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Tomo2 VersosDelSur Final

2021, Versos del Sur: muestra de ecopesía chilena

Estudio y selección poética de Pedro Humire y Cecilia Vicuña

- VERSOS DEL SUR - 1 Versos del Sur Muestra de ecopoesía chilena Idea original y edición: Ángela Parga León y Pedro Favaron Compiladores: Ángela Parga León, Breno Onetto Muñoz, Giovana Iubini Vidal, Isidora Vicencio, Mauricio Osorio Pefaur, Pedro Araya, Patricio Barría, Pavella Coppola, Pedro Favaron, Sergio Ojeda Barías, Thomas Harris, Yaxkin Melchy Poemas y textos poéticos de: Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Óscar Castro Zúñiga, Violeta Parra Sandoval, Luis Oyarzún Peña, Efraín Barquero, Jorge Teillier, Pedro Humire, Cecilia Vicuña, Raúl Zurita, Elicura Chihuailaf Nahuelpan, Sergio Mansilla Torres, Jaime Luis Huenún, Sofía Abarca Fariña, Leonel Lienlaf, Mauricio Osorio Pefaur, Idania Yáñez Avilez y Andrés González Cactus del viento Editorial ecopoética, artesanal y digital Colección Ecopoéticas de la Madre Tierra Tomo 2: Versos del sur: Muestra de ecopoesía chilena ISBN: 978-956-404-149-0 © D.R. de los textos de las autoras y autores, 2021 Fotografías de las portadas: Cortesía Fundación Mar Adentro, ©Amparo Irarrázaval, ©Fundación Mar Adentro Versos del sur: Muestra de ecopoesía chilena ha sido creada con un fin estrictamente cultural, en el marco del respeto a los derechos humanos, en particular atención a las personas con discapacidad, adultos mayores y grupos sociales vulnerables. Los libros son de distribución gratuita. Está prohibida su venta o lucro que se pudiera generar con la misma. Lo anterior en los términos del artículo 10 de la Convención de Berna. Versos del sur: Muestra de ecopoesía chilena bajo la licencia Creative Commons ReconocimientoNoComercialSinObraDerivada 4.0 Internacional. Idea orIgInal y edIcIón: Ángela Parga León y Pedro Favaron compIladores: Ángela Parga León, Breno Onetto Muñoz, Giovana Iubini Vidal, Isidora Vicencio, Mauricio Osorio Pefaur, Pedro Araya, Patricio Barría, Pavella Coppola, Pedro Favaron, Sergio Ojeda Barías, Thomas Harris, Yaxkin Melchy prImera edIcIón: junio de 2021 Osorno, Chile / Ciudad de México, México / Yarinacocha, Perú / Tsukuba, Japón dIseño y dIagramacIón: Eder Gabriel Resendiz revIsIón: Ángela Parga León, Pedro Favaron y Yaxkin Melchy ÍNDICE índice Territorio y vida en la poesía chilena ............................. 8 Por Ángela Parga y Pedro Favaron Gabriela Mistral Gabriela Mistral ................................................................... 16 Vicuña, 1889 – Nueva York, 1957 (Selección y comentarios de Patricio Barría) Pablo Neruda ........................................................................ 32 Parral, 1904 – Santiago de Chile, 1973 (Selección y comentarios de Pedro Favaron) Óscar Castro Zúñiga ............................................................ 47 Rancagua, 1910 – Santiago de Chile, 1947 (Selección y comentarios de Pedro Favaron) Violeta Parra Sandoval........................................................ 66 San Fabián de Alico, 1917 – Santiago de Chile, 1967 (Selección y comentarios de Ángela Parga León) Luis Oyarzún Peña ............................................................... 86 Santa Cruz, Valparaíso, 1920 – Valdivia, 1972 (Selección y comentarios de Thomas Harris) Efraín Barquero ................................................................... 97 Piedra Blanca, 1931 (Selección y comentarios de Pedro Favaron) Jorge Teillier ......................................................................... 109 Lautaro, 1935 – Viña del Mar, 1996 (Selección y comentarios de Isidora Vicencio) Pedro Humire ....................................................................... 124 Socoroma, 1935 – 2020 (Selección y comentarios de Giovana Iubini Vidal) Cecilia Vicuña....................................................................... 139 Santiago de Chile, 1948 (Selección y comentarios de Giovanna Iubini Vidal) Raúl Zurita ............................................................................ 156 Raul Santiago de Chile, 1950 (Selección y comentarios de Sergio Ojeda Barías) Elicura Chihuailaf Nahuelpan ......................................... 167 Quechurehue, 1952 (Selección y comentarios de Pavella Coppola) Sergio Mansilla Torres ....................................................... 179 Achao, Archipiélago de Chiloé, 1958 (Selección de Ángela Parga León y comentarios de Breno Onetto Muñoz) Pavella Coppola .................................................................... 196 Santiago de Chile, 1963 (Selección y comentarios de Ángela Parga León) Idalia Yáñez Idania YáñezAvilez Avilez ............................................................ 208 Bahía Muerta, 1962 (Selección y comentarios de Mauricio Osorio Pefaur) Jaime Luis Huenún .............................................................. 224 Valdivia, 1967 (Selección y comentarios de Pedro Araya) Sofía Abarca Fariña ............................................................. 244 Quillota, 1968 (Selección y comentarios de Ángela Parga) Leonel Lienlaf ....................................................................... 267 Alepúe, 1969 (Selección de Ángela Parga León; comentarios de Pedro Favaron) Mauricio Osorio Pefaur Pfeaur ...................................................... 284 Santiago de Chile, 1971 (Selección y comentarios de Ángela Parga León) Andrés González .................................................................. 298 Santiago de Chile, 1986 (Selección y comentarios de Yaxkin Melchy) Posfacio de la muestra chilena “Versos del Sur” ........... 317 Por Ángela Parga León Territorio y vida en la poesía chilena Por Ángela Parga y Pedro Favaron Quienes editamos esta pequeña muestra no nos consideramos, bajo ningún motivo, especialistas de la amplia, variada y profunda tradición poética chilena. Lejos de tales consideraciones académicas, la realizamos, en primer lugar, movidos por un profundo amor, y con el ánimo de realizar un pequeño homenaje a tan vasta y exquisita estirpe de cantores. Pero también con la intención de sugerir como inaceptable y poco afortunada una notoria omisión en la construcción del canon de la poesía chilena: desde los espacios académicos y de la elite letrada se ha ignorado, o en todo caso no se le ha dado mucha importancia, al hondo diálogo que muchos poetas chilenos han establecido con el paisaje, con el resto de los seres vivos y con los elementos fundantes de la vida. Este defecto, por lo demás, es común a buena parte de los procesos de la literatura en el resto del continente. Debido a nuestro carácter neófito y a nuestro lúdico acercamiento, hemos pensado conveniente convocar a un buen número de especialistas de la literatura chilena, pidiéndoles que vuelvan a leer a sus poetas amados desde una hermenéutica distinta, ecológica, cercana al territorio y buscando aquellos cantos en los que se expresa la unidad del ser con todo lo existente; y sin sugerirles que abandonen el rigor de sus aproximaciones académicas, les hemos solicitado que comenten los versos que alguna vez los conmocionaron libres de todo acartonamiento metodológico, y que lo hagan con libertad poética y vocación aérea, desde una intimidad cardíaca y afectiva. Entendemos que leer la poesía desde metodologías frías y objetivantes es un cruel despropósito, que termina por asfixiar la voz de los poetas y aburre a los lectores. Las 8 lecturas rígidas contrastan con la flexibilidad del canto. La poesía tiene que ser comentada y celebrada poéticamente. La selección de los poetas, de los compiladores e, incluso, de la editorial con la que se publicará este trabajo, ha sido decidida por vínculos de amistad y de afinidad. De ahí que se optara por definir este trabajo como muestra en vez de antología, ya que la palabra antología (en el uso literario y académico corriente) tiene una connotación más concluyente y canónica. Esperamos, sin embargo, ser un aporte en la difusión de distintas lecturas que, desde los cauces fértiles del amor a la vida y a la naturaleza, se acercan a los poetas chilenos, actuales y pasados, que en sus versos han celebrado la unidad del corazón humano con los territorios y con la totalidad de la vida. Nuestro argumento crítico de partida es que el canon de la poesía chilena (al igual que el propio proyecto de construcción nacional), ha sido realizado desde perspectivas eurocéntricas que deforman la comprensión de la producción literaria y de las propias culturas del territorio. Estas concepciones intelectuales y prácticas políticas, implantadas a la fuerza en todo el continente, nos alejan de nuestras raíces culturales y espirituales, de nuestras herencias, para volvernos un mero remedo de tendencias extranjeras. Chile, resulta imposible negarlo, es un país cuya identidad nacional, en buena medida, ha sido construida violentamente en base a la exclusión de los pueblos indígenas, así como al sometimiento de la geografía a las necesidades de la razón instrumental y utilitaria, en términos modernos, ilustrados, positivistas. Las elites nacionales no han tenido reparos en diezmar demográficamente a los pueblos indígenas, en arrebatar sus territorios, en privatizar lagos, en dinamitar montañas para hurgar en sus entrañas, en talar árboles sagrados, en depredar excesivamente las especies que alimentaron a las naciones originarias. Y buena parte de la población chilena, a pesar de sus evidentes rasgos de mestizaje genético y de transculturación, no se reconoce como descendiente de aquellos ilustres pueblos que habitaron estos territorios desde antes de la llegada de los españoles, y cuyos hijos aun habitan 9 entre nosotros (y en nosotros). La mayoría prefiere identificarse a sí mismo como occidental y hacer gala de cierto antepasado alemán, o croata, o español. Y la construcción del campo de la literatura se ha establecido, por lo general, siguiendo estos paradigmas racistas de exclusión y de auto negación, que cada vez producen más dudas e insatisfacción, y resultan menos atractivos y convincentes. Sin embargo, y al mismo tiempo que tales estrategias resultan innegables, desde la obra fundante de la literatura escrita en Chile, La Auracana de Alonso de Ercilla, la geografía chilena y la presencia indígena han resultado ineludibles; y aunque Ercilla nunca abandona la perspectiva del conquistador en lucha contra el enemigo autóctono, reconoció en el mapuche a un ser libre, ligado a la tierra, indómito y portador de nobleza, al cual rechaza al mismo tiempo que lo fascina. En mayor o menor medida, la mayoría de poetas chilenos, al menos en algunas de las instancias de su creación, han transitado rutas distintas a las del desencuentro de la conciencia y del alma humana, con los territorios y con las culturas locales; desde lo más canónico hasta algunos de los actuales, los poetas se han rehusado a ver a la naturaleza como algo muerto que el ser humano tiene la potestad de manipular infinitamente y de sacar cuanto desee de ella, sino que se han sentido emparentados con la tierra, capaces de hablar con los ríos, de expresar sus propios mundos internos acercándose metafóricamente a la piedra y al hielo, al lago y a la montaña, a la vicuña y al choike, atentos a las voces internas de las plantas y de las rocas. No en vano, el canónico Pablo Neruda, comentando su visita a Machu Pichu, afirma que se sintió parte de ese antiguo lugar; que entre el viejo templo de piedra de los Inkas, se reconoció chileno y peruano (hermosa, necesaria y fecunda reconciliación), americano, hijo del sol y del águila sideral. No cabe duda de que la auténtica poesía, que la poesía del ser genuino, nos devuelve a lo más profundo y desnudo del corazón humano, a las íntimas necesidades de nuestra constitución. Y a pesar de todos los intentos modernos por separar a la sociedad de la cultura, la 10 totalidad de nuestro ser requiere, para su salud integral, retornar a la tierra con los pies desnudos y reencontrarse con su propia ancestralidad. Los poemas de esta muestra, entonces, señalan el camino del saludable retorno a las montañas y a los desiertos, al amplio océano y a los bosques del sur. Fuera de Chile, pocos saben, por ejemplo, del vínculo que desde el Valle del Elqui hasta Iquique y Arica se establece con las culturas indígenas y criollas del norte de Argentina; así como del cultivo de artes y tradiciones quechuas y aimaras, y el fluido intercambio entre estas regiones chilenas con Bolivia y el sur del Perú. De la misma manera, no resulta del todo conocida aun la proliferación de las poesías y artes indígenas que, con renovada vitalidad, agitan las regiones del Sur; y los vínculos Patagónicos que tienden a disolver o ignorar la dureza de los límites nacionales. Y aún no se ha explorado, al menos no con el ímpetu que nosotros creemos necesario, sobre los posibles aportes filosóficos y espirituales de estas culturas ancestrales que se mantienen vivas y creando, transformándose y adaptándose, sin por ello perder sus hondas raíces. Nuestra íntima convicción es que la sabiduría de los sabios indígenas, de los hombres y mujeres herederos de tales enseñanzas, tiene una contribución fundamental a la hora de pensar nuestras formas de habitar el territorio; y que sus palabras y pensamientos pueden ensanchar nuestra comprensión de la propia condición humana, y clarificar la importancia de la poesía para curar las enfermedades y desviaciones de la modernidad, sumida, de forma evidente, en una crisis sin precedentes que pone en riesgo el conjunto vital. Ciertos discursos del ecologismo hegemónico y eurocéntrico quieren señalar a nuestra especie como un virus que enferma al conjunto planetario, para de esa manera justificar sus planes de diezmar y controlar a la población, y sacar adelante sus propios negocios “verdes” y sostenibles; sin embargo, la relación equilibrada y respetuosa que otrora los pueblos indígenas establecieron con el resto de seres vivos, nos señala claramente que no es nuestra especie, desde una visión 11 esencialista, el problema, sino que lo son nuestros modos de producción y relación con los territorios, nuestra pobre conciencia y la codicia de ciertos grupos de poder, aliados al Estado y a las grandes corporaciones, que no tienen reparo en exprimir la tierra hasta quitarle su fuerza y aliento. Hemos de reencontrar formas más saludables de habitar la tierra; formas más armónicas de ser humanos. Los saberes indígenas nos enseñan que el ser humano es naturaleza. Y mediante los cantos sagrados, Ülkantufes1 y Machis2 saben conversar con el río y con el mañque3, con los árboles y lagos; sus palabras se nutren del suelo y extraen la sabiduría de las hierbas, de las nubes, del sol, para curar a los enfermos, para equilibrar las transgresiones, para traer de vuelta las almas capturadas y alejar los peligros de la envidia, para despertar la compasión de los antepasados y la de los Ngen, Dueños de la medicina. Los sabios curanderos Xo’on, de la nación Selknam, y las sabias Machis entre los Mapuches, desde antiguo curaron con la palabra (y actualmente aun lo hacen), guiando al pueblo con los fuertes y dilatados pensamientos heredados de los antiguos, mostrando los legítimos caminos de la humanidad; sus oraciones sanadoras señalan, a la cansada y agotada poesía moderna, perdida en rumbos cada vez más artificiales y en vanidoso hermetismo, que la posibilidad real de la poesía auténtica, ligada a lo primigenio y fundamental, a los grandes ciclos de la naturaleza y al aliento del Espíritu, es la de sanar el corazón humano. El tambor sagrado kultrún, que la Machi golpea con ternura y firmeza, es también expresión del latido de la tierra, que nos llama como una madre generosa, una madre que no vive para sí misma, sino que toda su existencia es entrega y fecundidad, sosteniendo nuestros pasos y envolviéndonos con la atmósfera como un cálido abrazo. De la misma manera, la poesía que nos interesa para esta muestra no ha 1. Denominación para el oficio de cantor en el pueblo mapuche. 2. Sabia sanadora y entidad espiritual mapuche, en el Wallmapu. 3. Cóndor, en mapuzungún. 12 de buscar el propio logro y fama, ni el exceso de la pirueta verbal y del artificio, sino ser un aporte para los demás, dándose como un manantial que sacia la sed de una humanidad estéril; otorgándose como una estrella que orienta la barca que naufraga, como una plegaria que alivia los delirios de la fiebre, como una mano que nos rescata de los rumbos abismados de la muerte, del vicio y de la destrucción. Una palabra que salva nuestra humanidad. Sin lugar a duda, un vuelco sin precedentes en la construcción canónica de la poesía chilena ha sido el Premio Nacional de Poesía del año 2020, entregado al poeta mapuche Elicura Chihuailaf, muy celebrado por todas las personas interesadas en las manifestaciones culturales y artísticas de los pueblos indígenas de América, pero recibida con cierta frialdad por la ciudad letrada. Aunque se trata del reconocimiento a los logros estéticos de un autor, en tanto creador individual, por parte de una institucionalidad que solo de a poco deja de lado sus apegos eurocéntricos, se hace explícito también el reconocimiento literario a las honduras de la cultura y del colectivo humano de los que Chihuailaf se nutre y que, en todo momento, expresa en su poesía. En términos indígenas, el ser no puede ser entendido como una categoría abstracta; aunque los pueblos indígenas suelen dejar un amplio espacio de libertad individual y a la realización plena de uno mismo, la plenitud del ser no se logra en soledad, sino en relación, en contacto con los parientes, dentro del círculo del estar-en-común, del que participan otros seres humanos, pero también el resto de la vida. El arte indígena, aunque expresión del alma singular de cada creador, se nutre de un sustrato cultural compartido. Los premios literarios, finalmente, no siempre dan cuenta de la calidad de una obra; y pueden ser muchos los motivos extraliterarios que provocan que tal autor sea considerado (o no) digno de tal distinción. Sin embargo, si hay algo que este Premio Nacional pone en evidencia, de forma contundente, es que las poéticas indígenas han ido ganando un espacio de reconocimiento público que, hasta hace unas cuantas décadas, hubiera resultado 13 inimaginable. Y esto permite que nuevos lectores se vinculen a ese “país de la memoria”, al que mediante sueños se conectan los sabios originarios para dialogar con los ancestros; y que podamos navegar, junto con los antiguos soñadores, el río del cielo que conecta los tiempos y los mundos en el instante poético y en la videncia onírica. Chihuailaf asegura que su lucha, como poeta y ser humano, es “por la ternura”. Tal frase, que podría parecer ingenua y poco sofisticada a ciertos cultores del verso enrevesado, da testimonio de la necesidad primordial, que experimenta el ser genuino, de conservar nuestro corazón libre de amarguras y asperezas, abierto e inocente, para que aún sea capaz de sentir dentro suyo las voces de las flores y de las cascadas. No hace falta endurecerse con ideologías del resentimiento para salvaguardar la voz prístina que revela a la humanidad su verdadera condición. En el propio corazón ha de habitar un poco del fuego sagrado, de la luz del sol y del calor de la hoguera, para sobrevivir al invierno y recibir con alegría el verano. Y recordar cada día que es bueno y necesario agradecer al sol que nos da calor y a la luna que brilla en la noche. Al contrario de la dureza productiva y de los cálculos financieros, la poesía surge desde el afecto, el asombro, los vínculos familiares, la presencia del Espíritu en todo lo vivo y desde el vínculo con el origen trascendente del alma humana. Esta muestra ecopoética chilena, entonces, sin excesivas pretensiones, rehuyendo a la pancarta, a la militancia y al manifiesto dogmático, quiere dar cuenta de que esta salvaguarda de la ternura y del propio corazón, del vínculo con la tierra y con el cielo, no es una búsqueda aislada de un poeta mapuche, que el año pasado fue laureado con justicia, sino que en tal intención se alían todos los espíritus sensibles que, desde diferentes procedencias culturales y trayectorias, cultivan el viejo arte de los versos. Y tal arte, para ser auténtico, no requiere, solamente, un conocimiento técnico, sino que exige vivir rodeados del misterio, respirar poéticamente, habitar la tierra con respeto, abiertos a lo incierto y a la maravilla, 14 en diálogo con todos los seres, cantando, cantando, cantando, para conmover a las estrellas y recibir el auspicio y la guía de los sabios de antaño. Agosto de 2020 15 Gabriela Mistral Vicuña, 1889 – Nueva York, 1957 (Selección y comentarios de Patricio Barría) Somos una curiosa raza que se ignora en la mitad de sus orígenes, sino en más al ignorarse en su parte indígena. Somos, además, pueblos que no han tomado una cabal posesión de su territorio, que apenas comienzan a espiar su geografía, su flora y su fauna. Somos para decirlo en una frase, gente que tiene por averiguar su cuerpo geográfico tanto como su alma histórica. Excepción hecha de nuestro conocimiento de la raza conquistadora difundido por España, desconocemos terriblemente nada menos que el tronco de nuestro injerto, al saberlo tan poco del indígena fundamental, del que pesa con dos tercios en la masa de nuestra sangre. (Gabriela Mistral, Origen indoamericano y sus derivados) Hay tres vertientes de las cuales abreva la espiritualidad de Gabriela Mistral: El cristianismo popular, la herencia indígena y el esoterismo occidental. El cristianismo popular, corresponde a la manera local –del territorio– en que se entiende y practica el catolicismo, que guarda ciertos rasgos originales, producto de la historia desde la llegada de los españoles, tal como un árbol injertado cuya especificidad depende tanto de su origen como de lo prohijado. Sumado a esto, para Mistral fueron fundamentales sus intensas lecturas de la Biblia que marcaron su hondura espiritual. En cuanto a la herencia indígena, aparece muy clara en su diálogo constante con los seres que habitan su territorio: las Montañas, que son para ella como sus padres, los antiguos espíritus que todo lo ven y todo lo cuidan; el Viento, del cual alguna vez dijo que era el elemento más espiritual de todos y razón de su elección de Mistral como su apellido (debido una lectura sobre el viento mistral en la obra del geógrafo Eliseo Reclus); el Agua, sobre la cual prodigó 16 muchas de sus poesías. Menciono estos, entre otros Dueños del territorio que aparecen de forma recurrente en la obra de Mistral. Lucila Godoy, nombre heredado de Gabriela, proclamaba en aquellas décadas su herencia indígena, especialmente por vía paterna, ya que aseguraba que su padre Godoy era un “indio puro”. Gabriela también estudió y escribió profusamente sobre las culturas indígenas de América, especialmente la Quechua y la Mapuche. Uno de los aportes más importantes de Gabriela Mistral es su proyecto de redención del mestizo chileno. Según Mistral, es posible hallar nuestra memoria y herencia negada en medio del folklore chileno y en la memoria oral, en las historias, prácticas y tradiciones del campesino. Mistral propone que el folklore carece de cualquier virtud si no es entendido desde la experiencia indígena: no creo que haya una posibilidad de averiguación cabal de nosotros mismos, sino después de un largo registro de nuestro folklore...esta lectura folklórica que teníamos que hacer y que a mi me parece la fiesta más delicada, más aguda y más cuidada, más escrupulosa, no puede ir sino junto a un signo muy grande delante del indio. Si el que está leyendo le dice al indio que lleva adentro, no, se entontece, se embrutece; pero en cuanto comienza a decir sí, a aceptar que este anda por su sangre, entonces lo empieza a ver, y desde que lo empieza a ver toda la fábula a él se le vivifica, toda la historia de la América entra a chorros en su cuerpo y la América comienza a existir en él. (Gabriela Mistral, Algunos elementos del Folklore Chileno) En esta propuesta, Gabriela fue una visionaria que se adelantó en muchas décadas a planteamientos que recién empiezan a ser considerados marginalmente en el Chile actual, siendo esta vertiente de su obra, una de las menos notadas. 