SONIA SALAZAR GARCÉS
ALEXANDRA SEVILLA NARANJO
ANDRES VALLEJO ARCOS
Alcalde del Distrito Metropolitano de Quito
CARLOS PALLARES SEVILLA
Director Ejecutivo del Fondo de Salvamento del Patrimonio Cultural de Quito
SONIA SALAZAR GARCÉS
ALEXANDRA SEVILLA NARANJO
FONSAL
Fondo de Salvamento del Patrimonio Cultural de Quito
Venezuela 914 y Chile / Telfs.: (593-2) 2 584-961 / 2 584-962
Consultor editorial:
Alfonso Ortiz Crespo
Revisión del texto y cuidado de edición:
Sylvia Benítez A.
Portada
Fusilamiento de Rosa Zárate y de la Peña en Tumaco.
Cuadro en museos de la Casa de la Cultura en Quito.
Foto de Christoph Hirtz.
Diseño e Impresión:
Noción Imprenta
Quito – Ecuador
Telfs.: 593 2 334 2205
2009
ISBN
986.6
F864e
Freile Granizo, Carlos E.
Eugenio Espejo, precursor de la independencia. (Documentos
1794-1797) / Carlos E. Freile Granizo. 2. ed.- Quito: FONSAL,
2009.
422 p.
ISBN: 978-9978-366-08-0
1. ECUADOR – HISTORIA – INDEPENDENCIA. 2.
SANTA CRUZ Y ESPEJO, FRANCISCO XAVIER EUGENIO
– BIOGRAFIA.
Los derechos pertenecen al FONSAL
Prohibida su reproducción total o parcial sin autorización
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
Co n t en id o
¿ Po rq u é escrib ir u n a h ist o ria d e las
m u jeres en la Revo lu ció n d e Q u it o ?
CAPITU LO I
Am érica list a p ara la In d ep en d en cia
La crisis de la monarquía española
Los partidos políticos
La Iglesia y el Estado. Expulsión de los jesuitas
La difícil situación agraria
El comercio
La situación política de fines del siglo XVIII
Las consecuencias de las reformas borbónicas: la situación
social, política y económica de la Audiencia de Quito a finales
del siglo XVIII
Política y economía
El territorio: un rompecabezas de piezas movibles
El proyecto de los criollos quiteños y el presidente Carondelet
La inquieta sociedad quiteña de fines del siglo XVIII
Estratificación social
La Ilustración: pensar y hablar diferente
La sociedad quiteña recibe la visita de misiones científicas
Quiteñas y quiteños ilustrados
Las tertulias
Discursos y realidades
Comerciantes y hacendadas: más allá de la economía doméstica
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So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
CAPITU LO II
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
Vivir en tiempos de guerra
Las m u jeres en la Revo lu ció n d e Q u it o
La primera etapa revolucionaria
El contexto y los personajes masculinos
Las mujeres en la noche de San Lorenzo
Entre la ficción y la realidad: Manuela Cañizares
Protagonistas insurrectas y defensoras de familia
El espíritu rebelde de Josefa Tinajero
Las más entusiastas tribunas insurgentes
Rosa Montúfar y Larrea constructora de visiones de independencia
y gloria
La revoltosa María Ontaneda y Larraín
La hecatombe del 2 de Agosto de 1810
La ciudad angustiada
La ciudad en lamento
María Nantes de la Vega, la esposa insurrecta
El pueblo abismado
CAPITU LO III
Lo s en t ret elo n es d e la gu erra
La segunda etapa revolucionaria
El Comisionado Regio Carlos Montúfar y sus primeras
actuaciones
Sustitución de Ruiz de Castilla por Joaquín de Molina
La Revolución y la contrarrevolución armada
La Campaña del Sur
La Campaña del Norte
El Primer Congreso Quiteño
Los últimos meses de la Revolución
La Batalla del Panecillo
San Antonio de Ibarra
El ambiente de guerra afecta a todos
Diferentes expresiones de miedo
Continúan las averiguaciones, persecuciones y condenas
La devastación de bienes y propiedades
Los abusos de los soldados y autoridades
Otras exacciones
Coplas y pasquines: la estrategia del rumor
Las perseguidas
Teresa Calisto: realista y patriota
La romántica Rosa Zárate
La participación de la plebe en la Revolución de Quito
Mujeres en guerra
La economía en manos de mujeres
Mujeres en batalla
CAPITU LO IV
Alcan ces d el m o vim ien t o revo lu cio n ario
en la est ru ct u ra so cial q u it eñ a y en las
relacio n es d e gén ero
La decisión propia de las mujeres
Tras la Revolución, ¿qué pasó con las mujeres?
BIBLIO GRAFÍA
ÍN DICE O N O M ÁSTICO Y TO PO N ÍM ICO
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M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
9
¿ Po rq u é escrib ir u n a h ist o ria d e las
m u jeres en la Revo lu ció n d e Q u it o ?
Aparece como urgente tomar el campo histórico en su conjunto, sin restringirlo al dominio femenino, interrogarlo de
otra forma haciendo surgir cada vez la división sexual de los
roles. Pues es el mecanismo y el lugar de esta división entre
lo masculino y lo femenino donde se ha hecho el silencio.
De este silencio, lo masculino ha salido vencedor inscrito en
la noble materia del tejido histórico, mientras, lo femenino
desaparecía dos veces, una bajo el dominio efectivo del poder
masculino y por su lenta sumisión a un papel asignado y una
segunda, escondida tras el molesto recuerdo que dispone la
memoria colectiva y política que voluntariamente hace surgir únicamente de las sombras al hecho masculino como “el
hecho” (Núñez, 1987: 36).
H
In t ro d u cció n
ace dos siglos, el 10 de Agosto de 1809, la aparente calma de la población de Quito, fue sustituida por efusivas manifestaciones de parabienes a un nuevo gobierno que aspiraba a una mayor preponderancia de los criollos quiteños. Desde las aulas escolares leímos muchas veces
los pasajes sobre la Revolución que se llevó a cabo entre 1809 y 1812. En los
relatos se mencionaban a muchísimos varones y de paso, a una o dos mujeres
extraordinarias. Esta forma de construir el relato histórico respondía a la necesidad de enaltecer hechos trascendentales para la construcción de la nación y
la identidad nacional. Y sí que lo hicieron. Sin embargo, dejaron de lado varios
segmentos y grupos de la sociedad de la época, que también participaron y se
vieron afectados con los acontecimientos de la Revolución. Al desconocer a
estos actores consideramos que se pierde una parte sustancial de la memoria
colectiva y con ellos la posibilidad de ver los acontecimientos históricos en
toda su complejidad.
El deseo de integrar a nuestro saber las actuaciones de estos grupos marginados de la historia nos llevó a preguntarnos ¿qué pasaba con las mujeres:
las esposas, las novias, las amantes, las hermanas, las monjas, las mujeres de
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servicio, las que los relatos de la vida colonial nos dicen que vendían en los
mercados, en las covachas, bajo los portales de los conventos durante el período revolucionario? Así, luego de una larga investigación que ha durado más
de un año, no nos podemos callar ante la “contemplación del sometimiento
patriarcal al que se han visto subyugadas las mujeres […], por el mero hecho
de reconocerse o ser reconocidas como tales” (Ibeas y Millan, 1997: 9-14).
Pero lejos de declararnos víctimas, a modo del feminismo de no hace muchas
décadas, creemos que es justo asumir que son numerosas las facetas que nos
falta examinar sobre, no sólo la presencia de las mujeres en la historia, sino el
significado de su impronta.
Hemos escogido este período fundacional en la historia de nuestro país con
el propósito de contribuir a consolidar la memoria histórica y el saber de las
mujeres. La conmemoración del bicentenario de la Revolución de Quito es el
momento propicio para renovar el relato y releer los acontecimientos, de tal
manera que nos den una visión más amplia y más acorde a nuestros tiempos.
Con estas interrogantes iniciamos nuestra investigación. Nos parecía que las
mujeres, probablemente, se habían escondido en los conventos o en sus casas, lugares que se nos habría enseñado eran los apropiados y comunes para
las mujeres de fines del siglo XVIII y principios del XIX y que allí se habrían
quedado, esperando en silencio. Este modelo de hacer historia ha minimizado y ocultado a las mujeres y las ha condenado a un destino fugaz, a un paso
intrascendente, un espejismo, pura inexistencia. Algunas pocas veces se las ha
exaltado como heroínas transgresoras. Así, la historia está llena de lagunas,
vacíos imposibles de ocultar. La ausencia femenina es aparente: solamente se
la ha pretendido relegarle al olvido.
Por ello asumimos el compromiso de reavivar la memoria, de prestar oído a
las voces de aquellas mujeres sumidas en una paramnesia colectiva y proseguir
de este modo el camino de la recuperación de un pasado que ha sido relegado
a lo largo de los siglos por los centros hegemónicos de pensamiento. Con ese
convencimiento decidimos zambullirnos en los testimonios de la etapa “más
original del proceso independentista” (Landázuri, 1989: 84), aquella de 18101812, y buscarlas en donde quiera que estuvieran.
El empeño no fue vano. Nuestra formación académica nos planteó la necesidad y nos dio las herramientas para contrabalancear dos siglos de silencio sobre las mujeres que vivieron aquella Revolución. La intensión era la de recono-
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cer en este episodio revolucionario los límites que se imponían a las mujeres,
así como el desbordamiento de esos límites, manifestado en acciones críticas
o subversivas de algunas de ellas que dejaron constancia de las distancias entre
la teoría y la práctica (Morant, 1995: 8). Con este objeto nos propusimos escribir una historia que rescatara el quehacer de las mujeres durante la Revolución
de Quito y cómo se relacionaron con el poder representado en los varones,
esto es una historia de género.
Más allá de las reivindicaciones feministas –aunque muchas personas no reconozcan la validez de su discurso– las mujeres siempre hemos podido configurar nuestros espacios (Granillo, 2005:33) y necesitábamos saber cómo lo
habían hecho aquellas que vivieron en esos años, poco antes y poco después
de 1809.
Para reconstruir este período histórico adoptamos el concepto de género
como una categoría o herramienta analítica. Joan Scott (1988) definía al género como un campo donde se articulan las relaciones y la producción de significados de poder que operan desde la diferencia sexual, a través del lenguaje y el
discurso. Por lo tanto la relación entre varones y mujeres es una construcción
histórica, por ende cambiante a través del tiempo y de acuerdo a las circunstancias de la sociedad.
La utilización del concepto de género involucra una redefinición y ampliación
de las nociones tradicionales de la Historia; implica descubrir espacios femeninos, relaciones de poder y prácticas culturales que definen en su momento, a
varones y mujeres (Morant: 1995). Para alcanzar este objetivo la investigación
histórica deberá incluir las experiencias personales y subjetivas, tanto como
las actividades públicas y políticas. Entonces incluye un abanico de posiciones
teóricas y referencias descriptivas en donde el autor encuentra las relaciones
entre los dos sexos. El análisis de los distintos roles sociales asignados a -o
tomados por- hombres y mujeres en momentos históricos considerados de
ruptura, como el caso de la Revolución de Quito, nos permiten observar los
cambios y continuidades en la estructura social y en las relaciones de género.
La historia escrita desde la perspectiva de género, no se centra en el “deber
ser” de las mujeres o en la “esencia femenina”, sino que permite ver alegrías,
tristezas, anhelos y motivaciones en las actividades de las mujeres, de tal manera que las redes de relación entre hombres y mujeres, siempre cambiantes y
en constante resignificación, colocan a las mujeres en el centro del significado.
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Por ello en la medida de lo que la fuente histórica permite, se busca saber
cómo, cuándo, dónde y porqué las mujeres desarrollaron su actividad, pero
como no están solas en el mundo, también considera cómo los hombres se
vincularon con ese quehacer.
Al analizar las relaciones entre los sexos, se revisa un conjunto de circunstancias como el tiempo, trabajo, valor, sufrimiento, violencia, amor, seducción,
poder, representación de imágenes y de la realidad, lo social y lo político, la
creación y el pensamiento simbólico (Perrot, 1999: xvi), que esperamos aportarán una visión más completa de la sociedad quiteña entre 1809 y 1812.
Uno de los elementos fundamentales de la teoría feminista, de los estudios de
género y de la historia de mujeres radica en las diferencias existentes entre las
propias mujeres. Por ello todas las mujeres tienen importancia, las que se ajustan al modelo tradicional del momento, las patriarcales, las que se resguardan
tras la cotidianidad, las que integran las masas anónimas y las transgresoras.
Categorías como el origen étnico, el estrato social son también importantes
para comprender la situación de las mujeres en Ecuador y en América.
Reconocer las diferencias en la historia, también implica reconocer las solidaridades que al final redundarán no en la igualdad, sino en la equidad entre
mujeres y varones, porque las mujeres y los hombres no somos iguales, sino
diferentes y se requiere respetar esas diferencias, buscando el ser y quehacer
de las mujeres.
El proceso independentista de América fue complejo y para la Audiencia de
Quito significó un lapso de más de 20 años de maduración, en el que se puede
distinguir dos etapas muy definidas: la Revolución de Quito (1809-1812) y la
de Independencia (1820-1822). Para este trabajo nos centramos fundamentalmente en el hacer y quehacer de las mujeres de la primera etapa. Sin embargo como un antecedente indispensable revisamos la crisis de la economía
española durante las últimas décadas del siglo XVIII y el proceso de deterioro
de la Corona, que se evidencia más que nunca con la invasión napoleónica al
territorio español y las abdicaciones reales en Bayona. Como es bien conocido,
el pueblo español tuvo su propia campaña de independencia. La caída de los
soberanos españoles brindó la oportunidad precisa a los insurgentes americanos para retomar la soberanía por parte del pueblo en la misma medida que
las juntas españolas lo hicieron.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
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Esta lejos de nuestro objeto de estudio el dilucidar si las intenciones de estas
primeras Juntas Soberanas de Gobierno formadas en América respondían a
un planificado deseo de independencia o si, por el contrario, buscaban autonomía de los gobierno americanos. En este sentido nuestro trabajo se enfoca en identificar las acciones de las mujeres durante este período y para ello
hemos utilizado la terminología de la época para referirnos a los hombres y
mujeres actores de este proceso: revoltosas, insurgentes, insurrectas, rebeldes
y revolucionarias.
En el primer capítulo, esta obra examina las principales circunstancias de España en la época como antecedentes de la situación en los territorios americanos en aspectos como el político, económico, territorial, y administrativo y las
repercusiones que tuvieron en la sociedad quiteña.
Como parte de esa sociedad, las mujeres estuvieron expuestas a los eventos
trascendentales de la vida colonial, como las visitas de los científicos y participaron de costumbres como las tertulias y del cultivo del arte del pensamiento.
El modelo social asignado a la mujer, muchas veces no se cumplió. Quito no
era una ciudad tan franciscana como las normas sociales y la tradición han
querido hacerla aparecer. La participación femenina en actividades sociales,
políticas y económicas no fue un hecho tan extraño.
En el segundo capítulo nos centramos en la Revolución misma y examinamos
el involucramiento de las mujeres en ella. Mujeres de todos los estratos sociales y en diferentes opciones tomaron parte en la Revolución desde el inicio.
El apellido Montúfar está ligado a la insurgencia, pero ¿qué papel desempeñó
Rosa Montúfar? ¿Ha oído usted de María Nantes de la Vega, Josefa Tinajero o
María Ontaneda y Larraín? Otras mujeres no tan involucradas también asumieron partido, mujeres que escriben, mujeres que participan en las celebraciones y que ovacionan a los nuevos gobernantes. ¿Cuán mítico y cuán histórico fue el desempeño de Manuela Cañizares y cuánto han tenido que ver los
historiadores en ello? Muchas mujeres asumieron la defensa de sus hombres,
recurriendo a recursos insospechados.
Al 2 de Agosto de 1810, esa infausta fecha en la que murieron los mentalizadores de la Revolución y muchos valientes que la defendieron, le sucede un
período de verdadera guerra y enfrentamiento, en el cual participaron y sufrieron no sólo los hombres que tomaron las armas, sino también las mujeres
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en los distintos roles que asumieron. Las mujeres nobles y de la plebe; ricas y
pobres; blancas, indias, mestizas, negras o mulatas; educadas o no; todas sufrieron, al igual que los hombres, de persecuciones y prisión; de la confiscación
de sus bienes y de las penurias de la guerra y de los combates mismos. Algunas
asumieron roles o actividades que la tradición ha asignado a los hombres y
ellos también, prácticas sociales repetidamente consideradas como femeninas.
Así en el capítulo III analizamos ese amplio espectro de sucesos ocurridos
dentro del contexto de lo que tradicionalmente nos ha contado la historia.
También resaltamos uno de los hechos más significativos de la Revolución, la
Batalla del Panecillo y la defensa de Quito por parte de todos sus habitantes.
Parece que la historia ha ido poco a poco olvidando este episodio, pese a que
fue un ejemplo de solidaridad, inventiva y patriotismo de los quiteños, en la
que participaron mancomunadamente la plebe y grupos marginales junto a
sectores más privilegiados.
La persecución, la guerra, la defensa y el sustento de la familia y el espionaje
toman nombres de mujeres como Josefa Herrera, Rosa Zárate, Teresa Calisto,
Baltazara Terán, La Bandola, María Rosa y Antonia Vela, Josefa Sáenz y otras
poco o nada conocidas.
Identificar a todos y a cada uno de estos nombres ha demandado un gran
esfuerzo. Muy pocos se han preocupado por registrar las acciones femeninas,
por lo que han quedado marginadas de la historia oficial. Durante siglos no
figuraron en los censos poblacionales; hasta antes del último censo en Ecuador
no se diferenciaba el sexo de los pobladores, distorsionando muchas realidades y dando lugar a generalizaciones erróneas, a más de no permitir direccionar por sexo, las políticas estatales.
Los historiadores Duby y Perrot en su muy conocida Historia de las Mujeres se preguntan ¿qué sabemos de ellas si hasta los tenues rastros provienen
de la mirada de los hombres que gobiernan la ciudad, construyen su memoria y administran sus archivos? (Duby-Perrot, 1993). Ellos concluyen que es
necesario rastrear a las mujeres “no [sólo] a través de datos olvidados, sino
más bien como un problema de relaciones entre seres y grupos humanos” que
antes habían sido omitidas. Para ello sugieren que las fuentes documentales
tradicionales sean analizadas desde un ángulo diferente. También motivan a
recurrir a documentación más novedosa, como las fuentes literarias, artísti-
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cas e iconográfica que recogen testimonios de acontecimiento comunes y de
la vida privada, como la correspondencia familiar y aquella que revela cómo
funcionan y se organizan las relaciones cotidianas de las mujeres.
Por lo tanto, para visualizar a las mujeres dentro de una sociedad pasada ampliamos el rango de documentación a revisarse. No se trata de una narración
documentada en torno a la presencia de las mujeres en la época de la Revolución quiteña, ni solamente de aquellas que desafiaron a la sociedad y fueron
calificadas como heroínas o “mujeres fuertes”. Yendo un poco más allá de lo
que la historiografía nos ha planteado anteriormente, procuramos encontrar
las realidades femeninas y los discursos que hablan de ellas, la interactividad
que existió entre unos y otros. Miraremos quizás cómo los discursos influyeron en la manera de ser mujeres o viceversa (Nash, 1885: 103).
Para nosotras ha sido especialmente fascinante el recorrer los archivos y bibliotecas de la ciudad en busca de las más leves referencias a las mujeres que
intervinieron en la Revolución de Quito. Partimos del conocimiento general,
que destacaba sin mayor explicación la actuación de Manuela Cañizares y de
unas pocas más. Una corta investigación anterior nos acercó a Josefa Tinajero
y María Ontaneda, como comerciantes de la época. Estos últimos datos despertaron nuestro interés en las mujeres de los últimos años del siglo XVIII y
los primeros del XIX y nos permitió tomar la decisión de abordar seriamente
el tema y la época, una vez que se acercaba la celebración del Bicentenario de
la Revolución de Quito.
Hemos leído o releído varias fuentes históricas secundarias, tanto las más tradicionales, como las más nuevas y novedosas, procurando cubrir tendencias
políticas variadas. Recorrimos buena parte de los textos clásicos de la historia ecuatoriana y las últimas publicaciones que tienen relación con la época.
También se revisaron artículos aparecidos en revistas especializadas, entre las
cuales la más importante es el Boletín de Academia Nacional de Historia.
Las primeras décadas del siglo XX constituyeron un período muy especial
para los historiadores ecuatorianos. Bajo las enseñanzas de uno de los más
destacados, monseñor Federico González Suárez, varios ilustres historiadores
y genealogistas rescataron para la historia documentos que reposaban en diferentes archivos nacionales y del exterior, inclusive del Archivo de Indias, y más
aún, en archivos personales. Muchos de esos documentos fueron transcritos
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y publicados en el Boletín de la Academia Nacional de Historia, bajo el título
“Documentos Históricos” o en la Revista Archivo Histórico del Municipio del
Distrito Metropolitano de Quito.
Algunas de esas publicaciones merecieron un prólogo de los publicadores, entre los que destacan Luis Felipe Borja, padre e hijo, e Isaac J. Barrera. Cuán importante sería que los originales de estos documentos que aún permanecen en
archivos particulares pasasen a formar parte del Archivo Nacional preservándoles así del olvido y permitiendo estudios más contemporáneos sobre ellos,
como es nuestro intento. Las transcripciones de esas publicaciones las hemos
considerado como fuentes primarias para nuestro estudio. Similar comentario
hacemos de las transcripciones de documentos que figuran en varias fuentes
secundarias.
Para los historiadores que amamos lo que hacemos, siempre ha sido una de las
más gratas experiencias el asistir y trabajar en el Archivo Nacional de Historia. No dejamos de admirar el minucioso trabajo desarrollado en las últimas
décadas en esta institución, al preparar las guías documentales de inapreciable ayuda para los investigadores y la buena disposición de sus funcionarias
y funcionarios. Allí investigamos las series Criminales, Gobierno, Haciendas,
Censos y Capellanías, Fondo Especial, Matrimoniales, Milicias, Indígenas y
Cedularios. Esta información constituye la parte sustancial de nuestro trabajo.
Igualmente el Fondo Jijón de la Biblioteca del Banco Central, la Biblioteca
Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit y la Biblioteca de la Pontificia Universidad
Católica, son una inagotable fuente de inspiración y admiración por su contenido y por la atención que brindan quienes las administran.
Siempre es para los historiadores un desafío y fuente de muchas satisfacciones
trabajar en el Archivo Histórico del Distrito Metropolitano de Quito, en el de
la Curia Metropolitana o en la Biblioteca Federico González Suárez, por la
calidad y contenidos de su documentación.
Las crónicas escritas por personas que vivieron la Revolución, como es el caso
de la de Agustín Salazar y Lozano; del provisor Manuel José Caicedo; la anónima Reflexiones de un filósofo en su retiro, atribuida a Francisco Calderón; la
de Pedro Pérez Muñoz; y la de William B. Stevenson, han sido especialmente
ricas en información. Todas ellas nos han permitido respirar el espíritu de la
época.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
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También han sido inspiradoras la novela Memorias de un insurgente de Carlos
Tobar y la obra de teatro Las víctimas de Sámano de J.M. González Páez. La
primera, escrita en 1895, agrega un poco de ficción a los recuerdos de la realidad de la sociedad que el autor debe haber recogido por vía oral. La segunda,
escrita en 1922 con ocasión de la celebración del primer centenario de la Batalla de Carabobo, está basada en fuentes primarias de información y contiene
varias transcripciones de documentos que reposan en el Archivo General de
Indias. Estos últimos han sido utilizados por nosotras como fuentes primarias.
De esta manera, creemos que nuestro trabajo significa valorar las experiencias
femeninas en la Revolución de Quito, utilizando una nueva forma de abordar
la historia. También implica una revisión de los modelos heroicos que han
impregnado la historia de estos años, buscando comprender y captar una realidad heterogénea, recurriendo a las más variadas fuentes (Rodríguez Villamil,
1992-93: 73).
Al término de este texto, quedamos aún encantadas de nuestro recorrido que
nos hace pensar que las mujeres siempre han estado allí, en espera de ser descubiertas.
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H
ace 200 años, el 25 de diciembre de 1808, un grupo de amigos asistió
a una reunión en la hacienda-obraje de Juan Pío Montúfar y Larrea,
marqués de Selva Alegre, en las inmediaciones de Sangolquí. Se hizo
la invitación para celebrar la Navidad, pero el objetivo real era decidir sobre las
acciones a tomar frente a la precaria situación que atravesaba la Audiencia de
Quito y las noticias que se tenía sobre los conflictos en la metrópoli.
La reunión fue pequeña, quizá porque algunos contertulios no querían alejarse de sus hogares en la Navidad, o talvez la planearon así porque el tema no
debía tratarse en una tertulia ampliada, como las que corrientemente se celebraban en Quito, sea en la mansión del propio Marqués o en las casas de otros
quiteños o quiteñas ilustrados.
Cap ít u lo I
Esa reunión de Navidad pasó a la historia como el inicio del movimiento revolucionario quiteño. Pero, ¿de qué se hablaba en ésta y otras tertulias anteriores? A los participantes les reunía la avidez por empaparse con los nuevos
conocimientos y escuchar los comentarios que traían los amigos viajeros o
sus hijos que habían visitado Europa o los eclesiásticos que venían en misiones a América. Ahondaban en los comentarios que sobre el país hicieron los
visitantes ilustres, como el francés La Condamine en 1736 o Humboldt en
1802. Comentarían acerca de alguno de los 570 libros donados por el obispo
Pérez Calama o sobre el “Plan Sólido, Útil, Fácil y Agradable de los Estudios y
Cátedras” (Paladines, 1988: 35) presentado para la transformación de la Universidad de Santo Tomás. Quizá también comentaban acerca de las críticas al
sistema imperante, aparecidas en las Primicias de la Cultura de Quito, de autoría de Espejo, o de los múltiples escritos dejados por el obispo Pérez Calama
en su incansable labor de transformar las ideas de la población quiteña que le
costó su cargo (Salvador Lara, 1994: 255-259). Como en Europa y en el resto
de Latinoamérica, también leerían poesía, harían crítica literaria, escucharían
música, o simplemente pasarían un buen rato entre amigos.
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Seguramente en esas tertulias, que fueron comunes en Quito a finales del siglo
XVIII, se fraguó la fuerte amistad entre el marqués de Selva Alegre, Eugenio
Espejo, José Mejía Lequerica y muchos más. De otra manera, ¿cómo explicarse que en ese tiempo, el noble Selva Alegre gestionara arreglos en Bogotá
para el “casta”1 Espejo que estaba siendo juzgado? O ¿cómo fue posible que
José Mejía, a quien le negaron el otorgamiento de su título en Cánones y Leyes
por no haber podido comprobar su blanqueza, viajara en camaradería con el
aristócrata Matheu a España y se enlistaran juntos para la defensa de Madrid
en 1808? Al frecuentar aquellas tertulias Manuela Espejo, Rosa Montúfar, Manuela Cañizares, Josefa Tinajero, María Ontaneda y Larraín, entre otras mujeres, deben haber “ilustrado” su pensamiento.
Según William B. Stevenson, secretario inglés del Presidente de la Audiencia
de Quito Ruiz de Castilla, españoles, chapetones y criollos centraban su atención en el estado de cosas del país al que pertenecían (Stevenson [1825], 1994:
493). Demos un vistazo, a ese estado de cosas.
La crisis de la monarquía española2
Los partidos políticos
Luego de la guerra de Sucesión Española, se instaló en el gobierno de España
la dinastía de los Borbones. En la segunda mitad del siglo XVIII gobernó Carlos III y su Ministro Consejero era el conde de Aranda. Éste era considerado
uno de los grandes de España, “noble de sangre, no de privilegios”, tachado
de conservador por su inclinación al poder absoluto y su nostalgia por los
tiempos antiguos, pero un verdadero ilustrado. Sus actuaciones en el gobierno
estuvieron marcadas por esa tendencia. A su derredor se conformó el partido
“aragonés”, opuesto al de los denominados “golillas”. En este último destacaban
los nobles Campomanes y Floridablanca, también ilustrados.
1.
2.
Casta era utilizado en la Colonia para calificar a una persona cuyo origen era claramente indígena. Parece ser
que tenía una connotación peyorativa.
En esta parte se seguirá los textos de Miguel Artola, “La burguesía revolucionaria”, y de Gonzalo Anes, “El
Antiguo Régimen: los Borbones”, en Historia de España, Ts. V y VI , Madrid, Alfaguara, 1983.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
21
La nobleza aragonesa se sintió postergada por la preferencia de Carlos III hacia a los golillas, pues estos últimos no veían con buenos ojos la posibilidad
de que la nobleza, como estamento, actuara como mediador entre el Rey y el
pueblo. Estaban convencidos que ésta debía someterse total y directamente a
la Corona. Como contrapunto, las minorías ilustradas del partido aragonés
participaron en el movimiento que formó las llamadas Sociedades Económicas de Amigos del País y colaboraron en el planteamiento de las reformas
emprendidas por Carlos III, aunque no eran partidarias de la centralización
absoluta del poder en manos del monarca.
Un grupo de ilustrados españoles veía con antipatía la ingerencia de la Santa
Sede en el poder temporal de España, así como también a los jesuitas y a la
Inquisición. Creía en la necesidad de mejorar el nivel de vida y la formación
cultural del pueblo español. Este grupo, que incluía a Campomanes, Godoy y
Urquijo, hombres cuyos sentimientos religiosos se habían quebrantado con la
influencia naturalista y racionalista, consideraban a la Iglesia como a cualquier
otra institución.
Para otros ilustrados, como Jovellanos, las mismas influencias ilustradas consolidaron su fe católica. Las dos tendencias actuaban en la política de igual
forma y usaban los mismos métodos para conseguir fines diferentes. Ambas
creían que la verdad revelada debía estar de acuerdo con las enseñanzas filosóficas y procuraban la adaptación de la Iglesia a las exigencias de la época.
La preocupación de la Iglesia por los problemas materiales, más que por las
cuestiones teológicas, les llevó a considerar a la religión como una filosofía de
existencia o a interesarse en la religión únicamente por su contenido moral,
alejándose totalmente del misticismo prevaleciente en épocas anteriores.
El movimiento ilustrado buscaba difundir las ciencias útiles en el pueblo español y adiestrarlo en oficios; revisar y modificar las ordenanzas de los gremios y
organizar el comercio de una manera más racional. El camino escogido fue la
formación de las Sociedades Económicas de Amigos del País. En ellas nobles,
eclesiásticos, comerciantes y muy pocos campesinos buscaban respuesta a las
nuevas situaciones producidas durante el siglo, especialmente en la agricultura. Entre 1763 y 1808 se concedieron 100 autorizaciones para el funcionamiento de estas sociedades que se organizaron bajo la protección de personajes de las localidades y hasta de la propia Iglesia, pero no tardaron en generarse
disputas entre sus miembros de tal manera que la Corona llegó a preocuparse
por las causas de su decadencia.
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La Iglesia y el Estado. La expulsión de los jesuitas
La Compañía de Jesús había adquirido posiciones de dominio en todos los
países donde se había establecido. En España su influencia se extendió al campo político a través de las confesiones regias, es decir las confesiones de los
monarcas, y de los ministros. Los jesuitas contaron con el apoyo de Roma
para monopolizar la enseñanza de los grupos privilegiados de la sociedad.
Todo esto hacía que la Compañía de Jesús no fuese vista con mucha simpatía
por parte de las otras órdenes religiosas y de amplios sectores de la sociedad.
La oposición declarada se manifestó ya en tiempos de Fernando VI con ocasión de los incidentes en Paraguay3 pero fue con el advenimiento de Carlos
III que se combatió más sostenidamente la influencia jesuítica en el gobierno,
causando pugna entre los ministros. En este ambiente fue nombrado presidente del Consejo de Castilla el conde de Aranda, quien emprendió una investigación sobre las actividades de la Compañía de Jesús. Ésta derivó en la expulsión
de esa orden religiosa de todas las posesiones españolas, mediante el decreto
de Carlos III del 27 de febrero de 1767. De esta manera se expresó la confianza
real que merecían las demás órdenes religiosas por su labor, fidelidad, doctrina y “por su abstracción de los negocios de gobierno, como ajenos y distantes
de la vida ascética y monacal” (Anes, 1975: 393).
Aranda organizó con el mayor sigilo el sorpresivo extrañamiento de la Compañía de Jesús. En América se ejecutó la orden drásticamente, de acuerdo a las
instrucciones impartidas. Aunque inicialmente puede haberse tenido como
una medida positiva para los planes inmediatos del gobierno, causó estragos
en la vida organizativa y económica de regiones como el Oriente ecuatoria-
3.
La Compañía de Jesús obtuvo el permiso real para extender su obra misionera a América solamente en 1571,
debido a las críticas y resistencia que la orden tenía en España. Inspirados en la experiencia misionera de las
otras órdenes, en las diferentes Utopías que estaban en boga en Europa y en los informes de españoles sobre
el estado socialista incásico, crearon reducciones misioneras en algunos lugares de América, inclusive en la
región de Maynas en la Audiencia de Quito, aunque las que mayor resonancia tuvieron fueron las de Paraguay.
Estos “estados jesuíticos” excluían a los indígenas del contacto con los españoles, salvo los jesuitas a cargo de la
reducción y tendían a una autonomía política y económica que les permitiera desarrollarse solas hasta poder
integrarse a la sociedad. El virrey de Nueva España, Revillaguigedo y el Pombal, el primer ministro portugués,
acusaron ante el Rey a los jesuitas de querer mantener indefinidamente esa situación y de fundar un estado
propio en el corazón de Sudamérica. Estas acusaciones fueron utilizadas por los adversarios de los jesuitas en
España; sin embargo, la investigación histórica moderna ha demostrado su inconsistencia (Konetzke, 1974:
205-259).
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no, donde la ausencia de alguna forma de organización y/o presencia estatal
perduró por demasiados años y tuvo consecuencias en el orden de lo político,
económico y territorial que aún no han sido suficientemente estudiadas por
las Ciencias Sociales.
La difícil situación agraria
A lo largo del siglo XVIII la agricultura española creció notablemente, pero
ese desarrollo no fue acompañado de mejoras sociales ni de cambios en la
tenencia de la tierra. La expansión económica española de ese siglo estuvo ligada al crecimiento de la población lo que generó una mayor presión sobre los
recursos agrarios. Aumentó la demanda por tierras y productos provocando
la consiguiente elevación de precios. Seguidamente se buscó el incremento de
la producción agraria expandiendo las fronteras agrícolas a tierras de menor
calidad. Muy pocas regiones diversificaron su producción y la expansión territorial no se apoyó con innovaciones tecnológicas. Los rendimientos agrarios
cayeron inevitablemente. En la última década del siglo XVIII el ciclo de crecimiento llegó a su fin y el aumento demográfico se estancó.
La persistencia de la ideología absolutista del Antiguo Régimen condicionó
y limitó la introducción de medidas que pudieran solucionar la crisis de productividad y de subsistencia en el campo, pues al estar la propiedad de la tierra
“vinculada” o amortizada, no podía ser objeto ni de compra ni de venta porque quedaba perpetuamente ligada a una familia, a la Iglesia o a los ayuntamientos como una medida para asegurar la pervivencia del patrimonio en los
mismos beneficiarios. Fue así que la propiedad se concentró en una minoría
de la población española.
La escasez de tierras libres implicó el aumento de su precio lo que generó el
descontento tanto de los sectores de campesinos y comerciantes, que pese a
disponer de capital y estar interesados en acceder a tierras -sea en propiedad
o en arriendo- no lo pudieron hacer, como también de aquellos sectores rurales y urbanos menos favorecidos, que enfrentaban crecientes necesidades de
supervivencia.
Los innumerables recursos y representaciones interpuestos ante el Consejo de
Castilla -principal ente de poder del gobierno monárquico español- por parte
de las diferentes regiones agrícolas españolas, sobre sus problemas agrarios y
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las sugerencias de soluciones dieron lugar a que, en 1776, se formara un Expediente General, que recopiló aquellos informes de los intendentes recibidos
por el Consejo. Este cúmulo de información permitió dictar una ley agraria
acorde a los ideales ilustrados de productividad.
El papel desempeñado por la Real Sociedad Económica en un novedoso, aunque dilatado, proceso de consultas con los agricultores a través de unas Juntas
de Ley Agraria, dio lugar a la presentación, a través de Jovellanos, de un informe cuya atención fue suspendida porque las circunstancias del momento eran
“poco favorables para novedades”. En realidad, las medidas adoptadas por la
administración “golilla” se contraponían a las recomendaciones del informe.
Lo notable es que el proceso de elaboración del Informe -que aunque por demasiado largo se constituyó en extemporáneo- tomó en cuenta la opinión de
todos los implicados en la explotación agraria a través de las Juntas. Una primicia extremadamente democrática para el momento4.
Para 1788 el crecimiento económico interno se estancó frustrando las expectativas de diversos sectores de la población y agudizando la conflictividad
social. Ciertos grupos privilegiados e ilustrados se mostraron contrarios a la
política absolutista del ministro Godoy y a las medidas fiscales implementadas que afectaron sus derechos. En algunas ciudades y pueblos se produjeron
movimientos contrarios al absolutismo que, aunque no lograron captar el poder, consiguieron sembrar inquietud en las autoridades. El malestar popular
se tradujo en motines que reclamaban medios de subsistencia y en conflictos
agrarios originados en la oposición al pago de los derechos señoriales.
El comercio
Ante la necesidad de incrementar los ingresos fiscales y con el objeto de estimular el crecimiento económico interno se consideró imprescindible aumentar el tráfico con las colonias. Para ello se reforzó el control sobre el comercio
interoceánico y se buscó ampliar la participación de productos y comerciantes
españoles en más puertos españoles y americanos. De esta manera se dio fin al
monopolio del comercio en América por parte de la Casa de la Contratación.
4.
Estas fueron las primeras juntas populares que se ensayaron en España. Las Juntas gubernativas de 1808, serán
una réplica de éstas.
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En 1728 y 1756 se crearon compañías por acciones que tenían privilegios para
comerciar con áreas americanas específicas y, en una segunda etapa, a partir
de 1765, se autorizó a diversos puertos españoles a comerciar con América. La
liberación del comercio americano contribuyó al equilibrio de la balanza comercial española de tal manera que, en la última década del siglo, el ingreso de
impuestos recaudados en América representó más de la mitad de los ingresos
ordinarios de la Hacienda Real.
La situación política de fines del siglo XVIII
En mayo de 1789 el rey Carlos IV convocó a Cortes Generales. Fue especialmente importante que en ellas se juramentó y reconoció al Príncipe de Asturias, Fernando, como el futuro rey. Las Cortes pidieron al monarca restableciera el orden de sucesión que fijaba la ley vigente, de tal manera que pudieran
reinar príncipes nacidos en el extranjero, hecho que, a la postre, facilitó la
sucesión con los Bonaparte. Los acuerdos respecto de la sucesión se mantuvieron en reserva por inquietudes que se daban en el extranjero, particularmente
por la precaria situación de la monarquía francesa todavía reinante.
La reunión de las Cortes fue disuelta por el Rey el 25 de octubre del mismo año
pese al pedido de entrar a un período de peticiones en el cual el pueblo podía
solicitar a la Corona la atención de requerimientos específicos. Se temía que
las noticias de lo sucedido en Francia en los Estados Generales, se repitiera en
las Cortes españolas. Para todos es conocido que en los Estados Generales de
1789 en Francia, los requerimientos del pueblo desbordaron la capacidad de
gestión y dieron lugar a los hechos violentos que terminaron con la monarquía
francesa.
El impacto de la Revolución Francesa condicionó la política interior y exterior
de todo el reino. La monarquía española cerró las fronteras a la propaganda
revolucionaria procedente del país vecino y acentuó la censura y las críticas
al poder imperante en Francia. Las medidas del absolutismo español incluían
la prohibición de la entrada de religiosos franceses que buscaban exilarse en
España, considerando que “cada francés refugiado, fuese eclesiástico o no, venía a ser un ejemplar de la nueva constitución francesa” (Anes, 1975: 418). A
pesar de estas medidas, la revolución francesa no fue ignorada por el pueblo
español.
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El experimentado ministro conde de Aranda fue abruptamente cesado en sus
funciones posiblemente por oponerse a cualquier entendimiento con Francia
y fue sustituido por un joven Godoy, pese a que la situación interna y externa requerían de un manejo basado en una gran experiencia política y dotes
probadas de gobierno. El afecto personal del Rey y la Reina hacia su nuevo
ministro era correspondido con su adhesión inquebrantable. La historia ha
creado una leyenda negra sobre su gobierno. Se cree que el favor de los reyes y
no el reconocimiento a su preparación fue lo que le encumbró. El mismo Godoy consideraba que los reyes “concibieron la idea de obtener los servicios de
una persona y hacer de ella su amigo incorruptible, un hombre cuyo destino
lo forjaran ellos exclusivamente y que, ligado estrechamente a sus personas y
su familia, formara una sola con ellos y velara por su persona y su reino sin
desmayo” (Anes, 1975: 417).
En vista de las relaciones de parentesco entre las casa reinantes de España y
Francia, al primer ministro español, Godoy, le correspondió negociar la vida
de Luís XVI, en defensa del sistema monárquico. Al ser guillotinado el rey
francés, la guerra se hizo inminente entre las dos naciones. La Iglesia, la nobleza y una porción del pueblo español apoyaron a su Rey y crearon un ambiente
belicista.
Iniciada la Revolución y ante la declaratoria de guerra expedida por la Convención francesa en 1793, España formó parte de la coalición antirrevolucionaria conformada por la mayoría de los países europeos. Pese a que situó a su
ejército en la frontera norte, la contraofensiva francesa penetró en la provincia
de Cataluña en noviembre de 1794. El pueblo catalán reaccionó contra las
autoridades españolas que tenían la responsabilidad de defenderla y tomó la
iniciativa para lograr la retirada de las tropas francesas de su provincia; sin
embargo Guipúzcoa y Navarra fueron anexadas a la república francesa.
Para 1804, cuando ya Napoleón detentaba el poder, el gobierno español consideró necesario acordar la paz con Francia, lo que se logró a cambio de ceder
parte de la isla de Santo Domingo y el traslado de caballos, ovejas y corderos
de España a Francia. Por esta negociación, el favorito de la Reina, Miguel Godoy, fue premiado con el título de Príncipe de la Paz.
Para entonces Francia estaba siendo asediada por todos los frentes y Bonaparte requería no solamente de paz, sino de la ayuda marítima española, la misma
que fue acordada por medio del Tratado de San Ildefonso de agosto de 1796.
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Con él se selló la alianza de España con Francia frente a Inglaterra.
La deplorable situación de la familia real española y la ausencia de liderazgo
por parte del Carlos IV no pasaron desapercibidas ante Bonaparte. Godoy,
mediante la suscripción del Tratado de Fontainebleau (1807) y consecuente
con la política belicista de Francia, se comprometió a permitir la entrada de
los ejércitos bonapartistas para dirigirse a ocupar Portugal –aliado de Inglaterra– y repartir su territorio entre los dos países. Así se inició la guerra de “la
independencia española”.
La monarquía española inició así el siglo XIX inmersa en una crisis de legitimidad y afrontando la pérdida de su credibilidad. Derrotada en la guerra, no
podía garantizar la defensa de su territorio. Con la disminución de los caudales de América, se le cerraba toda posibilidad de reforma. En este clima,
ciertos sectores privilegiados llegaron a considerar la eliminación del ministro
Godoy, la abdicación de Carlos IV y la entronización de su hijo Fernando
como solución a todos los problemas. Una primera conspiración palaciega
para tal efecto fracasó, pero en 1808 se produjo el Motín de Aranjuez que cumplió el objetivo. Godoy fue encarcelado y Carlos IV fue obligado a renunciar a
la Corona en favor de Fernando VII. Simultáneamente, el depuesto Carlos IV
y el nuevo rey Fernando VII esperaban el apoyo de Bonaparte. Sin embargo,
Napoleón, reunido con Carlos y Fernando en Bayona, obligó a una sucesión
de abdicaciones para finalmente elegir a su hermano José como rey de España,
quien gobernó con el nombre de José I.
Bonaparte sabía que tenía que enfrentar a un pueblo nuevo, valeroso y entusiasta que no había sido desgastado por la política. El pueblo madrileño, al
conocer que los últimos miembros de la realeza serían removidos de la ciudad,
reaccionó con indignación el 2 de Mayo de 1808 y fue repelido con mucha
violencia por parte de la tropa bonapartista. Pese al acuerdo de cese de hostilidades entre Murat, jefe del ejército francés, y la recién formada Junta de
Gobierno que nominalmente mandaba en la capital, el pueblo de Madrid y
España entera sufrieron una oleada de violencia y sangre, mientras que aristócratas, acaudalados, intelectuales y funcionarios permanecieron al margen.
El vacío de poder y la desconfianza que sentía el pueblo ante la pasividad e
indecisión demostrada por las viejas instituciones impulsaron a los sublevados
a encontrar otros instrumentos políticos. Posiblemente inspirados en aquellas primeras juntas agrícolas, ensayadas tres o cuatro décadas atrás en varios
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puntos del país, se crearon las Juntas Gubernativas Locales y Regionales que
en septiembre de 1808 se reunieron en la Junta Suprema Central Gubernativa
del Reino.
Las juntas surgieron al margen de las autoridades tradicionales y asumieron
la autoridad a nombre del pueblo que, por primera vez, se convirtió en protagonista de la actividad política. Negaron la legitimidad de las abdicaciones de
Bayona y asumieron el poder sin limitaciones, en ausencia de un heredero de
la Corona reconocido. No eran sólo populares sino que estuvieron formadas
también por nobles, oligarquías locales y grupos mercantiles. Si bien su credo
político era heterogéneo, estuvieron unidas en oposición a los franceses y en
defensa de la independencia de España y de la sucesión de Fernando VII.
La Guerra de la Independencia, como la llamaron, fue un enfrentamiento entre españoles y franceses pero constituyó además un conflicto civil interno
entre los partidarios de José I y los patriotas que no lo habían aceptado.
Inglaterra encontró el momento propicio para lograr la hegemonía mundial y
se alió a España en su lucha contra Francia. La guerra tuvo tres momentos definidos: una guerra abierta, durante 1808, en la que la resistencia de las poblaciones españolas tomó la forma de sitio; los cuatro años siguientes de marcada
hegemonía francesa pese a la participación de guerrillas locales; y, finalmente,
un tercer momento, entre 1812 y 1813, en el que las tropas francesas, que también hacían frente en Rusia, perdieron sus posiciones.
Bonaparte reconoció a Fernando VII como rey de España en el Tratado de
Valencay en 1813 y finalmente las tropas francesas abandonaron Cataluña en
1814.
Las consecuencias de las reformas borbónicas: la situación social, política y económica de la Audiencia de Quito a finales del
siglo XVIII
Política y economía
La política monárquica establecida por los Borbones respecto a América pretendía, en términos generales, convertir a sus colonias en productoras de materia prima y al mismo tiempo en consumidoras de sus productos finales para
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lo cual debían limitar su desarrollo intersectorial local, cortando así todas las
iniciativas que se presentaran.
La Audiencia de Quito se destacó en los primeros años de la Colonia por sus
minas y encomiendas y, posteriormente, por la producción textil vinculada a
la explotación minera de Perú y Bolivia. Pero a fines del siglo XVIII ésta decayó profundamente debido, en parte, a la desintegración del eje minero que dinamizó los sectores no mineros de la economía peruana en los siglos anteriores. Concomitantemente la política monárquica de auspicio a la explotación
agrícola de exportación, le vinculó al comercio directo con España, desarticulando así el intercambio interregional americano (Landázuri, 1989: 79-126).
La política borbónica de apertura del mercado americano al comercio mundial, aplicada desde 1765, implicó la introducción de telas inglesas. La producción de Inglaterra, en pleno crecimiento como resultado de la Revolución
Industrial, buscaba intensamente nuevos consumidores de sus productos que,
al ser manufacturados a gran escala, tenían un menor precio. Los tejidos ingleses constituyeron una apabullante competencia para la producción textil de
la Audiencia de Quito. Por otro lado, la apertura de los puertos americanos del
Atlántico facilitó el ingreso de productos ingleses, y en general europeos, en
desmedro de la actividad comercial y portuaria de los largamente utilizados
puertos del occidente de América, entre los cuales uno de los más destacados
era el de Guayaquil.
Algunos miembros de la sociedad quiteña buscaron insertarse en este modelo
económico y productivo. El primer conde de Casa Jijón, Miguel de Jijón, que
había vivido algunos años en Europa, por su propia iniciativa invirtió en varios proyectos de modernización industrial. Sin embargo, la falta de incentivos
por parte del Estado monárquico, al que no le interesaba esta clase de desarrollo en América, impidió que se pudiera ver sus efectos beneficiosos hasta
muchos años después. Entre esos proyectos se cuenta la instalación de una
fábrica textil en el valle de Los Chillos, para la cual importó maquinaria desde
Europa, y la instalación de alumbrado público en Guayaquil. Eugenio Espejo
destacó el espíritu humanista e ilustrado del conde Jijón y su labor en favor del
mejoramiento económico e industrial de la región5.
5.
Eugenio Espejo, “Discurso dirigido a la muy ilustre y leal ciudad de Quito representada por su ilustrísimo
cabildo Justicia y regimiento y a todos los señores socios previsto en la erección de una sociedad patriótica
sobre la necesidad de establecerla luego con el título de Escuela de la Concordia” en Precursores, Biblioteca
Ecuatoriana Clásica, Quito, Corporación de Estudios y Publicaciones, 1989.
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No es el objetivo de este trabajo analizar exhaustivamente las consecuencias
de las políticas Borbónicas en la Audiencia6, empero sí es necesario dar un
vistazo a lo que consideramos importante para efectos del presente trabajo.
La historiadora Federica Morelli sostiene que al aplicarse las reformas borbónicas en el territorio de la Audiencia de Quito, se produjo un distanciamiento
entre la administración fiscal y la administración política, particular que se
hizo evidente en una de las más significativas rebeliones antifiscales de la segunda mitad del siglo XVIII, la Rebelión de los Barrios de Quito de 1765. En
aquella ocasión, a cambio del aumento de la recaudación fiscal, el Estado cedió
una parte de sus prerrogativas a la aristocracia local a través de los Cabildos,
develando la necesidad de que, para aplicar las reformas, era necesario contar
con los grupos locales para que moderen las reacciones sociales que se produjesen por efectos de las reformas, sin perjudicar los intereses de las redes
locales de clientela (Morelli, 1997: s/p).
Para tal efecto, y de acuerdo a las políticas de la Corona, debían suprimirse
los cargos de corregidores o alcaldes mayores debido a las innumerables denuncias que hacía la población por casos de corrupción y explotación. Estos
cargos se sustituirían por las intendencias y subdelegaciones que tendrían jurisdicción en el gobierno, guerra, hacienda y justicia.
Sin embargo, en la Audiencia de Quito nunca fueron nombrados los intendentes y las funciones que debieron haber pasado al presidente de la Audiencia en
realidad pasaron, por delegación expresa del Presidente, al Cabildo de la ciudad. De esta manera, en lugar de quebrar el poder jurisdiccional del Cabildo
de Quito, como era la intención de las regulaciones borbónicas, se le fortaleció
y amplió notablemente, tanto en el espacio rural como en el urbano. Así, el
administrador que sustituyó al Corregidor exclusivamente en lo relacionado al
ramo fiscal, era quien administraba la justicia civil y penal en todo el distrito,
controlaba la administración de tierras y bienes de la comunidad y presidía
las elecciones de los oficiales indígenas. Es notorio el empoderamiento de los
cabildos que lograron controlar territorio, justicia, mano de obra y administración de tierras.
6.
Para este propósito ver Federica Morelli, Territorio o Nación. Reforma y disolución del espacio imperial
en Ecuador, 1765-1830, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2005.
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Las Reformas Borbónicas cumplieron con éxito el objetivo de incrementar las
rentas, sin embargo esas reformas implicaron una parcial disminución de las
funciones jurisdiccionales del Estado a favor de la aristocracia local. En los
años anteriores a la Revolución de Quito, el presidente de la Audiencia, Barón
de Carondelet, buscó la manera de dar cumplimiento a las disposiciones para
la provisión de cargos públicos, que establecían la “alternativa” entre europeos y americanos como una sana medida de administración gubernamental
al interior de la Audiencia. Carlos Manuel Larrea expone que esta medida fue
una conquista lograda por los americanos frente a la absorbente política de la
Corona “que enviaba a enriquecerse a sus Colonias a peninsulares con nombramientos para casi todos los cargos públicos” (Larrea, 1969: 63), asunto éste
que indiscutiblemente se convirtió en el tema de disputa entre chapetones y
criollos. Carondelet logró una Real Cédula por la cual se obedecería la alternativa siempre y cuando en el momento necesario hubiere algún europeo idóneo
para el cargo en la ciudad; de otra manera el cargo recaería en un criollo.
Desde 1764 se sucedieron una serie de levantamientos indígenas en las diferentes zonas rurales de la Presidencia de Quito; uno de los más graves, por su
violencia, fue el alzamiento de Guamote de 1803. Los alzamientos tenían como
objetivo reclamar asuntos de tierras o la excesiva imposición de gravámenes
a los indígenas. Sin embargo, eran las autoridades criollas las que intervenían
en la solución de los conflictos. Como afirma Morelli, “la mayoría de los conflictos que ocurren en la sociedad de ese período, se refieren a la capacidad
de la aristocracia de ejercer control directo o indirecto sobre la tierra y mano
de obra indígena” (Morelli, 1997: s/p), cuya consecuencia fue el fracaso de las
reformas planteadas por la Corona para las comunidades indígenas.
Esas reformas pretendían que los indígenas se convirtieran en “buenos súbditos”, es decir sujetos productivos y no sólo tributarios, adquiriendo el Estado
el control sobre la población tributaria y la fuerza de trabajo. Los medios que
la Corona tenía previsto aplicar para el efecto eran las visitas y los censos, a
través de los cuales buscaba la reclasificación de las “castas”, es decir el control
de los procesos de mestizaje; la recuperación del control de la fuerza de trabajo
mitayo, al delimitar el forasterismo7; y la reorganización del espacio étnico,
7.
El forasterismo fue un mecanismo aplicado por las comunidades para evadir la mita forzosa de sus integrantes.
Un indígena, al proceder del mismo núcleo de origen, tenía el estatus de forastero en otra comunidad o en la
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transformando a los forasteros y a los mestizos en indígenas de comunidad.
Así se controlarían los privilegios y exoneraciones tributarias que tradicionalmente habían tenido los caciques y su familia, los indígenas que servían en
la Iglesia y los forasteros. Estas limitaciones, desde luego, fueron percibidos
por los indígenas como una ruptura del pacto establecido con la Corona y las
protestas no tardaron en llegar.
El territorio: un rompecabezas de piezas movibles
En la monarquía española de la época que nos ocupa, el concepto de separación de los poderes del Estado aún no se ponía en práctica. Sin embargo, sí se
los distinguía y se mantenía un sistema de control mutuo entre poderes como
los juicios de residencia, fianzas, pesquisas y visitas. La concentración de todos
los poderes se producía solamente en la persona del Rey simbólicamente, pues
los asuntos administrativos eran despachados por entidades especiales para
cada caso. Por ello, en un mismo territorio coexistían las respectivas jurisdicciones, que en esa monarquía se distinguían en el gobierno político, gobierno
militar, Real Hacienda, justicia, comercio, gobierno local, gobierno eclesiástico e Inquisición.
Aunque la división de los territorios americanos en virreinatos parecería marcar unidades independientes, no era excepcional que varias jurisdicciones se
entrecruzaran. Por ejemplo, la jurisdicción de Popayán estaba dividida entre
las Audiencias de Quito y Santa Fe. La jurisdicción política y militar de Popayán le correspondía a la Audiencia de Quito dependiente en ese entonces del
Virrey de Lima y a Santa Fe le correspondía a su tribunal en materia de justicia.
Así, el gobernador de Popayán estaba subordinado a los dos, dependiendo de
la materia que se tratara. Esta situación se modificó cuando se creó el Virreinato de Santa Fe en 1717, eliminando la dependencia de Lima. En lo eclesiástico
Popayán tenía su propio obispo, sufragáneo del obispo de Santa Fe, pero Pasto,
parte del territorio de Popayán, conformaba la diócesis de Quito.
ciudad, esto permitía a los dos grupos ayudarse recíprocamente. Los indígenas habían manipulado las reglas
de clasificación de la prole, elevando artificialmente el número de forasteros y permitiendo a las autoridades
étnicas la redistribución del trabajo excedente entre los forasteros, contribuyendo a disminuir la presión sobre
la comunidad. Más detalles en Minchom, 2007.
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Años antes de que estallara la Revolución de Quito, la Audiencia atravesaba
un problema semejante que causó más de un conflicto de jurisdicción y confusión en sus gobernantes. Esto tuvo serias consecuencias para el éxito de la
Revolución. El tema es extenso, pero es oportuno revisar algunos aspectos de
su evolución.
La Audiencia de Quito fue creada en 1563, dependiente del Virreinato del
Perú; sin embargo, al crearse el Virreinato de Santa Fe en 1717, la Audiencia
de Quito fue eliminada y su jurisdicción, incluido Guayaquil, se incorporó a
la de ese Virreinato. La jurisdicción eclesiástica se conservó igual que al momento de su creación, sufragánea de Lima, y en ella también estaba integrado
Guayaquil.
Pero en 1723 se suprimió el virreinato recién creado y se restableció la Audiencia de Quito, nuevamente subordinada al Virrey de Lima. En 1739 se volvió a
crear el Virreinato de Santa Fe, al que se le incorporó el distrito quiteño, manteniendo su carácter de Audiencia.
Resultado de esto Guayaquil dependía en lo político y militar directamente
de Santa Fe mientras que la justicia se despachaba en el Tribunal de Quito. En
1786 se erigió la Diócesis de Cuenca, dependiente del Arzobispo de Lima y en
ella se incluyó la jurisdicción de Guayaquil y en cuestiones de la Inquisición,
pertenecía a la esfera del Tribunal del Santo Oficio de Lima. En 1795 se organizó el Consulado de Cartagena, como tribunal de comercio, a cuya jurisdicción
se sometió Guayaquil. Este fue el estado jurisdiccional de la Audiencia hasta
el año 1803.
Las motivaciones para todos estos cambios arriba señalados respondían a situaciones coyunturales; los últimos obedecían a una política monárquica que
quería dar más importancia a los asuntos económicos y comerciales y que
buscaba asegurar militarmente la zona del Caribe.
Al inicio del siglo XIX, la Audiencia de Quito una vez más sufrió las consecuencias del desorden gubernativo, esta vez marcado por la inoperancia del
gobierno de Carlos IV y su ministro Godoy. Se asistió a un proceso de cambio
de jurisdicciones, muchas veces en respuesta a recomendaciones de individuos interesados que, de alguna manera, influían en Madrid en la toma de decisiones, sin la correspondiente consulta a las provincias afectadas. Esto causó
gran confusión. En 1802 se creó el Obispado de Maynas, sufragáneo de Lima,
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que incluía buena parte de la Provincia de Quijos. Esta disposición sirvió de
pretexto para la creación simultánea de la Comandancia General de Maynas,
disminuyendo por ende el gobierno militar de esos territorios de la Comandancia General de Quito. Resultado de ello, la Comandancia General de Quito
quedó subordinada al Virrey Capitán General de Santa Fe, salvo los territorios
de Maynas. Estos dependían del Virrey Capitán General de Lima.
1819 que aseveraba que los asuntos de justicia y real hacienda de Guayaquil
y su provincia, correspondían a la Audiencia de Quito (León Borja, 1971: 13125 y Landázuri, 1989: 83-126).
La interpretación de la Cédula de 1802, aunque confusa, parece indicar que
la jurisdicción del tribunal de la Audiencia de Quito no fue afectada. Los antecedentes de la cédula permiten ver dos informes de D. Francisco Requena8,
ex gobernador de Maynas y Consejero de Indias, quien recomienda un mayor control en las provincias orientales frente a los avances portugueses. Esas
provincias habían quedado abandonadas desde la expulsión de los jesuitas en
1767.
Expresaba[… ]su inconformidad con la separación de Guayaquil de Quito,
en cuanto a los asuntos civiles, de comercio y Real Hacienda; así como
con la que se hizo de la Provincia de Quijos por la Real Cédula de 1802.
Exponía que Quito estaba en posición ideal para atender las necesidades
de las Provincias de Pasto, Esmeraldas, Guayaquil, Quijos, Macas y Cuenca
y proponía la erección de la Presidencia y Comandancia General de Quito
en Capitanía General, independiente, de la misma manera como lo eran
Guatemala, Caracas, Chile y otras provincias[…] (León Borja, 1971: 47).
Alrededor de 1770, la administración del puerto de Guayaquil gestionó ante
las autoridades reales la conveniencia de fortificar el puerto. Había algunos
pronunciamientos para anexar esa provincia al Virreinato de Lima, arguyendo
cuestiones económicas, comerciales y de defensa, todas concernientes al fortalecimiento del comercio americano con la metrópoli, que era una preocupación muy importante para la Corona española en su política de reforzamiento
de la monarquía. Para el efecto se enviaron muchas misiones, entre las cuales
las más importantes fueron las de Requena en 1770, de Jorge Juan y Antonio
de Ulloa en 1740 y la de Juan de Tafalla en 1778. Sucesivos informes que respondían a influencias en pro y en contra, generaron la Real Orden de 1803
por la cual el gobierno militar de Guayaquil pasó a órdenes de Lima, aunque
en la práctica, también el político y, desde 1806, incluso los asuntos comerciales que, como vimos, habían estado sometidos a Cartagena. Todo esto ante la
indiferencia del Virrey de Santa Fe, el autoritarismo del Virrey de Lima y la
aceptación de las autoridades guayaquileñas que, en algunos casos, vieron con
buenos ojos la anexión de Guayaquil a Lima. Sin embargo, la administración
de justicia, importantísima para la concepción española de Estado, seguía dependiendo de la Audiencia de Quito. Esto fue confirmado en un decreto en
8.
El Mariscal de Campo e Ingeniero Francisco de Requena era yerno del Alférez Real de Guayaquil, don Domingo Santistevan, y suegro de otro guayaquileño, Dr. Francisco Cortázar, hermano del vicario de Guayaquil
y futuro obispo de Cuenca (León Borja, 1971: 13-125).
El Barón de Carondelet, por el contrario, sí protestó por la Real Orden a través
de una larga exposición en la que
La propuesta de transformar a la Real Audiencia de Quito en Capitanía General respondía a la tendencia de la política administrativa de la monarquía de la
época, por un lado y, por otro, se originaba en la larga tradición –trescientos
años– de unión de esos territorios; la abundancia de recursos humanos y económicos para sostenerse por si sola; los intereses comunes; los problemas de
su situación geográfica, lejos tanto de Lima como de Santa Fe; y, finalmente,
por los antecedentes legales de haber sido autoridad tanto militar como de
Real Hacienda, en décadas anteriores. El desinterés de Godoy por el asunto
determinó que la petición fuera desoída y la Junta de Fortificaciones de América emitió un dictamen negativo “a pesar de la consideración que le merecía
el Presidente de Quito” (León Borja, 1971: 48).
Esta respuesta a la petición de Carondelet, según los historiadores León Borja
y Százdi que analizan profundamente la propuesta del entonces Presidente de
la Audiencia, responde a la “escandalosa incompetencia, o su falta de honradez profesional” de los miembros de la Junta de Fortificaciones, pero estamos
convencidas que la petición de Carondelet transmitía el sentimiento que debe
haber reinado entre los habitantes ilustrados y progresistas de la Sierra centronorte de Quito especialmente, quienes sufrían las consecuencias económicas y
sociales de los cambios producidos por las políticas de la Corona.
No hay constancia de que Godoy hubiera contestado al Barón de Carondelet. Desde luego esta situación asumida de hecho por Guayaquil, se acentuó
a partir de 1809. Así el gobierno militar de Cuenca pasó a depender de Lima,
36
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lo mismo que la Comandancia General de Quito luego de la ocupación de
la ciudad por el ejército realista comandado por Montes, a fines de 1812. La
situación permaneció de esa manera hasta el restablecimiento de la autoridad
virreinal en Santa Fe, en 1816.
