido.
Los Bucs ganaron la Super Bowl al año siguiente utilizando las formaciones y los jugadores de Dungy, y confiando en los hábitos que
él habia modelado. Él vio por la televisión cómo el entrenador que le
reemplazó se alzó con el trofeo Lombardi. Pero para entonces él ya es-
taba muy lejos.
IV
Casi sesenta personas —mamás-taxi* y abogados en su pausa para comer, vejestorios con tatuajes descoloridos y hipsters“ con finos tejanos— están sentadas en una iglesia escuchando a un hombre un poco
barrigón que lleva una corbata a juego con sus ojos azul claro. Parece
un político triunfador con el cálido carisma de la reelección asegurada.
—Me llamo Iohn y soy alcohólico —dice.
.—Hola, John —responden todos.
'—La primera vez que decidí pedir ayuda fue cuando mi hijo se rompió el brazo —dice Iohn. Está de pie detrás de un podio——. Tenía un ro-
mance con una compañera de trabajo y ella me dijo que quería poner
fin a lo nuestro. Así que me fui a un bar, me tomé dos vodkas y regresé
a mi despacho, a la hora; de comer fui a Chili’s con un amigo, y nos tomamos unas cuantas cervezas, luego, a eso de las dos en punto, me fui
con otro amigo y encontramos un sitio donde ofrecían una happy-hour
* En inglés, soccer mothers (madres fútbol), las madres de clase media alta que viven
en zonas residenciales y que tienen que llevar en coche a sus hijos pequeños a todas las
actividades extraescolares, generalmente deportivas. (Nota de Ia T.)
*” Subcultura urbana que se caracteriza por la forma de vestir y de pensar. (Nota de
la T.)
La regla de oro para cambiarlos hábitos
107
de dos por uno. Era el día en que me tocaba ir a recoger a mis hijos
—-mi esposa todavía no sabía lo de mi romance—, conduje hasta la escuela y los recogí, me dirigía a casa por una calle por la que debía haber
pasado un millar de veces y- choqué contra una señal de stop al final de
la manzana. Me subí ala acera y, ¡bum!, justo en medio de la señal. Sam
—mi hijo-_- no se había puesto el cinturón de seguridad, así que salió
proyectado contra el parabrisas y se rompió el brazo. Había sangre en
el salpicadero contra el cual chocó con la nariz, el parabrisas se rajó y
yo estaba aterrorizado. Entonces fue cuando me di cuenta de que necesitaba ayuda.
>>Ingresé en una clínica y luego salí; durante un tiempo todo parecía
ir bastante bien. Durante unos trece meses, todo fue fantástico. Sentía que tenía. el control e iba a las reuniones cada dos días, pero al final
empecé a pensar: “No este)r tan mal como para necesitar estar en compañía de un puñado de borrachos”. Así que dejé de asistir.
>>Entonces a mi madrele descubrieron un cáncer y me llamó al trabajo, casi a los dos años de estar sobrio. Sah'a de la consulta del médico
y se dirigía a casa cuando me. dijo: “Me ha dicho que podemos tratarlo,
pero-que está muy avanzado”. Lo primero que hice cuando colgué fue
irme a un bar, y en los dos años siguientes me emborraché mucho hasta que mi esposa decidió marcharse, y también me tocaba ir-a recoger a
los niños. Por aquel entonces yo estaba en un puesto muy malo. Un amigo me estaba enseñando a tomar coca, y cada tarde me esnifaba una raya
dentro de mi despacho, y a los cinco minutos de sentir ese goteo en el
fondo demi garganta, me esnifaba otra raya.
'»Bueno, corno iba diciendo, era el día enque me tocaba pasar a'recoger a mis hijos. Iba de camino a la escuela y me sentía muy bien, como
si estuviera por encima de todo, me salté un semáforogen rojo en un
cruce y un camión enorme chocó contra mi coche. De hecho, lo volcó
de lado. No me hice ni un rasguño. Salí y empecé a intentar enderezar
el vehículo porque pensé que si podía llegar a mi casa y salir de allí antes de que llegara la poli, no pasaría nada. Por supuesto, eso no funcio-
nó, y cuando me arrestaron por conducir bajo la influencia del alcohol,
me mostraron cómo había quedado el asiento del pasajero, que estaba
108
EL PODER DE LOS HÁBITOS
totalmente hundido. Alli es donde normalmente se sentaba Sammy. Si
hubiera estado alli, habría muerto.
»De modo que volví a asistir a las reuniones y mi tutor me dijo que
no importaba que sintiera que había recobrado el control. Sin un poder
superior en mi vida, sin admitir mi impotencia, nada iba a funcionar.
Pensé que eso eran chorradas; soy ateo. Pero sabía que si algo no carnbiaba, acabaría matando a mis hijos. Así que empecé a trabajar en eso,
a trabajar mi fe en algo superior a mi. Y está funcionando. No sé si es
Dios o lo que quiera que sea, pero hay un poder que me ha ayudado a
permanecer sobrio durante siete años, y no dejo de maraviliarme. No
me levanto sobrio cada mañana; lo que quiero decir es que, aunque no
haya vuelto a beber en siete años, algunas mañanas pienso que voy a recaer. Esos días invoco al poder superior y llamo a mi tutor, y la mayor
parte de las veces no hablamos de la bebida. Hablamos de la vida, del
matrimonio y de mi trabajo, y cuando estoy listo para ducharme, mi
cabeza ya vuelve a estar en su sitio.
Las primeras fisuras en la teoria de que Alcohólicos Anónimos tenía
éxito únicamente porque reprogramaba los hábitos de los participantes
empezaron a aparecer hace poco más de una década y se debieron a his—
torias de alcohólicos como Iohn. Los investigadores empezaron. a descubrir que sustituir los hábitos funcionaba muy bien en muchas perso-
nas haSta que el estrés de la vida ——como descubrir que tu madre tiene
cáncer o que tu matrimonio se está rompiendo— era demasiado fuerte,
y es entonces cuando los alcohólicos perdían el tren. Los académicos se
preguntaban por qué si la sustitución de los hábitos era tan eficaz, pa-
recía fallar en los momentos críticos. Y a medida que fueron indagando
en las experiencias de los alcohólicos para hallar la respuesta a esa pregunta, aprendieron que la sustitución de los hábitos sólo se convierte
en conductas duraderas cuando va acompañada de algo más.
Un grupo de investigadores del Grupo de Investigación sobre el Alcoholismo de California, por ejemplo, observó un patrón en las entrevistas. Una y otra vez, los alcohólicos repetían lo mismo: identificar las
señales y elegir nuevas rutinas es importante, pero sin otro ingrediente,
los nuevos hábitos nunca llegan a arraigar.
La regla de oro para cambiarlos hábitos
109
El secreto, según dijeron los alcohólicos, era Dios.
Los investigadores odiaban esa explicación. Dios y la espiritualidad
no son hipótesis duraderas. Las iglesias están llenas de borrachos que
siguen bebiendo a pesar de su fe. No obstante, en las conversaciones con
adictos, el tema de la espiritualidad era una constante. Asi que en 2005,
un grupo de científicos —esta vez afiliados a la Universidad de California en Berkeley, la Universidad Brown y los Institutos Nacionales de la
Salud— empezaron a hacerles preguntas a los alcohólicos sobre todo
tipo de temas religiosos y espirituales. Luego cotejaron los datos para
ver si existía alguna correlación entre las creencias religiosas y el tiem- po en que las personas estaban sin beber.
Apareció un patrón. Los alcohólicos que practicaban las técnicas de
sustitución de hábitos, según indicaban los datos, podían permanecer
sobrios hasta que se producía una situación de estrés en sus vidas; en
ese momento, ciertas personas empezaban a beber de nuevo, por mu-
chas nuevas rutinas que hubieran adoptado.
Sin embargo, los alcohólicos que creían, como Iohn de Brooklyn,
que había llegado un poder superior a sus vidas, era más probable que
superaran los periodos de estrés sin alterar su sobriedad.
Lo que iinportaba no era Dios, según los investigadores, sino el propio acto de creer. Cuando las personas aprendían a creer en algo, esa
habilidad empezaba a transmitirse a otros aspectos de sus vidas, hasta que comenzaban a creer que podían cambiar. La fe era el ingrediente
que hacía que el bucle del hábito transformado se convirtiera en una
conducta duradera.
«No lo hubiera dicho un año antes; así de rápido cambian nuestros
conocimientos —dijo Tonigan, el investigador de la Universidad de Nuevo México—, pero la fe parece ser esencial. No has de creer en Dios, pero
necesitas la capacidad para creer que las cosas mejorarán.
>>Aunque les ofrezcas a las personas mejores hábitos, eso no remedia
la causa por la que empezaron a beber. Llega un momento en que tienen un mal día, y ninguna rutina conseguirá que todo parezca que está
bien. Lo que realmente puede cambiar las cosas es creer que pueden
afrontar esa situación de estrés sin el alcohol.»
110
EL PODER DE LOS HÁBITOS
Al situar a los alcohólicos en reuniones donde la fe es un don —'-donde, realmente, la fe forma parte integral de los Doce Pasos——-, AA entrena a las personas a creer en algo hasta que creen en el programa y en
sí mismas. Ayuda a que 1a gente practique la creencia de que las cosas
mejorarán, hasta que realmente sucede asi.
«En algún momento, 1a gente de AA echa un vistazo a la sala y piensa: si a ese hombre le ha funcionado, 'creo que a m'z’ también me funcio-
nará —dice Lee Ann Kaskutas, una de las científicas más antiguas del
Grupo para la Investigación sobre el Alcoholismo—. Hay algo muy poderoso en los grupos y en compartir experiencias. Las personas pueden
ser escépticas respecto a su capacidad para cambiar si están solas, pero
un grupo las convencerá para que 'corrijan su falta 'de fe. Una comunidad crea-fe.»
Cuando Iohn abandonaba 1a reunión de AA, le pregunté por qué
ahora le funcionaba el programa, cuando antes le había fallado.
-—Cuando empecé a venir a las reuniones después del accidente con
el camión, alguien pidió voluntarios para recoger las sillas a—me dijo—.
Yo levanté la mano. No era nada especial, nos llevó cinco minutos, pero
me sentí bien haciendo algo que no girara sólo en torno a mí. Creo que
fue eso lo que me hizo tomar otra dirección.
»Cuando vine la primera vez no estaba preparado para integrarme
en el grupo, pero cuando regresé, estaba dispuesto a empezar-a creer en
algo.
-V
Al cabo de una semana de que los Bucs hubieran despedido a Dungy, el
dueño de los Indianapolis Colts-le dejó un apasionado mensaje de quince minutos en su contestador.vLos Colts, a pesar de tener uno delos
mejores quarterbacks dela NFL, Peyton Manning, acababan de cerrar
una temporada terrible. El propietario necesitaba ayuda. Le dijo que estaba harto de perder. Dungy se trasladó a Indianapolis y se convirtió en
su entrenador.
La regla de oro para cambiar los hábitos
111
Inmediatamente empezó a aplicar el mismo plan de juego básico: re-
hacerlas rutinas de los Colts y enseñar a los jugadores a utilizar las viejas
señales para reconstruir los hábitos. En su primera temporada, los Colts
consiguieron 10-6 y se calificaron para los play-ojfs. La temporada siguiente consiguieron 12-4 y entraron en la Super Bowl. La fama de Dun-
gy aumentó. La prensa y la televisión hablaban de él por todo el país.
Los aficionados empezaron a viajar donde vivía para visitar la iglesia a
la que asistía Dungy. Sus hijos formaban parte del vestuario de los Colts
y de las líneas de banda. En 2005, Iamie, su hijo mayor se graduó en el
instituto y fue a una universidad en Florida.
No obstante, aunque su p0pularidad iba en aumento, volvían a surgir los mismos patrones conflictivos. Los Colts podían jugar una tem-
porada con disciplina, ganando los partidos de fútbol, pero luego, bajo
la presión de los play—015%, se quedaban atascados.
«La fe es la parte más importante en el éxito del fútbol americano
profesional —me dijo Dungy—. El equipo quería creer, pero cuando las
cosas se ponian verdaderamente difíciles, regresaban a sus zonas de confort y a sus viejos hábitos.»
Los Colts terminaron. la temporada regular de 2005 con catorce vic—
torias y dos derrotas, el mejor récord de su historia.
Entonces llegó la tragedia.
Tres días antes de Navidad, sonó el teléfono en casa de Tony Dungy
a mitad de la noche. Su esposa re3pondió y le pasó el auricular pensando
que se trataba de uno de sus jugadores. Era una enfermera la que llama-
ba. Su hijo Jamie había sido ingresado por la tarde en el hospital con
heridas de compresión. en la garganta. Su novia le había encontrado
ahorcado en su apartamento, con un cinturón alrededor de su cuello.
Los paramédicos le habian trasladado enseguida al hospital, pero todos
los intentos de reanimación fueron inútiles. Había fallecido.
Un capellán tomó un avión para pasar las navidades con la familia.
«La vida no volverá a ser igual —-les dijo el capellán— pero no os sentiréis siempre así.»
A los pocos dias después del funeral, Dungy regresó al campo de entrenamiento. Necesitaba algo con qué distraerse, y su esposa y su equi—
112
EL PODER DE LOS HÁBITOS
po le animaron a que volviera al trabajo. «Estaba abrumado por su amor
y su apoyo —escribió más tarde—. Como grupo siempre nos habíamos
apoyado los unos a los otros en los momentos difíciles; ahora los necesitaba más que nunca.»
El equipo perdió su primer partido de los play-ofi, con lo que pusieron fin a su temporada. Pero en el periodo en que observaron la tragedia que vivía Dungy, «algo cambió “me dijo uno de sus jugadores de
aquellos tiempos—. Veíamos a nuestro entrenador pasar por aquellos
terribles momentosy todos deseábamos ayudarle de algún modo.»
Es simplista, incluso arrogante, sugerir que la muerte de un joven
pueda tener una repercusión en los partidos de fútbol americano. Dungy siempre había dicho que para él no había nada más importante que
su familia. Pero tras la muerte de Jamie, mientras los Colts se estaban
preparando para la siguiente temporada, algo cambió, según dicen sus
jugadores. El equipo se entregó a la visión de Dungy sobre cómo se debería. jugar al fútbol americano como nunca lo había hecho antes. Empezaron a creer.
«Había pasado muchas temporadas preocupándome por mi contrato y mi sueldo -—dijo uno de los jugadores.que,-a1 igual que los otros,
habló de esa etapa desde el anonimato—. Cuando regresó el entrenador,
después del funeral, yo queria entregarle todo lo que pudiera para ayudarle a aliviar su pena. Fue como entregarme al equipo.»
«A algunos hombres les gusta abrazarse --me dijo otro jugador—.
A mí no, no he abrazado a mis hijos en diez años. Pero cuando regresó
el entrenador, me dirigí hacia él y le abracé todo el tiempo que pude,
porque quería que supiera que yo estaba allí para lo que hiciera falta.»
Tras la muerte del hijo de Dungy, el equipo empezó a jugar deotro
modo. Surgió una convicción. entre los jugadores sobre la fuerza de la
estrategia de Dungy. En las prácticas yen los juegos que los condujeron
al inicio de la temporada de 2006, los- Colts jugaron al fútbol americano
de forma justa y precisa.
«La mayor parte de los equipos de fútbol americano no son reahnente un equipo. Simplemente hombres que trabajan juntos —me dijo otro
jugador de esa época—. Pero nosotros nos convertimos en. un equipo.
La regla de oro para cambiarlos hábitos
113
Era una sensación increible. El entrenador era la chispa, pero era algo
más grande que él. Tras su regreso, parecía que realm@1te creíamos los
unos en los otros, como si supiéramos cómo jugar juntos como nunca
lo habíamos hecho antes.»
En el caso de los Colts, la fe en su equipo empezó a emerger men la
táctica de Dungyy en su capacidad para ganar— a raiz de una tragedia.
Pero ese tipo de creencia también puede surgir sin que haya habido nin—
guna adversidad.
En un estudio de la Universidad de Harvard realizado en 1994, examinaron a personas que habían cambiado sus vidas de forma radical;
por ejemplo, los investigadores descubrieron que algunas de ellas habían rehecho sus hábitos tras una tragedia personal, como un divorcio
o una enfermedad grave. Otras los habían cambiado tras ver que algún
amigo pasaba por una situación terrible, como los jugadores del equipo
de Dungy le vieron en- su lucha.
No obstante, también se daban los mismos casos en que la transformación de las personas no se debia a ninguna tragedia previa. Más bien
habían cambiado porque estaban integradas en grupos sociales que facilitaban ese cambio. Una mujer dijo que toda su vida había cambiado
cuando se apuntó a una clase de psicología y conoció a un grupo ma—
ravilloso. «Se abrió una caja de Pandora "dijo-la mujer a los investiga-
dores—. Ya no podí‘a aguantar la situación anterior. Tenía que cambiar
desde lo más profundo.» Un hombre dijo que había conocido nuevas
amistades con las cuales podía practicar ser gregario. «Cuando me esfuerzo para superar mi timidez, siento que no s0}r yo el que está allí, que
es otra persona», les dijo. Pero practicando con su nuevo grupo, ya no
sentía que estaba actuando. Empezó a creer que no era timido, y al final, dejó de serlo. Cuando las personas se unen a grupos donde el cambio parece viable, el potencial para que éste se produzca es más real.
Para la mayoría delas personas que hacen inventario de sus vidas, no
hay momentos críticos o desastres que les cambien la vida. Simplemen—
te comunidades —a veces de una sola persona— que hacen creíble el
cambio. Una mujer les explicó a los investigadores que su vida se transformó después de pasarse un día limpiando retretes, y tras semanas
114
ELHPODBR DE LOS HÁBITOS
de hablar con el resto del equipo de limpieza sobre si debía dejar a su
marido.
«El cambio ocurre cuando estás con otras personas -—-me dijo Todd
Heatherton, uno de los investigadores del estudio—. Parece real cuan-
do podemos verlo en los ojos de otras personas.»
Los mecanismos exactos de la fe todavía no-se han llegado a entender. Nadie está seguro de por qué un grupo al que conoces en una cla-
se de psicología puede convencer a una mujer de que todo es diferente,
o por qué el equipo de Dungy se unió tras la muerte del hijo de su en-
trenador. Muchas personas hablan a sus amigos sobre sus desdichados
matrirnonios y nunca dejan a su pareja; muchos equipos tienen entre-
nadores que pasan por adversidades y nunca llegan a unirse.
Pero lo que sí sabemos es que para que los hábitos cambien de ma-
nera permanente, la gente ha de estar convencida de que el cambio es
posible. El mismo proceso que hace a AA tan eficaz —el poder de un
grupo para enseñar a creer a los demás—— tiene lugar cada vez que la
gente se reúne para ayudarse mutuamentea cambiar. La fe es más fácil.
cuando se produce dentro de una comunidad.
A los diez meses de la muerte de Jamie; empezó la temporada .de fútbol
americano de 2006. Los Colts jugaron de forma inigualable y ganaron
los nueve primeros partidos, terminando el año con 12-4. Ganaron su
primer partido del play-off, y luego vencieron al Baltimore Ravens en
el título de la división. En-ese momento estaban a un paso de la Super
Bowl, jugando para el Campeonato de la Conferencia, el partido donde
Dung}r había perdido ocho veces anteriormente.
El encuentro tuvo lugar el 21 de enero de 2007, contra el New EnglandPatriots, el mismo equipo que les había frustrado dos veces sus
aspiraciones a la Super Bowl.
Los Colts iniciaron el partido con fuerza, pero antes de que. concluyera el primer tiempo, empezaron a desmoronarse. Los jugadores te-
nían miedo de cometer errores, o estaban. tan ansiosos por superar la
final de la Super Bowl que se olvidaron de aquello en lo que tenían que
La regla de ampara cambiar los hábitos
115
concentrarse. Dejaron de confiar en'sus hábitos y empezaron a pensar
demasiado. Los malos tackles [placajes] condujeron a los turnovers [pér-
dida del balón]. Uno de los pases de Peyton Manning fue interceptado
y convertido en un touchdown [máxima anotación posible: 6 puntos].
Sus oponentes, los Patriots, tomaron la delantera por 21 a 3-. Ningún
equipo en la historia de la NFL había superado antes una ventaja tan
grande en un campeonato de la conferencia. Una vez más, el equipo de
Dungy iba a perder.
En el descanso, el equipo entró en el vestuario y Dungy los congre-
gó a todos. El bullicio del estadio se filtraba por las puertas cerradas,
pero allí reinaba el silencio. Dungy miró a sus jugadores.
--Tenéis que creer —les dijo Dungy.
«Nos hemos enfrentado a esta misma situación, y contra este mismo equipo, en 2003. —En ese partido habían estado a una yarda de la
victoria. A una yarda—. Preparad vuestra espada porque esta vez vamos a ganar. Éste es nuestro partido. Es nuestro momento.»
Cuando los Colts salieron en el tercer cuarto, volvieron a jugar como
lo habían estado haciendo en todos los partidos anteriores. Empezaron
a concentrarse en sus señales y hábitos. Bjecutaron cuidadosamente las
jugadas que habian estado practicando durante cinco años hasta llegar
a realizarlas automáticamente. Su ofensiva, en el drive de apertura, consiguió 76 yardas con los grounding [abortar el balón] en catorce jugadas
y anotó un touchdown. Luego, a los tres minutos de tener la siguiente
posesión-,volvieron a anotar.
En el transcurso del cuarto cuarto, los equipos intercambiaron puntuaciones. Los Colts igualaron el juego, pero no conseguían ponerse en
cabeza. Cuando quedaban 3.49 minutos de partido, los Patriots anotaron, colocando a los jugadores de Dungy en una desventaja de 34 a 31.
Los Colts se adueñaron del balón y empezaron a hacer drives [pases] por
el campo. Se desplazaron 70 yardas en 19 segundos y llegaron a la end
zone. Por primera vez, los Colts estaban en cabeza, 38 a 34. Quedaban
sólo 60 segundos. Si el equipo de Dungy podía impedir que los Patriots
anotaran un touchdown, la victoria sería suya.
En fútbol americano, sesenta segundos es una eternidad.
116
EL PODER DE LOS HÁBITOS
El quarterback de los Patriots, Tom Brady, había anotado touchdowns
en mucho menos tiempo. Como cabía esperar, en cuestión de segundos desde el inicio de la jugada, Brady movió a su equipo a mitad del
campo. En los diecisiete segundos restantes, los Patriots estaban dentro
dela distancia de ataque, preparados para la gran jugada final que supondría otra derrota para Dungy y que destrozaría una vez más los sueños de su equipo de ganar la Super Bowl.Cuando los Patriots se aproximaron a 1a línea de scrimmage, la de-
fensa de los Colts adoptó sus posiciones. Marlin Jackson, un cornerback [esquinero] se sitúa a diez yardas dela línea. Observa sus señales:
las distancias de los-huecos entre los línemen-del Patriots y la profundidad de la posición del running back. Ambas le estaban diciendo que
eso iba a ser una jugada de pase. Tom Brady, el qu'arterback de los Patriots, recogió el snap e hizo el drop back [retirarse hacia atrás] para
hacer el'pase. Jackson ya se estaba moviendo. Brady ladeó el brazo y
lanzó-el balón.- Su objetivo era'un receiver de los Patriots que estaba
a 22 yardas, en campo abierto, hacia la mitad del campo. Si el receiver
cogía el balón, era probable que pudiera acercarlo a la end zone o ano—
tar un touchdown. El balón voló por los aires. Jackson, el cornerback
de los Colts, ya estaba corriendo en ángulo, obedeciendo a sus hábitos.
Se precipitó hasta el hombro derecho del receiver, cortándole el paso
por delante justo antes de que llegara el balón. Jackson atrapó el balón
en el aire para interceptarlo, corrió unos pasos más y se deslizó hasta el
suelo, abrazando el balón contra su pecho-Toda la jugada se había producido en menos de-cinco segundos. Fin del partido. Dungyylos Colts
habían ganado.
Dos semanas más tarde, ganaron la Super Bowl. Existen docenas de
razones que explicarían-por qué los Colts llegaron a ser campeones .ese
año. Quizá tuvieron suerte. Quizás era- su momento. Pero los "jugado—
res de Dungy dicen que es porque creyeron, y porque esa fe hizo que
todo lo que habían aprendido —todas las. rutinas que habían-practicado hasta automatizarlas— se consolidara, incluso en losvmomentos de
mayor estrés.
«Nos sentimos orgullosos de :haber ganado ese campeonato para
La regla de oro para cambiar los hábitos
117
nuestro líder, el entrenador Dungy», dijo después Peyton Manning al
público, abrazando el Trofeo Lombardi.
Dungy se giró hacia su esposa. «Lo conseguimos», le dijo.
¿Cómo cambian los hábitos?
Por desgracia, no existe una serie de pasos específicos que nos garantice que a todos nos funcionará. Sabemos que un hábito no se puede
erradicar; sencillamente, se ha de sustituir. Y sabemos que los hábitos
son más maleables cuando se aplica la Regla de Oro para cambiar los há-
bitos: mantener la misma señal y la misma recompensa, e insertar una
nueva rutina.
Pero eso no basta. Para que el hábito se afiance, hemos de creer que
el cambio es posible. Normalmente, esa creencia sólo surge con la ayuda de un grupo.
Si quieres dejar de fumar, instaura una rutina diferente que satis-
faga el deseo de fumar. Luego, busca un grupo de apoyo, unos cuantos ex fumadores, o una comunidad que te ayude a creer que puedes
estar sin nicotina, y utiliza al grupo cuando sientas que te fallan las
fuerzas.
Si quieres adelgazar, estudia tus hábitos para determinar por qué te
levantas realmente todos los días de tu mesa de trabajo para ir a comer
algo, y luego encuentra a alguien con quien puedas dar el paseo, o cotillear en su despacho en lugar de ir a la cafetería, un grupo con el que
puedas perseguir tus metas para perder peso o alguien que prefiera te-
ner una reserva de manzanas, en lugar de tener unas patatas chips.
Es evidente: si quieres cambiar un hábito has de hallar una rutina
alternativa, y tus probabilidades de éxito aumentarán espectacularmente cuando te comprometes a cambiar formando parte de un grupo. Tener fe es esencial, y eso se produce a raíz de una experiencia grupal, aunque esa comunidad sólo se componga de dos personas.
Sabemos que el cambio es posible. Los alcohólicos pueden dejar de
beber. Los fumadores pueden dejar de fumar. Los eternos perdedores
pueden llegar a ser campeones. Puedes dejar de morderte las uñas o de
118
EL PODER DE LOS HÁBITOS
picotear en el trabajo, de gritar a tus hijos, de pasarte la noche en vela o
de preocuparte por cosas pequeñas. Y tal como han descubierto los científicos, no sólo cambian las vidas de las personas cuando se ocupan de
sus hábitos. También las empresas, organizaciones y comunidades pue-
den hacerlo, como veremos en los siguientes capítulos.
PARTE ll
LOS HÁBITOS
DE LAS ORGANIZACIONES
DE EXITO
4
Hábitos básicos,
o la balada de Paul O’Neill
Qué hábitos son los más importantes
Un borrascoso día de octubre de 1987, un tropel de destacados inversores de Wall Street y analistas bursátiles se reunieron en el salón de
baile de un elegante hotel de Manhattan. Estaban allí para conocer al
nuevo consejero delegado de la Aluminum Company of America —o
Alcoa, por su nombre popular—, una empresa que durante casi un siglo lo había fabricado todo: desde el papel de aluminio que recubre los
Hershey’s Kisses y las latas de Coca-Cola hasta los tornillos utilizados
en la construcción de los satélites.
El fundador de Alcoa había inventado hacía un siglo el proceso para
la fundición del aluminio, y desde entonces había sido una de las compañías más poderosas del planeta. Muchas de las personas que estaban
allí habian invertido millones en las acciones de Alcoa y disfrutado de
unos beneficios-regulares. No obstante, el año pasado los inversores habían empezado a quejarse. La dirección de Alcoa había cometido un
fallo tras otro, intentando expandirse con nuevas líneas de productos mientras la competencia les robaba los clientes y sus beneficios.
Así que cuando la junta directiva de Alcoa anunció que iba a cambiar al director, hubo una palpable sensación de alivio. No obstante, ese
alivio se convirtió en desasosiego cuando anunciaron su elección: el nue-
vo gerente iba a ser un antiguo funcionario del Gobierno que se llamaba Paul O’Neill. Muchos en Wall Street nunca habían oído hablar de él.
Cuando Alcoa programó este encuentro de bienvenida en el salón de
122
EL PODER DE LOS HÁBITOS
baile de Manhattan, todos los inversores importantes pidieron una invitación.
Cuando quedaban unos minutos para el mediodía, O’Neill subió al
estrado. Tenía 51 años, llevaba un traje gris de raya diplomática y una
corbata clásica de color rojo. Tenia el pelo blanco y una postura ergui—
da propia de un militar. Subió ágilmente los escalones y les regaló una
cálida sonrisa. Su mirada era digna, sólida y denotaba seguridad en sí
mismo. Típica de gerente general.
Entonces empezó a hablar.
——Quiero hablarles de la prevención del riesgo laboral —les dijo—.
Cada año, muchos trabajadores de Alcoa sufren graves accidentes que les
obligan a perder algún día de trabajo. Nuestro historial de seguridad 1aboral es mejor que el de la media de las empresas estadounidenses, sobre
todo si tenemos en cuenta que nuestros empleados trabajan con metales
a 800 grados centígrados y con maquinaria que puede arrancarles un
brazo. Pero eso no basta. Voy a hacer que Alcoa sea la compañía más
segura de Estados Unidos. Busco el «efecto cero» en accidentes laborales.
El público se sorprendió. Estas reuniones suelen seguir siempre el
mismo guión: el nuevo gerente empieza con una introducción, bromea
sobre su persona en un acto de falsa modestia —me pasé el tiempo durmiendo cuando estaba en la Facultad de Ciencias Empresariales de Harvard, por ejemplo—, luego promete incrementar los beneficios y aba—
ratar los costes. Después toca vilipendiar los impuestos, las normativas
empresariales, y a veces, con una exaltación propia de una experiencia
directa en un tribunal de divorcios, a los abogados. Por último, la charla termina con un aluvión de palabras de moda -—«sinergia», «dimen-
sionamientonidóneo» y «competencia cooperativa»-— tras lo cual todo
el mundo puede regresar a su trabajo con la garantía de que el capita- ,
lismo está a salvo un día más.
O’Neill no habló de las ganancias. Ni mencionó los impuestos. No
dijo nada de «estar sintonizados para conseguir una ventaja sinérgica
en el mercado en la que todos salgamos ganando». Por lo que los oyentes sabían, dada su charla sobre seguridad en el trabajo, O’Neill podía
ser partidario de la pro-regulación. Era una perspectiva aterradora.
Hábitos básicos, o la balada de Paul O’Neill
123
—Antes de seguir --dijo O’Neill—, quiero destacar que en este salón hay seguridad. —Señaló la parte posterior de la sala—. Hay un par
de puertas al fondo, y en el caso improbable deincendio u otra emergencia, deberiamos salir tranquilamente por allí, bajar la escalera hasta
el vestíbulo y abandonar el edificio.
Silencio absoluto. El único ruido era el murmullo del tráfico que se
filtraba por las ventanas. ¿Seguridad? ¿Salidas de incendios? ¿Es un chis-
te? Uno de losinversores de la audiencia sabía que O’Neill había estado
en Washington, D.C., durante los años sesenta. Este hombre debe haber
tomado muchas drogas, pensó.
Al final, alguien levantó la mano y preguntó sobre los inventarios de
la división aeroespacial. Otro preguntó sobre el coeficiente de capital
de la compañía.
-—-Creo que no me han, oído w-dijo O’Neill—. Si queremos entender
por qué Alcoa está como está,- hemos de fijarnos en nuestras cifras de
seguridad. Si reducirnos los accidentes laborales, no será por las palabras de ánimo olas tonterías que a veces oyen decir a otros gerentes.
Será debido a que las personas de esta empresa han aceptado formar
parte de algo importante: porque se han comprometido a crear un hábito de excelencia. La seguridadserá el indicativo de que estamos progre-
sando en cambiar nuestros hábitos en toda la institución. Asi es como
tendrán que evaluarnos.
Los inversores casi salieron en estampida al terminar la presentación. Uno cruzó el vestíbulo corriendo para encontrar un teléfono público. y llamar a sus veinte mejores clientes.
«Les dije que la junta habíacontratado a un hippie loco para el pues—
toy que se iba a cargar la compañía :—me dijo ese inversor—. Les ordené que vendieran sus acciones inmediatamente, antes de que todos
los demás asistentes empezaran a llamar a sus clientes para decirles lo
mismo.
»Fue el peor consejo que he dado en mi carrera.»
Al cabo de un año de la charla de O’Neill, los beneficios de Alcoa
se dispararon hasta alcanzar un récord. Cuando O’Neill se jubiló en el
año 2000, los ingresos netos de la compañía se habían quintuplicado des-
124
EL PODER DE Los HÁBITOS
de su llegada y su capitalización bursátil habia ascendido a 27.000 millones de dólares. Alguien que hubiera invertido un millón de dólares
en Alcoa el día en que contrataron a O’Neill habría ganado otro tanto en
dividendos durante el tiempo en que estuvo al mando de la compañia,
y se habría quintuplicado el valor de sus acciones hasta el día en que se
jubfló.
Pero lo más importante es que todo esto sucedió mientras Alcoa
se convertía en una de las compañías con mayor seguridad laboral del
mundo. Antes de la llegada de O’Neill, casi todas las plantas de Alcoa
contabilizaban al menos un accidente laboral a la semana. Cuando se
puso en práctica su plan de prevención de riesgos, algunas plantas estuvieron años sin que un solo empleado perdiera un día de trabajo debido a un accidente. El indice de accidentes laborales descendió una vigé-
sima parte con respecto a la media en Estados Unidos.
Entonces, ¿cómo consiguió O’Neill que una de las compañías más
grandes, importantes y potencialmente peligrosas se convirtiera en una
máquina de ganancias y en un bastión de la seguridad laboral?
Atacando un hábito y luego observando la onda expansiva de los
cambios por toda la organización.
«Sabía que tenía que transformar Alcoa ——me dijo O’Neill—. Pero
no se le puede ordenar a la gente que cambie. El cerebro no funciona
asi. De forma que decidí que iba a empezar por concentrarme en una
cosa. Si podia empezar a cambiar los hábitos en torno a algo, eso se
expandiría por toda la empresa.»
O’Neill creía que algunos hábitos tienen el poder de iniciar una
reacción en cadena,.cambiando otros hábitos a medida que se instauran en una organización. Es decir, algunos hábitos importan más que
otros para rehacer los negocios y la vida. Son «hábitos básicos» y pueden influir en el modo en que trabajan, comen, juegan, viven, gastan y
se comunican las personas. Los hábitos básicos inician un proceso que
con el tiempo lo transforma todo.
Los hábitos básicos dicen que el éxito no depende de que todo salga
bien, sino de identificar unas cuantas prioridades clave y convertirlas
en poderosas palancas. En la primera parte de este libro he explicado
Hábitos básicos, o la balada de Paul O’Neill
125
cómo funcionan los hábitos, cómo se pueden crear y cambiar. Pero, ¿por
dónde debería empezar un aspirante a controlar sus hábitos? La respuesta a esa pregunta está en comprender los hábitos básicos: los hábitos
que más importan son aquellos que, cuando empiezan a cambiar, desplazan yrehacen otros patrones.
Los hábitos básicos explican cómo Michael Phelps llegó a ser campeón
olimpico y por qué algunos alumnos universitarios son mejores que sus
compañeros. Describen por qué algunas personas, después de intentarlo durante años, de prOnto adelgazan 20 kilos a la vez que se vuelven
más productivas en su trabajo y llegan a tiempo a su casa para cenar con
sus-hijos. Los hábitos básicos explican cómo Alcoa llegó a ser una de las
empresas con una cotización más alta en el índice Dow Iones, a la vez
que se convirtió en uno delos lugares más seguros sobre la Tierra.
Cuando Alcoa le propuso a. O’Neill que ocupa-ra el cargo de gerente de
la compañía, él no estaba seguro de querer ese puesto. Ya había ganado
mucho dinero en su vida y a su esposa le gustaba Connecticut, que es
donde vivían. No sabían nada de Pittsburgh, donde Alcoa tenía su central. Pero antes de rechazar la- oferta, O’Neill les pidió que le dejaran un
tiempo para reflexionar. Para tomar la decisión, empezó a confeccio—
nar una lista sobre cuáles serían sus principales prioridades si aceptaba
el puesto.
O’Neill siempre había creido mucho en las listas. Las listas eran su
forma-de organizarse la vida. Cuando estaba en la-escuela-universitaria enla ciudad de Fresno (California) ¿donde terminó sus estudios
en algo más de tres años, a la vez que trabajaba treinta horas a la semana—, O’Neill había hecho una lista detodolo que quería hacer 'en su
vida; entre-las primeras cosas estaba «Hacer algo único». Tras graduar-
se en 1960, siguiendo los consejos de un amigo, recogió una solicitud
para acceder a una oferta de empleo público del Gobierno federal para
estudiantes y, junto con otros 300.000 más, hizo las oposiciones para un
pueSto estatal. Seleccionaron a 3.000-personas para las entrevistas. A 300
les ofrecieron un puesto. O’Neill fue una de ellas.
126
EL PODER DE LOS HÁBITOS
Empezó en un puesto directivo intermedio en la Veterans Administration [Administración para los Veteranos] y le pidieron que aprendiera informática. Todo ese tiempo, O’Neill siguió haciendo sus listas,
anotando por qué algunos proyectos tenían más éxito que otros, qué
contratistas cumplían y cuáles no. Cada año le ascendian. Y a medida
que fue ascendiendo en la VA, se fue creando la reputación de persona
cuyas listas siempre parecian incluir una V de visto que indicaba que
había resuelto un problema.
A mediados de la década de 1960, esas habilidades estaban muy-so—
licitadas en Washington, D.C.; Robert McNamara acababa de reestructurar el Pentágono contratando a un grupo de jóvenes matemáticos,
estadistas y programadores informáticos. El presidente Iohnson quería
tener sus propios niños prodigio. Así que reclutaron a O’Neill para la
que acabaría siendo conocida como la Oficina de Administración y Presupuesto, uno de los organismos más poderosos. En una década, cuando tenía 38 años, le ascendieron a director adjunto, y de pronto se con-
virtió en una de las personas más influyentes de- la ciudad.
Allí es donde realmente comenzó la formación de O’Neill en los hábitos organizativos. Una de sus primeras funciones fue crear un entorno analítico para estudiar cómo gastaba el estado su presupuesto en salud pública. Pronto se dio cuenta de que los esfuerzos del Gobierno, que
deberían haberse guiado por reglas lógicas y prioridades deliberadas,
eran dirigidos por extraños procesos institucionales que, en muchos as-
pectos, actuaban como si fueran hábitos. Los burócratas y políticos, en
lugar de tomar decisiones, respondían-a las señales con rutinas automáticas a fin de conseguir recompensas como promociones o reelecciones. Era el bucle del hábito, que se había expandido a miles de personas
y a miles de millones de dólares.
Por ejemplo, tras la Segunda Guerra Mundial, el Congreso había
creado un programa para construir hospitales para la comunidad. Un
cuarto de siglo después, todavía seguían con el proyecto, así que siempre que los legisladores destinaban nuevos fondos a salud pública, los
burócratas inmediatamente empezaban a construir. Las ciudades donde se construían los nuevos hospitales no necesariamente necesitaban
Hábitos básicos, o la balada de Paul O’Neill
127
más camas de hosPital, pero eso no importaba. Lo que importaba era
erigir una gran estructura que un político pudiera señalar con el dedo
cuando estuviera en 'su campaña electoral.
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Los empleados federales «se pasaban meses discutiendo sobre si las
cortinas tenian que ser. azules o amarillas, pensando si. las habitaciones de los pacientes debían tener una o dos televisiones, diseñando
las zonas, de control de enfermería, asuntos sin importancia --me dijo
O’NCÍHP. La mayoría de-las veces, nadie le .consultaba a la ciudad si
quería un hospital. Los burócratas habían adquirido el hábito de resolver
todos los problemas médicos construyendo algo para que algún con-
gresista pudiera decir “¡Esto lo he hecho yo!” No tenía ningún sentido,
pero todo el mundo hacía lo mismo una y. otra vez».
Losinvestigadores han descubierto hábitos institucionales en casi todas las compañias u organizaciones que han revisado. «Las personas tie-
nen hábitos, los grupos tienen rutinas .——escribió el académico Geoffrey
Hodgson, que se pasó toda su vida profesional examinando los patrones organizativos—. Las rutinas en Ias- organizaciones son análogas a
los hábitos.»
Para- O-ÏNeill, este tipo de hábitos era peligroso. «Básicamente, estamos cediendo la toma de decisiones a un-proceso que ha tenido lugar
sin pensar», ‘dijo O’Neill. Pero en otras instituciones, donde se respiraba el aire del cambio, los buenos hábitos organizativos estaban creando
el éxito.
128
EL PODER DE LOS HÁBITOS
Algunos departamentos de la NASA, por ejemplo, se estaban ade-
lantando instaurando deliberadamente rutinas organizativas que fomentaran que los ingenieros asumieran más riesgos. Cuando explota-
ban cohetes 'no tripulados en el despegue, los jefes de los departamentos
aplaudían, para que todo elmundo supiera que su división lo había in-
tentado y, aunque había fracasado, al menos lo había intentado. Al final, el centro de misión de control se llenaba de aplausos cada vez que
explotaba algún caro artefacto. Se convirtió en un hábito de la organización. 0 veamos la Environmental Protection Agency [Agencia de Protección del Medio Ambiente] creada en 1970. EI primer administrador
de la EPA, William Ruckelshaus diseñó conscientemente hábitos organizativos que incitaran a sus reguladores a ser agresivos en la ejecución.
Cuando los abogados solicitaban permiso para presentar una demanda
ola ejecución de una sentencia, la solicitud pasaba por un proceso de
aprobación. La respuesta por defecto-era su autorización. El mensaje era
claro: en la EPA, la agresividad tiene recompensa. En 1975, la EPA dictaba más de 1.500 normativas medioambientales nuevas al año.
«Cada vez que me fijaba en alguna parte del Gobierno, descubría estos hábitos que parecían explicar por qué las cosas tenían éxito o fraca—
saban —me dijo O’Neill—. Los mejores organismos entendían la irnportancia de las rutinas. Los peores estaban dirigidos por personas que
jamás pensaban en ello, y que luego se preguntaban por qué nadie seguía sus órdenes.»
En 1977, tras dieciséis años en Washington, D.C., O’Neill consideró
que era el momento de marcharse. Trabajaba quince horas al día, siete
días a la semana,y su esposa estaba harta de educar sola a cuatro hijos.
O’Neill dimitió y aceptó un puesto en International Paper, 1a mayor
compañía mundial de pasta química y papel. Ulteriormente llegó a ser
su presidente.
Por aquel entonces, algunos de sus viejos amigos del Gobierno formaban parte dela junta directiva de Alcoa. Cuando la compañía necesitó un nuevo gerente ejecutivo, pensaron en él, y así es como terminó escribiendo una lista de sus prioridades para decidir si aceptaba el
puesto.
Hábitos básicos, o la balada de Paul O’Neill
129
En aquellos momentos, Alcoa tenía dificultades. Los críticos decían
que los empleados de la compañía no eran lo bastante aptos y que la ca-
lidad de sus productos no era buena. Pero entre los primeros puestos de
la lista de prioridades de O’Neill no había escrito «calidad» o «eficien—
cia». En una compañía tan grande y antigua como Alcoa, no se puede
pretender que dela noche .a la mañana todo el mundo trabaje más o sea
más productivo. El gerente anterior había intentado exigir unas mejo-
ras, y 15.000 trabajadores habían ido a la huelga. La cosa se puso tan fea
que incluso llevaron maniquís a las zonas de aparcamiento, los vistie-
ron de directores y los quemaron. «Alcoa no era una familia feliz ——me
dijo una persona-de aquellos tiempos—. Más bien se parecía a la familia Manson, pero con el añadido del metal fundido.»
O’Neill llegó ala conclusión de que su máxima prioridad, si aceptaba el trabajo, tendría que ser algo que "todos —sindicatos y ej ecutivos—
consideraran que era importante. Necesitaba algo que uniera a las per—
sonas, que les diera una razón para cambiar su forma de trabajar y de
comunicarse.
.
«Me remití a lo básico —-—me dijo—. Todo el mundo se merece salir
del trabajo tan a salvo como ha entrado, ¿no le parece? No has de temer
que alimentar a tu familia pueda costarte la vida. Eso fue en lo que quí—
se concentrarme: en cambiar sus hábitos de seguridad.»
Al principio de. sulista escribió «SEGURIDAD» y se marcó una meta
audaz: cero accidentes. Ese iba a ser su compromiso por mucho que
costara.
O’Neill decidióaceptar el trabajo.
«Me alegro de estar aquí», dijo O’Neill en una sala‘llena de trabajadores
de una planta de fundición de Tennessee a los pocos meses de. haber
sido contratado. No todo había ido sobre ruedas. En Wall Street todavía estaban aterrados. Los sindicatos estaban preocupados. Algunos de
los vicepresidentes de Alcoa- se sentían ofendidos porque no se. les había tenido en cuenta para ocupar el puesto principal. Y O’Neill seguía
hablando de seguridad laboral.
130
EL PODER DE LOS HÁBITOS
«Estaré encantado de negociar con vosotros lo que haga falta», les
dijo O’Neill. Estaba-haciendo una gira por todas las plantas de Alcoa en
Estados Unidos, tras la cual visitaria las instalaciones dela compañía
en 31 países. «Pero hay algo que nunca será negociable, y eso es la seguridad. No quiero oíros decir jamás que no hemos tomado todas las medidas necesarias para asegurarnos de que no vais a tener accidentes la-
borales. El que quiera rebatirrne ese tema, lleva las de perder.»
La genialidad de su planteo era que, como es natural, nadie quería
discutir con O’Neill respecto a ese tema. Los sindicatos habian estado
luchando durante años para conseguir mejores normas de seguridad.
Los directores tampoco querían contradecirle porque los accidentes la-
borales reducían la productividad y bajaban la moral.
No obstante, lo que la mayoría de las personas no veían era que el
plan de O’Neill de cero accidentes implicaba Ia reestructuración más radical de la historia de Alcoa. O’Neill creia que la clave para proteger a
sus empleados era comprenderpor qué se producían los accidentes laborales. Y para entender por qué sucedían los accidentes, se tenia que
estudiar dónde estaba fallando el proceso de fabricación. Para entender
por qué iban mal las cosas, había que traer personas que pudieran formar a los trabajadores en control de calidad y en procesos de trabajo más
eficaces, para que fuera más fácil hacer las cosas bien, puesto que traba-
jar bien también implica trabajar con más seguridad.
Resumiendo, para proteger a los trabajadores, Alcoa necesitaba llegar a ser la mejor compañía de aluminio y la más funcional del planeta.
El plan de seguridad de O’Neill, se diseñó de acuerdo con el bucle del
hábito. Identificó una señal sencilla: un accidente laboral. Diseñó una
rutina automática: cada vea que se produjera un accidente laboral, el presidente de la unidad tendría que informar de ello a O’Neill en las veinticuatro horas siguientes y presentar un plan para garantizar que eso no
volvería a pasar. Y una recompensa: las únicas personas que ascende-
rían serian las que siguieran el sistema.
Los presidentes delas unidades eran personas muy ocupadas. Para
poder informar a O’Neill de'un accidente laboral en un plazo de vein-
ticuatro horas, tenían que enterarse por boca de sus vicepresidentes en
Hábitos básicos, o la balada de Paul O’Neill
131
cuanto éste se produjera. Así que los vicepresidentes tenían que estar
en comunicación constante con los jefes de planta. Y los jefes de planta
tenían que conseguir que cuando los trabajadores descubrieran algún
problema se lo comunicaran enseguida y tuvieran a mano una lista de
sugerencias, para que cuando el vicepresidente les pidiera un plan de ac-
ción ya hubiera un buzón lleno de posibilidades. Para poner todo esto
en marcha, cada planta tenía que crear nuevos sistemas de comuni-
cación que facilitaran que hasta el trabajador de menor grado pudiera
hacer llegar una idea al ejecutivo de mayor rango 10 antes posible. Casi
toda la jerarquía rígida 'de la compañía tenía que cambiar para acomo-
dar el plan de seguridad de O’Neill. Estaba creando nuevos hábitos corporativos.
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BUCLE DEI. HÁBITO INSTITUCIONAL DE ALCOA
A medida que cambiaban los patrones de seguridad de Alcoa, también cambiaban otros aspectos dela compañía con una rapidez sorprendente. Las normas a las que" hacía años que-se oponían los Sindicatos
—-—como medir la productividad individual de los trabajadores—— fueron aceptadas de golpe, porque esas medidas ayudaban-a todos a descubrir cuándo se descontrolaba alguna parte del proceso de manufacturación, planteando un riesgo de seguridad; Las políticas a las que tanto
se habían resistido los directivos —como autorizar a los trabajadores
para cerrar una línea de producción cuando el ritmo fuera abrumador—
ahora eran bien recibidas, porque esa era la mejor'forrna de evitar los
132
EL PODER DE LOS HÁBITOS
accidentes antes de que se produjeran. La compañía cambió tanto que
algunos empleados empezaron a ad0ptar los hábitos de seguridad en
otras áreas de su vida.
«Hace dos o tres años, estaba en mi despacho mirando por la ven—
tana el puente dela calle Nueve, y había unos hombres que estaban
trabajando sin seguir los procedimientos correctos de seguridad —dijo
Jeff Shockey, actual director de seguridad laboral de la compañía. Uno .
de ellos estaba de pie encima de la baranda, mientras que el otro le su;jetaba el cinturón. No-utilizaban arneses ni cuerdas de seguridad—. Tra-
bajaban para alguna empresa que no tenía nada que ver con nosotros,
pero sin pensarlo, me levanté de la silla, bajé cinco pisos, me dirigí ha—
cia el puente y les dije a esos hombres que estaban arriesgando su vida,
que tenían que ponerse el arnés y el resto del equipo de seguridad.» Los
hombres le explicaron que su supervisor se había olvidado de traerles
el equipo. Entonces, Shockey llamó a la Administración de Salud y Seguridad Ocupacional e hizo venir al supervisor.
«Otro ejecutivo me dijo que un día hizo detener una excavación cerca de su casa porque no utilizaban cajas para trincheras y les dio a todos
una charla sobre la importancia de utilizar los procedimientos correctos. Era fin de semana y detuvo su coche con sus dos hijos dentro para
sermonear a los trabajadores de la ciudad sobre la seguridad al cavar
trincheras. Eso no es, natural, pero de eso se trata. Ahora hacemos cosas
sinpensarlas.»
O’Neill nunca prometió que concentrarse en la seguridad laboral
aumentaría las ganancias de Alcoa. Sin embargo, a medida que las nuevas rutinas Se iban expandiendo por la organización, se fueron redu-
ciendo los costes, aumentó la calidad y se disparó la productividad. Si
el metal fundido lesionaba a sus empleados cuando salpicaba, entonces
se tenía que rediseñar un sistema de vertido que produjera menos accidentes. También ahorraba dinero porque Alcoa perdía menos materia
prima en los derrames. Si la máquina se estropeaba habitualmente, se
sustituía, lo que implicaba menos riesgo .de que un equipo defectuoso
le arrancara un brazo a un empleado. Ello también implicaba produc-
tos de más calidad porque, tal como descubrió Alcoa, el mal funciona-
Hábitos básicos, o la balada de Paul O’Neill
133
miento del equipo era la causa principal de que el aluminio fuera de calidad inferior.
Los investigadores descubrieron dinámicas similares en docenas de
entornos diferentes, incluida la vida privada de las personas.
Veamos, por ejemplo, los estudios de la pasada década en los que se
estudia el efecto de hacer ejercicio diariamente. Cuando las personas em-
piezan a hacer ejercicio de forma habitual, incluso aunque sólo sea una
vez a la semana, empiezan a cambiar, muchas veces inconscientemente, otros patrones en su vida que no tienen ninguna relación. Por lo ge—
neral, las personas que hacen ejercicio empiezan a comer mejor y a ser
más productivas en su trabajo. Fuman menos y tienen más paciencia
con sus compañeros de trabajo y con su familia. No usan tanto las tarjetas de crédito y tienen menos estrés. No se sabe exactamente por qué.
Pero para muchas personas hacer ejercicio es el hábito clave que desencadena un cambio generalizado. «Hacer ejercicio influye en todo -—dice
james Prochaska, un investigador de la Universidad de Rhode Island—m
Tiene algo que hace que sea más fácil adoptar otras buenas costumbres.»
Los estudios han demostrado que las familias que suelen cenar juntas
parecen educar mejor a sus hijos para hacer los deberes, sacar mejores
notas, tener más control emocional y más confianza en sí mismos. Hacerse la cama cada mañana está correlacionado con una mayor productividad, mayor sensación de'bienestar y ser más capaz de ceñirse al pre-
supuesto. No es que una comida familiar o una cama arreglada hagan
que tengamos mejores notas o no gastemos tanto. Pero por alguna ra-
zón esos ‘cambios iniciales activan cadenas de reacción que ayudan a que
se establezcan otros hábitos.
Si nos concentramos en cambiar y en cultivar los hábitos esenciales,
podemos producir cambios generalizados. Sin embargo, identificar los
hábitos básicos es engañoso. Para descubrirlos has de saber dónde tienes que mirar. Detectar los hábitos básicos significa buscar ciertas características. Los hábitos básicos ofrecen lo que conocernos dentro de
la literatura académica como «pequeños triunfos». Ayudan a que florezcan otros hábitos creando nuevas estructuras, y establecen sistemas
de trabajo en los que el cambio se vuelve contagioso.
134
EL PODER DE LOS HÁBITOS
Pero tal como O’Neill y un sinfín de personas han descubierto, salvar el abismo entre comprender esos principios y utilizarlos requiere un
poco de ingenio.
Cuando el despertador de Michael Phelps sonó a las-6:30, la mañana
del 13 de agosto de 2008, salió a rastras- de su cama en la villa olimpi-‘
ca de Pekín y se'sumió directamente en su rutina.
Agarrólunos pantalones sudaderas y se fue a desayunar. A principios de semana ya había ganado tres-medallas de oro -'—-lo que sumaban
nueve en su carrera— y ese día tenía dos carreras. A eso de las 7:00 estaba enla cafeteria tomando su desayuno habitual para un día de competición, un menú de huevos, avena y batidos energéticos, la primera
tanda de las más de 6.000 calorías que consumiría en las dieciséis horas
siguientes.
Su primera carrera, 200 metros mariposa, la prueba más fuerte, es-
taba programada para las 10:00 en punto. Dos horas antes del disParo
inicial, empezó con su rutina habitual de estiramientos; empezó por los
brazos, luego la espalda, después los tobillos, que eran tan flexibles que
se podían extender más de 90 grados,.más.que una bailarina en pointe.
A las.8:30'se sumergió en la piscina y empezó su primera vuelta de calentamiento, 800 metros de mezcla de estilos, seguidos de 600 metros de
pataleo, 400 metros tirando de una boya entre sus,piernas, 200 metros
de ejercicios de brazada, y una serie de sprints de 25 metros para acelerar su ritrno cardíaco. El entrenamiento duró exactamente 45 minutos.
Alas 9:15, se marchó de la piscina y empezó a embutirse su LZR Racer, una malla tan ajustada que para colocarsela bien necesitaba20 minutos. Luego se colocó los auriculares para natación en las orejas, se puso
la selección de hip-hop que escuchaba antes de cada carrera y esperó.
Phelps había empezado a nadar a los siete años para quemar algo de
1a energía que estaba volviendo locos a su-madre y a sus profesores. Cuando el entrenador de natación de su localidad, Bob Bowman, vioel largo
Hábitos bász'cos, o la balada de Paul O’Neill
135
torso de Phelps, sus grandes manos y sus piernas relativamente cortas
(que ofrecían menos resistencia en el agua) supo que podía llegar a ser
un campeón. Pero Phelps era muy emotivo. Le costaba calmarse antes
de las carreras. Sus padres se estaban divorciando y no sabía controlar
el estrés. Bowman le compró un libro de ejercicios de relajación y le dijo
a su madre que se los leyera en voz alta cada noche. El libro contenía un
guión —«Tense su mano derecha cerrando el puño y relájela. Imagine que la tensión desaparece»— para que Phelps tensara y relaj ara cada
parte de su cuerpo antes de dormirse.
Bowman creía que para los nadadores, la victoria del éxito estaba en
crear las rutinas correctas. Bowman sabia que Phelps tenía el cuerpo perfecto para la piscina. Dicho esto, todos los que acaban compitiendo en
los Iuegos Olímpicos tienen una musculatura perfecta. Bowman también vio, incluso cuando Phelps todavía era muy joven, que tenía capacidad para obsesionarse, lo que le convertía en un atleta ideal. De hecho, todos los atletas de élite son obsesivos.
Sin embargo, lo que Bowman podía ofrecerle a Phelps ——lo que le
diferenciaría de los demás competidores— eran los hábitos que le convertirían en el nadador conla mente más fuerte dela piscina. No ne-
cesitaba controlar todos los aspectos de la vida de Phelps. Lo único que
tenía que hacer era localizar unos pocos hábitos específicos que nada
tuvieran. que ver con la natación, y sí con crear un nuevo entorno mental. Diseñó una serie de conductas que Phelps pudiera usar para calmarse y concentrarse antes de cada carrera, para encontrar esas diminutas
ventajas que, en un deporte en que 1a victoria se alcanza por milési-
mas de segundos, pueden ser decisivas.
Por ejemplo, cuando Phelps era adolescente, a1 final de cada entre-
namiento Bowman le decía que se fuera a casa y «se pusiera la cinta de
vídeo. Mírala antes de irte a dormir y cuando te levantes».
La cinta de vídeo no era tal- en sentido literal. Se refería a una visualización mental de la carrera perfecta. Cada noche antes de acostarse y
cada mañana después de levantarse, Phelps se imaginaba que saltaba del
poyete [pilar de salida] y nadaba a la perfección a cámara lenta. Visualizaba sus brazadas, las paredes de la piscina, sus giros y el final. Imagi-
136
EL PODER DE LOS HÁBITOS
naba la estela que dejaba su cuerpo, el agua goteando de sus labios cuando su-boca llegara a la superficie, cómo se sentiría al quitarse el gorro
de baño al finaLSe estiraba en la cama con los ojos cerrados a observar
toda 1a competición, hasta los más ínfimos detalles, una y otra vez, hasta que conocía cada segundo al dedillo.
Durante los entrenamientos, cuando Bowman le ordenaba que nadara a velocidad de carrera, le gritaba «¡Ponte la cinta de vídeo!» y Phelps
se esforzaba al máximo. Casi se sentía decepcionado cuando cortaba el
agua. Lo había hecho tantas veces mentalmente que se lo sabía de memoria. Pero funcionó. Cada vez iba más deprisa. Al final, lo único que
tenía que hacer Bowman antes de una carrera era’ susurrarle: «Prepara
la cinta» y Phelps se calmaba y arrasaba en la carrera.
Cuando Bowman hubo establecido unas cuantas rutinas esenciales
en la vida de Phelp, pareció como si todos los demás hábitos —-—su dieta y horarios de entrenamientos, los estiramientos y el horario de dor-
mir— hubieran encontrado su lugar por si solos. La razón de fondo de
por qué esos hábitos fueron tan eficaces, por qué actuaron como hábitos
básicos, fue algo que en la literatura académica se conoCe como «pequeño triunfo».
Los pequeños triunfos son justamente lo que parecen y forman parte
del proceso en que los hábitos básicos crean cambios generalizados.
Un gran número de investigaciones han demostrado que lospequeños
triunfos tienen un poder enorme, una influencia desproporcionada para
lo que son los logros de las propias victorias. «Los pequeños triunfos
son la aplicación constante de las pequeñas ventajas .—escribió un ca-
tedrático de la Universidad de Cornell en 1984—. Cuando se ha logra—
do un pequeñoltriunfo, se ponen en marcha las fuerzas para lograr otro
pequeño triunfo.» Los pequeños triunfos alimentan cambios transformadores elevando las pequeñas ventajas a patrones que convencen a
las personas de que pueden lograr cosas aún mayores.
Por ejemplo, cuando las organizaciones por los derechos de los gays
empezaron a hacer campañas contra la homofobia a finales de la déca-
Hábitos básicos, o la balada de Paul O’Neill
137
da de 1960, sus intentos iniciales no produjeron más que una serie de
fracasos en cadena. .Intentaron hacer fuerza para revocar las leyes con-
tra los gays y sufrieron un rotundo fracaso en las legislaturas estatales.
Hubo profesores que intentaron crear planes de estudios para asesorar
a los adolescentes gays, y fueron despedidos por sugerir que se debía
aceptar la homosexualidad. Parecía que las metas más importantes de
la comunidad gay —terminar con la discriminación y el acoso político,
convencer ala American Psychiatric Association [Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos] para que dejara de clasificar la homosexuali-
dad como una enfermedad mental— estaban fuera de su alcance.
Hasta que a principios de la década de 1970, la American Library
Association’s Task Force on Gay Liberation [Equipo de la Liberación
Gay de la Asociación Estadounidense de Bibliotecas] decidió concentrarse en una meta modesta: convencer ala Biblioteca del Congreso que
reclasificara los libros sobre el movimiento de liberación gay, que les
cambiara la categoría HQ 71-471 (Relaciones Sexuales Anormales, Incluidos Crímenes Sexuales) por otra menos peyorativa.
En 1972, tras recibir una carta solicitando la reclasificación, la Bi—
blioteca del Congreso aceptó realizar el cambio y clasificar los libros en
una categoría recién creada, HQ 76.5 («Homosexualidad, Lesbianis-
mo — Movimiento de Liberación Gay, Movimiento Homófilo). Fue
un pequeño detalle de un antiguo hábito institucional respecto ala for—
ma de archivar los libros, pero el efecto fue impresionante. La noticia
sobre la nueva normativa se difundió por todo el país. Las organizacio—
nes a favor de los derechos de los gay, apoyándose en esa victoria inicia—
ron campañas de recolección de fondos. En unos pocos años, políticos
que se declaraban gays abiertamente se presentaban como candida-
tos para puestos oficiales en California, Nueva York, Massachusetts y
Oregón, muchos de ellos haciendo mención a la decisión e inspiración
de la Biblioteca del Congreso. En 1973, la American Psychiatric Association, tras años de debates internos, reescribió la definición de homosexualidad y dejó de ser considerada una enfermedad mental, lo que allanó
el terreno para el cambio de las leyes estatales que considerarían ilegal
la discriminación de las personas debido a su orientación sexual.
138
¡EL ponen DE LOS HÁBITOS
Y todo ello empezó con una pequeña victoria.
«Laspequeñas victorias no implican de un modo claro, lineal y secuenciado, que cada paso que-se da se acerque‘demostrablemente a una
meta determinada —escribió Karl Weick, un eminente psicólogo de em—
presa—. Lo más común es la circunstancia en la que los pequeños triun-
fos están diseminados... como experimentos en miniatura que ponen’a
prueba teorías implícitas sobre la resistencia y la oportunidad, que descubren tanto los recursoS como las barreras que eran invisibles antes de
que la situación saliera a la luz.»
Eso es justamente lo que sucedió con Michael Phelps. Cuando Bob
Bowman empezó atrabajar con Phelps y su madre en los hábitos básicos de visualización y relajación, ni Bowman ni Phelps tenían idea de
lo que estaban haciendo. «Experimentábamos; probábamos cosas diferentes hasta que descubrimos lo que funcionó —me dijo Bowman‘—.
Al final descubrimos que era mejor concentrarnos en esos pequeños
momentos de éxito y convertirlos en detonantes mentales. Los convertimos en una rutina. Hay una serie de cosas que hacemos antes 'de cada
carrera que están diseñadas para que Michael sienta que está creando
su victoria.
j
»Si le preguntaras a Michael qué piensa antes de una competición,
respondería que en realidad no piensa en nada. Simplemente está si—
guiendo el programa. Pero eso no es cierto. Más bien, lo que sucede
es que sus hábitos se han puesto al frente. Cuando llega el-moment‘o
de la carrera está a más de la mitad de camino de su plan en el‘qu‘e cada
paso que ha dado ha- sido un triunfo. Todos los estiramientos han ido
como los tenía planeados. Los ejerciciosde calentamiento han salido
tal como los había visualizado. Por los auriculares suena la música que
le gusta. La carrera es un paso más de un patrón que ha empezado apri-
mera hora del día y que ha sido una sucesión de victorias. Ganar es la
consecuencia lógica.» Volvamos a Pekín. Son las 9:56 de la mañana (cuatro minutos antes
del inicio de l'a‘ carrera). Phelps se encuentra detrás-del poyete de salida, balanceándose-ligeramente sobre las puntas de los dedosïde Sus pies.
Cuando el presentador anuncia su nombre, sube al poyete, como hace
Hábitos básicos, o la balada de Paul O’Neill
139
siempre antes de una carrera, yluego vuelve a bajar, también como hace
siempre. Balancea los brazos tres veces, como ha hecho siempre desde
los 12 años. Vuelve a subir al poyete, adopta su postura, y salta cuando
suena el disparo.
Phelps supo que algo no iba bien nada más rozar el agua. Tenía humedad en sus gafas. No sabía si filtraban por arriba o por abajo, pero en
cuanto traspasó la superficie y empezó a nadar, sólo le quedó la espe-
ranza de que el goteo no empeorara demasiado.
Pero en el segundo giro todo se estaba poniendo borroso. Casi en el
tercer giro y última piscina, tenía las gafas llenas de agua. No veía nada.
Ni la linea del fondo de la piscina, ni la T negra que indica que estás llegando a la pared. No podía ver cuántas brazadas le quedaban. Para la
mayoría de los nadadores no ver nada a mitad de una final olímpica sería
motivo suficiente para asustarse.
Phels estaba tranquilo.
Todo lo demás había salido según lo previsto. La filtración de las gafas era un mal menor para el que además estaba preparado. Bowman le
había hecho nadar una vez a oscuras en una piscina de Michigan porque sabía que tenía que estar preparado para cualquier sorpresa. Algu-
nos de los vídeos mentales de Phelps habían previsto contrariedades de
este tipo. Había ensayado mentalmente cómo responder a los problemas con las gafas. Cuando empezó el último largo, Phelps calculó cuán-
tas brazadas tenía que dar -—diecinueve o veinte, quizá veintiuna— y
empezó a contar. Estaba totalmente relajado mientras nadaba a toda
velocidad. A mitad de la piscina empezó a aumentar la velocidad, un
arranque final que se había convertido en una de sus técnicas principales para. derrotar a sus rivales. Alas dieciocho brazadas, empezó a esperar la pared. Podíaloír el clamor del público pero como no veía nada, no
tenía la menor idea de si le estaban aclamando a él o a otro. Diecinueve
brazadas, veinte. Parecía que le faltaba una. Eso es lo que le dijo el vídeo
que tenía en su cabeza. En Ia número veintiuno, dio una gran brazada,
deslizándose con el brazo extendido y tocó la pared. Lo había calculado
a la perfección. Cuando se sacó las gafas y miró el marcador, vio «WR»
“récord mundial— junto a su nombre. Había ganado otro oro.
1’40
' ' . LBL PODER DE LOS HÁBITOS
serDespués-dmla"carrera-,.-un reportero le preguntó como se habla senti'doznadando a ciegas. . ;.<<Me sentí como-había imaginado que me sentiría», respondió. Fue
una victoria más en una vida repleta de pequeños triunfos.
A los seis meses de su nombramiento como consejero delegado de A1coa, Paul O’Neill recibió-una llamada por teléfono a mitad de la noche.
El director de una planta de Arizona le llamaba aterrorizado para contarleque una prensa de extrusión había dejado de funcionar y que uno
de los trabajadores —un joven que había sido contratado hacía tan sólo
unas semanas porque la empresa le ofrecía un buen seguro médico para
su esposa.embarazada—— había intenm repararla. Había saltado el muro
amarillo de seguridad que rodeaba la prensa y caminado por el foso.
Se había quedado encallado un trozo de aluminio en una bisagra de un
brazo oscilante de casi dos metros de largo.¡El joven tiró del pedazo de
aluminio y lo sacó. La máquina estaba arreglada. Detrás de él, el brazo
retomó su movimiento en arco y se dirigió a su cabeza. Cuando colisionó, le aplastó el cráneo..Murió al instante.
Catorce horas después, O’Neill convocaba a todos los jefes de plan-
ta —-así como a los máximos dirigentes de la planta de Alcoa en Pitts—
burg-u para una reunión urgente. La mayor parte del día recrearon penosamente el accidente con esquemas y vieron las cintas de vídeo una
y otra vez. Identificaron docenas. de errores que habían contribuido a-su
muerte, incluidos dos jefes que le habían visto saltarla barrera y no le
detuvieron; un programa de formación donde no se había enfatizado lo
bastante que no le ibana culpar por un fallo. de la máquina; la falta de
instrucciones para que supiera que antes de intentar realizar una reparación-debíaconsultarlo a un jefe, y la ausencia de sensores que detuvieran la máquina automáticamente cuando alguien entraba en el foso.
«Nosotros hemos matado a: este hombre —dijo O’Neill al grupo con
cara de-.preocupación—.. Ha sido un fallo mío de dirección. Yo he provocado esta muerte. Y es un fallo de todos los que estáis en la cadena de
mando.» -
Hábitos básicos, o la balada de Paul O’Neill
141
Los ejecutivos que estaban en la sala se quedaron desconcertados. Nadie negaba que se había producido un trágico accidente, pero eso formaba parte de la rutina de Alcoa. Era una gran compañía cuyos emplea-
dos tenían que manejar máquinas peligrosas y metal candente. «Cuando
Paul se incorporó era un extraño, y había mucho escepticismo cuando
nos hablaba de seguridad laboral —dijo Bill O’Rourke, uno de los directores ejecutivos—. Pensábamos que eso le duraría unas semanas y que
luego empezaría a fijarse en otra cosa. Pero esa reunión realmente nos
desconcertó a todos. Hablaba en serio, tan en serio que se pasaría noches en vela preocupándose por un empleado a1 que ni siquiera había
conocido. Entonces, fue cuando las cosas empezaron a cambiar.»
A1 cabo de una semana de la reunión, todas las barandillas de segu-
ridad de las plantas de Alcoa fueron repintadas de amarillo brillantey
se redactaron nuevas reglamentaciones. Los jefes les dijeron a sus su-
bordinados que no tuvieran miedo de adelantarse en sugerir un mantenimiento, y se aclararon las normas para que nadie intentara reparar
algo sin medidas de seguridad. Las nuevas medidas dieron como resultado una rápida disminución del número de accidentes." Alcoa había
conseguido un pequeño triunfo.
Entonces O’Neill volvió a intervenir.
«Quiero felicitaros a todos por haber reducido el número de accidentes, aunque sólo hayan pasado dos semanas —escribíó en un memo
que hizo llegar a todos los empleados de la compañía—. No deberíamos celebrar que estamos siguiendo las normas, ni que hemos reducido una cifra. Hemos de celebrar que estamos salvando vidas.»
Los trabajadores hicieron copias de la nota y la pegaron en sus ta—
quillas. Alguien hizo una pintura mural de O’Neill en una de las paredes de una planta de fundición e incluyó una cita del memo al pie. Del
mismo modo que las rutinas de Michael Phelps nada tenían que ver
con la natación y mucho con el éxito, los esfuerzos de O’Neill empezaron a crear un efecto bola de nieve que se tradujo en cambios que nada
tenían que ver con la seguridad, pero que a pesar de todo eran transformadores.
«A nuestros trabajadores por hora les dije: “Si vuestros superiores
142
EL PODER DE LOS HÁBITOS
no cumplen con las normas de seguridad, llamadme a casa, éste es mi
número” —-me dijo O’Neill——. Los trabajadores empezaron a llamarle,
pero no para hablar de accidentes, sino de todas las grandes ideas que
se les ocurrían.»
Por ejemplo, la planta de Alcoa que fabricaba revestimientos de alu-
rninio parafachadas, hacía años que tenía problemas porque sus directivos intentaban anticiparse a las tendencias de colores e inevitablemen—
te se equivocaban. Pagaban millones de dólares a sus asesores para que
eligieran los tonos de pintura, y a los seis meses, el almacén estaba cargado de «amarillo cadmio» y de pronto, enla calle se estaba pidiendo
el «verde cazador». Un día, un empleado normal y corriente hizo una
sugerenciaque rápidamente llegó al director general: si agrupaban todas las máquinas de pintura, podrían cambiar con más rapidez los colores y ser más flexibles para responder a las exigencias del mercado. Al
cabo de un año se duplicaron las ganancias en las ventas de los revesti-
mientos _de aluminio.
Las-pequeñas victorias que empezaron cuando O’Neill se concentró
en la seguridad crearon un clima donde pudieron florecer todo tipo de
ideas nuevas.
«Según parece ese empleado había estado sugiriendo esta idea de las
pinturas durante una década, pero no se la había comunicado a ningún
miembro de la dirección —-me dijo un ejecutivo de Alcoa—. Entonces,
imagino que como les habíamos estado pidiendo sugerencias para mejorar la seguridad, debió pensar: “¿Por qué no hablarles de esta otra idea?”
Fue como si nos hubiera dado el número premiado de la lotería.»
Cuando el joven Paul O’Neill trabajaba para el Gobierno y estaba creando un marco para analizar el gasto federal en salud pública, uno de los
temas que más preocupaba a los funcionarios era la mortalidad infantil. En aquellos tiempos, Estados Unidos era uno de los países más ricos
del planeta. Sin embargo, poseía un índice de mortalidad infantil su-
Hábitos básicos, o la balada de Paul O’Neill
143
perior al de la mayoría de los países europeos y de algunas partes de
Sudamérica. Las zonas rurales, principalmente, experimentaban una
apabullante cifra de muertes de bebés que no alcanzaban a cumplir su
primer año.
O’Neill tenia que averiguar por qué. Pidió a otros organismos federales que empezaran a analizar los datos de mortalidad infantil, y cada
vez que alguien regresaba con alguna respuesta, él le planteaba otra pregunta, en un intento de profundizar, de entender la raíz del problema.