17 Gabriela plantea que el problema del mestizo chileno es el desconocimiento de su raíz indígena y el ansia de blanqueamiento –así como el origen del mestizaje en un acto de violencia racial–, lo que ocasionaría una serie de defectos y/o trabas en su desarrollo sociocultural y espiritual. En este sentido, el planteo mistraliano implicaría el reconocimiento de nuestra raíz indígena, por medio de una larga y profunda indagación de nuestra memoria territorial, buscando dar relevancia a la parte negada y ocultada. No se trata de minimizar ni desmerecer el legado hispánico que también es parte de nuestra herencia; la diferencia reside en que la herencia hispánica ya es conocida y hegemónica entre nosotros al momento de narrar lo identitario. En este sentido, el planteamiento de Gabriela Mistral tiene algún parangón con ciertas posturas en la América contemporánea, como, por ejemplo, la propuesta de descolonización de Silvia Rivero Cusicanqui. Tuetues, salamancas, meicas, piuchenes, son algunos de los temas relevantes del folklore chileno que hunden sus raíces en nuestra herencia indígena; y si bien Gabriela Mistral no llegó a concretar en profundidad la tarea de revisión de nuestro folklore, si colocó la piedra fundacional, legándonos el desafío. Ella es nuestra inspiración en el día a día, desde el corral de cerros de Elqui. Por aquella época, a fines de la primera mitad del siglo XX, estaban en auge los primeros estudios regionales sobre arqueología y el estudio de la prehistoria local llamaba la atención de eruditos e intelectuales criollos. A esto se suma la creación, en 1943, del Museo Arqueológico de La Serena. En este contexto, Gabriela declaraba sobre una polémica con Ricardo Latchman quien publicó, en 1928, el primer estudio científico sobre la Cultura Diaguita Chilena: Me han contado cosa cómica: el señor Latcham habría dicho en una conferencia de prensa que yo ‘me he inventado la sangre india’. El chileno tonto recorre estos países indios o mestizos declarando su blanquismo. Yo 18 sé algo, espero, de mí misma. Por ejemplo, que mi padre mestizo tenía en su cuerpo la mancha mongólica, cosa que me contó mi madre; segundo, que mi abuelo Godoy era indio puro. La tercera vertiente que influenció la experiencia espiritual de Gabriela fue el esoterismo occidental, interesándose por la Teosofía. Paradójicamente, todas estas vertientes espirituales mencionadas –cristianismo popular, herencia indígena y esoterismo occidental– forman parte, en la actualidad, del repertorio común de este territorio del Valle del Elqui, en que históricamente, convive el catolicismo local con la herencia indígena y, al menos desde la década del 1940, toda una gama de grupos esotéricos y orientalistas de distinto tipo que han encontrado, en esta tierra, un lugar para hacer su base. En la propia alma de Gabriela entran en juego todas estas vertientes que se yuxtaponen, a veces en un juego de contradicciones dinámicas. Gabriela Mistral es un espejo de nuestra tierra; Lucila Godoy es la Tierra que se piensa a sí misma. La Madre Tierra Para Gabriela la vida es una red tejida entre el alma, la tierra y el cuerpo: Desde que Dios sopló alma sobre el barro de Adán y puso ese cuerpo animado en un jardín, se fijó la alianza perdurable de alma, cuerpo y suelo. El alma pide el cuerpo para manifestarse y el cuerpo necesita de la tierra para que ella le sea una especie de cuerpo mayor que le exprese a su vez y que le obedezca los gustos y las maneras. (Gabriela Mistral, Conversando sobre la tierra) 19 El misterio mismo de la vida solo podría aparecérsele al ser humano en contacto con la naturaleza, en la vida con la tierra, viviendo de ella y por ella. Por lo tanto Gabriela se lamenta del urbanismo moderno y del destino de los niños criados en tal contexto, desapegados de la tierra. Ya que en sus primeros pasos el hombre debe aprender a conocer a sus dos madres. No es solo el conocimiento el que se pierde al separarse de la tierra; según Mistral, el vigor, la salud y la felicidad dependen de la comunión del hombre con su tierra. El secreto de la vida, es guardado por nuestros ancestros, a pesar de la ignorancia del presente: Hay que saber, para aceptar esta afirmación, lo que significa la tierra para el hombre indio; hay que entender que la que para nosotros es una parte de nuestros bienes, una lonja de nuestros numerosos disfrutes, es para el indio su alfa y su omega, el asiento de los hombres y el de los dioses, la madre aprendida como tal desde el gateo del niño, algo como una esposa por el amor sensual con que se regodea en ella y la hija suya por siembras y riesgos”. (El pueblo araucano) La sombra de Gabriela Llegué al Valle de Elqui hace unas dos décadas, impulsado por el interés de descubrir la historia y herencia Diaguita –un pueblo indígena del Norte Chico de Chile– su pasado prehispánico y la huella de aquello en el presente. Mi búsqueda en aquel momento liminal estaba signada por un romanticismo puritano sobre lo indígena. Era un entusiasta de la arqueología regional y me maravillaba pensando en encontrar herencias prístinas, incontaminadas por occidente, un legado detenido en el tiempo, fosilizado. 20 A poco tiempo de llegado, tenía la costumbre de consultar a los lugareños, por historias de indios, incluso en los contextos más insólitos, muchas veces dejando atónitos a mis interlocutores. Un día consulté al chofer de un colectivo, durante el viaje, si conocía alguna de estas tradiciones que tanto me fascinaban; y, después de unos segundos de silencio reflexivo, me dijo: “Lo único que sé es que como por agosto de cada año en el Cerro Mamalluca se forma la silueta de la cara de Gabriela Mistral”. En aquel momento me pareció algo sin importancia, debido a mi desconocimiento sobre la real herencia indígena –más allá de lo romántico y de lo científico que era los pensamientos que me animaban– y a una visión normativa de la identidad. Con el tiempo recopilé varios relatos que apuntaban a lo mismo: la importancia de los rostros que se ven en los cerros, tanto en la fisionomía misma de estos como en las sombras que produce el sol, en sus diferentes posiciones. Al otro lado del Cerro Mamalluca, hay otra sombra que se produce en determinada época del año, cuyo rostro humano es explicado en otro relato local que habla sobre el hijo de un cacique Diaguita (al cual correspondería el rostro formado por el cerro y el sol) y un mineral de oro oculto en aquel cerro. La importancia de los cerros es central en los Andes; información al respecto abunda por medios de público conocimiento, tanto en Perú y Bolivia como en el Norte Grande chileno y el Noroeste argentino. Son llamados de diversas maneras: Wamanis, Apus, Mallkus o Achachilas. Estas tradiciones explican, en general, que los cerros son antiguos ancestros primigenios, fundadores de las comunidades donde se emplazan, poseyendo una personalidad e historia propia. La veneración a las montañas forma parte central de la espiritualidad tradicional en los Andes desde tiempos inmemoriales; esto se verifica a través de ingente evidencia arqueológica, etnográfica y etnohistórica. Los Señores Cerros controlan el ciclo del agua y su acción es central para la continuidad de la vida. 21 En el Valle de Elqui existe una narración tradicional que explica que los ancestros más antiguos son quienes sobrevivieron al primer aluvión devastador de la historia. Fueron las pocas personas que lograron refugiarse en los cerros elquinos. De estos ancestros primigenios descienden todos los habitantes del Valle de Elqui; además, estos ancestros son fundamentales por su papel de garantes de un orden tradicional y fuente de poder para los hombres que se relacionan con ellos hereditariamente. Esta manera andina de entender el territorio y la importancia de sus montañas, la encontramos de manera clara en los escritos de Gabriela, como el poema al Monte Aconcagua, y en sus constantes referencias a las montañas elquinas. La importancia de su obra, para este territorio, es de tal relevancia, que completó el antiguo camino de los ancestros y su sombra se eternizó en el Cerro Mamalluca. Valle del Elqui, Febrero de 2021 22 LA TIERRA Niño indio, si estás cansado, tú te acuestas sobre la tierra, y lo mismo si estás alegre. Hijo mío juega con ella... Se oyen cosas maravillosas al tambor indio de la Tierra: se oyen el fuego que sube y baja buscando el cielo y nos sosiega. Rueda y rueda, se oyen los ríos en cascadas que no se cuentan. Se oyen mugir los animales; se oye el hacha comer la selva. Se oyen sonar los telares indios. Se oyen trillar, se oyen fiestas. Donde el indio lo está llamando, el tambor indio le contesta, y tañe cerca y tañe lejos, como el que huye y que regresa... Todo lo toma todo lo carga el lomo santo de la Tierra: lo que camina, lo que duerme, lo que retoza y lo que pena; y lleva vivos y lleva muertos 23 el tambor indio de la Tierra. Cuando muera, no llores hijo: pecho a pecho ponte con ella, y si sujetas los alientos como que todo o nada fueras, tú escucharás subir su brazo y la madre que estaba rota tú la verás volver entera. (Libro: Ternura) 24 MONTE ACONCAGUA Yo he visto, yo he visto mi monte Aconcagua. Me dura para siempre su loca llamarada y desde que le vimos la muerte no nos mata. Manda la noche grande, suelta las mañanas, se esconde en las nubes, bórrase, acaba... y sigue pastoreando detrás de la nubada. Parado está en el sueño de su cuerpo y de su alma, ni sube ni desciende, de lo absorto no avanza; su adoración perenne no se rinde y relaja, pero nos pastorea con lomos y llamarada aunque le corran cuatro metales las entrañas. La sombra grave y dulce rueda como medalla; ella cae a las puertas, las mesas y las caras, 25 los ojos hace amianto, los dorsos vuelve plata, conforta, llama, urge, nos aúpa y abrasa, Elías, carro ardiendo ¡Monte Aconcagua! Cebrea los pastales, tornea las manzanas, enmiela los racimos, enjoroba las parvas, hace en turno de Jove, tempestad y bonanzas cuenta y recuenta hijos y de contar no acaba... Le aguardan espinales a la primer jornada; después, salvias y boldos con reveses de plata, y a más y a más que sube el pecho se le aclara: arrebatado Elías, ¡Elohim Aconcagua! A veces las aldeas son de su ardor mesadas y caen desgranándose en uvas rebanadas. Mas nunca renegamos su pecho que nos salva, parece sueño nuestro, 26 parece fábula el que tras de las nubes su rostro guarda. ¡Elohim abrasado, viejo Aconcagua! Yo veo, yo veo, mi Padre Aconcagua de nuestro claro arcángel desciende toda gracia. Ya se oyen sus cascadas, por las espumas blancas la madre mía baja y después se va yendo por faldas y quebradas. ¡Demiurgo que nos haces, viejo Aconcagua! Di su nombre, dilo a voces para que te ensanche el pecho y te labre la garganta y se te baje a los sueños. Aconcagua “padre de aguas”, Aconcagua, duro gesto, besado del Dios eterno y del arrebol postrero. Algo ha en tus manos, algo que invoca por tus dos pueblos. “Paz para los hombres, paz”, bendición para el pequeño 27 que está naciendo, dulzura para el que muere... (Libro: Poema de Chile) 28 MONTAÑAS MÍAS En montañas me crié con tres docenas alzadas. Parece que nunca, nunca, aunque me escuche la marcha, las perdí, ni cuando es día ni cuando es noche estrellada, y aunque me vea en las fuentes la cabellera nevada, las dejé ni me dejaron como a hija trascordada. Y aunque me digan el mote de ausente y de renegada, me las tuve y me las tengo todavía, todavía, y me sigue su mirada. (Libro: Poema de Chile) 29 A VECES, MAMÁ, TE DIGO… —A veces, mama, te digo, que me das un miedo loco. ¿Qué es eso, di, que caminas de otra laya que nosotros y, de pronto, ni me oyes y hablas lo mismo que el loco mirando y sin responder o respondiendo a los otros? ¿Con quién hablas, dime, cuando yo me hago el que duerme... y oigo? Será con los animales, la hierba o el viento loco. —Porque todos están vivos y a lo vivo les respondo. También contesto a lo mudo, por ser mis parientes todos. —Ja, ja, ja, mama, la mama, calla o me lo cuentas todo. —Me llamaban “cuatro añitos” y ya tenía doce años. Así me mentaban, pues no hacía lo de mis años: no cosía, no zurcía, tenía los ojos vagos, 30 cuentos pedía, romances, y no lavaba los platos... ¡Ay! y, sobre todo, a causa de un hablar así, rimado. —¿Y qué más, qué más hacías? ¡Ve contando, ve contando! —Me tenía una familia de árboles, otra de matas, hablaba largo y tendido con animales hallados. Todavía hablo con ellos cuando te vas escapado. Pero ellos contestan sólo cuando no les hacen daño. No lo hostigó mi Santo Francisco y les dijo hermanos. (Libro: Poema de Chile) 31 Pablo Neruda Parral, 1904 – Santiago de Chile, 1973 (Selección y comentarios de Pedro Favaron) Entiendo que comentar a Neruda, aún más desde Chile, resulta complicado. Se trata, no cabe duda, de una poesía de evidente calidad y nervio, pero fundada en un ego colosal. No todos los países llegan a tener una figura tan canónica y, hasta cierto punto, opresora en su omnipresencia. No percibo, por ejemplo, que en el Perú pase lo mismo con César Vallejo. Lo canónico de Neruda se tendría que comparar, en el Perú, con el caso de José Santos Chocano. De forma semejante a Neruda, Santos Chocano también era movido a escribir por una vanidad implacable; en ambos casos, muchas de sus conductas resultan, para decirlo con suavidad, moralmente poco solventes; ambos fueron poetas laureados y reconocidos en vida, revestidos de cierta oficialidad; y los dos tenían una tendencia a la poesía monumental, épica, a la oda y a la exterioridad, un talante que no penetra hasta la medula del fenómeno poético. Sin embargo, a diferencia de lo sucedido con Neruda, el destino literario de Santos Chocano fue más cruel: habiendo sido una de las innegables voces del modernismo hispanoamericano, las siguientes generaciones peruanas, al abrazar los ideales de la vanguardia, del socialismo, de la revolución y del indigenismo de forma abrumadora, lo enterraron en un olvido del que nadie ha podido rescatarlo. Y aunque Chocano sigue siendo parte de las antologías escolares, no tuvo cultores en las generaciones posteriores. De igual manera, entiendo que a las actuales generaciones de la poesía chilena les resulta difícil acercarse con una mirada prístina y gozosa a Neruda; sin embargo, negar el aporte y la calidad de Neruda, como yo mismo he hecho alguna vez, resultaría un despropósito parricida, más propio de la rebeldía adolescente que de una madurez de criterios. Y digo esto confesando que mi mayor interés, al menos en las obras literarias 32 de los últimos dos siglos, reside entre aquellos poetas en los que percibo una saludable coherencia entre obra, vida y pensamiento, cosa que, por supuesto, no encuentro en el vanidoso y egoísta Neftalí Reyes. Buena parte de la poesía de Neruda evoca (aunque pocas veces de forma enraizada) las fuentes primordiales que posibilitan la existencia, los elementos fundantes anteriores al surgimiento de la civilización. A pesar de ser un poeta que ensalza su condición letrada y reconoce con orgullo la herencia cultural hispánica y europea, su poética tiene consciencia de que la fuente del canto genuino es anterior a los logros de la civilización, más antigua incluso que los primeros nombres, tal como canta en el primer poema de su monumental Canto General. El verso, en Amor América, retrograda a la semilla, “antes que la peluca y la casaca” traídas por los conquistadores, para sobrevolar (más que hundirse) los “ríos arteriales”, y “la humedad y la espesura” de las que surge el respiro y el barro bilógico, hasta ensalzar al fulgor sonoro del “trueno / sin nombre todavía”. Y nos dice, desde esa altura poética, propia de las águilas y del cóndor tutelar, que el ser humano no está separado del territorio, ya que somos “barro trémulo”, igual que las vasijas; y también somos piedra y sílice, porque nuestros huesos tienen un origen mineral. Se trata, sin duda, de una imaginación arquetípica, en el sentido entendido por Carl G. Jung y sus herederos. Pero luego el poeta nos dice, eludiendo un poco lo antes afirmado, que “las iniciales de la tierra” fueron olvidadas, incluso por el viento; desconoce así la existencia de algunos sabios indígenas (y tal vez de los poetas videntes de otras latitudes) que, a pesar del silencio y de la sangre volcada en las guerras de conquista, aún son capaces de leer esta “escritura” primigenia de la naturaleza. Sin embargo, Neruda mismo reconoce que esta lectura poética del cosmos es una posibilidad: al decir “yo estoy aquí para contar la historia”, se propone dar cuenta de lo anterior a la historia misma; y parece sugerirnos que la vocación suprema del poeta es la de hacernos recordar la luz prístina de aquella “lámpara de tierra”, 33 más arcaica que los códices y crónicas. El poeta, entonces, no ha de ser solo el cantor de las vicisitudes civilizadas, de las guerras y opresiones, ni de los delirios y traumas de la psique (al menos no en un sentido personalista), sino que el canto también ha de dar cuenta de la historia geológica, de los tiempos primordiales, de “la paz del búfalo” y de las “azotadas arenas”. Resulta innegable que, con mayor o menor sinceridad y fortuna, Neruda expresa que lo americano es indisociable de la conciencia indígena, del sustrato cultural y espiritual de las naciones originarias. Es posible, sin embargo, que siguiendo la línea de otros autores criollos, la exaltación de los pueblos anteriores a la conquista, no trascienda la proclama romántica, desconociendo por completo los aportes, creaciones y persistencias de las culturas indígenas contemporáneas. De forma semejante, también en esto, a José Santos Chocano, el poeta se presenta como una suerte de “cantor de América / autóctono y salvaje”, que se sueña descendiente de un antiguo cacique, del “indio emperador”, del Inka; sin embargo, no se acerca al indígena vivo, al cual contempla con cierto menosprecio, y a lo sumo con paternalismo, desde la distancia letrada. A pesar de ello, la afortunada intuición poética de Neruda le permite emparentarse con todas aquellas imágenes arquetípicas de la “aurora humana”; y percibe el corazón del “joven guerrero de tiniebla y cobre”, el pulso de la “planta nupcial” y la filiación con la “madre caimán”, evidenciando así el parentesco fundamental del ser humano con el resto de animales, con las plantas y con las rocas. Neruda canta, con gozo sensual, continental y épico, a la unidad con la tierra, con el suelo magnético anterior a que América sea América, anterior a la espada toledana y a los Estados modernos. Pero, sin quitar mérito alguno a esta intuición poética, no puede dejar de señalarse que el prejuicio letrado se cuela y distorsiona la visión: Neruda concibe lo anterior a España como “tierras sin nombre y sin números”, desconociendo por completo a las lenguas indígenas y sus abstracciones matemáticas. Es evidente que para Neruda ninguna voz supera a la lengua de Castilla. 34 Sin desconocer estas contradicciones y puntos ciegos en la poesía de Neruda, su presencia en esta breve muestra resultaba ineludible; Neruda cantó a los vegetales de América, a los animales, a los minerales, a las aves, a las islas, al océano, a los ríos. La mujer y madre del poeta, su Musa, es en esencia la tierra americana, “tatuada por los ríos”. Neruda canta desde una “noche planetaria”, en la que puede abolir el mediodía de los opresores, para traernos, desde esa aventura órfica, el recuerdo de una confraternidad cósmica y anímica. La voz del poeta llega a hacerse palabra convocante, ya que a su llamado “los ríos acuden”; el poeta recuerda, gracias a las dinámicas primordiales de la imaginación, que el lenguaje humano, al liberarse de los límites prosaicos, es capaz de vincularse con el espíritu de los ríos y hacerles llegar nuestra intención. Es decir, a contracorriente del positivismo materialista y de su filiación marxista, el poeta entiende que el río es un ser vivo, con afecto y consciencia. Y esto, que desconcierta al intelectual demasiado confiado en los logros del progreso y de los métodos ilustrados, emparenta a Neruda (aunque tal vez de forma inconsciente) con las Machi Mapuches, cuyos sentidos son más sensibles y piensan con el corazón. Es tan profunda esta intuición en Neruda, que no solo se siente vibrar en su poesía el cauce fecundo de los ríos de América, sino que llega a afirmar que el Bío-Bío le enseñó “el lenguaje del canto nocturno”. Neruda realiza así una supresión de las categorías ontológicas de la modernidad y sus habituales separaciones; el senema, para Neruda, no es construcción arbitraria ni artificial, sino prolongación del territorio, del canto de los ríos y de las aves. Además, en Neruda hay, sobretodo en el poema “Minerales”, una anticipación a las denuncias ecológicas, poco frecuente en su época y aun hoy escasa en la literatura hispánica. Y se trata de una denuncia sin tapujos a la crueldad minera y a la codicia por los metales. Tal señalamiento demanda no poca valentía en un país, como Chile, cuya economía se basa, en buena medida, en la explotación minera, defendida por políticos de todo 35 el espectro ideológico. Neruda llega a hablar de una “Madre de los metales”, que es una noción indígena que asegura la vida y consciencia de las montañas y sus Dueños espirituales; y afirma que los conquistadores (los de ayer y los de hoy) la “quemaron”, la “mordieron” y la “martirizaron”. Neruda se refiere a esta Madre en primera persona, sabiendo que será escuchado, que es su hijo. Y parece estarle pidiendo perdón por la avidez humana, que la saquea con una dentadura de “tiburón acechante”, con un “aguijón ácido” de “fiebre inoculada”, que nada deja en pie y tiñe de sangre la tierra. Me parece notable que Neruda consiguiera formular tal denuncia, de evidente carácter político, sin caer en el panfleto militante y chato. Uno de los valores superiores de la poesía de Pablo Neruda es su conciencia rítmica, la cual no suele perder, salvándose así de la proclama. A diferencia del lenguaje árido de la técnica, los saberes primordiales se dicen a sí mismos desde una profunda conciencia rítmica. El ser humano expresa sus anhelos íntimos en el canto. Y con el canto habla con todos los seres. El ritmo no es algo exotérico que se nos impone desde afuera, sino pulso y latido que responden a la profundidad de lo que somos. Cada poeta, en base a su pertenencia cultural, al temperamento de su lengua, a la tradición en la que se inserta, tiene un ritmo propio. Pero también hay algo más en el ritmo poético que nos hace participar de una corriente vital que nos trasciende. Según Octavio Paz, “la repetición rítmica es invocación y convocación del tiempo original”; en el tiempo rítmico del poema coinciden el pasado y el futuro en un presente absuelto, en un instante pleno, en el que el ser recupera “la celeste unidad del universo”. El sentir poético, en su estadio más alto, participa de un ritmo que es interno y que, a la vez, nos sobrepasa; un ritmo que se expresa de una manera única en cada poeta, pero que responde al influjo del Espíritu, de ese mismo aliento rítmico que hace cantar a las aves y señala las rotaciones sonoras de las esferas celestes. El ritmo es sonido y también es silencio. La poesía del ser genuino es expresión 36 cultural del Verbo eterno y creador, de la palabra convocante que alumbró el universo. Lo esencial del ejercicio poético es expresar lo inexpresable, dar voz a lo inaudible, permitir que se exprese lo innombrable. CC.NN. Santa Clara de Yarinacocha, Ucayali, Perú Octubre de 2020 37 AMOR AMÉRICA (1400) Antes que la peluca y la casaca fueron los ríos, ríos arteriales: fueron las cordilleras, en cuya onda raída el cóndor o la nieve parecían inmóviles: fue la humedad y la espesura, el trueno sin nombre todavía, las pampas planetarias. El hombre tierra fue, vasija, párpado del barro trémulo, forma de la arcilla, fue cántaro caribe, piedra chibcha, copa imperial o sílice araucana. Tierno y sangriento fue, pero en la empuñadura de su arma de cristal humedecido, las iniciales de la tierra estaban escritas. Nadie pudo recordarlas después: el viento las olvidó, el idioma del agua fue enterrado, las claves se perdieron o se inundaron de silencio o sangre. No se perdió la vida, hermanos pastorales. Pero como una rosa salvaje cayó una gota roja en la espesura y se apagó una lámpara de tierra. 