El proyecto de los criollos quiteños y el presidente Carondelet
Como ya se ha dicho, durante el siglo XVIII la Audiencia de Quito perdió
capacidad de crecimiento económico como consecuencia de la desarticulación del espacio peruano y la implementación de las Reformas Borbónicas.
En consecuencia, parte de la Audiencia de Quito evidenció una disminución
del mercado de paños quiteños a causa de la introducción de telas inglesas,
el incremento de la carga fiscal, la inestabilidad en cuanto a la conformación
territorial y a la pertenencia a una u otra jurisdicción y el alejamiento de las
principales rutas comerciales que se habían desplazado hacia el sur por efecto
de la apertura de la ruta por el Cabo de Hornos (Landázuri, 1989: 85-97). Esta
era la situación de la Audiencia de Quito cuando el Barón de Carondelet tomó
posesión de la presidencia quiteña en reemplazo de Luís Muñoz y Guzmán.
Luís Francisco Héctor Barón de Carondelet nació en Bress, Países Bajos, y
antes de llegar a Quito se desempeñó como Gobernador de la Luisiana. Anteriormente prestó servicios en la Florida y en Centro América. La experiencia
acumulada en la Capitanía General de Guatemala y su relación con la élite
criolla, le fue útil en sus posteriores cargos. En el año de 1799 llegó a Quito
e inició una gestión en la que aglutinó a su derredor a los más importantes
miembros de la sociedad criolla y de la intelectualidad quiteña y americana.
Rápidamente logró identificar los problemas fundamentales de la Audiencia.
En amplia carta al Rey9 hacía referencia a la ausencia de producción y comercio, a la dependencia de su presidencia a los virreinatos que no conocían ni
compartían la situación de Quito y a la falta de dinero en la población para
hacer frente a la crisis que vivían.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
A esta situación se añadió el terremoto que en 1797 devastó la ciudad de Riobamba y sus zonas aledañas, con lo que una de las regiones más importantes
para la producción obrajera quedó destruida. “Los estragos […] fueron tan
grandes que desde el nudo del Azuay hasta el de Tiopullo, no quedó un solo
puente en ningún río, no hubo camino que no se dañara” (Gonzáles Suárez,
s/f.: 91). Una de las primeras tareas del flamante presidente Carondelet, fue
hacer frente a la devastación que dejó el terremoto. Pero a más de afrontar la
reconstrucción de la zona, también tuvo que mediar en la pugna de intereses
de los vecinos de Riobamba y enfrentar la intemperancia de algunos de ellos
sobre el traslado de la ciudad. Muy a pesar de los intereses de algunas familias,
Carondelet, finalmente, ordenó el inmediato traslado de la ciudad a su actual
asentamiento, la llanura de Tapi10.
Aún quedaban por resolver los problemas trascendentales de Quito: el aislamiento de la Sierra, debido a que se privilegiaron las rutas comerciales marítimas del Atlántico, y la dependencia virreinal. Para ello, el Barón retomó
viejos proyectos de quiteños ilustres como el de construir un camino que
uniera Quito con la costa de Esmeraldas. Esto permitiría una mayor y mejor
salida y entrada de productos hacia y desde Panamá. Ya a mediados del siglo
XVIII Pedro Vicente Maldonado se había empeñado en construir un camino
de herradura desde Cotocollao hasta la Tola, en Esmeraldas. La muerte de
Maldonado en Europa y los desfavorables informes del virrey del Perú sobre el
perjudicial contrabando que se realizaba desde Esmeraldas a Quito frustraron
este proyecto11.
Pero Maldonado no sólo pensaba conectar a Quito y a Esmeraldas por el occidente; también planificaba construir una vía que uniera Ibarra y La Tola. Éste
fue el proyecto que retomó Carondelet, para lo cual contrató al botánico antioqueño Juan José de Caldas, quien fue el encargado de trazar la ruta de lo que se
conocía como el camino de Malbucho, región que muchos identificaban como
una zona de importancia vital para la Audiencia y sobre la cual se debía te-
10.
9.
“Comunicación importante del Presidente del Quito Barón de Carondelet en la que propone los Medios para
reestablecer las provincias de Quito del estado de terrible decadencia en que hallaban” publicada en Carlos
Manuel Larrea, El vigésimonono presidente de la Real Audiencia de Quito. Barón Luís Héctor de Carondelet,
Quito, Corporación de Estudios y Publicaciones, 1969, p. 173-178.
37
11.
Sobre el tema se puede ver en Rosario Coronel Feijóo “Patrimonialismo, conflicto y poder en la reconstrucción de Riobamba, 1797-1822”, Procesos Revista Ecuatoriana de Historia, No. 24, II semestre 2006, Quito.
En investigaciones anteriores hemos encontrado muchos documentos que confirman la existencia de una
importante corriente de contrabando desde Esmeraldas que principalmente abastecía a Quito. Aunque la
preocupación del Virrey respondía a una realidad, esta medida, que evitaba que Quito tuviera un puerto más
cercano, evidenciaba más bien la influencia de intereses de Guayaquil y Callao.
38
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M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
39
ner control efectivo. Años después, cuando el presidente Carondelet ya había
muerto y cuando ya se había iniciado la Revolución de Quito, se continuaba
haciendo referencia a la importancia de las selvas de Malbucho12.
Luego de siete años en la presidencia de la Audiencia, Carondelet pidió su
traslado definitivo a España pero murió en Quito poco antes de obtener el
permiso para viajar.
Durante la presidencia de Carondelet connotados científicos americanos y
europeos visitaran Quito; Humboldt, Bonpland y Caldas, por ejemplo, se alojaron en la casa del marqués de Selva Alegre desde donde hicieron sus expediciones para visitar sitios de interés científico. Sin duda la presencia de tan
importantes visitantes conmocionó a la sociedad quiteña; una parte de ella
se daba cita en la casa del Marqués para darles la bienvenida. Jóvenes criollos como Carlos Montúfar formaban parte de las expediciones científicas y
también de los paseos, fiestas, conversaciones y tertulias. Fue posiblemente en
estas circunstancias que María Larraín, una insurrecta de quien hablaremos
posteriormente, se relacionó estrechamente con los Montúfar y desde entonces se prometió a si misma lealtad a esa familia.
Probablemente uno de los mayores méritos del Barón de Carondelet fue el
comprender y sintonizar las necesidades locales. Los criollos quiteños tuvieron en su gobierno un espacio en el que pudieron luchar por sus intereses
frente a las imposiciones externas. Esto permitió que se conformara un grupo
de miembros de la élite económica e intelectual que, a lo largo del gobierno de
Carondelet, pensaron y discutieron sobre los nuevos rumbos que Quito debía
seguir para alcanzar la tan anhelada prosperidad, bajo la perspectiva de sus
particulares necesidades. Espejo, Selva Alegre, Morales, Rodríguez de Quiroga
y Salinas conformaron este núcleo más cercano al gobierno de Carondelet y
no es extraño que fueran ellos, sobre todo los tres últimos, quienes gestaron y
dieron inicio a la Revolución Quiteña.
El espíritu ilustrado del Barón de Carondelet se reflejó en medidas prácticas
como el impulso a la educación universitaria, el establecimiento de ordenanzas para regular la vida pública y la seguridad de los quiteños y la construcción del atrio del Catedral del Quito. Pero sin duda, como ya se mencionó, su
iniciativa más importante que recogía las intenciones e intereses de los criollos quiteños, fue la petición para que la Audiencia sea elevada a Capitanía
General, con lo que la élite local alcanzaría la tan anhelada independencia de
las sedes virreinales. A pesar de sus esfuerzos no se alcanzó el objetivo y la
Audiencia siguió dependiendo de Santa Fe.
La inquieta sociedad quiteña de fines del siglo XVIII
El descontento de Carondelet frente a las continuas negativas13 de la Corona se
hizo evidente de manera particular cuando le fue negada la solicitud para que
su hija Felipa obtenga licencia para casarse con el quiteño Juan José Matheu
y Herrera, conde de Puñoenrostro, uno de los grandes de España e hijo de la
poderosa marquesa de Maenza (Vásquez Hahn, 2007: 35).
12.
13.
Un curioso documento da cuenta de ello: Frente al pedido de traslado del párroco de San Pedro de La Carolina, el Corregidor de Ibarra manifiesta que La Carolina era un “lugar muy próspero en cuanto a lo que se
puede cultivar y es la entrada a Malbucho”, por lo que juzga indispensable mantener a la población y el control
de la región (ANHQ, Serie Religiosos, Caja 76, 1813-VI-22).
La Corona también le había negado sesenta mil pesos para la reconstrucción de Riobamba, luego del terremoto, según dice González Suárez (s/f, T. IX: p. 92).
Los territorios americanos formaron parte de la Corona española por aproximadamente tres siglos y si bien los medios de comunicación eran lentos, la
cultura española y las medidas administrativas se traslucían en la sociedad
que los habitaba, aunque muchas veces marcadas por las dificultades que traía
la aplicación de ciertas medidas en tierras totalmente desconocidas para los
españoles, tanto en el aspecto físico como social. Durante esos siglos América
fue moldeando una nueva cultura, distinta a la española y a la indígena originaria, en donde las diferentes etnias americanas, europeas y africanas dejaron
su impronta indeleble a través de sus correspondientes culturas.
Pero no es ni el caso ni el momento para discutir a profundidad las formas
de adecuación de estas sociedades. Varios autores han abordado el tema desde distintas perspectivas y enfocándose en actores puntuales de la sociedad
colonial por lo que, en esta parte del trabajo, sólo hablaremos de algunas características fundamentales de la sociedad que habitaba en el territorio de la
Audiencia de Quito a finales del siglo XVIII y que nos serán útiles para comprender la dinámica del proceso revolucionario quiteño y a sus actores, principalmente los femeninos.
40
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Estratificación social
La sociedad quiteña de fines del siglo XVIII estaba conformada por estratos
diferentes. En el más alto, un reducido grupo de nobles peninsulares y criollos
que en su mayoría mantenía su estatus a partir de las actividades comerciales
y la tenencia de tierras. En un estrato intermedio estaban los profesionales,
intelectuales y algunos mercaderes acaudalados que si bien tenían relación
cercana con la capa superior de la élite colonial, no eran considerados como
nobleza, pero tampoco eran parte de los sectores populares urbanos. La plebe
urbana estaba conformada por una variedad de individuos de diversos orígenes étnicos: negros esclavos y libertos; indígenas urbanos; vagabundos; blancos pobres; mestizos; artesanos y pequeños comerciantes. Finalmente estaba la
gran mayoría de población predominantemente indígena rural.
¿Cómo se identificaban y diferenciaban cada uno de esto grupos? En primera
instancia, la noción de raza fue fundamental en la conformación de los distintos estratos sociales coloniales. Sobre todo en los primeros siglos se pensó
en mantener una separación tajante entre blancos y nativos americanos con
la implementación de la república de españoles y la de indios. Como sabemos
el mestizaje biológico y cultural superó esta arbitraria división. Los indígenas
rurales también se vieron incorporados, en mayor o menor medida, a la cultura y estructura blanco-mestiza, sobre todo cuando migraban al espacio urbano. En la ciudad muchos indígenas se convirtieron rápidamente en mestizos
integrándose al populacho, así el espacio urbano tuvo un rol transformador
(Minchom, 2007: 59-82).
La dinámica económica, la cotidianidad y la imposibilidad de determinar la
posición social con el solo hecho de mirar el color de la piel hacían de la ciudad
un espacio en el que muchos pasaban desapercibidos y bajo el epíteto de plebe
o populacho, aparentemente, quedaban homogenizados. Pero, en realidad, la
plebe era un estrato social muy heterogéneo conformado por blancos pobres,
mestizos y castas, en el que el origen étnico no había perdido importancia
como parámetro de estratificación social. La documentación revela como una
frase sugerente o un insulto público relacionado con el origen racial eran causa
suficiente para pleitos legales y la búsqueda de reivindicaciones14.
14.
Vicente Andrade, por ejemplo, sigue una causa criminal contra Josefa Franja por insultos a su esposa, a quien
trató de “india verde, chichera perdida”. Su preocupación era que caiga sobre ellos el “tisne [sic] de tributa-
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
41
Probablemente la plebe, al presentarse coyunturas políticas y económicas
como las del siglo XVIII, funcionó con mayor unidad de la pensada, diferenciándose claramente de los otros estratos, aunque no en todos los casos independiente de ellos, como veremos más adelante.
Para el objeto de este estudio hemos denominado estrato intermedio a los intelectuales, profesionales y a los comerciantes que lograron acumular riqueza
significativa. Su posición social, económica y a veces étnica era distinta a la
de la plebe urbana, pero su condición no llegaba a ser la de un noble perteneciente a la élite colonial. Personajes como Espejo, reputadamente indígena,
fue incorporado a este estrato por su educación y profesión. A pesar de que la
dicotomía nobleza-plebe coincide con la percepción de desigualdad que tenía
el estrato alto quiteño, sin duda, el tejido social urbano era mucho más complejo y la división social de nobles y plebeyos no se ajustaba estrictamente a la
realidad, dirá Büschges (2007: 77-85). Esto nos lleva a preguntar ¿quiénes eran
los nobles? y ¿qué características les diferenciaban del grupo al que hemos
identificado como estrato intermedio?
Aquí es necesario hacer una primera distinción. El número de la nobleza titulada en Quito no llegaba a incluir sino a unas 12 o 13 familias criollas y a
algunos funcionarios de la Corona. La gran mayoría de la nobleza titulada
americana había alcanzado sus títulos por méritos, principalmente durante
la época de la conquista15. Desde fines del siglo XVII, sin embargo, los títulos
fueron otorgados a cambio del pago de una considerable cantidad de dinero
(Büschges, 2007: 133). Pero no sólo las familias con título de nobleza eran
consideradas como parte de ella.
En América la pureza de la sangre, el nacimiento o la relación con los primeros
conquistadores no necesariamente otorgaba la condición de noble. Pese a ello,
las familias de la élite quiteña solían referirse a estas condiciones para alcanzar
o defender su nobleza, o era un factor al que recurrían para dar mayor prestigio a su estirpe. Tampoco una buena situación económica era elemento deter-
15.
rios” ANHQ, Serie Criminales, Caja. 217, Exp.11. Así, “el status étnico de una persona correspondía en gran
medida a la reputación pública basada fundamentalmente en criterios socioculturales y por lo tanto también
manipulables” (Büschges, 2007, 56-57).
Sobre el tema se puede ver José María Vargas, O.P., La Economía política del Ecuador durante la Colonia, Quito,
BCE, s/f.
42
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minante16. Se podría decir, entonces, que la condición de nobleza estaba dada
por la conjunción de estos factores, que Büschges llama objetivos y jurídicos, y
por percepciones más sutiles y subjetivas, “que resultaban en última instancia
y en una dimensión decisiva, del prestigio social y la aceptación general por
parte de las [otras] familias nobiliarias” (Büschges, 2007: 97). De ahí la importancia que tenía el formar parte del círculo por medio de enlaces matrimoniales ventajosos, tener un “cargo propio de la nobleza” en el Cabildo y mantener
la apariencia y el honor familiar. En sociedades como la colonial en donde “el
ser” no es suficiente, “el parecer” se vuelve vital y “el ser” está íntimamente
ligado a la condición social. Ejemplos concretos nos permitirán comprender
mejor esta compleja estructura.
En 1798 el regidor de Quito, Pedro Calisto y Muñoz, y su hijo Carlos entablaron un engorroso pleito con Francisca Calisto y Muñoz, viuda de Nicolás
Vivanco. Pedro le entregó en arrendamiento las haciendas de Agualongo y La
Laguna a su hermana Francisca, quien había hecho algunas mejoras durante
el tiempo que las tuvo en su poder. Cuando más tarde Calisto le entregó estas
haciendas a su hijo Carlos como obsequio de matrimonio, Francisca pidió se
le reconociera una deuda que su hermano Pedro tenía con ella, para poder
devolver las haciendas a su sobrino. Frente a la negativa de Francisca de devolver las haciendas y a la pública denuncia que hizo de que su hermano le debía
dinero, Pedro Calisto entró en pleito para defenderse: “las afirmaciones de mi
hermana son injuriosísimas a mi reputación y buena fama […] supone que
soy un hombre tramposo, mal pagador y que estoy expuesto a la quiebra”17,
decía él. En los autos hace notorias sus posibilidades económicas, su fidelidad
al Rey, su apego a la justicia y sostiene que “su nobleza y calidad” no le permitían tomar justicia por mano propia contra el abogado de su hermana que le
había infamado. Todos estos elementos a los que hizo referencia Calisto eran
constitutivos de su posición social. Lo cierto es que la deuda sí existía y por
intermediación de su otra hermana, Leonor, Pedro Calisto intentó llegar a un
16.
17.
Para ejemplificar este hecho baste anotar el caso del acaudalado comerciante y uno de los regidores de la ciudad Riobamba, don Ramón Puyol y Jiménez: pese a haber rematado su cargo de Regidor y el de Depositario
general de bienes de difuntos, “su familia era menospreciada por los hacendados-obrajeros por carecer de
estirpe”. Sin lugar a dudas el comercio ilegal de telas que mantenía y los escándalos que le llevaron a ser excomulgado, impidieron que su familia fuera aceptada por la nobleza a pesar de que también buscaba convertirse
en obrajero y hacendado. Rosario Coronel Feijóo, “Patrimonialismo, conflicto y poder en la reconstrucción
de Riobamba, 1797-1822”, Procesos Revista Ecuatoriana de Historia, N0. 24, II semestre, 2006, Quito, p. 76.
ANHQ, Serie Haciendas, Caja 100, Exp. 9, 1798.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
43
acuerdo privado con Francisca18, probablemente para que el tema no trascienda más de lo debido y su honor y condición no queden en entredicho.
Otro caso interesante es el de Nicolás de la Peña y Maldonado, relacionado
por el lado materno con Ramón Joaquín Maldonado, primer marqués de Lises. A pesar de ello, la documentación revisada no revela que Nicolás de la
Peña tuviera la posición de un miembro de la nobleza quiteña. A pesar de sus
relaciones con las familias más importantes de la ciudad, como los Montúfar
y Sánchez de Orellana, como se verá más adelante, su profesión de militar, su
limitada economía y posiblemente su relación sentimental con Rosa Zárate,
no le permitieron ser merecedor de los privilegios nobiliarios. En el capítulo
III hablaremos pormenorizadamente de esta relación.
La nobleza quiteña, emparentada entre sí, se conformaba en verdaderos clanes
que pugnaban por el poder político y económico en la Audiencia. Las familias
prominentes de la ciudad ocupaban los cargos públicos de importancia: alcaldes, corregidores, regidores, grados de oficiales en los ejércitos reales o en las
milicias, etc. En algunos casos se trataba de escaramuzas por alcanzar el poder,
mientras que en otros se entablaban verdaderas guerras. Por ejemplo, cuando
llegó el momento de elegir al nuevo alcalde de Quito en 1809, la disputa entre
los Montúfar y el español Pedro Pérez Muñoz, evidenció no sólo la beligerancia existente entre criollos y chapetones19, sino principalmente entre grupos
familiares y de poder. Aparentemente el escaso número de peninsulares en la
Audiencia no implicaba que la élite o nobleza colonial estuviera drásticamente
dividida entre criollos y peninsulares (Büschges, 2007: 78-79). Pero no sólo se
trataba de un asunto de número; también contaba el hecho de que los peninsulares recién llegados, al casarse con mujeres de familias criollas, quedaban
incorporados al grupo familiar al que su esposa pertenecía. Pedro Pérez Muñoz se casó con Teresa Calisto y Borja, hija del regidor Pedro Calisto y Muñoz,
y rápidamente, sin más, y a pesar del posterior pleito con su poderoso suegro,
entró a formar parte de la nobleza y élite colonial20.
18.
19.
20.
Ibid.
Chapetón era un término con tinte despectivo que se utilizaba para denominar a los españoles nacidos en la
península.
ANHQ, Fondo Censos y Capellanías, Caja 73, Exp. 9 y algunos otros documentos que se encuentran en este
mismo repositorio.
44
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Aparentemente en un bando estaban los Montúfar, Larrea, Carcelén, Matheu y
Sánchez de Orellana; y, en el otro, Simón Sáenz, Pérez Muñoz, Manzanos y los
Calisto cuyas discrepancias, inicialmente en el campo económico, se hicieron
evidentes en la política del Cabildo lo que posteriormente tuvo repercusión en
la Revolución quiteña (Büschges, 2007:229).
Si bien los espacios y funciones sociales estaban claramente determinados en
el periodo colonial tardío, al parecer la interacción entre los nobles, plebe y el
estrato intermedio, era mayor de lo que podríamos pensar. Durante la Revolución de los Barrios de Quito (1765), vemos ya esta interesante interacción que,
con cambios y particularidades, de cierto modo se repetirá durante la Revolución de Quito, luego de la matanza del 2 de Agosto de 1810. No por esto consideramos que los dos movimientos tengan relación entre sí o que el primero
sea precursor del segundo. Está claramente establecido que los levantamientos
populares e indígenas del siglo XVIII tuvieron motivaciones distintas y objetivos diferentes a los de las juntas criollas de principios del siglo XIX.
En 1764, en el marco de las Reformas Borbónicas, la administración colonial
implementó el estanco de aguardiente que afectó principalmente a los hacendados poseedores de trapiches, cañicultores, pulperías, pequeños productores
y a los beneficiarios de los censos que gravaban a las haciendas productoras
de aguardiente. A esta impopular medida se añadió también el cobro de la
aduana que afectó particularmente al comercio interregional y a los pequeños
comerciantes (Terán Najas, 1983: 284).
La revuelta estalló en los barrios de San Roque, Santa Bárbara y San Sebastián
cuando el Virrey se negó a que una delegación del Cabildo intercediera directamente en Madrid (Terán Najas, 1983: 284). A esto se añadía que entre la
población del estrato popular corrían chismes y rumores de que se intentaba
gravar con impuestos a los solares, a los alimentos e incluso a las mujeres que
iban a dar a luz (Minchom, 2007: 249).
Se provocaron desmanes, se atacó el edificio de la Aduana y el blanco de la
ofensiva de los sublevados fue el sector de los chapetones, de tal manera que
muchos de ellos debieron refugiarse en los conventos de la ciudad.
Sin duda los actores más visibles de la revolución de los Barrios de Quito fueron los miembros del populacho que desde sus barrios se organizaron para
desestabilizar el orden constituido, pero las cuadrillas estuvieron comanda-
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
45
das por “individuos de prestigio que tenían influencia sobre la plebe” (Terán
Najas, 1983: 284). Por otro lado, el pueblo apelaba a la élite local como una
opción de tener un mejor gobierno. La gente le pidió al conde de Selva Florida
y capitán del barrio más beligerante, el de San Roque, que tome el gobierno.
Pero frente a la amenaza real de quebrantar el orden estamental y el equilibrio
social, Selva Florida no aceptó y, por el contrario, él y algunos otros nobles
quiteños tomaron partido y ayudaron a sofocar la rebelión, usando su ascendencia con la plebe.
Al parecer la participación y las aspiraciones populares rebasaron lo pensado
por los criollos y, en el devenir de las acciones, la plebe se convirtió en un grupo independiente. Al finalizar este episodio la “élite local quedó afianzada ante
el Rey y ante el pueblo como el grupo capaz de resolver las tensiones sociales
y mediar entre la Corona y el populacho” (Morelli, 2005: 24-27). Esto, a juicio
de Federica Morelli, implicó mayor colaboración entre la élite y los funcionarios españoles, hecho que durante el gobierno de Carondelet se evidenció aún
más. Recordemos que Carondelet dejó un plan militar establecido en caso de
que se vuelvan a presentar problemas como los de 1765 (Vásquez Hahn, 2007:
30-35).
En el proceso revolucionario quiteño de 1809-1812 vemos como estas redes
y relaciones entre los distintos estratos sociales se hacen aún más evidentes.
De hecho, la Revolución de Quito es un espacio propicio para comprender las
relaciones clientelares en la Colonia tardía.
Hasta ahora los estudios históricos más recientes sobre la conformación de
las juntas quiteñas y la posterior independencia han buscado, en su mayoría,
comprender el proceso en su conjunto y explicar las motivaciones de los actores principales de la revolución, la élite criolla. Por otro lado, la historia escrita
en siglo XIX y a principios del XX narró los acontecimientos destacando a
ciertos patriotas o próceres del movimiento revolucionario, la gran mayoría
de ellos también miembros de la élite colonial. Evidentemente eran ellos los
más visibles dentro del proceso y se les puede identificar claramente. Pero con
cualquiera de las dos tendencias hay grupos que no son tomados en cuenta o
que aparecen difusamente, por lo que todavía quedan una serie de preguntas
por responder y sectores que visibilizar. Se hace necesario también estudiar las
vinculaciones entre unos y otros estratos y profundizar en el estudio de personajes claves, como Morales, Salinas, Rodrigues de Quiroga o los Sánchez de
Orellana, que tuvieron una participación trascendente y probablemente más
46
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radical que los mismos Montúfar. Esto nos permitirá comprender desde otras
perspectivas la Revolución de Quito.
Más adelante, en el capítulo III de este trabajo, aludiremos a la participación
del pueblo en unísono con las élites locales, muchas veces a órdenes de un
poderoso y obedeciendo a fidelidades previamente constituidas; así también
nos referiremos a cómo el pueblo se organizó y reaccionó frente a situaciones
particulares y en momentos claramente definidos.
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El estudio introductorio de Andrés Roig al Pensamiento Ilustrado Ecuatoriano (1981) liga a ese movimiento “en estrecha vinculación con los proyectos
independentistas, […] con las luchas revolucionarias, […] y con los planes
de construcción del país […]”. Reconoce distintas fases en el movimiento
ilustrado ecuatoriano: de asimilación, indiferencia, indignación, propaganda
combativa, apogeo y decadencia, fases que dan lugar a una periodización de
la triple función que cumplió en Ecuador: de emancipación del pensamiento,
inspirador para luchar frente al “antiguo régimen” y consolidador del poder
alcanzado, para la construcción de un nuevo país (Roig, 1981: 11-96).
La Ilustración: pensar y hablar diferente
Los estudios que se han hecho sobre la influencia de la Ilustración en nuestro
país destacan que fue un pilar importante en el proceso de independencia. En
Europa, las ideas ilustradas mantuvieron dos corrientes: La científica, en la
que la razón adquiría la importancia de un instrumento que permitía analizar
los fenómenos naturales, económicos y políticos con una visión diferente a la
determinada por la Iglesia y la monarquía. La llegada a Quito de científicos
europeos a lo largo del siglo XVIII permitió que la sociedad de la Audiencia se
abra a tal pensamiento.
Por su lado la otra, la corriente práctica de la Ilustración, aportaba con los
métodos para incrementar la producción agrícola e industrial y mejorar los
estándares de vida de la población haciendo uso de la medicina y medidas de
salubridad.
El movimiento ilustrado americano se nutrió del pensamiento ilustrado francés anterior a la revolución francesa, de la Ilustración española, sobre la que
hablamos anteriormente, con sus matices políticos y religiosos; y de un sentimiento muy americano, patente en la élite criolla, que buscaba una identificación común con su medio, sus riquezas y apego al territorio en el que vivían.
Éste es el denominado criollismo.
La Ilustración buscaba promocionar la economía del país, detectar nuevos recursos y lo que pudiera ser útil para su mejoramiento, pero sobre todo tenía
una función educadora. Para ello se sirvió de las Sociedades de Amigos del
País que, de alguna manera, nacieron para sustituir las falencias de las universidades y constituirse en mediadoras entre la voluntad de reformar que
tenía la Corona, y la sociedad objeto de la reforma (Pérez y de la Nogal, 2006:
757-789).
Aunque se puede observar una línea continua de pensadores independientes
que desde principios de la Colonia expresaron su crítica y observaciones del
pequeño mundo que les rodeaba pese a persecuciones y sacrificios, consideramos pertinente para el tema que desarrollamos, solamente ocuparnos del
pensamiento ilustrado que Roig identifica como inspirador de la Revolución
de Quito.
La crítica situación de la Audiencia en la última mitad del siglo XVIII, azotada
no sólo por severas condiciones sociales, económicas y políticas, sino también por graves fenómenos naturales, fueron los factores para cuya solución
se aplicó el pensamiento ilustrado. Con cada evento que se presentaba, se levantaba una crítica, una advertencia o un debate que trataba de explicar y/o
solucionarlo. Las visitas de viajeros –muchos de ellos científicos que venían
encargados de informar a la Corona de diferentes aspectos– añadieron nuevas
herramientas gracias a la las ciencias experimentales.
Indudablemente las ideas ilustradas fueron importadas y los científicos que visitaron la Audiencia durante la segunda mitad del siglo XVIII desempeñaron
un papel importante en ese hecho. Los mecanismos de difusión privilegiaron
la transmisión oral por tratarse de una población mayoritariamente iletrada,
lo que permitió su divulgación en todos los niveles y regiones. Es muy interesante mirar la similar evolución que la Ilustración tuvo en todos los territorios
de América Latina la que en determinado momento fue el nido en el que se
incubaron las ideas libertarias. A continuación revisemos los indicios que tenemos de la Ilustración en el territorio quiteño.
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La visita de misiones científicas
Los académicos franceses presididos por La Condamine, que vinieron a medir
el arco del meridiano terrestre, llegaron a Quito en mayo de 1736. Su visita
creó una serie de especulaciones que despertaron a una sociedad dormida.
“Los Caballeros del Punto Fijo”, como los llamó el pueblo, parecían unos nigromantes que iban al descubrimiento de las ciudades encantadas. No faltó
algún limeño que sugiriera que se proporcionara dinero a estos académicos
para que hicieran pasar la línea meridiana por cerca de su ciudad (Barrera,
1959: 101).
Los comentarios hechos por La Condamine respecto a la educación en la Audiencia permiten reconocer que existía un numeroso grupo cultivado, tanto
social como intelectualmente, en la sociedad quiteña. Pese a las restricciones
y dificultades existentes en el medio, hubo mestizos que sobresalieron por sus
conocimientos aun frente a las clases elevadas. Los libros que trajeron los franceses consigo seguramente deben haber quedado entre sus amigos y colaboradores. A los científicos les sorprendió encontrar en Quito a clérigos que leían
los libros tenidos por sospechosos en los círculos religiosos y a familias que
cultivaban las artes, las ciencias y la poesía.
Sin embargo, los jóvenes marinos españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa,
que acompañaron a la misión geodésica francesa, encontraron tanto desgobierno que no vacilaron en dar noticia al Rey, pues éste les había encargado
hacer las averiguaciones.
La permanencia de la misión francesa se alargó por algunos años lo que permitió que La Condamine entablara relaciones con las familias nobles locales.
Visitó en Riobamba al matrimonio criollo de José Dávalos y Elena Maldonado, hermana de Pedro Vicente Maldonado, en cuyo hogar todos los miembros entendían el francés, especialmente escrito. La hija mayor, Magdalena,
por ejemplo, podía leer un libro en francés y simultáneamente expresar en un
correcto español lo que leía. Años después Magdalena ingresó en el convento
de las Conceptas. La familia, donde había tres hijas, se destacaba también en
la música y pintura. Pedro Vicente Maldonado sorprendió a los científicos con
sus iniciativas. Levantó un mapa de su patria e intentó abrir un camino de
Quito a la costa de Esmeraldas. Maldonado partió a Francia con los miembros de la Misión y llegó a formar parte de la Academia de Ciencias de París
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y, cuando fue propuesto para integrar la Real Sociedad de Londres, enfermó y
murió en esa ciudad.
Años después de la partida de los geodésicos, Quito seguía comentando la visita de los científicos y sus ideas. A mediados del siglo XVIII las universidades
quiteñas se convirtieron en espacios en transformación; las enseñanzas eran
minuciosamente seguidas y discutidas en las casas de los mismos profesores
o de anfitriones socialmente más elevados, como el marqués de Selva Alegre.
A estas reuniones asistía Juan José de Caldas, quien llegó a Quito en agosto de
1801. Sus primeras impresiones de la ciudad y su gente son contradictorias:
Su situación es un lugar alto desigual, pero no tanto como se ha ponderado;
las calles más anchas que las de ésa [Santa Fe], bien empedradas; las casas
de buen alto y blanqueadas y aseadas. Los templos, en medio de tanto mal
gusto, tienen magnificencia y grande ventaja a Santafé y Popayán. El traje
es indecente; pero por fortuna quieren ya entrar en la española: un grande
aro de ballena u otra materia semejante infla a las mujeres hasta darles cuádruple ancho del que tienen. Apenas se pude discurrir cosa más contraria a
la hermosura: el cuerpo más bien formado se desfigura, y no tiene –a juicio
del petimetre– atractivo. Las sayas o polleras son de bayeta de pellón, todas
ellas menudamente prensadas de alto y abajo, y con muchos anchos fajones
de la misma tela y de diferente color; el lujo es considerable, […] (Caldas,
en Barrera, 1959: 146-147).
Aunque Caldas vio a Quito como una ciudad que “no tiene nada de bello, ni
es propia para sostener la ciudad más populosa del reino” (Ibid.) se admiraba
ante la cantidad de libros “buenos y de todo género” que encontraba en todas
partes, en las bibliotecas públicas y en las privadas. Describió la biblioteca pública como
un gran salón espacioso y claro en cuyo derredor se encontraban los estantes en gradería superpuesta de trecho en trecho, con balaustradas para
seguridad del que subiera a ellos. El salón estaba arreglado con estatuas alusivas a las ciencias. La Astronomía estaba simbolizada por un hombre desnudo, cubierto todo su cuerpo de ojos, con un anteojo en la mano, un globo
celeste a los pies y dos libros al otro lado (Caldas, en Barrera, 1959: 148).
A pesar de que la visita de Caldas a la Audiencia tenía por objeto cuidar de
un juicio familiar, no dejó de lado sus investigaciones científicas que fueron el
precedente para la misión del Barón Alexander von Humboldt.
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La llegada del noble prusiano a Quito en enero de 1802 marcó un verdadero
acontecimiento, pues venía respaldado de pasaportes y recomendaciones reales para sus exploraciones. El trabajo de campo desarrollado por él llamaba la
atención de los pobladores quienes consideraban como actividades un tanto
inútiles. Sin embargo se considera que “Humboldt descubrió América para la
ciencia; pero, también, que este continente fue el verdadero descubridor del
saber universal que no se había manifestado en su plenitud hasta entonces”
(Barrera, 1959: 129).
Tan ilustre visitante fue alojado en la casa del marqués de Selva Alegre donde
se presentaba a comer vestido a la usanza de la nobleza prusiana, traje de corte
azul oscuro con vueltas amarillas, chaleco blanco y calzones cortos. Pero Rosa
Montúfar, la hija de Selva Alegre, comentaba que
nunca permanecía en la mesa más tiempo del estrictamente necesario para
satisfacer su apetito y guardar la acostumbrada cortesía con las señoras. Parecía alegrarse de estar nuevamente al aire libre, examinando rocas y colectando plantas. Por la noche, mucho tiempo después que nos habíamos
retirado todos, observaba las estrellas. Para nosotras, jóvenes mujeres, estos
modales eran más difíciles de entender que para mi padre, el marqués (Barrera, 1959: 128).
Humboldt tenía 31 años cuando llegó a Quito y era de “cinco pies ocho pulgadas de alto, pelo castaño, ojos grises, nariz grande, boca más bien grande,
mentón saliente (bien fait, según el propio Humboldt), frente amplia, con marcas de viruelas” (Barrera, 1959: 129). Los jóvenes quiteños rodearon al viajero
y las bellas damas buscaron la ocasión de conocerle. Los comentarios de Caldas, que se había unido a la misión de Humboldt, informan que las expediciones de reconocimiento y recolección de muestras que realizaba el Barón, se
convertían en “alegres paseos” a los que concurrían hombres y mujeres de las
élites criollas (deben haber sido los amigos de los hijos del marqués de Selva
Alegre, Xavier, Carlos y Rosa). Humboldt comentó en carta a su hermano que
“No hay quizá, en ningún lugar, una población tan completamente entregada
a la búsqueda del placer. Esto acostumbra al hombre a dormir en paz, al borde
de una catástrofe”, en referencia a la cercanía de volcanes activos que estremecían la tierra continuamente (Humboldt en Barrera, 1959: 138).
El Barón de Humboldt permaneció cuatro meses en Quito durante los cuales
dejó secuelas significativas de su visión científica. Nuevos temas se deben haber introducido en las tertulias que normalmente se realizaban en la ciudad,
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y probablemente se producirían en ellas comentarios más agudos y visiones
más optimistas porque el conocimiento científico permitía ver otras soluciones que las acostumbradas. Quito para entonces era una ciudad de aproximadamente 40.000 habitantes y de un prestigio bien ganado en el cultivo de las
artes. Contaba con dos universidades cuyos graduados eran apreciados y sus
bibliotecas sorprendentemente bien provistas.
Entre los jóvenes acompañantes de Humboldt estaban el circunspecto Caldas
y Carlos Montúfar, el joven hijo del marqués de Selva Alegre.
[El Barón] No se encerraba dentro de misteriosa austeridad, como quisiera
Caldas, sino que en sus correrías, por las calles y por los campos, esparcía
la enseñanza de su palabra, de sus gestos y hasta de sus vestidos. El gesto
y los modales, imponían y también educaban. […] La presencia de esos
hombres fue un estímulo para la ciudad ávida ya de novedades. El fermento
revolucionario que existía desde los tiempos de Espejo, se pondría en nueva
ebullición al contacto de estos europeos que hablaban de ideas que se esparcían entonces por el viejo mundo […] (Barrera, 1959: 136).
Caldas aspiró ser el compañero de Humboldt en las expediciones que realizaría por América del Sur, pero fue el apuesto y joven Montúfar, más afín con la
alegría de vivir del Barón, quien lo acompañó. Con él llegó a Europa al fin de
la misión.
Las quiteñas ilustradas
En la Real Audiencia de Quito existieron contadas personas que se destacaron
en el cultivo de las ciencias debido, bien a su propio esfuerzo, o a la lucidez
de sus maestros. Entre los pioneros están Pedro Vicente Maldonado y Juan
Magnín, ambos amigos de La Condamine; Juan de Larrea, de quien Humboldt
diría que era el hombre más sabio y amable que había encontrado en América,
excelente poeta, químico y literato (Larrea: 1969, p. 115); José Dávalos; José
Villavicencio; Fernando Guerrero; Manuel Freire; Diego Navas; los jesuitas
Melanesio, Aguirre y Hospital; el dominico, Padre Perol, entre otros.
Caldas, a más de las bibliotecas, también encontró en Quito a “sujetos de luces
y de literatura” con quienes departió. Uno de ellos fue José Mejía Lequerica,
profesor y estudiante universitario, de quien decía que enseñaba tanto la ciencia de la naturaleza, como los principios del silogismo, es decir las dos grandes
esferas del conocimiento humano. “Joven de luces, de un talento vasto y pro-
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pio para las ciencias naturales”, así lo describía en carta a José Celestino Mutis,
quien en ese momento estaba realizando su estudio sobre la flora de Nueva
Granada por encargo de la Corona.
Solo a Quito, pertenece el honor de haberle puesto en manos de su ilustre
juventud y hecho de ella un ramo de la educación pública. Todos los pueblos de la Nueva Granada oirán con asombro esta feliz revolución este notable atrevimiento del joven Mejía. ¡Ah, señores! Es preciso un alma grande
y emprendedora, un espíritu vasto y atrevido, para elevarse sobre sus compatriotas, para arruinar con una mano las preocupaciones y sustituir en
su lugar los conocimientos útiles que hacen el apoyo y la esperanza de la
sociedad. Esto es lo que acaba de verificar a nuestros ojos este joven digno
de mejor fortuna y acreedor a un eterno reconocimiento. […] Tal vez ahora
no conocéis toda la extensión del beneficio que se os acaba de hacer; día
llegará en que asombrados con el tesoro de luces que poséis, que apreciados
por todas partes, establecidos en los mejores puestos del Estado, os acordéis
que todos esos bienes han sido dimanados de la educación sabia que merecisteis en vuestros primeros años. No lo dudéis: Mejía acaba de echar los
fundamentos de vuestra felicidad (Vargas: T. II, s/f, p. 107-108).
Mejía tenía entonces 28 años de edad y abrigó la esperanza de sumarse a la
expedición botánica de Mutis. Su disgusto en la universidad debido a que los
padres de familia de sus alumnos no comprendían que un profesor enseñara
el valor de las plantas en lugar de la excelencia de los silogismos y frente a la
negativa a otorgarle el doctorado en Medicina por ser hijo ilegítimo, forzaron
su emigración hacia España. Algún historiador también comenta que Caldas
escondió la carta de invitación de Mutis hasta que fue demasiado tarde para
cambiar la decisión de Mejía (Núñez, 2007: 23).
Mejía fue alumno de Eugenio Espejo, posiblemente el personaje más preclaro
de esos tiempos. Mestizo, polémico escritor y crítico de su época ha permitido
a la posteridad conocer su valor y autonomía de pensamiento a través de sus
múltiples obras de tan variada índole que han sido y siguen siendo estudiadas
desde sus diferentes ángulos. El afán de difusión que tenía el pensamiento
ilustrado se evidencia en todas sus obras, sin embargo mencionaremos dos:
“El discurso de invitación a la juventud quiteña a conformar la Escuela de
Concordia” y el periódico Primicias de la Cultura de Quito, del cual se publicaron apenas siete números, bien sea por falta de financiamiento o por la
persecución de que fue objeto su fundador y editor.
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Precisamente en el tercer número de Primicias de la Cultura de Quito21, se publicó la “Carta escrita al editor de los periódicos sobre los defectos del número
dos” firmada con el pseudónimo Erophilia. Se asumía que esta carta fue escrita
por el propio Eugenio Espejo pero, en los últimos años, estudiosos de la historia y la ilustración, como Jorge Salvador Lara, Carlos Freile, Carlos Paladines y
Sonia Salazar, comenzaron a apreciarla como escrita por una mujer escondida
tras el significativo nombre de “la que reivindica el amor”22.
Si utilizamos el concepto de género23 como herramienta para analizar esta
carta, podemos afirmar que fue escrita por Manuela Espejo, la hermana del
editor del periódico. Toda la Carta lleva la impronta de una mujer. Al inicio se
considera desautorizada para escribir, como que ese derecho no es suyo, y pide
disculpas por invadir un campo privilegiado. Menciona en algunas ocasiones
situaciones de la vida cotidiana que compartió, seguramente, con su hermano
desde la infancia. Alude a las relaciones que lleva con otros varones y con otras
mujeres, distinguiendo expresamente la mujer que ella se sabía.
Manuela en su Carta expone una pena peculiar por su situación de mujer culta
y mestiza en una sociedad que diferencia el estrato social de sus miembros.
Dice: “Está bien que el Amor lleve todo mi ser a cumplir con mi destino. Este
amor debe ser racional, conducido por la ley del Evangelio, atado a la coyunda
de la Razón, dotado de preciosas prerrogativas de la verdadera sensibilidad
[…]”. Agrega que la ciencia no es un ámbito exclusivo de los hombres y que la
mujer es capaz de manejarla, además declara “En efecto tengo mis libros, que
leo apasionadamente y pido prestados los otros que no poseo […]”, aunque
por ello, dice, era criticada por sus amigas.
Al aceptar su rol de mujer con las características de la época -dependiente del
hombre y profundamente religiosa- pero también amante de su patria y cons-
21.
22.
23.
Primicias de la Cultura de Quito, No. 3, jueves 2 de febrero de 1792, Quito, Museo de Arte e Hitoria de la Municipalidad de Quito, Vol. XXIX, Quito, Imprenta Municipal, 1958.
Ver Carlos Paladines, Erophilia, conjeturas sobre Manuela Espejo, Abya-Yala, 2001; Sonia Salazar, Carta a Manuela, Quito, monografía inédita, 1999 y Jorge Salvador Lara, Breve Historia del Ecuador, México, FCE, 2005.
El historiador Carlos Freile, profundamente conocedor de la obra de Eugenio Espejo, también ha sugerido en la
conferencia sobre “Las mujeres en la Colonia, la ilustración de Manuela Espejo” y también en su obra Eugenio
Espejo, Precursor de la Independencia, Quito, FONSAL, 2009.
El concepto de género nos permite descubrir en el lenguaje y el discurso, dónde se articulan las relaciones
entre varones y mujeres y la producción de significados de poder que operan desde la diferencia sexual.
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ciente de la educación que ha adquirido, aquilata su valor de ilustrada y las
proyecciones de su condición. Veamos parte de su “Carta…” escrita al editor:
Necesito para todo un hombre. Para tenerle necesito del amor. Veo que me
es indispensable un amor activo, y un amor pasivo. Debo amar y ser amada
[…] El objeto de mi amor debe ser un hombre que de todos modos me sea
superior, que me pueda conducir, gobernar y limitar a sólo el uso de mis
funciones peculiares, que eduque a mis hijos en el temor de Dios, en la
ciencia y trato de gentes correspondientes a su nacimiento. Que los lleve
a respetar la Sociedad, a amar la Patria, obedecer al Monarca, observar las
leyes, y a ser, en una palabra, hombres de bien, beneméritos de la región
en que han nacido […] ¿Esos objetos son comunes? ¿Los veo, los toco, los
hallo, los puedo amar? […] ¡Yo no me puedo casar! […] pero he menester
moderar aún las ligeras reliquias del pequeño amor que yo alimento […] Si,
por que además de que no tengo a quien amar, lloro la desgracia de no tener
quien me ame. ¿Me dice usted que sueño? [pregunta al editor Eugenio Espejo]. No Señor mío, hablo despierta, y en punto en que estoy más asistida
de la perspicacia de mis sentidos y mas alumbrada de las luces de mi Razón.
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plantas y demás producciones naturales, como también, cuando se hallaba
aquí, en coordinarlas y denominarlas con igual esmero y trabajo”(Vargas, s/f:
285). No sería inverosímil pensar que Manuela haya participado en la clasificación y elaboración de los informes.
Muy pocas mujeres quiteñas debieron gozar de la privilegiada posición de Manuela Espejo, en tanto ella tuvo acceso cotidiano a la ciencia y los libros, pero
hay claras evidencias de que las mujeres, principalmente las de la élite, eran
educadas, muchas leían y escribían y estaban al tanto de los acontecimientos
sociales, políticos y científicos de la época, como se verá adelante.
Pero “la razón ilustrada que en un principio representa la promesa de la liberación para todos, en cuanto razón universal, lo trastrueca en su opuesto,
consumando y justificando la dominación y la sujeción de la mujer una vez
definido ‘lo femenino’ como naturaleza” (Molina, 1994) y la condenó al castigo del ocultamiento de parte de la historia.
Las tertulias
La casa de los Espejo era constantemente visitada por sus alumnos y seguidores, muchos de los cuales, nobles y plebeyos, intervinieron en la Revolución
de Quito24. Manuela, que se reconocía como ilustrada, debe haber estado presente en ellas.
El sino de los tiempos hicieron que sus hermanos, Eugenio y Juan Pablo, fueran perseguidos. Su esposo, uno de los dilectos amigos de Espejo, José Mejía
Lequerica, como ya mencionamos, se vio forzado a emigrar para entones brillar en las lejanas tierras de Cádiz y morir enfermo.
A Manuela también se le ve reclamando sus derechos en 1802 cuando presentó
un escrito pidiendo a la Audiencia el reembolso de los gastos efectuados por la
familia Mejía-Espejo cuando auxilió con vestuario y manutención a Atanasio
Guzmán, profesor y farmacéutico español que vino a enseñar en la Universidad, a quien “el doctor Mejía le acompañó en muchas expediciones botánicas
a Otavalo, Cocaniguas, etc., trabajando justamente con él en escribir y recoger
24.
Es necesario señalar que los padrinos de matrimonio de Manuela Espejo y José Mejía Lequerica fueron Josefa
Tinajero y Juan de Dios Morales, personajes de esta historia, Josefa, noble y rebelde; Morales, ilustrado e
insurgente (Núñez, 2007:24).
Las ya mencionadas historiadoras Pilar Pérez Cantó y Rocío de la Nogal, siguiendo la teoría de Jurgen Habermas, descubren en la última mitad del siglo
XVIII un nuevo espacio de sociabilidad surgido bajo la influencia del Estado
Moderno, que es un espacio de intersección entre el absolutismo y el ámbito
privado de la familia: el de la esfera pública política. En ella convergían diferentes estratos de público ilustrado capaz de emitir criterios razonados y dar
una opinión pública -en un entorno privado- con la potencialidad de influir
en la política. Este criterio ha demostrado, según las autoras, mucha utilidad
en la comprensión del tránsito de la sociedad desde el Antiguo Régimen a la
Modernidad (Pérez Cantó y de la Nogal, 2006: 757).
Según Habermas, dicen las autoras, es en el ámbito eminentemente burgués,
encontrado en los periódicos, coffee-houses ingleses, salones y tertulias, en los
que las personas privadas, haciendo uso público de la razón, expresaban sus
observaciones y juicios sobre diferentes materias de interés común en debates
y discusiones realizados en esos nuevos espacios de sociabilidad ilustrada. Éstos constituían verdaderos laboratorios donde se experimentaba la democracia y, olvidándose de rangos, jerarquías sociales y de género, cualquier persona, como dueña de su propia razón, emitía sus opiniones racionales sobre los
temas de actualidad. Al mismo tiempo rompían con la autoridad tradicional
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del Estado y la Iglesia que, hasta entonces, habían sido las únicas instituciones
a las que les correspondía preocuparse por la sociedad entera.
En Europa, en esos nuevos lugares de sociabilización, se conversaba inicialmente sobre asuntos literarios y morales pero, avanzado el siglo XVIII, comenzó a cuestionarse campos tradicionalmente prohibidos: el poder político,
las autoridades eclesiásticas y el orden social. Se comenzó a formar una nueva cultura política basada en los principios ilustrados de igualdad, libertad y
participación. Este ejercicio de razonamiento sin límites que se daba generalmente en lugares privados, constituyó la “esfera pública literaria” y de estos
espacios es obvio que sería muy fácil saltar a una “esfera pública política”.
En este esquema interpretativo, Cantó y de la Nogal observan que las mujeres
europeas participaron muy activamente como oyentes, expectantes o lectoras
dentro de esta esfera pública literaria mas, al avanzar las incursiones en la esfera pública política, quedaron expresamente excluidas.
Pero en Latinoamérica, donde la transformación cultural y política no fue
producto de una maduración interna de la nación, sino fruto de una “importación”, según F. X. Guerra, se produjo una “victoria precoz de la modernidad política, ligada al proceso emancipador, con sociedades cuyas prácticas
sociales e imaginario político seguían siendo todavía del Antiguo Régimen”
(Guerra, en Pérez Cantó y de la Nogal, 2006: 784). Es decir que, a pesar de las
limitaciones que sufrían como colonias lejanas y controladas, las manifestaciones de la esfera pública política se dieron más tardías y complejas porque
las sociedades eran más tradicionales que las europeas y se entrecruzaron con
las revoluciones libertarias y el advenimiento de las nuevas repúblicas (Pérez
Cantó y de la Nogal, 2006:778-786).
El estudio de estos espacios de sociabilidad en América Latina, según Pérez
y de la Nogal, permitirán, a diferencia del estudio de espacios similares en
Europa, ver cómo en el Nuevo Continente se desarrollaron al amparo de la
monarquía absolutista y bajo formas de participación pluralista. En ellos participaron hombres y mujeres pertenecientes tanto a la nobleza como al clero,
en tanto “grupos intermedios” conformados por profesionales, comerciantes
y empresarios, que se unían usando otros enlaces, diferentes al linaje y parentesco.
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En la historiografía ecuatoriana y en los documentos que reposan en los archivos existen numerosas referencias a las reuniones que se desarrollaron en los
tiempos previos y durante la Revolución de Quito, reuniones que más tarde
tomaron nuevos impulsos en la época republicana con Dolores Veintimilla de
Galindo (1829-1857) y Marietta de Veintemilla (1856-1907).
Recordemos que La Condamine, en Riobamba, durante su visita al matrimonio Dávalos-Maldonado en Los Elenes en 1738, gozó del “suave trato, fina
tertulia, variedad de conocimientos, recitaciones poéticas y un conjunto de
bellas hermanas […] un hermoso nido donde se hallaban domiciliadas las
artes” (Toro Ruiz, 1934: 286-287).
Son bien conocidas las reuniones que Eugenio Espejo mantenía en su casa con
sus alumnos y seguidores, entre ellos Juan de Dios Morales; Manuel Rodríguez
de Quiroga; Nicolás de la Peña; José Mejía Lequerica; Caldas, cuando estuvo
en Quito; Miguel Riofrío, autor de la Constitución de 1812; seguramente Juan
Pío Montúfar y sus hijos, cuando se encontraban en la ciudad; y muchos otros
más. Con toda seguridad a estas reuniones también asistiría Manuela, ya que
compartía la casa con su hermano.
A partir de noviembre de 1791, cuando fue nombrado Bibliotecario, Eugenio
Espejo también mantuvo tertulias en la Biblioteca Pública, pero éstas posiblemente habrían sido de un tono más intelectual y político, y quizá serían frecuentadas más bien por los universitarios. Manuela Espejo, como ella misma
dice, pedía prestados libros. La Biblioteca Pública que era muy bien dotada, de
acuerdo a los testimonios de los viajeros que se interesaban por la actividad
intelectual de la ciudad, estaba a su disposición puesto que su hermano era el
Bibliotecario. Es probable que otras mujeres también estuvieran interesadas en
los libros de la Biblioteca Pública, si bien se conoce que en la época, las bibliotecas particulares eran numerosas en Quito.
Nicolás de la Peña, en carta dirigida a Bartolomé de Mesa, expresamente alude a las reuniones que se daban en casa de la marquesa, esposa del Oidor de
la Audiencia de Quito, Joaquín Baquijano, a las que asistían Rosa Zárate, su
esposa; Rosa Montúfar y, no es difícil imaginar, tantas más. Esas tertulias se
realizaban poco antes del 10 de Agosto de 1809 (Monsalve, 1926: 242-243).
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Estas reuniones que se desarrollaron en Quito y en otros rincones ilustrados
de la Audiencia25, definitivamente incluyeron a las mujeres, acercándoles, de
esta manera, a una esfera pública política. La intervención femenina en las
tertulia significaría que en los hogares, lugar privilegiado del “mundo de las
mujeres”, hubo una esfera privada política. Las mujeres tenían el conocimiento
suficiente para actuar expectante o activamente cuando lo ameritaba. De esta
manera se produjo un espacio político fronterizo entre el hogar y la política.
Las tertulias, por tanto, aunque se iniciaron como forma de sociabilidad
tradicional, en algunos casos, se convirtieron en espacios modernos, que
permitieron la expresión de nuevos ideales e intereses culturales, punto de
referencia de unas prácticas sociales en las que se expresaban juicios y se
construía opinión (Pérez y de la Nogal, 2006: 778).
Debemos recordar que la élite de la sociedad quiteña era muy reducida y muchas de las mujeres que en ella de desenvolvieron debieron ser amigas o por lo
menos conocidas. La documentación da cuenta de estas relaciones de amistad y complicidad femenina. Así, María Ontaneda y Larraín, Josefa Tinajero y
Checa, María Nantes de la Vega, Rosa Montúfar, Manuela Espejo, Rosa Zarate,
Manuela Cañizares y doña Josefa Herrera, marquesa de Maenza, en compañía
de su hija Mariana estaban en contacto. Todas ellas leían y escribían; la gran
mayoría eran ilustradas y sustentaban su patrimonio y un buen número de
ellas se enfrentó de una u otra manera al orden imperante en cuanto a su condición de mujer se refiere.
Todas ellas, al enfrentar las dificultades experimentadas durante la Revolución, demostraron estar al tanto de los sucesos que acaecían en España y de la
situación económica del país. De esta manera, consideramos que las tertulias
fueron espacios en los que las mujeres tomaron conciencia política y algunas
de ellas se tornaron insurgentes.
Una vez que estalló la Revolución de Quito, la participación de las mujeres
quiteñas en la esfera política pública se hizo más evidente. Existen indicios que
nos permiten sostener que entre 1812 y 1830 las mujeres quiteñas siguieron
25.
M.A. González, en las Víctimas de Sámano, asevera que Morales fue amigo de la sociedad latacungueña, fomentador de las tertulias obsequiadas por las matronas del lugar, que habían llegado a ser centros de unión,
alimentadoras de las ideas de libertad (González, 1922: 21-22).
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participando en esta esfera26. Pero una vez terminada la coyuntura revolucionaria, nos aventuramos a afirmar que la participación femenina en la política
pública disminuyó aunque no se eliminó. Estudiar este aspecto detenidamente
es un tema pendiente.
Discursos y realidades
La piedad, la castidad, la virginidad y el respeto a la autoridad paterna se consideraban las virtudes femeninas por excelencia, tanto en España como en
sus colonias; mientras que la superioridad moral e intelectual de los hombres
estaba casi fuera de toda discusión teórica. Desde el púlpito se promovía la
sumisión y el recato de la mujer. También enfatizaban sobre ellos teólogos y
educadores quienes, a juicio de Asunción Lavrin, “crearon un mundo modelo
para las mujeres en el que su pureza y honor las […] redimía tanto a ellas como
sus familias” (Lavrin, 1978). Siendo así, las mujeres estuvieron restringidas al
seno del hogar o a los claustros de los conventos y, por lo tanto, tuvieron poca
opción de participar en actividades públicas.
Estas nociones de honor, virtud y competencia femenina se vieron reflejadas
en las normas jurídicas referentes a las mujeres. Por ley las solteras debían
sujetarse a la tutela paterna. Para contraer matrimonio, por ejemplo, necesitaban de la aprobación del padre o tutor, si eran menores de 25 años. Pasada
esta edad podían elegir libremente a su compañero. Una vez casadas, pasaban
al cuidado del esposo y dependían de él. Para poder realizar trámites legales
requerían de un permiso escrito del marido.
En 1776 se promulgó La Real Pragmática de Matrimonios, que castigaba el
matrimonio fuera de la voluntad de los progenitores. Esta ley buscaba proteger
la estructura social colonial y consagrar, por medio del matrimonio, la pureza
de sangre y la riqueza familiar. En su mayoría este tipo de disposiciones se
aplicaron a los matrimonios de la nobleza blanca o indígena.
Las fuentes documentales dan cuenta de la importancia que el matrimonio
entre iguales tuvo durante la Colonia tardía en la Audiencia de Quito y no es
26.
Podemos mencionar la petición que hacen las y los hacendados latacungueños para que se les permita pagar
el tributo en productos de la tierra y no en numerario por su escasez, presentada en 1823, tema que trataremos más adelante.
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extraño encontrar a padres o familiares cercanos que cuestionan ante la autoridad el matrimonio de sus hijos por considerar al cónyuge de otra condición.
También se observa el caso contrario: padres que entregan posesiones y dinero
a sus hijos como premio por su matrimonio con familiares cercanos.
Un caso ilustrativo es el Pedro Calisto y Muñoz quien entregó a su hijo Carlos
las haciendas de Agualongo y La Laguna en el jurisdicción de Ibarra por “haberse casado a su gusto” con Rafaela Ricaurte, su prima27. La endogamia, usual
en la Real Audiencia, permitió la conformación de verdaderos clanes familiares que, en caso de ser necesario, actuaron juntos frente a las adversidades
políticas en protección del honor y los intereses económicos del clan.
Probablemente la conducta social y moral de las mujeres de la élite estuvo
mucho más marcada por esta estructura jurídica y por la norma social. Sobre
ellas recayó la carga de mantener el honor y el nombre de la familia. La nobleza
debía reflejarse en el carácter y la moralidad, cuestiones que no se tomaron a
la ligera.
El honor de un individuo o una familia estaba directamente vinculado a la
pertenencia a un estrato social; el deshonor amenazaba con la pérdida de la
posición y también ponía en peligro la situación económica de toda la familia
(Büschges, 2007: 124). De ahí que muchos llevaron ante la justicia sus problemas privados.
Pese a esta aseveración, la sociedad quiteña del siglo XVIII estuvo lejos de ser
monástica o puritana, como muchas veces se la ha descrito. Las relaciones ilícitas y los hijos naturales o expósitos eran secretos a voces. Estos últimos eran
el resultado del arbitrio por el que los padres no casados entre si, podían acordar dejar o “exponer” a su hijo al cuidado de parientes o de una casa religiosa
para su crianza, con el objeto de cubrir de esta manera las apariencias y mantener el honor, principalmente en el caso de la mujer. El niño era abandonado
en la puerta de la casa o del convento con el cual los progenitores hicieron los
arreglos para que asuma la crianza. Los registros permiten conocer de casos
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
en los que el padre públicamente aceptaba la paternidad y asumía los costos
de crianza. En otros, sin embargo, no se ha llegado a identificar la filiación
familiar de los hijos expósitos.
Estas situaciones privadas relacionadas con el honor, particularmente con el
de una mujer, no debían trascender y si lo hacían eran “arregladas”, de ser necesario, por la vía legal; pero siempre con la mayor discreción posible. En algunos casos el nombre de la involucrada se mantenía en secreto. Por ejemplo,
Nicolás Calisto consiente la petición de divorcio y manutención presentada
por su flamante esposa, Tomasa Arteta, no por el público concubinato del que
ella le acusaba y que él reconoció como un crimen terrible del que se arrepentía, sino porque “se asusta por ver el escándalo que hace ella tan pronto como
se ha casado”28. A pesar de los múltiples documentos que aluden a este caso, el
nombre de la involucrada fue tan bien encubierto que tomó mucho tiempo a
las investigadoras identificar a la mujer con quien Nicolás Calisto mantuvo un
largo amorío y procreo dos hijos.
Conocida es la disputa legal del comerciante Simón Sáenz de Vergara con varios miembros de la élite quiteña, entre ellos el capitán Juan Salinas y el comerciante Pedro Montúfar, hermano del marqués de Selva Alegre. Esta disputa,
originada en las actividades económicas de los involucrados y sus aspiraciones
de llegar a controlar el comercio quiteño con la metrópoli, llegó a las más altas
instancias y dio un viraje hacia los temas personales. Sáenz obtuvo el contrato
de transporte del situado -carga oficial, generalmente de oro y dinero, hasta y
desde el puerto de Cartagena- utilizando oscuras influencias. Así mismo logró
ser nombrado Alcalde Ordinario y luego Regidor, con el apoyo de su amigo el Presidente Muñoz. Estos hechos fueron denunciados por los hermanos
Montúfar (Núñez, 1999: 90-94). Sáenz entonces sacó a relucir una supuesta
ilegitimidad de los Montúfar, ya que sus padres se casaron secretamente antes
de que el Rey diera la autorización para el enlace. Su padre, Montúfar y Frasso,
como Presidente de la Audiencia, necesitaba la anuencia del Rey para casarse
con una criolla. Los hijos nacieron antes de que la autorización llegara; por ello
Simón Sáenz los consideraba ilegítimos (Zúñiga, 1945: 188).
28.
27.
ANHQ, Serie Haciendas, Caja 100, Exp. 9.
61
ANHQ, Serie Matrimoniales, Caja 8, Exp. s/n, Año 1803, Auto interpuesto por Tomasa Arteta contra su
esposo Nicolás Calisto y Borja por divorcio y para que le de dinero correspondiente a su estado.
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So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
Por su lado Pedro Montúfar acusó a Sáenz de concubinato público aprovechando que su esposa no vivía en la ciudad y sacó a luz la relación de Sáenz
con una señorita de una de las familias más ilustres de Quito.
Las insistentes acusaciones de los hermanos Montúfar, quienes llevaron la
causa ante el Rey, provocaron que una real orden del 19 de mayo de 1794 obligue a las autoridades de la Audiencia a solicitar a Sáenz se reúna con su familia
y su esposa, doña Juana María del Campo y Valencia, que residía en Popayán,
y así poner fin a su relación y con ello a las habladurías. Sáenz se vio obligado
a regresar a Popayán y al cabo de algún tiempo regresó con su familia a Quito,
pero sus amores extramatrimoniales continuaron y fruto de ellos nació Manuela Sáenz. La discreción necesaria para cuidar el honor de la madre hizo que
Manuela fuera “expuesta” en el convento de las Conceptas. Hasta la fecha ha
sido imposible conocer con certeza la fecha de su nacimiento (Büschges, 2007:
124 y Núñez, 1999: 90-94).