Cada vez que aparecía alguien con algún descubrimiento, O’Neill em-
pezaba a interrogarle planteándole nuevas dudas. Volvía loca a la gente
con su inagotable afán de saber más, para comprender qué estaba pa-
sando realmente. («Adoro a Paul O’Neill, pero no volvería a trabajar para
él ni por todo el oro del mundo —me dijo un funcionario—. Un hombre que nunca ha obtenido una respuesta que no pudiera transformar
en otras veinte horas de trabaja»)
Algunos investigadores, por ejemplo, sugerían que la causa princi-
pal de las muertes infantiles eran los nacimientos prematuros. Y la razón por la que los bebés nacían demasiado pronto era porque las madres padecían desnutrición durante el embarazo. Luego, para reducir la
mortalidad infantil había que mejorar las dietas de las madres. Sencillo,
¿verdad? Pero para frenar la desnutrición, las mujeres tenían que mejorar sus dietas antes de quedarse embarazadas. Lo que implicaba que
el Gobierno tenía que empezar a educar a las mujeres sobre nutrición
antes deque fueran sexualmente activas. Lo que a su vez implicaba que
los funcionarios tenían que crear programas sobre nutrición en los institutos.
Sin embargo, cuando O’Neill empezó a preguntar cómo crear esos
programas, descubrió que muchos profesores de instituto de-las zo-
nas rurales carecían de los conocimientos básicos de biología para enseñar nutrición. Así que el Gobierno tuvo que reformar la formación
universitaria de los profesores y darle más importancia a la biología
para que al final pudieran enseñar nutrición a las jóvenes; de este modo
esas adolescentes estarían suficientemente bien nutridas cuando tuvieran hijos. .
144
EL PODER DE LOS HÁBITOS
Los funcionarios que trabajaban con O’Neill llegaron a la conclusión
de que la raíz del problema era la mala formación de los profesores. Si
les hubieran pedido a los médicos o funcionarios de la salud pública
que idearan un plan para combatir la mortalidad infantil, ninguno de
ellos hubiera sugerido que se debía cambiar la formación de los pro-
fesores. No hubieran sabido que existía una relación. Sin embargo, al
enseñar biología a los estudiantes universitarios, éstos acabaron transmitiendo sus conocimientos a las adolescentes, que empezaron a comer
de una forma más saludable y posteriormente dieron a luz a bebés más
fuertes. En la actualidad, la tasa de mortalidad infantil en Estados Uni-
dos ha descendido un 68 por ciento respecto a la cifra existente cuando
O’Neill empezó en su puesto.
Las experiencias de O’Neill con la mortalidad infantil ilustran la se-
gunda forma en que cambian los hábitos básicos: crear estructuras que
ayuden a florecer otros hábitos. En el caso de las muertes de los prematuros, cambiar los programas de estudios universitarios de los profesores inició una reacción en cadena que acabó repercutiendo.en la educación de las jóvenes en las áreas rurales, y en que estuvieran bien nutridas
cuando se quedaban embarazadas. Y el hábito de O’Neill de incitar a
otros funcionarios a que siguieran investigando hasta encontrar la raíz
del problema, cambió la visión que tenía el Gobierno sobre problemas
como Ia mortalidad infantil.
Lo mismo sucede enla vida de las personas. Por ejemplo, hasta hace
unos veinte años, la sabiduría popular afirmaba que la mejor forma de
adelgazar era que una persona cambiara radicalmente su forma de vida.
Los médicos recetaban estrictas dietas a sus pacientes, les decían que fueran al gimnasio, asistieran regularmente a sesiones de asesoramiento
-—a veces con una frecuencia diaria— y que cambiaran sus rutinas, como
por ejemplo, subir por la escalera en lugar de tomar el ascensor. Según
se creía, los malos hábitos sólo se podían contrarrestar cambiando com—
pletamente tu vida.
Pero cuando los investigadores estudiaron la eficacia de estos métodos a largo plazo, descubrieron que-eran un fracaso. Los pacientes
subían por la escalera unas semanas, pero al final del mes les resultaba
Hábitos básicos, o la balada de Paul O’Neill
145
demasiado pesado. Empezaban dietas e iban al gimnasio, pero tras el
primcr brote de entusiasmo, volvían a sus viejos hábitos de comer y ver
la televisión. Acumular tantos cambios de una vez impedía que se asentara ninguno de ellos.
En 2009, un grupo-de investigadores patrocinado por los Institutos Nacionales dela Salud publicó un estudio sobre una visión diferente para adelgazar. Habían reunido a un grupo de 600 personas obesas y
les habían pedido que escribieran todo lo que comían al menos un día
a la semana.
Al principio fue difícil. Los participantes se olvidaban de llevar sus
diarios de comidas, o comían algo y no se acordaban de anotarlo. No
obstante, gradualmente empezaron a anotar sus comidas una vez a la‘
semana, y, a veces, más a menudo. Muchos participantes empezaron
a anotarlo a dian'o. A1 final se convirtió en un hábito. Después sucedió
algo inesperada Los participantes empezaron a revisarlo que habían
escrito y descubrieron patrones de los que no eran conscientes. Algunos vieron que solían comer algo a eso de las 10 de la mañana, así que
empezaron a llevarse una manzana o un plátano al trabajo para cuando
, les viniera el hambre. Otros empezaron a usar sus diarios para planificar sus comidas, y cuando llegaba la hora de cenar, comían la comida
saludable que habían escrito, en lugar de echar-mano de la comida basura de su nevera.
.
Los investigadores no les habían sugerido ninguna de estas conduc-
tas. Simplemente les habían pedido que, una vez a la semana, anotaran
lo que comían. Pero el hábito básico -——hacer un diario de comidas—
creó una estructura que ayudó a que florecieran otros hábitos. A los seis
meses de haberse iniciado el estudio, las personas que hicieron un dia-
rio de sus comidas habían perdido hasta el doble de peso que las demás.
«Al cabo de un tiempo, tenía el diario metido dentro de mi cabeza
—me dijo una persona—. Empecé a pensar en las comidas de otro modo.
Me ofreció un sistema para pensar en la comida sin deprimirme.»
Algo parecido sucedió en Alcoa cuando O’Neill aceptó el cargo. Del
mismo modo que los diarios de comidas aportaban una-estructura para
que pudieran aparecer otros hábitos, los hábitos de seguridad de O’Neill
146
EL PODER DB LOS HÁBITOS
crearon una atmósfera propicia para que surgieran otras conductas. Con
anterioridad, O’Neill había dado el curioso paso de ordenar que las oficinas de Alcoa estuvieran interconectadas por una red electrónica. Eso
fue a principios de la década de 1980, cuando las grandes redes interna—
cionales no solían estar conectadas alos ordenadores de los despachos
de las personas. O’Neill justificó esta orden diciendo que era esencial
crear un sistema de seguridad de datos en tiempo real que los directi—
vos pudieran utilizar para compartir sugerencias. El resultado fue que
Alcoa desarrolló uno de los primeros sistemas corporativos de'correo
electrónico a nivel mundial.
O’Neill se conectaba cada mañana y enviaba mensajes para asegurarse de que todos. estaban conectados. Al principio, la gente utilizaba
la red para hablar de temas de seguridad. Luego, a. medida que el hábito de usar el correo electrónico se fue instaurando y los empleados se
fueron sintiendo más cómodos, empezaron a introducir información
sobre todo tipo de asuntos, como las condiciones del mercado local, las
cuotas de ventas ylos problemas comerciales. A los ejecutivos de alto
rango se les pidió que cada viernes enviaran un informe que todos pu-
dieran leer. Un directivo de Brasil utilizaba la red para enviarle datos a
un colega de Nueva York sobre las variaciones en el precio del acero. El
neoyorquino recogía esa información yla utilizaba para conseguir grandes beneficios en Wall Street para la compañía. Al poco tiempo, todos
utilizaban el sistema para comunicárselo todo. «Yo enviaba mi informe
de accidentes y sabía que todo elmundo lo leería, así que pensé: ¿por
qué no voy a enviar información sobre precios o cualquier otra cosa de
otras compañías? —me dijo un directivo—. Fue como si hubiéramos
descubierto un arma secreta. La competencia no podía averiguar cómo
lo hacíamos.»
Cuando la Web pasó a ser del dominio público, Alcoa estaba perfectamente posicionada para ir en cabeza. El hábito básico de O’Neill
-—trabajar con másseguridad— había creado una plataforma que condujo a otra práctica —-—correo electrónico— muchos antes de que la adoptara la competencia.
Hábitos básicos, o la balada de Paul O’Neill
147
Hacia 1996, Paul O’Neill ya llevaba casi diez años en Alcoa. Sus artes
ejecutivas se habían estudiado en la Facultad de Ciencias Empresariales de Harvard y en la Kennedy School of Government. Se hablaba de
él como posible candidato para secretario de Comercio o secretario
de Defensa. Sus empleados y los sindicatos le daban muy buena nota.
Bajo su mandato, el precio de las acciones de Alcoa habia subido más
del 200 por ciento. Por fin, se había convertido en un triunfo universal-
mente reconocido.
En mayo de ese mismo año, en una reunión de accionistas en la ciu-
dad de Pittsburgh, en la sesión de preguntas y respuestas, una monja
benedictina se puso en pie y acusó a O’Neill de mentir. La hermana
Mary Margaret representaba a un grupo de defensa social que se encargaba de las condiciones laborales y de los salarios de la planta de Alcoa
en Ciudad Acuña, México. Dijo que mientras O’Neill ensalzaba las me-
didas de seguridad de Alcoa, los trabajadores mexicanos estaban enfermando por emisión peligrosa de gases.
«Eso no es cierto», dijo O’Neill a la audiencia de la sala. Mostró los
datos de la planta mexicana que tenía en su portátil. «¿Lo ven?», dijo
enseñando la alta. puntuación obtenida en seguridad, el cumplimiento
de las normativas medioambientales y las encuestas de satisfacción de
los empleados. El ejecutivo encargado de la planta era Robert Barton,
uno de los directivos más antiguos de AlcOa. Llevaba décadas en la empresa y era responsable de algunas de sus sociedades más importantes.
La monja dijo a la audiencia que no confiaran en O’Neill y se sentó.
Después de la reunión, O’Neill le pidió que fuera a verle a su des-
pacho. La orden religiosa tenía cincuenta acciones de Alcoa, y llevaba
meses pidiendo el voto de los accionistas para revisar las operaciones
.de la compañía en México. O’Neill le preguntó ala hermana Mary si
había estado en alguna de las plantas. Le respondió que no. O’Neill
para asegurarse, le pidió al jefe de recursos humanos y al consejo general de la compañía que fueran a México y averiguaran qué estaba
pasando allí.
Cuando llegaron, revisaron los informes de la planta de Acuña y en-
contraron informes de un incidente que no había sido remitido a la
148
EL PODER DE LOS HÁBITOS
central. Unos pocos meses antes se había producido una concentración
de gases dentro de un edificio. Fue un incidente relativamente leve. Bar-
ton, el responsable de la planta, había instalado ventiladores para eliminar los gases. Las personas que se habían sentido indispuestas se habían
recuperado por completo en un día o dos.
Pero Barton no informó de lo sucedido.
Cuando los ejecutivos regresaron a Pittsburgh y le presentaron prue—
bas delo que habían descubierto, O’Neill planteó una pregunta.
—¿Sabía Bob Barton que los empleados habían enfermado?
—No nos reunimos con él —respondieron—. Pero, sí, está bastante
claro que lo sabía.
Dos días después, Barton estaba despedido.
Su marcha de la compañía desconcertó a las personas ajenas a la em-
presa. Se habían escrito artículos en los que se mencionaba a Barton
como uno de los directivos más valiosos de la compañía. Su despido
supuso un fuerte revés para futuros proyectos de importantes iniciati—
vas conjuntas.
No obstante, dentro de Alcoa no fue una sorpresa para nadie. Se con-
templó como una extensión inevitable de la cultura de trabajo que ha—
bía creado O’Neill.
«Barton se ha despedido a sí mismo —me dijo uno de sus compañeros—. No cabía ninguna otra opción.»
Ésta es Ia forma decisiva en que los hábitos básicos fomentan un
cambio generalizado: creando culturas donde medren nuevos valores.
Los hábitos básicos hacen que las decisiones difíciles --como despedir a un alto cargo ejecutivo— resulten más fáciles, porque si esa per-
sona no respeta la cultura de trabajo, es evidente que se ha de ir. A veces
estas culturas se manifiestan con vocabularios especiales, cuyo uso se
convierte en un hábito en sí mismo, que define a una organización. En
Alcoa, por ejemplo, había «Programas Básicos» y «Filosofías de Seguridad», frases que eran como maletas, que contenían conversaciones enteras sobre prioridades, metas y formas de pensar.
«En otra empresa despedir a alguien que llevaba tanto tiempo tra-
bajando hubiera sido más duro -—me dijo O’Neill—. Para mí no lo fue.
Hábitos básicos, o la balada de Paul O’Neill
149
Lo que dictaban nuestros valores estaba muy claro. Se le despidió porque no comunicó el incidente, privando al resto de la oportunidad de
aprender de él. No compartir una oportunidad para aprender es un pecado capital.»
Las culturas empresariales se desarrollan a partir de los hábitos básicos que tiene cada organización, tanto si sus líderes son conscientes de
ello como si no. Por ejemplo, los investigadores que estudiaron a una
nueva quinta de cadetes en West Point, tuvieron en cuenta sus calificaciones medias, condición física, habilidades militares y autodisciplina.
Sin embargo, cuando cotejaron esos factores con el hecho de que esos
estudiantes llegaran a graduarse o abandonaran, descubrieron que ninguno de ellos era tan importante como un factor al que los investigadores se refirieron como «tener moral», que definieron como la tendencia
a trabajar «agotadoramente para afrontar los retos, mantener el esfuerbo y el interés con el paso de los años a pesar de los fracasos, la adversidad y los estancamientos en el progreso».
Lo más interesante respecto a tener moral es cómo surge. Se- desarro—
lla a partir de una cultura que crean los propios cadetes, y esa cultura
suele aparecer gracias a los hábitos básicos que adoptan en West Point.
«Hay muchas cosas difíciles en esta escuela —me dijo un cadete—-. Al
primer verano lo llaman “Beast Barracks” [cuartel bestial], porque intentan acabar con tu moral. Muchos abandonan antes de que empiece
el año escolar.
»Pero los dos primeros días encontré a este grupo de chicos, y comenzamos a reunirnos cada mañana para asegurarnos de que todos nos
sentíamos fuertes. Si estoy preocupado o abatido recurro a ellos, y sé que
me vana respaldar. Sólo somos nueve y nos autodenominamos mos-
queteros'. Sin ellos, no creo que hubiera durado ni un mes aquí.»
Los cadetes que prosperan en West Point llegan a la escuela armados con sus hábitos de disciplina mental y física. No obstante, esas ventaj as sólo los llevan hasta allí. Para triunfar necesitan un hábito básico
que cree una cultura —como reunirse cada día con amigos con mentalidades afines—— que les ayude a encontrar la fuerza necesaria para
superar los obstáculos. Los hábitos básicos nos transforman creando
150
EL PODER DE LOS HÁBITOS
culturas que nos aclaran los valores, que en los momentos difíciles o de
incertidumbre es fácil que olvidemos.
En el 2000, O’Neill se jubiló de Alcoa, y a petición del recién elegido pre-
sidente, George W. Bush, se convirtió en secretario del Tesoro.* Abandonó ese cargo a los dos años, y actualmente dedica la mayor parte de
su tiempo a enseñar a los hospitales a c0ncentrarse en la seguridad
de los trabajadores y en los hábitos básicos que pueden reducir los índices de errores médicos, a la vez que ofrece sus servicios a diversas juntas corporativas.
Las compañías y organizaciones de todo Estados Unidos han adoptado la idea de utilizar hábitos básicos para reestructurar los centros de
trabajo. En IBM, por ejemplo, Lou Gerstner reestructuró la empresa em-
pezando por concentrarse en un hábito básico: las rutinas de investigaciones y de ventas de IBM. En la empresa de asesoramiento McKinsey
8€ Company, se crea una Cultura de mejora constante a través del há-
bito básico de divulgar las críticas internas que reciben todas las tareas.
En Goldman Sachs, un hábito básico que resPalda todas las decisiones
es la evaluación del riesgo.
'
En Alcoa perdura el legado de O’Neill. Incluso en su ausencia, el nú-
mero de accidentes ha seguido bajando. En 2010, en el 82 por ciento de
las instalaciones de Alcoa no se perdió ni un solo día de trabajo de nin-
gún empleado debido a un accidente, casi un récord sin precedentes.
* El mandato de O’Neill como secretario del Tesoro no fue tan popular como su carrera en Alcoa. Tras tomar posesión del cargo, casi inmediatamente empezó a concentrar—
se en algunos asuntos esenciales entre los que se incluían la seguridad laboral, la creación
de empleo, la responsabilidad ejecutiva y la lucha contra Ia pobreza en África, entre otras
iniciativas.
Sin embargo, la política de O’Neill no coincidía con la del presidente Bush, e inició una
lucha interna Oponiéndose al recorte de impuestos que prOponía Bush. A finales del 2002,
le pidieron que dimitiera. «Lo que yo consideraba que era lo correcto para la economía era
lo contrario delo que quería la Casa Blanca --rne dijo O’NeilI—. Eso no es bueno para un
secretario del Tesoro, asique me despidieron.»
Hábitos básicos, o la balada de Paul O’Neill
151
En general, es más fácil que se lesionen los empleados de una empresa
de software, los dibujantes de animación para películas o los contables
haciendo declaraciones de impuestos, que manejando aluminio fundi-
do en Alcoa.
«Cuando me nombraron director de la planta —dijo Jeff Shockey,
el ejecutivo de Alcoa—, el primer día que entré en el aparcamiento vi
todas estas plazas cerca de la entrada con los títulos de las personas. El
responsable de esto o de aquello. La gente importante tenía las mejores
plazas de aparcamiento. Lo primero que hice fue decirle a un jefe de
mantenimiento que borrara con pintura todos esos cargos. Quería que
el que llegara antes al trabajo consiguiera el mejor sitio. Todo el mundo
entendió el mensaje: todos somos importantes. Fue una extensión de lo
que Paul estaba haciendo resPecto a la seguridad en el trabajo. Eso revolucionó la planta. Enseguida todos empezaron a llegar más temprano cada día.»
S
Starbucks
y el hábito del éxito
Cuando la fuerza de voluntad se vuelve automática
La primera vez que Travis Leach vio a su padre tomar una sobredosis
tenía 9 años. Su familia acababa de trasladarse a un piso pequeño al
final de un callejón, el último dentro de una aparentemente interminable serie de traslados, motivo por el cual hacía poco habían abandonado su vivienda anterior en mitad de la noche y a tirar todas sus
pertenencias en negras bolsas de basura tras haber recibido una orden
de desahucio. Demasiada gente entrando y saliendo a horas demasiado
intempestivas de la noche, dijo el dueño. Demasiado ruido.
A veces, en su antigua casa, Travis regresaba de la escuela y encon-
traba las habitaciones cuidadosamente aseadas, los restos de comida bien
envueltos en el frigorífico y los paquetes de salsa picante y ketchup en
recipientes de Tupperware. Eso significaba que sus padres habían cambiado temporalmente la heroína por las manías, y se pasaban el día limpiando-Eso normalmente no acababa bien. Travis se sentía más a salvo
cuando la casa era un caos y sus padres estaban en el sofá, mirando
dibujos animados con los ojos entreabiertos. No hay caos al final de un
viaje de heroína.
El padre de Travis era un hombre amable al que le encantaba cocinar, y salvo por el tiempo que estuvo en la Marina, había pasado toda
su vida a unos pocos kilómetros de sus padres en Lodi, California. Cuan-
154
BL PODER DE LOS HÁBITOS
do tuvieron que trasladarse al piso del callejón, 1a madre de Travis estaba
en la cárcel por posesión de heroína y prostitución. Básicamente, sus pa—
dres eran adictos funcionales y la familia mantenía una fachada de normalidad. Iban de camping cada verano, y la mayor parte de los viernes
por la noche asistían a los partidos de softball de su hermana y su hermano. Cuando Travis tenia 4 años, fue a Disneylandia con su padre, y un
empleado de Disney le hizo una foto por primera vez en su vida. La cámara de la familia la habían vendido hacía años a una tienda de empeño.
La mañana de la sobredosis, Travis y su hermano estaban jugando
en la sala de estar encima de las mantas que ponían cada noche en el
suelo para dormir. Su padre se disponía a hacer tortitas cuando se metió en el cuarto de baño. Llevaba en la mano el calcetín sin talón donde
guardaba su aguja, cuchara, encendedor y algodón. Momentos después,
salió, abrió la nevera para sacar los huevos y se cayó al suelo. Cuando
llegaron los niños corriendo, su padre tenía convulsiones y la cara se le
estaba poniendo azul.
Los hermanos de Travis ya habían visto antes los efectos de una so—
bredosis y sabian lo que tenían que hacer. Su hermano lo puso de lado.
Su hermana le abrió la boca para que no se asfixiara con su lengua y le
dijeron a Travis que corriera a casa del vecino y que llamara al 911.
«Me llamo Travis, mi papá se ha desmayado y no sabemos qué le ha
sucedido. No respira.» Travis le mintió al operador dela policía. Incluso
a los 9 años sabía por qué estaba inconsciente su padre. No queria de—
cirlo delante del vecino. Tres años antes, uno de los amigos de su padre
había muerto en su sótano después de un chute. Cuando los paramédi-
cos sacaron el cuerpo, los vecinos se quedaron atónitos al ver a Travis
y a su hermana aguantando ia puerta abierta para que entrara la cami—
lla. Uno de los vecinos tenía un primo cuyo hijo estaba en su clase, y
pronto se enteró toda la escuela.
Tras colgar el teléfono, Travis se fue hasta el final del callejón para
esperar a la ambulancia. Esa mañana su padre había recibido tratamien»
to en el hospital, por la tarde Ie había detenido Ia policía, y estaba de
vuelta en casa para cenar. Había hecho espaguetis. Travis cumpliría los
diez dentro de unas pocas semanas.
Starbucks y el hábito del éxito
155
A los 16 años Travis dejó los estudios. «Estaba harto de que me llamaran maricón, de que me siguieran hasta mi casa y me tiraran cosas. Todo
me parecía insoportable. Era más fácil marcharme e irme a otra parte.»
Se trasladó a dos horas hacia el sur, a Fresno, y consiguió un trabajo en
un tren de lavado de coches. Le despidieron por insubordinación. Tra-
bajó en McDonald’s y en Hollywood Video, pero cuando los clientes
eran groseros —«¡Te he pedido la salsa barbacoa, imbécil!»— perdía el
control.
«¡Salga de mi locall», le gritó a una mujer lanzandole los nuggets de
pollo al coche antes de que su jefe le metiera dentro a rastras.
A veces se disgustaba tanto que empezaba a llorar en pleno cambio
de turno. Solía llegar tarde o se tomaba un día libre sin ninguna justificación. Por la mañana se gritaba a si mismo al verse en el espejo,
se ordenaba ser mejor, intentaba sobreponerse. Pero no podía llevarse
bien con la gente, ni era lo bastante fuerte para soportar el flujo constante de críticas y vejaciones. Cuando la cola que tenía en caja era demasiado larga y su jefe le gritaba, Travis empezaba a temblar y tenía la
sensación de que le faltaba el aire. Se preguntaba si esooera lo que habían sentido sus-padres cuando recurrieron a las drogas, esa indefensión ante la vida.
Un día, un cliente habitual de Hollywood Video que conocía un poco
a Travis, le sugirió que pensara en trabajar para Starbucks.
«Vamos a abrir una nueva sucursal en Fort Washington, y yo voy
a ser subdirector —le dijo el hombre—. Deberías presentar una solici-
tud.» Al cabo de un mes, Travis era “barista” [experto en la preparación
y mezclas de café] en el turno de la mañana.
Eso fue hace seis años. Hoy, Travis tiene 25 años y es director de
dos locales de Starbucks donde supervisa a 40 empleados, y es el artífice de unos ingresos que superan los 2 millones de dólares al año. Gana
44.000 dólares anuales, tiene un plan de jubilación 401 (k) y ningu-
na deuda. Nunca llega tarde. No se enfada en el trabajo. Un día una de
sus empleadas se puso a llorar cuando un cliente le gritó; Travis se la
llevó aparte.
-
«Tu delantal es como un escudo ——le dijo—. Nada delo que nadie
156
EL PODER DE LOS HÁBITOS
pueda decirte puede hacerte daño. Siempre serás tan fuerte como quieras serlo.»
Escogió ese ejemplo para uno de sus curSos de formación para Star-
bucks, un programa educativo que empieza el primer dia de trabajo y
continúa a lo largo de toda la carrera del empleado. El programa tiene
una estructura que permite conseguir créditos universitarios completan—
do módulos. Travis dice que la formación ha cambiado su vida. Starbucks le ha enseñado a vivir, a concentrarse, a hacer el trabajo a tiempo
y a dominar sus emociones. Pero lo más importante es que le ha ense-
ñado a tener fuerza de voluntad.
«Starbucks es lo más importante que me ha pasado en la vida —me
dijo—. Se lo debo todo a esta empresa.»
Para Travis y otros miles de personas, Starbucks —al igual que muchas
otras empresas— ha logrado enseñar el tipo de aptitudes para la vida que
las escuelas, familias y comunidades no han sabido aportar. Con más
de 137.000 empleados y más de un millón de alumnos, en cierto modo
Starbucks es una de las instituciones educativas más grandes de la na—
ción. Todos sus empleados, durante el primer año, dedican a1 menos
50 horas a formación, y docenas de horas más en casa con los cuadernos de trabajo de Starbucks y hablando con los mentores que les han
asignado.
La esencia de toda esa formación es concentrarse intensamente en el
hábito más importante: la fuerza de voluntad. Docenas de estudios demuestran que la fuerza de voluntad es el hábito básico más importante
para el éxito individual. En un estudio realizado en 2005, por ejemplo, los investigadores de la Universidad de Pensilvania analizaron a
164 alumnos de octavo, evaluaron sus CI y otros factores, incluido el de
la fuerza de voluntad que demostraban los alumnos, mediante tests para
medir su autodisciplina.
Los estudiantes que tenian un alto grado de fuerza de voluntad era
más probable que consiguieran buenas notas y fueran admitidos en escuelas más selectivas. Tenían menos absentismo, no veian tanto 1a te-
Starbucks y el hábito del éxito
157
levisión y dedicaban más horas a los deberes. «Los adolescentes muy
disciplinados superaron a sus compañeros más irnpulsivos en todas las
variables de rendimiento académico —escribieron los investigadores—.
La autodisciplina predecía mejor el rendimiento académico que el CI. La
autodisciplina también predecía qué alumnos mejorarían sus notas durante el curso académico, mientras que el CI no... La autodisciplina in—
fluye más en el rendimiento académico que el talento intelectual.»
Y según indican los estudios, la mejor forma de reforzar la fuerza de
voluntad y de echar un cable a los alumnos es convertirla en un hábito. «A veces parece que las personas que tienen mucho autocontrol no
trabajan duro, pero eso es porque lo han convertido en algo automático —me dijo Angela Duckworth, una de las investigadoras de la Uni-
versidad de Pensilvania—. La fuerza de voluntad se produce sin que tengan que pensar en ella.»
Para Starbucks, la fuerza de voluntad es más que una peculiaridad
académica. Cuando la compañía empezó a diseñar su estrategia de cre-
cimiento masivo a finales de la década de 1990, sus directivos recono—
cieron que para tener éxito debían cultivar un entorno que justificara
pagar 4 dólares por una taza de café exótico. La compañía tenía que for—
mar a sus empleados para que fueran capaces de transmitir un poco de
felicidad cuando sirvieran sus cafe Iattes y scones [panecillos]. Así que
casi desde el principio, Starbucks empezó a buscar la manera de enseñar a sus empleados a controlar sus emociones y a armarse de disciplina para que fueran capaces de transmitir un torrente de vitalidad en cada
servicio. A menos que los “baristas” hayan sido entrenados para dejar a
un lado sus problemas personales, las emociones de algunos empleados
inevitablemente interferirán en su trato con los clientes. Sin embargo,
si un trabajador sabe concentrarse y ser disciplinado, incluso al final de
su turno de ocho horas será capaz de ofrecer el servicio de calidad superior de un establecimiento de comida rápida que el cliente de Star-
bucks espera.
La compañía ha invertido millones de dólares en crear programas
de formación para enseñar autodisciplina a los trabajadores. Los ejecutivos han escrito libros de trabajo que, de hecho, sirven de guías para
158
EL PODER DE LOS HÁBITOS
convertir la fuerza de la voluntad en un hábito en las vidas de los traba-
jadores. Esos programas son, en parte, la razón por la que Starbucks
ha pasado de ser una tranquila empresa de Seattle a convertirse en un
monstruo con más de 17.000 locales y unos ingresos superiores a los
10.000 millones de dólares anuales.
¿Cómo lo hace Starbucks? ¿Cómo aceptan a gente. como Travis —el
hijo de unos drogadictos y un fracaso escolar que era incapaz de con-
trolarse lo suficiente como para conservar un trabajo en McDonald’s—
y enseñarle a supervisar a docenas de empleados y decenas de miles
de dólares de ingresos cada mes? ¿Qué .fue exactamente lo que aprendió Travis?
Todos los que habían entrado en la sala de la Universidad Case Western Reserve donde se realizaba el experimento coincidían en una cosa:
las galletas tenían un olor delicioso. Acababan de sacarlas del horno. y
estaban apiladas en un recipiente, repletas de perlas de chocolate. En la
mesa que. estaba al lado de las galletas había otro recipiente con rábanos. Durante todo el dia entraron estudiantes hambrientos, y se senta- '
ron delante delos dos alimentos, y sin saberlo. estaban participando en
una prueba de fuerza de voluntad que cambiaria radicalmente nuestra
comprensión sobre cómo funciona la autodisciplina.
En aquellos tiempos,no se habían realizado muchas investigaciones
académicas sobre la fuerza de voluntad. Los psicólogos consideraban
que este tipo de temas eran aspectos de algo que denominaban «autorregulación», pero no era un campo que inspirara. demasiada curiosidad. En la década de 1960, se realizó un famoso experimento en que los
científicos de Stanford pusieron a prueba la fuerza de voluntad de un
grupo de niños de 4 años. Pusieron a los niños en una habitación con
una selección de golosinas, incluidas “nubes” o “esponjas”. Les ofrecieron hacer un trato: se podian comer una nube enseguida, o si esperaban unos minutos, podrían comerse dos. Dicho esto, los investigado-
Starbucks y el hábito del éxito
159
res salieron de la habitación. Algunos niños cayeron en la tentación y se
comieron una nube en cuanto se marchó el adulto. Casi el 30 por ciento fue capaz de controlar sus impulsos, y cuando regresaron los científicos al cabo de 15 minutos, comieron su ración doble. Los científicos
que lo estaban observando todo detrás de un cristal unidireccional, tomaron buena nota de los niños que tenían suficiente autocontrol para
conseguir la segunda nube.
Años más tarde hicieron un seguimiento de muchos de los participantes del estudio. Ahora, ya iban al instituto. Los investigadores les
preguntaron por sus notas y sus resultados en el SAT [prueba de selectividad] , su capacidad para conservar las amistades y para «enfrentarse
a los problemas importantes». Descubrieron que los niños que habían
sido capaces de retrasar su gratificación más tiempo eran los que pos-
teriormente habían obtenido mejores notas y puntuaciones medias en
los exámenes de SAT de hasta 210 puntos más que los demás alumnos.
Eran más populares y tomaban menos drogas. Según el estudio parece
que, si de preescolar eras capaz de resistir a la tentación de comerte una
nube, de adolescente también eras capaz de ser puntual en clase, de hacer los deberes, de hacer amistades y resistir a la presión de los com-
pañeros. Era como si los niños que habían sido capaces de controlarse
para no comerse la nube tuvieran aptitudes de autorregulación que les
proporcionaban ventaja a lo largo de su vida.
Los científicos empezaron a realizar experimentos similares para
intentar averiguar cómo ayudar a los niños a desarrollar sus aptitu-
des autorreguladoras. Descubrieron que enseñarles trucos sencillos
—como distraerse haciendo un dibujo, imaginar un marco alrededor
de la “nube” para que pareciera más una foto, en vez de suponer una
tentación real— les ayudaba a autocontrolarse. Hacia la década de 1980,
apareció una teoría que fue extensamente aceptada: la fuerza de voluntad es una habilidad que se puede aprender, algo que se puede enseñar
a los niños igual que las matemáticas y a decir «gracias». Pero los fondos
para estas investigaciones eran escasos. El tema dela fuerza de voluntad no estaba de moda. Muchos de los científicos de Stanford se'pasaron a otros campos de investigación.
EL PODER DE LOS HÁBITOS
160
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No obstante, cuando un grupo de estudiantes de doctorado de psicología de la Case Western —incluido uno llamado Mark Muraven— des-
cubrió esos estudios a mediados de los noventa, empezaron a plantear-
se preguntas que las investigaciones anteriores 'no habían re3pondido.
Para Muraven, este modelo de la fuerza de voluntad como habilidad no
era una explicación satisfactoria. A fin de cuentas, una habilidad es algo
que permanece constante todos los días. Si el miércoles sabes hacer una
tortilla, el viernes todavía sabes cómo hacerla.
Starbucks y el hábito del éxito
161
No obstante, 1a experiencia personal de Muraven era que parecía haberse olvidado de ejercer constantemente su fuerza de voluntad. Algunas tardes llegaba a casa del trabajo y no tenía ningún problema en salir
a correr. Otros días, sin embargo, no era capaz de hacer más que tirarse
en el sofá y ver la televisión. Era como si su cerebro —o al menos, aquella parte encargada de obligarle a hacer ejercicio— se hubiera olvidado
de reunir la fuerza de voluntad necesaria para hacerle salir de casa.
Unos días, comía de forma muy saludable. Otros, cuando estaba cansa—
do, asaltaba las máquinas expendedoras y se hinchaba de comer dulces
y patatas fritas.
Si la fuerza de voluntad es una habilidad, se preguntaba Muraven,
¿por qué no se mantiene igual todos los días? Intuía que habia algo más
sobre la fuerza de voluntad de lo que habian revelado los experimentos
anteriores. Pero ¿cómo probar eso en un laboratorio?
La solución de Muraven fue poner en un laboratorio un recipiente con
galletas recién hechas y otro con rábanos. La habitación era una especie
de armario, con un cristal unidireccional, donde habia una mesa, una
silla de madera, una campana de mano y un horno tostador. Reclutaron a 67 estudiantes y les dijeron que no comieran ese dia. Todos ellos
fueron pasando individualmente y se sentaron delante de los dos recipientes.
«La finalidad del experimento es probar las percepciones del gusto»
les decía una investigadora a cada uno de los estudiantes, lo cual era falso. La cuestión era obligar a los estudiantes —pero sólo a algunos estu-
diantes-— a ejercer su fuerza de voluntad. Con ese fin, a la mitad de los
estudiantes se les dijo que se comieran las galletas v pasaran de los rábanos; y a la otra mitad se les dijo que se comieran los rábanos y que no
tocaran las galletas. La teoría de Muraven era que no tocar las galletas
era difícil, requería fuerza de voluntad. Por otra parte, no comerse los
rábanos apenas requería esfuerzo alguno.
«Recuerda —decía la investigadora—, sólo debes comer la comida
que se te ha asignado.» Luego salía dela habitación.
162
EL PODER DE LOS HÁBITOS
Una vez que se quedaban a solas, los estudiantes empezaban a c0—
mer. Los que tenían asignado comer galletas estaban en la gloria. Para
los que tenían que comer rábanos era una agonía. Se sentían fatal teniendo que abstenerse de comer las galletas recién hechas. A través del
cristal unidireccional los investigadores vieron que uno de los que tenían
asignado comer rábanos cogió una galleta, la olió con anhelo, y volvió
a dejarla en el recipiente. Otro agarraba unas cuantas galletas; las dejaba
y se lamía el chocolate fundido que le había quedado en. los dedos.
A los cinco minutos la investigadora volvía a entrar en la habitación.
Según Muraven, la fuerza de voluntad de los que comieron rábanos ha- .
bía quedado mu}r mermada al tener que ingerir ese vegetal amargo y abs—
tenerse de los dulces; los que comieron las galletas apenas habían utilizado su autodisciplina.
«Hemos de esperar unos quince minutos para que desaparezca el re-
cuerdo sensorial delo que has cOmido», le decía la investigadora a cada
uno de los participantes. Para ayudarles a pasar el tiempo les pedía que
resolvieran un rompecabezas. Parecía bastante fácil: haz un dibujo geométrico sin levantar el lápiz de la página o sin pasar dos veces por la misma línea. Si quieres marcharte, le decía la investigadora, toca el timbre.
Les daba a entender que el rompecabezas no iba a ser muy largo.
A decir verdad, el rompecabezas era irresoluble.
No era una forma de pasar el rato, sino la parte más importante del
experimento. Seguir con el rompecabezas requería una enorme fuerza
de voluntad, especialmente cuando habían fallado todos los intentos.
Los científicosse preguntaban si los estudiantes que habían empleado
su fuerza de voluntad resistiéndose ala tentación de las galletas cede-
rían ahora más deprisa ante el rompecabezas. Es decir, ¿era la fuerza
de voluntad un recurso finito?
los investigadores observaban desde la parte posterior del cristal unidireccional. Los que habian comido las galletas, con sus reservas de autodisciplina intactas, empezaron a trabajar en el rompecabezas. En general, se los veía más relajados. Uno de ellos probó un enfoque directo, se
encontró con un obstáculo, y empezóde nuevo. Y otra vez. Y otra vez.
Algunos trabajaron durante más de media hora antes de que la investi-
Starbucks y el hábito del éxito
163
gadora les dijera que parasen. En general, los que comieron las galletas
pasaron casi 19 minutos cada uno intentando resolver el rompecabezas
antes de tocar el timbre.
Los que comieron rábanos, con su fuerza de voluntad debilitada,
actuaron de un modo totalmente distinto. Murmuraban mientras trabajaban. Se frustraban. Uno se quejó diciendo que todo el experimento era una pérdida de tiempo. Algunos pusieron la cabeza sobre la mesa
y cerraron los ojos. Uno le habló con brusquedad a la investigadora
cuando ésta regresó ala habitación. En general, los que comieron rá-
banos trabajaron sólo durante 8 minutos antes de rendirse, un 60 por
ciento menos del tiempo que emplearon antes de rendirse los que comieron las galletas. Después, cuando la investigadora les preguntó cómo
se habían sentido, uno de ellos dijo: «Harto de este absurdo experimento».
«Al hacer que los estudiantes tuvieran que utilizar un poco de su
fuerza de voluntad para no tocar las galletas, les hemos puesto en un
estado en que deseaban abandonar muCho antes -me dijo Muraven—.
Desde entonces se han realizado más de 200 estudios sobre esta idea, y
en todos se ha descubierto lo mismo-La fuerza de voluntad no es sólo
una habilidad. Es un músculo, como los de los brazos y los de las piernas, y se cansa cuando trabaja duro, así que le queda menos fuerza para
hacer otras cosas.»
Los investigadores se han basado en este hallazgo para explicar todo
tipo de fenómenos. Algunos han sugerido que ayuda a aclarar la razón
por la que personas que tienen éxito en otros aspectos de su vida, sucumben a la tentación de tener romances extraconyugales (que es más
probable que se produzcan ya avanzada la noche, tras un largo día de
usar la fuerza de voluntad en el trabajo), o por la que buenos médicos
cometen errores tontos (que suelen ocurrir cuando el profesional ha terminado una larga y complicada tarea que requiere mucha concentración). «Si quieres hacer algo que requiera fuerza de voluntad —como
salir a correr al llegar de trabajar—, has de conservar tu músculo de la
fuerza de voluntad durante el día —me dijo Muraven—. «Si lo usas demasiado pronto en tareas tediosas como escribir correos electrónicos o
164
EL PODER DE LOS HÁBITOS
rellenar aburridas y complicadas hojas de gastos, habrás perdido toda
la fuerza al llegar a casa.»
Pero, ¿hasta dónde se extiende esta analogía? ¿Si ejercitamos los músculos de la fuerza de voluntad conseguiremos fortalecerlos como fortalecemos los bíceps cuando utilizamos las mancuernas?
En 2006, dos investigadores australianos ——Megan Oaten y Ken
Cheng— intentaron responder a esa pregunta con la creación de un
ejercicio de fuerza de voluntad. Reclutaron dos docenas de personas de
edades comprendidas entre los 18 y.los 50 años para participar en .un
programa de ejercicio físico y, en el transcurso de dos meses, les hicieron realizar un número cada vez mayor de ejercicios de levantamiento
de peso, entrenamiento de resistencia y rutinas aeróbicas. Una-semana
tras otra, los participantes se veían obligados a hacer ejercicio con más
frecuencia, y a utilizar más y más la fuerza de voluntad cada vez que en-
traban en el gimnasio.
Al cabo de dos meses, investigaron los otros aspectos de la vida de
los participantes para ver si trabajar la fuerza-devoluntad en el gimnasio se traducía en una mayor fuerzade voluntad en casa. Antes de que
empezara el experimento, la mayoría de los participantes confesaban
ser-sedentarios. Ahora, por supuesto, estaban en mejor forma fisica.
Pero otros aspectos de su vida también eran más saludables. Cuanto
más tiempo pasaban enel gimnasio,--menos fumaban y menos alcohol, cafeína ycomida basura consumían. Pasaban más horashaciendo sus deberes y menos horas mirando la televisión. No se deprimían
tanto.
Oaten y Cheng se preguntaron si quizás esos resultados no tuvieran
nada que ver con la fuerza de voluntad. ¿Y si hacer ejercicio simplemente hace que las personas sean más felices y tengan menos ganas de comer comida basura?
De modo que diseñaron otro experimento. Esta vez, reclutaron a
29 personas para que siguieran un programa de cuatro meses para ad-
ministrar el dinero. Les pusieron metas de ahorro y pidieron a los par-
Starbucks y el hábito del éxito
165
ticipantes que se abstuvieran de lujos, como ir a comer a restaurantes o
ir al cine. Se pidió a los participantes que anotaran detalladamente todo
lo que compraban, lo que al principio fue un poco molesto, pero a1 final
las personas consiguieron tener la suficiente fuerza de voluntad como
para anotar cada una de sus compras.
Su economía fue mejorando durante el progreso del programa. Lo
más curioso es que fumaban menos, bebían menos alcohol y'tomaban
menos cafeína: como media, dos tazas de café menos, dos cervezas menos, y en el caso de los fumadores, quince cigarrillos menos a1 dia. Co-
mían menos comida basura y eran más productivos en su trabajo y en
sus estudios. Era como el ejercicio del estudio: cuando las personas reforzaban sus músculos de la fuerza de volúntad en un aspecto de su vida
—en el gimnasio, o en un programa para administrarse su dinero——, esa
fuerza se trasladaba a su forma de corner o al esfuerzo que ponían en su
trabajo. Cuando 1a fuerza de voluntad se fortalecía, afectaba a todo.
Oaten y Cheng hicieron un experimento más. Esta vez reclutaron a
45 estudiantes para un programa de mejora académica que se concentraba en crear hábitos de estudios. Tal como se podía prever, mejora-
ron las habilidades de aprendizaje de los participantes. Los estudiantes
fumaron menos, bebieron menos, vieron menos la televisión, hicieron
más ejercicio, comieron más sano, aunque ninguna de esas cosas se men—
cionó durante el programa. Una vez más se demostró que cuando se
fortalecían los músculos de la fuerza de voluntad, los buenos hábitos
parecían extenderse a otros aspectos de su vida.
«Cuando aprendes a esforzarte para ir al gimnasio o empiezas a hacer los deberes o comes una ensalada en lugar de una hamburguesa,
parte de lo que sucede es que estás cambiando tu forma de pensar —dice
Todd Heatherton, un investigador de Darmouth que ha trabajado en
estudios sobre la fuerza de voluntad—. La gente aprende a regular mejor sus impulsos. A distraerse de las tentaciones. Y una vez que entras
en la onda de la fuerza de voluntad, tu cerebro está entrenado para ayudarte a concentrarte en una meta.»
Actualmente, ha)r cientos de investigadores, en casi todas las universidades importantes, que estudian la fuer-za de voluntad. Escuelas pú—
166
EL PODER DE LOS HÁBITOS
blicas y escuelas charter [un tipo de escuela pública de Estados Unidos]
de Filadelfia, Seattle, Nueva York y de otras partes han empezado a in-
corporar en sus programas clases sobre cómo reforzar la fuerza de voluntad. En las KIPP [«El Conocimiento es un Programa de Poder»] —una
serie de escuelas charter a nivel nacional para las personas con pocos
ingresos—, enseñar autocontrol forma parte de su filosofia.- (Una escuela KIPP de Filadelfia dio camisas a sus alumnos que ponían «No te
comas las nubes».) En muchas de estas escuelas los alumnos han mejorado espectacularmente sus notas.
«Ésta es la razónpor la que apuntar a los niños a clases de piano o a
hacer algún deporte es tan importante. Nada tiene que ver conconvertirlos en grandes músicos o en estrellas del fútbol a los cinco años —.dijo
Heatherton—. Cuando aprendes a esforzarte para practicar durante una
hora o corres cinco vueltas, empiezas a construir una fuerza autorregu-
ladora. Un niño de 5 años que puede seguir el balón durante. diez minutos se convierte en un alumno de sexto que puede empezar a- hacer
sus deberes puntualmente.»
Las investigaciones sobre la fuerza de voluntad se han convertido en
un tema candente en las revistas científicas y en los artículos de los pe-.
riódicos,y ha empezado a calar en el ámbito corporativo de Estados Unidos. Empresas como Starbucks -—-y Gap, Wai-Mart, restaurantes o cualquier otro negocio que cuente con trabajadores sin experiencia previa—,
todos se enfrentan a un mismo problema: por mucho que sus empleados
quieran trabajar bien, muchos fracasan porfalta de autodisciplina. Llegan tarde. Reaccionan mal con los clientes groseros. Se distraen cuando
hay dramas laborales o se implican demasiado en ellos. Se marchan sin
dar explicaciones.
«Para muchos empleados, Starbucks es su primera experiencia la-
boral —dice Christine Deputy, que supervisó los programas de formación de la compañía durante más de una década—. Si tus padres o profesores te han estado diciendo toda tu vida lo que tenías que hacer, y de
pronto los clientes te gritan y tu jefe está demasiado ocupado para in-
dicarte cómo has de actuar, puede ser una experiencia abrumadora. Hay
muchas personas que son incapaces de hacer esa transición. Así que lo
Starbucks y el hábito del éxito
167
que pretendemos es averiguar cómo enseñar a nuestros empleados la
autodisciplina que no aprendieron en la escuela.»
Pero cuando compañías como Starbucks intentaron aplicar en el tra-
bajo las lecciones sobre la fuerza de voluntad extraídas de estudios como
el de los rábanos y las galletas y el de hacer ejercicio, tuvieron dificultades. Patrocinaron clases para adelgazar y gimnasios para los empleados, c'on la esperanza de que eso repercutiría en su formade servir el
café. La asistencia era escasa. Los empleados decían que les costaba asis—
tir a clase o ir al gimnasio tras todo un día de trabajo. «Si alguien tiene
problemas con la autodisciplina en el trabajo, probablemente también
los tendrá para asistir a un programa diseñado para reforzar su auto—
disciplina después del trabajo», dijo Muraven.
Pero Starbucks se había propuesto resolver este problema. Hacia
el 2007, en la cumbre de su periodo de expansión, la compañía abría
7 establecimientos nuevos cada día y contrataba hasta 1.500 empleados
a la semana. Era esencial formarlos para destacar en el servicio de aten—
ción al cliente: llegar puntuales, no enfadarse con los clientes y-servirles
a todos con una sonrisa, recordando los pedidos de los clientes y, a ser
posible, hasta sus nombres. Las personas esperan que les sirvan un [atte
caro con un poco de gracia. «No estamos en el negocio del café sirviendo
a las personas -me dijo Howard Behar, ex presidente de Starbucks—.
Estamos en el negocio de las personas sirviéndoles café. Todo nuestro
modelo empresarial se basa en ofrecer un servicio excelente al cliente.
Sin eso, estamos perdidos.»
. Starbucks descubrió que la solución era convertir la autodisciplina
en un hábito organizativo.
En 1992, una psicóloga británica fue a dos de los hospitales de traumatología más concurridos de Escocia y reclutó a 60 pacientes para un ex—
perimento que esPeraba que pudiera explicar-cómo potenciar la fuerza
de voluntad en las personas que se resisten mucho al cambio.
168
EL PODER DE LOS HÁBITOS
La edad media de los pacientes era de 68 años. La mayoría ganaba
menos de 10.000 dólares al año y no tenía más titulación .que la graduación del instituto. Todos ellos habían sido sometidos recientemente a
una operación de prótesis de cadera o de rodilla, pero como eran re-
lativamente pobres y con poco nivel cultural, muchos habían esperado
durante años para ser operados. Eran jubilados, mecánicos mayores y
dependientes. Estaban enla etapa final de su vida, y la mayoría no sen-
tían el menor deseo de ponerse a leer un libro nuevo.
La recuperación de una operación de prótesis de cadera o de rodilla
es muy lenta y dificil. La operación implica cortar articulaciones y serrar
huesos. Durante la recuperación, hasta los más minimos movimientos
“cambiar de posición en la cama o flexionar una articulación— pueden
ser muy dolorosos.- -Sin embargo, es esencial que los pacientes empiecen a
hacer ejercicio casi de inmediato, en cuanto se despiertan de la operación.
Han de empezar a mover las piernas y las caderas antes de que los músculos yla piel se hayan curado, de lo contrario la cicatriz quedará adherida
a la articulación y destruirá su flexibilidad. Además, si los pacientes no
empiezan a hacer ejercicio, corren el riesgo de que se les formen coágulos
de sangre. Pero es tan doloroso que no es extraño que los pacientes se
salten las sesiones de rehabilitación. Los pacientes, esPecialmente los ma—
yores, muchas veces se niegan .a seguir las recomendaciones del médico.
Los participantes del estudio escocés eran del tipo de personas que
más probabilidades tenían de fracasar en la rehabilitación. La psicóloga 'que dirigía el experimento quería ver si podía ayudarles a reforzar su
fuerza de voluntad. DesPués de la operación entregó a cada paciente
un folleto con su programa de rehabilitación detallado; al final había
13 páginas adicionales —una para cada semana— con espacios en blanco e instrucciones: «Mis metas para esta semana son ___.__ . Escribe exactamente lo que vas a hacer. Por ejemplo, si esta semana vas a
pasear, escribe dónde y cuándo vas a hacerlo». Pidió a los pacientes que
rellenaran cada una de las páginas con planes específicos. Luego, comparó las recuperaciones de los que habían escrito sus metas con las de
otro grupo de pacientes que habían recibido los mismos folletos, pero
que no escribieron nada.
Starbucks y el hábito del éxito
169
Parece absurdo pensar que dar a las personas unas cuantas hojas de
papel en blanco pueda influir en la rapidez con la que se recuperan
de una operación. Pero cuando la investigadora visitó a los pacientes
tres mesesdespués, observó que existía una gran diferencia entre los dos
grupos. Los pacientes que habían escrito sus planes en los folletos em-
pezaron a caminar casi el doble de rápido que los que no lo habían he—
cho. Empezaron a sentarse y a levantarse de sus sillas, sin ayuda, casi en
la tercera parte de tiempo que los otros. Se empezaron a poner los zapatos, a hacer la colada y a prepararse ellos mismos la comida antes que
los que no habían escrito sus metas con antelación.
La psicóloga quería comprender por qué. Examinó los folletos y descubrió que la mayoría de las páginas en blanco habían sido rellenadas
con planes detallados y específicos, sobre los aspectos más mundanos
de la recuperación. Un paciente, por ejemplo, había escrito: «Mañana iré a la parada del autobús a buscar a mi esposa cuando regrese del
trabajo», y luego habia anotado la hora en que saldria de casa, la ruta
que iba a hacer, la ropa que iba a llevar, el abrigo que se pondría si llovía
v qué pastillas tomaría si el dolor era demasiado agudo. En un estudio
de características similares, otro paciente escribió una-serie de horarios
mu}r específicos respecto a los ejercicios que haría cada vez que fuera al
baño. Otro escribió un itinerario minuto a minuto para dar un paseo
alrededor dela manzana,
Cuando los psicólogos revisaron los folletos, se dieron cuenta de que
muchos de los planes tenían algo. en común: se centraban en cómo afron—
tarían los pacientes un momento específico de dolor. El hombre que hacía ejercicio mientras iba al cuarto de baño, porejemplo, sabía que cada
vez que se levantaba del sofá, el dolor era muy intenso. Así que escribió
un plan para afrontarlo: dar el .primer paso automáticamente, enseguida, así no sentiría la tentación de volver a sentarse. El paciente que iba
a buscar a su esposa a la parada del autobús temía las tardes porque ese
paseo era el más largo y doloroso. del día. Así que detalló todos los obstáculos con los que podría encontrarse y dio con una solución antes de
que se presentaran.
Dicho de otro modo, los. planes de los pacientes giraban en torno a
EL PODER DE LOS HÁBITOS
170
puntosde inflexión en los que sabían que el dolor -—y por lo tanto, 1a
tentación de abandonar— sería más fuerte. Los pacientes se decían a si
mismos cómo iban a superarlo.
Cada uno empleó intuitivamente las mismas normas que Claude
Hopkins había utilizado para vender Pepsodent. Identificaron señales
sencillas y recompensas evidentes.
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HÁBITOS DE FUERZA" DE VOLUNTAD
DISEÑADOS POR LOS PACIENTES PARA AYUDARSE
A SUPERAR LOS PUNTOS DE INFLEX1ÓN DOLOROSOS
El hombre que iba a buscar a su esposa al autobús, por ejemplo, iden-
tificó una señal sencilla —son las 3:30, ¡ya está de camino a casa!-—- e
identificó claramente su recompensa —¡Cariño, estoy aquí!—-. Cuando
aparecía la tentación de volver atrás a medio camino, el paciente podía
superarla porque había transformado la autodisciplina en un hábito.
No hay razón para que los otros pacientes —los que no escribieron
sus planes de recuperación—— no se comportaran del mismo modo. A to- .
dos los pacientes les habían dado las mismas recomendaciones y adver-
tencias en el hospital. Todos sabían que hacer ejercicio era esencial para
su recuperación. Todos pasaron semanas haciendo recuperación.
Pero los pacientes que no habían escrito nada estaban en clara desventaja, porque nunca pensaron de antemano cómo afrontar los puntos
de inflexión dolorosos. Nunca diseñaron deliberadamente los hábitos de
fuerza de voluntad. Aunque intentaran dar una vuelta a la manzana, su
Starbucks y el hábito del éxito
171
voluntad les abandonaba cuando se enfrentaban a la agonía de dar los
priineros pasos.
Cuando los intentos de Starbucks para fomentar la fuerza de voluntad
de sus. empleados fallaron, sus ejecutivos vieron que tenían que cambiar de enfoque. Empezaron por examinar con detalle lo que realmente estaba pasando en sus establecimientos. Vieron que, al igual que les
sucedía a los pacientes escoceses, sus empleados fracasaban cuando llegaban a un punto de inflexión. Lo que necesitaban eran hábitos institucionales que les ayudaran a ser autodisciplinados.
Los directivos llegaron a la conclusión de que en algunos aspectos
habian interpretado erróneamente cómo utilizar la fuerza de voluntad.
Resultaba que los empleados con falta de fuerza de voluntad, la mayoría de las veces no tenían dificultad alguna en realizar su trabajo. En
un día normal y corriente, un trabajador al que se pusiera a prueba su
fuerza de voluntad no se diferenciaba demasiado del resto. Pero a veces, concretamente al enfrentarse a situaciones de estrés o incertidum-
bres inesperadas, esos empleados respondían mal y su autocontrol se
esfumaba. Por ejemplo, un cliente empezaba a gritarles, y un empleado
normalmente tranquilo, perdía la compostura. Un local lleno de gente impaciente puede abrumar a un “batista”, y de pronto está a punto
de llorar.
Lo que realmente necesitaban los empleados eran instrucciones cla—
ras respecto a cómo manejar los puntos de inflexión; algo similar a los
folletos de los pacientes escoceseszuna rutina para que sigan adelante
cuando sus músculos de fuerza de voluntad empiezan a flojear. Así que
la compañía desarrolló material de formación nuevo con rutinas para
los momentos en que sus empleados tenían que enfrentarse a una situación difícil. Los manuales enseñaban a los trabajadores a responder
a señales específicas, como un cliente que grita o una cola larga en caja.
Los directivos entrenaron a los empleados mediante juegos de rol hasta que sus respuestas se volvieron automáticas. La compañía señaló recompensas específicas —-un.cliente agradecido, un elogio de un jefe—
EL PODER DE LOS HÁBITOS
172
que los empleados pudieran considerar como una prueba de que habían
hecho bien su trabajo.
Starbucks enseñó a sus empleados a afrontar los momentos de adversidad proporcionándoles bucles de hábitos de fuerza de voluntad.
Por ejemplo, cuando Travis empezó en Starbucks, su jefe le introdujo enseguida en los hábitos.
—Uno de los aspectos más difíciles de este trabajo es tratar con un
cliente enfadado ——Ie dijo su jefe—n Cuando aparece alguien que empieza a gritarte porque te has equivocado al servirle la consumición, ¿cuál
es tu primera reacción?
—-No Io sé -—respondió Travis—. Creo que me asustaría un poco.
0 me enfadaria.
--Es normal -—Ie dijo su jefe—-. Pero nuestro trabajo es propOrcionar el mejor servicio al cliente, incluso cuando trabajamos bajo presión.
El jefe abrió un manual-de Starbucks y le mostró una página donde
había muy poco escrito. Al principio de la página ponía: «Cuando un
cliente está descontento, mi plan es...».
-Este libro de trabajo es para que te imagines las situaciones desagradables y escribas un plan para responder —le dijo el jefe—. Uno de
los sistemas que utilizamos es el que hemos bautizado como el método
LATTE (por sus siglas en inglés). Escu'chamos al cliente, Reconocemos
su queja, Actuamos resolviendo el problema, le damos las Gracias y le
Explicamos por qué se ha producido el error.
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EL BUCLE DEL HÁBITO «LATTE»
Starbucks y el hábito del éxito
173
-¿Por qué no dedicas unos minutos a escribir un plan para tratar a
un cliente enfadado? Utiliza el método LATTE. Cuando lo hayas hecho,
practicaremos un poco con un juego de rol.
Starbucks cuenta con docenas de rutinas que aprenden sus emplea-
dos para utilizarlas en esos momentos de inflexión estresantes. Tenemos
el sistema para críticas Qué Qué Por qué y el sistema Conecta, Descubre
y Responde para tomar pedidos cuando empieza el agobio. Hay hábitos
aprendidos para ayudar a los batistas a distinguir a los clientes que sólo
quieren un café («un cliente con prisa que te habla con urgencia y que
puede parecer impaciente o que mira su reloj»), y los que necesitan un
poco más de atención («un cliente habitual que conoce alos baristas por
su nombre y que suele pedir siempre lo mismo»). En los manuales de
formación hay docenas de páginas en blanco donde los empleados pueden escribir planes para remontar los puntos-de inflexión. Luego los
practican, una y otra vez, hasta que se vuelven automáticos.
Asi es como la fuerza de voluntad se convierte en un hábito: eligiendo
un tipo de conducta con antelación, y luego, siguiendo esa rutina cuando llegue el punto de inflexión. Cuando los pacientes escoceses rellenaron sus folletos, o cuando Travis estudió el método LATTE, eligieron
con antelación cómo reaccionar ante una señal —un músculo que duele o un cliente furioso. Cuando llegaba la señal, la rutina proseguía.
Starbucks no es la única compañía que utiliza estos métodos de formación. Por ejemplo, en Deloitte Consulting, la compañía de servicios
financieros e impuestos más grande del mundo, se forma a los empleados en una materia denominada «Momentos que importan», que se centra en afrontar los puntos de inflexión, como uncliente que se queja de
su factura, el despido de un compañero, o cuando un asesor de Deloitte ha cometido un error. Existen rutinas preprogramadas para cada una
de esas situaciones —-Siente curiosidad, Di lo que nadie más diría, Aplica
la regla del 5/5/5— que orientan a los empleados para responder a ellas.
En Container Store, los empleados reciben más de 185 horas de forma—
ción sólo en su primer año. Se les enseña a reconocer puntos de in-
flexión como un compañero enfadado o un cliente abrumado, y hábitos
como rutinas para calmar a los compradores o evitar una confronta-
1-74
EL PODER DE LOS HÁBITOS
ción. Por ejemplo, cuando llega un cliente abrumado, el empleado enseguida le pide que visualice el espacio en su hogar que quiere organi-
zar y que le describa cómo se sentiría cuando todo estuviera ordenado.
«Hemos tenido clientes que han venido y nos han dicho: “Esto es mejor
que ir al psicólogo”», le dijo el gerente dela compañía a un periodista.
IV
Howard Schultz, el hombre que convirtió a Starbucks en un coloso, en _
ciertos aspectos no es tan diferente de Travis. Se crió en una zona de vi-
viendas de protección oficial en Brooklyn, donde vivía con sus padres y
dos hermanos en un piso de dos habitaciones. Tenía 7 años cuando su
padre se rompió el tobillo yperdió su trabajo como chófer de camiones
de basura. Eso bastó para que toda la'familia entrara en crisis. Cuando
se le curó el tobillo, fue de un trabajo mal pagado a otro peor. «Mi padre
no encontró nunca su camino —me dijo Schultz—. Vi cómo se destruía
su autoestima. Yo sentía que podía haber logrado muchas más cosas.»
El colegio a1 que iba 'Schultz era un lugar hacinado y caótico con
patios de recreo de asfalto y niños jugando al fútbol, baloncesto, softball,
punch ball, slap ball, y cualquier otro juego que pudieran inventar. Si
perdía tu equipo, puede que tuvieras que esperar una hora para conseguir otro turno. Así que Schultz se aseguraba de que su equipo-ganara
siempre, a cualquier precio. Llegaba a casa lleno de heridas, con sangre
en los codos y en las rodillas, que su madre limpiaba con cuidado con
una gasa húmeda. «No abandones», le dijo ella.
Gracias a su competitividad consiguió una beca de fútbol en la universidad (se partió una mandíbula y nunca más volvió a jugar), se graduó en comunicaciones, y por último consiguió un trabajo como c0-
mercial de Xerox en Nueva York. Cada mañana se levantaba y se dirigía
a algún bloque nuevo de oficinas de la zona centro, tomaba el ascensor
hasta el último piso y comenzaba a preguntar educadamente puerta por
puerta si alguien necesitaba tóner o fotocopiadoras. Luego bajaba otro
piso en ascensor y volvía a empezar todo el proceso.
Starbucks y el hábito del éxito
175
Hacia principios de la década de 1980,. Schultz trabajaba para unfabricante de plásticos cuando observó que un pequeño empresario poco
conocido de Seattle encargaba un número exorbitado de conos para filtros de café. Schultz tomó un avión y se enamoró de la compañía. Dos
años después, cuando se enteró de que Starbucks, que por aquel enton-
ces contaba sólo con 6 tiendas, estaba en venta, pidió dinero a todos sus
conocidos y la compró.
Eso fue en 1987. En tres años, ya tenía 84 tiendas; seis años desPués,
más de mil. En la actualidad, ha)r 17.000 tiendas en más de 50 países.
¿Por qué resultó ser Schultz tan diferente de los demás niños de su
clase? Algunos de sus compañeros son policías o bomberos en Brooklyn.
Otros están en prisión. Sch‘ultztiene más de mil millones de dólares. Se
le considera uno de los mejores empresarios del siglo xx. ¿Cómo encontró la determinación —la fuerza de voluntad— para ascender desde
un barrio de viviendas protegidas hasta tener. unjet privado?
. «No lo sé —-—me dijo—. Mi madre siempre me decía: “Vas a ser el primero en ir a la universidad, .en ser un profesional, harás que todos nos
sintamos orgullosos”. Me hacía preguntas como: “¿Cómo vas a estudiar
esta noche? ¿Qué vas a hacer mañana? ¿Cómo sabes que estás prepara-
do para el examen?” Me enseñó a ponerme metas.
. »He tenido suerte -me dijo—. Y realmente creo que si les dices a las
personas que tienen todo lo que necesitan para triunfar, te demostrarán que es cierto. »
El enfoque de Schultz en la formación de los empleados y en el servicio al cliente convirtió a Starbucks en una de las compañías más famo-
sas del mundo. Durante años. estuvo personalmente implicado en casi
todos los aspectos de la dirección de la empresa. En el año 2.000 estaba
agotado y delegó en otros ejecutivos los asuntos cotidianos; a partir
de ese momento, Starbucks empezó su declive. Al cabo de unos pocos
años, los clientes empezaron a quejarse de la calidad de las bebidas y del
servicio al cliente. Los ejecutivos, concentrados en la frenética expan-
sión. .de la compañía, muchas veces desoian las quejas. Los empleados
dejaron de estar contentos. Las encuestas indicaban que la gente empe-
zaba a. asociar Starbucks con café tibio y sonrisas vacías.
176
EL PODER DE LOS HÁBI’I’OS
Asi que en 2008 Schultz volvió a asumir la gerencia de la compañía.
Entre sus prioridades estaba reestructurar algunos puntos del progral
ma de formación de la empresa, entre los que se incluían potenciar la
fuerza de voluntad y la autoconfianza de los empleados —o partners
[socios], en el léxico de Starbucks. «Teníamos que empezar a recobrar
la confianza de los clientes y de los partners», me dijo Schultz.
Casi simultáneamente, se empezaron a realizar una nueva serie de
estudios que contemplaban la ciencia de la fuerza de voluntad de un
modo ligeramente distinto. Los investigadores habian observado que
algunas personas, como Travis, podían crear hábitos de fuerza de voluntad con relativa facilidad. Otras, sin embargo, siempre tenían que
esforzarse, por más cursos de formación y apoyo que recibieran. ¿Cuál
era el problema?
Mark Muraven, que por aquel entonces era catedrático de la Universidad de Albany, ideó un nuevo experimento. Colocó a estudiantes
universitarios en una habitación donde habia una bandeja con galletas calientes recién hechas y les pidió que no las tocaran. A la mitad de
los participantes se los trató con delicadeza. «Os agradeceríamos que no
os comierais las galletas. ¿De acuerdo?», les dijo la investigadora. Luego
les explicó que el propósito del experimento era medir su capacidad para
resistir las tentaciones y les dabalas gracias por haberles dedicado su
tiempo. «Si tenéis alguna sugerencia o idea sobre cómo mejorar este ex-
perimento, estamos abiertos a sugerencias. Queremos que nos ayudéis
a hacer que esta experiencia sea lo más agradable posible.»
Al resto del grupo, no se los trató del mismo modo. Simplemente,
recibieron órdenes.
«No podéis comer las galletas», les dijo la investigadora. No les ex—
plicó la finalidad del experimento, ni les dio las gracias, ni mostró interés alguno en sus opiniones. «Empezamos ya», les dijo.
Los estudiantes de ambos grupos tenían que hacer caso omiso de las
galletas durante cinco minutos, una vez que la investigadora había salido de la habitación. Nadie cedió ante la tentación.
Luego regresó la investigadora. Pidió a cada uno de los estudiantes
que mirara la pantalla de un ordenador. Estaba programado para que
Starbucks y el hábito del éxito
177
aparecieran números rápidamente, de uno en uno, durante 500 milisegundos [medio segundo] cada vez. Los participantes tenían que presionar la barra esPaciadora cada vez que veían un «6» seguido de un «4».
Esto se ha convertido en una forma estándar de medir la fuerza de volun-
tad: prestar atención a una secuencia aburrida de números que pasan muy
rápido requiere una concentración parecida a la de intentar resolver un
rompecabezas imposible.
Los estudiantes que fueron bien tratados obtuvieron buenos resultados enla prueba del ordenador. Cada vez que aparecía un «6» seguido
de un «4», le daban a la barra espaciadora. Pudieron'mantener su concentración durante los 12 minutos. A pesar de haber resistido a la ten-
tación de las galletas, todavía tenían fuerza de voluntad.
Los estudiantes que habían sido tratados con mala educación, lo hicieron fatal. Se olvidaban de apretar la barra espaciadora. Dijeron que
estaban cansados y que no podían concentrarse. Según los investigadores, su músculo de la fuerza de voluntad se había fatigado por las órdenes bruscas que habían recibido.
Muraven empezó a investigar la causa por la que los estudiantes que
habían sido tratados con educación tenían más fuerza de voluntad, y des-
_ cubrió que la gran diferencia residía en que sentían que tenían control
sobre la experiencia. «Hemos observado esto en múltiples ocasiones
“me dijo Muraven—. Cuando se les pide a las personas que hagan algo
que requiere autocontrol, si piensan que lo están haciendo por razones personales —si sienten que es como una opción o algo que les gusta
porque ayuda a alguien—, les cuesta mucho menos. Si sienten que no
tienen autonomía, que simplemente están siguiendo órdenes, sus múscu—
los dela fuerza de voluntad se cansan mucho antes. En ambas clases, los
participantes no tocaron las galletas. Pero cuando los alumnos fueron
tratados como objetos, en vez de como personas, necesitaron más fuer-
za de voluntad.»
Para las compañías y organizaciones, esta visión tiene grandes implicaciones. El mero hecho de dar a-los empleados un voto de confianza —el sentimiento de que tienen el control, de que tienen autoridad
para tomar decisiones-— puede aumentar radicalmente la cantidad de
178
EL PODER DE Los HÁBITOS
energía y concentración que aportan a sus trabajos. En un estudio realizado en 2010, en una planta industrial de Ohio, por ejemplo, se observó a los trabajadores de la cadena de montaje a los que se dio potestad
para tomar pequeñas decisiones sobre sus horarios y entorno de traba—
jo. Diseñaron sus propios uniformes y tenían autoridad sobre los turnos. No cambió nada más. Todos los procesos de manufacturación y
escalas salariales eran idénticos. A los dos meses, la productividad de la
planta había aumentado un 20 por ciento. Los trabajadores hacían pausas más cortas. Cometían menos errores. Dar la oportunidad a los empleados para que sintieran que tenían el control hizo que aumentara-notablemente el grado de autodisciplina que utilizaban en su trabajo.
Lo mismo sucedió en Starbucks. Hoy en día, la compañía está cen-
trada en conceder a los empleados una mayor autoridad. Les han pedido que vuelvan a diseñar la disposición de las cafeteras espresso y de las
cajas registradoras, que decidan ellos mismos cómo dar la bienvenida a
los clientes y dónde colocar los productos. No es extraño que un store
manager [el responsable del local] pase horas reunido con sus empleados discutiendo dónde es el mejor lugar para colocar una batidora.
«Hemos empezado a pedir a nuestros partners que utilicen su intelecto y creatividad, en lugar de decirles «saca el café de la caja, pon aquí
la taza, sigue esta regla —dice Kris Engskov, uno de los vicepresiden-
tes de Starbucks—. A la gente le gusta sentir que tiene el control sobre
su Vida.»
Ha descendido el número de empleados que se marchan. Ha aumentado la satisfacción de los clientes. Desde el regreso de Schultz, Star-
bucks ha incrementado sus ingresos en más de 1.200 millones de dólares al año.
V
Cuando Travis tenía 16 años, antes de dejar los estudios y empezar a
trabajar para Starbucks, su madre le contó una historia. Iban juntos en
el coche y Travis le preguntó a su madre por qué no tenía más herma-
Starbucks y el hábito del éxito
179
nos. Su madre siempre había intentado. ser mu}r sincera con sus hijos, y
le explicó que se había quedado embarazada dos años antes de que naciera él, pero que había abortado. En aquel entonces ya tenían dos hijos
y eran drogadictos. No creían que pudieran mantener a otro hijo. Lue-
go, un año después, se quedó embarazada de Travis. Pensó en volver a
abortar, pero eso ya era demasiado para ella. Era más fácil dejar que la
naturaleza siguiera su curso. Y nació Travis.
«Me dijo que había cometido muchos errores,.pero que haberme
tenido era una de las mejores cosas que le habían sucedido -—me dijo
Travis—. Cuando tus padres son adictos, creces sabiendo que no puedes confiar en ellos cuando necesites algo. Pero he tenido la suerte -de
encontrar unos jefes que me han aportado lo que me faltaba. Si mi ma-
dre hubiera tenido mi misma suerte, creo que las cosas habrían sido muy
diferentes para ella.»
A los pocos años de esta conversación, le llamó su padre para decirle que a su madre se le había infectado una de las zonas del brazo don-
de solía pincharse y que la infección había llegado a la sangre. Travis se
dirigió inmediatamente al hospital, pero ella estaba inconsciente cuan-
do él llegó. Murió media hora después, cuando le retiraron el sistema de
soporte vital.
Una semana después, su padre ingresaba en el hospital por una neumonía. Tenía colapso pulmonar. Travis volvió a ir en su coche hasta
Lodi, pero ya eran las 8 de la noche cuando llegó a urgencias. Una enfermera le dijo con malos modos que tenía que regresar al día siguiente
porque la hora de Visita ya había pasado.
Travis ha pensado mucho en ese momento desde aquel día. Todavía
no había empezado a trabajar en Starbucks. No habia aprendido a controlar sus emociones. No tenía los hábitos que, desde entonces, lleva años
practicando. Ahora, cuando reflexiona sobre su vida, sobre lo lejos que
se encuentra del mundo de las sobredosis, del que aparezcan coches
robados en la puerta de casa y del momento en que una enfermera parece un obstáculo insuperable, se maravilla de que se pueda ir tan lejos
en tan poco tiempo.
«Si [mi padre] hubiera muerto un año más tarde, todo habría sido
180
EL PODER DE LOS HÁBITOS
distinto», me dijo Travis. Entonces, ya hubiera sabido cómo tratar pa—
cientemente a la enfermera. Habría sabido reconocer su autoridad y'pe-
dirIe con educación que hiciera una pequeña excepción. Habría podido
entrar. Por el contrario, abandonó y se marchó. «Yo le dije: “Sólo quiero hablar con él por última vez”, y ella me respondió: “Ni siquiera está
despierto, ya no es hora de visita, vuelve mañana”. No sabía qué responder. Me sentí mu)r insignificante.»
El padre de Travis murió'esa noche.
Todos los años, el día de su muerte Travis se levanta muy temprano,
se da una.ducha más larga de lo habitual, se planifica el día cuidadosamente y va en coche a su trabajo. Siempre llega ala hora.
6
El poder de una crisis
Cómo crean hábitos los líderes a través
de los accidentes y el diseño
El paciente ya estaba inconsciente mientras le llevaban a1 quirófano del
H05pital de Rhode Island. Tenía la mandíbula floja, los ojos cerrados, y
por sus labios asomaba el extremo de un tubo de intubación. Cuando
la enfermera le conectó a una máquina de respiración asistida para la
Operación, uno de sus brazos se descolgó de la camilla; tenía la piel mo-
teada con manchas hepáticas.
