Un imbroglio monetario. La moneda del interior argentino... | Julio Djenderedjian, Juan Luis Martirén y Daniel Moyano
ARTÍCULOS
Un imbroglio monetario. La moneda
del interior argentino en tiempos de
heterogeneidad estructural, 1826-1883
Julio Djenderedjian*, Juan Luis Martirén** y Daniel Moyano***
Resumen
El presente artículo pretende ofrecer una nueva mirada acerca del difícil proceso de construcción de
una unidad monetaria en Argentina entre las décadas de 1820 y 1880. Se pone el foco en la circulación
en las provincias del interior, buscando explicar las consecuencias de mediano y largo plazo generadas
por la existencia de diferentes instrumentos monetarios, y se periodiza el fenómeno según los avatares
que sufrió. Por un lado, se realiza un análisis detallado de la evolución del medio circulante más
difundido allí, el denominado “peso boliviano”. Por otro, se presentan cotizaciones con respecto al
oro en plazas que consideramos clave por su rol en la articulación económica del territorio nacional:
Santa Fe, Córdoba, Tucumán y Buenos Aires. Los resultados sugieren la existencia de tres áreas de
circulación monetaria claramente delimitadas, más allá de la “anarquía monetaria” que la literatura
ha identificado.
Palabras clave: moneda, peso boliviano, interior argentino, señoreaje.
A MONETARY IMBROGLIO. THE CURRENCY OF THE ARGENTINE
INLAND PROVINCES IN AN AGE OF STRUCTURAL HETEROGENEITY,
1826-1883
Abstract
Until monetary unification was achieved in the 1880s, the currency in circulation among the Argentine
inland provinces was mainly composed by Bolivian silver coins. Commonly known as the “Bolivian
peso”, the operating dynamics of this currency has not been adequately addressed by the extant
literature. Therefore, this article offers new insights to explain the mid and long-term consequences
generated by that situation, periodizing the phenomenon according to its ups and downs. On the one
hand, a detailed analysis is made of the evolution of the “Bolivian peso”. On the other, we present long
time price series of Bolivian pesos in gold ounces, for four key Argentine cities: Santa Fe, Córdoba,
Tucumán and Buenos Aires. The results suggest the existence of three clearly delimited areas of
monetary circulation, beyond the “monetary anarchy” that the literature has identified.
Keywords: Currency, Bolivian peso, Argentine provinces, Seigniorage.
Fecha de recepción: 7 de octubre de 2020
Fecha de aprobación: 19 de agosto de 2021
*Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”-Universidad de Buenos Aires/Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas,
[email protected]
** Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”- Universidad de Buenos Aires/Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas,
[email protected]
*** Instituto Superior de Estudios Sociales, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas /Universidad Nacional de
Tucumán,
[email protected]
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En Buenos Aires impera su famoso papel moneda; en
Santa-Fé y Córdoba el boliviano es señor poco menos
que absoluto, mientras que en las Provincias Cuyanas la moneda de cuño chileno domina en el mismo
grado la circulación que las piezas brasileras en Entre-Ríos y Corrientes. Esto en cuanto á piezas de plata, siendo la circulación de monedas de oro aun más
caótica, lo que, visto está, no es poco decir. […] Los
intercambios interprovinciales se hacen naturalmente
muy difíciles a causa de este imbroglio monetario; o
los remitentes del Interior pierden mucho sobre las
remesas que en efectivo hacen en chancelación de su
deuda con este mercado, ó este sufre un quebranto en
sus créditos […].
El Economista, Buenos Aires, 15 de febrero de 1879
Introducción
Es sabido que, desde la ruptura del vínculo colonial, ocurrieron grandes
cambios en la economía del espacio rioplatense, que había sido una de
las grandes proveedoras de metal precioso para la circulación monetaria
mundial desde fines del siglo XVI. La producción de plata altoperuana se
desarticuló, afectada por la guerra y la pérdida de varios de los clásicos
mecanismos de obtención de recursos que la Corona había ido enhebrando
en torno a ella. Cerrado el ciclo revolucionario, y ya consumada la independencia de Bolivia (1825), la reorganización de la producción argentífera no
logró, de todos modos, despejar múltiples problemas derivados no solo de
esa larga crisis, sino también de un cambio de paradigma. En efecto, durante
el siglo XIX fue afianzándose en varias economías del mundo atlántico el
reemplazo del antiguo circulante metálico por sustitutos en papel; y, ya casi
al finalizar esa centuria, la plata dejaba lugar al oro como respaldo y reserva
de valor. A ello debe agregarse la ampliación del uso del cobre para la moneda menuda, que, si bien solucionó en parte la crónica falta de circulante
fraccionario, provocó problemas inflacionarios y variaciones importantes en
el valor relativo de las piezas (Marichal, 2017; Covarrubias, 2019). La crisis y
fragmentación del sistema monetario colonial abrió paso, de esta manera, al
surgimiento de numerosos medios de pago, a una inestabilidad estructural
en sus cotizaciones respectivas, y a la consecuente divergencia de funciones,
quedando acotada la de reserva de valor a las emisiones de mayor calidad.
Mientras en Buenos Aires se sostuvieron emisiones en papel desde
la década de 1820, en el resto del país el circulante pasó a estar, aun hasta
los años 1880, monopolizado por piezas de plata en su gran mayoría febles,
los llamados “pesos bolivianos”. Las nacientes unidades soberanas provinciales entraron de ese modo en un régimen monetario heterogéneo, reflejo
exacto a nivel del circulante de la fragmentación política que sería un signo
definitorio de la época; y que persistiría aun varios años después de que esa
desintegración política hubiera supuestamente terminado.
Este complejo tema ha sido bastante estudiado.1 Varias aproximaciones han hecho hincapié en las dificultades derivadas de la moneda feble
1 Las investigaciones de Amaral fueron pioneras en el estudio del impacto de la moneda papel en
la economía bonaerense (1981, 1988). El tema fue retomado posteriormente por Cortés Conde
(1989, 1997), Irigoin y Schmit (2003) e Irigoin (2000, 2003, 2009, 2010). Avances más recientes en
Wasserman (2020), sobre la Caja Nacional de Fondos de Sudamérica.
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sobre las distintas economías provinciales (Langer y Conti, 1991; Nicolini
y Scrimini, 2003; Converso, 2004; Bragoni, 2005, Sánchez Román, 2005;
Schmit, 2006; Nicolini y Parolo, 2009; Martirén, 2021). Sin embargo, sus
efectos no siempre fueron considerados negativos. Por caso Mitre (1986)
y Platt (1986), retomando algunas nociones de la crítica dependentista, y
buscando confrontar con las teorías monetarias clásicas, postularon que la
adulteración monetaria habría preservado los mercados regionales tradicionales de la competencia de bienes importados, suponiendo a la vez que
sus efectos inflacionarios no existieron, al menos, hasta la década de 1840.
Incluso Platt (2008) arriesgó explicaciones desde una mirada antropológica
para negar los efectos inflacionarios y suponer que la moneda feble era
aceptada por su valor nominal, sin brindar argumentos convincentes en
términos económicos. Por su parte Irigoin (2009, p. 568, 2010, p. 561) tomó
y amplió algunas de las aserciones de Mitre y Platt respecto a esta moneda,
al afirmar, por ejemplo, que las piezas febles llegaron a ser aceptadas por
su valor nominal en las provincias argentinas, y que en Buenos Aires tenían
curso legal.2 Pero plantea a su vez otra original conjetura: que la devaluación
del papel moneda porteño habría en buena parte provocado el aumento de
las emisiones de feble en Bolivia (Irigoin, 2009, p. 568).
Dichas aproximaciones adolecen de problemas de base: hasta el
momento, no contamos con índices de precios que nos permitan saber si
las emisiones de feble provocaron o no inflación, dónde y desde cuándo.
Tampoco había hasta hoy datos disponibles sobre las cotizaciones de la moneda feble (y de las demás piezas defectivas que circulaban) con respecto al
metal de mayor contenido intrínseco, aunque desde ya suena extemporáneo
suponer que las emisiones de papel porteñas pudieran haberse impuesto
por sobre las decisiones políticas bolivianas y las necesidades de su fisco
para impulsar las emisiones de feble. Por tanto, más allá de lo persuasivo de
estos aportes, resulta necesario profundizar, sobre todo con mayor evidencia
empírica, el análisis de los efectos generados por la difusión de esa moneda
en los distintos espacios económicos del interior del espacio rioplatense y
aun en Buenos Aires durante la primera mitad del siglo XIX.
Menos claro aún es el panorama correspondiente a la segunda mitad
de esa centuria, cuando fenómenos de enorme relevancia complejizaron
aún más la situación monetaria del interior, oscureciendo el ya de por sí
tortuoso recorrido político hacia la unidad nacional. La larga persistencia
de la moneda feble en territorio argentino aun cuando ya había sido desmonetizada en Bolivia (e incluso las crecientes emisiones de papel moneda
nominadas en ella) es una clara muestra de lo difícil que habría de resultar
la construcción de un nuevo sistema monetario que no solo conjurara los
fantasmas de la desintegración, sino que también afianzara, en las armas
del nuevo Estado nacional prodigadas en sus billetes, uno de los símbolos
más evidentes del dominio político y económico del país. Ese proceso, es
decir, el final de la renombrada “anarquía” monetaria, tampoco ha captado
suficiente atención de la historiografía. Estudios relevantes sobre el tema
2 “En las regiones aún más al sur del continente los pesos bolivianos de toda clase fueron siempre
bienvenidos y más aun, recibidos por su valor nominal... en el puerto de Buenos Aires y en las plazas
mercantiles intermedias a lo largo de la ruta del Atlántico, los pesos bolivianos eran la única moneda
de curso legal o eran muy bien recibidos.” (Irigoin, 2010, p. 961). En la versión de 2009, se refiere
en particular a “pesos febles” (2009, p. 568).
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han supuesto de manera acrítica que la sanción de la ley de 1881 que creó el
peso moneda nacional convertible, significó inmediatamente la inauguración
de un nuevo régimen monetario (Cortés Conde, 1989; Irigoin, 2000; 2010),
cuando en la práctica implicó un complicado proceso de negociaciones que
recién puede decirse que concluyó en 1883, o aun en 1887.