De esa manera los asuntos privados se tornaron en arma de lucha entre los
Sáenz y los Montúfar, dos grupos de poder económico en la Audiencia de Quito. Aquellos valores apreciados en la sociedad se convirtieron en los instrumentos aptos para lograr fines ajenos al ámbito de lo personal y privado. Las
intervenciones de las autoridades eclesiásticas y civiles en cuestiones privadas,
sobre todo las que tenían que ver con las relaciones consideradas como impropias, fueron frecuentes. Más adelante veremos algunos casos particulares.
A diferencia de las mujeres de la élite, las pobres, mestizas e indígenas, de
hecho gozaron de mayor libertad en algunos aspectos. El tener que trabajar
y desempeñar actividades u oficios considerados como viles en sitios públicos les ponía en una situación de vulnerabilidad; por lo tanto, a los ojos de la
sociedad colonial, aparecen como sectores carentes de honor (León Galarza,
1997: 15).
Variables como la posición social y el origen étnico fueron determinantes en
las relaciones de género durante la Colonia. Si bien las mujeres de estratos
populares o las indígenas no estuvieron sujetas a ciertos convencionalismos
sociales y tenían normas jurídicas específicas, ellas posiblemente fueron doblemente estigmatizadas: por indígenas y por mujeres. Por el contrario, una
mujer de élite y con cierta cuota de poder podía mantener relaciones paralelas
con los hombres a su alrededor, e incluso asimétricas, siendo ella el sujeto
dominante.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
63
La legislación española también consagraba una serie de derechos para las
mujeres: ellas podían mantener la propiedad y el manejo de los bienes adquiridos o heredados con anterioridad al matrimonio y podían disponer de
su dote luego de la disolución del matrimonio, divorcio o la muerte del esposo29. Igualmente, una viuda de la nobleza podía disputar sus problemas legales directamente ante el presidente de la Audiencia, sin pasar por las otras
instancias. Eran justamente ellas, las viudas, las que en la práctica gozaban de
mayor independencia. La ley les permitía administrar los bienes heredados del
esposo, sean éstos obrajes, haciendas o talleres artesanales. Así mismo podían
ser tutoras de sus hijos y curadoras de sus bienes hasta su mayoría de edad.
Muchas mujeres quiteñas, tanto de la élite como de estratos populares, administraron sus recursos con habilidad manteniendo o acrecentando el estatus
económico y social de sus familias.
Queda claro que el comportamiento de la sociedad colonial quiteña no se ajustó llanamente al modelo planteado por la Iglesia y el Estado. Presentar sólo el
discurso oficial sobre lo que se esperaba de la conducta femenina no permite
ver toda la complejidad de la sociedad colonial y de la situación de las mujeres
que se desenvolvieron en ella.
Comerciantes y hacendadas: más allá de la economía doméstica
Desde mediados del siglo pasado las investigaciones que se realizaron sobre
las mujeres en el período colonial en América Latina insinuaban que ellas se
involucraron en diversas actividades económicas. Los estudios elaborados
para la Audiencia de Quito también lo sugerían. Sin embargo estos primeros
trabajos sobre las mujeres en la Colonia todavía no abordaron específicamente
el tema de la participación económica femenina en la sociedad, porque privilegiaron otro tipo de temáticas30.
29.
30.
En el testamento de Joaquín Montúfar, hermano del marqués de Selva Alegre, se puede observa la minuciosidad con la que se enumeraban los bienes reputados como pertenecientes a su esposa y las mejoras hechas
sobre ellos, de tal manera que a su muerte, ella pudiera disponer libremente de ellos (Zúñiga, 1947, 209219).
Ver los trabajos de Asunción Lavrin, “Investigación sobre la mujer de la Colonia en México. Siglos XVII y
XVIII”, México, FCE, 1978; Evelyn Cherpak, “La participación de las mujeres en el movimiento de Independencia de la Gran Colombia”, Las mujeres Latinoamericanas. Perspectivas históricas, FCE, 1985; Natalia León
Galarza, La primera alianza. El matrimonio criollo. Honor y violencia conyugal. Cuenca 1750-1800, Cuenca,
1997.
64
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Tradicionalmente se ha asumido que en una sociedad inequitativa, prejuiciosa
y patriarcal, como la sociedad colonial, no había espacio para que las mujeres
desarrollaran actividades económicas en paralelo a los hombres. Se consideraba que sólo las mujeres de estratos populares, que por su condición de pobreza
se vieron forzadas a trabajar, fueron las únicas que desarrollaron actividades
que les permitieron subsistir a ellas y a sus familias.
Trabajos recientes, sin embargo, nos enfrentan al hecho de que las nociones
sobre lo que se pensaba y se decía que debían o podían hacer las mujeres, no
necesariamente coinciden con lo que ellas efectivamente hicieron en cuanto a
cuestiones económicas. Por el contrario, las recientes investigaciones resaltan
la importancia que tuvieron estas actividades productivas femeninas en el entramado social y en una economía que iba más allá de la simple subsistencia
(Borchart, 1991 y Borchart, 1998).
El objetivo del presente estudio no es analizar la situación de las mujeres en
cuanto a su participación en el ámbito económico, sino identificarlas en el
espacio político. En cuanto a su rol en la economía, partimos de la idea de que
una vez que estalló la Revolución de Quito, ellas se hicieron cargo de la economía familiar debido a la situación de guerra, tal como veremos en los capítulos
siguientes. Sin embargo, la documentación analizada revela como aun antes
de la Revolución hubo un importante número de mujeres que participaron en
la vida pública, especialmente en el campo de la economía. Hemos constatado
el alto porcentaje de juicios que las involucraron o que fueron interpuestos
por mujeres -solas, casadas y de diversas posiciones sociales- con el fin de defender sus intereses económicos, ya sean éstos comerciales o relacionados con
la tenencia de tierras. Sin duda una revisión profunda de la documentación
sobre la relación mujeres-economía contribuirá a construir una visión distinta
de las mujeres coloniales.
De hecho, los estudios demuestran que el discurso patriarcal y discriminatorio
propio de la época fue refuncionalizado. De esta manera frases encontradas en
la documentación legal de la época que aluden a la inferioridad de las mujeres
o a la “imbecilidad del sexo femenino”, son más bien una estrategia de las mujeres para presentarse como débiles e incapaces para, utilizando la estructura
patriarcal, alcanzar sus metas (Borchart, 1991). Esto no quiere decir que ellas
se hayan visto a sí mismas como débiles e incapaces. Los largos juicios y las
argucias legales interpuestas por estas “débiles mujeres” y sus abogados dan
cuenta de ello.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
65
Partiendo de esta idea, identificamos al menos cuatro sectores económicos en
los que las mujeres coloniales participaron activamente a fines del siglo XVIII:
como vendedoras de mercado o regatonas; pulperas; comerciantes de textiles
y mercancías diversas; y grandes propietarias y hacendadas. A continuación
explicamos el desarrollo de estos sectores.
Para la segunda mitad del siglo XVIII se detecta una disminución de la población masculina en el Corregimiento de Quito. Este fenómeno se puede explicar a partir de factores como la migración a la Costa o la mayor mortalidad
entre los hombres como consecuencia de los desórdenes civiles de las últimas
décadas de ese siglo. No se descarta tampoco una distorsión en las cifras de
las numeraciones a causa de un intento de evadir el tributo. Lo cierto es que
la evidencia demográfica recabada por Minchom, muestra un mayor número
de mujeres que de hombres como un rasgo permanente y parece ser que en
Quito el porcentaje de hogares encabezados por mujeres era mucho más alto
que en el resto de América Latina. Así, en regiones donde había menor número de hombres, ya sea de manera permanente o de forma estacionaria, “el
predominio demográfico de las mujeres y su papel en la económica doméstica
deben haber sido traducidos a una posición socioeconómica muy significativa” (Minchom, 2007: 165).
En Quito se evidencia un importante número de mujeres que intervienen en
actividades comerciales, a diferencia de otras regiones, como la de Guayaquil,
en donde a pesar de tener un creciente comercio interno y externo, no se observa que el mismo haya incluido a mujeres (Borchart, 1991: 27).
Entre las actividades comerciales de las mujeres del estrato popular podemos
mencionar, en primera instancia, la venta de productos alimenticios en los
mercados o de manera itinerante en la ciudad. Principalmente eran las mujeres indígenas las que realizaban este tipo de comercio. Por el tipo de productos
que vendían se podría suponer que mantenían conexiones tanto con el sector
rural como también con comerciantes de élite y que sabían manejar muy bien
las cuestiones socio-raciales vinculadas a la economía. Por ejemplo algunas
mestizas se vestían de indígenas para no tener que pagar la alcabala (Minchom, 2007: 111-113).
También había mujeres propietarias de pulperías, tiendas en donde se vendían
diversidad de artículos. En las más modestas se expendía pan, aguardiente y
chicha; en otras también se encontraban productos europeos como embuti-
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M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
67
dos, aceite de oliva, canela de castilla, vinagre y géneros o telas diversas. Era
usual que las pulperías tuvieran un sitio para atender a los clientes como mesas
y sillas, así, estos lugares también eran espacios de socialización y de discusión
(Borchart, 1991: 25-26).
cer sus actividades comerciales eran rentables porque, cuando fue apresada a
raíz de las investigaciones sobre los acontecimientos del 10 de Agosto de 1809,
pidió que se le restituya la fianza que había entregado, a diferencia de otros
presos que no pudieron pagara la finaza.
Algunas mujeres administraban las pulperías mientras sus esposos viajaban
llevando y trayendo mercadería desde otras regiones. En otros casos eran las
dueñas de todo el negocio y se proveían a través de mayoristas. Usualmente,
si eran mujeres de élite, alquilaban el negocio a un tercero o contrataban a un
administrador. Los inventarios de la mercadería de algunas tiendas, como las
de doña María Nantes en 1779, demuestran que algunos de estos negocios
eran prósperos (Borchart, 1991: 29).
Al igual que Josefa Tinajero, María Ontaneda y Larraín y Francisca Calisto y
Muñoz también fueron mujeres de la élite quiteña que tuvieron como medio
de subsistencia las actividades comerciales. Su situación y las relaciones familiares les permitieron emprender en ellas para atender a su subsistencia o
enriquecerse y les catapultó, a las dos primeras, a una participación pública en
el campo político de la cual hablaremos más adelante. Muchas de ellas mantuvieron relaciones comerciales con mercaderes varones, de las cuales queda
abundante documentación en los archivos.
La participación femenina en las actividades comerciales era aún más amplia.
Existían mujeres que sin ser pulperas invertían su dinero en el comercio para
recibir réditos sobre lo vendido sin aparecer explícitamente dentro del negocio. Al parecer éste fue uno de los mecanismos más usados por las mujeres
para involucrarse en el comercio (Borchart, 1991: 29).
Probablemente las más audaces y con mayores conexiones sociales y comerciales no sólo que tenían su propia tienda, sino que ellas mismas dirigían las
actividades de movilizar la mercancía de una región a otra, convirtiéndose,
talvez, en mayoristas. Ese podría ser el caso de Josefa Tinajero y Checa, joven
mujer vecina de Quito perteneciente a una linajuda familia. Con fecha 29 de
agosto de 1810 ella misma, de puño y letra, pidió “se le devuelvan trece fardos
de ropa de la tierra que remitió para su expendio en la provincia de Quijos”
que le fueron confiscados a causa de los acontecimientos revolucionarios de
Quito, en los que se vio involucrada el año anterior 31.
Otro caso interesante y muy peculiar es el de Baltazara Terán, vecina de Latacunga, quien pese a su poca educación y al hecho de pertenecer al estrato
popular, alcanzó a tener, gracias a sus actividades comerciales, una considerable fortuna y propiedades que le permitieron apoyar la causa insurgente. Entre
estas propiedades se cuenta una hacienda en Tiobamba, un molino, obrajes y
una casa en Latacunga34. También comerció con Pedro Montúfar, hermano del
marqués de Selva Alegre, como distribuidora de los productos que él traía por
el norte y negoció tierras con Temporalidades35.
Josefa Tinajero tenía además otras propiedades en la ciudad de Quito y manejaba su propia tienda en la que vendía diversidad de efectos 32. En la documentación no se especifica qué tipo de artículos comercializaba, pero suponemos
que incluían tanto artículos y géneros de la tierra como de Castilla33. Al pare-
Finalmente hay que mencionar a las grandes propietarias y hacendadas. La
mayor parte de propiedades de la élite fueron administradas por el esposo, aun
cuando los bienes hubiesen sido aportados por la esposa como parte de la dote
o como herencia. Como ya se mencionó, cuando el esposo moría, las viudas
podían administrar directamente sus bienes y los de los hijos menores de edad.
Ese fue el caso de Josefa Herrera y Berrío, viuda de Manuel Matheu, marqués
de Maenza. A la muerte de su descocado marido, “La Marquesa”, como se hacía llamar, se encargó de la enorme fortuna de su familia. Ésta incluía varias
haciendas y obrajes, principalmente en la actual provincia de Cotopaxi, y casas
en Quito y Latacunga. De las innumerables cartas y documentación, así como
31.
32.
33.
34.
35.
ANHQ, Serie Civiles, Caja 47, Exp. 4.
ADMQ, Juicio a los Próceres, tomo VII, No. 001201, fs. 251-256, p. 309-312.
A los tejidos producidos en la Audiencia se los denominaba “de la tierra”, mientras que a los importados desde
España se los llamaba “de Castilla”.
Neptalí Zúñiga, Historia de Latacunga: Independencia, Tomo I, Quito, Talleres Gráficos Nacionales, 1968, p. 264.
Este término denomina a la dependencia administrativa que se encargó de los bienes expropiados a los jesuitas una vez que fueron expulsados de los territorios españoles en 1767.
68
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de algunos juicios entablados que se encuentran en el Archivo Nacional de
Historia de Quito, podemos vislumbrar a una mujer de carácter recio que sabía hacer uso de su posición e influencias para alcanzar sus fines y hacer sentir
el peso de su mano a todos los que se oponían a sus designios.
Los casos de las mujeres que hemos mencionado no deberían ser tomados
como excepciones. Como ya dijimos, este fenómeno en el que las mujeres participan de la economía públicamente a través del comercio, fue usual en Quito
a fines del siglo XVIII. Lo que sí llama la atención es que por lo menos cuatro
mujeres de las que aquí resaltamos, no sólo estaban involucradas en actividades económicas, sino que también fueron parte de las discusiones y acciones
políticas que se dieron con la Revolución del 10 de Agosto de 1809 y las juntas
quiteñas. ¿Qué les llevó a participar tan decididamente a favor de Revolución?
Una posible respuesta es que estaban calculando políticamente lo más favorable para sus intereses económicos.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
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La Revo lu ció n d e Q u it o
El contexto y los personajes masculinos
La dificultad que encontraba en la verificación
de esta obra solo consistía en metodizar y colocar en orden unos hechos que no han pasado sucesivamente y en un mismo lugar, sino
en diversas partes y al mismo tiempo. […] me
vino a socorrer un pensamiento que me dio
nuevo valor y esfuerzo; este fue el de olvidar
el orden cronológico de los acontecimientos,
descuidar el método y estilo, abandonar los
adornos y gracias de la elocución y poner el
mayor estudio en la verdad de cuanto se ha de
referir [...] (Caicedo, [1813] 1989: 30)36.
Cap ít u lo II
L
as noticias de España llegaban oficialmente a América con dos, tres y
cuatro meses de retraso; sin embargo extraoficialmente se conocían con
relativa celeridad. Las noticias e informaciones que se expedían en España, se difundían por medio de leyes impresas, decretos y avisos oficiales
que se distribuían entre las autoridades, las que a su vez las difundían fijando
carteles en lugares públicos y por medio de pregoneros que leían dichos comunicados al pueblo. La mayor parte de la información se transmitía oral-
36.
Manuel José Caicedo fue un sacerdote caleño, testigo y actor de la gesta quiteña. Sobrino del obispo José
Cuero y Caicedo, ejerció las funciones de Provisor y Vicario general del Obispado de Quito e intervino directamente en varios de los actos considerados como insurrectos por las autoridades de la Audiencia. Ramón
Núñez del Arco, en su Informe del 22 de mayo de 1813, lo tilda de representante feroz y sanguinario en la
segunda Junta, lo acusa de haber levantado un batallón de indios del cual fue su Coronel y Comandante y
de ser miembro del terrible Consejo de Vigilancia revolucionaria. Su obra Viaje imaginario ha servido de base
para gran parte de los relatos de lo ocurrido en aquellos tiempos tan revueltos (Zúñiga, 1968: 98) y Ramón
Núñez del Arco, “Informe del procurador general sindico, personero de la ciudad de Quito Ramón Núñez
del Arco”, en BANH, Vol. XX, No. 56, Quito, 1940.
72
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
mente: los curas discutían asuntos importantes en sus sermones o fuera de la
Iglesia; los funcionarios públicos y los particulares escribían con frecuencia a
sus amigos y colegas con comentarios de los acontecimientos. Los escribanos
también mantenían informado al público iletrado y los arrieros, comerciantes
y viajeros se constituían en improvisados medios de comunicación. Las villas y
pueblos más alejados se enteraban de lo acaecido en la capital, en el virreinato
y en Europa. De esa manera la masa del pueblo estaba mejor informada de lo
que comúnmente se cree; aunque también tuvieron cabida los rumores y la
desinformación (Rodríguez, 2004: 64).
Las noticias sobre la abdicación de Carlos IV a favor de Fernando VII, el levantamiento del pueblo de Madrid del 2 de Mayo de 1808, la formación de
juntas locales en España y la renuncia al trono de la familia real en Bayona alcanzaron los puertos americanos del Pacífico en agosto y septiembre de 1808.
La situación desorientó al pueblo y a las autoridades españolas.
La reacción del pueblo americano se suscribió dentro de la cultura política española. El principio de que en ausencia del rey la soberanía recaía en el pueblo,
fue el criterio que primó en la formación de las juntas locales en el territorio
español que, posteriormente, fue replicado en América. Si bien los americanos
buscaban mayor poder en la administración local, la mayoría reaccionó con
gran patriotismo alineándose en defensa de la monarquía española frente a la
invasión francesa (Rodríguez, 2004: 43-45).
El 25 de diciembre de 1808, en aquella reunión en la hacienda-obraje de Los
Chillos de Juan Pío Montúfar a la que ya hicimos referencia, se debieron haber tratado estos temas, recapitulado y comentado todo, buscando precisar un
plan de actuación de los criollos ilustrados. La historia tradicional sólo menciona a los personajes masculinos de aquella reunión y nos dice que fueron:
El anfitrión, Juan Pío Montúfar y Larrea, quien ostentaba el título de marqués
de Selva Alegre. Su padre, Juan Pío Montúfar y Frasso, español llegado a Quito
como presidente de la Audiencia en 1753, que gestionó en 1747 el marquesado para su descendencia. Estuvo casado con la quiteña doña Teresa Larrea y
Villavicencio y tuvieron tres hijos: Xavier, Carlos y Rosa.
El obraje de los Chillos y otras haciendas de Montúfar pertenecieron anteriormente a los jesuitas. Cuando éstos fueron expulsados de los territorios es-
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
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pañoles, el Marqués los remató a la Junta de Temporalidades, entidad a cargo
de las propiedades jesuíticas. A más del manejo de sus haciendas, el Marqués
realizaba actividades comerciales y mantenía contratos por servicios con la
Real Audiencia, como aquel del transporte del situado.
El capitán Juan Salinas nació en Sangolquí. Luego de algunos estudios de jurisprudencia, cediendo a su más cara aspiración, se convirtió en un apreciado
militar de la Audiencia. Participó en la comisión de límites con Brasil en 1778
y realizó verdaderas proezas en el agreste medio del Oriente audiencial, donde
permaneció 12 años. Su esfuerzo le valió el grado de Capitán de Infantería.
Más tarde, en 1806 se destacó en una misión militar en Panamá contra los
piratas que la atacaban, misión organizada por el Barón de Carondelet37. El intento de formar la Capitanía General de Quito, autónoma del Virreinato, que
pretendía incluir los territorios del Chocó hasta Panamá, nos permite sospechar que en realidad se trató de una misión de reconocimiento a los territorios
occidentales de Nueva Granada que servirían para la formulación de esta propuesta, la misma que fue auspiciada y presentada por el Barón de Carondelet.
Un estudio más profundo sobre el tema permitirá confirmar esta presunción.
Salinas recibió de su esposa, María Nantes de la Vega, como dote matrimonial
“bastantes miles de pesos en pertenencias” (Monge, 1918: 149). Para hacerlos efectivos Juan Salinas tuvo que luchar judicialmente. Al parecer era un
matrimonio apreciado por los distintos grupos que conformaban la sociedad
quiteña. Tuvieron dos hijas: Dolores y Carmen. Esta última debe haber nacido después del 10 de Agosto de 1809, pues cuando María Nantes fue tomada
presa, luego de la conmoción del 2 de Agosto de 1810, se relata que iba con su
hija en brazos.
El doctor Juan de Dios Morales, nacido en Antioquia, actual Colombia, llegó a Quito acompañando al presidente Mon y Velarde en 1790 con el cargo
de Oficial Mayor de la Secretaría de la Superintendencia. Obtuvo el grado de
Abogado en Quito y actuó como defensor de pobres y reos. En la presidencia
del Barón de Carondelet fue secretario de la Real Hacienda y Comandancia
37.
El español Pedro Pérez Muñoz, conspicuo personaje realista, escribió una carta mencionando que esta misión
fue realizada sin consulta al Virrey y que respondía a un gran plan bonapartista. Ver Pedro Pérez Muñoz en
Fernando Hidalgo-Nistri, Compendio de la rebelión de América, Quito, Abya-Yala, 1998.
74
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75
General en la Presidencia, lo que le dio oportunidad de conocer de primera
mano los asuntos de gobierno y las intrigas de la Corte española.
la Bastida y Coello y su hija, Luisa Quiroga, sufrió largamente a consecuencia
de la persecución y muerte de su padre.
Luego de la muerte de Carondelet, Morales acompañó a la viuda a Guayaquil.
El coronel Nieto, que en ese tiempo aspiraba a la Presidencia de la Audiencia,
ordenó su arresto y traslado a Quito, pero la viuda de Carondelet se le había
adelantado al pedir a Vicente Rocafuerte le oculte en su hacienda de Naranjito.
Allí Morales trabó amistad con Rocafuerte y “discutió largamente la cuestión
de la independencia de América y convinieron en que había llegado la época
de establecerla…” (de la Torre, 1990: 172). Sin poder todavía residir en Quito,
permaneció en Latacunga donde, según Zúñiga, participaba de las tertulias
que se daban en las haciendas del sector38. Posteriormente se permitió a Morales trasladarse a Pintag, desde donde frecuentemente visitaba al marqués de
Selva Alegre en unión del presbítero José Riofrío.
El doctor Nicolás de la Peña era posiblemente el más carismático y simpático del grupo. Líder innato, atractivo, inteligente y cordial; le era muy fácil
convencer y atraer personas a su lado (Andrade, 1982: 181). Al parecer su
facilidad de palabra le permitió movilizar al pueblo hacia la insurgencia41. Se
casó con Rosa Zárate con quien compartió su ajetreada vida. Tuvieron un hijo,
Francisco Antonio, quien a su muerte, el 2 de Agosto de 1810, dejó una viuda
y una hija. La casa de Nicolás de la Peña estuvo ubicada en la Plaza Mayor;
años después, desde el balcón de esa casa, Manuela Sáenz lanzó una corona
de laureles al libertador Bolívar. En el siglo XX se construyó en ese sitio el
Instituto Pérez Pallares y actualmente el edificio aloja las oficinas del Fondo de
Salvamento, FONSAL.
William B. Stevenson dice de él, que “si la prisa no lo hubiera llevado a ejecutar
sus designios prematuramente, habría tenido éxito y habría vivido para dar las
gracias a sus compatriotas” (Stevenson, [1825] 1994, p. 490). Se conoce que el
doctor Morales defendió en los tribunales de justicia los asuntos concernientes a Juan Pablo Espejo, el hermano religioso de Eugenio y Manuela Espejo
(Freile, 2001: 54 y Astuto, 2003: 94). En los procesos judiciales seguidos a los
insurgentes, se encuentran testimonios que aseveran que él mantenía una relación con doña Josefa Tinajero y Checa39. Los otros implicados, incluyendo
a Montúfar y Quiroga, identificaron al doctor Morales como el cerebro de la
revuelta y su principal promotor40.
El presbítero José Riofrío, cura de Pintag, demostró en su vida decisión y pasión por sus creencias. En su amistad con Morales fraguó sus ideales independentistas y radicales; murió el 2 de Agosto de 1810. Junto a Juan Pablo Espejo
fue de los primeros religiosos insurgentes que se plegaron a la revolución con
entusiasmo. El informe de Núñez del Arco42 da a conocer que un altísimo
porcentaje de religiosos participaron en la causa revolucionaria y que fueron
fundamentales en la relación con los estratos bajos y rurales.
Don Manuel Rodríguez de Quiroga nació en Cuzco y llegó a Quito acompañando a su padre, que fue nombrado fiscal de la Audiencia. Educado en Quito,
se recibió en Derecho e inició su práctica en el ejercicio profesional de mano
del doctor Morales. Rodríguez de Quiroga estuvo casado con Baltasara Flor de
Al escribir historia de género muchas veces es necesario rebasar aquellas realidades históricas que los documentos nos presentan, y analizarlos con ojos
críticos, procurando situarnos en las condiciones de quienes vivieron aquella
realidad y época. Incluir a las mujeres en la historia no sólo significa describir
su participación, sino “estudiarlas a ellas y a los varones, dentro de los sistemas
de sexo/género, que se concretan en una realidad social, económica y política
más amplia” (Ramos, 2006: 20). Para ello nos hemos remitido a documentos
41.
38.
39.
40.
González Páez, 1922: 21-22.
AHDMQ, Juicios a los Próceres, Confesión de Juan Barreto, T. VII, p. 125-130.
Sobre el tema ver varios testimonios recabados en las indagaciones de Aréchaga. Llama la atención, por ejemplo, cómo Rosa Montúfar en uno de sus testimonios intenta poner la responsabilidad completa en Morales
al decir “que él es el único sindicado que implica a su padre el Marqués”, a pesar de que toda la ciudad sabía
que él asumió la presidencia de Junta. AHDMQ, Juicios a los Próceres, Vindicación Legal de Rosa Montúfar a
nombre de su padre, Tomo II Vol. IX No. 001196, FS 491/495 p. 440/4443.
42.
Ramón Núñez del Arco, “Informe del procurador general sindico personero de la ciudad de Quito Ramón
Núñez del Arco”, en BANH, Vol. XX, No. 56, Quito, 1940. El español Ramón Núñez del Arco, elaboró un
Informe detallado en el que dio cuenta de la situación y “filiación” de todos los personajes que estaban de alguna manera ligados al gobierno de la Audiencia. Aparecen en él los funcionarios públicos, de correos, religiosos,
soldados, de acuerdo a la dependencia o profesión que ejercían y califica individualmente a cada uno de los
personajes nombrados en relación a su actuación durante la Revolución de Quito. En el documento Núñez
del Arco describe, como en un diccionario, cada una de las calificaciones que atribuye a los personajes.
Ibid.
76
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que ya han sido utilizados por historiadores ecuatorianos previamente. Esta
vez intentamos escrudiñar cada una de sus palabras y leer entre líneas a fin de
identificar aquellas situaciones que demuestran la realidad social, económica y
política de las mujeres y varones que vivieron la Revolución quiteña.
Pocos meses después de la reunión de Navidad en el valle de Los Chillos, el
oidor, Felipe Fuertes Amar, transportaba apresuradamente unos expedientes
judiciales por las calles de Quito. Se trataba de los documentos que contenían
el resultado de las indagaciones que él y Tomás Aréchaga, como representantes de la Audiencia, llevaron a cabo a raíz de la denuncia que hizo el religioso
Andrés Torrresano del convento del Tejar en el sentido de que los asistentes
a esa reunión de Navidad tramaban deponer a las autoridades españolas. Por
esta denuncia, que era fundamentada, los implicados estaban presos en la cárcel de la ciudad.
En realidad sí existió un plan elaborado por Salinas. Este “Plan de la defensa de
Quito y sus Provincias con el objeto de conservarlas para nuestro soberano y dinastía, en caso que tomada toda la España por los franceses intenten invadirnos;
y lo que se podrá hacer cuando llegue esta infausta noticia” no fue conocido en
este primer juicio sino en el segundo juicio a los insurgentes, en 1809, cuando
se dio la orden de allanamiento de la propiedad de Salinas43.
No se sabe con certeza lo que pasó con los expedientes que llevaba Fuertes
Amar al Palacio. Podemos suponer que el Oidor fue abordado por algunas
mujeres que se pusieron a conversar con él al abrigo del portal de una casona.
La documentación sugiere que entre ellas había una por quien suspiraba y que,
probablemente, haciendo uso de armas propiamente femeninas y tomando
ventaja de la situación, sustrajo los papeles. Otras fuentes dicen que recibió
una jugosa recompensa44.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
77
litar la defensa y por esa razón, dice Aréchaga, no siguió con la causa45. De otra
parte, Pérez Muñoz acusó a Aréchaga y a Fuertes Amar de recibir prebendas y
dinero de los implicados para permitirles salir indemnes del problema46.
El presidente Molina47, al explicar en uno de sus informes las causas de la Rebelión de Quito, también acusa en duros términos al fiscal Aréchaga y al oidor
Fuertes:
El procedimiento ilegal del Juez Fuertes se atribuyó a las razones ya expresadas y al ascendente que en su animo tenían algunas damas parientes de
Montúfar; pero la prevaricación inaudita del Fiscal Aréchaga se consideró
efecto de su venalidad; pues notoriamente se decía que los reos le habían
dado cierta cantidad de miles de pesos para la pretensión de Toga48.
Con toda seguridad este extraño hecho condujo a Fuertes y a Aréchaga a perseguir sin misericordia a los implicados -y a veces a los no tan implicados
también- en el movimiento del 10 de Agosto de 1809 para recuperar su reputación sin enmarcarse en los principios del procedimiento jurídico. Las oscuras
maniobras de estos funcionarios de la Audiencia plagaron de vicios al proceso
judicial que se siguió a los implicados. El fiscal Aréchaga, en aparente vindicta,
encaminó el proceso por un torcido camino en el tortuoso juicio que ha sido
estudiado pormenorizadamente por Carlos de la Torre Reyes (1990).
La misteriosa desaparición de los papeles que sustentaban el juicio planteado por la sospecha del primer intento de insurrección permitió que Juan Pío
Montúfar, Juan Salinas, Juan de Dios Morales, Manuel Rodríguez de Quiroga,
Nicolás de la Peña, el cura José Riofrío y Nicolás Negrete salieran de la prisión
por falta de pruebas y no se diera más trámite a la acusación que presentó José
Joaquín de la Peña, oficial primero de la Administración de Temporalidades
de Quito49.
Lo cierto es que los documentos desaparecieron y quienes tuvieron algún contacto con el expediente se acusaban unos a otros. Aréchaga acusó al Secretario
Especial de esta causa, don Pedro Pérez Muñoz, de haber permitido que los
parientes de los implicados supieran el contenido de las acusaciones para faci45.
46.
47.
48.
43.
44.
Revista El Ejército Nacional, Año X, No. 58, Quito, 1922-1931.
Pedro Pérez Muñoz, en Fernando Hidalgo-Nistri, op.cit, p. 67-68.
49.
AHDMQ, Juicios a los Próceres, Tomo I, Vol. IX, No. 001194, p. 107-128.
Pedro Pérez Muñoz, en Fernando Hidalgo-Nistri, op.cit, p. 67-68.
Los informes a los que se hacen referencia se encontrarían en el Archivo y Museo Naval en España y fueron
parcialmente publicados por José Gabriel Navarro, “La segunda Revolución de Quito del año 1810”, en
Museo Histórico, No. 39-40, Quito, Mayo 1961, pp.93-126.
Joaquín Molina en José Gabriel Navarro, “La segunda Revolución de Quito del año 1810”, en Museo Histórico, No. 39-40, Quito, Mayo 1961, pp. 93-126.
ANH, Serie Gobierno, Caja 65, Exp. 21 diciembre de 1809.
78
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
Este hecho dibujó un mapa de poderes y posiciones. Los involucrados en este
supuesto primer plan para deponer a las autoridades españolas quedaron libres mientras el acusador, José Joaquín de la Peña, quedó preso y algunos funcionarios de la Audiencia en observación.
Las mujeres en la noche de San Lorenzo
La noche del 9 de agosto de 1809 María de la Vega y Nantes estaba “enferma”,
es decir con los estragos del embarazo de su segunda hija, y su amiga, Josefa
Tinajero, le había ido a visitar. Muy preocupado, el capitán Juan Salinas, esposo de María, le previno a Josefa que no saliera a la calle esa noche, pues la
inseguridad de la ciudad había aumentado50. Era conveniente que Josefa se
quedara acompañando a María por su estado pues así él se sentiría tranquilo
mientras asistía a la reunión que tenía previsto. Era la reunión que su común
amiga, Manuela Cañizares, había organizado en su casa de El Sagrario localizada a menos de dos cuadras de la casa de los Salinas, situada en la Plaza
Mayor, frente al Palacio de la Real Audiencia.
Las dos mujeres no debieron haber dormido aquella noche. Seguramente oirían las correrías de gente armada en la esquina de la Presidencia. Escondidas
tras las cortinas, advertirían como Juan de Dios Morales entraba con algunos
soldados al Palacio. Verían pasar a otros que se dirigían a algunas cuadras a la
redonda y regresaban con ciertas personas a las que las encerraban en la cárcel de la ciudad, atrás del Palacio. Probablemente no lograrían cerrar los ojos
hasta que las campanas de la Catedral, de La Merced, de La Compañía, de San
Agustín repicaron alegremente. Asomadas a la ventana no podrían creer que
todo estaba consumado. Las gentes de la ciudad amanecieron sorprendidas y
curiosas al enterarse de que cambió el gobierno y no había huellas de sangre.
En la mañana del 10 de Agosto de 1809, las dos amigas debieron haberse enterado por boca de Salinas, del doctor Ante, del doctor Morales, de Manuela
Cañizares o de cualquier otro de sus amigos, lo sucedido en aquella madrugada. Sin embargo dejemos que doña Josefa Guerrero y Cortés nos relate lo
ocurrido, como lo hizo a su primo, don Gaspar Ortiz, el 21 de agosto de 1809:
50.
AHDMQ, Juicio a los próceres, Confesión de Josefa Tinajero y Checa, Tomo VII, No. 001201, FS141-143,
p. 174-177.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
79
[…] y obedeciendo el mandato de que le avise las novedades de Quito, pongo en su noticia, aunque en globo, y brevemente la muy plausible y feliz
que contará en sus anales y fastos y es que: La nobleza, y el pueblo de esta
ciudad, usando de las facultades que le conceden las leyes, la Religión, la Patria y la naturaleza, eligieron sabiamente un nuevo gobierno a nombre del
Sr. Dn. Felipe 7°, formado el día 10 de este mes, que fue el de San Lorenzo
por la madrugada (día fausto y principio de nuestra prosperidad, digno de
grabase en los bronces y en los mármoles o en el brillante disco de una estrella) una Suprema Junta gubernativa, compuesta de doce sujetos de lo más
ilustre de esta ciudad que son el Marqués de ésta, Solanda, el de Miraflores,
el de Villaorellana, Dn. Manuel Mateu y Aranda, D. Manuel de Larrea, Dn.
Manuel Zambrano, Dn. Torcuato Guerrero, Conde de Selva Florida, Dn.
Melchor Benavides, Dn. Juan de Larrea, Ministro de Hacienda, Dn. Juan
de Dios Morales, de Estado y Guerra, Dn. Manuel Quiroga de Gracia y
Justicia con el título de excelencia cada uno en particular, y de su Majestad
estando en la Suprema Junta; y el Sr. Marqués de Selva Alegre Presidente de
ella, con tratamiento de su Alteza Serenísima, los que gobiernan felizmente
como buenos, amantes y fieles patriotas de este Reino de Quito, entre tanto
se reponga el Sr. Dn. Fernando 7° o se declare legítimo monarca alguno
de la sangre y casa de Borbón; pero de ningún modo el infame Napoleón,
ni cualquier otro extranjero intruso; en cuyo segundo caso subsistirá este
nuevo Reino con absoluta independencia de todas las otras Naciones, habiendo repartido los empleos y ministerios entre los patricios sacudiendo
el yugo chapetonesco que nos trataban como a esclavos y se llevan nuestros
honores y rentas.- Ese día 10, Jueves al amanecer fueron presos el Sr. Presidente, viejo que está con centinela de vista, el Sr. Regente, el Oidor Merchante, el Asesor Mansanos, su suegro Dn. Simón Sáenz, el Administrador
de Correos Vergara (cuyo empleo se dio a Peñaherrera) el comandante viejo
malísimo de Villaespeza y Resúa, por pícaros, bribones y traidores que han
querido entregarnos a Bonaparte, y los herejes de sus franceses, cortándonos las cabezas a los nobles y otras traiciones.
Seguidamente da cuenta de los otros nombramientos de menor cuantía, y prosigue:
[…] Se han hecho unas celebridades públicas que jamás se han visto en
esta nuestra corte, por regocijo común, que todo es felicidad, debiéndolo
todo al amor, y celo patriótico, industria, sagacidad y valor de su Señoría
el Sr. Inspector General y Coronel Dn. Juan Salinas, modelo de la felicidad al Rey, taller del patriotismo e ilustre triunfo de los chapetones. Hay
tantas cosas admirables que descifrar que se necesita un libro entero para
analizarlas, como las famosas funciones de los juramentos hechos en la
80
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
Catedral y en San Agustín, en manos del Excelentísimo e Ilmo. Sr. Obispo,
vocal nato de la Suprema Junta Gubernativa del Reino de Quito, las músicas, iluminaciones, repiques de campana, Misa de gracias &&[…], que es
imposible especificar, y solo concluyo con decir, que siento infinito el que
Ud. no hubiese estado presente, para ser testigo de vista de tantas grandezas y maravillas, participado de la alegría general y pública que se han
difundido en todos los corazones, para los tres objetos de nuestro interés,
Religión y Patria. Se quitó el estanco de tabaco, se rebajó el papel sellado
al precio antiguo, se quitaron los cabezones de las haciendas, se concedió
indultos y se esperan mil felicidades. […] 51.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
tución gubernativa e instalada la Suprema de Quito”53 y el pueblo lo ratificó
en el Te Deum que se celebró en la Catedral con la dirección del obispo José
Cuero y Caicedo. Hubo muchas “grandezas y maravillas” de las que participó
el público con alegría general.
José Manuel Caicedo, primo del obispo de Quito, que ejercía su cargo de provisor de la Catedral Metropolitana, como hombre ilustrado, razonó sobre los
hechos de la siguiente manera:
[…]Me parecía imposible que una novedad tan escandalosa se hubiera ejecutado sin efusión de sangre y que al mismo tiempo que se declaraba en los
papeles públicos contra la arbitrariedad y despotismo de los jueces que se
habían degradado, se respetasen sus personas, sus propiedades y papeles, si
pensar más que en la seguridad de sus individuos para no exponerse a las
consecuencias temibles de la entrega. Este orden y política me hacía sospechar buenos fines y sanas intenciones en lo que se había hecho […] Pasados
pues los primeros días de la revolución y temeroso de que esas ideas de
mansedumbre y paz que se manifestaban entonces se cambiaran en sentimientos de cólera y venganza, salí para Guayaquil […]54.
Doña Josefa Guerrero escribió esta carta a su tío, en Pasto o Popayán, luego
de haber pasado en la cuidad de Quito algún tiempo. Le relató sucesos familiares y lo que constituyó el tema de muchísimas cartas de los habitantes de la
ciudad: la Revolución quiteña. Doña Josefa cumplía así el encargo que su tío le
hizo, posiblemente porque era una mujer letrada y a todas luces muy enterada
de lo que acaecía en la ciudad y sus antecedentes. Ella tomó partido francamente y se maravilló de los resplandores que causó, en primera instancia, la
instauración de la primera Junta quiteña.
Lo cierto es que en la mañana del 10 de Agosto los fieles devotos quiteños, al
asistir a la acostumbrada misa diaria, se enterarían de las novedades y sorprendidos comentarían los sucesos. Unos se habrían preocupado por los vínculos
que les ligaban con quienes fueron apresados. Juan Barreto, por ejemplo, quien
fuera escribiente de Simón Sáenz, fue despertado por el portero del Palacio del
Obispo quien le increpó que “[…] porqué se hallaba durmiendo muy fresco y
su patrón estaba ya preso con centinelas a la vista […]”52.
Entre la ficción y la realidad: Manuela Cañizares
A propósito del centenario del 10 de Agosto de 1809, la revista femenina La
Ondina del Guayas publicó la siguiente reseña sobre el papel que jugó Manuela
Cañizares en la Revolución de Quito.
He aquí una de las figuras más culminantes que registra en la historia de
nuestra emancipación política. Aquella verdadera mujer quiteña, fue la primera estrella de libertad que brilló fulgurante en el cielo azul de la Independencia, despertando el patriotismo verdadero e inspirando con su poderosa
influencia, la revolución inmortal que nos legó una vida republicana […]. Y
en medio de aquellos patriotas, sedientos de justicia y libertad, aparece en
primera línea una mujer superior: Doña Manuela Cañizares, que brinda su
casa para las reuniones revolucionarias, que alientan con su presencia y su
Todo fue una verdadera sorpresa para los pacíficos quiteños. Los nuevos gobernantes, de acuerdo a la costumbre de la época, planearon celebraciones de
estilo. Se ordenaron luminarias por las noches durante una semana. En la Sala
Capitular del convento de San Agustín se suscribió “el acta más solemne que
en nuestros días se ha visto […] quedando desde este punto firme la consti-
51.
52.
Carta de Josefa Guerreo Cortes a Gaspar Ortiz, Publicada en la revista El Ejército Nacional, Año X, No. 55,
Quito, 1922-1931, p. 473-474.
AHDMQ, Juicio a los próceres, Confesión de Juan Barreto, Tomo VII, No. 001201, f.104-108, p. 125-130.
81
53.
54.
Relación del escribano Anastasio Olea, en de la Torre, 1990, p. 239.
Manuel José Caicedo, Viaje Imaginario, en Cronistas de la Independencia y de la república, BCE, [1813],
1989.
82
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
palabra y que ofrece aún el sacrificio de su vida en aras de la Patria, hasta
dar el grito de libertad en el memorable 10 de agosto de 180955.
Ésta es la visión que un siglo más tarde se tenía de Manuela Cañizares y sus
acciones a favor, no sólo de la Revolución Quiteña de 1809, sino de la Independencia. Con algunos matices, aún en nuestros días persiste una idea mítica y
heroica del desempeño de esta mujer quiteña. Consideramos que es momento
de poner en perspectiva las acciones de ésta y de otras mujeres que participaron, de distintas maneras, en el proceso revolucionario.
¿Qué motivó a las mujeres a involucrarse en la insurgencia o a luchar a favor
del realismo? ¿Eran simplemente arrastradas hacia la corriente política que la
familia dictaminaba? Aún más, ¿por qué la documentación legal y los informes no mencionan detalladamente su participación activa? Sin duda las acciones femeninas, tanto del lado realista como del insurgente, fueron acalladas
por los mismos actores del proceso y más adelante por los historiadores que
seleccionaron la información y que narraron los acontecimientos.
Para descubrir cuál fue la verdadera dimensión de las acciones femeninas hay
que balancearse entre el silencio, que es demasiado frecuente, y las acciones de
mujeres concretas sobre las que sí hay registro. En el caso de Manuela Cañizares la documentación sobre ella es verdaderamente escasa y no nos permite
saber con exactitud cuál fue el alance de su participación en el 10 de Agosto
de 1809. Este vacío de información conduce a que los historiadores e investigadores repitamos una y otra vez los mismos hechos y, en algunos casos, en
términos cada vez más grandilocuentes56.
55.
56.
Cristina C. de Espinosa, “Doña Manuela Cañizares”, en La Ondina del Guayas, AIII, tomo 1, No. VI, Agosto
1909.
Cevallos la menciona como “mujer de aliento varonil, a cuyo influjo y temple de ánimo cedieron aún los más
desconfiados y medrosos” en Resumen de la Historia del Ecuador desde su origen hasta 1845, Quito Publicaciones Educativas Ariel, s/f, p. 42. Roberto Andrade: “acudieron a la casa de la Señora Manuela Cañizares, quiteña
hermosa y joven, y resolvieron poner en ejecución el proyecto. Siempre la mujer ha contribuido a las acciones
más nobles y arriesgadas” en Historia del Ecuador, Quito, CEN, 1982, p. 187. Neptalí Zúñiga: “Doña Manuela
Cañizares abre las puertas al calor de la ingenuidad y del patriotismo femeninos, transformando su mansión en la
fragua de Vulcano, en la resolución de Marte, en la dulzura hogareña de Cupido, planeándose definitivamente, entre sorbo y sorbo del chocolate nocturno, la expresión práctica de la libertad consustancial de Quito. Los patriotas
la consideran y la respetan, sin dejar la burlesca picaresca y galante del quiteño de enseñorearla un poco por que
sabe que guarda francas relaciones amorosas con Rodríguez de Quiroga” en Juan Pío Montúfar. Primer presidente
de la América revolucionaria, Quito, Talleres Gráficos Nacionales, 1945, p. 369.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
83
Por otro lado, la historia oficial ha construido una visión heroica y elitista de
los acontecimientos que llevaron a la conformación de las juntas quiteñas. Cevallos, Borrero, Andrade y algunos otros historiadores ecuatorianos han resaltado a los héroes y a los villanos. De esta forma de hacer historia, que responde
a la búsqueda de sentar las bases de la república ecuatoriana o luchar denodadamente en contra o a favor de una ideología, parte la visión generalizada que
tenemos de muchos de los personajes que participaron en las juntas quiteñas
y de los posteriores eventos. Así, a Manuela Cañizares se le convirtió en una
“estrella fulgurante de la libertad”57.
Si analizamos el proceso independentista y la instauración de las juntas, no
como la gesta heroica de unos visionarios, sino como producto de intereses,
relaciones e ideas, es más factible comprender cuál fue el papel que desempeñaron mujeres como Manuela Cañizares. No estamos frente a una heroína o
ante una mujer superior; no era un personaje sobrenatural, incapaz de acciones reprobables. Estamos frente a una mujer concreta, que vivió un periodo
de convulsiones sociales, que tenía temores, afectos, debilidades y fortalezas,
como el resto de hombres y mujeres que participaron de su época. ¿Quién era
Manuela Cañizares y cuál fue su actuación en los hechos del 10 de Agosto de
1809?
Manuela nació en 1769 y era hija natural de Miguel Bermúdez Cañizares,
oriundo de Popayán, y de Isabel Álvarez, una quiteña de estrato elevado pero
pobre. Sabemos que para 1797 era independiente, vivía sola y arrendaba una
casa en el barrio de la Cruz de Piedra (Jurado, 1995:124). Para ese entonces, el
pintor Antonio Andrade hizo un retrato de ella58 (ver retrato en página ....). En
él la representa como una joven atractiva de pelo negro que caía en dos trenzas y con ojos deslumbrantes. Para ser retratada, debió ser una mujer notable.
No tenemos mayor información sobre sus actividades económicas: a más de
poseer una hacienda en Cotocollao, herencia de su madre, parece que no tenía
ninguna otra propiedad. Pero con toda seguridad sustentaba su hogar y a su
familia. Según su testamento se mantenía de prestar dinero a intereses y de
alquilar ropa59.
57.
58.
59.
Cristina C. de Espinosa, “Doña Manuela Cañizares”, en La Ondina del Guayas, AIII, tomo 1, No. VI, Agosto
1909.
Retrato en el Museo del Banco Central del Ecuador en Quito.
ANHQ, Testamento de Manuela Cañizares, Notaría 6ta de Ignacio Lozada Guarderas, 1806-1815, f. 369.
84
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
Años más tarde se trasladó a una casa contigua a la iglesia del Sagrario a donde
acudían con asiduidad hombres y mujeres para tener “la habitual tertulia”. De
esto da testimonio Manuel Rodrigues de Quiroga60. Pero, ¿qué significaba en
el contexto de la Colonia tardía el que una mujer tenga o dirija una tertulia
de forma habitual en su casa? La falta de trabajos sobre el tema para América Latina conduce a que tengamos que remitirnos a estudios elaborados para
Europa, con las distancias y precauciones correspondientes podremos tener
indicios del rol de las mujeres que dirigían las tertulias.
En Europa una de las primeras salonieres, o mujer que dirigía una tertulia en
su casa, fue la marquesa de Rambouillet, que logró crear un “espacio en el
que las mujeres de talento y cultura podían reunirse con los hombres, no ya
como raros prodigios, sino como iguales en el campo intelectual” (Anderson
y Zinsser, 1991: 126). Pero éste no era sólo un espacio social; el espacio físico
también era importante y debía ser propicio. Es decir, debía ser un lugar claramente identificable por los asistentes y en donde el ambiente se prestara para
la conversación.
La casa de Manuela se ubicaba estratégicamente cerca de la Plaza Mayor de
la ciudad. Nobles criollos, peninsulares e intelectuales la frecuentaban de tal
manera que era conocida como “la casa del Sagrario”, según dijeron testigos
de la época61; sin duda, esto también quería decir que su dueña era una mujer
muy conocida en la sociedad quiteña.
Una de las funciones primordiales de las damas anfitrionas en las tertulias
europeas era la de dirigir la conversación y las discusiones. Eran mujeres conocedoras de los temas más diversos: política, literatura, filosofía, economía,
etc. y, por que no decirlo, debían estar al tanto de los últimos chismes de la sociedad. Si bien no disponemos de evidencias contundentes, podemos suponer
que Manuela, al ser la anfitriona, pudo ser ilustrada y tener una conversación
interesante y lo suficientemente amplia en cuanto a temas y conocimientos
como para estar a la altura de los convidados.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
Rambouillet y Scudery, dos de las primeras salonieres francesas, tenían como
norma rechazar el amor físico de tal manera que “se transformaron en mujeres
preciadas […] cuya castidad les daba poder y prestigio” (Anderson y Zinsser,
1991: 127). Pero, con el tiempo, algunas mujeres que mantenían tertulias comenzaron a usar su sexualidad en vez de negarla, “una mujer podía obtener
mayores beneficios estableciendo, más que rechazando, relación sexual con un
hombre de título o de talento” (Ibid.). ¿Era ese el caso de Manuela Cañizares?
Bien podría ser. Al parecer mantenía una relación amorosa con Rodríguez
de Quiroga62, hombre casado, menor a ella y de poca fortuna, pero uno de
los intelectuales más destacados de la ciudad. Fue parte del círculo de Eugenio Espejo y, pese a su cuestionado origen, mantuvo relaciones laborales y de
amistad con algunos de los más distinguidos miembros de la nobleza quiteña,
justamente por su ilustración.
Documentos escritos por peninsulares dicen que ella y su hermana “vendían
placeres a buen precio”63. ¿Respondía esto a una campaña realista de descrédito en la que se le ponía como mujer de vida fácil? Quizá. Celiano Monge, fundamentado en testimonios de la época, la describe como una “mujer de ameno
trato, carácter franco y resuelto y amistad solicitada por nobles caballeros”64.
Pero sin duda, su valor como protagonista en los hechos del 10 de Agosto, va
más allá. La reputación de Manuela no debería ser cuestionada por el solo hecho de mantener tertulias periódicamente en su casa pues, como hemos visto,
las tertulias eran usuales y más bien apreciadas en aquella época.
En Inglaterra, por ejemplo, aparecieron salones en donde la presencia era exclusivamente masculina, por lo que las anfitrionas fueron muy cuestionadas y
dejaron de ser aceptadas en los otros círculos femeninos. Éste no parece ser
el caso de Manuela. Cuando se hicieron las primeras indagaciones y se efectuaron los primeros arrestos, Manuela se escondió en uno de los conventos
62.
63.
60.
61.
“De los procesos seguidos contra los patriotas del 10 de Agosto de 1809. Confesión de Dr. Manuel Rodrigues
de Quiroga Abogado de esta Real Audiencia”, publicado en Museo Histórico, No. 5, mayo, 1950.
De los procesos seguidos contra los patriotas del 10 de Agosto de 1809, confesión de Mariano Villalobos, de
edad de 60 años, Archivo Histórico, No. 8, Marzo 1951, p. 32-45.
85
64.
Roberto Andrade, citando un informe del Oidor Fuertes Amar, sostiene que eran amantes. Ver Roberto
Andrade, Historia del Ecuador, op.cit.
“Cinco cartas de realista anónimo”, ARNAHIS, No. 19, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1973. Estas
cartas están fechadas entre el 25 de octubre al 30 de noviembre de 1809. La nota introductoria escrita por Jaime
Rodríguez O., menciona que las cartas formaron parte del Archivo del Libertador Bolívar, y fueron publicadas por
primera vez en las Memorias del General O’Leary.
Citado por Daniel Pazmiño G, “Manuela Cañizares”, en Varios autores, Forjadores de la Historia Ecuatoriana,
Mujeres Célebres, Riobamba, Ed. Pedagógica Freirhe, 1985, y Rodolfo Pérez Pimentel, Diccionario Biográfico del
Ecuador, T. 10, Guayaquil, Ed. de la U. de Guayaquil, 1995, 94-98.
86
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
y luego huyó rápidamente de la ciudad. Se refugió por mucho tiempo en el
valle de los Chillos65, posiblemente en la casa de Rosa Montúfar o de María
Ontaneda y Larraín. No es difícil imaginar que muchas de estas mujeres que
participaban de las tertulias y reuniones sociales se conocían y relacionaban
entre sí. Incluso la documentación revela que actuaban juntas a favor de las
causas que defendían, tal como se mostrará a continuación.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
Como sabemos los problemas comenzaron pronto y la primera Junta quiteña
duró muy poco. Instaurado nuevamente el gobierno realista, las mujeres se
mantuvieron sigilosas en contacto con los hombres que aún estaban libres. En
esos días circulaba entre el pueblo coplas que dan testimonio del sentimiento
y la visón que se tenía sobre algunas de las insurgentes:
¿Quien las desdichas fraguó?
Tudó67
¿Quién aumenta mis pesares?
Cañizares
¿Y quien mi ruina desea?
Larrea
“Siendo saloniere, una mujer podía atraer a los círculos de poder a su propia
casa: Dentro del ambiente que creaba, ella podía favorecer o perjudicar no
solo reputaciones artísticas y literarias, sino también líneas de acción política”
(Anderson y Zinsser, 1991: 129). Ser una saloniere o, como en el caso de Manuela Cañizares, mantener una tertulia en su casa de manera permanente, no
era cosa fácil para una mujer de nacimiento ilegítimo y con escasos recursos
económicos. Probablemente en esto radica su verdadero valor. Manuela era
una mujer educada, que supo ubicarse socialmente en un espacio complejo y
en un tiempo en el que las mujeres como ella tenían muchos obstáculos que
vencer.
Hasta ahora hemos elaborado una serie de conjeturas para entender quién era
Manuela. Lo que sabemos con certeza es que en la noche del 9 de agosto se
citaron los insurgentes en su casa. Algunos de los testimonios recolectados en
el proceso seguido a los participantes en la revuelta, dicen que fueron llevados
a la reunión con engaños66. La historia nunca podrá dilucidar cuál fue la realidad, puesto que las declaraciones dentro de un juicio están viciadas del razonable interés por encubrir cualquier acto que pudiera inculpar al declarante.
87
Y porque así se desea
Quisiera verlas ahorcadas
A esas tres tristes peladas
Tudó, Cañizares y Rea68.
En la acusación que elaboró el fiscal Aréchaga se inculpó a Manuela de conocer de antemano lo que se tramaba y de compartir los ideales revolucionarios.
Sin embargo, no hay una declaración de ella. No sabemos si la documentación
se perdió o no la llamaron a declarar, lo que sería muy sospechoso porque en
el proceso hay varias mujeres que, por distintas razones, aparecen y declaran.
El movimiento fue todo un éxito. Al siguiente día y en las semanas subsiguientes, el pueblo y las nuevas autoridades festejaron por lo alto (Borja, 1919: 151159). De estas celebraciones participaron Manuela, María Ontaneda y Larraín,
Gertrudis Guerrero, María Nantes de la Vega, Rosa Zárate, Rosa Montúfar y
todas las demás mujeres que compartían las ideas revolucionarias.
Los otros inculpados aseveraron que estuvieron en su casa, como de costumbre, pero sólo uno de ellos dijo que Manuela impidió que los complotados
salieran de su casa antes de firmar el acta. Por su lado, Rodríguez de Quiroga
dijo: “bajo toda la sagrada verdad del juramento que tiene hecho, ni el confesante, ni la dueña de casa, a lo que conoció por su sorpresa, espanto y asombro
y lagrimas supiera ni entendieron cosa alguna del hecho y mucho menos pudo
distinguir ni saber quien convocó a la gente”69. De ser cierto que Rodríguez de
Quiroga era su amante, con esta declaración buscaba protegerla.
65.
67.
66.
Daniel Pazmiño G, “Manuela Cañizares”, en Varios autores, Forjadores de la Historia Ecuatoriana, Mujeres
Célebres, Riobamba, Ed. Pedagógica Freirhe, 1985
Juan Barreto en su confesión dice que le emborracharon para poder llevarle a la casa de Manuela. AHDMQ,
Juicio a los próceres, Confesión de Juan Barreto, Tomo VII, No. 001201, f.104-108, p. 125-130.
68.
En nuestras investigaciones no hemos encontrado este nombre, sin embargo pensamos que puede referirse
a Josefa Tinajero.
Daniel Pazmiño G, “Manuela Cañizares”, en Varios autores, Forjadores de la Historia Ecuatoriana, Mujeres
Célebres, Riobamba, Ed. Pedagógica Freirhe, 1985.
88
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
En 1812, una vez restaurado definitivamente el gobierno realista, Toribio Montes hizo la lista de los insurgentes indultados y a los que no se les perdonaría
sus crímenes. Manuela no apareció en ninguna de las dos. De hecho la documentación revisada entre 1809 y 1812 no la vuelve a mencionar en ningún
otro evento que tenga relación con la insurgencia o la Revolución de Quito.
Sin embargo sabemos que debió ver y vivir gran parte de los acontecimientos,
tal vez sin participar activamente de ellos.
En 1813 regresó a la ciudad para refugiarse en el convento de Santa Clara,
muriendo de soledad y hastío en 1814, a los 38 años. Al testar, dejó todos sus
bienes a su hermana María para que no tenga los mismos sufrimientos que ella
había tenido70.
Protagonistas insurrectas y defensoras de familia
En la presente investigación hemos podido identificar algunas mujeres que
tuvieron una participación concreta en el proceso revolucionario. Esto nos
permite enmarcar el tipo de participación que tuvieron dentro de ciertas categorías:
Algunas de ellas apoyaron económicamente a una u otra causa. Otras, mucho
más audaces, tomaron las armas en defensa de lo que creían correcto. Existen
testimonios sobre las denominadas guarichas, que acompañaron a las tropas
o milicias en calidad de espías, enfermeras, cocineras, cargadoras, etc. Las vemos como “seductoras”, que es el término de la época para referirse a aquellas
personas que atrajeron a su causa a otras. En este caso unas lo hicieron a la
causa revolucionaria y otras a la leal con la Corona. Algunas otras tomaron el
partido de sus relaciones familiares y vínculos sociales.
A un importante número de mujeres las podemos ubicar como defensoras de
la familia. Éstas encabezaron la defensa legal de sus familiares presos o perseguidos o apoyaron las fugas71. Pero, como sucede en situaciones de guerra, la
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
gran mayoría sólo buscó sobrevivir: huyó con sus familias, se escondió en los
conventos o defendió sus intereses económicos al hacerse cargo de negocios y
propiedades familiares.
Muchas mujeres, sean realistas o insurgentes, se vieron abocadas a ponerse al
frente de sus hogares y se convirtieron en férreas defensoras de sus familias, de
sus esposos, hijos o hermanos. Para ello recurrieron a una serie de estrategias
y, en algunos casos, utilizaron armas distintas a las que usarían los hombres en
situaciones similares. Es decir, estamos frente a estrategias y armas femeninas
que marcan una particularidad en la relación entre las mujeres y la autoridad,
siempre masculina.
Las armas femeninas para frenar o modificar a la autoridad patriarcal -padre,
esposo, hermano o gobierno- se presentan como actos individuales. En ellos,
el cambio de tono, la deferencia, la dilación de una tarea, la respuesta fría, etc.,
es decir las sutilezas que se despliegan en la relación, son fundamentales en la
resistencia femenina. Pero, sin duda, identificar estos elementos en un estudio
histórico es una tarea compleja.
Un ejemplo claro de ello es el ya mencionado caso de las mujeres que sedujeron a Fuertes Amar para desaparecer los papeles del primer juicio contra
los insurgentes. La documentación nos permite presumir que, efectivamente,
fueron mujeres quienes hicieron desaparecer el proceso contra los implicados
de Navidad. No es difícil imaginar a una joven hermosa y educada, como Rosa
Montúfar, a su prima María72 y a su amiga María Ontaneda y Larraín abordando al oidor Fuertes. Lo que no sabemos son las circunstancias en las que se dio
el hecho y por lo tanto no podemos identificar todas las sutilezas en el comportamiento que nos permitan comprender estos mecanismos de resistencia
o “armas” femeninas. Pero, tal como dice Stern, estas maniobras sutiles y limítrofes evitaban cuestionamientos explícitos de la autoridad y podían inducir a
pequeños ajustes en la dinámica del poder doméstico o político, por lo tanto
72.
69.
70.
71.
ADMQ, Juicios a los próceres, tomo VI, Vol. 001201 p. 10-35.
ANHQ, Testamento de Manuela Cañizares, Notaría 6ta de Ignacio Lozada Guarderas, 1806-1815, f. 369.
Sobre el tema se pueden ver varios documentos, entre ellos los Juicios a los Próceres en el Archivo Municipal
de Quito.
89
María Mercedes Montúfar de Larrea y Yerovi era hija de Joaquín Montúfar, hermano del marqués de Selva
Alegre. Según parece, a diferencia de sus otros hermanos, Joaquín no tenía una situación económica favorable. A su muerte, su hija María de 14 años pasó a vivir en la casa de su tío y acompañó a Rosa durante todo
de proceso revolucionario. Neptalí Zúñiga, Montúfar primer Presidente de América revolucionaria, Vol. II, Quito,
Talleres Gráficos Nacionales, 1947, p. 209.
90
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
“la invisibilidad documental no debería llevarnos a subestimar el grado en que
las mujeres adultas o jóvenes podrían movilizar matices del comportamiento
para resistirse a la negligencia o al abuso[…]” (Stern, 1999: 151) y nosotros
añadiríamos para alcanzar un fin político o para defender a su familia.
Pero las armas de resistencia femeninas también pueden ser sociales: actos
conjuntos que permiten “desequilibrar la balanza de poder, que destruyan el
aislamiento y la vulnerabilidad individuales” (Stern, 1999: 152). A lo largo del
proceso revolucionario vemos como, en momentos claves, algunas mujeres
actúan juntas y se conforman en un núcleo para enfrentar situaciones puntuales. En febrero de 1810, por ejemplo, el realista Pedro Calisto y Muñoz escribió
un informe al Virrey Amar en Santa Fe en el que le decía:
Ayer a pedimento de las mujeres de los insurgentes, ha salido una procesión
pública de rogativa, y en ella la imagen de nuestra señora de las Mercedes
que es de sumo respeto y veneración […] solo la he visto salir dos o tres
veces, en urgentísimas necesidades públicas; y será necesidad pública que se
dejen de castigar veinte o treinta verdaderos delincuentes? Qué impresiones
no habrá causado en el pueblo este hecho, para que se consideren inocentes
los traidores, y los leales unos misántropos opuestos a la humanidad, y a
los sentimientos de religión? […]. Agréguese más: entretanto dio la vuelta
la procesión, estuvieron las tropas en el cuartel con la bala en la boca. Y no
dirá cualquiera que si se consideraba riesgo por el Gefe [sic], para que se
permitió esta procesión, y para cual no había motivo justo ni legítimo; y
antes si muchos para contrario? Y si no había para que tener sospecha, para
que el escándalo de hacer prevenir las armas? De este hecho, que es público
y notorio, deduzca V.E. lo que sucederá en lo privado, para que se sirva tomar las providencias más prontas, vigorosas y oportunas, para librar de los
riesgos que le amenazan a esta infeliz provincia[…]73.