Era un hombre de 86 años y hacía tres días que se había caído en su
casa. Después de la caída, tenía problemas para permanecer despierto y
responder a preguntas, por lo que al final su esposa llamó a una ambulancia. En urgencias, un médico le preguntó qué le había pasado, pero
el hombre se dormía a mitad de sus frases. Un escáner de la cabeza reveló el motivo: el traumatismo había hecho que su cerebro se golpeara
contra el cráneo, provocando lo que se conoce como hematoma sub-
dural. La sangre se estaba acumulando en la parte izquierda de la cabeza, comprimiendo los delicados pliegues tisulares dentro del cráneo. El
fluido se había ido acumulando durante casi 72 horas, y las zonas del
cerebro que controlan la respiración y el corazón estaban empezando a
fallar. A menos que se drenara esa sangre, el hombre moriría.
En aquellos tiempos, el Hospital de Rhode Island era una de las principales instituciones médicas de la nación, el principal hospital universi-
182
EL PODER DE LOS HÁBITOS
tario dela Universidad Brown, y el único centro de traumatismos de pri—
mer grado en el sudeste de Nueva Inglaterra. En el interior del alto edificio
de ladrillo y cristal, sus médicos eran pioneros en la tecnología médica
más vanguardista, incluido el uso de ultrasonidos para destruir tumores
dentro del cuerpo del paciente. En 2002, la National Coalition on Health
Care [Coalición Nacional de Salud Pública] había catalogado la unidad
de cuidados intensivos del hospitalcomo una de las mejores del país.
Pero cuando fue ingresado ese paciente,el Hospital de Rhode Island
también tenía otra reputación: era un lugar dividido por las tensiones
internas. Había enemistades profundas y arraigadas entre médicos y per- ._
sonal sanitario. En el año 2000, el sindicato de enfermeras y enfermeros
había votado a favor de ir a la huelga para quejarse de que se veían obli-
gadas a afrontar el peligro de trabajar durante largas jornadas laborales.
Más de 300 profesionales se plantaron en la puerta del hosPital con pancartas que decían: «Basta de esclavitud» y «No pueden arrebatarnos nues-
tro orgullo».
«Este sitio puede ser horrible “recordaba haberle dicho una enfer-
mera a un periodista—. Los médicos pueden hacerte sentir que no vales
nada, que eres desechable. Como si tuviéramos que estarles agradecidas por ir detrás de ellos recogiendo lo que van dejando tirado.»
La administración al final accedió a reducir las horas extras obligatorias del personal de enfermería, pero siguió habiendo tensiones. Al
cabo deunos pocos años, un cirujano se disponía a realizar una operación rutinaria de abdomen cuando una enfermera dijo que era el mo-
mento de hacer una pausa quirúrgica. Esas pausas son un procedimiento habitual en la mayoría de los hospitales, una forma que tienen tanto
médicos como enfermeras y enfermeros de evitar errores. La plantilla
de enfermería del Hospital de Rhode Island insistía en hacer esas pausas quirúrgicas, concretamente desde que un cirujano le había extirpa-
do por error las amígdalas a una joven a la que se suponía que debía
haberle hecho una cirugía ocular. Las pausas, eran para evitar los errores antes de que se produjeran.
En 1a cirugía del abdomen, cuando la enfermera-de quirófano pidió
al equipo que se reunieran en torno al paciente para hacer una pausa
El poder de una crisis
183
quirúrgica y hablar sobre el procedimiento a seguir, el médico se marchó del quirófano.
—¿Por qué no lo dirige usted? —le dijo el cirujano a la enfermera—.
Salgo un momento a hacer una llamada. Llámeme cuando haya terminado.
—Se supone que usted ha de estaraquí, doctor -respondió ella.
—Usted puede hacerlo —1e dijo el cirujano, mientras se dirigía hacia la puerta.
——D octor, no me parece apropiado.
BI médico se detuvo y se quedó mirándola.
—Si quisiera su maldita Opinión se la pediría -—1e dijo—. No se le ocurra volver a cuestionar mi autoridad. Si no es capaz de hacer su trabajo,
salga de mi quirófano.
La enfermera dirigió la pausa quirúrgica, el médico volvió a entrar
a los pocos minutos y la operación se llevó a cabo sin complicaciones.
Nunca más volvió a contradecir a un médico, ni jamás dijo nada cuando veían que se saltaban otras normas de seguridad.
«Algunos médicos eranbuenas personas, otros eran auténticos monstruos --me dijo una enfermera que trabajaba en el Hospital de Rhode
Island hacia mediados de la década de 2000—. Lo Hamábamos la fábrica de vidrio porque parecía que todo se fuera a romper de un momento
aoüo»
Para afrontar estas tensiones, el personal había creado unas normas
informales -hábitos exclusivos para la institución— que servían para
evitar los conflictos más obvios. Las enfermeras, por ejemplo, siempre
revisaban dos veces las órdenes de los médicos que solían cometer más
errores y se aseguraban sin decir nada de que se administraban las dosis corréctas; se entretenian en escribir con buena letra en las fichas de
los pacientes, no fuera que algún cirujano con prisas cortara enel lugar
equivocado. Una enfermera me contó que habían ideado un sistema de
códigos de colores para avisarse entre ellas. «Poníamos los nombres
de los médicos en distintos colores en las pizarras blancas —me dijo—.
Azul significaba “agradable”, rojo “gilipollas”, y negro significaba que
«hagas lo que hagas, no le contradigas o te cortará la cabeza.»
184
EL PODER DB LOS HÁBITOS
El Hospital de Rodhe Island era un lugar impregnado de una cul-
tura corrosiva. A diferencia de Alcoa, donde los hábitos básicos cuidadosamente diseñados en torno a la seguridad laboral habían aportado cada vez más éxitos, en ese hospital los hábitos del personal de
enfermería habían surgido de forma espontánea para contrarrestar
la arrogancia de los médicos. Las rutinas del hospital no eran muy
elaboradas. Más bien se habían producido por accidente y difundido
mediante advertencias hechas bajo mano, hasta que aparecieron los
patrones tóxicos. Esto puede suceder dentro de cualquier organización donde los hábitos no han sido deliberadamente planificados. Del
mismo modo que elegir los hábitos básicos correctos puede-conducir
a cambios asombrosos, los hábitos incorrectos pueden provocar de—
sastres.
Y cuando los hábitos en el Hospital de Rhode Island implosionaron,
provocaron errores tremendos.
El personal de urgencias, al ver los escáneres del cerebro del hombre
de 86 años con hematoma subdural, enseguida llamó a1 neurocirujano de guardia. Éste estaba practicando una operación rutinaria de columna, pero en cuanto recibió el aviso, dejó un momento la mesa de
Operaciones y miró las imágenes de la cabeza del anciano en la panta—
lla de un ordenador. E1 cirujano le dijo a su ayudante —un enfermero
especializado— que fuera a urgencias y que hiciera que la esposa del
anciano firmara una hoja de consentimiento informada para operar.
Terminó su operación de columna. A la media hora, el anciano era con—
ducido al mismo quirófano.
El personal de enfermería iba como loco. Colocaron al anciano in—
consciente sobre la mesa de operaciones. Un enfermero cogió la hoja
de consentimiento informada y la historia clínica.
wDoctor ——dijo el enfermero mirando la historia del paciente—. La
hoja de consentimiento informada no indica dónde está el hematoma.
El enfermero revisó los papeles. Ninguno indicaba claramente en qué
lado de la cabeza había que operar.
El poder de una crisis
185
Todos los hospitales confían en los informes para dirigir las Operaciones. Antes de abrir a un paciente, el propio paciente, o en su defecto
un familiar, ha de firmar una hoja de consentimiento informada paraaprobar todos los procedimientos y comprobar los detalles. En un entorno caótico, donde casi una docena de médicos y enfermeras pueden
atender aun-paciente desde la sala de urgencias hasta la sala de recuperación, las hojas de consentimiento informadas son las instrucciones que
sirven para saber lo que se supone que ha de ocurrir. Salvo en urgencias,
se supone que nadie puede entrar en quirófano si no es con una hoja de
consentimiento informada.)r firmada.
—Antes he visto los escáneres —dijo el cirujano—. Era en el lado derecho. Si no intervenimos pronto, morirá.
-—-Quizá deberíamos volver a ver las imágenes —dijo el enfermero
dirigiéndose al ordenador. Por razones de seguridad, los ordenadores del
hospital se bloqueaban a los quince minutos de estar parados. El enfer-
mero tardaría al menos un minuto en volver a conectarlo y cargar los
escáneres del cerebro del paciente en la pantalla.
——No ha}r tiempo —dijo el cirujano—. Me han dicho que le está comprimiendo. Hemos de aliviar la presión cuanto antes.
-—¿Y si vamos a buscar ala familia? —preguntó el enfermero.
—¡Si es eso lo que quiere, llame a las jodidas urgencias y busque a la
familia! Mientras tanto, yo voy a salvarle 1a vida.
El cirujano agarró los formularios, garabateó «correcto» en la hoja
de consentimiento informada y empezó.
—Aquí —dijo él—. Hemos de operar de inmediato.
El enfermero llevaba un año trabajando en el hospital. Conocía el
sistema de trabajo del hospital. Sabía que el nombre de ese médico normalmente estaba escrito en negro en la gran pizarra blanca del pasillo,
para indicar al resto del personal de enfermería que fuera con cuidado.
Las reglas no escritas en esta situación eran evidentes: el cirujano siem-
l
pre lleva las de ganar.
El enfermero dejó el historial y se quedó de pie a un lado mientras
el médico colocaba la cabeza del anciano en un soporte que le permitía
acceder al lado derecho de su cráneo, le afeitó y le puso antiséptico en
186
BL PODER DE LOS HÁBITOS
la cabeza. El plan era abrir el cráneo y extraer la sangre que se estaba
acumulando en la parte superior de su cerebro. El cirujano rebanó una
capa de cuero cabelludo, dejó el cráneo al descubierto y trepanó'el hue—
so blanco con un taladro. Siguió trepanando hasta que 1a broca se detu—
vo con un suave «p10p». Hizo dos agujeros más y utilizó una sierra para
seccionar un trozo triangular del cráneo. Debajo se encontraba la dura-
madre, la capa traslúcida que envuelve el cerebro.
—¡Oh, Dios mío! -dijo alguien.
No había hematoma. El hematoma estaba en el otro lado de la cabeza.
—¡Hemos de darle la vuelta! “gritó ’el cirujano.
Le soldaron el triángulo de hueso con unas plaquitas de metal y unos
tornillos, y le cosieron el cuero cabelludo. Le cambiaron la cabeza de
posición y entonces, Otra vez afeitaron, desinfectaron, seccionaron y
taladraron hasta que el cirujano le sacó otro triángulo de cráneo. Esta
vez, el hematoma era claramente visible, un bulto oscuro que cuando
perforó la duramadre, exudó una especie de sirope denso. El cirujano
aspiró la sangre y la presión en el cráneo del anciano cedió inmediatamente. La operación que debía haber durado una hora, había durado
casi el doble.
DesPués, el paciente fue trasladado a la unidad de cuidados intensivos, pero jamás recobraría totalmente la consciencia. Dos semanas más
tarde, murió.
La investigación que se llevó a cabo posteriormente concluyó que
no se podía precisar la causa de la muerte,“ pero la familia del paciente arguyó que el traumatismo provocado por el error médico había
sido excesivo para su frágil cuerpo, que el estrés de arrancar dos trozos de cráneo, el tiempo extra de cirugía y el retraso en extraer el he—
matoma habían sido demasiado. La familia alegaba que de no haber
sido por el error todavía estaria vivo. El hospital pagó una indemnización, y al cirujano le prohibieron volver a trabajar en el Hospital de
Rhode Island.
Posteriormente, algunas enfermeras dirían que ese accidentefue
inevitable. Los hábitos institucionales del hospital eran tan disfunciona—
les que el hecho de que se produjese algún'error grave era sólo cuestión
El poder de una crisis
187
de tiempo? No son sólo los hospitales los que alimentan patrones peligrosos. Los hábitos de organización destructivos se pueden encontrar
en cientos de industrias y miles de empresas. Y, casi siempre, son fruto
de la inconsciencia de directivos que no tienen en cuenta la cultura de
empresa y que permiten que ésta se desarrolle sin orden ni concier-
to. No existe organización sin hábitos institucionales. Sólo ha)r lugares
donde éstos se crean deliberadamente y lugares donde se crean sin previa reflexión, por lo que suelen generarse a raiz de rivalidades o miedos.
Pero, a veces, incluso los hábitos destructivos se pueden transformar
gracias a algún líder que sepa aprovechar las oportunidades correctas.
A veces en el peor momento de una crisis es cuando surgen los hábitos
correctos.
Cuando se publicó An Evolutionazy Theory ofEconomic Change en 1982,
muy pocas personas se enteraron fuera del ámbito académico. La in—
sulsa tapa del libro y la desalentadora primera frase: «En este libro de—
sarrollamos una teoría evolutiva sobre las capacidades y conducta de las
empresas comerciales que operan en el ámbito del mercado, y construimos y analizamos una serie de modelos que se corresponden con esa
teoría», casi parecían diseñadas para disuadir a los posibles lectores. Sus
autores, los catedráticos de Yale, Richard Nelson y Sidney Winter, eran
más conocidos por una serie de articulos muy analíticos sobre la teoría
de Schumpeter que ni siquiera la mayoría de los candidatos a obtener
un doctorado pretenden entender.
No obstante, en el mundo dela estrategia comercial y de la teoría de
la organización, el libro fue un bombazo. Pronto se consideró como uno
’* El relato de este capitulo se basa en entrevistas realizadas a bastantes personas que
trabajan en el Hospital de Rhode Island y que estuvieron implicadas en este incidente, algunas delas cuales dieron versiones diferentes de los acontecimientos. Para más detalles sobre
las respuestas por parte de los representantes del hospital y del cirujano, véanse las Notas.
188
EL PODER DE LOS HÁBITOS
de los textos más importantes del siglo. Los catedráticos de economía
empezaron a hablar del libro a sus colegas de las escuelas de ciencias empresariales, que a su vez empezaron a hablar sobre él a los directores
ejecutivos en sus conferencias, y muy pronto los ejecutivos citaban a
Nelson y a Winter en compañías tan dispares como General Electric,
Pfizer y Starwood Hotels. .
Nelson y Winter habían pasado más de una década examinando
cómo trabajan las empresas, abriéndose paso a través de mares de 'datos antes 'de llegar a su conclusión principal: «La mayor parte de la con-
ducta de las empresas —e'scribieron- se entiende mejor cuando la
contemplamos más como un reflejo de los hábitos generales y orientaciones estratégicas procedentes de empresas del pasado, que como
el resultado de un cuidadoso estudio de las ramitas lejanas del árbol
dela decisión».
O, dicho en el lenguaje que utilizan las personas que no pertenecen
al ámbito de la economía teórica, puede parecer que la mayoría de las
organizaciones hacen sus'elecciones de forma racional basándose en la
toma de decisiones deliberada, pero no es así como funcionan realmentelas compañías. Por el contrario, las empresas se guían por hábitos or—
ganizativos antiguos, patrones que muchas veces se forman a raíz de las
decisiones individuales de miles de empleados. Y estos hábitos tienen un
impacto más profundo de lo que nadie había llegado a entender hasta
entonces.
Por ejemplo, puede parecer que el gerente .de una empresa de ropa
tomó la decisión, el año pasado, de poner una rebeca roja en la portada
de su catálogo tras haber revisado detenidamente las ventas y los da-
tos de marketing. Pero, de hecho, lo que ha sucedido realmente es que
su vicepresidente siempre está rastreando las web que se dedican a las
tendencias de moda japonesa (donde el rojo fue el color de moda la úl—
Ma primavera), y los expertos en marketing de las empresas preguntan rutinariamente a sus amistades qué colores están de «moda», y los
ejecutivos de la compañia, que acaban de regresar de su viaje anual a
París para ver las pasarelas de moda, dicen que han oído que los diseñadores dela competencia estaban usando nuevos pigmentos magenta.
El poder de una crisis
189
Todas estas pequeñas informaciones, resultado de patrones descoordinados entre los cotilleos de los ejecutivos sobre la competencia y conversaciones con sus amistades, se mezclan con las rutinas más formales
de investigación y desarrollo hasta que al final se crea un consenso: el
rojo será el color de este año. Nadie ha tomado una decisión deliberada
en solitario. Más bien ha sido la convergencia de docenas de hábitos,
procesos y conductas lo que les ha hecho llegara la conclusión de que
el rojo era la opción ineludible.
Estos hábitos respecto a la organización —o «rutinas», como los llamaron Nelson y Winter— tienen una importancia enorme, porque sin
ellos, la mayoría de las compañías jamás llegaría a realizar ningún trabajo. Las rutinas proporcionan cientos de normas no escritas necesarias
para el funcionamiento de las empresas. Permiten que los trabajadores
puedan experirnentar con ideas nuevas sin tener que pedir permiso para
cada cosa que hacen. Aportan una especie de «memoria organizativa»,
para que los directivos no tengan que reinventar los procesos de ventas
cada seis meses o les entre el pánico cada vez que se marcha un vicepre—
sidente. Las rutinas reducen la incertidumbre: un estudio sobre las la—
bores de reconstrucción después de los terremotos de México y de Los
Ángeles, por ejemplo, reveló que los hábitos de los trabajadores de
los equipos de rescate (que repetían de un desastre a otro, y que incluían
cosas como establecer redes de comunicación contratando a niños que
hicieran de mensajeros entre los barrios) fueron cruciales, «porque sin
ellos, la tarea de crear los sistemas y ponerlos en práctica se perdería en
una jungla de detalles».
Pero entre los beneficios más importantes de las rutinas se encuen—
tra el de que crean treguas entre grupos potencialmente rivales o entre
individuos dentro de una organización.
La mayoría de los economistas están acostumbrados a tratar a las
compañías como si fueran lugares idílicos donde todos se entregan a
una meta común: ganar tanto dinero como sea posible. Nelson y Winter señalaron que, en el mundo real, no es así como funcionan las cosas.
Las compañias no son grandes familias donde todos trabajan juntos sin
problemas. Por el contrario, la mayoría de los lugares de trabajo están
190
EL PODER DE LOS HÁBITOS
constituidos por feudos donde los ejecutivos compiten por el poder y
los méritos, normalmente en escaramuzas ocultas que hacen que sus propias actuaciones parezcan superiores y reduzcan las de sus rivales. Las
divisiones compiten por los recursos y se sabotean entre ellas para ro-
barse la gloria. Los jefes crean divisiones entre sus subordinados para
que no puedan rebelarse contra ellos.
Las compañías no son familias. Son campos de batalla en una gue-
rra civil. Sin embargo, a pesar de esta capacidad para la guerra intestina, la mayoria de las compañías funcionan con una paz relativa, año tras
año, porque tienen rutinas "hábitos— que crean treguas que permiten
que todo el mundo deje a un lado sus rivalidades durante el tiempo su-
ficiente para completar el trabajo del día.
Los hábitos organizativos ofrecen una promesa básica: si sigues los
patrones establecidos y acatas las treguas, las rivalidades no destruirán a
la compañía, aumentarán las ganancias y, al final, todos seremos ricos.
Una vendedora, por ejemplo, sabe que puede incrementar sus comisio—
nes si a los buenos clientes les ofrece descuentos interesantes a cambio
de que éstos le hagan pedidos más grandes. Pero también sabe que si
todos los vendedores ofrecen grandes descuentos, la empresa irá ala
quiebra y no podrá pagarle sus comisiones. Así que surge una rutina:
todos los vendedores se reúnen cada mes de enero y acuerdan limitar
la cantidad de descuentos que van a ofrecer para salvaguardar los in-
gresos de la compañía; de este modo a final de año todos recibirán un
aumento.
Veamos el ejemplo de un joven ejecutivo que aspira a ser vicepresidente, que con una llamada secreta a uno de los clientes principales
po dría acabar con una venta y sabotear la-división de un compañero, lo
cual le eliminaría de la competición porel puesto. El problema del sabotaje es que, aunque sea bueno para ti, suele ser malo para la empresa. De
modo que enla mayor parte de las compañías se crea un pacto tácito:
está bien ser ambicioso, pero si juegas demasiado fuerte, tus compañe—
ros se unirán contra ti. Por otra parte, si te concentras en potenciar tu
propio departamento en lugar de acabar con tu rival, probablemente,
con el tiempo te tendrán en cuenta.
El poder de una crisis
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V
RUTINAS QUE CREAN TREGUAS
Las rutinas y las treguas preporcionan una especie de justicia en la
organización, y debido a ello, Nelson y Winter escribieron que el conflicto dentro de las empresas «sigue caminos bastante predecibles y permanece dentro de unos límites también predecibles que se correspon-
den con la rutina en curso... Se realiza la cantidad de trabajo habitual,
broncas y halagos se distribuyen con la frecuencia habitual... Nadie
intenta virar bruscamente el barco dela organización con la esperanza
de lanzar a un rival por 1a borda».
La mayoría de las veces, las rutinas y las treguas funcionan perfectamente. Las rivalidades seguirán existiendo, por supuesto, pero debido a los hábitos institucionales, se mantienen bajo control y el negocio
prospera.
No obstante, a veces una tregua resulta ser insuficiente. A veces, tal
como descubrió el Hospital de Rhode Island, una paz inestable puede
ser tan destructiva como una guerra civil.
En alguna parte de tu despacho, enterrado en un cajón de tu mesa de
despacho, probablemente tengas el manual que te dieron el primer
día de trabajo. Contiene hojas de gastos y normas sobre las vacaciones, tipos de seguros y el organigrama de la empresa. Tiene gráficos en
distintos colores que describen diferentes planes de asistencia médica, '
192
EL PODER DE LOS HÁBITOS
una lista de los números de teléfono importantes, e instrucciones sobre
cómo acceder a tu correo electrónico o suscribirte al plan de jubilación .401(k).
Ahora imagina qué le dirias a un nuevo compañero que te ha pedido consejo sobre como medrar en la empresa. Tus recomendaciones
probablemente no contendrán nada de lo que se pueda encontrar en el
manual de la compañía, Por el contrario,'los consejos que le transmitirás -'-_en q‘uién puede confiar; qué secretarias tienen más poder "que sus
jefes; cómo manejar la burocracia para conseguir algo— son hábitos en
los que confías todos los días para sobrevivir. Si pudieras de algún modo
hacer un diagrama de tus hábitos de trabajo —y de las estructuras de
poder informales, de las relaciones, las alianzas y los conflictos que re-
presentan— y luego sup erp oner tus diagramas con los que han preparado tus compañeros, se crearía un mapa de la jerarquía secreta dela
empresa,'.una guía sobre quién sabe cómo hacer que sucedan las cosas
y quién parece que nunca consigue nada.
Las rutinas de Nelson y Winter —y las treguas que las hacen posi—
bles—, son esenciales en todos los negocios; En un estudio de la Uni—
versidad de Utrecht en Holanda, por ejemplo, investigaron las rutinas
dentro del mundo de la alta costura. Para sobrevivir, cada diseñador de
moda debe poseer algunas cualidades básicas: creatividad y un don para
'la‘alta costura, para empezar. Pero eso no basta para tener éxito. Lo que
marca la diferencia entre el éxito y el fracaso son las rutinas del diseña-‘
dor: si tiene un sistema para conseguir velarte italiano antes de que al
mayorista se le acaben las existencias, un proceso para encontrar las mejores costureras para coser botones y cremalleras, una rutina para enviar
un vestido a una tienda en diez días en lugar de hacerlo en tres semanas. La moda es un negocio tan complicado que, sin los procesos correctos, una empresa nueva puede quedarse colapsada por la logística,
y cuando eso sucede, la creatividad 7a no importa.
¿Y qué nuevos diseñadores es más probable que posean los hábitos correctos? Los que se han formado con las treguas correctas y han
encontrado las alianzas correctas. Las treguas son tan importantes que
las nuevas marcas de moda normalmente sólo triunfan si están respal-
El poder de una crisis
193
dadas por personas que se han marchado de otras firmas de moda y han
conservado sus buenas relaciones.
Se podría pensar que Nelson y Winter escribieron un libro sobre una
teoría económica áridat Pero lo que realmente hicieron fue una guía de
supervivencia para el mundo empresarial en Estados Unidos.
Es más, las teorías de Nelson y Winter también explican por qué las
cosas fueron tan mal en el Hospital de Rhode Island. El hosPital tenía
rutinas que crearon una paz incómoda entre el personal de enfermería y los médicos; las pizarras blancas, por ejemplo, y las advertencias
que se cuchicheaban las enfermeras entre ellas eran hábitos que esta—
blecieron una precaria tregua. Estos delicados pactos permitían el funcionamiento de la organización la mayoría de las veces. Pero las treguas
sólo son duraderas cuando pueden crear una justicia real. Si una tregua
no está compensada —-—si la paz no es real—7, las rutinas fracasan cuando más se necesitan.
El punto crítico del Hospital de Rhode Island era que el personal de
enfermería era el único que cedía su poder para que hubiera una tre-
gua. Era- el personal de enfermería el«que revisaba dos veces la medicación y hacía un esfuerzo extra para escribir claramentelas instrucciones
en las fichas; eI queaguantaba los malos tratos de los médicos estresa-
dos; el que diferenciaba los médicos amables de los déspotas, para que
el resto del personalsupiera quién toleraba las sugerencias en el quirófano y quién explotada-si abrías la boca. Los médicos normalmente no
se molestaban en aprenderse los nombres de los enfermeros y enfermeras. «Los médicos eran los jefes y nosotras las subordinadas "me dijo
una enfermera—. Escondimos la-cabeza bajo el ala y sobrevivimos.»
Las treguas del Hospital de Rhode Island eran unilaterales. Así que
en esos momentos-cruciales —cuando, por ejemplo, un cirujano estaba
a punto de hacer una incisión equivocada y un enfermero intentó intervenir—, las rutinas que podían haber evitado el accidente se desmo-
ronaron, y se-perforó innecesariamente unaparte del cráneo de un paciente de 86 años.
Se podría sugerir que la solución sería tener treguas más equitativas.
Que si la dirección del hospital hubiera sido más eficaz en la distribu-
194
EL ponen DE Los HÁBITOS
ción dela autoridad, se hubiera producido un equilibrio más saludable
de poder, y médicos y personal de enfermería se habrían visto obliga-
dos a mantener un respeto mutuo.
Eso es un buen comienzo. Pero por desgracia, no basta. Crear organizaciones con éxito no es sólo una cuestión de equilibrar la autoridad.
Para que una organización funcione, sus dirigentes han de cultivar hábitos que creen una paz real y equilibrada y, paradójicamente, dejar bien
claro quién manda.
Philip Brickell, un empleado de 43 años del Metro de Londres, estaba
en el interior de uno de los cavernosos pasillos principales de la estación
de King’s Cross una tarde del mes de noviembre de 1987, recogiendo
billetes, cuando un pasajero le avisó de que había un pañuelo de papel
ardiendo al pie de una de las escaleras mecánicas cercanas.
King’s Cross era una de las estaciones más grandes y con más tráfico
de pasajeros del Metro londinense, un laberinto de largas escaleras, pasadizos y túneles, algunos de los cuales tenían casi un siglo. Las escaleras
mecánicas, concretamente, erani famosas por su tamaño y antigüedad.
Algunas tenían una altura de casi cinco pisos desde el suelo y estaban
hechas de escalones de madera y pasamanos de caucho, los materiales
que se utilizaban para construirlas hacía décadas. Mas de un cuarto de
millón de pasajeros pasaba cada día por King’s Cross procedente de seis
líneas de tren distintas. En la hora punta de la tarde, el vestíbulo donde
estaban las taquillas de boleteria era un hervidero de gente corriendo
bajo un techo que se había repintado tantas veces que nadie podía recordar su tono original.
El pañuelo de papel que le había dicho el pasajero estaba al principio
de una de las escaleras más largas de la estación, la que correspondía
a la línea de Piccadilly. Brickell abandonó inmediatamente su puesto,
bajó por la escalera hasta el andén, encontró la bola de papel en brasas
y con una revista enrollada apagó el fuego. Luego regresó a su puesto.
El poder de una crisis
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195
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VESTÍBULO - VENTA DE BILLETES
SALIDA
ESCALERA MECÁNICA
DE LA LÍNEA VICTORIA
ESCALERA MECÁNICA
DE LA LÍNEA PICCADILLY
Brickell no se preocupó más. No intentó investigar por qué estaba
ardiendo el papel o si procedía de algún incendio más grande en otra
parte de la'estación. No mencionó'el incidente a ningún otro empleado
ni llamó al departamento de incendios. Había otro departamento que
se-encargaba de la seguridad respecto al tema de incendios, y Brickell,
resPetando las estrictas divisiones que regían el Metro, sabía bien que
196
EL PODER DE LOS HÁBITOS
no podía meterse en territorio ajeno. Además, aunque hubiera indagado por su cuenta para descubrir si había un incendio, no habría sabido
qué hacer con la información. La estricta cadena de mando del Metro
le prohibía ponerse en contacto con otro departamento sin la autorización previa de un superior. Y las rutinas del Metro —transmitidas de
empleado a empleado-— le indicaban que bajo ninguna circunstancia
debía decir en voz alta dentro de la estación nada que se pareciera a la
palabra «fuego», para evitar quecundiera el pánico entre los pasajeros.
Así no era como se hacían las cosas.
El Metro se regia por una especie de manual teórico de normas que
nadie había visto ni leído jamás, y que, de hecho, no existía salvo por las
normas tácitas que regían la vida de cada uno de sus empleados. Durante décadas, el Metro había estado bajo la dirección de los «Cuatro Ba-
rones» —ingeniero jefe civil, ingeniero jefe de señalización, ingeniero
jefe eléctrico'e ingeniero jefe mecánico—, y dentro de cada uno de los
departamentos había jefes y subjefes que guardaban celosamente su autoridad. Los trenes eran puntuales-porque los 19.000 empleados del Metro cooperaban en un delicado sistema que hacía que pasajeros y trenes
pasaran por docenas -—a veces cientos— de manos al día. Pero esa cooperación dependía de un equilibrio de poder entre los cuatro departamentos y todos sus responsables y, en sí misma, dependía de los miles
de hábitos de sus empleados. Estos hábitos crearon una-tregua entre
los Cuatro Barones y sus subdirectores. Y de esa tregua surgieron nor-
mas como la que le decía a Brickell: indagar sobre temas de incendios
no es tu trabajo. No cruces las fronteras.
«Ni siquiera al más alto nivel, un director se atrevía a traspasar el territorio de otro “escribió más tarde un investigador—. Por lo tanto, el
director de ingeniería no se ocupaba de que el personal estuviera debidamente entrenado en seguridad contra incendios y procedimientos de
evacuación porque consideraba que esos asuntos dependían de la Dirección de Operaciones.»
Por lo tanto, Brickell no dijo nada del papel quemado. Bajo otras circunstancias, habría sido un detalle sin importancia. En este caso, el papel
fue una vaga advertencia—un poco de combustible que se había esca-
El poder de una crisis
197
pado de un incendio oculto y más grande— que demostraría lo peligrosas, aunque estén perfectamente equilibradas, que pueden llegar a ser las
treguas sino están bien diseñadas.
A los quince minutos de que Brickell regresara a su taquilla, otro pasajero observó un hilo de humo al subir por'la escalera de la línea de
Piccadilly, y se lo mencionó a un empleado del Metro. Por fin avisaron
al inspector de seguridad de King’s Cross, Christopher Hayes, para que
investigara. Un tercer pasajero, al ver el humo y el resplandor por de-
bajo de la escalera mecánica, presionó el botón de emergencia y empezó a gritar a los pasajeros que abandonaran la escalera. Un policía VÍO
un poco de humo dentro del largo túnel donde estaba situada la escalera, y a mitad de camino, las llamas empezaron a aparecer por encima .de
los escalones.
Sin embargo, el inspector Hayes no llamó a los bomberos. No había
visto el humo con sus pr0pios ojos, y otra de las normas tácitas del Metro era que jamás se debía llamar a los bomberos salvo que fuera abso—
lutamente necesario. No obstante, el policía que había visto la nube de
humo creyó que tenía que-llamar a comisaría. Pero su radio no funcionaba en el subterráneo, así que subió hasta la calle por una de las largas
escaleras y llamó a sus superiores, que al final dieron el aviso a los bom—
beros. A las 19:36 —veintidós minutos después de que alguien avisara
a Brickell del papel ardiendo— el departamento de bomberos recibió
un aviso: «Pequeño incendio en King’s Cross». Los pasajeros entraban
a empujones pasando-por el lado del policía que estaba fuera hablando
por su radio. Se apresuraban a entrar en la estación, a adentrarse en los
túneles, para llegar cuanto antes a sus casas para cenar.
En cuestión de minutos, muchos de ellos estarían muertos.
A las 19:36, un trabajador del Metro cerró la entrada de la escalera de
Piccadilly y otro empezó a dirigir a la gente hacia otra escalera. Llegaban trenes cada pocos minutos. Los andenes donde llegaban los pasa-
jeros estaban abarrotados. Se empezó a formar un embotellamíento al
principio de una de las escaleras abiertas.
198
EL ponen DE Los HÁBITOS
Hayes, el inspector de seguridad, se metió en un pasadizo que con-
ducía a la sala de máquinas de-la escalera mecánica de Piccadilly. Su.mido enla oscuridad, había un control de mandos para activar un sis—
tema de aspersores especialmente diseñado para los incendios en las
escaleras. Se había instalado hacía unos años, después de que un incen-
dio en otra estación hubiera conducido a una serie de informes sobre
los riesgos de que se produjera un incendio espontáneo. Más de una
docena de estudios y amonestaciones indicaban que el Metro no estaba
preparado para los incendios, y que el personal tenía que ser entrenado
para usar los aspersores y los extintores que había en cada andén. Hacía
dos años el ayudante del jefe de bomberos de Londres había escrito al
director de operaciones de los trenes, denunciando los hábitos de seguridad delos trabajadores del metro.
«Estoy muy preocupado —-decía la carta—. Quiero recalcar que... se
han de dar instrucciones claras para que, en cualquier sospecha de incendio, se deberá llamar a los bomberos de inmediato. Esto podría salvar vidas.»
Sin embargo, el inspector de seguridad nunca vio esa carta porque
fue enviada a una división que no era para la que él trabajaba, y nunca
se volvieron a redactar unas normas del Metro que incluyera ese aviso.
Nadie en King’s Cross sabía utilizar el sistema contra incendios ni‘estaba autorizado a usar los extintores, porque era otro departamento el
que lo controlaba. Hayes se olvidó por completo de que existía el sistema contra incendios por aspersión. Las treguas que regían el Metro
garantizaban que todo el mundo estuviera en su lugar, pero no dejaban
espacio para aprender nada que no fuera Io que cada uno tenía asigna-
do. Hayes pasó a1 lado de los mandos del sistema contra incendios sin
tan siquiera echarles un vistazo.
Llegó a la sala de máquinas medio desmayado por el calor. El incendio era demasiado grande para combatirlo. Volvió corriendo alvestíbulo
principal. Habia una cola de personas de pie en las máquinas expende-
doras y cientos de personas arremolinándose por la sala, que se dirigían
hacia los andenes o salían de la estación. Hayes encontró a un policía.
«Hemos de detener los trenes y sacar a todo el mundo de aquí —le
El poder de una crisis
199
dijo—. El-fuego se ha descontrolado. Se está extendiendo por todas
partes.»
A las 19:42 —casi media hora después del pañuelo de papel ardien-
do— llegó el primer bombero a King’s Cross. Cuando entró en el vestíbulo de venta de billetes, vio un humo oscuro y denso que empezaba
a serpentear'por el techo. La goma de los pasamanos dela escalera había empezado a arder. Cuando el olor agrio dela goma empezó a extenderse, los pasajeros que se hallaban en el vestíbulo empezaron a darse
cuenta de que pasaba algo. Se dirigieron hacia las salidas, mientras los
bomberos intentaban abrirse paso entre la muchedumbre, nadando contra corriente,
Más abajo, el fuego se estaba extendiendo. Ahora ya estaba ardiendo
toda la escalera y emanaba un gas sobrecalentado que salia dela boca
del foso, donde se quedaba atrapado contra el techo, que estaba cubierto por unas veinte capas de pintura. Unos pocos años antes, el director
de operaciones del-Metro había sugerido que toda esa pintura podía
suponer un riesgo'de incendio. «¿No se po drían eliminar las capas vie-
jas antes de dar una nueva mano?»
No obstante, los protocolos de pintura no eran de su incumbencia.
La responsabilidad de pintar era del departamento de mantenimiento, cuyo jefe agradeció educadamente la recomendación de su colega,- y
luego agregó que si quería interferir en otros departamentos, el favor le
sería devuelto rápidamente.
El director de operaciones retiró su recomendación.
Cuando el gas sobrecalentado se acumuló en el techo del túnel de la
escalera, todas esas viejas capas de pintura empezaron a absorber el calor. Cada tren nuevo que llegaba empujaba una nueva ola de oxígeno
fresco ala estación, alimentando el fuego como si fuera un fuelle.Alas 19:43 llegó un tren y bajó en la estación'un vendedor llamado
Mark Silver. Enseguida se dio cuenta de que pasaba algo. El aire era den-
so y el andén estaba lleno de gente. El humo flotaba por el aire alrededor de donde él se encontraba, envolviendo los vagones asentados en
las vías. Intentó volver a entrar en el tren, pero se cerraron las puertas.
Golpeó las ventanas, pero había una normativa no oficial para evitar re-
200
EL PODER DB Los HÁBITOS
trasos: una vez que se cerraban las puertas no se volvían a abrir. Por todo
el andén, Silver y otros pasajeros le gritaron al conductor para que abrie—
ra las puertas. El semáforo se puso verde y el tren arrancó. Una mujer
saltó a las vías y se puso a correr detrás del tren a medida que éste se
adentraba en el túnel. «¡Déjeme subiri», gritaba.
Silver caminó por el andén hacia donde estaba el policía dirigiendo
a las personas a otra de las escaleras. Había grupos de personas aterrori-
zadas esperando subir. Todas podían oler el humo, y estaban apíñadas.
Hacía'mucho calor, ya fuera por el fuego o por el abarrotamiento, Silver
no estaba seguro. Al final llegó a una escalera que había sido desconectada. Mientras subía hacia el vestíbulo, notaba que le ardían las piernas
por el calor procedente de una pared de cuatro metros que le separaba
del foso de la escalera de Picadilly. «Miré hacia arriba y vi que las paredes y el techo empezaban a arder», diría más tarde.
A las 19:45, la llegada de otro tren originó otra gran ráfaga de aire en
la estación. Cuando el oxígeno alimentó el fuego, se produjo la Hamarada de la escalera de Piccadilly. Los gases sobrecalentados que había
en el techo alcanzaron la temperatura de combustión, conocida como
«punto de inflamación». En ese momento, todo dentro del foso —la pin-
tura, la escalera de madera y cualquier otro material combustible— prendió en llamas violentamente. La fuerza de la incineración súbita actuó
del mismo modo que la explosión de la pólvora en la base del cañón de
un rifle. Empezó a empujar el fuego hacia arriba por el largo foso, ab-
sorbiendo más calor yvelocidad a medida que la llama se expandía hasta salir disparada del túnel y estallar en el vestíbulo en una bola de llamas que prendió fuego al metal, los azulejos y la carne. La temperatura
dentro del vestíbulo se disparó a 800 grados centígrados en medio se—
gundo. Un policía que estaba subiendo por otra de las escaleras dijo
posteriormente a los investigadores que vio «un chorro de llamas que
subía hacia arriba y que acabó convirtiéndose en una especie de bola».
Había casi 50 personas en el vestíbulo en aquel momento.
En la superficie, en la calle, un transeúnte notó la'explosión de calor
de una de las salidas del metro, vio a un pasajero que salía tambaleándose y corrió a socorrerle. «Le agarré la mano derecha con mi mano dere—
El poder de una crisis
201
cha, pero cuando nuestras manos se tocaron, noté que estaba ardiendo y
me quedé con parte de su piel en mi mano», dijo el rescatador. Un policía
que en aquel momento entraba en el vestíbulo explicó a los periodistas
desde la cama del hospital que «una bola de fuego me dio en la cara y
me tumbó. Mis manos se incendiaron. Se me estaban derritiendo».
Fue una de las últimas personas en salir Vivas del vestíbulo.
A1 poco dela explosión llegaron docenas de camiones de bomberos.
Pero como las normas del departamento de incendios decían que se te-
nían que conectar las mangueras a los hidrantes de la calle, en lugar de
hacerlo en‘los instalados por el Metro dentro de la estación, y como nin-
gún empleado del Metro tenía los planos que mostraran dónde se en—
contraban las bocas de incendios de la estación —todos los planos estaban en una oficina cerrada con llave y ninguno de los revisores o jefes
de estación tenía las llaves——, tardaron horas en extinguir el incendio.
Cuando por fin apagaron el fuego era la 1:46 de la madrugada, seis
horas después de que alguien avisara del pañuelo de papel en llamas.
Hubo 31 muertos y docenas de heridos.
«¿Por qué me enviaron directamente al fuego? —preguntaba un pro-
fesor de música al día siguiente desde la cama de un hospital—. Podía
verlos quemándose. Podía oír sus gritos. ¿Por qué nadie se hizo cargo
de la situación?»
Para responder a estas preguntas, veamos algunas de las treguas en las
que basaba su funcionamiento el Metro de Londres:
Los vendedores de billetes estaban advertidos de que su jurisdicción
se limitaba estrictamente a la venta de billetes, por lo tanto si veían un
papel enllamas, no avisaban a nadie por temor a traspasar sus fronteras.
Los empleados de la estación no sabían utilizar el sistema de aspersión ni los extintores, porque el equipo lo supervisaba otra división.
El inspector de seguridad de la estación jamás vio la carta del cuerpo
de bomberos de Londres avisando del riesgo de incendio porque fue enviada al director de Operaciones, y ese tipo de información no se com-
partía con otras divisiones.
202
EL PODER DE LOS HÁBITOS
Los empleados tenían instrucciones de llamar a los bomberos sólo
como últimc recurso, para no provocar innecesariamente el pánico entre los pasajeros.
El cuerpo de bomberos insistió en utilizar los. hidrantes de la calle y
no quiso saber nada de las tomas de agua del vestíbulo de venta de bi-
lletes que podían haber suministrado agua, porque tenían órdenes de
no utilizar equipos instalados por otras empresas.
En cierto modo, cada una de estas normas informales, por sí sola,
tenía cierto sentido. Por ejemplo, los hábitos que hacían que los vende-
dores de billetes se dedicaran sólo a eso en lugar de tener también otras
funciones, existía porque años antes el Metro había tenido problemas
con las taquillas que a veces quedaban escasas de personal. Los vendedores dejaban sus puestos para ir a recoger basura o indicar a los turistas qué trenes tenian que tomar, y el resultado era que se formaban largas colas. Al final, se les ordenó que no se movieran de sus taquillas, que
vendieran billetes y que no se ocuparan de nada más. Funcionó. Las co—
las desaparecieron. Si los vendedores veían que faltaba algo fuera de su
taquilla —que no entraba dentro de sus responsabilidades— seguían
preocupados delo suyo.
¿Y el hábito del cuerpo de bomberos de utilizar su propio equipo?
Eso fue el resultado de un incidente que había tenido lugar hacía una
década, cuando se había propagado un incendio en otra estación mientras los bomberos malgastaban unos minutos preciosos intentando conectar sus mangueras a bocas de incendios que no conocían. Después
de eso decidieron que era mejor ceñirse alo que conocían.
Resumiendo, ninguna de estas rutinas era arbitraria. Cada una estaba diseñada por una razón. El Metro era tan grande e intrincado que
sólo podía funcionar sin problemas si las treguas salvaban los obstácu-
los potenciales. A diferencia del Hospital de Rhode Island, cada tregua
creaba un genuino equilibrio de poder. Ningún departamento pesaba
más que otro.
A pesar de todo, murieron 31 personas.
Las rutinas y treguas del Metro de Londres parecían lógicas hasta que
se provocó el incendio. En ese momento se destapó la aterradora ver-
El poder de una crisis
203
dad: ninguna persona, departamento o barón tenía la responsabilidad
final sobre la seguridad de los pasajeros.
A veces una prioridad —o un departamento o una persona o una
meta— ha de imponerse sobre todo 10 demás, aunque pueda ser impopular o amenazar el equilibrio de poder que hace que los trenes circulen a su hora. A veces las treguas pueden crear peligros que no compensan la paz.
Esta observación es paradójica, desde luego. ¿Cómo puede una organización poner en práctica hábitos que igualen la autoridad y, que al
mismo tiempo, elija a una persona o meta que esté por encima de todos?
¿Cómo puede el personal médico y el de'enfermería compartir autoridad, ala vez que tienen claro quién es el responsable? ¿Cómo puede el
sistema del metro evitar perderse en batallitas de campo, ala vez- que
garantiza que la seguridad es una prioridad, aunque ello implique la
reestructuración de algunas líneas de mando?
La respuesta reside en aprovechar la misma ventaja que encontró
Ton)r Dungy cuando se hizo cargo de los terribles Bucs, y que descubrió Paul O’Neill cuando se convirtió en gerente general de la por aquel
entonces fallida Alcoa. Es la misma oportunidad que explotó Howard
Schultz al regresar a Starbucks en 2007, cuando el negocio empezaba a
flaquear. Todos esos líderes aprovecharon las posibilidades creadas por
una crisis. En los momentos de inestabilidad, los hábitos organizativos
se vuelven lo bastante maleables como para asignar responsabilidades
y crear un equilibrio de poder más equitativo. De hecho, las crisis son
tan valiosas, que a veces vale más provocar un poco la sensación de que
se aproxima una catástrofe que dejar que las cosas se vayan muriendo
lentamente.
IV
Cuatro meses después de que el anciano al que le hicieron una chapu-
za en la Operación de cráneo muriera en el Hospital de Rodhe Island,
otro cirujano del mismo hospital cometió un error- similar, al operar
204
EL PODER DE LOS HÁBITOS
a otro paciente en una zona sana de su cabeza. El departamento de sanidad estatal amonestó a la institución y le impuso una sanción de
50.000 dólares. A los dieciocho meses de este suceso otro cirujano operó en el lado bueno de la boca .de un niño en una cirugía de paladar
hendido. Cinco meses después, un cirujano operó el dedo bueno de
un paciente. Diez meses desPués, un trozo de broca se quedó dentro
de la cabeza de un paciente. Estas transgresiones costaron al hospital
otros 450.000 dólares de multas.
El Hospital de Rhode Island no es la única institución médica donde pasan estos accidentes, pero tuvo la mala suerte de que sus errores
salieran a la luz. Los periódicos locales publicaban historias detalladas de
cada incidente. Las cadenas de televisión se plantaban delante del hos—
pita]. Los medios nacionales también se sumaron. «El problema no desaparece», dijo un vicepresidente de la organización de homologación
nacional de hospitales a un periodista de Associated Press. Las autoridades médicas del estado declararon que en el Hospital de Rhode Island
reinaba el caos.
«Era como trabajar en zona de guerra -—me dijo una enfermera—.
Había periodistas de las cadenas de televisión que asediaban a los médicos cuando se dirigían a sus coches. Un niño me pidió que me asegurara
de que el médico no le cortara el brazo por error en la operación. Parecía como si todo estuviera fuera de control.»
Cuando los críticos y los medios se aglutinaron, en el hospital se creó:
un sentimiento de crisis. Algunos administradores empezaron a preocuparse de que la institución perdiera su reputación. Otros se pusieron
a la defensiva, atacando a las cadenas de televisión por hablar de ellos.
«He encontrado una insignia que pone “Cabeza de turco” y me la voy a
poner para ir a trabajar -—me dijo un médico—. Mi esposa me dijo que
no era una buena idea.»
Luego habló una administradora, la doctora Mar)r Reich Cooper,
que había sido nombrada supervisora de calidad unas pocas semanas .
antes de que muriera el hombre de 86 años. En las reuniones con los
administradores del hospital y el personal, Cooper les dijo que se equi-
vocaban del todo en la forma de valorar la situación.
El poder de una crisis
205
Todas estas críticas no eran algo negativo, les dijo. En realidad, al hos-
pital le habían dado una Oportunidad que pocas organizaciones reciben
alguna vez.
«Vi esto como una salida —me dijo la doctora—. Hay una larga trayectoria de hospitales que han intentado atajar estos problemas y han
fracasado. A veces las personas necesitan un empujón, y toda esa mala
prensa era un grave empujón. Nos dio la oportunidad de volver a revi-
sarlo todo.»
El Hospital de Rhode Island cerró todas las unidades de cirugía elec-
tiVa durante todo un día -—-un gasto considerable— y sometió a todo el
personal a un programa intensivo de formación donde se hacía hincapié en el trabajo en equipo y en la importancia de dar más autoridad
al personal de enfermería y al personal médico. El jefe de neurocirugía
dimitió y se nombró a otro nuevo. El hospital invitó al Center for Trans-
forming Healthcare [Centro para Transformar la Sanidad] —una coalición de instituciones médicas punteras— para que les ayudara a rediseñar sus medidas preventivas quirúrgicas. Los administradores instalaron
videocámaras en los quirófanos para garantizar que se respetaban los
tiempos de descanso y que se exigían las listas de control para cada ope—
ración. Un sistema informático permitía que cualquier empleado del
hospital informara anónimamente de cualquier problema que pusiera
en peligro la salud de un paciente.
Algunas de estas iniciativas ya habían sido propuestas unos años antes en el hospital, pero siempre se habían desestimado. Ni el personal
médico ni el de enfermería querían que nadie grabara sus intervenciones ni que otros hospitales les dijeran cómo hacer su trabajo.
Pero cuando el sentimiento de crisis se apoderó del hospital, todo el
mundo estaba más abierto al cambio.
Otros hospitales han hecho cambios similares a raíz de sus errores y
han reducido el número de éstos cuando tan sólo unos años antes pare-
cían inmunes a la mejora. Al igual que el Hospital de Rhode Island, estas
instituciones han descubierto que la reforma sólo parecer ser posible
cuando el sentimiento de crisis hace acto de presencia. Por ejemplo, uno
de los hosPÍtales universitarios de la Universidad de Harvard, el Beth
206
EL PODER DE LOS HÁBITOS
Israel Deaconess Medical Center, cometió una serie de errores y sufrió
batallas internas a finales de la década de 1990, que trascendieron a la
prensa y se manifestaron en desagradables encuentros a voz en grito entre el personal de enfermería y los administradores en las reuniones pú-
blicas. Algunos funcionarios del Gobierno propusieron obligar al hospital a cerrar algunos departamentos hasta que pudieran demostrar que
los errores iban a-dejar de producirse. Entonces el hospital, bajo esa ame-
naza, empezó a buscar soluciones para cambiar su cultura de trabajo. La
respuesta, en parte, fueron las «rondas de charlas sobre seguridad», en
las cuales cada tres meses, un médico veterano hablaba de alguna operación o diagnóstico en. particular-y describía con todo detalle un-error
o cuasi error a una audiencia de cientos de compañeros y, compañeras.
«Admitir públicamente un error es espantoso --dijo el' doctor Do-
nald Moorman, hasta hace poco jefe de cirugía asociado—. Hace veinte años, los médicos no lo hubieran hecho. Pero ahora se ha expandido
un gran temor en todos los hospitales, e incluso los mejores cirujanos
están dispuestos a hablar delo cerca que han estado de cometer un grave error. La cultura de la medicina está cambiando.»
Los buenos líderes aprovechan las crisis para rehacer loshábitos de una
organización. Los administradores de la NASA, por ejemplo, intenta-
ron durante años mejorar los hábitos de seguridad de la agencia, pero
sus intentos no tuvieron éxito hasta que explotó la nave espacial Cha-
llenger, en 1986. Tras esa tragedia, la organización consiguió superar los
obstáculos para replantearse normas de calidad más exigenteslos pilotos de aviones también habían intentado durante años convencer a
los fabricantes de aviones y a los controladores aéreos de que cambiaran el diseño de las cabinas y la forma en que se comunicaban con los
controladores. Entonces, en 1977, en la isla de española de Tenerife se
produjo un error en la pista de aterrizaje que causó 583 víctimas mortales, y cinco años después se había cambiado el diseño de las cabinas
de mando, los procedimientos de movimientos en las pistas, y las ruti-
nas de comunicación con los controladores aéreos.
'
El poder de una crisis
207
En realidad, las crisis son oportunidades tan valiosas que un líder inteligente prolonga deliberadamente ese sentimiento de emergencia. Eso
es justamente lo que ocurrió tras el incendio en la estación de King’s
Cross. Cinco días después del incendio, el secretario de Estado británico nombró a un investigador especial, Desmond Fennel, para que estudiara el incidente. Fennel empezó por entrevistar a losdirectivos del
Metro, y enseguida se dio cuenta de que todos sabían —desde hacía
años— que las medidas de prevención contra incendios eran un problema grave, y, sin embargo, nada había cambiado. Algunos administradores habían propuesto nuevas jerarquías que hubieran aclarado la
responsabilidad de la prevención contra incendios. Otros habían propuesto conceder más poder a los jefes de estación para que pudieran
sortear las divisiones entre los departamentos. Ninguna de esas refor-
mas se había llevado a cabo.
Cuando Fennell empezó a sugerir cambios prepios, comenzó a encontrarse con los mismos obstáculos: los jefes de departamento se negaban a responsabilizarse, ole saboteaban con amenazas secretas a sus
.
subordinados.
Así que decidió traspasar su investigación al circo mediático.
Convocó sesiones públicas que duraron 91 días y pusieron al des-
cubierto una organización que había hecho caso omiso de las múltiples
advertencias sobre los riesgos. Dio a entender a los periodistas de los
periódicos que los pasajeros corrían un grave peligro cada vez que en-
traban en el metro. Interrogó repetidamente a docenas de testigos que
describieron la organización como un lugar donde las batallitas eran
más importantes que la seguridad de los pasajeros. Su informe final de
250 páginas, publicado casi al cabo de un año del incendio, era una acusación mordaz sobre el Metro donde se retrataba a una organización
malograda por la ineptitud burocrática. «Habiendo comenzado como
una investigación de los acontecimientos de una noche —escribió Fennel—, el alcance del informe se ha extendido necesariamente al examen
de un sistema.» Concluyó con páginas y páginas de críticas mordaces
y con "recomendaciones que, en esencia, sugerían que gran parte dela
organización o era incompetente o corrupta.
208
EL PODER DE LOS HÁBITOS
La respuesta fue inmediata y abrumadora. Los pasajeros se amoti—
naron delante delas oficinas del Metro. Los directivos fueron despedidos. Se dictaron un montón de nuevas normas y se superó la cultura
del Metro. Actualmente, todas las estaciones tienen un jefe cuya responsabilidad principal es la seguridad de los pasajeros, y todos los emplea-
dos tienen la obligación de comunicar hasta el menor indicio de riesgo. Todos los trenes siguen funcionando a su hora. Pero los hábitos del
Metro y sus treguas se han adaptado lo suficiente como para dejar claro quién tiene la últinm palabra para la prevención contra incendiosry
todo el mundo está autorizado para actuar, sin que importe que se esté
metiendo en el territorio de otro.
En todas las compañías donde los hábitos institucionales han creado
treguas tóxicas .-—a través de hacer las cosas automáticamente .o por negligencia— es posible realizar el mismo tipo de cambios. Una compañía con hábitos disfuncionales no puede cambiar simplemente porque
se lo ordene algún directivo. Por el contrario, los ejecutivos inteligen—
tes buscan el momento de crisis —-o crean una percepciónde crisis—
y cultivan ese sentimiento de que algo ha de cambiar, hasta que al final
todo el mundo está dispuesto a superar los patrones con los que viven
todos los días.
«Nunca dejes que una crisis grave se desperdicie .—dijo- Rahm. Ema-
nuel en una conferencia que dio a altos ejecutivos tras el hundimiento
financiero global de 2008,.poco después de que fuera nombrado jefe del
Estado Mayor del presidente Obama—. Esta crisis nos proporciona la
oportunidad de hacer cosas que no hubiéramos hecho antes». Poco después, la administración de. Obama convenció a un Congreso reticente
para que aprobara el plan de estimulo propuestopor el presidente, de
787.000 millones de dólares. El Congreso también aprobó 1a ley de reforma sanitaria de Obama, reformó las leyes de protección al consumidor
y aprobó docenas de estatutos más, desde la ampliación del seguro de
salud para .los niños hasta dar alas mujeres nuevas oportunidades para
combatir la discriminación salarial. Fue una de las grandes reformas ,po—
líticas desde la Great Society y el New Deal, y se. produjo porque, tras la
catástrofe financiera, los legisladores vieron una oportunidad.
El poder de una crisis
209
Algo parecido sucedió en el Hospital de Rhode Island tras la muer—
te del hombre de 86 años y los otros errores quirúrgicos. Desde que las
nuevas medidas de seguridad del hospital se aplicaron en su totalidad
en 2009, no se han producido más errores. El hospital ha conseguido
recientemente un premio Beacon, el reconocimiento más prestigioso
para la enfermería de cuidados intensivos, y honores del Colegio Esta—
dounidense de Cirujanos por la calidad de sus cuidados contra ei cáncer.
Y lo más importante, según dice el personal médico y de enfermería
que allí trabaja, es que el Hospital de Rhode Island parece un lugar completamente distinto.
En 2010, una joven enfermera llamada Allison Ward entró en un quirófano para participar en una operación rutinaria. Había empezado a
trabajar en quirófano hacía tan sólo un año. Era la más joven y con menos experiencia de la sala. Antes de que comenzara la operación, todo
el personal se reunió en torno al paciente inconsciente para hacer una
pausa quirúrgica. El cirujano leyó la lista de control, que había pegada
en la pared, donde se detallaba cada paso de la operación.
-—Mu}r bien, último paso .--dij0 antes de coger su bisturí—. ¿Tiene
alguien alguna pregunta antes de que empecemos?
El cirujano había realizado cientos de operaciones como ésa. Tenía
ei despacho lleno de diplomas y premios.
"Doctor —-dijo la joven Ward de 27 años—. Quisiera recordar a
todo el mundo que hemos de hacer una pausa quirúrgica antes del primer y segundo procedimiento. Usted no lo mencionó y tan sólo quería
asegurarme de que todos nos acordábamos.
Era el tipo de comentario que unos años atrás po día haberle costado
una reprimenda. O el fin de su carrera.
—Gracias por su aportación -dijo el cirujano—. Recordaré mencionarlo la próxima vez. Y ahora, vamos a empezar.
—Sé que este hospital ha pasado épocas muy duras -.-me dijo posteriormente Ward—a Pero‘ ahora es un lugar donde todo el mundo
coopera. Nuestra formación, todos nuestros modelos de rol, toda la cultura del hospital está focalizada en el trabajo en equipo. Creo que no
puedo decir nada más. Es un-lugar increíble para trabajar.
7
Cómo sabe Target
lo que quieres antes que tú
Cuando las compañias predicen
(y manipulan) los hábitos
Andrew Pole, al poco de haber sido contratado como analista de datos
para los grandes almacenes Target, recibió la visita de unos compañeros del departamento de marketing que le hicieron el tipo de preguntas
que Pole sabía cómo responder:
«¿Puedes averiguar con tus ordenadores qué clientas están embarazadas, aunque ellas no quieran que lo sepamos?»
Pole era estadístico. Toda su vida giraba en torno a utilizar los datos
para entender a las personas. Había crecido en una. pequeña ciudad de
Dakota del Norte, y mientras sus amigos pasaban el rato en una organi-
zación juvenil o fabricaban maquetas de cohetes, Pole jugaba con ordenadores. Se graduó en estadística y en economía, y mientras la mayoría
de sus compañeros de clase del programa de economía de la Universidad de Missouri conseguían colocarse en compañías de seguros o en
puestos administrativos estatales, Pole estaba en otro camino. Estaba
obsesionado con la forma en que los economistas utilizaban los análisis
de patrones para explicar las conductas humanas. De hecho, Pole había hecho sus intentos en unos pocos experimentos informales. Una vez
organizó una fiesta e hizo que todos votaran por sus chistes favoritos, y
luego intentó crear un modelo matemático para la ocurrencia perfecta.
212
EL PODER DE LOS HÁBITOS
Había intentado calcular la dosis exacta de cerveza que necesitaba beber para conseguir la confianza necesaria y ser capaz de dirigirse a las
chicas en las fiestas, pero sin sobrepasarse para no ponerse en ridículo.
(Ese estudio concretamente nunca llegó a salirle bien.)
Pero él sabía que esos experimentos eran un juego de niños en com—
paración con la forma en que las corporaciones estadounidenses uti-
lizaban los datos para indagar en la Vida de las personas. Pole quería
formar parte de ello. Así que, cuando se licenció y se enteró de que Hallmark, la empresa de las tarjetas de felicitación, buscaba estadísticos en
Kansas City, remitió una solicitud, y no tardó en pasarse el día revisando los datos de compra para averiguar qué tarjetas de cumpleaños
se vendían más, la de los osos panda o la de los elefantes, y si la frase
«¿Qué sucede cuando vas a casa de la abuela?» es más divertida en tinta
roja o en azul. Era el paraíso.
En 2002, seis años después, cuando se enteró de que Target buscaba
analistas de datos, dio el salto.. Sabía que Target era una nueva dimensión en lo que a recopilación de datos se refería. Cada año, millones de
compradóres entraban en las 1.147 tiendas de Target y entregaban te-
rabites de información sobre ellos mismos. La mayoría no tenían ni idea
delo que estaban haciendo. Utilizaban sus tarjetas de fidelidad, entregaban cupones de descuento que habían recibido por correo o usaban
sus tarjetas de crédito, sin saber que Target podía relacionar sus com-
pras con un perfil demográfico individualizado.
Para un estadístico, estos datos eran una ventana mágica para ave-
riguar las preferencias de los clientes. Target vendía de todo, desde co-_
mestibles, ropa y electrónica hasta muebles de jardín, y rastreando de
cerca los hábitos de compra de las personas, los analistas de la compañía podían predecir lo que estaba ocurriendo en sus casas. ¿Alguien
compra toallas, sábanas, cubertería, cacharros de cocina y cenas congeladas? Probablemente acabade comprarse una casa o se ha divorciado.
¿Un carro de la compra cargado de insecticidas en spray, ropa interior
para niños, una linterna, muchas pilas’, recetas de cocina y una botella
de Chardonnay? Un campamento de verano está al caer y mamá está
impaciente.
Cómo sabe Target lo que quieres antes que tú
213
Trabajar en Target le ofreció a Pole la oportunidad para estudiar a
la más compleja de las criaturas -—el comprador estadounidense"— en
su hábitat natural. Su trabajo consistía en construir modelos matemá—
ticos que pudieran rastrear los datos y determinar en qué hogares había
niños ycuáles correspondían a personas solteras; a qué "compradores les
gustaban las actividades al aire libre y cuáles estaban más interesados
en los helados y las novelas románticas. Su tarea era convertirse en un
vidente matemático: descifrar los hábitos de los compradores para convencerles para gastar más.
Así fue como, una tarde, algunos compañeros del departamento de
marketing fueron a verle. Querían saber cuántas clientas de Target estaban embarazadas basándose en sus hábitos de compra. A fin de cuentas, las embarazadas y los papás y mamás novatos eran el no va más de
las ventas al por menor. Casi no ha}r ningún otro grupo más rentable,
ansioso de productos e insensible alos precios. No se trata sólo de los
pañales y toallitas húmedas. Las personas con bebés están tan cansadas
que comprarán todo lo que necesiten —zumos y papel del váter, calceti—
nes y revistas— dondequiera que compren sus biberones y la leche para
sus bebés. Es más, si unos padres primerizos empiezan a comprar en
Target, seguirán haciéndolo durante años.
En resumen, averiguar quién estaba embarazada podía suponer millones de dólares para Target.
Pole estaba intrigado. ¿Qué mejor reto para un adivinador estadísti—
co que meterse no sólo en las mentes de los compradores sino también
en sus dormitorios?
Cuando finalizara el proyecto, Pole habría aprendido grandes leccio-
nes sobre los peligros de ahondar en los hábitos más íntimos de las personas. Por ejemplo, aprendería que a veces ocultar lo que sabes es tan
importante como saberlo, yque no a todas las mujeres les agrada que
un programa informático se inmiscuya en sus planes reproductivos.
Tampoco, no a todo el mundo le gusta la videncia matemática.
«Creo que las personas que ven esto desde fuera pueden considerarlo
un poco como un Gran Hermano —me dijo Pole—. Eso hace que algunas personas se sientan incómodas.» '
214
EL PODER DE LOS HÁBI’I‘OS
Tiempo atrás, una compañía como Target jamás hubiera contratado a
un muchacho como Andrew Pole. Tan sólo veinte años atrás los minoristas no se dedicaban a estos análisis de'datos tan intensos. Por el
contrario, tanto Target como otras tiendas de comestibles, centros comerciales, vendedores de tarjetas, tiendas de ropa y otras empresas, in-
tentaban entrar en las mentes de sus clientes al estilo antiguo: contratando psicólogos que les vendían tácticas dudosamente científicas que
según ellos hacían que los clientes gastaran más.
Algunos de estos métodos todavía se usan actualmente. Si entras en
una tienda de Walmart, Home Depot o en tu centro comercialy te fijas
bien, verás trucos que las tiendas han empleado durante décadas, dise-
ñados'para explotar nuestro subconsciente comprador. Veamos por ejemplo cómo compramos comida.
Es muy probable que lo primero que veas al entrar en tu tienda de
comestibles sean frutas y verduras estéticamente ordenadas en generosas pilas. Si lo piensas detenidamente, colocar ese producto en la entrada de la tienda no tiene mucho sentido, porque las frutas y las verduras
se estr0pean fácilmente en el fondo del carro de la compra; por lógica, se deberían colocar cerca de las cajas registradoras, para comprarlas
al final del recorrido. Pero tal como pensaron los psicólogos hace mu:
cho tiempo, si empezamos nuestra aventura de compra cargando comi-
da saludable, es más probable que nos apetezca más comprar los Dori—
tos, las Oreos y la pizza congelada que encontraremos más adelante. El
arrebato de virtud subconsciente que se produce al comprar la calabaza
al principio facilita que luego seamos condescendientes para comprar
un tarro de helado.
O veamos la forma en que la mayoría giramos a la derecha en cuanto entramos en la tienda. (¿Sabías que giras a la derecha? Es casi seguro que lo haces. Ha}r cientos de horas de grabaciones de vídeos que
muestran que los compradores giran ala derecha en cuanto traspasan
las puertas del establecimiento.) A raíz de esta tendencia, los vendedores llenan el lado derecho de las tiendas con los productos más renta-
bles con la esperanza de que los compraremos de buenas a primeras.
Veamos los cereales y las sopas: cuando están almacenados sin orden
Cómo sabe Target lo que quieres antes que tú
215
alfabético y aparentemente al azar, tenemos el instinto de entretenernos un poco más y echarle un vistazo a todos los productos. Por
lo que rara vez encontrarás el Raisin Bran cerca del Rice Chex. Tendrás que buscar por las estanterías para encontrar el cereal que quieres, y en ese proceso puedes tener la tentación de coger un paquete
extra de otra marca.
Sin embargo, el problema con estas tácticas es que tratan a todos los
compradores por igual. Son bastante primitivas, soluciones de talla única para desencadenar hábitos de compra.
En las dos últimas décadas que el mercado se ha vuelto cada vez
más competitivo, cadenas como Target han empezado a darse cuenta
de que no podían seguir confiando en sus viejos trucos. La única for-
ma de aumentar las ganancias era descubrir los hábitos de compra de
cada cliente y vender a cada persona individualmente, con recursos
personalizados para atraer las preferencias de compra únicas de cada
consumidor. '
En parte, se dieron cuenta de esto a raíz de que cada vez había una
mayor concienciación de la fuerza con la que pueden influir los hábitos
en casi todas las decisiones de compra. Una serie de experimentos 'con-
vencieron a los especialistas de marketing de que si eran capaces de entender los hábitos particulares de los compradores, podrían conseguir
que compraran casi cualquier cosa. Se realizó un estudio donde gra-
baron en audio a los consumidores que entraban en una tienda de comestibles. Los investigadores querían saber cómo la gente tomaba sus
decisiones a la hora de comprar. Concretamente, buscaban comprado-
res que llegaban con listas de la compra, gente que, en teoría, había
decidido con antelación lo que quería.
Lo que descubrieron fue que, a pesar de esas listas, más del 50 por
ciento de las decisiones de comprar algo las tomaban en el momento en
que veían un producto en el estante, porque a pesar de las mejores intenciones de los'clientes, sus hábitos eran más fuertes que sus intenciones escritas. «Veamos —murrnuró para sí un comprador cuando entraba en la tienda—. Aqui están las patatas chips. Voy a pasar de largo.
Un momento. ¡Oh! ¡Las patatas Lay están de oferta!» Puso una bolsa
216
EL PODER DE LOS HÁBITOS
en su carro. Algunos clientes compraban'siempre las mismas marcas,
aunque admitieran que no les gustaba mucho el producto («No me entusiasma Polgers, pero es lo que compro, ¿sabe? ¿Qué otra cosa hay?»,
dijo una mujer mientras estaba frente a una estantería donde había docenas de otras marcas de café). Los clientes compraban más o menos la
misma cantidad de comida cada vez que iban a comprar, incluso aunque se hubieran prometido recortar-gastos.
«Los consumidores a veces actúan como animales de costumbres, repiten automáticamente conductas antiguas sin tener demasiado en cuenta. sus metas actuales» escribieron dos psicólogos de la Universidad del
Sur de California en 2009.
No obstante, el aspecto más sorprendente de estos estudios fue que
aunque todo el mundo confiaba en los hábitos para hacer sus com-
pras, cada persona tenía hábitos diferentes. El hombre que vio el paquete de patatas chips compraba una bolsa cada vez, pero la mujer de
Folgers nunca fue a la zona donde estaban las patatas chips. Había personas que compraban leche siempre que iban a comprar —aunque tu-
vieran de sobra en su casa—, y había personas que siempre compraban postres aunque dijeran que estaban intentando adelgazar. Pero las
compradoras de leche y las adictas a los postres normalmente no coincidían.
Los hábitos eran únicos de cada persona’.
Target quería aprovechar estas singularidades. Pero cuando cada dia
entran millones de personas en tus establecimientos, ¿cómo averiguas
sus preferencias y patrones de compra?
Recopilas datos. Una cifra enorme, casi inconcebible, de datos.
Target empezó hace poco más de una década a recopilar un exten-
so almacén de datos donde se asignaba a cada comprador un código
de identificación —conocido internamente como «ID number [núme-
ro de identificación] del cliente»-——, que servía para guardar datos sobre
cómo compraba cada persona. Cuando un cliente usaba una tarjeta de
crédito de Target, cuando entregaba en caja una etiqueta de comprador
habitual, cambiaba un cupón que había recibido en su casa por correo,
rellenaba una encuesta, hacía una devolución por correo, telefoneaba a
Cómo sabe Target lo que quieres antes que tú
217
1a línea de atención al cliente, se abría una cuenta de correo electrónico
de Target, visitaba Target.com, o compraba algo por internet, el ordenador de la compañía tomaba nota. Cada compra se registraba en el
número de ID del cliente junto con toda la información sobre todo lo
que había comprado con anterioridad.
A ese número de ID del cliente se vinculaba información demográfica que Target recogía de, o compraba a otras empresas, incluida
la edad del comprador, si estaba casado o casada y si tenía hijos, en
qué zona de la ciudad vivía, cuánto tardaba en llegar en coche hasta la
tienda, un cálculo aproximado, de su sueldo, si hacía poco que se había trasladado a la zona, qué páginas web visitaba, las tarjetas de cré—
dito que llevaba encima, su casa y sus números de móvil. Target puede comprar datos que indiquen la raza del comprador, su currículum
lab oral, las revistas que lee, si alguna vez ha estado en números rojos,
el año en que compró (o perdió) su casa, a qué universidad o instituto fue, o si prefiere ciertas marcas de café, papel del váter, cereales o
salsa de manzana.
Ha}r vendedores de datos como InfiniGraph que «escuchan» las con—
versaciones de los clientes por internet en los tablones de anuncios y foros de internet y rastrean los productos que mencionan positivamente.
Una firma que se llama Rapleafvende información sobre las tendencias
políticas de los compradores, hábitos de lectura, donaciones benéficas,
el número de coches que tienen y si prefieren las noticias sobre religión
u ofertas de tabaco. Otras compañías analizan las fotos que cuelgan los
consumidores en la red y los clasifican como gordos o delgados, con pelo
o calvos, y por el tipo de producto que compren a raíz de ello. (Target,
en un comunicado, se negó a indicar con qué empresas demográficas
se relaciona y qué tipo de información estudia.)
«Antes-las empresas sólo sabían lo que sus clientes querían que supiesen —dice Tom Davenport, uno de los principales investigadores
sobre cómo utilizar los datos y los análisis en las empresas—. El mundo
va muy por detrás de nosotros. Le impresionaría saber cuánta información hay por ahí, y todas las compañías la compran porque es la única
forma de sobrevivir.»
218
EL PODER DE LOS HÁBITOS
Si usas tu tarjeta de crédito Target para
comprar una caja de Popsicles una vez a la semana,
usualmente a las 6:30 p.m. un día de semana, y
bolsas para la basura extra grandes cada julio y
octubre, los estadistas y programas de Target
determinarán que tienes hijos en casa, tiendes a
detenerte para comprar comestibles cuando sales del
trabajo, y tienes un césped que necesita ser cortado
en verano y árboles que voltean hojas en otoño.
Mirará tus otros patrones de compra y notará que a
veces compras cereal, pero nunca compras leche - lo
que significa que debes estar comprándola en algún
otro lado. Así que Target te enviará por mail
cupones por 2 por ciento de leche, así como sprinkles
de chocolate, muebles de jardín, rastrillos, y - ya que
probablemente querrás relajarte después de un largo
día de trabajo - cerveza. La compañía adivinará qué
compras habitualmente, y entonces tratará de
convencerte de que lo obtengas en Target. La firma
tiene la capacidad de personalizar los anuncios y
cupones que envía a cada cliente, aunque
probablemente nunca te darás cuenta que has
recibido un volante en tu mail diferente al de tus
vecinos.
“Con el número de ID del cliente, tenemos tu
nombre, tu dirección, y oferta, sabemos que tienes
una Target Visa, una tarjeta de débito, y podemos
vincular eso a tus compras en la tienda", Pole le dijo
a una audiencia de estadistas de ventas al por menor
en una conferencia en 2010. La compañía puede
vincular cerca de la mitad de todas las ventas en la
Cómo sabe Target lo que quieres antes que tú
tienda a una persona específica, casi todas las
ventas online, y aproximadamente un cuarto de las
navegaciones en línea.
