Nova Tellus
ISSN: 0185-3058
[email protected]
Centro de Estudios Clásicos
México
BEUCHOT, Mauricio
Retórica y hermenéutica en Aristóteles
Nova Tellus, vol. 25, núm. 1, 2007, pp. 217-234
Centro de Estudios Clásicos
Distrito Federal, México
Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=59120922006
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Retórica y hermenéutica en Aristóteles
RETÓRICA Y HERMENÉUTICA / Noua tellus, 25 1, 2007, pp. 217-234
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Mauricio BEUCHOT
Universidad Nacional Autónoma de México
[email protected]
RESUMEN: En este artículo se intentan entresacar las principales ideas de Aristóteles sobre la hemenéutica. Es verdad que algunas de ellas pueden hallarse en el De
interpretatione, pero otras se encuentran en la Retórica. Por eso se trata la hermenéutica aristotélica en conexión con su arte retórica. En ella se cumple la idea de
que aquello que sirve para encodificar sirve también para decodificar; y, así
como la retórica enseña a hablar y a escribir, también enseña a leer o a interpretar.
De manera muy clara puede ejemplificarse esto con la teoría de los tropos,
señaladamente la metáfora y la metonimia, que son enseñados por la retóricopoética, y sin menoscabo de la hermenéutica.
***
ABSTRACT: This article focuses on the main ideas developed by Aristotle on
hermeneutics. Some of them are to be found in the De interpretatione, whereas
the rest appear in the Rhetorica: therefore, the author studies Aristotle’s hermeneutics against the background of his own rhetoric. In fact, according to Aristotle,
encoding and decoding arise from the use of the same tool, and so rhetoric
teaches not only how to speak and write, but teaches also how to read and
interpret. This may be clearly exemplified through the theory of topoi, especially
metaphor and metonymy, that are studied by rhetoric as well as by poetics,
without prejudice to their being considered also by hermeneutics.
PALABRAS CLAVE: Aristóteles, elocución, hermenéutica, interpretación, metáfora,
metonimia, retórica.
RECEPCIÓN: 20 de febrero de 2007.
ACEPTACIÓN: 3 de mayo de 2007.
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Mauricio BEUCHOT
Introducción
En el artículo que sigue atenderé algunas ideas hermenéuticas
de Aristóteles. Suele decirse que abordó este tema en el Peri
hermeneias, traducido al latín como De interpretatione, y al
castellano como De la interpretación; pero tal vez tiene más
elementos hermenéuticos en su Retórica, pues en ella se encuentra una teoría de los tropos, y éstos sirven tanto para
encodificar un discurso o texto como para decodificarlo. También hay elementos en otros trabajos suyos, como la teoría de
la analogía, que se encuentra en la Metafísica y en la Poética
Aquí me centraré en la hermenéutica y la analogía aristotélicas,
o, si se prefiere, en la analogía dentro de la hermenéutica aristotélica.
Y es que en la Retórica se abarcaba tanto la emisión como
la recepción de mensajes, esto es, el circuito comunicativo
completo, mientras que hoy en día la hermenéutica se toma
sólo como el recibir o decodificar. ¿Cómo leer? Esta parece
ser la pregunta fundamental en ella. Veremos que Aristóteles,
aunque no tiene propiamente una teoría explícita de la lectura
y de la interpretación, nos brinda, sin embargo, datos muy
precisos sobre ella en su teoría retórica y en su doctrina de la
analogía.
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La retórica como hermenéutica
Antes de que Heidegger pusiera la interpretación como una
propiedad existencial (un existenciario) del hombre,1 Aristóteles veía al ser humano como un animal racional, como teniendo lógos, razón y lenguaje, como un animal comprensor,
que en su ubicarse en el mundo lo hace interpretando y comprendiendo.2 Además de definir al hombre como animal que
tiene lógos (razón-palabra), lo define como animal político, y
es precisamente por el lógos por lo que es tal, y no meramente
un animal gregario.3 La razón se manifiesta en el lenguaje: la
lingüisticidad expresa la razón. Por tal motivo el hombre necesita la retórica, piensa el estagirita, porque ella da el acto
lingüístico por excelencia, que es el del juicio, al que se llega
por un raciocinio o al que se apoya con un argumento. Y la
retórica, tal como la entiende Aristóteles, es una argumentación que va a todo el hombre, razón y pasión. Por eso su obra
sobre retórica es tanto una lógica (del entimema o silogismo
abreviado y rápido) como una psicología de las pasiones (la
psicagogía o movimiento pasional), es decir, alude al hombre
completo: razón y pasión.