Habría que resaltar varios elementos. Evidentemente había un grupo de mujeres que estaban actuando juntas, apelando a la solidaridad femenina; esto por
si mismo ya es una estrategia de resistencia para enfrentar a la autoridad. Por
otra parte estaban utilizando, consciente o inconscientemente, un elemento
aglutinador: la fe y la religión, que podía atraer a su causa el apoyo de otras
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
mujeres y de grupos que todavía estaban al margen de la revolución. Al sacar
en procesión una imagen tan venerada, estaban afirmando, frente a la población y ante las autoridades, que lo que sucedía con sus familias y sus parientes
presos era una gran injusticia, comparable sólo con las grandes conmociones
sociales o naturales que había vivido la ciudad en el pasado. También podemos
deducir que muchas de estas mujeres debieron hacer un importante trabajo
tras bambalinas, haciendo uso de su posición social y económica y buscado el
apoyo de sacerdotes y religiosas para que les permitieran construir este escenario simbólico.
¿Qué buscaban las mujeres de los insurgentes al salir extraordinariamente en
procesión con la imagen de la virgen de la Merced? ¿La intervención divina
para liberar a sus hijos, esposos y padres? ¿Apelar a la misericordia del pueblo
o de la autoridad? Probablemente. Pero lo que sí sabemos con certeza es que
causaron temor en las autoridades quienes conscientes de los significados y
alcances que acciones como éstas tenían en una población profundamente religiosa, tomaron la precaución de no impedir estas demostraciones de fe y, a la
vez, asegurar un contingente de hombres armados en caso de que se desatara
alguna conmoción.
La documentación encontrada nos ha permitido identificar a varias mujeres
que, por la situación de guerra o por la ausencia de los hombres, se vieron
conminadas a asumir la defensa legal de sus familiares y, en algunos casos, la
suya propia.
“Soy el único miembro de mi familia libre por lo que a pesar de ser mujer he
decidido hacer la defensa de mi padre”, decía Rosa Montúfar74. Una constante en la documentación histórica es la referencia que hacen las mujeres a “la
pobre condición de sus sexo”. Esto, como ya se dijo anteriormente, debe ser
entendido como una estrategia más. Estas “pobres e indefensas” mujeres eran
capaces de interponer las más diversas causas, algunas de ellas muy estructuradas y jurídicamente muy contundentes, para lograr que sus familiares salgan
libres. A continuación señalamos algunas de las más interesantes.
74.
73.
ADMQ, Juicios a los Próceres, Criminales, Tomo 129, fs. 362/369, p. 1-9.
91
ADMQ, Juicios a los Próceres, Vindicación legal de Rosa Montúfar a nombre de su padre, Tomo II, Vol. IX,
No. 001196, fs. 581-593, p. 503- 549.
92
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
Luego de la muerte del marqués de Miraflores, Margarita Carrión, su esposa,
tomó la defensa de su difunto marido con el fin de proteger su honor y evitar
que se confisquen los bienes familiares. Su defensa fue contundente y acusó
directamente a Aréchaga de “entrampar la acusación con desvío de la buena
fe que debe hacer el carácter de un ministro fiscal”75. Manuel José Caicedo, en
carta al virrey Amar, denunciaba a Aréchaga por corrupción y señalaba que a
causa de su lista de “ciento cuarenta y tantos traidores” las mujeres de algunos
reos apelaron las decisiones de Felipe Fuertes Amar y Tomás de Aréchaga76.
Estas recusaciones interpuestas por mujeres tienen mayor carácter y fuerza
moral que aquellas interpuestas por hombres por la noción de la debilidad,
dependencia y pureza de sexo femenino que fue utilizada innumerables veces
como estrategia de convencimiento y movilización social (Farge, 2000, T.3:
524). La sensación de injusticia y maltrato se expandió en la población gracias
a la actividad de las madres y esposas que acusaban a los fiscales y pedían
clemencia. Esto explicaría el odio que la población sentía contra estos dos funcionarios que terminó con la muerte violenta de uno de ellos en manos de la
plebe.
Otro ejemplo interesante es la defensa que hace Nicolasa Lasso de su esposo,
Juan Pablo Arenas. En ella se ven los extremos a los que llegaron estas mujeres
con el fin de liberar a sus familiares. Con fecha 14 de junio de 1810 Nicolasa
dijo que “todos conocen a su esposo por ser poco sociable, de carácter hipocondríaco y loco” y que como tal se le debe trata con indulgencia ya que al
estar desquiciado, no debería estar preso77.
Nicolasa no es la única que apela a esta estrategia. Gertrudis Guerrero, en defensa de su esposo, Nicolás Vélez, dice:
sufrir las penurias de la larga prisión que lo han puesto inútil e infatuado, sin que yo, ni mis tiernos hijos tengamos en nuestra miserias consuelo humano. Vivíamos de su trabajo, nos alimentábamos de su sudor; y de un momento a otro preso por tanto tiempo,
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
y reducido a la demencia nos hemos privado de este único auxilio,
y he quedado reducida a la mayor indigencia y desconsuelo78.
Vélez salió libre y por estar “loco” se salvó de morir junto a los demás prisioneros en la masacre del 2 de Agosto79. Las desesperadas diligencias de muchas
mujeres en estos meses se explican porque ya corrían rumores en la ciudad de
lo que sucedería con los presos.
La seducción, la solidaridad, el apelar a la condición de mujer necesitada de
protección, son armas o estrategias que, con frecuencia, desplegaron las mujeres de todos los estratos sociales. Pero también hubo mujeres que desafiaron
abiertamente a la autoridad, como es el caso de Josefa Tinajero.
El espíritu rebelde de Josefa Tinajero
A finales del siglo XVIII y comienzos del XIX Josefa Tinajero, joven quiteña de
familia de élite, mantuvo una intensa actividad comercial basada en la compra
y venta de textiles, traídos del exterior o producidos en el país.
En 1792 se casó con su tío, Miguel Tinajero y Guerrero, hijo de Joaquín Tinajero Larrea y Felipa Guerrero y Santa Coloma. Tanto el padre como la madre estuvieron vinculados con los marqueses de Selva Alegre y con los de Selva
Florida. Núñez del Arco describe la participación de Miguel Tinajero en la
revolución de Quito como la de un oficial de falange que por motivos económicos participó en las expediciones contra Cuenca. Toda la familia Tinajero
fue conocida como insurgente.
Desde 1804 Josefa comenzó un largo proceso para, primero, pedir la nulidad
del matrimonio80 y luego el divorcio81, lo que le enfrentó con toda la familia y
con las autoridades eclesiásticas y además la puso en el ojo público. Este proceso nos permite conocer algunos elementos de su vida y de su carácter.
78.
79.
75.
76.
77.
ADMQ, Juicios a los Próceres, Vindicación legal de la marquesa de Miraflores a nombre de su marido, Tomo
II, Vol. IX, No. 001196, fs. 662-,666 p. 606-612.
ADMQ, Juicios a los Próceres, Tomo I, Vol. IX, No. 001194, p. 94-97.
ADMQ, Juicios a los Próceres, Tomo II, Vol. IX, No. 001196, fs. 577-580, p. 523-530.
93
80.
81.
ADMQ, Juicios a los Próceres, Contestación a la acusación de Nicolás Vélez por su mujer Gertrudis Guerrero, Tomo I, Vol. IX, No. 001194, fs. 205-213, p. 157-170.
Al analizar jurídicamente los juicios a los insurrectos, Carlos de la Torre Reyes dice que seguramente es la
primera vez en la que se esgrimieron argumentos sicológicos en defensa de los acusados (de la Torre, 1990:
377).
Archivo Arzobispal, Serie Juicios Civiles, Caja 206, Año 1805.
ANH, Serie Matrimoniales, Caja No. 9, Exp. 1806-1815.
94
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
Su padre, Fernando Tinajero, y su tío, Joaquín, arreglaron el matrimonio
cuando ella tenía apenas trece años y pidieron al obispo Pérez Calama que
diera las dispensas de rigor. Evidentemente las motivaciones para tal enlace
eran de tipo económico a lo que se sumó el deseo de mantener la limpieza de
sangre, como era usual entre la élite colonial.
Sin embargo, para 1804, la unión ya no era grata para ninguno de los contrayentes. Miguel Tinajero salió de Quito a vivir en la región de Ipiales en una
propiedad rural tan alejada, que a las autoridades les tomó mucho tiempo ubicarle para informarle que su esposa había entablado una demanda de nulidad
matrimonial. En un inicio él nada hizo sobre el asunto; de hecho pidió que sea
Joaquín Tinajero quien le represente.
Según se deduce de la documentación, los esposos no tenían ningún contacto
y desde hacía mucho tiempo él no mantenía el hogar. Josefa pedía la nulidad “dando en consecuencia facultad a entreambos para que podamos usar
de nuestra libertad y tomar el estado que nos acomode”82 ¿Estaba pensando
en casarse nuevamente? Probablemente sí, ya que éste es un argumento que se
repite en algunas ocasiones durante el proceso.
A pesar de la lejanía de los esposos y del poco interés de Miguel en el asunto, la
familia no consintió en la nulidad y movió sus influencias para evitarla. Josefa
sostuvo que el obispo Pérez Calama no tenía facultad para levantar el impedimento de consanguinidad ya que sólo en muy raras ocasiones los obispos
tenían autoridad para tal acción. Este argumento le acarreó un serio problema
con la autoridad eclesiástica y sus familiares debieron justificar las razones que
les llevó a solicitar la dispensa para concertar el matrimonio debido a la relación de parentesco tan cercana que tenían los contrayentes.
Los argumentos presentados por Joaquín Tinajero desconciertan y dejan ver
la ligereza con la que se trató el tema. Probablemente subestimaron a la litigante y pensaron que se daría por vencida al enfrentar los primeros obstáculos.
Joaquín Tinajero declaró que se convino el matrimonio entre su hermano y
sus sobrina para no dejar a Josefa desprotegida ya que era huérfana de padre y
82.
Archivo Arzobispal, Serie Juicios Civiles, Caja 206, Año 1805.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
95
desprovista de fortuna. Adujo además que en la ciudad no había hombres con
la alcurnia suficiente para casarse con ella.
Frente a estos argumentos Josefa llamó a testigos. Los hombres más influyentes de la ciudad declararon a su favor, lo que demuestra que era una mujer bien
relacionada. Entre los declarantes estaban el marqués de Miraflores, Pedro Calisto y Muñoz y Joaquín Sánchez de Orellana, el hermano menor del marqués
de Villa Orellana. Todos ellos aseveraron que les constaba que el padre de
Josefa estaba vivo, que residía en su hacienda de Pujilí y que al ser hija única
y legitima de Fernando Tinajero y Rosa Checa, heredaría una considerable
fortuna. Con respecto a los pretendientes, Calisto dijo que “sabe y le consta
que no hay cortesía ni necesidad de dispensa para que una niña noble pueda
contraer matrimonio sin dispensa y mucho menos en la que presentó por su
edad”83.
A pesar de la contundencia de los testimonios, ni la familia ni la autoridad
eclesiástica asintieron al pedido de Josefa, quien debió enfrentar un nuevo
problema. Comenzaron a circular en la ciudad pasquines que la infamaban y
que ponía en duda la legitimidad de su nacimiento. Así, la dispensa había sido
innecesaria, no había pretexto para pedir la nulidad y debía seguir casada. Josefa presentó alegatos al respecto y el juicio continuó por varios años. En 1806
presentó una segunda demanda, esta vez de divorcio. Por este motivo el obispo
Cuero y Caicedo solicitó que, mientras se llevara a cabo el trámite, Josefa fuera
depositada en el convento de la Concepción. En 1807 el Procurador Cristóbal
Garcés sentenció definitivamente:
En consideración a lo expuesto y en descargo de nuestra conciencia fallamos: Que debemos declarar como esposa y formalmente la declaramos, no
haber intermedio nulidad en la contracción del dicho matrimonio y esta
por firme, valido y nato; y en su consecuencia, obligados los trayentes, D.
Miguel y D. Josefa a reunirse maridablemente y cumplir santa y religiosamente, con todos los deberes del matrimonio[...]84.
¿Qué la motivó a insistir de manera tan persistente en el asunto? ¿Por qué su
familia no apoyó su pedido si el marido ya estaba lejos y al parecer había reco-
83.
84.
Archivo Arzobispal, Serie Juicios Civiles, Caja 206, Año 1805.
Ibid.
96
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
menzado su vida? Josefa tenía motivaciones muy profundas y personales para
enfrentarse a su familia y cuestionar a la autoridad eclesiástica.
Años más tarde, en el proceso que se siguió contra Josefa implicándole en los
actos revolucionarios de 1809, se dice que estaba casada, pero no se menciona
el nombre del marido ni se hace referencia a él, por lo que presumimos que, si
bien no se llevó a cabo la anulación del matrimonio, los contrayentes tampoco
vivían juntos. Por el contrario, esta documentación nos lleva a pensar que Juan
de Dios Morales y Josefa Tinajero tenían una relación amorosa. Con seguridad esta relación fue larga y pública y posiblemente fruto de ella esperaban un
hijo cuando los tomaron presos por los acontecimientos de Agosto.
El mismo año 1806 en el que Josefa fue confinada al Convento, Juan de Dios
Morales fue sentenciado a salir de la ciudad a causa de ciertos amores ilícitos.
Se puede presumir que el deseo de Josefa de casarse con Morales, un hombre
intelectual y con un origen considerado inferior al de ella, no era el enlace que
su familia esperaba y por lo tanto hicieron uso de todas sus influencias para
frenar las aspiraciones de Josefa. Aún así ella luchó hasta el final y mantuvo
con él una relación clandestina pero lo suficientemente pública como para
que trascendiera en los expedientes sobre la Revolución de Quito. No se ha
encontrado documentos que nos permitan sostener que, con posterioridad a
la Revolución de Quito, Josefa siguiera insistiendo sobre la separación legal de
su marido. Sus motivaciones para hacerlo ya no existían, pues Juan de Dios
Morales murió el 2 de Agosto de 1810.
De este asunto tan íntimo y tan públicamente ventilado por las autoridades
civiles y religiosas y conocido por casi toda la ciudad, se trasluce, como ya
dijimos, mucho de la personalidad de Josefa Tinajero. Ella debió sentirse muy
segura de sí misma, de sus posibilidades de subsistir por sí sola para enfrentar
a sus familiares y a todo el aparato social y administrativo religioso.
El historiador colombiano Pablo Rodríguez (2006: 57-76) señala los distintos
fenómenos que afectaron a la familia colombiana durante la conquista y colonia española. Uno de los más importantes se refiere a las migraciones, generalmente forzadas, de grandes sectores de la población indígena que dieron lugar,
casi siempre de forma violenta e intensa, al proceso de mestización, sin que
hubiera una relación matrimonial. Pero la migración también fue uno de los
mecanismos que los indígenas utilizaron para burlar las exigencias tributarias
de la Corona, contribuyendo de esa manera a ese proceso de mestización.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
97
Así, parte de la población indígena se concentró en las ciudades. Un porcentaje importante de esa población estaba constituido por mujeres que trabajaban
en el servicio doméstico y en la venta de mercancías. Esta situación creo un
ambiente propicio para relacionar las culturas española e indígena, relación
que generalmente se dio en un plano informal.
Tempranamente fueron los españoles los que solicitaron mujeres indígenas
nobles como esposas para afianzar sus relaciones sociales con los conquistados, sin embargo, para fines del siglo XVI se perdió interés en esta estrategia.
Fue entonces que los mestizos y mulatos aumentaron la demanda de mujeres
indígenas como esposas o amantes (Rodríguez, 2006: 57-76).
Durante toda la Colonia, los abusos de los dominadores sobre los dominados,
no solo se ejerció en materia económica sino también en lo sexual. Los testimonios de cronistas como Guamán Poma de Ayala dan cuenta de ello, de tal
manera que el Estado español se vio abocado a dictar normas y regulaciones
moralistas y protectoras para la mujer americana, las que, con el avance del
tiempo, se fueron endureciendo cada vez más.
Pero Quito parecía no sujetarse a ellas. En el siglo XVI existía una liberalidad
de costumbres muy notoria (Ortiz de la Tabla en Núñez, 1999: 74) que se acentuó en el XVII, siglo de bonanza económica. Los viajeros del siglo XVIII que
dejaron sus impresiones escritas, también hablan de ello. Quito tenía entonces
Una cultura en la que confluían y se entrelazaban la picardía y la beatitud,
el libertinaje y la religiosidad, el festejo nocturno y la ceremonia religiosa, el
amor furtivo y la formalidad matrimonial […] que ocultaba, detrás de una
imagen de ciudad pacífica y franciscana […], [una] que vivía a las sombras
de la noche, la humana libertad que el colonialismo encadenaba durante el
día (Núñez, 1999: 75).
Los militares y científicos españoles que acompañaron a la Misión Geodésica
francesa fueron también encargados de informar al Rey sobre el gobierno y
estado de las colonias en América. Las Noticias Secretas de América anotan
que el vicio más generalizado en la sociedad peruana, de cuyo Virreinato dependía Quito entonces, era el concubinaje, practicado por europeos y criollos,
solteros, casados, eclesiásticos seculares y religiosos y que en muchos lugares
el continuo amancebamiento, inclusive, había llegado a ser un punto de honor
(Juan y Ulloa, 1982 [1826]: 491).
98
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Carlota Casalino Sen, historiadora peruana, sostiene que hacia fines de período colonial, las transformaciones institucionales iniciaron la secularización
del Estado. Al inicio de la vida colonial las relaciones entre personas de distinto
sexo, estaban enmarcadas en el ámbito eclesiástico. Las Reformas Borbónicas
involucraron más al Estado en una redefinición de conductas, no solamente
dentro de la moral cristiana, sino para restaurar cierto “orden” y “pureza” que
se había perdido en los años de la Colonia (Casalino, 2006: 77).
Con el afán de recuperar el control de los territorios coloniales, las Reformas
Borbónicas también contemplaron el control social. Durante la Colonia gran
parte de los delitos contra la moral pública se referían a las relaciones entre varones y mujeres tales como adulterio; concubinato o amancebamiento; amistad ilícita; comercio ilícito o torpe comercio; incesto y estupro; bigamia y poligamia; y el pecado nefando u homosexualidad y la bestialidad. Otros delitos
menores, como la borrachera y los juegos ilícitos, se los juzgaba por auspiciar
los antes anotados.
El estudio de los índices de criminalidad en las últimas décadas del siglo XVIII
en la Audiencia de Quito, no sólo demuestra un incremento, sino “dramáticos
cambios en la administración de justicia y en la percepción oficial de los que
eran delitos punibles” (Borchart, 2006: 447). También las relaciones ilícitas, los
hijos expósitos y los naturales eran numerosos.
No debe haber sido tan extraño entonces que Josefa Tinajero y Juan de Dios
Morales tuvieran esta relación a los ojos de la sociedad quiteña. Las autoridades españolas que recibieron las declaraciones de Josefa, así como las de
algunos otros declarantes en el proceso, reconocían sin escándalo la relación
que mantenía con el doctor Morales85. Pero dentro de los nuevos parámetros
más estrechos de las políticas borbónicas, su relación de “amistad ilícita” se
veía agravada por la franca situación de rebeldía e inconformidad que el doctor Morales tenía con las autoridades del momento. Es de tomar en cuenta
que había sido suspendido en el ejercicio de su profesión de abogado cuando
defendió a Eugenio Espejo, dos décadas antes de la Revolución.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
Por las declaraciones en el juicio seguido a los próceres conocemos que el Presidente de la Audiencia prohibió que Josefa Tinajero y el doctor Juan de Dios
Morales se frecuentaran. ¿Porqué esta prohibición? Con toda seguridad había
llegado al conocimiento de la Audiencia –tal vez por reclamo del esposo o de
los familiares de Josefa- las relaciones más que amigables de ella con Morales. El Presidente entonces reconvino a los dos implicados y les prohibió que
mantuvieran contacto. Así, a primera vista, es la relación ilícita con Morales
lo que hace de Josefa una mujer lo suficientemente sospechosa como para ser
apresada.
En diciembre de 1809, estando presa en el convento de la Concepción, se le
solicitó a Josefa Tinajero declarar sobre los acontecimientos del 10 de Agosto
en los que se asumía ella estaba implicada, justamente por su relación con Morales86. El escribano tomó su declaración y de ella se desprende que era vecina
de Quito, todavía permanecía casada y tenía 27 años.
Se le acusó de saber de antemano los planes de insurrección. En su declaración
señaló haber oído al marqués de Selva Alegre, a don Juan de Dios Morales, don
Juan Salinas, don Manuel Rodríguez de Quiroga y otros muchos que el cambio
de gobierno se había producido porque “no habían de sujetarse a Bonaparte”;
que se lo había hecho por el Rey y la patria; y porque ellos, los insurgentes,
habían sido amenazados por algunos sujetos de prestancia que les “cortarían el
pescuezo”87. Estos particulares, señalaba, eran de conocimiento público.
En su afán de defensa Josefa ocultó su pleno conocimiento de los planes de
insurrección. Como dijimos anteriormente, ella acompañó a María Nantes de
la Vega la noche de San Lorenzo y es obvio que debía haber estado al corriente
de los sucesos, como se puede intuir de lo siguiente.
Las autoridades le preguntaron expresamente sobre las motivaciones de los
insurgentes, por “la pública amistad que la confesante ha tenido con el Dr. Morales”. Pero ella se negó a reconocer que había sabido del plan porque “el Dr.
86.
85.
AHDMQ, Juicios a los Próceres, Confesión de Josefa Tinajero, Tomo VII, No. 001201, fs.141-143, p. 174177.
99
87.
AHDMQ, Juicios a los Próceres, Confesión de Josefa Tinajero, diciembre de 1809, T. V, No. 001200, fs. 141177.
AHDMQ, Confesión de Josefa Tinajero y Checa de 22 de diciembre de 1809, 10 de Agosto de 1809, La
Revolución de Quito, copias mecanografiadas, T. VII, No. 001201, p. 174-177, fs. 141-143 y 288-289.
100
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
Morales ya no frecuentaba su casa porque el Excelentísimo señor Presidente
se lo había prohibido y por consiguiente no conversaba con el”88. Sin embargo,
por declaraciones tomadas a Francisco Javier de Ascásubi, sabemos que Morales vivía en la casa del doctor Antonio Román, contigua a la de Josefa, y que
pasaba a la casa de ella con frecuencia89.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
estaba fuera del Monasterio. Pero Josefa Tinajero regresó rápidamente a él. El
30 de diciembre el oidor Fuertes Amar pidió al obispo Cuero y Caicedo que
notifique la excomunión mayor impuesta a Josefa, para así obligarle a salir del
Convento92. A su vez Fuertes Amar fue notificado de lo siguiente:
doña Josefa Tinajero que de propia autoridad se introdujo quebrantando
la carcelería a que le destinó V.S. en su propia casa; estimo que en cumplimiento de mi propia obligación hacía en eso obsequio a la Real Jurisdicción
que ejerce V.S. en la presente causa, y dicha doña Josefa a profugado, deberá
responder la centinela que se le puso en su propia casa para custodiarla,
tomaré la más seria providencia para descubrirla en el monasterio que se
puede haber ocultado al calor del candor, mal fundada piedad de algunas o
varias religiosas93.
Los rumores o conocimientos, de los que dan cuenta las declaraciones de los
implicados en la Revolución, permiten ver que Josefa estaba enterada de las
motivaciones de la insurrección. Probablemente debido a su relación con Morales que, pese a estar prohibida se sabe que la mantenía, y también por que,
con toda seguridad, Josefa era asidua asistente a las tertulias.
La actuación de las autoridades de la Audiencia claramente demuestra la intromisión del Estado en la vida privada de los individuos. Se hacen públicas
sus relaciones con el objeto de amedrentar principalmente a las mujeres que
habían sido depositarias del “honor”, familiar. En las primeras indagaciones
no se le acusa a Josefa directamente de insurrecta sino que, maquiavélicamente, se la utiliza como pretexto para mantener el poder político que había sido
amenazado por una persona afectivamente cercana a ella y directamente implicada en la Revolución.
El 25 de diciembre Josefa solicitó al Oidor que se le permitiera salir de su reclusión en el Convento: “por los motivos que ofrecí y que no quiero repetir,
ofrecí guardar reclusión en mi casa, y aún sufrir el bochorno de guardias, que
no son necesarias, pues la enfermedad y mis hijos no permiten hacer fuga”90.
Consultado el Obispo, quien tenía la autoridad sobre quienes entraban y salían
de aquel convento, recomendó que ella “embarazada de meses mayores y muy
inmediata al parto pudiendo resultar de un hecho tan escandaloso, ruina espiritual de algunas religiosas, o sea de toda la comunidad” saliera del monasterio
a su casa y vigilada91.
La orden fiscal de su traslado del Convento a su casa se dio el 28 del mismo
mes, y al día siguiente el secretario de la Audiencia certificó que doña Josefa
88.
89.
90.
91.
AHDMQ, Juicios a los Próceres, Confesión de Josefa Tinajero, diciembre de 1809, T. V, No. 001200, fs. 141177.
AHDMQ, Juicio a los Próceres, La Revolución de Quito, T. VII, No. 001202, p. 603-632.
AHDMQ, Juicio a los Próceres, T. VII, No. 001201, fs. 251-256, p. 309-312.
Ibid.
101
No sabemos las circunstancias que hicieron que Josefa Tinajero y Checa regresara al Convento, huyendo de su propia casa y con la amenaza de ser excomulgada. ¿Qué la motivaba a movilizarse tanto en su estado de gravidez?
Definitivamente no estaba defendiendo su honor y reputación que habían
sido, por años, ventilados públicamente sino asuntos que probablemente ella
consideraba más graves como pudieron ser documentos que implicaban a los
rebeldes o su propia vida.
¿Por qué le persiguen? ¿Por qué huye de su casa luego de pedir regresar allí?
¿Es su relación con Morales motivo suficiente para apresarla? Al parecer su
participación en la Primera Junta quiteña fue más allá de concordar con las
ideas revolucionarias y de seducir a la población al lado insurgente.
Las autoridades le achacaban que “consta en esta causa [juicio] el influjo que
tuvo posterior a la revolución en el gobierno como que habiéndose mandado
desterrado a D. Joaquín Jaramillo, para Riobamba y dado en obsequio la cantidad de 135 pesos a la confesante, se le relevó del destierro”94 .
Según Josefa, este pago correspondía al abono que Jaramillo le hizo a la cuenta
que tenía pendiente con ella por efecto de su actividad comercial. ¿Era posible
92.
93.
94.
Ibid.
Ibid.
AHDMQ, Juicio a los Próceres, Antonio Rivadeneira y Josefa Tinajero solicitan se les declara libres, T. II, Vol.
IX No. 001196, fs. 491-495, p. 440-443.
102
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
que una mujer tuviera semejante influencia en las decisiones de la Junta Soberana de Quito?
Podría ser y no sería el único caso. El realista Pedro Pérez Muñoz decía que
la hija mestiza y natural del capitán Salinas, Antonia Salinas, era una de las
“mandonas” en el cuartel en el tiempo de la Revolución95. Antonia estuvo incluida en la “lista de indultos de Montes” como una de las mujeres a las que no
se aplicaría el indulto. Se le confiscaron sus bienes y se le condenó a muerte;
más tarde, al igual que a otros perseguidos, se le revocó la pena96. Pero la Antuca Salinas, como la llamaba Pérez Muñoz, era una revolucionaria y tribuna
seductora97.
Al parecer las acciones femeninas rebasaron lo que los documentos nos dicen
explícitamente. Las reacciones de las autoridades ante las acciones de algunas
mujeres nos llevan a pensar sobre la gravedad de sus intervenciones, pese a lo
que los testimonios y la historia no nos han revelado.
El 23 de mayo de 1810 Josefa Tinajero solicitó se le declare libre, sin culpa, y se
le cancele la fianza98. No se había concretado una acusación contra ella. Entre
mayo de 1810 y agosto del mismo año no hay información sobre doña Josefa.
El 29 de agosto de ese mismo año aparece nuevamente en escena pidiendo
se le devuelvan los fardos de ropa que se le habían confiscado en Quijos. La
coyuntura había cambiado. La masacre del 2 de Agosto se había producido,
Morales había muerto y nuevamente el gobierno insurgente estaba en el poder.
Era el momento preciso para que ella recuperara “honores y bienes”, tal como
efectivamente sucedió99.
Ningún otro dato nos permite aseverar que tuvo más participación en los
acontecimientos revolucionarios y tampoco se incluyó su nombre en la lista
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
103
de indultados o perseguidos por Montes. ¿Qué hilos movió para no ser inculpada? ¿Qué le llevó a confinarse a la vida privada y al silencio en épocas tan
convulsionadas? Nada sabemos al respecto. Para 1848 aparece nuevamente en
la documentación histórica. Solicita entonces que se traslade al tesoro público
un censo impuesto a una propiedad que tenía en Pujilí100.
Las más entusiastas tribunas insurgentes
Con fecha 22 de diciembre de 1812 Juan Sámano, desde Ibarra, escribió a Toribio Montes informando sobre los prisioneros que había tomado y sobre la
situación del movimiento insurgente que había sido desbaratado en la batalla
de San Antonio, de la que hablaremos más adelante: “La mujer de San Roque
de Quito, la Larraín que se acordará V.E. es acusada de que fue cabeza de las
mujeres que apedrearon al Sr. Conde Ruiz de Castilla, cayó en mi poder y se
encuentra herida, por lo que la mandé al Carmen hasta que V.E. provea”101.
Sámano se refiere a María Ontaneda y Larraín. En contraste con lo que sucede
con Manuela Cañizares y algunas otras mujeres de su tiempo, encontramos un
importante número de documentos que hacen referencia a esta mujer quiteña
y a su participación a lo largo de todo el proceso revolucionario.
María Ontaneda fue hija de Vicente Ontaneda, abogado de la Real Audiencia
que, a diferencia de su hija, se mantuvo indiferente al movimiento de agosto y
a los acontecimientos que desató102. Su madre fue María Isidora de Larraín y
Pazmiño, quien murió cuando su hija era apenas una niña. Al poco tiempo su
padre contrajo segundas nupcias. No sabemos si por el segundo matrimonio
de su padre, la cercanía con la familia de su madre o alguna otra razón, María
decidió independizarse. Lo cierto es que dejó la casa paterna y se dedicó al
comercio.
Desde muy joven tuvo relación con la familia Montúfar. Su padre llevaba algunos asuntos legales del marqués de Selva Alegre y presumimos que durante
95.
96.
97.
98.
99.
Pedro Pérez Muñoz en Fernando Hidalgo-Nistri, compilador, Compendio de la Rebelión de la América. Cartas
de Pedro Pérez Muñoz, Quito, ABYA-YALA, 1998.
I. Toro Ruiz, Más próceres de la independencia, Latacunga, Tipogr. Colegio Vicente León, 1934. Cabe señalar
que Antonia Salinas tenía relaciones económicas con Manuela Cañizares, pues en su testamente la vemos
nombrada como una de sus deudoras.
Pedro Pérez Muñoz en Fernando Hidalgo-Nistri, compilador, op.cit.
AHDMQ, Juicio a los Próceres, Antonio Rivadeneira y Josefa Tinajero solicitan se les declara libres, T. II, Vol.
IX No. 001196, fs. 491-495, p. 440-443.
ANHQ, Serie Civiles, Caja 47, Exp. 4.
100.
101.
102.
ANHQ, Serie Censo y Capellanías, Caja 103, Exp. 33.
“Documentos sobre la revolución de Quito”. Boletín Academia Nacional de Historia, Vol. 44, No.100 jul-dic,
1962, p. 292.
“Informe del Procurador General Síndico Personero de la Ciudad de Quito, Ramón Núñez del Arco”, reproducido en el Boletín de la Academia Nacional de Historia, Vol. XX, No. 56, Quito, 1940.
104
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
la visita de Humboldt a Quito ella fue parte de las tertulias y paseos que se
organizaban en honor al ilustre visitante. Con toda seguridad Rosa Montúfar
y María eran amigas cercanas. Las dos pertenecían al mismo círculo social y
eran mujeres educadas pero, por la documentación revisada y por las acciones
que cada una de ellas desarrollaron en la Revolución y en su vida privada, notamos que eran mujeres con personalidades distintas. Sin embargo las vemos
actuando juntas en momentos decisivos.
En los meses anteriores al 2 de Agosto 1810, los rumores iban y venían y la situación de los presos empeoraba. Esta vez no fue tan fácil hacer desaparecer el
voluminoso proceso que se había dispuesto enviar a Bogotá, presumiblemente
para disimular los errores e injusticias de Aréchaga y Fuertes Amar. Como
vimos, muchas mujeres apelaron a los recursos más inverosímiles, dentro del
aparato legal, para intentar sacar a sus familiares de prisión. Otras optaron por
métodos más drásticos y planearon una fuga.
Rosa y María aprovecharon un día de visita para facilitar a Pedro Montúfar
vestidos de mujer, distraer a los guardias y favorecer su fuga103. El ex alcalde de
la ciudad y capitán huyó de la cárcel vestido de mujer y se escondió en el cementerio de El Tejar a donde su sobrina le llevaba comida y noticias al abrigo
de la noche104. Durante las pesquisas para encontrarle, las autoridades españolas le buscaron en el convento del Carmen Bajo; se pensaba que las religiosas le
darían asilo y que tendrían escondidos sus bienes. Esta oportuna intervención
de María y Rosa evitó que Pedro Montúfar muriera el 2 de Agosto de 1810.
Cabe hacer una breve reflexión. Con toda seguridad estas diligencias para liberar a Montúfar no fueron fruto del azar. Por el contrario, fueron planificadas
y probablemente implicaron sobornar a algún carcelero, hacer preparativos de
caballos y vituallas para el escape, avisar a colaboradores y, sobre todo, mantener contacto y conversaciones con los conventos y demás implicados.
Rosa Montúfar y Larrea, constructora de visiones de independencia y gloria
Yo evitaría molestar nuevamente a V.E. con mis súplicas si pudiese prescindir de las obligaciones que me impone la naturaleza, y pudiese mirara con
103.
104.
ADMQ, Expediente sobre la fuga de Pedro Montúfar, en Procesos de 1809, Tomo I, Vol. IX, No. 001194, fs.
93-98, p.51-61.
Rosa Montúfar, en “La actuación de Juan Pío Montúfar y su familia en la independencia del Ecuador”, en Boletín
de la Academia Nacional de Historia, Vol. 39, No. 94, p. 280.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
105
ojos serenos los ultrajes y desaires de un padre tierno, cuyo honor se ha procurado difamar; pero esta indolencia sería criminal en mí, y por lo mismo
es indispensable, que al justificar discreción de V.E. no desprecie mis clamores y atienda con paciencia los ruegos, y reflexiones de una hija que sin
faltar a la verdad procura el alivio y vindicación de su padre perseguido105.
Rosa Montúfar escribía esta reflexión a propósito de la prisión y persecución
que su hermano Xavier y su padre, el Marqués, sufrieron luego de los hechos
de Agosto de 1809. En ella se descubre el carácter y las motivaciones que Rosa
tenía para enfrentarse a la autoridad. Rosa era menor de 25 años cuando comenzó la Revolución de Quito y, a más de sus tías y primas, era el único miembro de la familia Montúfar que estaba en Quito y que no fue apresado106. Sobre
ella cayó el peso de coordinar los trámites legales para defender a la familia y,
al parecer, asumió esta responsabilidad plenamente.
La vemos emerger como una mujer que dirige sus esfuerzos hacia su familia
y que, probablemente, junto a su padre y hermanos fue evolucionando en sus
posiciones, pensamiento y objetivos.
Recordemos que la Audiencia de Quito y sus líderes no buscaban la independencia; por el contrario las proclamas y motivaciones de la Primera Junta
quiteña eran fidelistas. Los líderes de Agosto buscaban autonomía de Lima y
de Santa Fe, mas no independencia de España o formar una nueva república
(Landázurí, 1989: 115). Esta situación ha provocado que la historiografía nacional califique de ambiguas a las acciones de la Junta y de faltos de determinación a sus líderes. Ese sería el caso de Selva Alegre. Las situaciones se desenvolvieron de muy diversa manera a lo pensado por los criollos quiteños que
formaron la Junta y al poco tiempo fueron calificados de revolucionarios, insurgentes y traidores a la patria por quienes no comulgaban con los ideales de
Quito. Ante tal situación Rosa inició la defensa de sus familiares, presentando
documentos, elaborando alegatos y construyendo una imagen de inocencia
para su padre y hermano. Sus exposiciones no convencieron a los fiscales, pero
han llevado a que, a partir de ellas, algunos historiadores califiquen de traidor
a Selva Alegre (de la Torre Reyes, 1990: 392-393). No es el momento ni la oca-
105.
106.
AHDMQ, Juicios a los Próceres, Documentos de Rosa Montúfar por la vindicación de su padre y hermano,
Tomo I, Vol. IX, No. 001194, fs: 50-68, p.7-9.
El marqués de Selva Alegre había fugado, su hermano Xavier estaba preso en Quito, al igual que sus tíos
Pedro Montúfar y Juan Larrea y Carlos estaba en España.
106
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
sión para juzgar las actuaciones de los líderes de Agosto. Pero sí es interesante
ver como Rosa, con sus escritos, va construyendo una imagen para su familia,
la misma que ha llegado hasta nuestros días.
Así Rosa, de fiel súbdita del Rey, pasó a ser “ciudadana de Colombia”107 y en el
ínterin luchó denodadamente por la vida de sus seres queridos, por el honor
de su familia, por la causa que perseguía y por mantener sus bienes.
En 1822 reconoció públicamente que había sido ella y su “afán lo que salvó a su
tío Pedro de acabar sus días en el cuartel el horrible 2 de Agosto”108. Sin duda
esta masacre marcó la vida de los quiteños de la época y también marcó la
dirección que tomaría la Revolución de Quito. A los pocos días de la masacre,
llegó Carlos Montúfar como Comisionado Regio nombrado por la Junta Gubernativa de España. Sus ideas más liberales marcaron nuevamente el rumbo
de la familia Montúfar, que se veía cada vez más involucrada en los eventos
y conminada a liderar el movimiento que poco a poca se iba radicalizando.
Sin embargo, los Montúfar aún se mostraban fieles a Fernando VII, pero no
estaban dispuestos a dejarse dominar por las tropas enviadas desde las sedes
virreinales y las de los grupos que se oponían dentro de la Audiencia. La lucha
estaba cambiando de rostro e iba involucrando a más sectores.
En 1812 llegó la derrota para los insurgentes quiteños. Rosa intervino una vez
más, ahora, para salvar la vida de su hermano. “Solo pasaron tres días desde
que compré en dos mil pesos la indemnidad de Carlos cuando cayó en las
acechanzas de General Aymerich de cuyas garras salió para ser remitido a la
consignación de los Tigres de la Iberia”109. Luego de unirse a los ejércitos continentales que en ese momento ya buscaban la independencia, Carlos Montúfar fue ejecutado en Buga el 31 de julio de 1816.
Había perdido a su padre, que luego de ser perseguido murió desterrado en
Cádiz, y a su hermano Carlos, en manos de los realistas. Ahora la causa independentista era también la de Rosa y la de su esposo, Vicente Aguirre, quien
107.
108.
109.
Rosa Montúfar, en “La actuación de Juan Pío Montúfar y su familia en la independencia del Ecuador”, en Boletín
de la Academia Nacional de Historia, Vol. 39, No. 94, p. 280. Este documento corresponde a una carta que
Rosa Montúfar escribió a José Antonio de Sucre con el fin de que acepten una hacienda en pago a los impuestos
atrasados sobre sus propiedades.
Ibid.
Ibid.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
107
mantenía una cercana amistad con Antonio José de Sucre. Durante los años de
la guerra de Independencia, Rosa apoyó a los ejércitos comandados por Sucre,
ya sea llevando a cabo espionaje, entregando vituallas o reclutando soldados.
Así, en un momento dado, Rosa presentó a la Independencia como el proyecto
de la familia.
A todo se consideran autorizados los viles partidarios de la esclavitud por la
evidencia de que mi Padre, tenía una firme decisión por la Independencia
y la felicidad de la su Patria […]. Cómo podíamos deshonrar a la memoria
de tan ilustre Patriota? Nó, no era propio de su honrada posteridad olvidar
los heroicos ejemplos y lecciones que dejó en herencia. Las adversidades
atizaron en el corazón del Mártir de la Libertad de Quito: los incendios de
amor de la Patria, y el mismo efecto han producido en mí y en mi Esposo110.
Poco se conoce de Rosa Montúfar en los años subsiguientes a la Independencia. Sin embargo un retrato nos revela una mujer con rostro desfigurado y
una mirada obscurecida por el temor y la desconfianza111 (ver ilustración en
la página ....).
La revoltosa María Ontaneda y Larraín
La actuación de María Larraín no se redujo al apoyo a la familia Montúfar.
Sámano, en su carta, le acusaba de ser “cabeza de las mujeres que apedrearon
al Sr. Conde Ruiz de Castilla”112. ¿Quiere decir esto que participó en el linchamiento del Conde? En el proceso que se siguió a los acusados de la muerte del
viejo Presidente sólo aparece implicada una mujer: Rosa Zárate. El nombre de
María no se menciona, ni tampoco el de otras mujeres, nobles o de la plebe. La
responsabilidad directa recayó en los indios de San Roque, en algunos mulatos, en José Correa, párroco del barrio de San Roque, y en Nicolás de la Peña a
quienes se les acusó de ser promotores y organizadores de la matanza.
Sin embargo, si nos remitimos al estudio de Stern, él dirá que hay una tendencia en los registros documentales a ocultar la participación de las mujeres
110.
111.
112.
Ibid.
No se sabe a consecuencia de qué, pero Rosa tenía desprendido el maxilar inferior que se lo sujetaba con un
pañuelo (Grisanti, 1955: 34 ss).
en aquel incidente en que el anciano Presidente de la Real Audiencia fue tomado por la muchedumbre enfurecida que lo llevó a la plaza y vejó. Si bien no murió en el incidente, porque fue rescatado por las autoridades,
falleció un tiempo después, por efecto de los golpes recibidos.
108
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M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
109
adultas y jóvenes en actos de rebelión o disturbios sociales dentro de categorías masculinizadas. Es decir, se las incluye en categorías como las de “indios”,
“hijos” o “padres de familia” (Stern, 1999: 289). Así que bien podría ser que
varias mujeres participaron en el linchamiento a Ruiz de Castilla.
teger a Carlos Montúfar e hicieron guardia en su honor. Es muy interesante la
escenificación que propone el escritor Gonzáles Páez en su obra de teatro Las
Víctimas de Sámano, publicada a propósito del primer centenario de la batalla
de Boyacá:
De lo que sí hay plena certeza es que María estaba absolutamente inmersa en
el movimiento insurgente y tenía influencia sobre un importante número de
mujeres que se movilizaban bajo su mando. Alfredo Flores Caamaño, en referencia al Monumento de la Independencia erigido al conmemorar el primer
centenario de la Revolución quiteña, dice que en él
María disputa con Aréchaga frente a la casa de Pedro Montúfar: Y
por último señor fiscalito que trata de intimidarnos, véanos bien
la cara; nosotras no estamos agolpadas, ¡somos shic! [sic] Sanroqueñas por más señas. Gente de gusto y voluntad que hemos venido a este zaguán para hacer la guardia de honor a nuestra Alteza,
el muy buen mozo quiteño que es nuestro gozo y Comisionado
Regio, Coronel de Usares, señor muy listo y valiente: ¿lo oyó usted? [Acto primero, escena primera] (González Páez en Rumazo,
1947: 233).
no se han grabado los nombres de todos los que expusieron su vida en aras
de la libertad, el de Doña María de Larraín, dama distinguida, que dirigió
con brios no comunes un motín compuesto de mujeres, en 1809. El ya mencionado Doctor Borja conserva el expediente del juicio que se le siguió a
consecuencia de ese acto de temeraria bizarría113.
Este valioso documento al que hace referencia Flores y Caamaño no ha podido
ser ubicado en los archivos públicos de la ciudad; aparentemente reposa en
un archivo privado. Sería de inapreciable ayuda para los estudios históricos
como éste, que quienes hayan heredado esta valiosa documentación la dieran
a luz para beneficio y desarrollo de investigaciones futuras. Otros documentos
dicen que:
El día 12 el Comisionado regio pertrechado de más de 300 hombres armados con armas blancas se adelantaban como Precursores de la dignidad
que les seguía, y a su espalada un pueblo tan numeroso que por cálculo
pasaba de 50.000 personas entre hombres y mujeres apoderadas de sables
y cuchillos para defensa del Comisionado por los recelos de la presidencia
y entusiasmadas hasta las mismas mujeres cargadas de puñales y no pocas
pistolas de bolsillo114.
Varios historiadores, entre ellos Pedro Fermín Cevallos (s/f: 85) señalan que
fue María Larraín liderando a “su sequito de chiquillas”, quien pretendía pro-
113.
114.
Alfredo Flores y Caamaño, individuo de número de la “Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos”, Descubrimiento histórico relativo a la independencia de Quito, Quito, Imp. de El Comercio, 1909.
“Anécdota breve de la Historia de Quito Septiembre de 1810”, en Introducción a los Documentos del Archivo de Indias sobre la Independencia. Copia de Jorge Rumazo, BANH, Vol. 27, No. 70, Jul-Dic, 1947, p. 233.
En 1812, cuando se preparaba la defensa de la ciudad ante la llegada de las
tropas de Toribio Montes a Quito, María capitaneó a un grupo de mujeres de
San Blas y San Roque. Saquearon las casas realistas en busca de bronce y estaño para hacer balas y municiones (Toro Ruiz, 1934). Una vez que los realistas
tomaron Quito, ella huyó junto con el resto de la población a Ibarra en donde
fue apresada.
Sámano la identifica como la “mujer de San Roque”. ¿Qué significa esto? Podemos suponer que se refiere a que ella vivía en el barrio de San Roque. Sin
embargo, no hemos encontrado un registro que determine que ésta era la ubicación de su residencia. Por el contrario, en 1797 vivía en casa de su abuelo en
Santo Domingo y luego, en 1802, en San Sebastián (Jurado, 1995: 133).
La parroquia de San Roque, ubicada al suroeste de ciudad en una zona bastante céntrica, era un barrio constituido mayoritariamente por gente de la plebe
-indios y mulatos- pero también contaba con la “presencia de la élite restringida” (Minchom, 2007: 233). Bien podría ser que María Larraín viviera en este
sector. Sin embargo ser de San Roque o ser identificada como “sanroqueña”,
tenía otras implicaciones. Este barrio quiteño se caracterizó por ser un sector
en el que se iniciaban las revueltas y los reclamos populares. Era una zona
identificada con la rebelión y la insurgencia.
Por ejemplo, Dionicia Basantes decía, en defensa de su esposo: “este hombre
no ha tenido la más leve parte en la insurrección de estas provincias, no obs-
110
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tante de tener yo una casita en el barrio de San Roque, ha tenido la dicha de no
haber sido tribuno o capitán”115.
Al identificar a María Ontaneda y Larraín como sanroqueña, de cierta manera se la asociaba con el concepto de revoltosa. Pero aún más, el que Sámano
identifique a María a partir de su relación con este populoso barrio en los
eventos de la muerte del conde Ruiz de Castilla, nos permite afirmar que ella
tenía importantes contactos con la plebe. En más de una ocasión se menciona
que ella, durante la Revolución, comandó a sus coidearias de San Roque y de
otros barrios de Quito. Por ello el realista Pérez Muñoz la puso en su lista de
“tribunos y seductores” y la señala como una de las más entusiastas. Es decir
que una de sus actividades principales en la revolución era la de incorporar
a más personas, hombres y mujeres, a la causa insurgente (Pérez Muñoz en
Hidalgo-Nistri, 1998: 114)
Entonces no es extraño que el nombre de María Ontaneda y Larraín constara
en la lista que Montes elaboró para indultar y perseguir insurgentes116.
Posiblemente las mediaciones de las religiosas que la acogieron en Ibarra y
las de su padre, que fue hasta allí para ayudarla, o los ánimos conciliadores de
Montes, de quien se dice que fue atacado con las “baterías de Venus y escuchaba las encantadoras lágrimas de las sirenas” (Pérez Muñoz en Hidalgo-Nistri,
1998: 118) contribuyeron a que se le perdonara igual que a muchos de los
implicados en la Revolución. María regresó a Quito para luego refugiarse en
Chillo (Toro Ruiz, 1934), probablemente en su hacienda Pisingalli, muy cerca
de sus amigos Montúfar.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
riguara quién lo hizo. Lo cierto es que, sin mayores razones, María abandonó
la causa117. ¿Qué decía el libelo infamatorio? Esa información no ha llegado
hasta nosotros, pero probablemente involucraba el honor de María Ontaneda.
Como vemos ésta parece ser una práctica común para desprestigiar a algunas
mujeres y para frenar sus acciones legales.
Por otra parte hay que anotar que algunos de sus contemporáneos utilizaron
términos muy duros para referirse a ella: Pérez Muñoz, por ejemplo, la describe como la “marica Larraín, pública concubina del comandante Mancheno”
(Pérez Muñoz en Hidalgo-Nistri, 1998: 118).
Años más tarde la encontramos casada con Francisco Xavier Escudero118. Tuvo
dos hijos naturales a los que ella nunca reconoció (Jurado, 1995: 133-134).
Creemos que ha sido excluida de la historia porque su vida y sus acciones no
encajan con la figura heroica y de recato femenino, elementos fundamentales
dentro de los cánones que seguían los historiadores del siglo XIX y principios
del XX.
Sin embargo sus contemporáneos reconocieron su labor a favor de la Revolución. El 3 de mayo de 1822, apenas unos pocos días antes de que sellara
la independencia definitiva de la Audiencia de Quito, Antonio José de Sucre
escribió a María en los siguientes términos.
A mi señora doña María Ontaneda y Larraín. Cuando se trata de la libertad de la patria, preferible a toda otra consideración, es muy satisfactorio
para mí hablar de tan interesante asunto a quien como Ud. ha hecho en su
obsequio sacrificios superiores a su sexo, en tiempo que éstos por desgracia fueron infructuosos. Esta es la ocasión más oportuna para que Ud. en
virtud de la notoria decisión por la causa de la independencia con que se ha
distinguido en esa capital, repita sus esfuerzos y ponga en uso el poderoso
influjo de los atractivos de sus sexo, a fin de evitar que las armas sean las que
decidan la suerte de esta hermosa parte del territorio de Colombia: porque
me sería muy sensible que en el estado actual de las cosas, se sacrificase la
vida de un solo americano. Con estos desgraciados compatriotas empeña-
Cabe una pregunta final: ¿Por qué la historia oficial no ha rescatado la figura
y las acciones de María Ontaneda y Larraín? Documentos no faltan. En 1809
María Ontaneda instauró un proceso contra su criada Micaela, a quien acusó
de robar unas joyas. Cuando la causa se encontraba en el juzgado, apareció un
libelo infamatorio contra María. Inicialmente se culpó a la criada de difundir
el pasquín, pero ella se declaró inocente y, por el contrario, solicitó que se ave-
115.
116.
ANH, Serie Civiles, Caja 47, No. 17.
Documentos Históricos, Boletín Academia Nacional de Historia, Vol. 23 No. 62, Jul-Dic. 1943, 417. p. 257258.
111
117.
118.
ANHQ, Serie Criminales, Caja 215, Exp. 21, 1809.
ANHQ, Serie Esclavos, Caja 21, Exp.14, 1817.
112
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dos ciegamente en sostener el desesperado partido de la esclavitud, es que
Ud. debe emplear su persuasión y ascendente, a fin de que el término de
esta campaña, sea el desengaño de los que están obstinados en prolongar los
males de la guerra, y las desgracias de América. De todos modos yo confío,
y cuento con la cooperación de Ud. a nuestros esfuerzos para la libertad del
departamento. Este servicio aumentará la consideración, y aprecio que ya
tienen por Ud. su muy atento amigo y afmo. servidor119.
María fue una mujer controversial para su tiempo y aún para la época posterior en la que se construyó la historia tradicional ecuatoriana. Indiscutiblemente fue una mujer de gran fuerza de carácter que luchó junto a los demás
insurgentes, de tal manera que su labor fue reconocida por sus contemporáneos como promotora de la Revolución. Incluso, como vemos en la carta
arriba citada, llegaron a solicitarle su intervención para que la independencia
definitiva de Quito se medie sin armas.
Algunas otras cartas del mariscal de Ayacucho revelan que uno de sus objetivos era evitar lo que sería la Batalla de Pichincha, para ello escribió a varias
personas que podían contribuir a sus planes, entre ellas a María120. De esta
manera reconocía la influencia que ella tuvo en la población y la que aún era
capaz de tener diez años después de sus primeras acciones revolucionarias.
Vemos así como el protagonista de la independencia definitiva de Quito pidió
a una mujer que usara el poderoso influjo de su sexo y su persuasión ascendente para evitar que se perdieran más vidas americanas. De la misma manera
solicitó también a otros miembros de la insurrección “seducir” y sobornar a la
tropa y oficiales realistas.
Quienes la conocieron y supieron de sus acciones insurgentes comprendieron
la importancia de esta mujer en el proceso revolucionario quiteño, papel que
injustamente ha sido olvidado por la historia.
119.
120.
Antonio José de Sucre, “Carta a María Ontaneda y Larraín”, en J. L. Salcedo-Bastardo, De mi propia mano,
Caracas, Biblioteca Ayacucho, s/f., p. 61-62.
Antonio José de Sucre, “Si yo pudiera ahorrar esta batalla”, en J. L. Salcedo-Bastardo, De mi propia mano,
Caracas, Biblioteca Ayacucho, s/f., p. 62-63.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
113
La hecatombe del 2 de Agosto de 1810
La ciudad angustiada
Después del 13 de agosto de 1809, la anarquía empezó a reinar en todas las reuniones de la Junta Soberana, decía William B. Stevenson. Algunos miembros
de la Junta intentaban reformar las regulaciones de los tribunales. Se preparaban planes defensivos de la ciudad y también acciones ofensivas contra las
provincias vecinas que no habían plegado a la Junta. Otros miembros eran
partidarios de que todas las cosas quedaran igual que antes. No tardó mucho
para que el común de la gente comenzara a dar señales de descontento, especialmente por la escasez de bienes proveniente de la Costa (Stevenson, [1825]
1994: 498).
Guayaquil, a través de su gobernador Cucalón y apoyado por los Virreyes de
Perú y Santafé, amenazó con invadir Quito para recuperar el poder para Ruiz
de Castilla e instituyó un bloqueo que no permitía el paso de productos y
mercancías desde la Costa. Cuenca, por su lado, con el concurso de su gobernador Aymerich y del obispo Quintián y Ponte, se preparaba para marchar
sobre Quito. Las actuaciones de los dos gobernadores han sido interpretadas,
con fundamento, como motivadas por un afán de lograr la presidencia de la
Audiencia121. Los Virreinatos, por su lado, enviaron tropas en auxilio al presidente de la Audiencia.
El presidente Ruiz de Castilla, que había estado preso en su domicilio, se retiró
de la ciudad a la propiedad de los Montúfar, en Iñaquito. El 8 de noviembre de
1809 le visitó una comisión de la Junta Soberana para ofrecerle su restitución
en la presidencia. Él pidió que los miembros de la Junta retornaran a sus casas
y se comportaran como buenos ciudadanos. La Junta, por su parte, demandó
que se consultara por lo ocurrido a la Junta Central en España y que no se
sometiera a sus miembros a ningún juicio hasta conocer su decisión. Ofreció
además que todo volvería al estado que existía antes del 10 de Agosto.
121.
AHDMQ, Informe de Pedro Calisto Muñoz al virrey de Santa Fe, Tomo CXXIX Criminales, No. 001203, fs.
362-370, p. 1-9.
114
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M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
115
Alcanzado el acuerdo, se restauró el gobierno español en Quito. Por orden del
Presidente las tropas limeñas y de Guayaquil ingresaron a la ciudad el 2 de
diciembre de 1809 al mando del coronel Arredondo. El pueblo quiteño recibió
a las tropas con alborozo y arcos triunfales, esperanzado quizá en el cumplimiento de la promesa del Presidente de que todo sería perdonado y quedaría
en el olvido.
La miseria, la angustia, el dolor y la aflicción; llegaron entonces a su colmo.
Las madres, las esposas y las hijas, llenaron el aire con sus gritos, pidiendo
gracia para sus hijos, sus esposos y sus hermanos, arrebatados de sus brazos y encerrados en calabozos en donde era imposible verlos y en donde
gemían bajo el peso de una sentencia de muerte ignominiosa, habiendo
perdido toda esperanza […] (Stevenson, 1884: 12-13)122.
El capitán Salinas se vio forzado por las circunstancias a renunciar a la Comandancia de las Compañías de Infantería, pasando a ser Jefe del Escuadrón
de Dragones que fue reducido a cincuenta plazas y casi enseguida disuelto.
Fortalecido militarmente de esa manera el Presidente, conde Ruiz de Castilla,
violó todos los puntos de las capitulaciones. El 4 de diciembre se iniciaron las
prisiones y persecuciones de los conjurados en la Revolución de Quito.
El virrey de Santa Fe dispuso que los autos del proceso de la Revolución se
remitiesen a esa capital para dictar la sentencia. Pese al “maléfico influjo que
ejercían el Juez, conde Ruiz de Castilla, el fiscal interino Aréchaga y el asesor
oidor Fuertes Amar” (de la Torre, 1996: 457), el Presidente sorprendió a todos
disponiendo la inmediata remisión de todos los papeles a Santa Fe, aun cuando no se había cumplido el término probatorio, y faltaban los últimos alegatos
de algunos procesados y la resolución de varias apelaciones.
Cayeron prisioneros la mayor parte de mentalizadores y ejecutores de la Revolución; los soldados que se habían adherido al movimiento; y la gente que,
por alguna razón, por leve que haya sido, pareciera que había participado en
el golpe de Estado. Los víveres llegaron a ser cada día más escasos y caros en
la ciudad y, por esa misma razón, la gente, especialmente los soldados, se volvió más agresiva. A partir de este momento los estratos bajos de la ciudad se
sintieron amenazados y comenzaron a huir al campo “para buscar en las montañas o en los bosques un asilo contra el sistema de persecución, que alcanzó
entonces a la miserable choza del labrador, como a la suntuosa morada del
patrón; la cabaña del indigente, como el palacio, residencia de la opulencia”
(Stevenson, 1884: 12).
Los desmanes que se cometieron a partir de esa fecha fueron creando una atmósfera de odio y desaliento en todas las clases sociales. Estas circunstancias,
consideramos, contribuyeron al empoderamiento de las clases menos poseídas. La participación popular se hizo más evidente y espontánea. Desde este
momento, las formas de control o “policía” de los pobladores de la ciudad
serían de otra índole; ellos buscarían defender sus propios intereses, sus vidas
y hacer frente a cualquier ataque.
Los juicios que se siguieron contra los implicados en el movimiento del 10 de
Agosto de 1809, violentaron los procedimientos en forma arbitraria, según
sostiene de la Torre (1990: 318). El interrogatorio de los prisioneros terminó
y siguió la visita fiscal. “Esta horrible producción, muy digna de su autor, Aréchaga” (Stevenson, 1884: 12) condenó a 84 personas a la muerte.
Al mismo tiempo llegaron noticias de Santa Fe sobre las represiones y castigos
a los causantes del movimiento del pueblo de Socorro, que también había iniciado el proceso independentista de la actual Colombia, así como los rumores
sobre la posibilidad de cambio del virrey Antonio Amar. Las dos noticias fueron la comidilla de una población asustada por lo que estaba experimentando,
y sólo consiguieron acrecentar sus temores.
El doctor Víctor San Miguel salió de Quito la madrugada del 22 de junio de
1810, cargado de cuatro mil hojas “que se escribieron al procurar obscurecer
la verdad y volver delincuente a la inocencia misma” (Stevenson, 1884: 12).
Llevaba una guardia de veinte fusileros y un cadete. Esta medida posiblemente
calmó en algo la inquietud general pero exasperó a las autoridades españolas
que se vieron burladas en sus protervas intenciones de juzgar a los implicados
localmente para dar rienda suelta a su venganza. Según relata Caicedo:
[…] el 4 de julio en que llegó el correo de la carrera de Cartagena. En ese
día se escandalizó el lugar porque se sustrajo de la administración de co-
122.
Aunque Stevenson puede ser considerado un testigo privilegiado por haber sido secretario de Ruiz de Castilla,
esta versión debe ser contrastada con otros testimonios, como por ejemplo las declaraciones que se dieron
por la fuga de la cárcel de Pedro Montúfar en el mes de abril. En esas declaraciones los mismos prisioneros
manifestaron que recibían visitas externas, que se visitaban entre ellos y que jugaban cartas. En corroboración
a estos testimonios, se conoce que varías mujeres estuvieron presentes en el suceso del 2 de Agosto en el
Cuartel Real de Lima, entre ellas las hijas de Rodríguez de Quiroga.
116
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M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
rreos un pliego dirigido a doña Rosa Montúfar por su hermano don Carlos,
comisionado del Consejo de Regencia para esta Provincia y sus gobiernos
subalternos. La interesada se presentó contra el administrador del ramo,
porque en carta separada tuvo noticia del citado pliego. Este informó que
de orden del señor presidente Conde Ruiz de Castilla, lo había entregado
con otras correspondencias a su excelencia […] Doña Rosa pidió que se le
devolviese su carta o diese un testimonio de ella y se negó uno y otro, pero
fue el original a Santa Fe y su copia a Lima (Caicedo, [1813]1989: 66).
117
vencidos y expuestos a ser asesinados, como perros, sin forma judicial, sin
sentencia y o peor de todo sin los socorros espirituales […] No, no solicito la odiosa abominable vida que tanto codician mis enemigos. […] que
el mismo juicio pendiente se atropelle; que finalmente se ultraje y se veje.
¡Pero mi alma! Ilmo. Señor, mi alma, esa alma […], mi alma que ha de perderse al simple y bárbaro decreto de Don Fernando Basantes u otro oficial
que lo repita?124.
Este acontecimiento puso al descubierto lo inusitado del envío a Bogotá del
proceso a los insurgentes. El correo anterior a éste, había traído carta de Carlos
Montúfar al Presidente, en el que daba a conocer la comisión de que estaba
investido y le pedía que suspendiera la resolución de la causa hasta su llegada
a Quito (Caicedo, [1813]1989: 66-67).
El presidente Ruiz de Castilla y quienes le rodeaban percibieron que la llegada
de Carlos Montúfar significaría la revisión y un redireccionamiento del proceso seguido a los insurgentes y, desde luego, una nueva forma de gobierno;
por eso hicieron toda clase de gestiones para impedir su llegada a Quito. El
pueblo, en cambio, lo veía como la salvación para su situación desesperanzada
y angustiosa.
Pero las consecuencias no quedaron allí y nunca se llegará a saber lo que realmente pasó. Carlos de la Torre Reyes, menciona que al fracasar las intenciones
de condenar a los presos por medio de las irregularidades cometidas en el
proceso a los insurgentes y frente a la inminente llegada de Carlos Montúfar
como Comisionado Regio se lanzaron rumores sobre la autorización que habría concedido el presidente Ruiz de Castilla para que las tropas que vigilaban
la ciudad, la saquearan. Como reacción a estos rumores difundidos a través de
pasquines, se produjo una asonada popular el 7 de julio de 1810 (de la Torre,
1990: 459).