En esa conferencia, Pole presentó una
diapositiva mostrando una muestra de los datos que
Target recoge, un diagrama que hizo silbar con
asombro a alguien en la audiencia cuando apareció
en la pantalla:
El problema con todos estos datos, sin
embargo, es que
es
insignificante
sin
estadistas que le den sentido. Para una persona
común, dos compradores que compran jugo de
naranja se ven iguales. Requiere un tipo especial de
matemático para darse cuenta que uno de ellos es
una mujer de 34 años comprando jugo para sus hijos
(y por lo tanto podría apreciar un cupón para un
DVD de Thomas y sus amigos) y el otro un soltero
que bebe jugo después de salir a correr (y por esto
podría responder a descuentos en zapatillas). Pole y
los otros cincuenta miembros del departamento de
Datos del cliente y servicios analíticos de Target
fueron los que encontraron los hábitos escondidos
en los hechos.
“Le llamamos el 'retrato del cliente', me dijo
Pole. “Cuanto más sé acerca de alguien, mejor
puedo adivinar sus patrones de compra. No voy a
adivinar todo acerca de ti siempre, pero voy a
acertar la mayoría de las veces".
Cuando Pole se unió a Target en 2002, el
departamento de análisis había creado programas
de computadora para identi-
219
BL PODER DE LOS HÁBITOS
220
ficar las casas donde había niños, y cada noviembre enviaban a los padres catálogos de bicicletas y scooters que supondrían un regalo perfecto
para el árbol de Navidad, asi como cupones para comprar material escolar en septiembre y anuncios para juguetes de piscina en junio. En el
mes de abril los ordenadores buscaban compradoras para bikinis, y les
enviaban cupones de descuentos para cremas solares en el mes de ju—
lio, y libros para adelgazar en el mes de diciembre. Si lo deseaba, Tar-
get podía enviar a cada cliente un libro de cupones lleno de descuentos
para productos que estaban casi seguros que sus clientes iban a com-
prar, porque ya habían comprado exactamente esos mismos artículos antes.
Target no es la única empresa que desea predecir los hábitos de sus
consumidores. Casi todas las grandes empresas, incluidas Amazoncom,
Best Buy, supermercados Kroger, 1-800-Flowers, Olive Garden, Anheu-
ser-Busch, Correos de Estados Unidos, Fidelity Investments, HewlettPackard, Bank ofAmerica, Capital One y otros cientos, tienen departamentos de «análisis predictivo» dedicados a adivinar las preferencias de
los consumidores. «Pero Target siempre ha sido la más inteligente en
este campo —dice Eric Siege}, que dirige un congreso que lleva por nom-
bre Predictive Analytics World—. Los datos no significan nada por sí
solos. Target es buena adivinando las preguntas realmente difíciles.»
No hace falta ser un genio para saber que alguien que compra cerea-
les probablemente también necesita leche. Pero había otras preguntas
mucho más difíciles —y lucrativas- que responder.
Esa era la razón por la que a las pocas semanas de haber contratado a
Pole, sus compañeros le preguntaron si era posible averiguar quién estaba embarazada, aunque las clientas no quisieran que nadie lo supiese.
En 1984, un catedrático invitado de la UCLA, Alan Andreasen, publicó
un trabajo encaminado a responder a una pregunta básica: ¿Por qué algunas personas cambian de pronto sus rutinas de compra?
El equipo de Andreasen se había pasado todo un año realizando encuestas telefónicas a consumidores de Los Ángeles, preguntándoles so-
Cómo sabe Target lo que quieres antes que tú
221
bre sus últimas salidas para ir a comprar. Siempre que alguien respondía al teléfono, los científicos los asediaban con preguntas como qué
marcas de pasta de dientes y de jabón habían comprado y si habían
cambiado sus preferencias. En total, entrevistaron a casi 300 personas.
Al igual que otros investigadores, descubrieron que la mayoría de las
personas compraba las mismas marcas de cereales y de desodorante cada
semana. Los hábitos imperaban.
Excepto cuando no era así.
Por ejemplo, el 10,5 por ciento de las personas encuestadas por Andreasen había cambiado de pasta de dientes en los últimos seis meses.
Más del 15 por ciento había empezado a comprar otro detergente nue-
vo para la. ropa.
Andreasen quería saber por qué esas personas se habían desviado de
sus patrones habituales. Lo que descubrió fue el pilar de la teoría moderna sobre el marketing: es más probable que los hábitos de compra
de las personas cambien cuando les sucede algo importante enla vida.
Por ejemplo, cuando alguien se-casa, es más fácil que empiece a comprar otra marca de café. Al trasladarse a una casa nueva, es más probable que las personas compren otra marca de cereales; Cuando se divor-
cian, hay más posibilidades de que-empiecen a comprar otras marcas
de cerveza. Los consumidores que atraviesan por situaciones cruciales
en su vida no suelen darse cuenta, ni importarles, que hayan cambiado
sus patrones de compra. Sin embargo, los comerciantes sí se dan cuenta, y les importa bastante.
«Cambiar de residencia, casarse o divorciarse, perder o cambiar de
trabajo, tener una per-sona nueva en casao alguna que se va —escribió
Andreasen— son cambios en la vida que hacen más vulnerables a los
consumidores a la intervención de los especialistas de marketing.»
¿Y cuál es el acontecimiento más grande para la mayoría de las personas? ¿L0 que provoca mayor trasiego y «vulnerabilidad a las intervenciones de marketing»? Tener un bebé. Casi no ha}r época de mayor
frenesí para la mayoría de los consumidores que la llegada de un hijo.
Como consecuencia, los hábitos de los nuevos padres son más flexibles
en esa etapa que en casi cualquier otra fase de su vida de adultos.
222
EL PODER DE LOS HÁBITOS
De modo que para las empresas, las mujeres embarazadas son minas de oro.
.
Los nuevos padres compran montones de cosas -—pañales y toallitas
húmedas, cunas y peleles, mantas ybiberonesd que tiendas como Tar-
get venden obteniendo beneficios significativos. Una encuesta realizada en 2010 dio como resultado que el promedio de gasto de unos padres
primerizas es de 6.800 dólares en artículos para el bebé antes de que éste
cumpla su primer año de vida.
Pero eso no era más que la punta del iceberg de la compra. Esos gas-
tos iniciales no eran nada comparado con lo que puede ganar una tienda aprovechándose de los nuevos hábitos de compra de esos padres. Si
las madres agotadas y los padres faltos de sueño empiezan a comprar la
leche para el biberón y los pañales en Target, también empezarán a co'm—
prar comida, productos de limpieza, toallas, ropa interior y... —bueno,
el cielo es el límite— en el mismo sitio. Porque es más fácil. Para unos
padres primerizos, la facilidad es lo más importante.
«En cuanto conseguimos que nos compren los pañales, empezarán
a comprar todo lo demás ——me dijo Pole-. Si vas corriendo por la tienda, buscando los biberones, y pasas por delante del zumo de naranja,
coges un paquete. ¡Oh, pero si tienen el nuevo DVD que quería! Pronto comprarás los cereales y las servilletas de papel, y volverás.»
Los padres primerizos son tan valiosos que las grandes cadenas ha-
rán casi lo imposible para atraerlos, incluidas visitas a las zonas de maternidad delos hospitales, aunque sus productos no tengan nada que
ver con bebés. Un hospital de Nueva York, por ejemplo, da a todas las
madres una bolsa de regalo con muestras de gel para el cabello, loción
limpiadora de cutis, crema de afeitar, barritas energéticas, champú y una
camiseta de algodón suave. En su interior hay cupones de descuento para
un servicio de fotografía “online”, jabón para las manos y un gimnasio.
de la zona. También hay muestras de pañales y lociones para el bebé,
pero también hay muchos otros artículos que no tienen nada que ver con
el bebé. En 580 hospitales de todo el país, las madres primerizas reciben
regalos de la Compañía Walt Disney, que en 2010 creó un departamen-
to especialmente dedicado al marketing de los padres de recién naci-
Cómo sabe Target lo que quieres antes que tú
223
dos. Procter & Gamble, Fisher—Price y otras empresas tienen programas
parecidos de regalos. Disney calcula que el mercado delos recién nacidos en Estados Unidos supone unos 36.300 millones de dólares al año.
Pero para empresas como Target, dirigirse a las nuevas madres en la
maternidad, en cierto modo es demasiado tarde. Para entonces,.ya están en el radar de todos los demás. Target no quería competir contra
Disney y Procter 8: Gamble, quería vencerlos. La meta de Target era ini-
ciar el marketing para los-padres antes de que llegara el bebé, que era la
razón por la que los compañeros de Andrew Pole fueron a verle ese dia
para pedirle que diseñara un algoritmo de predicción del embarazo. Si
podian identificar quiénes eran las futuras madres más o menos en su
segundo trimestre, podrían captarlas antes que los demás.
El único problema era que descubrir qué clientas estaban embara-
zadas era más difícil delo que parecía. Target tenía unregistro de «baby
shower»,* y eso ayudaba a identificar a algunas de las mujeres embarazadas; es más, todas esas futuras mamás entregaban gustosamente in—
formación valiosa, como la fecha en que salían de cuentas, lo que a la
compañía le servia para enviarles cupones para vitaminas prenatales
o pañales. Pero sólo una pequeña parte de las clientas embarazadas de
Target utilizaban el registro.
También había otras clientas que los ejecutivos sospechaban que estaban embarazadas porque compraban ropa de premamá, muebles in-
fantiles y cajas de pañales. No obstante, sospechar y saber son dos cosas
distintas. ¿Cómo sabes si alguien está comprando pañales porque está
embarazada o porque es un regalo para una amiga embarazada? Pero lo
más importante es que el tiempo cuenta. Un cupón que puede ser útil
un mes antes de salir de cuentas puede acabar en la basura unas pocas
semanas despuésdel nacimiento del bebé.
- Pole empezó a trabaj ar. en el problema rastreando la información del
registro de baby shower de Target, que le permitió observar cómo cambiaban los hábitos de compra-de una mujer típica a medida que se acer* Costumbre anglosajona'donde se reúnen las amistades y familiares de una 'mujer
embarazada pocos ‘dias antes de que dé a luz para hacerle los regalos; (Nota de la T.)
224
EL PODER DE LOS HÁBITOS
caba su fecha de dar a luz. El registro era como un laboratorio donde se
podían poner a prueba los presentimientos. Cada madre embarazada
daba su nombre, el de su pareja y la fecha en que salía de cuentas. El
almacén de datos de Target podía vincular la información con el número de ID de cliente de la familia. A raíz de ello, cada vez que una de
esas mujeres compraba algo enla tienda o por internet, Pole utilizaba
los datos que había proporcionado la mujer y podia reconstruir el tri—
mestre en el que se había producido la compra. Al poco tiempo estaba
recopilando patrones.
Descubrió que las madres embarazadas compraban de formas muy
predecibles. Por ejemplo, veamos las lociones. Mucha gente compra lo—
ciones, pero un analista de datos de Target observó que las mujeres que
estaban apuntadas en el registro de bebés solían comprar cantidades
inusualmente altas de loción sin aroma hacia principios de su segundo
trimestre. Otro analista observó que en algún momento en las primeras veintiuna semanas, muchas mujeres embarazadas compraban mu-
chas vitaminas, como calcio, magnesio y zinc. Muchas clientes compran
jabón y bolas de algodón, pero cuando alguien empieza a comprar de
repente un montón de jabón sin aroma y bolas de algodón, además
de gel sanitizante para manos y un número exagerado de toallitas, todo
a la vez, a los pocos meses de haber comprado lociones, magnesio y
zinc, son indicativos de que se acerca el parto.
Mientras el programa de Pole rastreaba los datos, pudo identificar
unos veinticinco productos diferentes que, cuando los analizó en con—
junto, en cierto modo, le permitieron ver dentro del vientre de la madre. Pero lo más importante es que podía incluso adivinar el trimestre
en que se encontraba —y de este modo una fecha aproximada de su .parto—, y asi Target podía enviarle cupones cuando estaba a punto de hacer sus compras. Cuando Pole terminó su programa, podía asignar a casi
toda clienta habitual una puntuación de «predicción de embarazo».
Jennyr Ward es una joven de 23 años de Atlanta que compró loción
de mantequilla de cacao, un bolso Io bastante grande como para poder
llevar pañales, zinc, magnesio y una alfombra azul claro. Hay un 87 por
ciento de probabilidades de que esté embarazada y de que su fecha de
Cómo sabe Target lo que quieres antes que tú
225
parto sea a finales de agosto. Liz Alter, de Brooklyn, 35 años, ha comprado cinco paquetes de toallitas, una botella de detergente para la r0pa
para «piel sensible», tejanos bombachos, vitaminas que contienen DHA
y un montón de hidratantes. Hay un 96 por ciento de probabilidades
de que esté embarazada y que probablemente dé a luz a principios de
mayo. Caitlin Pike, 39 años, San Francisco, ha comprado una Sillita
de paseo de 250 dólares, pero nada más. Probablemente la haya com-
prado para la baby shower de una amiga. Además, sus datos demográ—
ficos muestran que se divorció hace dos años.
Pole aplicó su programa a todas las clientas de la base de datos de
Target. Cuando hubo finalizado, tenía una lista de miles de mujeres
que era probable que estuvieran embarazadas y a las que Target podía
inundar con publicidad de. pañales, lociones, cunas,- toallitas húmedas
y r0pa para premamás en unos momentos en que sus hábitos de compra
eran especialmente flexibles. Si una parte de esas mujeres o sus maridos
empezaban a comprar en Target, eso supondría millones para la compañía.
Entonces, justo cuando estaba a punto de comenzar esta avalancha
de publicidad, alguien del departamento de marketing hizo una pregunta: ¿cómo van a reaccionar las mujeres cuando se den cuenta de cuánto
sabe Target?
«Si le enviamos a alguien uncatálogo que ponga “¡Felicidades por su
primer hijol”, pero nunca nos ha dicho que está embarazada, eso hará
que esas personas se sientan incómodas —me dijo Pole—. Somos muy
conservadores respecto al cumplimiento de todas las leyes de privacidad. Pero incluso ciñéndonos a la ley, podemos hacer cosas que inco—
moden a las personas.»
Había motivos para esas preocupaciones. Aproximadamente un año
después de que Pole creara su modelo de predicción del embarazo, un
hombre entró en un local de Target, en Minnesota, y exigió ver al gerente. Tenía una publicidad en la mano. Estaba mu)r enfadado.
. «¡Mi hija ha recibido esto por correo! —díjo—'—. Todavia va al instituto y ¿le están mandando cupones de descuento para ropa de bebé y
cunas? ¿La están animando para que se quede embarazada?»
226
EL PODER DE LOS HÁBITOS
El gerente no tenía ni idea de lo que estaba hablando el hombre.
Miró la publicidad. Era evidente que iba dirigida a la hija de ese hombre y que contenía publicidad de moda prenatal, muebles infantiles y
. fotos de bebés sonrientes mirando a sus madres a los ojos.
El gerente le pidió disculpas repetidas veces, y volvió a llamarle unos
días después para volver a disculpame.-
El padre se sintió un poco avergonzado.
«He hablado con mi hija —le dijo—. Resulta que ha habido ciertas
actividades en casa de las cuales yo no me había enterado. —Respiró profundamente—. Tiene que dar a luz en agosto. Le debo una disculpa.»
Target no es la única empresa que ha suscitado preocupación entre
los consumidores. Otras compañías también han sido atacadas por usar
datos de formas mucho menos indiscretas. En 2011,- por ejemplo, un residente de Nueva York denunció a McDonald’s, CBS, Mazda y Micro-
soft, alegando que las agencias de publicidad de esas compañías controlaban el uso de internet que hacía la gente para hacer un perfil de sus
hábitos de compra. Actualmente hay denuncias colectivas en California contra Target, Walmart, Victoria’s Secret y otras cadenas por pre-
guntar a sus clientes sus códigos postales cuando utilizan sus tarjetas
de crédito, para luego utilizar esa información para averiguar su dirección postal.
Pole y sus compañeros sabian que utilizar los datos para predecir si
una mujer estaba embarazada podía ser un desastre para las relaciones
públicas. Entonces, ¿cómo podían hacer llegar su publicidad a las ma-
dres embarazadas sin que pareciera que las estaban espiando? ¿Cómo
nos beneficiamos de los hábitos de alguien sin que se entere de que es—
tás estudiando cada detalle de su vida?”
* La información de este capítulo se basa en entrevistas realizadas a más de una docena de empleados antiguos y actuales de Target, muchas de ellas realizadas anónimamen-
te por temor a ser despedidos de la compañía o sufrir algún tipo de represalia. Target tuvo
la oportunidad de revisar y responder ala información expuesta en este capítulo, y solicité que los ejecutivos del Departamento de Análisis de Clientes accedieran a ser entrevistados oficialmente. La compañía se negó a hacerlo y a responder a mis preguntas de verifi-
Cómo sabe Target lo que quieres antes que tú
227
En verano de 2003, un ejecutivo recién ascendido de Arista Records, llamado Steve Bartels empezó a llamar a los disc-jockeys de la radio para
pedirles que pusieran una canción nueva que estaba seguro de que les
iba a encantar. Se llamaba Hey Ya!, del grupo de hip-hop OutKast.
Hey Ya! era una fusión de funk, rock e hip-hop con una buena dosis
de swing de Big Band, de uno de los grupos más populares del planeta.
No se parecía a nada delo que sonaba en la radio. «La primera vez que
la escuché me puso los pelos de punta -—me dijo Bartels—. Sonaba. a éxi-
to, al tipo de canción que podrías escuchar durante años tanto en los
cación de datos, salvo por dos correos electrónicos que recibí. El primero decía: «En
Target, nuestra misión es conseguir que Target se'a el destino preferido de nuestros clientes
a través de ofrecer un valor de excelencia, innovación constante y una experiencia excepcional para nuestros visitantes, cumpliendo siempre nuestra promesa de marca “Esperar
más. Pagar menos". Como estamos tan centrados en esta misión, hemos hecho una gran
inversión para comprender mejor las preferencias de nuestros visitantes. Para ayudarnos
en esta tarea hemos desarrollado una serie de herramientas de investigación que nos permiten conocer mejor las tendencias y preferencias dentro de los distintos segmentos demográficos de la población de nuestros clientes. Utilizamos los datos derivados de estas
herramientas para saber cómo distribuir los artículos en nuestras tiendas, seleccionar los
productos, las promociones y los cupones. Estos análisis permiten a Target proporcionar
la mejor experiencia de compra a nuestros clientes. Por ejemplo, durante una transacción
en la tienda, nuestra herramienta de investigación puede predecir las ofertas interesantes
para un cliente basándose en lo que ha comprado, que se le pueden entregar junto con su
recibo de compra. Además, los programas opcionales como nuestro registro de bebés ayu-
da a Target a comprender cómo evolucionarán las necesidades de nuestros clientes con el
tiempo, lo que nos facilita poder ofrecer a las nuevas madres cupones de ahorro. Creemos
que estas'acciones benefician a nuestros clientes aportándoles más de lo que necesitan y
quieren de Target, y que han beneficiado a Target al haber afianzado la lealtad de nuestros
clientes, que los conduce a comprar con más frecuencia, lo que se traduce en un aumento
de las ventas y de los beneficios». En su segundo e-mail decían: «Casi todas sus afirma-
ciones contienen informaciones inexactas y publicarlas sería engañoso para el público.
No necesitamos rebatir cada una de sus afirmaciones punto por punto. Target se toma en
serio sus obligaciones legales y cumple con todas las leyes federales y estatales, incluidas
las referentes ala protección de información sobre la salud».
EL PODER DE LOS HÁBITOS
228
Bar Mitzvah* como en los Proms».** En las oficinas de Arista, los directores cantaban a coro entre ellos —«sacúdelo como una foto de
Polaroid»— por los pasillos. «Esta canción —decían todos— va a ser un
bombazo.»
Eso no se basaba únicamente en la intuición. En esos momentos, el
negocio de la música estaba sufriendo una transformación similar a
la que tenía lugar en Target y en todas partes debido a los cambios que
provocaba la utilización de datos. Del mismo modo que las empresas
utilizaban algoritmos informáticos para predecir los hábitos de los com—
pradores, los directores de las discográficas y de la radio utilizaban programas para averiguar los hábitos de escucha de los oyentes. Una empresa llamada Polyphonic HMI ¿un grupo de expertos en inteligencia
artificial y estadísticos con sede en España- había creado un programa
que se llamaba Hit Song Science [Ciencia de los éxitos musicales] que
analizaba las características matemáticas de una melodía y predecía su
popularidad. Al comparar el tempo, tono, melodía, progresión de los
acordes y otros factores de una canción en particular con los miles de
éxitos ahnacenados en la base de datos de Polyphonic HMI, Hit Song
Science daba una puntuación que predecía si una melodía podía ser
un éxito.
El programa había predicho que el Come Away with Me de Norah
Jones, por ejemplo, sería un éxito cuando la mayor parte de la industria
discográfica había rechazado el álbum. (Se vendieron diez millones de
copias y ganó ocho Grammy.) Había predicho que Why Don’t You and I
de Santana sería popular, a pesar de las dudas de los disc-jockeys. (Alcanzó el tercer puesto en la lista de los 40 Principales de Billboard.)
Cuando los directores de las cadenas de radio pasaron Hey Ya! por
Hit Song Science, obtuvo una buena nota. De 'hecho, más que buena
nota: la puntuación era una de las más altas que se habían obtenido
nunca.
" Celebración judía. (Nota de Ia T.)
** Conciertos estivales que se celebran anualmente en el Royal Albert Hall de Londres.
(Nota de la T.)
Cómo sabe Target lo que quieres antes que tú
229
Hey Yai, según los algoritmos, iba a ser un superéxito.
El 4 de septiembre de 2003, a la hora de máxima audiencia, las 19:15,
en los 40 Principales de la WIOQ de Filadelfia, empezó a sonar Hey Ya!
Esa semana emitió 7 veces la canción, hasta un total de 37 veces en todo
el mes.
En aquellos tiempos, una compañía llamada Arbitron estaba probando una nueva tecnología que permitía averiguar cuántas personas es—
taban escuchando una cadena de radio en particular en un momento
dado, y cuántas cambiaban de emisora cuando sonaba una canción.
WIOQ era una de las emisoras incluidas en esa prueba piloto. Sus directores estaban seguros de que Hey Ya! mantendría a los oyentes con
la oreja pegada a la radio.
Luego recibieron los datos.
A los oyentes no sólo no les gustaba Hey Ya!, sino que según los
datos, la odiaban. Les desagradaba tanto que casi un tercio cambiaba de
emisora a los pocos segundos de que empezara la canción. Tampoco
fue sólo en WIOQ. En todas las emisoras de radio de toda la nación, en
Chicago, Los Ángeles, Fénix y Seattle, siempre que ponian Hey Yal, un
elevado número de personas cambiaba de emisora.
«La primera vez que la escuché me pareció una gran canción —dijo
John Garabedian, presentador de una redifusión radiofónica de los
40 Principales con una audiencia que superaba los dos millones de per-
sonas a la semana—. Pero no sonaba como las otras canciones, y la gen—
te se mosqueaba en cuanto la oía. Un chico me dijo que era lo peor que
había escuchado jamás.
»La gente escucha los 40 Principales porque quiere oír sus canciones
favoritas o canciones que suenen como sus canciones favoritas. Cuan—
do se emite algo diferente, se enfada. No quiere nada que no le resulte
familiar.»
Arista había invertido mucho dinero en la promoción de Hey Ya! La
industria de la música y de la radio necesitaba que fuera un éxito. Los
éxitos valen una fortuna —no sólo porque el público compra la canción,
sino porque un éxito puede persuadir a los oyentes para que abando—
nen los videojuegos e internet por la radio. Un éxito puede vender co-
230
EL PODER DE LOS HÁBITOS
ches deportivos en la televisión y ropa en las tiendas de moda. Los éxi—
tos pueden ser la raíz de docenas de hábitos de gasto en los que confían
los anunciantes, las cadenas de televisión, los bares y las discotecas, e
incluso empresas tecnológicascomo Apple.
Ahora, una de las canciones por las que se había apostado más fuer-
te -—una melodía que los algoritmos habian estimado que podía ser la
canción del año— estaba fracasando. Los directores de las emisoras de
radio estaban desesperados por hallar la manera de convertir a Hey Ya!
en un éxito.
Esa pregunta —¿cómo convertir una canción en un éxito?-— ha hecho
cavilar a la industria de la música desde sus inicios, pero sólo en las últimas décadas ha intentado responder a ella mediante métodos cientificos. Uno de los pioneros fue un antiguo director de una emisora llamado Rich Meyer que, en 1985, junto. con su esposa Nancy, montó una
empresa que se llamaba Mediabase en el sótano de su casa- de Chicago,
Cada mañana al levantarse seleccionaban un paquete de cintas de las
emisoras de distintas ciudades que habían grabado el día anterior y contaban y analizaban cada canción que habían puesto. Meyer publicaba
semanalmente un boletin informativo donde hacía un seguimiento de
las canciones que ganaban o perdían popularidad.
En sus primerosaños, el boletín contaba sólo con un centenar de
suscriptores, y Meyer y su esposa se esforzaban por mantener a flote la
empresa. No obstante, a medida que más emisoras de radio utilizaban
los criterios de Meyer para aumentar su audiencia —y, concretamente,
estudiar las fórmulas que había diseñado para explicar las tendencias
de escucha—, su boletín, los datos que vendían corno Mediabase, y lue-
go servicios sirnilares propórcionados por una industria creciente de asesores centrados en los datos, se fueron imponiendo en la forma dedirigir las emisoras de radio.
Uno de los enigmas que más le gustaba resolver a Meyer era averiguar
por qué durante algunas canciones, parecia que los oyentes no cambia-
ban nunca de canal-Entre los disc-jockeys, estas canciones se conocen
Cómo sabe Target lo que quieres antes que tú
231
como «pegadizas». Meyer llevaba años rastreando cientos de canciones
pegadizas tratando de adivinar el principio que las hacía populares. Te-
nía el despacho lleno de gráficos y tablas con las características de distintas canciones pegadizas. Meyer siempre había buscado formas nuevas
de medir el grado en que eran pegadizas, y cuando salió Hey Yai, empezó a experimentar con los datos de las pruebas que estaba realizando
Arbitron para ver si se le ocurría alguna idea nueva.
Algunas de las canciones más pegadizas de la época lo eran por razones obvias: Crazy in Love de Beyoncé y Señorita de Iustin Timberlake,
por ejemplo, acababan de salir y ya eran famosas, pero' eran grandes canciones de estrellas consolidadas de la música, por lo que era normal que
fueran pegadizas. Sin embargo, había otras canciones que nadie entendía por qué lo eran. Por ejemplo, cuando las. emisoras ponían Breathe
de Blu Cantrell en el verano de 2003, casi nadie cambiaba de canal. Es
una canción con una melodia intrascendente y monótona que según las
revistas musicales, la mayoria de los disc-jockeys la encontraban tan
insulsa que sólo la pinchaban a regañadientes. Pero, por alguna razón,
siempre que sonaba enla radio, la gente la escuchaba, aunque según
averiguaron posteriormente los encuestadores, los oyentes confesaban
que no les gustaba demasiado. O veamos Here Without You de 3 Doors
Down, o casi cualquier canción del grupo Maroon 5. Esas bandas son
tan impersonales que críticos y oyentes crearon una nueva categoría mu-
sical --«bath rock» [rock para el baño]—- para describir sus desangelados sonidos. Sin embargo, siempre que sonaban por la radio, casi nadie
cambiaba de emisora.
Luego había canciones que los oyentes decían claramente que les desagradaban, pgero que eran pegadizas. Como, por ejemplo, el caso de
Christina Aguilera o Celine Dion. En todas las encuestas, los oyentes
varones decían que odiaban a Celine Dion y que no soportaban sus canciones. Pero cuando sonaba una canción de Dion en la radio, los hom—
bres se quedaban escuchándola. En el mercado de Los Ángeles, las cadenas que ponían regularmente las canciones de Dion al final de cada
hora —cuando Arbitron hacía una medición de la audiencia— podían
estar seguras de que incrementarían su audiencia al menos en un 3 por
232
EL PODER DE LOS HÁBITOS
ciento, una cifra muy alta en el mundo de la radio. Puede que los oyentes varones pensaran que no les gustaba Dion, pero cuando ponían sus
canciones, se quedaban enganchados.
Cada noche, Meyer se ponía a escuchar una serie de canciones pegadizas seguidas, una tras otra, una y otra vez. En ese proceso empezó
a descubrir una similitud entre ellas. No era que las canciones sonaran
parecidas. Algunas eran baladas, otras pop. Sin embargo, todas se parecían en cuanto a que sonaban exactamente alo que Meyer esperaba escuchar de ese género. Sonabanfamiliares —como todo lo que se escucha
en la radio—, pero un poco más pulidas, un poco más cerca del punto
medio de la canción perfecta.
«A veces las emisoras hacían investigaciones, llamaban por teléfono
a los oyentes y les ponían un fragmento de una canción, y los oyentes
decían: “La he escuchado un millón de veces. Estoy harto de oírla” -—rne
dijo Meyer—. Pero cuando suena en la radio, tu subconsciente te dice
“¡Conozco esta canción! ¡La he oído millones de veces! ¡Puedo cantarla!” Las canciones pegadizas son lo que esperas escuchar enla radio. Tu
cerebro quiere secretamente esa canción, porque le resulta muy familiar respecto a todo lo demás que ha escuchado y le "ha gustado. Senci-
llamente, suena bien.»
Hay pruebas de que la preferencia por las cosas que nos suenan «familiares» es producto de nuestra neurología. Los científicos han exami-
nado los cerebros de las personas cuando escuchan música y han descubierto qué regiones neuronales están implicadas enla comprensión
de los estímulos auditivos. Escuchar música activa numerosas áreas del
cerebro, incluido el córtex auditivo, el tálamo y el córtex parietal supe-
rior. Esas mismas áreas también están asociadas con el reconocimiento
de patrones y con ayudar al cerebro a decidir a qué estímulos prestar
atención y cuáles ha de desatender. En otras palabras, las áreas que pro-
cesan la música están diseñadas para buscar patrones y familiaridad.
Esto parece lógico. Al fin y al cabo, la música es complicada. Los múltiples tonos, volúmenes, melodías que se solapan y sonidos-que compiten entre ellos en casi todas las canciones —o en cualquier persona que
esté hablando en una calle ruidosa— son tan abrumadores que, sin la
Cómo sabe Target lo que quieres antes que tú
233
habilidad de nuestro cerebro para concentrarse en unos sonidos e ignorar otros, todo nos parecería un ruido que no es más que cacofonía.
Nuestro cerebro anhela lo que le resulta familiar porque la familiaridad es lo que nos ayuda a escuchar sin distraernos con el resto de los
sonidos. Tal como descubrieron los científicos del MIT que los hábitos de conducta evitan que nos abrumemos por la infinidad de decisiones que, delo contrario, nos veríamos obligados a tomar cada día,
los hábitos de escucha existen porque sin ellos nos resultaría imposible determinar si hemos de concentrarnos en la voz de nuestro hijo,
en el silbato del entrenador o en el ruido de la calle durante un partido
de fútbol de los sábados. Los hábitos de escucha nos permiten separar
inconscientemente los ruidos importantes de los que hemos de pasar por alto.
Esa es la razón por la que las canciones que nos suenan «familiares»
—aunque nunca las hayamos oído antes— son pegadizas. Nuestro ce-
rebro está diseñado para preferir los patrones auditivos que se parecen
alo que ya hemos escuchado. Cuando Celine Dion saca una nueva canción —y suena como todas sus canciones anteriores, así como todas las
que ponen en la radio—, nuestro cerebro anhela inconscientemente esa
característica reconocible y la canción se vuelve pegadiza. Puede que
nunca vayas a un concierto de Celine Dion, pero escucharás sus canciones enla radio, porque eso es lo que esperas oir cuando conduces para
ir a tu trabajo. Esas canciones se corresponden perfectamente con tus
hábitos.
Este descubrimiento ayudó a explicar por qué Hey Ya! estaba siendo
un fi'acaso radiofónico, a pesar de que Hit Song Science y los directores
musicales estuvieran seguros de que iba a ser un éxito. El problema no
era que’Hey Ya! fuera mala. El problema era que no resultabafamiliar.
Los oyentes de la radio no querían tomar una decisión consciente cada
vez que les presentaban una canción nueva. Sus cerebros querían seguir
un hábito. La mayoría de las veces, no elegimos si nos gusta o disgusta
una canción. Supondría demasiado esfuerzo mental. Por el contrario,
reaccionamos a las señales («Ésta suena como todas las demás canciones que me han gustado») y'a las recompensas («¡Es divertido tararear—
EL PODER DE LOS HÁBITOS
234
laI») y, sin pensarlo, o empezamos a cantar o alargamos la mano y cambiamos de emisora.
Rutina
e/*\%
Señal
É: y
Recompensa
V
BUCLE DE LA FAMILIARIDAD
En cierto sentido, Arista y los disc-jockeys de la radio se enfrentaban a una variante del problema que Andrew Pole estaba teniendo en
Target. A los oyentes les basta con escuchar una canción que, aunque
digan que no les gusta, les suena a algo que ya han escuchado antes.
A las mujeres embarazadas les gusta usar los cupones que reciben por
correo, salvo que esos cupones revelen que Target ha estado espiando
sus matrices, lo cual resulta poco familiar y un tanto escalofriante. Recibir un cupón que te advierte de que Target sabe‘que estás embarazada
va'en contra de lo que esPera un cliente. 'Es como decirle a un inversor
de banca de 42 años que ha tarareado una canción de Celine Dion. No
es una buena idea.
.
Entonces, ¿cómo pueden convencer al público los disc-jockeys para
que escuchen canciones como Hey Ya! durante el tiempo suficiente como
para que les parezcan familiares? ¿Cómo puede Targetconvencer a las
mujeres embarazadas para utilizar cupones de descuento para pañales
sin asustarlas?
Disfrazando algo nuevo con un traje viejo yhacíendo familiar lo que
antes no lo era.
Cómo sabe Target lo que quieres antes que tú
235 '
A principios de la década de 1940, el Gobierno de los Estados Unidos
empezó a exportar gran parte de la carne que se producía en el país a
Europa y al Pacífico para las tropas que estaban combatiendo en la Segunda Guerra Mundial. En casa, los filetes y las costillas de cerdo empezaron a escasear. Cuando Estados Unidos entró en guerra a finales
de 1941, los restaurantes de Nueva York utilizaban carne de caballo para
hacer sus hamburguesas, y floreció un mercado negro para la carne de
ave. Los funcionarios federales empezaron a preocuparse porque, si la
guerra duraba mucho, podría dejar a la nación sin proteínas. Este «pro—
blema amenaza con alcanzar mayores dimensiones en Estados Unidos
a medida que la guerra avanza», escribió el ex presidente Herbert Hoover a los estadounidenses en un panfleto del Gobierno, en 1943. «Nues-
tras granjas están faltas de mano de obra para cuidar al ganado; y además hemos de abastecer de provisiones a los británicos y a los rusos. Las
carnes y las grasas en esta guerra son municiones igual que los tanques
y los aviones.»
El Ministerio de Defensa, preocupado por este tema, consultó a los
mejores sociólogos, psicólogos y antropólogos de la nación “incluidos
Margaret Mead y Kurt Lewin, que llegarían a convertirse en célebres
académicos— y les asignó una misión: busquen la manera de convencer alos norteamericanos para comer entrañas. Consigan que las amas
de casa sirvan a sus esposos e hijos hígadós, corazones, riñones, sesos,
estómagos e intestinos ricos en proteínas, que era lo que quedaba después de que el roast beef}r las costillas partieran hacia ultramar.
En aquellos tiempos la carne de casquería no era p0pular en Estados
Unidos: En 1940, una mujer de clase media antes se moriría de hambre
que ensuciar su mesa con lengua o tripa. En 1941, se reunieron por vez
primera los científicos que habían sido reclutados para formar parte del
Comité de Hábitos Alimentarios, y se pusieron Ia meta de identificar
sistemáticamente las barreras culturales que impedían que los estadounidenses comieran entrañas. En total se publicaron más de 200 estudios; en el fondo, todos contenían el mismo hallazgo: para cambiar los
236
EL PODER DE LOS HÁBITOS
hábitos alimentarios de las personas, lo exótico tenía que convertirse en
familiar. Y para ello has de camuflarlo con el atuendo de todos los días.
Llegaron a la conclusión de que para convencer a los estadounidenses de que debían comer hígados o-riñones, las amas de casa tenían que
saber cómo hacer que estos alimentos supieran, olieran y tuvieran un
aspecto lo más parecido posible a lo que sus familias esperaban ver en
la mesa cada noche. Por ejemplo, cuando en 1943, la División de Sub—
sistencia del Cuerpo de Intendencia ——los encargados de alimentar a los
soldados— empezó a servir repollo fresco a las tropas, no tuvo una bue-
na acogida. Asique en las cocinas empezaron a cortar y hervir el repollo hasta que pareciera una verdura más enla bandeja de los soldados, y
las tropas se lo comieron sin rechistar. «Los soldados estaban más predispuestos a comer la comida, tanto-si era familiar como si no, siempre
que estuviera preparada de- una forma similar a sus experiencias ante-
riores y se sirviera del mismo modo», escribió un investigador de nuestros días al evaluar esos estudios.
El secreto para cambiar la dieta estadounidense, concluyó el Comité para los Hábitos Alimentarios, era que resultara familiar. Pronto, las
amas de casa empezaron a recibir correspondencia que les decía: «Cualquier esposo estará encantado de comer un pastel de riñones y carne».
Los carniceros empezaron a repartir recetas que explicaban cómo in—
troducir hígado en el pan de carne.
Al cabo de unos pocos años de haber finalizado la Segunda Guerra
Mundial, el Comité‘para los Hábitos Alimentarios fue disuelto. No obstante, por aquel entonces, comer entrañas ya era un hábito totalmente
integrado en la dieta estadounidense. Un estudio indicaba que el consumo de vísceras había aumentado un 33 por ciento durante la guerra.
En 1955, había aumentado un 50 por ciento. Los riñones se habían convertido en un plato típico para cenar. El hígado era para ocasiones especiales. Los patrones de las cenas de los norteamericanos habían cambiado de tal modo que las vísceras se habían convertido en estandartes
del bienestar social.
Desde entonces, el Gobierno de Estados Unidos ha lanzado docenas
de campañas para mejorar la dieta de sus ciudadanos. 'Por ejemplo, hubo
Cómo sabe Target lo que quieres antes que tú
237
la campaña de «Cinco al día», en la que se intentaba animar a las personas a que comieran cinco frutas o verduras; se diseñó la pirámide alimentaria del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA),
y se trató de incentivar el consumo de quesos y leche bajos en grasa.
Ninguna de ellas tuvo en cuenta los descubrimientos del comité. Ninguna intentó camuflar sus recomendaciones en los hábitos existentes, y el
resultado fue que todas ellas fracasaron. Hasta la fecha, el único programa del Gobierno que ha producido algún cambio duradero en la dieta
estadounidense fue la campaña para comer vísceras de la década de 1940.
Sin embargo, las emisoras de radio y las grandes empresas -incluida Target— son un poco más inteligentes.
Para convertir Hey Ya! en un éxito, los disc-jockeys pronto se dieron
cuenta de que tenían que conseguir que la canción sonara familiar. Y
para ello hacía falta algo especial.
El problema era que los programas informáticos como Hit Song
Science eran bastante buenos para predecir los hábitos de las personas.
Pero, a veces, esos algoritmos descubren hábitos que todavía no han
aparecido, y cuando las empresas comercializan hábitos que todavia no
hemos adeptado, o lo que es peor, que no estamos dispuestos a adop-
tar por nosotros mismos —com0 nuestro gusto secreto por las baladas
sensibleras—, corren el riesgo de arruinarse. Si una tienda de comes-
tibles anuncia a bombo y platillo: «¡Tenemos una extensa selección de
cereales azucarados y heladosl», los compradores huyen. Si en la década de 1940, un carnicero hubiera anunciado: «Aqui tenemos intestinos
para su cena», un ama de casa de aquellos tiempos hubiera preparado
un guiso' de atún. Cuando una emisora de radio anuncia: «¡Celine Dion
cada media hora!», nadie la sintoniza. Por la misma razón, en los super-
mercados promocionan los tomates y las manzanas (mientras se asegu-
ran de que los clientes pasan al lado de los M&M y los helados Háagen
Dazs de camino a la caja), en los cuarenta, los carniceros llamaron al
hígado el «nuevo bistec», y los disc-jockeys fueron introduciendo taimadamente el tema de la pelicula Titanic.
238
EL PODER DE Los HÁBITOS
Hey Ya! tenía que formar parte de un hábito de escucha establecido
para convertirse en un éxito. Y para formar parte de un hábito, al principio se tenía que camuflar un poco, del mismo modo que las amas de
casa camuflaron el hígado introduciéndolo en el pan de carne. Así que
en la WIOQ de Filadelfia -—igual que en otras emisoras de radio de toda
la nación—, los disc-jockeys empezaron a asegurarse de que. siempre que
ponían Hey Ya!, era entre dos canciones conocidas. «Es el abecé de las
listas musicales -——dijo Tom Webster, un asesor radiofónico—. Pon una
canción nueva entre dos éxitos populares.»
‘ Tu canción favorita n°1
Tu canción Favorita n° 2
Los disck—jockeys no pusieron Hey Ya! junto con cualquier éxito. La
emitían entre los tipos de canciones que Rich Meyer había descubier-
to que eran especialmente pegadizas, de artistas como Blu Cantrell, 3
Doors Down, Maroon 5 y Christina Aguilera. (Algunas emisoras estaban tan entusiasmadas que utilizaban dos veces la misma canción.)
Veamos, por ejemplo, las listas de- WIOQ del 19 de septiembre de
2003:
11:43
11:54
Here Without You, de 3 Doors Down
Breathe, de Blu Cantrell
11:58
12:01
Hey Ya!, de OutKast
Breathe, de Blu Cantrell
Cómo sabe Target lo que quieres antes que tú
239
O la lista del 16 de octubre:
9:41
9:45
9:49
10:00
Harder to Breathe, de Maroon 5
Hey Ya!, de OutKast
Can’t Hold Us Down, de Christina Aguilera
Frontin, de Pharrell
Del 12 de noviembre:
9:58
Here Without You, de 3 Doors Down
10:01
Hey Ya!, de OutKast
10:05
Like I Love You, de Justin Timberlake
10:09
Baby Boy, de Beyoncé
«Las listas musicales son una forma de mitigar el riesgo -—-dice Webster—. Las emisoras han de asumir riesgos con las nuevas canciones,
delo contrario, la gente dejaría de escucharlas. Pero lo que realmente
quieren los oyentes son canciones que ya les gusten. Por lo tanto, hay
que conseguir que las canciones nuevas resulten lo más familiares posible cuanto antes.»
Cuando WIOQ empezó a poner Hey Ya! a principios de septiembre
--antes de que empezara la técnica del sándwich—, el 26,6 por ciento
de los oyentes cambiaba de emisora cuando sonaba la canción. En octubre, después de emitirla junto con otros éxitos pegadizos, el «factor
desconectar» disminuyó hasta un 13,7 por ciento. En diciembre, se redujo a un 5,7 por ciento. Otras emisoras importantes de la nación utilizaron la misma técnica del sándwich, y los índices de desconexión si-
guieron“ patrones similares.
Y cuando los oyentes escucharon Hey Ya!, una y otra vez, la canción
se volvió familiar. Cuando se había vuelto popular, WIOQ emitía Hey
Ya! unas quince veces al día. Los hábitos de escucha dela gente cambiaron y pasaron a esperar —incluso, desear- escuchar Hey Ya! La canción ganó un Grammy, se vendieron más de 5,5 millones de álbumes, y
las emisoras de radio ganaron millones de dólares. «Este álbum conso-
240
EL PODER DE LOS HÁBITOS
lidó a OutKast en el panteón de las superestrellas —me dijo Bartels, el
ejecutivo de promoción—. Esto es lo que les introdujo a Otro público
que no era el del de hip—hop. Me siento muy satisfecho cuando un ar-
tista nuevo viene a mostrarme su single y me dice: “Éste va a ser el si—
guiente Hey Ya!”».
Después de que Andrew Pole fabricara su máquina de predicción del
embarazo, tras haber identificado a cientos de miles de compradoras
que probablemente estuvieran embarazadas, después de que alguien señalara que algunas —de hecho, la mayoría— de esas mujeres podrían
molestarse un poco si recibían una publicidad que delataba que Target
conocía su estado, todos decidieron dar un paso atrás y reconsiderar las
opciones.
El departamento de marketing pensó que valdría la pena realizar algunos pequeños experimentos antes de enfrascarse en una campaña
a nivel nacional. Tenían la habilidad de enviar correo especialmente
diseñado a pequeños grupos de clientes, de modo que eligieron al azar
mujeres de la lista de embarazadas de Pole y empezaron a diseñar combinaciones de anuncios para ver la reacción de las compradoras.
«Tenemos los medios para enviar a cada clienta un folleto publici-
tario especialmente diseñado para ella que diga: “Aquí está todo lo que
usted ha comprado la semana pasada, y le adjuntamos un cupón de descuento” —me dijo. uno de los directores de Target que conocía de primera mano el-programa de predicción de embarazos de Pole—. Hacemos
esto continuamente con los productos de alimentación.
»Sin embargo, con los productos para-el embarazo nos dimos cuenta de que las mujeres reaccionaban mal. Entonces, en la publicidad empezamos a mezclar productos que sabíamos que las mujeres embarazadas nunca comprarían, para que los artículos para el bebé parecieran
fortuitos. Poníamos una podadora de césped cerca de unos pañales.
Poníamos un cupón para vasos de vino al lado de uno para ropa de
bebé, De ese modo parecía que todos los productos habían sido elegidos al azar.
Cómo sabe Target lo que quieres antes que tú
241
»Y descubrimos que, mientras una mujer embarazada no piense
que ha estado siendo espiada, usará los cupones. Simplemente, pensará que todas las demás personas de su edificio han recibido el mismo
folleto de pañales y cunas. Siempre que no_- la pongamos sobre aviso,
funcionará.»
La respuesta a la pregunta de Target y de Pole -—¿cómo enviar publicidad a una mujer embarazada sin revelar que sabes que está embarazada?— en esencia era la misma que la que emplearon los disc-jockeys
para que los oyentes se engancharan a Hey Ya! Target había empezado
a introducir cupones para pañales entre productos que nada tenían que
ver con el embarazo, que hacían que la publicidad pareciera anónima,
familiar y cómoda. Camuflaron lo que sabían.
Al poco tiempo, se dispararon las ventas de Target en la sección
«Mamá y Bebé». La compañía no desglosa las cifras de ventas por departamentos, pero entre 2002 —-cuando contrataron a Pole-— y 2009,
los ingresos de Target pasaron de 44.000 millones a 65.000 millones de
dólares. En 2005, el presidente de la compañía, Gregg Steinhafel, alardeaba en una sala llena de inversores de que la compañía. «se habia concentrado en artículos y categorías que atraían a segmentos específicos
de clientes como el las madres y los bebés.
»A medida que nuestra base de datos se va volviendo más sofisti-
cada, Target Mail ha encontrado su propia herramienta para promover
valores y conveniencia a segmentos específicos. de clientes como las madres primerizas y los adolescentes. Por ejemplo, Target Baby puede rastrear las etapas de la vida desde la fase prenatal hasta las sillitas para el
coche y los carritos. En 2004, el Programa Baby Direct Mail [Corres-
pondencia Dirigida al Bebé] consiguió considerables aumentos en visitas a las tiendas y en ventas.»
Tanto si se trata de vender una canción nueva, comida nueva o una
cuna nueva, la lección es la misma: si disfrazas algo con los viejos hábitos, es más fácil que el público lo acepte.
242
BL PODER DE LOS HÁBITOS
IV
La utilidad de esta lección no se limita a las grandes corporaciones, agen-
cias gubernamentales o emisoras de radio que esperan manipular nuestros gustos. Estos mismos conocimientos se pueden utilizar para cam-
biar nuestra forma de vida.
En el año 2000, por ejemplo, la YMCA [Asociación Cristiana de Ió—
venes] —una de las organizaciones no lucrativas más grandes de la nación— contrató a dos estadísticos para utilizar los poderes de adivinación de las bases de datos a fin de hacer del mundo un lugar más
saludable. YMCA tiene más de 2.600 sucursales en Estados Unidos, la
mayoría de ellas gimnasios y centros para la comunidad. Hace aproximadamente una década, los dirigentes de la organización empezaron a
preocuparse por seguir siendo competitivos. Pidieron ayuda a un científico social y a un matemático: Bill Lazarus y Dean Abbott.
Los dos hombres recopilaron los datos de más de 150.000 encuestas
de satisfacción de los socios de YMCA, que se habían recopilado a lo
largo delos años, y empezaron a buscar patrones. En ese momento,
entre los ejecutivos de YMCA reinaba la convicción de que la gente
quería equipos de fitness más sofisticados y llamativos, e instalaciones
más modernas. YMCA habia invertido millones de dólares en construir salas de pesas y salas de yoga. Sin embargo, cuando revisaron las
encuestas, resultó que, a pesar de que la estética de las instalaciones yla
disponibilidad de máquinas nuevas en un principio podía haber sido
la razón por la que se apuntaron, lo que les hacía quedarse era otra cosa.
Según los datos, la permanencia se debía a factores emocionales, como
que los empleados conocieran los nombres de los socios o los saludaran al entrar. Resulta que las personas suelen ir al gimnasio para buscar
una conexión humana, no una cinta para andar. Si un socio hacía un
l amigo en YMCA,.era mucho más probable que fuera más a menudo
a las clases de gimnasia. En resumen, las personas que iban al centro
YMCA tenían ciertos hábitos sociales. Si YMCA les satisfacía, los so—
cios estarían contentos. Por lo tanto, si YMCA quería fomentar hacer
ejercicio, tenía que aprovechar los patrones existentes y enseñar a los
Cómo sabe Target lo que quieres antes que tú
243
empleados a recordar los nombres de los socios. Es una variante de la
lección que aprendieron Target y los disc-jockeys de la radio: para ven—
der un nuevo hábito -—en este caso hacer ej ercicio—, envuélvelo en algo
que conozcas y que te guste, como el instinto de ir a lugares donde es
fácil hacer amigos.
«Estamos descifrando el código para conseguir que la gente siga yendo al gimnasio —-me dijo Lazarus—. La gente quiere ir a sitios que satis-
fagan sus necesidades sociales. Conseguir que las personas hagan ejercicio en grupo hace que sea más fácil acostumbrarse a un ejercicio. De
este modo puedes cambiar la salud de un país.»
Un día no muy lejano, según los expertos analistas, las empresas c0nocerán nuestros gustos y predecirán nuestros hábitos mejor que nosotros mismos. Sin embargo, saber que alguien puede preferir una marca
de mantequilla de cacahuetes a otra, no basta para conseguir que esa
persona actúe de acuerdo con su preferencia. Para comercializar un nueVO' hábito —ya sea de alimentación o de aeróbic— hemos de entender
cómo hacer que la novedad nos resulte familiar.
La última vez que hablé con Andrew Pole, le mencioné que mi esposa estaba embarazada de siete meses de nuestro segundo hijo. El propio Pole también tiene hijos, así que hablamos de niños. Le dije que mi
esposa y yo habiamos comprado una vez en Target, y que hacía cosa de
un año le habíamos dejado nuestra dirección, para así empezar a recibir cupones de descuento por correo. Últimamente, a medida que pro—
gresaba el embarazo de mi esposa, me había percatado de que recibía—
mos más publicidad de pañales, lociones y r0pa para bebé.
Le dije que pensaba utilizar algunos de esos cupones ese fin de se—
mana. También estaba pensando en comprar una cuna, y unas cortinas
para el dormitorio del bebé, y quizás algunos juguetes de Bob the Builder para mi hijo pequeño. Era-mu)r útil que Target me estuviera enviando justamente los cupones adecuados para lo- que necesitaba comprar.
—-Espera a que nazca el bebé —Ine dijo Pole—. Te enviaremos cupones para cosas que querrás antes de que sepas que las quieres.
PARTE lll
LOS HÁBITOS
DE LAS SOCIEDADES
8
La iglesia de Saddleback
y el boicot del autobús
de Montgomery
Cómo se producen los movimientos sociales
El autobús de las 6 de la tarde de Cleveland Avenue se acercó a la acera
y una menuda mujer afroamericana con gafas sin montura y chaqueta clásica marrón subió a bordo, abrió su monedero y puso una moneda de 10 centavos en la máquina.
Era jueves, 1 de diciembre de 1955, Montgomery, Alabama, y para
ella era el final de una larga jornada de trabajo en Montgomery Fair, los
almacenes donde trabajaba como costurera. El autobús estaba abarrotad‘o, y por ley, las cuatro primeras filas estaban reservadas para pasajeros blancos. La zona donde se permitía ir sentados a los negros estaba
al final, y ya estaba llena, así que la mujer —Rosa Parks— se sentó en
una fila central, justo detrás de la sección de los blancos, donde se p0día sentar todo el mundo.
En el transcurso del trayecto fueron entrando más personas. Pronto
todas las filas de asientos estaban llenas y algunas personas —incluidos
pasajeros blancos— viajaban de pie en el pasillo, agarradas a una barra
sujeta al techo. El conductor de autobús, James F; Blake, al ver al hombre blanco de pie, gritó a los pasajeros negros de la zona donde estaba
Parks que cedieran sus asientos, pero nadie se movió. Había mucho ruido. Puede que no le hubieran oído. Blake llegó a una parada delante del
248
BL PODER DE LOS HÁBITOS
Empire Theater de Montgomery Street y se dirigió hacia la parte de atrás
del vehículo.
—¡Eh, vosotros! Más os vale que me lo pongáis fácil, así que ceded
esos asientos —dijo.
Tres de los pasajeros negros se levantaron y se fueron al fondo, pero
Parks permaneció sentada. No estaba en la sección de los blancos, le dijo
al conductor, y además sólo había un pasajero blanco de pie.
—Si no te levantas —-le dijo Blake— llamaré .a la policía para que te
arresten.
—Hágalo —respondió Parks.
El conductor se marchó‘y volvió con dos policías.
—¿Por qué no se levanta? —le preguntó uno de ellos a Parks.
-—¿Por qué se meten con nosotros? —preguntó ella.
--No lo sé —respondió el oficial—. Pero la ley es la ley y usted queda arrestada.
En ese momento, aunque ninguno de los que estaban en aquel autobús lo sabía, se inició el movimiento por los derechos civiles. Esa pe—
queña negativa fue la primera de una serie de acciones que transformó
la batalla por las relaciones interraciales de un forcej eo llevado a cabo
por activistas en los tribunales y por asambleas legislativas, en una contienda que sería apoyada por comunidades enteras y protestas masivas.
El año siguiente, la población de color de Montgomery se rebelaría y
boicotearía los autobuses de la ciudad; la huelga terminó sólo cuando
fue completamente abolida la ley de segregación racial en el transporte
público. El boicot perjudicó económicamente a la compañía de transportes, congregó a cientos de miles de manifestantes, presentó al país a
un carismático líder llamado Martin Luther King IL, y prendió la llama
de un movimiento social que se extenderia hasta Little Rock, Greensboro, Raleigh, Birminghan, y por último, el Congreso. Parks se convertiría en una heroína, le otorgaron la Medalla Presidencial de la Libertad,
y fue un brillante ejemplo de cómo un solo acto de desafío podía cambiar el mundo.
Pero eso no es todo. Rosa Parks y el boicot a la compañía de los autobuses de Montgomery se convirtieron en el epicentro de la campaña por
La iglesia de Saddleback y el boicot del autobús...
249
los derechos civiles, no sólo por su acto de desafío individual, sino por los
patrones sociales. Las experiencias de Parks nos ofrecen una lección sobre el poder de los hábitos sociales: las conductas que tienen lugar, inconscientemente, entre docenas, cientos o incluso miles de personas, que
muchas veces cuestan de ver cuando se producen, pero que encierran
un poder que puede cambiar el mundo. Los hábitos sociales son los que
inundan las calles de manifestantes que no se conocen entre ellos, y
que, aunque se estén manifestando por distintas razones, todos avanzan en la misma dirección. Los hábitos sociales son la razón por la que
algunas iniciativas se convierten en movimientos sociales que cambian
el mundo, mientras otras ni siquiera llegan a cuajar. Y la razón por la
que los hábitos sociales tienen semejante fuerza es porque en la raíz
de muchos movimientos sociales .—-ya sean revoluciones a gran escala
o simples fluctuaciones en las iglesias a las que acude la gente— se produce un proceso en tres partes que historiadores y sociólogos nos muestran una y otra vez:
Un movimiento social empieza por los hábitos sociales de la amistad y los fuertes vínculos entre allegados.
Se desarrolla por los hábitos de una comunidad, y los débiles víncu—
los que mantienen unidos a los barrios y los clanes.
Y perdura porque los líderes de un movimiento dan nuevos hábitos
a los participantes que les crean un nuevo sentido de identidad y el sen-
timiento de pertenecer a algo.
Generalmente, un movimiento social sólo se puede autopropulsar
y alcanzar una masa crítica cuando se cumplen las tres partes de este
proceso. Hay otras recetas para conseguir cambios sociales con éxito,
y cientos de detalles que difieren según las-épocas y contiendas. Pero
comprender cómo actúan los hábitos sociales ayuda a explicar por qué
Montgomery y Rosa Parks se convirtieron en el catalizador de una cruzada por los derechos civiles.
No era inevitable que el acto de rebeldía de Parks ese día de invierno
acabara en algo más que un arresto. Pero intervinieron los hábitos, y
sucedió algo asombroso.
250
EL PODER DE LOS HÁBITOS
Rosa Parks no fue la primera persona de color encarcelada por quebrantar las leyes de segregación racial de los autobuses de Montgomery. Ni
siquiera fue la primera ese año. En 1946, Geneva Iohnson fue arrestada
por replicarle a un conductor de autobús respecto al tema de los asien-
tos. En 1949, Viola White, Katie Wingfield y dos niños negros fueron
arrestados por sentarse en la sección de los blancos y negarse a levantarse. Ese mismo año, dos adolescentes negros que venían de Nueva Iersey
--donde los autobuses estaban integrados— fueron arrestados y encarcelados por violar la ley sentándose al lado de un hombre y un niño
blancos. En 1952, un policía de Montgomery disparó y mató a un hom—
bre negro cuando discutía con un conductor de autobús. En 1955, justo
unos meses antes de que Parks fuera encarcelada, Claudette Colvin y
Mary Louise Smith fueron arrestadas en incidentes separados por ne-
garse a cederle el asiento a pasajeros blancos.
Pero ninguno de estos arrestos terminó en boicots o protestas. «En
aquella época no había muchos activistas de verdad en Montgomery
—me dijo Taylor Branch, premio Pulitzer por su trabajo como histo-
riador de los derechos civiles—. La gente no organizaba protestas o marchas. El activismo era algo que ocurría en los tribunales. No que hiciera
la gente común.»
Cuando el joven Martin Luther King, Ir., llegó a Montgomery en
1954, un año antes de que arrestaran a Parks, descubrió que la mayoría
de los negros de la ciudad aceptaban la segregación «aparentemente
sin protestar. No sólo parecían estar resignados a la segregación pro-
piamente dicha, sino que aceptaban los abusos y humillaciones que la
acompañaban».
Entonces, ¿por qué, cuando arrestaron a Parks, cambiaron las cosas?
Una de las explicaciones es que estaba cambiando el clima político. El año anterior, la Corte Suprema de Estados Unidos había dictado
sentencia respecto al caso Brown v. Board ofEducation [Brown contra
la Junta de Educación], donde declaraba ilegal la. segregación dentro
de las escuelas públicas; seis meses antes del arresto de Parks, el Tri-
bunal había dictaminado lo que pasó a conocerse como Brown II: una
decisión donde se ordenaba que se debía proceder a la integración en
La iglesia de Saddleback y el boicot del autobús...
251
las escuelas «con toda celeridad». En toda la nación se respiraba el aire
del cambio.
Pero eso no basta para explicar por qué Montgomery se convirtió
en la zona cero para la lucha por los derechos civiles. Claudette C01—
vin y Mary Louise Smith habían sido arrestadas en la estela del Brown
v. Board, y, sin embargo, no provocaron el inicio de una protesta. El
Brown para muchos de los residentes de Montgomery era una abstracción de un palacio de justicia lejano, y no estaba muy claro cómo —o
si— se llegaría a notar su repercusión en la zona. Montgomery no era
Atlanta o Austin u otras ciudades donde el progreso parecía posible.
«Montgomery era un lugar bastante desagradable —dijo Branch—. E1
racismo estaba demasiado arraigado.»
I No obstante, cuando arrestaron a Parks, se inició algo inusual en la
ciudad. Rosa Parks, a diferencia de otras personas que habían sido en—
carceladas por violar la ley de segregación racial en el autobús, era muy
respetada y estaba muy integrada dentro de su comunidad. De modo
que cuando la arrestaron, se desencadenaron una serie de hábitos sociales —los hábitos de la amistad— que iniciaron la primera protesta.
Parks pertenecía a docenas de redes sociales de Montgomery, lo que hizo
que sus amistades respondieran antes de que se impusiera la apatía ha-
bitual de la comunidad.
La Vida civil de Montgomery, en aquellos tiempos, estaba bajo el control de cientos de pequeños grupos que creaban el entramado social de
la ciudad. La Guia de las organizaciones civiles y sociales era casi tan
gruesa como la guía telefónica. Casi todos los adultos —especialmente
los negros— pertenecían a algún club, iglesia, grupo social, centro de
la comunidad u organización de vecinos, y muchas veces a más de uno.
Y dentro de esas redes sociales, Rosa Parks era especialmente conocida y apreciada. «Rosa Parks era una de esas raras personas sobre las que
todo el mundo estaba de acuerdo en que daban más que recibían —escríbió Branch en su historia sobre el movimiento por los derechos civiles, Parting the Waters—. Su personalidad podría figurar como uno de
esos escasos puntos altos en el gráfico de la naturaleza humana, que servía para compensar la existencia de unos cuantos sociópatas.» Las múl-
252
EL PODER DE LOS HÁBITOS
tiples amistades y afiliaciones de Parks sobrepasaron las fronteras racia-
les y económicas de la ciudad. Era la secretaria de la National Association
for the Advancement of Colored People (NAACP, Asociación Nacio—
nal para el Progreso de las Personas de Color) de su zona, iba a la iglesia
metodista, y ayudaba ¿"supervisar una organización juvenil de la iglesia luterana que tenía cerca de su casa. Pasaba algunos fines de semana
trabajando como voluntaria en un centro de acogida, otros en un club
de botánica, y los miércoles por la noche solía unirse a un grupo de mujeres que se dedicaban a tejer mantas para el hospital de la zona. Trabajaba como voluntaria confeccionando ropa para familias pobres, y hacía retoques de última hora en los trajes de gala de las jóvenes blancas
para el día de su presentación en sociedad. Estaba tan involucrada en la
comunidad, que su marido se quejaba de que comía más veces lo que
tuviera a mano que en su casa.
En general, dicen los sociólogos, la mayoría tenemos amigos que son
como nosotros. Puede que tengamos unos cuantos conocidos que
son más ricos, otros que son más pobres, y unos cuantos de otras ra—
zas; pero lo habitual es que nuestras relaciones más íntimas sean con
personas como nosotros, que ganen aproximadamente lo mismo y que
tengan orígenes parecidos.
Las amistades de Parks, por el contrario, se repartían entre todas las
jerarquías sociales y económicas de Montgomery. Tenía lo que los so-
ciólogos llamaban «vínculos fuertes» ¿relaciones directas— con docenas de grupos de toda la ciudad que no solían tener ningún contacto
entre ellos. «Ésta era la clave —dice Branch—e. Rosa Parks trascendía las
estratificaciones sociales de la comunidad negra y de Montgomery en
su totalidad. Era amiga tanto de campesinos como de catedráticos de la
'
universidad.»
Y el poder de esas amistades se reveló en cuanto Parks aterrizó en la
cárcel.
Rosa Parks llamó a sus padres a casa desde la comisaría. Estaba aterra»
da, y su madre —-—que no tenía idea de lo que podía hacer— empezó a
La iglesia de Saddleback y el boicot del autobús...
253
revisar mentalmente todo su archivo de las amistades de su hija, intentando pensar en alguien que pudiera ayudarla. Llamó ala esposa de
E. D. Nixon, antiguo dirigente del NAACP de Montgomery, quien a su
vez llamó a su esposo y le contó que Parks tenía que salir del calabozo.
Enseguida le ofreció su ayuda y llamó a un eminente abogado blanco
llamado Clifford Durr, que conocía a Parks porque les había arreglado trajes a sus tres hijas.
Nixon y Durr se presentaron en el calabozo, pagaron la fianza de
Parks y 1a llevaron a casa. Habían estado buscando el caso perfecto para
desafiar las leyes de segregación racial de los autobuses de Montgomery,
y al ver la oportunidad, le preguntaron a Parks si estaría dispuesta a que
ellos denunciaran su arresto ante los tribunales. El esposo de Parks se
opuso a la idea. «Los blancos te matarán, Rosa», le dijo.
Pero Parks había pasado años trabajando con Nixon en la NAACP.
Había estado en casa de Durr y ayudado a sus hijas a arreglarse para las
fiestas. Ahora sus amigos le estaban pidiendo que les hiciera un favor.
«Si creéis que eso puede significar algo para Montgomery y ser de
provecho —les dijo—, estaré encantada de hacerlo.»
I Esa noche —a las pocas horas de su arresto— las noticias sobre el
arresto de Parks empezaron a filtrarse entre la comunidad negra. Io Ann
Robinson, presidenta de un poderoso grupo politico de maestros de escuela y amiga de Parks a la que conocía de muchas organizaciones, se
enteró delo ocurrido. Lo mismo sucedió con los maestros del grupo
de Robinson, y muchos de los padres de sus alumnos. Hacia la media-
noche, Robinson convocó un mitin improvisado y sugirió que el lunes
todo el mundo boicoteara los autobuses, a sólo cuatro días de que Parks
compareciera ante los tribunales.
Después Robinson entró furtivamente en la sala donde estaba el ci—
clostil de su oficina e hizo copias de una octavilla.
«Otra mujer negra arrestada y encarcelada por negarse a levantarse de su asiento en el autobús para que se sentara una persona blanca
—ponía—. E1 caso de esta mujer se llevará a los tribunales el lunes. Por
lo tanto, pedimos a todos los negros que no tomen el autobús el lunes
en señal de protesta por el arresto y el juicio.»
254
EL PODER DE LOS HÁBITOS
A primera hora de la mañana siguiente, Robinson dio paquetes de
octavillas a los maestros y les pidió que las distribuyeran entre los padres y compañeros de trabajo. A las veinticuatro horas del arresto de
Parks, se habia corrido la voz de su encarcelamiento y el boicot se había
extendido a algunas de las comunidades más influyentes de la ciudad:
la NAACP, el grupo político más numeroso, una serie de maestros de
escuela de color, y los padres de sus alumnos. Muchas de las personas
que recibieron' una octavilla conocían personalmente a Rosa Parks: se
habían sentado a su lado en la iglesia o en alguna reunión de volun—
tarios y la consideraban su amiga. En la amistad hay un instinto natural implícito, una solidaridad que nos predispone a luchar por alguien
a quien apreciamos cuando está recibiendo un trato injusto. Los estu-
dios demuestran que las personas no tienen demasiados problemas para
olvidar los agravios perpetrados a personas que no conocen, pero que
cuando se insulta a un amigo, nuestro sentido del ultraje es capaz de
superar esa inercia que generalmente dificulta la organización de pro-
testas. Cuando los-amigos de Parks se enteraron de su arresto y del boicot, los hábitos sociales .de la amistad —la inclinación natural a ayudar
a alguien que respetamos— entraron en juego.
El primer movimiento social masivo de la era moderna de los derechos civiles podía haberse desencadenado con cualquiera de los arrestos
anteriores. Pero empezó con Rosa Parks porque tenía una larga, diversa
e interconectada lista de amistades, que, cuando la arrestaron, reaccio-
naron como suelen hacer los amigos, siguiendo los hábitos de la amis—
tad y aceptando mostrar su-apoyo.
Aun así, muchos contaban con que las protestas no serían más que
un acontecimiento aislado. Cada día tienen lugar pequeñas protestas en
todo el mundo y casi todas ellas se desvanecen rápidamente. Na‘die tiene suficientes amigos como para cambiar el mundo.
Ésta es la razón por la que el segundo aspecto de los hábitos de los
movimientos sociales es tan importante. El boicot de losautobuses de
Montgomery se convirtió en una acción social porque, al poco de que
los amigos de Parks empezaran a correr la voz, se activó .el sentido de
obligación que tenia la comunidad negra. Personas que apenas la cono-
La iglesia de Saddleback y el boicot del autobús...
255
cían decidieron participar por la presión social de sus amistades ——una
influencia conocida como «el poder de los vínculos débiles»— que hacía casi inevitable no unirse a la protesta.
Imagina por un momento, que eres un ejecutivo de clase media que
trabaja para una gran compañía. Tienes éxito y estás bien considerado.
Has pasado muchos años forjándote una buena reputación dentro de
tu empresa y cultivando una red de amistades con las que puedes contactar para venderles tu producto, pedirles consejo, y para enterarte de
chismes industriales que pueden beneficiar a tu empresa. Frecuentas una
iglesia, un gimnasio, el club de campo, y tu asociación de alumnos universitarios. Eres respetado y sueles pertenecer a diversos comités. Cuan-
do las personas de tu comunidad se enteran de alguna oportunidad comercial, suelen comunicártela.
Ahora imagina que recibes una llamada de teléfono. Es un ejecutivo
de clase media de otra compañía que está buscando trabajo. Te pregun-
ta-si le ayudarías hablando bien de él a tu jefe.
Si la persona que está al teléfono es un completo extraño, es una decisión fácil. ¿Por qué arriesgarte dentro de tu empresa ayudando a alguien que no conoces?
Pero si la persona con la que estás hablando es un viejo amigo, también es una decisión fácil. Por supuesto que la ayudarás. Eso es lo que
hacen los amigos.
Pero, ¿qué pasa si la persona con la que estás hablando no es una
buena amiga ni una desconocida, sino algo intermedio? ¿Y si tenéis ami—
gos en común, pero no la conoces demasiado bien? ¿Apuestas por ella
cuando tu jefe te pregunta si merece la pena una entrevista? En resu-
men, ¿cuánta reputación y energía estás dispuesto a invertir para ayudar a un amigo de un amigo a conseguir un trabajo?
A finales de la década de 1960, un estudiante de doctorado de la
Universidad de Harvard que se llamaba Mark Granovetter, se propuso
256
EL 90mm DE LOS HÁBITOS
responder a esa pregunta estudiando cómo 282 hombres habían encontrado su empleo actual. Averiguó cómo se habían enterado de.que‘ha.bía puestos libres, a quiénes llamaron para que los‘recomendaran, los
_ métodos que utilizaron para afrontar las entrevistas,-y —lo más impor—
tante—, quién les habia echado una mano. Tal como esperaba, descubrió
que cuando los buscadores de trabajo se encontraban ante un desconocido, eran rechazados. Cuando recurrían alas amistades, les ayudaban.
No obstante, lo más sorprendente era la frecuencia con la que los buscadores de trabajo recibían ayuda de conocidos _—amigos de amig08+,
personas que ni eran desconocidas ni -a]legadas.— Granovetter denominó
a esas conexiones «vinculos débiles», porque representan losvínculos
que conectan-alas personas con los conocidos quetienen en común,
con los que comparten su pertenencia a redes sociales, aunque no estén
directamente conectados por vinculos estrechos de amistad.
De hecho, en lo que a encontrar un trabajo se refería, Granovetter
descubrió que los vinculosdébiles muchas veces eran más importantes
que las amistades cercanas, porque los vínculos débiles nos dan acceso
a redes sociales a las que de otro modo no podríamos acceder. Muchas
de las personas que estudió Granovetter se enteraron de las vacantes a
través de vínculos débiles, en lugar de hacerlo a través deamistades más
allegadas, lo cual es lógico porque siempre estamos hablando con nuestros amigos íntimcs, trabajamos con ellos o leemos los mismos blogs.
Cuando ellos se enteran de una oportunidad laboral, probablemente
nosotros ya la conocemos. Por otra parte, nuestros conocidos por víncu-
los débiles —-las personas a las que vemos cada seis meses-— son los que
nos informan de trabajos de los que, de otro modo, nunca nos hubiéramos enterado.
‘
cómo se transmiten las opiexaminado
han
Cuando los sociólogos
niones a través de las comunidades, cómo se divulgan los cotilleos o em-
piezan los movimientos políticos, han descubierto un patrón común:
nuestros conocidos por vínculos débiles suelen tener tanta influencia
—si no más-— que nuestros amigos más allegados. Tal como escribió
Granovetter, «las personas con pocos vínculos débiles carecerán de información procedente de las partes distantes del sistema social y serán
La iglesia de Saddleback y el boicot del autobús...
257
confinadas a las noticias de la provincia y a las opiniones de sus amigos
íntimos. Esta carencia no sólo las aislará de las últimas ideas y modas,
sino que las colocará en una posición de desventaja en el mercado laboral, donde el progreso puede depender... de .conocer las Oportunidades
de trabajo apropiadas en el momento correcto.
>>Además, ese tipo de personas puede ser difícil organizadas o integrarlas en cualquier movimiento político... Mientras que los miembros
de una o dos camarillas es fácil reclutarlos, el problema es que, sin vínculos débiles, cualquier impulso generado de este modo no trasciende de
la camarilla. El resultado será que la mayor parte de la población no se
verá afectada.»
El poder de los vínculos débiles ayuda a explicar cómo se puede ex.pandir una protesta a partir de un grupo de amigos hasta convertirse
en un movimiento social. Es dificil convencer a miles de personas para
que persigan la misma meta, especialmente cuando esa meta entraña
una verdadera dificultad, como ir a trabajar a pie en vez de tomar el
autobús, o ser encarcelado, o incluso no tomarla taza de café de la mañana porque la empresa que te la vende no apoya la agricultura ecológica.
A la mayoría de las personas no les importa tanto el último abuso ocurrido como para prescindir de ir en autobús o abstenerse de la cafeína, salvo
que hayan encarcelado 0 insultado a un amigo. Hay un instrumento en
el que los activistas han confiado desde hace mucho tiempo para convocar las protestas, incluso cuando hay un grupo de personas que no
necesariamente quieren participar. Es un método de persuasión que
ha sido muy eficaz durante cientos de años. Bs el sentimiento de obligación que vecinos o comunidades ponen por encima de ellos mismos.
En otras palabras, la presión social.