Los problemas que trajo aparejados la circulación de moneda feble
en el interior habían sido ya advertidos y abordados a fines del siglo XIX,
aunque generalmente en forma tangencial. Resulta patente el interés que
generó en su momento, pese a que los muchos que escribieron entonces
no hayan logrado ofrecer una guía suficiente para entenderlo. Es que, aun
cuando se reconocía la existencia de esa caótica diversidad de circulante,
la atención se centró, sobre todo, en el papel moneda bonaerense y en la
imposición del peso moneda nacional, luego de la ley de 1881.
Más allá de los voluminosos informes de Agote (1881-1888), la mayor
parte de quienes trataron el tema en esa época buscaban, fundamentalmente, instrumentos para resolver lo que percibían como un gran problema
nacional, y no tanto describir en detalle su larga historia. Por su parte, los
que lo abordaron ya consolidada la unidad monetaria, lo hicieron desde
una mirada retrospectiva que no se preocupaba tanto por los pormenores
de esa heterogeneidad que ya creían superada, sino por detectar, en todo
caso, los gérmenes que hubiera inoculado en el régimen que estaba entonces
vigente, cuya solidez, aunque plenamente afianzada, todavía podía llegar a
preocuparles. La óptica, por tanto, estaba puesta ante todo en los problemas
presentes en aquellos años; lo cual se advierte también en la atención primordial dada al régimen de papel moneda bonaerense, cuya filiación con el
nacional era para todos muy clara. Ello, es obvio, no da cuenta del problema
de la circulación en el resto del país, que, más allá del peso económico y
demográfico de Buenos Aires, constituía aún el hogar de tres cuartas partes
de la población nacional, y casi el 80% de su superficie.3
En síntesis, la información hoy disponible es fragmentaria e incompleta, y sesgada además por preguntas de índole diferente a las relacionadas
con los valores relativos de las monedas, única manera de dimensionar
cabalmente la magnitud de los problemas involucrados, la evolución de los
mismos a través del tiempo y las grandes diferencias según la posición relativa de cada plaza (tanto para lo que respecta a sus relaciones con las demás,
como en lo que corresponde a su acceso al mercado mundial, y por ende, a
la moneda dura y a pautas de referencia aplicables a los bienes transables,
que como se sabe a menudo componían parte importante de la canasta de
consumo básico).4 El largo período durante el cual la diversidad monetaria
se extendió, y los intentos de obtener algo parecido al señoreaje mediante
emisiones provinciales de billetes, introdujeron más complicaciones en el
panorama; y, desde ya, desigualdades crecientes entre las administraciones
capaces de concentrar esas emisiones y aquellas en las que solo quedaban las
piezas de peor calidad. Desde luego, las jurisdicciones privilegiadas tuvieron
también instrumentos para labrarse una posición política más sólida a la
hora de negociar, ante el Estado nacional, la imposición de la moneda única.
3 Según los datos del censo de 1869, De la Fuente (1872).
4 Vitar (1983); Sánchez Román (2005); Segreti (1975); Ensinck (1970 y 1985); Converso (2004);
Bragoni (2005).
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En este artículo buscamos profundizar la escala de análisis de ese
complejo panorama y su desenlace, con la intención de explicar las consecuencias de la diversificación monetaria a mediano y largo plazo hasta la
unificación de los años 1880, periodizando el fenómeno según los avatares
que sufrió. Se estudiará detalladamente la heterogénea composición de la
plata circulante, y no solo de lo que se ha conocido como “peso boliviano”;
haremos un breve repaso de sus orígenes, sus cambios y su rol monetario
en el interior argentino, mostrando los niveles de heterogeneidad y divergencia a través de series inéditas comparadas de sus diferentes cotizaciones
con respecto a la onza de oro en plazas que consideramos clave por su rol
en la articulación económica del territorio nacional: Santa Fe, Córdoba, Tucumán y Buenos Aires. Los spreads respectivos y su evolución a través del
tiempo ofrecen así un panorama aproximado de las diferencias de calidad
del circulante (que llegaron a ser sustanciales) y de los demás factores que
influían en los arbitrajes entre las grandes regiones del país de entonces: el
litoral, el centro y el interior.5
El ejercicio cuantitativo es, como se comprende, de fundamental importancia para dimensionar el problema político que significó y calcular
los precios relativos de la economía.6 Dada la imposibilidad de contar con
información completa sobre los intercambios comerciales interprovinciales, y la falta de datos realistas sobre la cantidad de circulante existente en
las distintas plazas y momentos, una aproximación a partir de índices de
valores en las transacciones cambiarias puede ofrecer evidencia acerca del
dificultoso proceso de construcción de un mercado nacional de bienes y
capitales. Los datos provienen de los periódicos locales, cuentas públicas
y contabilidades privadas.
Las series propuestas reflejan, en gran medida, parte fundamental del
valor promedio de ese circulante en cada jurisdicción; y, por tanto, el recorrido diferencial respectivo en la dura experiencia monetaria de esos años,
y son un indicio de los costos adicionales que debían pagar sus habitantes
por los bienes transables que consumían. Los valores representan, además,
un indicador aproximado del costo y las complejidades de la integración de
un incipiente mercado nacional, en el cual algunos sectores o rubros encontraban protección adicional en una tasa de cambio externo que, hasta donde
conocemos, no había logrado ser medida. Dentro de cada provincia, lo más
probable es que las piezas de calidad más baja tuvieran un valor relativo
determinado en cada transacción por la capacidad de negociación de los
actores involucrados, cuya referencia sería, sin dudas, el de las monedas
de ley y calidad estándar. Es importante en todo caso tener en cuenta la
existencia de esas variaciones, las cuales de una forma u otra eran también
consecuencia de la falta de un ente emisor único bajo control político.7
5 Como veremos, más allá de la conocida importancia relativa de cada región en estos años (el litoral,
de economía más dinámica; el interior, con mayor población; el centro, vital para la conformación de
nudos comunicacionales y la progresiva integración de un mercado nacional), lo que postulamos aquí
es que, fundamentalmente, se trataba de áreas de circulación monetaria claramente diferenciada:
el litoral, con metálico de mayor calidad, y papel afianzado, fiduciario o convertible; el interior, con
piezas de baja calidad y sin posibilidades de respaldar emisiones en papel; y el centro, arbitrando
entre ambos espacios.
6 Algunos indicios al respecto en Djenderedjian (2020).
7 Sobre el tema Friedman (1959), Ravikumar y Wallace (2010).
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El solo hecho de poder medir los márgenes entre los indicadores de
valor internacional (sean éstos la plata o el oro) y los de referencia de las
monedas del interior (con cantidades variables de metal precioso, y por
tanto, valores volátiles) constituye un avance imprescindible para el estudio
de la economía argentina en el momento del surgimiento del Estado nación.
Constituye, además, un elemento fundamental para entender también el
reparto de los costos y beneficios de la unión monetaria que habría de ser
su resultado, en los primeros años de la década de 1880.8
Radiografía de una compleja unidad de cuenta: el peso
boliviano en su fuente
La unidad monetaria de mayor circulación mundial en la segunda mitad
del siglo XVIII fue el real de a ocho o peso fuerte de plata, acuñado en las
colonias hispanoamericanas, en buena medida en Potosí. Funcionó, asimismo, como unidad de cuenta en el imperio colonial español y en otros
lugares. Sin embargo, su historia no está exenta de vicisitudes, debido a
que sufrió numerosos debasements. Con 542 granos (o 27,064 gramos del
sistema métrico), y ley de 11 dineros (o 916,7 milésimos de fino), el llamado
peso fuerte “de busto” acuñado desde 1772 y con el mismo peso que los
anteriores “columnarios”, vio, sin embargo, rebajada su ley a 10 dineros 20
granos, o 902,8 milésimos de fino. Y las acuñaciones efectuadas a partir de
1786 la redujeron nuevamente a 10 dineros 18 granos, u 895,8 milésimos.
En el Río de la Plata, este debasement fue rápidamente identificado en
la operatoria comercial. Las nuevas piezas, denominadas coloquialmente
como “pesos corrientes”, “plata corriente” o “sencilla”, tenían un premio
de 3% con respecto a los pesos fuertes anteriores (“plata doble”). La heterogeneidad de las series existentes intentó ser resuelta por el nuevo gobierno
revolucionario; así, en septiembre 1812 se suprimió la diferencia entre plata
fuerte y corriente, rebajando la equivalencia con el oro de 16 a 17 pesos por
onza hispanoamericana.9
Tras la independencia boliviana, las acuñaciones potosinas mantuvieron, desde 1825 hasta 1829, los parámetros de fino del período colonial
tardío previo a 1786: 10 dineros 20 granos. Ese año, sin embargo, las autoridades decretaron la disminución de la ley de las monedas fraccionarias
(4 reales y menos) a solo 8 dineros, con el doble objetivo de incrementar los
ingresos fiscales y disminuir el éxodo de la plata fuerte hacia el exterior.10
La cantidad de emisiones de moneda feble (como habría de llamarse a estas piezas) quedó así al arbitrio de la autoridad; su proporción en el total
acuñado osciló entre el 11% y el 25% hasta1840, con tendencia creciente. A
partir del año siguiente aumentó a casi el 40%, y desde 1850 no bajó ya del
60%, alcanzando prácticamente la totalidad hacia el final de esa década.
8 Ver, por ejemplo, De Vedia (1890), Lamas (1886), Pacheco (1889), Pillado (1901), Hansen (1916),
Álvarez (1929), Mitchell (1969), Williams (1969).
9 Sobre este tema, ver, entre otros, Álvarez (1929).
10 El problema de la insuficiencia de la producción de plata boliviana para cubrir los saldos del
comercio exterior, con el consiguiente éxodo de fondos tesaurizados previamente, fue planteado
ya por Dalence (1851, pp. 302-307), y retomado por Prado Robles (2001) para explicar la hipotética
inexistencia de un proceso inflacionario consistente antes de mediados de la década de 1840, a
pesar de la adulteración de la moneda circulante.