38 Yo estoy aquí para contar la historia. Desde la paz del búfalo hasta las azotadas arenas de la tierra final, en las espumas acumuladas de la luz antártica, y por las madrigueras despeñadas de la sombría paz venezolana, te busqué, padre mío, joven guerrero de tiniebla y cobre, oh tú, planta nupcial, cabellera indomable, madre caimán, metálica paloma. Yo, incásico del légamo, toqué la piedra y dije: ¿Quién me espera? Y apreté la mano sobre un puñado de cristal vacío. Pero anduve entre llores zapotecas y dulce era la luz como un venado, y era la sombra como un párpado verde. Tierra mía sin nombre, sin América, estambre equinoccial, lanza de púrpura, tu aroma me trepó por las raíces hasta la copa que bebía, hasta la más delgada palabra aún no nacida de mi boca. (Libro: Canto General) 39 LOS RÍOS ACUDEN Amada de los ríos, combatida por agua azul y gotas transparentes, como un árbol de venas es tu espectro de diosa oscura que muerde manzanas: al despertar desnuda entonces, eras tatuada por los ríos, y en la altura mojada tu cabeza llenaba el mundo con nuevos rocíos. Te trepidaba el agua en la cintura. Eras de manantiales construida y te brillaban lagos en la frente. De tu espesura madre recogías el agua como lágrimas vitales, y arrastrabas los cauces a la arena a través de la noche planetaria, cruzando ásperas piedras dilatadas, rompiendo en el camino toda la sal de la geología, cortando bosques de compactos muros, apartando los músculos del cuarzo. (Libro: Canto General) 40 BÍO-BÍO Pero háblame, Bío-Bío, son tus palabras en mi boca las que resbalan, tú me diste el lenguaje, el canto nocturno mezclado con lluvia y follaje. Tú, sin que nadie mirara a un niño, me contaste el amanecer de la tierra, la poderosa paz de tu reino, el hacha enterrada con un ramo de flechas muertas, lo que las hojas del canelo en mil años te relataron, y luego te vi entregarte al mar dividido en bocas y senos, ancho y florido, murmurando una historia color de sangre. (Libro: Canto General) 41 MINERALES Madre de los metales, te quemaron, te mordieron, te martirizaron, te corroyeron, te pudrieron más tarde, cuando los ídolos ya no pudieron defenderte. Lianas trepando hacia el cabello de la noche selvática, caobas formadoras del centro de las flechas, hierro agrupado en el desván florido, garra altanera de las conductoras águilas de mi tierra, agua desconocida, sol malvado, ola de cruel espuma, tiburón acechante, dentadura de las cordilleras antárticas, diosa serpiente vestida de plumas y enrarecida por azul veneno, fiebre ancestral inoculada por migraciones de alas y de hormigas, tembladerales, mariposas de aguijón ácido, maderas acercándose al mineral, por qué el coro de los hostiles no defendió el tesoro? Madre de las piedras 42 oscuras que teñirían de sangre tus pestañas! La turquesa de sus etapas, del brillo larvario nacía apenas para las alhajas del sol sacerdotal, dormía el cobre en sus sulfúricas estratas, y el antimonio iba de capa en capa a la profundidad de nuestra estrella. La hulla brillaba de resplandores negros como el total reverso de la nieve, negro hielo enquistado en la secreta tormenta inmóvil de la tierra, cuando un fulgor de pájaro amarillo enterró las corrientes del azufre al pie de las glaciales cordilleras. El vanadio se vestía de lluvia para entrar a la cámara del oro, afilaba cuchillos el tungsteno y el bismuto trenzaba medicinales cabelleras. Las luciérnagas equivocadas aún continuaban en la altura, soltando goteras de fósforo en el surco de los abismos y en las cumbres ferruginosas. Son las viñas del meteoro, los subterráneos del zafiro. 43 El soldadito en las mesetas duerme con ropa de estaño. El cobre establece sus crímenes en las tinieblas insepultas cargadas de materia verde, y en el silencio acumulado duermen las momias destructoras. En la dulzura chibcha el oro sale de opacos oratorios lentamente hacia los guerreros, se convierte en rojos estambres, en corazones laminados, en fosforescencia terrestre, en dentadura fabulosa. Yo duermo entonces con el sueño de una semilla, de una larva, y las escalas de Querétaro bajo contigo. Me esperaron las piedras de luna indecisa, la joya pesquera del ópalo, el árbol muerto en una iglesia helada por las amatistas. Cómo podías, Colombia oral, saber que tus piedras descalzas ocultaban una tormenta de oro iracundo, 44 cómo, patria de la esmeralda, ibas a ver que la alhaja de muerte y mar, el fulgor en su escalofrío, escalaría las gargantas de los dinastas invasores? Eras pura noción de piedra, rosa educada por la sal, maligna lágrima enterrada, sirena de arterias dormidas, belladona, serpiente negra. (Mientras la palma dispersaba su columna en altas peinetas iba la sal destituyendo el esplendor de las montañas, convirtiendo en traje de cuarzo las gotas de lluvia en las hojas y transmutando los abetos en avenidas de carbón). Corrí por los ciclones al peligro y descendí a la luz de la esmeralda, ascendí al pámpano de los rubíes, pero callé para siempre en la estatua del nitrato extendido en el desierto. Vi cómo en la ceniza del huesoso altiplano levantaba el estaño 45 sus corales ramajes de veneno hasta extender como una selva la niebla equinoccial, hasta cubrir el sello de nuestras cereales monarquías. (Libro: Canto General) 46 Óscar Castro Zúñiga Rancagua, 1910 – Santiago de Chile, 1947 (Selección y comentarios de Pedro Favaron) Para Óscar Labarca Caro, sabio artesano de Rancagua que recuerda su pertenencia a la tierra. Óscar Castro es el escritor más honrado de la ciudad de Rancagua, capital de la provincia de Cachapoal. Es probable que el nombre de Rancagua sea una toponimia mapudungun, que significa región de las rancas (planta oriunda de Chile y de Argentina). Aunque poco conocido fuera de Chile, su literatura es comúnmente enseñada en los colegios; y en su región, hay plazas y liceos con su nombre. Se trata de una querencia rural, en la que ha primado, por muchos años, la cultura campestre de los jinetes criollos, de los huasos campesinos y de las chinas, los rodeos, los ponchos y la cueca. Este apego criollo al territorio, con amor al caballo y a las plantas, se trasluce, notoriamente, en la poesía de Oscar Castro de forma fina y acabada. Sus versos son de evidente raigambre hispánica y popular, con maestría en la métrica y la versificación. Su vocación autodidacta se manifiesta en un amor profundo por la libertad, en relación bucólica con la tierra como fuente de verdadera emancipación psíquica, espiritual y cultural. Tiene, por otra parte, una profunda influencia de la obra poética de Federico García Lorca y del cancionero popular. Frente al vanguardismo cosmopolita de Vicente Huidobro, cuyo reconocimiento continental y europeo le daba una preponderancia entre las élites letradas, la poesía de Oscar Castro se decanta por la claridad regionalista, por una transparencia matinal y un sencillo vitalismo, ajeno a todo decadentismo y hermetismo. La suya es una confianza casi plena en la naturaleza de las cosas y en la palabra 47 desnuda. Y una tendencia lírica y diáfana de fina sensibilidad musical. Y cuando se decanta por la denuncia social, por la defensa del campesino, lo hace libre de rencor y resentimiento; lo suyo es una entrega total a la belleza, incluso cuando su voz impreca contra la crueldad. Aunque Oscar Castro suele ser considerado uno de los escritores emblemáticos del criollismo chileno, no sin cierta razón, su obra sobrepasa esta categoría. En su poema Descubrimiento de América muestra una conciencia indigenista que es digna de resaltar, sobre todo si tomamos en cuenta la mentalidad hegemónica contraria a lo indígena entre las élites ilustradas y la poca participación de lo indígena en la construcción simbólica de lo nacional. No es cosa menor que la capital de Chile lleve el nombre de San Santiago, patrón de guerra para los españoles católicos, quienes se lanzaban, antes de 1492, contra los guerreros musulmanes al grito de Santiago Matamoros, y que en América fue convertido en Santiago Mataindios, protector de los conquistadores en su lucha contra los “infieles”. A contracorriente del pensamiento hegemónico, Castro propone que la historia de Chile debe remontarse al alba para “empezar de nuevo”, “ir al origen puro sin conceptos ya hechos”, desligándose de prejuicios, discriminaciones y construcciones eurocéntricas; solo libres de tales deformaciones conceptuales, podrá beberse de lo indígena, asumiéndolo como la raíz de toda posible sanidad, vigor y autenticidad cultural. Las relaciones espirituales y amorosas de las naciones originarias con la geografía son el sustrato geológico más hondo del alma chilena, cuya negación solo puede traer desconcierto y debilidad. Hay que volver a nacer desde el “vientre claro” de esa “América no descubierta” aún por la ciudad letrada, en la que “extranjeras palabras definen gestos nuestros”; la América negada, avasallada, reprimida, aquella que no podemos contemplar por “no saber usar nuestros ojos”, por no saberla ver en su fuerza genuina y en su hermosa e irreductible singularidad. Pero ese influjo del territorio persiste en vitalidad 48 y creatividad en lo más hondo de nosotros. Se trata de volver a recobrar el pálpito propio e indómito de América, que no ha podido ser completamente disciplinado por la razón instrumental de la modernidad ilustrada, y que conserva un “idioma cantador” capaz de hablar con las montañas y el cielo. Es el eterno femenino de América que nos convoca, con su magnetismo telúrico, pero cuyo llamado rechazamos sedientos de cobre y oro. Y desde Chile, en recuerdo al amor omniabarcante de Walt Whitman, Castro expande su canto a la totalidad del continente fecundo, “la América de los grandes ríos y las montañas grandes”. Si escucháramos a la tierra, y nos aliáramos con ella, no solo probaríamos del sabor implacable de sus múltiples frutos, de la piña y del maíz, y nos extasiaríamos con el canto de sus aves en la pura mañana, sino que desde el geomagnetismo americano también nos alzaríamos a beber “leche de cielo en la cumbre del Aconcagua”, la nutricia del oxígeno limpio. El cantor del poema de América, ligado a la tierra, a las cumbres y al cielo, es un Zaratustra vernáculo. Este cantor americano, valiente y severo, noble y rústico, conoce el grito de la tierra cuando se hunde el arado. No huye a las rudas labores matinales y agrarias, sino que en ellas encuentra una puerta de acceso a la vida plena, simple e iluminada. Conoce el habla de los campesinos y de los jinetes, y en ella encuentra los recursos necesarios para expresar las honduras de su pensamiento. No necesita forzar los acentos ni aplicar artificios exóticos. Su canto no se separa del pueblo, no es de élites sofisticadas ni de vano despliegue erudito, sino que a través de su palabra cantan las generaciones de los labriegos: cantan las mujeres campesinas, sabias, fuertes y fecundas (“hembras del pecho en dos racimos”, capaces de parir hijos solas, en sus propias casas, para luego volver a las faenas del campo aun dando de lactar a sus hijos) y también cantan los “firmes varones solitarios”, los humildes campesinos de alpargatas que comulgan con los elementos y entregan su fuerza en las duras faenas ganaderas y agrícolas, para traer la cosecha a casa. En los antiguos hombres y mujeres de campo, en el ejemplo 49 de los antepasados, encuentra Castro la más sublime y terráquea sabiduría, a la vez trascendente e inmanente: “Ellos hablaban con Dios vivo / en el mensaje de los cardos/ y conversaban con el agua / en el lenguaje de los pájaros”. La complementación de los huasos campesinos de antaño con la tierra era completa y perfecta, en dialogo perpetuo, de innegable herencia indígena; de tal raíz autóctona y de sensibilidad acrecentada, aprendieron a escuchar la voz de los cardos, el lenguaje secreto de las aves y del agua. Y es de especial importancia en estos versos la figura de la madre, la que, como toda madre indígena, sabe hablar con las plantas perfumadas y conocer sus secretos medicinales: “En el silencio de mi madre / dormía el yuyo de los campos, / la yerba-luisa, el toronjil, / el vaso blanco de los nardos”. No conviene, entonces, en loca carrera moderna, de estirpe parricida, descartar y hacer mofa de los antiguos, ya que en esos saberes se halla la semilla de un posible vida auténtica y saludable. “Sabiduría de mi sangre”. No le conviene a la nación construirse de espaldas al territorio, olvidar el saber campesino y la innegable fuente americana, ya que eso es negarse y reprimirse a sí misma. Toda la sabiduría del campesino surge de aliarse con la tierra. El hombre de campo es él mismo “casi tierra, / casi claridad, / casi transparente / rama de verdad”. La verdad de la rama no le viene de autónomo solipsismo, sino de su vínculo con el tronco, que la sostiene; y de las raíces, que extraen sus nutrientes del suelo y de la lluvia; y de elevarse hacia el cielo para captar, como una antena cósmica, el alimento lumínico. El árbol, al igual que el campesino, entra en una comunicación espontanea, en su simpleza esencial, con la totalidad de los elementos que posibilitan la vida. No está separado del mundo, sino que se realiza en sus relaciones, en lo interno del aro sagrado. Y aunque el viejo campesino nunca conoció el mar, ni salió en largos viajes, ni leyó muchos libros, se conoce a sí mismo y conoce su raíz, material y espiritual. Y conocerse a un mismo, como afirma el libro del Tao Te King, es la verdadera sabiduría: el sabio conoce los fundamentos 50 de la existencia sin salir de casa, escuchando a las piedras, a los grillos y a la albahaca, desde su propio latido afectivo; y aprende de la cabra, solitaria en la montaña, una perdurable metáfora y un canto arisco y alegre, rebosante con el agua de vida, como el manantial de altura, abundante de fe y de presencia divina, un amanecer de limones, una vida vivida como si la existencia fuese sagrada. Y bien que lo es, a pesar de que la primacía técnica de la modernidad quiera hipnotizarnos y arrebatarnos el alma, para hundirnos en la depresión y el sin sentido. En un tiempo en el que buena parte de los versos que se escriben se recrean en estériles juegos del lenguaje (solo aptos para gente muy inteligente e iniciada), o en una literatura del desasosiego, del psicologismo y el sin-sentido, y cuando la humanidad es ajena a la experiencia prístina de lo poético, conviene volver a la simpleza clara y apacible de Oscar Castro. A su íntimo entrelazamiento con el territorio, a su admiración hacia los saberes indígenas, y a la reminiscencia de nuestra participación, en tanto hijos de América, en la indigeneidad (entendida, ante todo, como estado espiritual y de conciencia, en conexión con el resto de seres vivos). No puede ser que olvidemos (o tomemos cínicamente por infantil y pueril) que la labor de los poetas auténticos, en estos tiempos cibernéticos, ha de ser recordar a la humanidad su pertenencia a la tierra y su participación de lo sagrado. De lo contrario, la poesía seguirá agonizando en camarillas secretas que solo sirven para regocijar el ego de sus tristes cultores. Y su voz no dirá aquella verdad vital que la modernidad transhumanista, proclive a imaginar desalmadas distopías positivistas, precisa escuchar. CC.NN. Santa Clara de Yarinacocha, Ucayali, Perú Febrero 2021 51 DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA Habría que empezar de nuevo. Partir de la raíz del indio. Ir al origen puro sin conceptos ya hechos. Sólo así encontraremos la América no descubierta, la América del vientre claro y los jocundos pechos, la América con su propio idioma cantador, galopando su libertad de yegua joven bajo cielo. Tenemos cuatro siglos de invasiones. No sabemos usar nuestros ojos. Pies extraños caminan por nuestras heredades. Extranjeras palabras definen gestos nuestros. Oro, cobre y sudor americanos —amalgama de gritos y protestas— surcan el mar en barcos de incomprensibles nombres. América. Digo: la América de los bananos, y los cafetales, y las caucheras y los minerales. La América que pare abundancia. La América de los grandes ríos y las montañas grandes. El Nuevo Mundo que amamanta el mundo viejo. La tierra en que mis hermanos los parias tienen hambre. La América, si, la América que no necesita nodrizas, porque bebe leche de cielo en la cumbre del Aconcagua. No la escolar América sabida por los mapas: 52 tierra tatuada de nombres y colores, partida en Panamá por un canal de fierro y comida en el Sur por los hielos australes, sino ésta otra, ésta que nace en el pétreo filo de los Andes y cae como un poncho verde a dos mares azules. Esta que va en mi canto americano, resonando en el galope del charro, del huaso, del llanero, del indio y del gaucho. Esta que va en la espalda del cargador de muelles, y en la espuela grandona, y en el sombrero floreado, y en la ojota besada por aguas y tierras, y en el olor del mate amargo, y en el lamento de la quena y la trutruca, y en el aroma de la piña madura, y en el maíz que ríe con risa de sátiro, y en el coco y la jícara que recibe su jugo. Esa es la América, hermanos. Es pura la mañana. Cantan los pájaros. Canta el sinsonte y el quetzal es un relámpago. Vamos a descubrir la América nuestra. El día agita sus banderas anchas. Es hora de partir y amanecer. Partamos. (Libro: Viaje del alba a la noche). 53 RAÍZ DE CANTO Conozco el habla de los hombres que van curvados sobre el campo y el grito puro de la tierra cuando la hienden los arados. Conozco el trigo que madura —sol en monedas acuñado— y las mujeres que transportan su llamarada entre los brazos. Generaciones de labriegos van por el cauce de mi canto; hembras del pecho en dos racimos, firmes varones solitarios. Ellos hablaban con Dios vivo en el mensaje de los cardos y conversaban con el agua en el lenguaje de los pájaros. Un abuelo de mis abuelos era padrino de los álamos. Otro acuñaba lunas nuevas al levantar su hoz en alto. En el silencio de mi madre 54 dormía el yuyo de los campos, la yerba-luisa, el toronjil, el vaso blanco de los nardos. Todos me cantan pecho adentro; van por mi sangre río abajo; giran en trilla de jacintos por mi silencio deslumbrado. La tarde pura de mi verso tiene gavillas y ganados, porque aún miran con mis ojos los que sembraron y sembraron. Cuando galope cielo arriba sobre mi yegua de topacio, es que me tiene desvelado mi sementera de los astros. Conozco el grito jubiloso del trebolar recién regado y ese licor que se derrama desde las copas del zapallo. Sé del lagar, sé de las viñas y de los mostos fermentando, y sé de Baco que solloza, borracho azul, entre los pámpanos. 55 Sé de las lentas escrituras del humo gris sobre los ranchos; del viento sur cuyo relincho puebla la noche de caballos. Sé de la harina mañanera que agosto vuelca de un cedazo y de los pozos que gotean en un crepúsculo de cántaros. Sabiduría de mi sangre donde los llantos fermentaron. Sabiduría de mi pecho. Sabiduría de mis manos. Lento, en la tarde silenciosa, por este surco voy pasando; surco sutil hecho en el tiempo con el arado de mi canto. Tengo de greda hecha la frente. De greda tengo mis dos manos. Sabiduría de mi sueño. Sabiduría de mi tacto. Porque conozco y sé la tierra, viviré siempre deslumbrado y conversando iré por ella con la semilla y con el árbol. 56 Si de repente me muriera, como se cae un campanario, retemblarían las campiñas en un galope de centauros. (Libro: Viaje del alba a la noche). 57 PEQUEÑA ELEGÍA Por el valle claro vienen a enterrar al hombre que nunca divisó la mar. Era un campesino de lento mirar mediero tranquilo de la soledad. Cosechó los trigos de ajena heredad y se fue apagando corazón en paz. Era casi tierra, casi claridad, casi transparente rama de verdad. Tuvo una alegría: la de cosechar. Tuvo una tristeza: ya no sabe cuál. Por el valle claro 58 lo despedirán tréboles y alfalfas de verde mirar. Aguas del estero dirán un cantar por el campesino que nunca vio el mar. Cuando lo sepulten, alguien llorará. y en el valle puro todo será igual. (Libro: Rocío en el trébol). 59 LA CABRA La cabra suelta en el huerto andaba comiendo albahaca. Toronjil comió después y después tallos de malva. Era blanca como un queso, como la luna era blanca. Cansada de comer hierbas, se puso a comer retamas. Nadie la vio sino Dios. Mi corazón la miraba. Ella seguía comiendo flores y ramas de salvia. Se puso a balar después, bajo la clara mañana. Su balido era en el aire un agua que no mojaba. Se fue por el campo fresco, camino de la montaña. 60 Se perfumaba de malvas el viento, cuando balaba. (Libro: Viaje del alba a la noche). 61 ROMANCE DEL HOMBRE NOCTURNO Mi yegua subía, lenta con firmes pasos de bronce. La noche de crucifijos fulgía sobre los montes. Andaba el agua desnuda En claras conversaciones Con los grillos y las piedras Y las huidas canciones ‘ Es mala la noche amigo, y en el monte andan ladrones’ ¡Buen viejo!, me lo decía allá en el campo de trojes y un sobresalto rondaba por sus pupilas de azogue. Pero era buena la sombra Madura de oros y olores ¿Miedo?, mi yegua era firme y yo llevaba un revolver en el cinto y en el pecho, un ancho corazón de hombre. Sin embargo, sin embargo, 62 mi mano sobresaltose. Cuatro jinetes venían, Pausados bajando el monte. Los vi recortarse, negros Contra las constelaciones. Mi bestia irguió las orejas en agudos aguijones Y la estría de un lucero Rieló sobre mi revolver. ¡Quién va! Los vi detenerse, y mi voz multiplicose rebotando en los picachos como en cojín de resortes. Cruzaba en ese momento un paso de angostos bordes: A la derecha, el abismo, tinta o residuo de noche; adelante, los jinetes; a la izquierda —muro— el monte. Seguí avanzando en la sombra, hacia las sombras inmóviles. traspuesto el paso difícil, me tropecé con sus voces: 63 —¿Adónde marcha el amigo? —Al pueblo de más al norte. Me esperan mi vieja madre Y mis hermanos menores. Los dejé un día de marzo; Cinco años van desde entonces. Ancha mi voz y serena; La suya opaca y de cobre Miré brillar las pupilas en un fulgor de emociones. —Acompañaré al amigo hasta que trasponga el monte. Cinco jinetes tomaron Rumbo a las constelaciones Bajaron cinco jinetes Con firmes pasos de bronce. Cuatro pararon de pronto Y el otro siguió hacia el norte, Después de estrechar las manos Tendidas de los cuatro hombres. Clareó más tarde en el cielo. Amanecer de limones. Palabras de agua liviana. 64 Pájaros madrugadores Cerca, maitenes y boldos; lejos, Rancagua y sus torres; y entre sus casas, mi casa, con ciruelos y parrones ¡y mi madre con sus ojos de mares y horizontes! Detrás el recuerdo grande de un bandido que era un hombre. (Libro: Camino en el alba). 65 Violeta Parra Sandoval San Fabián de Alico, 1917 – Santiago de Chile, 1967 (Selección y comentarios de Ángela Parga León) Se me pide que diga con urgencia a la portentosa Violeta Parra que conocí. A esa no se la dice: se la es. Por esencia esencial se la es, y eso le consta al eje de la tierra. A la otra única que se la es y se la sigue siendo por fundadora y mágica es a la Mistral, por rotación y traslación, por incesantemente y necesaria. Son distintas, cada una en su luz, pero en las dos arde el mismo Chile, el permanente, el cataclístico de oleaje y piedrerío: dos genias de pensar y de decir, de hilar y deshilar el villorrio-mundo que es América. (Gonzalo Rojas, 1985). El respeto internacional por Violeta Parra conduce a especialistas en su obra y a espontáneos estudiosos, a abordar metodológicamente y de forma variada la densidad con que la cantora abraza la belleza de la vida. Allí donde su alma posee la delicadeza del junco4, la existencia del mundo es un poema, melodía o rizoma; en él, Violeta estampa la reflexividad con que su pensamiento lírico proporciona en la esfera de las representaciones afectivas, los mismos beneficios de composición coherente de todas las interrelaciones del género humano con el universo; tal como lo anhelan la astronomía o la geometría. Críticos y poetas como Rosabetty Muñoz, Nicanor Parra, Pablo Neruda, Pablo de Rokha y hasta el mismo José María Arguedas, insistieron en la lucidez de la artista para reconciliar los elementos de lo indio, lo popular, lo campesino, lo negro, lo 4. Juncus prucerus, planta chilena nativa. 66 folclórico, en matices propios de una obra plenamente original. Según dijo Arguedas en 1968, Violeta Parra “es lo más chileno que yo tengo la posibilidad de sentir; sin embargo, es al mismo tiempo, lo más universal que he conocido en Chile (…) allí se encuentra la palpitación de la gente más pretérita”. No existe contradicción entre lo uno y lo múltiple en las manifestaciones visuales, materiales y escritas de la artista; más bien, es en atención a una conciencia ecuménica —en la amplitud de la palabra— que Violeta desbordó sus instrumentos, sean estos la poesía, el canto o la plástica (pinturas y bordados en arpillera) en un sentido potencial, desplazando tales lenguajes y mixturando sus códigos. Toda su obra moviliza las imágenes primeras, las emociones, el devenir y las memorias de los pueblos reunidos con la flora, fauna y geografía continental. El potente imaginario de la cantora permitió a lo popular desprenderse matricialmente y exhibir la experiencia de su novedad bajo una expresión cuasi evasiva, inscribiendo y borrando la tradición para extender cada vez más, una aureola mayor poblada de composiciones originales e intertextos con los que recreó o se apropió de lo vernáculo y del canon de la época. Primordial y con el tiempo, su labor le permitió captar la sensibilidad poética del territorio chileno en sus cantos y oralidad indígena, en la tradición campesina, en la música religiosa y, a su vez, conciliar estas expresiones con pervivencias de la trova francesa o árabigo-andaluza, tal como afirma Paula Miranda en su libro sobre Violeta. Parra produjo una obra creativa, rebelde y sincrética, capaz de percibir las tramas de la historia global, abriendo nuevos caminos desde la tradición. En constante vigilia respecto del avenir, la estética personal de la artista se orientó también hacia la renovación de todas las voces en tensión planetaria. Es esta oxigenación violenta en sus composiciones lo que nos asombra; sus repertorios poéticos, tal como la errante Violeta, vagabundos corren desparramando triguito y repasando los pormenores de pájaros, flores y la entera 67 existencia; hay en su obra un conjunto complejo de dinamismos y contagios, de transformaciones y simbiosis: gavilán me sacó las entrañas. / En el monte quedé abandonada, / me confunden los siete elementos5. Instalada en el linde de la galaxia, es ella misma cantora heterogénea desbordando las materias poéticas, sucesivamente, hasta llegar a la infinidad en que sus tonadas, cuecas, centésimas y bordados, devienen entre edades, géneros y reinos. Algunas veces la palabra misma es forma sustancial: le abrí mi canto y en mi vihuela / lo repitió el bordón; en otras, participa de una agitación que no se reduce a la voz de la poeta, sino, tal como el filósofo francés G. Deleuze reparara, el sujeto es pasible de una adición que le evapora o le condensa en un cuerpo o un conjunto de cuerpos cartografiados. Al respecto, nos tocan los conjuntos de imágenes poéticas que a su vez forman parte de la conciencia creadora de la artista; estos conjuntos se constituyen unos en los otros a su vez, bajo relaciones y pasiones estrechas: Arriba está el cielo brillante de azul, / abajo, la tribu al son del cultrún / le ofrece del trigo su primer almud / por boca de un ave llamado avestruz. Ávido de imágenes, todo lo vivo —también lo muerto— invoca la libertad en la obra de Violeta, sus variadas rítmicas y cromáticas, marchas y reposos, que hermanan a la poeta con el ternero, al indígena con el árbol de mañío, al ostinato que interpreta la vihuela con el trino de la voz poética. Los poemas de Parra son ante todo afectivos; en ellos los mundos animales, vegetales y espirituales recogen las capacidades de cada ser, otorgándoles presencia, posibilitando afectar y ser afectados, y, en definitiva, conseguir la más alta naturaleza: deshojo un blanco manzanillón: / si me quiere mucho, poquito o nada, / tranquilo queda mi corazón. Desde su estancia poética, animales y plantas medicinales conocen la palabra indistinta, y celebran estar 5. Fragmento de “El Gavilán”, en Yo canto a la diferencia (Poemas escogidos). Valparaíso: Editorial U.V, 2016. 