La pragmática y la hermenéutica coinciden en estudiar el
significado no en abstracto, sino como significado del hablante, o intencionalidad del emisor, y esto es precisamente lo que
enseña la retórica, pues toma muy en cuenta a quién va dirigido el mensaje (i. e., los oyentes o receptores) y, del mismo
modo, de quién nos viene el mensaje, esto es, las características peculiares del hablante o del autor de un texto. A diferencia de la sintaxis y la semántica, la pragmática toma muy
1
M. Heidegger, El ser y el tiempo, § 32, México, FCE, 1957, pp. 166 ss.
2
Pol., I, 2, 1253a 9-10 (en Opera, ed. de I. Bekker, rev. de O. Gigon, Berlin,
Walter de Gruyter, 1961).
3
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Pol., I, 2, 1253a 3.
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en cuenta a los usuarios y lo mismo hace la hermenéutica:
atiende al autor y al lector, o emisor y receptor, hablante y
oyente. Si es para dirigir el mensaje, hay que atender a las
características del auditorio, de los oyentes, del público, o sencillamente del que escucha; y, si es para descifrar un mensaje, hay que atender a las características peculiares del que lo
emite: su lenguaje, su cultura, su historia, etcétera. Por eso la
retórica tenía que ver tan directamente con la praxis (la ética,
la política, la vida cotidiana). Era útil sobre todo para llevar
a la acción.
Era lógico, pues, que la retórica estuviera asociada a la ética
y a la política, con el fin de buscar lo que es bueno para el
hombre y la sociedad, lo que les es útil o deleitable u honesto.
En especial, tiene que dirigirse hacia el bien común. Según la
teoría aristotélica de la acción, en la que el hombre busca el
bien, la retórica sirve para convencer a los otros de que se tiene
que buscar lo que resulta benéfico para la polis: procurar un
pacto, iniciar una guerra, castigar a algunos, perdonar a otros, o
premiarlos o alabarlos, etcétera. Sobre todo, ayudaba a hacer
justicia.4 Pero esto requiere que se dirija el discurso no sólo a
la razón, sino también a la emoción: va al entendimiento y a la
voluntad, al hombre íntegro. Es lo que logrará la persuasión o
convencimiento.
Aristóteles habla de una técnica retórica, un arte oratoria.5
No excluye que se dé a veces una habilidad natural para la
retórica, pues hay oradores natos; pero explica que la situación
normal es que se aprenda mediante el arte o técnica, y aún el
que la tiene de manera natural puede mejorarla con el estudio.
Es arte o técnica porque proporciona reglas para guiar y apoyar esa capacidad retórica o (parodiando a Chomsky) compe4
5
Rhet., I, 1, 1354a 18-1355a 2.
Rhet., I, 1, 1355a 32-34, y 1355b 25-28: ÖEstv dØ ≤ =htorikØ dÊnamiw per‹
ßkaston toË yevr∞sai tÚ §ndexÒmenon piyanÒn. toËto går oÈdemiçw •t°raw §st‹ t°xnhw
¶rgon: t«n går êllvn •kãsth per‹ tÚ aÍtª Ípoke¤menÒn §stin didaskalikØ ka‹
peistikÆ.
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tencia retórica que todos tenemos, pero que, si no cultivamos,
brillará por su ausencia.