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Las acuñaciones, destinadas en principio solo a la circulación interna
de Bolivia, desbordaron pronto ese ámbito. No es posible saber con certeza
cómo se compuso sucesivamente la masa de metal exportado, pero es claro
que al menos desde comienzos de la década de 1840 los pagos bolivianos al
exterior no pudieron ya hacerse solo en moneda fuerte (Prado Robles, 2001,
pp. 9-10).11 A partir de entonces, en Bolivia, las cotizaciones de feble y fuerte
empezaron a diferir notoriamente y la inflación a aumentar. En 1847, con el
creciente predominio de las emisiones de feble, el gobierno debió incrementar sucesivamente las primas ofrecidas a los rescatistas por sus entregas de
plata a fin de impedir los contrabandos. Pero tan solo una década después,
con la saturación total de moneda feble tanto en el mercado local como en
los pagos externos, y en medio de procesos de alta inflación, la diferencia de
cotización con la fuerte llegó al 25%, coincidiendo así con la existente en la
proporción intrínseca de metal fino con respecto a la moneda de buena ley.12
Si las monedas fraccionarias, y entre ellas las piezas de cuatro reales,
habían constituido durante más de una década el patrón fundamental de
la moneda feble, y seguían siendo su epítome aún mucho tiempo después
en las geografías regionales, la decisión de afectar incluso las emisiones de
mayor denominación (un peso) terminó de configurar el reemplazo efectivo
de la plata fuerte. Esto ocurrió en 1859 cuando, intentando mantener una
ficción de contenido intrínseco en torno a 900 milésimos, se modificó el peso
total de las piezas de un peso, limitándolo a 400 granos (o unos 20 gramos
del sistema métrico) en vez de los 542 granos usuales (Vargas, 1863, pp.327). Estas monedas, conocidas por el apellido de su impulsor, el ministro de
Hacienda Tomás Frías, siguieron siendo denominadas “peso fuerte”, pero
su gramaje total implicaba que la cantidad de metal fino coincidiera con la
de las piezas febles.13
La modificación de la ley de monedas impulsada por Frías en 1859
interrumpiría así nominalmente las emisiones de piezas menudas con menor
proporción de fino. Pero una nueva ley monetaria dictada el 29 de junio de
1863, al adoptar el sistema centesimal (y aboliendo así la antigua división
octal) estableció cinco clases de moneda de plata, reguladas por un nuevo
11 Por su parte Vargas (1863, pp. 8-10), apunta que el comercio del sur del Perú y el de las provincias
argentinas dependía estrechamente de las exportaciones a Bolivia, por lo que no se encontraba en
condiciones de rechazar los pagos en moneda feble. En cambio, el comercio chileno sí podía hacerlo.
Según Platt (1986, p. 25), los pesos fuertes comenzaron a escasear al iniciarse la década de 1840,
y los importadores ya reconocían un diferencial del 12% al 13% por los mismos. Ver también, al
respecto, Mitre (1986); Langer y Conti (1991).
12 La cual era la mayor parte de las veces de 666 ó 667 por mil, aunque llegó a ser aún menos. Prado
Robles (2001); Platt (1986, pp. 25-40). A tal punto llegó el desprestigio de algunas de las emisiones de
esos años que las de 4 soles de 1854 y 1859 directamente eran rechazadas en el comercio peruano
a fines del siglo XIX, mientras que para el resto (salvo los “melgarejos”, de los que se hablará más
adelante) se empleaba el descuento usual. Rodríguez (1895, pp. 90-92).
13 En efecto, los “tostones” de cuatro reales tenían 271 granos, o 13.53 gramos del sistema métrico;
pero siendo su contenido intrínseco de 666 ó 667 milésimos, el metal fino equivalía a 180.48 granos,
mientras que en las piezas de 1 peso (8 reales) acuñadas desde 1859, de 400 granos y 903 milésimos,
llegaba a 361.2 granos, exactamente el doble (y en proporción sus fracciones de 200; 100; 75 y 50
granos, o sea 4; 2; 1.5 y 0,5 reales). En cambio, los antiguos pesos fuertes de 542 granos y 903
milésimos contaban con un fino de 489,43 granos. Más allá de ello, al tratarse de piezas con mayor
proporción de fino que los febles, los pesos “Frías” desaparecieron prontamente de la circulación,
por lo que los problemas que debían solucionar permanecieron. Según Sotomayor y Valdés (1874,
pp. 535-537), entre 1859 y 1862 se acuñaron 7 490 240 pesos de esa moneda, lo que constituye
prácticamente la totalidad de lo emitido. Prado Robles (2001, p. 27).
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“boliviano ó peso fuerte” pesando 500 granos en vez de los 400 de los pesos
“Frías”, con las fracciones a proporción, y un fino en torno a 900 milésimos.14
De todos modos, y pese a los esfuerzos (y también a las presiones de socios
comerciales extranjeros) por erradicarlas, durante la presidencia de Mariano
Melgarejo (1864-1871) volvieron nuevamente a acuñarse piezas febles. En
efecto, desde 1865 Melgarejo mandó producir monedas con su busto (y el de
su ministro de gobierno), con una gran rebaja en el contenido intrínseco. Se
trató, esta vez, de “tostones” (piezas de cuatro reales) que no solo retornaron
a un contenido menor de fino (666 ó 667 milésimos) sino que no respetaron
el fraccionamiento de la ley de 1863, al contar apenas con un peso de 200
granos (Balsa, 1869, pp. III-IV, 1-8; Leytón de la Quintana, 1998).
Si bien algunos testimonios remarcan que estas piezas (que serían
popularmente conocidas como “melgarejos”), dejaron de acuñarse el mismo
año de 1865 ante el inmediato rechazo del comercio boliviano, otras fuentes
declaran que las emisiones de feble alcanzaron en 1866 el 56,7% del total;
en 1868 el 72,3%, y llegarán al 86,4% en 1869, a las que deben agregarse las
falsificaciones, realizadas incluso por los propios funcionarios.15 Más allá
de la discusión sobre las cifras, los “melgarejos” constituían un epítome de
todos los problemas sufridos por el país que había sido durante siglos el
lugar de origen de la plata circulante en casi todo el mundo. Por ello, en
1871, y luego del derrocamiento de Melgarejo, se ordenó la destrucción de
las monedas decoradas con su efigie y el fin de las emisiones de moneda
feble (Prado Robles, 2001; Leytón de la Quintana, 1998).
Todos estos cambios en las acuñaciones en Bolivia generarían grandes
trastornos en las economías de los territorios con los cuales ese país mantenía
relaciones comerciales, en particular aquellos cuyo saldo con el comercio
boliviano era estructuralmente positivo, y que por tanto se encontraban
obligados a recibir metal precioso amonedado para cubrirlo, metal con el
que, tradicionalmente, habían a su vez formado su propio numerario (y
continuarían haciéndolo). Las monedas metálicas denominadas “pesos
bolivianos” eran así para las décadas de 1840 a 1870 una masa sumamente
heterogénea, que incluía piezas con distinto gramaje y fraccionarias con
diferentes contenidos de metal fino. Y la definitiva supresión y rescate en
Bolivia de la moneda feble dejó a las provincias argentinas (y también al
sur del Perú) con un circulante casi completamente de origen foráneo ya ni
siquiera reconocido por su misma fuente, y por tanto sin valor más allá de
las fronteras de las provincias que habían constituido con él, de hecho y de
derecho, su propio instrumento de cambio y medida.16
14 Ley de 29 de junio de 1863. Legislación Boliviana, Compendio de leyes de 1825-2007 elaborado por
la Biblioteca y el Archivo Histórico del Honorable Congreso Nacional, La Paz, Bolivia. Recuperado
de https://www.lexivox.org/norms/BO-L-18630629-6.xhtml. En vez de la tradicional división del peso
en 8 reales se adoptó la de 100 céntimos o centavos.
15 Sobre las falsificaciones, ver Mathews (1879, p. 164). Jorge Oblitas, Ministro de Hacienda en
comisión durante el mandato de Melgarejo, fue juzgado por las acuñaciones clandestinas que
efectuó. Sobre las emisiones de feble en esos años, Mitre (1986, p. 120); Prado Robles (2001, p.
27). De todos modos, el conjunto de lo acuñado en feble hasta el final del gobierno de Melgarejo
alcanzó solamente al 49,8% del total.
16 Las críticas al respecto eran recurrentes; ver por ejemplo el artículo “Naturaleza del boliviano”, en El
Cosmopolita, Rosario (4 de julio de 1865). Para 1895, aparentemente, la totalidad de la moneda feble
había salido de circulación en Argentina. Un manual de conversión de ese año solo contabilizaba
pesos bolivianos de plata de 23 gramos (sic, se trataba de 25 gramos) y 900 milésimos, y sus
fracciones centesimales, es decir, aquellos acuñados luego de 1863. Bortolazzi (1895, p. 69). Pero
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Un imbroglio monetario. La moneda del interior argentino... | Julio Djenderedjian, Juan Luis Martirén y Daniel Moyano
ARTÍCULOS
El peso boliviano en el espacio rioplatense
La diversidad monetaria que, durante la mayor parte del siglo XIX, caracterizó a los distintos territorios (o provincias) que habrían de formar
la Argentina fue una consecuencia lógica de la independencia de facto de
cada uno de ellos luego de 1820. También fue producto de la incapacidad
de la mayor parte de esas unidades soberanas de dotarse de una economía
lo suficientemente sólida como para imponer una moneda propia dentro de
sus límites, menos aún en la totalidad de lo que luego conformaría la nación.