68 albergados como filigranas preciosas, cubiertos de la luminosidad bajo los movimientos del cielo; son partículas de algún verano, de un astro en alta voz, de un pejerrey en las manos de un niño, de un canto de canario o tañido de guitarra; en ellos el movimiento y el sosiego vehiculan la metamorfosis poética y aérea de los elementos, y la poeta lee direccionalmente la empatía que el entorno le proporciona, especular a sus vivencias. El ecosistema se transforma y se presenta inopinadamente en tanto índice: Amiga del solitario / lucero de la mañana / y de la brisa temprana / que brilla como rosario6; también a la manera de una señal o mensaje: ¡Por Dios, qué barbaridad! / repite tarde y mañana; / afuera canta la rana / con mucha severidad7; o una despedida: Dios ha llamado a la diosa / a su mansión tan sublime. / De sur a norte se gime / se encienden todas las velas / para alumbrarle a Gabriela8. Razón natural, modo de conocer del entorno al que Violeta atiende, y a través del que por momentos anticipa, quizás, el sabio consejo ctónico al que regresan los deseos de la humanidad. 6. Fragmento de “Amigos tengo por ciento”, En toda Violeta Parra.Ibid. 7. Fragmento de “Así creció la maleza” en Décimas. Autobiografía en versos chilenos. Santiago: Ediciones Nueva Universidad. Universidad Católica de Chile y Editorial Pomaire, 1970. 8. Fragmento de “Hoy se llora a Chile”. A Gabriela Mistral, “verso por despedida”. Ibid, 1976. 69 Weyeli ñi piuke Kuifikeche ñi dungunmew Rofülenew ina Kachill kütral9. (Leonel Lienlaf, 2003). Antiguas Palabras. Uno de los tópicos más relevantes de la obra de Violeta Parra, entre los múltiples contenidos y filiaciones de ésta, es el de la experiencia de producción e investigación con el pueblo mapuche de la Región de la Araucanía, particularmente con la autoridad espiritual Machi, María Painén Cotaro de la comunidad de Millelche, sumando a seis cantoras y un cantor de la zona de Lautaro. Al prestar atención a las prácticas que produjeron los textos El Gavilán, Es una barca de amores y El guillatún y los cuarenta cantos grabados el año 1958 en mapuzungún, la labor de Violeta ha rectificado nuestra concepción de la cultura indígena a lo largo del siglo. Constituye un espléndido ejemplo del lazo ineludible entre una auto exigencia y erudición acerca del mundo campesino y la integridad con que los pueblos indígenas ejercen su historia cultural. Ya tempranamente la poeta conoció la ruralidad palpando la profunda espiritualidad que, aún a mediados del siglo XX, el pueblo chileno mantenía con la tierra. Violeta, por entonces, no solo registró su existencia en un presente cotidiano lleno de recuerdos, sino que escribió también acerca de su presencia como sujeto discursivo. El encuentro de Violeta Parra con el pueblo mapuche subrayó en su creación una poiesis nueva, cercana a la 9. Konpanpun. En antiguas palabras / navega mi corazón / y me abraza / cerca del fuego. 70 vida en equilibrio entre todos los elementos. Pensar a esta poeta precisa de un gesto que reúna lo que representan sus escritos, las formas y soportes de éstos, así como las maneras de intercambio de sentimientos y conocimientos con la recepción, la alteridad y lo sagrado. La honda comprensión sobre la lengua y el eje filosófico de su pensamiento y comportamiento expresa la activa compenetración de Violeta con la bio-estética indígena y su fertilidad de estímulos. Ante la miseria, el canto mapuche florece en la poeta, con un alcance absoluto de arraigo y agradecimiento a la vida, amor por la familia y preservación de los vínculos comunitarios. En El guillatún, observamos dicha poética expresarse en la realidad de lo sagrado mediando el ritual, las imágenes y la música como materias que abren y robustecen la conciencia. La palabra e imagen primeras que Parra emplea en el poema son tomadas del espíritu humano: la machi repite la palabra “sol”/ y el eco del campo le sube la voz. Las condiciones sensibles en que Violeta compone su poética adhieren al subsuelo, al suelo y al espacio aéreo; a la alegría del pueblo, a la música y al saber que habita cada existencia: cogollo de toronjil, / cuando me aumenten las penas, / las flores de mi jardín / han de ser mis enfermeras. Es el canto manifiesto y revelador de los conocimientos10 aprendidos con el Wallmapu11; canto12 sanador, una traza de luz en el territorio nacional. Esta expresividad emotiva es eminentemente ecológica e intercultural. Su obra reconoce la variedad de géneros y subgéneros de la música mapuche, de los lenguajes de la tradición y sus sincretismos. Su labor no es meramente la de compendiar expresiones etnográficas, sino, ante todo, la de iniciar un sistema de relaciones estéticas y epistemológicas en las que el mundo mineral se comunica con lo somático en tanto conocimiento; no es de extrañar que, al 10. “Kimvn”, en lengua mapuche. 11. Totalidad territorial mapuche, involucra a Chile y Argentina como a los planos etéreos y espirituales en una tangente vertical a la tierra. 12. “Vl” en lengua mapuche. 71 igual que Mistral, la cantora recogiera la figura del mestizo — contra las pretensiones eurocéntricas del proyecto nacional y modernizante— estableciendo su ascendencia indígena como lugar de enunciación. En las hojas que bailan, en el humo gozoso de la brasa, en la fuerza del viento, la palabra mapuche encuentra su razón; la palabra es reflejo espiritual y latido de todo lo que existe. En la obra de Violeta Parra, estos conocimientos preservan la oralidad ancestral y abundante en artes discursivas; recopila la experiencia onírica y el pensamiento inspirado de los relatos, cantos y narraciones con cariz histórico, espiritual-medicinal, y natural. La obra de la artista testimonia la trascendencia dialógica y relacional del protocolo social originario: parlamentar y cantar tiene el propósito de dar sentido a la experiencia a través de la locución respetuosa y tranquila con un otro, en una suerte de oscilación hacia la existencia ilimitada. Tal como los actuales poetas mapuche, Violeta se nutrió de palabras antiguas de solidaridad y anuncios que ciñen a distintos seres y recorren espacios terrenos y sutiles: Es una barca de amores / que va remolcando mi alma / y va anidando en los puertos / como una paloma blanca. Las imágenes de fuerte contenido emotivo se sumergen en la cosmogonía ancestral del instante poético, “sin aceptar el tiempo del mundo que reduciría la ambivalencia o la antítesis y lo simultáneo a lo sucesivo” (Bachelard). En su acepción temporal, la barca amorosa nos devuelve a la reconfortante agua materna, símbolo de reposo universal; donde las almas descansan en el azul cielo reintegrándose al infinito. La rosa del corazón es una prolongación natural hacia lo cósmico y circular. Las aguas preceden a toda forma creada. Violeta Parra ha augurado la comprensión entre mundos, la bienhechora amistad entre hombres y hierbas, el descanso en el verde, el lar análogo al sueño inmortal de la crisálida. Las composiciones de la artista extienden nuestra esfera ética a todo 72 lo viviente y encomian la identidad humana a partir de su relación con lo animal, vegetal, climático y los artefactos que le permiten desenvolverse históricamente. Osorno, Región de Los Lagos Enero de 2021 73 DEJEMOS LO TRISTE A UN LADO Dejemos lo triste a un lado, pongámonos en camino; escuchen el dulce trino de un cuento muy agradecido. Estoy en el campo amado arriba de una higuerilla, abajo hay unas chiquillas desparramando triguito, gallinas, pollos, pollitos comiéndose la semilla. Presento primeramente con verdadera alegría, la casa en que yo vivía de mis lejanos parientes; con ellas cándidamente reviso los pormenores de pájaros y de flores y los insectos del suelo, de los misterios del cielo la lluvia y los arreboles. Al centro de los viñales la huella real culebreaba donde un pueblo empezaba perdido entre los nogales. 74 Le orillan verdes zarzales, Lo ensombran los ocaliptos, Anduv’este caminito cuando me fui pa’ Malloga, saltando con una soga, como feliz ternerito. Por la mitad d’esta ruta, como que se hace una loma como que gira y que toma, la forma de una herradura. Al centro hay una espesura de arbusto’entre las higueras, divide’l patio la hoguera del horno en que arde el sarmiento, y una barra cubr’el centro del corredor d’esta puebla. Dos puertas y tres ventanas debajo del corredor, por ellas penetra el sol entero por las mañanas; en la cornisa, una llama de cebollares maduros, y en cada poste los nudos del árbol de la montaña; y en los rincones, las cañas de los choclitos dientudos. 75 Aquí, la piedra moliendo la fragancios’harinita, del fuego la calientita tortilla del mate, hirviendo. Allá, las vacas mugiendo al son de la ordeñadora, que llena las cantimploras con música sin igual, cuando le saca el raudal de leche por las bordonas. (Libro: Violeta Parra. Poesía) 76 CUANDO LLEGABA EL VERANO Cuando llegaba el verano con sus destellos dorados, salíamos disparados a pulmonear aire sano. A ver, a ver, de la mano nos recomiend’afanosa la madre qu’es cuidadosa como la mía lo es con sus flores que hoy son diez; falta un clavel y una rosa. Pa’ no mentir, yo recuerdo dos espacios lugares, paseos muy populares para la gente del pueblo. Con sus docenas de cuentos, el río como una fragua, con matas de canchanlagua, con historietas de “cueros”. Fatal y muy pendenciero el viejo “animal del agua”. “El saco”, el otro paseo, de mi maqui dulce y jugoso, de bellos copihues rojos, de verde y fresco poleo. Con gusto yo deletreo 77 la tierra del indio mío, frondoso como el mañío cuando el chileno lo estima. Mi mamá era la madrina del “güeñe” Juancho Canío. Al río en tardes de sol como patitos al agua, nadando como una tagua d’espaldas al arrebol; después, con un caracol me pasa el tiempo volando; caracolcito rogando: yo quiero verte los cuernos o bien, te mando al infierno, si te andas caracoleando. El monte se halla enfiestado de la mañan’a la noche; lo miro y está fantoche con todos sus invitados; el humo del cabro asado se anida en un maitencillo; Romasa picó el cuchillo, la mesa ya está servida con hartas papas cocidas; felic’están los chiquillos. (Libro: Violeta Parra. Poesía) 78 PUPILA DE ÁGUILA Un pajarillo vino a posarse bajo mi arbolito. Era de noche, yo no podía ver su dibujito. Se lamentaba de que una jaula lo hizo prisionero, que las plumillas, una por una se las arrancaron. Quise curarlo con mi cariño, mas el pajarillo guardó silencio como una tumba hasta que amaneció. Llegan los claros de un bello día, el viento sacudió todo el ramaje de mi arbolito y allí se descubrió que el pajarillo tenía el alma más herida que yo y por las grietas que le sangraban su vida se escapó. En su garganta dolido trino llora su corazón. Le abrí mi canto y en mi vihuela Lo repitió el bordón. 79 Ya mejoraba, ya sonreía con mi medicina, cuando una tarde llegó una carta de su jaula antigua. En mi arbolito brotaron flores negras y moradas porque el correo vino a buscarlo, mis ojos lloraban. Desaparece, me deja en prenda, toda su amargura, se lleva ufano mi flor más tierna, mi sol y mi luna. En el momento de su partida, en mi cuello un collar dejó olvidado y como Aladino, yo lo empecé a frotar. Pasan minutos, pasan las horas Y toda una vida, por el milagro de aquella joya lo he visto regresar con más heridas, con más silencio y con garras largas. Sus buenos días mi piel desgarra con ácida maldad. Ave que llega sin procedencia y no sabe a dónde va, es prisionera en su propio vuelo, 80 ave mala será. Ave maligna, siembra cizaña, bebe, calla y se va, cierra tu fuente, cierra tu canto, tira la llave al mar. Un pajarillo vino llorando, Lo quise consolar, Toqué sus ojos con mi pañuelo: Pupila de águila, Pupila de águila. (Libro: Violeta Parra. Poesía) 81 EL GUILLATÚN Millelche está triste con el temporal, los trigos se acuestan en ese barrial. Los indios resuelven después de llorar, hablar con Isidro, con Dios y San Juan, con Dios y San Juan, con Dios y San Juan. Camina la machi para el guillatún, chamal y rebozo, trailonco y cultrún, y hasta los enfermos de su machitún, aumentan las filas de aquel guillatún, de aquel guillatún, de aquel guillatún. La lluvia que cae y vuelva a caer, los indios la miran sin hallar qué hacer, se arrancan el pelo, se rompen los pies, porque las cosechas se van a perder, se van a perder, se van a perder. Se juntan los indios en un corralón, con los instrumentos rompió una canción, la machi repite la palabra “sol” y el eco del campo le sube la voz, le sube la voz, le sube la voz. El rey de los cielos muy bien escuchó, remonta los vientos para otra región, 82 deshizo las nubes, después se acostó, los indios lo cubren con una oración, con una oración, con una oración. Arriba está el cielo brillante de azul, abajo, la tribu al son del cultrún le ofrece del trigo su primer almud por boca de un ave llamado avestruz, llamado avestruz, llamado avestruz. Se siente el perfume de carne y muday, canelo, naranjo, corteza’e quillay. Termina la fiesta con el aclarar, guardaron el canto, el baile y el pan, el baile y el pan, el baile y el pan. (Libro: Violeta Parra. Poesía) 83 LA JARDINERA Para olvidarme de ti voy a cultivar la tierra, en ella espero encontrar remedio para mis penas. Aquí plantaré el rosal de las espinas más gruesas. Tendré lista la corona para cuando en mi te mueras. Para mi tristeza, violeta azul, clavelina roja pa’mi pasión, y para saber si me corresponde, deshojo un blanco manzanillón: si me quiere mucho, poquito o nada, tranquilo queda mi corazón. Creciendo irán poco a poco los alegres pensamientos, cuando ya estés florecidos irá lejos tu recuerdo. De la flor de la amapola seré su mejor amiga, la pondré bajo la almohada para dormirme tranquila. Para mi tristeza, violeta azul, clavelina roja pa’mi pasión, 84 y para saber si me corresponde, deshojo un blanco manzanillón: si me quiere mucho, poquito o nada, tranquilo queda mi corazón. Cogollo de toronjil, cuando me aumenten las penas, las flores de mi jardín han de ser mis enfermeras. Y si acaso yo me ausento antes que tú te arrepientas, heredarás estas flores: ¡ven a curarte con ellas! Para mi tristeza, violeta azul, clavelina roja pa’mi pasión, y para saber si me corresponde, deshojo un blanco manzanillón: si me quiere mucho, poquito o nada, tranquilo queda mi corazón. (Libro: Violeta Parra. Poesía) 85 Luis Oyarzún Peña Santa Cruz, Valparaíso, 1920 – Valdivia, 1972 (Selección y comentarios de Thomas Harris) Luis Oyarzún publicó en vida dos libros de poesía en verso: Mediodía, en 1958 y Alrededor, en 1963. Libros de escasa tirada, el primero fue editado por la “Colección Extremo Sur” y el segundo por la ya mítica “El viento en la llama”. También publicó los libros de prosa poética Las murallas del sueño (1940), Poemas en prosa (1943) y Ver (1952). Estos “llamados urgentes” de la lírica de Luis Oyarzún quieren dejar cuenta que, tanto en prosa y en verso, su poesía se adentra en lo que podríamos llamar hoy ecopoesía; es decir, una poesía que se instala y nos advierte de un mundo que agoniza. Si no ponemos la mirada en la tierra y en la mirada ecológica, el mundo dejará de ser lo que deseamos; si no nos instalamos en él de una manera humanista y consciente de que habitamos un espacio que debemos amar, nuestra vida y la vida del planeta tienen las horas contadas. Y no es una forma de ver nuestro espacio vital amenazado en vano. También su amigo y contemporáneo, Nicanor Parra, lo advirtió. Luis Oyarzún tenía claro aquello, con urgencia y amor: en cada libro suyo advertía que esa era la premisa que la poesía debe contener; como su obra poética en verso, tanto la de sus libros citados, como la publicación póstuma, Tierra de Hojas, editada por LAR, en 1987, con motivo de un homenaje hecho en Valdivia al autor. La poesía concebida como un ejercicio de la mirada, del ver el Mundo, es uno de los rasgos más destacados en la obra de Luis Oyarzún, y no solo de sus “poéticas”, sino en su totalidad filosófica. Pero es en sus textos poéticos en los que el ejercicio de la mirada (de la “visión”), sin duda, se manifiesta como uno de sus ejes privilegiados, que estructura el texto: “Ayer le decía a Salvador Reyes que me interesaba actualmente la poesía como un ejercicio 86 de la visión. Le pido que me enseñe a ver y quisiera que fuese como la pintura de los flamencos. Nada me parece desdeñable. Cualquier objeto visto plenamente, o cerca de su verdadero ser, trae consigo la revelación total. Si pudiera ver a ese pájaro que ha pasado volando en este instante sobre el cielo —un ave de presa que se balanceaba voluptuosamente en medio del viento—, sabría lo que le escribo con su vuelo. Sabría qué es lo que Dios lee”, escribe Oyarzún en el Diario íntimo. La visión, como ejercicio poético de carácter epistemológico, iluminador de ciertas zonas de realidad, aparece unida muy íntimamente en su obra con la naturaleza. La naturaleza le otorga identidad, ser, ubicación, plenitud. Poder nombrar la naturaleza que le rodea le confiere al poeta arraigo en el mundo; en cambio, el desconocimiento de los nombres del entorno natural le provoca un profundo sentimiento de nostalgia, de desarraigo, de “morriña del terruño”: “Escribo frente a mi ventana, con mi Diario paisaje de Highgate delante de los ojos. Inglaterra no tiene colores. Es una tierra plateada sin la transparencia de los cristales empañados. Siempre hay aquí un cristal entre nuestras pupilas y el mundo exterior. Creo que recordaré siempre estos grandes árboles del jardín de mi casa, tal vez castaños. No sé precisamente que árboles son. Una de las cosas que me hacen extranjero es no conocer el nombre de los árboles y de las flores”. En sus dos libros publicados en vida, Mediodía y Alrededor, pienso que sus poemas demuestran el pathos de la tierra, del lugar en el Mundo. De lo que nos gustaría llamar un ecosistema poético, un ecosistema lírico, que nos habla de aquello que en Defensa de la tierra, defiende y poetiza. Y más: también adelanta una forma de hacer poesía que ahora es fundamental y necesaria y, sobre todo, una nueva (vieja) forma de hacer poesía y de ver el Mundo. 87 Como escribió en su Diario íntimo: Peñaflor, 20 de diciembre: “Pleno verano. Hortensias que se acercan al rosa de su madurez, plenitud en la puerta de sus vainillas, en medio de las oscuras hojas carnosas. Sentado bajo un abeto reconozco la melodía de estas aguas que se despeñan desde la cordillera y supo la mirada de los negros y pequeños ojos ribeteados de una línea de amanecer lo alto del cuerpecillo de barro de un sapo. Amado por los latidos de su húmedo corazón. Reconozco este viento refrescante que atraviesa los follajes más urgentemente que en otras partes del mundo. ¡Ah, el sol sobre los lejanos reflejos la leña desparramada en el suelo y las dadivosas hojas de los plátanos orientales! Montañas a través de los árboles, hervidero de un sol templado sobre los negros terrones del suelo abierto para sembrar. Luz consumada en su más perfecta posición de equilibrio. Termina la primavera. Las amapolas están crecidas y un escalofrío de verdor matinal sacude las altas malezas entre los perales y duraznos cuyas frutas maduran. Zorzales, queltehues que conocen y reciben los regalos de la humedad. Buitres aéreos que definen la claridad del cielo, todo. Vosotros habláis entre vosotros y ahora os puedo escuchar. Esta es mi tierra. Quisiera describir realmente algo. Descubrir un objeto. Romper de un solo tajo en mí el destierro del alma humana. ¿O estamos fuera del paraíso porque no vemos? ¿Oigo a este jardín? ¿Lo veo? Hay en la flor del azulino un tiritón de mi alma que no puedo expresar. También en el mismo azul de los ojos. En el agua, ¿debería beberla toda? 88 (…) Quisiera tener en la palma de mi mano una de estas magnolias en que la suavidad de la tierra hace opaca y amable a una concha marina. Objetos que se me escapan. Más sabio que yo, pesado por el oro de su pelaje. Un abejorro se luce al sol. Desde pequeño quise con templar el mundo desde el interior de un animal. Es esta luz lo que más amo. Brillante. Discreta, de los colores propios de las cosas. Una luz que quema, que deja perfectamente al de descubierto la forma, el estremecimiento de los árboles. Los vellones plateados y lilas de los jóvenes rábanos silvestres en el camino” (…) “Una luz que quema, que deja perfectamente al de descubierto la forma, el estremecimiento de los árboles”, es un enunciado que tal vez ahora leeríamos como un contexto; pero hay algo más: Oyarzún, en su mirada del mundo, sin duda veía el espacio, el exterior, el paisaje, como sus inextinguibles poetas románticos. Me atrevo a afirmar que Luis Oyarzún tenía, tiene, en su escritura, un ethos romántico, en su mirada, no sólo ecológica del paisaje del Sur de Chile, sino en todo paisaje, y sobre todo de su paisaje interior, una mirada sublime, en el sentido de Kant, pero no demoledora, sino más bien amainada y amorosa, erótica, si se quiere, de ese erotismo por la tierra, por el lar, por el mundo, por el Ser, un erotismo hacia el mundo que lo hace ser y lo define como hombre, el Mundo que le abraza y le devuelve, a él (Oyarzún) su abrazo romántico y fundamental, y no por eso menos político, en el sentido amoroso y más vital y actual, del término. Santiago de Chile Febrero de 2021 89 RÍO VALDIVIA I Descansa libremente sin cuidados la tierra cuando el azar le ofrece un río cristalino. Su negra llama se cambia en onda fresca como sordo gusano en mariposa en vuelo. Azogada y sinuosa, la golondrina deja sorprendido al salmón que la cree su sombra cuando en el vuelo nubla su veloz transparencia. Lentamente respira, sin suspirar, el agua. Sin la urgencia del mar, se demora, se queda, dueña del tiempo, hundida en sueños matinales, tranquila como un árbol y como el cielo, tersa. ¿Para qué conmoverse? ¿Qué agitación, que vértigo valdrán más que este río que no acaba ni empieza? II Onda Clara y unida como una pupila, ojos del sosegado verano de la tierra, el río avanza en calma a la unidad marina. Hoja y pez se extasían en esta muerte viva. Lo que el azar amarra el mismo azar lo suelta en el agua que roba su claridad al día y sigilos celestes en la noche refleja. Onda Clara y unida como una pupila, ojos del sosegado verano de la tierra. 