Los sofistas habían hecho de la retórica una erística, un arte
de la disputa, y usaban falacias. Servía para demostrar una
cosa y su contraria, llegando al absurdo. Gorgias, en quien
confluía la tradición, desde Protágoras hasta Isócrates, hacía
eso en sus “discursos dobles” (d¤ssoi lÒgoi), ya que el hombre
era la medida de las cosas. Tenía la retórica como mero instrumento de poder, no le importaba la verdad.6
Sócrates y Platón habían reaccionado contra ese empleo de
la retórica, viendo a los sofistas como una amenaza para la
polis, pues el arte de la persuasión estaba al servicio de su
relativismo moral. Por eso Platón supeditaba la retórica a la
ética, como obligando a buscar el bien, concretamente el bien
común, y no cualquier interés. Había que conocer el ser, para
llegar al deber ser, y eso lo hacía el filósofo o dialéctico. Y
tenía que conocer la verdad para reconocer lo verosímil, que
significa lo semejante a la verdad, propio de la retórica, como
se dice en el diálogo platónico Fedro (273d). Y el filósofo
puede hacerlo porque conoce el alma y sus afecciones.7
Este ideal platónico es recogido por Aristóteles, que concibe la retórica como referida al intelecto y al afecto. Es una
teoría de la argumentación (hacia el intelecto) y una psicología aplicada al movimiento de las pasiones y emociones
(hacia la voluntad o afecto). En ella subyace una filosofía del
hombre o antropología filosófica, para la cual éste es libre,
dialógico y puede ser persuadido no sólo por el intelecto, sino
también por el afecto, y han de estudiarse los mecanismos de
la persuasión. Esto se da en el diálogo, que tiene su retórica,
su deliberación. Y es constitutivo de la hermenéutica. El diá6
R. Barthes, Investigaciones retóricas. I. La antigua retórica, Barcelona, Eds.
Buenos Aires, 1982, pp. 12-14.
7
A. Reyes, “La antigua retórica”, en Obras completas, vol. XIII, México,
FCE, 1961, pp. 349 ss.
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logo no siempre es desapasionado y cerebral, y por ello tiene
que ayudarse del ornato para la persuasión; tiene que acudir a
los resortes pasionales para llegar a la convicción. Va más allá
del lógos apophantikós, que corresponde a la sintaxis y a la
semántica, y avanza hasta el lógos semantikós, que más bien
diríamos ahora que es la parte de la pragmática y la hermenéutica, porque va más a la comprensión que a la explicación,
y, aunque es intelectiva, no descuida lo volitivo, y atiende más
a lo peculiar que a lo universal del hombre.
Función de la retórica
En el libro I de la Retórica, Aristóteles dedica los capítulos 1
y 2 a definir la naturaleza de la retórica. La observa como una
parte de la lógica o teoría de la argumentación. Resalta más
la parte intelectiva que la volitiva del hombre, da más cabida al
concepto que al afecto. En esa orientación al bien común de la
polis, la retórica argumenta, es decir, alude al intelecto/razón,
y el mover los afectos es algo derivado. Por eso la retórica,
para Aristóteles, se relaciona con la dialéctica,8 ambas pertenecen a la tópica, esto es, hay tópicos dialécticos y tópicos
retóricos; la dialéctica procura la verdad plausible o probable
(a diferencia de la lógica analítica, que asegura lo apodíctico o
necesario), y la retórica se contenta con lo verosímil.
La lógica estudia qué es el silogismo, no solamente el silogismo completo, de los Analíticos Primeros, sino también el
entimema, que es el silogismo trunco o abreviado,9 y que, en
el caso de la dialéctica o tópica, llega a la verdad probable,
y en el caso de la retórica sólo alcanza lo verosímil.10 Por eso
8
Rhet., I, 1, 1354a 1-6, y 1355a 10.
9
Rhet., I, 2, 1356b 3-4: tÚ dÉ §nyÊmhma sullogismÒw, tÚ de fainÒmenon
§nyÊmhma fainÒmenow sullogismÒw.
10
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Rhet., I, 1, 1355a 5-23.
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la retórica se distingue de la lógica, como la de los Analíticos,
porque no aspira a lo verdadero, sino a lo verosímil. Eso la
acerca a la dialéctica, como la de los Tópicos, que trata de una
verdad más modesta: la probable o plausible (no la necesaria
o apodíctica). También la retórica se distingue por el uso del
silogismo abreviado, el entimema, lo cual se debe al curso más
rápido de la oratoria, a diferencia de la discusión dialéctica. Ya
en eso hay discrepancias entre la retórica y la dialéctica; pero,
además, difieren porque en la dialéctica no se mueven las pasiones, cosa que en la retórica es fundamental.