Como resultaban escasas las fuentes de producción de metal precioso en
el actual territorio argentino, quedaba la opción de emitir papel moneda,
algo aceptable, al menos a nivel teórico, ya durante la primera mitad de la
centuria. Pero, salvo en Buenos Aires y Corrientes, los intentos de emisión
de billetes naufragaron ostensiblemente, impidiendo la temprana difusión
de una nueva cultura monetaria en papel.17
Ese fracaso implicaba que la obtención de una masa de circulante que
cubriera la demanda de una población en crecimiento debía recostarse, casi
exclusivamente, en saldos positivos del comercio exterior.18 Como este era,
hasta mediados del siglo XIX, limitado al puerto de Buenos Aires y a los
pasos terrestres hacia Bolivia y Chile, terminó imponiéndose aquel cuyo
saldo positivo fuera mayor y sostenido en el tiempo. No contamos con cifras
sistemáticas, pero todo apunta a que el comercio con Bolivia era el que jugaba
un rol preponderante en ese caso. La persistencia de los antiguos circuitos
coloniales de comercio desde el Alto Perú, que habían sido tradicionalmente
pagados en dinero, y que continuaron durante la etapa independiente, los
transformó así en la vía natural de entrada del circulante metálico emitido
en Perú continuaba siendo “la única que, hasta la fecha [diciembre de 1892] circula en el comercio
de casi todos los pueblos del interior... y en Piura...” (Rodríguez, 1895, p. 90). Para Martin de Moussy,
la moneda boliviana de baja ley había “infestado a la Confederación ... se compone de piezas ...
muy mal acuñadas, y de las cuales un buen número proviene de una falsa amonedación ejecutada,
se dice, en América del Norte ... tiene curso por todas partes, excepto en las administraciones
federales. No se la recibe ni en la Banda Oriental ni en Paraguay”. de Moussy (1860, II, pp. 355-356).
17 Las ventajas del papel moneda habían sido expuestas por Mill (1831, pp. 141 y ss.). Sobre las
emisiones correntinas y su impacto en las finanzas provinciales, ver Chiaramonte (1986 y 1991);
Schaller (2020). Las de vales de tesorería efectuadas coyunturalmente en otras provincias fueron
de escasa magnitud y nunca habían logrado desafiar el predominio del metálico importado. Por
ejemplo, la emisión santafesina de vales de 1825, única conocida hasta la mitad del siglo, fue de
solo 5 187,5 pesos. De Vedia (1890, p. 187); Ensinck (1970, p. 237). Esas emisiones provinciales
(incluyendo las correntinas) fueron rescatadas desde 1863 por el gobierno nacional. (Álvarez, 1929,
pp. 94-102 y 107-118). Sobre el metálico en el interior luego de 1820, ver Halperin Donghi (1979).
18 Solo para dar un ejemplo, de Moussy (1860, t. II, p. 536), calculaba hacia 1860 el circulante total de
lo que entonces era la Argentina, Uruguay y Paraguay en 50 millones de francos, unos 10 millones
de pesos fuertes. Agote (1881, I, pp. 208-212), indica para 1880 una base monetaria metálica
total de 15 294 816 pesos, de los cuales unos 4 millones en circulante metálico en las provincias
(exceptuada Buenos Aires). Las amonedaciones provinciales fueron estimadas por Álvarez (1929,
p. 103) en menos de un millón de pesos durante todo el siglo XIX, pero de ese total hay que tener en
cuenta que tanto las emisiones riojanas a fuerte, como las cordobesas a feble (759 milésimos), al
ser de contenido intrínseco mayor que las febles bolivianas, debieron desaparecer muy pronto del
circulante. Desde 1845 las emisiones riojanas rebajaron su ley para equipararlas a las cordobesas,
pero de todos modos la diferencia positiva con respecto a las febles bolivianas persistió. Sobre
las emisiones de La Rioja y Córdoba, de Moussy (1860, t. II, pp. 528-541); Agote (1881, t. I, p. 197);
Ferrari (1951 y 1962).
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DESARROLLO ECONÓMICO. REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES | VOL. 61 - N° 233 - pp. 55-79 | ISSN 1853-8185
Gráfico 1. Cotizaciones de las distintas monedas de plata en relación a la onza de oro en
los mercados de Buenos Aires (1826-1856) y acuñaciones de la República de Bolivia
3500000
22,5
Acuñaciones de pesos febles
3000000
21,5
Acuñaciones de pesos fuertes
2500000
20,5
"Peso fuerte español"
19,5
2000000
18,5
1500000
"Pesos patrios"
"Patacones"
17,5
"Plata Macuquina"
1000000
16,5
"Plata Macuquina sin boliviano"
500000
15,5
"Plata macuquina con boliviano y
cordobes"
14,5
1856
1855
1853
1854
1851
1852
1849
1850
1847
1848
1846
1845
1843
1844
1841
1842
1839
1840
1837
1838
1836
1835
1833
1834
1831
1832
1829
1830
1827
1828
1826
0
"Medios pesos con cordon"
Fuente: Cotizaciones de distintos tipos de plata amonedada (en pesos por onza hispanoamericana) disponibles en El Argos de
Buenos Ayres (1826-30); La Gaceta Mercantil (1826-1852); El Lucero (1829-31); British Packet (1835-1856). Para su elaboración
se registraron precios mensuales de la onza de oro (‘español’ y ‘patrio’) y de las distintas acuñaciones de plata en pesos
moneda corriente de Buenos Aires. Para simplificar las series, se elaboraron promedios anuales. El cociente de la división
de los precios de ambos metales refleja la cotización implícita del oro en relación a la plata (eje principal).Las emisiones de
la Casa de Moneda de Potosí (eje secundario) se tomaron de Mitre (1986, p. 120). Las denominaciones de las diferentes piezas
cotizadas reproducen las de las fuentes.
allí desde 1825, y no es tampoco casual que el mismo pronto predominara
en el interior argentino.19
La bibliografía generalmente ha identificado la llegada de la moneda
feble boliviana a los mercados interiores rioplatenses en las décadas de 1830
y 1840, aunque es aún una incógnita el comportamiento de las varias acuñaciones en las distintas plazas mercantiles. Si bien desde el plano numismático se han hecho aportes para saber qué tipo de piezas fueron acuñadas,
poco se sabe sobre sus efectos reales en la economía (por ejemplo, Burzio,
1958; Cunietti-Ferrando, 1966; Segreti, 1975). En oposición a la idea de que
las monedas febles se aceptaron por su valor nominal, el Gráfico 1 indica
claramente que la brecha monetaria entre los antiguos pesos coloniales, las
nuevas emisiones patrias y los distintos tipos de piezas cortadas o menudas,
agrupados bajo la denominación “plata macuquina”, era ya evidente desde
los años 1820.
19 La importancia del comercio entre el Altiplano y Salta y Jujuy desde 1820 a 1852 está bien retratada
en Langer y Conti (1991) y Conti (2003). Si bien Assadourian y Palomeque (2003, p. 169), ven
una disminución significativa de los tratos entre el antiguo Alto Perú y Córdoba en las décadas
inmediatamente posteriores a la independencia, de todos modos todavía, para 1846, el saldo
comercial de las provincias argentinas con Bolivia era superavitario para las primeras en al menos
230 000 pesos anuales. Dalence (1851, pp. 303-304). En todo caso, los investigadores concuerdan
en que la salida de metálico boliviano hacia las provincias del interior argentino era constante,
incluso en su tráfico hacia otras plazas ligadas al comercio exterior pacífico o atlántico. Ver, por
ejemplo, Platt (1986 y 2008); Mitre (1986); Prado Robles (2001).
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Otro aspecto, no menos importante, es la diversidad de piezas que
comenzaron a cotizar en la década de 1840, al menos en la plaza porteña,
y sin dudas también en el interior, aunque para este no haya información
disponible. Si en los años 1830 solo se había sumado la denominación “patacones” (que podía incluir tanto a los pesos fuertes patrios como a las piezas
llegadas de la Banda Oriental, muchas de ellas nominadas en reis brasileños),
para la década siguiente toda la unidad de cuenta en plata se complejizó
aún más. Las tres piezas de mejor calidad (pesos fuertes españoles, pesos
patrios y patacones) siguieron una deriva similar (de hecho, desde 1848 la
serie de patacones y pesos fuertes españoles se superpone); pero la llegada de
otros metales con menor contenido intrínseco contaminó las equivalencias,
a lo que se agregaron las alternativas de la oferta y demanda, ya fuera para
reserva de valor o uso mercantil. Los datos aportados por las cotizaciones en
plaza exhiben así un claro panorama: todas las monedas menudas (“medios
pesos de cordón”, “plata macuquina”, “plata macuquina sin boliviano”, o
“macuquina con boliviano y cordobés”) aumentaron su brecha en relación
a la plata fuerte. Este comportamiento refleja de ese modo el impacto de
la entrada en escena de los pesos bolivianos febles en los mercados locales
desde época muy temprana.
Las series de valores de la década de 1840 también exhiben los notables efectos de momentos de crisis, como los del bloqueo iniciado en 1845,
cuando el precio del oro se disparó y aumentó a la vez la brecha cambiaria
entre moneda fuerte y de menor calidad (y, desde ya, la volatilidad de las
cotizaciones). Parece quedar claro así que estas acuñaciones no operaban
como refugio de valor de la misma manera que la plata fuerte o el oro, aun
en una plaza con amplio uso de moneda fiat. Por lo demás, si bien lamentablemente no es posible seriar las cotizaciones de plata fuerte en Buenos
Aires más allá de 1856, su apreciación en relación al oro estaría mostrando
los efectos de la política de emisiones boliviana: al escasear o desaparecer
las monedas de un peso (las únicas de plata fuerte acuñadas por Bolivia
hasta ese momento), estas comenzaron a apreciarse aceleradamente, tanto
con respecto al oro como al resto de las monedas.20
El Gráfico 1 tampoco avala la hipótesis de Irigoin (2009, p. 568) en el
sentido de que el proceso de debasement boliviano podría haber estado determinado por la política monetaria de Buenos Aires. Por un lado, porque
la moneda feble pasó a pagar premio apenas comenzó a llegar a la plaza
porteña; si bien tal vez demoró en ajustar su valor real a su contenido
intrínseco, queda claro que su precio osciló al calor de las modificaciones
en el tipo de cambio local. Por otro, porque poco se sabe sobre los costos
de intermediación de las mercancías importadas que llegaban a Bolivia a
través de los mercados interiores; bienes que al mismo tiempo cotizaban en
moneda metálica, más allá de las fluctuaciones del papel porteño.