90 III Como pastor que guía a su rebaño a la fuente del agua cristalina, la tersa luz que pacentando al día da bebida a las horas con su canto, alcanza ahora su perfecto estado en libélula azul y golondrina, en líquido reflejo, musgo y linfa y en fija claridad, nube de mármol. Todo ahora por fin logra descanso. Zumba la abeja inmóvil en su prisa y el árbol sabe que su calma es dicha cuando la luz, al mediodía, es canto. IV El Vogui Vogui con su andar trenzado al arrayán le cuenta su secreto. Plumilla blanca y cáliz encarnado encrespan de espesor al aire quieto. Pluma de bodas, beso apasionado, cándido estambre y fuego de espesura que amor en selva fría ha desencadenado, cristalizada luz y llamarada oscura. El ulmo suspendido sobre el río cargado de siringas festivales canta las nupcias del verano ardiente con el agua feliz y no remada. Vogui Vogui y pellín se dan la mano 91 sobre húmeda tierra y musgo frío. Lámpara transparente y tronco erguido juntan su luz, su fuego y su descanso. Crespo follaje y sangre sin herida alimento le dan al fiel ramaje que en libertad la atmósfera reparte para que ondule en paz la flor cautiva. V Quién viviera y muriera en el bosque sonoro, bosque hervidor y vivo que airea su tesoro. Quién viviera y muriera cogiendo moras en colina herbosa. Quién viviera escuchando bandurria sorprendida y vergonzosa. Quién viviera mirando un vuelo de vilanos. Quién viviera sin ahora, atento solamente ala pausada aurora y a la rápida mosca que zumba mediodía. Quién fuera tan feliz como el diente de león 92 o el llantén siete venas. Quién viviera y muriera en el bosque sonoro. VI Tendido en la colina con el sol a la espalda todos mis males sanan. La tierra engendra bosques, se alimenta y descansa y mi nostalgia sana. La cigarra me cuenta su dicha que no pasa y mi desdicha sana. El viento hincha la vela de la goleta blanca y mi fatiga sana. El sol ofrece mieles al fruto de la zarza y mi amargura sana. Tendido en la colina con el sol en la espalda todos mis males sanan. VII Redondeada colina sobre pausado río 93 quisiera acariciarte y escuchar tu latido. Lisa colina umbrosa, tú no tienes destino. Me dices que no mudas si acerco a ti el oído. Cómo poner las manos sobre tu pecho fijo para cogerte viva en hondo torbellino. Redondeada colina sobre pausado río quisiera acariciarte y escuchar tu suspiro. VIII Los hombres hacen la trilla del denso trigo barbón sobre dentada colina vecina a un mar sin hervor. Mar tranquila, mar tranquila, cosecha sin sembrador, mar dormida en cada vela de su barco pescador. El hombre toma los peces que el mar para él sembró y en la era donde giran las bestias que el sol unció 94 recoge puñados de trigo en un dorado temblor. Verde península erguida sobre la mar sin pasión, azul absoluto, azul de cielo y mar temblador, dadnos tierra labrantía, dadnos gesto sembrador, una mañana sin naufragios, arado, vela y verdor. IX El lagarto en la orilla disfrutaba del sol tendido sobre un alga de balsámico olor. Pececillo en el agua gozaba del color jacinto fiel del cielo tendido sobre mullido arroyo saltador. Araña en la ribera columpiaba su tela desde la sombra al sol, tendida sobre fragante hojuela de verbena. Araña, pececillo y lagarto burlón, 95 vivid el resplandor del entero verano, que mañana cautivo de las heladas horas nuestro buen Padre Sol ya no tendrán lagarto, pececillo saltón ni araña tejedora. (Libro: Mediodía) 96 Efraín Barquero Piedra Blanca, 1931 (Selección y comentarios de Pedro Favaron) La vida de Efraín Barquero ha estado, desde siempre, vinculada a los ríos. Como escribió Marcelo Somarriva, Barquero “nació cerca del río Teno en Piedra Blanca; pasó parte de su infancia y juventud en Constitución en las orillas de la desembocadura del Maule, y años más tarde vivió cerca del río Maipo, en Lo Gallardo”. Aunque luego vivió años en el exilio, el territorio chileno nunca abandonó su poesía; Barquero no es como esos sujetos extraños y artificiales que, al olvidar su lugar de nacimiento y la mesa de los abuelos, “perdió como el hilo que une una vida con otra” y se hunden así en “un pozo sin fondo”. El mundo campesino que, como el mismo Barquero aseguró en la entrevista concedida a Somarriva, “ha sido tantas veces tratado de forma peyorativa”, resulta fundamental para entender el pensamiento poético de Barquero, fuente de infinita vitalidad y de salud, incluso en lo que escribió en el destierro. Según Barquero, la mayoría de “la gente no sabe que el campesino está pensando en todo lo que está ocurriendo alrededor suyo, en el cosmos. A veces me definen como un poeta campesino con intención de rebajarme y yo lo tomo muy bien, porque realmente aprendí mucho en el campo. La cercanía de la semilla y de las herramientas de labranza, no me abandonaron jamás […] En mi infancia en el campo recibí los alimentos esenciales para mi poesía. Esa fuente fue una gran escuela poética, en un mundo sin libros. A los diez años ya había llegado a la poesía sin tener ningún acceso a un libro”. Y esto que afirma Barquero es solo pensable si aceptamos que la experiencia poética antecede a lo literario; y si la entendemos como parte indesligable del vínculo desnudo del ser con el territorio, tal como señala Henry David Thoreau, en su célebre Walden: 97 Existe la misma adecuación entre un hombre que construye su propia casa y un pájaro que construye su propio nido. ¿Quién sabe si, en el caso de que cada hombre construya su casa con sus propias manos y obtuviera alimento para él y para su familia de forma lo bastante simple y honesta, no se desarrollaría universalmente la facultad poética, al igual que las aves cantan universalmente mientras se hallan tan ocupadas? Lo que más valoro de la poesía de Barquero es su temperamento humilde y su constante anhelo de simpleza, que vuelve a su canto poético una suerte de prolongación del paisaje. Su poética nace, en buena y admirable medida, de este ensueño bucólico que lo acompaña desde la infancia y que, sin duda alguna, le ha dado sus horas vitales de mayor gozo. Se trata del sueño que el influjo de la tierra siembra en el labrador y en sus hijos; y que en el poeta se manifiesta como anhelo de dormirse en un “áspero aroma”, junto a las garzas, para soñar envuelto en niebla con la infancia humana, con aquella “edad azul del río / y con las yemas rosadas del silencio”. El poeta es así un ser afortunado (y no siempre una triste figura, tan cara a cierto malditismo urbano y depresivo) que, lejos de los ruidos del mundo, cosecha “el primer trigal recién nacido” y alza “el primer fruto de la tierra” entre “greda húmeda”. Poesía celebratoria de la vida, de lo que surge, de lo que brota sin ceso en el suelo humedecido por el cielo. De la luz que despierta en los surcos de la comunión humana con el territorio. Barquero percibe que incluso el vapor es un pariente humano, “un abuelo blanco”, cuya longeva sabiduría le permite abolir las complejidades de las relaciones sociales y retornar al principio, para así escuchar el canto “del primer pájaro del mundo”. ¿Y no todo poema auténtico debe su canto al trino de esa ave dichosa que solo algunos seres sensibles escuchan con los oídos de su corazón? Este sano anhelo poético por lo primero, por lo primigenio y puro, presente en buena parte de la poesía de Barquero, contrasta 98 con el ánimo edificante de una sociedad que, demasiado insegura de sus propias raíces culturales y de su incierto abolengo, se lanza constantemente hacia el futuro, poseída por su prepotente voluntad de poder, de aparentar y de progresar. A contracorriente de estas carreteras del ingenio y del deseo egoísta, que nos han llevado al peligro de la deshumanización y de la extinción, el ensueño poético de Barquero no le teme al retroceso. Por el contrario, halla su sustento y su salud enraizándose en el origen, en un limo que aun siendo “poco firme” (sobre todo para los enamorados de las cifras cuantitativas), es pleno de potencia en su blandura y flexibilidad. Y acaso la poesía en estos tiempos transhumanos y maquinales, ¿no es siempre una ligereza floreciendo donde los demás no se desean, brillando en medio de la oscuridad, un brote de quietud ajeno al afiebrado movimiento? Entiendo que la palabra poética no ha de ser concreto que se cree firme y prepotente frente a la naturaleza y el tiempo, sino fluidez, arroyo, ciclo e incesante transformación. Tal vez paradójicamente, es aceptando su fragilidad, su precariedad, su vulnerabilidad y mutabilidad, que el poema se vincula con “lo eterno”, con aquellas imágenes primeras que nacen, como el maíz y el trigo, “de los surcos nuevamente abiertos”: la vida misma, que no cesa de germinar de las cenizas, alzándose al sol y alimentada por un aliento subterráneo. Se trata, sin duda, de un constante resurgimiento amoroso, casi sagrado, que surge de la cópula “de tierras y aguas sin descanso despertadas”. Como bien señala el pensamiento de los pueblos andinos, así como el de otras culturas y tradiciones, la existencia (y, por extensión, el poema mismo), surge del encuentro complementario, amoroso, de lo duro y lo blando, de la luz y de la oscuridad, de lo seco y de lo húmedo, de lo femenino y lo masculino. Y no hay teoría alguna, por más sofisticada que pretenda mostrarse, que pueda negar dialécticamente la simpleza contundente de este principio existencial. Barquero reconoce que el corazón humano no solo está emparentado a la niebla, ya que en el poema “La Miel Heredada”, también llama abuelo al “río que fecundaba a la tierra”. Esta 99 tendencia a llamar abuelo y abuela a diferentes elementos de la naturaleza, como la piedra o la montaña, a los cuales se considera más viejos, sabios y antiguos que la propia humanidad, vincula la poética de Barquero con el pensamiento de diversos pueblos indígenas. Pero, a la vez, y gracias a la multisignificancia de la palabra poética y a las diversas posibilidades de lectura, es su propio abuelo humano el que es comparado con un río. El ser humano, ligado a la tierra, es semejante a los otros seres vivos de la naturaleza, comparte sus atributos y se impregna de sus fuerzas materiales y espirituales. Difícilmente se podrá comparar con un río a un abuelo urbano, dedicado a la catedra o a la oficina; pero tales metáforas y símiles son especialmente agudos para dar cuenta del corazón generoso del abuelo “sembrador”, tan enraizado a la tierra como un árbol. Y también es dable este tipo de metáforas para describir a la abuela campesina, “rama curvada por los nacimientos”, por tanto dar fruto, humilde parturienta, como la tierra misma, que muere y renace, que vive para sustentar a sus hijos. Y, como la huerta santa, la abuela es portadora de secretos vegetales: “era la mano del romero y la voz del conjuro”. La abuela, criolla o mestiza, no importa, enraizada al territorio, sabedora de las plantas, tiene al menos un poco de Machi, de sabia curandera conocedora de los ánimos y sabidurías de los vegetales. Es también mujer de la tierra, de la Mapu. Entre el abuelo y la abuela, una vez más, se establece una complementación de los dos principios constituyentes de la vida. La vinculación de lo distinto, del macho y de la hembra, es origen de la vida y sustento anímico de la salud. Resulta difícil imaginar una plena salud anímica lejos de este marco de complementación recíproca y de la naturaleza, del vínculo del ser humano con la totalidad. Del diálogo entre el corazón humano y lo cardiaco del territorio, surge el primer poema. Esa relación privilegiada con la tierra y esos recuerdos de la infancia campesina, son la riqueza insustituible del poeta humilde, aunque el empresario agroindustrial lo desprecie y tase el campo con complejos cálculos 100 y balances. En la poesía de Barquero canta, al menos parte, del Chile profundo, negado por las grandes cadenas comerciales, por la cultura del crédito y del endeudamiento, de siempre querer aparentar y de las fantasías mercantilistas de los Chicago Boys: quien canta, con toda su generosidad, es esa estrecha y fecunda franja de tierra, entre los Andes y el Pacífico, capaz de hacer comer a sus hijos “de sus manos milagrosas” y de elevarlos “con su sueño de águila”. El poeta campesino es inevitablemente atravesado por la nostalgia de un tiempo perdido con su propio crecimiento y madurez, pero también con el de los monstruos devoradores del progreso. Y anhela volver a mirar esos rostros ancestrales, “poderosos como los caballos percherones”, como si el tiempo no hubiese transcurrido, porque en el territorio se halla la redención. Descender de tales abuelos, “que recordaban las cosas más cercanas a la tierra”, permite al poeta no perderse en el artificio del neón. Por el contrario, Barquero siempre vuelve a “la voz del río y de la tierra”. Ha ahí la matriz que dona belleza y altura a su canto, que dona potencia a lo frágil, a lo pequeño, a lo humilde, ya que todos esos seres fugaces, se sustentan en su precariedad e impermanencia de un aliento eterno que da de sí sin mezquinar, y nunca se agota. CC.NN. Santa Clara de Yarinacocha, Ucayali, Perú Octubre de 2020 101 DETRÁS DE JUNIO Sueño tiene la tierra nuevamente arada. Y los bueyes parecen caminar dormidos. Y el labrador seguirlos con los ojos cerrados. Y yo quisiera dormirme en este aroma áspero y en esta bandada de garzas desatadas, dormirme junto a la boca entreabierta y junto a los ojos de niebla despertados. Y soñar con la edad azul del río y con las yemas rosadas del silencio, cruzar el primer trigal recién nacido y alzar el primer fruto de la tierra como un pájaro de greda humedecida. Me envuelve el vapor como un abuelo blanco. Entre los surcos parece despertar la luz crecer el cielo como una fronda espesa levantarse el aire con un escalosfrío y cantar el primer pájaro del mundo con una voz insegura de barro poco firme. Pero a medida que lo eterno nace de los surcos nuevamente abiertos nosotros nos dormimos. Nos da sueño este amor oscuro de tierras y aguas sin descanso despertadas. Nos da sueño el olor de las raíces. Y el buey parece avanzar sin dirección y el hombre vagar con los ojos perdidos, 102 nadie pensar ni proponerse nada nadie poner atención en sus semillas, sino caminar con milagrosa inconsciencia como reconociendo vagamente algo. (Libro: Enjambre) 103 LA MIEL HEREDADA Mi abuelo era el río que fecundaba esas tierras. Lleno de innumerables manos y ojos y oídos. Y, al mismo tiempo, ciego y taciturno como un árbol. Era la barba antigua y la voz profunda de la casa. Era el sembrador y el fruto. La cepa rugosa. El índice del tiempo y la sangre propicia. Mi abuelo era el invierno con las manos floridas. Era el propio río que poblaba las tierras. Era la propia tierra que moría y renacía. Mi abuela era la rama curvada por los nacimientos. Era el rostro de la casa sentado en la cocina. Era el olor del pan y la manzana guardada. Era la mano del romero y la voz del conjuro. Era la pobreza de los largos inviernos envuelta en azúcar como humilde golosina. Quince hijos comían de sus manos milagrosas. Quince hijos dormían con su sueño de águila. Muchos nietos y biznietos hemos seguido pasando por sus brazos enjutos. Pero ella es siempre la mano que mezcla agua y harina. Es el silencio de la noche lleno de pájaros dormidos. Es el brasero de la infancia con la tortilla corredora. Mi padre era el que más se parecía a la tierra. Debe haber nacido junto con el maíz o el trigo. Mi padre era moreno, y dormía en su caballo. Era como el jinete lento de la primavera. 104 Mis otros tíos todos se parecían a las aves del lugar. Todos tenían algo de los árboles y las serranías. Algunos eran poderosos como los caballos percherones. Pero todos recordaban las cosas más cercanas a la tierra. Era un enjambre turbulento que llenaba la casa. Era una bandada de queltehues que anunciaba la lluvia. Eran los zorzales que se robaban las cerezas. Yo nací cuando eran viejos ya; cuando mi abuelo tenía el pelo blanco, y la barba lo alejaba como niebla. Yo nací cuando ardían las fogatas de mayo. Y lo primero que recuerdo es la voz del río y de la tierra. (Libro: La compañera) 105 SEMILLA SERÁ EL HOMBRE Semilla será el hombre, y la mujer, vasija, y en el día serán como dos caras, como la mano izquierda y la derecha, pero en la noche serán la bestia inmemorial de dos cabezas, mitad de ave y de serpiente : el hombre y su mujer a la espalda. Será él el arco tenso del océano, el oscuro ceñidor de los trigales, y ella la esparcida cabellera, la redondez sin forma ni dureza ; será él como el viento en la montaña, despierto siempre, y ella la nocturna vestidura ; como el resuelto pescador será el varón y la hembra como la noche y la ballena ; como el hombre en la nave serán ambos reunidos en medio del espacio : él desnudo y perdido, y ella plena como una bodega y una casa, él todo de sal, de sabor y de soplo, y ella de harina, condensadora del mundo. Porque el hombre vendrá con el anuncio y la mujer con el hijo de la tierra, él vendrá con el cuchillo del fuego 106 y ella con el agua habitadora; ruptura es el hombre, avance, comienzo, tejedora es la mujer, de fibra y orden, y en la tela incendiada trabaja, en la quietud de las frutas se perfuma, sólo en su gran serenidad todo revive. Y el hombre en ella nace, en su tejido: en la infancia es más pequeño que su hermana y de madre en madre va creciendo hasta llegar al mar que lo madura. Y en la mañana terrible de la luz es la mujer lo que descubre, y en el bosque arrasado de la tierra es la mujer quien lo sostiene, y en la noche que extravía a los hombres es ella quien lo guía a su casa. (Libro: La compañera) 107 UN POZO / UN ÁRBOL Veo al mismo extraño en el jardín detenerse ante un árbol acariciar su tronco — el mismo que muere en mí cuando me voy muy lejos — el mismo que me aguarda florido entre la puerta y el pozo — diciéndome que todos los caminos del hombre se parecen que un extraño es el sueño de un invierno muy largo al olvidar el rincón donde nació la mesa donde comió con los suyos. Al olvidarlos perdió como el hilo que une una vida con otra. Y hoy camina por dentro de sí mismo donde nunca se halla la puerta dando vueltas alrededor de un pozo sin fondo. (Libro: El pan y el vino) 108 Jorge Teillier Lautaro, 1935 – Viña del Mar, 1996 (Selección y comentarios de Isidora Vicencio) Nostalgia sí, pero del futuro, de lo que no nos ha pasado, pero debiera pasarnos. (Jorge Teillier) Y si los lares fueran el mantel de mesa heredado durante generaciones en un pueblo. Un fondo añejado y humilde que gozó de gran admiración en un tiempo ya borroso, todo lo que no parece un simple mantel viejo. Todo lo que no es un fondo. Un legado de los muertos incorporados por los vivos, la voz de una cadena de memoria oscura, ¿memoria de un pueblo? Si los lares fueran el aroma de las mirtáceas templadas por la luz de un veranito de San Juan, los componentes de una vida confeccionada por la lluvia y el olor a humo o por la sequedad del desierto que, no solo el suelo, sino también la piel agrieta. Los retazos del entramado de un pueblo, los trozos del mosaico de un presente. Si los cuerpos parten del territorio y el territorio parte de los cuerpos, el cuerpo es territorio y el territorio es cuerpo. ¿Pero acaso el lar será una cosa diferente a la nostalgia por el lar? ¿Por qué tanta soltura al asumir lo lárico como principalmente melancólico? Los lares han sido abandonados en el alféizar interior de una ventana o en la parte alta de las bibliotecas para llenarse de polvo, como los objetos preciados pero inútiles, tal vez hasta endeudados con un aura que debiera ser correspondida, y que no da para tanto. Cuando se alza un gesto en referencia a ellos, entre los balbuceos es posible detectar algunos elementos como 109 la naturaleza, la infancia dorada, el pueblo fantasma, la lluvia, el poeta borracho y solitario. Durante el golpe de estado de 1973 en Chile, las voces del quiebre realista parecen haber gritado más fuerte que los lares habitantes de la imposibilidad de las palabras verdaderas. Si los lares quedaron suspendidos, ¿fue ahogándose o flotando? “El lirismo ha muerto, la forma es ahora”. Vino el golpe y se erigió la dictadura del experimento neoliberal, compañero de la democracia venidera ¿Acaso ese hiperrealismo novedoso empuja los lares al rincón? ¿Los hiere? ¿Los acalla? Mientras las voces directas y rabiosas, la facturación de la ironía y las nuevas vanguardias llenaban de ruido el espacio, ¿qué potencia tenían los lares? ¿Qué potencia de consigna o rebelión? Algo lento y silencioso requiere ser testigo reflexivo de los acontecimientos. La potencia superviviente que tienen las ilusiones perdidas, su duelo necesario para reconfigurar ese lugar vacío, requiere tiempo. El melancólico no sabe lo que ha perdido, dando tumbos contra las murallas en la niebla. La nostalgia del pasado reseca los brotes. Tal vez quepa la posibilidad de comprender lo lárico sin esa impotencia melancólica. Como algo que se hace en una oscuridad, detrás del velo de lo verdadero, donde una luminaria podría solo hacerlo desaparecer. Su potencia radicaría en la imposibilidad de clavarle un sentido estable. Los lares son los sobrevivientes de su propia muerte, se incorporan al ahora de manera orgánica, como cuerpo autoformado en un continuo surtido de recursos del entorno, incluyéndose a sí mismo, hasta volverse completamente otro y a la vez guardando algo de lo que fue. Ni imaginario ni utópico. *** No son solo cuerpos los que habitan territorios, sino que los territorios también habitan cuerpos. Hay cosas que se habitan a sí mismas. Los elementos del territorio se inscriben como parte del cuerpo que aprende un paisaje, un clima, un fruto. Un 110 cuerpo incorporado, hermanado con su entorno. La insistencia de una forma de vida en la memoria casi hecha instinto. El territorio como configurador de poéticas. Todavía conflictuamos comprendiendo apenas relaciones entre elementos de sistemas orgánicos, que se complejizan mucho más cuando se incorporan aquellos inorgánicos: los metales, las ciudades, las máquinas. Y más borrosa vuelven la taxonomía aquellos mitos propiciados, en parte, por la imaginación: como la poesía o el capitalismo. El deseo de incorporación al paisaje y la reconciliación con la muerte, más que una quimera de melancolía, puede ser la voluntad formada por un sentimiento de disenso con la realidad que nos muestra la injusticia producida por los dispositivos avasalladores del capitalismo, que usurparon y separaron los territorios de los cuerpos, orientando las relaciones de lo orgánico-inorgánico hacia la explotación, el extractivismo, la concentración centralizada del poder y el aumento del capital, a expensas de los sistemas vivos y sus formas de vida integradas a sistemas colectivos y más amplios. *** ¿Qué es pueblo? ¿Singularidades mancomunadas? ¿Individualidades que cobran sentido en tanto parte de una colectividad? ¿Un sistema? ¿Es pueblo un sistema vivo? Si hubiera una posibilidad para reconciliarse con la muerte al volverse pueblo, disolver lo solamente individual, responder como responde una vida configurada por los detalles a los que los discursos estáticos no prestan atención, hacer un tiempo de lo indeterminado, independizarse de la linealidad histórica para la vitalidad de un presente que por fin enfrenta alegremente la derrota de su estabilidad. Dejando actuar a la memoria de las vidas y sus cuerpos hechos todos con hilos compartidos en distintas proporciones y formas, un tejido pensante que reclama sus deseos, los deseos que tal vez responden a esas imágenes insignificantes que nos 111 convirtieron en lo que somos ahora. Las relaciones entre el lar y el pueblo parten del disenso con la realidad establecida. Nuestro presente es producto del progreso modernista, la pulida técnica. Seguimos experimentando el disenso con la realidad construida por el poder económico. Ese disgusto es el motor de nuestras ficciones, nuestras maneras de inventar un habitar alternativo. En ese sentido, la poética y la actitud lárica, no pertenecen a una época pasada. Es una forma de vida que responde ante la deforestación del progresismo con la semilla de la memoria. El peligro de perder esa memoria es parte de la pugna de la condición humana y ha existido de manera transversal en la historia. Las cosas vividas, las cosas de nuestros abuelos, no están en declive, están siempre en pugna con el progreso. Nuestras formas de vida independientes de la máquina capitalista no están en declive, están resistiendo el desgarrador avasallamiento de la ciencia al servicio de los intereses económicos. Ya no se trata de conservar lo real en vías de extinción, sino de resistir esas viles trampas de vida para configurar nuevas formas. Configuración de algo nuevo, mas no retroceso a “lo de antes”. La antigua conexión con el dínamo de las estrellas desdibuja su calidad de antigua al mezclarse con la vida cotidiana y eso ocurre por el simple hecho de existir la biografía de cada individuo del pueblo, donde algunos comunes convergen. Una biografía que proviene de un legado que se alimenta del intercambio con los portadores de memoria. Esos portadores de memoria no necesariamente humanos o individuos, elementos de la configuración de realidad que dota de sentido a nuestra biografía en relación con nuestra historia. Un árbol, una piedra, un río, un bosque, un anciano. Los seres y las cosas son los portadores de esa historia y, al reconocemos como hermanos, podremos escuchar lo que nos tienen que contar y hacer memoria viva. La reducción de la poética lárica a su elemento nostálgico es un acto de violenta castración. La nostalgia puede ser o no un comentario de ésta, más no su núcleo. Sobre todo si se habla de mera nostalgia retrospectiva. El comentario nostálgico da un largo 112 recorrido si se vuelve crítico, prospectivo. Las poéticas de los lares cobran vida a medida que conocen que la poesía es una posibilidad de hablar con los muertos. Ya no se trata entonces de melancolía inerte, sino de memoria y siembra, de muerte nutritiva, de duelo para una reconfiguración del presente. Como el botón de las flores que aparecen en su ciclo, el lar se sigue abriendo. Toca sacarlos del cajón, desempolvarlos y buscar la potencia de las aristas que aún no se han tomado en cuenta. Valdivia, Región de los Ríos Febrero de 2021 113 PARA HABLAR CON LOS MUERTOS Para hablar con los muertos hay que elegir palabras que ellos reconozcan tan fácilmente como sus manos reconocían el pelaje de sus perros en la oscuridad. Palabras claras y tranquilas como el agua del torrente domesticada en la copa o las sillas ordenadas por la madre después que se han ido los invitados. Palabras que la noche acoja como a los fuegos fatuos los pantanos. Para hablar con los muertos hay que saber esperar: ellos son miedosos como los primeros pasos de un niño. Pero si tenemos paciencia un día nos responderán con una hoja de álamo atrapada por un espejo roto, con una llama de súbito reanimada en la chimenea, con un regreso oscuro de pájaros frente a la mirada de una muchacha que aguarda inmóvil en el umbral. (Libro: Muertes y maravillas) 114 DARÍA TODO EL ORO DEL MUNDO Daría todo el oro del mundo por sentir de nuevo en mi camisa las frías monedas de la lluvia. Por oír rodar el aro de alambre en que un niño descalzo lleva el sol a un puente. Por ver aparecer caballos y cometas en los sitios vacíos de mi juventud. Por oler otra vez los buenos hijos de la harina que oculta bajo su delantal la mesa. Para gustar la leche del alba que va llenando los pozos olvidados. Daría no sé cuánto por descansar en la tierra con las frías monedas de plata de la lluvia cerrándome los ojos. (Libro: Los Dominios Perdidos). 