La retórica trata de lo verosímil porque lo evidente no admite discusión, y lo probable no admite persuasión; en cambio,
versa sobre lo discutible que puede alcanzar verosimilitud y
aporta, al modo como los tópicos de la dialéctica, motivos de
credibilidad a partir de nociones comúnmente aceptadas. Se
parece a la phrónesis o prudencia, en que delibera para encontrar y ofrecer los medios para llegar al fin de la persuasión,
que es hacer que algo sea creíble o verosímil.11
La retórica puede persuadir acerca de cualquier cosa. Incluso acerca de cosas probables o aún evidentes, aunque no las
demuestra. Por eso lo probable también puede ser asumido
por la argumentación retórica; e incluso lo apodíctico o evidente, ya que, cuando alguien lo niega o no quiere aceptarlo,
el único recurso argumentativo que nos queda es retórico.
O puede pasar que no sean primeros principios los que se
ponen en duda, sino cosas verdaderas pero sin evidencia inmediata, y resultan verdades apodícticas que son reafirmadas
o confirmadas retóricamente. Por tal razón lo verosímil abarca
lo verdadero, tanto apodíctico como tópico, y los tres entran
en la retórica.
11
Rhet., I, 1, 1355a 14-18: tÒ te går élhy¢w ka‹ tÚ ˜moion t“ élhye› t∞w aÈt∞w
§sti dunãmevw fide›n, ëma d¢ ka‹ ofl ênyrvpoi prÚw tÚ élhy¢w pefÊkasin flkan«w ka‹ tå
ple¤v tugxãnousi t∞w élhye¤aw: diÚ prÚw tå ¶ndoja stoxastik«w ¶xein toË ımo¤vw
¶xontow ka‹ prÚw tØn élÆyeiãn §stin.
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Además de distinguirse de la analítica y la tópica, la retórica debe diferenciarse de la sofística, pues esta última presenta
lo falso como verdadero y como verosímil. Y no sólo eso, sino
que se añade que lo hace contenciosamente y con engaño. Es
decir, no se queda en lo falso o inválido, como el paralogismo,
sino que el sofisma o falacia es lo falso que parece verdadero
(por eso es doblemente peligroso).
Es el mismo Aristóteles quien dice que los argumentos retóricos pueden aludir al intelecto o a la voluntad, e incluso
pueden ser cosas ajenas al arte retórica. Por eso divide tales
argumentos retóricos en extrínsecos al arte (písteis átechnoi,
los que le preexisten, como los testigos, la tortura, etcétera) e
intrínsecos al arte (písteis éntechnoi, los que van incrementando al paso que evoluciona esta disciplina).12
Hay, pues, argumentos intrínsecos o intraartísticos y otros
que son extrínsecos. Los intrínsecos son válidos, y son de tres
clases: (i) unos se basan en el carácter del que habla, (ii) otros
se apoyan en el estado de ánimo que tienden a provocar en el
oyente, y (iii) otros se centran en el discurso, de acuerdo con lo
que significa o parece significar. Los argumentos (i) y (ii) son
psicagógicos, esto es, se fundamentan en aspectos psicológicos, unos en el carácter del que habla, aprovechando la autoridad que le confieren sus buenas costumbres, la cual inclina el
ánimo de los oyentes a darle crédito; y los que se fundamentan
en el ánimo de los oyentes son semejantes: el grado de concesión al que llegan los oyentes predispuestos, ánimo que puede
causarse o cambiarse (y en ello reside la psicagogía). Pero los
del tipo (iii) son argumentos más propios de la lógica y la
teoría de la argumentación, pues se basan en el mismo discurso, por cuanto que muestran lo verdadero o lo verosímil de
12
Rhet., I, 2, 1355b 35-39: t«n d¢ p¤stevn afl m¢n êtexno¤ efisin afl dÉ ¶ntexnoi.
êtexna d¢ l°gv ˜sa mØ diÉ ≤m«n pepÒristai éllå pro#p∞rxen, oÂon mãrturew bãsanoi
suggrafa‹ ka‹ ˜sa toiaËta, ¶ntexna d¢ ˜sa diå t∞w meyÒdou ka‹ diÉ ≤m«n kataskeuasy∞nai dunatÒn, Àste de› toÊtvn to›w m¢n xrÆsasyai, tå d¢ eÍre›n.
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acuerdo con lo que resulta persuasivo en cada caso. En cuanto
estudia las costumbres y los caracteres, dice Aristóteles que la
retórica es aledaña a la política; mas nunca pierde su carácter
racional, o lógico.13 En ella confluyen la lógica y la psicología
al servicio de la política.