20 Los diarios posteriores a 1852 que fueron revisados (El Nacional, El Orden, La Tribuna) no incluyen
ya listados de cotizaciones tan detallados como los provistos hasta antes de ese año por La Gaceta
Mercantil. El British Packet, por lo demás, solo pasa a ofrecer información sobre pesos fuertes y
patacones. Tampoco está esa información en los Boletines de la Bolsa de Comercio.
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El peso boliviano en el interior, 1854-1883
La década de 1840 muestra, de esta manera, los efectos inmediatos de la
aparición de la moneda feble en las plazas rioplatenses. Lógicamente, en
los mercados del interior la situación debió haber sido más compleja: sin
puertos ultramarinos, y con la necesidad de importar sin embargo un amplio abanico de productos de consumo masivo (que no provenían ya de
economías regionales coloniales, sino del mercado atlántico), las provincias de la carrera al norte se encontraron pronto con déficits comerciales
que tuvieron que ser cubiertos con salidas de metálico. Y al ser aceptado
para esas compras externas solo el metal de buena ley, las piezas de bajo
contenido intrínseco quedaban necesariamente confinadas a la circulación
interna. Los problemas que esto generó en la economía jalonan casi universalmente todo el siglo XIX; las alternativas de la guerra y la política no
hicieron en ello sino introducir aún más confusión.21 Así, todavía a finales
de 1882 seguían circulando, en los márgenes del país por fin unificado, las
confusas y sospechosas calderillas de las naciones vecinas.22 Un testigo
memoraba la situación santafesina hacia 1860: “[s]e compraba y se pagaba
con moneda metálica, y cada sábado, día de cobranza, se veía a los cobradores gimiendo bajo el peso de bolsas descomunales, llenas de ‘cuatros’
o llevando un changador detrás para cargar con ellas”.23 Pero ello no era
más que un síntoma: el verdadero problema radicaba en la incertidumbre
y sobrecostos con que se contaminaba a las transacciones, introduciendo
disparidades y desigualdades que se sumaban a las ya impuestas por la
geografía y la política, para golpear aún más a las economías del interior.
Esta situación no cambió sustancialmente ni siquiera desde 1862, con
el país ya unificado. Aun en época tardía, el papel moneda emitido por el
Banco Nacional, raleado de la provincia de Buenos Aires desde 1876, no
podía reemplazar en las demás a la circulación monetaria metálica acuñada
en el extranjero, o a los billetes de bancos fiscales o particulares nominados en ella.24 Por el contrario, diversos testimonios indican la muy escasa
21 Los años de conflicto político y guerra marcaban los mayores problemas y en ellos se multiplicaban
los intentos de impedir la salida de metálico (ver Hansen, 1916, p. 335). Es muy ilustrativa la situación
de Salta entre 1816 y 1819, en que se intentó suplir la falta de numerario con emisiones de feble
(Cunietti-Ferrando, 1966). Pero el problema era estructural, lo que resulta evidente en que esas
medidas también impulsan períodos de paz. Por ejemplo, en Entre Ríos, 4 de octubre de 1822 y 4
de noviembre de 1837; en Córdoba, 21 de octubre de 1826, y regulando la extracción en noviembre
del mismo año en 17 de enero de 1827; o en Corrientes, prohibiendo la extracción de numerario,
del 18 de agosto de 1842. Los problemas aparecen asimismo, por ejemplo, en cuestiones como
la confusa saga entrerriana por la cual primero se aceptó la circulación de monedas de cobre de
Buenos Aires, pero pronto se dejó esa aceptación al arbitrio de los particulares (7 de octubre de 1823,
22 de septiembre de 1826 y 12 de marzo de 1827); o la prohibición, en 1843, de la moneda riojana
en Córdoba, “por ser ésta de mala calidad por su medida y ley”, cuando, según Álvarez (1929, pp.
104-106) en realidad el problema era el contrario. Ver también Segreti (1975), pp. 191-194. Sobre
Santa Fe ver Ensinck (1985, pp. 266-267); República Argentina. Provincia de Entre Ríos (1875 y ss.,
t. I, pp. 200-201 y 317-318; II, pp. 195-196, 243 y 244; IV, pp. 331-333); República Argentina. Provincia
de Córdoba (1888 y ss., I, pp. 36, 38-41, 65 y 188). República Argentina. Provincia de Corrientes
(1929 y ss., V, Ley Nº 620).
22 Ese año Patrick Evans debía lidiar en Salta con “los misterios de los valores relativos de las diversas
emisiones de papel moneda, de los patacones y fuertes, chirolas y pesetas, soles peruanos, y pesos
bolivianos y chilenos...” (Evans, 1889, p. 109). Sobre la situación en 1879, Álvarez (1929, pp. 114-115).
23 Eudoro Carrasco, recogido en República Argentina. Provincia de Santa Fe. (1970, pp. 235-292).
24 Sobre las dificultades con que tropezaba la circulación de los billetes del Banco Nacional en las
provincias del interior, ver Banco Nacional (1879, pp. 6-7).
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aceptación de los billetes del Banco Nacional (que funcionaban más bien
como letras de cambio): para 1880, eran apenas el 35% de toda la emisión
en papel del país, exceptuando a Buenos Aires, y solo el 20% del circulante,
si incluimos el metálico.25
Por ello, el “peso boliviano” (denominación, como hemos visto, falsamente homogénea) fue la variedad dominante en el circulante del interior
argentino, reconocida incluso oficialmente al menos desde que a mediados
del siglo XIX sucesivas administraciones provinciales la convirtieron en la
unidad monetaria en la que llevaban sus cuentas. Las transacciones cotidianas probablemente se harían en piezas de menor valor intrínseco, que
las cuentas oficiales debieron aceptar en algún momento en su representante más común, el boliviano feble de cuatro reales; pero las operaciones
del comercio exterior, y parte del interprovincial, debían ser cubiertas en
pesos fuertes. No sabemos, por tanto, de qué se componía el circulante en
esos circuitos locales y ello deriva en que, al no existir al día de hoy tablas
confiables de conversión, no sea posible comparar el precio de un mismo
objeto en Buenos Aires con cualquier otra provincia o entre las distintas
plazas del interior.
En efecto, recién desde mediados del siglo XIX contamos con indicios
más o menos sistemáticos de equivalencias. Ignoramos la deriva anterior,
pero lo concreto es que, en primer lugar, los datos del mercado cambiario
de Buenos Aires reflejan sin duda una situación también presente al mismo
tiempo en las demás provincias; y, en segundo lugar, que desde cuando hay
datos para estas últimas, es decir, desde 1854, las cotizaciones han superado
ya los parámetros antiguos de 17 por onza.26 Un elemento adicional que
alimentó no solo la circulación de plata boliviana sino también la mayor
disponibilidad de datos sobre sus equivalencias en la década de 1850 fue la
emergencia del puerto de Rosario como nuevo articulador clave entre las
economías del interior y las del litoral, y entre aquellas y el mercado atlántico.
La plaza rosarina dinamizó la operatoria mercantil y reforzó los mecanismos de circulación de información, en particular a través de la prensa
comercial y de los boletines elaborados por corredores e intermediarios.
Así, las piezas bolivianas, a pesar de su heterogeneidad, ganaron espacio
progresivamente. Simplificando en lo posible esa complejidad, las piezas
febles de medio peso acuñadas hasta 1859 parecen haber monopolizado las
existencias metálicas en circulación, y pasaron a constituirse en la unidad
de referencia tanto para particulares como para gobiernos, aun cuando el
circulante real siguiera componiéndose de piezas del más heterogéneo tenor.
Obviamente, la situación podía variar en cada jurisdicción y aun en cada
ciudad. También el momento podía significar diferencias de magnitud, toda
25 Es de notar que en ese cálculo no están incluidos los vales emitidos por empresas privadas (Agote,
1881, t. I, pp. 208-212); sobre Santa Fe, República Argentina. Gobierno Nacional. Ministerio de
Hacienda (1879, pp. xxiv y ss.). Sánchez Román (2005, p. 60), apunta que los billetes del Banco
Nacional, al menos en Tucumán, eran utilizados como letras de cambio para transacciones
interprovinciales, ya que no estaban sujetos al costoso arbitraje entre las distintas monedas de
las diferentes jurisdicciones.
26 Siendo el comercio interjurisdiccional objeto preferente de exacción fiscal durante la primera mitad
del siglo XIX, es probable que las provincias recaudaran pesos fuertes hasta la supresión de las
aduanas interiores en 1853; desde entonces eso se hizo mucho más difícil, y explica la generalización
de las contabilidades en “pesos bolivianos”, en vez del término más ambiguo “pesos”. Cfr. Ensinck
(1985, pp. 240-241 y 301).
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vez que era lógico que los comerciantes que circulaban entre las diferentes
provincias se percataran pronto de los desequilibrios entre especie y valor
relativo, e hicieran de las piezas monetarias un rubro más de comercio en
el que cosechar ganancias o sufrir pérdidas.27
Esas dificultades afectaron en gran medida la dinámica de funcionamiento de las plazas financieras provinciales. La mayor o menor disponibilidad de metálico hacía que la cotización de los pesos febles bolivianos
no solo estuviera afectada por su calidad intrínseca, sino también por diferencias puramente de arbitraje entre las distintas plazas provinciales.28 En
pos de avanzar sobre este problema, el Cuadro 1 presenta la evolución de
las cotizaciones de la moneda feble boliviana estándar (el medio peso de
667 milésimos) contra la onza de oro hispanoamericana en cuatro ciudades
(Buenos Aires, Rosario, Córdoba y Tucumán), y la deriva de la paridad entre
onza de plata y onza de oro en Londres.29 El marco temporal que abarca no
es casual: comienza en los tempranos años 1850, cuando los cuatros febles
monopolizaban el circulante del interior, y culmina en 1883, al lograrse la
definitiva desmonetización del peso boliviano y ponerse en circulación la
primera moneda unificada en el ámbito nacional.