Aunque las autoridades españolas dieron a conocer a la población la inminencia de un ataque organizado por un grupo de personas especialmente preparado para liberar a los presos, la conciencia popular responsabilizaría de
esos hechos a las autoridades mismas en complot con algunos españoles que
medraban a la sombra de las autoridades (de la Torre, 1990: 471). El provisor
Caicedo, testigo presencial, da cuenta de muchos hechos que permiten deducir la sapiencia del pueblo. Sin embargo ha sido muy difícil dilucidar sobre la
responsabilidad de los hechos del 2 de Agosto. El historiador Roberto Andrade se preguntaba:
El mismo Ruiz de Castilla, el comandante Arredondo, el regidor Pedro Calisto
y Muñoz, Fuentes Amar y la esposa del capitán Fernando Basantes123 se encargaron de aclarar la falsedad del rumor y con esta aclaración se pudo apaciguar
el levantamiento. Sin embargo Basantes había recibido la orden del Presidente de disparar sobre los presos al menor indicio de insurrección pública. La
disposición llegó a conocimiento de los presos encerrados ya por seis meses.
Rodríguez de Quiroga le escribía en estos términos al obispo Cuero y Caicedo:
¿Hombres del pueblo, por si solos, podían ponerse de acuerdo para una
empresa heroica, como la de apoderarse, sin contar con armas, de cuarteles
llenos de soldados orgullosos, poner en libertad a un centenar de personas desvalidas, incapaces en levantar un arma en son de ataque? (Andrade,
1982: 225).
Concluye que el pueblo tenía la razón. Un testigo de los sucesos tenía ya la
inquietud sobre quiénes fueron los autores de hechos tan sangrientos:
De lo que se sigue que a la menor novedad exterior en la que no tenemos
la menor parte ni culpa, los pobres desvalidos e inermes presos, estamos
124.
123.
Carta de José Fuentes Gonzáles Bustillo al Comisionado Regio D. Carlos Montúfar, Revista del Museo Histórico Municipal, No. 27-28, Quito, 1957, p. 40-45.
Esta trascripción consta en Carlos de la Torre Reyes, La Revolución de Quito del 10 de Agosto de 1809, Quito,
BCE, 1990, p. 460. Se anota que esta carta de Manuel Rodríguez de Quiroga al obispo Cuero y Caicedo fue
publicada por Roberto Andrade, en el tomo II de su obra, tomada a su vez del Legajo Revolución de Quito,
Archivo particular del historiador colombiano José M. Restrepo.
118
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
Diversos eran los encargados de preparar lo auxilios y dejando a otra pluma la demostración de si los españoles tramaron el lance del 2 de agosto,
sabiendo la conspiración de los ánimos, o si lo hicieron los patriotas embarazados de mil dificultades para combinarse, resultó aquel estragoso día,
que si por una parte vistió la ciudad de luto, por otra la cubrió de una gloria
inmortal. […] Poco se necesita para discernir que si la empresa hubiese sido
obra de una rigurosa combinación, no habría quedado cuartel por atacarse
pero en tanto que los bravos señoreaban el de Lima, los otros fuertes del
despotismo estaban fuera de agresión (Salazar y Lozano, 1824: 34-35).
La ciudad en lamento
Las fuerzas armadas de la Audiencia estaban diseminadas en tres cuarteles:
el Real de Lima, que era el más importante, en donde se alojaban las tropas
limeñas al mando de Arredondo y donde se encontraban los más connotados
insurgentes. En el cuartel contiguo, separado por una pared, estaba alojada la
tropa venida de Bogotá y Popayán al mando del Comandante Angulo. El tercer sitio se encontraba en la esquina del convento del Carmen Bajo.
Sobre lo sucedido en este día el mejor relato es el Cántico lúgubre en el que se
lamenta el estado de desolación de la ciudad de Quito, en el día jueves 2 de agosto de 1810, a la una y media de la tarde125:
Ay dolor! Suerte fatal!
[…]
Para esos asesinatos,
De nuestros dos virreinatos
Se trajo a esta capital:
A los hombres desalmados,
Jente inicua y criminosa,
Impía y facinerosa,
En delitos consumados:
[…]
De las cárceles estraidos,
Condenados ya á suplicios,
125.
De autor anónimo, publicado en Quito, Oficina Tipográfica de F. Bermeo, 1879, reeditado por la Casa de la
Cultura Ecuatoriana, núcleo del Guayas, s/f. De la parte del texto trascrito se han omitido frases en latín que
el original intercala en donde se ha puesto puntos suspensivos, sin embargo se ha respetado la ortografía del
texto publicado.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
Los trajeron por sus vicios
Delincuentes forajidos.
Estos, que sin relijion
No respetan al anciano,
Al sacerdote, al cristiano,
Virtud, ni moderacion;
Fueron buenos instrumentos
Para el robo y la matanza,
Para la ira y la venganza
Para el horror y tormentos:
Siendo no menos perdidos
Sus ladrones oficiales
Que causaron nuestros males
Dignos jefes de bandidos.
Sencillos nuestros quiteños
Les franquearon su amistad,
No creyendo tal maldad
De los pérfidos limeños.
Todos ellos aquel dia
Del horror y confusion,
En el cuartel, sin razon,
Hacen la carnicería.
Gritos, sollozos, jemidos,
Ayes, lágrimas y llanto,
Susto, pavor y quebranto
Exhalan los alfijidos.
Ansias, penas y dolor
Padecen los prisioneros;
Y los zambos carniceros
No se apiadan ¡que rigor!
En todos los aposentos
De pálidos moribundos,
Se oye suspiros profundos
Y lágrimas con acentos.
Quebrantan, pues, alevosos
Las paredes y ventanas,
Despedazan puertas sanas
De los mismos calabozos
[…]
Corrieron todos á fuera
Los criados, que acompañaron,
Y así a todos los dejaron
119
120
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Sin haber quien defendiera.
[…]
Confesión y sacramentos
Implora todos temblando,
Y los mas tambien llorando
Se deshacen en lamentos.
No hay alivio ni consuelo,
No hay refujio, ni esperanza,
Empieza ya la matanza,
Ay mi Dios ¡qué desconsuelo!
Todo es fuego y fusilazos,
Balas, humo y puñaladas,
Sables, pistolas, espadas,
Ruido de los cañonazos.
[…]
Niños, jóvenes, ancianos
Son pasados á degüello,
Y también Sagrado cuello
Cortan las feroces manos.
Los cadáveres sangrientos
A fuerza de los balazos,
Y de los bayonetazos
Caen por los pavimentos.
Algunos ya mal heridos
Salen por los corredores
Los cojen los matadores
Y acaban con sus sentidos
Corre la sangre torrentes,
Rios, lagos, charcos, mares,
Y todo lo que repares
Anegado en estas fuentes.
Ah Señor! Que escena es esta!
Que tragedia lamentable!
¿Ruiz Castilla abominable,
Ya que otra cosa te resta?
¿Este fue tu juramento
Y tu palabra de honor?
Relámete vil traidor,
De sangre tigre sediento…
Bajan luego a la ciudad,
Matan indistintamente.
A toda clase de jente,
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
121
Cebados en su crueldad.
Sacan todos los cañones,
Paran horcas y amenazan,
Todos huyen y no pasan
Ni asoman á los valcones.
[…]
Con este aparato horrendo
Se esconden ya los vecinos,
Y empieza los asesinos
El saqueo mas tremendo.
Rompen tiendas y almacenes,
Despedázanse las puertas,
Las calles quedan desiertas;
Y ellos dueños de los bienes.
“¡O santo Dios! El día 2 de agosto: día de llanto y de horror, día de muerte y
de exterminio, día que no amaneció sino para hacer olvidar los crímenes que
el 2 de mayo se cometieron en Madrid” expresó el provisor Caicedo (Caicedo,
1989: 71). Demos una ojeada a lo que le pasó a María Nantes de la Vega, esposa
del capitán Salinas, uno de los principales involucrados, mujer comprometida
con la causa quiteña.
María Nantes de la Vega, la esposa insurrecta
El 16 de junio de 1822 Simón Bolívar hizo su entrada triunfal a Quito, luego
de que el general Antonio José de Sucre sellara la Independencia en la batalla
del Pichincha. Traigamos a colación la descripción de una parte de su recibimiento:
En la plaza mayor se levanta un teatro, engalanado con muchas elegancias;
allí se hallan doce niñas, ricamente vestidas de blanco y coronadas de rosas.
Bolívar sube allí y contesta los innumerables saludos y vítores de la multitud
embriagada de felicidad; tres de las niñas le dan la bienvenida y la principal
de ellas corona de laurel la cabeza del héroe, que contesta aquellos patrióticos discursos lleno de emoción y alegría y luego pasa aquella corona por
la cabeza de algunos jefes que habían subido con él. Las mismas niñas lo
llevan a la Catedral, en donde se canta un solemne Te Deum, y después le
conducen a Palacio, donde la había preparado alojamiento, […] (Vivanco
en Jurado, 1995: 143)
122
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Una de estas niñas de sociedad, vestida con traje inspirado en la mitología
griega, era Carmen Salinas de la Vega, nacida en 1810. Desde la tarima levantada en la Plaza Mayor debe haber recordado lo que le contaron sobre cómo
su madre, María Nantes de la Vega, de la mano de su hermana María Dolores
y con ella en brazos, había cruzado llena de horror esa misma plaza doce años
antes…
La esposa del capitán Salinas, doña María, era una mujer perseverante y segura de si misma. Fue hija de un español, don Patricio de la Vega, y de una
criolla, Margarita Nantes Monajarin. Su abuelo materno había sido regidor de
Quito. Cuando se casó, su dote fue un obraje en Zámbiza, gravado con algunos censos, lo que le ocasionó más de un disgusto a su esposo por los trámites
judiciales que tuvo que atender (Monge, 1818: 152).
Por la calidad del relato, dejemos que Celiano Monge nos cuente lo ocurrido:
El 4 de diciembre de 1809 se hallaba Salinas en su casa, situada en la Plaza
Mayor, contigua a la del Ayuntamiento, y oyó rumor de gente alarmada. Se
asomó con su familia a la ventana y vio que atravesaban la plaza escoltados
el doctor Morales y el doctor Arenas, en dirección al cuartel del Real de
Lima. La misma escolta regresó luego y en momentos en que Salinas se
sentaba a la mesa en el comedor le fue presentada la orden de prisión. Con
aspecto al parecer sereno salió con los sayones de Arredondo, ascendió al
pretil de la Catedral para seguir al mismo cuartel, y desde allí dirigió el último saludo de despedida a su atribulada esposa, que le miraba con ansiedad
(Monge en Jurado, 1995:143).
Salinas, acusado de liderar los sucesos del 10 de Agosto de 1809, fue tratado
con mayor dureza que el resto de prisioneros, seguramente por su condición
de militar. Se quejó ante la Real Audiencia de que no le permitían ver el sol
como a los demás presos y que escasamente permitían la visita de su hija María Dolores, para entonces de catorce años. Su segunda hija, María del Carmen, había nacido pocos días después de su apresamiento (Monge, 1918: 151).
Cuando María Nantes de la Vega supo del rigor del trato que sufría su esposo
en la prisión, concibió la idea de liberarlo, contando para ello con la colaboración de jóvenes conocidos (Monge, 1918: 151).
Una mujer denunció a María Nantes de la Vega ante las autoridades, de que
estaba “corrompiendo a la tropa y conmoviendo al pueblo para que se suble-
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
123
vase” por lo que se le confinó a prisión domiciliaria (Caicedo, [ca. 1813] 1989:
53). Luego de las averiguaciones se constató que se trataba de una calumnia
por vengar algún resentimiento, sin embargo doña María siguió vigilada en
su casa.
Así se encontraba la familia Salinas-de la Vega cuando los sucesos del 2 de
Agosto. Ignorante de la suerte que había cabido a los del cuartel, y llena de
consternación que causaba tantos efectos de horror, cuando se le presentan cuarenta soldados armados, que quería derribar las puertas. Se abren
estas y le intiman una orden para comparecer en el palacio. Pide tiempo
para mudar la ropa que tenía puesta en otra más decente, y se lo niega.
Coge entonces a un hijito [era su hija Carmen] tierno en sus brazos, y va
escoltada, junto a su hija Dolores, por esa tropa de bandidos. La pasan por
el pie de la horca […] Al subir la grada [del Palacio], manda Orfelán que
la maten; y un oficial de los pardos, más compasivo y menos cruel, atajó el
golpe, diciendo que no había orden. La introducen en un calabozo húmedo
y hediondo, desde donde observó los parabienes que se daban los satélites y
el gozo con que decían al cruel Arechaga ‘Se cumplió lo que usted pedía en
su vista’. […] Allí permaneció hasta las ocho de la noche, en que el Magistral
de esta Santa Iglesia Catedral obtuvo licencia para trasladarla a otro sitio
menos indecente y penoso. Le proporcionó allí cama, la hizo tomar una taza
de caldo, procuró reforzarla, y luego le dio la terrible noticia de la muerte
de su esposo […] Al día siguiente se la pasó en el mismo traje, y entre un
concurso innumerable, al monasterio de la Concepción, sin permitirle que
fuera dentro de una silla de mano (Ibid.: 57).
Irónicamente, la celda que ocupó María de la Vega fue la misma que el año
anterior ocupó la realista doña Josefa Sáenz, esposa del oidor Manzanos, perseguida entonces por la Junta Soberana.
El hecho tuvo ecos en la sociedad quiteña. El pueblo consideró excesiva la actuación del grupo de realistas al tratar así a una dama que era muy apreciada
en la ciudad y así lo reclamaron. Este hecho llevó a que el presidente Montes,
que sustituyó a Ruiz de Castilla, buscara alguna forma de compensar esos excesos a través de rentas provenientes de unos censos, para la manutención de
sus hijas (Monge, 1918: 152).
Éste sería el pasaje que María del Carmen Salinas de la Vega tendría en su
mente al recibir al Libertador. Rememoraría a su madre, quien no alcanzó a
ver la culminación de sus aspiraciones y las de su esposo. Las penas, dificultades y la suma pobreza que sufrió ella y su familia terminaron con su vida.
124
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la ciudad a buscar a su marido […] quién sabe dónde. […] Yo lo vi., porque
mi madre, enloquecida por no hallar en casa a su esposo ni recibir de él
noticia alguna, se andaba, conmigo a remolque, angustiada, desesperada,
agonizante. Así pasamos por medio de asesinos, de borrachos, de ladrones,
así, llevando uno como pasaporte en la congoja del alma, asomada al frenesí
de la fisonomía, anduvimos y anduvimos, limpiando los ensangrentados
y repugnantes mascarones de los muertos, examinando cuidadosamente
sus rostros, tratando de descubrir las facciones de mi padre (Tobar, [1895]
1987: 26)128.
El pueblo abismado126
A partir del 4 de agosto de 1810, la ciudad de Quito quedó abismada por los
hechos de los dos días anteriores. Las tropas monárquicas venidas de Lima,
a más de causar muchas muertes, robaron, saquearon las casas de gente pudiente y los almacenes mejor provistos. Las cajoneras de las covachas de los
portales probablemente habrían perdido sus mercaderías y tendrían que recoger lo que quedaba de sus destrozados enseres sobre los que solían acomodar
las cosas de sus pequeños negocios. Su capital se habría perdido y tendrían
muy poca posibilidad de recuperar lo que habían construido paso a paso. Los
habitantes saldrían temerosos de sus casas en busca de provisiones para alimentar lo que quedó de sus familias. La mayoría de los hogares llorarían a sus
muertos, pues es necesario recordar que el diez por ciento de la población de
Quito había muerto. Si la matanza fuera hoy, Quito perdería aproximadamente 16.000 vidas127.
El provisor Caicedo, por su parte, también se lamentó sobre la deplorable situación en que quedó Quito y en su texto preveía que si se restituía el trono
a Fernando VII, la Junta Superior quiteña le informaría del estado de “último
abandono” en que recibieron “esta preciosa porción de sus dominios”:
Vuestras rentas dilapidadas, la administración de justicia desamparada, la
policía olvidada en todos sus ramos. La ciudad saqueada, los vecinos ultrajados, oprimidos y arruinados, derramada la sangre de vuestros vasallos
por las calles y plazas. Alterada la paz pública, inquieta la provincia y entronizado el despotismo. Encontramos vestidas de luto las familias, las casas
destrozadas, empapadas en lágrimas las viudas y los huérfanos, pidiendo
limosna los propietarios. Encontramos degradada la nobleza, ultrajado el
clero, perseguido el honrado ciudadano. […]”129.
Lamentablemente las referencias sobre los muertos en un día tan luctuoso, no
nos informan sino de la muerte de dos mujeres: una sin nombre y gestante,
esclava de Rodríguez de Quiroga, y otra que perdió la vida en el balcón de una
casa, posiblemente en su afán de llamar la atención de algún familiar o por
mirar lo que ocurría. Ninguna de ellas parece haber participado en el macabro
alboroto de manera directa. Para comprender los sentimientos de la población
quiteña echemos mano de una novela que creemos aumentó muy poca fantasía a los hechos históricos.
Mi madre, aconsejada y aún obligada por su esposo, a fin de ponerse y ponerme a salvo de los peligros del día, partió desde por la mañana [del 2 de
Agosto] a una quinta de la Cantera, extramuros de la ciudad; mas hacia la
tarde, cuando acercándose el estruendo de las descargas iba a rebotar en
eco contra las rocas próximas a nuestra casucha, un desasosiego nervioso
se apoderó de la pobrecilla, y, Dios que es Dios, a pesar de las reflexiones
de nuestros huéspedes y del chaparrón ecuatorial que se desgajaba de un
cielo tenebroso, me tomó del brazo y, como loca, se lanzó en dirección de
126.
127.
Optamos por el mismo término que utilizó inicialmente Manuel Antonio Rodríguez en 1810, cuando pronunció la Oración Fúnebre en honor de los patriotas masacrados el 2 de Agosto, para referirse al estado de
la población de Quito después de los sucesos: abismado.
Dato consignado en la Exposición del Bicentenario organizada por el Municipio del Distrito Metropolitano de
Quito y el FONSAL, inaugurada el 8 de agosto de 2008.
125
128.
129.
La novela Relación de un veterano de la independencia, de Carlos Tobar, publicada originalmente en 1895,
relata las experiencias de un niño de “siete, ocho o quizá nueve años” que vivió los acontecimientos del 2 de
Agosto de 1810. La interiorización del autor en los detalles de las circunstancias de aquellos días, permiten ver
que aunque no fue testigo presencial, son hechos que le fueron trasladados por alguien que sí los experimentó
y que presumimos fue su padre o abuelo, pues así se puede deducir de la introducción que Carlos Tobar
escribió al reproducir Viaje imaginario del Provisor Caicedo.
Provisor Manuel José Caicedo, Viaje imaginario por las provincias limítrofes de Quito, y regreso a esta capital,
en Biblioteca Ecuatoriana Clásica, Cronistas de la independencia y república, Quito, Corporación de Estudios y
Publicaciones, 1989. El caleño Provisor Caicedo fue testigo presencial y actor de la Revolución Quiteña. En el
prólogo menciona “no debo ni puedo ofrecerte [al lector] más sino un complemento de varios hechos que se
han escapado a la memoria por la rapidez con que se han escrito, y por los sobresaltos y temores en que me
ha sumergido muchas veces la vigilante actividad con que se han pesquisado las palabras y los pensamientos” y
asevera que “Luego que salió a luz mi pobre discurso y que por en efecto de bondad de los lectores mereció
su aprobación, comenzaron los magistrados a poner en movimiento la enorme máquina de su poder para
descubrir y castigar a su autor, porque me decían que era seductivo y mucho más seductivo que el escrito de
Morales, que se recogió a son de cajas militares.” Esta obra que se mantuvo en manuscrito hasta la publicación
indicada, según C. R. Tobar, reposaba en la biblioteca de uno de los hijos del insurgente Feliciano Checa.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
145
Lo s en t ret elo n es d e la gu erra
La segunda etapa revolucionaria
E
l 2 de Agosto de 1810 marcó un cambio radical en este movimiento que
se ha denominado la Revolución de Quito. La historiografía ecuatoriana ha sostenido que los hechos que desencadenaron la formación de la
Junta del 10 de Agosto fueron esencialmente pensados y liderados por la élite
social e intelectual de la Audiencia, sin realmente tomar cuenta a los otros grupos sociales que conformaban la población, suponiendo que indios, mestizos
y negros la apoyarían por el mero hecho de que los marqueses lo proponían.
Cap ít u lo III
Ahora sabemos que no fue así. Una de las razones por las que fracasó esta
primera Junta, fue por que adoleció del apoyo popular. Sin embargo la incertidumbre y tensión que vivió la ciudad de Quito, la matanza del 2 de Agosto, la
opresión que sufrieron sus habitantes, la falta de visión de las autoridades españolas y un trabajo concienzudo de parte de los criollos, que frente a primer
fracaso ahora sí buscaron el sustento popular, determinó en gran medida que
principalmente la plebe de Quito apoyara lo que antes había sido un proyecto
exclusivamente criollo. A este período que va desde el 2 de Agosto de 1810 a
noviembre de 1812, en el que se ve involucrada de manera más activa la plebe
y que está caracterizado por acciones bélicas, le hemos denominado la segunda etapa revolucionaria.
Estos hechos revolucionarios fueron vertiginosos, variados, simultáneos e involucraron a varios personajes. La complejidad de estas circunstancias nos
lleva a la necesidad de plantear inicialmente un enfoque cronológico de esta
parte de la historia, de tal manera que podamos situar en las siguientes partes del presente capítulo, una gama muy amplia de personajes que estuvieron
presentes a lo largo de todo el período revolucionario. Así veremos cómo se
desarrolló la vida de los quiteños en un ambiente de guerra y política que afec-
146
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
taba tanto a realistas como insurrectos y que nos revelará algunos hechos que
poco a poco han perdido el lugar que se merecían en la historia, vaya usted a
saber porqué.
El Comisionado Regio Carlos Montúfar y sus primeras actuaciones
A fines de 1809 la Junta Suprema de España e Indias de Sevilla cayó en el aislamiento y desprestigio frente al pueblo español, que criticaba su pasividad
frente a la ocupación del territorio español por parte de las tropas napoleónicas. Una impetuosa revuelta popular dio fin a las funciones de dicha Junta,
obligando a sus personeros a retirarse a la Isla de León. Los representantes que
habían conformado la Junta, enfrentaron la anarquía en que se encontraba la
nación española, delegando las facultades que habían tenido, a un Consejo
Supremo de la Regencia. Se buscaba aglutinar las fuerzas del país contra el
invasor Bonaparte para resguardar los derechos de la monarquía y unir a los
pueblos peninsulares y americanos. Para ello el Consejo tendría una representación compuesta por diputados de cada distrito, incluyendo América.
Esta primera demostración de voluntad de integración hispano-americana en
el gobierno del reino, constituyó un primer paso para reunir a los territorios
peninsulares y de ultramar de una manera real. Pese a esa intención, la inequidad de representación entre americanos y españoles, frente al número de súbditos y extensión del territorio era absurdamente desigual y anulaba el peso
que podrían tener los diputados americanos en las decisiones que se tomasen
en las Cortes.
“Ya que somos iguales para los sacrificios, seámoslo para todo: sean iguales en
representación los americanos, y esto se declara hoy mismo”130. Así terminaba
una explosiva intervención de José Mejía Lequerica en la reunión de las Cortes en Cádiz el 18 de enero de 1811. La actuación de los americanos en dichas
Cortes se centró esencialmente en eso, en conseguir igualdad de representación de las provincias de ultramar.
130.
José Mejía Lequerica, Sesión de 18 de enero de 1811, tomado de “Precursores”, Biblioteca Ecuatoriana
Mínima, La Colonia y la República, Ed J.M. Cajica Jr., S.A, Puebla, México, 1960, p. 370, en Germánico Salgado, El “perfil humano del Ecuatoriano José Mejía Lequerica”, en Mejía en Cádiz, Quito, Comisión Nacional
Permanente de Conmemoraciones Cívicas, 1993.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
147
El Consejo de la Regencia, por su lado, también buscaba la adhesión de los
territorios americanos al gobierno español así establecido, pero para ello era
necesario pacificar ciertos centros de insurrección que se estaban extendiendo en América. Con esa intensión nombró comisionados para el Alto Perú,
Nueva Granada y la Presidencia de Quito con el fin de lograr la armonía en los
territorios que estaban convulsionados y frenar la conciencia antiespañola que
estaba germinando en ellos.
Para la Audiencia de Quito se envió al teniente coronel de Caballería Carlos
Montúfar y Larrea, hijo de marqués de Selva Alegre, quien años antes había
viajado a Europa en compañía del Barón de Humboldt y se enroló en el ejército español, destacándose en la batalla de Bailén contra Napoleón. Sus contactos familiares en la Audiencia, su tacto político y el conocimiento que tenía
sobre los problemas de su patria, hacían de él la persona más adecuada para
los objetivos del Consejo de la Regencia. Para Nueva Granada se envió a Antonio de Villavicencio, conde de Real Agrado, primo de Carlos Montúfar, quien
desde niño había vivido en Bogotá y que a la sazón también estaba enrolado
en el ejército español.
Con ese encargo salieron de España él y su primo el 1 de marzo de 1810 y
llegaron a Cartagena el 8 de mayo. De allí, Carlos informó al Consejo de la
Regencia peninsular sobre la angustiosa situación de Quito. “Nada ni nadie
podía salvar el trágico destino de los patriotas a excepción del Comisionado
de la Regencia, D. Carlos Montúfar que se encontraba en viaje hacia Quito”,
asevera Carlos de la Torre Reyes (1990: 346). Y sí, muchas cosas pasaron en
esta Provincia que seguramente pudieron haberse evitado.
El viaje de Carlos Montúfar hacia Quito puso a prueba su política y diplomacia, pues tuvo que sortear toda clase de impedimentos, gestados desde Quito
y apoyados por las autoridades virreinales, que pretendían impedir el cumplimiento de su comisión. El temor que ocasionó la llegada de Montúfar causó
las apresuradas medidas que se tomaron en relación al proceso seguido a los
implicados en la revuelta de 1809 y el improvisado envío de los papeles del juicio a Bogotá; así como las medidas de sospechosa “seguridad” para la ciudad,
tomadas por Ruiz de Castilla, anteriores al 2 de Agosto de 1810.
Carlos Montúfar se enteró en Popayán de los desastrosos sucesos acaecidos en
Quito el 2 de Agosto y apresuró su viaje en la medida de lo posible. El 12 de
septiembre, el pueblo quiteño lo recibió apoteósicamente, pues se le esperaba
148
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
con mucha expectativa, como el remedio a las penurias sufridas. Las autoridades quiteñas y los criollos realistas lo veían con mucho recelo pues después de
los sucesos del 2 de Agosto, se vieron obligados a expulsar a las tropas limeñas
al mando de Arredondo, que emprendieron su salida del territorio de la Audiencia, luego de obtener un ascenso en su rango y recibir un agasajo de parte
del presidente Ruiz de Castilla. Su viaje rumbo a Guayaquil, sin embargo tuvo
una parada en Guaranda.
El primer paso de Montúfar para cumplir su misión fue la formación de una
Junta de Gobierno que reconociera la autoridad del Consejo de la Regencia
como representativo del soberano español. En las sesiones de esa Junta se estableció que se reconocería al Concejo de la Regencia siempre y cuando “el [Rey]
se mantenga en un lugar libre de la península; de no ser así, […] perdería para
nosotros su representación y quedaremos eternamente libres de su superioridad, reasumiendo nuestros derechos naturales para tratar en virtud de ellos el
establecimiento de nuestro Gobierno […]” (de la Torre, 1990: 528).
De esta manera la Junta Superior de Gobierno de Quito pasó a depender únicamente del Consejo de la Regencia y ya no del Virreinato de Santa Fe. Constaba de vocales natos y otros elegidos en forma representativa por la iglesia,
la nobleza y los barrios, de acuerdo a las instrucciones que trajo Montúfar
desde España. Así mismo el comisionado Montúfar se apresuró a organizar
un cuerpo de tropas quiteñas, una nueva Falange, para defender los territorios
quiteños, en vista de que Arredondo y sus tropas permanecían en Guaranda131.
Esta segunda Junta recibió la aprobación del Consejo de Regencia español el
14 de mayo de 1811, transitoriamente hasta que las Cortes resuelvan la Constitución de la Nación española. Sin embargo esta noticia llegó a Quito tardíamente causando muchos inconvenientes como enseguida veremos.
Se olvidó en aquel momento Quito de las injurias y vejaciones que acababa
de sufrir, perdonó a sus enemigos, y no se ocupó sino de la idea de establecer un Gobierno compasivo, humano y justo que la reparase de los daños
padecidos (Caicedo, 1989: 106-111).
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
“Así terminaron las desgracias de Quito”, pensó el provisor del obispado, Caicedo, y el pueblo quiteño pidió que el fiscal, doctor Tomás Aréchaga, que tantas penas había causado, salga de Quito, como en efecto lo hizo, para finalmente radicarse en España.
Sustitución de Ruiz de Castilla por Joaquín de Molina
Mientras en Lima se conocía sobre la formación de esta segunda Junta y la
expulsión de Arredondo, don Joaquín de Molina y Zuleta, que residía en esa
ciudad, recibió el nombramiento de presidente de la Real Audiencia de Quito
en reemplazo de Ruiz de Castilla. Estas acciones implicaban la falta de reconocimiento a la Junta de Quito y a lo dispuesto por el Consejo de Regencia,
así como una intromisión en asuntos que no le correspondían a Lima, por ser
Quito parte de Virreinato de Nueva Granada132.
Molina, acatando las instrucciones de la Junta y Acuerdo de Lima, viajó a Guayaquil con el fin de trasladarse a la sede de la Audiencia cuando eso fuese posible. Al ser notificado Ruiz de Castilla de su reemplazo, contestó que entregaría
el puesto en las mismas condiciones que él lo ejercía, es decir como Presidente
de la Junta Superior de Gobierno. El Cabildo de Quito inicialmente felicitó a
Molina por su nombramiento.
Guayaquil, por su parte, se negó a nombrar delegados a la Junta Superior de
Gobierno de Quito y se declaró desligada de ella; más aún declaró que pediría
auxilio al Virrey peruano para someter a los sediciosos.
Cuando Molina llegó a Guayaquil, notificó sobre su nombramiento de Presidente a Carlos Montúfar quien puso en duda su legitimidad por no provenir
del Virrey de Nueva Granada. Ante tal situación, Molina envió a Quito un
emisario, el español Joaquín Villalba, capitán de fragata del Puerto, con la misión de gestionar la aceptación de Quito del nombramiento y que se restablezca el estado de gobierno anterior a la llegada del comisionado Montúfar. Esto
132.
131.
La primera Falange fue organizada por el capitán Salinas en agosto de 1809.
149
El Virrey de Nueva Granada estaba impedido de ejercer sus funciones desde julio de 1810, cuando se estableció la Junta Popular de manera similar a Quito. Las facultades Virreinales en la provincia de Quito quedaban
anexas al Virreinato del Perú. Sin embargo, a raíz de la Revolución de Agosto de 1809, las Gobernaciones de
Guayaquil y Cuenca, habían sido arbitrariamente anexadas al Virreinato de Perú, hecho que fue debidamente
reclamado por el presidente Juan Pío Montúfar al Cabildo de Guayaquil (de la Torre, 1990: 536).
150
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
significaba la disolución de la Junta Superior, que debía deponer las armas a
cambio de un indulto general.
La llegada del negociador Villalba a Quito coincidió con el sangriento asesinato de Vergara y Fuertes, en manos de la plebe exaltada. Al ser evidente
la disminución del poder del presidente Ruiz de Castilla, Vergara y Fuertes
Amar, que participaron activamente en el juicio a los insurgentes, decidieron
abandonar la Audiencia y salir rumbo a España por la zona oriental. Mientras
huían, fueron sorprendidos en Papallacta por Joaquín Sánchez de Orellana,
quien los trajo a Quito desguarnecidos por propio pedido de ellos, a fin de
pasar inadvertidos. Así lo aseveró la esposa de Joaquín Sánchez de Orellana,
doña Antonia Jijón y Vivanco, en defensa de su esposo133. Al llegar a la ciudad
los dos hombres fueron atacados por un tumulto de indios y miembros de
la plebe, entre los cuales se sindicó a dos mujeres, Juana Laminia y Pascuala
Haro134. El populacho les sometió a algo parecido a un juicio popular y los
asesinó sin ninguna misericordia. Algunos de los sindicados también fueron
acusados de participar en el ataque al conde Ruiz de Castilla poco tiempo
después.
Así de exaltados estaban los ánimos de la población, cuando llegó la noticia de
los condicionamientos de Molina para venir a Quito. Las reacciones se dieron
a través de una serie de pasquines que excitaban al pueblo a motines claramente anti-españoles, que Carlos Montúfar buscó sofocar (de la Torre, 1990: 537).
Generosos paisanos, honrados vecinos, nuestros dulces amados hermanos:
¿Hasta cuando mantenemos vejados, y humillados la argolla de la ciega servidumbre en nuestros cuellos? ¿Hasta cuándo arrastramos las cadenas de la
hostilidad, opresión y dominación extranjera de nuestro propio suelo?135.
Semejante expresión de los sentimientos populares evitaron que el presidente
Molina entrara a Quito e indujeron a que se cometieran nuevos actos de violencia popular.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
Ruiz de Castilla, temeroso de su suerte, trató de abandonar la ciudad; sin embrago la Junta le negó el salvoconducto (de la Torre, 1990: 491-576). Finalmente abandonó el cargo de presidente de la Junta para recluirse en la Recoleta
de la Merced.
Asaltaron los facciosos el Convento de la Recolección de la Merced y los
mismos frailes facilitaron la entrega del Presidente Conde Ruiz de Castilla
quien recibió el pago merecido a su condescendencia, dándole los rebeldes
por las calles hasta la Plaza Mayor, tantos palos y heridas que falleció en el
cuartel en un calabozo donde lo encerraron, a los tres días (Pérez Muñoz en
Hidalgo-Nistri, 1998 [1815]: 77].
Al parecer los rebeldes buscaban eliminar a quienes identificaban como los
causantes de sus males.
Pese a que la Junta no reconoció las atribuciones de Villalba para negociar la
aceptación del nombramiento de Molina, se solicitó que Molina ordenara el
retiro de las tropas al mando de Arredondo de las cercanías de Guaranda y
esperara a que el Consejo de la Regencia resolviese sobre la legitimidad de la
Junta Superior quiteña. Ante esta posición Molina, que en Guayaquil recibía
información de los realistas de Quito, resolvió, en una junta de guerra, la necesidad de retener las tropas en Guaranda y ordenó el regreso de Villalba.
El emisario de Molina fue objeto de manifestaciones agresivas del pueblo quiteño, tanto que fue reducido a prisión preventiva en la casa de Pedro Montúfar
para evitar los desmanes. Para solucionar la angustiosa situación del capitán
Villalba, y casi como ultimátum, se comisionó a Jacinto Bejarano para solucionar el problema. El guayaquileño Bejarano fue tío de Vicente Rocafuerte y
adicto a la Revolución quiteña desde sus inicios. Por esa razón fue apresado
por el gobernador de Guayaquil, Cucalón. Los quiteños, no ajenos a “los sinsabores que le había traído [a Bejarano] el concepto de patriota, [lo distinguieron] con los agasajos propios de un pueblo”136, según los términos de estos
versos expresados poco poéticamente:
136.
133.
134.
135.
ANHQ, Serie Criminales, Caja 220, Exp. 12.
ANHQ, Serie Criminales, Caja 220, Exp. 15.
AHBCE, Convite de San Roque a los demás barrios, noviembre 1810, Vol. 27, f. 281.
151
Agustín Salazar y Lozano, Recuerdos de los sucesos principales de la Revolución de Quito desde el año de
1809 hasta el de 1814, o apuntes injenuos (sic) dirijidos (sic) al objeto de reducir a lo justo la relación histórica
que se encuentra en el párrafo sexto de al esposición [sic] hecha al Congreso de Colombia del año de 24 por
la secretaría del despacho del interino, Quito, 1854[1824]: 44.
152
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
La Patria, respetable Vejarano,
Como el genio os saluda esclarecido
Del Guayas apacible nuestro hermano;
Mas ¡ay! Con ferro yugo deprimido.
Es pues ya tiempo, fiel Americano,
Que adoptes nuestra causa decidido;
Quito que unió a su duelo tus pesares,
Los auxilios os brinda que deseares137.
Sin embargo parece que Bejarano se encontró con Carlos Montúfar en Ambato y posiblemente no llegó a Quito. Luego de conversaciones con Montúfar
pasó a entrevistarse con Arredondo en las cercanías de Guaranda. La Falange
insurgente era escasa y estaba mal armada sin embargo “cuando llegó el Coronel Bejarano del cuartel patriota y expuso cuan inútil sería la resistencia a
Montúfar” logró infundir temor en las tropas realistas de una potente tropa insurgente, que estaba lejos de existir (de la Torre, 1990: 536-539; Monge, 1930:
125-136).
En ese momento, y en vista de las circunstancias, Molina se trasladó a Cuenca
donde instaló interinamente la Presidencia de la Audiencia. En esa ciudad el
obispo Quintián y Ponte acalló las simpatías que los cuencanos tenían por la
Revolución, convirtiendo así a esa ciudad en el bastión de la contrarrevolución.
La Revolución y la contrarrevolución armada
La Campaña del Sur
A partir de entonces se sucedieron varios combates en los que se enfrentaron
las milicias insurgentes con los ejércitos realistas. En los sitios de Guaranda y
Cañar, sorpresivamente los batallones patriotas se retiraron, luego de triunfos
guerreros efímeros. Los dos ejércitos realistas -el que venía de Guayaquil al
mando de Toribio Montes y el coronel Sámano y el de Cuenca, al mando del
mismo presidente Molina y del gobernador de esa ciudad, Melchor Aymerich-, lograron unificarse en Mocha, donde derrotaron contundentemente a
los insurrectos. Los detalles de triunfos y derrotas de lado y lado han sido
137.
Transcrito por Salazar y Lozano, Ibid.,1854: 44.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
153
relatados por nuestros más destacados cronistas e historiadores (Manuel José
Caicedo, 1813; Pedro Fermín Cevallos, 1870; Roberto Andrade, 1937; Carlos
de la Torre Reyes, 1990, entre otros).
De estos combates llaman nuestra atención dos puntos que nuestros historiadores explican de diversas maneras. El primero, los retiros sorpresivos de las
batallas de Guaranda y Cañar, inicialmente ganadas por los patriotas y abandonadas aparentemente sin motivo, cuyos estragos fueron definitorios para la
Revolución.
Como se anotó, el ejército comandado por Arredondo se acantonó estratégicamente en las cercanías de Guaranda. Carlos Montúfar, por su lado, se movilizó con sus milicias hasta Ambato donde tuvo conversaciones con Bejarano.
Las tropas de insurgentes, fortalecidas con batallones venidos de Riobamba y con indios de Guanujo armados de lanzas y dardos fabricados por ellos
mismos, se adelantaron hacia Guaranda. Allí fue cuando Bejarano ponderó a
Arredondo acerca de la fortaleza y bravura de unas milicias quiteñas que guardaban resentimiento por las tropelías cometidas en Quito. Esto ocasionó el
“vergonzoso desbande de las tropas limeñas […]” seguidas por las avanzadas
insurgentes, hasta que la tropa de Arredondo se unió en Bodegas a las fuerzas
que el gobernador de Guayaquil había enviado de refuerzo.
Luego de esta victoria Montúfar se retiró a Riobamba y decidió dirigirse por
Alausí hacia Cuenca. Los ejércitos de Montúfar y Aymerich se encontraron en
la zona de Paredones. El triunfo insurgente hizo que Aymerich se replegara
hasta Verdeloma. Montúfar, mientras tanto, se acantonó en Cañar donde indios de la zona, alzados con palos y piedras, dividieron a la tropa insurgente y
se precipitó el desbande de “un ejército desconcertado por las alarmantes noticias que recibía” (de la Torre, 1990:542). El 1 de mayo de 1811, el presidente
Molina desde Cuenca, concedió medallas de plata, emblemática de los principales desempeños, a los indígenas Andrés Llanos y Andrés Morocho, gobernadores de los pueblos de Sigsig y Jima y como “premio a la religión, fidelidad
y patriotismo que poseían y habían sabido inspirar a los recomendables indios
a los que gobernaban”138. Pero, ¿qué sucedió con las tropas insurgentes que se
retiraron desbandadas y siguieron irrefrenables hasta Riobamba?
138.
BANH, Vol VII, No. 18, Jul.-Ago., 1923, p. 146.
154
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
Según Carlos de la Torre (1990: 542-543), algunos historiadores explican que
estas sucesivas victorias y derrotas se debieron a estrategias de guerra; otros a
que ya había comenzado a hacer efecto la división entre los insurgentes con
aquellos personalismos peligrosos, cuyas raíces posiblemente tienen relación
con aquellas rencillas existentes producto de la lucha por la hegemonía económica y social de la que hablamos anteriormente. La nobleza quiteña procuraba
de muy diversas maneras afianzar su poder y posición y las casas de Selva Alegre (Montúfar) y de Villa Orellana (Sánchez de Orellana) no eran la excepción.
A más de ese afán, o conectado a ello, parecería que no hubo acuerdo en su actitud frente a la Corona, siendo los Villa Orellana más radicales en su posición
en la búsqueda de una total independencia. Las Reflexiones de un filósofo en su
retiro, cuya autoría se ha atribuido a Francisco Calderón, obra publicada por
la Academia Nacional de Historia139, permite ver claramente las críticas de los
sanchistas por esa situación en este momento de la Revolución y en especial a
Carlos Montúfar, jefe militar de los montufaristas.
Otros historiadores, dice Carlos de la Torre, creen que Carlos Montúfar llegó
a conocer sobre la orden de las Cortes de cese de hostilidades y olvido de
desavenencias y, buscando poner su parte en ese arreglo, abandonó la batalla.
A través de los relatos históricos de los sucesos en las batallas, tanto de Guaranda como de Verdeloma, se ve a trasluz los estragos de la división provocada
entre los partidarios, en la que el rumor tendrá un papel preponderante. Esta
división hizo que Carlos Montúfar, una vez en la ciudad de Quito, huya para
librarse de la persecución de quienes, desde otra posición, buscaban el mismo
fin. La desintegración se hará más evidente al momento de reunirse el Congreso que aprobaría la primera Constitución, como veremos más adelante. Sin
estar lejos de la verdad podemos decir que esta lucha interna, que se inició
muy posiblemente en asuntos personales, se convirtió en un partidismo que
perdió la visión del objetivo final, dando al traste con él. Pero regresemos con
Carlos Montúfar y los insurgentes en Riobamba.
Luego de atravesar los pasos de Guaranda y Cañar, las fuerzas realistas provenientes de las dos direcciones lograron reunirse para entonces a la altura de
139.
BANH, Vol. XXIV, No. 64, Jul-Dic., 1944, p. 320-326. Francisco Calderón fue el padre del héroe de la Batalla
de Pichincha, Abdón Calderón. Era un militar cubano que se radicó en la Audiencia y se involucró desde el
inicio a la Revolución. Llegó a ser la cabeza militar del grupo sanchista y comandó algunas de las batallas independentistas.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
155
Mocha, donde se enfrentaron con las tropas insurgentes. Libraron una batalla
de la que los revolucionarios tuvieron que replegarse velozmente hacia el Norte. Mientras tanto Carlos Montúfar llegó hasta Quito y explicó a la Junta Superior los motivos de la retirada de Cañar, adoptados por el Consejo de Guerra.
De acuerdo al informe se lo hizo para “desvanecer falsas interpretaciones que
podrían desvirtuar la íntima lógica de los acontecimientos” (de la Torre, 1990:
543).
La Campaña del Norte
Carlos Montúfar a su paso por Popayán en 1810, cuando llegó de Europa
como Comisionado, aparentemente convenció a Miguel Tacón, gobernador
de esa ciudad, para seguir el ordenamiento del Consejo de la Regencia y Cortes españolas y crear una Junta de Seguridad Pública conforme a las instrucciones dadas a Montúfar en su mandato. Tacón fingió su apoyo a Montúfar,
pues poco tiempo después tomó a su cargo esa Junta, la deslindó de la de Santa
Fe que había depuesto al Virrey meses antes y retomó su fidelidad al realismo.
Otro grupo de payaneses constituyó una nueva Junta que, bajo el liderazgo de
Joaquín Caicedo, plegó a la Junta de Santa Fe y con un refuerzo de la capital,
enfrentaron a Tacón y vencieron en Palacé. El Gobernador huyó hacia Pasto.
Desde allí y en acuerdo con el gobernador de Guayaquil, Tacón ordenó tomar
el control del puerto de Esmeraldas que estaba gobernado por el ex-secretario de Ruiz de Castilla, para ese momento convertido en insurgente, William
B. Stevenson. Así se produjo el bloqueo y consecuente aislamiento de Quito,
porque se cortó su fuente de abastecimiento de pertrechos de guerra y de un
producto vital: la sal.
Ante esas circunstancias, Quito envió un ejército compuesto por tres divisiones al mando del coronel Pedro Montúfar, del teniente coronel Feliciano Checa y del capitán Pedro Arboleda. El ejército fue reforzado y acrecentado en su
trayecto. Vencieron sitio tras sitio hasta las cercanías de Pasto donde fueron
acosados por núcleos aislados de realistas. Tras vencer no sólo a los soldados
realistas, sino a la abrupta naturaleza de la zona, Pedro Montúfar entró a Pasto
el 22 de septiembre de 1811. La ocupación de esta ciudad proporcionó a los
“quiteños grandes ventajas militares y pecuniarias, pues fueron tomadas 413
libras de oro que el gobernador Tacón había llevado desde Popayán para emplearlas en la compra de armas, municiones, etc.” (Borja en de la Torre, 1990:
550).
156
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Por medio de un acuerdo, se entregó a Joaquín Caicedo la ciudad de Pasto que
pronto quedó desguarnecida por la necesidad de Caicedo de defender la zona
de Barbacoas que incluía Esmeraldas. Por su parte Pedro Montúfar y las tropas
quiteñas regresaron a Quito.
A pesar de la victoria en el norte, la situación de Quito era sumamente compleja. La división de la insurgencia había llegado a romper hasta la unidad
del ejército lo que fue un factor decisivo para la derrota total del Gobierno
revolucionario. En medio de la crisis se reunieron varios Cabildos Abiertos,
para discutir sobre la sujeción o separación definitiva del Consejo de Regencia español. Finalmente se aceptó formular una Constitución para asegurar la
estabilidad y la paz.
El Primer Congreso Quiteño
El Congreso se instaló el 4 de diciembre de 1811 en el palacio Presidencial
bajo la dirección de monseñor Cuero y Caicedo. Asistieron representantes
funcionales por el clero secular y regular y la nobleza; los representantes de los
barrios y las circunscripciones territoriales de la antigua Audiencia de Quito,
esto es Ibarra, Otavalo, Latacunga, Ambato, Riobamba, Alausí y Guaranda,
que previamente habían reconocido a la Junta Superior de Gobierno quiteña.
Como cuestión previa a cualquier discusión se planteó la necesidad de dilucidar si las provincias constituyentes ratificaban como autoridad al Consejo
de la Regencia español y a las Cortes congregadas extraordinariamente en la
Isla de León, “obedeciendo sus órdenes como de una soberanía supletoria y
representativa de toda la Nación”. O si, por el contrario, debían declararse independiente de ella, reasumiendo el ejercicio de la soberanía y sólo reconocer
a Fernando VII como legitima autoridad y gobernar a su nombre hasta que se
le restituya en el trono y se vea libre de la influencia francesa140.
La resolución fue muy clara: “[…] teniendo en cuenta que la Regencia no había resistido con éxito a los franceses, se resolvió a pluralidad de votos por la
independencia, recomendando la confederación con las provincias granadi-
140.
Acta del Soberano Congreso de Quito de 11 de diciembre de 1811. AGI, 126-3-11. Citado en De la Torre,
1990: 554.
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157
nas, cuyos intereses y derechos son comunes con los de Quito para bien de la
‘sagrada causa americana’”141.
Se presentaron en el Congreso tres proyectos de constitución. El doctor Julio
Tobar Donoso, uno de los constitucionalistas más importantes que ha tenido el Ecuador, consideraba que esto era una clara demostración del avance
del pensamiento jurídico y filosófico de la época, fundamentado en las ideas
políticas de las colonias americanas de inicios del siglo XVIII, que heredó la
ideología de la Declaración de los Derechos del Hombre y el antiguo derecho
español (de la Torre, 1990: 555).
El informe del procurador Núñez del Arco dice que los proyectos fueron preparados por tres diferentes clérigos: Calisto Miranda, maestrescuela de coro;
Miguel Antonio Rodríguez, patriota ardentísimo que había traducido los Derechos del Hombre y el Ciudadano y que figuraba entre los más doctos y fieles
discípulos del doctor Espejo; y Manuel Guizado, limeño delegado del Cabildo
Eclesiástico.
Prevaleció entre los tres proyectos el de Rodríguez, sin duda por su mayor
acopio de doctrina política y, a la par, por su sentido realista: corto, discreto,
atinado, manifiesta sin lugar a duda que su autor había madurado su plan
durante largo tiempo, quizá con la conversación de Espejo, y en todo caso
con el estudio paciente de las ideas de la época (Tobar Donoso, 1938: 4-5,
en De la Torre, 1990: 556).
La Primera Constitución se denominó “Artículos del Pacto Solemne de la Sociedad y Unión entre las Provincias que forman el Estado de Quito” y entró
en vigencia el 15 de enero de 1812. Nuevamente Cuenca, Loja y Guayaquil,
bajo el influjo del Virrey de Lima y del obispo Quintián y Ponte, se negaron a
reconocerla, mientras Ibarra creaba su propia Junta, subordinada a la de Quito, pero que finalmente no fue aceptada en aras a la unidad en estos primeros
momentos de Independencia.
Sin embargo, cuando se llegó a esta célebre resolución, las divisiones entre
sanchistas y montufaristas se exasperaron y las filas sanchistas abandonaron
141.
Acta del Soberano Congreso de Quito de 11 de diciembre de 1811. AGI, 126-3-11. Citado en de la Torre,
1990: 554.
158
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el Congreso, con lo que esta primera Carta Política quiteña fue firmada solamente por montufaristas. Así, la vida de este Pacto Solemne fue efímera pues
terminó con la caída del Gobierno Revolucionario en noviembre del mismo
año, como veremos a continuación.
Si bien la Constitución de 1812 tiene valor jurídico e histórico por ser el documento fundacional de lo que más adelante sería el Ecuador y por que se
declaró en ella el nacimiento de un gobierno “popular y representativo”, vista
desde la actualidad, no consideraba específica y explícitamente a las mujeres
como participantes, aunque tampoco las excluía. Pese a la ambigüedad genérica del lenguaje, que engloba al femenino dentro del masculino, el pensamiento
político de la época nos lleva a sostener que ni varones ni mujeres pretendían
siquiera que las mujeres o cualquier otro grupo tradicionalmente excluido,
pudiera tener presencia en alguna de las funciones del nuevo gobierno. Sin
embargo, como hemos visto, los excluidos sí participaron públicamente de las
penas y glorias de la revolución que permitió la emisión de esta Constitución.
La posibilidad de que la mujer intervenga en la vida política del Estado surgió
en la segunda mitad del siglo XIX (Salazar, 2004: 108-121). La historia de la
inclusión de las mujeres y grupos subalternos en la política del país ha sido
lenta y resta aún en la actualidad hacerla realmente representativa y equitativa.
Los últimos meses de la Revolución
citos (Andrade Marín, 1954: 18).-Y no solo esto, sino que si ellos hubieran
adoptado desde el principio de la revolución el sistema de guerrillas, único
aparente para los pueblos que no está habituados con la guerra, porque tal
sistema compensa la falta de organización, de disciplina y de armas, Quito
habría afianzado, talvez desde entonces, su independencia (Cevallos, s/f:
123).
El lento avance de Toribio Montes y del ejército realista desde Cuenca hasta
Quito duró cerca de dos meses, permitiendo a los quiteños prepararse. Hasta
se dice que los realistas estuvieron a punto de retirarse a Riobamba (Cevallos,
s/f: 123), pero un quiteño aprovisionó a las tropas realistas, rompiendo el bloqueo al que les habían sometido los guerrilleros insurgentes, permitiendo así
su avance hacia la capital. El realista coronel Sámano se esmeró en perseguir a
estos insurgentes y la literatura ecuatoriana ha trasladado a la posteridad una
hermosa obra de teatro que permite ver la valentía y accionar de algunas de las
mujeres de esa región de la patria y de Quito, así como las penosas consecuencias de su involucramiento142.
La Batalla del Panecillo
“[…] este desafío estupendo, de Quito contra España, cuando faltan las armas,
sobra el ingenio del buen quiteño, junto también a su indomable intrepidez”,
dice Luciano Andrade Marín (1954: 12), sobre esta confrontación.
Agotados los recursos de la guerra por nuestro largo bloqueo, sin piedras
de chispa, plomo, fierro, y aún faltos de numerario, todo se procuraba suplir con el entusiasmo. No había hombre que no fuese soldado voluntario,
sin exageración: las personas se presentaron sin reservas, los caudales, la
actitud, la industria, y aún la niñez y el sexo excluido. Las criaturas redondeaban soroches y piedras, para el balaje de los fusiles y cañones, y corrían a
rendir satisfactoriamente a las autoridades, esas demostraciones de su inocente ardor, era un crimen conservar las pesas de plomo en los relojes; y los
fondos de los trapiches, las cadenas de uso doméstico y más útiles de metal,
no tuvieron jamás un mejor y más plausible destino que el consignarse con
gusto y su requerimiento. Las campanas bajaban con gusto y voluntaria-
La separación de los insurgentes en sanchistas y montufaristas causó graves
estragos en las fuerzas militares y ello parece que provocó, como habíamos
señalado al hablar de la derrota de Mocha, el repliegue de las tropas quiteñas
hacia el Norte y la consecuente pérdida del escaso armamento. Pero en un esfuerzo de reunificación, el mando de las tropas, que desde la derrota de Verdeloma había sido trasladado a Francisco Calderón, fue nuevamente encargado
a Carlos Montúfar.
Mientras tanto bravos y creativos insurgentes de las zonas de Latacunga y Ambato hicieron todo lo posible por detener la marcha de los realistas. Al mando
de Manuel Matheu, los hacendados de la zona central de la Sierra ecuatoriana
salían de sus propiedades para hostigar y diezmar a las tropas realistas.
Estos [los hacendados de la zona] esconden víveres, les roban caballos y
armamentos, y, con partidas volantes, les hacen guerra de guerrillas, un sistema que siempre ha dado el triunfo de los pequeños sobre los grandes ejér-
159
142.
Nos referimos a Las víctimas de Sámano, drama histórico, escrito por M. A. González Páez y que mereciera
una mención honorífica en el concurso dramático internacional celebrado en Bogotá, con motivo del Primer
Centenario de la Batalla de Boyacá en 7 de agosto de 1919.
160
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mente, para la fundición de cañones, se ensayaban las piedras de candela y
su labranza, como el refinamiento de la pólvora que también había escaseado. Y no contentas las mujeres con la exhibición de sus pendientes, láminas
y preseas en los cabildos abiertos, suplían en las guardias la ausencia de
los hombres, adaptándose a esas fatigas que les eran tan desproporcionadas
(Salazar y Lozano, 1854 [1814]: 82).
Con todo este metal que lograron reunir en toda la ciudad se fabricaron cañones de bronce regulares, pedreros, culebrinas y morteros143. La inventiva
del pueblo se puso en evidencia al fabricar un “cohete volador con garfios de
hierro envenenados” a ser dispuestos manualmente; y una suerte de granada
que se lanzaba como boleadora y que tenían a su alrededor largas y afiladas
puntas. Los realistas sorprendidos se quejaron que “cohetes con garfios envenenados nos tiraron esos monstruos”144. En las casas, ancianos, mujeres y
niños fabricaron incansablemente cartuchos de fusil. Se agotó la existencia de
papel, tinteros y los niños fabricaron balas de barro endurecidas145.
por el lado que venía el enemigo es casi perpendicular. Resguardando así el
fortín por su propia altura, colocó Montúfar la mayor y mejor parte de sus
fuerzas en la entrada de San Sebastián, otra en la Magdalena y otra gente
colecticia con unos cuantos muchachos y hasta algunas mujeres sobre el
Pancillo, al mando del abogado don Ignacio Ortiz, más bien con el objeto
de que hicieran bulto, que propiamente con el de defender un punto de suyo
inaccesible. El Panecillo, defendido por sus flancos oriental y occidental, y
con los pelotones de Ortiz, dueños de cuatro o seis cañones, se consideró
como un formidable baluarte (Cevallos, s/f: 125).
Montúfar y representantes del pueblo quiteño cruzaron notas de ultimátum
con Montes, al mando del ejército realista, tratando cada uno de convencer al
otro para que se rindiera.
Los tres días empleados por Montes en descubrir campo y hacer algunas
tentativas, aunque flojas contra los fuertes defendidos, bastaron para que
los patriotas tuvieran tiempo de fortificar la ciudad de un modo al parecer muy provechoso. Todas las calles de las entradas fueron obstruidas con
piedras y maderos gruesos, los balcones de las casas se cubrieron con colchones, se repartieron entre las de más bulto algunas granadas, pistolas y
cohetes de anzuelo, y se taladraron las paredes de medianería para la recíproca comunicación de ellas. Don Juan Larrea, haciendo de ingeniero, halló
medios de poner en acción las escopetas y fusiles viejos, colocándolos sobre
caballetes giratorios. El pueblo estaba animado de entusiasmo; nada faltaba
y todo parecía bien arreglado (Cevallos, s/f: 127).
La quebrada Jalupana -ubicada en la zona de Tambillo, a la entrada sur de la
actual ciudad de Quito y cuyo nombre se ha perdido en el tiempo- fue fortificada con cañones y obstáculos a fin de dificultar el paso natural hacia la
capital; sin embargo, las informaciones proporcionadas por “un americano
desleal”, don Andrés Salvador, permitió que los realistas las sorteen por el paso
del cerro La Viudita, al flanco oriental del Atacaso. Montúfar se vio precisado a
mover rápidamente su ejército para Quito, perdiendo algún armamento.
Tras una noche de conflictos y angustias, se ocupó el general en jefe en
fortificar la ciudad, obrando desde el amanecer con toda actividad y diligencia. Quito, en cuya entrada por el sur domina el montezuelo Panecillo,
conservaba un fortín provisto de municiones de guerra, con la ventaja que
143.
144.
145.
Luciano Andrade Marín en su trabajo sobre la Batalla del Panecillo aclara que “Cañones poderosos llamaban
en esos tiempos a las piezas de artillería de tamaño pequeño que servían para arrojar como proyectiles simples
piedras más o menos redondeadas, o paquetes de metralla. Culebrines llamaban a los cañones más largos y
angostos que los ordinarios y servían para arrojar balas a gran distancia; cuando estas piezas tenían de largo 30
o 32 diámetros de su boca las llaman legítimas, y si tenían menos, [se denominaban] bastardas. Morteros, eran
cañones muy cortos y de boca ancha, que se usaba para arrojar proyectiles por elevación”.
Carta de Don José de Castro, Ayudante del General de las tropas del Rey, en “Documentos del ejército
español sobre la Batalla del Panecillo” (Andrade Marín, 1954: 28-32).
Los fusiles de esa época eran solo de chispa, mediante la fricción mecánica de un pedazo de piedra de
pedernal, los cartuchos se reducían a un sencillo cartucho cilíndrico pequeño forrado con papel engrudado
[engomado] que tenía una carga de pólvora y otra de una sola bala redonda de plomo (Andrade Marín, 1954:
14).
161
El 7 de noviembre de 1812 se presentó el general español con su ejército en
vía recta hacia la base el Panecillo, pues fue informado de la inexperta y escasa
defensa que tenían los quiteños en ese punto. Al parecer los rígidos cañones
instalados en la cima del Panecillo no podrían alcanzarle por el escarpado
flanco sur y el ejército realista, hábil y osadamente, aunque confiado, ascendió
al Panecillo.
Según algunos relatos le fue imposible a la poca defensa insurgente repeler
a las fuerzas realistas y “resultó que sin haber ellas padecido el menor daño,
coronaron la altura del modo más feliz”146. Sin embargo, otros informes de
146.
Documento No. 1, sin firma, en “Documentos del ejército español sobre la Batalla del Panecillo” en Andrade
Marín, 1954: 26-27.
162
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miembros del ejército español señalan “que el mismo infierno no tiene comparación con el espectáculo que presentaba el ataque. La gritería y el insulto
de los traidores, las piedras que hacían rodar por el cerro para embarazar la
subida a nuestras tropas, los cohetes con arpones de hierro que arrojaban, las
bombas, sus granadas de mano llenas de agudas puntas, el tiroteo de sus cañones, todo era una confusión”147.
El doctor Ortiz, asombrado de ver casi en sus aposentos tan grueso número
de tropas, desciende precipitadamente por la falda opuesta que mira a la
ciudad, y las mujeres, muchachos y las gentes rodaron, que no corrieron,
desesperados, como sintiendo a sus espaldas los fuegos de los primeros realistas que ocuparon la cima (Cevallos, s/f: 127).
Las fuerzas quiteñas inhabilitadas por la distancia o la imposibilidad de alcanzar desde la altura a los realistas que ascendían por la casi vertical pared sur del
Panecillo, quedaron fuera de combate “como si no hubieran existido, y quedó
burlado asimismo todo aquel aparato de defensa preparado en las plazas, calles y casas” (Cevallos, s/f: 127).
Poco después, surge de súbito a voz de haberse dado la orden de retirada
para el norte, expedida de común acuerdo y conformidad entre los miembros de la Diputación de guerra y el capitán de ejército, motivada en la falta
de pertrechos perdidos en Panecillo […]. Todos, todos se ponen en movimiento y agitación; clamorean tristes letanías por los templos y las calles […]. Todos tiemblan por las venganzas del vencedor, sin que de esa
exasperación tan general, queden libres los religiosos de todas las órdenes,
con excepción de los de Santo Domingo, ni aún las vírgenes de los dos Cármenes y de Santa Clara que también fugaron hasta Ibarra. La población de
la ciudad, casi en su totalidad, se arrastraba por los caminos, embarazada
por causa de su propia muchedumbre y el sinnúmero de cargamentos […]
(Cevallos, s/f: 127).
Estos acontecimientos nos revelan la extraordinaria unidad del rebelde pueblo
quiteño que defendió su ciudad con todos sus recursos, olvidando las pasadas divisiones y hasta las diferencias sociales. Creemos que la historia de este
pasaje de la Revolución ha ido lentamente olvidándose, posiblemente porque
147.
Carta de Don José de Castro, ayudante general de las tropas del Rey, en Andrade Marín, 1954: 28-29.
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163
significó el fracaso de la revolución. Pese a ello creemos que es un episodio
digno de resaltar por la solidaridad, inventiva y patriotismo de los quiteños.
San Antonio de Ibarra
Montes entró a Quito el 8 de noviembre de 1812, “sin poder estorbar que sus
soldados, rompiendo las puertas y ventanas de las casas, las saquearan a mansalva”, aunque rápidamente contuvo los desafueros y ordenó el reconocimiento y devolución de los bienes saqueados. Como vimos la gran mayoría de la
población quiteña huyó despavorida pensando en las represalias que podrían
sufrir en manos de los ejércitos realistas. Casi enseguida, Montes pidió a los
pobladores que regresen del campo a la ciudad y que entreguen todo tipo de
armas, incluso “cuchillos de punta y machetes”, en un intento de regresar a la
normalidad148. La inestabilidad y el miedo de la población se mantuvo latente
durante algunos meses. Sólo cuando la Revolución fue finalmente derrotada
se tomaron medidas que permitieron restituir a sus respectivos conventos a
las religiosas del Carmen Antiguo y Moderno149.
La plana mayor de la insurgencia escapó hacia el norte y fue perseguida inmediatamente por Sámano. Frente a la precaria situación, las facciones revolucionarias decidieron hacer un frente común al comandante realista e intentaron
limar las asperezas que había provocado la derrota del movimiento quiteño.