La pragmática y la hermenéutica se hacen presentes en la
retórica porque ella no aporta razones tan claras y contundentes, sino razones más necesitadas de comprensión o interpretación, y más débiles. Dichas razones tienen dos clases principales: inducción (§pagvgÆ) y deducción (sullogismÒw). La
inducción abreviada es el paradigma o ejemplo, y la deducción
abreviada es el entimema.14 Y estos dos últimos son los más
propios de la retórica.
Los discursos que proceden por entimemas son mejores que
aquellos que proceden por paradigmas, pero ambos son creíbles.
Aunque la retórica admite premisas necesarias, son pocas, y
las más abundantes son las contingentes. Es la contingencia
que los escolásticos llamaron ut in pluribus o frecuente, que
es la verosímil (contrapuesta a la contingencia ut in paucioribus o rara, la cual no sirve para argumentar). Además de
usar argumentos, el retórico puede utilizar indicios. Con todo,
son más eficaces los rhetores que usan argumentos. Y estos
argumentos se apoyan en los tópicos, como el del más y el
menos (“El que puede lo más puede lo menos”, por ejemplo,
“Si un capitán puede mandar esto o aquello, mucho más un
general”). Los tópicos son principios de la argumentación,15
13 Rhet., I, 2, 1356a 27-33: diÚ ka‹ ÍpodÊetai ÍpÚ tÚ sx∞ma tÚ t∞w politik∞w ≤
=htorikØ ka‹ ofl éntipoioÊmenoi taÊthw tå m¢n diÉ épaideus¤an, tå d¢ diÉ élazone¤an,
tå d¢ ka‹ diÉ êllaw afit¤aw ényrvpikãw: ¶sti går mÒriÒn ti t∞w dialektik∞w ka‹
ımo¤vma, kayãper ka‹ érxÒmenoi e‡pomen: per‹ oÈdenÚw går …rism°nou oÈdet°ra
aÈt«n §stin §pistÆmh p«w ¶xei, éllå dunãmeiw tin¢w toË por¤sai lÒgouw.
14
Rhet., I, 2, 1356b 5: kal« dÉ §nyÊmhma m¢n =htorikÚn sullogismÒn, parãdeigma d¢ §pagvgØn =htorikÆn.
15
Rhet., I, 2, 1358a 10-14: l°gv går dialektikoÊw te ka‹ =htorikoÊw sullogismoÁw e‰nai per‹ œn toÁw tÒpouw l°gomen: otoi dÉ efis‹n ofl koino‹ per‹ dika¤vn ka‹
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que en la lógica actual se han interpretado como reglas de
inferencia o como esquemas de argumentos. En realidad son
nociones comunes o juicios generalmente aceptados, los cuales
marcan un paso consecuencial que se establece como regla de
inferencia; pero tienen que ser compartidos por la comunidad
epistémica, esto es, por los dialogantes; por eso son lugares
comunes. Esta interacción es todo un acontecimiento semiótico en el que se requiere la atención a los usuarios, por lo que
pertenece a la pragmática, la cual coincide con la hermenéutica.
Retórica, pragmática y hermenéutica
En efecto, la pragmática y la retórica coinciden, pues no se
quedan en el significado sintáctico-semántico, sino que van al
significado del hablante, toman en cuenta a los usuarios, su
intencionalidad (es el significado pragmático). Además, la retórica no se reducía a la mera psicagogía; era una teoría de la argumentación. Se colocaba entre las ramas de la lógica: la
analítica y la tópica, y se unía a la poética, la otra disciplina de
lo verosímil. Podrá resultar difícil de entender que la retórica
y la poética eran partes de la lógica, del Órganon, pero, así
como la lógica argumenta en pro de la verdad, así también la
retórica argumenta a favor de lo verosímil, y la poética tenía
ciertos tópicos que daban verosimilitud a las composiciones
poéticas. A la retórica, pues, se le exige la verosimilitud; no se
le puede exigir la verdad, ni siquiera la probable, mucho menos
la necesaria. Por ser verosímil, se distingue de la lógica analítica o apodíctica, de verdad necesaria, y de la lógica tópica o
dialéctica, de verdad probable o plausible; pero sólo se distingue de ellas en las premisas y la conclusión, no en la fuerza
fusik«n ka‹ per‹ politik«n ka‹ per‹ poll«n diaferÒntvn e‡dei, oÂon ı toË mçllon
ka‹ ∏tton tÒpow.