La relevancia económica y política de esas ciudades se explica, en
primer lugar, por la dimensión y el carácter de punto de contacto con el
exterior que ostentaban Buenos Aires y, luego de mediados del siglo, Rosario
(Santa Fe). En esta última ciudad/puerto, la temprana emergencia de los
bancos de emisión y el capital financiero generado por la dinámica economía santafesina impulsaron su rol fundamental en la definición del valor
relativo del peso boliviano feble más allá de la propia provincia. Esto puede
verse claramente en Córdoba, incluida por su dimensión demográfica y su
importante rol de intermediación, donde las cotizaciones siguieron más o
menos parejamente a las de Santa Fe. También tuvo que haber ocurrido en
Entre Ríos, sobre cuyas plazas lamentablemente no tenemos información
seriada.30 Todo cambia sin embargo en Tucumán, un caso que resume la
situación de las provincias del noroeste del país, esto es, del área del interior
donde llegó a predominar el circulante de peor calidad. Es de apuntar que
el peso fuerte de plata, heredado de la época colonial y cuya equivalencia,
como dijimos, era de 17 por onza, pasó a nominarse en oro a partir de la ley
nacional de monedas de 1875, transformándose en una unidad de cuenta,
27 La situación de guerra o las trabas al desplazamiento de los comerciantes de otras provincias
(frecuentes en el siglo XIX) tendían a exacerbar esas diferencias en las tasas de cambio locales,
afectadas, lógicamente, por los saldos del comercio exterior. Sobre la complejidad de algunos de
estos problemas ver, por ejemplo, Nicolini y Scrimini (2003, pp. 135-150).
28 Un ejemplo de este inconveniente para Mendoza en Bragoni (2005).
29 La onza de oro en el mercado de Londres, u onza troy (ozt), equivale a 31.10 gramos del sistema
métrico, y es distinta de la medida imperial de 28.35 gramos. Durante los años que cubren nuestras
series, contenía 916.66 milésimos de fino. En cambio, la onza hispanoamericana de oro, usual en
los cambios de las ciudades consideradas, pesaba 27.45 gramos y su ley era de 875 milésimos.
Ver Vega y Ricaldoni (1864, p. 119). Resulta fundamental tener en cuenta esas proporciones a la
hora de convertir series hispanoamericanas a medidas internacionalmente comparables.
30 Es evidente que seguían las cotizaciones de Santa Fe o Buenos Aires, como se desprende de los
registros del Archivo del Palacio San José, Concepción, Fondo Justo J. Urquiza, caja 144, carpeta
663. En Córdoba la presencia de un banco emisor provincial, como en Santa Fe, introducía vínculos
monetarios más estrechos con esa plaza; el Ministro de Hacienda cordobés, Bousquet, criticaba
duramente en la memoria respectiva a 1878 la súbita inconversión santafesina, que impulsó corridas
de los comerciantes rosarinos contra los billetes cordobeses. República Argentina. Provincia de
Córdoba (1878).
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Cuadro 1. Cotizaciones de la onza troy de oro en onzas de plata en Londres, y de la onza
hispanoamericana de oro en pesos bolivianos en Buenos Aires, Rosario (Santa Fe), Córdoba y
Tucumán, 1854-1883
Londres
(Oz AG)
Buenos Aires
($b)
Rosario (Santa Fe)
($b)
Pesos papel
($B)
Córdoba
Tucumán
($b)
($b)
1854
15,33
18
1855
15,38
18,03
1856
15,38
18,06
1857
15,27
18,25
1858
15,38
18,32
1859
15,19
18,21
1860
15,29
18,49
21,82
1861
15,5
18,81
21,78
1862
15,35
21,28
21,1
21,85
1863
15,37
21,44
20,83
21,36
21,49
1864
15,37
21,14
20,56
20,87
21,59
1865
15,44
20,83
21,28
20,25
22,1
1866
15,43
21,05
20,5
20,67
22,25
22,1
1867
15,57
20,93
20,78
20,77
1868
15,59
21,13
21,06
20,99
21,89
1869
15,6
21,18
21,01
21
22,63
1870
15,57
21,23
21,06
20,99
22,64
1871
15,57
21,18
21
22,95
1872
15,63
21,04
21
23,12
1873
15,93
21,06
21
23,19
1874
16,16
21,04
21
23,29
1875
16,64
21,11
21
23,86
1876
17,75
21,5
20,99
24,11
1877
17,2
21,56
23,48
25,41
1878
17,92
22,14
24,41
28,31
1879
18,39
22
25,28
29,59
1880
18,05
21,68
24,49
29,41
1881
18,25
21,86
24,9
21,19
30,1
1882
18,2
22,58
26,46
22,26
29,75
18,64
24,42
25,47
1883
Fuentes: Onza troy (31.10 gramos) de oro en Londres, recuperado de http://www.measuringworth.com/. Cotizaciones de la
onza de oro hispanoamericana (27,45 gramos) en pesos bolivianos en Buenos Aires tomada de boletines quincenales de
precios corrientes de la Bolsa de Comercio. Para Santa Fe, Boletín de la Sociedad de Residentes Extranjeros, Rosario, nros.
5 y 10, (1859 y 1860), en Archivo del Palacio San José, Entre Ríos, Caja 72, carpeta 890; datos de la bolsa rosarina en el
diario La Capital, Rosario (1867 a 1883); también Carrasco (1897, pp. 447 y 503), para los años 1860 y 1864, y Ensinck (1985,
p. 301) para los años comprendidos entre 1854 y 1857, estas dos últimas fuentes citadas en Frank (2014). Las cotizaciones
de pesos bolivianos en papel se tomaron de Martirén (2021). Para Córdoba, tasa de cambio a pesos bolivianos a partir de
pagos por liquidación de haberes del Obispado y Seminario Conciliar, efectuados desde el Gobierno nacional en billetes
nacionalizados del Banco de la Provincia de Buenos Aires, convertidos a bolivianos informando la cotización a pesos fuertes
y onzas de oro. Libro de cuentas de la Arquidiócesis de Córdoba (1860-1878), en Archivo de la Catedral de Córdoba, registros
de cuentas, 1860-1878 y 1882-1891, reproducidos en Family Search, Argentina, Córdoba, Catholic Church Records, 1557-1974,
recuperado de www.familysearch.org/. Para Tucumán, tasas de cambio a pesos bolivianos emergentes de pagos de letras
en pesos fuertes por fondos del Estado Nacional emitidas en Buenos Aires y liquidadas en Tucumán, en Archivo Histórico de
Tucumán, Fondo de Hacienda, Comprobantes de Contaduría (1863-1881) y Fondo de Gobierno, Sección Administrativa (18821883). Promedio simple de todas las observaciones existentes para cada año. Las celdas sombreadas corresponden a valores
construidos mediante interpolación lineal simple.
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o moneda teórica, que conservaba, sin embargo, una equivalencia similar
a su antiguo homónimo real de patrón plata.31
Los datos evidencian con claridad que ni las variaciones oficiales en el
contenido intrínseco de metal precioso, ni las cotizaciones internacionales del
mismo, tenían peso determinante en la evolución de la tasa de cambio del
boliviano en esas provincias durante la segunda mitad del siglo. Muestran
también que las divergencias entre las distintas ciudades, ya consistentes
entre 1861 y 1864, aumentaron con el tiempo llegando a ser de gran consideración a inicios de la década de 1880, justamente en pleno auge de las
emisiones de bancos provinciales nominadas en pesos bolivianos y de las
transferencias de billetes en pesos fuertes nacionales hacia las provincias
que, sin embargo, tenían un premio considerable.32 Este panorama contradecía flagrantemente los esfuerzos de integración económica del país
que se habían puesto en práctica desde la mitad del siglo XIX, incluso ante
fenómenos cardinales al respecto, como lo fue la llegada del ferrocarril a
Tucumán (1876), que por lo visto no impidió que incluso se ampliaran las
brechas entre las cotizaciones del peso boliviano allí con respecto a otras
plazas cercanas como Córdoba o Rosario. Es evidente así que problemas
típicos de ciertas regiones aún en etapa prebancaria (fondeo limitado y
local, baja densidad del mercado financiero, escasa integración de capital
externo, circuitos monetarios de dimensión acotada, altas tasas de arbitraje
y costos de transacción) fueron profundizando divergencias a medida que
aparecían las primeras casas de alcance regional o nacional, o con fondeo
externo (como el Banco de Londres), operando sobre todo en las plazas de
mayores dimensiones.33
Pero el problema se exacerbaba por la muy diversa calidad del circulante, que tendió a divergir cada vez más de una jurisdicción a otra, empeorando ostensiblemente en algunas de ellas no solo por sus pobres piezas
metálicas, sino también por la aparición de papel nominado en bolivianos
febles, inconvertible luego de 1876 y por tanto solo sostenido por la demanda
de una economía dinámica, o condenado al lábil prestigio de los emisores,
bancos particulares o gubernamentales de escasa dimensión, o cuyos encajes, patrimonio y reservas cada vez cuadraban menos con el monto emitido.
Ello, además de demostrar lo falaz que resultaría deflactar precios y salarios
convirtiéndolos a metal precioso a una hipotética equivalencia intrínseca
31 La denominación “peso fuerte” es un elemento adicional de confusión en ese singular entramado
monetario. En principio, los pesos fuertes o “patacones” incluían a los viejos pesos de plata españoles
de 542 granos, con una equivalencia de 17 a 1 con la onza de oro hispanoamericana. Sin embargo, la
Ley de Monedas de 1875, al pasar a denominarlos en oro, reforzó su rol como unidad de referencia
para las transacciones comerciales, pero sin representación física homogénea –por lo cual, como
lo resaltó Álvarez (1929), la equivalencia legal de los distintos “pesos fuertes” con respecto a la
onza se modificó varias veces a lo largo de los años–. Es de destacar, asimismo, que el oro había
dejado de cotizarse por onza ya en noviembre de 1863, pasando desde esa fecha a hacerlo en
pesos fuertes (Agote, 1881, t. I, pp. CCXCII a CCCXXI y 127). Las diversas leyes que intentaron fijar
las equivalencias de las monedas circulantes acuñadas en otras naciones con respecto al peso
fuerte oro no mencionan las piezas de plata de menos de 900 milésimos de fino. Álvarez (1929,
pp. 112-116); también Olarra Jiménez (1968).