La presión social —y los hábitos sociales que fomentan que las personas se adapten a las expectativas del grupo— es difícil de describir,
porque muchas veces difiere en forma y expresión de una persona a
otra. Estos hábitos sociales no son un patrón tan constante como docenas de hábitos individuales que al final acaban provocando que todo el
mundo avance en la misma dirección.
No obstante, los hábitos de la presión social tienen algo en común.
258
EL PODER DE Los HÁBITOS
Suelen expandirse a través de los vínculos débiles. Y consiguen su fuerza
através de las expectativas de la comunidad. Si desatendemos las obligaciones sociales de nuestro vecindario, o si nos encogemos de hombros ante los patrones que espera nuestra comunidad, corremos el riesgo
de perder nuestra posición social. Arriesgamos nuestro acceso a muchos de los beneficios sociales que obtenemos a raíz de ir al club de
campo, a la asociación de alumnos o a la iglesia.
En otras palabras, si no¡le echamos una mano ala persona que nos ha
llamado para que le ayudemos a conseguir un trabajo, puede que lue-
go se queje a su compañero de tenis, que a su vez puede comentar sus
quejas a otro compañero que encuentra en el vestuario a quien tú esperabas atraer como cliente, .y que ahora es menos probable que te llame
porque te has ganado la fama de ir por libre. En un patio de recreo'la
presión del grupo es peligrosa. En la vida de adultos, es la forma en que
se hacen los negocios y se organizan las comunidades.
Esta presión del grupo no basta por sí sola para mantener un movimiento social. Pero cuando los vínculos fuertes de la amistad y los vínculos débiles dela presión social se unen, generan un impulso increíble.
Que es cuando se inicia el cambio social generalizado.
Para ver cómo la combinación de vinculos fuertes y débiles puede propulsar un movimiento social, avanzaremos rápidamente .a nueve años
después del arresto de Rosa Parks, cuando cientos de jóvenes se ofrecieron a exponerse a riesgos mortales para participar en la cruzada por los
derechos civiles.
En 1964, estudiantes de todo el país —muchos de ellos blancos de la
Universidad de Harvard, Universidad de Yale y de otras universidades
del norte— solicitaron participar en algo que-se denominó «Mississippi
Summer Project» [Proyecto Estival de Mississippi]. Era un programa
de diez semanas dedicado a inscribir a los votantes negros del Sur. El
proyecto llegó a ser conocido como el Verano de la Libertad, y muchos
de los que hacían la solicitud sabían que podía ser-peligroso. Los meses
anteriores al inicio del programa, los periódicos y revistas se llenaron de
La iglesia de Saddleback y el boicot del autobús...
259
artículos que predecían la Violencia (que demostraron ser trágicamente exactos cuando, a la semana de haber empezado, vigilantes blancos
asesinaron a tres voluntarios a las afueras de Longdale, Mississippi). La
amenaza de ser agredidos impidió que muchos estudiantes participa—
ran en ese proyecto, incluso después de haber cursado la solicitud. Acep-
taron a más de 1.000 solicitantes, pero cuando llegó el momento de ir
a1 sur en el mes de junio, más de 300 de los que habían sido aceptados
decidieron quedarse en casa.
En la década de 1980, un sociólogo de la Universidad de Arizona
llamado Doug McAdam empezó a preguntarse si era posible averiguar
por qué algunas-personas habían participado en el Verano de la Libertad y otras se habían echado atrás. Empezó por leer 720de las solicitu.des que habían presentado los estudiantes décadas atrás. Cada una tenía
cinco páginas. Se preguntaba a los estudiantes sobre su procedencia, la
razón por la que querían ir a Mississippi y sus experiencias con el censo
de votantes. Les dijeron que aportaran una lista de personas a las que
los organizadores podían llamar en caso de que los arrestaran. Había
redacciones, referencias, y en algunos casos, entrevistas. Presentar la solicitud no era algo improvisado.
La hipótesis inicial de McAdam era que los estudiantes que acabaron yendo a Mississippi, probablemente tenían motivaciones diferentes delos que se quedaron en casa, lo. cual explicaría las divergencias
en la participación. Para probar esta idea, dividió a los solicitantes en
dos grupos. El primer montón de personas eran las que habían dicho
que querían ir a Mississippi por motivos «personales», como «ponerme
a prueba», ir «donde está la acción» o «saber cómo se vive en el Sur».
El segundo grupo era el de las personas con motivaciones de «distinta
orientación», como. «mejorar la suerte .de los negros», «ayudar a que la
democracia se cumpla realmente» o «demostrar el poder de la no vio-
lencia como vehículo del cambio social».
McAdam llegó a la hipótesis de que los que tenían motivos personales, era más probable que se quedaran en casa cuando Se daban cuenta
de los riesgos que entrañaba el Verano de la Libertad. Los que tenían
otras orientaciones era más probable que subieran al autobús.
260
EL PODER DB Los. HÁBITOS
La hipótesis era errónea.
Egoístas y altruistas comparecieron en igual proporción. Las dife-
rencias en sus motivaciones no explicaban «ninguna de las distinciones
entre participantes y absentistas», escribió McAdam.-
Luego McAdam comparó el coste que les suponía a los solicitantes. .
¿Quizá los que se quedaron en casa tenían esposos o novias que les impedían ir a Mississippi? ¿Quizá se acababan de graduar y ya tenían tra-
bajo, por lo que no podían permitirse pedir un permiso para ausentarse
dos meses sin cobrar?
Tampoco era así.
«Estar casado o tener un trabajo a tiempo completo, de hecho aumen-
taba las oportunidades de ir al Sur», dijo McAdam.
.Le quedaba sólo una hipótesis. Cada solicitante había tenido que
apuntar todas las asociaciones estudiantiles o politicas a las que perte—
necía y al menos diez personas a las que querían mantener informadas
de sus actividades de verano, así que McAdam cogió esas listas y las utilizó para hacer un gráfico de las redes sociales de cada estudiante. Al
comparar su pertenencia a clubes, pudo determinar qué solicitantes tenían amigos que también habían presentado una solicitud para el Vera—
no de la Libertad.
Cuando hubo terminado, por fin tenía una resPuesta para el porqué
algunos estudiantes habian ido a Mississippi y otros se-‘habian quedado
en casa: debido a los hábitos sociales; o "más concretamente, debido a la
fuerza dela combinación de los vínculos fuertes y los débiles. Los estudiantes que participaron en el Verano de la Libertad estaban integrados
en el tipo de comunidades donde sus amigos más. íntimos y sus conocidos esperaban de ellos que subieran al autobús. Los que desistieron
también estaban integrados'en comunidades pero de distinta índole,
del tipo donde la presión social y los hábitos no los obligaban a ir a
Mississippi.
«Imaginemos que eres uno de los estudiantes que rellenó una solicitud —me dijo MacAcIam—. El día en que te inscribiste para el Verano
de la Libertad, rellenaste la solicitud con cinco de tus mejores amigos y
todos estabais muy motivados.
La iglesia de Saddleback y el boicot del autobús...
261
»Han transcurrido seis meses y casi ha llegado la fecha de partida.
Todas las revistas predicen que habrá violencia en Mississippi. Llamas
a tus padres y te dicen que te quedes en casa. En ese caso sería raro que
no tuvieras dudas.
»Lueg0'vas por el campus de tu universidad y ves a un grupo de personas que van a tu iglesia, y te dicen: “Estamos coordinando los viajes, ¿cuando pasarnos a recogerte?” Éstas personas no son tus mejores
amigos, pero las ves en las reuniones del club y en el dormitorio, y son
importantes dentro de tu comunidad social. Todos saben que te han
aceptado para el Verano de la Libertad, y que has dicho que quieres ir.
Buena suerte site retiras en ese momento. Perderías una gran parte de
tu reputación social. Aunque tengas dudas, si te echas atrás, las conse-
cuencias serán reales. Perderás el respeto de las personas cuyas opiniones te importan.»
Cuando McAdam estudió a los solicitantes con orientaciones reli-
giosas que mencionaban un «deber cristiano ayudar a los que lo necesitaban» como su motivación principal para presentarse, encontró niveles
de participación mixtos. Sin embargo, entre los solicitantes que mencionaron tener una orientación religiosa y que pertenecían a una organización religiosa, McAdam observó que todos ellos habían ido a Mississippi. Cuando sus comunidades se enteraron de que habían sido aceptados
para el Verano de la Libertad, les fue imposible echarse atrás.
Por otra parte, veamos las redes sociales de los solicitantes que fue-
ron aceptados en el programa pero que no fueron a Mississippi. También pertenecían a organizaciones universitarias. También pertenecían
a clubes v les preocupaba su posición social dentro de esas comunidades. Pero las organizaciones alas que pertenecían —la revista universi-
taria y la junta de estudiantes, grupos académicos y fraternidades— tenían expectativas diferentes. Dentro de esas comunidades, una persona
podía echarse atrás y no ir al Verano de la Libertad sin que apenas se
viera afectada su jerarquía social, si es que llegaba a verse afectada.
Cuando se enfrentaron a la posibilidad de ser arrestados (o algo peor)
en Mississippi, la mayoría de los estudiantes se lo repensaron. Sin embargo, algunos pertenecían a sociedades donde los hábitos sociales -—-las
262
EL PODER DE LOS HÁBITOS
expectativas de sus amigos y la presión social de sus conocidos— los obli-
gaban a la participación, así que, a pesar de sus dudas, compraron el billete de autobús. Otros -—-a quienes también les importaban los derechos
civiles— pertenecían a comunidades donde los hábitos sociales apun—
taban en una dirección ligeramente distinta, así que pensaron: «Mejor
me quedo en casa».
A la mañana siguiente de sacar a Rosa Parksdel calabozo, E. D. Nixon
llamó al nuevo ministro dela Iglesia Baptista de la Avenida Dexter, Martin Luther King, Ir. Eran poco más de las 5 dela madrugada cuando el
ministro respondió; Nixon ni siquiera le dijo hola ni le preguntó si ha—
bía despertado a su hija de dos semanas, sencillamente empezó a explicarle lo del arresto de Parks, cómo la habían llevado al calabozo por
negarse a ceder su asiento, y le hablo de sus planes para luchar por su
caso en los tribunales y sobre el boicot a los autobuses .el lunes. En aquel
tiempo, King tenía 26 años. Sólo llevaba un año en Montgomery y to-
davía estaba intentado encontrar su lugar dentro de la comunidad. Nixon le estaba pidiendo su apoyo y su permiso para utilizar la iglesia para
convocar una reunión para esa noche y hablar del boicot. King no tenía
demasiado claro involucrarse tanto.
“Hermano Nixon —le dijo—,- déjame que me lo piense y vuélveme
a llamar.
Pero Nixon no se quedó de brazos cruzados. Se puso en contacto con
uno de los mejores amigos de King —unos de los vínculos más fuertes
de King— que se llamaba Ralph D. Abernathy, y le pidió que le ayudara a convencer al joven ministro para que participara. Al cabo de unas
horas, Nixon volvió a llamar a King.
-—V0y a participar —dijo King.
—Me alegra oír eso ”le dijo Nixon-w porque he hablado con otras
dieciocho personas y les he dicho que nos reuniríamos en tu iglesia esta
noche. Habría resultado un poco extraño reunirnos allí sin ti.
Al poco tiempo; King prestaba su servicio en calidad de presidente
a la organización quese había formado para coordinar el boicot.
La iglesia de Saddleback y el boicot del autobús...
263
El domingo, tres días después del arresto de Parks, los ministros negros de la ciudad, tras hablar con King y con otros miembros de la nueva organización, explicaron a sus congregaciones que todas las iglesias
de gente de color de la ciudad habían acordado hacer un día de protesta. El mensaje era claro: sería embarazoso para cualquier parroquiano
quedarse al margen. Ese mismo dia, el periódico de la ciudad, el Advertiser, contenía un artículo sobre «una reunión de “alto secreto” de los
negros de Montgomery que planeaban boicotear los autobuses el lunes».
El periodista había conseguido copias de las octavillas que las mujeres
blancas habían conseguido a través de sus criadas. Los barrios negros
de la ciudad estaban «inundadas con miles de copias» de octavillas, explicaba el artículo, y se preveía que iban a participar todos los ciudada-
nos negros. Cuando se escribió el artículo, sólo se habían comprometi—
do públicamente a la protesta los amigos de Parks, los ministros y los
organizadores del boicot; pero cuando los residentes negros leyeron el
periódico, supusieron, igual que los lectores blancos, que todo el mundo ya estaba implicado.
Muchos de los que estaban sentados en los bancos leyendo el periódi—
co conocían personalmente a Rosa Parks y estaban dispuestos a unirse
al boicot por la amistad que los relacionaba con ella. Otros no la conocían, pero sentían que la comunidad apoyaba su causa y que no quedaría bien que los vieran subiendo a un autobús el lunes. «Si trabajas —ponía la octavilla que se repartió en las iglesias— toma un taxi, comparte
un coche o camina.» Luego todo el mundo se enteró de que los lideres,
del boicot habían convencido -—-o impuesto— a todos los taxistas negros para que el lunes llevaran a los pasajeros negros por diez centavos
el trayecto, el mismo precio que el autobús. Los vinculos débiles de la
comunidad estaban llegando a todas partes. En esa fase, o estabas a fa—
vor del boicot o estabas contra él.
La mañana del boicot, King se levantó antes del amanecer y se tomó
su café. Su‘ esposa, Coretta, se sentó junto a la ventana que daba a la calle
y esperó a que pasara el primer autobús. Grító al ver las luces del autobús de la línea de "South Jackson, normalmente lleno de criadas que iban
a trabajar, que viajaba sin pasajeros. El siguiente autobús también iba
264
EL PODER DE LOS HÁBITOS
vacío. Y el siguiente. King se montó en su coche y empezó a circular por
las calles, revisando otras rutas. En una hora contó sólo ocho pasajeros
negros. Una semana antes habría visto cientos.
«Fue un júbilo —escribiría más tarde—. Se había producido un milagro.,. Los hombres iban a trabajar en mulas, más de un coche de caballos cruzaba las calles de Montgomery... Se habían reunido espectadores cerca de las paradas de autobús para ver lo que estaba sucediendo.
A1 principio estaban en silencio, pero a medida que avanzaba el día
empezaron a alegrarse de verlos autobuses vacios, se reían y hacían
chistes. Se podia oír a los jóvenes alborotados cantando «No riders today» [«Hoy no hay pasajeros»] .
Esa tarde, en u'n tribunal de Church Street, Rosa Parks fue declarada
culpable de violar las leyes de segregación del Estado. Más de 500 ne—
gros se congregaron en los pasillos y delante del edificio, a la esPera del
veredicto. El boicot y la concentración improvisada fue el activismo político negro más significativo de la historia de Montgomery, y todo ello
se había producido en cinco días. Había empezado entre los amigos íntimos de Parks, pero consiguió su fuerza, según dijeron King ylos otros
participantes, debido al sentido de compromiso reinante entre los miembros dela comunidad, los hábitos sociales de los vínculos débiles. La
comunidad se sintió presionada a mantenerse unida por temor a que el
que no participara se convirtiera en una persona con la que nadie qui-
siera relacionarse.
Hay muchas personas que hubieran participado en el boicot sin ese
motivo. King, los taxistas y las congregaciones puede que hubieran tomado las mismas decisiones sin la influencia de los vínculos fuertes y los
débiles. Pero decenas de miles de personas de toda la ciudad no hubieran decidido prescindir de los autobuses sin ese compromiso instigado
por los hábitos sociales. «La antes aletargada y pasiva comunidad negra,
ahora está totalmente despierta», escribió King.
Esos hábitos sociales, sin embargo, no eran lo bastante fuertes por
sí solos para extender el boicot de un día a un movimiento que durara
todo el año. Al cabo de unas pocas semanas, King mostraría abiertamen—
te su preocupación porque veía que flaqueaba la resolución de la gente,
La iglesia de Saddleback y el boicot del autobús...
265
que «la capacidad de la comunidad negra para proseguir la lucha» estaba en entredicho.
Pero luego esas preocupaciones se evaporaron. King, al igual que miles de lideres de otros movimientos, depositó la dirección de la lucha en
manos de sus seguidores, en gran parte mediante la creación de nuevos
hábitos. Activo la tercera parte de la fórmula de los movimientos socia-
les, y el boicot se convirtió en una fuerza que se autoalimentaba.
En verano de 1979, un joven seminarista blanco, que tenía un año cuan-
do Rosa Parks fue arrestada, y que actualmente estaba más concentrado en cómo iba a sustentar a su creciente familia, colgó un mapa en
la pared de su casa de Texas y empezó a dibujar círculos alrededor de las
principales ciudades de Estados Unidos, desde Seattle en el noroeste has—
ta Miami en el sudeste.
Rick Warren era un pastor baptista con una esposa embarazada y
menos de 2.000 dólares en el banco. Quería crear una nueva congregación de personas que normalmente no iban ala iglesia, pero no tenia ni
idea sobre dónde emplazada. «Pensé que tendría que ir a algún lugar a1
que ninguno de mis amigos del seminario quisiera ir», me dijo. Se pasó
el verano en. las bibliotecas estudiando los registros censales, las guías
de teléfono, los artículos de los periódicos y los mapas. Suesposa estaba
en su noveno mes, y cada pocas horas Warren iba a una cabina telefónica, llamaba a. casa para asegurarse de que todavía no se había puesto
de parto, y luego volvia a su trabajo.
Una tarde, Warren dio con una descripción de un lugar llamado Saddleback Valley, en el condado de Orange, California. El libro que estaba leyendo Warren decía que era la región con mayor crecimiento en el
condado de mayor crecimiento de uno de los estados de mayor creci-
miento de Estados Unidos. Había unas cuantas iglesias en la zona, pero
ninguna lo bastante grande como para acomodar a esa población que
crecía rápidamente. Warren sintió curiosidad y contactó con los líde-
266
EL PODER DE LOS HÁBITOS
res religiosos de California del Sur, que le dijeron que muchas personas
de la región se consideraban cristianas pero que no iban a los servicios.
«En el sótano polvoriento y mal iluminado de esa biblioteca universita-
ria, oí la voz de Dios que me decía: “¡Ahi es donde debes fundar tu igle—
sia!” —escribiría posteriormente Warren—. A partir de ese momento,
nuestro destino estaba decidido.»
La meta de Warren de formar una congregación para las personas
que normalmente no iban a la iglesia había empezado cinco años antes,
cuando era misionero en Iapón y descubrió una antigua revista cristiana donde habia un artículo que se titulaba «¿Por qué es peligroso este
hombre?» Hablaba de Donald McGavran, un autor controVertido cuyo
objetivo era fundar iglesias en naciones donde la mayoria no aceptaba
a Cristo. La esencia de la filosofía de McGavran era el consejo de que
los misioneros debían imitar las tácticas de otros movimientos que ha-
bían tenido éxito —-incluida la campaña por los derechos civiles— ape—
lando a los hábitos sociales de las personas. «La meta final ha de ser la
cristianización de todo el entramado, que son las personas, o de partes
suyas lo bastante grandes como para que no se destruya la vida indivi—
dual de la persona», había escrito McGavran en uno de sus libros. Sólo
el evangelista que ayuda a las personas «a convertirse en seguidoras de
Cristo dentro de sus relaciones sociales habituales tiene alguna oportunidad de liberar a las masas».
Ese articulo—y otros libros de McGavran posteriores— fueron una
revelación para Rick Warren. Por fin había encontrado a alguien que
aplicaba la lógica a un tema que solía ir acompañado de un lenguaje de
milagros y revelaciones. Por fin alguien que comprendía que la religión
se habia de comercializar, a falta de una palabra más adecuada.
McGavran había diseñado una estrategia que instruía a los que qui—
sieran crear una iglesia, a que hablaran a la gente en su «propio idioma»,
para crear lugares de adoración donde los feligreses se encontraran con
sus amistades, escucharan la música que les gustaba y experimentaran
las lecciones dela Biblia con metáforas digeribles. Pero lo más importante, según McGavran, era que los ministrostenian que convertir a
grupos de personas, más que a individuos, para que los hábitos socia-
La iglesia de Saddleback y el boicot del autobús...
267
les de la comunidad fomentaran 1a participación religiosa, en vez de
disuadirla.
En diciembre, tras graduarse en el seminario y haber tenido el bebé,
Warren empaquetó a su familia y sus pertenencias en un camión de inu—
danzas de U-Haul y pusieron rumbo hacia el condado de Orange; una
vez allí alquilaron un pequeño apartamento. Su primera oración en gru—
po atrajo a siete personas y tuvo lugar en su sala de estar.
Hoy, treinta años después, .la Iglesia de Saddleback es uno de los mi—
nisterios más grandes del mundo, más de 20.000 feligreses visitan su
sede de 50 hectáreas —y ocho sedes satélite—— cada semana. De uno de
los libros de Warren, The Purpose-Driven Life, se han vendido más
de treinta millones de ejemplares, convirtiéndose en uno de los libros
más vendidos de la historia. Hay millares de iglesias que se han fundado
siguiendo sus métodos. Warren. fue el elegido para la oración de invocación enla investidura del presidente Obama, y es considerado uno de
los líderes religiosos más influyentes del planeta.
Y la base del crecimiento de su iglesia y de su éxito es su fe funda-
mental en el poder de los hábitos sociales.
«Durante mucho tiempo nos hemos esforzado para que la fe se con-
virtiera en un hábito, desmenuzándola en trozos —me dijo Warren.
»Si intentas asustar a la gente para que siga el ejemplo de Cristo, no
funcionará durante mucho tiempo. La única forma de conseguir que las
personas se responsabilicen de su madurez espiritual es enseñarles hábitos de fe.
» Cuando se produce esto, se autoalimentan. La gente no sigue a Cristo porque tú se lo hayas enseñado, sino porque sale de ellos.»
Cuando Warren llegó a SaddlebackValley, se pasó doce semanas llamando a-todas las puertas, presentándose y preguntando a desconocidos por
qué no iban a la iglesia. Muchas de las respuestas eran prácticas; era abu-
rrido —dec1'a la gente—, la música era mala, lo que se decía en los sermones no era aplicable en sus vidas, necesitaban que alguien les cuidara
los niños, no tenían ganas de ir elegantes, los bancos eran incómodos.
268
EL PODER DE LOS HÁBITOS
La iglesia de Warren recogería todas esas quejas. Le dijo ala gente
que fuera en shorts y camisas hawaianas, si les apetecía. Llevaron un‘a
guitarra eléctrica. Desde el primer día sus sermones se centraron en temas prácticos como «Cómo hacer frente al desánimo», «Cómo sentirse a gusto con uno mismo», «Cómo educar a familias sanas» y «Cómo
sobrevivir con estrés». Sus lecciones eran fáciles de entender, se centraban en los problemas diarios reales y los parroquianos podían aplicar-
las en cuanto salían de la iglesia.
Empezó a funcionar. Warren alquilaba auditorios en las escuelas para
' hacer sus servicios, y despachos en edificios de oficinas para las reuniones de oración. La congregación empezó con 50 personas, luego 100,
después 200 en menos de un año. Warren trabajaba dieciocho horas al
día, siete días a la semana respondiendo a las llamadas de sus feligreses,
dando clases, yendo a sus domicilios para actuar de consejero matrimonia1,y en su tiempo libre siempre buscaba nuevas formas de acomodar
el tamaño de su creciente iglesia.
Un domingo a mediados de diciembre, Warren se levantó para predicar durante el servicio de las once en punto. Se sintió aturdido, marea-l
do. Se subió al podio y empezó a hablar, pero veía las palabras borrosas.
Empezó a caerse, pero se dio cuenta y se dirigió a su pastor ayudante
—su único empleado— para que ocupara su lugar.
«Lo siento -—dijo a la audiencia—. Necesito sentarme.»
Durante años había padecido ataques de ansiedad y brotes espo—
rádicos de melancolía que sus amigos le habían dicho que podrían ser
depresiones leves. Pero nunca le habia pasado con tanta fuerza. A1 día
siguiente, Warren y su.familia se marCharon a Arizona, donde la familia de su esposa tenía una casa. Poco a poco se fue recuperando. Algunos días dormía doce horas y luego se iba a pasear al desierto, oraba e
intentaba comprender la razón de esos ataques de pánico que amenazaban con destruir todo aquello por lo que tanto había trabajado. Habia
transcurrido casi un mes desde que se había alejado de la iglesia. Su melancolía se convirtió en una depresión formal, más oscura que ninguna
otra cosa que hubiera experimentado antes. No estaba seguro de si vol-
vería a estar lo bastante sano como para regresar.
La iglesia de Saddleback y el boicot del autobús...
269
Warren, como buen pastor, es un hombre con tendencia a las epifa—
nías. Ya le había sucedido cuando encontró el artículo sobre McGavran
en la revista, y en la biblioteca de Texas. Paseando por el desierto, tuvo
otra inspiración.
«Concéntrate en construir personas -—-1e dijo el Señor—. Que yo me
concentrará en construir la iglesia.»
No obstante, a diferencia de sus revelaciones anteriores, ésta no le
aclaró enseguida el camino. Warren seguiría luchando contra la depresión durante meses, y luego durante algunasetapas de su vida. No obs-
tante, ese día tomó dos decisiones: regresar a Saddleback, y encontrar
la manera de que fuera más sencillo dirigir la iglesia.
Cuando regresó a Saddleback, "decidió hacer un pequeño experimento
que había iniciado unos meses antes, con la esperanza de que le facilitara la gestión de la iglesia. Nunca estaba seguro de si iba a tener suficientes clases para acomodar a todos los que se presentaran para estudiar la Biblia, asique pidió a algunos miembros de la iglesia que hicieran
clases en sus casas. Le preocupaba que la gente se quej ara por tener que
ir a casa de otra persona, en lugar de asistir a una clase en la propia igle-
sia. Pero a los feligreses les encantó. Los grupos reducidos les daban la
Oportunidad de conocer a sus vecinos. De modo que después de regresar
de su retiro, Warren asignó a cada miembro de Saddleback a un pequeño grupo que se reunía cada semana. Fue una de las decisiones más importantes que tomaría jamás, porque transformó la participación de la
iglesia, pasó de ser una decisión a un hábito que se basaba en impulsos
y patrones sociales-ya existentes.
«Ahora, cuando las personas vienen a Saddleback y ven las grandes
masas de gente que se reúnen los fines de semana, piensan que es mérito nuestro -'-—-me dijo Warren—. Pero eso es la punta del iceberg..El
noventa y cinco por ciento de esta iglesia es loque sucede durante la
semana dentro de cada pequeño grupo.
»La- congregación y los pequeños grupos son como esos dos golpes
seguidos en boxeo. Tienes estagran masa de personas que te recuerda
270
BL PODER DE LOS HÁBITOS
por qué estás haciendo esto, y un pequeño grupo de amigos allegados
que te ayudan a concentrarte en cómo tener fe. Ambas cosas son como
una cola. Ahora tenemos más de cinco mil grupos pequeños. Es la única forma de manejar una iglesia de esta magnitud. De lo contrario, yo
me mataría trabajando, y el noventa y cinco por ciento de la congrega-
ción nunca recibiría la atención por la que había yenido aquí.»
Warren, sin darse cuenta, en cierto modo ha repetido la estructura
que propulsó el boicot a los autobuses de Montgomery, aunque lo ha
hecho a la inversa. El boicot empezó entre las personas que conocían
a Rosa Parks, y. se convirtió en una protesta masiva cuando los vínculos
débiles de la comunidad forzaron la participación. En la Iglesia de Sad-
dleback fue al revés. La gente se sintió atraída por el sentimiento de pertenecer a una comunidad y los vínculos débiles que ofrece una congregación. Luego, una vez dentro, se ven impulsados a formar parte de los
pequeños grupos de vecinos —una placa de Petri, silo deseas, para el
crecimiento de los-vínculos más próximos— donde su fe se convierte
en un aspecto de su experiencia social y de sus vidas cotidianas.
Sin embargo, no basta con crear pequeños grupos. Cuando Warren
preguntó a los feligreses de qué hablaban en sus salas de estar, descubrió que dedicaban diez minutos a la Biblia y a orar juntos, y el resto del
tiempo conversaban sobre sus hijos o cotilleaban. No obstante, la meta
de Warren no era sólo ayudar a las personas a que hicieran nuevas amistades. Su objetivo era formar una comunidad de creyentes, animar a las
personas a aceptar las lecciones de Cristo, y conseguir que la fe fuera
el centro de sus vidas. Sus pequeños grupos habían creado lazos estrechos, pero sin un líder no eran mucho más que reuniones para tomar
café. No estaban cumpliendo sus expectativas religiosas.
Warren volvió a pensar en McGavran, el escritor. Su filosofía decía que si enseñas a las personas a vivir con hábitos cristianos, actuarán
como cristianos sin necesitar una guía y un control constante. Warren
no podía dirigir cada pequeño grupo personalmente. No podía estar presente para controlar que las conversaciones se centraran en Cristo en
vez de hacerlo en el últirno programa de la tele. Pero pensó que si fomentaba nuevos hábitos en las personas, no sería necesario. Cuando las
La iglesia de Saddleback y el boicot del autobús...
271
personas se'reunieran, instintivamente hablarían de la Biblia, orarían
juntas y se convertirían en la encarnación de su fe.
De modo que creó una serie de programas para seguir en las clases
que se impartían en la iglesia y en los grupos individuales, que fueron
diseñados específicamente para enseñar nuevos hábitos a los feligreses.
«Si deseas tener un carácter como el de Cristo, has de desarrollar los
hábitos que él tenía —dice uno de los manuales de los cursos de Saddleback—. No somos más que un conjunto de hábitos... Nuestra meta es
ayudarte a sustituir algunos hábitos malos por otros buenos que te ayuden a desarrollar tu similitud con Cristo.» Se pide a todos los miembros
de Saddleback que firmen una «tarjeta de convenio de madurez» por la
cual se comprometen a seguir tres hábitos: dedicar un tiempo cada día
a estar en silencio y a reflexionar, entregar un diezmo de sus ingresos y
pertenecer a un grupo pequeño. Dar a todos nuevos hábitos se ha con-
vertido en el objetivo de la iglesia.
«Cuando consigamos eso, la responsabilidad de vuestro crecimiento
espiritual ya no será mía, sinovuestra. Os hemos dado una receta —me
dijo Warren—. No hemos de guiaros, porque os estaréis guiando a v0sotros mismos. Estos hábitos se convertirán en una nueva autoidentidad, y cuando eso suceda, sólo tendremos que apoyaros y no interferir
en vuestro camino.»
La idea de Warren era que podía expandir su iglesia del mismo modo
que Martin Luther King difundió el boicot: confiando en la combina-
ción de los vínculos fuertes y débiles. No obstante, transformar su iglesia en un movimiento —conseguir que llegara alos 20.000 feligreses y
a miles de pastores— requería algo más, algo que se autoperpetuara. Tem'a que enseñar hábitos que les hicieran vivir en la fe no por sus vínculos, sino por ellos mismos.
Éste es el tercer aspecto de cómo los hábitos sociales crean movimientos: para que una idea trascienda una comunidad, ha de ser capaz de
autoímpulsarse. Y la forma más segura de conseguirlo es dar a las personas nuevos hábitos que las ayuden a averiguar adónde han de ir por
sí solas.
272
EL PODER DE LOS HÁBITOS
A medida que el boicot de los autobuses se fue alargando de unos pocos
días a una semana, y luego un mes, y luego dos meses, el compromiso
de la comunidad negra de Montgomery empezó a decaer.
El inspector jefe de policia, recurriendo a una ordenanza que decía
que los taxistas debían cargar una tarifa mínima, amenazó con arrestar
a los taxistas que llevaran a los negros a trabajar con descuento. Los líderes del boicot respondieron reclutando a 200 voluntarios para que
participaran en un sistema de coches compartidos. La policía empezó a
emitir billetes y a molestar a las personas que se reunían en los lugares
de donde-partian los coches compartidos. Los conductores empezaron
a echarse atrás. «Cada vez era más difícil conseguir un coche —escribiria King más adelante—. Empezaron las quejas. Desde primera hora de
la mañana hasta avanzada la noche mi teléfono no dejaba de sonar y el
timbre de mi puerta rara vez estaba en silencio. Empecé a dudar de la
capacidad de la comunidad negra para proseguir la lucha.»
Una noche, cuando King estaba predicando en su iglesia, un encargado de sala entró apresuradamente con un mensaje urgente. Había
explotado una bomba en casa de King con su esposa e hija dentro. King
corrió a su casa y fue recibido por una multitud de varios cientos de negros, así como por el alcalde y el jefe de policía. Su familia no había resultado herida, pero las ventanas delanteras de su casa estaban hechas
añicos y había un cráter en su porche. Si hubiera habido alguien en el
porche de la entrada cuando estalló la bomba, habría resultado muerto.
MientrasKing estaba supervisando los destrozos, fueron llegando
más y más personas de color. La policía empezó a decir ala muchedum-
bre que se dispersara. Alguien empujó a un policía. Una botella voló p'or
los aires. Uno de los policías sacó una porra. El jefe de policia que me—
ses antes había declarado públicamente su apoyo al racista Consejo de
Ciudadanos Blancos, llevó a King a un lado y le pidió que hiciera algo
-—cualquier cosa— para impedir que se produjera una revuelta.
King se fue a su porche.
«No hagáis nada motivados por el miedo -gritó a la muchedumbre—-. No saquéis vuestras armas. Quien a hierro mata a hierro muere.»
Todo el mundo se quedó en silencio.
La iglesia de Saddleback y el boicot del autobús...
273
«Hemos de amar a nuestros hermanos blancos, a pesar de lo que nos
hagan “dijo King—. Hemos de hacerles saber que los amamos. Iesús
todavia grita esas palabras que siguen resonando a través de los siglos:
“Amad a vuestros enemigos; bendecid a aquel que os ha ofendido; orad
por los que os tratan con maldad”.»
Era el mensaje de no violencia que King había estado transmitiendo
durante semanas. El tema que había sacado de los escritos de Gandhi y
de los sermones de Jesús, era una argumentación que los oyentes nunca
habian escuchado con anterioridad en ese tipo de contexto, una súpli-
ca para un activismo no violento, abrumando con amor y perdón a sus
atacantes, y lapromesa de que eso los llevaria a la gloria. Durante años,
el movimiento por los derechos civiles se había mantenido vivo ampa-
rándose en el lenguaje de las batallas y las luchas. Había contiendas y
reveses, triunfos y derrotas que requerían que todos se comprometie-
ran con la lucha.
King dio a la gente una nueva visión. Esto no era una guerra, les dijo.
Era un abrazo.
Pero lo que fue igualmente importante es que King dio al boicot una
nueva dimensión. Ya no se trataba dela igualdad en los autobuses, dijo
King; formaba parte del plan de Dios, era el mismo destino que había
terminado con el colonialismo británico en India y con la esclavitud en
Estados Unidos, y esa había sido la razón por la que Cristo había muerto
en la cruz para .que pudiéramos expiar nuestros pecados. Era una'nueva etapa de un movimiento que se había iniciado hacía siglos. Y como
tal, necesitaba nuevasrespuestas, estrategias y conductas diferentes. Ne-
cesitaba que los participantes ofrecieran la otra mejilla. La gente podia demostrar su lealtad adoptando los nuevos hábitos que King estaba
evangelizando.
«Hemos de combatir el odio con amor —-dijo King a la muchedum-
bre aquella noche dela bomba—. Aunque a mi me pase algo, nuestra
obra no cesará. Porque lo que estamos haciendo es correcto. Estamos
haciendo lo que es justo. Y Dios está con nosotros.»
Cuando King terminó de hablar, el gentío regresó pacíficamente a
sus hogares.
274
EL PODER DB LOS HÁBITOS
«Sino hubiera sido por ese predicador negro —dijo posteriormente
uno de los policías—, todos estaríamos muertos.»
Ala semana siguiente, dos docenas más de nuevos conductores se
ofrecieron para llevar los coches compartidos. No hubo tantas Hama—
das a la casa de King. Las personas empezaron a autoorganizarse, asu-
miendo el liderazgo del boicot, impulsando el movimiento. Cuando explotaron más bombas en los jardines de otros de los organizadores de
los boicots, siguieron el mismo patrón. La población de color de Montgomery se presentaba en masa, era testigo sin violencia o confronta-
ción, y luego se marchaba a su casa.
No era sólo como respuesta a la violencia cuando se dejaba ver esta
unidad autodirigida. En las iglesias empezaron a tener lugar reuniones
masivas cada semana, aveces cada noche. «Se parecía a la charla del doc-
tor King después de la bomba: tomaban las enseñanzas cristianas y luego las transformaban en política -—me dijo Taylor Branch—. Un movimiento es una saga. Para que funcione ha de cambiar la identidad de
todas las personas. La gente de Montgomery ha de aprender una nueva
forma de actuar.»
Parecido a Alcohólicos Anónimos -—que extrae su fuerza de las reuniones donde los adictos aprenden nuevos hábitos y empiezan a creer
observando a los demás cuando demuestran su fe—, los ciudadanos de
Montgomery, en las reuniones masivas aprendieron conductas nuevas
que expandieron el movimiento. «La gente iba a ver cómo lo llevaban
otras personas --dijo Branch—. Empiezas por verte como parte de una
inmensa labor social, y al cabo de un tiempo, realmente crees que perteneces a ella.»
Cuando la policía de Montgomery recurrió a los arrestos masivos para
detener el boicot que se había iniciado hacía tres meses, la comunidad
aceptó la opresión. Cuando 90 personas fueron condenadas por un gran
jurado, casi todos acudieron a los tribunales para ser arrestados. Algunas personas fueron a la comisaría para comprobar si sus nombres
estaban en 1a lista y «se decepcionaban cuando no era así —escribió
La iglesia de Saddleback y el boicot del autobús...
275
King—. Personas que antes vivían presas del miedo, ahora se habían
transformado.»
En los años venideros, a medida que el movimiento se fue expandiendo, se produjeron oleadas de asesinatos y ataques, arrestos y pali-
zas, los manifestantes, en lugar de re3ponder luchando, retirándose o
utilizando las tácticas que años antes habían sido los pilares de los activistas, simplemente no se movían'y les decían a los guardias blancos
que estaban dispuestos a perdonarlos cuando su odio hubiera cesado.
«Las tácticas de los opositores, en vez de frenar el movimiento, sólo
habían servido para que adquiriera más fuerza, y nos unía todavía más
_—escribió King—. Pensaban que estaban tratando con un grupo al que
se podía engatusar o forzar a hacer cualquier cosa que los blancos qui—
sieran que hiciera. No se daban cuenta de que estaban tratando con negros que se habían liberado del miedo.
Por supuesto, había numerosas y complejas razones por las que el
boicot a los autobuses de Montgomery tendría éxito y por qué se convirtió en la chispa que inició un movimiento social que se expandiría
por todo el Sur. Pero ha)r un factor crítico, y es el tercer aspecto de los
hábitos sociales. En la filosofía de King había una serie de nuevas conductas que convirtió a los participantes de seguidores en líderes. No
son hábitos tal como solemos interpretarlos. No obstante, cuando King
remodeló la lucha dando a los manifestantes un nuevo sentido de identidad personal, la protesta se convirtió en un movimiento alimentado
por personas que estaban actuando porque habían hecho suyo un acontecimiento histórico. Y con el- tiempo, ese patrón social se volvió auto-
mático y se trasladó a otros lugares y grupos de estudiantes y manifestantes a los que King jamás conoció, pero que eran capaces de asumir
el liderazgo del movimiento tan sólo observando cómo actuaban habitualmente sus participantes.
El 5 de junio de 1956, un jurado de jueces federales dictaminó que
la ley de segregación racial de los autobuses de Montgomery violaba la
Constitución. La ciudad recurrió ala Corte Suprema de Estados Uni-
dos, y el 17 de diciembre, más de un año después del arresto de Parks,
el Tribunal rechazó el último recurso."- Tres días después los funcio-
276
EL PODER DE LOS HÁBITOS
narios recibieron la orden: los autobuses tenían que aceptar la integración.
A la mañana siguiente, a las 5:55 de la madrugada, King, B. D. Nixon,
Ralph Abernathy y otros subieron a un autobús urbano por primera vez
en más de doce meses y se sentaron delante.
—Creo que usted es el reverendo King, ¿verdad? —le preguntó el
chofer blanco.
—Sí, asi es.
—Estamos muy contentos de tenerle aquí esta mañana —le dijo el
conductor.
Posteriormente, el abogado de la NAACP y futuro miembro de la
Corte Suprema, Thurgood Marshall, diría que el boicot poco había tenido que ver con el final de la segregación en Montgomery. Había sido
la Corte Suprema, no la capitulación de ninguno de ambos bandos, lo
que había cambiado la ley.
«Todas esas andanzas fueron inútiles —dijo Marshall—. Podían haber esperado a que el caso de los autobuses fuera a los tribunales, y haberse ahorrado toda la lucha y preocupación que ocasionó el boicot.»
Sin embargo, Marshall se equivocaba en un aspecto importante. El
boicot a los autobuses de Montgomery ayudó a instaurar una nueva serie de hábitos sociales que pronto se expandirían a Greensboro, en Carolina del Norte; Selma, en Alabama; y Little Rock, en Arkansas. El mo-
vimiento por los derechos civiles se convirtió en una oleada de sentadas
y manifestaciones pacíficas, aunque los participantes fueran violentamente agredidos. A principios de la década de 1960, habia llegado a
Florida, a California, a Washington, D.C., y a los pasillos del Congreso.
Cuando el presidente Lyndon Johnson firmó el Acta de los Derechos
Civiles de 1964 -—-que condenaba toda forma de segregación, asi como
de discriminación contra las minorías y las mujeres“, equiparó a los
activistas por los derechos civiles con los fundadores dela nación, comparación que una década antes habría supuesto un suicidio político.
«Hace ciento ochenta y ocho años, esta misma semana, un reducido
grupo de hombres valerosos inició una lucha por la libertad —dijo ante
las cámaras de televisión—. Ahora, nuestra generación de estadouni-
La iglesia de Saddleback y el boicot del autobús...
277
denses ha sido llamada a proseguir la interminable búsqueda de la jus4
ticia dentro de nuestras propias fronteras.»
Los movimientos sociales no surgen porque todo el mundo de re-
pente decida ir en la misma dirección. Se basan en patrones sociales que
empiezan como hábitos de amistad, se desarrollan a través de los hábitos de las comunidades, y se mantienen por los nuevos hábitos que cam-
bian el sentido de identidad personal de los participantes.
King ya se dio cuenta de la fuerza de estos hábitos en Montgomery.
«No puedo terminar sin hacer antes una advertencia -—dijo a una iglesia abarrotada la noche que desconvocó el boicot. Todavía le quedaba
casi una década de protestas por delante, pero se veía un finaI—. Cuan-
do volvamos a los autobuses seamos lo bastante amables como para convertír a un enemigo en un amigo. Ahora hemos de pasar dela protesta
a la reconciliación... Con este compromiso podremos salir de la inhóspita y desolada medianoche de la inhumanidad de los hombres y pasar
al luminoso y reluciente amanecer de la libertad y la justicia.»
9
La neUroIogía del libre albedrío
¿Somos responsables de nuestros hábitos?
La mañana en que empezó el problema —años antes de darse cuenta de
que tenía un problema—, Angie Bachmann estaba sentada en su casa
mirando fijamente la televisión, tan aburrida que se planteaba seriamente arreglar el cajón de los cubiertos.
Sii hija menor había empezado a ir a la guardería hacia unas pocas
semanas, sus dos hijas mayores estaban en secundaria, y tenían sus vidas tan llenas de amistades, actividades y cotilleos que su madre no podia llegar a entenderlo. Su esposo era agrimensor, normalmente se iba
a trabajar a las 8 de la mañana y no regresaba hasta las 6 de la tarde. En
la casa sólo estaba ella. Era la primera vez en casi dos décadas -—-des—
de que se había casado a los 19 y se había quedado embarazada a los 20,
se pasaba el día envolviendo la comida para el colegio, jugando a las
princesas, y básicamente dirigiendo un servicio de transporte familiar-
que se sentia realmente sola. Cuando iba al instituto, sus amigas le de»
cian que tenía que ser modelo -—era entonces muy guapa—, pero cuando dejó los estudios para casarse con un guitarrista, que al final consiguió
un trabajo formal, se convirtió en mamá. Ahora, eran las 10:30 de la
mañana, sus tres hijas no estaban, y ella había recurrido —una vez
más— a tapar con un papel el reloj de la cocina para no mirarlo cada
tres minutos.
.
No tenía ni idea de lo que iba a hacer a continuación.
EL PODER DE LOS HÁBITOS
280
Ese día hizo un trato consigo misma: si podía llegar al mediodía sin
volverse loca o comerse el pastel de la nevera, saldría de casa y haría algo
divertido. Pasó los noventa minutos siguientes intentando averiguar qué
es lo que iba a hacer. Cuando dieron las doce en punto, se maquilló un
poco, se puso un vestido bonito y se fue a un casino -barco en el río que
se encontraba a unos veinte minutos de su casa. Incluso en un jueves al
mediodía, el casino estaba lleno de gente que hacía otras cosas que no
eran ver culebrones en la televisión y doblar la ropa. Había un grupo
musical tocando en la entrada. Una mujer repartía cócteles gratis. Bachmann comió gambas en un bufé. Era una experiencia de lujo, como
hacer novillos. Se acercó a una mesa de blackjack [también llamado
21 o 21 real], donde el crupier explicó pacientemente las reglas. Cuando desaparecieron sus 40 dólares en fichas, miró su reloj de pulsera y
se dio cuenta de que habían pasado dos horas volando y que tenía que
regresar enseguida a casa para recoger a su hija pequeña. Esa noche,
por primera vez en un mes, tenía algo de qué hablar aparte de intentar
adivinar lo que le habían preguntado al concursante de la tele ‘en El
precio justo.
El padre de Angie Bachmann había sido camionero, y en la madurez,
había cambiado completamente de profesión y se había convertido en
un compositor de canciones de cierto renombre. Su hermano también
escribía canciones y había ganado premios. Por otra parte, cuando sus
padres la presentaban a otras personan, solían hacerlo como «la que se
ha convertido en mamá».
«Siempre sentí que era la que no tenía talento —me dijo—. Creo que
soy inteligente, y sé que he sido una buena madre. Pero no había muchas cosas que pudiera señalar y decir: He aquí la razón por la que soy
especial.»
Tras esa primera visita al casino, Bachmann empezó a ir al barco una
vez ala semana, los viernes por la tarde; era como una recompensa por
soportar los días vacíos, mantener la casa limpia y no perder la cordura.
Sabía que el juego podía acarrear problemas, así que se dictó unas normas muy estrictas. No más de una hora en la mesa de blackjack por visita, y sólo apostaría lo que tuviera en el monedero; «L0 consideraba
La neurología del libre albedrío
281
como una especie de trabajo --me dijo—. Nunca me iba de casa antes
del mediodía, y siempre regresaba a tiempo de recoger a mi hija. Era
muy disciplinada.»
Y aprendió. Al principio, apenas conseguía que el dinero le durara
una hora. A los seis meses, sin embargo, había aprendido suficientes tru-
cos como para modificar sus reglas y permitirse estar dos o tres horas,
y todavía le quedaba dinero en el bolsillo cuando se marchaba. Una
tarde, se sentó a la mesa de blackjack con 80 dólares en el bolso y se marchó con 530, suficiente para hacer la compra, pagar la factura del teléfono y guardar un poco para imprevistos. Por aquel entonces, la empresa ala que pertenecía el casino —Harrah’s Entertainment— ya le
enviaba vales para comer gratis en el bufé. Ella llevaba a cenar a la familia los sábados por la noche.
Bachmann jugaba en el estado de Iowa, donde se había legalizado el
juego hacía unos pocos años. Antes de 1989, los legisladores estatales
temían que para algunos ciudadanos fuera difícil resistirse a la tentación
de las cartas y de los dados. Era una preocupación tan antigua como la
propia nación. El juego «es el hijo de la avaricia, el hermano de la injus—
ticia y el padre del mal —había escrito George Washington en 1783—.
Bs un vicio capaz de provocar los peores males... En resumen, pocos
ganan con esta abominable práctica, mientras miles resultan perjudica—
dos». Proteger a las personas de sus malos hábitos -de hecho, definir
qué hábitos se han de considerar «malos»—— es una prerrogativa a la que
gustosamente se han acogido los legisladores. La prostitución, el juego,
la venta de alcohol en el dia de descanso semanal, la pornografía, los
préstamos realizados por usureros, las relaciones extramatrimoniales
(o, si tienes gustos poco habituales, dentro del matrimonio), todos ellos
son hábitós que han regulado, perseguido o intentado impedir con leyes estrictas (y con frecuencia ineficaces) las distintas legislaturas.
Cuando Iowa legalizó los casinos, los legisladores se aseguraron de
limitar la actividad a los casinos-barco del rio, prohibieron que las apuestas superaran los 5 dólares por jugada, y que la pérdida máxima por
persona y crucero fuera de 200 dólares. No obstante, al cabo de unos
años, cuando algunos de los casinos estatales se trasladaron a Mississippi
282
EL PODER DE LOS HÁBITOS
donde no había límites en las apuestas, los legisladores de Iowa quita—
ron esas restricciones. En 2010, más de 269 millones de dólares de los
impuestos del juego engrosaron las arcas del Estado.
En 2000, los padres de Angie Bachmann, ambos fumadores empedernidos, empezaron a tener signos de enfermedad pulmonar. Ella empezó a volar a Tennessee cada dos semanas para verlos, hacerles la com-
pra y prepararles la cena. Cuando regresaba a su casa para encontrarse
con su esposo y'sus hijas, todavía se sentía más sola cuando estaba. en
casa. A veces no había nadie en todo el día; era como si en su ausencia,
sus amigas se hubieran olvidado de invitarla a hacer cosas y si su familia se las arreglara sin ella.
Estaba preocupada por sus padres, decepcionada de que su esposo
pareciera más interesado en su trabajo que en sus problemas, y resentida con sus hijas que no se daban cuenta de que ahora era ella la que
las necesitaba, después de todos los sacrificios-que había hecho por ellas
cuando estaban creciendo. Pero cuando iba al casino,» esas tensiones de-
saparecían. Cuando no estaba con sus padres, empezó air un par de veces a la semana, y luego cada lunes, miércoles y viernes. Seguía teniendo sus reglas; pero ahora hacía años que jugaba y conocía los axiomas
por los que se regían los jugadores serios. Nunca apostaba menos de
25 dólares por mano, y siempre jugaba dos manos a la. vez. «Tenías más
posibilidades en una mesa con-límites más-altos que en una con límites
más bajos—me dijo—. Has de poder aguantar las malas rachas hasta
que cambie tu suerte. He visto personas que han entrado con 150 dólares y han salido con 10.000. Sabía que podía hacerlo si seguía mis reglas. Tenía el control.»* Por aquel entonces, ya nose detenía a pensar si
* A cualquiera puede parecerle irracional que alguien piense que puede derrotar al
casino. Sin embargo, como bien saben los jugadores habituales, se puede ganar regularmente, sobre todo en juegos como el blackjack. Don Johnson de Bensalem, Pensilvania,
por ejemplo, ganó la cifra de 15,1 millones de dólares en el blackjack en un periodo de seis
meses,-desde que comenzó en 2010. En general, la casa siempre acaba ganando porque hay
La neurología del libre albedrío
283
cogía otra carta o doblaba su apuesta; actuaba automáticamente, igual
que Eugene Pauly, el arnnésico, había aprendido a elegir siempre la cartulina que ponía «correcto».
Un día, en 2000, Bachmann regresó a casa con 6.000 dólares, suficiente para pagar el alquiler de dos meses y poner al día los recibos de las
tarjetas de crédito que se empezaban a acumular en la puerta de entrada.
Otra vez ganó 2.000 dólares. A veces perdía, pero eso formaba parte del
juego. Los jugadores inteligentes sabían que para ganar tenías que perder. Al final, Harrah’s le concedió una línea de crédito para que no
tuviera que llevar tanto efectivo encima. Había otros jugadores que la
buscaban y se sentaban a su mesa porque sabían lo que estaba haciendo. Cuando iba al bufé libre, todos la dejaban pasar en la cola. «Sé jugar
—me dijo—. Sé que eso suena a persona que tiene un problema y que
no lo reconoce, pero el único error que he cometido ha sido no dejarlo.
No había nada malo en mi forma de jugar.»
I
Sus reglas poco a poco se fueron haciendo más flexibles, así como
sus ganancias y sus pérdidas. Un día perdió 800 dólares en una hora,
y luego ganó 1.200 en cuarenta minutos. Luego volvió a cambiarle la
suerte y se marchó con 4.000 dólares. Otro día perdió 3.500 dólares por
la mañana, pero a las 13.00 horas había ganado 5.000, y perdido otros
3.000 por la tarde. El casino apuntaba todo lo que debía y todo lo que
ganaba, ella ya había dejado de controlarse. Hasta que llegó un día en
que no tenía suficiente dinero en su cuenta para pagar el recibo de la
luz. Pidió a sus padres que le hicieran un pequeño préstamo, luego otro.
Un mes les pedía 2.000 dólares, 2.500 al siguiente. No era mucho, por-
que tenían dinero.
Bachmann nunca había tenido problemas con la bebida, con las drogas ni con' comer en exceso. Era una madre normal, con los mismos al-
muchos jugadores que apuestan de forma que no maximizan sus posibilidades, y la mayo-
ría de las personas no tienen suficiente dinero para soportar las malas rachas. Un jugador
puede ganar regularmente con el tiempo, si ha memorizado las complicadas fórmulas y
posibilidades que indican cómo se ha de jugar cada mano. No obstante, la mayoría de los
jugadores no tienen la disciplina o las habilidades matemáticas para ganar a la casa.
EL PODER DE LOS HÁBITOS
284
tibajos que las demás personas. Por lo tanto, la compulsión que sentía
por el juego —su impulso insistente hacía que estuviera distraída o irri—
table cuando no iba al casino, su pensamiento obsesivo, y la satisfacción
que sentía cuando tenía una buena racha— la pilló totalmente por SOr»
presa; Era una sensación nueva, tan inesperada que apenas se percató
de que era un problema hasta que se habia adueñado de su vida. Al mírar hacia atrás, parecía como si no hubiera habido una línea divisoria.
De un día a otro, pasó de ser divertido a ser incontrolable.
En. 2001, iba cada día al casino. Acudía siempre que se peleaba con
su marido o no se sentía valorada por sus hijas. En las mesas de juego
estaba estática y entusiasmada, las dos cosas a un mismo tiempo, y sus
preocupaciones se silenciaban tanto que ya no podía oírlas. El subidón
de ganar. era inmediato. El dolor de la- pérdida pasaba mu}r rápido.
Rutina
Í}.
Señal
¿35
ANSIA
¿33,
1.;
DE ESTAR
ESTÁTICA
:3
f}
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Recompensa
2-. ;.
......
«Quieres ser una persona importante ——-1e dijo un día su madre cuando la llamó para pedirle más dinero—-. Sigues jugando porque quieres
llamar la atención.»
Pero no era cierto. «Sencillamente quería sentir que era buena en algo
—me dijo—. Eso era lo único que había hecho en la vida para lo que
parecía tener una habilidad especial.»
En verano de 2001,1a deuda de Bachmann con Harrah’s alcanzó los
20.000 dólares. Le había ocultado sus pérdidas a su esposo, pero cuando su madre cerró el grifo, se desmoronó.)r confesó. Contrataron a un
abogado especialista en deudas, rompió sus tarjetas de crédito, y se sen-
La neurología del libre albedrío
285
tó en la mesa de su cocina a escribir un plan de vida más austero y responsable. Llevó sus trajes a una tienda de compra-venta de ropa usada
y tuvo que soportar la humillación de que una jovencita de 19 años rechazara la mayoría, porque decía que no estaban de moda.
A1 final, empezó a sentir que lo peor ya había pasado. Por último,
pensó que la compulsión había desaparecido.
Pero, por supuesto, ni siquiera estaba cerca del final. Años más tarde, tras haberlo perdido todo y de haber arruinado su vida y 1a de su
esposo, después de haber despilfarrado cientos de miles de dólares y de
que su abogado defendiera ante la Corte Suprema que Angie Bachmann
no. jugaba por elección, sino por hábito, y que por lo tanto no se la po-
día culpar de sus pérdidas, tras haberse convertido en objeto de escarnio en internet, donde la gente la comparabacon Jeffrey Dahmer y con
padres que maltratan a sus hijos, ella se preguntaba: ¿cuánta re3ponsabilidad tengo realmente?
«Creo sinceramente que cualquiera que hubiera estado en mi lugar
habría hecho lo mismo», me dijo Bachmann.
En una mañana del mes de julio de 2008, un hombre desesperado que
estaba de vacaciones en la costa oeste de Gales cogió el teléfono y llamó
a urgencias.
«Creo que he matado a mi esposa —dijo—-. 0h, Dios mío. Pensé que
había entrado alguien. Me puse a luchar contra los atacantes, pero resultó que era Christine. Debía estar soñando o algo parecido. ¿Qué he
hecho? ¿Qué he hecho?»
A los diez minutos llegó 1a policía y encontró a Brian Thomas llorando junto a su furgoneta camper. Les explicó que, por la noche; su
esposa-y él estaban durmiendo en la furgoneta hasta que llegaron unos
jóvenes a1 aparcamiento, se pusieron a hacer carreras y los despertaron.
Movieron la camper a un extremo del aparcamiento y siguieron-durmiendo. Luego, al cabo de unas horas, Thomas se despertó y descubrió
286
EL PODER DE LOS HÁBITOS
a un hombre con tejanos y una chaqueta negra de borrego —-uno de los
corredores, pensó- encima de su esposa. Le gritó, lo agarró por el cuello e intentó sacarlo fuera del vehiculo. Fue una reacción automática, le
dijo a la policía. Cuanto más se defendía el hombre, más apretaba Tho—
mas. El hombre le arañó en el brazo e intentó luchar, pero Thomas lo
estrangulaba cada vez con más fuerza, hasta que al final dejó de moverse. Luego Thomas se dio cuenta de que no era un hombre lo que tenía
entre sus manos, sino a su esposa. La soltó y empezó a tocarle suavemente el hombro, como si quisiera despertarla, preguntándole si se encontraba bien. Demasiado tarde.
«Pensé que había entrado alguien y la estrangulé —dijo Thomas ala
policía sollozando-. Ella era mi mundo.»
Durante los diez meses siguientes, mientras Thomas estaba en prisión a la espera de juicio, empezó a hacerse visible un retrato del asesi-
no. De pequeño, Thomas comenzó a ser sonámbulo, en ocasiones muchas veces cada noche. Se levantaba de la cama, caminaba por la casa y
jugaba con sus juguetes o se ponía a comer algo, y a la mañana siguiente no recordaba nada delo que había hecho. Se convirtió en la anécdota dela casa. Según parece, una vez ala semana, daba una vuelta por
el jardín o por la habitación de alguien, siempre dormido. Era una costumbre. Su madre le explicaba que los vecinos le preguntaban qué hacía
su hijo caminando por el césPed descalzo y en pijama. Cuando fue creciendo, se levantaba con cortes en los pies, y no recordaba cómo se
los había hecho. Una vez nadó en un canal mientras dormía. Cuando
se casó, su esposa estaba tan preocupada porque pudiera salir dormido de casa y le atropellara algún coche que cerraba con llave la puerta y
dormía con las llaves debajo de la almohada. Cada noche, la pareja se
acurrucaba en la cama y «nos dábarnos un beso y un abrazo», diría posteriormente Thomas, luego, él se iba a su habitación y dormía solo en
su cama. De lo contrario, Christine no pegaba ojo en toda la noche por
su agitado sueño, sus vueltas, gritos, gruñidos y paseos esporádicos.
«El sonambulismo es un recordatorio de que el estado de vigilia y el
de sueño no son excluyentes —me dijo Mark Mahowald, catedrático de
neurología de la Universidad de Minnesota y pionero en la compren-
La neurología del libre albedrío
287
sión de las conductas del sueño—. La parte de tu cerebro que controla
tu conducta está dormida, pero las partes que son capaces de realizar
actividades mu),r complejas están despiertas. El problema es que no hay
nada que guíe el plan salvo los patrones básicos, nuestros hábitos más
básicos. Sigues lo que ya ha)r en tu cabeza porque no puedes tomar de-
c1s1ones.»
Por ley, la policía tenia que detener a Thomas por asesinato. Pero
todas las pruebas parecían indicar que él y su esposa eran un matrimonio feliz antes de esa terrible noche. No había ninguna denuncia por
malos tratos. Tenían dos hijas mayores y acababan de reservar unos pasajes para hacer un crucero por el Mediterráneo para celebrar su cuarenta aniversario de boda. ‘Los fiscales consultaron a un especialista del
sueño -—el doctor Chris Idzikowski del Centro del Sueño de Edimburgo— para que examinara a Thomas y evaluara una teoría: que cuando
mató a su esposa estaba inconsciente. En dos sesiones distintas, una en
el laboratorio de Idzikowski y la otra en prisión, el investigador le puso
sensores por todo el cuerpo y midió sus ondas cerebrales, movimiento
ocular, los músculos de la barbilla y de las piernas, el flujo de aire nasal,
el esfuerzo respiratorio y los niveles de oxígeno mientras dormía.
Thomas no era la primera persona que alegaba que había cometido
un crimen durmiendo, y por lo tanto, por extensión, no se le podía "con-siderar responsable de su acto. Hay una larga historia de delincuen—
tes que han alegado ser inocentes debido a un «automatismo», como el
sonambulismo y otras conductas inconscientes conocidas. En la última
década, a medida que nuestros conocimientos de la neurología de los
hábitos y el libre albedrío se han vuelto más sofisticados, esas defensas se han vuelto cada vez más convincentes. La sociedad, representada
por nuestros tribunales y jurados, ha aceptado que ciertos hábitos son
tan poderosos que superan nuestra capacidad para tomar decisiones, y
que por lo tanto no somos responsables de lo que hacemos.
El sonambuh’smo es un raro subproducto de un asPecto normal del funcionamiento de nuestro cerebro mientras estamos dormidos. La mayo-
288
EL PODER DE LOS HÁBITOS
ría de las veces, cuando nuestro cuerpo entra y sale de diferentes fases del
descanso, nuestra estructura neurológica primitiva -—el tronco encefá-
lico— paraliza nuestras extremidades y sistema nervioso, permitiendo
que el cerebro sueñe sin que se mueva el cuerpo. En general, la gente
puede hacer la transición de entrar y salir de la parálisis muchas veces
durante la noche sin problemas. En neurología esto se conoce como el
«interruptor».
No obstante, algunas personas tienen fallos del interruptor. Bntran
en una parálisis incompleta cuando duermen, y sus cuerpos se activan
cuando sueñan, o pasan de una fase del sueño a otra. Ésta es la causa del
sonambulismo, y en la mayoría de los casos, es un problema molesto
pero benigno. Alguien puede soñar que se ha estado comiendo un pastel, por ejemplo, y a la mañana siguiente descubrir que la caja de donuts de la cocina está vacía. Otro puede soñar que va al lavabo, y luego
descubre un charco en el pasillo. Los sonámbulo’s se pueden comportar de formas muy complejas —-por ejemplo, pueden abrir los ojos, mirar, ir de un lugar a otro, cónducir o cocinar— siempre en estado bá-
sicamente inconsciente, porque las partes de su cerebro asociadas a
ver, caminar, conducir y cocinar pueden seguir funcionando sin recibir
estímulos de zonas más avanzadas del cerebro, como el córtex prefrontal. Se sabe que ha habido sonámbulos que han hervido agua y han preparado un té. Uno llevó una lancha motora. Otro conectó una sierra
eléctrica y empezó a serrar leña antes de volver a la cama. Pero, en general, los sonámbulos no hacen cosas peligrosas ni para ellos ni para los
demás. Incluso dormidos tienen el instinto de evitar el peligro.
Sin embargo, los científicos han examinado los cerebros de las personas sonámbulas, y han descubierto una diferencia entre el sanambulismo —-ése en que las personas se levantan de la cama y empiezan
a actuar según sus sueños u otros impulsos leves— y algo denominado
terrores nocturnos. Cuando se produce un terror nocturno, la actividad
dentro del cerebro es marcadamente diferente de cuando están despiertos, medio inconscientes o incluso sonámbulos. La gente que padece
terrores nocturnos parece que sufre ansiedades terribles, pero no están
soñando en el sentido normal de la palabra. Sus cerebros están inacti-
La neurología del libre albedrío
289
vos salvo las zonas neurológicas más primitivas que incluyen lo que se
conoce como «generadores centrales de patrones». Estas áreas del cere-
bro son las mismas que estudiaron el doctor Larry Squire y los científicos del MIT, que descubrieron la maquinaria neurológica del bucle del
hábito. De hecho, para un neurólogo, un cerebro que tiene un terror
nocturno se parece mucho a uno que sigue un hábito.
Las conductas de las personas en pleno terror nocturno son hábitos,
aunque del tipomás primaria. Los «generadores centrales de patrones»
que actúan-durante el terror nocturno son la causa de patrones conductuales como caminar, respirar, estremecerse al oír un ruido fuerte o defenderse contra un atacante. Normalmente, no consideramos estos patrones
como hábitos, pero eso es lo que son: conductas automáticas tan arraigadas en nuestro sistema nervioso que, según muestran los estudios,
pueden ocurrir casi sin estímulo de las zonas superiores del cerebro.
Sin embargo, estos hábitos, cuando se producen durante los terrores
nocturnos, son diferentes en un aspecto esencial: puesto que el sueño
desactiva el córtex prefi'ontal y otras áreas de cognición superior, cuan-
do se activa un hábito de terror nocturno no existe posibilidad alguna de intervención consciente. Si el hábito de luchar o huir se activa por
un terror nocturno, no hay posibilidad de que alguien pueda contrarres-
tarlo a través de la lógica o de la razón.
«La gente que tiene terrores nocturnos no sueña como normalmente lo entendemos —dice el neurólogo Mahowald—. No hay tramas complejas como las que usted y yo podamos recordar de una pesadilla. Si
recuerdan algo, es sólo una imagen o emociones: peligro inminente,
miedo horrible, la necesidad de defenderse o de defender a alguien.
»Pero esas emociones son muy fuertes. Son algunas de las señales
más básicas para todo tipo de conductas que hemos aprendido en nues-
tra vida. Responder a una amenaza huyendo o defendiéndonos es algo
que todos hemos practicado desde que éramos bebés. Y cuando se pro-
ducen esas emociones, el cerebro superior no tiene la oportunidad de
situar las cosas en su contexto, y reaccionamos tal como nos indican
nuestros hábitos más profundos. Corremos o luchamos, o seguimos el
patrón de conducta que le resulte más fácil a nuestro'cerebro.»
290
EL PODER DE LOS HÁBITOS
Cuando una persona en medio de un terror nocturno empieza a sentirse amenazada o sexualmente excitada —dos de las experiencias más
comunes del terror nocturno—, reacciona siguiendo los hábitos asociados con esos estímulos. Ha habido personas que al experimentar un
terror nocturno, han saltado desde tejados con la convicción de que estaban huyendo de sus agresores. Han matado a sus propios bebés, porque creían que luchaban contra fieras salvajes. Han violado a sus e5po-
sas, aunque éstas les suplicaran que se detuvieran, porque una vez que
empieza la excitación del durmiente, éste sigue el hábito arraigado para
satisfacer. su impulso. El sonambulismo parece permitirnos alguna opción, algo de participación por parte de nuestro cerebro superior que
nos dice que nos mantengamos alejados del borde del tejado. Sin embargo, una persona poseída por un terror nocturno, simplemente sigue
el bucle del hábito dondequiera que éste la conduzca.
sf \
Señal
w.
Recompensa
A
V
Algunos científicos sospechan que los terrores nocturnos pueden ser
genéticos; otros dicen que enfermedades como el Parkinson hacen que
las personas seanmás propensas. Sus causas todavía no se conocen muy
bien, pero para bastantes personas, los terrores nocturnos conllevan impulsos violentos. «La violencia relacionada con los terrores nocturnos
parece ser una reacción a una imagen amenazadora concreta que el individuo puede describir posteriormente», escribió un grupo de investigadores suizos en 2009. Entre las personas que padecen algún tipo de
disfunción del sueño, «en el 64 por ciento de los casos se han registra-
La neurología del libre albedrío
291
do intentos de ataques al consorte, con heridas en el 3 por ciento de los
casos».
Tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido hay toda una saga
de asesinos que han alegado que los terrores nocturnos les han hecho
cometer crímenes que jamás hubieran cometido conscientemente. Cuatro años antes de que arrestaran a Thomas, por ejemplo, un hombre
llamado Jules Lowe fue declarado inocente de asesinar a su padre de
83 años de edad, tras declarar que el ataque se había producido durante un episodio de terror nocturno. La acusación reclamó que era «del
todo inverosímil» que Lowe estuviera dormido mientras daba puñetazos, patadas y taconazos a su padre durante más de veinte minutos, dejándole más de 90 heridas. El jurado no estuvo de acuerdo y le liberó. En
septiembre de 2008, una mujer de 33. años, Donna Sheppard-Saunders
casi ahogó a sn madre con una almohada sobre la cara que mantuvo
durante treinta segundos. Fue puesta en libertad del cargo de intento
de asesinato alegando que había actuado dormida. En 2009, un soldado británico admitió haber violado a una adolescente, pero dijo que es-
taba dormido e inconsciente cuando se desvistió, le bajó las bragas a la
chica y empezó a abusar de ella. Se despertó a mitad de la violación, se
disculpó y llamó a la policía. «He cometido una especie de delito —le
dijo al operador del número de emergencias—. Sinceramente no sé qué
ha sucedido. Me he despertado cuando estaba encima de ella.» Tenía
una historia clínica de padecer terrores nocturnos y fue declarado ino-
cente. En el siglo pasado, más de 150 asesinos y violadores se han librado del castigo alegando este automatismo de defensa. Iueces y jurados, actuando en nombre de la sociedad, han dicho que, puesto que los
acusados no habían elegido cómeter sus delitos --ya que no participaron conscientemente en el acto de violencia—, no deben cargar con la
culpa.
El caso de Brian Thomas también parecía que se debía a una situa-
ción de trastorno del sueño más que a un.impulso asesino. «Jamás me
perdonaré —le dijo a uno de los fiscales—. ¿Por qué lo hice?»
292
EL PODER DE LOS HÁBITOS
Después de que el doctor Idzikowski, el especialista del sueño, obser-
vara a Thomas en su laboratorio, remitió sus hallazgos: Thomas estaba
dormido cuando mató a su esposa. No habia cometido el crimen cons—
cientemente.
Cuando comenzó el juicio, los fiscales presentaron pruebas al jurado. Thomas había admitido haber asesinado a su esposa, le dijeron
al jurado. Sabía que era sonámbulo. Su fallo de no tomar precauciones
durante sus vacaciones, alegaron, le hacía responsable de su crimen.
Pero a medida que seguían sus argumentaciones, a los fiscales les
quedó claro que estaban luchando por una causa perdida. El abogado
de Thomas alegó que su cliente no tenia la intención de matar a su esposa; de hecho, esa noche ni siquiera controlaba sus propias acciones.
Por el contrario, había reaccionado automáticamente ante la percepción
de una-amenaza. Estaba siguiendo un hábito casi tan antiguo como nuestra propia especie: el instinto de defenderse de un ataque y de proteger
al ser querido. Cuando las partes más primitivas de su cerebro fueron
expuestas a una señal —algu.ien que intentaba estrangular a su esposa—,
su hábito tomó el control y se puso a luchar, sin la menor probabilidad
de que su cognición superior pudiera interceder. Thomas era culpable
nadamas ni nada menos que de ser humano, alegó su abogado, y de
reaccionar de la forma que su sistema nerviso —y hábitos más primiti-
vos— le obligaban a hacerlo.
Incluso los propios testigos de la acusación parecían reforzar la defensa. Aunque Thomas sabía que era sonámbulo, los propios psicólogos
de la acusación dijeron que nada podía indicar que en algún momento
pudiera llegar a matar. Nunca había atacado a nadie antes mientras dormía. Nunca había hecho daño a su esposa.
Cuando el psiquiatra de la acusación subió al estrado, el abogado de
.
Thomas empezó su interrogatorio.
¿Era justo que Thomas fuera declarado culpable de un acto que no
podía saber que iba a suceder?
La doctora Caroline Jacob dijo que, en su opinión, Thomas no podía haber previsto que podía llegar a cometer un crimen. Y si era con-
denado y sentenciado al Hospital Broadmoor, donde se encontraban al-
La neurología del libre albedrío
293
gunos de los criminales enfermos mentales más peligrosos, bueno, «ese
no es su lugar».
A la mañana siguiente, el fiscal jefe se dirigió al jurado.
«En el momento del asesinato, el defendido estaba dormido y su
mente no controlaba lo que hacía su cuerpo —dijo——. Hemos llegado a
la conclusión de que no serviremos al interés público buscando un veredicto especial por parte .de ustedes. Por consiguiente, no vamos a presentar más pruebas y les invitamos a que den directamente un veredicto de inocencia.» Eso fue lo que hizo el jurado.
Antes de que Thomas fuera puesto en libertad, el juez le dijo: «Usted es un hombre decente y un buen esposo. Estoy convencido de que
se siente culpable; Ante los ojos de la- ley usted no es responsable. Queda puesto en libertad».
Parece un resultado justo. Al fin y al cabo, era evidente que Thomas
estaba destrozado por su crimen. No tenía idea de lo que estaba hacien-
do cuando actuó; simplemente respondía a un hábito, y su capacidad
para decidir estaba anulada. Thomas es el asesino más comprensivo que
uno pueda imaginarse, alguien tan cerca de ser él mismo una víctima
que, al final del juicio, el juez intentó consolarle.
Sin embargo, muchas de esas mismas excusas podían aplicarse a Angie Bachmann, la jugadora. Ella también estaba destrozada por sus ac-
ciones. Posteriormente, diría que se sentía muy culpable. Y por lo visto,
también estaba re5pondiendo a hábitos muy arraigados que le ponían
cada vez más difícil que se impusiera su capacidad de tomar decisiones.
Pero ante los ojos de la ley, Bachmann es responsable de sus hábitos,
y Thomas no lo es. ¿Es correcto que Bachmann, la jugadora, sea más
culpable que Thomas, el asesino? ¿Qué nos dice eso sobre la ética de los
hábitos y de las decisiones?
Tres años después de que Angie Bachmann se declarara insolvente, fa-
lleció su padre. Habia estado cinco años tomando aviones para ir a aten-
294
EL PODER DE LOS HÁBITOS
der a sus padres, a medida que empeoraba el estado de salud de ambos.
Su muerte fue un duro golpe. Dos meses después murió su madre.