Pero, según el historiador Cevallos, no sólo los insurgentes tenían una difícil
situación; Sámano encontró una serie de dificultades de abastecimiento que
complicaron su tarea de capturar a los rebeldes, por lo que decidió entablar
conversaciones de paz que permitieran dar por terminada la guerra y proclamar una reconciliación.
Por otro lado, “el aislamiento al que estaban reducidas las provincias insurreccionadas, la falta de los más de los artículos de primera necesidad […] y la
dificultad de proporcionarse armas y municiones, tenían ya convencidos a los
caudillos de lo intempestivo de la revolución y de la impotencia de sostenerla…” (Cevallos, s/f: 134).
148.
149.
ANHQ, Serie Gobierno, Caja 67, Exp. 5.
ANHQ, Fondo Especial, Caja 193, Vol. 1, 1813 (472), doc 37.
164
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Al parecer las conversaciones de paz estaban tan adelantadas que insurgentes
y realistas marcharon juntos hasta San Antonio de Ibarra, en donde Sámano
pidió quedarse para descansar con la tropa. Pero éste faltó a su palabra y se
atrincheró en el poblado. Las acciones de guerra y demás detalles sobre este
hecho ya han sido narradas por nuestros historiadores. Sólo cabe decir que
la batalla de San Antonio marcó la derrota definitiva y el fin de la Revolución
quiteña. Los líderes de la insurgencia que lograron sobrevivir escaparon en
varias direcciones. Algunos buscaron la protección de sus familias y se refugiaron en sus haciendas, otros negociaron con Montes para salvar su vida y
otros huyeron hacia las inhóspitas tierras de Malbucho.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
165
Lima. Al hacer su propia defensa, con permiso del marido, dijo que “un pardo
de Lima le hizo un encargo y luego le pidió que le devuelva, espada en mano”.
El encargo en realidad correspondía a algunas telas; la espada, a la violencia
que estaba viviendo la ciudad de Quito y al recelo de un soldado que no era
bien visto luego de los sucesos del 2 de Agosto. Sandoya declaró que no quería
verse involucrada en el problema ni que pareciese que sostuvo a las tropas
realistas. Su preocupación era precaver el estigma que la población le podía
asignar por un supuesto y circunstancial apoyo a las tropelías de la soldadesca
realista150.
De este episodio se puede traslucir cómo una pequeña comerciante del pueblo,
cual péndulo, pudo dar y quitar “su colaboración” al cuidar de un encargo:
cuando su cliente representaba el poder, sí; y cuando perdía su posición, no,
por considerarlo incluso peligroso. En este segundo momento, tomó medidas
para precautelar cualquier intento de incriminación que fuera a afectar su medio de vida.
Vivir en tiempos de guerra
El ambiente de guerra afecta a todos
[…] nada es pequeño ni insignificante en el poema de la
independencia de un pueblo.
(Tobar, 2002 [1895]: 24).
Es imprescindible anotar el hecho de que para la totalidad de la población que
vivió en la Audiencia en esos años, lo importante era salvar su propia vida y
la de sus allegados, la integridad personal y patrimonial y, en lo posible, su
futuro. De esta manera, en muchas ocasiones, los ideales y convencimientos
políticos quedaron ocultos, por así convenir a las circunstancias.
En innumerables documentos que reposan en el Archivo Nacional de Historia
y en el Archivo Histórico del Distrito Metropolitano de Quito, hemos encontrado cartas personales, cartas oficiales, declaraciones tomadas a diversa clase
de gente de diferentes estratos y sexos que nos permiten ver aquellos “datos
insignificantes que hacen el poema de la independencia” del Ecuador actual.
Muchos de ellos no necesariamente se refieren a mujeres, pero los consideramos reveladores de las circunstancias en que vivieron mujeres y varones;
viejos, jóvenes y niños; españoles, criollos, mestizos, castas, indios, negros;
insurrectos y realistas. En fin, la totalidad de la población que fue afectada.
Por ejemplo, en un juicio fechado 10 de octubre de 1810, poco después de que
las tropas de Arredondo saquearon la ciudad y salieron de Quito, Josefa Sandoya, tendera, fue acusada de haber entregado joyas y dinero para las tropas de
En las declaraciones que los investigadores realistas tomaron a partir del 16 de
octubre de 1809 a miembros de la primera Falange insurrecta que se dirigió
hacia el norte para lograr la adhesión de Pasto a la Revolución quiteña, encontramos soldados que, según los relatos de las batallas, demostraron bravura
y heroísmo. Sin embargo, una vez presos y amenazados por la administración realista, declararon contra los jefes y sobre las formas de reclutamiento
y retención en las filas insurgentes. Al analizar estas declaraciones llama la
atención que ambos bandos, realistas y revolucionarios, usaron los mismos
argumentos de convencimiento: el peligro que corrían sus bienes, personas y
familia. El bando contrario era siempre acusado de ser seguidor de Bonaparte,
sin importar si era realista o insurgente.
Entre octubre de 1809 y mayo de 1810 se tomaron muchas declaraciones a un
sinnúmero de personas en diversas situaciones y de diversos orígenes: milicianos que habían estado en Quito la noche del 9 de agosto de 1809; personas que
habían sido reclutadas en diferentes puntos, muchas de ellas bajo amenazas;
unos, fieles a jefes como Xavier Ascásubi; otros, que creyeron en las exhortaciones del capitán Salinas en la noche de San Lorenzo; inclusive aquellos
150.
ANHQ, Serie Criminales, Caja 217, Exp. 10.
166
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que plegaron a la causa en vista de que “hombres instruidos, el Clero regular
y secular y generalmente el pueblo, aplaudían lo que se había hecho, dándole
parabienes al nombrado presidente [Juan Pío] Montúfar”151. Es decir, la gran
mayoría de ellos ignoraba la verdadera causa de su destino.
El gobernador de Popayán, Miguel Tacón, se opuso a la Revolución de Quito
de 1809, desde que conoció de ella. Una de las medidas emergentes de oposición fue la captación del correo que circulaba desde y hacia Quito con el
doble fin de evitar la difusión de los sucesos y la de detectar a los insurrectos
y sus conexiones en el norte. Entre las cartas privadas incautadas, que fueron
remitidas en paquete a la Presidencia de la Audiencia, hay cartas dirigidas a
Barbacoas y que provenían de lugares como Guayaquil o Popayán. Algunas
de ellas parecen estar escritas en clave y destinadas a fines estratégicos. Otras
ofrecen relatos sobre lo sucedido en Quito. Algunas trasladaban las proclamas
y en casi todas se expresaron temores o esperanzas.
Mariano Fernández, por ejemplo, reportó que “las gentes de Quito, algunas
dormirán, pero las más pasarán en blanco, llenos de temor y sobresalto”. Mariano Pino dio cuenta detallada de los aprehendidos en la Noche de San Lorenzo. Un payanés llamado Antonio, escribió a su tía esperanzado que en Popayán haya sucedido lo mismo que en Quito y “que se hallen libres de tan mala
semilla de chapetón”. Otro expresó que “esperamos que esa ciudad se una con
esta, más bien que a Santa Fe que la ha tiranizado por cuantos medios ha habido […] por la generosidad con que se maneja esta Suprema Junta deben todos
unirse a ella […] si ustedes se unen a nosotros, serán felices, como hasta ahora
nosotros […]”. Otro previno a su pariente que “han de elegir allá un representante que tendrá una buena Dieta, lo mismo que los de aquí, y tratamiento de
Excelentísimo” 152.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
167
o por la escasez de mercaderías en Quito, especialmente telas y paños para la
fabricación de uniformes y ciertos artículos que podrían ser calificados de superfluos y que tenían mucha demanda. Entre éstos, enumeran específicamente
los plumajines y plumas de color que se usaban solas o como penachos en los
sombreros, morriones y cascos. Todos hablan del incremento de los precios
de los productos alimenticios y de otro tipo, así como del papel. Este factor
lo consideran ventajoso para un comercio limitado que en algunos casos les
permitiría “ganar algunos pesos”, y en otros obtener una ganancia en mayor
grado153.
El comercio desde Quito hacia el norte era principalmente de productos de
uso cotidiano, generalmente fabricados con algodón, y de objetos de arte tallados en madera, por los que Quito había ganado fama.
Llama la atención que ofrecen remitir sal, a pesar de que en ese momento escaseaba el producto y era reclamado por toda la serranía, puesto que las vías de
acceso a la Costa, de donde venia la sal, estaban interrumpidas y vigiladas154.
El gobernador de Guayaquil, Cucalón, apoyado por los virreinatos de Santa
Fe y Lima, como mecanismo de presión, instauró un bloqueo de productos
de la Costa y el Oriente con lo que la ciudad de Quito y la Sierra centro-norte
carecieron de productos vitales.
Si las dificultades se daban en las zonas urbanas, miremos lo que sucedía en el
campo de batalla. Como se mencionó, una de las primeras medidas tomadas
por el Comisionado Regio, Carlos Montúfar, fue hacer frente a la abierta contrarrevolución presentada por Guayaquil, Cuenca y Pasto, en los tres frentes.
Las tropas realistas de la Audiencia, fueron reforzadas por las de Lima y Panamá.
Un buen número de cartas de los payaneses residentes en Quito permiten
apreciar que se sentían a gusto y acogidos dentro de la sociedad quiteña; incluso hubo quienes fueron nombrados por la Junta a diferentes cargos. Algunos
miraron con optimismo las oportunidades de trabajo que se les había abierto
con el cambio de gobierno y casi todos hablaban de lo favorable que les sería el
comercio, bien sea por la eliminación de ciertos estancos, como el de tabaco,
En Guaranda, el gobernador, don José Larrea y Villavicencio y el sargento mayor don Manuel Aguilar, escribían a Carlos Larrea que debió estar en las avanzadas, sobre las medidas a tomar en cuanto a las provisiones:
151.
152.
153.
154.
AHDMQ, Procesos de 1809 La Revolución de Quito, T. VII Continuación, No. 001202.
Ibid.
Desde que V. no quiso admitir parte de los abastos y provisiones que por
pura enemistad se dedicó a remitirlos Da. María del Salto, no he podido en-
Ibid.
AHDMQ, Procesos de 1809 La Revolución de Quito, T. VII Continuación, No. 001202, p. 715-719.
168
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contrar otra persona que quiera obligarse y he tomado el prudente arbitrio
que todos y cuantos puedan vayan a vender allá sus víveres y así lo ha ido
practicando en el Cuartel de San Antonio. Es cosa ya sabida que la mula de
papas logreras de nuestra provincia en dos tercios llenos deben pagarlos en
esa situación a tres ps. la mula, los quesos a rl., la gallina a dos y medio rls.,
la harina de cebada cernida a un peso la arroba, la mula de harina de trigo
compuesta de 10 a 10 lbs. a razón de 12 ps. 4rrs., siendo buena, esto es a diez
rls. a., las costras y roscas de Ambato a medio rl. cada una, tortas a seis por
rl., los carneros según ellos y lo mismo el ganado gordo; la manteca a dos y
medio libra; el azúcar a dos y medio rls. la libra; la sal a cinco rls. la arroba.
Todo lo que por ahora podrá servir para Arancel, sin que ninguno se atreva
a alterar los precios que van indicados i que allá se pretenda rebajarlos155.
También informaban que habían invitado a que las personas de su jurisdicción
transportaran los víveres a las milicias de la misma manera que acostumbraban llevarlos a Bodegas (ahora Babahoyo), pues podían ser comercializados
sin perjuicio económico y en efectivo, sin tener que transportarlos a tanta distancia. Expresaban la esperanza de que los proveedores aprecien esas ventajas
y dar fin así a la escasez de alimentos.
Feliciano Checa, en carta de 20 de septiembre de 1809 desde el campamento
de La Chima (cercano a Guaranda), pidió las medicinas que ahora llamaríamos alternativas: vinagre, manzanilla, borraja y otras yerbas que se consideraban medicinales156. Y desde el cuartel de San Antonio de Tariguagua, el 4 de
septiembre, se expresó la necesidad de carne, ají, cebollas y harina de cebada,
“que lo demás lo facilitaremos aquí”157. Todo esto da cuenta de los productos
vitales que se debían proveer en tiempos de guerra.
Diferentes expresiones de miedo
Se producían hechos y cambios de distinto calibre: unos drásticos, como los
de la noche del 9 de agosto de 1809, o la restauración de Ruiz de Castilla a la
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
169
presidencia en octubre del mismo año; otros más pausados, como el reclutamiento de gente para defender los límites de la provincia; unos impensados;
otros bien planeados. Todos ellos generaron en la población un sentimiento
de inseguridad que los afectó por igual, al margen de su condición dentro de
la sociedad o del bando en el que militaban. No importaba tampoco su sexo.
Todos se sentían inseguros y lo expresaban de diferente manera.
El marqués de Solanda, cuando fue invitado a las tres de la mañana a firmar el
Acta de creación de la Junta Suprema, expresó de manera tácita su preocupación, desasosiego e indecisión. En corto tiempo el atribulado Marqués recorrió unas pocas cuadras haciendo muchas visitas en busca del consejo de sus
amigos sobre la conveniencia de firmar el Acta. Indagó con el doctor Xavier
Salazar, el marqués de Miraflores, Manuel Larrea y su abogado Ignacio Tenorio. Cuando llegó a la casa de Felipe Fuertes se enteró que el presidente Ruiz de
Castilla y Simón Sáenz habían sido apresados. Sin más remedio firmó el Acta.
Pero más tarde, en su declaración en el juicio instaurado a los insurgentes a
principios de 1810 dijo que “tuvo a bien acostarse a la cama en donde se mantuvo cuatro o cinco días”. ¿Se enfermó de miedo? Es posible. Recuperada su
quebrantada salud, buscó aclarar sus dudas con el provisor Diocesano, doctor
Manuel Caicedo, nuestro célebre autor de Viaje Imaginario y con fray Andrés Torresano, quien fue el delator de los asistentes a la reunión de diciembre
de 1808 en Los Chillos. El Marqués esperaba que el obispo Cuero y Caicedo,
como Prelado Eclesiástico tomara partido, para seguirle158.
Doña Leonor Calisto, hermana del realista Pedro Calisto y Muñoz, relata que
uno de los cabecillas insurgentes de la región de Otavalo, realizó “una excavación [en la hacienda de su sobrino] y sacó un considerable tesoro, que había
ocultado ahí su dueño para pagar la deuda de temporalidades y otro crédito
con que está gravada la testamentaria”159. Estos valientes realistas Calisto temían por sus bienes, y ¡vaya que tenían razón!, ellos sufrieron como los que
más, hasta la muerte misma.
Similares medidas tomó doña Antonia Donoso, viuda quiteña. Ella ocultó sus
muebles y alhajas amurallándolos en una pieza de su casa en Quito “para que
155.
156.
157.
AHDMQ, Procesos de 1809, La Revolución de Quito, T. VIII, No. 001205, p. 452. Es muy difícil establecer
una relación de los precios de entonces con los actuales, sin embargo vale la pena imaginarse los costos actuales, no como una equivalencia, sino como la carga presupuestaria que significaría el pago de esos precios,
tomando en consideración que eran precios oficiales.
AHDMQ, Procesos de 1809, La Revolución de Quito, T. VIII, No. 001205, p. 608.
AHDMQ, Procesos de 1809, La Revolución de Quito, T. VIII, No. 001205, p. 613.
158.
159.
AHDMQ, Procesos de 1809, La Revolución de Quito, T. VIII, No. 001205, p. 332-338.
ANHQ, Serie Civiles, Caja 47, Exp. 16, f. 30-31.
170
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
no se roben”. Si bien se salvaron las pertenencias de los revoltosos, las tuvo
que reclamar por casi dos años y por vía judicial a su yerno, Ramón Núñez,
que los había sacado de la casa160. Tuvo que acudir a testigos que la conocían
de antes de la Revolución, para identificar los “bienes propios, adquiridos por
herencia y mandados a hacer con su dinero” que “nada tienen que ver con su
hijo político”161.
Otros personajes buscaron dar fin a sus temores huyendo. Como ya se mencionó, José Fernández Salvador declaró que, en vista de haberse pronunciado
contra la Revolución, tuvo que viajar a Guayaquil dejando a su familia en Quito. La persecución que sufrió la familia de parte de los insurgentes, determinó
también la huída a pie de su esposa embarazada y dos hijos162. El corregidor
de Guaranda, Gaspar Morales y Ríos, fugó con su esposa a Guayaquil cuando
Carlos Montúfar tomó esa ciudad (Monge, 1931: 125-130).
Tomaría mucho espacio relatar las huidas y escondrijos de los insurgentes una
vez instaurado el juicio en su contra en 1810 y al final de la Revolución. Indiscutiblemente quienes más recurrieron a la fuga fueron los más involucrados.
Centrémonos en algunos de ellos.
Juan Pío Montúfar, el marqués de Selva Alegre, parece que vivió estos años
en permanente estado de ocultamiento y esporádicas apariciones cuando la
política revolucionaria así lo permitía. Las muchas propiedades que tenía, en
las que podía evadir las persecuciones, facilitaron que encontrara refugio. Es
evidente que permaneció constantemente informado de la situación política
que vivía la Audiencia. Finalmente fue apresado y extrañado inicialmente a
Loja, a donde llegó el 28 de marzo de 1813, y luego desterrado a España, donde murió solo, cuando su hijo Carlos ya había muerto y la Revolución había
terminado (Zúñiga, 1945).
Otro célebre huidizo fue su hijo, Carlos Montúfar. Él había tenido que ocultarse de los igualmente insurgentes sanchistas, luego de la inexplicable pérdida
en la batalla de Verdeloma, en las cercanías de Cañar, pues la rivalidad parti-
160.
161.
162.
Puede ser que el yerno se trate del Procurador personero de la ciudad de Quito que elaboró el Informe que
da cuenta de la situación de las personas de alguna manera involucradas en los sucesos revolucionarios, bien
sea como realistas o como insurgentes, a la que nos hemos referido varias veces.
ANHQ, Serie Civiles, Caja 47, Exp. 47, f. 1-5.
AHDMQ, Procesos de 1809, La Revolución de Quito, T. IX, No. 001203, p. 13-25.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
171
dista así lo requirió. Luego de la derrota en San Antonio de Ibarra se ocultó de
los realistas conjuntamente con compañeros de falange en una hacienda. Posteriormente se trasladó, siempre prófugo, a otra de las haciendas de su padre
en Cayambe, donde su hermana Rosa cuidó de sus heridas, pero finalmente
fue capturado. En el camino al destierro en España que fue ordenado para él,
logró huir de Panamá e integrarse a las tropas bolivarianas y participar en los
comienzos de la liberación definitiva de las tierras americanas. Finalmente fue
capturado en un combate y pasado por las armas en Buga. Los relatos dicen
que fue un hombre tan encantador, que las damas de aquella región trataron
de pagar por su vida con sus joyas (Zaldumbide, 1940: 197).
Continúan las averiguaciones, persecuciones y condenas
Al identificar a nuestros personajes con sus nombres y sus simpatías políticas,
vemos que todos, absolutamente todos, sufrieron las consecuencias de la guerra. Realistas e insurgentes vivieron persecuciones, sin embargo la historia se
ha esmerado en relatar preferentemente sobre los insurgentes afectados. Detengámonos en algunos casos que ponen en evidencia la cotidianidad en la
que se desenvolvía la población.
Mariano Pazmiño, ex escribiente del realista Simón Sáenz, informó acerca de
las persecuciones de que fue objeto de parte de los insurgentes. En Latacunga
fue apresado por haber insultado a un mal toro, como “toro insurgente, no
te temo a vos ni a veinte mil diablos que están perdiendo el mundo!”163. Por
esta frase fue acusado de delincuente y desterrado a Ibarra. Posteriormente
saquearon su casa: “me veía precisado a andar prófugo de cerro en cerro, de
quebrada en quebrada y ocultándome en los conventos de San Diego, Tejar
de la Merced y casas retiradas […] sufriendo la necesidad de vender ropa y
alhajas”164, se quejó. Y el 19 de diciembre de 1810, día de la muerte de Fuertes y
Vergara, cinco indios por “instrucciones de unas mujeres faltas de religión, me
quisieron dar muerte. Me tenían agarrado dos de los brazos, dos de las piernas
y uno de la barriga, tenían levantados los cuchillos para hacer carnicería en mi
cuerpo, hasta que gentes piadosas me socorrieron”165. Había sido apresado pú-
163.
164.
165.
ANHQ, Fondo Especial, Caja 193, 1810-1811, V. 2 (469), expediente 10900.
Ibid.
Ibid.
172
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
blicamente en el cuartel, junto con su hermano y otro ex empleado de Sáenz,
y así se le mantuvo por 30 días, sin sumaria, confesión, ni sentencia. Acusó
entonces a Nicolás de la Peña de sus calamidades166.
Seguramente en represalia a las escaramuzas de las guerrillas que sostuvieron
los insurgentes de las zonas de Latacunga y Ambato y para evitar que proliferara la simiente revoltosa que había quedado, el presidente Montes ordenó que
se investigue el trapiche de Agoyán, donde se creía “acantonados varios insurgentes con cinco mujeres”167. Martín Chiriboga y León informó al presidente
y capitán general de la provincia de Quito, que en una expedición a Guano se
encontró a “dos mujeres quiteñas, y no mías, a quienes he mandado salir de
la villa”. Por su parte Ignacio Arteta y Calisto, corregidor de Ambato, informó
que en realidad pasaron a Patate y a una de las haciendas de Riobamba, donde
él las aprehendió168.
Muchos religiosos, calificados como “insurgentes seductores” o “insurgentes
seductores y predicadores”, fueron perseguidos. Reclutaban gente y auxiliaban
y sostenían por todos los medios posibles a la Revolución. Así reza la lista del
Informe del Procurador personero de la ciudad de Quito, Ramón Núñez del
Arco169, en donde constan altas autoridades eclesiásticas y religiosas, párrocos
de pueblos importantes y otros religiosos de menor jerarquía. Buena parte de
ellos se involucraron en la insurrección desde el inicio. Otros fueron expatriados y perseguidos y sus bienes -cuantiosos o pocos- incautados.
Por ejemplo, en el pueblo de Isinliví se persiguió al párroco Ordóñez Lara. En
la hacienda de Pilapuchín, camino a Zumba, se le tomó “tres baúles, los dos
forrados en bayeta, y el otro en piel de res, un cajón, un maletero, dos canastas de fiambre y una maletica”, de su propiedad. No se encontraron papeles o
armas que pudieran comprometerle pero, de cualquier manera, el párroco fue
tomado preso y conducido a Latacunga170.
166.
167.
168.
169.
170.
Ibid.
ANHQ, Fondo Especial, Caja 193, Vol. 1, 1813 (472), doc. 29-30.
Ibid.
BANH, “Documentos Históricos, Los hombres de Agosto”, Vol. XX, No. 56, Quito, 1940, p. 231-281.
En Zúñiga, 1968, T. I: 107.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
173
El obispo Cuero y Caicedo, que fue nombrado inicialmente vicepresidente y
luego presidente de las sucesivas Juntas de gobierno, pese a su fuero especial
por ser religioso, fue juzgado y su cargo irregularmente declarado vacante.
Luego de huir de Quito cuando los realistas tomaron la ciudad, se escondió
en El Empedradillo, a orillas del Chota, donde fue apresado y sus bienes secuestrados. El alcalde ordinario de Quito, Juan José Guerrero, conde de Selva
Florida, presentó el inventario de tales bienes, entre los cuales constaban 334
volúmenes de su biblioteca.
El Cabildo Eclesiástico, por exhortación del presidente Montes, publicó un
anatema contra los que mantuvieran ocultos dinero y alhajas del Obispo y
otros insurgentes. Los conventos fueron obligados a declarar, aún por vía de
confesión, sobre los bienes que pudieron haber sido encargados171. La priora
del convento del Carmen entregó la mitra cubierta de piedras preciosas y pectorales, cadenas y anillos correspondientes a la jerarquía del Obispo (Andrade,
1982: 264). Finalmente el Obispo fue condenado a destierro en España aunque, a su paso por Lima, murió en 1816 pobre y solo.
Nuestro autor de Viaje Imaginario, el provisor Caicedo, sobrino del Obispo,
cayó preso en noviembre y fue sentenciado a pena de muerte a pesar de su
fuero especial como sacerdote. Se le conmutó la pena por el destierro a un
convento agustino en Filipinas a donde se encaminó en abril de 1813, llegando
a su destino en diciembre de 1814. En 1819, el Rey le dio permiso para regresar
a su patria. Murió en Cali, su ciudad natal, donde le apodaron padre Manila.
Igual destierro sufrió el autor de la primera Constitución quiteña, el presbítero
doctor Miguel Rodríguez. Regresó a Quito en 1821 y se desconoce datos sobre
sus posteriores quehaceres y fin (Andrade, 1982: 277).
En ocasiones, a algunas mujeres se les llamó la atención por tomar partido por
uno u otro bando y se les conminó a asumir actitudes más recatadas, acordes
a lo que se consideraba propio de su género. Tal es el caso de las hermanas
Teresa y Leonor Eugenia Calderón que en mayo de 1813 estuvieron presas en
el recogimiento de Santa Marta “por haberles imputado que en su casa han encubierto a varios insurgentes y caudillos de la rebelión”. Ellas pudieron regre-
171.
Correspondencia del Presidente de la Real Audiencia de Quito, Don Toribio Montes, Boletín Academia Nacional de Historia, Vol. XXXI, No. 77, Enero-Julio, 1951, p. 126-127.
174
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
sar a su hogar gracias a una fianza personal y real, es decir, aquella que se daba
sobre la persona y los bienes de quien otorgaba la fianza, en este caso, don José
Calero, oficial sastre de la tienda pública del maestro Francisco Rea172.
La devastación de bienes y propiedades
El marqués de Miraflores, en carta del 21 de agosto 1809 a José María Mosquera (de Popayán), le contó que por solicitud de los Canónigos le embargaron
todos los bienes a don Simón Sáenz para que dé cuenta de la Colecturía y demás intereses de la Iglesia que tenía a su cargo. Consideraba que Sáenz podía
tener un considerable faltante en el manejo de los recursos de los religiosos y
que, pese a los bienes y caudales que tenía Sáenz, en circunstancias como ésta,
podía tener mucha pérdida.
El 7 de febrero de 1810, Aréchaga recibió una representación, o pedido, por
la cual se reclamó la devolución de una mina de oro en la zona de Barbacoas
que fue confiscada por creerse que sus dueños, José Fernández Salvador y su
suegro, Francisco Gómez de la Torre, eran revolucionarios. Sin embargo Aréchaga concluyó que los implicados no participaron en los movimientos insurgentes. Llama la atención el corto tiempo en que fue absuelta esta reclamación,
pues fue presentada el 8 de febrero y contestada el 12 del mismo mes173.
Del lado insurgente, las propiedades de los Montúfar y de los Matheu fueron
atacadas por las tropas realistas a lo largo de todo el proceso revolucionario.
A pretexto de buscar insurgentes, las devastaron: quemaron casas, forzaron
puertas, saquearon los muebles, enseres y obras de arte que existían en abundancia en aquellas propiedades. Diez años después, Rosa Montúfar se preocupó de pagar las deudas pendientes de gravámenes impuestos sobre ellas y de
salvaguardar lo que quedó.
Durante los sucesos del 2 de Agosto de 1810 y de los días siguientes, la ciudad
fue saqueada inmisericordemente por las tropas realistas asentadas en Quito.
La historia cuenta de innumerables casas y almacenes asaltados y existe abundante documentación con las causas conducentes a la recuperación de lo per-
172.
173.
ANHQ, Gobiernos, Caja 67, Exp. 22.
ANHQ, Fondo Especial, Caja 191, 1810-1811, T. 5 (463), doc. 26, 7.2.1810.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
175
dido. El Viaje Imaginario relata que inmediatamente después de que salieron
de Quito las tropas de Arredondo, se retiraron los centinelas y las avanzadas,
instalándose entonces la tranquilidad en la ciudad. El principal motivo de conversación de los quiteños se centraba en las quejas contra los atropellos de las
tropas de Arredondo. La gente pedía “bendiciones al Señor porque nos había
librado de sus uñas ensangrentadas y afiladas”. Los comerciantes comenzaron
a restituir a las tiendas los géneros comerciales que se habían retirado para
“escaparlos de las garras de esos rapaces asesinos”174.
Las propiedades, tanto urbanas como rurales, del realista Pedro Calisto, de
sus hijos y de su yerno, Pedro Pérez Muñoz, fueron saqueadas y ocupadas por
los insurgentes. Uno de los documentos encontrados relata el incendio que
sufrió el molino de miel que tenían en Imbabura. El metal de la maquinaria
y demás instalaciones que había sido recaudado por doña Nicolasa Calisto a
pedido de su sobrino, Carlos Calisto, fueron afectados. Estos bienes fueron
requisados a pedido del Congreso para ser utilizados en la reparación de “curenas”175, y otros efectos de guerra176. Esta familia, muy segura de sus derechos
y reclamando justicia, interpuso innumerables recursos, cuyas copias reposan
en diferentes repositorios del Archivo Nacional, con el objeto de recuperar sus
propiedades y ser restituidos en los daños. Pedro Pérez Muñoz y esposa, Teresa Calisto, fueron especialmente insistentes en los reclamos.
Recordemos que los pedidos de Fernández Salvador y Gómez de la Torre
fueron atendidos rápidamente, pero las representaciones que presentó Pedro
Pérez Muñoz por agravios a sus propiedades, a las de su suegro y a las de su
cuñado, rezaban “tengase presente para su tiempo” de puño y letra del fiscal
Fuertes Amar177. Desde 1810 Pedro Calisto venía reclamando a las autoridades
virreinales sobre las actuaciones poco claras de éste y otros funcionarios de la
Audiencia y anticipó como las mismas darían lugar a que el pueblo de Quito
apoyara a la causa insurgente e indirectamente causaran inestabilidad en la
administración de Ruiz de Castilla178. Estas quejas nos permiten asumir que
174.
175.
176.
177.
178.
Caicedo, 1989 [1813]: 103.
Carros sobre los que se transportan cañones.
ANHQ, Civiles, Caja 47, Exp. 15. Escrito presentado por Carlos Calisto el 18 de marzo de 1813.
Ver, por ejemplo, ANHQ, Civiles, Caja 47, Exp. 15, entre varios otros.
AHDMQ, Informe de Pedro Calisto y Muñoz al Virrey de Santa Fe, Tomo XVII, No. 001203, fs. 362/370, p.
1-9.
176
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
las disputas personales entre dos personajes, realistas ambos, se ven reflejadas
en las actuaciones poco expeditas, de una autoridad pública.
Las tropas, a su paso, no sólo afectaron a las personas y bienes inmuebles con
sus tropelías. Don José Fernández Salvador informó a Ruiz de Castilla sobre
las dificultades que tuvieron los propietarios de acémilas para recaudarlas porque las tropas que venían de Cuenca se las fueron llevando a otra jurisdicción;
pero también anotó el caso contrario, que las tropas insurgentes de Quito, que
pasaron por Alausí, después de ocupar algunas acémilas, las devolvieron religiosamente a sus dueños179.
Doña María Josefa viuda de don José Villagómez y Lafra, por sí y como tutora
de sus hijos, demandó el 10 de mayo de 1813 el pago de 23 cabezas de ganado
vacuno que fueran tomadas por las tropas reales cuando estaban acantonadas
en Mochapata. El fiscal interino, San Miguel, pidió el 12 de mayo que la señora
identifique qué compañía estuvo acantonada allí. Sin embargo, el presidente
Montes el 14 del mismo mes ordenó la satisfacción de 184 pesos para doña
María Josefa180.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
ridades de Guayaquil, Cuenca, Barbacoas, Popayán y Pasto, que actuaron en
contra de la Revolución, bajo las instrucciones iniciales de Ruiz de Castilla,
reforzadas posteriormente por los gobernadores y virreyes vecinos.
Ruiz de Castilla logró dar muy rápidamente las noticias de los acontecimientos
del 10 de Agosto a través del hijo del gobernador de Guayaquil, Bartolomé
Cucalón. El joven Cucalón estudiaba en Quito y actuó como secretario particular del presidente. Fingiendo estar a favor de la Revolución, logró conseguir
el salvoconducto para dirigirse a su ciudad y supuestamente convencer a su
padre de unirse a ella. Lo que realmente sucedió es que fue a dar a conocer las
novedades a Guayaquil, desde donde se organizó la contrarrevolución conjuntamente con el gobernador y el obispo de Cuenca, Aimerich y Quitan Ponte,
respectivamente (Rumazo, 1945: 220-251).
El gobernador Cucalón demostró ser un implacable contrarrevolucionario. El
provisor Caicedo nos dio a conocer lo que llegó a sus oídos:
[...] salgo y veo al Dr. D. Pablo Chica que con semblante feo conducía arrastrados ocho hombres cargados de prisiones que remitía el Gobernador de
Cuenca para que los juzgase Cucalón ¡qué presa tan rica para este hombre
cruel! En el momento los colocó en un obscuro y hediondo calabozo, con
grillos y cepos, sin permitirles comunicación, cama, ni alientos hasta que
la interposición del bello sexo ablandó un poco la dureza de su corazón.
Entonces se concedió algún alivio, aunque no de las prisiones, a estos hombres ilustres, entre quienes había un oficial real y un alcalde ordinario. Yo
prescindo de la facultad con que D. Melchor Aimerich comisionó a Cucalón para que juzgase a súbditos de territorio ajeno, que no había delinquido
en los términos de su jurisdicción, porque mi narración es lo que he visto
practicar, y no de los que debió practicarse. El hecho es que Cucalón dio
rienda suelta a su genio compasivo, dejando morir con los grillos puestos
a D. Joaquín Tobar interventor de correos, por más que clamó con certificación de médicos sobre su peligrosa enfermedad para que se le quitaran y
permitieran el consuelo de medicinas con alguna libertad182.
Desde Riobamba, Nicolás Paredes, ante la inminente salida del presidente
Montes, reclamó, aunque bastante tarde, la restitución o pago de varias mulas
y caballos que “prestó” al ejército real cuando venía de someter a los insurrectos de Quito. También relata cómo incluso se pidió dinero en préstamo, a los
ciudadanos de esa ciudad181.
Diez años más tarde, los ejércitos bolivarianos fueron muy cuidadosos en contabilizar estos préstamos, dados de buena fe o presionados, con el firme propósito de que se restituya a la población su colaboración. Ésta fue una orden
especial y específica del entonces coronel Sucre; sin embargo, resta saber si
ésta también se tornó en una eterna deuda de la Independencia, como la inglesa (Borrero, 1972, T. II: 445-447).
El provisor Caicedo, en su Viaje Imaginario, y Agustín Salazar y Lozano, en
Recuerdos…, destacaron las situaciones de abuso y prepotencia de las auto-
179.
180.
181.
ANHQ, Fondo Especial, Caja 191, 1810-1811, T. 5 (463), doc. 31, 12.2.1810.
ANHQ, Fondo Civiles, Caja 47, Exp. 19, 10.05.1813.
ANHQ, Fondo Civiles, Caja 48, Exp. 25, 20.02.1818.
177
El gobernador Cucalón, en Guayaquil, recibió el 28 de marzo de 1812 una
denuncia de que habitantes de la población de Caracol estaban en tratos co-
182.
Caicedo: 1989 [1813], p. 34.
178
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merciales con revolucionarios al enviar continuamente sal, papel, hierro, añil y
otros objetos. Según la denuncia este comercio daba lugar al enriquecimiento
de los pobladores que con los nuevos recursos se dedicaban a consumir alcohol y a los juegos prohibidos. A pesar de la denuncia, el comercio con los
insurgentes continuó. Se justificaba a partir del apoyo que se daban entre ellos
por el parentesco o por amistad desde la infancia. Para eliminar estos desórdenes, el 16 de julio, Juan Velasco y Pascual sugirieron que cualquier autoridad
por medio de una carta podía ordenar ahorcar sin proceso y así se cortaría el
contrabando y se mantendría la tranquilidad entre Babahoyo y Yaguachi183.
¡Vaya manera de controlar el contrabando!
Los abusos de soldados y autoridades
En el proceso independentista, una vez más fueron las mujeres y los niños
los más afectados por los abusos de las tropas. Un documento de la época
da cuenta del “estupro cometido a una indiecita de 10 años”, por un soldado
realista en Loja184. Actualmente el estupro es un delito sexual cometido contra
una mujer con limitaciones psíquicas o físicas. Lamentablemente el documento en cuestión no permite precisar si entonces tuvo el mismo significado o, si
entre 1810 y 1811, fechas del documento, ese delito fue calificado como tal por
cometerse contra una mujer, indígena y menor de edad, sin las limitaciones
que precisa el derecho actual.
Toribio Montes, a través de varias cartas, llamó la atención de Sámano y le ordenó que controle a la tropa porque sus soldados -al paso o quedándose rezagados- robaban, destruían casas, haciendas y hasta templos, causando muchos
daños y heridas185. En una de estas cartas, fechada pocos meses después de su
victoria en San Antonio, Montes reclamó a Sámano porque soldados de Quito
y Lima desenterraron dos baúles en una hacienda de Guayllabamba de propiedad de doña Ana Donoso. Los soldados habían saqueando y estropeando a
cinco mujeres. Y no sólo eso, para liberar a las mujeres, pidieron un rescate de
doce reales por cada una. En otro reclamo, apuntó que un cabo Pérez, de los
Pardos de Lima, se llevó desde Guayllabamba una negra llamada María An-
183.
184.
185.
ANHQ, Fondo Especial, Caja 193, 1812, V. 3 (470), doc. 32.
ANHQ, Fondo Especial, Caja 192, 1810-1811, V. 4 (467), doc. 228.
AHDMQ, Procesos de 1809 La Revolución de Quito, T. VII No. 001203, p. 2-6.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
179
tonia. Además robó 29 onzas de oro, 11 pesos de plata y una maleta de ropa,
cuando el dueño de la esclava fue llevado al cuartel.
En una tercera carta, Montes señalaba que en San Pablo mataron a don Antonio Escobar, “robándole lo que llevaba, y lo que había en su casa, especialmente una cajuela de alhajas, de las cuales se han visto en poder de Don José
Ureta, un bastón de puño de oro, con cadena de lo mismo y un caballo con
aderezo de plata”.
Es necesario considerar que todavía a principios del siglo XIX, el pago para
quienes tomaban las armas constituía la entrega de las ciudades o poblados
como botín de guerra. Desde luego, a los ojos actuales, estos procedimientos
no dejan de ser vistos como contrarios a los derechos humanos. Pero hay que
tomar en cuenta que el gobierno monárquico español se declaró contrario a
la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano. Sin embargo, en
muchos episodios ya se habla de la protección que requieren los soldados vencidos, aunque nada se dice de los derechos de las mujeres o de los pobladores
no directamente involucrados en la guerra.
Cabe destacar que el valor que se daba a la vida y a la integridad física en la
época, es muy distinto al que le otorgamos hoy en día. Por ejemplo, Francisco
Xavier Manzanos escribía al presidente Montes, desde Cuenca, el 14 de marzo
de 1813, informándole que se había abolido la pena de muerte por horca, pero
que se mantenía la pena de muerte por garrote, aunque no disponía todavía
del instrumento con el cual ejecutarla. Informaba, entonces, que las penas de
muerte quedaban suspendidas hasta encontrar o fabricar un instrumento adecuado186.
Otras exacciones
En la actualidad nos parece un abuso intercambiar la vida y el arraigo en las
propiedades de un traidor a la patria por bienes o dinero. Sin embargo, no
podríamos juzgar como un abuso las exacciones que el presidente Montes impuso a los insurrectos quiteños. Existen muchas cartas en las cuales el restau-
186.
ANHQ, Fondo Especial, Caja 195, Vol. 3, 1813.
180
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
rado Presidente de la Audiencia pidió dinero “para fines más importantes” a
cambio de conceder prisión domiciliaria a varios de los insurgentes ricos. El
total de lo solicitado por la presidencia ascendía a 37.000 pesos, monto que
sería recuperado de los insurgentes187.
Tal fue el caso de Vicente Aguirre, quien posteriormente se casó con Rosa
Montúfar. Las hermanas de Aguirre pidieron a Montes que permitiera que
su hermano se radique en su hacienda en Pintag. A cambio de este acuerdo,
el presidente Montes pidió que contribuyan con 4.000 pesos para las Cajas
Reales188.
Otro caso curioso, por decir lo menos, es el de Joaquín Sánchez de Orellana
quien, pese a que negoció personalmente con Montes su libertad por 15.000
pesos, continuó alimentando la revolución hasta la derrota de San Antonio
de Ibarra. En 1813 Sánchez de Orellana acudió a Montes para pedirle realizar
el pago en cuotas mensuales de 1.000 pesos, en vista de su falta de recursos.
Montes, al mismo tiempo que negaba el pedido, le recordó que anteriormente
se había comprometido a no seguir apoyando la Revolución y que no había
correspondido a la magnanimidad del Presidente. Le recordó además que era
conocido por todos, que él y su familia eran de los más acaudalados de la región189.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
181
presaron sus sentimientos por la vía coplera. Algunas de esas coplas denotaban su estado de ánimo.
El fenómeno de la comunicación social no es particular de ningún momento
ni de ninguna sociedad. En el corto período de la Revolución de Quito se manifiesta en formas que merecen ser analizadas. Es indispensables entender el
proceso de transmisión o intercambio de conocimientos, datos e información
general como un proceso creador de realidades psicosociales o históricas.
Los profesionales de la comunicación consideran que ésta cumple funciones
de facilitación social en el intercambio de la información, contribuyendo a la
interacción de convivencia del individuo dentro de su grupo social. Sin embargo, algunos tipos de comunicación promueven el conflicto social190.
Durante la Revolución de Quito, realistas e insurgentes crearon muchas coplas
como instrumentos de convencimiento popular. Se lanzaban mutuamente estos ataques verbales para favorecer sus creencias personales o perjudicar las
de los grupos contrarios. El historiador Pedro Fermín Cevallos asevera que se
dijeron tantas coplas, “que de tener valor histórico” valdría la pena editar un
libro con ellas (Cevallos, s/f: T. 1, p. 57). Para nosotros, efectivamente, estas expresiones eminentemente literarias, tienen gran valor histórico, pues expresan
los sentimientos e intenciones de los bandos contendientes.
Son numerosas las cartas del presidente Montes pidiendo este tipo de aportes.
Coplas y pasquines: la estrategia del rumor
La imaginación realista produjo estos versos en contra de los miembros más
visibles de la insurrección:
Bien puede decirse que Quito ha sido desde siempre la capital de los grafitis.
Muchas ocurrencias fueron dadas a conocer al público, bien sea escritas en las
paredes o en pasquines de diversa índole que se pegaban en puertas y paredes
de los edificios o que circulaban de mano en mano. Los quiteños también ex-
187.
188.
189.
Sobre el tema se puede ver Cartas del Presidente de la Audiencia de Quito Toribio Montes, en Boletín Academia Nacional de Historia, Vol. XXXI, No. 77, Enero-Junio, 1951 y ANHQ, Serie Gobierno, Caja 70, Exp.
5.
Cartas del Presidente de la Audiencia de Quito Toribio Montes, en Boletín Academia Nacional de Historia,
Vol. XXXI, No. 77, Enero-Junio, 1951, p. 130.
Cartas del Presidente de la Audiencia de Quito Toribio Montes, en Boletín Academia Nacional de Historia,
Vol. XXXI, No. 77, Enero-Junio, 1951, p. 129.
¿Quién a [sic] casado los males?
Morales
¿Quién los defiende y obliga?
Quiroga
¿Quién perpetuados desea?
Larrea.
190.
La visión teórica sobre los rumores proviene de Angie Vázquez Rosado, Estilos comunicacionales: chisme y rumor, en www.psicologíacientifica.com (15-05-2008); Edgardo Cozarinsky, Ningún escritor lo admitiría, pero el
chisme está en la base de toda novela, en www.servicios.clarin.com (29-07-2007) y Paulina Gamus, El chisme
vende, en www.analítica.com (15-07-2008).
182
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
Es mejor que así sea
Para lograr ser mandones
Estos, desnudos ladrones
Morles, Quiroga y Rea.
¿Quién mis desdichas fraguó?
Tudó
Quien aumenta mis pesares?
Cañizares
Y ¿Quién mi ruina desea?
Larrea
Y porque así se desea
Quería verlas ahorcadas
A estas tres tristes peladas
Tudó, Cañizares, Rea.
¿Quién angustiarte destina?
Salina
Y ¿quién quiere que seáis bobos?
Villalobos
Ya se aumentaron los robos
En aquesta infeliz Quito
Pues protegen el delito
Salinas y Villalobos (Cevallos, s/f T. I: p. 56-57).
Seguramente impactado por el fracaso de la primera Junta, don Juan Larrea,
Ministro de la Junta Suprema insurgente y hábil poeta satírico, expresaba sus
inquietudes así:
Ya no quiero insurrección
Pues he visto lo que pasa:
Yo juzgué que era melón
Lo que ha sido calabaza.
Juzgué que con reflexión
Amor a la patria había
Pero solo hay picardía
Ya no quiero insurrección.
Cada uno para su casa
Todas las líneas tiraba
No me engaño: me engañaba
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
183
Pues he visto lo que pasa.
De lejos sin atención,
Vi la flor, las hojas vi
Como bien no conocí
Yo juzgue que era melón.
Me acerqué más, vi la traza
De plata y el color:
Probé el fruto, busqué olor
Y había sido calabaza.
El rey de plata había sido
La patria todo de cobre;
Su gobierno loco y pobre
Y de ladrones tejido (Andrade, 1982: 198).
Y de autor anónimo, circuló también ésta:
¿Qué es la junta? Un nombre vano
Que ha inventado la pasión
Por ocultar la traición
Y perseguir al cristiano.
¿Qué es el pueblo soberano?
Es un sueño, una quimera,
Es una porción ratera
De gente sin Dios ni rey.
¡Viva pues, viva la ley,
Y todo canalla muera! (Cevallos, s/f: p. 55).
Al producirse la separación interna de los insurgentes, los sanchistas glosaban
las siguientes estrofas con el afán de ridiculizar a los montufaristas:
Como al enemigo
No han visto la cara
Y de nunca verle
Tienen confianza
Este cuerpo virgen
Llevan en la casaca,
Sobre cuello verde
Bordadas dos palmas.
184
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
Cargando alpargatas
Se vuelven a Cuenca
Para en la corrida
Calzarse los pies (Zúñiga, 1968: 114).
Por su parte, los montufaristas, con su fantasía, usaban las siguientes en contra
de los sanchistas:
Yo temo, señores
Suceda lo mismo
Con muchos temores
Los nuestros se fueron
Su jefe el Marqués
Bouyon el Mayor
Y al conde decían
Marchamos en vano191.
Mientras que los insurgentes defienden su punto de vista constante desde el
inicio de la Revolución:
De toda esta gran ciudad
Los traidores serán ciento
Los demás con sentimiento
Sufren la calamidad.
En tal oportunidad
Un hombre de la nobleza
Que preste con entereza
A todos su protección,
Cortará fiel la traición
Cortando a tres la cabeza (de la Torre, 1990: 2308).
A más del prolífico uso de la copla en la ciudad de Quito, surgieron otras
expresiones populares que, de distintas maneras y en diferentes momentos,
respondieron a la necesidad de comunicación de una sociedad que, aunque
menos iletrada que lo imaginado, era eminentemente oral.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
La tradición oral tiene intencionalidad positiva, que se lleva a cabo como una
forma de intercambio y pretende garantizar la permanencia de alguna información o conocimiento. Pero en los mensajes existe un “ruido” identificado
como una forma y grado de distorsión del mismo. Cuando el receptor se convierte en un segundo emisor y transmite la información a un tercero y así
sucesivamente, se añade una respuesta multiplicadora, generalmente distorsionada (Ver nota 190).
Los portadores y transmisores orales pueden también ser manipulados para
llevar información pre-determinada por intereses particulares. Entonces los
oyentes, categorizados como auditorio o público, recipiente o receptor, pueden
construir y añadir distorsiones al mensaje original. A la información transmitida en la historia oral, se le adiciona el rumor o murmuración, definido como
“voz que corre entre el público”, “ruido confuso de voces” o “ruido vago, sordo
y continuado”192.
Cuando se aumenta una intención adicional al rumor, se le denomina chisme.
Este se define entonces como “noticia verdadera o falsa o comentario con que
generalmente se pretende indisponer a unas personas con otras o se murmura
de alguna”. El chisme es una actividad derivada de la tradición oral, una forma
ancestral de comunicación en la que se transmite conocimientos, historias y
datos mediante el lenguaje verbal. El portador es un mensajero que lleva la
información a un auditorio-receptor.
Cuando la información es confirmada como cierta y veraz, deja de ser chisme
para convertirse en noticia: “noción, conocimiento, contenido de una comunicación antes desconocida; hecho divulgado; divulgación de una doctrina”.
La diferenciación puede ser sutil y a veces hasta confusa, pues “en principio
chisme y noticia no son categorías excluyentes. Muchos chismes se convierten
en noticia válida y fidedigna, una vez que han sido comprobados y calificados
según su importancia”.
192.
191.
J.M.González Páez, Las Victimas de Sámano, op. cit. p. 61.
185
La información teórica que sigue a continuación proviene de Angie Vázquez Rosado, Estilos comunicacionales: chisme y rumor, en www.psicologíacientifica.com (15-05-2008); Edgardo Cozarinsky, Ningún escritor lo
admitiría, pero el chisme está en la base de toda novela, en www.servicios.clarin.com (29-07-2007) y Paulina
Gamus, El chisme vende, en www.analítica.com (15-07-2008).
186
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El rumor muchas veces se justifica bajo el motivo y objetivo del entretenimiento, pero muchas otras causas un ambiente de angustia en las personas que lo
perciben y pueden atribuir su existencia a una pérdida de valores, que a su
vez pone en escena una pérdida de calidad de la vida social. La noticia, por su
parte, no tiene intención de hacer daño, sino de informar objetivamente sobre
un hecho o dato. El chisme en cambio, se alimenta en actitudes y comportamientos como “la ofensa, la calumnia, la vulgaridad, la intromisión en la vida
privada y la degradación”, haciendo daño al receptor o receptora del mismo.
El chisme, parapetado detrás del anonimato del emisor mientras la información se hace pública, no resiste un escrutinio superficial que lo convierta en
noticia. El origen o fuente del emisor, la veracidad del contenido, la distorsión intencional de los hechos, la credibilidad del contenido y del emisor del
mensaje, son desconocidos. En el chisme existe una intención explícita de
hacer daño a una persona con intenciones ulteriores de dominar, controlar,
aislar, acosar, dañar y molestar, afectando su imagen, reputación, tranquilidad o bienestar. El daño no es físico sino primordialmente psicológico, lo que
convierte al chisme en una poderosa herramienta social para infringir daño
de forma anónima e impune. Así el chisme se convierte en un instrumento de
poder social, o en un tipo de poder instrumental.
La invisibilidad y anonimato de quien lo divulga parece protegerle, pero cuando llega a los oídos del receptor, el daño psicológico, el de su reputación, está
ya hecho. El daño intencional del chisme se hace atacando, debilitando, manipulando o distorsionando información de la reputación del referente. La reputación es parte de la imagen social, positiva o negativa de un individuo. Se
define desde las percepciones que han sido construidas sobre la persona, que
le dan o le quita integridad como ente social y personal. Esta reputación puede
ser de grupos, organizaciones, instituciones y culturas, en general.
El chisme y el rumor cumplen funciones sociales y psicológicas para que las
personas establezcan enlaces sociales que las mantengan juntas mediante
la creación de fuerzas que comunican los códigos morales del grupo; contribuyen a evitar que seamos indiferentes los unos de los otros. Sirven para
controlar la moralidad y los asuntos dentro de grupos pequeños y ayudan a
organizarlos en cuanto al posicionamiento social de los miembros. Los más
importantes generarán más chismes de la misma manera que los que tienen
más información serán muy populares o solicitados en su grupo. Por otro lado
son necesarios para establecer comparaciones sociales.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
187
Desde hace muchos siglos, el chisme ha sido considerado como una forma de
comunicación característica de las mujeres. Escritos de la antigüedad griega
y romana ya criticaban a las mujeres por esta supuesta característica de su
personalidad. La escritora Raquel Garzón193 sostiene que en el siglo XVII en
Europa, las mujeres preferían la lectura de novelas mientras que los varones
leían “cosas serias”: historia y ensayos. Asociando las ideas, esa autora sostiene
que ocurre algo similar con el chisme, en donde la seriedad de la noticia le
corresponde al varón y la liviandad del chisme a la mujer. Pero cree que este
prejuicio es infundado pues los hombres son igualmente dados a ventilar intimidades ajenas, a inventarlas y a deleitarse con la maledicencia. En lo que no
encuentra ese equilibrio es en la proporción de las víctimas del chisme, pues
éste afecta con mucha mayor saña a las mujeres que a los hombres.
Con esa visión general demos un vistazo a algunos casos concretos de rumores, chismes y habladurías que la historia nos refiere y el papel que desempeñaron en su momento. En el Capítulo II referimos que Josefa Tinajero
buscaba terminar su matrimonio con su tío a través de un dilatado juicio que
finalmente terminó denegando su pedido de disolución matrimonial. Durante
la última fase del juicio Josefa fue confinada en el convento de las Conceptas,
posiblemente por las sospechas de su larga relación amorosa con el célebre
insurgente Juan de Dios Morales. Las autoridades realistas y testigos que de
alguna manera quisieron implicar aún más a Morales en la Revolución, hablaron, testificaron y aludieron a ella. La relación fue muy mal juzgada por las
autoridades borbónicas, como habíamos analizado, pero el rumor, el chisme o
la habladuría ¿perjudicaron a Morales?
La verdad es que Josefa parece no haber tenido empacho en que se conozca
públicamente su relación afectiva. Durante el interrogatorio, en ningún momento ella niega que dicha relación haya existido, ni que por expresa disposición del Presidente se había suspendido. Muy posiblemente algunos de los
hijos que tuvo fueron producto de esa relación pues recordemos que cuando
salió del Convento Josefa estaba próxima a dar a luz194. Al ventilar la relación
tan públicamente en un juicio y preguntársele directamente sobre ella, las au-
193.
194.
Paulina Gamus, El chisme vende, en www.analítica.com (15-07-2008).
AHDMQ, Procesos de 1809, La Revolución de Quito, 1809-1812, Oficio de Josefa Tinajero solicitando
libertad, Tomo VII, No. 001201, Dic. 1809, fs. 251/256, p. 309-312.
188
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
toridades audienciales procuraban irrogarle un daño a ella y a Morales en el
resquicio más sensible y vulnerable de su ser: su amor. Claramente estaban
usando un mecanismo de comunicación de los nuevos códigos morales borbónicos que querían imponer en la sociedad quiteña, por un lado. Por otro,
quisieron contrarrestar así la indiferencia con que estos asuntos -la relación
ilícita de Josefa y Morales- eran vistos por aquella sociedad, a fin de afirmar
la posición de autoridad que tenían. Es su relación con Morales lo que inicialmente involucró a Josefa en los hechos revolucionarios.
Los rumores que se esparcían entre la plebe surtían otro efecto. Recordemos
el ambiente que la población de Quito vivió entre junio y julio de 1810. Ha
sido difícil para los historiadores establecer a ciencia cierta si la masacre del 2
de Agosto fue orquestada desde el sector de los realistas o si, por el contrario,
fue un intento tramado por el pueblo para liberar a los presos que se hallaban
en el Cuartel Real. Los cronistas de la época, Caicedo ([1813] 1989: 54-57) y
Stevenson ([1825] 1994: 507), se refieren específicamente a los rumores que
corrían en ese preciso momento. Sea cual fuere el origen, lo que sí es cierto
es que corrieron muchos rumores sobre la suerte de los presos, de tal manera
que el pueblo, azuzado por realistas infiltrados o por gente de sus propias filas,
causó un motín de gran magnitud que involucró a toda la ciudad.
En este caso, la comunicación establecida por el rumor promovió un conflicto social mayúsculo. Nacido de un emisor anónimo, realista o insurgente, no
pudo ser comprobado antes de que se convierta en una acción devastadora.
Nos preguntamos ahora si la intención del mensaje -terminar con la vida de
los principales insurgentes- desenmascara al emisor. Quizá se trataba de un
chisme que tenía una intención explícita, que posteriormente permitiría “dominar, controlar, aislar, acosar, dañar”, como dicen los comunicadores actuales. En este caso el daño fue físico y psicológico y se convirtió en un eficiente
instrumento de poder social.
El daño que este chisme buscaba causar, distorsionó la información de tal manera que les fue útil a los realistas, sin embargo, la construcción que ha dado la
Historia a estos hechos, parece develar la intención del entonces desconocido
emisor, de tal manera que los realistas han quedado sin la calidad temporal de
vencedores que las consecuencias inmediatas de ese chisme les endilgó.
Como se mencionó anteriormente, también circularon rumores durante las
batallas en el frente sur de la Audiencia.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
189
Es evidente la participación que tuvo el guayaquileño Bejarano en 1811, al
actuar como mediador entre realistas e insurgentes, para que se permita que
Molina llegue a Quito y sea reconocido como presidente de la Audiencia. Exageró o distorsionó intencionalmente la información sobre el estado del ejército
quiteño. Los receptores, el ejército de Arredondo acantonado por algún tiempo en las cercanías de Guaranda y cargado de una “mala conciencia” sobre
su actuación en Quito, no tuvieron oportunidad de validar la aseveración de
Bejarano y su desbande ha sido calificado de “vergonzoso” por quienes han
escrito la historia de la época.
En Cañar el ejército comandado por Carlos Montúfar fue dividido no sólo por
los indios de Juncal, sino también por los rumores que circularon. Según esos
rumores, Carlos Montúfar había dispuesto que no se colabore en esta batalla
para no dar un triunfo a Calderón, que era el representante de los sanchistas.
De ser cierta esta aseveración, el rumor sobrepasó el daño inflingido a los sanchistas, pues marcó el inicio de las derrotas militares insurgentes, sanchistas y
montufaristas incluidos.
En una época en que la oralidad era predominante, el chisme demostró ser
una de las herramientas más eficientes, tanto para dañar al contrincante como
para adquirir poder. Podemos asegurar que el rumor, los chismes y las habladurías, en el caso de la Revolución quiteña, fueron ampliamente utilizados
como estrategias de integración, convencimiento, disuasión o persuasión a
las que recurrieron tanto hombres como mujeres. En aquellos casos en que
fueron empleados como estrategias contra individuos, fueron utilizados principalmente por las autoridades -en ese tiempo exclusivamente varones- para
ventilar intimidades de los personajes, sobre todo mujeres y desvalorizar así
sus acciones revolucionarias. Al inventar y deleitarse con la maledicencia, se
afectó más a ellas que a ellos.
La historia logra identificar la eficacia temporal del chisme y a la vez, con el
trascurrir de los años y el distanciamiento, tiene la capacidad de desvirtuar esa
eficacia, pues también puede identificar a los emisores, su intencionalidad y la
situación de los receptores. De esta manera los rumores, tamizados y analizados por la Historia, pueden tornarse en hechos, “noticias”, a divulgarse.
Resta mencionar que vistos estos rumores con la distancia de doscientos años,
se aprecian como hábiles estrategias de los contendientes que permiten ver las
190
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
mentalidades direccionadas a fines predeterminados que sólo la Historia nos
ha permitido así juzgarlos en su real dimensión.
Las Perseguidas
Como se ha visto, la guerra afectó a todos por igual y de varias maneras. A
continuación analizaremos el caso de dos mujeres que nos muestran las dos
caras de la misma moneda, cuando de los avatares de la guerra se trata. La una
es la realista Teresa Calisto, de quien poco se ha dicho, probablemente por
pertenecer al bando de los perdedores. La otra, Rosa Zárate, ha sido exaltada
por la Historia como la víctima de la venganza sangrienta infligida a los insurrectos.
Teresa Calisto: realista y patriota
Como ya se mencionó, para noviembre de 1812 la cuidad de Quito quedó
prácticamente desolada. Frente a la amenaza de ser apresados o vejados por las
tropas realistas que desbarataron a los rebeldes, muchos habitantes escaparon.
Sin embargo, para los quiteños que defendieron la causa del Rey, la llegada de
Montes representó un respiro a los abusos y persecuciones que sufrieron en
manos de quienes ellos denominaron insurgentes. Ese fue el caso de Teresa
Calisto y de toda su familia.
Sin duda los miembros de la familia Calisto, a los que ya hemos mencionado
en otras partes del libro, fueron actores importantes en el proceso revolucionario, pero pocos autores han hecho referencia a ellos o han destacado su participación. Al dejarlos de lado y esconder su actuación la historia de la revolución
de Quito pierde personajes fundamentales que permitirían tener un visión
global de la época.
Un estudio más detallado de esta familia nos dejaría ver cómo, desde el inicio,
al interior del Cabildo quiteño, se produjo la resistencia a la Junta Quiteña; o
cómo los realistas adaptaron su pensamiento político y sus acciones una vez
que triunfó la Independencia. Así la familia Calisto, las mujeres que formaron
parte de ella, y en general el movimiento contrarrevolucionario merecen un
estudio independiente y más minucioso. Por ahora tan sólo haremos referencia a algunos hechos que nos ayudarán a explicar la persecución que enfrentaron algunas mujeres de esta familia.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
191
En agosto de 1809, el regidor de Quito, Pedro Calisto y Muñoz, en las sesiones
del Cabildo quiteño, se declaró abiertamente contrario al establecimiento de
la Junta195. No quedan del todo claras las motivaciones que tuvo para ello, pero
lo que sí sabemos es que se convirtió en uno de los más acérrimos defensores
de la causa del Rey en la Audiencia de Quito. Cual patriarca, organizó a su
extensa, pudiente e influyente familia y, a través de sus relaciones sociales y
económicas, lideró la contrarrevolución con verdadera decisión.
Carlos Calisto, su hijo, dirá años más tarde que “la sublevación del año 1809,
la extinguió mi padre en unión a sus parientes”196. Otros informes de la época,
como el de José Joaquín de la Peña, administrador de Temporalidades, corroboran la afirmación del hijo de Pedro Calisto197.
En estas acciones contrarrevolucionarias no sólo se involucraron los hombres
de la familia Calisto; también lo hicieron las mujeres, especialmente Josefa
Calisto y Muñoz y Teresa Calisto y Borja, hermana e hija de Pedro Calisto y
Muñoz. Para comprender el entorno familiar y político en el que se desenvolvieron estas mujeres es imprescindible, como en la vida real, conocer también
de los hombres de la familia.
En 1796 Teresa se casó con el recientemente llegado español Pedro Pérez Muñoz quien logró amasar una considerable fortuna, en gran medida originada
en la importante dote que recibió de su suegro198. Para 1809 era miembro de
la administración de Ruiz de Castilla y cercano al Presidente. Pérez Muñoz
estuvo al tanto de los planes insurgentes desde los primeros movimientos que
se hicieron para erigir una Junta. Sus acciones poco claras en el juicio que se
instauró contra quienes se reunieron la noche de Navidad de 1808 en la hacienda de Juan Pío Montúfar, así como su participación como secretario de la
causa contra los implicados en el 10 de Agosto de 1809, le llevaron a convertir-
195.
196.
197.
198.
ANHQ, Serie Gobierno, Caja 65, Exp. 21. Testimonio dirigido al Virrey por José Joaquín de la Peña, oficial
primero de la administración de Temporalidades del Quito, sobre los acontecimientos del 10 de Agosto de
1809 y sus antecedentes.
ANHQ, Serie Criminales, Caja 220, Exp.12. Proclama del fiscal por las muertes de varios realistas
ANHQ, Serie Gobierno, Caja 65, Exp. 21. Testimonio dirigido al Virrey por José Joaquín de la Peña, oficial
primero de la administración de Temporalidades del Quito, sobre los acontecimientos del 10 de Agosto de
1809 y sus antecedentes.
ANHQ, Notaría 6ta, 1794-97, f. 652.
192
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
se en una de las figuras realistas más perseguidas y odiadas por la insurgencia
quiteña199.