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inferencial, que es la misma. Tiene igual validez lógica, pero
difiere en los contenidos, que son sólo verosímiles; y, si son
tales las premisas, también ha de serlo la conclusión.
Pero la retórica es, en el pensamiento de Aristóteles, la
argumentación que va hacia el hombre íntegro, intelecto y
afecto; no alude sólo a su parte racional, sino también a la
emocional. Esto no lo hace la lógica: ni la tópica ni, mucho
menos, la analítica. Hablando desde la semiótica, la retórica
entra en el terreno de la pragmática, en el que no bastan la
sintaxis y la semántica, más neutras, sino que va a consideraciones más psicológicas, como el manejo de las pasiones.
Es más performativa, y en eso coincide con la hermenéutica.
Además, la retórica era, antiguamente, el equivalente de la
hermenéutica, porque, junto con la poética, estudiaba los tropos,
esto es, los recursos comunicativos (o expresivos) en el discurso. Ellos servían para encodificar o transmitir, pero igualmente para decodificar o recibir. Es decir, lo que servía para
escribir servía para leer, y, de esta manera, las retóricas eran
uno de los lugares naturales de la hermenéutica. Por eso en
la retórica de Aristóteles hemos encontrado los rasgos principales de su hermenéutica. Pero, también, hallamos en el
estagirita un elemento que puede caracterizar adecuadamente su concepción retórico-hermenéutica: el concepto de analogía.
La analogía en la retórica y en la hermenéutica
Aristóteles habla de tres tipos de predicación o de significado.
(i) Uno es el sinónimo, es decir, unívoco (completamente igual
para los significados y los sujetos de atribución); otro es la
equivocidad u homonimia, que es la diversidad de significado
y de predicación, y ésta se divide en dos: (ii) equívoco casual,
completamente irreductible a la univocidad, y (iii) equívoco
deliberado, que es la analogía, también irreductible a la uni-
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vocidad, pero lo suficientemente claro como para brindar un
conocimiento adecuado.16
Aristóteles usa muy poco la palabra “analogía”, pero siempre que la usa la entiende como proporción, como proporcionalidad. Es la proporción de los pitagóricos: a:b::c:d. Pero
también usa otra expresión que corresponde a la analogía, y
que es la predicación prÚw ßn, o ad unum, la que los escolásticos llamaban, tras Cayetano, “de atribución”. Esta última
es de proporción simple: a:b, a:c, a:d... Por ejemplo, “sano” se
atribuye al organismo, al medicamento, al alimento, al clima,
hasta a la orina, pero sólo al primero de manera propia, por lo
que es el analogado principal, y los demás los analogados secundarios.17
Esta analogía de atribución fue después dividida en intrínseca y extrínseca. La primera implica una atribución propia, la
otra no. La analogía de proporcionalidad también fue dividida en dos: una propia y otra impropia o metafórica.18 En el
tomismo se privilegió la analogía de proporcionalidad, como
en Cayetano19 y Juan de Santo Tomás; la de atribución fue
privilegiada por Suárez. Más modernamente, Owens20 (1951)
y Aubenque21 privilegian la predicación prÚw ßn, pero la ven
como un equívoco. Para el primero, eso significa que la metafísica es teología; mientras, para el segundo, que no puede ser
ciencia en sentido estricto.
Se trata de la equivocidad prÚw ßn (Owens), i. e., la de
atribución, y no de la equivocidad katÉ énalog¤an, la de pro16
Cat., 1, 1a 1-12.
17
Cat., 5, 2b 5-6; Eth. Nic., V, 3, 1131a 31- b 4.
18
Poet., 21, 1457b 16-18.
19
Tomás de Vío Cayetano, De nominum analogia, intr., trad. y notas de
Vicente Igual, Barcelona, PPU, 1989.
20
J. Owens, The Doctrine of Being in the Aristotelian Metaphysics, Toronto,
Pontificial Institute of Mediaeval Studies, 1963.