115 IV El viento y el miedo golpean los muros. Se ha ido el relámpago del caballo del alba. Uvas marchitas sueñan con el vino donde podrían resucitar. La muerte, esa manzana llevada por la bruja, y ahora golpea los muros sin dejarnos dormir. La muerte será una hoguera junto a la cual nos agruparemos. Quizás alguna vez he muerto. Y era otro el que alejándose de la cocina huérfana donde los duendes echaban de menos a aquélla de la que ocultaban ollas y sartenes, deletreaba el nombre de la Agencia de enfrente mientras oía el chirrido de la soldadura del ataúd. Llegaba hasta la calle el runruneo de los rezos. Los tíos salían a tomar una cerveza antes de seguir el cortejo. Es largo el camino al cementerio. Los visitantes miraron por última vez la cara de la muerta. (“Un niño se murió y lo sembraron” oí decir a una niña de cuatro años). Yo sabía que alguna vez se lloraría por mí mismo. Todos seguimos alguna vez nuestro cortejo y hemos resucitado tantas veces 116 en el moscardón que ronda las casas. Todos hemos estado en el puñado de tierra que lanzamos por primera vez a ese ataúd. (Libro: Crónica del forastero). 117 V Un desconocido nace de nuestro sueño. Abre la puerta de roble por donde se entraba a la quinta de los primeros colonos, da cuerda a relojes sin memoria. Las ventanas destruidas recobran la visión del paisaje. Aparecen en los umbrales las marcas que señalaban el crecimiento de los niños. Mientras dormimos junto al río se reúnen nuestros antepasados y las nubes son sus sombras. Se reúnen los que partiendo de Burdeos o Le Havre llegaron a la Frontera por caminos recién trazados mientras sus mujeres daban a luz en las carretas. Se reúnen los que fueron contrabandistas de ganado, ladrones de tierra, dueños de hoteles o almacenes, bandoleros, pioneros de hachas y arados. Los que mataron mapuches y aprendieron de los mapuches a beber sangre de corderos recién sacrificados, y fueron enterrados en lo alto de una colina 118 mientras los deudos se reunían a tomar aguardientes en el Bajo. Hablan de su resurrección los ríos cuyos primeros puentes construyeron las herramientas aún guardadas en los galpones, y los que ahora son partículas de alerce creen escuchar las campanadas anunciando el primer incendio del pueblo levantado con tablas sin labrar en medio del invierno del fin del mundo. En los establos y prostíbulos se entrelazan parejas furtivas. Se celebran matrimonios en capillas rústicas. Los hermanos se matan por herencias. Los hijos volverán cantando canciones de trincheras. Las carretas cargadas con los sacos de las primeras cosechas llegan a las bodegas. El sol quiere alcanzar el árbol de nuestra sangre, derribarlo y hacerlo cenizas para que conozcamos a los visibles sólo para la memoria de quienes alguna vez resucitaremos en los granos de trigo o en las cenizas de los roces a fuego, cuando el sol no sea sino una antorcha fúnebre cuyas cenizas creeremos ver desde otras galaxias. El silencio del sol nos despierta. ¿De dónde viene ese chirriar de puertas invisibles? Los visitantes miran la mesa vacía y tratan de decirnos 119 que hace falta derramar la ofrenda de vino en las tumbas. En el corazón de los alerces se apaga un tictaqueo repitiendo: “No hay tiempo, no hay memoria”. Griterío de choroyes en busca de trigales. A orillas del río buscamos huellas. Rápido parpadeo de un día de verano que despierta con nosotros. (Libro: Crónica del forastero). 120 XIX A Pierre de Place Sangre color planeta muerto. Ves correr la sangre de tu mano herida por alambres de púa. Conoces la sangre que destilan los pinos, aquella confundida con el pecho imperial de la Iloica, la de las tablas en el aserradero y sabes que los ríos son heridas infligidas por el cielo a la tierra. Los mayores aman salir de caza. Te despiertan temprano. Todo el día pasará de potrero a potrero, se treparán los cerros. Ves echar aves aún palpitantes al morral. Tus pies van a añorar los esteros y la pureza adánica de la mañana reluciente como una escopeta recién bruñida. A veces te dejan disparar y aún te duele el hombro con el rechazo. Te enseñaron que frotando pedernales se enciende una fogata. Una vez pasaste un puente de cimbra. Para ir a la escuela atraviesas un puente que el viento hace interminable. Aprendes a leer en diarios que anuncian la Segunda Guerra. 121 Semana a semana leerás “El Peneca” ilustrado por Coré. A veces lo irás a comprar a la estación para saber más luego la suerte de tus héroes. Llegas atrasado al colegio por ver a Dick Turpin galopando por los caminos reales de Inglaterra. Tus sueños están iluminados por las linternas que agitan en la “Hispaniola” los piratas. Desde una guardilla oyes el bastón del ciego golpear el hielo. Afrontas tempestades en la Malasia junto a Yáñez y Sandokán, sufres junto a Coretta y Garrón en el libro “Corazón” y hablas con Gulliver, Robinson Crusoe y Herne el Cazador. Todos los domingos vas al cine en matiné, sigues las seriales en doce episodios. Sabes que hay mundos más reales que el mundo donde vives: cualquiera calle puede ser una calle del Far West. Surge Buck Jones jinete en Silver. Buffalo Bill lucha a muerte con los Sioux. Oyes la sirena del auto del Avispón Verde. Si piensas en los muertos ellos resucitan junto al reloj de pared como los abuelos de Tylil y Myltil. Vives cerca de un convento iluminado por antorchas. Los viajes de Flash Gordon harán que no te asombres de ninguna conquista espacial. Mira los puentes que la lluvia hace transparentes. Anda al patio a oír crecer los naranjos. 122 Quedé solo en medio de un bosque. El bosque ya no me reconocía. Hermanos y amigos partieron hacia los cuatro brazos del horizonte. En la lejanía se encendían fogatas en círculos de piedra. Me senté junto a una hoguera a punto de extinguirse sin poder recordar cuáles eran las piedras de donde nacía el fuego, esas piedras que me enseñaron a frotar una mañana de caza. El bosque se estremece soñando con los grandes animales que lo recorrían. El bosque cierra sus párpados y me encierra. (Libro: Crónica del forastero). 123 Pedro Humire Socoroma, 1935 – 2020 (Selección y comentarios de Giovana Iubini Vidal)13 A don Pedro Humire, con amor sureñoandino desde la selva valdiviana. Este año subió al Alax Pacha el poeta, cantor, educador y lingüista aymara, don Pedro Humire. Desde Coronel a las alturas de Socoroma caminó con su quena, su guitarra y charango, y guiado por un perro negro cruzó la gran laguna, saludando w’akas y al Tata Huayna Phutisi, nevado tutelar del pueblo aymara en las cordilleras. Su trayectoria se inicia en Socoroma, en las alturas de Putre, Región de Arica y Parinacota en Chile, zona predominantemente aymara, en cuya lengua, cultura y cosmovisión se educó. Quizá por eso, y por su afán de reivindicar su cultura originaria migró a Santiago, para estudiar lingüística en la Universidad de Chile y unirse a la cultura popular que potenciaban los movimientos musicales de los años 60. Allí, a través del folklore, ayudó a la formación de grupos de música nortina como Santiago Marka, hasta que fue detenido por las fuerzas espurias de la dictadura militar de Pinochet. Fue torturado en el Estadio Nacional, acusado de ser un infiltrado revolucionario de Bolivia, en total desconocimiento de la condición transfronteriza de la cultura aymara (lo cual refleja el férreo racismo de la cultura chilena), para luego ser trasladado a la Salitrera Chacabuco, donde estuvo detenido un año. Fue liberado en complejas condiciones de salud 13 Este estudio se realizó en el contexto del Proyecto de investigación “Umbrales estéticos: poesía y visualidad de la cultura andina en la obra de escritores chilenos y peruanos contemporáneos” (INS-INV-2020-19), de la Universidad Austral de Chile. 124 física y mental producto de la tortura. Dice don Pedro Humire que escribe y canta para olvidar ese momento, el peor período de su vida y de todo un país; por esta razón, en su obra se funden la poesía y el canto, la geografía y la cosmovisión andina, el sacrificio del trabajo y la alegría de las fiestas patronales, así como el amor y la locura por una tierra que se añora desde la nostalgia de un sujeto migrante, que se enfrenta a la muerte en un lugar ajeno. En este momento de tránsito en su poesía aparece la voz de un migrante que desde la soledad de la gran ciudad añora a Parinacota, como el ayllu primario donde vuelve la memoria en tiempos de desgarro: “Me partes a mí / y al tiempo, / Parinacota de los pedregales, / lugar primero, madrugada del Universo/ iniciación de los pensamientos / donde piensa el viento grande / y se encuentran las edades”. Para el poeta, Parinacota es el lugar donde anida el ajayu: “Yo te entregué mi locura / y tú me confiaste el frío de tu tristeza / en el lenguaje perenne de América…”. Por eso su voz, asentada en la geografía andina y siendo particularmente local, trasciende las fronteras con una subjetividad que se torna continental, profundamente americana, transfronteriza y transcultural. Esas tierras son testigo del amor del hombre andino, un amor que florece en las fiestas patronales, donde la música y el éxtasis del baile avivan la pasión y el encanto. Eso hace que su poesía se pueda cantar con ritmo aymara y, en ella aparezcan “las zampoñas y el bombo / de este wayñu montañero / sonarán fuerte en tu corazón”, y nos invita a adentrarnos en la cosmovisión andina: la mujer, la palomita, kukuli, es el opuesto complementario del hablante, al cual le canta como una forma de seducción. En tanto wayñu, su poesía está vinculada a la nostalgia de una cultura que se está diluyendo con la amenaza de la modernidad y de la cultura criolla chilena; por eso la poética de don Pedro 125 Humire implica una recuperación del canto tradicional como una manera de preservar la cultura aymara. Así, su poesía anuncia la confianza en un nuevo tiempo para el mundo andino: “Ha llegado el día / ¿no has oído cómo cantan los puku-puku? / ya no cantan a la muerte. / ¿No has oído cómo vuela / el cóndor de cuello blanco? / Despeja tu sien y salúdalo diciendo: / ¡Suerte mallku, suerte mallku! ¡suerte mallku!/ urusa purk’iwa / Chuimasa kusisk’iwa”. En este collage lingüístico, el castellano y el aymara se mezclan en el poema, dando cuenta de la condición de diálogo intercultural de su poesía; pero en esa “interculturalidad”, la cultura aymara adquiere una condición de primacía. Por eso, cuando dice “urusa purk’iwa / Chuimasa kusisk’iwa”, su voz se eleva como un canto mesiánico que incita al despertar del pueblo andino, diciendo: “nuestro día está llegando/ nuestro corazón se alegra”, por lo que llama al Pachakuty, a romper las cadenas y a dar vueltas el rumbo del tiempo histórico. En este sentido, su poesía también implica una búsqueda de justicia para los habitantes del desolado mundo del norte de Chile, en el cual se opone la opulencia de los dueños de las salitreras al trabajo duro de los mineros: “A la misma hora en que / los Undurraga, / los De Castro, / los Urruticoychea, / los Gustavo Roos, / brindaban por las ganancias / que aumentaban sus bolsillos/ a costa de los pulmones / de los abuelos obreros / que entregaron la fuerza de toda su vida / en la calichera”. Su poesía hace eco del grito de denuncia del movimiento obrero, con su crítica a la injusticia social y el rol de las fuerzas policiales, quienes actúan como esbirros del capital, pues son los encargados de “apagar con balas de metralla/ los gritos de justicia, / un trato humano, / un salario justo, / pan para sus hijos, / terminar con ese bestial trato / de peligrar y perder / tantas veces la vida”. La voz de don Pedro Humire parece estar recordándonos los momentos más trágicos de la masacre de la Escuela de Santa María de Iquique de 1907, cuando la protesta de los obreros fue acallada por la milicia chilena. Lo hace como una forma de mantener viva la memoria del mundo obrero, para hacernos ver lo importante del 126 “nunca más” en nuestra historia y para denunciar los vicios de un sistema capitalista que explota al ser humano y acaba con la tierra, destruyendo el sustento natural del mundo andino, contaminando sus ríos y suelos. Esta perspectiva crítica se aprecia también en el poema “Taruja”. Allí el hablante lírico, en tanto sujeto migrante, retorna al imaginario del mundo andino como una forma de escape de la modernidad citadina en la cual se encuentra inmerso. Se trata de un poema de tintes autobiográficos, donde el sujeto, perdido en el dolor de la ajenidad, recuerda la figura de un venado andino, una taruja, que actúa como figura espiritual que le permite el retorno a su tierra: “Ahora estaría allí / en los sueños y / los bailes Pacha Incaicos, / en los tambores con / cuero de llamo (…) / Estaría allí estudiando / en los “Chaska Lucero” / en los “Ojos de llamo” / en las constelaciones / indias”. En este poema, la memoria del migrante actúa en contrapunto, pues mientras añora la imagen de la bóveda celeste de Atacama, se opone la situacionalidad de un sujeto que se encuentra “en el kirófano / entregado a la / computadora / anormal de las / edades”, pues lo asedia tanto la enfermedad (la “tisis moderna”), como la soledad. En este sentido, lo aqueja un desequilibrio físico y espiritual que solo un yatiri (‘adivino andino’) puede curar; esa es la razón por la que eleva una plegaria hacia la taruja, en tanto ser tutelar, para que lo transporte a su tierra: “Taruja de los / cerros de Socoroma / ¡ven a buscarme! / No espantes de / mi cuerpo. / Reconoce mis postemas / tuyos son mis huesos / tuyo lo que me / queda de espíritu / aymara”, ya que solo allí el sujeto andino puede encontrar el arraigo y la pertenencia. En consecuencia, la poesía de don Pedro Humire respira de la tierra; a través de ella se siente el viento de las quebradas andinas con el sonido de las quenas y los sikuris, se escucha el rítmico caminar de los animales que recuerda la cadencia del tambor y aparece el canto andino, el wayno, con contrapunto entre el amor y la desesperanza. Ese vínculo especial con la tierra 127 da cuenta de una poesía enraizada en un mundo que lucha por permanecer contra una modernidad arrasadora que rompe los lazos culturales y vacía de sentido a la memoria: por ese motivo la voz, palabra y canto de don Pedro Humire debe perdurar, y convertirse en una planta perenne para el desierto de Atacama. Valdivia, Región de Los Ríos Diciembre de 2020 128 PARINACOTA (Poblado cordillerano de Arica) Me partes a mí y al tiempo, Parinacota de los pedregales, lugar primero, madrugada del Universo iniciación de los pensamientos donde piensa el viento grande y se encuentran las edades. Cuando nos conocimos me envolviste con tu grito y tuve la sensación de hundirme en tu perennidad, Parinacota, residencia de mi espíritu. Dejé marcada en tus adobes mi locura, y se partió la blanca pared de las casas cuando te conté aquello, Parinacota de mi recuerdo. Los dos llorábamos, el ave bajo el arbusto a sepultar su plumaje; más hará navegar su canto hoy y siempre, en mi profundidad y en los reflejos de tu laguna. 129 Tristemente vimos a las vicuñas doblegar su salvaje trote frente a la muerte, pero desde aquel tiempo siento correr la dulce sensibilidad de ellas entre mi sangre, Parinacota, mi necesario hallazgo. ¡Cómo estás en mí! que cuando te sueño me responde tu ventarrón, ese de tus tardes, de tu lluvia, de tus confidencias en esa blancura del tiempo de invierno, de esos días en que buscas y corres riendo sobre tus penas o llorando frente a tu encuentro. Nuestra dulce desgracia, Parinacota, los dos la guardaremos, y no habrá más quien la sepa. Yo te entregué mi locura y tú me confiaste el frío de tu tristeza en el lenguaje perenne de América… Todo multiplicará entre tú y yo solamente. Parinacota, maternal huella encontrada. Parinacota, 1962 (Libro: Socoromampi Piñalulina Arunti) 130 NOCHE DE SANTA ROSA (A Liria Baltazar) Las zampoñas y el bombo de este wayñu montañero sonarán fuerte en tu corazón, mañana cuando me vaya; ya no bailaremos más juntos la noche de Santa Rosa, ni en la plaza, ni en el cielo, ni en los verdes bofedales de tus sueños y los míos; el nocturno cielo cordillerano será como yunque, donde habrán de golpearse tus pasiones, quemándote los sentimientos con las estrellas, y habrás de llorar, ya verás, lágrimas heridas de soledad y en silencio; encontrarás la montaña llena con este wayñu que te he versea’o, palomita, la noche de Santa Rosa que se quedó con nuestras palabras, temblando en el firmamento. Caquena, 1962 (Libro: Socoromampi Piñalulina Arunti) 131 URUSA PURK’IWA Ha llegado el día ¿no has oído cómo cantan los puku-puku? ya no cantan a la muerte. ¿No has oído cómo vuela el cóndor de cuello blanco? Despeja tu sien y salúdalo diciendo: ¡Suerte mallku, suerte mallku! ¡suerte mallku! urusa purk’iwa Chuimasa kusisk’iwa. Ya no llorarás palomita kukuli, que saltabas tristemente por la quebrada, ahora tu arrullo se oirá junto con el agua del río por la mañana. Ya no serán negras tus noches chinchiercoma wayta, flor sensible, amor que no puedes dejar la sierra; ya no estaré contigo, pero espérame cada vez que aclare sobre la nieve. Y tú, madre, que al nacer nos amamantas con aquellas canciones, huayñus antiguos, 132 estaremos cerca de ti siempre en el agua y el viento el sol. Alegrémonos, hoy ha llegado el día. Urusa purk’iwa chuimasa kusisk’iwa. Corre, Sikuri, corre hacia los montes. Está clara la señal: Una pastorcita cantando sobre esa ladera, bajo el cordón que tiene una flor que parece estar riendo. allí sikuri desesperado Ahí está el entierro. Escarba, escarba con cuidado. Ten presente que fueron tantos años que allí dejaron los viejos instrumentos y los versos aquellos. Corre, Sikuri, corre traed aquellos atados 133 de cañas sonoras; y vuelve tocando alegre, gritando a todos, ha llegado el día. Urusa purk’iwa Chuimasa kusisk’iwa. Arica, 1967 (Libro: Socoromampi Piñalulina Arunti) 134 TARUJA Yo vi un venado una taruja allá en el cerro Anco-Anco vecino al Socoroma. Apareció de una falda de tierra blanca parece que salía de la nieve. Sentiría de lejos nuestras pisadas que movía sus astas lado a lado. Asustado, huidizo desapareció. Pienso, cómo no me fui enredando en su piel, mezclado en su carrera bañándome en 135 sus ojos, hundido en su estómago, saltando en su corazón. Cómo no me fui hasta los confines del cerro Socoroma más allá de las Pascanas desiertas. Más allá de los cerros deshabitados, más allá de las tumbas Sunkunallas, más allá de las gredas, de los tejidos, de las zampoñas, de las p’ichakas, de las chajgrañas, de los charangos, de las pusk’as de los millus. Al centro de la K’ora al centro de la suerte india. 136 Ahora estaría allí en la fiesta atizando hornos, y no parado en esta ciudad, muriéndome de hambre. Ahora estaría allí en los sueños y los bailes Pacha Incaicos, en los tambores con cuero de llamo, y no tosiendo esta tisis moderna. Estaría allí haciéndome remedios con un yatire, y no aquí en el kirófano entregado a la computadora anormal de las edades. Estaría allí estudiando en los “Chaska Lucero” en los “Ojos de llamo” en las constelaciones 137 indias y no en estas Academias de falsos conceptos de malquistas abstracciones. Estaría allí acariciando el arrullo maternal, sería Sullo indio para perdurar en el tiempo de Thihuanacu. ¡Llévame en tu carrera desafiando al laika tiempocibernético! ¡Taruja ampe, jilatanan ¡ven a buscarme! ¡Taruja! (Libro: Socoromampi Piñalulina Arunti) 138 Cecilia Vicuña Santiago de Chile, 1948 (Selección y comentarios de Giovanna Iubini Vidal) “El poeta es solo el que habla la dirección del llanto que vuelve a la tierra” (Semi-ya, Cecilia Vicuña) La poesía de Vicuña se sitúa en un lenguajear transfronterizo, pues su poesía es un constante fluir del lenguaje, en una especie de metarreflexión sobre la posición de la poesía —y el rol del poeta— en la creación de la naturaleza a través del lenguaje, debido a que, para Vicuña, el escritor es el encargado de tejer las redes de sentido que intervienen en el mundo natural. En la poesía de Vicuña, el cuerpo y el tejido son el soporte textual de la palabra y un espacio de creación estética en que se articula el imaginario cultural andino, el lenguaje y la naturaleza, como una forma de reivindicación de sí y de la memoria. Así ocurre en los poemas seleccionados de Luxumei o el traspié de la doctrina (1983), en los cuales vemos que el cuerpo es el sustrato de sentido, por cuanto se encuentra íntimamente vinculado con la naturaleza, deviniendo en cuerpo-vegetal: “Soy de cuatro patas / preferiblemente las ramas / me saldrán por la piel / estoy obligada a ser / un ángel con la pelvis en llamas”. La hablante lírica reniega de la condición humana para buscar otras especies con las que pueda identificarse para constituir una forma distinta de ser, ya sea “flores” o “ramas”, que dotan de una cualidad casi inanimada a un ser que llega a metamorfosearse en un “ángel sexuado con la pelvis en llama”. 