Tanto él como su suegro fueron identificados desde el inicio como personajes
que no favorecían las medidas autonomistas de Quito. A pesar de ello los mismos insurgentes comisionaron a Pedro Calisto para viajar a Cuenca y negociar
la adhesión de esta ciudad a la Junta de Quito.
Admití la comisión [para viajar a Cuenca y gestionar el reconocimiento de
la junta de Quito] porque convenía a mis designios. […] Desde la primera
jornada de esta ciudad, empecé a explorar los semblantes y graduar las posiciones […] halle buena disposición en Ambato, en donde es corregidor mi
sobrino Don Ignacio Arteta […]. Pasé a Riobamba […] necesité de cautelas;
pero encontré buena disposición de la mayor parte de los regidores y en mi
cuñado Don Jorge Ricaurte, que comandaba las tropas de Guaranda, y tenía
varios oficiales, reducidos al partido real […]200.
Es justamente durante este viaje que hizo contacto con los gobernadores Aymerich, Cucalón y Tacón y con el obispo de Cuenca, Quintian Ponte, para
organizar la resistencia a Quito.
Sagazmente, otros miembros de la familia se declararon a favor de la Junta.
Carlos Calisto entregó indígenas de sus haciendas para apoyar la causa. Él y
su hermano Nicolás mantuvieron correspondencia con los líderes revolucionarios. Pero todo resultó ser una pantomima ya que al final, y en el momento
preciso, toda la familia Calisto apoyó a la contrarrevolución. Prueba de ello
son las cartas y declaraciones de los hijos de Pedro Calisto, Nicolás y Carlos,
en las indagaciones que hizo Aréchaga a fines del año 1809201.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
encaminado por Aréchaga y Fuertes Amar hicieron peligrar nuevamente al
régimen español. Así lo transmitió Pedro Calisto al virrey de Santa Fe202. Le
pedía en sus cartas que interviniera rápidamente y cambiara a las autoridades
que él juzgaba incompetentes, pues creía que sólo así la convulsionada ciudad
entraría en orden. Pero para estas fechas Santa Fe ya tenía sus propias complicaciones causadas por la insurgencia santaferina.
Luego de los sangrientos acontecimientos del 2 de Agosto y la instauración de
la segunda Junta, muchos realistas debieron escapar de la ciudad por miedo a
las represalias. Los hombres de la familia Calisto también huyeron de Quito.
Teresa, luego de dar aviso a su esposo de los peligros que corría, se escondió
en el convento de Santa Clara.
Pese a la situación poco favorable, Pedro Calisto, su hijo Nicolás y su yerno
Pérez Muñoz viajaron hacia el norte con el fin de contactarse con los realistas
de Pasto e intentar, una vez más, desbaratar la Revolución. Pero en el camino,
y cargados de armas y pertrechos, fueron capturados por el populacho en el
valle del Chota.
El mismo día en que Quito supo sobre las acciones contrarrevolucionarias de
Calisto y de su prisión, el pueblo enardecido sacó a rastras a Teresa del convento. La llevaron a la cárcel en donde esperó a sus familiares, que llegaron
casi desnudos a la ciudad en medio de la ira del pueblo que pedía su muerte203.
Otros miembros de la familia también dieron testimonio de su persecución.
Jorge Luís Ricaurte, casado con Josefa Calisto, informaba:
yo sujeto con mis hijos a perpetuo retiro, sufriendo desaires consecutivos,
reducidas mis casas a cuarteles, ultrajada mi consorte y familia, no he dejado de velar un instante por el éxito de dicha buena causa [la realista] y restablecimiento del gobierno legítimo, paz común, comunicación y comercio
con los países de nuestra provincia204.
Luego de la disolución de la primera Junta todo parecía que se decantaba a
favor de los Calisto y su posición política. Sin embargo, lo poco atinado de la
administración de Ruiz de Castilla, los abusos de Arredondo y el oscuro juicio
199.
200.
201.
Pedro Pérez Muñoz, en Fernando Hidalgo-Nistri, Compendio de la Rebelión de América, op. cit.
AHDMQ, Informe de Pedro Calisto y Muñoz al Virrey de Santa Fe, Procesos de 1809. La Revolución de
Quito, Tomo XVII # 001203, fs. 362/370, p. 1-9.
AHDMQ, Procesos de 1809, La Revolución de Quito, 1809-1812, tomo VIII, No. 001205, fs. 757/759, p.
869-871. Declaración de Nicolás Calisto sobre una carta enviada al marqués de Selva Alegre. También AHDMQ, Procesos de 1809, La Revolución de Quito, 1809-1812, tomo VIII, No. 001204, fs. 21/33, p. 29-39.
193
202.
203.
204.
AHDMQ, Procesos de 1809, La Revolución de Quito, 1809-1812, tomo CXXIX, Criminales, No. 001203,
fs. 362/ 370, p. 1-9, Informe de Pedro Calisto y Muñoz al Virrey de Santa Fe, Feb.1810.
ANHQ, Serie Criminales, Caja 231, Exp. 1.
ANHQ, Fondo Especial, Caja 191, 1810-1811, Vol. 1, 1811.
194
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Finalmente, y luego de varios meses de prisión, la plana mayor de la insurgencia decidió que Pedro y Nicolás Calisto debían ser pasados por las armas, lo
que efectivamente sucedió, pocos días antes de la llegada de Toribio Montes a
Quito. Teresa y su esposo, Pedro Pérez Muñoz, fueron sentenciados al presidio de Bocachica en Cartagena. Los insurgentes se ensañaron con los líderes
contrarrevolucionarios: sus propiedades fueron saqueadas, algunos de ellos
fueron perseguidos, arrastrados y expuestos a la ira popular.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
tes contribuciones económicas para mantener la causa del Rey. Entre quienes
fueron solicitados, figura el nombre de Teresa Calisto. La respuesta escrita y
firmada por esta mujer realista nos da una interesante visión sobre cómo ella
sintió y vivió la Revolución:
La persecución y angustias que sufre la patria son las mismas que yo sufro
y he sufrido: por ella he perdido a un padre y a un hermano, por ella tengo ausente y desterrado mi marido; por ella padecí con todos tres, más de
seis meses de la prisión más horrorosa, por ella estuve expuesta siempre al
furor del pueblo más vil, movidos por los autores de la insurrección y sus
secuaces; por ella he quedado sin más bienes que los que pudieron escapar
de esos vándalos […] en una palabra me consagré a la muerte por la patria
y solo pude escapar con vida por milagro. La patria es amenazada, lo soy
yo también, no más que por haberle sido y ser la fiel […] después de haber
hecho tanto sacrificio por su libertad y su quietud, estos instantes y peligros
son todos causados por solo los insurgentes que dieron en Quito la primera
señal de la insurrección […]. Cuando me pasan el oficio exigiéndome la
cantidad expresada, no debiendo incitarme a contribuirla como para que de
yo prueba de mi amor a la patria; pues para quien ha expuesto su vida y ha
padecido cuanto padecí en su obsequio; no es prueba de amor la dadiva…206
Son muy públicas en esta ciudad las afrentas y agravios que ha padecido
[Teresa Calisto] en esta época desgraciada, sin embargo de hallarse embarazada, por la crueldad de la gente, en varios tumultos quisieron quitarle la
vida; […] pasaba los días ocultándose en los conventos y en otros lugares
por poner en salvo su existencia, sin reparar en los privilegios del sexo […].
Repetidas veces se le puso presa y por último se hizo de ella un ejemplar
[…]205.
Frente a esta afirmación cabe preguntarse, ¿qué hizo Teresa Calisto para merecer tal castigo? Al igual que los hombres de su familia, ella fue perseguida,
enjuiciada y condenada. La documentación hace referencia a que ella dio aviso
a su esposo para que huya y probablemente también colaboró llevando y trayendo información en apoyo al partido de su padre. Es posible que también
participó en la logística, al igual que lo hicieron muchas otras mujeres, realistas o insurgentes.
Pero, ¿eran motivos suficientes para recibir tal castigo? La documentación revisada nos permite identificar un denominador común: los juicios, las cartas,
los relatos e informes no revelan los detalles de las acciones realizadas por las
mujeres en el proceso revolucionario. En la mayoría de casos la información
se limita a datos o pistas sobre las prisiones y penas que les fueron impuestas.
Así sus acciones quedan acalladas y parecería que fueron menos importantes
y trascendentales para el proceso de lo que realmente fueron.
Sin embargo, en el caso de Teresa Calisto, ella misma nos cuenta sobre su
experiencia en la Revolución. Toribio Montes solicitó a varios vecinos de Quito, tanto realistas como insurgentes que habían sido perdonados, importan-
205.
ANHQ, Serie Civiles, Caja 47, Exp. 15.
195
En esta contundente negativa al pedido de Montes cabe resaltar el parangón
que Teresa Calisto hace entre su propia vida y el territorio quiteño, al que llama
su patria, devastados ambos por la guerra. Teresa hizo referencia al amor y abnegación que merece el lugar de nacimiento y utilizó hábilmente argumentos
en los que la patria es vista como una mujer desprotegida que sufre la injusticia
de los avatares de la guerra. En este caso fue una mujer quien tomó sobre sí la
responsabilidad de proteger y defender a la patria. ¿Porqué lo hizo? ¿Porqué
asumió esta responsabilidad social y política que en el contexto histórico en el
que se desarrollaba el conflicto, les correspondía a los varones?
Ciertamente estamos frente a un sujeto femenino con una personalidad muy
particular e interesante que, al parecer, fue desarrollándose y modificándose a
los largo de estos años de guerra. Hagamos un breve recuento de la información que hemos logrado recabar sobre Teresa Calisto.
206.
ANHQ, Serie Gobierno, Caja 70, Exp. 5, 1813.
196
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
Probablemente muy joven se casó con Pedro Pérez Muñoz. Su ambicioso
marido no se conformó con la cuantiosa dote entregada por Pedro Calisto y
Muñoz, regidor de Quito, y se involucró en un penoso incidente en el que su
suegro le acusó de robarle ciertos objetos personales y algunos documentos la
misma noche en la que la madre de Teresa murió, mientras era velada207.
Teresa, acusada de ser una hija ingrata, se encontró en medio de dos hombres
que, según se puede ver en la documentación, tenían una recia personalidad
y que por algún tiempo mantuvieron varios conflictos legales. A pesar de ello,
años más tarde, lograron resolver sus diferencias y se enfrentaron a los insurgentes quiteños desde el mismo bando.
Durante el proceso revolucionario los escritos de estos dos hombres, Calisto
y Pérez Muñoz, escasamente refieren lo que Teresa hizo a favor de la causa de
su familia. Su padre no la menciona en ninguno de los documentos que han
llegado hasta nuestras manos y su esposo habla muy al paso sobre ella, generalmente para enfatizar las persecuciones que vivieron los miembros varones
de la familia o para dejar en claro cuál era su posición social al estar casado
con una mujer perteneciente a una de las familias más importantes de Quito.
Si sólo dispusiéramos de esta información, Teresa Calisto pasaría casi inadvertida. A primera vista aparece como una mujer totalmente subordinada a
la autoridad patriarcal. Su personalidad contrasta con las de María Ontaneda
y Larraín o Josefa Tinajero, a quienes desde el primer momento las identificamos como mujeres con una fuerza vital impresionante, independientes y
defendiendo sus intereses. Por el contrario, Teresa parece recatada, sumisa y
dependiente del poder patriarcal.
Pero luego, al leer la carta que escribió a Montes, Teresa cobra nuevos matices:
su sufrimiento y persecución son motivo de orgullo para ella. Si bien no hace
explícitas sus acciones a favor de la contrarrevolución, sí las considera válidas
para la conservación de la patria y el orden, que según ella afirma se había perdido primero en Quito. En esta carta es evidente la fuerza que Teresa era capaz
de demostrar al enfrentarse a la autoridad y resaltar lo que ella y su familia
vivieron durante la Revolución. Se presentó ante la autoridad con decisión,
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
negándose a soportar más abusos de una manera notoriamente distinta a la
que las mujeres generalmente lo hacían ante la autoridad. Lejos de expresarse
plañideramente, Teresa encuentra en sus padecimientos la verdadera fidelidad
y aporte a la patria, por un lado; y, por otro, un mecanismo de defensa de los
intereses familiares. Las acciones de su familia y las suyas propias, así como
las persecuciones que sufrieron fueron tan públicas y notorias que ya no era
necesario hacer ninguna donación monetaria para mostrar ante las nuevas
autoridades su fidelidad al Rey, como sí tenían que hacerlo las demás familia
quiteñas.
Cuando los hombres de la familia murieron o escaparon, ella se encargó de
recuperar lo perdido, administrarlo y proteger a los demás miembros de la
familia. La imagen de la mujer sumisa que los hombres de la familia Calisto
trasmitieron se desvanece así y toma fuerza la imagen de la mujer que defiende
a la patria en el bando en el que ella cree correcto.
La romántica Rosa Zárate
Escribir sobre Rosa Zárate ha sido especialmente penoso para las autoras. Parecería que el objetivo de su vida fue dejar huellas, en medio de gozos y llanto,
para que sus perseguidores la señalen.
Los documentos encontrados en los archivos que tienen relación con ella nos
permiten verla como una constante compañera de su segundo esposo, Nicolás de la Peña. Estuvo con él desde su fuga del convento de las Conceptas en
Riobamba, alrededor de 1786. Asistía conjuntamente con él a las tertulias que
se realizaban en la ciudad (Monsalve, 1926: 242-243). Por las acusaciones que
constan en varios documentos conocemos que participó, junto con Peña, en
el levantamiento de la población que linchó al presidente conde Ruiz de Castilla208; y que juntos fugaron de Ibarra hacia las selvas occidentales de Malbucho,
luego de la derrota de San Antonio.
208.
207.
Dote de Teresa Calisto, ANHQ, Notaria 6ta, 1794, fs. 652.
197
Tan solo en uno de los juicios que se sigue por la muerte de Ruiz de Castilla se menciona a Rosa Zárate como
cómplice de esto hecho. Uno de los indios de San Roque que asaltó la Recoleta de la Merced dice que Rosa
“sabía a lo que iba y mandó a un criado a traer seis docenas de cuchillos para la gente” y el músico José Hernández, implicado también en este delito, dice que Nicolás de la Peña le llamaba, “pero con más execusión
[insistencia] su mujer para que le diese noticias de que se hablaba o estaba en oposición a sus ideas”. ANHQ,
Serie Criminales, Caja 220, Exp. 6.
198
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
Si bien en la vida de Rosa Zárate y en los hechos de la Revolución de Quito
hay mucho material para un relato romántico, sólo Carlos Tobar se inspiró en
la epopeya de la independencia para escribir su novela que tiene, de acuerdo a
los críticos, algo de romántica y mucho de costumbrista; pero entre sus personajes no está Rosa209. Sobre ella sólo escribieron los historiadores y ¡qué poco
nos han dicho!
¿Por qué Rosa Zárate parece ser una figura romántica? Según Anthony
Giddens, (2004) durante el siglo XIX en Europa, los lazos matrimoniales llegaron a basarse en consideraciones diferentes a los juicios de valor económico
con el surgimiento de la noción del amor romántico. Éste, arraigado en los
grupos burgueses, fue difundido principalmente por la novela en todo el orden social.
La difusión de los ideales del amor romántico, dice Giddens, desligaba el amor
marital de otro tipo de lazos como el de parentesco y le daba una significación
especial; entonces, “esposos y esposas comenzaron a ser vistos como colaboradores de una empresa emocional conjunta”, hasta llegar a desplazar a un
segundo lugar otras obligaciones, incluso la de los hijos. Miremos entonces a
Rosa con ojos románticos…
Nació en Quito en 1763, hija ilegítima del abogado español Gabriel Zárate y
Gadea y de la quiteña Mariana Ontaneda y Orbe. Posiblemente por ser ilegítima, fue criada por su abuela Orbe para quien Rosa compró posteriormente
una casa en el barrio de La Merced (Jurado, 1995:129).
A los 15 años se casó con Don Pedro Cánoba, un español que vivía en Riobamba, pero su matrimonio no debe haber sido nada bueno, pues ocho años
después estaba conviviendo en Quito con el joven Nicolás de la Peña y Maldonado, quien le ayudó a huir del encierro en el convento de las Conceptas de
Riobamba al que le habían condenado por tener una vida nada apropiada para
una mujer casada y mantener amistades no adecuadas. En 1786, un informe
del Presidente de la Audiencia de Quito al Ministro de Indias, reportaba que
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
“noticioso de la escandalosa vida de Rosa Sárate, mujer de Don Pedro Cánoba,
la cual traía relajada la juventud de Quito” había iniciado una sumaria para
que “se resolviese lo conducente de su contención, y escarmiento de otras de
la misma especie”210.
Resultado de la sumaria, Rosa fue recluida por dos años en el Monasterio de
Monjas de la Villa de Riobamba. La indagación comenzó por una denuncia
propuesta por don José de Gálvez porque el provincial de San Agustín, fray
Nicolás Saviñon, mantenía “a su vejez con tenacidad una vida abandonada a
la prostitución venérea”211. En este asunto había estado involucrada Rosa. Es
posible imaginarse las habladurías que habría en este caso que escandalizaba
la pequeña ciudad.
Fugitiva de la justicia que le encerró en un convento en Riobamba, vivió en
Quito desde 1786 con Nicolás de la Peña, con quien al año siguiente, tuvo su
único hijo, Francisco Antonio. Algunos años después, en 1795, su esposo Cánoba murió; para entonces Rosa estaba viviendo sola con su abuela (Jurado,
1995: 129).
Parte imperiosa de la vida y destino de esta mujer y de Nicolás de la Peña, fue
su hijo. Antonio de la Peña tuvo una buena educación, pese a las restricciones
que hijos habidos fuera de matrimonio -y peor aun de adúlteros- tenían para
acceder a los establecimientos educativos o titularse. Resta una investigación
más profunda para conocer los trámites que Rosa y Nicolás debieron hacer
para dar a su hijo una educación esmerada. Posiblemente el matrimonio de
sus padres en 1801 que lo legitimó, allanó el camino para Antonio. Francisco
Antonio se casó con Rosaura Vélez de Álava y Buenaño, y tuvieron una hija,
Manuela212.
Instaurada la primera Junta insurgente, Antonio fue nombrado Comandante
del destacamento quiteño que fue hacia el sur a fin de neutralizar la contrarrevolución que estaba haciendo estragos en la zona de Riobamba. Allí se encon-
210.
211.
209.
Nos referimos a Relación de un veterano de la independencia (Tobar, 2002 [1895]), de la cual Hernán Rodríguez Castelo dice que es “la mejor novela histórica ecuatoriana y una de las más hermosas del costumbrismo
americano”.
199
212.
Citado en Núñez, 1999: 82, del Archivo General de Indias, Sevilla.
Informe del Presidente de Quito al Ministro de Indias, Quito, 18 de enero de 1786, AGI, Quito, L. 378-B, en
Núñez, 1999: 82.
Manuela de la Peña y Álava fue otra de las hijas de insurgentes que diez años después asistirían en lugar privilegiado a la ceremonia de bienvenida a Simón Bolívar (Jurado, 1995: 121-165).
200
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
traba don Pedro Calisto organizando la oposición realista a la Revolución, en
acuerdo con las autoridades de Cuenca, el Gobernador Aymerich y el Obispo
Quintián y Ponte.
En el sitio de Alausí, según propio informe de Pedro Calisto, los insurgentes le
atacaron y escudándose en sus propios soldados, se libró de la muerte. Calisto
fue apresado por los insurgentes y mientras esperaba las órdenes de Quito
sobre su suerte, don Pedro redujo al “partido de la razón” a sus celadores, los
oficiales revolucionarios que estaban en Alausí213 Así Calisto logró sumarlos al
ejército contrarrevolucionario que estaba formando. Entre esos oficiales estaba Antonio de la Peña y Zárate. Pedro Calisto se preocupó de dejar señalado
el hecho en escritura pública y comunicarlo al obispo de Cuenca y al Gobernador de Guayaquil214.
Consideramos que esto debe haber dolido sobremanera a nuestra romántica pareja. El hecho de que el hijo de uno de los principales promotores de
la insurgencia fuera convencido por el más ardoroso realista y enemigo del
cambio, debe haber sido insoportable. Imaginamos la indignación de esos padres y el dolor que deben haber sentido, tanto, que es muy probable que sus
actividades revolucionarias posteriores hayan estado marcadas por esa triste
amargura. Más aún si pese a este hecho deshonroso de su hijo, y en circunstancias que no hemos logrado esclarecer, los realistas le tomaron preso en 1810
y lo encerraron en el cuartel de Lima, donde murió el 2 de Agosto junto con
más de sesenta insurrectos. La muerte prematura de su único hijo debe haber
alimentado el dolor de su alma y generado mucho rencor.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
cárcel para presenciar su muerte216. Sin embargo, algunos historiadores consideran que la declaración de inocencia, ratificada en su testamento dictado
horas antes de ser ejecutados, es suficiente prueba de que no participaron en
esos tumultos.
Una vez más la documentación revisada no nos permite identificar con claridad las acciones revolucionarias de una mujer. Sin embargo, al reinstaurarse
el gobierno realista, Rosa fue la única mujer a quien se persiguió inmisericordemente. Por orden directa del presidente Montes se le ejecutó conjuntamente
con su esposo y sus cabezas fueron trasladadas a Quito para ser expuestas al
público en escarmiento de sus culpas. Semejante castigo sólo pudo ser impuesto a quienes eran considerados e identificados como los verdaderos motores en los levantamientos populares. Con toda seguridad de la Peña era un
tribuno de la plebe y aunque no podemos identificar a Rosa claramente como
una insurgente, fue lo suficientemente romántica para acompañar a su esposo
en todas sus actuaciones.
Rosa Zárate y Nicolás de la Peña tuvieron una “empresa emocional” tan conjunta, que juntos fueron pasados por las armas en Tumaco, luego de haber
huido por la selva, tratando de sobrevivir a la tenaz persecución de la que
fueron objeto217.
La participación de la plebe en la Revolución de Quito
La revuelta de Quito fue -sobre todo en su origen- el
espejo de la sociedad que la produjo, un acontecimiento aristocrático y cerrado, característico de una
región centrada en sí misma y de carácter jerárquico
[…]. El impulso inicial vino de lo más alto de la sociedad quiteña, aunque luego seguiría la participación
popular (Minchom: 2007, 262).
No llamaría la atención entonces, que fueran ciertas las acusaciones hechas
por el gobierno realista de ser ellos los instigadores del pueblo para que se
diera muerte a Ruiz de Castilla. Pedro Pérez Muñoz, el yerno de Pedro Calisto,
también los acusó de ser los instigadores de la ejecución de los Calistos, padre
e hijo215. Incluso algunos testigos de la época sostienen que en la noche de la
ejecución de los Calisto, Rosa Zárate y su esposo entraron embozados a la
213.
214.
215.
AHDMQ, Procesos de 1809 La Revolución de Quito, Tomo XVII # 001203, fs.362/370 p. 1-9. Informe de
Pedro Calisto y Muñoz al Virrey de Santa Fe.
Ibid.
ANHQ, Serie Civiles, Caja 47, Exp. 15, fs. 1-32. Autos promovidos por Dn. Pedro Pérez Muñoz, demandando daños y perjuicios a los individuos que componían el intruso gobierno revolucionario.
201
216.
217.
ANHQ, Serie Criminales, Caja 231, Exp. 1.
Rosaura Vélez de Alaba y Buenaño, esposa de Antonio, que también huía con ellos, murió en la selva de
agotamiento o por alguna enfermedad contraída en la zona noroccidental de la Audiencia. ANHQ, Serie
Criminales, Caja 220, Exp. 15.
202
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
A todas luces la junta de Agosto de 1809 fue dirigida por la élite colonial criolla. A lo sumo podríamos llegar a sostener que fue pensada y orquestada por
intelectuales de estrato intermedio, que en sus manifiestos y proclamas populares no necesariamente buscaban alcanzar el apoyo de la plebe, sino, tan solo
informar de lo actuado por los líderes del movimiento (Minchom, 2006: 264).
[…] la iniciativa para la formación de la junta del 10 de Agosto de 1809 se
originó, en lo esencial, en los abogados Morales y Quiroga, los representantes de las destacadas familias de la nobleza criolla […] secundaron el movimiento y ocuparon los más importantes cargos y funciones […]. Las capas
inferiores de la población no fueron incluidas en el movimiento […]. La
gran masa de la población fue informada del desarrollo de los sucesos tan
solo por los ‘tribunos de la plebe’ […]. Sin embargo, los inicios de una movilización y radicalización de la población de los barrios quiteños, atizados
por los abogados Morales y Quiroga, contribuyó a la dimisión del marqués
de Selva Alegre como presidente de la primera Junta, en vista del peligro de
un tumulto incontrolable (Büschges, 2007: 257-261).
¿Eran tan ingenuos que pensaban llevar a cabo el cambio de autoridad sin el
apoyo del pueblo? De ninguna manera. Lo más probable es que asumieron, en
un ejercicio de autoridad y de señorío, que el pueblo seguiría mansamente a
los dirigentes del nuevo gobierno y sus planes. En los pocos meses que duró la
primera Junta, la población se mantuvo prácticamente al margen de los acontecimientos. Así como ya se ha dicho varias veces, y lo han señalado muchos
autores, la Revolución de 1809 fue un movimiento de criollos quiteños que
buscaban tomar control sobre el espacio de la Audiencia e implementar un
proyecto económico particular; de ninguna manera se planteó la independencia de España, mucho menos un cambio en el orden social y jerárquico (Landázuri, 1989)
Sin embargo, desde el inicio del movimiento, y a pesar de que se puede ver a la
primera Junta quiteña como carente de rumbo definido y fraccionada (Minchom, 2006: 264), sí hay constancia de que algunos de sus dirigentes hicieron
arreglos para contar con el apoyo de indígenas en los sectores rurales. Ese sería
el caso de Xavier de Ascázubi quien contactó al cacique de Otavalo, Tiburcio
Cabezas Pillas Anco Inca de Salazar Puento y Balenzuela, cacique de sangre
y gobernador de indios (ver fotos de documentos suscritos por Cabezas en la
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
203
página .....), para que de las haciendas de la región sacara indígenas para formar la tropa insurgente218.
No sabemos qué motivó al cacique a involucrarse en la Revolución de Quito
o si tenía una agenda propia que buscaba obtener un beneficio personal como
convertirse en corregidor de Ibarra219, lo que efectivamente consiguió mientras duró el gobierno insurgente. Lo que sí sabemos es que su participación lo
llevó a la cárcel con los demás insurrectos y que quedó pobre y endeudado220.
Más aún, en este tipo de hechos se puede apreciar cómo se accionaron las
redes clientelares y las relaciones de lealtad que, conforme avanzó el proceso
revolucionario, se hicieron más evidentes.
En noviembre de 1809 entró en Quito el comandante Antonio Arredondo con
sus tropas venidas desde Lima. Los abusos y opresión que vivió entonces la
ciudad suscitó una sensación de “ocupación extranjera” mientras que la sentencia de Aréchaga contra un número tan grande de implicados creó a su vez
un sentimiento de persecución.
Para julio de 1810 comenzaron a circular los primeros pasquines que pretendían movilizar a la población contra el recientemente restituido gobierno de
Ruiz de Castilla. Poco a poco la presión de gobierno y el ambiente de guerra e
incertidumbre que reinaban hicieron que el pueblo se identifique con la insurgencia criolla y que surja un sentimiento anti- peninsular221.
Es evidente que luego de la matanza del 2 de Agosto la plebe se manifestó
mucho más definidamente insurrecta y apoyó con mayor decisión a la Revolución. Por esto, si queremos comprender la participación popular ella, es
necesario distinguir claramente dos momentos: el de 1809 y los posteriores al
2 de Agosto de 1810.
218.
219.
220.
221.
AHDMQ, Procesos de 1809, La Revolución de Quito, 1809-1812, Tomo VII, No. 001202 fs. 396-405, y p.
477-490 y Tomo VII No. 001201 fs. 405-407 y p. 409-494.
Ibid.
ANHQ, Serie Haciendas, Caja 161, Exp. 6, 26 de Mayo de 1812. En una de sus cartas dirigidas a Montes
pedía que se le rebajen los tributos que debía pagar por todos los perjuicios que le causaron los quiteños rebeldes en el saqueo de su casa. Tiene muchos hijos y mujer y se encuentra mendigando desde las rebeliones.
ANHQ, Fondo Especial, Caja 195, Vol. 3, 1813 (475), doc. 169, Otavalo, 19-04-1813.
Pero como es usual en las situaciones de guerra, la documentación revela que estos mismos quiteños que se
manifestaban contra Arredondo y el viejo Presidente en 1810, una vez pasada la segunda Junta y restaurado
el gobierno realista con Montes, se proclamaron opuestos a las Juntas y fieles al la “justa causa” realista.
204
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
Probablemente como producto de estos sentimientos y sensaciones colectivas, del dolor que dejó la muerte de tantos quiteños y de las novedades en el
escenario político222, aparecieron pasquines y proclamas como el Convite de
San Roque a los demás barrios, en noviembre de 1810. Este documento nos
muestra cómo se radicalizó la posición de la población quiteña. Es evidente
que al mismo tiempo que reconocían la autoridad real, planteaban el regreso
de la soberanía al pueblo, dada la ausencia del Rey. Esto justificaba, según esta
proclama, la movilización armada de la población de los barrios de Quito para
defender su ciudad. La estrategia de defensa de la ciudad planteada en esta
proclama fue muy similar a la que meses más tarde se utilizó en la defensa de
Quito, a la llegada de Toribio Montes.
¿Hasta cuando mantenemos vejados, y humillados la argolla de la ciega servidumbre en nuestros cuellos? ¿Hasta cuando sufrimos la vara de hierro
sobre nuestras espaldas? ¿Hasta cuándo arrastramos las cadenas de la hostilidad, opresión y dominación extranjera de nuestro propio suelo? […].
Los negros de África nacen todos libres, ¿y no son después por su desgracia
esclavos todos? […]. Pero nosotros, aun desde el seno de nuestras madres
hemos sido hasta aun siempre de peor condición que ellos, no por la ternura de nuestro dueño, sino por la sevicia y crueldad de sus subalternos. Estos
malignos abusivos usurpadores, muerto aquel y sus herederos, no tienen
derecho ni a título justo para hacerse servir de nosotros, ni a apropiarse
de unos intereses que ya no están vinculados a nadie sino a sus naturales
poseedores. Perdimos desgraciados a Fernando, nuestro padre, nuestro Rey
y nuestro todo […]. Cuidado, alerta, atención. El tiempo es crítico, el riesgo
y peligro se acerca, y la ruina amenaza.
Preparémonos a no recibir al nuevo Presidente que es una ingente, y pesada
piedra de molino que va a caer sobre nuestros hombros y cabezas para demolernos y reducirnos como todos los anteriores piedras molares, al estado
de exterminio. […] No hay Rey, no hay padre, no hay señor, no hay herederos sucesores, no hay soberanía, no hay legítima autoridad […]. Nosotros
hemos quedado libres naturalmente […].
San Roque será el primero por el amor, que guarde los puntos de Yaguachi,
La Magdalena y San Diego […] Afilemos nuestras armas, y aglomerémos-
222.
Nos referimos a la llegada de Carlos Montúfar, la formación de la segunda Junta quiteña y a los intentos del
Presidente Molina de ejercer la presidencia de la Audiencia desde Quito.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
205
las. Batiremos el aire con las ondas. Plantaremos enarbolada la bandera de
guerra. Haremos resonar la trompeta y los instrumentos bélicos. […] Nuestros hijos valerosos y heroínas mujeres cambiaran sus talleres, oficinas y
fogones, sus telares, usos, y ruecas por las clavas de Hércules, por las fraguas
de los cíclopes de Vulcano y los rayos de Júpiter […].
Y por los ángulos de esta ciudad y sus ejidos, […] no se oigan más voces
que ¡Viva la Patria! ¡Viva la religión! ¡Viva la independencia de la potestad
intrusa! y ¡Viva, Viva la Libertad!223.
Es necesario preguntarse: ¿A qué o a quién responde el Convite de San Roque…? ¿A los sentimientos y pensamientos de los sanroqueños? ¿Tenía la plebe el conocimiento suficiente para escribir un documento como éste? ¿Está
la voz de San Roque plasmada en el documento? O, por el contrario, ¿es un
documento que revela los mecanismos de la élite insurgente para movilizar a
la plebe e incorporarla a la revolución?
Hay que señalar que este documento no está firmado ni tampoco incluye una
lista de nombres que se adhieren a él que nos permita hacer un estudio de la
procedencia étnica o social de quienes se responsabilizaban del documento.
Tan sólo sabemos que procedía de San Roque, barrio que pedía a los otros de
Quito tomar las armas y hacer uso de su libertad natural ejerciendo la soberanía, para no aceptar a las nuevas autoridades españolas. San Roque era un
barrio populoso, pero no se puede afirmar que haya sido la plebe la autora de
un documento que, como vemos, maneja términos y conceptos complejos e
incluso hace referencia a mitología griega. Esto no quiere decir que el pueblo
de Quito fuera totalmente ajeno a estas nociones y conceptos porque de lo
contrario no estarían expuestas de esta manera para cumplir su objetivo de
proclama. Con seguridad estos temas fueron parte de las discusiones en las
pulperías, en los sermones, durante las misas y en las fiestas.
Hace falta aún más investigación sobre la participación popular para responder definitivamente a las preguntas planteadas. Hasta ahora nos inclinamos a
sostener que este tipo de pasquines y hojas volantes respondían al trabajo de
los religiosos insurgentes que movilizaban a la población a favor de la causa
223.
Biblioteca del Banco Central del Ecuador, BBCE, Convite de San Roque a los demás barrios de Quito, noviembre de 1810, Vol. 27, f. 281.
206
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revolucionaria. Ese fue el caso de Joaquín Veloz, cura de San Blas, que escribió Diálogo entre un doctor y su maestro, documento calificado por Núñez
del Arco como subversivo. Recordemos también al cura de San Roque, José
Correa, uno de los principales acusados de movilizar a los indígenas de su
parroquia para atacar al conde Ruiz de Castilla.
La discusión teórica sobre la soberanía popular y la aplicación práctica de la
misma (cuando por ausencia de rey, el pueblo recupera la soberanía y es naturalmente libre), que se explica con tanta claridad en el Convite… , fue inicialmente analizada dentro del seno de las Cortes, en España y en el Cabildo
quiteño de 1809. Este tema separó y definió, dentro del Cabildo, a insurgentes
y contrarrevolucionarios. Estos últimos preguntaban “¿que era eso del pueblo soberano viviendo el Sr. Don Fernando VII y su real dinastía?”224. De esta
manera el planteamiento contrarrevolucionario se reducía a que privada la
cabeza, el pueblo no disponía de ningún recurso propio que permitiera administrarse (Demelas y Saint-Geours, 1988: 103). Morales y los demás insurgentes, por su parte, justificaban sus acciones diciendo que “por el cautiverio del
rey, cayó en anarquía la Nación de haber cesado su Majestad en el ejercicio de
soberanía natural. Este es un punto capital que no debemos olvidar”225.
Al parecer esta intensa discusión sobre en quién radica la soberanía, explicaría
a su vez por qué tantas ciudades y villas de América formaron Juntas Soberanas que desconocían a las otras juntas o gobiernos de las ciudades de las que
eran dependientes.
En definitiva, la noción de soberanía natural era fundamental en el sostenimiento de la revolución criolla y era profundamente cuestionada por realistas
en versos que, de una y otra manera, se filtraban también a la plebe:
¿Qué es la junta? Un nombre vano
Que ha inventado la pasión
Por ocultar la traición
Y perseguir al cristiano.
224.
225.
Regidor de Quito Rafael Maldonado, Actas del Consejo, Vol. 140 (1809-1814), fs.72, citado en DemélasSaint Geours, 1988: 102.
Confesión de Juan de Dios Morales, 1810, Vol. 12, fs.171, citado en Demélas-Saint Geours, 1988: 102.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
207
¿Qué es el pueblo soberano?
Es un sueño, una quimera,
Es una porción ratera
De gente sin Dios ni rey.
¡Viva pues, viva la ley,
Y todo canalla muera! (Zúñiga, 1968: 114).
No es nuestra intención desmerecer la participación del pueblo quiteño. Por el
contrario, buscamos mostrar los mecanismos o vías por las cuales se insertó y
participó en una revolución que inicialmente no pensó en él. De hecho, habría
que cuestionarse a qué “pueblo” apelaban los líderes del 10 de Agosto en sus
proclamas y discusiones sobre derecho natural y soberanía.
[…] una parte de los insurgentes compartía la opinión de Tomás Arechaga
quien confundía en su requisitorio al pueblo soberano con la plebe: ‘Hemos
notado con el mayor asombro darle al populacho, compuesto de la gente
más recia y despreciable de la ciudad, el nombre de soberano’.- El Obispo
Cuero y Caicedo temía igualmente a ‘este rudo populacho’, fuente de su pretendida soberanía y con el cual se corría el peligro de que (se echara) sobre
las propiedades y atropellara a las personas más respetables’. […] En cuanto
a Pío Montúfar, su ‘pueblo’ comprendía al clero, nobles y padres de familia,
con exclusión de los proletarios. […].-Juan de Dios Morales pensaba de
igual manera cuando decía que el pueblo esta formado por habitantes de los
barrios: los insurgentes no pensaban que pudiera incluir a la plebe en ello
[…] (Demélas y Saint-Geours, 1988: 104).
La matanza del 2 de Agosto y la posterior llegada de Carlos Montúfar marcaron un segundo momento en la Revolución en lo que a la participación popular se refiere. Las nuevas cabezas de la Revolución y quienes sobrevivieron
de la primera Junta estaban muy claros sobre la necesidad de incorporar al
movimiento, esta vez, a toda la población.
Identifiquemos ahora a los diferentes grupos que formaban parte de la plebe
y de los grupos populares y de una manera muy resumida veamos cuál fue su
participación.
La mayor parte de los indígenas del sector rural se movilizaban como parte
de los cacicazgos, bajo las órdenes del cacique o del hacendado para el que
trabajaban. Podemos encontrar caciques que movilizaron a su gente para el
lado insurgente, como Tiburcio Cabezas; y otros que favorecieron el realismo,
208
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como es el caso de Ramón Llamoca en Riobamba226. Sobre el tema hay varios
expedientes muy interesantes que reposan en el Archivo Nacional de Historia,
en Quito.
Algunos historiadores señalan que los indígenas fueron utilizados principalmente como apoyo para el transporte de armas y vituallas de guerra. Sin embargo, conforme avanzó el proceso revolucionario, y cuando se iniciaron las
hostilidades bélicas luego de la llegada de Carlos Montúfar, encontramos a los
indios de Guanujo, por ejemplo, colaborando con las tropas insurgentes en su
enfrentamiento en Guaranda (de la Torre, 1990: 539). En el bando contrario
los indígenas de las cercanías de Cañar hostilizaron a las tropas revolucionarias, dividiéndolas y causando en parte su derrota (de la Torre, 1990: 542).
Varios indios “sueltos” o asentados en la zona urbana tuvieron participación
en la Revolución. Sin embargo la documentación también los silencia y no
revela cuál fue exactamente su participación. De lo poco que queda constancia
es de la pena a la que fueron sentenciados. Ese es el caso del indio zapatero Caparedonda, a quien Montes condenó a la pena de muerte227 y mientras estaba
prófugo se confiscaron sus bienes (estancia o tambo) y se los puso en arriendo
al mejor postor228.
Cuando la documentación menciona la participación indígena en las revueltas, generalmente alude a hechos sangrientos en los que la población enardecida acometió contra funcionarios de la Corona o participó en la toma de prisioneros realistas. Mariano Pazmiño, ex escribiente de Simón Sáenz, declaró
que el día de la muerte de Vergara y Fuertes, cinco indios trataron de matarle
instigados por “mujeres sin religión”229.
Tal vez el caso más significativo fue la muerte del conde Ruiz de Castilla, a
quien el pueblo enardecido logró sacarle a la fuerza de su refugio, lo llevó a
rastras hasta la plaza principal mientras era golpeado e insultado. La intervención de las autoridades evitó que la muchedumbre acabara con él en ese
226.
227.
228.
229.
ANHQ, Serie Indígenas, Caja 162, Exp. 17.
BANH, Vol. 23, No. 62, Julio-Diciembre, 1943, p. 257-258.
BANH, Vol. XXXI, No. 77, Enero-Julio, 1951, p. 126-127. “Correspondencia del Presidente de la Real
Audiencia de Quito, Don Toribio Montes”, Carta de Toribio Montes a don Agustín Baca, febrero 20 1813.
ANHQ, Fondo Especial, Caja 193, 1810-1811, V. 2 (469), Exp. 10900.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
209
momento, pero a los pocos días murió por consecuencia de la agresión. La
investigación sobre la muerte del viejo Conde, iniciada por Toribio Montes,
deja ver que fueron los indios de San Roque, en primera instancia, quienes
atacaron el convento y sacaron al Conde.
¿Qué motivos tenían los indígenas de San Roque para matar a Ruiz de Castilla?
Probablemente ninguno en particular o distinto a la aversión que la población
de Quito le tenía por los acontecimientos del 2 de Agosto y por simbolizar la
represión que la ciudad había experimentado. Por el expediente abierto sobre
su muerte, se conoce que no sólo fueron los indios los protagonistas de este
hecho. También estuvieron involucrados negros y mulatos, y, de acuerdo a
otra documentación presumimos que también población de distintos estratos,
lo que incluye mujeres populares y de élite230.
Al preguntar sobre el asunto a los indígenas detenidos, todos coinciden en señalar que fueron convocados por el párroco de San Roque, José Correa, quien
a su vez se confabuló con Nicolás de la Peña para dar muerte a Ruiz de Castilla.
Sin duda Nicolás de la Peña tenía suficientes motivos para detestar al Conde
y buscar su muerte, no sólo porque era una de las cabezas más visibles de la
insurgencia, sino porque su único hijo, Antonio, fue una de las víctimas de los
hechos del 2 de Agosto. A más de las motivaciones personales que pudieron
haber detrás de las acciones que llevaron a la muerte del expresidente de la
Audiencia, lo cierto es que Nicolás de la Peña estaba estrechamente vinculado
con la facción de los Sánchez de Orellana, conocidos por ser los más radicales.
Seguramente por esta razón Núñez del Arco lo calificó como “tribuno de la
plebe”231. De la Peña era a todas luces uno de estos “individuos de prestigio
que tenían influencia sobre la plebe” y que han sido identificados por los historiadores como promotores de acciones violentas en los movimientos sociales
durante la colonia tardía (Terán, 1989: 284).
Como se puede apreciar, los hechos violentos no pueden ser atribuidos exclusivamente a indígenas. La documentación nos muestra que en tales hechos
participó también la plebe e incluso algunos miembros de la élite colonial.
230.
231.
ANHQ, Serie Criminales, Caja 220, Exp. 6, Proceso Judicial por la muerte del conde Ruiz de Castilla.
Informe del Procurador Sindico Personero de la Ciudad de Quito, Ramón Núñez del Arco, en Barrera, 1940:
231-281.
210
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
Poco sabemos sobre la participación de los negros libres. La zona de Esmeraldas fue la región en la que se alojaron o escondieron algunos importantes insurgentes y, al parecer, en su estancia lograron la adhesión de varios habitantes
negros de la zona, esclavos y libres.
Probablemente la situación más difícil la vivieron los esclavos quienes, al ser
propiedad de otro, debieron seguir las órdenes y finalmente el destino de su
amo. Tal fue el caso de la esclava de Rodríguez de Quiroga quien murió mientras llevaba comida a su amo, en un hecho en el que nada tuvo que ver.
Sin embargo hay algunos casos muy interesantes sobre la participación de esclavos que denotarían mayor autonomía de su parte. Para muchos de ellos la
Revolución fue el momento propicio para conseguir su libertad, como en el
caso de los esclavos del realista Pedro Pérez Muñoz, quienes se adhirieron a la
causa insurgente. Su dueño pidió que se le restituyan las pérdidas ocasionadas
por el trabajo que dejaron de hacer sus esclavos “seducidos” por los revoltosos pero parece que nunca consiguió que se atienda su pedido. En una de sus
muchas cartas, Pérez Muñoz decía que luego de la derrota en San Antonio los
insurgentes “fueron a inficionar [infectar] las cuadrillas de negros de las minas
de la costa de Esmeraldas, […] pasando por la hacienda de Cachiaco, Montaña de Malbucho, me la quemaron, abalearon las vacas y dieron la libertad a
los negros esclavos y lo mismo verificaron en la mina de San Antonio de Cachaví”232. Probablemente estos esclavos, ya liberados, engrosaron las filas de las
tropas insurgentes o se perdieron en las selvas de Esmeraldas confundiéndose
con la población liberta de la zona.
Por otro lado, en la sumaria que se le instituyó a Jacinto Sánchez de Orellana,
marqués de Villa Orellana, se decía que él y su hijo habían
tomado con el mayor empeño el criminal proyecto de revolver a sus habitantes levantándolos en peso […] y teniendo turbada la paz de este vecindario con la insubordinación, anarquía, desorden, e insolencia de los
populares, inspirando estas calidades en ello por medio de sus criados y
sirvientes que hacían de seductores hasta conspirar a los homicidios, hurtos
y aún saqueos públicos233.
232.
233.
Pedro Pérez Muñoz, en Fernando Hidalgo-Nistri, op. cit., p. 84.
ANHQ, Serie Milicias, Caja 28, Vol. 1, f. 19-28. Este documento está publicado en Boletín del Archivo Nacional de Historia, No. 33, Revolución de Quito 1809-1812, 2007, p. 60- 63.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
211
La acusación se refería a Lucas y Antonio, dos esclavos del Marqués a los que
Montes incluyó en su ya famosa lista y condenó a muerte234. Según el escribano Miguel Munive, uno de los testigos contra el Marqués, “los esclavos y sirvientes del enunciado Marqués han sido muy adictos, y propensos al sistema
revolucionario quienes decantaban por las calles y plazas, sus sentimientos de
patriotismo […]”235.
Un elemento que llama la atención sobre la participación de la familia Sánchez
de Orellana en los hechos de la Revolución quiteña es que los encontramos
permanentemente, a ellos o a sus seguidores, vinculados con la plebe y los
grupos subalternos de la sociedad colonial. Parecería que se conformó una
especie de cadena de mando en la que Jacinto, el viejo Marqués; José, su hijo, y
especialmente Joaquín, hermano menor del Marqués, eran las cabezas y quienes ordenaban las acciones a llevarse a cabo. A sus órdenes habrían estado
varios sujetos, algunos de ellos muy carismáticos e importantes dentro de la
sociedad colonial. En su mayoría, sin ser parte de la nobleza, pertenecían a
estratos acomodados, como el ya mencionado Nicolás de la Peña.
La documentación producida por los realistas y contrarrevolucionarios denomina a estos hombres y mujeres “corifeos de la insurrección” o “tribunos de la
plebe”. A ellos les correspondía involucrar, reclutar y movilizar al pueblo bajo
en las acciones planificadas. Concordamos con posturas, como las del historiador Alonso Valencia Llano, que sostienen que la Revolución de Quito fue
un momento en el que se produjo una alianza entre la clase dirigente, sectores
medios y populares. Esta alianza se sostuvo por un conjunto de relaciones
clientelares que condujeron y direccionaron la participación popular (Bustos,
2004: 29).
Poco ha dicho la historiografía ecuatoriana respecto al rol que la familia Sánchez de Orellana jugó en Revolución de Quito. A lo mucho se alude a sus discrepancias con Carlos Montúfar y por lo general se les tacha a sus miembros
de ser los causantes del fraccionamiento del movimiento insurgente y, por lo
tanto, responsables de su derrota. Hay que señalar que los sanchistas se constituyeron en un partido más radical y desde 1812 ya hablaban de instaurar
234.
235.
Boletín Academia Nacional de Historia, Vol. 62, Jul-Dic, 1943, p. 257-258.
ANHQ, Serie Milicias, Caja 28, Vol. 1, f. 19-28.
212
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M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
213
una República (Landázuri, 1989: 115). ¿Respondería a esto sus relaciones más
cercanas con la plebe y su capacidad de movilizarla? No tenemos aún una
respuesta.
Nicolás de la Peña y su esposa Rosa Zárate también fueron acusados de movilizar a la población, al igual que Joaquín Mancheno, primo hermano de de la
Peña. Los dos últimos formaron parte del grupo de los sanchistas.
Pero regresemos a los corifeos de la insurrección, personajes claves para el movimiento revolucionario como intermediarios sociales y culturales. Su tarea
consistía en difundir el discurso de defensa de la monarquía y de la religión,
y consolidar el liderazgo insurgente (Bustos, 2004: 29). Para 1812 el contexto
político y los ánimos de la población habían cambiado. Para este momento
era impensable mantener la Revolución quiteña sin el apoyo popular. Aquí es
donde aparecen los “tribunos de la plebe”, obviamente no todos vinculados al
partido sanchista, pero algunos sí muy importantes e influyentes.
Nos interesa el personaje de Joaquín Mancheno y sus acciones revolucionarias
ya que parece se trata del mismo comandante Mancheno con quien María
Ontaneda y Larraín mantuvo una amistad ilícita a la vista de toda la ciudad.
Sin embargo cabe aclarar que sólo Pedro Pérez Muñoz habla de esta relación.
Muchos de los personajes acusados de tribunos eran sacerdotes que desde el
púlpito, a través de sus escritos y en su contacto cotidiano con sus feligreses
movilizaban y seducían a la población. Tienen especial participación los frailes franciscanos. Uno de los casos más nombrados es el de José Correa, cura
de San Roque. Sin duda la participación de la Iglesia en la insurrección fue
crucial: “un tercio de los insurgentes era miembro del clero y cerca de la mitad
de la Iglesia de la Audiencia había participado de manera directa en la insurgencia” (Demélas y Saint-Geours, 1988: 90). Sin duda el apelar a la religión y
a la ausencia del Rey fueron dos elementos ideológicos claves para asegurar la
participación del pueblo, así como lo fue la idea de prevenir que Bonaparte se
apoderara de América.
Mancheno, según su propia declaración, decía ser mayor de treinta años, natural de la villa de Riobamba, hacendado y casado con doña Francisca Maldonado y Zaldumbide. Fue hecho prisionero por Sámano mientras huía por el
interior de la montaña de Intag. Las acusaciones que le formularon incluían:
levantar al pueblo, liderar motines y saqueos, perseguir y maltratar a los realistas Calistos y fomentar la división de los insurgentes. Mancheno se mostró
más radical que el mismo Carlos Montúfar, a quien enfrentó públicamente
diciéndole que “el sistema de su gobierno, no se arreglaría sino lavando sus
manos en sangre y haciendo volar tres o cuatro cabezas”237.
Por supuesto Mancheno negó todas las acusaciones y justificó sus actos. Sin
embargo su esposa Francisca, en las habituales cartas que las esposas escribían
a Montes pidiendo clemencia y perdón, no ratificó la inocencia de su esposo:
Hace cuatro años cabalmente a que me hallo, casi sin domicilio seguro, sin
esposo, y sin arbitrio, para sostener mi viada natural, y la de dos tiernos
hijos […]. ¿y cuál el motivo? La separación de mi marido Don Joaquín
Mancheno a quien otra especie de desgracia, lo hizo ingerirse en la funesta
revolución, después que fue uno de los enemigos de ella V.E. sabe mejor
como tan prudente, de cuanto es capaz el hombre por su naturaleza frágil
y deleznable, y pues el castigo ya le ha de haber hecho ver su error [...]238.
Entre los tribunos más nombrados y que no estaban vinculados directamente
con la Iglesia, podemos mencionar a Xavier Gutiérrez, alias el Mariquita, a
quien se le acusaba de andar en
junta de los religiosos franciscanos […] y los demás el día que salieron a
convidar al pueblo exhortando, y predicando a fin de que se opusiesen a la
entrada de las tropas de su majestad encargándose como se encargó de la
formación de lanzas y demás instrumentos que premeditaron los sediciosos
[…]236.
236.
ANHQ, Serie Milicias, Caja 28, Vol. 1, fs. 58-59.
Por el contrario, las curiosas declaraciones que constan en este documento
bien podrían sugerir que fue una mujer, María Larraín tal vez, quien involucró
a Mancheno en la insurgencia.
237.
238.
ANHQ, Serie Milicias, Caja 28, Vol. 1, fs. 7-15.
ANHQ, Serie Milicias, Caja 28, Vol. 1 fs. 7-15.
214
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
Al parecer los crímenes de Mancheno fueron lo suficientemente graves para
ser condenado al presidio de Omoa, en Guatemala, por ocho años. Lo que llama la atención no es la condena, sino que ésta efectivamente se llevó a cabo239.
Joaquín Mancheno y María Ontaneda y Larraín, juntos o no, jugaron un papel
muy similar en la Revolución, que fue el de movilizar a la población.
La participación de las mujeres de estrato popular no se diferencia, en algunos
aspectos, de la participación de las mujeres de la élite colonial. Así, también las
encontramos escribiendo cartas y petitorios. Ese es el caso de Rafaela Montes,
quien envió una carta pidiendo que se ordene al procurador Rengifo defender
a su esposo, Mariano Godoy, un mulato vecino de San Roque y uno de los
principales implicados en los hechos que llevaron a la muerte del conde Ruiz
de Castilla.
Pero sin duda las mujeres de estrato popular tuvieron especial participación en
los hechos sangrientos, en los motines, saqueos y en los enfrentamientos con
la autoridad. Al parecer las acciones femeninas tenían funciones importantes
que dinamizaban las rebeliones. La participación de las mujeres populares en
los tumultos, motines y rebeliones respondía a una estrategia enraizada en las
relaciones de género que tendían a legitimar la revuelta (Stern, 1999: 290). Es
decir, cuando las mujeres salían en primera fila a enfrentar o a provocar a las
autoridades, cualquiera que sean éstas, y eran golpeadas o maltratadas, los
hombres se veían obligados a apoyarlas, con el objetivo y la justificación de
defender a sus mujeres y su masculinidad.
Los registros y los informes que se elaboraron a raíz de los sucesos violentos
de la época muestran que en algunos casos eran las mujeres de la plebe las
principales alborotadoras y quienes iniciaban la confrontación.
Lo vemos suceder en algunos levantamientos indígenas del siglo XVIII. El levantamiento de Cotacachi, a propósito del cobro de Aduana, lo iniciaron unas
cacicas indígenas en la iglesia del pueblo. Ellas sacaron amarrado al sacerdote hacia la plaza. Conocido este asunto en Otavalo, también se produjeron
motines en este poblado: “las indias sueltas botaron a dicho Corregidor los
239.
ANHQ, Serie Milicias, Caja 28, Vol. 1 fs. 125.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
215
algodones que le había dado para que hilasen para la fábrica […] y a las cuatro
de la tarde se sublevaron los indios de Peguche”. En este levantamiento que
se extendió por varias poblaciones de la actual provincia de Imbabura, participaron activamente varias mujeres. Así lo demuestra la lista de presos y las
declaraciones de los y las inculpadas como participantes activos de la revuelta
(Moreno, 1995: 157-202).
Algo similar pudo haber sucedido durante la Revolución de Quito con algunas
mujeres de estrato popular, a quienes nos referiremos a continuación.
En enero de 1813 Toribio Montes determinó cuáles insurgentes podían recibir
un indulto y cuáles eran considerados como los más criminales, para quienes
este perdón no era aplicable y, por el contrario, “se les perseguiría para imponerles la pena de la vida”240. Entre estos últimos figuraban varias mujeres:
Rosa Zárate, Antonia Salinas, María Ontaneda, Josefa Escarcha, la Costalona,
María de la Cruz Vieyra y la conocida con el nombre de la Monja. Casi con
toda seguridad podemos decir que estas últimas pertenecían al estrato popular. De los documentos revisados deducimos que las autoridades y el pueblo
en general recurrían a los sobrenombres para identificar a hombres y mujeres
de estratos bajos, cuya conducta, por alguna razón, no se ajustaba a las normas
sociales imperantes ni a la ley.
Sobre estos personajes, hombres y mujeres, no hay mayor información. A pesar de estar en esta lista tan conocida, no hemos podido encontrar otra documentación que haga referencia a ellas o a ellos y que explique cuáles fueron sus
crímenes. Excepto por un breve relato sobre la Costalona que, sin embargo, no
llega a explicar sus acciones.
El 28 de Mayo de 1813 en la plaza mayor de Quito se leyó una proclama en
la se llamaba a todos los ciudadanos a recibir, festejar y acatar la Constitución
Española de 1812. Para el efecto se destinaron diez días de festejos con toros.
La plaza se adornó con retratos del rey Fernando y la ciudad se iluminó. La
lectura de la Constitución se llevó a cabo en la iglesia del Sagrario. Luego del
Te Deum, Montes salió de la iglesia y en ese momento
240.
“Documentos históricos”, BANH, Vol. 23, No. 62, Jul.-Dic., 1943, p. 258.
216
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
se presentó una mujer de estrato llano, conocida por la Costalona, reputada
por una de las más criminales actrices de las operaciones delincuentes de la
Revolución, y se postró vertiendo copiosas lágrimas, pidiéndole perdón de
sus depravaciones: y asida reverente de los pies de su Exa. cual otra Magdalena o importuna Cananea, no le permitía libre el paso, clamándole por
el perdón: la piedad de su Exa. aparentaba negarle la gracia; pero con el
semblante alegre y la boca llena de risa, hasta que al subir la grada para su
Palacio le concedió con donaire, y producción Lucitana la indulgencia que
solicitaba241.
Éste fue el final perfecto para la puesta en escena que se había llevada a cabo y
de alguna manera muestra lo que fue el gobierno de Montes. Visto desde la actualidad, Montes parece haber sido un hábil administrador y avezado político
que en un momento tan revuelto logró, por lo menos por un tiempo, pacificar
la Audiencia de Quito. Las celebraciones relatadas, a más de proclamar la fidelidad a la Constitución Española, fueron la ocasión propicia para ratificar que
Fernando VII estaba vivo y era el Rey, por lo tanto no había lugar para que el
pueblo asuma la soberanía, como habían pretendido los insurgentes. Fue además la ocasión para demostrara su magnanimidad frente al pueblo.
De regreso al Auto de indulto de Montes, todo parece indicar que las mujeres
mencionadas en el documento y excluidas del indulto participaron, junto con
la multitud, en las acciones violentas que condujeron a la muerte de Ruiz de
Castilla, Fuertes, Vergara y los Calisto. Si se hace un análisis de este documento se observa que en él no se incluyen, ni para perdonar ni para castigar, los
nombres de otras mujeres igualmente revolucionarias que participaron de la
insurgencia, aunque no de estos hechos violentos, como es el caso de Manuela
Cañizares, Josefa Tinajero y Josefa Herrera.
Otro caso interesante es el de Antonia León, conocida como La Bandola, quien
estuvo involucrada en un escándalo público en 1820. Estudiantes del colegio
San Fernando entraron en su casa, en el barrio de Santa Bárbara, le agredieron y robaron algunas de sus joyas, por lo que Antonia les inició una querella
criminal242.
241.
242.
“Breve relación de los regocijos que han acaecido en esta ciudad, con motivo de haberse publicado las Constituciones Nacionales de la Monarquía Española. El fruto de la concordia, y la justicia del rey es la paz de laso
pueblos”, BANH, Vol. 24, No. 64, Julio-Diciembre 1944, p. 332-333. El documento fue publicado por Luis Felipe
Borja, quien aseveró que lo tenía en su archivo.
ANHQ, Serie Criminales, Caja 236, Exp. 14.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
217
Averiguadas las cosas, parece ser que estos sujetos agredieron a La Bandola a
pedido de Antonia Pontón, madre de alguno de ellos, inducida por los celos
de un tal Gutiérrez, que había tenido una relación anterior con La Bandola. A
propósito de este triángulo amoroso, brotan algunas acusaciones que vinculan
a Antonia León con los hechos revolucionarios. Todavía permanecían frescos
en la memoria popular los acontecimientos más sangrientos de la Revolución
de Quito y sus protagonistas. Se acusó a La Bandola de ser “seductora” y de
haber “robado la honra de Fuertes y Vergara”243. ¿Quería decir esto que Antonia León tuvo participación en la muerte del Oidor y del Administrador
de correos? Probablemente, sin embargo, las declaraciones en el proceso se
diluyen y, pese a ser acusada de varios crímenes, no se llega a precisar cuáles
fueron éstos.
Informes anteriores de diciembre de 1812, es decir apenas reinstaurado el gobierno realista, la acusan de “expresiones sediciosas y atrevidas”244. Su crimen
fue castigado con prisión en Santa Marta y embargo de bienes. Ni la prisión, ni
los escándalos públicos eran nuevos para Antonia León. En 1805 estuvo presa
por algún tiempo en Santa Marta, acusada de matrimonio clandestino y de
“pretender, según Cuero y Caicedo, cubrir con el velo santo del matrimonio su
negra y abominable conducta”245.
Por algún tiempo vivió en concubinato con Manuel Gómez de la Torre y Tinajero, miembro de una de las familias más importantes de la Audiencia. Manuel y Antonia habían pedido varias veces al cura párroco de San Marcos que
les case, sin embargo él se había negado. Aducía que si “Antonia no desistía en
acceder a las lícitas propuestas de Manuel, la familia de su amante acometería
contra ella con trabajos y persecuciones, pues la familia se oponía a un matrimonio desigual”246. Efectivamente se produjeron los trabajos y persecuciones
cuando Antonia y Manuel “engañaron” al cura para que les celebre el matrimonio.
José Salvador, cuñado de Gómez de la Torre, a nombre de la familia, pidió la
anulación del matrimonio y prisión para los infractores, al mismo tiempo que
243.
244.
245.
246.
Ibid.
BANH, “Documentos Históricos. Correspondencia del Presidente de la Real Audiencia de Quito, Don Toribio Montes”, Vol. XXXI, No. 77, Enero-Julio 1951, p. 123.
Archivo de la Curia, Serie Matrimoniales, Caja No. 25, año 1805.
Ibid.
218
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descubrió el origen de Antonia León, llamándola La Bandola. Luego de varias
peripecias, escapes y prisiones, los enamorados pidieron se reconozca la validez de su matrimonio, lo que finalmente sucedió247. Con estos antecedentes no
es difícil imaginar a La Bandola, años después, gritando en las calles y agitando
a la población contra el nuevo gobierno de Montes y a favor de la insurgencia.
No nos ha sido posible ubicar otros documentos que nos aporten mayores
indicios de la personalidad de esta mujer tan interesante, ni de sus orígenes,
mucho menos de su apariencia física.
“Los populares”, como llamaba Montes a la plebe, a momentos quedan desfigurados en la documentación histórica. Estuvieron presentes en los hechos
más sangrientos de la Revolución y a veces los vemos como una masa amorfa
y sin voluntad248. Ellos mismos en algunas declaraciones dicen que formaron
parte de las masas levantadas cuando por casualidad pasaba por allí y fueron
arrastrados, como por un torrente, a cometer actos execrables, sin que en ello
medie su decisión. Otras veces los vemos como mareas incontrolables, grupos
a los que todos -realistas e insurgente- temían. Así, la documentación no permite realmente escuchar la voz y los sentimientos de la plebe y de los grupos
populares, por lo que quedan todavía una serie de preguntas por responder:
¿Qué los motivó realmente a involucrarse?, ¿responde su participación exclusivamente a las redes clientelares?, ¿cuál era su agenda, si es que en realidad
tenían alguna? Una posible línea de investigación podría centrarse en encontrar la participación de estos grupos de manera individual, es decir enfocarse
en actores individuales y no en la masa que, como se dijo, muchas veces, cual
Fuente Ovejuna, aparece desdibujada.
Mujeres en guerra
La economía en manos de mujeres
Una vez que estalló la guerra comandada por Carlos Montúfar entre Quito y
las demás ciudades de la Audiencia -Pasto, Cuenca, Popayán, Guayaquil- que
no aceptaban la autoridad de la nueva Junta, la mayor parte de los hombres se
247.
248.
Ibid.
ANHQ, Indagaciones sobre la muerte de Ruiz de Castilla, Serie Criminales, Caja 220, Exp. 6.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
219
involucraron directamente en los conflictos bélicos, ya sea del lado realista o
como parte de la insurgencia.