21
P. Aubenque, Le problème de l’être chez Aristote. Essai sur la problématique aristotelicienne, Paris, Presses Universitaires de France, 1962.
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porcionalidad. Owens, con Suárez, privilegia la de atribución,
y sólo justifica la filosofía primera como teología; en cambio,
Suárez la ve como intrínseca (Owens sólo como extrínseca);22
por eso Suárez puede justificar la ontología o metafísica.
Aubenque ni siquiera deja cientificidad a la metafísica, por
ponerle exigencias demasiado formalistas o logicistas.23 Esto
le pasa a Aubenque debido a un ideal de univocidad que ha
tomado —según Muralt— de la fenomenología.24
Sin embargo, la atribución tiene como base la proporcionalidad. Esta última es como una meta-analogía, que está presente en toda analogía, incluso la de atribución o de proporción
simple. El propio Aristóteles, en su doctrina de la analogía, recupera tanto la prÚw ßn (de atribución) como la katÉ énalog¤an
(de proporcionalidad) y las integra en una sola.25
Pues bien, la analogía es, en Aristóteles, el reconocimiento
de la polisemia de ciertos términos, que son los principales en
la filosofía. Tal es el caso del ente, cosa que estudió acuciosamente Brentano, en su trabajo Sobre el múltiple sentido del
ser en Aristóteles,26 que Heidegger leyó de joven y le marcó
toda su filosofía (él se debatió entre la analogía y la univocidad en toda su reflexión, optando en definitiva por esta
última). Es la conciencia de que la realidad es compleja pero
también de que podemos estudiarla y conocerla; ciertamente
no de manera exhaustiva, pero sí lo suficiente como para
poder manejarla. Hay, según decía Peirce, una ambigüedad
radical en la realidad, y le vamos arrancando la claridad, sin
llegar nunca a lo unívoco. Por lo menos nos quedamos en una
22
J. Owens, op. cit., pp. 124-125.
23
P. Aubenque, op. cit., pp. 235 ss.
A. de Muralt, Comment dire l’être? L’invention du discours métaphysique
chez Aristote, Paris, Vrin, 1985, pp. 29-36.
24
25
Met., V, 6, 1016b 31-35.
Brentano, Von der mannigfachen Bedeutung des Seienden nach Aristoteles,
Hildesheim, G. Olms, 1960.
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ambigüedad sistemática, en terminología de Russell, que es la
que corresponde al conocimiento analógico.
La retórica (al igual que la poética) es eminentemente hermenéutica porque estudia los tropos o figuras del discurso, principalmente la metáfora y la metonimia. Y la analogía contiene
eso, ya que tiene un polo metonímico, el cual corresponde a la
analogía de atribución intrínseca y a la de proporcionalidad
propia, y tiene un polo metafórico, que corresponde a la analogía de atribución extrínseca y a la de proporcionalidad impropia
o metafórica. Según Jakobson, la metonimia rige la prosa y la
metáfora la poesía.27 Es decir, metonimia y metáfora son los
dos pilares del discurso humano, pues la metonimia se da en el
discurso científico y la metáfora en el lírico. Y ambos polos se
juntan en la analogía, son polos de la analogía misma.
De esta manera, la analogía (pitagórica, potenciada por
Platón y Aristóteles) tiene una fuerza comprensiva, desde lo
metonímico hasta lo metafórico, que resulta muy útil para la
interpretación. Da la posibilidad de encodificar retóricamente
y decodificar hermenéuticamente una amplia gama de significados, esto es, de textos. Ayuda a lograr una interpretación
diferenciada, que escapa de la pretensión de univocidad (que
se alcanza en pocos ámbitos), sin caer en la trampa de la equivocidad (que hunde en el caos). Es, en todo caso, una apertura,
pero no indiferenciada, no absoluta, sino limitada, acotada,
diferenciada. Y con ello nos basta para alcanzar una comprensión suficiente. Asimismo, permite entender, por proporción
con lo ya conocido, cosas desconocidas, significados extraños
o extranjeros. Y, además, nos permite encontrar un analogado
principal entre las interpretaciones que tenemos de un texto, y
con ello jerarquizar las demás conforme al grado de aproximación a la verdad textual que alcancen.
27 R, Jakobson, “Lingüística y poética”, en sus Ensayos de lingüística general,
México, Origen-Planeta, 1986, pp. 389.