«Todo mi mundo se desintegró —me dijo—. Cada mañana cuando
me despertaba, por un momento había olvidado que se habían ido, y de
pronto me venía a la cabeza que ya no estaban y sentía como si tuviera
alguien de pie encima de mi pecho. No podía pensar en otra cosa. No
sabía qué hacer cuando me levantaba de la cama.»
Cuando se leyeron sus testamentos, Bachmann se enteró de que ha—
bía heredado casi un millón de dólares.
Invirtió 275.000 dólares en comprar otra casa para su familia,- en
Tennessee, cerca de donde habían vivido sus padres, y gastó un poco
más para trasladar a sus hijas mayores cerca de ellos para estar todos
juntos. Los casinos no eran legales en Tennessee, y «no quería volver a
caer en los malos patrones —me dijo—-'. Quería alejarme de todo lo que
pudiera recordarme mi falta de control». Cambió sus números de te—
léfono y no les dio su nueva dirección a los casinos. Le parecía que eso
era más seguro.
Hasta que ¡una noche, cuando iba en coche con su esposo por su
ciudad natal, donde habían ido a recoger algunos muebles que todavía
no habían recogido de su antigua casa, empezó a pensar‘en sus padres.
¿Cómo se las iba a arreglar sin ellos? ¿Por qué no había sido mejor hija?
Empezó a respirar aceleradamente. Parecía un'ataque de pánico. Hacía
años que no jugaba, pero en ese momento notó que necesitaba algo que
le quitara ese sufrimiento de su mente. Miró a su marido. Estaba desesperada. Iba a ser sólo una vez.
—Vamos al casino —le dijo.
Al entrar, uno de los gerentes 1a reconoció de cuando era una clienta
habitual y los invitó a la sala de juego. Le preguntó cómo se encontraba,
y empezó a salir todo: contó que sus padres habían muerto y cuánto la
había afectado, 'lo agotada que estaba siempre, su sensación de estar al
borde del colapso. El gerente sabia escuchar. Angie se sintió mu)r bien
pudiendo decir todo lo que había estado pensando, y escuchar que era
normal sentirse así.
'
Luego se sentó en la mesa de blackjack y jugó durante tres horas.
La neurología del libre albedrío
295
Por primera vez en meses, la ansiedad se había desvanecido en el
murmullo de fondo. Sabía cómo hacerlo. Se quedó en blanco. Perdió
unos cuantos miles de dólares.
Harrah’s Entertainment —la empresa propietaria del casino— era
famosa: en la industria del juego por sus sofisticados sistemas de rastreo
de clientes. El pilar de ese sistema eran programas informáticos pareci-
dos a los que había diseñado Andrew Pole para Target, algoritmos de
predicción que estudiaban los hábitos de los jugadores e intentaban averiguar cómo persuadirles para gastar más. La compañia asignaba a los
jugadores un «valor de vida útil», y el software elaboraba calendarios que
anticipaban con qué frecuencia los visitarían y cuánto gastarían. La empresa seguía la pista a los clientes a través de las tarjetas de fidelidad y
les enviaba cupones para comidas gratis yvales para efectivo; los operadores de telemarketing llamaban a las personas a sus casas para pre-
guntarles dónde habían estado. Los empleados de los casinos estaban
entrenadospara animar a los clientes a que les contaran sus vidas, con
la esperanza de que revelaran información que pudieran usar para pre-
decir de qué cantidad di3ponían para apostar. Uno de los directivos de
Harrah’s denominó a este enfoque «marketing pavloviano». La empresa hacía cientos de pruebas cada año para perfeccionar sus métodos. El
rastreo de clientes había aumentado los beneficios de la compañía en
miles de millones de dólares, y era tan exacto que podían saber el gasto
de un jugador al centavo y al minuto.*
Harrah’s, por supuesto, sabía muy bien que 'Bachmann se había
declarado insolvente unos años antes y que había dejado una deuda de
juego de 20.000 dólares. Pero poco después de su conversación con el
gerente del casino, empezó a recibir llamadas telefónicas con ofertas de
limusinas' gratis para llevarla a sus casinos de Mississippi. Les ofrecieron billetes de avión para que ella y su esposo fueran a Lake Tahoe, les
dieron una suite y entradas para un concierto de los Eagles. «Les dije,
mi hija ha de venir, y quiere traer un amigo —me dijo Bachmann—.
* Harrah’s —ahora conocida como Caesars Entertainment— rebate algunas de las
alegaciones de Bachmann. Sus comentarios se pueden ver en las notas.
296
EL PODER DE Los HÁBITOS
Ningún problema», respondió la empresa. Les regalaron todos los billetes de avión y las habitaciones. En el concierto las entradas eran para la
primera fila. Harrah’s le concedió un crédito de 10.000 dólares para
jugar, con los cumplidos de la casa.
Las ofertas seguían llegando. Cada semana llamaba algún casino pre—
guntando si querían una limusina, entradas para espectáculos, billetes
de avión. Al principio, Bachmann se resistió, pero al final acabó dicien-
do que sí cada vez que llegaba una invitación. Cuando una amiga de la
familia mencionó que quería casarse en Las Vegas, Bachmann hizo una
llamada y al fin de semana siguiente estaban en Palazzo..«No hay muchas personas que sepan que existe —me dijo—. Había llamado y pe-
dido información, pero el operador me dijo que era demasiado exclusivo para darme información por teléfono. La suite era de película. Tenía
seis dormitorios todos con jacuzzi privado y una terraza. Tenía hasta
mayordomo.»
Cada vez que entraba en un casino, sus hábitos de jugadora se apo-
deraban de ella nada más entrar. Solía jugar durante horas seguidas. Al
principio empezaba con poco, usando sólo el dinero del casino. Cuan-
do 1a cifra aumentaba, recargaba sus fichas sacando dinero de un cajero
automático. No le parecía que hubiera ningún problema. Al final apos-
taba de 200 a 300 dólares por mano, dos manos cada vez, a veces tandas
de hasta doce horas seguidas. Una noche ganó 60.000 dólares. En un
par de ocasiones salió con 40.000 dólares. Una vez fue a Las Vegas con
100.000 dólares en el bolso y regresó a casa sin nada. Eso no cambió
para nada su estilo de vida. Su cuenta bancaria seguía estandotan llena
que no tenía que pensar en el dinero. Para‘eso le habían dejado la herencia sus padres: para que pudiera divertirse.
Cada vez que intentaba controlarse, las llamadas de los casinos se
volvían más insistentes. «Uno de los anfitriones me dijo que sino conseguía que yo fuera ese fin de semana, le despedirían. Me decían: “Les
dimos entradas para ese. concierto y les ofrecimos una hermosa habitación, y usted no ha jugado mucho últimamente”. Bueno, tenían todas
esas atenciones conmigo.»
En 2005 murió la abuela de su marido y toda la familia fue a su ciu-
La neurología del libre albedrío
297
dad natal para el funeral. Ella fue al casino la noche antes del servicio
para despejarse la cabeza y estar mentalmente preparada para la actividad que 'le esperaba al día siguiente. En un plazo de doce horas, perdió
250.000 dólares. En aquellos tiempos era casi como si la magnitud de
la pérdida no le importase. Cuando reflexionó sobre ello más adelante
——un cuarto de millón de dólares se habia esfumadon— no le parecía real.
Se había mentido a sí misma respecto a muchas cosas como: que eran
un matrimonio feliz, cuando ella y su marido a veces se pasaban días
sin hablarse; que tenía buenas amigas, aunque supiera que éstas aparecían cuando se enteraban de que tenía invitaciones para ir a Las Vegas,
y luego desaparecían; que era una buena madre, cuando veia que sus
hijas estaban cometiendo sus mismos errores, como quedarse embarazadas demasiado jóvenes; que sus padres habrían estados contentos al
ver cómo tiraba el dinero de esa forma. Parecía como si sólo le queda-
ran dos opciones: seguir mintiéndose, o admitir que habia deshonrado
todo aquello por lo que su madre y su padre tanto habían trabajado.
Un cuarto de millón de dólares. No le dijo nada a su esposo. «Pensa-
ba en otra cosa cada vez que recordaba esa noche», me dijo.
No obstante, pronto las pérdidas fueron demasiado grandes como
para ignorarlas. Algunas noches, cuando su marido se quedaba dormido, Bachmann se levantaba de la cama, se sentaba en la mesa de la cocina y empezaba a hacer números para intentar averiguar cuánto había
desPilfarrado. La depresión que había empezado tras la muerte de sus
padres parecía que se agudizaba. Se sentía siempre muy cansada.
Y Harrah’s seguía llamando.
«Esta desesperación empieza cuando te das cuenta de cuánto has
perdido, y luego sientes que no puedes parar porque has de ganar para
recuperarlo —-dijo—. A veces me empezaba a poner nerviosa, como
si no pudiera pensar, y sabia que si fingía que pronto iba a volver, me
calmaría. Entonces me llamaban y les decía que sí porque era muy fácil
rendirse. Realmente creía que lo podría recuperar. Ya lo habia hecho
otras veces. Si ‘no pudieras ganar, entonces el juego no sería legal, ¿no
es cierto?
298
EL PODER DE Los HÁBITOS
En 2010, un neurocientífico cognitivo, Reza Habib, pidió a 22 personas
que se introdujeran en un aparato de resonancia magnética y miraran
una máquina tragaperras que giraba constantemente. La mitad de los
participantes eran «ludópatas» ——personas que habían mentido a sus
familias sobre su ludopatía, que habían dejado de ir a trabajar para ju—
gar o que tenían cheques devueltos en algún casino", y la otra mitad
eran personas que jugaban con sus relaciones sociales, pero no presen-
taban ninguna conducta problemática. A todos los pusieron estirados
boca arriba dentro del estrecho tubo y les pidieron que miraran en una
pantalla de vídeo cómo giraban los rodillos con el 7 de la suerte, las man—
zanas y las barras doradas. La tragaperras computerizada estaba progra—
mada para dar tres resultados: premio, perder, y perder por poco (dondelos carretes están a punto de coincidir, pero en el último momento
no llegan a alinearse). Ninguno de los participantes ganó o perdió dinero. Lo único que tenían que hacer era mirar la pantalla mientras la
máquina de resonancia magnética registraba su actividad del sistema
nervioso.
«Estábamos especialmente interesados en observar los sistemas del
cerebro que están implicados en los hábitos y las adicciones —me dijo
Habib—. Lo que descubrimos fue que, neurológicamente hablando, los
ludópatas se excitaban más cuando ganaban. Cuando los íconos que-
daban alineados, aunque no ganaran dinero, las áreas de sus cerebros
relacionadas con la emoción y con la recompensa estaban mucho más
activas que en los que no eran ludópatas.
»Pero lo realmente interesante era el perder por poco. Para los ludópatas, el perder por poco era como haber ganado. Sus cerebros reaccionaban casi de la misma manera. Pero para los que no eran adictos al
juego, perder por poco era perder. Las personas que no tenían problemas de ludopatía podían reconocer mejor que, aunque perdieran por
poco, habían perdido.»
Los dos grupos vieron exactamente lo mismo, pero desde una perspectiva neurológica, lovieron de forma distinta. Las personas con adicción al juego tenían un subidón cuando perdían por poco —lo que, se-
gún Habib, probablemente sea la razón por la que juegan durante mucho
La neurología del libre albedrío
299
más tiempo que los demás: porque perder por poco activa esos hábitos
que las hacen apostar de nuevo—. Los jugadores sociales, al perder por
poco, experimentaban una dosis de aprensión que desencadenaba otro
hábito, el de «voy a dejarlo antes de que sea peor».
Rutina
Rutina
¡“Si PIERDO
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No se sabe silos cerebros de los ludópatas son diferentes porque nacen así o porque 1a exposición continuada a las máquinas tragaperras,
el póker “online” y los casinos pueden cambiar su funcionamiento. Lo
que está claro es que las verdaderas diferencias neurológicas pueden repercutir en cómo procesan 1a información los ludópatas, lo que ayuda
a explicar por qué Angie Bachmann perdía el control cada vez que en-
traba en un casino. Las empresas de juego conocen mu)r bien esta tendencia, y es la razón por la que hace algunas décadas las tragaperras
fueron reprogramadas para que dieran más resultados de «casi gano».*
* A finales de 1990, uno de los grandes fabricantes de máquinas tragaperras contrató
a un ejecutivo que había trabajado para una empresa de videojuegos, para que le ayudara a
diseñar máquinas nuevas. La idea del ejecutivo fue programar las máquinas para dar más
resultados de perder por poco. Ahora, casi todas las máquinas tienen muchas combinaciones —como tiradas gratis y sonidos que se emiten cuando los símbolos están casi alineados—, así como pequeñas recompensas que hacen que los jugadores sientan que están
ganando cuando, en realidad, están gastando más dinero que el que reciben. «No hay
ninguna otra forma de juego que manipula la mente humana como lo hacen estas máquinas», dijo un investigador de trastornos adictivos de la Facultad de Medicina de la Universidad de Connecticut a un periodista del New York Times, en 2004.
300
EL PODER DE LOS HÁBITOS
Los jugadores que siguen apostando después de los «casi gano» son los
que hacen que los casinos, hipódromos y loterías del Estado sean tan
lucrativos. «Añadir un “perder por poco” a una lotería es como echar
leña al fuego —dice un asesor de loterías estatales que hizo estas declaraciones en el anonimato—. ¿Quieres saber por qué se han disparado
las ventas? Cada uno de los cartones de “rasca y gana” está diseñado para
hacerte creer que casi ganas.»
Las áreas del cerebro que investigó Habib en su experimento —los
ganglios basales y el tronco encefálico— son donde residen los hábitos
(así como donde empiezan los terrores nocturnos). En la última década, cuando apareció la nueva generación de fármacos para esa región
del cerebro —como medicamentos para el Parkinson—, aprendimos
mucho sobre lo sensibles que pueden ser algunos hábitos a los estímulos externos. Se han emprendido acciones legales populares contra empresas farmacéuticas en Estados Unidos, Australia y Canadá, alegando que esos medicamentos hacían que los pacientes jugaran, comieran,
c'ompraran y se masturbaran compulsivamente al tener como objetivo
el circuito implicado en el bucle del hábito. En 2008, un jurado federal
de Minnesota concedió a un paciente una indemnización de 8,2 millones de dólares en un juicio contra una empresa farmacéutica después
de que éste reclamara que su medicación le había incitado a perder en
el juego más de 250.000 dólares. Todavía hay cientos de casos similares
pendientes.
«En esos casos, podemos asegurar que los pacientes no tienen ningún control sobre sus obsesiones, porque podemos acusar a un medicamento que repercute en su neuro química -dijo Habib—.‘Pero cuando
observamos los cerebros de las personas que son jugadoras compulsivas, tienen un aspecto muy parecido, salvo que no pueden echarle la
culpa a una medicación. Les dicen a los investigadores que no quieren
jugar, pero que no se pueden resistir a sus impulsos. Entonces, ¿por qué
decimos que esos jugadores tienen el control sobre sus acciones y los
pacientes de Parkinson no?»
La neurología del libre albedrío
301
El 18 de marzo de 2006, Angie Bachmann tomó un avión tras haber aceptado la invitación de uno de los casinos de Harrah’s. Por aquel entonces,
su cuenta bancaria estaba casi a cero. Cuando intentó calcular cuánto
había gastado a lo largo de su vida, calculó que unos 900.000 dólares. Le
dijo a Harrah’s que estaba casi arruinada, pero el hombre que le respondió le dijo que fuera de todos modos. Que le darían una línea de crédito.
«No podía decir que no, cada vez que me presentaban la menor ten-
tación, mi cerebro se desconectaba. Sé que parece una excusa, pero siempre me decían que esta vez sería diferente, y sabía que por más que lo
intentara no podía luchar contra ese impulso, que al final acabaría cediendo.»
Llevó todo el dinero que le quedaba. Empezó a jugar a razón de
400 dólares Ia mano, dos manos a la vez. Si podía levantar cabeza, aunque sólo fuera un poco, se dijo a sí misma, sólo 100.000 dólares, podría
dejarlo y tendría algo que darles a sus hijas. Su esposo estuvo con ella
durante un rato, pero a medianoche se fue a la cama. A eso de las 2 de
la madrugada, había perdido todo el dinero que tenía. Un empleado
de H'arrah’s le entregó un pagaré para que lo firmara. Firmó hasta seis
pagarés para conseguir más efectivo, hasta un total de 125.000 dólares.
A eso de las 6 de la mañana tuvo una buena racha y su montón de fichas empezó a crecer. La gente se reunió en torno a ella. Hizo un recuento
rápido: todavía no había bastante para pagar los pagarés que había firmado, pero si seguiajugando bien, podría salir de ésta ganando y dejarlo para
siempre. Ganó cinco veces seguidas. Sólo tenía que ganar 20.000 dólares más para salir del bache. Entonces el crupier sacó un 21. Luego otro.
Y Unas cuantas manos después, un tercer 21. A las 10 de la mañana, ya
no le quedaban fichas. Pidió más crédito, pero el casino se lo negó.
Bachmann abandonó la mesa de juego marcada y se fue a su suite.
Tenia la sensación de que el suelo temblaba bajo sus pies. Colocó una
mano en la pared porque si notaba que se desmayaba, sabría dónde apoyarse. Cuando llegó a su habitación, su marido la estaba esperando.
--Lo he perdido todo —-le dijo.
—¿Por qué no te duchas y te acuestas? —le dijo él—. No pasa nada.
También has perdido otras veces.
302
EL PODER DE LOS HÁBITOS
—Lo he perdido todo -—repitió.
-—¿Qué quieres decir?
—No-nos queda dinero —-dijo ella—. Nada.
—Al menos tenemos la casa —dijo él.
No se atrevió a decirle que había aceptado una línea de crédito poniendo la casa como garantía y que la había perdido.
IV
Brian Thomas asesinó a su esposa. Angie Bachmann dilapidó su herencia. ¿Hay algunadiferencia en la forma en que la sociedad debería asig-
nar la responsabilidad?
- El abogado de Thomas alegó que su cliente no era culpable de la muerte de su esposa porque había actuado inconscientemente, de manera
automática; su reacción se desató por 'su convicción de que alguien los
estaba atacando. No eligió matar, dijo su abogado, y no debería ser considerado responsable de-su muerte. Por la misma lógica, Bachmann
—-por lo que sabemos de la investigación de Reza Habib sobre el cere-
bro. de los ludópatas— también se sentía arrastrada por fuertes impul—
sos. Puede que sí tómara una decisión el primer día que se arregló para
salir y pasar la tarde en el casino, y quizá las semanas o meses siguientes.
Pero años después, cuando perdía 250.000 dólares en una noche, cuando
ya estaba tan desesperada que se fue a unEstado donde el juego no era
legal, ya no tomaba decisiones conscientes. «En la neurociencia siempre
hemos dicho que las personas que tienen algún problema en su cerebro
pierden parte de su libre albedrío —-dice Habib—. Pero cuando un ludópata ve un casino, le pasa algo parecido. Parece que no tenga elección.»
-El abogado de Thomas alegó, de un modo que convenció a todos,
que su cliente había cometido un terrible error y que su sentido de culpa
la acompañaría durante el resto de su vida. Sin embargo, ¿no es evidente que Bachmann siente algo muyr parecido? «Me siento mu}r culpable
y avergonzada delo que he hecho --me dijo—. Siento que he defrauda-
do a todos. Sé que nunca podré superar esto, haga 'lo que haga.»
La neurología del libre albedrío
303
Dicho esto, ha)r una diferencia básica entre los casos de Thomas y
Bachmann: Thomas mató a una persona inocente. Cometió lo que siempre se ha considerado el peor de los delitos. Angie Bachmann perdió di-
nero. Las únicas víctimas fueron ella misma, su familia y una empresa
de 27.000 millones de capital que le habia prestado 125.000 dólares.
Thomas fue puesto en libertad por la sociedad y Bachmann fue considerada responsable de sus actos.
A los diez meses de que Bachmann lo hubiera perdido todo, Harrah’s
intentó cobrar del banco de ella. Los pagarés que había firmado fueron
devueltos y Harrah’s la demandó para que pagara sus deudas, y además
una sanción de 375.000 dólar‘es —un castigo civil—, por haber come-
tido un delito. Ella también los demandó alegando que, al ampliarle el
crédito, regalarle estancias en suites y bebidas, Harrah’s se había aprovechado de alguien que sabía que no era capaz de controlar sus hábitos.
Su caso llegó hasta la Corte Suprema. El abogado de Bachmann -——aco—
giéndose a los argumentos utilizados por el abogado de Thomas para
defender a su cliente— dijo que no se debería considerar culpable a su
clienta porque había estado reaccionando automáticamente a las tentaciones que Harrah’s le había puesto. Alegó que una vez que empezaron
a llegar las ofertas, cada vez que su clienta entraba en el casino, sus há—
bitos se apoderaban de ella y le era imposible controlar su conducta.
Los jueces, en nombre de la sociedad, dijeron que Bachmann había hecho mal. «No hay ninguna le)r que prohíba a un director de un
casino intentar embaucar o contactar con jugadores que sabe que son
compulsivos», escribió el tribunal. Indiana tenía un «programa de exclusión voluntaria» en el que cualquier persona podía apuntarse en
una lista para que los casinos le prohibieran la entrada, y la «existencia
del programa de exclusión voluntaria indica que la ley considera que
los ludópatas se han de responsabilizar de prevenir su compulsión y
de protegerse a ellos mismos de ésta», escribió el magistrado Robert
Rucker.
Quizá la diferencia. en los veredictos de Thomas y Bachmann sea
justa. A1 fin y al cabo, es más fácil solidarizarse con un viudo desolado
que con un ama de casa que lo ha despilfarrado todo.
304
EL PODER DE LOS HÁBITOS
Pero, ¿por qué es más fácil? ¿Por qué parece una Víctima el afligido
esposo, mientras que la jugadora arruinada tuvo lo que se merecía? ¿Por
qué algunos hábitos parece que han de ser fáciles de controlar, mientras que otros parecen estar fuera de nuestro alcance?
Lo más importante, ¿es correcto llegar a hacer-esa distinción?
«El llegar a ser buenos -—escribió Aristóteles en su Ética a Nicómaco— piensan algunos que es obra dela naturaleza, otros que del hábito,
otros que de la- instrucción.» Para Aristóteles, los hábitos eran lo más
importante. Las conductas que suceden inconscientemente son la prue-
ba de nuestro verdadero yo, dijo. Así que «requieren que el alma del
discípulo haya sido trabajada de antemano por los hábitos, como tierra
destinada a alimentar semilla, para deleitarse y aborrecer debidamente
las cosas.»
Los hábitos .no son tan sencillos como parecengTal como he intenta-
do demostrar alo largo de este libro, los hábitos —-incluso una vez arraigados en nuestra mente— no son el destino. Podemos elegir nuestros
hábitos, una vez que sabemos cómo. Todo lo que hemos aprendido sobre nuestros hábitos, de los neurólogos que han estudiado a amnésicos
hasta de los expertos en remodelar empresas, es que todos se pueden
_
cambiar, si entendemos cómo funcionan.
días: nos guían para
en'nuestros
influyen
que
hábitos
Hay cientos de
saber cómo vestirnos por la mañana, hablar con nuestros hijos, y que-
darnos dormidos por la noche; influyen en lo que comemos, en cómo
hacemos nuestros negocios, -o en si hacemos ejercicio o nos tomamos
una cerveza después de trabajar. Cada uno.tiene una señal distinta y nos
ofrece una recompensa única. Algunos son sencillos y otros son complejos, dependen de desencadenantes emocionales y ofrecen premios
neuroquímicos sutiles. Pero todos los hábitos, por complejos que sean,
son maleables. Los alcohólicos más adictos pueden estar sobrios. Las
empresas más disfimcionales se pueden transformar. Un mal estudiante puede llegar a ser un gerente con éxito.
Sin embargo, para modificar un hábito, has de decidir cambiarlo.
Has de aceptar cónscientemente el duro trabajo de identificar las señales y recompensas que dirigen las rutinas de los hábitos, y encontrar
La neurología del libre albedrío
305
alternativas. Has de saber que tienes el control y ser lo suficientemente
consciente como para usarlo, y cada capítulo de este libro está dedicado a ilustrar un aspecto diferente de por qué es real ese control.
Luego, aunque tanto Angie Bachmann como Brian Thomas recla-
maran prácticamente lo mismo —que actuaron por hábito, que no tenian control sobre sus-acciones porque esas conductas se habían producido automáticamente—, parece razonable que no sean tratadas del
mismo modo. Es justo que Angie Bachmann fuera considerada responsable y que Brian Thomas fuera puesto en libertad porque, en primer
lugar, Thomas no conocía los patrones que-le llevaron a matar, mucho
menos que pudiera llegar a dominarlos. Bachmann, por otra parte, era
consciente de sus hábitos. Y cuando sabes que tienes un hábito, tienes
la responsabilidad de cambiarlo. Si se hubiera esforzado un poco más,
quizás lo hubiera podido superar. Otros lo han hecho, incluso ante mayores tentaciones.
En cierto modo, ese es el objetivo de este libro. Quizás un asesino
sonámbulo pueda alegar plausiblemente que no era consciente de su
hábito, y por lo tanto, no es responsable de su crimen. Pero casi todos
los demás patrones que existen en la vida de la mayoría de las personas
-—cómo comemos, dormimos yhablamos con nuestros hijos, cómo gas-
tamos el tiempo, la atención y el dinero inconscientemente— son hábitos que sabemos que existen. Y una vez entendemos que los hábitos
pueden cambiar, tenemos la libertad —y la responsabilidad— para reformarlos. Cuando entendemos que los hábitos se pueden reconstruir,
es más fácil entender el poder del hábito, y 1a única opción que nos que-
da es ponernos a trabajar.
«Toda nuestra vida —dijo William James en un prólogo— no es sino una
masa de hábitos —prácticos, emocionales e intelectuales— sistemáticamente organizados para bien o para mal, que nos conduce irresistible-
mente hacia nuestro destino, sea éste lo que fuere.»
James, que murió en 1910, procedía de una familia pudiente. Su pa-
dre era un teólogo rico y eminente. Su hermano, Henry, era un escritor
306
EL PODER DE Los HÁBITOS
brillante y famoso cuyas novelas todavía se estudian en la actualidad.
William, a sus 30 años, era el único de la familia que no había conseguido nada. Había sido un niño enfermo. Primero quiso ser pintor, pero
se matriculó en la Facultad de Medicina, luego dejó los estudios para
ir a una expedición por el río Amazonas. Pero luego tampoco fue. Se
castigaba a si mismo en su diario por no ser bueno en nada. Es más, ni
siquiera estaba seguro de que pudiera mejorar. En la Facultad de Medi;
cina visitó un hospital psiquiátrico y vio a un hombre que se daba golpes contra la pared. El doctor le explicó que ese paciente tenía aluci—
naciones. James no le dijo que muchas veces sentía que compartía más
cosas con los pacientes quecon sus compañeros de carrera.
«Hoy, casi he tocado fondo, y percibo claramente que he de enfrentarme a la opción con los ojos abiertos —escribió James en su diario, en
1870, cuando tenía 28 años—. ¿Debo sinceramente lanzar por la borda
el tema de la moral, por no ser adecuado para mis aptitudes innatas?»
En otras palabras, ¿es el suicidio la mejor opción?
Dos meses después, James tomó una decisión. Antes de cometer una
imprudencia, realizaría un experimento de un año. Pasaría doce meses
creyendo que tenía el control sobre sí mismo y sobre su destino, que po—
día mejorar,-que- tenía libre albedrío para cambiar. No había pruebas de
que fuera cierto. Pero se liberaría para creer que el cambio era posible,
aunque todo demostrara lo contrario. «Creo que ayer mi vida estaba en
crisis», escribió en su diario. Y respecto a su capacidad para cambiar,
escribió: «De momento —hasta el año que viene— voy a suponer que
no es una ilusión. Mi primer acto de libre albedrío será creer en el libre
albedrío.»
En el año siguiente, practicó cada día. Escribía en su diario como si
su control sobre si mismo y sus decisiones fueran incuestionables. Se
casó. Se puso a dar clases en Harvard; Empezó a frecuentar la compañía de Oliver Wendell Holmes, Ir., que acabaría siendo magistrado de
la Corte Suprema, y de Charles Sanders Peirce, pionero en el estudio
de la semiótica, en un grupo de debate al que bautizaron como el Club de
la Metafísica. A los dos años de haber escrito aquello en su diario, Iames envió una carta al filósofo Charles Renouvier, que había hablado
La neurología del libre albedrío
' 307
extensamente sobre el libre albedrío. «No quiero dejar pasar esta opor—
tunidad para comunicarle la admiración y gratitud que ha suscitado en
mí la lectura de sus Essais —escribió Iames—. Gracias a usted, tengo por
primera vez un concepto inteligible y razonable de la libertad... Puedo
decir que a través de esa filosofía estoy empezando a experimentar un
renacer de la vida moral; y puedo asegurarle, señor, que no es una nimiedad.»
Posteriormente escribiría su famoso ensayo donde dice que la voluntad de creer es el ingrediente más importante para creer en el cambio. Y que uno de los métodos más importantes para crear esa creencia
son los hábitos. Los hábitos son lo que nos permite «hacer algo con dificultad por primera vez, pero pronto lo hacemos más veces y con más
facilidad, hasta que al final, con la suficiente práctica, lo hacemos medio mecánicamente, o casi sin ser conscientes en absoluto». Cuando ele-
girnos quiénes queremos ser, las personas nos desarrollamos «del modo
en que nos hemos estado ejercitando, del mismo modo que una hoja de
papel arrugada o un abrigo doblado, tienden a doblarse siempre por los
mismos pliegues».
Si crees que puedes cambiar —si lo conviertes en un hábito“, el cam-
bio se hace realidad. Éste es el verdadero poder del hábito: la idea de
que nuestros hábitos son lo que elegimos que sean. Una vez que hemos
elegido w—y se vuelven automáticos, habituales—, no sólo es real, sino
que empieza a ser inevitable —como escribió Iames— aquello que nos
conduce «irresistiblemente hacia nuestro destino, sea éste 10 que fuere».
La forma en que pensamos habitualmente sobre nuestro entorno y
sobre nosotros mismos crea los mundos en que vivimos. «Hay dos peces jovencitos que nadan juntos y se encuentran con un pez mayor que
ellos que nada en sentido contrario; al cruzarse les hace una señal con
la cabeza para saludarles y les dice: “Buenos días, chicos. ¿Cómo está el
agua?” -——contó el escritor David Foster Wallace a una clase de graduados en 2005—. Y los dos pececitos nadan un poco más, hasta que al final, uno de ellos mira al otro y le dice: “¿Qué diablos es el agua?”»
El agua —los hábitos y los patrones— son las opciones inconscientes y las decisiones invisibles que nos rodean a diario. Las cuales, por el
308
EL PODER DE LOS HÁBÏTOS
mero hecho de contempladas, se vuelven visibles. Y cuando algo se hace
visible, está bajo nuestro control.
A lo largo de su vida William James escribió sobre los hábitos y su
función principal para crear felicidad y éxito. Al final dedicó todo un
capítulo de su obra maestra Principios depsicología a este tema. El agua,
dijo, es la mejor analogía para el funcionamiento de los hábitos. El agua
«cava un canal para sí misma, que se ensancha y se hace más profundo;
y, cuando ha dejado de fluir, y vuelve a hacerlo de nuevo, reanuda el
camino que ella misma había trazado antes».
Tú sabes cómo rehacer ese camino. Ahora ya puedes nadar.
Apéndice
Gm’a del lector para utilizar estas ideas
Lo más difícil de estudiar la ciencia delos hábitos es que la mayoría de
las personas, cuando oyen hablar de este campo de investigación, quieren saber la fórmula secreta para cambiar rápidamente cualquier hábito.
Si los científicos han descubierto cómo actúan estos patrones, entonces
es lógico suponer que también deben haber. encontrado la fórmula para
cambiar rápidamente, ¿verdad?
Como si fuera tan fácil.
No es que no existan fórmulas. El problema es que no hay sólo una
fórmula para cambiar los hábitos. Hay miles.
Todas las personas y los hábitos son diferentes, por lo tanto, también la forma de diagnosticados y de cambiar los patrones en nuestras
vidas difieren según las personas y las conductas. Dejar de fumar es diferente a superar el hábito de comer en exceso, que a su vez es diferen-
te de cambiar la forma en que te comunicas con tu pareja, que a su vez
difiere de cómo das prioridad a las tareas en tu trabajo. Es más, los hábitos de cada persona responden a distintos anhelos.
Por. lo tanto, este libro no contiene una receta. Mi intención ha sido
más bien transmitir algo mászqun entorno para entender cómo actúan
los hábitos y dar una guía para," experimentar con las formas en que po—
demos cambiarlos. Algunos hábitos son fáciles de analizar y de influir
sobre ellos. Otros son más complejos y obstinados, y requieren un estudio más prolongado. Y para otros, el cambio es un proceso que nunca acaba de concluir.
EL PODER DE LOS HÁBITOS
310
Pero eso no significa que no pueda ocurrir. Cada capítulo de este ii-
bro explica un aspecto diferente de por qué existen los hábitos y cómo
funcionan. El esquema que menciono en este Apéndice es un intento
de resumir, de una forma mu)r básica, las tácticas que han descubier-
to los investigadores para diagnosticar y modelar los hábitos dentro
de nuestras vidas. No pretende ser exhaustivo. Es puramente una guía
práctica, un punto de partida. Y junto con las lecciones más profundas
de los capítulos de este libro, es un manual para saber hacia dónde nos
dirigimos.
El cambio puede que no sea rápido y no siempre es fácil. Pero con
tiempo y esfuerzo casi todos los hábitos se pueden cambiar.
EL ESQU EMA:
° Identifica la rutina
°
Experimenta con recompensas
o Aísla la señal
o
Ten un plan
Paso uno: Identifica la rutina
En el capítulo 1 vimos que los investigadores del MIT descubrieron un
bucle neurológico simple que era la esencia de todo hábito, un bucle que
se compone de tres partes: una señal, una rutina y una recompensa.
/'
Señal
Rutina
Recompensa
V
Apéndice
311
Para comprender tus propios hábitos, has de identificar los compo-
nentes de tus bucles. Cuando has diagnosticado el hábito de una con_ducta en particular, puedes buscar formas de sustituir los viejos vicios
con nuevas rutinas.
‘
Por ejemplo, tienes el mal hábito, como me pasaba a mí cuando em-
pecé a investigar sobre este tema, de ir a la cafetería cada tarde y com—
prarte una galleta con pepitas de chocolate. Supongamos que ese hábito te ha hecho ganar unos cuantos kilos. De hecho, 3,6 kilos para ser
exactos, y tu esposa ya te ha hecho algunos comentarios. Has intentado
frenarte; incluso te has puesto una nota en el ordenador que dice «N0
MÁS GALLETAS».
Pero cada tarde te las arreglas para pasar de la nota, te levantas, te
diriges a la cafetería, compras una galleta y, mientras hablas con los compañeros junto a la caja registradora, te la comes. Primero te sientes bien,
pero luego te sientes mal. Te prometes que mañana reunirás las fuerzas
necesarias para resistir la tentaciónuMañana. será diferente. E "
Pero mañana el hábito vuelve a apoderarse de ti.
¿Cómo empiezas a diagnosticar tu conducta y a cambiarla?
Rastreando el bucle del hábito. El primer paso es identificar la rutina.
En este escenario de la galleta —como en la mayoría de los hábitos—,
la rutina es el a3pecto más evidente: es la conducta que quieres cambiar.
Tu rutina es levantarte de tu mesa de trabajo por la tarde e ir a la cafetería, comprar una galleta con pepitas de chocolate y comértela mientras
hablas con. los amigos. Luego, eso es lo que pones en tu bucle:
Rufina
carrïisln
/
Señal
A
-
\
Recompensa
V
312
EL PODER DE LOS HÁBITOS
A continuación, algunas preguntas menos obvias: ¿cuál es la señal
para esta rutina? ¿Es el hambre? ¿El aburrimiento? ¿La hipoglucemia?
¿La necesidad de hacer una pausa antes de empezar con otra tarea?
¿Y cuál es la recompensa? ¿La galleta? ¿El cambio de escenario? ¿La
distracción temporal? ¿Estar con tus compañeros? ¿O la explosión de
energía que se. produce después de esa dosis de azúcar?
Para averiguar esto, tendrás que experimentar un poco.
Paso dos: Experimenta con recompensas
Las recompensas son poderosas porque satisfacen nuestros deseos. Pero
muchas veces 'no somos conscientes de las ansias que desatan nuestras
conductas. Por ejemplo, cuando el equipo de marketing de Febreze des-
cubrió que los consumidores deseaban un aroma de frescor al final del
ritual de limpieza, descubrieron un anhelo que nadie sabía que existía.
No era visible. Eso es lo que sucede con la mayoría de los anhelos: son
obvios cuando los vemos retrospectivamente, pero muy-dificiles de iden—
tificar cuando estamos bajo su poder.
Para averiguar qué deseos nos conducen a ciertos hábitos, es útil ex-
perimentar con distintas recompensas. Esto puede llevarnos algunos
días, una semana o más tiempo. Durante ese periodo, no debes sentirte
obligado a hacer ningún cambio definitivo; imagínate que eres un cientifico que se encuentra en la etapa de recopilación de datos.
El primer día de tu experimento, cuando sientas el impulso de ir a
la cafeteria y comprarte una galleta, adapta tu rutina para que te aporte otra recompensa. Por ejemplo, en vez de ir a 1a cafetería, sal a la calle, da una vuelta a la manzana y vuelve a tu mesa sin haber comido
nada. Al día siguiente, ve a la cafeteria y cómprate un donut, o un
caramelo, y cómetelo en tu mesa de trabajo. Al otro día, ve a la cafe-
teria, comprate una manzana y cómetela mientras hablas con tus amigos. Luego, prueba con una taza de café. Luego, en lugar de ir ala cafetería, ve al despacho de tu amigo, charla unos minutos con él y vuelve
a tu mesa.
Apéndice
313
Esto es para darte una idea. Lo que elijas hacer en lugar de comprarte una galleta, no importa. La cuestión es probar distintas hipótesis para
determinar qué deseo te está conduciendo a tu rutina. ¿Bs la galleta lo
que realmente deseas o es hacer una pausa? Si es la galleta, ¿es porque
tienes hambre? (En ese caso, la manzana también puede funcionar.)
¿O es porque quieres sentir esa explosión de energía que aporta la galleta? (Para; eso puede que te baste con el café.) ¿O vas a la cafetería
para relacionarte y la galleta no es más que una excusa conveniente? (Si
es así, ir a charlar un rato al despacho de un compañero también satisfará esa necesidad.)
A medida que vas probando cuatro o cinco recompensas distintas,
puedes usar un viejo truco para observar los patrones: .tras cada activi-
dad, apunta en un papel las tres primeras cosas que se te pasen por la
cabeza cuando vuelvas a tu mesa. Pueden ser emociones,-pensamientos
al azar, reflexiones sobre cómo te sientes, o simplemente las tres primeras palabras que se te han ocurrido.
Luego, ponte la alarma de tu reloj de pulsera o del ordenador para
dentro de IS minutos. Cuando suene, pregúntate: ¿sigues sintiendo el
impulso de comerte esa galleta?
Ha}r dos razones por la que es tan importante escribir estas tres cosas, aunque sean palabras sin sentido. En primer lugar, te obliga a ser
consciente momentáneamente de lo que estás pensando o sintiendo.
Como le pasó a Mandy, la joven del capítulo 3, que se mordía las uñas
y que llevaba encima una ficha llena de marcas que la obligaba a darse
cuenta de sus impulsos habituales; luego, escribir esas tres palabras te
obliga a tener un momento de atención. Es más, los estudios demues-
tran que escribir unas palabras te ayuda a recordar lo que estás pen-
EL PODER DE LOS HÁBITOS
314
sando en ese momento. Al final del experimento cuando revises tus no—
tas, te será mucho más fácil recordarlo que pensabas y sentías en ese
preciso instante, porque las palabras que habrás escrito desencadena-
rán un recuerdo.
¿Y por qué lo de poner la alarma a los 15 minutos? Porque la finalidad de estas pruebas es determinar la recompensa que estás ansiando.
Si a los quince minutos de haberte comido un donut, todavía sientes el
impulso de levantarte e ir a la cafetería, tu hábito no está motivado por
un deseo de tomar azúcar. Si después de haber estado charlando con tu
compañero en su despacho todavía quieres comerte 1a galleta, la necesidad de socializar no es la causa de tu conducta.
Por otra parte, si a los quince minutos de haber estado hablando con
un compañero te resulta más fácil volver a trabajar, ya has identificado
la recompensa —la distracción temporal y socializar— que tu hábito pretendía satisfacer.
Al experimentar con distintas-recompensas, puedes aislar lo que realmente ansías, que es esencial para rediseñar el hábito.
Rutina.
,/Ñ\&
m
Señal
._n
Recompensa
Cuando has descubierto la rutina y la recompensa, sólo te queda identificar la señal.
Apéndice
3 15
Paso tres: Aísla la señal
Hace aproximadamente una década, un psicólogo de la Universidad de
Ontario Occidentalintentó responder a una pregunta que hacía años
que volvía locos a los científicos sociales: ¿por qué algunos testigos presenciales de delitos recordaban mal lo que habían visto, mientras otros
lo recordaban a la perfección?
Los recuerdos de los testigos presenciales, por supuesto, son de suma
importancia. Sin embargo, los estudios indican que los testigos ocula—
res muchas veces no recuerdan bien lo que han visto. Por ejemplo, insisten en que el ladrón era un hombre, cuando era una mujer que llevaba una falda; o que el delito sucedió al atardecer, aunque los informes
policiales dicen que sucedió a las 14.00 horas. Otros testigos presencia-
les, por otra parte, pueden recordar los delitos que han presenciado casi
_
a la perfección.
Docenas de estudios han examinado este fenómeno, intentando de—
terminar por qué algunas personas son mejores testigos presenciales
que otras. Los investigadores llegaron a la teoría de que algunas personas simplemente tienen buena memoria, o que el delito tiene lugar en
un sitio conocido para ellas y les resulta más fácil recordar. Pero esas
teorías no pudieron ser probadas: habia personas con-buena y mala memoria, y. más o menos familiarizadas con la escena del crimen, que eran
igualmente propensas a no recordar bien lo que sucedió.
La psicóloga de la Universidad de Ontario Occidental hizo un planteo diferente. Se preguntó si los investigadores estaban cometiendo un
error al concentrarse en lo que decían 'los interrogadores y los testigos,
en lugar de hacerlo en cómo lo-decían. Intuía que existían señales suti-
les que estaban influyendo en el proceso del interrogatorio. Pero cuando empezó a ver un montón de vídeos de interrogatorios a testigos para
buscar esas señales, no descubrió nada. Había tanta actividad en cada
interrogatorio —todas las expresiones faciales, las distintas formas en
que se formulaban las preguntas, las emociones fluctuantes —que no
podia detectar ningún patrón.
Así que se le ocurrió una idea: hizo una lista de unos cuantos ele-
316
EL PODER DE LOS HÁBITOS
mentos en los que fijarse: el tono de voz del interrogador, las expresiones faciales de los testigos, la proximidad entre interrogador e interrogado. Luego eliminó toda información que pudiera distraerla de esos
elementos. Bajó el volumen de la televisión; así, en vez de escuchar las
palabras, sólo podía detectar el tono del interrogador. Tapó con un trozo de papel el rostro del interrogador, y lo único que podía ver eran las
expresiones de los testigos. Midió con una cinta métrica en la pantalla
la distancia entre las dos personas.
Y en cuanto empezó a estudiar estos elementos específicos, saltaron
a la vista los patrones. Vio que los testigos que no recordaban bien los
hechos solían ser los que eran interrogados por policías que utilizaban
un tono suave y amable. Cuando los testigos sonreían más o se sentaban más cerca del interrogador, también les costaba más recordar.
Es decir, cuando las señales del entorno le indicaban «somos amigos»
—un tono gentil, un rostro sonriente—, a los testigos les costaba más
recordar lo ocurrido. Quizás era porque, inconscientemente, esas seña-
les de amistad desencadenaban el hábito de complacer al interrogador.
Pero la importancia de este experimento es que esas mismas cintas
habían sido visionadas por docenas de investigadores. Muchas personas inteligentes habían visto los mismos patrones, pero nadie los ha' bía reconocido antes. La razón era que había demasiada información
en cada cinta para descubrir una señal sutil.
Cuando la psicóloga decidió concentrarse en sólo tres categorías de
conducta y eliminar la información adicional, pudo ver los patrones.
En nuestra vida sucede lo mismo. La razón por la que es tan difícil
identificar las señales que desencadenan nuestros hábitos es porque hay
demasiada información que nos está bombardeando cuando manifesta-
mos nuestras conductas. Pregúntate, ¿desayunas a cierta hora cada dia
porque tienes hambre? ¿O porque el reloj dice que son la 7:30? ¿O porque los niños han empezado a comer? ¿O porque estás vestido/a y es
cuando se desencadena el hábito de desayunar?
Cuando giras automáticamente el volante a la izquierda al dirigirte
a tu trabajo, ¿qué es lo que desencadena esa conducta? ¿Una señal de
tráfico? ¿Un árbol? ¿Saber que ésta es sin duda la ruta correcta? ¿Todas
Apéndice
317
esas cosas a la vez? Cuando llevas a tus hijos a la escuela en tu coche y
te das cuenta de que distraídamente has tomado el camino hacia tu ofi—
cina en lugar del que lleva al colegio,-¿qué ha sido lo que ha provocado
el error? ¿Cuál ha sido la señal que ha provocado que se activara el há-
bito de «ir al trabajo», en lugar del 'patrón de «ir al colegio»?
Para identificar una señal en medio del ruido, podemos usar el mismo sistema que la psicóloga: identificar las categorías de conductas con
antelación para hacer un escrutinio que nos permita detectar los patrones. Afortunadamente, la ciencia puede ayudarnos algo en este aspecto.
Los experimentos nos han demostrado que casi todas-las señales habituales encajan en una de estas cinco categorías:
Emplazamiento
Tiempo
Estado emocional
Otras personas
Acción anterior inmediata
Si estás intentando averiguar cuál es la señal para el hábito de «ir a
la cafetería y comprar la galleta con pepitas de chocolate», escribe cinco
cosas en el momento en que notes el impulso (éstas son mis notas rea-
les cuando estaba intentando diagnosticar mi hábito):
¿Dónde estás? (sentado en mi despacho)
¿Qué hora es? (15:36)
¿Cuál es tu estado emocional? (aburrido)
¿Quién más hay por aquí? (nadie)
¿Qué acción haprecedido al impulso? (responder a un correo electrónico)
Al día siguiente:
¿Dónde estás? (vuelvo de hacer fotocopias)
¿Qué hora es? (15:18)
EL PODER DE LOS HÁBITOS
318
¿Cuál es tu estado emocional? (contento)
¿Quién más hay por aquí? (Iim, de deportes)
¿Qué acción ha precedido al impulso? (hacer una fotocopia)
B1 tercer día:
¿Dónde estás? (enla sala de conferencias)
¿Qué hora es? (15:41)
¿Cuál es tu estado emocional? (cansado, entusiasmado por el proyecto en el que este}r trabajando)
¿Quién más ha}r por aquí? (los editores que asisten a esta reunión)
¿Qué acción ha precedido a1 impulso? (me he sentado porque la reunión está a punto de comenzar)
Tres días sólo, ya era bastante claro cuál era la señal que estaba desencadenando mi hábito de comerme la galleta: sentía la necesidad de
tornar un tentempié a cierta hora del día. En el paso dos ya había descubierto que no era el hambre lo que guiaba mi conducta. La recompensa
era buscar una distracción temporal, del tipo de comentar algo con algún compañero. Y el hábito, ahora lo sé, se había desencadenado entre
las 15:00 y las 16:00 horas.
Rutina
BAFEÏERÍA
Apéndice
319
Paso cuatro: Ten un plan
Cuando ya has descubierto el bucle del hábito -——has identificado la recompensa que te conduce a esa conducta, la señal que la desencadena y
la rutina“, puedes empezar a cambiar tu conducta. Puedes mejorarla
planificando la señal, y eligiendo una conducta que te ofrezca la recompensa que estás ansiando. Lo que necesitas es un plan.
En el prólogo hemos aprendido que un hábito es una opción que ha—
cemos deliberadamente en algún momento, y luego dej amos de pensar
en él, pero seguimos haciéndolo, con frecuencia, todos los días.
Dicho de otro modo, un hábito es una fórmula que nuestro cerebro
sigue automáticamente: cuando vea una SEÑAL, seguiré la RUTINA, a
fin de obtener una RECOMPBNSA.
Para rediseñar esa fórmula hemos de volver a empezar a tomar decisiones. Y la forma más sencilla de hacerlo, según todos los estudios,
es tener un plan. En psicología, estos planes se conocen como «intenciones de implementación».
Veamos, por ejemplo, mi hábito de comer la galleta por la tarde. Al
usar este esquema, me he dado cuenta de que mi señal se producía aproximadamente a las 15:30 de la tarde. Sabía que mi rutina era ir a la ca-
fetería, comprar una galleta y charlar con los amigos. Y, mediante la
experimentación, aprendí que no era realmente la galleta lo que anhelaba, sino un momento de distracción y la oportunidad de estar con
amigos.
Así que escribí un plan:
A las 15:30, cada día, iré al despacho de un amigo
ycharlaré con él 10 minutos.
Para asegurarme de que me acordaba de hacerlo, me puse la alarma
del reloj a las 15:30.
No me funcionó enseguida. Algunos días estaba demasiado ocupado y no hacía caso de la alarma, y luego se me pasaban las ganas. Otras
veces parecía que había demasiado trabajo como para encontrar un ami-
EL PODER DE LOS HÁBITOS
320
go que estuviera libre para charlar; era más fácil comprar una galleta,
y seguía mi impulso. Pero los días que seguía mi plan —cuando sona-
ba la alarma, y me esforzaba para ir al despacho de un amigo a charlar
durante 10 minutos—, notaba que terminaba mi día laboral sintiéndome mucho mejor. Ni había ido a la cafeteria ni me había comido la
galleta, pero me sentía bien. Al final, se volvió automático: cuando sonaba la alarma, iba a buscar a algún amigo, y terminaba el día con un
sentimiento leve, pero real, de realización personal. Al cabo de unas pocas semanas, ya casi no pensaba en la rutina. Y cuando no podía encon—
trar a nadie con quien hablar, me iba a la cafetería, pedía un té y me lo
bebía con mis amigos.
Todo esto sucedió hace cosa de seis meses. Ya no miro el reloj; en
algún momento dejé de hacerlo. Pero ahora, todos los días, a eso de las
15:30, me levanto sin darme cuenta, echo un Vistazo por la sala de re-
dacción para ver si encuentro a alguien con quien hablar, paso 10 minutos cotilleando sobre las novedades y me vuelvo a mi mesa. Ocurre
casi sin darme cuenta. Se ha convertido en un hábito.
Rutina
f» ¡la
/ “ \ "P
Señal
n'% Recompensa
V
Es evidente que cambiar algunos hábitos puede ser más difícil. Pero
este esquema es un buen punto de partida. A veces el cambio lleva mucho tiempo. A veces requiere repetir los experimentos y fracasos. Pero
cuando entendemos cómo actúa un hábito —cuando diagnosticamos
la señal, la rutina y 1a recompensa—, adquirimos poder sobre él.
Agradecimientos
En mi vida he tenido la inmerecida fortuna de haber trabajado con personas con mucho más talento que yo, y de poder robarles su sabiduría
y gentileza y transmitidas como si fueran mías.
Ésta es la razón por la que usted está leyendo este libro y por la que
tengo que dar las gracias a tantas personas.
Andy Ward adquirió esta obra antes de que empezara a trabajar como
responsable de ediciones para Random House. En aquellos tiempos, yo
no sabía que era un «editor» amable, generoso y con un talento extraordinario, increíble. Había oído decir a algunos amigos a quienes les ha-
bía corregido su prosa, que los habia ayudado con tanta delicadeza que
casi se habían olvidado del toque de atención. Pero pensaba que exageraban, puesto que en aquellos tiempos muchos de ellos bebían. Querido lector: todo eso es cierto. La humildad, paciencia y —sobre todo— el
tiempo que dedica Andy a ser un buen amigo, hacen que todo aquel que
le conoce quiera ser mejor persona. Este libro es tan suyo como mío, y
estoy agradecido por haber tenido la oportunidad de haberle conocido,
de haber podido trabajar y aprender con él. Asimismo, estoy en deuda
con alguna oscura deidad por hacerme aterrizar en Random House, bajo
la sabia guía de Susan Kamil, la dirección de Gina Centrello, y los consejos y el trabajo de Avideh Bashirrad, Tom Perry, Sanyu Dillon, Sally
Marvin, Barbara Fillon, Maria Braeckel, Erika Greber, y la siempre paciente Kaela Myers.
Un giro similar de la fortuna me llevó a trabajar con Scott Moyers,
322
EL PODER DE LOS HÁBITOS
Andrew Wylie y James Pullen de la agencia Wylie. El asesoramiento y
la amistad de Scott -——como saben muchos escritores— es tan inestima-
ble como generoso. Scott ha regresado al mundo editorial y los lectores
pueden considerarse afortunados. Andrew Wylie es siempre resuelto y
hábil haciendo que el mundo sea más seguro (y más cómodo) para sus
escritores, y le estoy enormemente agradecido. Y James
Pullen me ha ayudado a entender cómo escribir en idiomas que ni
siquiera sabía que existían.
Además, también estoy en deuda con el New York Times. Un montón de gracias a Larry Ingrassia, su editor comercial, cuya amistad, con-
sejos y comprensión me han permitido escribir este libro, y comprome—
terme, entre otros muchos periodistas con talento, a crear un ambiente
en el periodismo donde nuestro trabajo —y la misión del Times—'— se vea
constantemente realzado por su ejemplo. Vicki Ingrassia también me ha
ofrecido una maravillosa ayuda. Como sabe cualquier escritor que haya
conocido a Adam Bryant, es un gran apoyo y amigo, con un don en las
manos. Y es un privilegio trabajar para Bill Keller, Jill Abramson, Dean
Baquet y Glenn Kramon, y seguir sus ejemplos sobre cómo han de comportarse los periodistas en el mundo.
Mis agradecimientos también a mis compañeros del Times Dean
Murphy, Winnie O’Kelly, Jenny Anderson, Rick Berke, Andrew Ross
Sorkin, David Leonhardt, Walt Bogdanich, David Gillen, Eduardo Porter, Jodi Kantor, Vera Titunik, Amy O’Leary, Peter Lattman, David Segal, Christine Haughney, Jenny Schussler, Joe Nocera y Jim Schacter
(ambos leyeron algunos capítulos), Jeff Cane, Michael Barbaro y otros
que han sido muy generosos con su amistad y sus ideas.
Estoy igualmente agradecido a Alex Blumberg, Adam Davidson, Paula Szuchman, Nivi Nord, Alex Berenson, Nazanin Rafsanj ani, Brendan
Koemer, Nicholas Thompson, Kate Kelly, Sarah Ellison, Kevin Bleyer,
Amanda Schaffer, Dennis Potami, James Wynn, Noah Kotch, Greg
, Nelson, Caitlín Pike, Jonathan Klein, Amanda Klein, Donnan Steele, Sta-
cey Steel, Wesley Morris, Adir Waldam, Rich Frankel, Jennifer Couzin,
Aaron Bendikson, Richard Rampell, Mike Bor, David Lewicki, Beth
Waltemath, Ellen Martin, Russ Uman, Erin Brown, Jeff Norton, Raj De
Agradecimientos
323
Datta, Ruben Sigala, Dan Costello, Peter Blake, Iason Woodard, Taylor
Noguera y Matthew Bird: todos ellos me han apoyado y guiado. La portada del libro y los maravillosos gráficos del interior proceden de la mente del increíble artista Anton Ioukhnovets.
También estoy en deuda con las muchas personas que fueron generosas con su tiempo para que pudiera escribir este libro. A muchas
de ellas ya las he mencionado en las notas, pero quiero dar otra vez
las gracias a Tom Andrews de SYPartners, Tony Dungy y D] Snell,
Paul O’Neill, Warren Bennis, Rick Warren, Anne Krumm, Paco Underhill, Larry Squire, Wolfram Schultz, Ann Graybiel, Todd Heatherton,
I. Scott Tonigan, Taylor Branch, Bob Bowman, Travis Leach, Howard
Schultz, Mark Muraven, Angela Duckworth, Iane Bruno, Reza Habib,
Patrick Mulkey y Terry Noffsinger. He recibido mucha ayuda de los
investigadores y de los verificadores de datos, incluido Dax Proctor,
.Iosh Friedman, Cole Louison, Alexander Provan y Neela Saldanha.
Siempre estaré agradecido a Bob Sipchen, que fue quien me ofreció
mi primer trabajo de verdad como periodista, y siento no poder compartir este libro con dos amigos que he perdido demasiado pronto, Brian
Ching y L. K. Case.
Por último, mi más sincero agradecimiento a mi familia. Katy Duhigg, Iacquie Ienkusky, David Duhigg, Toni Martorelli, Alexandra Al-
ter y lake Goldstein, han sido unos amigos maravillosos. Mis hijos Oliver y Iohn Harry han sido fuentes de inspiración y de insomnio. Mis
padres, John y Doris, desde joven me animaron a escribir, aunque quemara cosas y les diera motivos suficientes como para pensar que nuestra futura correspondencia seria con el membrete de alguna prisión.
Y, por supuesto, le doy las gracias a mi esposa, Liz, cuyo constante
amor, apoyo, guía, inteligencia y amistad han hecho posible este libro.
Septiembre, 20 1 1
Nota sobre las fuentes
Este libro se basa en cientos de entrevistas, y en miles de articulos y estudios. Muchas de esas fuentes se mencionan directamente en el texto
o en las notas, junto con instrucciones para que los lectores interesados
puedan conseguir más información.
En la mayor parte de las situaciones, a las personas que aportaron la
principal fuente de información o que publicaron una investigación que
era esencial para el texto se les dio una oportunidad —-una vez escrito
el libro— para revisar los hechos y hacer comentarios, expresar discrepancias o hacer constar observaciones sobre cómo se presenta la infor-
mación. (Ninguna de las fuentes tuvo acceso al manuscrito completo;
todos los comentarios se basan en los resúmenes que les fueron proporcionados.)
_
En muy pocos casos se ha extendido la confidencialidad a fuentes
que, por diversas razones, no podían hablar dando sus nombres. En un
número aún menor, se han reservado algunas características de identificación o se han modificado ligeramente, para salvaguardar las leyes
de privacidad del paciente o por otras razones.
Notas
PRÓLOGO
12
Para ello midieron sus signos vitales... Los datos dela historia de Lisa ‘Allen
proceden de entrevistas realizadas a la interesada. Esta investigación está todavía en
curso y aún no se ha publicado, por lo que los investigadores no se prestaban a ser
entrevistados. No obstante, los resultados básicos fueron confirmados por estudios
y entrevistas realizadas a científicos que trabajaban en proyectos similares, entre los
que se incluyen los de A. DelParigi y cols., “Successful Dieters Have Increased Neural
Activity in Cortical Areas Involved in the Control of Behavior”, International Journal
of Obesíty 31 (2007), pp. 440—448; Duc Son NT Le y cols., “Less Activation in the Left
Dorsolateral Prefrontal Cortex in the Reanalysis of the Response to a Meal in Obese
than in Lean Women and Its Association with Successful Weight Loss”, American Journal of Clinical Nutrition 86, n.° 3 (2007), pp. 573-579; A. DelParigi y cols., “Persistence of Abnormal Neural Responses to a Meal in Postobese Individuals”, Internatíonal Journal ofObesíty 28 (2004), pp. 370-377; E. Stice y cols., “Relation ofReward from
Food Intake and Anticipated Food Intake to Obesity: A Functional Magnetic Resonance Imaging Study”, Journal ofAbnormal Psychology 117, n.° 4 (noviembre 2008),
pp. 924-935; A. C. Ianes y cols., “Brain fMRI Reactivity to Smoking-Related Images
Before and During Extended Smoking Abstinence”, Experimental and Clinical Psychopharmacology 17 (diciembre 2009), pp. 365-373; D. McBride y cols., “Effects of
Expectancy and Abstinence on the Neural Response to Smoking Cues in Cigarette
Smokers: An ÍMRI Study”, Neuropsychopharmacoiogy 31 (diciembre 2006), pp. 27282738; R. Sinha y C. S. Li, “Imaging Stress- and Cue-Induced Drug and Alcohol Craving: Association with Relapse and Clinical Implications”, Drug and Alcohol Review 26,
n.° 1 (enero 2007), pp. 25-31; E. Tricomí, B. W. Balleine y I. P. O'Doherty, “A Specific
Role for Posterior Dorsolateral Striatum in Human Habit Learning”, European ¡ournal of Neuroscience 29, n.° 11 (junio 2009), pp. 2225-2232; D. Knoch, P. Bugger y
M. Regard, “Suppressing Versus Releasing a Habit: Frequency-Dependent Effects of
Prefrontal Transcranial Magnetic Stimulation”, Cerebral Cortex 15, n.° 7 (julio 2005),
pp. 885-887.
328
EL PODER DE LOS HÁBITOS
15
«Toda nuestra vida, en cuanto a su forma...» William Iames, Talks to Teachers
on Psychology and to Students on Some ofLife’s Ideals, primera edición en 1899.
16 Un estudio publicado... Bas Verplanken and Wendy Wood, “Interventions
to Break and Create Consumer Habits”, Journal ofPublic Policy and Marketing 25,
n.° l (2006), pp. 90-103; David T. Neal, Wendy Wood y Jeffrey M. Quinn, “Habits
- A Repeat Performance”, Current Directions in Psychologícal Science 15, n.° 4 (2006),
pp. 198-202.
17
Al observar al ejército estadounidense en acción, se me ocurrió que era...
Debo mis conocimientos sobre el fascinante tema de la utilización de los hábitos en el
entrenamiento militar, al doctor Peter Schifferle de la Academia de Estudios Militares
Avanzados (SAMS), al doctor Iames Lussier, y a los muchos comandantes y soldados
que tuvieron la generosidad de dedicarme su tiempo tanto en Iraq como en la SAMS.
Para obtener más información sobre este tema, véase Scott B. Shadrick y James W. Lussier, “Assessment of the Think Like a Commander Training Program”, informe 1824
del Instituto de Investigación del Ejército de Estados Unidos para la Investigación de
las Ciencias Sociales y de la Conducta, julio, 2004; Scott B. Shadrick y cols., “Positive Transfer of Adaptive Battlefield Thinking Skills”, ibíd., informe 1873, julio 2007;
Thomas I. Carnahan y cols., “Novice Versus Expert Command Groups: Preliminary
Findings and Training Implications for Future Combat Systems”, ibíd., informe 1821,
marzo 2004; Carl W. Lickteig y cols., “Human Performance Essential to Battle Command: Report on Four Future Combat Systems Command and Control Experiments”,
ibíd., informe 1812, noviembre 2003; y Manual de Campo del Ejército de Estados Uni-
dos 5—2 20, febrero 2009.
CAPÍTU LO 1
23 medía más de 1,80 metros... Lisa Stefanacci y cols., "Profound Amnesia After
Damage to the Medial Temporal Lobe: A Neuroanatomical and Neuropsychological
Profile of Patient E.P.”, Journal ofNeuroscíence 20, n.° 18 (2000), pp. 7024-7036.
23 ¿Quién es Michael? Mis agradecimientos a las familias Paulnayes, así como
al laboratorio de Squire y al reportaje de Joshua Foer, “Remember This”, National Geographic, noviembre 2007, pp. 32-57; al programa de televisión “Don’t Forget”, de
Scientiflc American Frontiers, producido por Chedd-Angier Production Company,
PBS, primer episodio emitido el 11 de mayo de 2004, presentado por Alan Alda:
“Solved: Two Controversia] Brain Teasers”, Bioworld Today, agosto 1999; David E.
Graham, “UCSD Scientist Unlocks Working of Human Memory”, The San Diego
Union-Tribune, 12 de agosto 1999.
24 La muestra extraída de la columna... Richard I. Whitley y David W. Kimberlan, “Viral Encephalitis”, Pediatrics in Review 20, n.° 6 (1999), pp. 192-198.
27 tenía siete años... Unos artículos publicados dicen que H. M. sufrió. el accidente a los nueve años, otros dicen que fue a los siete.
27 le atroPelló una bicicleta... Las investigaciones anteriores indican que H. M.
Notas
329
fue atropellado por una bicicleta. No obstante, documentos más recientes, todavía no
publicados, indican que pudo haberse caído de una bicicleta.
27
al caer se dio un fuerte golpe en la cabeza... Luke Dittrich, “The Brain That-
Changed Everything”, Esquire, octubre 2010.
27 Era inteligente... Eric Hargreaves, “H. M.”, Page O’Neuroplasticity, httpzll
homepages.nyu.edul"eh597lHM.htm.
27 Cuando el médico le propuso abrirle... Benedict Carey, “H. M., Whose Loss of
Memory Made Him Unforgettable, Dies”, The New York Times, 5 de diciembre 2008.
27 con una cañita... Era una práctica común en aquellos tiempos.
28 Se presentaba a sus médicos... Dittrich, “The Brain That Changed Everything”;
Larry R. Squire, “Memory and Brain Systems: 1969-2009”, Journal ofNeuroscience 29,
n.° 41 (2009), pp. 12711-12726; Larry R. Squire, “The Legacy of Patient H. M. for
Neuroscience”, Neu‘ron 61, n.° 1 (2009), pp. 6-9.
30 transformado nuestra comprensión del poder de los hábitos... Jonathan
M. Reed y cols.,- “L'earning About Categories That Are Defined by Object-Like Stimuli
Despite Impaired Declarative Memory", Behavioral Neuroscience 113 (1999), pp. 411419; B. I. Knowlton, I. A. Mangels y L. R. Squire, “A Neostriatal Habit Learning System in Humans”, Science 273 (1996), pp. 1399-1402; P. I. Bayley, J. C. Frascino y L. R.
Squire, “Robust Habit Learning in the Absence of Awareness and Independent of the
Media] Temporal Lobe”, Nature 436 (2005), pp. 550-553.
33 del tamaño de una pelota de golf... B. Bendriem y cols., “Quantitation of the
Human Basal Ganglia With Positron Emission Tomography: A Phantom Study of
the Efl'ect ofContrast and Axial Positioning”, IEEE Transactions on Medical Imaging 10,
n.° 2 (1991), pp. 216-222.
33 un grupo de células de forma ovalada... G. E. Alexander y M. D. Crutcher,
“Functional Architecture of Basa] Ganglia Circuits: Neural Substrates of Parallel
Processing”, Trends in Neurosciences 13 (1990), pp. 266-271; André Parent y Lili-Naz
Hazrati, “Functional Anatomy ofthe Basa] Ganglia”, Brain Research Reviews 20 (1995),
pp. 91-127; Roger L. Albin, Anne B. Young y Iohn B. Penney, “The Functional Anatomy of Basa] Ganglia Disorders”, Trends in Neurosciences. 12 (1989), pp. 366-375.
33 enfermedades como el Parkinson. Alain Dagher y T. W. Robbins, “Personality, Addiction, Dopamine: Insights from Parkinson’s Disease”, Neuron 61 (2009),
pp. 502-510.
34 cómo abrir los comederos. Mi agradecimiento a las siguientes fuentes que
me han ayudado a entender mejor el trabajo que se realiza en los laboratorios del MIT,
los ganglios basales y su función en los hábitos y la memoria: P. Gregory Ashby y Iohn
M. Ennis, “The Role of the Basal .Ganglia in Category Learning”, Psychology ofLearning and Motivation 46 (2006), pp. 1-36; F.-G. Ashby, B. 0. Turner y I. C. Horvitz, “Cortica] and Basa] Ganglia Contributions to Habit Learning and Automaticity”, Trends
in Cognitive Sciences 14 (2010), pp. 208-215; C. Da Cunha y M. G. Packard, “Preface:
Special Issue on the Role of the Basal Ganglia in Learning and Memory”, Behavioural
Brain Research 199 (2009), pp. 1-2; C. Da Cunha y cols., “Learning Processing in the
Basal Ganglia: A Mosaic of Broken Mirrors”, Behavioural Brain Research 199 (2009),
330
EL PODER DE LOS HÁBITOS
pp. 157-170; M. Desmurget y R. S. Turner, “Motor Sequences and the Basal Ganglia:
Kinematics, Not Habíts”, Journal ofNeuroscz’ence 30 (2010), pp. 7685-7690; I. I. Eb-
bers y N. M. Wijnberg, “Organizational Memory: From Expectations Memory to Procedural Memory”, British Journal ofManagement 20 (2009), pp. 478-490; I. A. Grahn,
J. A. Parkinson y A. M. Owen, “The Role ofthe Basal Ganglia in Learning and Memory:
Neuropsychological Studies”, Behavioural Brain Research 199 (2009), pp. 53-60; Ann
M. Graybiel, “The Basal Ganglia: Learning New Tricks and Loving It”, CurrentOpinion in Neurobioloy 15 (2005), pp. 638-644; Ann M. Graybiel, “The Basal Ganglia
and Chunking of Action Repertoires”, Neurobiology of Learning and Memory 70,
n.os 1-2 (1998), pp. .1 19-,136; F. Gregory Ashby y V. Valentin, “Multiple Systems of
Perceptual Category Learning: Theory and Cognitive Tests”, en Handbook ofCategoriza—
tion in Cognitive Science, Henri Cohen y Claire Lefebvre, eds. (Elsevier'Science, Oxford,
2005); S. N. Habery M. Johnson Gdowski, “The Basa] Ganglia”, en The Human Nervous
System, 2.a ed., George Paxinos y Jürgen K. Mai, eds. (Academic Press, San Diego, 2004),
pp. 676-738; T-. D. Barnes y cols., “Activity ofStriatal Neurons Reflects Dynamic Encoding
and Recoding of Procedural Memories”, Nature 437 (2005), pp. 1 158—1 161; M. Laubach,
“Who’s on First? What’s onSecond? The Time Course of Learning in Corticostriatal
Systems”, Trends in Neurosciences 28 (2005), pp. 509-511; E. K. Miller y T. I. Buschman,
“Bootstrapping Your Brain: How Interactions Between the Frontal Cortex and Basal
Ganglia May Produce Organized Actions and Lofty Thoughts”, en Neurobioiogy ofLearning and Memory, 2.“ ed., Raymond P. Kesner y Joe L. Martinez, eds. (Academic Press,
Burlington, Vermont, 2007), pp. 339-354; M. G. Packard, “Role ofBasal Ganglia in Habit Learning and Memory: Rats, Menkeys, and Humans”, en Handbook ofBehavioral
Neuroscience, Heinz Steiner y Kuei Y. Tseng, eds., pp. 561-569; D. P. Salmon y N. Butters, “Neurobiology of Skill and Habit Learning”, Current Opinion in Neurobiology 5
(1995), pp. 184-190; D. Shohamyy cols., “Role of the Basal Ganglia in Category Learning: How Do Patients with Parkinson’s Disease Learn?”, Behavioral Neuroscience 118
(2004), pp. 676-686; M. T. Ullrnan, “Is Broca’s Area Part of a Basal Ganglia Thalamocortical Circuit?”, Correx 42 (2006), pp. 480-485; N. M. W’hite, “Mnemoníc Functions
of the Basa] Ganglia”, Current Opinion in Neurobiology? (1997), pp. 164-169.
34 El laberinto estaba diseñado...'Ann M. Graybiel, “Overview at Habits, Rituals, and the Evaluative Brain”, Annual Review ofNeuroscience 3 1 (2008), pp. 359-387;
T. D. Barnes y co]s., “Activity of Striatal Neurons Reflects Dynamic Encoding and Recoding of Procedural Memories”, Nature 437 (2005), pp. 1158- 1 161 ; Ann M. Graybiel,
“Network-Level Neuroplastícity in Cortico-Basal Ganglia Pathways”, Parkinsonísm and
Related Disorders 10 (2004), pp. 293-296; N. Fujii y Ann M. Graybiel, “Time-Varying
Covariance of Neural Activities Recorded in Striatum. and Frontal Cortex as Monkeys
Perform Sequentíal—Saccade Tasks”, Proceedings of the National Academy ofSciences
102 (2005), pp. 9032-9037.
35 Para ver esta aptitud en acción... Los gráficos de este capítulo han sido simplificados-para mostrar los aspectos más importantes. No obstante, se puede hallar
una descripción completa de estos estudios en los trabajos y conferencias dela doctora Graybiel.
Notas
331
36-37 es la causa de la formación de los hábitos. Ann M. Graybiel, “The Basal
Ganglia and Chunking of Action Repertoires”, Nenrobiology ofLearning and Memory
70 (1998), pp. 1 19-136.
39 se acaba formando un hábito. Para más información, véase A. David Smith
y I. Paul Bolam, “The Neural Network of the Basal Ganglia as Revealed by the Study
of Synaptic Connections of Identified Neurones”, Trends in Neurosciences 13 (1990),
pp. 259-265; John G. McHaffle y cols., “Subcortical L00ps Through the Basal Ganglia”.
Trends in Neuroscíences 28 (2005), pp. 401-407; Ann M. Graybiel, “NeurotranSmitters
and Neuromodulators in the Basal Ganglia”, Trends in Neuroscíences 13 (1990), pp. 244254; I. Yelnik, “Functional Anatomy of the Basa] Ganglia”, Movement Dísorders 17
(2002), pp. 15—21.
40 El problema radica en que el cerebro... Para más información, véase Catherine A. Thorn y cols., “Differential Dynamics ofActivity Changes in Dorsolateral and
Dorsomedial Striatal L00ps During Learning", Neuron 66 (2010), pp. 781—795; Ann
M. Graybiel, “The Basel Ganglia: Learning New Tricks and Loving It”, Current Opinion in Neurobiolagy 15 (2005), pp. 638-644.
42 En cada par, una de las cartulinas... Para más información, véase Peter].
Bayley, Jennifer C. Frascino y Larry R. Squire, “Robust Habit Learning in the Absence
of Awareness and Independent of the Media] Temporal Lobe”, Nature 436 (2005),
pp. 550-553; I. M. Reed y cols., “Learning About Categories That Are Defined by Object-Like Stimuli DeSpite Impaired Declarative Memory”, Behavioral Neuroscíence 133
(1999), pp. 411—419; B. I. Knowlton, I. A. Mangels y L. R. Squire, “A Neostriatal Habit
Learning System in Humans”, Science 273 (1996),.pp. 1399-1402.
45 Los experimentos de Squire con Eugene... Deseo aclarar que el trabajo de
Squire con Pauiy no se limita a los hábitos y que también ha proporcionado nuevas
visiones sobre temas como la memoria espacial y los efectos de preparar el cerebro.