139 Algo similar sucede en “Retrato físico”, donde nuevamente aparece la metáfora vegetal como una forma de identificación del sí mismo hacia el Reino Plantae: “tengo el cráneo en forma de avellana / y unas nalgas festivas a la orilla / de unos muslos cosquillosos de melón / tengo rodillas de heliotropo / y tobillos de piedra pómez / cuello de abedul africano”. La imagen, por supuesto es paródica, pues observamos un cuerpo-fetiche que se fragmenta como una pintura cubista, en la cual solo podemos ver una parte del todo. Este cuerpo experimenta, en sí mismo, una construcción caótica, ya que sus partes parecen desplomarse como un injerto precario: “Tengo veinte dedos y no estoy muy segura / de poder conservarlos / siempre a punto de caerse / aunque los quiero mucho”. Humor e ironía se funden en la visión de un ser en constante devenir, que parece florecer en un proceso de autopoiesis: “Después me termino y lo demás / lo guardo a la orilla del mar”. En la poesía de Vicuña las transformaciones del ser constituyen una forma de acontecimiento, en tanto agenciamiento en una nueva especie, que le permite a la hablante explorar otras posibilidad de sentido. Por tanto, si en los poemas seleccionados de Luxumei o el traspié de la doctrina (1983), vemos una indagación en el mundo vegetal, en los poemas de La Wik’uña (1990) nos encontraremos frente a un devenir animal, pues la autora se acercará al mundo andino a partir de su apellido como incidente vital que la vincula con esa cultura. Allí, la hablante y el poema se identifican con este camélido que habita en la profundidad del altiplano: “El poema / es el animal / hundiendo / la boca / en el manantial”. El poemario completo es un canto a la gracia y a la belleza de este animal andino, y por extensión, a los paisajes de la cordillera serrana que éste habita y guarda, cual ser tutelar. Es también una forma de rendir homenaje a las formas de vida que surgieron en este espacio, que pese a su esteparia condición, alberga y desarrolla múltiples modos de existencia del mundo vegetal, animal y humano, así como de los seres tutelares que 140 pueblan en mundo andino. Así, la voz poética le canta a la Wik’uña: “Amanecer / del amor siendo / animal // Pálpita pálpita / saltarina // Señora de las / altitudes andinas”. Para la hablante, la Wik’uña, nombrada desde la lengua quechua, es un animal que le entrega belleza y riqueza al lugar que habita, por eso la identifica con la fertilidad del valle del Urubamba: “Tu eres la Uru / y la Bamba (…) // Apu aquí / oro en monte / Rimac allá (…) // Vivísima fuente / del lanar / pelo al sol // Hija y madre / del tiempo mejor”. En este poema se concentran distintos elementos del mundo andino, como la importancia del animal como ser sagrado que permite la abundancia y la sobrevivencia del sujeto andino y su condición de antiguo habitante de la serranía. En el poemario de Vicuña se aprecia, igualmente, una perspectiva ecocrítica, en tanto preocupación por la depredación de la Pachamama, una tierra que conjuga espacio-tiempo y que debe recuperarse de la extracción de los hombres y la industria, por eso dice: “La tierra / una gota de agua en el vacío / Pachawawa Pachatira”. Al contrario de lo que plantea la cultura occidental moderna, Vicuña asume la perspectiva cosmovisional y de cuidado de la Pachamama de la cultura andina, por cuanto para ella hay una íntima relación simbiótica entre el ser humano y la Pachamama, ya que somos de la tierra (pachawawa, ‘hijos de la tierra’ o ‘ser nacido de la tierra’) y a ella volveremos, y todo el daño que le hagamos retorna a nosotros en una compleja ciclicidad: “Amnio sacrificial / Vaso comunicante // contaminar una fuente / es contaminarlas todas // Cloaca y vertiente / tarde o temprano se encontrarán”. Vemos, entonces, que para sanar nuestra relación con la tierra es necesario retornar a los ritos andinos: “limpia cantando / challa asperjando”. Es decir, para recuperar el equilibrio es necesario alimentar a la Pachamama, pedir su protección y tutela, sin olvidar que todo en la naturaleza tiene vida, espíritu y significado; 141 por eso la tierra y el agua se unen para dotarnos de aliento vital: “madre de agua / serpiente zigzag”. Las aguas, entonces, adquieren una condición especial, debido a que permiten la conexión de los mundos en la cultura andina; así, la Pachatira es un riachuelo que brota de la tierra, a través del cual fluye el Amaru. La Pachamama y Amaru, en tanto deidades, conforman parte de la cosmovisión andina, pues la serpiente de agua —Amaru— permite que la Pachamama se fertilice y florezca, cree y crie vida para el sustento del ser humano En La Wik’uña, por tanto, hay una crítica ecológica a la modernidad como forma de arrasar la naturaleza, una naturaleza que requiere respirar y recuperarse con seres humanos amorosos que la alimenten y la protejan, para obtener, a su vez, alimento, protección y sabiduría. Los modos de devenir que hemos visto en Luxumei o el traspié de la doctrina (1983) y La Wik’uña (1990), los observamos plasmados desde otro prisma en su extenso poema (o poemario) Palabra e Hilo/Word & Thread (1996), libro de edición bilingüe. En esta obra la reflexión se centra en la textualidad de la obra literaria en tanto tejido cultural que permite la activación de la memoria como dispositivo en el que se deposita la espiritualidad y la cosmovisión de una cultura de la cual somos herederos. La voz lírica en este texto se asume como una tejedora de la palabra y de la semiótica de la significación poética, diciendo: “La palabra es un hilo y el hilo es el lenguaje / cuerpo no lineal / una línea asociándose a otras líneas”. En la composición poética y en el telar, palabra e hilo tensionan el universo de sentido en la creación de un lenguaje que solo se puede comprender bajo códigos cosmovisionales comunitarios. Por eso: “la tejedora ve su fibra como la poeta su palabra / El hilo siente la mano, como la palabra la lengua (… ) / ¿La palabra es el hilo conductor, o el hilo conduce al palabrar? / Ambas conducen al centro de la memoria, a una forma de unir y 142 conectar”. De este modo, la escritura en este poema es un significante en constante expansión, tal como el lenguaje, debido a que, desde perspectiva de la hablante, este ya no se limita por la racionalidad occidental del logos y del fonocentrismo, ya que se constituye en un campo “no lineal”, que hunde su sentido en función de la construcción de patrones que se encuentran en la cosmovisión andina, esto es, en los quipus, los tocapus, los pallares y los diseños textiles como una forma de transmitir conocimiento y espiritualidad. Así, la propuesta de Vicuña es que volvamos a posar la mirada en la profundidad de la cultura andina, como profundo es el sentido que para nuestras culturas originarias tienen sus “otras” formas de escritura, invisibilizadas por la grafía occidental. Su invitación es que nos acerquemos a este modo de conocimiento cosmovisional, en tanto ejercicio de descolonización epistémica. Por eso, el quipu es tan importante en su quehacer artístico, tal como aparece aludido en este fragmento: “La energía del movimiento tiene nombre y dirección: lluq’i, a la / izquierda, paña, a la derecha // Una dirección es un sentido y la forma de la torsión transmite / conocimiento e información (…) // La palabra y el hilo se comportan como los procesos del cosmos”. Desde su sensibilidad poética y estética, Vicuña moviliza una especial forma de identificación con el mundo andino, pues desde su actividad artística, y su recreación y reflexión moderna sobre los quipus, la poeta se transforma en una quipucamayoc contemporánea, pues asume el rol tradicional de transmitir y guardar la cosmovisión andina, en función de la promover complementariedad y reciprocidad que debe existir entre el ser humano y el mundo en que habita. En definitiva, en su poesía observamos una estética del devenir en el que la subjetividad se agencia de modos diversos: 143 deviene vegetal, deviene animal, deviene tejedora; siempre como un modo de explorar las múltiples dimensiones del ser humano en distintos contextos, siempre como un modo de ser la otredad. Valdivia, Región de los Ríos, Enero de 2021 144 LUXUMEI Necesito decir que mi atavío natural son las flores aunque me vestiré de un modo increíble con plumas dientes de loco y manojos de cabellera de Taiwan y Luxumei. Cada vez que estornudo se llena el cielo de chispas hago acrobacias y piruetas endemoniadas cada noche me sale una espalda adyacente. Soy de cuatro patas preferentemente, las ramas me saldrán por la piel, estoy obligada a ser un ángel con la pelvis en llamas. (Libro: Luxumei o el traspié de la doctrina) 145 RETRATO FÍSICO Tengo el cráneo en forma de avellana y unas nalgas festivas a la orilla de unos muslos cosquillosos de melón. Tengo rodillas de heliotropo y tobillos de piedra pómez cuello de abedul africano porque aparte de los dientes no tengo nada blanco ni la esclerótida de color indefinible. Tengo veinte dedos y no estoy muy segura de poder conservarlos siempre están a punto de caerse aunque los quiero mucho. Después me termino y lo demás lo guardo a la orilla del mar. No soy muy desvergonzada a decir verdad siempre que hay un hoyo me caigo dentro porque no soy precavida ni sospechosa. (Libro: Luxumei o el traspié de la doctrina) 146 EL POEMA… El poema es el animal Hundiendo la boca En el manantial (Libro: La Wik’uña) 147 LA WIK’UÑA La wik’uña Es pastar y correr Pecho blanco al atardecer Cúspido brote a todo dar Cerril corpar Ojos colmando el cabezal Flor de lanío y del ultra fugaz Me duermo en tu potestad Perder la cabeza y volverla a recuperar Lo wikuño del wik’uñar 148 Pensar lumínico y cabal Face de hilo Entrando en el cristal Fibra de orar Poliedro impensable Y ahí está Tú que comes y ludes Tú que eres y eludes Fina devolvedora del sentido La fuerza entre nos Amanecer del amar siendo el animal 149 Pálpita pálpita saltarina Señora de las altitudes andinas Tú eres mi cósica calórica camótica Mi cáspita bruces La Cupisnique Tú eres la Uru y la Bamba Qué andas haciendo Apu aquí oro en monte Rimac allá Qué andas haciendo Wik’uña al monte tres prístinos mugidos tres rápidos tris-trás 150 Salvaje y frugal Vivísima fuente del lanar Pelo al sol Hija y madre del tiempo mejor Aquí te vas y tu ijar se vuelve grupa tonaz Tú lo has querido mandado y dolido ¿A qué te soy? Wikuñar y pastar Mover el pelo al norte y al sur ¿A qué flaquita? Pepita de ají ¿A qué has venido? (Libro: La Wik’uña) 151 LA TIERRA… La tierra una gota de agua en el vacío Pachawawa, Pachatira. Amnio sacrificial Vaso comunicante Contaminar una fuente es contaminarlas todas Cloaca y vertiente tarde o temprano se encontrarán Limpia cantando Challa asperjando Madre del agua, serpiente zig zag. (Libro: La Wik’uña) 152 PALABRA E HILO La palabra es un hilo y el hilo es lenguaje. Cuerpo no lineal. Una línea asociándose a otras líneas. Una palabra al ser escrita juega a ser lineal, pero palabra e hilo existen en otro plano dimensional. (…) La tejedora ve su fibra como la poeta su palabra. El hilo siente la mano, como la palabra la lengua. Estructuras de sentido en el doble sentido de sentir y significar, la palabra y el hilo sienten nuestro pasar. ¿La palabra es el hilo conductor, o el hilo conduce al palabrar? Ambas conducen al centro de la memoria, a una forma de unir y conectar. (…) 153 Metáforas en tensión, la palabra y el hilo llevan al más allá del hilar y el hablar, a lo que nos une, la fibra inmortal, (…) En el Ande, la lengua misma, quechua es una soga de paja torcida, dos personas haciendo el amor, varias fibras unidas. Tejer diseños es pallay, levantar las fibras, recogerlas. Leer en latín es legere, recoger. La tejedora está leyendo y escribiendo a la vez, un texto que la comunidad sabe leer. Un textil antiguo es un alfabeto de nudos, colores y direcciones que ya no podemos leer. (…) La energía del movimiento tiene nombre y dirección: lluq’i, a la izquierda, paña, a la derecha. Una dirección es un sentido y la forma de la torsión transmite conocimiento e información. 154 Los dos últimos movimientos de una fibra deben estar en oposición: una fibra se compone de dos hilos lluq’i y paña. Una palabra es raíz y sufijo: dos sentidos antitéticos en uno solo. La palabra y el hilo se comportan como los procesos del cosmos. (…) La palabra y el hilo son el corazón de la comunidad. El adivino se acuesta sobra un tejido de wik’uña para soñar. (Libro: Palabra e Hilo/Word & Thread) 155 Raul Zurita Santiago de Chile, 1950 (Selección y comentarios de Sergio Ojeda Barías) La poesía de Raúl Zurita, desde sus albores, contiene una fuerte presencia de la geografía chilena, es así como los mares, los ríos, las cordilleras y los acantilados actúan como soportes poéticos y simbolizaciones que establecen una geografía del dolor, en la cual se intersectan comunidad y sujeto. No es un canto a la belleza y a la omnipresencia de los lagos y nieves cordilleranas, más bien se abre a una cosmosvisión, una profunda ecología que incumbe a los sujetos con su comunidad. De ello surge en el poeta la necesidad por entender lo humano respecto del territorio. El tema de los lugares, del hábitat y del entorno geográfico son de preocupación capital en diversas disciplinas de las ciencias naturales y de las humanidades. La relación filial del sujeto con su geografía es central e involucra tres aspectos fundamentales del vivir: el lugar, la existencia y la espacialidad. En este sentido, la comprensión ecopoética, acerca la escritura de Zurita al pensamiento del geógrafo chino-estadounidense, Yi-Fu Tuan, quien denomina al fenómeno de entronque con el territorio: Topofilia; concepto que etimológicamente deriva de dos palabras: topos (lugar) y filia (amor a), es decir “amor por el lugar”. A mediados del siglo XX Gastón Bachelard, es el primero en utilizar este térmno en su obra La poética del espacio, antecedente afín con la Topofilia. Esta última, se relaciona con las formas en que el sujeto se arraiga en un espacio, cómo lo percibe y qué sentimientos le arroja. Para Yi-Fu Tuan la topofilia viene a ser “el lazo afectivo entre las personas y lugar o medio ambiente circundante”. Su análisis arranca de un conjunto de interrogantes que pueden abrir pistas en las posibles lecturas respecto de la 156 presencia de la geografía chilena en la obra de Zurita. Tuan se pregunta: ¿Cuáles son nuestras visiones del entorno material, sea éste natural o artificio humano? ¿Cómo lo percibimos, cómo lo estructuramos, cómo lo valoramos? ¿Cuáles han sido y cuáles son nuestros ideales con respecto al medio? ¿De qué modo la economía, los estilos de vida e incluso el marco físico afectan nuestras actitudes y valores hacia él? ¿Qué relación existe entre entorno y cosmovisión?. En la búsqueda de respuestas a estas indagaciones, Tuan define tres conceptos capitales para entender el concepto de Topofilia. Estos son: percepción, actitud y cosmovisión. La percepción, por un lado, es la respuesta de los sentidos a los estímulos externos, y por otro, el proceso específico por el cual ciertos fenómenos se registran claramente mientras otros se desvanecen o se eliminan. La actitud es una perspectiva cultural, una postura que se toma con respecto al mundo y la cosmovisión vendría a ser la experiencia conceptualizada, que en parte es personal, pero en su mayor parte es social, es la suma de la actitud y un sistema de creencias, en donde la palabra sistema supone que las actitudes y las creencias están estructuradas, por más arbitrarias que parezcan sus conexiones. En esa línea, el desierto, la cordillera y el océano en la poesía de Zurita, materializan la ambivalencia de un discurso donde todo parece perdido, pero que logra abrirse a caminos de esperanza. Su relación topofilica es fuerte. Al igual que su mejilla sangrante, el desierto también sufre y se transforma, se desdobla y se puebla de pastos y ovejas. La geografía ensancha su significado y se percibe como un espacio de tránsito y devorado por la desesperanza, pero que se vuelve sueño y deseo del sujeto que aspira a que las cosas cambien. 157 Di tú del silbar de Atacama el viento borra como nieve el color de esa llanura i. El Desierto de Atacama sobrevoló infnidades de desiertos para estar allí ii. Como el viento siéntalo silbando pasar entre el follaje de los árboles. La filiación que establece Zurita con la geografía chilena no es sólo de tipo biográfica, pues el inmaculado y desolado lugar que es el desierto-cordilerra-acantilado-ríos, transgrede a la escritura y más allá. El poeta consuma su sospecha acerca del lenguaje como instrumento capaz de explicar el mundo y de cuidarlo en él mismo. Esa geografía no es sólo material; aunque se nombre el desierto de Atacama, la cordillera y los mares chilenos en todos sus libros. También la constituye la geografía mental del sujeto, que en su relación con el lugar necesita tomar distancia de los hechos. Por eso la palabra del “yo” se ausenta, y en este caso es más bien un “nosotros”. Por ello, el sujeto poético objetiva el desierto, lo sueña, lo pinta y lo imagina. Lo onírico aparece con gran fuerza en la escritura y hace del discurso zuritiano un espacio limítrofe donde se hibridizan las voces. La relación topofílica de Zurita con el desierto, por ejemplo, abre paso a una cosmovisión de las pasiones y dolores humanos, que dejan sus huellas en los lugares que habita el sujeto. Esos lugares no son sólo lugares de permanencia, son lugares mentales que se preservan en los fragmentos. La geografía es un dispositivo amplio, pletórico de vida y muerte, es un buen lugar para que la ambivalencia del lenguaje encuentre su sitio. El paisaje no constituye un telón decorativo o evocativo, sus coordenadas 158 pueden pertenecer a cualquier lugar del mundo, pues el universo que retrata simbólicamente incluye la expansión y el desajuste con las palabras. En definitiva, Zurita encuentra en la geografía chilena otro elemento capaz de ser poetizable e intervenible, otro sitio donde las significancias interseccionen en las distintas fronteras de la conciencia humana con su propio territorio. Es un desierto donde el flujo constante de las voces cantan y sueñan la posibilidad de la expiación, Purgatorio puede ser leído, también, como un espacio para la piedad: Para cuando vean alzarse ante sus ojos los desolados paisajes del Desierto de Atacama mi madre se concentre en gotas de agua y sea la primera lluvia en el Desierto v. Entonces veremos aparecer el Infinito del Desierto vi. Dado vuelta desde sí mismo hasta dar con las piernas de mi madre vii. Entonces sobre el vacío del mundo se abrirá completamente el verdor infinito del Desierto de Atacama (Purgatorio). Como lo plantea Yi-Fu Tuan (2007), los seres humanos buscan infatigablemente el entorno ideal, la pregunta respecto de su aspecto incide y difiere de una cultura a otra. Y, agrega, finalmente: (…) en esencia, parece utilizar dos imágenes opuestas: el jardín de la inocencia y el cosmos. Los frutos de la tierra proporcionan seguridad, como tarnbién lo hace la armonía astral que, además, ofrece grandeza. De este modo, nos movemos de un mundo al otro: de la sombra bajo el baobab al círculo mágico bajo 159 el cielo, de la casa a la plaza pública, del suburbio a la ciudad, de unas vacaciones costeras al goce de las artes refinadas, buscando un punto de equilibrio que no es de este mundo. (Tuan 2007 336). 160 A LAS INMACULADAS LLANURAS i. Dejemos pasar el infinito del desierto de Atacama ii. Dejemos pasar la esterilidad de estos desiertos para que desde las piernas abiertas de mi madre se levante una plegaria que se cruce con el infinito del Desierto de Atacama y mi madre no sea entonces sino un punto de encuentro en el camino iii. Yo mismo seré entonces una Plegaria encontrada en el camino iv. Yo mismo seré las piernas abiertas de mi madre para que cuando vean alzarse ante sus ojos los desolados paisajes del Desierto de Atacama mi madre se concentre en gotas de agua y sea la primera lluvia del desierto v. Entonces veremos aparecer el Infinito del Desierto vi. Dado vuelta desde sí mismo hasta dar con las piernas de mi madre vii. Entonces sobre el vacío del mundo se abrirá completamente el verdor infinito del Desierto de Atacama (Libro: Purgatorio) 161 EL DESIERTO DE ATACAMA II Helo allí Helo allí suspendido en el aire El Desierto de Atacama i. Suspendido sobre el cielo de Chile diluyéndose entre auras ii. Convirtiendo esta vida y la otra en el mismo Desierto de Atacama áurico perdiéndose en el aire iii. Hasta que finalmente no haya cielo sino Desierto de Atacama y todos veamos entonces nuestras propias pampas fosforescentes carajas encumbrándose en el horizonte (Libro: Purgatorio) 162 LA SINFÓNICA DE LAS AGUAS Llegaron entonces los ríos: los ríos del sueño, cielo y vientos primero, los de la vida después. En notas empezaron a hablar entre ellos, en silencios las cosas de la intimidad, en pausas las del entendimiento y en acordes todo. Así fue el encuentro, la comprensión, el sonido. Fue mente, opus y música su llegada, y cuando rompieron planeando sobre las cordilleras, se vio el comienzo y el acabo al mismo tiempo. Así es y se lee: notas de los primeros torrentes tendieron el pasto coloreándose; miles, millones de pastos poblando las praderas en comunidad total de repartición, ecología, luz y vastas planicies. Ese fue el canto, el torrente, el vuelo,la sinfónica de las aguas. (Libro: Canto de los ríos que se aman) 163 CANTO DE LOS RÍOS QUE SE AMAN Canto, canto de los ríos que se vienen, canto de los anchos del Biobío y las praderas que cuando rompen cantan tras los inmensos cielos de pasto. Canto del cielo que se viene gritando porque todas las cosas hablan y cantan tocándose. Canta el Baker y los ríos de las aguas más heladas que aún no tienen nombres. Cantan sí, todas las cosas de este mundo: las grandes montañas y los cielos llenos de pasto. Canto de mi amor que eres tú, y de todas las llanuras empapadas que se abren también cantando; los muchachos y las muchachas abrazados y tú que caminas bajando por los ríos: mi lluvia buena, mi verano más ardiente, la primavera de mis sueños, mis aguas. : En las horas de A. M. de las aguas de norte y sur este y oeste (Libro: Canto de los ríos que se aman) 164 HOMENAJE DE AMOR DE LAS CORDILLERAS Queridas cordilleras Todas las cosas viven y se aman. Las grandes montañas y las nieves que se levantan azules y se miran Como ustedes se miran te miran Como ustedes se esperan te esperan Te he esperado tanto, se van diciendo unas a otras las preñadas montañas, arriba, besándose Toda la nieve te he esperado, responden al unísono los desbordados horizontes de los Andes abriéndose igual que todas las cosas, igual que tú a quien ahora saludan estas cumbres y a quien yo saludo largando la nota más alta de las cordilleras (Libro: El amor de Chile) 165 LOS TORRENTES HABLAN DE SÍ MISMOS Queridos lagos, queridos torrentes Para ustedes se tiende entonces el Canto del amor de Chile Para ustedes que han oído hablar de estos poemas y que están aquí como están todas las cosas con nosotros Amigo, los escribo para ti, para que tu veas mis ojos y yo imagine los tuyos, los lagos inmensos donde nuestros ojos se pierden y nacen los torrentes que juntan los míos con los tuyos Como las aguas que se largan rompiéndose los escribo como las corrientes del Baker, del Cisnes y la ancha lengua del Biobío perdiéndose en la muchedumbre que camina entre nosotros, hermano que te llamas Jack o Patricia o tú mismo (Libro: El amor de Chile) 166 Elicura Chihuailaf Nahuelpan Quechurehue, 1952 (Selección y comentarios de Pavella Coppola) Elikura Chihauilaf le concede a la naturaleza la plenitud del lugar poético, no por razones estrictamente estéticas, sino porque es parte de lo mapuche —hombre de la tierra, y por tanto también su palabra. No hay otra posibilidad para su cosmovisión que contemplar el mundo y que éste entre por los ojos, lo que corresponde a la unicidad: no hay posibilidad epistemológica de distancia entre el mundo de los hombres y el resto de los animales, entre el hombre y los ríos, los árboles, el cielo y el conjunto de signos emanando de aquello que conforma el mundo en su totalidad, “los elementos fundantes de la existencia”14. No se trata de juntura, ni aldaba alguna, menos de suma: hay una sola mecánica moviendo y potenciando la interrogativa de la palabra; irrefutable propuesta de su proyecto poético: Viejo estoy y desde un árbol / en flor miro el horizonte/ ¿Cuántos aires anduve?, no lo sé / Desde el otro lado del mar el sol / que se entra /me envía ya sus mensajera s/ y a encontrarme iré con mis abuelos. El sol expresa el mensaje para dirigir el gesto humano. ¿Cómo se expresa, cuál es su lengua, cómo y por qué descifra el hombre el mensaje? ¿Habla el sol? ¿Qué dice, cómo es su voz? ¿Murmura? Inconmensurable este planeta sol cuyo lenguaje es la luz, entrelazando de modo sencillo a los seres vivos. El poeta mapuche, entonces, pone oído al mensaje: ¡muévete, debes desplazarte hacia la memoria! Los viejos acumulan lo narrado, el hombre quiere regresar a esa prosperidad de signos, porque allí resuena la inmensidad. Entonces, la sentencia: Azul es el lugar adonde vamos. Para los occidentales el azul es un color; para el mapuche el azul es una cosmovisión, energía desde 14. Prólogo “Voces de limo: Ecopoética y razón efectiva en el Perú” por Pedro Favaron, el tomo I de esta colección. 167 donde se viene y hacia donde se va, porque “el primer espíritu mapuche vino arrojado del azul”15. El poeta Chihauilaf sintetiza el legado, no hay posibilidad alguna para distraerse, menos para equivocar el sendero azul. Los poderes del agua me llevan paso a paso / Wenulewfv, el Río del Cielo trasladan al yo que habla; corresponde a los poderes invisibles mostrar el camino: la región acuosa no es simple referencia material, no resume, porque ella no se deja comprimir, es libertaria; allí los espíritus animan quizás también las características físicas del agua: la insipiencia, su transparencia, la implacable naturaleza inodora, la posibilidad que otorga para disolver casi todo, la conductividad eléctrica que permea las moléculas, su condición diamangnética, la incomprensibilidad que la extiende como océano más libre que el propio viento, su principio sonar que propaga todos los sonidos como el inevitable diálogo submarino de los crustáceos, la docilidad de sus cambios de estado, la extrema tensión de su piel-superficie sobre la cual flotan hojas y bailan con innegable flacura las patitas de los pequeños insectos. Los poderes del agua realizan la acción, no el agua física sino la inevitable energía espiritual de lo moviente. El poeta —ahora— define: es apenas un pequeño círculo / en el universo / En este sueño me quedo: ¡Remen remeros! En Silencio / me voy / en el canto invisible de la vida. ¿Qué es el azul? Por cierto, una cosmovisión, también un lugar, una narración, la oralidad fecunda que el poeta hace suya. Pero en este azul la pertenencia del hombre al paisaje / territorio, en tanto pregunta ontológica, no proviene desde un afuera, porque sería insistir en lo binario; no se trata de la traslación del hombre hacia un lugar para lograr la esperada teleología occidental, sino del azul en tanto ecología o ecosistema: “como la vida es energía, esa energía que vemos en el azul, habita en ese color, entonces, el azul habita en el espíritu y también el corazón nuestro, pensando 15. Entrevista realizada a Elikura Chihuailaf por poesiaulblogspot.com, 6. 9.2005, Temuco. 