Como consecuencia directa de esta situación, las mujeres quedaron a cargo de
la economía, en algunos casos de forma temporal hasta que el conflicto termine y los hombres regresen y, en otros, de manera definitiva. Con esto se acrecentó la cantidad de mujeres jefas de hogar que en Quito eran ya numerosas.
De ello dan testimonio mujeres como Josefa y Martina Ontaneda y León que
en 1813, ante el pedido que hizo Montes a los vecinos de Quito para que entreguen donativos para la causa realista, dijeron que
es notoria la mediana fortuna que nos asiste capaces solamente a nuestra
precisa manutención y de nuestra larga familia y que somos solo unas mujeres solas y sin más entrada ni renta que nuestra pobre charca que no alimenta; atendiendo a las necesidades presentes y a favor de la justa causa y
lealtad [...] 249.
De igual forma Juana María del Campo también justificaba sus escasos donativos arguyendo que si bien su casa era una de las más acomodadas de la ciudad,
no le era posible contribuir con los 140 pesos solicitados, porque también fue
una de las primeras en ser saqueadas por
el pueblo bajo y sus bienes solicitados por el falso gobierno, que le han
arruinado enteramente. De suerte que estoy sin bienes y sin marido que
me sostenga y que para el fomento de mi crecida familia tengo que echar
mano de las alhajas más preciosa de mi servicio para venderlos y poder
subsistir250.
Cabe señalar que varias vecinas de Quito aparecieron en la lista de contribuyentes.
Años más tarde los y las hacendadas del recién formado Distrito del Sur de
la Gran Colombia exponían los problemas que enfrentaban para mantener la
producción y hacer frente a los censos:
249.
250.
ANHQ, Serie Gobierno, Caja 70, Exp. 5, 1813.
Ibid.
220
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
Notoriamente constan los quebrantos e incalculables deterioros a que se
hallan reducidas las haciendas en consecuencia de la muy prolongada y devoradora guerra que nos han hecho sostener los enemigos de la razón, y de
la humanidad ¿Será justo que invulnerables en medio de tan cruel tormenta
los dueños de los capitales impuestos a senso [sic] perciban íntegramente
sus pensiones de la misma suerte que los fundos en cuyo valor y precio entran dichos capitales no hubieren sufrido disminución alguna? […].- No es
el resorte particular de nuestros intereses individuales únicamente, si también, sobre todo el de la cuadra pública y el Estado mismo que se interesa
en ello del modo más urgente y preciso; pues el ramo agricultura tan privilegiado como digno del más grande en toda la nación culta exige imperiosamente y demanda a voz con nosotros la reforma y disminución de censos251.
En la serie de petitorios que forman parte de este expediente encontramos que
muchas mujeres firman los documentos como cabeza de su hogar. Entre ellas
algunas que participaron con ahínco durante la Revolución de Quito y luego
en las guerras de Independencia252.
Este fenómeno no debe ser minimizado y visto sólo como parte de la coyuntura o como una actividad que las mujeres asumieron porque no tuvieron otra
opción. Por un lado, las actividades económicas y productivas no eran ajenas
a un importante número de mujeres, tanto del estrato popular como de la
élite. Por otro, el hecho de que las mujeres, realistas o insurgentes, tomaron
la responsabilidad de mantener en funcionamiento, en medio de lo posible,
las haciendas y las demás actividades productivas, fue un asunto vital. A largo
plazo y una vez terminado el conflicto, los hombres, las familias y la sociedad
tuvieron un punto de apoyo para comenzar a recuperarse económicamente.
Las mujeres del periodo que estudiamos, por lo menos por un tiempo, se convirtieron en motor de la economía (Mendelson, 1985: 249).
Este sentido práctico del carácter femenino, unido a los sentimientos de protección familiar enraizados en las mujeres y visibles en sus acciones son vitales para la reconstrucción social y económica de los pueblos afectados por la
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
221
guerra. Sin duda las mujeres ven y viven los conflictos sociales y las acciones
bélicas de manera distinta a los hombres y por eso ellas asumen posiciones
distintas que, en la mayoría de casos, les hace permanecer cerca de sus familias y hogares para mantener la vida y el mundo funcionado. Esto de ninguna
manera quiere decir que sean menos valientes, heroicas, comprometidas o involucradas con la causa que defienden.
La documentación histórica del período que sigue a la Revolución de Quito,
especialmente aquella posterior a la Independencia es decir del período grancolombino e inicios de la República, muestra que las mujeres encontraron caminos para recuperar de alguna manera, aun apelando a la beneficencia, parte
de los bienes que habían perdido. Ese es el caso de las hijas del capitán Salinas,
la hija de Rodríguez de Quiroga, Rosa Montúfar y la hija de Antonio de la Peña
y Zárate, por ejemplo.
El hecho de que las mujeres protegieran los intereses económicos familiares y
los multiplicaran, fue además vital para el sostenimiento de la guerra misma.
El importante número de mujeres que se hizo cargo de la jefatura del hogar
permitió que los hombres salgan y combatan. Recordemos la participación de
Rosa Montúfar, quien enfrentó los gastos que ocasionó el levantamiento en armas, por un lado; pero, por otro, también defendió a sus parientes más íntimos
con los recursos económicos que ella misma generó, llegando inclusive a pagar
sobornos por la libertad de alguno de sus familiares253.
Otro ejemplo interesante sobre estas acciones femeninas se desarrolló en Latacunga. En otras regiones de la Audiencia también se llevaron a cabo acciones
similares pero optamos por tomar el ejemplo de Latacunga porque la región
que comprende a las actuales provincias de Cotopaxi y Tungurahua fue zona
que apoyó decididamente a la Revolución Quiteña, principalmente porque allí
muchos nobles y criollos insurrectos tuvieron sus propiedades. El corregidor
de Ambato, Ignacio Arteta y Calisto, informó a Toribio Montes que
[…] de aquí para delante tiene solo enemigos: esguazado el río Ambato se
encuentra ya en Pucarami del Marqués de Miraflores seductor; siguiendo
251.
252.
ANHQ, Serie Censos y Capellanías, Caja 88, Exp. 22, Expediente promovido por lo vecinos hacendados de
esta capital sobre satisfacer los réditos acensuados con los frutos que producen los fundos año de 1823.
Entre las mujeres que firman están: María Ana de Toledo y Bela, María Rosa de Vela, Josefa Vela, La Marquesa
de Maenza, Josefa Carcelén, Rosa Montúfar, Manuela Monteserrín, Josefa Castro, Marquesa de Villaorellana
y Baltazara Terán.
253.
Rosa Montúfar, en “La actuación de Juan Pío Montúfar y su familia en la independencia del Ecuador”, en
BANH, Vol. 39, No. 94, p. 280. Este documento corresponde a una carta que Rosa Montúfar escribió a José Antonio de Sucre con el fin de que se acepte una hacienda en pago de los impuestos atrasados sobre sus propiedades.
222
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
el camino real se llega a Nagsiche de Joaquín Tinajero, sujeto de punible
neutralidad; sigue el Salache de los Señores Páez de Trastamara, guarida de
los más traicioneros; más allá el Patoa del Melchor Benavides y Loma, otro
que tal vocal de la Junta Rebelde; y luego Tilipulito del mismo Marqués de
Maenza, capitán de insurgentes; […]. Son infinitos los traidores y seductores […]. En ese asiento moran sujetos de tan principal caudal y nobleza
que por eso hay muchas provisiones para tropas, además tienen fabrica de
pólvora y moldes para amoldar a balas, hacen cuchillos, bayetas, el paño
azul y el grana; jergas y muchas provisiones y alimentos y vestuario de tropa
[…]254.
Precisamente fueron las mujeres de la zona, miembros de las familias mencionadas por Arteta, las que tuvieron un papel preponderante al mantener en
funcionamiento las actividades económicas, sustentar la guerra, esconder a los
rebeldes y al armamento y proveer de alimentos y vituallas a la tropa, mientras sus hombres actuaban en la guerra. Sólo en Latacunga hay por lo menos
23 mujeres que en representación de sus familias contribuyeron con donativos para el mantenimiento de las tropas. Algunas aportaron unos pocos pesos
mientras otras entregaron importantes cantidades de dinero y dieron todos
los recursos a su alcance, como fue el caso de la marquesa de Maenza (Zúñiga,
1968, Tomo II: 254-255).
En 1813 el procurador general síndico, Ramón Núñez del Arco, decía que
“aunque en el sexo femenino no ha habido quien se ha esmerado contribuyendo dineros para procurar, fomentar, sobstener [sic] la sedición, haciendo
de tribunos y comandantes feroces y sanguinarios, se omiten en la presente
lista por no aumentarla”. A pesar de ello, incluyó en su larga lista el nombre
de Josefa Herrera y Berrio, “la que se llama Marquesa de Maenza, viuda [que]
ha contribuido donativos y con su hijo Don Manuel Matheu han sostenido
la insurrección con tenacidad, distinguiéndose de entre las de su sexo con el
carácter de feroz y sanguinaria”255.
Josefa Herrera se casó con Manuel Basilio Matheu y Aranda, heredero del
marquesado de Maenza y del condado de Puñoenrostro (ver foto de su madre
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
en la página ....), título que en ese momento se disputaba en España y que le situaba en la categoría de una de las familias “grandes de España”. Posiblemente
era la familia de nobleza más antigua de la Audiencia de Quito. Recordemos
que la gran mayoría de títulos nobiliarios de América y de la Audiencia habían
sido recientemente comprados.
Esta circunstancia le dio a La Marquesa preponderancia social y un estatus
particular privilegiado que le permitía recibir y transmitir patrimonio y títulos, ser jefa de su familia, gestionar, mandar y gobernar (Atienza, 2006: 257).
Doña Josefa estuvo consciente de su posición y se encargó de enfatizarla a lo
largo de sus muchas actuaciones públicas y privadas en las que se desempeñó
hábilmente.
En varias ocasiones tuvo que poner en vereda a su enamoradizo marido. Al
enviudar y con sus hijos menores de edad, hizo frente a las deudas heredadas
por lo que puso a producir y explotar sus propiedades en la actual provincia de
Cotopaxi (Núñez, 1999: 218). Cabe preguntarse, ¿hasta qué punto las mujeres
que heredaban propiedades administraban directamente sus bienes? O, por
el contrario, ¿hacían uso de administradores? Al parecer, en el caso de doña
Josefa, ella misma estaba al frente de gran parte de los bienes o tenía un control muy cercano de todo. De ello dan cuenta los petitorios presentados ante al
Cabildo de Quito con el propósito de evitar los efectos negativos que los impuestos borbónicos traían a la región de Latacunga256. Esos pedidos buscaban
disminuir el cobro de los censos. Podemos afirmar que mientras doña Josefa
tuvo el control de los bienes de la familia Matheu, estuvo muy pendiente de los
negocios y de la administración de los mismos.
Estar plenamente involucrada en el manejo de los negocios de la familia, por
un lado, y por otro tener plena conciencia de su posición de nobleza posiblemente le hicieron presumir de su posición y asumir un postura de autoridad,
de tal manera que los varios escritos que de ella se conservan en los archivos
de la ciudad están firmados por “La Marquesa”257. Esta autoconciencia le llevó
también a posiciones exageradas, como aquella de oponerse al matrimonio de
256.
254.
255.
Informe del Corregidor de Ambato a Toribio Montes, reproducido en Zúñiga, 1982, T. II: 47-48.
Informe del Procurador General Síndico Personero de la Ciudad de Quito, Ramón Núñez del Arco. BANH,
Vol. XX, No. 56, Quito, 1940.
223
257.
Habíamos hecho referencia a este acontecimiento en capítulos anteriores. El documento se encuentra reproducido en Zúñiga, 1982, T. II: 55.
AHDMQ, Tomo VIII, No. 001204, fs. 240-242, p. 321-325. Comunicación de la Marquesa de Maenza al
virrey Antonio Amar y Borbón de 21 Enero de 1810.
224
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sus hijos porque los escogidos no tenían la alcurnia de ser “grandes de España”.
Como diría Foucault, el poder está en los cuerpos, en las prácticas, en los gestos, en los pensamientos, en las representaciones y hasta en el reconocimiento
de nosotros mismos (da Costa Toscano, 2005). Sin duda Josefa Herrera, marquesa de Maenza, se reconocía como una mujer con poder, acostumbrada a
dominar a quienes estaban a su alrededor.
Igual actitud de fortaleza y decisión presentó cuando apoyó la causa emprendida por su hijo Manuel Matheu y su yerno José Javier de Ascázubi en la Revolución de Quito.
Sus escritos a los virreyes, e incluso al mismo Rey de España, explicaban y justificaban la actuación de su hijo Manuel en la revuelta de 1809. Sostenía que
la revolución había sido nefasta, que su hijo había participado forzado por las
circunstancias y que su familia era fiel a la causa del Rey. Como prueba de ello,
añadía, su sobrino, José Guerrero y Matheu asumió el cargo de presidente de
la Junta en reemplazo de Juan Pío Montúfar para restaurar en el poder a Ruiz
de Castilla258.
En estos escritos se revela una mujer en uso de sus derechos nobiliarios, que
no se arredraba frente a las autoridades españolas. Su condición de mujer no
fue impedimento para relacionarse al mismo nivel con las máximas autoridades reales en América. Parece ser que su rango nobiliario y su situación económica le dieron el poder para no admitir ninguna diferenciación con los varones. Este caso nos demuestra que enfocar la historia de las mujeres sólo como
una historia de subordinación o de lucha permanente por no ser sometidas,
es olvidar a mujeres como La Marquesa, que asumen otros roles y posiciones
públicas, lideran posiciones, defienden sus intereses, protegen a sus familias y
tratan a los hombres en un plano de igualdad y, en muchos casos, incluso de
superioridad.
A diferencia de lo que sucede con otras mujeres de su misma época, la relación
de La Marquesa con el poder no es una relación transgresora. Sin duda las
relaciones de género también están cruzadas y definidas por aspectos sociales,
258.
AHDMQ, Tomo VIII, No. 001204, fs. 240-242, p. 321-325. Comunicación de la Marquesa de Maenza al
virrey Antonio Amar y Borbón de 21 Enero de 1810.
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225
raciales, económicos y también por las personalidades y aspiraciones de los
sujetos que están involucrados.
Ejemplos como los de Manuela Sáenz o Francisca Gamarra muestran como
algunas mujeres que buscaron poder político y que hicieron uso de él en la
esfera pública, fueron perseguidas, maltratadas y su personalidad y acciones
muchas veces desfiguradas. Ese fue el alto precio que pagaron por lo que en su
tiempo se consideró como una transgresión social. A diferencia de ellas, Josefa
Herrera pudo ser odiada por sus enemigos, pero su posición de matrona y de
jefa de una de las familias más importantes de Quito, siempre fue respetada.
Quienes la mencionaron durante la Revolución, la calificaron de sanguinaria y
feroz o de tribuna entusiasta, pero la trataron con el rango que le correspondía
y reconocieron su autoridad. Incluso el español Pedro Pérez Muñoz, tremendamente mordaz en sus cometarios con respecto a las mujeres que participaron en la insurgencia, se limitó a mencionar lo que ella hacía para favorecer la
causa, pero no la calificó de ninguna manera.
Las acciones de la marquesa Josefa Herrera, definitivamente favorecieron la
causa insurgente. Se la ve movilizándose con inusitada agilidad entre Quito
y Latacunga organizando el avituallamiento y seguramente dando noticias y
detalles estratégicos en apoyo a la Revolución.
La Marquesa también sabía hacer buen uso de las herramientas femeninas:
“rezaba en público en la iglesia de Monjas de Santa Catalina casi todos los
días un Padre Nuestro y Avemaría, por el alma de Fernandito para confirmar
al pueblo que el Rey era ya difunto”259 y así convencer a la población sobre la
legitimidad de la causa insurgente.
Para 1812 la situación de la insurgencia se tornó complicada. Toribio Montes estaba ingresando desde Guayaquil hacia Quito. Una de sus principales
dificultades fue la resistencia que presentaron los pobladores de la región de
Tungurahua y Cotopaxi. Allí se organizó una guerra de guerrillas, liderada por
Manuel Matheu y José Antonio Pontón, y compuesta por muchos hacendados
de la región.
259.
Pedro Pérez Muñoz, en Hidalgo-Nistri, op cit., 1998 [1815]: 114.
226
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
En esta resistencia La Marquesa se destacó como una de las figuras femeninas
que más apoyo económico dio a la causa. Ella, las hermanas Vela y Baltazara
Terán fueron el foco de los ataques realistas por sus importantes contribuciones económicas y estratégicas. Una vez que los realistas tomaron la región de
Latacunga, La Marquesa, según informe del corregidor Ricaurte, huyó herida
a Quito (Zúñiga, 1982:235). Sus acciones, como dice Isaac J. Barrera, “ni siquiera han sido citadas” por los historiadores (1940: 233).
Pedro Páez de Trastamara era un importante hacendado de la región de Latacunga. Entre sus propiedades estaba la hacienda Salache que se había convertido en lugar de aprovisionamiento para los rebeldes y sitio para guardar
armamento y municiones. A juicio del corregidor Arteta, era la guarida de los
más traidores insurgentes260. Para 1812 habitaban en la hacienda doña Manuela Iturralde de Vidaurreta, madre de Pedro Páez; sus nietos; su nuera, María
Rosa Vela y la hermana de ésta, Antonia Vela y Bustamante con sus hijos261.
En septiembre de 1812 el capitán Juan Sámano escribió a Toribio Montes desde Salache, sitio que finalmente fue tomado por los realistas. En la carta le
informó sobre la confiscación que hizo de algunos objetos que los insurrectos
habían abandonado en la hacienda: siete bayonetas, un par de caballos, una
mula, paños ingleses y “de la tierra” (probablemente usados para confeccionar
uniformes), 15 balas razas, varios cartuchos de alquitrán vacíos, dos arrobas
de plomo cortado y un cañón de vara y cuarta262. La existencia de este arsenal
nos permite deducir que Salache y sus moradoras se dedicaban al sostenimiento de la guerra.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
227
habían huido de Salache y dejado los artículos confiscados. Frente a tal situación Antonia fue trasladada a la cárcel de Riobamba en donde permaneció
presa por varios meses y desde donde escribió a Montes:
quan doloroso le será a una mujer siendo de solar y hacienda y de buena y
atractiva fas que jamás ha salido de su casa y familia yacer en cárcel, y observar los inevitables resultados de mi peregrinación en serca de tres meses
[…] que podía haber obrado por los libres una mujer devil y sin conocimientos que pueda perjudicar a la causa de España de V.E.264.
Sus palabras contrastan con la fortaleza y decisión que le atribuían sus captores265. Con toda seguridad esta mujer hermosa, frágil y autoconfinada a la protección de lo doméstico, como ella misma se definía, sí era considerada como
una amenaza para el gobierno de Montes, de lo contrario, ¿porqué mantenerla
en prisión?
Los hombres de las familias Páez y Vela también fueron apresados y se ordenó su deportación a Guayaquil. Al poco tiempo de la llegada de Sámano a la
Latacunga, doña Manuela murió. Al parecer su muerte fue producto de la impresión que le causó ver a su familia perseguida, sus propiedades devastadas y
su casa en Latacunga convertida en cuartel realista. Es curiosa la reflexión que
hace el corregidor Ricaurte sobre la relación entre la muerte de doña Manuela
y la prisión de sus hijos:
[…]Don Zoilo León y Páez, llevó el informe de la familia que también me a
pedido interponga mi valimiento, para Ramón Páez el primero desterrado
obtenga livertad [sic]; ese sujeto es cierto que fue tropa de caballería a causa
del ningún conocimiento y poca reflexión en su corta edad sin experiencia
para semejantes asuntos. Por aver [sic] muerto la madre y estar las casas dedicadas al cuartel [sic] puede V.E. levantar el destierro, bajo las condiciones
necesarias para la seguridad de su palabra[…] 266.
Pero no sólo se capturaron pertrechos. En su carta Sámano dice: “escribo a
V.E. a la carrera y paso a V.E. a la mujer Antonia Vela […] que no ha querido
confesar por ningún motivo de intimidación, al contrario niega todo con tantos bríos que se le debe inferir castigo en presidio y niega que han estado aquí
en presencia de lo interceptado”263. Es decir, ella se negaba a delatar a quienes
¿Sugería acaso que una vez muerta la madre, los hijos ya no eran tan peligrosos?
260.
261.
262.
263.
Informe del Corregidor de Ambato a Toribio Montes, reproducido en Zúñiga, 1982, T. II: 47-48.
Las cartas y documentos a los que se hace referencia en esta parte de trabajo han sido tomados de Zúñiga,
1982 y de Gonzáles Páez, 1922, que reproducen una serie de documentos primarios. Probablemente, algunos de ellos son documentos del Archivo General de Indias.
Carta de Juan Sámano a Toribio Montes, en J.M. Gonzáles Páez, Las Victimas de Sámano, op.cit., 125
Carta de Coronel Juan Sámano a Toribio Montes, en J.M. Gonzáles Páez, Las Victimas de Sámano, op.cit., 125.
264.
265.
266.
Documento transcrito en González Páez, 1922: 132.
Chiriboga y León decía que Antonia, ya presa en Riobamba, “no ha declarado lo que la justificación de V.E.
pidió que lo hiciera” (González Páez, 1922: 125).
Documento transcrito en González Páez, 1922: 127.
228
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
La falta de documentación sobre doña Manuela Iturralde y su carácter no nos
permite aseverar nada al respecto. Pero lo que sí está claro es que, como en
muchos otros casos, aquí también las mujeres de la familia tuvieron un papel
preponderante en la manutención de la guerra. Sus casas se convirtieron en
escondites para los rebeldes y luego se encargaron de la defensa de los presos y
de lo que quedó de los intereses económicos familiares. La nuera de Manuela
Iturralde, María Rosa Vela, escribió a Montes para pedir perdón para su esposo, restitución de sus bienes y libertad para su hermana Antonia.
Esta carta merece un análisis detenido porque muestra cómo se presentan las
mujeres de élite ante la autoridad y cómo su discurso, cual péndulo, pasa de
lo que se espera de una mujer (sumisión, recato, sufrimiento); al orgullo de
su posición elevada, acostumbrada a ser obedecida. Finalmente llegar a hacer,
en aparente contradicción interna, lo que ella dice que no puede hacer por su
condición de mujer: trabajar con sus manos.
En su carta, María Rosa se reconoce como una mujer de la nobleza a quien la
Revolución le ha quitado sus bienes por lo que se ve abocada a trabajar con
sus manos para sostener a su familia, lo que considera que “prostituye su honor”267. Esta situación le lleva a pedir perdón para su esposo y la restitución de
sus devastados bienes. Hace hincapié y le recuerda a Montes, muy segura de
sí misma y casi como amenazándole, el origen noble de su esposo, el conde de
Trastamara y la educación que tuvo en Madrid “adquiriendo conocimientos
políticos y militares y ha seguido opinión de literatos que con vivos coloridos
le persuadían de la legitimidad del gobierno adoptado en esta provincia”268.
Seguidamente regresa a un tono de sumisión ante la autoridad. Pide disculpas
por este tipo de reflexiones que no se esperaban de una mujer, se declara débil
y pide clemencia una vez más.
María Rosa Vela se manifiesta perfectamente consciente de los fines y obligaciones de la sociedad hacia el bien común, de las posiciones que cada uno
de los miembros de dicha sociedad debe cumplir y de la necesidad de que la
sociedad se organice nuevamente para preservar la felicidad de las siguientes
generaciones.
[…] [He] quedado reducida con hijos tiernos que no han delinquido, y que
son dignos de mejor suerte, y de la compasión de los magistrados, y jueces
de estas provincias en la que no apetecen ni quieren la ruina y destrucción
de su vasallos, y si que establecido el orden se aspire a la común felicidad,
la que consigue cuando cada uno de los individuos de las sociedades compuestas trabaja por el exacto y puntual cumplimiento de las obligaciones
que tienen como hombre, como ciudadano, como cristiano y finalmente
según el estado que haya abrasado[…]269.
Terminada la Revolución y las guerras independentistas María Rosa asumió
precisamente esa individualidad a la que hacía referencia, y buscó el bien común, sumándose a las hacendadas latacungueñas que defendieron sus economías devastadas por la guerra. Ellas, conscientes de las necesidades de la
patria, pidieron la disminución del cobro de censos y solicitaron hacer los pagos de tributos en especie toda vez que el numerario era escaso270. Parecería
que María Rosa venció aquellos prejuicios de la élite colonial sobre el trabajo
femenino.
Un tercer caso, el de Baltazara Terán, muestra a una mujer que estuvo involucrada activamente en el financiamiento de la Revolución. Sin tener encumbrados nombres o alcurnia, exclusivamente con su trabajo, logró hacer una importante fortuna que, como ya dijimos, constaba de varias propiedades, entre
ellas una hacienda en Tiobamba, un molino, obrajes y una casa en Latacunga
(Zúñiga, 1968, T. I: 176-179).
No conocemos a ciencia cierta el origen de la fortuna de Baltaza Terán sin
embargo sabemos que adquirió una de las haciendas jesuíticas y otra hacienda
que tenía problemas de herencia271. Suponemos que el dinero provenía de sus
actividades comerciales con telas y paños, pues está vinculada a los negocios
de Pedro Montúfar hacia 1806 (Zúñiga, 1947, T. II: 176-179).
Con la victoria de Sámano sobre las guerrillas insurgentes, Baltazara fue objeto de represalias realistas. Se le castigó públicamente paseándole sobre un
269.
267.
268.
Carta de María Rosa Vela al Presidente Toribio Montes, Latacunga 11 de octubre de 1812, en Zúñiga, 1968,
T. I: 260-261.
Ibid.
229
270.
271.
Carta de María Rosa Vela al Presidente Toribio Montes, Latacunga 11 de octubre de 1812, en Zúñiga, 1968,
T. I: 260-261.
ANHQ Serie Censos y Capellanías, Caja 88, Exp. 22.
ANHQ, Serie Haciendas, Caja 89, Exp. 1.
230
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
caballo vestida de hombre por la plaza de Latacunga para hacer mofa de ella
(Zúñiga, 1968, T II: 119). Sin duda el objetivo de este castigo era el de “hacer
de ella un ejemplar” y con eso atemorizar a las muchas mujeres que apoyaban
a la Revolución en esta zona. ¿Pero qué connotaciones pudo tener este hecho?
¿De qué manera el exponerla al público vestida de hombre revela la percepción que los hombres de su tiempo tenían de ella?
Probablemente este castigo, por demás simbólico, respondía en parte a la condición social y económica de Baltazara. Pertenecía a una familia del estrato
intermedio y, en un principio, sin mayores recursos pero que a través del comercio alcanzó una situación acomodada, algo nada común para una mujer
soltera que ni siquiera sabía firmar. De esta manera, una vez más, Baltazara
contradecía la imagen que se promulgaba debía tener la mujer: sumisa, dependiente, maternal y doméstica.
Al exponerla vestida de hombre se quiso hacer ver al pueblo que Baltazara,
con sus acciones, había dejado de ser mujer, convirtiéndose en sólo un remedo. Baltazara no era mujer, pero obviamente tampoco podía llegara a ser o a
tener la posición de un hombre, infamando de esta manera su actuación.
Sin embargo, como hemos visto en los ejemplos puntuales de las mujeres de
esta época, la realidad contradice el discurso y las expectativas sociales sobre
la mujer en varias áreas y aspectos. Recordemos que durante la Revolución de
Quito, y sobre todo en las guerras de Independencia, hay varias mujeres en
toda América Latina vestidas con trajes de hombre y con uniformes peleando
en las batallas. Algunas lo hacían para esconder su condición de mujer, otras
como símbolo de resistencia y demostración de autoridad y otras probablemente por simple comodidad272.
Baltazara pidió un préstamo de 3.000 pesos, 2.000 de los cuales entregó a la
causa insurgente. Una vez restaurado el gobierno realista, se le obligó a hacer
efectiva la garantía sobre el préstamo bajo la amenaza de que se le embargarían
y subastarían sus bienes. Tal como ella misma le decía a Toribio Montes en una
carta, “en tan poco tiempo solo logré reunir 1.700 pesos”, que fueron enviados
272.
Sobre el tema se pueden ver los casos de Francisca Gamarra, Manuela Sáenz o las amigas Gertrudis Esparza,
Nicolasa Jurado e Inés Jiménez que pelearon en Pichincha haciéndose pasar por soldados uniformados y
mantuvieron su secreto hasta que una de ellas fue herida en batalla.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
231
al Presidente. Los 1.300 restantes fueron cobrados poco a poco en varas de
lienzos y paños que producía Baltazara en sus obrajes273.
Las acusaciones realistas van más allá de lo económico. El corregidor Ricaurte
informaba a Montes sobre las actividades de espionaje y ocultamiento de Baltazara. El corregidor decía que “no tenía ninguna confianza ni en ella ni en su
familia” porque había hecho de su casa lugar de reunión de la tropa realista y
vivía con Juan Rossi, a quien hábilmente le sacaba información sobre la situación de la tropa. Al teniente Rossi se le conminó a salir de la casa de Baltazara,
regresar al cuartel y “guardar perpetuo silencio”. Baltazara Terán quedó marcada como insurgente274.
Mujeres en batalla
Existieron varias mujeres quiteñas que se vieron involucradas en acciones
militares en las distintas fases de la Revolución y durante la Independencia.
Gertrudis Esparza, Nicolasa Jurado e Inés Jiménez, por ejemplo, vestidas de
soldado participaron en varias batallas escondiendo su condición de mujer.
Fueron descubiertas cuando Nicolasa fue herida en Pichincha. A pesar de ello,
Inés y Gertrudis siguieron en los ejércitos continentales y pelearon por la liberación del Perú. Nada más sabemos sobre estas tres mujeres que con el nombre de Manuel ingresaron a las tropas independentistas. Sus motivaciones y
demás acciones han quedado ocultas por la falta de registro (Toro Ruíz, 1934).
Todo parece indicar que no fueron un caso excepcional. La generala peruana
Francisca Gamarra, vestida de soldado, enfrentó a Sucre en batalla, por lo que
se le conoció como la “heroína de Piquiza” (da Costa Toscano, 2005: 365). Ha
quedado registrada la participación de Evangelista Tamayo, quien con el grado
de capitán luchó en Boyacá, así como Teresa Cornejo y Manuela Tinoco en las
batalla de Gameza y Pantano de Vargas (Cherpak, 1985: 256-257). La misma
Manuela Sáenz fue ascendida al grado de coronel por sus actos valerosos en el
campo de batalla.
273.
274.
Carta de Baltazara Terán a Toribio Montes, en Zuñiga, Historia de Latacunga, op.cit.
Carta de Jorge Ricaurte a Toribio Montes, en J.M. González Páez, Las Victimas de Sámano, op.cit, p. 129.
232
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
233
Y si bien la guerra no ha sido considerada como un espacio propio de las
mujeres, en momentos tan críticos como los que vivía la Audiencia Quito y el
resto de América era imposible prescindir de ellas. Muchas mujeres se encontraron muy cerca de los campos de batalla y participando de la guerra misma.
Algunas cumpliendo un rol social relativamente aceptado y otras saliendo fuera de todo convencionalismo.
portamientos que no se ajustan al modelo social imperante. Ese fue el caso de
algunas mujeres para las que, en situaciones normales las armas y el conflicto
estuvieron lejos de su cotidianidad pero que, en momentos como los de la
Revolución quiteña y respondiendo a las circunstancias, salieron al campo de
batalla. Ese fue el caso de un grupo de mujeres que atrincheradas en el Panecillo defendieron la ciudad de los ejércitos de Montes (Cevallos, s/f, T. I: 127).
El 4 de julio de 1812 aparecen en la cárcel de Cuenca 18 mujeres blancas apresadas por orden de la Presidencia275, es decir de Molina. La acusación contra
ellas era de “infidencia y haber sido cogidas en guerra”. ¿Quiénes eran estas
mujeres y qué acciones habían llevado a cabo? Con toda seguridad Manuela
Mantilla, Juana Flores, María Vallejo, Ignacia Yánez, Vicenta Rojas y las demás, formaban parte de un ejército de mujeres paralelo a las tropas insurgentes, que se movilizaba con ellas.
Al parecer Manuela no fue la única mujer de la familia Sáenz que luchó por
sus ideales. Según Mariano Torrente276, Josefa Sáenz, hermana de padre de
Manuela, tuvo activa participación en defensa del realismo (Torrente, 1982
[1830]: 97).
Estas mujeres, conocidas como “guarichas”, que participaron en la guerra y en
las batallas en forma indirecta, desempeñaron un papel trascendental. Su trabajo fue básico y fundamental para el sostenimiento de un ejército que estaba
muy lejos de ser profesional.
Las guarichas generalmente provenían del estrato popular y realizaban tareas
consideradas en ese entonces, propias de una mujer, como cocinar, atender
a los enfermos, enterrar a los muertos, llevar alguna información y, cuando
era necesario, tomar las armas. Al parecer, se constituyeron en una especie de
ancla o contacto con la vida fuera de la guerra. Al facilitarles a los soldados
algo parecido a una vida familiar, se evitaba en alguna medida las deserciones.
Las guarichas fueron parte de la guerra misma. Si bien parece que no fueron
totalmente aceptadas por los comandantes de los ejércitos, su labor fue vital.
Sus acciones no salieron fuera del esquema femenino esperado.
Pero no sólo las mujeres de estrato popular estuvieron en los campos de batalla. Sin duda, las situaciones de guerra y conflictos armados conducen a que las
sociedades e individuos actúen de manera inesperada y adopten roles y com-
275.
ANHQ, Serie Gobierno, Caja 66, Exp. 18.
Josefa y su familia estuvieron estrechamente vinculadas al gobierno de Ruiz
de Castilla y al partido realista. Recodemos que su esposo, José Xavier Manzanos fue oidor de la Audiencia durante la Revolución. En 1809 fue uno de
los primeros en ser apresados por los insurgentes, junto con Ruiz de Castilla y
Simón Sáez de Vergara, padre de Josefa. Este último, desde el inicio mismo de
la Revolución, fue blanco de las persecuciones y acusaciones de los insurrectos. En varias declaraciones se le acusó de ser bonapartista y se insinuó que
era él quien planeaba la muerte de los líderes revolucionarios una vez que se
conoció, a fines del 1808, lo que pensaban hacer277.
Probablemente, y con toda razón, la insurgencia quiteña buscó librarse de esta
oscura figura que, con toda seguridad, tuvo mayor participación en la contrarrevolución de la que ha quedado sentada en la historiografía ecuatoriana. Así,
la familia Sáenz se convirtió en uno de los íconos del realismo quiteño.
En los primeros años de la Revolución, Simón Sáenz logró escapar y llegó a España; no así su hija, Josefa, que hasta 1812 permaneció presa en el convento de
276.
277.
Mariano Torrente publicó su Historia de la Revolución Hispanoamericana en España en el año de 1830. Según
sus propias palabras gran parte de sus fuentes de información la constituyeron testigos presenciales de los hechos
revolucionarios y si bien sostiene que “ he oído y discutido con individuos de ambos partidos” es evidente que su
obra es muy tendenciosa y que sus juicios están a favor de la monarquía española más conservadora (Salvador
Lara, 1982: 18-58). Sin embargo y con las reservas del caso, este autor proporciona datos muy interesantes y
reveladores. Así probablemente es él quien señala por primera vez los hechos de Mocha que involucraron a Josefa
Sáez y que en la historiografía ecuatoriana se han repetido varias veces sin mencionar quién recogió el dato originalmente.
AHDMQ, Procesos de 1809, Confesión de Juan Salinas, Tomo VII, No. 001201, fs. 33/47, p. 35-53.
234
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
las Conceptas en Quito. Desde ahí mantuvo correspondencia clandestina con
las tropas realistas278. Probablemente las cartas se dirigían a Juan Sámano que
por ese entonces, y bajo las órdenes de Montes, lideraba los ejércitos realistas
que se dirigían a Quito. Una vez descubiertas sus acciones de espionaje, se pidió para ella la pena de muerte. Ante tal situación, logró escapar del convento
y unirse al ejército de Sámano que se aprestaba a tomar Mocha.
Concurrió a aumentar el lustre de esta jornada la bizarría y arrojo de una joven y distinguida americana, que con sable en mano se mantuvo en medio
del fuego excitando valor i emulación en el ánimo del soldado, arrostrando
todos los peligros de un sangriento choque por defender la causa del Rey
[…] llegó a tal grado el heroísmo y empeño de esta ilustre señora que burlándose del vivo fuego que hacían los insurgentes, fue la primera que con
una persona de su servicio entró en el citado pueblo del Mocha tremolando
es su mano al bandera de la victoria, y pasó a replicar las campanas cuyo
alarmante signo acabó de poner en fuga a los desconcertados sediciosos.
Por tan distinguido servicio le fue conferido el escudo que había sido creado para los valientes de aquella brillante jornada279.
Luego de la victoria de Mocha las tropas realistas siguieron hacia el norte y
como ya se dijo estuvieron detenidas en la zona de Ambato y Latacunga por
algún tiempo a causa de la resistencia guerrillera. Josefa siguió junto con los
ejércitos y parece que fue ella quien evitó que toda la tropa cayera envenenada
con los manjares que la marquesa de Maenza dejó preparados en la mesa de su
hacienda cuando huyó hacía Quito280.
Años más tarde Josefa continuó manteniendo correspondencia y una cercana
amistad con el entonces virrey Sámano. En su carta de 1818 le recordaba el
cariño que le profesaba y la necesidad de que le dé “el sueldo ofrecido”281. Sabemos, por el mismo Torrente, que Manzanos logró escapar de la Revolución
y que para 1830 ocupaba en España el cargo de Consejero de Hacienda, al
parecer junto a su esposa282.
278.
279.
280.
281.
282.
Torrente, en Salvador Lara, 1982:130.
Torrente, en Salvador Lara, 1982: 136.
Torrente, en Salvador Lara, 1982: 137.
AHDMQ, Carta de Josefa Sáez a Juan Sámano de Julio de 1818, en Procesos de 1809, Tomo, XVII, N0.
001203, fs, 135/140, p. 35.
Torrente, en Salvador Lara, 1982: 130.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
237
Alcan ces d el m o vim ien t o
revo lu cio n a rio en la est ru ct u ra so cial
q u it eñ a y en las rela cio n es d e gén ero
La decisión propia de las mujeres
N
o cabe duda, las mujeres quiteñas estuvieron inmersas en el proceso
revolucionario, tanto desde el lado realista como desde el insurgente.
Sin embargo, todavía quedan preguntas fundamentales por responder: ¿Qué les motivó a involucrarse? ¿Fueron arrastradas por su entorno familiar o defendían principios políticos personales? ¿Hasta qué punto se puede
identificar la agencia femenina?
Para responder estas preguntas es imprescindible remitirse al análisis de casos
puntuales. Las generalizaciones podrían desdibujar las acciones femeninas,
sobre todo si tomamos en cuenta que en el proceso revolucionario quiteño
hemos encontrado mujeres de diversos estratos sociales y con diversas motivaciones.
Cap ít u lo IV
En una sociedad en la que las relaciones familiares fueron tan importantes,
particularmente para la élite colonial, muchas mujeres bien podrían haber
participado de la Revolución como parte del engranaje familiar, sin mayor
convicción política más que la que su familia promulgaba. Con toda seguridad
muchas así lo hicieron. Pero en algunos casos puntuales hemos encontrado a
mujeres en una interesante transición, en donde paulatinamente la convicción
personal, por una y otra causa, emergió como consecuencia de la profundización del conflicto. Esto es evidente en personajes como Rosa Montúfar, María
Rosa Vela o Teresa Calisto quienes en un inicio aparecen estrechamente vinculadas a la posición de sus familias pero, al final de sus vidas o de la revolución, exteriorizaron un pensamiento autónomo y llevaron a cabo acciones más
individuales, sobre todo cuando los hombres de la familia estuvieron ausentes,
sea porque habían muerto o escapado.
238
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
Por otro lado hay un grupo de mujeres que desde el principio se declararon
abiertamente insurgentes, con una posición más personal, que no refleja dependencia del grupo familiar.
Josefa Tinajero, María Ontaneda y Larraín y Baltazara Terán, junto con la
marquesa de Maenza mantuvieron actividades comerciales y económicas de
manera independiente o como jefas de hogar antes, durante y luego de la Revolución. Probablemente los problemas y dificultades económicos que enfrentaron estas mujeres eran los mismos que afrontaron los comerciantes varones.
Esta situación, junto con su posición y relaciones sociales, determinó que ellas
también persiguieran el mismo proyecto autonómico criollo que identificó a
los miembros de la primera Junta quiteña y a su vez explicaría porqué se involucraron de manera tan decidida en la insurgencia.
Estamos así frente a mujeres que no fueron arrastradas por padres, amantes,
hermanos o maridos a asumir una postura, sino que actuaron movidas por
sus propios intereses. Recordemos que las acciones decididas de María Larraín
contrastan con la indiferencia de su padre ante la Revolución283. En el caso de
Josefa Tinajero, si bien su familia también participó de la insurgencia, probablemente su relación con ella no era de lo mejor debido a la larga disputa legal
en la que se vieron involucrados por la anulación del matrimonio con su tío.
En la familia Terán, era Baltazara quien tenía la preponderancia económica a
pesar de su poca instrucción. Sus relaciones comerciales con uno de los líderes
revolucionarios, Pedro Montúfar, nos permitiría suponer que sus motivaciones para participar con la insurgencia estarían relacionadas con la defensa de
sus propios intereses económicos284.
Esta reflexión suscita una nueva pregunta, ¿tenían las mujeres quiteñas de finales del siglo XVIII una conciencia política?
Algunas autoras, precursoras en el estudio de las mujeres en este período, han
sostenido que esas mujeres “colaboraron con el movimiento sin ambiciones
políticas de ninguna especie, puesto que no habían sido educadas para pensar
políticamente o porque no se consideraban a sí mismas como seres políticos
de la misma manera en que lo hacían los hombres” (Lavrin en Valencia, 1985:
283.
284.
Núñez del Arco, op. cit.
Zuñiga, 1945.
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
239
38). Sin duda la educación de las mujeres del siglo XVIII -las que lograban
educarse- era muy distinta a la de los hombres. Evidentemente sus motivaciones al participar de la Revolución no incluyeron reivindicaciones de derechos
para las mujeres o aspiraciones de tipo feminista, ¿pero esta diferencia en la
educación y la ausencia de reivindicaciones de género las hacia seres totalmente ajenos a la política?
En relación a la participación de las mujeres colombianas en la Independencia,
otras autoras han sostenido que cuando “la política, arte masculina del mundo
exterior, se coló en sus hogares […] los hizo tambalear. Como la hembra que
busca defender su cría, estas mujeres luchadoras trataron de asegurar un futuro para la patria” (Guhl en Valencia, 2001: 23).
¿Estaban las mujeres americanas del siglo XVIII y principios del XIX tan inmersas en lo doméstico que sólo cuando ese espacio se vio afectado se involucraron en política? ¿Fueron incapaces de ver la política más allá del hogar, es
decir ver un espacio más amplio en donde se construyen relaciones políticosociales y político-económicas? ¿Fueron incapaces de ir más allá de lo doméstico?
Probablemente es tiempo de pensar y estudiar a las mujeres de esta época de
manera distinta. Si bien a lo largo de la investigación no hemos encontrado
ninguna reivindicación feminista, esto no quiere decir que estemos frente a
mujeres que se conformaban o resignaban a su suerte o a la posición que el
discurso imperante y la historia les ha asignado. Todo lo contrario.
La sociedad colonial quiteña de fines del XVIII era una sociedad en la que si
bien había un discurso profundamente regulador de la conducta de hombres
y mujeres en relación a una serie de aspectos morales, económicos, de prácticas sociales, etc., no siempre aceptaba y acataba dicho discurso pasivamente.
Recordemos como las Reformas Borbónicas buscaban controlar las relaciones
impropias entre hombres y mujeres y como en la práctica cotidiana estas relaciones se daban a vista de todos y, en muchos casos, con la aceptación social.
Estamos frente a una sociedad profundamente trasgresora del discurso oficial.
Es en esta situación y en medio del divorcio entre el discurso y las prácticas,
que las mujeres encuentran un espacio para desarrollarse en ámbitos que la
norma social decía que no les eran propios. Uno de esos espacios fueron, por
ejemplo, las actividades económicas.
240
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
Por otro lado hay que resaltar que las tertulias fueron espacios en los que las
mujeres de la nobleza y estratos intermedios lograron insertase y participar en
los círculos de discusión política. Al parecer no era un espacio sólo para aquellas mujeres que podríamos catalogar como transgresoras, sino para todas las
que querían participar.
Con esto de ninguna manera estamos afirmando que la sociedad colonial era
equitativa o permitía igualdad entre géneros, pero sí sugerimos que probablemente las quiteñas de fines del siglo XVIII estaban más cómodas de lo que nos
imaginamos en la sociedad en la que se desarrollaron. Esto es más palpable
cuando comparamos la situación de estas mujeres con la de sus sucesoras de
principios de la República.
Entonces, ¿fueron capaces de ver la política y la guerra más allá de lo doméstico? La documentación revisada nos permite identificar mujeres en diferentes
roles que, al igual que los varones, plegaron a uno de los dos bandos en disputa, con intervenciones puntuales o a lo largo de toda la epopeya de insurgencia. Algunas de ellas, como por ejemplo María Nantes de la Vega, aparecen en
el movimiento quiteño mucho antes de que estallara la guerra, por lo que deducimos que no es sólo el conflicto bélico lo que determinó su participación.
Es interesante observar como muchas de ellas con fuerza y decisión defendieron sus intereses económicos, a sus familiares, su condición social y su posición política dejando de lado sus sentimientos personales y el dolor de sus pérdidas. Josefa Tinajero, pocos días después de la masacre del 2 de Agosto en la
que murió su amado Juan de Dios Morales, interpuso medidas para que le devolvieran los objetos que se le confiscaron, aprovechando así la coyuntura que
le era favorable ya que los insurgentes habían regresado al poder . De la misma
manera Teresa Calisto, sobreponiéndose al dolor de la muerte de su padre y
hermano, pocos días después de restaurado el gobierno realista con Montes,
interpuso los petitorios para que las propiedades de sus familiares y las suyas
que habían sido devastadas, le sean restituidas. Fue ella y no los hombres de la
familia que aún quedaban vivos, quien siguió con los procesos judiciales para
que sean castigados los culpables de la muerte de su padre y hermano.
Un caso aún más interesante sobre la visión política de las mujeres es el de
Josefa Calisto Muñoz, hermana de Pedro Calisto y tía de Teresa. Al inicio de la
revolución las referencias sobre ella son absolutamente escasas. Sabemos que
su esposo, Jorge Ricaurte, apoyó la contrarrevolución y algunos documentos
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
241
nos permiten suponer que ella también lo hizo en su papel de esposa y hermana fiel. Se trataba de una mujer con una fortaleza de carácter excepcional285.
Como consecuencia de sus acciones también sufrió persecuciones y retaliaciones de parte de los insurgentes286.
Para 1812 Jorge Ricaurte fue nombrado corregidor de Latacunga; su sobrino,
Ignacio Arteta Calisto, era para esa época corregidor de Ambato. La presencia
de estos dos hombres fieles a la causa del Rey era indispensable en una zona
que, como recordaremos, se había destacado por su labor a favor de la insurgencia. Así, tanto Ricaurte como Arteta tuvieron la tarea de asegurar la extinción de la Revolución en esa región. Para ello constantemente escribieron cartas a Montes para delatar a los insurgentes, descubrir sus movimientos y pedir
castigo para algunos de ellos287. Posiblemente una información tan detallada y
puntual de lo que sucedía en la sociedad provenía de fuentes femeninas, como
Josefa Calisto. Sin duda todos estos movimientos a favor del realismo les debieron acarrear, a ellos y a toda la familia, el odio de muchos revolucionarios y
de miembros de la población latacungueña.
Si bien el movimiento quiteño quedó extinguido en 1812, en el resto de América Latina la Independencia era un hecho. En 1820 y frente a tal situación,
Josefa Calisto, en un cálculo político sorprendente y dejando atrás los odios,
las persecuciones, la muerte de su hermano y sobrino en manos de los revolucionarios, las convicciones por las que su familia y ella misma había luchado
por los últimos 10 años, decidió pasarse al bando independentista.
La contundencia de sus acciones al esconderse en la iglesia de Latacunga junto con Teresa Flor288 para sobornar con su propio dinero a los miembros de
la tropa realista para que se pasen al bando revolucionario y convencer a su
esposo Ricaurte y a su sobrino Arteta para que también abrazaran la causa
independentista, hizo que la historia nacional recordara su figura como una
convencida independista y prócer (Toro Ruiz, 1934). ¿Convicción?, tal vez.
¿Cálculo político para asegurar su futuro dentro del nuevo orden que veía
285.
286.
287.
288.
Sobre el tema se puede ver ANHQ, Serie Esclavos, Caja 21, Exp. 1816.
ANHQ, Fondo Especial, Caja 191, 1810-1811, Vol. 1, 1811.
Sobre el tema se pueden ver Zúñiga, 1968.
Según señalan algunos autores, Teresa Flor era muy amiga del Rosa Zárate y mantenía continua correspondencia con ella. Toro Ruiz, 1934.
242
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M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
243
venir como inevitable?, sin duda. ¿Buscaba proteger a su familia y sus intereses particulares?, con toda seguridad. Al parecer fue ella quien al final de este
episodio de la historia de nuestro país tomó el liderazgo y dirigió a la familia,
tal como años antes lo había hecho su hermano, el regidor Pedro Calisto.
sino por el que ellas mismas escogieron y por eso las hemos encontrado saliendo a la guerra, escondiendo y defendiendo sus bienes e intereses, buscando y
ejerciendo el poder y enfrentándose a la autoridad.
Las acciones femeninas durante la Revolución de Quito, por lo tanto, deberían
ser vistas como si fueran un caleidoscopio, que se va transformando, tomando
colores y formas distintas de acuerdo a las situaciones que debe enfrentar cada
mujer en particular de acuerdo a la individualidad de cada sujeto.
Tras la revolución, ¿qué pasó con las mujeres?
Una importante cantidad de mujeres enfrentó la guerra desde lo doméstico y
sus acciones se dirigieron principalmente a defender su familia. Como consecuencia la gran mayoría de los textos históricos desconocen e ignoran esas
acciones, no por que no fueran importantes para el sostenimiento de la guerra
y de la sociedad luego de ella, como ya lo hemos visto antes, sino porque se desarrollaron en el espacio que la sociedad les asignó y no se encontraba mérito
destacable en ello. Solamente cuando alguna mujer de modo extraordinario
asumía un rol que caracterizaba a la masculinidad, entonces su actuación se
destacaba porque se convertía por arte de magia en hombre y por lo tanto en
héroe, negándose a sí misma, dejando su vida personal, su hogar y familia
como lo hacían los hombre-héroes. Probablemente por detrás de estas nociones está el viejo prejuicio de valorar sólo lo público y desvalorizar el espacio
doméstico, aquel de reproducción y de sustento, prejuicio que aparentemente
también ha guiado a los historiadores tradicionales, que han negado la historicidad del cincuenta porciento de la población.
Nos resta ahora dilucidar las motivaciones internas que mujeres y hombres
tienen para involucrarse en política y en una guerra. Creemos que no todos
actúan obedeciendo a idealismos; más bien lo hacen en defensa del territorio
de su nación o de sus intereses personales. Sin embargo pensamos que la forma de actuación de las mujeres obedece a sus características maternales que,
como sugiere Virginia Wolf, hacen que ellas atiendan varias cosas a la vez y
actúen de manera inmediata o reactiva ante una situación.
A lo largo de la investigación hemos identificado tanto a mujeres que defendieron su hogar como también aquellas totalmente inmersas en una política
pública. Las tertulias y no la guerra llevaron las discusiones políticas, filosóficas, literarias, etc. hasta la esfera de lo doméstico. Cuando llegó el enfrentamiento, muchas mujeres tomaron partido no sólo por el bando de su familia,
Para comprender plenamente la situación de las mujeres quiteñas a fines del
periodo colonial y las relaciones de poder, transgresión y subordinación en las
que estaban inmersas, se hace indispensable revisar la documentación histórica existente en los archivos con nuevas visiones y preguntas. Lo que hasta ahora podemos inferir es que algunas mujeres quiteñas de este periodo estuvieron
suficientemente empoderadas; es necesario entonces reconocer su hacer y su
poder. Sin embargo, ni la Revolución quiteña, ni la Independencia misma trajeron más amplitud en lo que ahora llamamos derechos de las mujeres.
Inmediatamente después del proceso independentista las mujeres de élite reasumieron el rol fundamental que se les había asignado: fortalecer los enlaces
familiares ventajosos a través del matrimonio para asegurar la condición económica y social familiar. Este rol adquirió mayor vigencia por la disminución
de la población masculina por causa de la guerra y por la necesidad de neutralizar la competencia peninsular.
Por citar algunos casos, el general Sucre se casó con la marquesa de Solanda,
Mariana Carcelén; el general Juan José Flores, con doña Mercedes Jijón y Vivanco; el coronel Adolfo Klinger, con Valentina Serrano y Cabezas; el general
Juan Illingworth emparentó con la familia Icaza y el general Wright con los
Rocafuerte. De esta manera las mujeres fueron nuevamente el instrumento de
aseguramiento de una continuidad en la tenencia de la tierra y de una posición
social aventajada.
Curiosamente durante la Revolución de Quito, y en los años previos a ella,
algunas mujeres actuaron dentro de la más pura tendencia romántica que,
como explicamos en el capitulo anterior, no se pondrá en evidencia sino hasta
algunos años después. Ellas se negaron a cumplir con aquella función social
de usar el matrimonio como un medio de afianzamiento familiar. Con una
nueva visón de la vida, buscaron el matrimonio como una empresa emotiva
que se finque en el amor y no en la conveniencia; ejemplo de ello son los casos
de Rosa Zárate y Josefa Tinajero.
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No nos ha sido posible seguir los derroteros de mujeres de otros estratos sociales, sin embargo presumimos que los primeros años de República limitaron
mucho el accionar femenino en ciertas áreas. Si bien se encuentran huellas de
las primeras escritoras, también vemos un retroceso en cuanto a su participación económica y política. Causa y efecto de ello es el silenciamiento que
sufren las mujeres de la Revolución por parte del poder y de historiadores que
no las tomaron en cuenta o, si lo hicieron, fue desde los parámetros que tenían
para medir a las mujeres de su propia época, bajo una perspectiva paternalista.
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Siglas
ADMQ
AHBCQ
ANHQ
BANH
BBCQ
Archivo del Distrito Metropolitano de Quito
Archivo Histórico del Banco Central de Quito
Archivo Nacional de Historia Quito
Boletín de la Academia Nacional de Historia
Biblioteca del Banco Central de Quito
Documentación Primaria
Series del Archivo Nacional de Historia (ANHQ)
Civiles
Criminales
Gobierno
Fondo Especial
Haciendas
Censos y Capellanías
Milicias
Matrimoniales
Indígenas
La revolución de Quito, 1809-1812 (edición especial)
Cedularios
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
XIV, No 001203
XXIX, Criminales, No. 001203
VIII, No. 001204
VIII, No. 001205
I, Vol. 9, No. 001194
II, Vol. 9, No. 001196
LXXVII, Misceláneos.
Series del Archivo de la Curia Metropolitana (ACMQ)
Matrimoniales
Juicios Civiles 1805-1812
Fuentes electrónicas
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Colección Procesos de 1809, La Revolución de Quito, 1809-1812, de los siguientes tomos:
IV, No. 001198
V, No. 001200
VII, No. 001201
VII, No. 001202
VII, No. 001203
XI, No. 001203
XVII, No. 001203
XXI, No. 001203
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M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
257
IN DICE O N O M ÁSTICO Y TO PO N ÍM ICO
Agoyán
Agualongo
Aguilar, Manuel
Aguirre,
Alausí
Álvarez, Isabel
Amar
Ambato
América
Andrade, Antonio
Andrade, Vicente
Anes, Gonzalo
Angulo
Ante
Antioquia
Aranda
Arboleda, Pedro
Aréchaga
Arenas
Arredondo
Arteta
Artola, Miguel
Ascázubi
Atacaso
Atlántico
Ayacucho
Aymerich,
Azuay
Bailén
Bandola, La
Barbacoas
Barrera, Isaac J.
Barreto, Juan
Basantes
Bastida y Coello, Baltasara Flor
Bayona
Bejarano, Jacinto
Benavides, Melchor
Bermúdez Cañizares, Miguel
Bocachica
Bodegas
Bogotá
Bolívar, Simón
Bolivia
Bonaparte
Borbones
Borja,
Boyacá
Brasil
Bress
Buga
Cabezas, Tiburcio
Cabo de Hornos
Cachaví
Cachiaco
Cádiz
Caicedo, Joaquín
Caicedo, Manuel José
Caldas, Juan José
Calderón
258
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
Calero, José
Cali
Calisto
Callao
Campo y Valencia, Juana María
Campo, Juana María del
Campomanes
Cánoba, Pedro
Cantera, La
Cañar
Cañizares, Manuela
Caparedonda
Carabobo
Caracas
Carcelén
Caribe
Carlos III
Carlos IV
Carmen, convento del
Carondelet, Barón de
Carrión, Margarita
Cartagena
Casalino Sen, Carlota
Castro, José de
Cataluña
Cayambe
Centro América
Checa, Feliciano
Checa, Rosa
Chica, Pablo
Chile
Chillo
Chiriboga, Martín
Chocó
Chota
Cocaniguas
Concepción, convento de la
Condamine, La
Cornejo, Teresa
Correa, José
Cortázar, Francisco
Costa
Costalona, La
Cotacachi
Cotocollao
Cotopaxi
Cruz de Piedra
Cruz Vieyra, María de la
Cucalón
Cuenca
Cuero y Caicedo, José
Cuzco
Dávalos, José
Donoso
El Empedradillo
Escarcha, Josefa
Escobar, Antonio
Escudero, Francisco Xavier
Esmeraldas
España
Esparza, Gertrudis
Espejo
Europa
Felipe VII
Fernández Salvador, José
Fernández, Mariano
Fernando VI
Fernando VII
Filipinas
Flor, Teresa
Flores
Flores Caamaño, Alfredo
Florida
Floridablanca
Francia
Franja, Josefa
Freile, Juan
Freire, Manuel
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
Fuentes, José
Fuertes Amar
Gálvez, José de
Gamarra, Francisca
Gameza
Garcés, Cristóbal
Godoy
Gómez de la Torre
Gonzáles Páez, J.M.
Gonzáles Suárez, Federico
Gran Colombia
Guamote
Guano
Guanujo
Guaranda
Guatemala
Guatemala
Guayaquil
Guayas
Guayllabamba
Guerrero
Guipúzcoa
Guizado, Manuel
Gutiérrez
Guzmán, Anastasio
Haro, Pascuaza
Herrera y Berrio, Josefa, (ver Marquesa de Maenza)
Hospital (jesuita)
Humboldt
Ibarra
Icaza
Illingworth, Juan
Inglaterra
Intag
Iñaquito
Ipiales
Isinliví
Isla de León
259
Iturralde de Vidaurreta, Manuela
Jalupana
Jaramillo, Joaquín
Jesuitas
Jijón
Jima
Jiménez, Inés
Joaquín Baquijano
José I
Jovellanos
Jurado, Nicolaza
Klinger, Adolfo
La Chima
La Laguna
Laminia, Juana
Larraín y Pazmiño, María Isidora
Larraín, María
Larrea
Larrea y Villavicencio, José
Lasso, Nicolasa
Latacunga
León y Páez, Zoilo
León, Antonia
Libertador (ver Bolívar, Simón)
Lima
Llamota, Ramón
Llanos, Andrés
Loja
Los Chillos
Los Elenes
Lozano, Agustín
Luís XVI
Luisiana
Macas
Madrid
Maenza
Magdalena La
Magnín, Juan
Malbucho
260
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
Maldonado)
Mancheno
Mantilla, Manuela
Manzanos
Matheu
Maynas
Medio Oriente
Mejía Lequerica, José
Melanesio (jesuita)
Merced, La
Merchante
Mesa, Bartolomé
Miraflores
Miranda, Calisto
Mocha
Mochapata
Molina, Joaquín de
Mon y Velarde
Monge, Celiano
Monja, La
Montes
Montúfar
Morales y Ríos, Gaspar
Morales, Juan de Dios
Morocho, Andrés
Mosquera, José María
Munive, Miguel
Muñoz
Murat
Mutis, José Celestino
Nagsiche
Nantes de la Vega, María
Nantes Monajarín, Margarita
Napoleón
Naranjito
Navarra
Navas, Diego
Negrete, Nicolás
Nieto
Nueva Granada
Nuñez del Arco, Ramón
Omoa
Ontaneda y Larraín, María
Ontaneda y León, Josefa
Ontaneda y León, Martina
Ontaneda y Orbe, Mariana
Ontaneda, Vicente
Ordoñez Lara
Orfelán
Oriente
Ortiz
Otavalo
Pacífico
Páez de Trastamara
Páez González
Páez, Ramón
Países Bajos
Palacé
Panamá
Panecillo
Pantano
Papallacta
Paraguay
Paredes, Nicolás
Paredones
Pasto
Patate
Patoa
Pazmiño, Mariano
Peguche
Peña
Pérez Calama
Pérez Muñoz, Pedro
Perol
Perú
Pichincha
Pilapuchín
Pino, Mariano
M U JERES DE LA REVO LU CIÓ N DE Q U ITO
Pintag
Piquita
Pisingalli
Poma de Ayala, Guamán
Pontón
Popayán
Portugal
Pucarmi
Pujilí
Puyol Jiménez, Ramón
Quijos
Quintián Ponte
Quiroga
Quiroga, Luisa
Quito
Rambouillet
Rea, Francisco
Rengifo
Requena, Francisco
Revillaguigedo y el Pombal
Ricaurte
Riobamba
Riofrío
Rivadeneira, Antonio
Rocafuerte
Rodríguez de Quiroga, Manuel
Rodríguez, Pablo
Rojas, Vicente
Roma
Román, Antonio
Rossi, Juan
Ruiz de Castilla
Rusia
Sáenz
Sagrario, El
Salache
Salazar, Xavier
Salinas
Salto, María del
Salvador,
Sámano, Juan
San Agustín
San Antonio
San Blas
San Diego
San Miguel
San Pablo
San Pedro de La Carolina
San Roque
San Sebastián
Sánchez de Orellana
Sandoya, Josefa
Sangolquí
Santa Bárbara
Santa Catalina
Santa Clara
Santa Fe
Santa Marta, recogimiento de
Santistevan, Domingo
Santo Domingo
Saviñon, Nicolás
Scudery
Selva Alegre
Selva Florida
Serrano, Valentina
Sigsig
Solanda
Stevenson, William B.
Sucre, Antonio José de
Tacón, Miguel
Tafalla, Juan
Tamayo, Evangelista
Tambillo
Tariguagua
Tejar de la Merced
Tenorio, Ignacio
Terán, Baltazara
Tilipulito
261
262
So n ia Salaza r Ga rcés - Alexa n d ra Sevilla N a ra n jo
Tinajero
Tinoco, Manuela
Tiobamba
Tiopullo
Tobar, Carlos
Tola
Torresano, Andrés
Trastamara, Pedro Páez
Tungurahua
Ulloa,
Ureta, José
Urquijo
Vallejo, María
Vega y Nantes, María (ver Nantes de
la Vega, María)
Vega, Patricio de la
Veintimilla de Galindo, Dolores
Veintimilla, Marieta
Vela
Velasco, Juan
Vélez de Álava y Buenaño, Rosaura
Vélez, Nicolás
Veloz, Joaquín
Verdeloma
Vergara
Villa Orellana
Villaespeza y Resúa
Villagómez y Lafra
Villalobos
Villalva, Joaquín
Villaorellana
Villavicencio
Viudita, La
Vivanvo, Nicolás
Wright
Yaguachi
Yánez, Ignacia
Zámbiza
Zambrano, Manuel
Zárate y Gadea, Gabriel
Zárate, Rosa
Zumba
Zúñiga