Para una información más completa sobre los descubrimiento que fueron posibles
gracias a Pauly, véase la página principal de Squire’s en http:l/psychiatry.ucsd.edu/
faculty/lsquire.htm1.
46
El hábito estaba tan arraigado... Para más información, véase Monica R. P.
Hilario y cols.,,“Endocannabinoid Signaling Is Critical for Habit Formation”, Frantiers
in Integrative Neuroscíence 1 (2007), p. 6; Monica R: F. Hilario y Rui M. Costa, “High
on Habits”, Frontiers in Neuroscience 2 (2008), pp. 208-217; A. Dickinson, “Appelitive-Aversive Interactions: Superconditioning of Fear by an Appetítive CS”, Quarterly
Journal ofExperimental Psychology 29 (1977), pp. 71-83; I. Lamarre y P. C. Holland,
“Transfer of Inhibition After Serial Feature Negative Discrimination Training”, Learning and Motivation 18 (1987), pp. 319-342; P. C. Holland, “Difierential Effects ofReinforcement ofan Inhibitory Feature After Serial and Simultaneous Feature Negative Discrimination Training”, Journal ofExperímental Psycholog: AnímalBehaviorProcesses 10
(1984), pp. 461-475.
47 Cuando los investigadores de las universidades de North Texas y de Yale.
Jennifer L. Harris. Marlene B. Schwartz y Kellyr D. Brownell, “Evaluating Past Food
Nutrition and Marketing to Youth”, Centro Rudd para la Política Alimentaria y la
332
BL PODER DE Los HÁBITOS
Obesidad de la Universidad de Yale, 2010; H. Qin y V. R. Prybutok, “Determinants of
Customer-Perceived Service Quality in Fast-Food Restaurants and Their Relationship
to Customer Satisfaction and Behavioral Intentions”, The Quality Management Jour-
nal 15 (2008), p. 35; H. Qin yV. R. Prybutok, “Service Quality, Customer Satisfaction,
and Behavioral Intentïons in Fast-Food Restaurants”, International Journal ofQuality
and Service Sciences l (2009), p. 78. Para más información sobre este tema, véase K. C.
Berridge, "Brain Reward Systems for Food Incentives and Hedonics in Normal Appetite and Eating Disorders”, en Appetite and Body Weight, Tim C. Kirkham y Steven I.
C00per, eds. (Academic Press, Burlington, Vermont, 2007), pp. 91-215; K. C. Berridge
y cols., “The Tempted Brain Eats: Pleasure and Desire Circuits in Obesity and Eating
Disorders”, Brain Research 1350 (2010), pp. 43-64; I. M. Dave y cols., “Relationship of
Attitudes Towar‘d Fast Food and Frequency of Fast-Food Intake in Adults”. Obesity 17
(2009), pp. 1164-1170; S. A. French y cols., “Fast Food Restaurant Use Among Adolescents: Associations with Nutrient Intake, Food Choices and Behavioral and Psychosocial Variables”, International Journal ofObesity and Related Meta‘bolic Disorders
25 (2001), p. 1823; N. Ressler, “Rewards and Punishments, Goal-Directed Behavior
and Consciousness”, Neuroscience and Biobehavioral Reviews 28 (2004), pp. 27-39; T.
I. Richards, “Fast Food, Addiction, and Market Power,” Iournal ofAgricultural and
Resource Economics 32 (2007), pp. 425-447; M. M. Torregrossa, I. I. Quinn y I. R.
Taylor, “Impulsivity, Compulsivity, and Habit: The Role of Orbitofrontal Cortex Re-
visited”, Biological Psychiatry 63 (2003), pp. 253-255; L. R. Varianian, c. P. Herman
y B. Wansink,‘ “Are We Aware of the External Factors That Influence Our Food Intakei”, Health Psychology 27 (2008),. pp. 533-538; T. Yamamoto y T. Shimura, “Roles
of Taste in Feeding and Reward”, en The Senses: A Comprehensive Reference, Allan I.
Basbaum y cols., eds. (Academic Press, Nueva York, 2008), pp. 437-458; F. G. Ashby,
B. O. Turner y I. C. Horvitz, “Cortical and Basal Ganglia Contributions to Habit Learning and Automaticity”, Trends in'Cognitive Sciences 14 (2010), pp. 208-215.
47 Ideal para reforzar el bucle... K. C. Berridge y T. B. Robinson, “Parsing Reward”, Trends in Neurosciences 26 (2003), pp. 507-513; Kelly D. Brownell y Katherine
Battle Horgen, Food Fight: The Inside Story" of the Food Industry, America’s Obesity
Crisis, and What We Can Do About It (Contemporary Books, Chicago, 2004); Karl
Weber, ed., Food, Ino: How IndustrialFood Is Making Us Sicker. Patter, and Poorer and What You Can Do About It (Public Affairs, Nueva York, 2004); Ronald D. Mich-
man y Edward M. Mazze, The Food Industry Wars: Marketing Triumphs and Blunders
(Quorum Books, Westport, Connecticut, 1998); M. Nestle, Food Politics: How the Food
Industry Influences Nutrition and Health (University ofCalifornia Press, Berkeley, 2002);
D. R. Reed y A.
Knaapila, “Genetics ofTaste and Smell: Poisons and Pleasures”, en Progress in MoIecular Biology and Translational Science, Claude Bouchard, ed. (Academic Press, Nueva
York); N. Ressler, “Rewards and Punishments, Goal-Directed Behavior and Conscious-
ness”, Neuroscience and Biobehavioral Reviews 28 (2004), pp. 27-39; T. Yamamoto y
T. Shimura, “Roles ofTaste in Feedin‘g and Reward”, en The Senses: A Comprehensive Re-
ference, Allan I. Basbaum y cols., eds. (Academic Press, Nueva York, 2008), pp. 437-458.
Notas
333
CAPÍTU LO 2
51 Hopkins accederia a... La historia de Hopkins, Pepsodent y el cuidado dental en Estados Unidos, se la debo a Scott Swank, conservador del Dr. Samuel D. Harris
National Museum of Dentistry; James L. Gutmann, DDS; y David A. Chemin, editor
del Journal ofthe Histo ofDentistry. Además, también recurrí repetidamente a James
Twitchell, Twenty Ads That Shook the World (Three Rivers Press, Nueva York, 2000);
al Dr. Samuel D. Harris National Museum of Dentistry; al Journal of the History of
Dentistiy; Mark E. Party, “Crest Toothpaste: The Innovation Challenge”, Social Science Research Network, octubre 2008; Robert Aunger, “Tooth Brushing as Routine Behavior”, International Dental Journal 57 (2007), pp. 364-376; Jean-Paul Claessen y cols.,
“Designing Interventions to Improve Tooth Brushíng”, International Dental Journal
58 (2008), pp. 307-320; Peter Miskell, “Cavity Protection or Cosmetic Perfection: Innovation and Marketing of Toothpaste Brands in the United States and Western Europe, 1955-1985”, Business History Review 78 (2004), pp. 29-60; James L. Gutmann, “The
Evolution ofAmerica’s Scientific Advancements in Dentistry in the Past 150 Years”, The
Journal ofthe American Dental Association 140 (2009), pp. 88-158; Domenick T. Zero y
cols., “The Biology, Prevention, Diagnosis and Treatment of Dental Caries: Scientific
Advances in the United States”, The Journal of the American Dental Association 140
(2009): 25s-34s; Alyssa Picard, Making of the American Mouth: Dentists and Public
Health in the Twentieth Century (Rutgers University Press, New Brunswick, N.J.,
2009); S. Fischman, "The History ofOral Hygiene Products: How Far Have‘We Come in
6.000 Yearsi”, Periodontology 2000 15 (1997), pp. 7-14: Vincent Vinikas, Soft Soap, Hard
Sell: American Hygiene in the Age ofAdvertisement (University ofIowa Press, Ames, 1992).
52
A medida que la nación se enriquecía... H. A. Levenstein, Revolution at
the Table: The Transformation of the American Diet (Oxford University Press, Nueva
York, 1988); Scott SWank, Paradox ofPlenty: The Social History ofEating in Modern,
America (University of California Press, Berkeley, 2003).
52 casi nadie se cepillaba los dientes. Alyssa Picard, Making of the American
Month: Dentists and Public Health in the Twentieth Century (Rütgers University Press,
New Brunswick, Nueva Jersey, 2009).
53 desde Shirley Temple hasta Clark Gable... Para más información sobre las
celebridades que anunciaban la pasta de dientes, véase Steve Craig, “The More They
Listen, the More They Buy: Radio and the Modernizing of Rural America, 1930-1939”,
Agricultural History 80 (2006), pp. 1-16.
53 En 1930, Pepsodent ya se vendía... Kerry Seagrave, America Brushes Up: The
Use and Marketing ofToothpaste and Toothbrushes in the Twentieth Century (McFarland, Jefferson, Carolina del Norte, 2010); Alys Eve Weinbaum y cols., The Modern
GirlAround the World: Consumption, Modernity, and Globalization (Duke University
Press, Durham, Carolina del Norte, 2008), pp. 28-30.
S3 Una década después de la primera... Scripps-Howard, Market Records,from
a Home Inventory Study ofBuyingHabits and Brand Preferences ofConsumers in Sixteen Cities (Scripps-Howard Newspapers, Nueva York, 1938).
334
EL PODER DE LOS HÁBITOS
54 Lapelícula es una membrana que se genera de forma natural... C. McGaughey
y E. C. Stowell, “The Adsorption of Human Salivary Proteins and Porcine Submaxillar)r Mucin by Hydroxyapatite”, Archives ofOral Biology 12, n.° 7 (1967), pp. 815-828;
Won-Kyu Park v cols., “Influences of Annual Mucins on Lysozyme Activity in Solution and on Hydroxyapatite Surface”, Archives of Oral Biology 51, n.° 10 (2006),
pp. 861-869.
54 —especia1mente Pepsodentu eran absolutamente inútiles... William I. l
Gies, “Experimental Studies of the Validít)r of Advertised Claims for Products of Public Importance in Relation to Oral I-Iygiene or Dental Therapeutics”, Journal ofDen'
tal Research 2 (septiembre 1920), pp. 511-529.
' 55 ¡Pepsodent elimina la película!» Mi agradecimiento a la colección digital
de anuncios de la Universidad Duke.
55-56 Pepsodent era uno de los productos más vendidos... Kerry Seagrave, America Brushes Up: The Use and Marketing of Toothpaste and Toothbrashes in the Twentieth Century (McFarland, Jefferson, Carolina del Norte, 2010); Ieffrey L. Cruikshank
y Arthur W. Schultz, The Man Who Sold America: The Amazing (bat True!) Story of
Albert D. Lasker and the Creation ofthe advertising Century (Harvard Business Press,
Cambridge, Massachusetts, 2010), pp. 268-281.
56 más vendida en Estados Unidos durante más... Al final Pepsodent fue superada en ventas por Crest, que contenía fluoruro, el primer ingrediente en una pasta
de dientes que realmente era eficaz para prevenir la caries.
56 Tras una década de que la campaña .de Hokpins... Peter Mískell, “Cavity
Protection or Cosmetic Perfection: Innovation and Marketing of Toothpaste Brands
in the United States and Western Europe, 1955-1985”, Business History Review 78 (2004),
pp. 29-60.
56 Los estudios relativos alas personas que han empezado con éxito... H. Aarts,
T. Paulussen y H. Schaalma, “Physical Exercise Habit: On the Conceptualization and
Formation of Habitual Health Behaviours”, Health Educatioh Research 3 (1997), pp.
'
363-374.
56 Las investigaciones sobre las personas que siguen una dieta revelan... Krys-
tina A. Finlay, David Trafimow y Aimee Villarreal, “Predicting Exercise and Health
Behavioral Intentions: Attitudes, Subjective Norms, and Other Behavioral Determinants”, Journal ofApplied Social Psychology 32 (2002), pp. 342-356.
58 - Tan sólo en el mercado de los detergentes... Tara Parker-Pope, “P8rG Targets Textiles Tide Can’t Clean”, The Wall Street Journal, 29 de abril 1998.
58 Los beneficios ascendían a 35.000 millones a1 año. Peter Sandery John Slatter,
The 1 00 Best Stocks You Can Buy (Adams Business, Avon, Massachusetts, 2009), p. 294.
59 Decidieron ponerle por nombre Febreze... La historia de Febreze procede
deentrevistas y artículos, incluidos “Procter 8: Gamble-Iager’s Gamble”, The Economist, 28 de octubre 1999; Christine Bitter, “P&G’s Monumental Repackaging Project”,
Brandweek, marzo 2000, pp. 40-52; Jack Neff, “Does P&G Still Matter?”, Advertising
Age 71 (2000), pp. 48-56; Roderick E. White y Ken Mark, “Procter 8: Gamble Canada:
The Febreze Decision”, Ivev School of Business, Londres, Ontario, 2001. Pedí a Proc-
Notas
335
ter 8: Gamble que comentara la información que he escrito en este capítulo y me respondió lo siguiente: “P&G se compromete a garantizar la confidencialidad de la información que nos proporcionan nuestros clientes. Por consiguiente, no podemos
confirmar o corregir la información que usted ha recibido de fuentes ajenas ala compañía”.
61 En el segundo anuncio aparece una mujer... Christine Bittar, “Freshbreeze
at P&G", Brandweek, octubre 1999.
' 61 La señal: la mascota huele... American Veterinary Medical Association, estadisticas de estudio de mercado de 2001.
63 se unióun nuevo grupo de investigadores... A. I. Lafley y Ram Charan, The
Game Changer: How You Can Drive Revenue and Profit Growth .with Innovation (Crown
Business, Nueva York, 2008).
65 Pero a Schultz no le interesaban las ratas, Se puede encontrar un resumen delas investigaciones de Wolfram Schultz en “Behavioral Theories and the Neurophysiology of Reward”, Annual Review ofPsychology 57 (2006), pp. 87-115; Wolfram Schultz, Peter Dayan y P. Read Montague, “A Neural Substrate ofPrediction- and
Reward", Science 275 (1997), pp. 1593-1599; Wolfram Schultz, “Predictive Reward
’ Signal ofDopamine Neurons”, Journal ofNeurophysiolog 80 (1998), pp. 1-27; L. Tremblya y Wolfram Schultz, “Relative Reward Preference in Primate Qrbitofrontal Cor—
tex”, Nature 398 (1999), pp. 704-708; Wolfram Schultz, “Getting Formal with D0pamine and Reward”, Neuron 36 (2002), pp. 241-263; W. Schultz, P. Apicella y T.
Ljungberg, “Responses of Monkey Dopamine Neuronsto Reward and Conditioned
Stimuli During Successive Steps of Learning a Delayed Response Task”, Journal of
Neurascience 13 (1993), pp. 900—913.
66 experimentaba felicidad. Es importante aclarar que Schultz no dice que
estos picos representen felicidad. Para un científico,.un pico enla actividad neuronal es sólo un pico, y asignarle atributos subjetivos excede el ámbito de los resultados probables. En un e-mail de verificación-de datos, Schultz aclaró: «No podemos
hablar del placer y de la felicidad, puesto que no conocemos los sentimientos de un
animal... Intentamos evitar afirmaciones no comprobadas y simplemente nos remitimos alos hechos». Dicho esto, como puede atestiguar cualquiera que haya visto alguna vez a un mono o a un niño de 3 años tomar zumo, el resultado se parece mucho
'
a Ia felicidad.
68 _ La expectación y el fuerte deseo... Schultz, en un e-mail de verificación de
datos, aclara que esta investigación no se centra únicamente en los hábitos, sino que
también tiene en cuenta otras conductas: «Nuestros datos no se limitan a los hábitos,
que son una forma concreta de conducta. Las recompensas y los errores en la predicción de ellas, desempeñan un papel general en todas las conductas. Tanto si es un hábito como si no, cuando no conseguimos lo que esperamos, nos sentimos decepcionados. A eso lo llamamos error de predicción negativa (la diferencia negativa entre lo que
obtenemos y lo que esperamos)».
68 La mayoría de los vendedores de comida sitúan sus paradas... Brian Wansink, Mindless Eating: Why We Eat More Than We Think (Bantam, Nueva York, 2006);
EL PODER DE LOS HÁBITOS
336
Sheila Sasser y David Moore, “Aroma-Driven Craving and Consumer Consurnption
Impulses”, presentación, sesión 2.4, American Marketing Association Summer Educator Conference, San Diego, California, 8-11 de agosto 2008; David Fields, “In Sales,
Nothing You Say Matters”, Ascendant Consulting, 2005.
69 El bucle del hábito empieza a activarse porque... Harold E. Doweiko, Concepts
ofChemical Dependency (Brooks Cole, Belmont, California, 2008), pp. 362-382.
70 Asi es como se crean nuevos hábitos... K. C. Berridge y M. L. Kringelbach,
“Affective Neuroscience of Pleasure: Reward in Humans and Animals”, Psychopharmacology 199 (2008), pp. 457-480; Wolfram Schultz, “Behavioral Theories and the Neurophysiology of Reward”, Annual Review ofPsychology 57 (2006), pp. 87-115.
71 «desear se cónvierte en una ansia obsesiva» .T. E. Robinson'y K, C. Berridge, “The Neural Basis of Drug Craving: An Incentive-Sensitization Theory of Addiction”, Brain Research Reviews 18 (1993), pp. 247-291.
72 En 2002, un grupo de investigadores de la Universidad Estatal de Nuevo
México... Krystina A. Finlay, David Trafimow y Aimee Villarreal, “Predicting Exercise
and Health Behavioral Intentions: Attitudes, Subjective Norms, and Other Behavioral
Determinants”, Journal ofApplied Social Psychology 32 (2002), pp. 342-356.
73
La señal, además de desencadenar una rutina Henk Aarts, Theo Paulussen
y Herman Schaalma, “Physical Exercise Habit: On the Conceptualization and Formation of Habitual Health Behaviours”, Health Education Research 12 (1997), pp. 363-374.
77
En unaño, los clientes habían gastado... Christine Bittar, “Freshbreeze at
P8rG”, Brandweek, octubre 1999.
79 a diferencia de otros dentífricos... Patente 1.619.067 asignada a Rudolph A.
Kuever.
80 ¿Quieres generar un nuevo hábito alimentario? I. Brug, E. de Vet, I. de Nooi-
jer y B. Verplanken, “Predicting Fruit Consumption: Cognitions, Intention, and Habits”, Journal ofNutrition Education and Behavior 38 (2006), pp. 73-81.
81 El ansia condujo al bucle del hábito. Para un inventario completo de los estudios del National Weight Control Registry, véase http:l/mvw.nwcr.ws/Researchl
r
published%20research.htm. .
81 Sin embargo, aunque todo el mundo se capilla... D. I. McLean y R. Gallagher, “Sunscreens: Use and Misuse”, Dermatologic CIinics 16 (1998), pp. 219-226.
CAPÍTULO 3
83 El reloj en el otro extremo del campo... Quiero dar las gracias a Tony Dungy
y Nathan Whitacker por su tiempo y sus escritos, incluido Quiet Strength: The Principles, Practices, and Priorities ofa Winning Life (Tyndale House, Carol Stream, Illinois,
2008); The Mentor Leader: Secrets to Building People and Teams That Win Consistenfly
(Tyndale House, Carol Stream, Illinois, 2010); Uncommon: Finding Your Path to Significance (Tyndale H0use, Carol Stream, Illinois, 2011). También quiero dar las gracias
a Iene Bramel, de Footballguys.com; a Matthew Bowen, del National Football Post
Notas
337
y del St. Louis Rams, Green Bay Packers, Washington Redskins y Buffalo Bills; a Tim
Layden, del Sports Illustrated, y a su libro Blood, Sweat, and Chalk: The Ultimate Football Playboolc: How the Great Coaches Built Today’s Teams (Sports Illustrated, Nueva
vYork, 2010); Pat. Kirwan, Take Your Eye Ofi‘ the Ball: How to Watch Football by Kno-
wing Where to Look (Triumph Books, Chicago, 2010); Nunyo Demasio, “The Quiet
Leader”, Sports Illustrated, febrero 2007; Bill Plaschke, “Color Him Orange”, Los Angeles Times, l de septiembre 1996; Chris Harry, “‘Pups’ Get to Bark for the Bucs”, Orlando Sentinel, 5 de septiembre 2001; Jeff Legwold, “Coaches Find Defense in Demand”,
Rocky Mountain News, 11 de noviembre 2005; y a Martin Fennelly, “Quiet Man Takes
Charge with Bucs”, The Tampa Tribune, 9 de agosto 1996.
- 83
Es última hora de la tarde del domingo... Mi agradecimiento a Fox Sports
por facilitarme las cintas de los partidos, y a Kevin Keman, “The Bucks Stomp Here”,
The San Diego Union-Tribune, 18 de noviembre 1996; Jim Trotter, “Harper Says He’s
Done for Season”, The San Diego Union-Tribune, 18 de noviembre 1996; Les East, “Still
Worth the Wait”, The Advoca'te (Baton Rouge, Luisiana), 21 de noviembre 1996.
83 no conocían la palabra «esperanza»... Mitch Albom, “The Courage of Detroit”, Sports Illustrated, 22 de septiembre 2009.
83 «Felpudo; Naranja de Estados Unidos». Pat Yasinskas, “Behind the Scenes”,
The Tampa Tribune, 19 de noviembre 1996.
85 Por experiencia-sabia que... En una carta de verificación de datos, Dungy
hacia hincapié en que no se trataba de estrategias nuevas, sino que eran métodos que
«he aprendido trabajando con los Steelers en los setenta y en los ochenta. Lo que si era
único, y lo que creo que difundí, fue la idea de cómo hacer entender esas ideas... [Mi
plan era] no abrumar a los contrarios con estrategias o abundancia de juegos y formaciones, sino ganar por medio de la ejecución. Estar muy seguros delo que estábamos
haciendo y hacerlo bien. Reducir los errores que cometíamos. lugar con rapidez porque ya no tendriamos que estar pendientes de tantas cosas».
87 Cuando su estrategia funciona... Para más información sobre la defensa 2
de Tampa, véase Rick Gosselin, “The Evolution of the Cover Two”, The Dallas Mor-
ning News, 3 de noviembre 2005; Mohammed Alo, “Tampa 2 Defense”, The Football
Times, 4 de julio 2006; Chris Harry, “Duck and Cover”, Orlando Sentinel, 26 de agosto
2005; Jason Wilde, “What to Do with Tampa-2?”, Wisconsin State journal, 22 de septiembre 2005; Jim Thomas, “Raras Take a Run at Tampa 2”, St. Louis Post-Dispatch,
16 de octubre, 2005; Alan Schmadtke, “Dungy’s ‘D’ No Secret”, Orlando Sentinel, 6 de
septiembre 2006; ¡ene Bramel, “Guide to NFL Defenses”, The Fifth Down (blog), The
New York Times, 6 de septiembre 2010.
90 En ese sótano se encontraba" William L. White, Slaying the Dragon (Lighthouse Training Institute, Bloomington, Illinois, 1998).
90 llamado Bill Wilson... Alcoholics Anonymous World Service, The A.A. Service Manual Combined with 'Twelve Conceptsfor WorldiService (Alcoholics Anonymous,
Nueva York,=2005); Alcoholics Anonymous World Service, AlcoholicsAnonymous: The
Story ofHow Many Thousands ofMen and Women Have Recoveredfrom Alcoholism
(Alcoholics Anonymous, Nueva York, 2001); Alcoholics Anonymous World Service,
338
EL PODER DE LOS HÁBITOS
Alcoholics AnonymousComes ofAge: A BriefHistory ofA.A. (Alcoholics Anonymous,
Nueva York, 1957); Alcoholics Anonymous World Service, As Bill Sees It (Alcoholics
Anonymous, Nueva York, 1967); Bill W., Bill W.: My First 40 Years - An Autobiogmphy by the Cofounder ofAlcoholics Anonymous (Hazelden Publishing, Hazelden Cen-e
ter City, Minnesota, 2000); Francis Hartigan, Bill W.: A Biography ofAlcohoIícs Anonymous Cofounder Bill Wilson (Thomas Dunne Books, Nueva York, 2009).
90 Tomó un sorbito y sintió... Susan Cheever, My Name is Bill: Bill Wilson His Life and the Creation ofAIcoholics Anonymous (Simon and Schuster, Nueva York,
2004).
90 Wilson le invitó... Ibíd.
91 En ese momento, escribiria más tarde, Ernest Kurtz, Not-God: A History of
Alcoholícs Anonymous (Hazelden Publishing, Hazelden Center City, Minnesota, 1991).
91 Se calcula que aproximadamente 2,1 millones de personas... Datos proporcionados por el AA General Service Office Staff, según cifras de 2009.
91 unos 10 millones de alcohólicos... Conseguir cifras verificables sobre los miembros de AA o las personas que han dejado de beber a través del programa es bastante
difícil, en parte debido al anonimato de sus miembros y a que no existe ninguna obligación de registrarse en ninguna parte. No obstante, la cifra de 10 millones de personas, que se basa en conversaciones con los investigadores de AA parece razonable (si
bien no verificable) dada la larga trayectoria con la que cuenta el programa.
92 lo curioso del caso de AA... En psicología se suele hacer referencia a este tipo
de tratamiento —dir_igido a los hábitos— bajo el término general de «Terapia cognitivoconductual», o anteriormente, «prevención dela recaída». La TCC [CBT en sus siglas
en inglés], como suele denominarse al tratamiento, suele incorporar cinco técnicas básicas: 1) Aprendizaje, en la que el terapeuta explica la enfermedad al paciente y le enseña a tener paciencia para identificar los síntomas; 2) Monitoración, en la que el
paciente utiliza un diario para controlar la conducta y las situaciones que la desencadenan; 3) Respuesta competitiva, en la que el paciente cultiva nuevas rutinas, como
métodos de relajación, para compensar la conducta problemática; 4) Reconsideracíón,
en la que el terapeuta guía al paciente para que reevalúe las situaciones; y 5) Exposición, en la que el terapeuta ayuda al paciente a exponerse a las situaciones que desencadenan Su conducta.
.
93 Lo que pr0porciona AA es un método... Escribir sobre AA siempre es una
propuesta complicada, por el número de detractores y partidarios que tiene el programa, y porque ha)r docenas de interpretaciones sobre cómo y por qué funciona el
programa. En un e-maíl, por ejemplo, Lee Ann Kaskutas, uno de los científicos más
antiguos del Grupo de Investigación sobre el Alcoholismo, escribió que AA indirectamente «proporciona un método para atacar los hábitos que están en torno al consumo
de alcohol. Pero eso es a través de las personas de AA, no de su programa. Éste aborda
el problema básico, el ego del alcohólico, el alcohólico egocéntrico y desprovisto de es-
piritualidad». Kaskutas escribió que es cierto que AA proporciona soluciones para los
hábitos de los alcohólicos, eslóganes como «ve a una reunión si quieres beber» y «evi—
ta personas, lugares y cosas que no sean d'e fiar». Pero también escribió que «Los esló-
Notas
339
ganes no son el programa. El programa son los pasos. AA pretende ir mucho más allá
del simple hecho de abordar el hábitode beber, y los fundadores de AA argüirían que
atacar el hábito es una medida a medias que no te será muy útil; al final sucumbirás
a la bebida a menos que cambies cosas más básicas». Para más información sobre las
investigaciones en 1a ciencia de AA, y debates sobre la eficacia del programa, véase
C. D. Emrick y cols;, “Alcoholics Anonymous: What Is Currently Known?”, en B. S.
McCrady y-W. R. Miller, eds., Research on Alcoholics Anonymous: Opportunities and
Alternativa (Rutgers‘, New Brunswick, Nueva Jersey, 1993), pp. 41-76; John F. Kelly y
Mark G. Myers, “Adolescents’ Participation in Alcoholics Anonymous and Narcotics Anonymous: Review, Implications, and Future Directions”, Journal ofPsychoactive Drugs 39, n.° 3 (septiembre 2007), pp. 259-269;'D. R. Groh, L. A. Jason y C. B. Keys,
“Social NetwOrk Variables in Alcoholics Anonymous: A Literature Review”, Clinical
Psychology Review 28, n.° 3 (marzo 2008), pp. 430-450; John Francis Kelly, Molly
Magill y Robert Lauren Stout, “How Do People Recover from Alcohol Dependence?
A Systematic Review of the Research on Mechanisms of Behavior Change m Alcoholics Anonymous”, Addiction Research and Theory 17, n.° 3 (2009), pp. 236-259.
93 una noche en la cama, Kurtz, Not-God, ob. cit. [p. 68].
93 Eligió el númerodooe... Mi agradecimiento a Brendan I. Koerner por sus
consejos ypor su artículo, “Secret ofAA: After 75 Years, We Don’t Know How It Works”, Wired, julio 2010; D. R. Davis y G. G. Hansen, “Making Meaning of Alcoholics
Anonymous forASocial Workers: Myths, Metaphors, and Realities”, Social Work 43,
n.° 2 (-1998), pp. 169—182.
93
el Paso 3, que dice... Alcoholics Anonymous World Services, Twelve Steps
and Twelve Traditions (Alcoholics Anonymous World Services, Inc., Nueva York, 2002),
p. 34. Alcoholics Anonymous World Services, Alcoholics Anonymous: The Big Book,
4.ll ed. (Alcoholics Anonymous World Services, Inc., Nueva York, "2002), p. 59.
94 Debido a la falta de rigor“ Arthur Cain, “Alcoholics Anonymous: Cult or
Cure?”, Harper’s Magazine, febrero 1963, pp. 48-52; M. Ferri, L Amato y M. Davoli,
“Alcoholics Anonymous and Other 12--Step Programmes for Alcohol Dependence”,
Addiction 88, n.° 4 (,1993) pp. 555-562; Harrison M. Trice y Paul Michael Roman,
“Delabeling, Relabeling, and Alcoholics Anonymous", Social Problems 17, n.° 4 (1970),
pp. 538-546; Robert E. Tournie, “Alcoholics Anonymous as Treatment and as Ideology”, Journal ofStudies on Alcohol 40, n.° 3 (1979), pp. 230¿239; P. E Bebbington, “The
Efiicacy of Alcoholics Anonymous: The Elusiveness of Hard Data”, British Journal of
Psychiatry 128 (1976), pp. 572-580.
94 «No es evidente por el modo en que están escritos, Emrick y cols., “Al-
coholics Anonymous: What Is Currently Known?”; I. S. Tonigan, R. Toscova y W. R.
Miller, “Meta-analysis ofthe Literature on Alcoholics Anonymous: Sample and Study
Characteristics Moderate Findings”, Journal ofStudies on Alcohol 57 (1995), pp. 65-72;
J. S. Tonigan, W. R. Miller y G. J. Connors, “Project MATCH Client Impressions About
Alcoholics Anonymous: Measurement Issues and Relationship to Treatment Outcome”, Alcoholism Treatment Quarterly 18 (2000), pp. 25-41; J. S. Tonigan, “Spirituality
and Alcoholics Anonymous”, Southern Medical Journal 100, n.° 4 (2007), pp. 437-440.
340
EL PODER DE LOS HÁBITOS
96 una demostración espectacular... Heinze y cols., “Counteracting Incentíve
Sensitization in Severe Alcohol Dependence Using Deep Brain Stimulation of the
Nucleus Accumbens: Clinical and Basic Science Aspects”, Frontiers in Human Neu. roscience 3, n.° 2.2 (2009).
97 graduada de 24 años llamada Mandy... “Mandy” es un pseudónimo que utiliza el autor del estudio del caso del que ha sido extraído este pasaje.
97 Universidad Estatal de Mississipi... B. A. Dufrene, Steuart Watson y I. S. Kazmerski, “Functional Analysis and Treatment ofNail Biting”, Behavior Modification 32
(2008), pp. 913-927.
98 El centro de asesoramiento remitió a Mandy... En una carta de verificación
de datos, el autor de este estudio, Brad Dufrene, escribió que la paciente «consintió en
ser atendida en una clínica universitaria, que era un centro de formación e investigación. Al inicio de la terapia, aceptó que usáramos los datos de su caso en conferencias
o publicaciones de investigación».
100 uno de los que habían desarrollado la terapia del entrenamiento de inversión de hábito... N. H. Azrin y R. G. Nunn, “Habit-Reversal: A Method ofElirninaüng
Nervous Habits and Tics”, BehaviourResearch and Therapy 11, n.° 4 (1973), pp. 619-628;
Nathan H. Azrin y Alan L. Peterson, “Habit Reversal for the Treatment of Tourette
Syndrome”, Behavíour Research and Therapy 26, n.° 4 (1988), pp. 347-351; N. H. Azrin,
R. G. Nunn y S. E. Frantz, “Treatment of Hairpulling (Trichotillomania): A Comparative Study ofHabit Reversal and Negative Practice Training”, Icarnal ofBehavior Therapy
and Experimental Psychiatry 11 (1980), pp. 13-20; R. G. Nunn y N. H. Azrin, “Eliminating Nail-Biting by the Habit Reversal Procedure”, Behaviour Research and Therapy 14
(1976), pp. 65-67; N. H. Azrin, R. G. Nunn y S. E. Frantz—Renshaw, “Habit Reversal
Versus Negative Practice Treatment ofNervous Tics”, Behavior Therapy 11, n.° 2 (1980),
pp. 169-178; N. H. Azn’n, R. G. Nunn y S. E. Frantz-Renshaw, “Habit Reverse] Treatment
of Thumbsucking”, Behaviour Research and Therapy 18, n.° 5 (1980), pp. 395-399.
101 En la actualidad, la terapia de inversión de hábito... En una carta de verificación de datos, Dufrene señalaba que los métodos como los utilizados con Mandy
—conocido como «entrenamiento de inversión de hábito simplificado»-— aveces difieren de otros métodos de EIH. «A mi entender el Tratamiento de Inversión de Hábito
es eficaz para reducirlos (p. ej., tirarse del pelo, morderse las uñas, chuparse el pulgar),
tics (motores y verbales) y tartamudez», escribió. Sin embargo, otros casos pueden requerir formas más intensas de EIH. «Los tratamientos eficaces para la depresión, el
tabaquismo, la ludopatía, etc., se encuentran bajo el término de “Terapia cognitivoconductual”», escribió Dufrene, haciendo hincapié en que Ia sustitución simplificada
de un hábito no suele ser eficaz para esos problemas que requieren intervenciones más
intensivas.
101 tics verbales y fisicos... R. G. Nunn, K. S. Newton y P. Faucher, “2.5 Years
Follow-up of Weight and Body Mass Index Values in the Weight Control for Life!
Program: A Descriptive Analysis”, Addictive Behaviors 17, n.° 6 (1992), pp. 579-585;
D. I. Horne, A. E. White y G. A. Varigos, “A Preliminary Study of Psychological Therapy in the Management of Atopic Eczema”, British Journal ofMedica! Psychology 62,
Notas
341
n.° 3 (1989), pp. 241-248; T. Deckersbach y cols., “Habit Reversal Versus Supportive
Psychotherapy in Tourette’s Disorder: A Randomízed Controlled Trial and Predictors
of Treatment Response”, Behaviour Research and Therapy 44, n.° 8 (2006), pp. 1079—
1090; Douglas W. Woods y Raymond G. Miltenberger, “Habit Reversal: A Review of
Applications and Variations”, Journal ofBehavior Therapy and Experimental Psychiatry 26, n.° 2 (1995), pp. 123-131; D. W. Woods, C. T. Wetterneck y C; A. Flessner,
“A Controlled Evaluation ofAcceptance and Commitment Therapy Plus Habit Reversal for Trichotillomania”, Behaviour Research and Therapy 44, n.° 5 (2006), pp. 639-656.
102 Más de tres docenas de estudios... I. O. Prochaska y C. C. DiClemente, “Stages
and Processes of Self-Change in Smoking: Toward an Integrative Model of Change”,
Journal of Consulting and Clinical Psychology 51, n.° 3 (1983), pp. 390-395; james
Prochaska, “Strong and Weak Principles for Progressing from Precontemplation to
Action on the Basis of Twelve Problem Behaviors”, Health Psychology 13 (1994),
pp. 47-51; James Prochaska y cols., “Stages of Change and Decisional Balance for 12
Problem Behaviors”, Health Psychology 13 (1994), pp. 39-46; James Prochaska y Michael Goldstein, “Process of Smoking Cessation: Implications for Clinicians”, Clinics
in Chest Medicine 12, n.° 4 (1991), pp. 727-735; Iames 0. Prochaska, John Norcross y
Carlo DiCIemente, Changingfor Good: A Revolutionary Six-Stage Program for Overcoming Bad Habits and Moving Your Life Positively Forward (HarperCollins, Nueva
York, 1995).
103 «La mayoría delas veces, no es algo fisico.» Devin Gordon, “Coach Till
You Dr0p”, Newsweek, 2 de septiembre 2002, p. 48.
105 momentos cruciales y de mucho, estrés... En una correspondencia para
verificar datos, Dungy me dijo que él «no consideraba que se desmoronaran en los par—
tidos importantes. Yo lo calificaría de no jugar lo suficientemente bien en las situaciones cruciales, de no ser capaces de poner en práctica las lecciones cuando todavia
estaba todo por decidir. El St. Louis tenía una de las líneas ofensivas con el indice más
alto de anotaciones de la historia de la NFL. Consiguieron un TD (touchdown) en ese
partido cuando sólo quedaban 3 minutos. Un equipo que anotaba casi 38 puntos
por partido consiguieron un TD y un FG contra la defensa, así que yo no creo que eso
se pueda considerar “desmoronarse”».
105
Lo que en realidad estaban diciendo... En una correspondencia para veri-
ficar datos, Dungy me respondió: '«Volvimos a perder en los playoffs, en otra mala actuación. Probablemente, ese fuera nuestro peor partido y lo realizamos bajo una nube
de rumores, así que todo el mundo sabía que... el dueño del equipo iba a cambiar de
entrenador. Creo que en el pasado tuvimos ejemplos en los que no confiábamos en el
sistema, pero no estoy seguro de que ese fuera el caso. El Filadelfia simplemente era un
rival muy duro para nosotros y no pudimos vencerle. Y sin jugar bien, el resultado resultó ser nefasto. Fue uno de nuestros peores partidos desde la temporada del 96».
109 . empezaron a hacerles preguntas a los alcohólicos... John W. Traphagan,
“Multidimensional Measurement of Religiousness/Spirituality for Use in Health Research in Cross-Cultural Perspective”, Research on Aging 27 (2005), pp. 387-419. Muchos de esos estudios utilizan la escala publicada en G. I. Conners y cols., “Measure of
BL PODER DE LOS HÁBITOS
342
Religious Background and Behavior for Use in Behavior Change Research”, Psycholo—
gy ofAddictive Behaviors 10, n.° 2. (junio 1996), pp. 90-96.
109 Luego cotejaron los datos... Sarah Zamore, “A Role for Spiritual Change in the
Benefits of 12-Step Involvement”, Alcoholism: Clinical and Experimental Research 31
(2007), pp. 76s-79s; Lee Ann Kaskutas y cols., “The Role of Religion, Spirituality, and
Alcoholics Anonymous in Sustained Sobriety”, Alcoholism Treatment Quarterly 21
(2003), pp. 1-16; Lee Ann Kaskutas y cols., “Alcoholics Anonymous Careers: Patterns
of AA Involvement Five Years After Treatment Entry”, Alcoholism: Clinical and Ex-
perimental Research 29, n.° 11 (2005), pp. 1983-1990; Lee Ann Kaskutas, “Alcoholics
Anonymous Effectiveness: Faith Meets Science”, Journal ofAddictive Diseases 28,
n.° 2 (2009), pp. 145-157; I. Scott Tonigan, W. R. Miller y Carol Schermer, “Atheists,
Agnostics, and Alcoholics Anonymous”, Journal ofStudies on Alcohol 63, n.° 5 (2002),
pp. 534-554.
l 11
Los paramédicos le habían trasladado enseguida... Iarrett Bell, “Tragedy
F0rces Dungy ‘to Live in the Present’”, USA Today, 1 de septiembre 2006; Ohm
Youngmisuk, “The Fight to Live On”, Daily News de Nueva York, 10 de septiembre
2006; Phil 'Richards, “Dungy: Son’s Death Was a ‘Test’”, The Indianapolis Star, 25 de
enero 2007; David Goldberg, “Tragedy Lessened by Game”, Tulsa Wórld, 30 de enero
2007; “Dungy Makes History After Rough Journey”, Akron Beacon Journal, S de febrero 2007; “From Pain, a Revelation”, The New York Times, julio 2007; “Son of Colts’
Coach Tony Dungy Apparently Committed Suicide”, Associated Press, 22 de diciembre 2005; Larry Stone, “Colts Take Field with Heavy Hearts”, The Seattle Times, 25 de
diciembre 2005; Clifton Brown, “Dungy’s Son Is Found Dead; Suicide Suspected”, The
New York Tim es, 23 de diciembre 2005; Peter King, “A Father’s Wish", Sports Illustra—
ted, febrero 2007.
113 En un estudio de la Universidad de Harvard realizado en 1994... Todd F.
Heatherton y Patricia A. Nichols, “Personal Accounts of Successful Versus Failed Attempts at Life Change”, Personality and Social Psychology Bulletin 20, n.° 6 (1994), pp.
664-675.
115 Una vez más, el equipo de Dungy iba a perder. Mi agradecimiento a Michael Smith, “‘Simple’ Scheme Nets Big Gains for Trio ofDefenses”, ESPN.com, 26 de
diciembre 2005.
115 Es nuestro momento. Michael Silver, “This Time, It’s Manning’s Moment",
Sports Illustrated, febrero 2007.
CAPÍTU LO 4
121 Estaban allí para conocer... Los detalles sobre la vida de O’Neill’s y sobre
Alcoa se los debo al propio Paul O’Neill, a quien estoy e3pecialmente agradecido por
su generosidad al dedicarme su tiempo, así como a los numerosos ejecutivos de Alcoa.
También he obtenido información de Pamela Varley en “Vision and Strategy: Paul H.
O’Neill at 0MB and Alcoa”, Kennedy School of Government, 1992; Peter Zimmer-
Notas
343
man, “Vision and Strategy: Paul H. O’Neill at 0MB and Alcoa Sequel”, Kennedy School
of Government, 1994; Kim B. Clark y Joshua Margolis, “Workplace Safety at Alcoa
(A)", Harvard Business Review, 31 de octubre 1999; Steven I. Spear, “Workplace Safety
at Alcoa (B)”, Harvard Business Review, 22 de diciembre 1999; Steven Spear, Chasing
the Rabbit: How Market Leaders Outdistance the Competition and How Great Companies Can Catch Up and Win (McGraw-Hill, Nueva York, 2009); Peter Kolesar, “Vision,
Values, and Milestones: Paul O’Neill Starts Total Quality at Alcoa”, California Management Review 35, n.° 3 (1993), pp. 133- 165; Ron Suskind, The Price ofLoyalty: George
W. Bush, the White House, and the Education ofPaui O’Neill (Simon and Schuster,
Nueva York, 2004); Michael Arndt, “How O’Neill Got Alcoa Shining”, BusinessWeek,
febrero 2001; Glenn Kessler, “O'Neill Offers Cure for Workplace Injuries”, The Washington Post, 31 de marzo 200-1; “Pittsburgh Health Initiative May Serve as US Model”,
Reuters, 31 de mayo; S. Smith, “America’s Safest Companies: Alcoa: Finding True
North”, Occupational Hazards 64, n.° 10 (2002), p. 53; Thomas A. Stewart, “A New
Way to Wake Up a Giant”, Fortune, octubre 1990; “O’Nefll’s Tenure at Alcoa Mixed”,
Associated Press, 21 de diciembre 2000; Ledie Wayne, “Designee Takes a Deft Touch
and a Firm Will to Treasury", The New York Times, 16 de enero 2001; Terence Roth,
“Alcoa Had Loss of 514.7 Million in 4th Quartet”, The Wall Street Journal, 21 de enero 1985; Daniel F. Cuff, “Alcoa Hedges Its Bets, Slowly”, The New York Times, 24 de
octubre 1985; “Alcoa Is Stuck as Two Unions Reject Final Bid”, The Wall Street Jour-
nal, 2 de junio 1986;‘Mark Russell, “Alcoa Strike Ends as Two Unions Agree to Cuts
in Benefits and to Wage Freezes”, The Wall Street Journal, 7 de julio 1986; Thomas F.
O’Boyle y Peter Pae, “The Long View: O’Neill Recasts Alcoa with His Eyes Fixed on
the Decade Ahea ”, TheWall Street Iournai, 9 de abril 1990; Tracey E. Benson, “Paul
O’Neill: True Innovation, True. Values, True Leadership”, Industry Week 242, n.° 8
(1993), p. 24; Ioseph Kahn, “Industrialist with a Twist”, The New York Times, 21 de
diciembre 2000.
125 O’Neill fue una de ellas. Michael Lewis, “O’Neill’s List”, The New York
Times, 3 de enero 2002; Ron Suskind, The Price ofLoyalty: George W. Bush, the White
House, and the Education ofPauI O’Neill (Simon and Schuster, Nueva York, 2004).
127 Lo que importaba era erigir... En una conversación para verificar datos,
O’Neill me aclaró que la comparación entre las rutinas de las organizaciones y los hábitos delas personas la entiende y acepta, pero que no se le ocurrió explícitamente en
aquel momento. «Me identifico con ella, pero esa idea no es mia», me dijo. Tanto en—
tonces corno ahora, reconoce que las rutinas como la del programa para la construcción de hospitales, que se conoce como el Acta Hill-Burton, son una consecuencia
de un patrón. «La razón por Ia que siguieron construyendo fue porque todavia estaba
presente el instinto político de que la forma de ser reelegidos es llevar el dinero de vuelta a casa, aunque estén creando algo innecesario.»
127
«Las personas tienen hábitos, los grupos tienen rutinas...» Geoffrey M.
Hodgson, “The Nature and Replication of Rout—ines”, manuscrito inédito, Universidad de Hertfordshire, 2004, http://www.gredeg.cnrs.fr/routines/worksh0p/papers/
Hodgsonpdf.
EL PODER DE LOS HABITOS
344
128 Se convirtió en un hábito de la organización. En una conversación con
O’Neill para verificar datos, éste hizo hincapié en que estos ejemplos de la NASA y'la
EPA, aunque ilustrativos, no tienen nada que ver con sus opiniones o experiencias.
'
Son de otra procedencia.
128 Cuando los abogados solicitaban permiso... Karl E. Weick, “Small Wins:
Redefining the Scale of Social Problems”, American Psychologist 39 (1984), pp. 40-49.
128 En 1975, la EPA dictaba... httpzllwww.epa.gov/historyltopicslepal15b.htm.
130 Diseñó una rutina automática: En una conversación con O’Neill para verificar datos, hizo hincapié en que cree que los ascensos y las primas no se deberian vincular
ala prevención de. riesgos laborales, como no deberia serlo la honradez. La seguridad es
un valor que todo trabajador de Alcoa debe adoptar, sin pensar en la recompensa.
«Es como decir: “Vamos a pagarles más alos empleados si no mienten”, lo cua]
da a entender que no pasa nada si se miente un poco, porque sólo te pagaremos un
poco menos», me dijo. Sin embargo, quiero destacar que en las entrevistas que he realizado a otros directores de Alcoa de este periodo, me dijeron que se sabía que las promociones eran sólo para los empleados que demostraran claramente su compromiso
con la seguridad, y que esa promesa de promoción servia de recompensa, aunque no
fuera esa la intención-de O’Neill.
130 cada vez que se produjera un accidente laboral... En una conversación con
O’Neill para verificar datos, me aclaró que en aquel tiempo, no conocía el concepto de
«bucle del hábito». No pensó en estos programas a fin de que cumplieran un criterio
para los hábitos, aunque dice que, si lo contempla retrospectivamente, se da cuenta de
que su labor coincide con las investigaciones más recientes que indican cómo surgen
los hábitos organizativos.
133
Veamos, por ejemplo, los estudios de... P. Callaghan, “Exercise: A Neglec-
ted Intervention in Mental Health Carei”, Journal ofPsychiatric and Mental Health
Nursing ll (2004), pp. 476-483; S. N. Blair, “Relationships Between Exercise or Physical
Activity and Other Health Behaviors”, Public Health Reports 100 (2009), pp. 172- 180;
K. I. Van Rensburg, A. Taylor y T. Hodgson, “The Effects of Acute Exercise on Attentional Bias Toward Smoking-Related Su'muii During Temporary Abstinence from Smoking”, Addiction 104, n.° 11 (2009), pp. 1910-1917; E. R. R0pelley cols., "IL-6 and IL-10
Anti-inflammatory Activity Links Exercise to Hypothalamic Insulin and Leptin Sensitivit)r Through IKKb and ER Stress Inhibition”, PLoS Biology 8, n.° 8 (2010); P. M.
Dubbert, “Physical Activity and Exercise: Recent Advances and Current Challenges”,
Journal ofConsulting and Clinical Psychology 70 (2002), pp. 526-536; C. Quinn, “Tra—
ining as Treatment”, Nursing Standard 24 (2002), pp. 18-19.
133
Los estudios han demostrado que... S. K. Hamilton y I. H. Wilson, “Fa-
mily Mealtimes: Worth the Efforti”, Infant, Child, and Adolescent Nutrition 1 (2009.),
pp. 346-350; American Dietetic Association, “Eating Together as a Family Creates Better Eating Habits Later in Life”, ScienceDaily.com, 4 de septiembre 2007, consultado
el 1 de abril 2011.
133 Hacerse la cama cada mañana... Richard Layard, Happiness: Lessonsfrom
a New Science (Penguin Press, Nueva York, 2005); Daniel Nettle, Happiness: The Scien-
Notas
345
ce Behind Your Smile (Oxford University Press, Oxford, 2005); Marc Ian Barasch, Field
Notes on the Compassionate Life: A Searchfor the Soul ofKindness (Rodale, Emmaus,
Pensilvania, 2005); Alfie Kohn, Unconditional Parenting: Movingfrom Rewards and
Panishments to Love and Reason (Atria Books, Nueva York, 2005); P. Alex Linley y
Stephen Joseph, eds., Positive Psychology in Practice (Wiley, Hoboken, Nueva Jersey, 2004).
134 A eso de las 7:00 estaba... Mi agradecimiento a Bob Bowman por su tiempo y dedicación para ayudarme a entender el entrenamiento de Phelps, así como a
Michael Phelps y Alan Abrahamson, No Limits: The Will to Succeed (Free Press, Nueva York, 2009); Michael Phelps y Brian Cazeneuve, Beneath the Surface (Sports Publishing LLC, Champaign, Illinois, 2008); Bob Schaller, Michael Phelps: The Untold
Story ofa Champion (St. Martin’s Griffin, Nueva York, 2008); Karen Crouse, “Avolding the Deep End When It Comes to Iitters”, The New York Times, 26 de julio 2009;
Mark. Levine, “Out There”, The New York Times, 3 de agosto 2008; Eric Adelson, “And
After That, Mr. Phelps Will Leap a Tall Building in a Single Bound”, ESPN.com, 28 de
julio 2008; Sean Gregory, “Michael Phelps: A Real GOAT”, Time, 13 de agosto 2008;
Norman Frauenheim, “Phelps Takes 4th, 5th Gold Medals”, The Arizona Republic,
12 de agosto 2008.
136 Cuando se ha logrado un pequeño triunfo, Karl E. Weick, “Small Wins:
Redefining the Scale of Social Problems”, American Psychologist 39 (1984), pp. 40-49.
136 Los pequeños triunfos alimentan cambios transformadores... “Small WinsThe Steady Application of a Small Advantage”, Center for Applied Research, 1998,
consultado el 24 de junio 2011, http://www.cfar.com/Documents/SmaLwin.pdf.
137 Parecía que las metas más importantes de la comunidad gay... Para más
detalles sobre este incidente, véase Alix Spiegel’s wonderful “81 Words”, broadcast on
This American Life, 18 de enero 2002, http://www.thisamericanlife.orgl.
137
HQ 71-471 (Relaciones Sexuales Anormales, Incluidos Crimenes Sexua-
les)... Malcolm Spector y Iohn I. Kitsuse, Constructing Social Problems (Transaction
Publishers, New Brunswick, Nueva Jersey, 2001).
139 No sabia si filtraban por... Phelps y Abrahamson, ob. cit., No Limits.
140 Fue una victoria más... Para más información sobre los hábitos y los nadadores olimpicos, véase Daniel Chambliss, “The Mundanity ofExcellence”, Sociological
Theory 7 (1989), pp. 70-86.
140 Murió al instante. Paul O’Neill discurso introductorio, 25 de junio 2002,
en el Iuran Center, Escuela Carlson de Dirección de Empresas, Universidad de Min-
nesota, Minneápolis.
143 Las zonas rurales, principalmente... “Infant Mortality Rates, 1950-2005”,
httpzllwwwintbplease.com/ipa/A0779935.html; William H. Berentsen, “German Infant Mortality 1960-1980”, GeographicalReview 77 (1987), pp. 157-170; Paul Norman
y cols., “Geographical Trends in Infant' Mortality: England and Wales, 1970-2006”,
Health Statistics Quarterly 40 (2008), pp. 18-29.
144
En la actualidad, la tasade mortalidad infantil en Estados Unidos... Ban-
co Mundial, indicadores del desarrollo mundial. En un e-mail que me envió O’Neill para
'
346
BL PODER DE LOS HÁBITOS
responder a mis preguntas escribió: «Esto es correcto, pero yo no me atribuyo el mérito de que nuestra sociedad haya hecho un buen trabajo en la reducción de la tasa de
mortalidad infantil».
145 Empezaban dietas e iban al gimnasio, T. A. Wadden, M. L. Butryn y C.
Wilson, “Lifestyle Modificaüon for the Management of Obesity”, Gastroenterology 132
(2007), pp. 2226-2238.
145 En 2009, un grupo de investigadores... I. F. HolJis y cols., “Weight Loss'
During the Intensive Intervention Phase ofthe Weight- Loss Maintenance Trial”, American Journal ofPreventative Medicine 35 (2008), pp. 1 18- 126. Véase también L. P. Svetkey
y cols., “Comparison of Strategies for Sustaining Weight Loss, the Weight Loss Maintenance Randomized Controlled Trial”, ¡AMA 299 (2008), pp. 1139-1148; A. Fitch y
I. Bock, “Effective Dietary Therapies for Pediatric Obesity Treatment”, Reviews in Endocrine and Metabolic Disorders 10 (2009), pp. 231-236; D. Engstrom, “Eating Mindfully and Cultivating Satisfaction: Modifying'Eating Patterns in a Bariatric Surgery
Patient”, Bariatric Nursing and Surgical Patient Care 2 (2007), pp; 245-250; I. R. Peters
y cols., “Eating Pattern Assessment ‘Tool: A Simple Instrument for Assessing Dietary
Fat and Cholesterol Intake”, Journal of the American Dietetic Association 94 (1994),
pp. 1008-1013; S. M. Rebro y cols., “The Effect of Keeping Food Records on Eating
Patterns”, Journal ofthe American Dietetic Association 98 (1998), pp. 1163-1165.
145 «Al cabo de un tiempo, tenía el diario...» Para más información sobre los
estudios sobre adelgazar, véase R. R. Wing y James O. Hi1], “Successful Weight Loss
Maintenance”, Annual Review ofNutrition 21 (2001), pp. 323-341; M. L. Klem y cols.,
“A Descriptive Study of Individuals Successful at Long-Term Maintenance of Substantial Weight Loss”, American Journal of Clinical Nutrition 66 (1997), pp. 239-246;
M. I. Mahoney, N. G. Moura y T. C. Wade, “Relative Efficacy of Self-Reward, SelfPunishment, and Self-Monitoring Techniques for Weight Loss”, Journal ofConsulting
and Clinical Psychology 40 (1973), pp. 404-407; M. I. Franz y cols., “Weight Loss Outcomes: A Systematic Review and Meta-Analysis of Weight-Loss Clinical Trials with a
Minimum l-Year Follow-up”, Journal ofthe American Dietetic Association 107 (2007),
pp. 1755-1767; A. DelParigi y cols., “Successful Dieters Have Increased Neural Activity in Cortical Areas Involved in the Control of Behavior”, International Journal of
Obesity 31 (2007), pp. 440-448.
149
los investigadores se refirieron como «tener moral», Ionah Lehrer, “The
Truth About Grit”, The Boston Globe, 2 de agosto 2009.
149 «...a pesar de los fracasos, la adversidad y los estancamientos en el progreso». A. L. Duckworth y cols., “Gn't: Perseverance and Passion for Long-Term Goals”,
Journal ofPersonality and Social Psychology 92 (2007), pp. 1087-1101.
CAPÍTULO s
156 lo más importante es que le ha enseñado a tener fuerza de voluntad. I. P.
Tangney, R. F. Baumeister y A. L. Boone, “High Self- Control Predicts Good'Adjust-
Notas
347
ment, Less Pathology, Better Gradas, and Interpersonal Success”, Journal ofPersona—
lity 72, n.° 2 (2004), pp. 271-324; Paul Karoly, “Mechanisms ofSelf-Regiflation: A
Systems View”, Annual Review ofPsychology 44 (1993), pp. 23-52; James I. Gross, lane
M. Richards y Oliver P. Iohn, “Emotional Regul‘ation in Everyday Life”, en Emotion
Regulation in Families: Pathways to Dysfunction and Health, Douglas K. Snyder, Ieiïry
A. Simpson y Ian N. Hughes, eds. (American Psychological Association, Washington, D.C., 2006); Katleen De Stobbeleir, Susan Ashford y Dirk Buyens, “From Trait
and Context to Creativity at Work: Feedback-Seeking Behavior as a Self-Regulation
Strategy for Creative Performance”, Vlerick Leuven Gent Working Paper Series, 17 de
septiembre 2008; Babette Raabe, Michael Frese y Terry A. Beehr, “Action Regulation
Theory and Career Self-Management", Journal of Vocational Behavior70 (2007),
pp. 297-311; Albert Bandu'ra, “The Primacy of Self-Regulation in Health Promotion”,
Applied Psychology 54 (2005), pp. 245-254; Robert G. Lord y cols., “Self-Regulation at
Work”, Annual Review ofPsychology 61 (2010), pp. 543-568; Colette A. Frayne y Gary
P. Latham,‘ “Application of Social Learning Theory to Employee Self-Management of
Attendance”, Journal opplied Psycholog/ 72 (1987), pp. 387-392; Colette Frayne y I.
M. Geringer, “Self-Management Training for Improving‘ Job Performance: A Field Experiment Involving SalesPeople”, Journal oppiied Psychology 85 (2000), pp. 361-372.
157 «La autodisciplina influye más en... Angela L. Duckworth y Martin E. P.
Sellgman, “Self-Discipline Outdoes IQ in Predicting Academic Performance of Adolescents”, Psychological Science 16 (2005), pp. 939-944.
157 Los ejecutivos han escrito libros de trabajo que, La información sobre
los métodos de formación de Starbucks procede de numerosas entrevistas, y del material de formación dela compañía. La información sobre el material de formación pro—
cede de las copias que me han proporcionado los empleados de Starbucks y de informes jurídicos, incluidos los siguientes documentos internos de Starbucks y manuales
de formación: Starbucks Cofl'ee Company Partner Guide, U.S. Store Version; Learning
Coach Guide; In-Store Learning Coaches Guide; Shift Supervisor Learning Journey; Retail Management Training; Shift Supervisor Learning Journey; Supervisor)! Skills Pacilitator Guide; Supervisory‘ Skills Partner Workhook; Shift Supervisor Training: Store
Manager’s Planning and Coaches Guide; Managers’ Guide: Learning to Lead, Level One
and Two; Supervisory Skills: Learning to Lead Facilitators Guide; First Impressions Guide; Store Manager Training Plan/Guide; District Manager Training Plan/Guide; Partner Resources Manual; Values Walk. Como respuesta a una pregunta para aclarar datos, un representante de Starbucks me escribió: «Al revisar lo que ha escrito, nos ha
dado la impresión de que usted centra el tema en la inteligencia emocional (CE) y en
que atraemos colaboradores que necesitan desarrollar este aspecto, lo que no es del
todo cierto. Bs importante destacar que el 70 por ciento de nuestros colaboradores en
Estados Unidos son'estudiantes y que están aprendiendo de muchas formas en su vida.
Lo que ofrece Starbucks -—y los colaboradores tienden a unirse a nuestro equipo por
ello— es un entorno que coincide con sus valores, un lugar donde pueden formar parte de algo más grande (como una comunidad), una visión que se centra en resolver
problemas de obra, no de palabra, y una forma eficaz de ofrecer un servicio inspira-
EL PODER DE Los HÁBITOS
348
do». La compañia añadió que «nos gustaría observar que, como parte de nuestra Vi-
sión de Servicio al Cliente, confiamos plenamente en nuestros colaboradores y están
autorizados a utilizar su mejor criterio. Creemos que este grado de confianza y de autonomía es único, y que los colaboradores están a la altura de las circunstancias cuando
son tratados con respeto».
159
Era como si los niños que habían sido capaces de controlarse... Harriet
Mische Walter Mischel, “The Development of Children’s Knowledge of Self-Control Strategies”, Child Development 54 (1983), 603-619; W. Mischel, Y. Shoda y M. I.
Rodríguez, “Delay of Gratification in Children”, Science 244 (1989), pp. 933-938; Walter
Mischel y cols., “The Nature ofAdolescent Competencies Predicted by Preschool Delay
of Gratification”, Journal ofPersonality and Social Psychology S4 (1988), pp. 687-696;
I. Metcalfe y W. Mischel, “A Hot/CooI-System Analysis of Delay of Gratification: Dynamics ofWill Power”, Psychological Review 106 (1999), pp. 3-19; Ionah Lehrer, “The
Secret of Self Contro ”, The New Yorker, 18 de mayo 2009.
163 Algunos han sugerido que ayuda a aclarar... En un e-mail para confirmar
datos, Muraven me dijo: “Hay investigaciones que indican que los problemas conyugales surgen a raíz de la falta de autocontrol y que el agotamiento contribuye a los malos resultados cuando las parejas discuten sobre temas tensos de la relación. Asimismo, hemos descubierto que en los días donde hace falta más autocontrol, las personas
suelen controlar menos lo que beben. También hay investigaciones que indican que
las personas agotadas toman peores decisiones que las que no lo están. Estos descubrimientos podrían explicar los romances extraconyugales o los errores de los médicos,
pero no se ha demostrado que exista una relación causa y efecto directa».
163
Si lo usas demasiado pronto... Roy F. Baumeister y cols., “Ego- Depletion: Is
the Active Self a Limited Resourcei”, Journal of Personalily and Social Psychology 18
(1998), pp. 130-150; R. F. Baumeister, M. Muraven y D. M. Tice, “Self-Control as a
Limited Resource: Regulatory Depletion Patterns”, Psychological Bulletin 126 (1998),
pp. 247-259; R. F. Baumeister, M. Muraven y D. M. Tice, “Longitudinal Improvement
of Self-Regiflation Through Practice: Building Self-Control Strength Through Repeated
Exercise”, Journal ofSocial Psychology 139 (1999), pp. 446-457; R. F. Baumeister, M.
Muraven y D. M. Tice, “Ego Depletion: A Resource Model ofVolition, Self-Regulation,
and Controlled Processing”, Social Cognition 74 (2000), pp. 1252-1265; Roy F. Baumeister y Mark Muraven, “Self-Regulation and Depletion of Limited Resources: Does
Self-Control Resemble a Musclei”, chological Bulletin 126 (2000), pp. 247-259; véase también M. S. Hagger y cols., “Ego Depletion and the Strength Model of Self-Control: A Meta-Analysis”, Psychologícal Bulletin 136 (2010), pp. 495-525; R. G. Baumeister, K. D. Vohs y D. M. Tice, “The Strength Model ofSelf-Control”, Current Directions
in Psychologícal Science 16 (2007), pp. 351-355; M. I. Posne y M. K. Rothbart, “Developing Mechanisms of Self-Regulation”, Development and Psychoputhology 12 (2000),
pp. 427-441; Roy F. Baumeister y Todd F. Heatherton, “Self-Regulation Failure: An
Overview”, Psychologicol lnquiry 7 (1996), pp. 1-15; Kathleen D. Vohs y cols., “Making Choices Impairs Subsequent Self-Control: A Limited-Resource Account of Decision Making, Self-Regulation, and Active Initiative”, Journal ofPersonality and Social
Notas
349
Psychology 94 (2008), pp. 883-898; Daniel Romer y cols., “Can Adolescents Learn SelfControl? Delay of Gratification in the Development of Control over Risk Taking”,
Prevention Science 11 (2010), pp. 319-330. En un correo electrónico para comprobar
datos, Muraven me escribió: «Nuestra investigación indica que las personas muchas
veces no son conscientes de que están agotadas y de que el primer acto de autocontrol
las ha afectado. Por el contrario, ejercer el autocontrol hace que las personas estén
menos predispuestas a esforzarse en subsiguientes pruebas de autocontrol (en última
instancia, ésta es una teoría de motivación, no de cognición)... Incluso después de
un día agotador, las personas no orinan en el suelo. De nuevo, esto sugiere el aspecto
motivacional dela teoria: les falta motivación para esforzarse a hacer cosas que son me—
nos importantes para ellos. Sé que esto puede parecer que hilamos demasiado fino, pero
es esencial comprender que el autocontrol no falla porque la persona no puede reunir
los recursos que necesita, sino porque el esfuerzo parece demasiado grande para la
recompensa. Resumiendo, no quiero que el siguiente asesino pueda tener la excusa de
decir que estaba agotado y que no pudo controlarse».
164 Reclutaron dos docenas de personas... Megan Oaten y K. Cheng, “Longitudinal Gains in Self-Regulation from Regular Physical Exercise”, Journal ofHealth
Psychology ll (2006), pp. 717-733. Véase también Roy F. Baumeister y cols., “SelfRegulation and Personalitv. How Interventions Increase Regulatory Success, and How
Depletion Moderates the Effects ofTraits On Behavior”, Journal ofPersonalíty 74 (2006),
pp. 1773-1801.
164 De modo que diseñaron otro experimento. Megan Oaten y K. Cheng, “Improvements in Self—Control from Financial Monitoring”, Journal ofEconomic Psychology 28 (2007), pp. 487-501.
,
165 quince cigarrillos menos al día. Roy F. Baumeister y cols., “Self-Regulation
and Personality”.
165 Esta vez reclutaron a 45 estudiantes... Ibíd.
165 Todd Heatherton, un investigador de-Darmouth... Para una selección sobre el fascinante trabajo de Heatherton, véase Todd F. Heatherton, Ph.D., httpzllwww.
darnnouth.edu/Nheath/#Pubs, última modificación el 30 de junio 2009.
166 En muchas de estas escuelas los alumnos han mejorado espectacularmente... Lehrer, “The Secret of Self Control”.
166 Un niño de 5 años que puede seguir... En un e-mail para verificar datos, el
doctor Heatherton amplió Ia explicación sobre esta idea: «Todavía no sabemos exactamente cómo hace esto el cerebro, aunque yo creo que las personas desarrollan más
el control frontal que los centros de recompensa subcorticales... La práctica ayuda a
reforzar el “músculo” (aunque está claro que no es un músculo; lo más probable es que
sean el control cortical prefrontal o el desarrollo de una sólida red de regiones del cerebro los implicados en controlar la conducta)». Para más información, véase Todd F.
Heather-ton y Dylan D. Wagner, “Cognitive Neuroscience ofSelf-Regulation Failure”,
Trends in Cognitive Sciences 15 (2011), pp. 132-139.
167 Patrocinaron clases para adelgazar... En un correo electrónico para cemprobar datos, un portavoz de Starbucks escribió: «Actualmente, Starbucks ofrece des-
EL PODER DE LOS HÁBITOS
350
cuentos en muchos gimnasios del país. Creo que este tema debería centrarse más en la
salud y bienestar en general que proporcionamos a nuestros partners, que específicamente en las inscripciones a los gimnasios. Sabemos que nuestros partners quieren
encontrar formas de sentirse bien, y seguimos buscando programas que nos ayuden a
conseguirlo».
167
abría 7 establecimientos nuevos cada dia... Michael Herriman y cols.,
“A Crack in the Mug: Can Starbucks Mend Iti”, Harvard Business Review, octubre 2008.
167 En 1992, una psic610ga británica... Sheina Orbell y Paschal Sheeran, “Mo—
tivational and Volitional Processes in Action Initiation: A Field Study of the Role of
Implementation Intentions”, Journal opplied Social Psychology 30, n.° 4 (abril 2000),
pp. 780-797.
171
'
Un local lleno de gente impaciente.-.. En un comunicado para confirmar
datos, un portavoz de Starbucks me escribió: «Aunque en términos generales es co-
rrecto, nosotros diríamos que cualquier trabajo genera estrés. Tal como he dicho antes, uno de los elementos clave de nuestra Visión de Servicio al Cliente es que cada uno
de nuestros partners posee su propio criterio para manejar su experiencia cOn el cliente.
Esta autonomia les transmite que la compañia confía en ellos para resolver los asuntos
y les ayuda a crear confianza para saber cómo afrontar con éxito estas situaciones».
171 La compañia señaló recompensas esPecificas... Estos detalles los confirmé con empleados y directivos de Starbucks. No obstante, en un comunicado de verificación de datos, un portavoz de Starbucks me escribió: «Esto no es exacto». El por-
tavoz no quiso dar más detalles.
172 Escuchamos al cliente, En un comunicado para verificar datos, un portavoz
de Starbucks me escribió: «Aunque no podemos decir que sea incorrecto o que esté mal
referirse al mismo, el LA’ITE ya no forma parte de nuestro programa de formación formal. De hecho, nos estamos alejando de los pasos más prescriptivos como el LA'I'TE y
estamos ampliando horizontes para que los partners de nuestras tiendas sepan resolver problemas para afrontar las situaciones esPecificas que se producen en nuestros establecimientos. Este modelo depende mucho de una asesoría personal eficaz y continuada por parte de los supervisores de turnos, los establecimientos y los jefes de zona».
173 Luego los practican, En un comunicado decomprobación de datos un portavoz de Starbucks escribió: «Correcto en términos generales: nos esforzamos para proporcionar medios y formación en ambas habilidades y conductas a fin de poder ofrecer un servicio al cliente de calidad universal para todos y cada uno de los clientes en
todas sus visitas a nuestros establecimientos. No obstante, nos gustaría observar que,
al igual que con el LA’ITE (y por las mismas razones), no utilizamos formalmente Conecta, Descubre y Responde».
174 “Esto es mejor que ir al psicólogo”, Constance L. Hays, “These Days the
Customer Isn’t Always Treated Right”, The New York Times, 23 de diciembre 1998.
174
Howard Schultz, el hombre que convirtió a Starbucks... Información so-
bre Schultz de Adi Ignatius, “We Had to Own the Mistakes”, Harvard Business Review, julio-agosto 2010; William W. George y Andrew N. McLean, “Howard Schultz:
Building Starbucks Community (A)”, Harvard Business Review, junio 2006; Koehn,
Notas
351
Besharov y Miller, “Starbucks Coffee Company in the lt Century”, Harvard Business Review, junio 2008; Howard Schultz y Dori Jones Yang, Pour Your Heart Into It:
How Starbucks Built a Company One Cup at a Time (Hyperion, Nueva York, 1997);
Taylor Clark, Starbucked: A Double Tall Tale of Cafieine, Commerce, and Culture
(Little, Brown, Nueva York, 2007); Howard Behar, It’s Not About the Coflee: Lessons
on Puttz'ng People Firstfrom a Life at Starbucks (Portfolio Trade, Nueva York, 2009);
John Moore, Tribal Knowledge (Kaplan, Nueva York, 2006); Bryant Simon, Everything
but the Coflee: LearningAboutAmerícafrom Starbucks (Universityof California Press,
Berkeley, 2009), En un comunicado de comprobación de datos, un portavoz de Star-
bucks escribió: «Aunque a grandes rasgos la historia es correcta, una buena parte de
los detalles no lo son o no se pueden verificar». El portavoz no quiso dar más detalles
sobre lo que era incorrecto, ni aportar ninguna aclaración;
176 Mark Muraven, que por aquel entonces... M. Muraven, M. Gagné y H.
Rosman, “Helpful Self-Control: Autonomy Support, Vitality, and Depletion”, Journal
ofExperimental and Social Psychology 44, n.° 3 (2008), pp. 573—585. Véase también,
Mark Muraven, “Practicing Self-Control Lowers the Risk ofSmoking Lapse”, Psychology ofAddictive Behaviors 24, n.° 3 (2010), pp. 446-452; Brandon I. Schmeichel y
Kathleen Vohs, “Self-Affirmation and Self-Control: Affirming Core Values Counteracts Ego Depletion”, Journal ofPersonality and Social Psychology 96, n.° 4 (2009),
pp. 770-782; Mark Muraven, “Autonomous Self-Control Is Less Depleting", Journal
ofResearch in Personalíty 42, n.° 3 (2008), pp. 763-770; Mark Muraven, Dikla Shmueli y Edward Burkley, “Conserving Self-Control Strength”, Journal ofPersonality and
Social Psychology 91, n.° 3 (2006), pp. 524-537; Ayelet Fishbach, “The Dynamics ofSelfRegulation”, en 1 1th Sydney Symposium ofSocial Psychology (Psychology Press, Nueva York, 2001); Tyler F. Süllman y cols., “Personal Philosophy and Personnel Achie—
vement: Belief in Free Will Predicts Better Iob Performance", Social Psychological and
Personality Science 1 (2010), pp. 43—50; Mark Muraven, “Lack ofAutonomy and SelfControl: Performance Contingent Rewards Lead to Greater Depletion”, Motivation and
Emotion 31, n.° 4 (2007), pp. 322-330.
178 En un estudio realizado en 2010... Este estudio, en eI momento en que escribí este libro, todavía no se había publicado y lo compartieron conmigo bajo Ia condición de que no revelara los nombres de sus autores. No obstante, se pueden encontrar
más detalles sobre los estudios acerca de dar poder a los empleados en C. O. Longenecker, I. A. Scazzero y T. T. Standfield, “Quality Improvement Through Team Goal
Setting, Feedback, and Problem Solving: A Field Experiment”, International Journal
of Quality and Reliabílity Management 11, n.° 4 (1994), pp. 45-52; Susan G. Cohen y
Gerald E. Ledford, “The Effectiveness of Self-Managing Teams: A Quasi-Experiment”,
Human Relations 47, n.° 1 (1994), pp. 13-43; Ferris, Rosen y Barnum, Handbook ofHuman Resource Management (Blackwell Publishers, Cambridge, Massachusetts, 1995);
Linda Honold, “A Review of the Literature on Employee Empowerment”, Empowerment in Organizations 5, n.° 4 (1997), pp. 202-212; Thomas C. Powell, “Total Quality
Management and Competitive Advantage: A Review and Empirical Study", Strategic Management Journal 16 (1995),'pp. 15-37.