32 El coeficiente de variación entre las cotizaciones de las distintas plazas, que osciló entre 0,02 y
0,04 en los años que corrieron desde 1862 a 1870, se incrementó desde 1876, pasando a 0,13 en
1878 y llegando a 0,17 en 1881. La desviación estándar pasó en el mismo período de rangos en
0,4/0,8 a 4,06.
33 Sobre las características crediticias de algunas plazas del interior, Sánchez Román (2005) y Tognetti
(1999/2000).
70
Un imbroglio monetario. La moneda del interior argentino... | Julio Djenderedjian, Juan Luis Martirén y Daniel Moyano
ARTÍCULOS
(con el fin de lograr valores estables y comparables cuando la moneda de
expresión original de los mismos no era necesariamente homogénea), es
un indicio de la complejidad de la cuestión monetaria en el interior y nos
obliga a explicar las alternativas de esas variaciones a lo largo del tiempo.34
En suma, la aparición de bancos de emisión en la década de 1860
agregó más complicaciones a los problemas que desde ya traía aparejados la
heterogeneidad de las piezas bolivianas. La fuerte divergencia entre plazas
es una concreta muestra, en el plano cuantitativo, de las reservas y reclamos
existentes sobre el uso de este tipo de monedas. La crisis internacional de
1873, que hizo eclosión en el mercado financiero con la inconversión de
la mayoría de las emisiones provinciales, puso aún más en evidencia los
obstáculos derivados de la falta de una moneda nacional. Pero los alcances
de estas dificultades no se limitaban al plano financiero, sino que suponían sobre todo una decisión política: que el Estado nacional aportara los
fondos para rescatar el circulante feble (tanto metálico como en billetes) e
imponer definitivamente un nuevo patrón monetario de alcance nacional.
Este proceso, iniciado con la sanción ley de monedas de 1875, recién pudo
lograrse definitivamente en 1883. A continuación expondremos los puntos
más salientes de esa complicada (y costosa) transición.
La imposición del peso moneda nacional y el fin de la moneda feble
Es menester apuntar que el predominio de ese circulante de baja calidad, y
la consecuente depreciación progresiva frente al metálico de mayor valor
intrínseco, redujo los costos relativos de algunas producciones del interior,
volviéndolas más competitivas en el mercado nacional, lo que puede explicar parte de su rápido crecimiento desde fines de la década de 1870, como
ocurrió con la industria azucarera en Tucumán.35 Pero la fragmentación del
mercado nacional que implicaba, y los costos crecientes de las transacciones
en un momento en que avanzaba la integración económica del país (y por
tanto la competencia entre regiones por ganar mercados), conspiraba contra
los enormes esfuerzos de la política por resolver, mediante inversiones en infraestructura y comunicaciones, las grandes desigualdades que se arrastraban
desde hacía décadas. Lograr la imposición de una moneda única y propia era,
por ello, un objetivo prioritario del Estado nacional, que importaba además
para este las ganancias anexas a un señoreaje efectivo. También convenía a
la banca privada, en tanto que, una vez superada la crisis de 1873-1876, la
provisión de financiamiento a una economía en expansión comenzó a jugar
un rol cada vez más importante en sus carteras.
Pero para que la operatoria de esos bancos adquiriera una dimensión
capaz de respaldar proyectos de inversión cada vez más grandes, era preciso
34 Obviamente, también la construcción de índices de inflación se vería afectada si no se tuvieran en
cuenta las fuertes fluctuaciones en el valor de cambio de la moneda, teniendo carácter transable
una parte consistente de los bienes de consumo de cada jurisdicción, ya fuera hacia o desde otras
provincias o de ultramar.
35 Esa situación fue objeto de análisis en diversos artículos de El Economista, en el cual (probablemente
su director, Ricardo Napp) se decía partidario del patrón oro, pero veía a la vez necesario continuar
con un patrón bimetálico para evitar perjuicios al interior. Ver, por ejemplo, “El patrón monetario” en
El Economista, vol. V, año III, n° 4, Buenos Aires, 24 de enero de 1879, pp. 37-38 y “Cuál es el sistema
monetario que mejor nos conviene”, en El Economista, vol V, año III, n° 7, Buenos Aires, 15 de febrero
de1879, pp. 77-79.Una aproximación para el caso tucumano, en Moyano (2016, p. 163).
71
DESARROLLO ECONÓMICO. REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES | VOL. 61 - N° 233 - pp. 55-79 | ISSN 1853-8185
que existiera una única moneda nacional.36 El peso gradual de algunos bancos provinciales en el financiamiento fiscal de sus respectivas jurisdicciones
introducía otros clivajes políticos: la emisión de billetes a boliviano (con el fin
de captar depósitos en el ámbito provincial) podía llegar incluso a extremos
de ilegalidad, y desde ya se contradecía con los esfuerzos para uniformar
las contabilidades oficiales en pesos fuertes, además de conspirar contra
la aceptación de los billetes nacionales.37 Por supuesto, la sobreemisión
terminaba también depreciando los billetes provinciales; como se vio en el
Cuadro 1, las emisiones del Banco Provincial de Santa Fe perdieron casi el
13% en promedio contra el oro entre 1877 y 1883 (con momentos puntuales,
como junio de 1880, con más de 26% de premio), cuando la depreciación de
la plata solo alcanzó en el mismo período al 2%.
Las dificultades de la segunda mitad de la década de 1870, marcadas
por los funestos efectos de la crisis de 1876, habían imposibilitado el primer
intento por normalizar el circulante en el interior mediante la Ley Nº 733,
sancionada en septiembre de 1875. Esa ley buscó sin éxito imponer una
nueva unidad monetaria, el peso fuerte oro, y establecer un valor legal a
las diversas piezas circulantes. La difícil coyuntura financiera, la escasez
de recursos para labrar un respaldo en oro por parte del Estado nacional
y la gran diversidad de monedas de plata en el interior fueron obstáculos
insalvables.38 Distintos decretos del Poder Ejecutivo Nacional (6 de julio y
18 de septiembre de 1876; 10 de marzo de 1877 y 14 de enero 1879), establecieron valores en pesos oro a diferentes monedas de plata extranjeras,
entre estas las acuñaciones bolivianas a partir de las reformas monetarias
de 1859 y 1863 (los “pesos Frías” y las monedas decimales de 500 granos).
Pero excluyeron de plano a las piezas febles (en particular, los cuatros y los
melgarejos), lo que fue ampliamente resistido por las provincias, las cuales
también desconocieron la prohibición de que los bancos de emisión del
interior emitieran sus notas en pesos bolivianos.
Estas medidas componen los difíciles antecedentes del complejo proceso de negociaciones llevado a cabo para lograr la unificación monetaria
en 1883. El fracaso de esta ley y el fuerte rechazo de las provincias a los decretos que no reconocían la validez legal de la moneda feble evidencian dos
cuestiones fundamentales: el escaso poder político y financiero del Gobierno
nacional de entonces para hacer frente al problema monetario, y el crucial
rol que jugaba la moneda feble en la composición de la masa monetaria (o al
menos en los encajes metálicos de las instituciones de crédito), así como los
billetes en ella nominados (y ya inconvertibles) para los fiscos provinciales
que los emitían. Se trataba, en el fondo, de un problema de confianza: ni
36 La segmentación de los mercados monetarios impedía captar fondos para préstamos en ámbitos
más grandes que la dimensión provincial, problema una y otra vez analizado en la prensa. Ver, por
ejemplo, La Razón, Tucumán, 16 de enero de 1876.
37 El ejemplo más extremo es el Banco Provincial de Santa Fe. Ver al respecto Agote (1881, t. II, pp.
276-277). Sobre los intentos del gobierno central, a través del Banco Nacional, para eliminar (o en
el mejor de los caso reducir) la emisión de billetes a pesos bolivianos por parte de los bancos en
las diferentes provincias, ver Moyano (2019, pp. 102-109).
38 En una nota de opinión se advertía: “Tucumán, así como las demás provincias del interior, no tiene
más moneda que la boliviana, con ella salda sus cuentas, con ella hace todas sus transacciones.
Impídase por cualquier medio la circulación de este metálico y nos veremos en la suprema angustia
de la crisis”. La Razón, Tucumán, 9 de marzo de 1876.
72
Un imbroglio monetario. La moneda del interior argentino... | Julio Djenderedjian, Juan Luis Martirén y Daniel Moyano
ARTÍCULOS
el Estado nacional ni las provincias estaban en condiciones de circular (o
sostener) moneda papel nominada en oro o plata fuerte.
El nuevo contexto político inaugurado en 1880 comenzó a torcer el
panorama. La sanción de la ley de unificación monetaria de 1881 se volvió
un catalizador de todos los problemas que había generado la circulación
de la plata boliviana (y sus sustitutos en papel). Si la misma buscaba poner
fin a la anarquía monetaria en el interior, significó el abordaje de un grave
problema político y económico, que la ley anterior no pudo atender: cómo
y a qué valor convertir a moneda nacional el heterogéneo circulante de
cada una de las jurisdicciones subnacionales.39 El debate no solo implicaba
consecuencias para los fiscos provinciales, sino que arrastraba también a
los accionistas privados de esos bancos. Y, por supuesto, a los principales
actores económicos. Es imposible resumirlo en los límites de este trabajo,
nos concentraremos en su resultante: la ley de octubre de 1881 y el decreto
emitido un año más tarde.40
La norma de 1881 obligaba a los bancos de emisión (estatales, mixtos
o particulares) a emitir billetes pagaderos en moneda nacional oro, y autorizaba al Ejecutivo a fijar un término prudencial para el retiro de los pesos
bolivianos circulantes (en metálico y billetes). Sin embargo, una vez vencido
ese término, fijado en seis meses, no solo no se habían retirado las emisiones,
sino que incluso continuaban efectuándose otras nuevas a boliviano.41 Este
problema buscó saldarse con un decreto, dictado el 31 de octubre de 1882,
que estableció la adquisición por parte de la Casa de Moneda de un total de
dos millones de pesos bolivianos, a razón de 72 centavos moneda nacional
cada uno, en oro o en plata; es decir, con una equivalencia teórica por onza
(hispanoamericana) de 23,64 pesos bolivianos, o de 26,78 por onza troy.42 Es
muy importante notar que solo el circulante metálico en manos del público
en las provincias había sido estimado unos años antes en el doble de esa cifra.43 Se fijó asimismo plazo hasta el 5 de noviembre de 1883 para el canje.44
Según registros en la prensa rosarina, para fines de abril de 1883, esto es, seis
meses después de la entrada en vigor del decreto, ya se habían canjeado 1
999 216 pesos.45 La paridad acordada, fruto de arduas negociaciones entre
los ministros de Hacienda de la Nación, Santa Fe y Córdoba (estas últimas
las provincias con masa monetaria mayor y emisiones inconvertibles prin39 L’Union Française, Buenos Aires (25 de octubre de 1882), informaba sobre un meeting de los
comerciantes de Córdoba con el fin de fijar el tipo de conversión, “lo cual es verdaderamente un
trabajo de romanos”.