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La analogía como clave hermenéutica
La analogía, pues, tiene en Aristóteles el sentido de polisemia
o multivocidad. En el libro V de la Metafísica, de la mayoría
de los conceptos filosóficos (el ser, el uno, el bien, la causa,
etcétera) asegura que cada uno se dice de muchas maneras
(pollax«w l°getai) y, sobre todo, lo dice del ser.28 Pero también
dice que esa polisemia no es mera homonimia o equivocidad,
sino una predicación o significación ordenada, tomando algún
término como principal, y los demás se dicen por relación con
él (prÚw ßn). Asimismo, retiene la noción de analogía pitagórica como proporción, según se ve en la ética y en la política,
al hablar de la justicia, la cual, en su carácter de conmutativa,
observa una proporción aritmética y, en su carácter de distributiva, una proporción geométrica.
Con esto entendemos que la analogía, además de implicar
polisemia, implica una significación proporcionada, de modo
que no es mera equivocidad, sino que guarda una cierta unidad
proporcional. Asimismo, implica que a veces se da una polisemia ordenada, jerarquizada, con un orden de atribución, en la
que un significado se atribuye a los distintos conceptos involucrados de manera gradual, a uno de manera más propia y a
otros de manera menos propia, esto es, según un analogado
principal y otros analogados secundarios, lo cual da la posibilidad de interpretar no de manera unívoca, sino con cierta
apertura, pero sin caer en la equivocidad.
Aristóteles pone buen cuidado en señalar que la analogía no se
reduce a la mera homonimia o equivocidad, o por lo menos
se queda en una homonimia o equivocidad deliberada, sistemática, controlada. La idea del estagirita parece ser que la analogía
es un tipo de equivocidad, pero no la equivocidad casual, que es
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Como lo había enunciado ya en Met., IV, 2, 1003a 34 ss.
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irreductible, sino una equivocidad deliberada y que se puede
salvar del caos, aunque nunca se llegue en ella a la univocidad. Esto, verdaderamente, abre mucho la riqueza de la hermenéutica aristotélica que, al evitar la univocidad de los significados rígidos, no se desliza hacia la equivocidad de los
significados caóticos, sino que se mantiene en una interpretación mesurada, equilibrada, tal como se requiere en la phrónesis o prudencia aristotélica, que Gadamer ha puesto como
esquema y modelo de la hermenéutica, cuando dice:
La virtud aristotélica de la racionalidad, la phrónesis, resulta ser
al final la virtud hermenéutica fundamental. A mí me sirvió de
modelo para mi propia línea argumentativa. De ese modo la
hermenéutica, esa teoría de la aplicación, es decir, de la conjugación de lo general y lo individual se convirtió para mí en la
tarea filosófica central.29
Conclusión
De esta manera vemos cómo la hermenéutica de Aristóteles
está vinculada a su retórica, ya que en ella se encuentra una
teoría de los tropos, que son los que ofrecen dificultad para
ser interpretados. Y, aunque la retórica los enseña para ser
usados en la prolación de piezas oratorias, igualmente se pueden usar para leer y comprender dichas piezas, que, junto con
las poéticas, son las más complejas. Podemos decir que, aunque no sea conscientemente, subyace la idea de que lo que
sirve para encodificar sirve para decodificar, o lo que sirve
para escribir sirve para leer, o lo que sirve para emitir (oratoria) sirve para recibir (hermenéutica).
Además, un punto nuclear de la hermenéutica aristotélica se
encuentra en su doctrina de la analogía, esto es, de la polisemia
29 H.-G. Gadamer, “Problemas de la razón práctica”, en Verdad y método II,
Salamanca, Sígueme, 1994, p. 317.
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proporcional y ordenada, que escapa de la mera univocidad y
de la mera equivocidad, y es la que más frecuentemente logramos obtener. Se trata, pues, de una hermenéutica analógica.
En ella no se alcanza la claridad del significado unívoco, pero
tampoco se cae en la oscuridad del significado equívoco; se
alcanza un significado no tan claro como el unívoco, pero
tampoco tan oscuro como el equívoco; dicho en otras palabras,
el conocimiento analógico —y, dentro de él, la interpretación
analógica— nos da una comprensión limitada pero suficiente.
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