352
EL PODER DE LOS HÁBITOS
CAPÍTU LO 6
181 Después de la caída, tenía problemas para permanecer despierto... Los
detalles sobre este caso proceden de diversas fuentes, incluidas entrevistas con los profesionales implicados, testigos que estuvieron en el quirófano y en urgencias, y noticias y documentos publicados por el Departamento de Salud de Rhode Island. Entre
ellos se incluyen hojas de consentimiento informadas publicadas por el Departamento
de Salud de Rhode Island; el Comunicado de'Deficiencias y Plan de Enmienda publicado por el Hospital de Rhode Island el 8 de agosto 2007; Felicia Mello, “Wrong-Site
Surgery Case Leads to Probe”, The Boston Globe, 4 de agosto 2007; Felice Freyer, “Doctor to Blame in WrongúSide Surgery, Panel Says”, The Provídence Journal, 14 de octubre 2007; Felice Freyer, “R.I. Hospital Cited for Wrong-SideSurgery”, The Provídence
Journal, 3 de agosto 2007; “Doctor Disciplined for Wrong-Site Brain Surgery”, Associated Press, 3 de agosto 2007; Felice Freyer, “Surgeon Relied on Memory, Not CT Scan”,
The Providence Journal, 24 de agosto 2007; Felicia Mello, “Wrong-Site Surgery Case
Leads to Probe 2nd Case of Error at R.I. Hospital This Year", The Boston Globe, 4 de
agosto 2007; “Patient Dies After Surgeon Operates on Wrong Side of Head”, Associated Press, 24 de agosto 2007; “Doctor Back to Work After WrongiSite Brain Surgery”,
Associated Press, 15 de octubre, 2007; Felice Freyer, “RJ. Hospital Fined After Surgical Error”, The Providence Journal, 27 de noviembre 2007.
181
A menos que se drenara esa sangre... Los relatos de este caso proceden de
muchas personas, y algunas versiones difieren entre ellas. Esas diferencias, cuando co-
rresponde, se mencionan en las notas.
182 - En 2002, la National Coalition on Health Care... httpzllwwwxhodeisland
hospital.org/rih/about/milestoneshtm.
182 «No pueden arrebatarnos nuestro orgullo». Mark Pratt, "Nurses Rally
on Eve of Contract Talks”, Associated Press, 22 de junio 2000; “Union Wants More
Community Support During Hospital Contract Dispute”, Associated Press, 25 de junio, 2000; “Nurses Say Staff Shortage Hurting Patients”, Associated Press, 31 de
agosto 2000; “Health Department Surveyors Find Hospitals Stressed”, Associated
Press, 18 de noviembre 2001-; “R.I. Hospital Union Delivers Strike Notice”, Associated Press, 20 de junio 2000.
182 La administración al final accedió a reducir... Una portavoz del Hospital de Rhode Island Hospital dijo en un comunicado: «Lahuelga no fue por las relaciones entremédicos y enfermeros!as, sino por los salarios y las normas de trabajo.
Las horas extras obligatorias son una práctica habitual y han sido causa de conflictos
en hospitales afiliados a los sindicatos de todo el país. No sé si hubo pancartas con
esos mensajes durante las negociaciones con los sindicatos en el año 2000, pero si los
hubo debían referirse a las horas extras obligatorias, no a las relaciones entre médicos y
enfermeros/as».
182 una forma que tienen tanto médicos como enfermeras y enfermeros de
evitar errores. American Academy of Orthopaedic Surgeons Joint Commission Guidelines, httpzllwww3.aaos.org/member/safety/guídelines.cfm.
Notas
353
184 A la media hora, RIDH Comunicado de Deficiencias y Plan de Enmienda,
7 de agosto 2007.
184 Ninguno indicaba claramente... El Hospital de Rhode Island dijo en un
comunicado que algunos de estos detalles eran incorrectos, y se refirió al RIDH Comunicado de Deficiencias y al Plan de Enmienda del 7 de agosto 2007. Ese documento dice: «No ha}r pruebas en el informe médico de que el Enfermero Especializado,
contratado por el Neurocirujano de turno, recibiera, o intentara obtener, la información
necesaria relacionada con el escáner del paciente... para confirmar el lado correcto
donde se encontraba el hematoma y [sic] con anterioridad a tener la hoja de consen-
timiento informada firmado para la operación de craneotomía. El infame médico
indica que la hoja de consentimiento informada para la cirugía la obtuvo un Enfermero Especializado que trabajaba para el Neurocirujano de guardia. Aunque la hoja
de consentimiento informada de la operación indica que el procedimiento a realizar
era una “Craneotomía del lado derecho y drenaje del hematoma subdural”, el lado
(derecho) no constaba inicialmente enla hoja de consentimiento informada». En la
entrevista del 8/2/07 a las 14:05 con el Director de Cirugía Perioperativa, éste indicaba que «el paciente... fue: trasladado desde urgencias con una hoja de consentimiento
informada firmada incompleta (en lo que respecta al lado). La Enfermera Supervisora de Quirófano se dio cuenta de que no constaba el lugar donde se tenía que realizar
la craneotomía en la hoja de consentimiento firmada, tal como requerían las normas
del hospital. Ésta indicó que la zona de la craneotomía fue añadida por el Neurocirujano en el quirófano, cuando el Enfermero ESPecializado le preguntó cuál era la zona
a operar». En un comunicado de seguimiento, el Hospital de Rhode Island escribió
que el cirujano «y su ayudante terminaron la operación de columna, salieron del quirófano para que volvieran a acondicionarlo, y que cuando estaban en el pasillo a pun- _
to de regresar a él, la enfermera Supervisora de quirófano vio que la hoja de consentimiento informada no incluía el lado donde debía realizarse la operación y se lo dijo
[al cirujano]. El médico le cogió la hoja de consentimiento informada a la enfermera
y puso “derecho”».
185
Hemos de operar de inmediato. En una carta que recibí para responder a
mis preguntas, el médico implicado en este caso contradijo o puso en duda algunos de
los acontecimientos que he narrado en este capítulo. El médico escribió que en estecaso el enfermero no se preocupó de que estuviera Operando en el lado incorrecto. El
enfermero se' centró en los temas burocráticos. El médico alegó que el enfermero no se
cuestionó la experiencia o exactitud del médico. Según el médico, el enfermero no
le dijo que revisara las imágenes. El médico dijo que le pidió al enfermero que fuera a
buscar a la familia para ver si era posible «rehacer la hoja de consentimiento informada correctamente», en lugar de ser a la inversa. Al no encontrar a los familiares, según
el médico, le pidió una aclaración al enfermero respecto al procedimiento para agilizar
los trámites burocráticos. Según el médico, el enfermero dijo que no estaba seguro, y
como consecuencia, el médico decidió «corregir la hoja de consentimiento informada y escribir una nota en el historial indicando que teníamos que proceder». El médico
negó haber sido grosero y haberse puesto nervioso.
354
EL PODER DE LOS HÁBITOS
Cuando pregunté al Hospital de Rhode Island sobre esta versión de los‘hechos, dijo
que no era exacta y me remitió al RIDH Comunicado de Deficiencias y Plan de Enmienda del 7 de agosto 2007. En un comunicado, el hospital escribió: «Durante nuestra
investigación, nadie dijo haber oído decir [al cirujano] que el paciente iba a morir».
«Esas citas sobre mi nerviosismo e irritabilidad, incluso lo delos improperios, son
totalmente falsas “escribió el médico—. Mantuve la calma yla profesionalidad. Mostré brevemente mis emociones cuando me di cuenta de que había empezado por el lado
incorrecto. El verdadero problema es que no disponíamos de imágenes para verlas du-
rante la operación... No disponer de unsísterna de imagen durante una operación es
negligencia por parte del hosPital; sin embargo, no teníamos más remedio que proceder sin ellas.»
El Hospital de Rhode Island respondió que la institución «no puede hacer comentarios sobre el comunicado [del cirujano] pero que el hospital daba por hecho que los
cirujanos colocaban las imágenes mientras operaban si tenían alguna duda al respecto.
Tras este hecho, el hospital ordenó que las imágenes estuvieran a disposición del equipo para visualizarlas». En un segundo comunicado, el hospital escribió que el cirujano
«no soltó tacos durante" esa conversación. El enfermero dijo [al cirujano] que no había
recibido ningún informe de urgencias y que pasó varios minutos en la sala intentando
localizar a la persona correcta de dicho departamento. El Enfermero Médico le dijo que
había recibido el informe del médico de urgencias. Sin embargo, la enfermera anestesista necesitaba saber qué medicamentos le habían dado en urgencias, así que el enfermero revisó el informe para transmitirle la información».
La junta de Licencia y Disciplina Médica del hospital, en un convenio de acuerdo,
escribió que el médico «no hizo una evaluación exacta dela localización del hematoma
antes de realizar el drenaje quirúrgico». El Ministerio de Sanidad concluyó que «una
primera revisión de este incidente revela que las medidas de seguridad del hospital son
deficientes y que no se siguieron algunos procedimientos».
Los representantes de la Iunta y del Ministerio de Sanidad no quisieron hacer más
comentarios.
186 “gritó el cirujano... En un comunicado, un representante del Hospital de
Rhode Island escribió: «Creo que [el cirujano] fue el quese dio cuenta de que no había
hemorragia (hay varias versiones sobre lo que dijo en ese momento). Pidió que sacaran las imágenes, confirmó el error, y procedieron a cerrar y a realizar la operación en
el lado correcto. Salvo por los comentarios [del cirujano], el personal dijo que la sala
se quedó en silencio cuando se dieron cuenta del error.
186 al cirujano le prohibieron volver a trabajar en el Hospital de Rhode
Island. En la carta que me escribió el médico como resPuesta a mis preguntas,
escribió que «nadie reivindicó que el error le costara [al paciente] la vida. La familia nunca reclamó que su muerte se debiera a una negligencia, y me dieron personalmente las gracias por haberle salvado la vida ese día. El hospital y el enfermero
esPecializado juntos pagaron más que yo, casi 140.000 dólares de indemnización».
El Hospital de Rhode Island no quiso hacer ningún comentario cuando pregunté so-
bre este asunto.
Notas
187
355
La insulsa tapa del libro yla desalentadora... R. R. Nelson y S. G. Winter,
An-Evolutionary Theory ofEconomic Change (Bellmap Press of Harvard University
Press, Cambridge, Massachusetts, 1982).
187 los candidatos a obtener un doctorado pretendían entender. R. R. Nel—
son y S. G. Winter, “The Schumpeterian TradeoffRevisited”, The American Economic
Review 72 (1982), pp. 114-132. Winter, en una nota para responder a mis preguntas,
escribió: «La “compensación schumpeteriana” (tema de un artículo AER de 1982 y de
un capítulo similar, el número 14, de nuestro libro) era sólo una faceta del proyecto,
no su objetivo. Nelson y yo ya habíamos hablado sobre una serie de temas relacionados con el cambio tecnológico, el crecimiento económico y la conducta empresarial
bastante antes de 1982, mucho antes de que trabajaramos juntos en Yale, y especia]mente en RAND, en 1966-1968. En 1968, Nelson se fue a Yale; yo me fui a Michigan,
y nos encontramos en la Facultad de Yale en 1976. Estábamos “en la pista” del libro de
1982 desde 1967, y empezamos a publicar obras relacionadas en-1973... En resumen,
si bien no se puede negar la importante influencia de “Schumpeter”, no se puede decir
lo mismo del aspecto especifico de la “compensación schumpeteriana”».
187 No obstante, en el mundo de la estrategia comercial... Para una visión general de las investigaciones que serealizaron posteriormente, véase M. C. Becker, “Or—
ganizational Routines: A Review ofthe Literature”, Industrial and Corporate Change 13
(2004), pp. 643-678; Marta S. Feldman, “Organizational Routines as a Source of Continuous Change”, Organization Science 11 (2000), pp. 611—629.
188 antes de llegar a su- conclusión principal: Winter, en una nota que me escribió para responder a mis preguntas, decía: «Había muy poco trabajo empírico por mi
parte, _e incluso menos del que se publicó; en su mayor parte era obra de Nelson sobre
los aspectos del-cambio tecnológico. En el ámbito de la conducta empresarial, principalmente recurrimos a los grandes de la Carnegie School (Simon, Cyert y March), y
confiamos en una extensa gama de recursos: estudios tecnológicos, historias de empre—
sas, economia del desarrollo, algunos psicólogos... y en Michael Polanyi, comoquiera
que lo Clasifique usted».
188 decisiones individuales de miles de empleados. Winter, en una nota que
respondía a mis preguntas de verificación de-datos, aclaró que esos patrones que surgen delas decisiones individuales de miles de empleados son un aspecto de las rutinas,
pero que las rutinas también «toman forma gracias a muchas instrucciones, una de las
cuales es el diseño empresarial deliberado. No obstante, hacernos hincapié en que cuando eso sucede, la rutina que emerge, a diferencia de la nominal que ha sido intencionadamente diseñada, está una vez más muy influenciada por muchas elecciones a nivel personal, así como por otras consideraciones (véase libro [Evolutionary Theory of
Economic Change] p. 108)».
189 Estos hábitos respecto a la organización... Para más información sobre
tema de cómo surgen y actúan las rutinas organizativas, véase Paul S.
fascinante
este
Adler, Barbara Goldoftas y David I. Levine, “Flexibility Versus Efflciency? A Case Study of Model Changeovers in the Toyota Production System”, Organization Science 10
(1999), pp. 43-67; B. E. Ashforth e Y. Fried, “The Mindlessness ofOrganizational Beha-
356
EL PODER DE LOS HÁBITOS
viors”, Human Relations 41 (1988), pp. 305-329; Donde P. Ashmos, Dennis Duchon y
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Notas
359
189 cientos de normas no escritas... Esbjoern Segelod, “The Content and Role
of the Investment Manual: A Research Note”, Management Accounting Research 8,
n.° 2 (1997), pp. 221-231; Anne Marie Knott y Bill McKelvey, “Nirvana Efficiency:
A Comparativo Test of Residual Claims and Routines”, Journal ofEconomic Behavior
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Care Provider Groups: Relational Coordination as a Mediator and Input Uncertainty
as a Moderator ofPerformance Effects”, Management Science 48 (2002), pp. 1408-1426;
A. M. Knott y Hart Posen, “Firm R&D Behavior and Evolving Technology in Established Industries”, Organization Science 20 (2009), pp. 352-367.
189 necesarias para el fimcionamiento de las empresas. G. M. Hodgson, Economics and Evolution (Polity Press, Cambridge, 1993); Richard N. Langlois, “Transac-
tion-Cost Economics in Real Time”, Industrial and Corporate Change (1992), pp. 99- 127;
R. R. Nelson, “Routines”; R. Coombs y I. S. Metcalfe, “Organizing for Innovation: Coor-
dinating Distributed Innovation Capabih'ties”, en Competence, Governance, and Entrepreneurship, J. N. Poss y V. Mahnke, eds. (Oxford University Press, Oxford, 2000);
R. Amit y M. Belcourt, “HRM Processes: A Value-Creating Source of Competitive
Advantage”, European Management Journal 17 (1999), pp. 174-181.
189
Aportan una especie de «memoria organizativa», G. Dosi, D. Teece y
S. G. Winter, “Toward a Theory of Corporate Coherence: Preliminary Remarks”, en
Technology and Enterprise in a Historical Perspective, G. Dosi, R. Giannetti y P. A.
Toninelli, eds. (Clarendou Press, Oxford, 1992), pp. 185-211; S. G. Winter, Y. M. Kaniovski y G. Dosi, “A Baseline Model of Industry Evolution”, Journal ofEvolutionary
Economics 13, n.° 4 (2003), pp. 355-383; B. Levitt y I. G. March, “Organizational Learning”, Annual Review ofSociology 14 (1988). pp. 319—340; D. Teece y G. Pisano, “The
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Routines and Performance in Strategic Alliances”, Organization Science 13 (2002),
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189 Las rutinas reducen la incertidumbre: M. C. Becker, “Organizational Routines: A Review of the Literature”, Industrial and Corporate Change 13, n.° 4 (2004),
pp. 643-678.
189 Pero entre los beneficios más importantes... B. Coriat y G. Dosi, “Learning How to Govern and Learning How to Solve Problems: On the Co-evolution of
Competences, Conflicts, and Organizational Routines”, en The Role ofTechnology, Stra—
tegy, Organization, and Regions, A. D. I. Chandler, P. Hadstroem y O. Soelvell, eds.
(Oxford University Press, Oxford, 1998); C. I. Bernard, The Functions ofthe Executive
(Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, 1938); P. A. Mangolte, “La dynamique des connaissances tacites et articulées: une approche socio-cognitivo", Eco-
nomic Appliquée 50, n.° 2 (1997), pp. 105-134; P. A. Mangolte, “Le concept de ‘routine
organisaüonelle’ entre cognition et institution”, tesis doctoral, Universidad París-Nor-
360
EL PODER DE LOS HÁBITOS
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Learning and the Organizational Link: The Problem of Conflict, Political Equilibrium
and Truce”, European Journal ofEconomíc and Social Systems 14 (2000), pp. 173-190;
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Industrï’, Economics et Sociétés 6 (2001), pp. 585-612; N. Lazaric, P. A. Mangolte y
M. L. Massué, “Articulation and Co dification of Know-How in the Steel Industry:
Some Evidence from Blast Furnace Control in France”, Research'Policy 32 (2003),
pp. 1829-1847; I. Burns, “The. Dynamics of Accounting Change: Interplay Between
New Practices, Routines, Institutions, Power, and Politics”, Accounting, Auditing and
Accountability Journal 13 (2000), pp. 566-586.
190 probablemente, con. eltiempo te tendrán en cuenta. Winter, en una nota
que me escribió pararesponder a mis preguntas, afirmaba: «La teoría de la “rutina como
tregua” ha resultado .tener unas piernas muy largas, y creo que se debe a que todo el
que tiene algo de experiencia'en trabajar dentro. de una organización la reconoce rápidamentecomo una etiqueta conveniente para todos los tejemanejes con los que está
tan familiarizado... Pero parte de su ejemplo sobre la vendedora evoca temas de confianza, c00peración y. cultura organizativa que trascienden el concepto de “rutina como
tregua”. Son temas sutiles, que pueden ser aclaradores desde distintos puntos. La idea
de la “rutina comotregua” es mucho más específica que otras ideas relacionadas sobre
“cultura”. Nos está diciendo que “Si usted, el señor o la señora director o directora,
DISCREPA VISIBLEMENTE de una visión extensamente compartida sobre ‘cómo hacemos aquí las cosas’, se va a encontrar con mucha resistencia, que se verá alimentada
por un grado de sospecha sobre sus motivos y, queirá mucho más allá de Io que pueda
imaginar. Y si estas resPuestas no son enteramente independientes de la calidad de los
argumentos que usted interponga, serán casi tan independientes que le costará ver la
diferencia”. Así que vamos a desarrollar un poco más su ejemplo de que “el rojo es el
color de este año” y lo llevamos a la fase de implementación, donde se ha realizado un
gran esfuerzo para garantizar que el. rojo del sueter sea idéntico tanto en la portada del
catálogo como en la página 17, y que ambos coincidan con la idea que tiene el gerente
en la cabeza, y que ese rojo es también el mismo que se ha fabricado para responder a
los contratos con los-proveedores de Malaisia, Tailandia y Guatemala. Todo eso se encuentra en el otro extremo del espectro de las rutinas respecto a la decisión de utilizar el “rojo”; la gente está implicada en complejas conductas coordinadas. Es más bien
como el caso del semiconductor. Las personas de la organización creen que saben lo
queestán haciendo (porquezhicieron más o menos lomismo con los suéteres del año
pasado), y trabajan desesperadamentepara hacerlo más o menos a tiempo. Esta es
la parte audaz del- puesto de director, yes un trabajo muy duro, en este caso en parte
gracias al (presunto) hecho de que el ojo humano puede distinguir hasta 7 millones de
colores diferentes. Una vez hecho, USTED, el señor director o Ia señora directora, apa-
Notas
361
rece un buen dia y dice: “Lo siento, me he equivocado, debería ser púrpura. Sé que todos hemos estado trabajando para sacar el rojo, pero escúchenme, debido...”. Si usted
ha reunido fuertes aliados en la organización, que también están a. favor de hacer un
cambio de última hora para utilizar el púrpura, acaba de provocar otra batalla en la
“guerra civil”, con inciertas consecuencias. Si no tiene tales aliados, tanto la causa que
defiende como usted en breve estarán acabados en la organización. Y no importará la
lógica y las pruebas que ofiezca detrás de su “porque”».
191 «... lanzar a un rival por la borda». Nelson y Winter, Bvolutíonary Theory
ofEconomic Change, p. 110.
192 Pero eso no basta... Rik Wenting, “Spinoff Dynamics and the Spatial Formation of the Fashion Design Industry, 1858-2005”, Journal ofEconomíc Geography 8,
n.° 5 (2008), pp. 593-614; Wenting, al responder a mis preguntas, escribió: «Nelson y
Winter hablan de rutinas organizativas como acciones repetitivas que determinan la
conducta y el rendimiento de una empresa. Cabe destacar que arguyen que es difícil
codificar las rutinas y que parte de la cultura de la compañia, y- que como tales cuestan
de cambiar. Por otra parte, las rutinas son la razón principalpor la que las empresas
difieren en su rendimientoy de que exista una diferencia continuada en el tiempo en-
tre ellas. La literatura que inicióSteven Klepper interpretó este aspecto de las rutinas
como parte de 1a razón por la que los derivados tienen un rendimiento similar a la de
sus predecesores. Utilizo el mismo razonamiento en el diseño de moda: los diseñado-
res de moda crean en gran medida su nueva marca basándose en las rutinas organizativas aprendidas .de sus anteriores jefes. En mi investigación doctoral, descubrí que
desde el principio de la industria dela alta costura (1858, Paris), el rendimiento de las
empresas de losdiseñadores procedentes de otras firmas (de Nueva York, París, Milán
o Londres, etc.) era similar al de las firmas madre».
192 han encontrado las alianzas correctas. Los detalles respecto a las treguas
—a diferencia de las rutinas— dentro de la industria de la moda proceden de entrevistas con los propios diseñadores. Wenting respondió a mis preguntas de verificación
de datos de este modo: «Observe que no hablo de treguas. entre empresario y antiguo
jefe. Se trata de una extensión de la bibliografía sobre las rutinas organizativas que.
no he indagado específicamente. Sin embargo, en mi investigación sobre el efecto
herencia” entre la firma madre y la firma derivada, el papel dela “reputación” y la “red
social” suelen mencionarlas los diseñadores cuando hablan delas ventajas que tienen
.
con sus firmas madre».
194 Philip Brickell, un empleado de 43 años... Rodney Cowton y Tony Dawe,
“Inquiry Praises PC Who Helped to Fight King’s Cross Blaze”, The Times, 5 de febrero 1988.
,
194 al pie de una de las escaleras mecánicas cercanas. Los detalles sobre este
incidente proceden de diversas-fuentes, incluidas entrevistas, así como de D. Pennell,
Investigafion into the King’s Cross Underground Fire (Stationery Office Books, Norwich,
- Reino Unido, 1988); P. Chambers, Body 115: The Story ofthe Last Victim ofthe King’s
Cross Fire (Iohn Wiley and Sons, Nueva York, 2006); K. Moodíe, “The King’s Cross
Fire: Damage Assessment and Overview of the Technical Investigation”, Fire Safety
362
EL PODER DE LOS HÁBITOS
Journal 18 (1992), pp. 13-33; A. F. Roberts, “The K‘mg’s Cross Fire: A Correlation of
the Eyewitness Accounts and Results of the Scientific Investigation”, Fire Safety Jaurnal, 1992; “Insight: Kings Cross”, The Sunday Times, 22 de noviembre, 1987; “Relatives Angry Over Tube InquestiKing’s Cross Fire”, The Times, 5 de octubre 1988.
197 si‘no están bien diseñadas. En el informe Pennell, el investigador fue ambiguo respecto a cuánto se hubiera podido reducir 1a tragedia si se hubiera dado parte
del incidente del papel ardiendo. El informe Fennell es deliberadamente agnóstico respecto a este tema: «Seguiré siendo tema de conjeturas lo que hubiera sucedido si se hubiera avisado a los bomberos cuando se descubrió el papel ardiendo... El curso que hubieran tornado las cosas si se hubiera seguido el nuevo procedimiento y se hubiera llamado
inmediatamente a los bomberos es pura especulación».
201 «¿Por qué nadie se hizo cargode la situación?» “Answers That Must Surface - The King’s Cross Fire Is Over but the Controversy Continues”, The Times, 2 de
diciembre 1987; “Businessman Praised for Rescuing Two from Blazing Station Stairwell;
King's Cross Fire Inquest”, The Times, 6 de octubre 1998.
203 la responsabilidad final sobre la seguridad de los pasajeros. En un comu-
nicado para responder a mis preguntas de revisión de datos, un portavoz del Metro y
Ferrocarriles de Londres escribió: «El Metro de Londres ha reflexionado cuidadosamente sobre este tema y en esta ocasión no va a a facilitar más comentarios o ayuda
al resPecto. Hay mucha documentación sobre la respuesta del Metro de Londres acerca del incendio ocurrido en King’s Cross y los cambios organizativos que se hicieron
para resolver este tema, y la secuencia de acontecimientos que condujeron al incendio
aparece con todo detalle en el informe del señor Fennell, por lo que el Metro de Londres no considera necesario añadir más comentarios respecto a toda la documenta-
ción que ya existe sobre la materia. Entiendo que ésta no sea la respuesta que usted
esperaba».
204 costaron al hospital otros 450.000 dólares de multas. Felice Freyer, “Another Wrong-Site Surgery at R. I. H08pital”, The Provídence Journal, 28 de octubre 2009;
“Investigators Probing 5th Wrong-Site Surgery at Rhode Island Hospital Since 2007”,
Associated Press, 23 de octubre 2009; “R. I. HosPÍtal Fined 5150,000 in 5th Wrong-Site
Surgery Since 2007, Video Cameras to Be Installed”, Associated Press, 2 de noviembre
2009; carta al Hospital de Rhode Island del Departamento de Salud de Rhode Island,
2 de noviembre 2009; carta al Hospital de Rhode Island del departamento de Salud de
Rhode Island, 26 de octubre 2010; carta al H05pital de Rhode Island de los Centros para
los Servicios de Medicare and Medicaid, 25 de octubre 2010.
204 «El problema no desaparece», “‘The Problem’s Not Going Away’: Mistakes
Lead to Wrong-Side Brain Surgeries at R. I. Hospital”, Associated Press, 15 de diciembre 2007.
204 «...como si todo estuviera fuera de control.» En un comunicado, un portavoz del Hospital de Rhode Island escribió: «Nunca he oído que ningún periodista
“acosara” a un médico ni nunca he visto ningún tipo de incidente parecido en las noticias. Aunque no puedo hacer comentarios sobre las percepciones individuales, esta
cita da a entender que exitía un frenesí por parte de los medios, lo cual no es cierto.
Notas
363
Aunque los incidentes tuvieron una difusión a nivel nacional, ninguno de los medios
nacionales vino a Rhode Island».
204 en el hospital se creó un sentimiento de crisis. En un comunicado, un portavoz del Hospital de Rhode Island escribió: «Yo no describiría el ambiente como “crisis”, se trataba más bien de un estado de desmoralización entre buena parte del personal. Muchas personas se sintieron acosadas».
205 para garantizar que se respetaban los tiempos de descanso... La instalación de cámaras formaba parte de un acuerdo con el departamento estatal de sanidad.
205 Un sistema informático permitía... El Rhode Island Hospital Surgical Safety Backgrounder, proporcionado por los administradores del hospital. Para más información sobre las iniciativas de prevención del Hospital de Rhode Island, véase
httpzllrhodeislandhospital. org/rih/qualityl.
205 Pero cuando el sentimiento de crisis se apoderó... Para más información
sobre cómo las crisis pueden crear una atmósfera propicia para el cambio en la medi-
cina, y sobre cómo ocurren los errores de operar en el lado sano, véase Douglas
McCarthy y David Blumenthal, Ï‘Stories from the Sharp End: Case Studies in Safety
Improvement”, Milbanlc Quarterly 84 (2006), pp. 165-200; I. W. Senders y cols., “The
Egocentric Surgeon or the Roots ofWrong Side Surgery”, Quality and Safety in Health .
Care 17 (2008), pp. 396-400; Mary R. Kwaan y cols., “Incidence, Patterns, and Preven-
tion of Wrong-Site Surgery”, Archives of Surgery 141, n.°.4 (abril 2006), pp. 353-357.
205
Otros hospitales han hecho cambios similares... Para un debate sobre este
tema, véase McCarthy y Blumenthal, “Stories from the Sharp End”; Atul Gawande,
Better: A Surgeon’s Notes on Performance (Metropolitan Books, Nueva York, 2008);
Atul Gawande, The Checklist Manifesto: How to Get Things Right (Metropolitan Books, Nueva York, 2009).
206 Tras esa tragedia... NASA, “Report to the President: Actions to Implement
the Recommendations ofthe Presidential Commission on the Space Shuttle Challenger
Accident”, 14 de julio 1986; Matthew W. Seeger, "The Challenger Tragedy and Search
for Legitimacy", Communication Studies 37, n.° 3 (1986), pp. 147-157; Iohn Noble
Wilford, “New NASA System Aims to Encourage Blowing the Whistle”, The New
York Times, 5 de junio 1987; Ioseph Lorenzo Hall, “Columbia and Challenger: Organizational Failure at NASA”, Space Policy 19, n.° 4 (noviembre 2003), pp. 239-247;
Barbara Romzeky Melvin Dubnick, “Accountability in the Public Sector: Lessons from
the Challenger Tragedy”, Public Administration Review 47, n.° 3 (mayo-junio 1987),
pp. 227-238.
206 un error en la pista de aterrizaje... Karl B. Weick, “The Vulnerable System:
An Analysis of the Tenerife Air Disaster”, Journal ofManagement 16, n.° 3 (1990),
pp. 571-593; William Evan y Mark Manion, Minding the Machines: Preventing Technological Disasters (Prentice Hall Professional, Upper Saddle River, Nueva Jersey, 2002);
Raimo P. Hámáliiinen y Esa Saarinen, Systems Intelligence: Discovering a Hidden Competence in Human Action and Organizational Life (Helsinki University ofTechnology,
Helsinki, 2004).
364
EL PODER DE LOS HÁBITOS
- CAPÍTU LO 7
215 coger un paquete extra de otra marca... Los detalles sobre las tácticas sub.conscientes que utilizan los minoristas proceden de Jeremy Caplan, “Supermarket Science”, Time, 24 de mayo 2007; Paco Underhill, Why We Buy: The Science of Shopping
(Simon and Schuster, Nueva York, 2000); Jack Hitt; “The Theory of Supermarkets",
The New York Times, 10 de marzo 1996; “The Science of Shopping: The Way the Bra-
in Buys”, The Economist, 20 de diciembre 2008; “Understanding the Science of Shopping”, Talk of the Nation, National Public Radio, 12 de diciembre 2008; Malcolm
Gladwell, “The Science of Shopping”, The New Yorker, 4 de noviembre 1996.
215 podrían conseguir que compraran mi cualquier cosa. Literalmente, existen cientos de estudios que han investigado cómo influyen los hábitos en las conductas
de los compradores; y cómo los impulsos inconscientes y semiinconscientes influyen
en las decisiones, que de otro modo serían inmunes alos desencadenantes habituales.
Para más información sobre este fascinante tema, véase H. Aarts, A. van Knippenberg
y B. Verplanken, “Habit and Information Use in Travel Mode Choices”, Acta Psychologica 96, n.“ 1-2 (1997), pp. 1-14; J. A. Bargh, “The Four Horsemen of Automaticity:
Awareness, Efficiency, Intention, and Control in Social Cognition”, en Handbook of
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Future Blood Donor Returns: Past Behavior, Intentions, and Observer Effects”, Health
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‘Cherry Pickers’: How Retail Customers Split Their Shopping Baskets”, manuscrito inédito, Southern Methodist University, 2002; S. Gopinath, R. Blattberg y E. Malthouse,
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215 «¡Las patatas Lay están de oferta!» C. Park, E. Iyer y D. Smith, “The Effects
of Situational Factors on In—Store Grocery Shepping Behavior: The Role of Store Environment and Time Available for Shopping”, The Journal of Consumer Research 15,
n.° 4 (1989), pp. 422-433. Para más información sobre este tema, véase I. Belyavsky
Bayuk, C. Ianiszewski y R. Leboeuf, “Letting Good Opportunities Pass Us By: Examining the Role of Mind-set During Goal Pursuit”, Journal ofConsumer Research 37,
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tudes and Intentions Following Difi'icult Decisions”, Journal ofConsumer Research 37,
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216 Universidad del Sur de California... D. Neal y W. Wood, “The Habitual
Consumer”, journal of Consumer Psychology 19, n.° 4 (2009), pp. 579-592. Para otras
investigaciones sobre el tema, véase R. Fazio y M. Zanna, “Direct Experience and Attitude-Behavior Consistency”, en Advances in Experimental Social Psychology, L. Berkowitz,
ed. (Academic Press, Nueva York, 2005); R. Abelson y R. Schank, “Knowledge and
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Notas
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of Behavioral Mindsets in Goal-Directed Activity: Conceptual Underpinnings and Empirical Evidence”, Journal ofConsumer PsychologyZO, n.° 2 (2010), pp. 107-125.
217 noticias sobre religión u ofertas de tabaco. Julia Angwin y Steve Stecklow,
“‘Scrapers’ Dig-Deep for Data on Web”, The Wall Street Journal, 12 de octubre 2010;
Mark Maremont y Leslie S'cism, “Insurers Test Data Profiles to Identify Risky Clients”,
The Wall Street Journal, 19 de noviembre 2010; Paul Sonne y Steve Stecklow, “Shunned
Profiling Technology on the Verge of Comeback”, The Wall Street Journal, 24 de noviembre 2010.
218 Pole pasó una diapositiva... Esta diapositiva procede de una conferencia
introductofia que dio Pole en Predicted Analytics World, Nueva York, 20 de octubre
2009. Ya no es posible conseguirla por internet. Véase, además, Andrew Pole, “Challenges of Incremental Sales Modeling in Direct Marketing”.
221 empiecen a comprar otras marcas de cerveza. Es dificil hacer correlaciones especificas entre los tipos de cambio en la vida y productos especificos. Por este
motivo, aunque sepamos que las personas que se trasladan o divorcian cambiarán sus
patrones de compra, no sabemos si el divorcio siempre influye .en la cerveza, o si un
traslado influye en la compra de cereales. Pero se mantiene la tendencia general. Alan
Andreasen, “Life Status Changes and Changes in Consumer Preferences and Satisfaction”, Journal of Consumer Research 11, n.° 3 (19.84), pp. 784-794. Para más informa-
ción sobre este tema, véase E. Lee, A. Mathur y G. Moschis, “A Longitudinal Study
of the Effects ofLife Status Changes on Changes in Consumer Preferences”, Journal of
the Academy ofMarketing Science 36, n.° 2 (2007), pp. 234—246; L. Euehun, A. Mathur
y G. Moschis, “Life Events and Brand Preferences Changes”, Journal of Consumer
Behavior 3, n.° 2 (2003), p‘p. 129-141.
221 les importa bastante. Para más información sobre este fascinante tema
sobre cómo ciertos momentos ofrecen oportunidades a los especialistas en marketing
(o a las agencias estatales, alos activistas para la salud o a cualquier otra organización,
a este respecto) para influir en los hábitos, véase Bas Verplanken y Wendy Wood,
“Interventions to Break and Create Consumer Habits”, Journal ofPublic Policy and
Marketing 25, n.° I. (2006), pp. 90-.103; D. Albarracín, A. Early]. C. Gillette, “A Test
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Triandis, “Values, Attitudes, and Interpersonal Behavior", Nebraska Symposium on
Motivation 27 (1980), pp. 195-259.
222 antes de que éste cumpla su primer año de vida. “Parents Spend 55,000 on
Newbom Baby Before Its First Birthday”, Daily Mail, 20 de septiembre 2010.
Nótas
369
223 36.300 millones de dólares al año. Brooks Barnes, “Disney Looking into
Cradle for Customers”, The New York Times, 6 de febrero 2011.
224 Jenny Ward es una joven de 23 años... Los nombres de este párrafo son
pseudónimos para ilustrar el tipo de clientas que pueden detectar los modelos de Tar‘
get. No son compradores reales.
226 para hacer un perfil de sus hábitos de compra. “McDonald’s, CBS, Mazda, and Microsoft Sued for ‘History Sniffing’”, Forbes.com, 3 de enero 2011.
226 preguntar a sus clientes sus códigos postales... Terry Baynes, “California
Ruling Sets Off More Credit Card Suits”, Reuters, 16 de febrero 2011.
228 que predecia si una melodia podia ser un éxito. A. Elberse, I. Eliashbert y
I. Villanueva, “Polyphonic HMI: Mixing Music with Ma ”, Harvard Business Review,
24 de agosto 2005.
229 de 37 veces en todo el Ines. Mi agradecimiento a Adam Foster, director del
servicio de datos, NielsenBDS.
229 A los oyentes no sólo no les gustaba Hey-Ya!, Mi agradecimiento a Paul
Heine, ahora en Inside Radio; Paul Heine, “Fine-tuning Pe0ple Meter”, Billboard, 6 de
noviembre 2004; PaulHeine, “Mscore Data Shows Varying Relationship with Airplay”,
Billboard, 3 de abril 2010.
230 convertir a Hey Ya! en un éxito. En un comunicado para verificar datos,
Steve Bartels, el director ejecutivo de promociones de Arista, hizo hincapié en que Hey
Ya! se estaba polarizando como algo bueno. La canción fue lanzada y promocionada
con otra melodia —The Way You Move—, que era el otro gran single del segundo CD
del doble álbum Speakerboxxx/The Love Below de OutKast. «Esperas que haya una
reacción —me dijo Bartels-. Algunos de los mejores [directores de programas] vieron la polarización como una oportunidad para dar una identidad a la emisora. Para
mí el hecho de que haya habido una rápida reacción de cambiar de canal, no significa que no estemos teniendo éxito. Mi trabajo es convencer a los directores de programa de que esa es la razón por la que han de tener en cuenta esta canción.»
232 se quedaban enganchados. Stephanie Clifford, “You Never Listen to Celine
Dion? Radio Meter .Begs to Differ”, The New York Times, 15 de diciembre 2009; Tim
Feran, “Why Radio’s Changing Its Tune”, The Columbus Dispatch, 13 de junio 2010.
232 el córtex parietal-superior. G. S. Berns, C. M. Capra y=S. Moore, “Neural
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236 camuflarlo con el atuendo de todos los días. Quiero hacer la observación
de que éste fue sólo uno de los múltiples descubrimientos del comité (que tuvieron
un gran alcance). Para un fascinante estudio sobre el comité y su repercusión, véase
Brian Wansink, “Changing Eating Habits on the Home Front: Lost Lessons from World
War II Research”, Journal ofPublic Policy and Marketing 21, n.° l (2002), pp. 90-99.
236 un investigador de nuestros días... Wansink, “Changing Eating Habits on
the Home Front”, art. cit.
236 «...encantado de comer un pastel de riñones y carne». Brian Wansink,
Marketing Nutrition: Soy, Functional Foods, Biotechnology, and Obesity (University of
Illinois, Champaign, 2007).
236 había aumentado un 50 por ciento. Dan Usher, “Measuring Real Consumption from Quantity Data, Canada 1935-1968”, en Household Production and Consumption, Nestor Terleckyj, ed. (National Bureau ofEconomic Research, Nueva York,
1976). Es muy dificil conseguir datos sobre el consumo de vísceras en Estados Unidos,
por lo que estos cálculos se basan en las tendencias canadienses, donde hay muchos
más datos sobre el tema. En las entrevistas realizadas a funcionarios de Estados Unidos me han dicho que las cifras de Canadá son bastante representativas de las tendencias de Estados Unidos. Los cálculos de trabajo de Usher se basan en los cálculos de la
«carne enlatada» que contenía vísceras.
241 «...considerables aumentos en visitas a las tiendas y en ventas.» Target
Corporation Analyst Meeting, 18 de octubre 2005.
CAPÍTULO s
247 una moneda de 10 centavos en la máquina. Mi agradecimiento a los historiadores que se han ofrecido a ayudarme a entender mejor el boicot del autobús de
Montgomery, incluidos Iohn A. Kirk y Taylor Branch. También me han ayudado a
comprender mejor estos hechos las siguientes fuentes: John A. Kirk, Martin Luther
King, In: Profiles in Power (Longman, Nueva York, 2004); Taylor Branch, en Parting
the Waters: America in the King Years, 1954-63 (Simon and Schuster, Nueva York,
1988); Taylor Branch, Pillar ofFire: America in the King Years, 1963-65 (Nueva York:
Simon and Schuster, 1998); Taylor Branch, At Canaan’s Edge: America in the King
Years, 1965-68 (Simon and Schuster, Nueva York, 2006); Douglas Brinkley, Mine Eyes
Have Seen the Glory: The Life ofRosa Parks (Weidenfeld and Nicolson, Londres, 2000);
Martin Luther King, In, Stn‘de Toward Freedom: The Montgomery Story (Harper and
Brothers, Nueva York, 1958); Clayborne Carson, ed., The Papers ofMartin Luther
King, In, vol. 1, Called to Serve (University of California, Berkeley, 1992); vol. 2, Redis-
covering Precious Values (1994); vol. 3, Birth ofa New Age (1997); vol. 4, Symbol of the
Notas
373
Movement (2000); vol. 5, Threshold of a New Decade (2005); Aldon D. Morris, The
Origins of the Civil Rights Movement (Free Press, Nueva York, 1986); James Forman,
The Making ofBlack Revolutionaries (University of Washington, Seattle, 1997). Donde no se menciona, los hechos han sido extraídos principalmente de estas fuentes.
248 Hágalo —-respondió Parks. Henry Hampton y Steve Fayer, eds., Voices of
Freedom: An Oral History of the Civil Rights Movementfiom the 19505 Through the
19805 (Bantam Books, Nueva York, 1995); Rosa Parks, Rosa Parks: My Story (Puffin,
Nueva York, 1999).
248 Ia ley es la ley... John A. Kirk, Martin Luther King, Jn: Profiles in Power
(Longman, Nueva York, 2004).
249 un proceso en tres partes... Para más información sobre la sociología de los
movimientos, véase G. Davis, D. McAdam y W. Scott, Social Movements and Organizations (Cambridge University, Nueva York, 2005); Robert Crain y Rita Mahard, “The
Consequences of Controversy Accompanying Institutional Change: The Case of School
Desegregation”, American Sociological Review 47, n.° 6 (1982), pp. 697-708; Azza Salama Layton, “International Pressure and the U.S. Government’s Response to Little
Rock”, Arkansas Historical Quarterly 56, n.° 3 (1997), pp. 257-272; Brendan Nelligan, “The Albany Movement and the Limits of Nonviolent Protest in Albany, Georgia, 1961-1962”, Providence College Honors Thesis, 2009; Charles Tilly, Social Movements, 1768-2004 (Paradigm, Londres, 2004); Andrew Walder, “Political Sociology
and Social Movements”, Annual Review ofSociology 35 (2009), pp. 393-412; Paul Almeida, Waves ofProtest: Popular Struggle in El Salvador, 1925-2005 (University of
Minnesota, Minneapolis, 2008); Robert Benford, “An Insider’s Critique of the Social
Movement Framing Perspectiva”, Sociological Inquiry 67, n.° 4 (1997), pp. 409-430;
Robert Benford y David Snow, “Framing Processes and Social Movements: An Overview and Assessment”, Annual Review of Sociology 26 (2000), pp. 611-639; Michael
Burawoy, Manufacturing Consent: Changes in the Labor Process Under Monopoly Capitalism (University of Chicago, Chicago, 1979); Carol Conell y Kim Voss, “Formal
Organization and the Fate of Social Movements: Craft Association and Class Alliance
in the Knights of Labor”, American Sociological Review 55, n.° 2 (1990), pp. 255-269;
James Davies, ‘Toward a Theory ofRevolution”, American Sociological Review 27, n.° 1
(1962), pp. 5-18; William Gamson, The Strategy ofSocial Protest (Dorsey, Homewood,
Illinois, 1975); Robert Benford, “An Insider’s Critique of the Social Movement Fra-
ming Perspecüve”, Sociological Inquiry 67, n.° 4 (1997), pp. 409-430; Jeff Goodwin, No
Other Way Out: States and Revolutionary Movements, 1945-1991 (Cambridge University, Nueva York, 2001); Jeff Goodwin y James Jasper, eds., Rethinlcing Social
Movements: Structure, Meaning, and Emotion (Rowman and Littlefield, Lanham,
Maryland, 2003); Roger Gould, “Multiple Networks and Mobilization in the Paris
Commune, 1871”, American Sociological Review 56, n.° 6 (1991), pp. 716-729; Joseph
Gusfield, “Social Structure and Moral Reform: A Study of the Woman’s Christian
Temperance Union”, American Journal ofSociology 61, n.° 3 (1955), pp. 221-231;
DOug McAdam, Political Process and the Development ofBlack Insurgency, 1930-1970
(University of Chicago, Chicago, 1982); Doug McAdarn, “Recruitment to High-Risk
374
EL PODER DE Los HÁBITOS
Activism: The Case of Freedom Summer”, American Journal of Sociology 92, n.° l
(1986). pp. 64-90; Doug McAdam, “The Biographies] Consequences of Activism”,
American Sociological Review 54, n.° 5 (1989), pp. 744-760; Doug McAdam, “Conceptual Origins, Current Problems, Future Directions”, en Comparative Perspectives on
Social Movements: Political Opportunities, Mobilizing Structures, and Cultural'Framings, Doug McAdam, John McCarthy y Mayer Zald, eds. (Cambridge University,
Nueva York, 1996); Doug McAdam y Ronnelle Paulsen, “Specifying the Relationship
Between Social Ties and Activism”, American Journal ofSociology 9-9, n.° 3 (1993),
pp. 640-667; D. McAdam, S. Tarrow y C. Tilly, Dynamics of Contention (Cambridge
University, Cambridge, 2001); Judith Stepan-Norris y Judith Zeitlin, “‘Who Gets the
Bird?’ or, How the COmmunísts Won Power and Trustin America’s Unions", Ameri-
can Sacioiogical Review 54, n.° 4 (1989), pp. 503-523; Charles Tilly, From MobiIiZation
to Revolution (Addison-Wesley, Reading, Massachusetts, 1978).
250 replicarle a un conductor de autobús.'.. Phillip. Hoose, Claudette Calvin:
Twice Toward Justice (Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 2009).
250 y negarse a levantarse. Ibid.
250 sentándose al lado de un hombre y un niño blancos. Russell Breadman,
Freedom Walkers: The Story of the Montgomery Bus Boycott (Holiday House, Nueva
York, 2009).
250 «...aceptaban los abusos y humillaciones que la acompañaban.» Martin
Luther King, IL, Stride Taward Freedom (Harper and Brothers, Nueva York, 1958).
251 «...servía para compensar la existencia de unos cuantos sociópatas.»
Taylor Branch, 'Parting the Waters: America in the King Years, 1954-63 (Simon and
Schuster, Nueva York, 1988).
l
253
«Los blancos te matarán, Rosa», Douglas Brinkley, Mine Eyes Have Seen
the Glory: The Life ofRosa Parks (Weidenfeld and Nicolson, Londres, 2000).
253
«...estaré encantada de hacerlo.» John A. Kirk, Martin Luther King, In: Pro-
files in Power (Longman, Nueva York, 2004).
253
«...en señal de protesta por el arresto y el juicio.» Carson, Papers ofMar-
tin Luther King, Jr.
256 cómo 282. hombres habían encontrado su... Mark Granovetter, Getting a
Job: A Study of Contacts and Careers (University of Chicago, Chicago, 1974).
256
de los que, de otro modo, nunca nos hubiéramos enterado. Andreas Fla-
che y Michael Macy, “The Weakness of Strong Ties: Collective Action Failure in a
Highly Cohesive Group”, Journal ofMathematicaI Sociology 21 (1996), pp. 3-28. Para
más información sobre este tema,'véase Robert Axelrod, The Evoiution ofCooperation
(Basic Books, Nueva York, .1984); Robert Bush y Frederick Mosteller, Stochastic Mo-
delsfor Learning (Wiley, Nueva York, 1984); I. Erev, Y. Bereby-Meyer y A. E. Roth,
“The Effect of Adding a Constant to All Payoffs: Experimental Investigation and Implications for Reinforcement Learning Models”, Journal ofEconomic Behavior and
Organization 39, n.° l (1999), pp. 111-128; A. Flache y R. Hegselmann, “Ratíonal vs. '
Adaptive Egoísm in Support Networks: How Different Micro Foundations Shape Different Macro Hypotheses”, en Game Theory, Experience, Rationaiity: Poundations of
Notas
375
Social Sciences, Economics, and Ethics in Honor ofJohn C. Harsanyi (Yearhook of
the Institute Vienna Circle), W. Leinfellner y E. Kóhler, eds. (Kluwer, Boston, 1997),
pp. 261-275; A. Flache y R. Hegselmann, “Rationalitv vs. Learning in the Evolution of
Solidaritv Networks: A Theoretical Comparison”, Computational and Mathematical
Organization Theory 5, n.° 2 (1999), pp. 97-127; A. Flache y R. Hegselmann, “Dynamik Sozialer Dilemma—Situationen”, informe final de investigación del Proyecto-BFG
sobre la Dinámica de las Situaciones de Dilema, Universidad de Bayreuth, Depart—
mento de Filosofia, 2000; A. Flache y Michael Macy, “Stochastic Collusion and the
Power Law of Learning”, Journal of Conflict Resolution 46, n.° 5 {2002), pp. 629-653;
Michael Macy, “Learning to Cooperate: Stochastic and Tacit Collusion in Social Exchange”, American Journal of Sociology 97, n.° 3 (1991), pp. 808-843; E. P. H. Zeggelink, “Evolving Friendship Networks: An Individual-Oriented Approach Implementing Sirnilarity”, Social Networks 17 (1996), pp. 83-110; Iudith Blau, “When Weak Ties
Are Structured”, manuscrito inédito, Depa'rtmento de Sociología, Universidad Estatal
de Nueva York, Albany, 1980; Peter Blau, “Parameters of Social Structure”, American
Sociologicai Review 39, n.° 5 (1974). pp. 615-635; Scott Boorman, “A Combinatorial
Optimization Model for Transmission ofJob Information Through Contact Networ ”,
Bell Journal ofEconomics 6, n.° 1 (1975), pp. 216-249; Ronald Breiger y Philippa Pattison, “The Ioint Role Structure ofTwo Communities’ Elites”, Sociological Methods and
Research 7, n.° 2 (1978), pp. 213-226; Daryl Chubin, “The Conceptualization of Scientific Specialties”, Sociological Quarterly 17, n.° 4 (1976), pp. 448-476; Harry Collins,
“The TEA Set: Tacit Knowledge and Scientific Networks”, Science Studies 4, n.° 2 (1974),
pp. 165-186; Rose Coser, “The Complexity of Roles as Seedbed of Individual Autonomy”, en The Idea ofSocial Structure: Essays in Honor ofRobert Merton, L. Coser, ed.
(Harcourt, Nueva York, 1975); John Delany, “ASPects ofDonative Resource Allocation
and the Efficiency of Social Networks: Simulation Models of Iob Vacancy Information Transfers Through Personal Contacts”, discurso de doctorado, Universidad de
Yale, 1980; E. Bricksen y W. Yancev, “The Locus of Strong Ties”, manuscrito inédito,
Departmento de Sociología, Universidad de Temple, 1980.
257 la mayor parte dela población no se verá afectada.» Mark Granovetter,
“The Strength ofWeak Ties: A Network Theory Revisited”, Sociological Theory 1 (1983),
pp. 201-233.
258 ...dedicado a inscribir a los votantes negros del Sur. McAdam, “Recruitment to High-Risk Activism”.
259 más de 300 de los que habian sido aceptados... Ibíd.; .Paulsen, “Specifying
the Relationship Between Social Ties and Activism".
259 habian participado en el Verano de la Libertad... En un correo electrónico que me envió McAdam para verificar mis datos, me facilitó detalles sobre 1a génesis
del estudio: «Mi interés inicial era intentar comprender los vinculos entre el movimiento por los derechos civiles y otros nuevos movimientos izquierdistas anteriores; concretamente, el movimiento estudiantil, el movimiento antibelicista y el movimiento
de liberación de la mujer. No fue hasta que pude disponer de las solicitudes y me di
cuenta de que algunas eran de voluntarios y otras de “no presentados” cuando me
376
EL ponen DB LOS HÁBITOS
interesó averiguar a) por qué algunos fueron a Mississippi y otros no, y b) la repercusión a largo plazo en‘ los dos grupos de ir o no ir».
261 les fue imposible echarse atrás. En otro 'correo CleCtrónico para verificar
datos, McAdam escribió: «Para mí la importancia delos vínculos con una organización no es que hagan “imposible” que el voluntario Se vuelva atrás, sino que garantizan que el solicitante probablemente recibirá mucho apoyo por la vinculación entre Ia
identidad más destacada (i.e., cristiana) y su participaCÍÓfl en el PIOYGÜO estival. T31
como he destacado [en un artículo] “es una fuerte identificación subjetiva con una
identidad en particular, "reforzada por los vínculos de Ia organización que es más que
probable que fomente la participación”».
_
262
«Habría resultado un poco extraño reunirnos allí sin ti.» Tom Mathews
and Roy Willdns, Standing Fast: The Autobiogmph)’ OÍROY Wiki?” (D3 Capo, Cambridge, Massachusetts, 1994).
_
263 «...b0icotear los autobusesel lunes». Branch, Parting the Waters.
264
cantando [<(H0y no hay pasajero‘s»]. King. Stride Toward Freedom; James
M. Washington, A Testament ofHope: The Essential Writings and Speeches ofMartín
Luther King, Ir. (Nueva York, HarperCollins, 1990).
265 estaba en entredicho. King, Stride Toward Freedom, ob.-ciL
265 empezó a dibujar círculos alrededor de las principales ciudades de Estados Unidos. Debo una mayor comprensión de la'historia del'pastor Warren al propio
Rick Warren, a Glenn Kruen, Steve Gladen, Jeff Sheler, AnneKrumm, Y alos siguientes libros: Jeffrey Sheler, Prophet ofPurpose: The Life OÍRÍCk Warren (Doubleday,
Nueva York, 2009); Rick Warren, The Purpose-Driven Church (Zondervan, Grand
Rapids, Michigan, 1995); y alos siguientes artículos: Barbara Bradley, "Marketing
That New-Time Religion”, Los Angeles Tim es, 10 de diciembre 1995; John Wilson,
“Not Just Another Mega Church”, Christianíty Today, 4 de diciembre 2000; “Therapy
of the Masses”, The Economist, 6 de noviembre 2003; “The Glue of Society”, The Economist, 14 de julio 2005; Malcolm Gladwell, “The Cellular Church”, The New Yorker,
12 de septiembre 2005; Alex MacLeod, “Rick Warren: A Heart for the Poor", Presb)”erian
Record, 1 de 'enero 2008;'Andrew, Ann y John KHzma, “How Religion Has Embraced
Marketing and the Implications for Business”, Journal OfManagement and Marketing
Research 2 (2009), pp. 1-10.
266 «...nuestro destino estaba decidido.» Warren, Purpose-Driven Church,
ob. cit.
266
«...alguna Oportunidad de liberar alas masas». Donald McGavran, The
Bridges ofGod (Friendship Press, Nueva York, 1955)- Las ““5”“ son mías.
268 «Cómo sobrevivir con estrés». Sheler, PrOPhet ofPurpose, ob. dt
268
«Necesito sentarme.» En un correo electrónico para verificar datos, un por-
tavoz de SaddIeback me facilitó más detalles: «Rick padece un trastorno en su química
cerebral que le hace alérgico a la adrenalina. Este problema genético no responde a las
medicaciones y le dificulta hablar en público, le nubla la vista, le produce dOÏOI de cabeza, sofocos y pánico. Los síntomas suelen durar unos quince minutos, el tiempo que
tarda el cuerpo en consumir suficiente adrenalina para regresar a 1a normalidad. (La adre-
Notas
377
nalina le sube, como puede sucederle a cualquier orador, cuando se levanta para rezar.)
El pastor Rick dice que esta debilidad hace que dependa más de Dios».
271 hábitos malos por otros buenos que te ayuden a desarrollar... Discovering
Spiritual Maturity, Class 201, publicado por Saddleback Church, httpzllwwwsaddle
backresources.comlCLASS-201-Discovering-Spiritual-Maturity-Complete-Kit-Dow
nload-P3532.aspx.
271 «mno interferir envuestro camino.» En un correo electrónico para verifi-
car datos, un portavoz de Saddleback me dijo que, aunque uno de los principios importantes de Saddleback sea enseñar a las personas a ser sus propios guías, «esto implica
que cada persona puede ir en cualquier dirección que elija. Los principios/directrices
bíblicos tienen una dirección clara. La meta de un pequeño grupo de estudio es enseñar a las personas las disciplinas espirituales de la fe y los hábitos cotidianos que podemos aplicar en nuestra vida».
272 «...comunidad negra para proseguir la lucha.» Martin Luther King, Ir.,
The Autobíography ofMan‘in Luther King, In, Clayborne Carson, ed. (Grand Central,
Nueva York, 2001).
272 «...a hierro muere.» Carson, King, ob. cit.
275 la ley de segregación racial de los autobuses de Montgomery violaba la
Constitución. Browder v. Gayle, 352 U.S. 903 (1956).
276 se sentaron delante. Washington, Testament ofHope, ob. cit.
276 «Estamos muy contentos de tenerle aquí esta mañana» Kirk, Martin Luther
King, In, ob. cit.
276 «...Iucha y preocupación que ocasionó el boicot.» Ibíd.
CAPÍTULÓ 9
279 arreglar el cajón de los cubiertos. “Angie Bachma'nn" es un pseudónimo.
La narración de su historia se basa en más de diez horas de entrevistas con Bachmann,
en entrevistas adicionales a personas que la conocen, y en docenas de nuevos artículos
y archivos judiciales. No obstante, cuando le presenté a Bachmann mis preguntas para
contrastar datos, se negó a participar, salvo por el comentario de que casi todos los
detalles expuestos no eran exactos —incluidos los que ella misma me habia confirmado con anterioridad, asi como los que confirmé a través de otras fuentes, en los informes judiciales u- otros documentos públicos— y luego cortó la comunicación.
281 «...mientras miles resultan perjudicados.» The Writings of George Washington, vol. 8, ed. Jared Sparks (1835).
282
más de 269 millones de dólares... Iowa Racing and Gaming Commissi0n,
Des Moines, Iowa, 2010. 285 «¿Qué he hecho?» Simon de Bmxelles, “Sleepwalker Brian Thomas Admits
Killing Wife While Fighting Intruders in Nightmare”, The Times, 18 de noviembre 2009.
286 «Pensé que habia entrado alguien...» Jane Mathews, “My Horror, by Husband Who Strangled Wife in Nightmare”, Daily Express, 16 de diciembre 2010.
378
EL PODER DE LOS HÁBITOS
286 «Ella era mi mundo.» Simon de Bruxelles, “SleepwaJker Brian Thomas Admits Killing Wife While Fighting Intruders in Nightmare”, The Times, 18 de noviembre 2009.
288
es un problema molesto pero benigno. En algunos casos, 1a gente es sonám-
bula mientras sueña, estado que se conoce como trastorno comportamental del sueño
REM (véase C. H. Schenck y cols., “Motor Dyscontrol in Narcolepsy: Rapid-Eye-Movement [REM] Sleep Without Atonia and REM Sleep Behavior Disorder”, Annals ofNearoiogy 32, n.° 1 {julio 1992], pp. 3410). En otroscasos, la. gente no sueña, pero se mueve.
288 algo denominado terrores nocturnos. C. Bassettí, F. Síclari y R. Urbaniok,
“Violence in Sleep", SchweizerArchív Pur Neurologie und PsyChiatrie 160, n.° 8 (2009),
pp. 322—333.
’
289 sitúan las cosas en su Contexto
289 sin estímulo de las zonas superiores del cerebro. C. A. Tassinari y cols.,
“Biting Behavior, Aggression, and Seizures”, Epilepsia 46, n.° 5 (2005), pp. 654-663;
C. Bassetti y cols., “SPECT During Sleepwalking”, The Lancet 356, n.° 9228 (2000),
pp. 484-485; K. Schindler y cols., “Hypoperfusion of Anterior Cingulate Gyrus in a
Case of Paroxysmal Nocturna] Dustonia”, Neurology 57, n.° 5 (2001), pp. 917-920; C. A.
Tassinari y cols., “Central Pattern Generators fora Common Semiolog)r in Pronto-Limbic Seizures and in Parasomnias”, Neurologicai Sciences 26, n.° 3 (2005), pp. .225‘232.
290 «...en el 64 por ciento de los casos..., con heridas en “el'3%». P. T. D’Orban
y C. Howard, “Violence in Sleep: Medico-Legal Issues and Two Case Reports”, Psychological Medicine 17, n.° 4 (1987), pp. 915-925; B. Boeve, E. Olson y M. Silber, "Rapid Eye Movement Sleep Behavior Disorder: Demographíc, Clinical, and Laboratory
Findings in 93 Cases”, Brain 123, n.° 2 (2000), pp. 331-339.
291 Tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido... John Hudson,
“Common Law-Henry II and the Birth of a State”, BBC, 17 de febrero 2011; Thomas
Morawetz, “Murder and Manslaughter: Degrees of Seriousn’ess, Common Law and
Statutory Law, the-Model Penal Code”, Law Library-American Law and Legal Information, http://law.jrank‘.org/pagesl lSóSZ/Homicidehtrnl.
291
que jamás hubieran cometido conscientemente. M. Diamond, “Criminal
Responsibility ofthe Addiction: Conviction by Force of Habit”, Fordham Urban Law
Journal l, n.° 3 (1972); R. Broughton y cols., “Homicidal Somnambulism: “A Case
Report", Sleep 17-, n.° 3 (1994), pp. 253-264; R. Cartwright, “Sleepwalking Violence:
A Sleep Disorder, a Legal Dilemma, and a Psychological Challenge”, American Journal ofPsychiatry 161, n.° 7 (2004), pp. 1149-1158; P. Fenwick, “Automatism, Medicine, and the Law”, Psychological Medicine Monograph Supplement, n.° 17 (1990),
pp. 1-27; M. Hanson, “Toward a New Assumption in Law and Ethics”, The Humanist
66, n.° 4 (2006).
291
el ataque se había producido durante un episodio de terror nocturno. L.
Smith-Spark, “How Sleepwalking Can Lead to Killing”, BBC News, 18 de marzo 2005.
291
Fue puesta en libertad del cargo de intento de asesinato... Beth Hale,
“Sleepwalk Defense Clears Woman of Trying to Murder Her Mother in Bed", Daily
Mail, 3 de junio 2009.
Notas
379
291 terrores nocturnos y fue declarado inocente. Iohn Robertson and Gareth
Rose, “Sleepwalker Is Cleared ofRaping Teenage Girl”, The Scotsman, 22 de junio 2011.
291 «...¿Por qué lo hice?» Stuart Ieffries, “Sleep Disorder: When the Lights Go
Out”, The Guardian, 5 de diciembre 2009.
293
su mente no controlaba... Richard Smith, “Grandad Killed His Wife Du-
ring a Dream’Ï, The Mirror, 18 de noviembre 2009.
293 «...directamente un veredicto de inocencia.» Anthony Stone, “Nightmare
Man Who Strangled His Wife in a ‘Night Terror’ Walks Free”, Western Mail, 21 de
noviembre 2009.
293
usted no es responsable. Ibíd.
295 para perfeccionar sus métodos. Christina Binldey, “Casino Chain Mines
Data on Its Gamblers, and Strikes Pay Dirt”, The Wall Street Journal, 22 de noviembre 2004; Rajiv Lai, “Harrah’s Entertainment, Inc.”, Harvard Business School, caso
n.° 9-604-016, 14 de junio 2004; K. Ahsan y cols., “Harrah’s Entertainment, Inc.: RealTime CRM in a Service Supply Chain”, Harvard Business Review, caso n.° G850, 8 de
mayo, 2006; V. Chang y I. Pfefi'er, “Gary Loveman and Harrah’s Entertainment”, Harvard Business Review, caso n.° OB45, 4 de noviembre 2003; Gary Loveman, “Diamonds
in the Data Mine”, Harvard Business Review, caso n.° ROBOSH, 1 de mayo 2003.
295
al centavo y al minuto. Caesars Entertainment escribió en una declaración:
«Bajo las condiciones del acuerdo pactado en mayo de 2011 entre Caesars Riverboat
Casino y [Bachmann], ambas partes (incluidos susrepresentantes) tienen prohibido
comentar ciertos detalles del caso... Hay muchos puntos específicos que rebatiríamos,
pero no podemos hacerlo. Usted nos ha planteado varias preguntas respecto a las conversaciones que supuestamente tuvieron lugar entre [Bachmann] y los empleados afiliados no mencionados de Caesars. Como ella no proporcionó nombres, no se puede
realizar una verificación independiente de su versión, y e3peramos que la suya refleje
eso, ya sea omitiendo dichas historias o aclarando que no se han podido comprobar.
Al igual que la mayoria de las grandes empresas de la industria de los servicios, prestamos atención alas decisiones de compra de nuestros clientes para controlarsu satisfacción y evaluar la eficacia de nuestras campañas de marketing. A1 igual que la mayoría de las empresas, buscamos formas de atraer alos clientes y hacemos todo lo posible
para mantener su lealtad. Y como la mayoría de las empresas, cuando nuestros clientes cambian sus patrones establecidos, intentamos averiguar por qué, y animarles a
que regresen. Es lo mismo que hacenlas cadenas de hoteles, las compañías aéreas o las
lavanderías. Eso es dar buen servicio al cliente... Caesars Entertainment, (anteriormen-
te conocido como Harrah’s Entertainment) y sus socios han sido durante mucho tiempo líderes en el juego responsable en esta industria. Fuimos la primera compañia de
juego que creó un Código de Compromiso escrito que indica cómo tratar a nuestros
invitados. Fuimos la primera empresa de casinos con un programa nacional de autoexclusión que permite alos clientes desautorizarse a ellos mismos para entrar en cualquiera de nuestros establecimientos si creen que tienen algún problema, o por alguna
otra razón. Y somos la única empresa de casinos que patrocina una campaña publicitaria televisiva para promover el juego responsable. Esperamos que su versión refleje
330
EL PODER DE LOS HÁB_ITOS
todos estos aspectos, así como ¿1 hecho de que ninguna de las afirmaciones de [Bachmann’s] que usted cita han sido verificadas independientemente».
296 «...tenían todas esas atenciones conmigo.» Caesars Entertainment escribió en una declaración: «Nunca despediríamos o penalizariamos a a uno de nuestros
empleados porque uno de los clientes dejara de visitarnos (salvo que se debiera directamente a una acción que hubiera realizado). Y ninguno de nuestros anfitriones está
autorizado a decirle a un cliente que va a ser despedido o penalizado si deja de venir».
298
miraran una máquina tragaperras que giraba constantemente. M. Dixon
y R. Habib, “Neurobehavioral Evidence for the ‘Near-Miss’ Effect in Pathological Gamblers”, Journal ofthe Experimental Analysis ofBehavior 93; n.° 3 (2010), p. 313-328; H.
Chase y L. Clark, “Gambling Severity Predicts Midbrain Response to Near-Miss Outcomes”, Journal ofNeuroscíence 30, n.° 18 (2010), pp. 6180-6187; L. Clark y c_ols.,
“Gambling Near—Misses Enhance Motivation to Gamble and Recruit Win-Related
Brain Circuitry”, Neuron 61, n.° 3 (2009), pp. 481-490; Luke Clark, “Decision-Making
During Gambling: An Integration of Cognítive and Psychobiological Approaches”,
Philosophical Transactions of the Royal Society ofLondon, Series B: Biological Sciences 365, n.° 1538 (2010), pp. 319-330.
298 cheques devueltos en algún casino, H. Lesieur y S. Blume, “The South Oaks
Gambling Screen (SOGS): A New Instrument for the Identification of Pathological
Gamblers”, American journal ofpsychfatry 144, n.° 9 (1987), pp. 1184-1188. En una
carta para verificar datos, Habib escribió: «Muchos de nuestros participantes fueron
clasificados como Iudópatas basándonos en los otros tipos de conducta que desencadenaban las imágenes de la pantalla. Por ejemplo, para que una persona fuera catalogada como Iudópata bastaba con que: 1) hubiera apostado para recuperar un dinero
que había perdido apostando, y 2) en algunas ocasiones apostaban más de lo que tenían previsto. Utilizamos un umbral m1.!)r bajo para clasificar a nuestros participantes
como ludópatas».
300 - el circuito implicado en el bucle del hábito. M. Potenza, V. Voon y D.
Weintraub, “Drug Insight: Impulse Control Disorders and Dopamíne Therapies in
Parkinson’s Disease”, Nature Clinical Practice Neurology 12, n.° 3 (2007), pp. 664-672;
I. R. Cornelius y cols., “Impulse Control Disorders with the Use ofD0paminergic Agents
in Restless Legs Syndrome; A Case Control Study”, Sleep 22, n.° l (2010), pp. 81-87.
300 hay cientos de casos similares pendientes. Ed Silverman, "Compiilsive Gambler Wins Laws'uit Over Mirapex”, Pharmalot, 31 de julio 2008.
300 «...esos jugadores tienen el control sobre sus acciones...» Para más información sobre la psicología del juego, véase A. I. Lawrence y cols., “Problem'Gamblers
Share Deficíts in Impulsive Decision-Making with Alcohol-Dependent Individuals”,
Addiction 104, n_o 6 (2009), PP- 1006-1015; E. Cognaty cols., “Habit’ Gambling Behavíour Caused by Ischemic Lesions Affecting the Cognitive Territories of the Basal
Ganglía", Journal ofNeurology 257, n.° 10 (2010), pp; 1628-1632; I. Emshoff, D. Gilmore y J. Zorland, “Veterans and Problem Gambling: A Review of the Literature”,
Georgia State University, febrero 20 1 0,- httpzllwww2.gsu.edu/«psne/Rsrc/PG_IPV_
Veterans.pdf; T. van Eimeren y cols., “Drug-Induced Deactivation of Inhibitory Net-
Notas
381
works Predicts Pathological Gambling in PD”, Neurology 75, n.° 19 (2010), pp. 17111716; L. Cottler y K. Leung, “Treatment of Pathological Gambling”, Current Opinion
in Psychiahy 22, n.° l (2009), pp. 69-74; M. Roca y cols., “Executive Functions in Pathologic Gamblers Selected in an Ecologic Setting”, Cognitive and Behavioral Neurology 21, n.° 1 (2008), pp. 1-4; E. D. Driver-Dunckley y cols., “Gambling and Increased
Sexual Desire with D0paminergic Medications in Restless Legs Syndrome", Clinical
Neuropharmacology 30, n.° 5 (2007), pp. 249-255; Erin Gibbs van Brunschot, “Gambling and Risk Behaviour: A Literature Review”, Universidad de Calgary, marzo 2009.
302 «Parece que no tenga elección.» En un correo electrónico, Habib me aclaró sus ideas sobre este tema: «Es una cuestión de libre albedrío y autocontrol, que pertenece tanto al ambito de 1a filosofia como de la neurociencia cognitiva... Si decimos
que la conducta de jugador de un paciente de Parkinson está fuera de su control y que
se debe a la medicación, ¿por qué no podemos (o no utilizamos) el mismo argumento
en el caso de los ludópatas, puesto que en ellos parecen estar activas las mismas zonas
del cerebro? La única respuesta (un tanto insatisfacton‘a) que puedo dar (y que usted
mismo ha mencionado) es que como sociedad nos sentimos más cómodos descargando la responsabilidad si existe un agente externo donde pueda trasladarse. Por lo tanto,
en el caso del paciente de Parkinson es más fácil decir que la Iudopatia es el resultado
de la medicación, pero en el caso del ludópata, puesto que no existe ninguna influencia externa para su conducta (bueno, existen presiones sociales, vallas publicitarias
que anuncian casinos, los problemas de la vida, etc., pero nada tan dominante como
la medicación que ha de tomar una persona) somos más reticentes a culpar a la adicción y preferimos trasladar la responsabilidad de su conducta patológica a ellos mismos: “Deberían ser más conscientes y no jugar”, por ejemplo. Creo que a medida que la
neurociencia vaya sabiendo más —y teniendo en cuenta que el campo de las “modernas” tecnologías de imagen del cerebro cuenta sólo con 20-25 años de antigüedad—,
quizás algunas de estas creencias erróneas de la sociedad (en las que a veces creemos
incluso los neurocientíficos cognitivos) empezarán a cambiar gradualmente. Por ejemplo, revisando nuestros datos, puedo llegar fácilmente a la conclusión de que existen
claras diferencias entre los cerebros de los jugadores ludópatas y los de los no ludópatas, al menos cuando están jugando, e incluso podría decir que el “perder por poco” al
ludópata le parece más un triunfo, mientras que el no ludópata lo ve más como una
pérdida; no obstante, no puedo afirmar contoda seguridad que estas diferencias impliquen que el ludópata no tenga elección cuando ve una valla publicitaria anunciando un casino, que sea esclavo de sus actos. Ante 1a falta de pruebas contundentes, creo
que 10 mejor que puedo hacer es sacar deducciones por analogía, pero no hay nada
seguro asociado a tales comparaciones».
306 el Club de la Metafísica. Louis Menand, The Metaphysical Club: A Story of
Ideas in America (Parrar, Straus y Giroux, Nueva York, 2002).
307 «...sea éste lo que fuere.» William James, Talks to Teachers on Psycholog:
and to Students on Some ofLife’s Ideals.
308 «...reanuda el camino que ella misma había trazado antes.» James está
citando el ensayo del psicólogo y filósofo francés Léon Dumont, “De l’habitude”.
¿Has intentado dejar de fumar o hacer dieta sin éxito?
¿Te has apuntado a un gimnasio y nunca
encuentras el momento de acudir? ¿Por más
que te lo propongas no consigues ahorrar?
Tal vez te digas a ti mismo que tienes
poca fuerza de voluntad o que te dejas llevar
por la pereza. Pero no es así. Simplemente
has desarrollado unos hábitos que no te favorecen.
Y puesto que todas y cada una de nuestras
costumbres definen nuestra salud, productividad
y felicidad, es inevitable que te preguntes:
¿se pueden cambiar? La respuesta es sí... si conoces
los mecanismos psicológicos y neurológicos
que los condicionan.
PVP18€
ISBN: 978-84-7953-816-3
9
788479
538163