40 Ver República Argentina. Poder Ejecutivo Nacional (1883, t. 22, pp. 715-717).
41 Al menos según los balances del Banco Provincial de Santa Fe: 523 643 pesos más solo en 1882;
y llegando a un total de 2 553 528 al 30 de octubre de 1883 (Agote, 1881, t. II, pp. 276-277). La
normativa sobre plazos de conversión en República Argentina, Gobierno Nacional, Ministerio de
Hacienda (1884, p. 86).
42 Téngase presente que la referencia desde 1881 era la onza troy, de 31.10 gramos del sistema
métrico; por lo tanto, la equivalencia del peso oro moneda nacional (acuñado en piezas de 5
pesos, con 8.064 gramos y 900 milésimos) era de 19.28 por onza (y de 17 por la antigua onza
hispanoamericana de 27,45 gramos).
43 Según Agote este era de 4 000 000; a lo cual había que agregar el metálico depositado en los bancos
y las emisiones en papel fiduciario. Las de los bancos provinciales de Santa Fe, Córdoba y Mendoza
sumaban 2 370 000 pesos, en su casi totalidad emitidos a boliviano. (Agote, 1881, t. I, pp. 208-212).
44 República Argentina, Poder Ejecutivo Nacional (1883, t. 22, pp. 715-717); el decreto fue comentado,
entre otros, en L’Union Française, Buenos Aires (2 a 3 de noviembre de 1882); también Álvarez
(1929, pp. 118-119).
45 El Independiente, Rosario (28 de abril de 1883).
73
DESARROLLO ECONÓMICO. REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES | VOL. 61 - N° 233 - pp. 55-79 | ISSN 1853-8185
cipales), resultaba un poco por debajo de la cotización del peso boliviano en
esa plaza (entre 22,26/22,59 pesos por onza hispanoamericana, o alrededor
de 75 centavos moneda nacional por peso boliviano). Pero resultaba muy
conveniente para otras como Tucumán, donde llegaba a 30. El problema
radicaba en que el monto a canjear se agotó rápidamente con el circulante
metálico santafesino y cordobés.
No puede así sorprender que quienes más poder político o económico
podían ejercer obtuvieran mejores condiciones de canje. Ni que las poblaciones más atrasadas en subirse al mismo pagaran las consecuencias: en Salta,
la memoria oficial del Ministerio de Hacienda indicaba que tan tarde como
en 1883 se continuaba recaudando impuestos y valuando productos locales
en pesos bolivianos; pero la conversión a moneda nacional alcanzaba solo a
56 centavos, o una equivalencia implícita de 30,39 pesos bolivianos por onza
hispanoamericana, 34.43 por onza troy (República Argentina, Provincia de
Salta, 1883, pp. 37-42).46
Las postrimerías del año 1883 marcaban, en consecuencia, el final
simbólico de un proceso de fragmentación y anarquía monetaria que había
caracterizado a las provincias argentinas desde la ruptura del vínculo colonial. Las cosas no terminarían sin embargo allí: la ley de Bancos Garantidos
de 1887 (que habilitaba emisiones locales garantizadas por fondos públicos
nacionales, y convertibles por tanto no en oro, sino en billetes moneda nacional) intentó saldar la enorme deuda generada a partir de las emisiones
en billetes provinciales no canjeados en 1883; pero, como es sabido, sería un
factor de fuertes desequilibrios posteriores. De todos modos, aun cuando
la flamante moneda nacional seguiría atravesando grandes vicisitudes en
el corto plazo, su imposición había solucionado un problema de larga data
y abría el camino a la definitiva construcción de un mercado nacional de
bienes y servicios mucho más integrado.
Conclusiones
En el presente artículo intentamos ordenar la información disponible en
torno al complejo y largo proceso que culminó en la imposición de una
moneda nacional, coronando el también tortuoso fenómeno de construcción
de un Estado unificado que venía demorándose desde el final de la colonia.
El recorrido coincidió, asimismo, con el tardío reemplazo de las especies
circulantes heredadas de esa antigua época, y cerró casi siete décadas de
heterogeneidad monetaria, denominada “anarquía” por la mayor parte de
quienes escribieron sobre ella. La construcción de series de equivalencia de
los distintos tipos de circulante, y del más corriente, el peso boliviano feble,
para cuatro plazas que consideramos representan bastante ajustadamente
la situación en distintas regiones del país, ayudará sin dudas a convertir a
valores comparables la información económica existente durante ese largo
y turbulento período.
Trabajos posteriores podrán ajustar o corregir los datos que hemos
presentado, pero parece poco probable que el esquema fundamental sufra
demasiadas modificaciones. Como hemos visto, más allá de la conocida
importancia relativa de cada región del país en esos años (el litoral, de eco46 En Tucumán, aunque excepcionales, aun en 1885 y 1886 continuaban estableciéndose hipotecas,
pagos y cotizaciones a boliviano.
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Un imbroglio monetario. La moneda del interior argentino... | Julio Djenderedjian, Juan Luis Martirén y Daniel Moyano
nomía más dinámica; el interior, con mayor población y menos fuentes de
financiamiento; el centro, vital para la conformación de nudos comunicacionales y la integración de un mercado nacional), lo que postulamos aquí
es que, fundamentalmente, se conformaron áreas de circulación monetaria
claramente diferenciadas: la primera, con metálico de diversa calidad y papel
afianzado, fiduciario o convertible, de bancos privados o gubernamentales,
todo ello según la época; el interior, con piezas metálicas de baja calidad
y serios inconvenientes para respaldar emisiones en papel; y el centro,
arbitrando entre ambos mundos, y sufriendo a menudo las consecuencias
de ser aún un mercado financiero demasiado pequeño para el tráfico que
significaba su posición.
El comercio intermediario con la república de Bolivia, por su monto
y por involucrar ingentes cantidades de plata, podía asimismo significar
fuertes fluctuaciones en la cotización de las especies en plazas como Tucumán. El caso de Córdoba aparece, al menos en la deriva de sus cambios,
más ligado al de Santa Fe, es decir, a una economía con mayor dotación de
metálico a causa de arbitrar los circuitos mercantiles de Cuyo, el Norte y el
Litoral. Esto puede haber sido así aun a pesar de que el despegue económico cordobés fue más tardío con respecto al santafesino, y a los vínculos
relativamente estrechos que guardaban Córdoba y Tucumán a nivel social,
económico y comunicacional. Es que esta última plaza era la frontera real
del interior con el resto de las provincias. No contaba, como Córdoba, con
bancos de emisión significativos, y, por ello, las cotizaciones del boliviano
allí reflejaban más bien las de la carrera al norte que las del camino hacia
el Atlántico.
El hecho de que las cotizaciones en Salta, por los indicios dispersos
con que contamos, se parecieran bastante a las tucumanas, refuerza aún
más esa hipótesis. Se trataba así de una región entrampada por sus vínculos
con la economía boliviana, que por su dimensión, su cercanía y su complementariedad resultaban imprescindibles para las provincias del noroeste;
pero que, a la vez, no les dejaban muchas alternativas para construir otros
circuitos de desemboque a sus productos, y por tanto, retornos diferentes
al metálico boliviano de peor calidad. En cuanto a las provincias de Cuyo,
sus lazos con la economía chilena las ponían, en cierta medida, a resguardo
de las peores versiones de este último; una situación si se quiere parecida
a la del litoral, donde la calidad promedio del circulante metálico no parece haber descendido nunca a los extremos a que sí se vio sometido en las
provincias norteñas.
Este panorama no refleja así la hipótesis de que el debasement de las
piezas bolivianas pudo haber estado atado a las fluctuaciones en el tipo
de cambio de la moneda de Buenos Aires. Esa idea se basa sobre todo en
suposiciones sobre el comportamiento de los flujos monetarios, pero no
atiende a los efectos que en las distintas plazas podían tener los stocks preexistentes. Sin dudas, las divergencias entre las plazas muestran que, más
allá de las emisiones febles bolivianas, la dotación de este tipo de monedas,
y sus cotizaciones en los distintos mercados interiores, deben analizarse
desde una perspectiva más amplia, sobre todo a partir de la emergencia de
los bancos de emisión, que aportaron aún más complejidad a la masa circulante. Así, reducir el análisis de los “pesos bolivianos” a la moneda feble
ARTÍCULOS
75
DESARROLLO ECONÓMICO. REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES | VOL. 61 - N° 233 - pp. 55-79 | ISSN 1853-8185
y a las emisiones de Bolivia implicaría una mirada superficial e incompleta
sobre una unidad de cuenta que sin dudas incluyó un amplio elenco de
instrumentos físicos.
Estamos, como hemos dicho, aún lejos de contar con un panorama
detallado de todas las diferencias existentes en las cotizaciones y los distintos tipos de calidad del circulante en cada jurisdicción y momento. De
todos modos, consideramos haber avanzado en forma consistente en la
construcción de un camino necesario que nos permita reducir a números
equivalentes los valores fundamentales de la economía nacional en esos
años tan difíciles, camino que, sin embargo, hasta ahora había permanecido
en gran medida abandonado.
76
Un imbroglio monetario. La moneda del interior argentino... | Julio Djenderedjian, Juan Luis Martirén y Daniel Moyano
ARTÍCULOS
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