168 que el ser humano es un habitáculo“16. Así, el ser viviente humano es una casa, una arquitectura –recipiente la cual se moldea a sí misma en la medida en que la energía la habita toda vez que la vida mueve para luego acceder al poniente, porque es apenas un pequeño círculo que se dirige a la muerte, final que no es conclusión sino transformación, liberación del espíritu que continúa siendo vida17 : me voy / en el canto invisible de la vida. En este sentido, el poema titulado Los poderes del agua me llevan viene a decir la circularidad, no como retorno ni repetición de lo dado, sino como anillo de energía moviente cuya mecánica interna la agitan las aguas, el cielo, el árbol en flor, el aire andado, el Wenulewfv/Río del Cielo, el universo, el sol entrante porque allí —en ellos— también habita la memoria hablada de los abuelos. La poesía de Chihuailaf está llena de espíritus, se mueven invisibles entre líneas, moldean el verso. Acuden cuando el poeta los evoca como gesto original de una protomemoria18 que intercede y construye el tiempo presente, porque aunque el idioma del colonizador constituye la herramienta castellana para la grafía en un pretérito pluscuamperfecto y simple, el dolor del amor perdido se calma con la savia de la flora cicatrizante en la probabilidad de la experiencia: Qué dolorido durmió todo ese / tiempo / mi corazón sin saber nada de ti / Con las estrellas Azules de la / mañana / mi alma fue preguntando al rocío / al aroma de las plantas y de las flores. Pero la experiencia frente a la naturaleza no se limita a constatar únicamente la aflicción, sino también corresponde al soberano gesto de un tiempo presente arrojado como síntesis de la inmanencia: De tanto mirar tu rostro sonriente / en la Luna / pensé que habían pasado ya / muchos años / pero en el canto de las bandurrias/ sonaron recién las campanas del atardecer / (Las oyes lo sé, me dijo mi / corazón dolorido). Se sacude la experiencia, casi fenomenología de 16. Ibídem. 17. Ibídem. 18. Para una revisión pormenorizada del concepto protomemoria, confróntese mi libro Fragmentos para una literatura desbordada, Santiago de Chile: Cuarto Propio, 2010. 169 un velo corrido, así esta metafísica: Ahí entonces supe que eras el / espíritu de un sueño / del que nunca jamás despertaría. Azules, árboles, ríos, cielos, bandurrias, lluvias, también sueños, cantos, amores, memorias interceden en la escritura de Chihuailaf para conformar un sistema poético que también es geográfico-ecológico y metafísico, sin oponer a las ánimas y a los espíritus a quienes pueblan los poemas de concretud, clorofila y lluvia. Esta diversidad propone cierta perplejidad, nos desafía, puesto que nos propone hablar de la oralitura19 toda vez que intentamos acceder a eso que clasificamos como poesía mapuche, porque la oralidad constituye el amasijo de la palabra poética. De este modo, la sintaxis del verso es oralitura, más cercana a la conversación —palabra entrecortada, ágil, accidentada, sencilla— que a una gramática acabada, lejos de una morfología limada. La selección de poemas que propongo está tocada por la lejanía. A más de dieciocho mil kilómetros de distancia el mundo no es únicamente una bola sino también una hora de nostalgia, aunque aqueje el deber de hacerla resolutivamente pasajera. Sobre la superficie de esta extensión, los poemas aquí incorporados suceden volcánicos y me llevan —inevitablemente— al sur, para dirimir el juicio de quien se desplaza, quizás como eterno navegante, quizás como suicida al amparo del corazón del vagabundo Rimbaud. En este desplazamiento, la presente muestra es apenas un botón en el cielo de Chihuailaf, también en medio de una ciudad poblada de edificios. Berlín, Alemania Octubre de 2020 19. Propuesta de Elikura Chihuailaf. 170 KO ÑI NEWEN YENEENEW Zewma fvchan iñche aliwen rayilelu mu azkintulen fiñ ti afpun mapu Tunten kvrvf mew miyawken? kimlam Nome lafken mew petu konchi antv mew werkvlenew zewma ñi Kallfv Kvyen amuan ka ñi llowmeafiel pu Fvchakecheyem Kallfv, kallfvley tati mapu chew yiñ amuan Ko ñi newen ñochikechi yeneenew Wenu Lewfv kiñe pichi troykeley mvten tuwaykvlelu kom afpun Mapu mew Tvfachi Pewma mew mvlewean: Remumvn pu remukelu! Ñvkvfkvlen amutuan lakenochi vlkantun mogen mew. (Libro: Sueños de Luna Azul) 171 LOS PODERES DEL AGUA ME LLEVAN Viejo estoy y desde un árbol en flor miro el horizonte ¿Cuántos aires anduve?, no lo sé Desde el otro lado del mar el sol que se entra me envía ya sus mensajeras y a encontrarme iré con mis abuelos Azul es el lugar adonde vamos Los poderes del agua me llevan paso a paso Wenulewfv, el Río del Cielo es apenas un pequeño círculo en el universo En este Sueño me quedo: ¡Remen remeros! En Silencio me voy en el canto invisible de la vida. (Libro: Sueños de Luna Azul) 172 KURA Kura nike pvllv feypikey taiñ pu Che fey mew guyu gekelayay ñi Gutramkangeael feyegun Mvley kumeke kura ta pu Machi tukukey —purukemu— ñi Kultrug mew Ka mvley wezakekura Wilvfvke fizrio Reke kare llawfeñ pelom wvlkey. (Libro: Sueños de Luna Azul) 173 PIEDRA Las piedras tienen espíritu dice nuestra Gente por eso no hay que olvidarse de Conversar con ellas Hay piedras positivas que las Machi / los Machi ponen —para que dancen— en sus Kultrun Y hay piedras negativas que brillan como vidrios y sólo dan sombras de luz. (Libro: Sueños de Luna Azul) 174 Feyti chi rvpvl rvgan puliwen mew Ñi pvllv ramtulerpuy Ti ayikawvn mew Kimlu iñche ta mi goymafiel Pewlafuy ñi ge ti afvlkan mvlelu Mapu mew ka zumiñ mew, rakizuam rupa nampiyaufuy kom mapu pvle Femgechi kintuyaeelfuy ta mi chumgen kim noelchi tukulpan mew Wñangkvn umaqtulu kom fey chi antv ñi piwke, rvf kimnon ta mi chumlen mun Feyti puliwen Kallfv waglen mew ñi am ramtulerpuy mvlfen mew eeyti nvmvn anvmka ka ti pu rayen Azkazifi ti mvpv chi pu vñvm ka ti pu llampvskeñ Fey kompuy pu lif (kurv) mawvn ko mu Alvkeñma zugun kam, pienew Kvrvf mew ka ti alof antv mew Iñche mvna kutrankvlefun kimkalu mvten ta mi goymafiel Afkentu azkintun ta mi age ayiwkvlen ta Kvyen mew fentren tripantv rupalu trokiwtun Welu feyti pu rakiñ ñi vl mew fewla zuguy ti kon antv kullkull 175 (Allkvfimi, kimfiñ, pienew ñi weñagkvn piwke) Fey wvla fey kimfiñ ñi Pvllvgen Pewma mu ñi rumel nepewenoafel. 176 ESTOS CANTOS Los arreboles del alba sostienen mi espíritu Así como estos cantos sujetan la angustia de mi corazón. Por los amados surcos de la mañana MI ALMA FUE PREGUNTANDO POR EL AMOR Cuando supe que tú me habías olvidado se borró en mis ojos el color de la Naturaleza y, en su oscuridad mis pensamientos sólo desearon vagar por todas las tierras Así anduvieron buscando tu realidad la fuente misteriosa del recuerdo Qué dolorido durmió todo ese tiempo mi corazón sin saber nada de ti Con las estrellas Azules de la mañana mi alma fue preguntando al rocío al aroma de las plantas y de las flores Acompañó el vuelo de las aves y de las mariposas y entró en las aguas claras turbias de la lluvia 177 Largamente hablé también, me dijo con el viento y con la luz del sol Yo estaba muy enfermo desde que supe que tú me habías olvidado. De tanto mirar tu rostro sonriente en la Luna pensé que habían pasado ya muchos años Pero en el canto de las bandurrias sonaron recién las campanas del atardecer (Las oyes lo sé, me dijo mi corazón dolorido) Ahí entonces supe que eras el espíritu de un sueño del que nunca jamás despertaría (Libro: Sueños de Luna Azul) 178 Sergio Mansilla Torres Achao, Archipiélago de Chiloé, 1958 (Selección de Ángela Parga León y comentarios de Breno Onetto Muñoz) Sergio Mansilla Torres es un poeta ubicado en la zona sur chilena: franja geográfica que se estira desde la zona de Concepción hasta ese territorio de la Isla Grande de Chiloé, a la que pertenece por igual esa otra isla menor, Achao, donde nace el autor en medio de bosques y aguas cristalinas, entre coigües y verdes manzanas, en una ruralidad no tan depredada, y ocupando un doble lugar en el tronco literario del sur chileno. Mancilla se vincula a dos grupos de escritores del sur: El grupo Aumen, de Chiloé y el grupo Índice, de Valdivia, lugar de residencia y enseñanza en su casa: la Universidad Austral de Chile. Estos poemas recientes de Sergio Mansilla indagan y evocan con imágenes de su medio natural inmediato, experiencias existenciales que le lanzan a ese otro espacio de la vida, uno allende la vida, quizás hasta de manera demasiado anticipada. El vate es un visionario de esta vida y también del otro lado de ella. Existe cierta tradición en la poesía chilena, no siempre destacada, que camina recto por esa dirección. Un cierto orfismo metafísico pero también una poética imperiosa del fallecer: poesía anticipatoria del conjuro. Los siete poemas seleccionados se emparentan en una línea al parecer semejante. En un proceso que me atrevería a designarla una mántica: una adivinatoria de la muerte. Y la naturaleza aparece allí como un medio y fuente de equilibrio, no siempre presente. Y Mansilla lo mueve de esa manera, desde su primer poema; en la esperanza que describe La Tierra prometida, tal como lo ha testimoniado a su vez el relato bíblico. En aquel relato judeo-cristiano en el que la divinidad compromete su palabra por 179 la tierra que ha de heredar toda la descendencia de las familias de Israel (Gen., 15:18). Una promesa que el poeta anhela ver ahora cumplida a su llegada a esa nueva tierra (“Al fin, llegamos”). Y la que recorre con su mirada desde fuera de sí mismo, sintiendo el peso de la naturaleza que le rodea como sombra de un cielo muy visto y del que no verá mucho más. Hay alguien que parece acompañarlo, ¿pero quién? ¿acaso los oyentes de su mensaje? No lo sabemos. Pero el mundo y la naturaleza se muestran, al principio, de un modo no familiar. Y, no obstante, resultan similares a la conocida realidad del poeta, la misma que encontramos en el paisaje de la zona sur, su tierra, con la diferencia de hallarnos, ahora, en el sitio de los difuntos: Había (…), un cementerio con flores que nos hablaban en un idioma desconocido. En un humedal cercano, entre juncos, nadaban cisnes, y el frío del invierno zapateaba sobre nuestras cabezas descubiertas. ¿Es nueva en verdad esta tierra? Preguntamos con el poeta: ¿a qué país nos hace llegar esta voz? ¿Acaso deberían ser recibidos, anunciados todos los recién llegados? Resignados y “sin lágrimas” guardan estos recién llegados su memoria del viejo hogar, en un diálogo fantasmal con los familiares que han dejado atrás. Todo lo traen, como el mar, encerrado en nuestra mirada de la memoria, cuando se evoca aquello sido. Y aquí ya lo advertimos con el propio poeta: arribamos ahora, existimos, otra vez, en un lugar donde no somos nadie, donde las diferencias de felicidad y desdicha son restituidas en paz, y permanecen alegres en la tupida espesura que nos rodea. La imagen de este primer poema es la del despertar en la otra tierra, la otra vida. El país es el cementerio con otro paisaje, un hablar en sueños con los nuestros. Un lugar pacífico. Una tupida espesura o niebla que puede constituir un sueño; como afirma Mansilla, en su artículo Teoría del Entender, “un sueño que necesitamos para que algo podamos percibir / Sin esa niebla, sin esa reducción de la realidad, tal sería la plenitud de todo que no podríamos siquiera por un instante ver. La ceguera, solo la ceguera sería real.” El mismo poeta nos abre, hace mucho ya, con 180 esas palabras la espesura que rodea a habitantes y visitantes en ese umbral de renacimiento. Entender la vida es también entender el sueño y la embriaguez que está en el hombre y la naturaleza. La vida suele pasar en silencio, si no nos entregamos conscientes a ese lugar natural que nos toca pertenecer, y nos alejamos pensándonos demasiado diferentes de la tierra, del animal que también somos y compartimos, de la vida que encierra el cielo que nos cubre y descubre. Si olvidamos el goce que nos procura cada día, cada mañana. La vida pasa. ¿A dónde se va? — pregunta el segundo poema. Pasajera como la misma mañana. La que un día al despedirla —sin saber— nos despedirá, haciéndonos olvidar toda la belleza del mundo, impidiendo ver el rostro de los insectos que nuestros ojos ya no verán. Y, ¿a dónde se irá ella, pasajera como un tren que no tiene crepúsculo visible? ¿Pueden los astros saberlo? ¿No son acaso nuestros testigos más lejanos y visibles? Él tampoco tiene certeza de ello. La voz lírica es realista, incluso no se pierde en un naturalismo romántico, siendo su imagen concreta y dialógica en su prosa. La imagen del árbol que deja caer sus hojas para volver a pensar en su renacer es cíclica como el tiempo natural. La vida desaparece llevándose a cada uno a su paso, al pasar de una mirada sin un crepúsculo definitivo o “escamoso”. En mitad del río suena la voz del tercer poema escogido. El río ha sido desde hace mucho tiempo la metáfora de la vida y de un presunto y “correntoso” devenir, que incierto nos acompaña a toda hora, en cada minuto. El poema en cinco estrofas, en las que se distinguen dos partes, habla del río y luego de pensamientos precisos en torno a éste. Pensamientos que invaden la segunda estrofa y apuntan a la imagen de la memoria “correntosa” de la misma vida: los pensamientos flotan como botellas / llenas de mensajes de amor. Oímos una voz lírica que se eleva y distancia observando el devenir de las aguas en su imagen llena de vida, y no obstante haciendo un alto para separar en sus pensamientos el reflejo de nubes y cauce. Y deteniéndose a pensar de igual forma en nuestra 181 separación definitiva: y las nubes pasan del nacimiento / a la muerte / en el reflejo de la espuma temblorosa. Otra vez esa imagen extrañada de la naturaleza espesa. “En mitad del río”, tal es el comienzo de cada una de las tres primeras estrofas que ubican al poeta y a nosotros mismos, en el centro del cauce del río, como insistiendo en la mitad de la vida y su no poca posibilidad de naufragar. De allí que al comienzo diga: En mitad del río el barco quiebra / la hierba invisible de la tarde. Preguntamos, por esto: ¿qué es lo quebrado? Puesto que lo que se quiebra, a veces, en la palabra, ha dejado de existir en su visión normal, en lo que está viendo esa voz. Ese barco —como lo piensa Pascal, el filósofo, refiriéndose al hombre—, ese frágil junco es el mundo de reflexiones que constituyen al poeta en medio del vaivén de las aguas espumosas que representan la imagen de la vida incesante y “correntosa” que bulle junto a la naturaleza. Con todo, la corriente de este río no ha sido tan adjetivada en el poema, pero los presagios externos son múltiples, ya que en la misma estrofa prosigue: Se arremolinan las gaviotas / burbujea la algarabía de los cormoranes / y el mar está cerca / con sus hijos salvajes esperando. La lectura aquí es profética, la imaginación interpreta designios instalados en la naturaleza, en la ruta de las aves que se aglomeran junto a otros “hijos salvajes” de esa gran madre acuosa que es el mar. ¿Intuición entonces de una totalidad amenazante? Todo río va a dar al mar. Pero el presagio que el poeta lee no es un buen augurio. La tercera estrofa, empero, reitera el hallazgo preciso de estos agitados presagios. Señalándonos el poeta, sin embargo, dónde hallarlos: En medio del río en el borde agudo / de las caras sin nombre. Entremedio de ambas orillas, en la corriente misma: los designios del hombre. Y ambas estrofas siguientes asienten la meditación del poeta, pues estos, sus pensamientos crecen sobre el agua corriente de la memoria. Luego, en este mundo existe ya una luz desconocida y un silencio azul que tiene muchos caminos. La imagen que prevalecía hasta aquí en los poemas era la del agua: el río, el mar. Instante crucial para el cuarto poema: que se acerca más a la tierra, al centro de una Conversación con los 182 coigües. El poeta se aleja del río hacia la tierra, vamos a los bosques y su conversación resulta vital. Un diálogo que se lleva mucho mejor ahora con la naturaleza: una conversación entre los coigües y el poeta, que no se le da mal, como canta en la primera estrofa. Al fin, aquella voz ha conseguido, sí, la misma extraña voz de La Tierra prometida, ha logrado establecer la comunicación (“Nos ha tomado tiempo dar con el idioma justo”) con la naturaleza, en ese nuevo estado de claridad en que se halla el poeta, observando las señas que también son presagios de un estado de comunicación plena con el ambiente exterior que lo rodea. En un lenguaje, sin lugar a dudas, que no es el propio del código humano ni hablado ni escrito: las señas no funcionan porque “ellos no leen papeles garapateados (…), mensajes electrónicos, no atienden llamadas por teléfono; más bien están ahí siempre presentes, “en acto”; su obrar es ser abiertamente naturales en un diálogo trasmitido casi telepáticamente en todo el orden de lo existente. La presencia de la naturaleza es allí esencial, y el poeta lo sabe, es nuestra comunicación “necesaria” con “ellos”. La primera parte del poema reitera esa posibilidad potencial de comunicación y el poeta comparte su vida con “ellos”: Les cuento mis historias, les hablo de los míos. Y aquí: Ellos me acompañan al atardecer / y al crepúsculo lo llenan de murmullos. Ellos son todos los entes vivos que desean y habitan la Tierra, que suelen acompañarnos en el atardecer. Así es como “habla” la naturaleza, en el mundo del poeta. Con agua y viento, humedad y aire, que nos atraviesa y comunica con todas las cosas, nos dispersa e indetermina. Conversación con los coigües, sin embargo, pone ciertos límites a este diálogo. La naturaleza permanece en un solo lugar. Somos nosotros los que nos movemos de un sitio a otro, o nos comportamos diferente. Por cierto, mis palabras no producen oxígeno, afirma irónico el poeta; ellos en el oficio de hacer aire son maestros, en definitiva, nuestra comunicación no siempre consigue la armonía con esa naturaleza, lo que puede ser hasta una injusticia frente a los designios de que dispone la naturaleza: no oirla, por tanto, es un despropósito. En verdad, hombre y naturaleza se asemejan en los elementos que les hablan 183 y comunican, en la misma vida sostenida por ellos. Pues, nos une la necesidad de aire, de agua, de tierra; entre esa naturaleza y la nuestra, su unión es posible. Una conversación allana también los sentimientos de dentro y de afuera, se me aparece / una gran llanura en el corazón / y las palabras solas se llenan de rostros que sonríen. El primer y último poema de esta muestra de poesía del sur son dos poemas en prosa: el primero —lo vimos— la descrita llegada a La Tierra prometida; el séptimo y último, en cambio, una Decisión Irrevocable, que expresa empero el firme propósito —tras largo analizar, meditar y dudar— de no dirigirse hacia el final de la vida y el encuentro con la muerte aún, sino devolverse radicalmente al vientre materno; y ello: una vez que la decisión se haya tomado. El poeta como aquel viejo Quijote encerrado en su oscuro cuarto, lleno de libros, se arrepiente de lo no hecho, las deudas de amor quedan, los libros faltantes lo mismo. Y decide lisa y llanamente regresar al punto de partida, al nacimiento, porque sopesando pros y contras, duda. Y lo que ve no predice lo suficiente, lo que para él resulta dramático, decidiendo retornar, perdiendo pausadamente tronco y extremidades así como todo peso de su cuerpo, para partir con el primer vuelo al encuentro del aire, del sol, del rumor de las olas del mismo mar que es más auspicioso al parecer que la propia vida. ¿Pero no es esto acaso, temor nada más? ¿No podría suceder que hubiese igualmente un renacer en el final del cauce, que de igual manera nos lleve al mar y nos comunique una vez más con el todo natural de aire y tierra, sin olvidar lo acontecido necesariamente? Como si todos hubiesen de tomar idéntica dirección. Al final de este comentario a la poesía de Mansilla, he dejado un lugar especial para el quinto de los poemas porque se muestra también extenso y algo enigmático. Se trata del quinto poema, Tenemos el mar adentro. En este poema y el sexto, que acarrea las Curiosidades del Cuerpo, aparece el tema de los elementos o de impulsos que podríamos asumir como connaturales a nosotros y la naturaleza. El sujeto y su entorno se mueven entre el agua y 184 el fuego, y luego entre el aire y el hielo. Quizá la clave en ellos se halle, justamente, en cómo pensemos esa propia constitución material del hombre. Tenemos el mar dentro es, sin duda alguna, una experiencia del amor de los cuerpos. Y en el amor dos elementos son ahí destacados, ya que usan de nuestro cuerpo. La piel como medio es un alga húmeda que oscila, que hace retroceder al aire, esa cuarta parte que también nos usa en el exterior, transfiriendo vida a este interior desbocado por el amor en olas de sangre y delirio. El aire se retira para mojar el alga comunicante con la otredad que yace fuera de nosotros. Esa pasión que hace a un lado la parte terrena que nos da forma y se inflama por las brasas del amor, por los besos compartidos de los amantes. Cuando ese estado se mitigue (y el fuego deje su rastro en los silencios de la saliva) nos volveremos ceniza y un hielo retornará a ocupar el espacio de los antiguos elementos. El fuego se apagará en el interior de las piedras / El infierno será entonces de hielo. Curiosidades del Cuerpo, sin embargo, es la última advertencia desde los elementos que se mueven en el universo, y nuestro propio cosmos; el peligro de que se quiebre esa comunicación relativa y única con el entorno, de que la era que vivimos se descontrole y trastorne el clima, provocando el aumento de la temperatura del globo, desmoronando el equilibrio de los elementos. Confirmando los peligros que ya asoman en las lomas secas, la ausencia de agua y pérdida total de los bosques, y el extravío y muerte de nuestra tierra errante como asteroide natural seco y sin vida, un planeta sin atmósfera, sin órbita por un cataclismo futuro ya definitivo. Y una vez más es el poeta quien nos advierte, entonces, en su poesía conjuradora del presagio, de las señas que no debimos nunca desoír: decir de la Tierra, bregando siempre en su defensa. Valdivia, Región de Los Ríos Enero de 2021 185 LA TIERRA PROMETIDA Al fin llegamos. Había un crepúsculo escamoso, huesos mondos, un cementerio con flores que nos hablaban en un idioma desconocido, ladridos, corazones que pendían de los cables eléctricos. Y de los patios de las casas se elevaban espirales de humo. En un humedal cercano, entre juncos, nadaban cisnes, y el frío del invierno zapateaba sobre nuestras cabezas descubiertas. ¿A qué país llegamos? ¿Acaso debían esperarnos con alfombra roja y sones? Conformémonos con recordar sin lágrimas nuestro antiguo hogar, con hablar en sueños con los nuestros que se quedaron allá lejos en esas playas neblinosas; no pudimos traernos el mar sino en el interior de los ojos cerrados. Llegamos a un lugar donde somos nadie, o sea, a un lugar donde nuestra desdicha y nuestra felicidad hacen por fin las paces y desaparecen, alegres ambas, entre la tupida espesura que nos rodea. Y quedamos, ahora sí, solos ante la noche, ante las murallas del tiempo, ante el trueno de la muerte, bajo las nubes que se alejan. (Inédito) 186 LA VIDA PASA ¿A DÓNDE SE VA? Sigilosamente se aleja; no dice adónde. Como alguien que se va de casa a escondidas y desparece en la penumbra de una mañana cualquiera. La hoja en su pecíolo se queda en silencio, la misma que mañana no estará ahí ni para deleite de los ojos ni para banquete de los insectos. ¿Adónde se fue? Acaso las lejanas estrellas tengan la respuesta. ¿Cómo saberlo? La vida pasa: siempre ella de pasajera en el último tren de un día que no tiene crepúsculo. (Inédito) 187 EN MITAD DEL RIO En mitad del río el barco quiebra la hierba invisible de la tarde. Se arremolinan las gaviotas, burbujea la algarabía de los cormoranes, y el mar está cerca con sus hijos salvajes esperando. En mitad del río los pensamientos flotan como botellas llenas de mensajes de amor, y las nubes pasan del nacimiento a la muerte en el reflejo de la espuma temblorosa. En mitad del río, en el borde agudo de las caras sin nombre, ahí se arremolinan las gaviotas, y burbujea la algarabía de los cormoranes. Y los pensamientos humanos crecen sobre el agua corriente de la memoria. Y entonces hay una luz desconocida en este mundo, y un silencio azul que tiene muchos caminos. 188 (Inédito) CONVERSACIÓN CON LOS COIGÜES Entre los coigües y yo la conversación no va del todo mal. Nos ha tomado tiempo dar con el idioma justo; las señas no funcionan, ellos no leen papeles garabateados con poemas, no se dan el trabajo de ver sus correos electrónicos, no atienden llamadas por teléfono… Les cuento mis historias, les hablo de los míos. Ellos me acompañan al atardecer, y al crepúsculo lo llenan de murmullos. Pero también extienden sus largos brazos bajo las faldas de la niebla de la mañana. No me siguen si voy lejos, ni les apetece tampoco; les basta con permanecer en el mismo lugar, pero su largo monólogo sí echa raíces en mis cambiantes palabras. Nos une la necesidad de aire, de agua, de tierra; sentimos el mismo amor por la música del silencio; estamos bajo el mismo sol, la misma luna, las mismas nubes, 189 y en materia de ignorancia sobre Dios nos parecemos como dos gotas de agua. No va mal nuestra conversación. Por cierto, mis palabras no producen oxígeno como sí lo hacen las de ellos: en el oficio de hacer aire son maestros. Cuando conversamos, se me aparece una gran llanura en el corazón y las palabras solas se llenan de rostros que sonríen. Hablar con ustedes es, pues, tan necesario como imposible. (Inédito) 190 TENEMOS EL MAR DENTRO En las noches del amor dos elementos usan nuestros cuerpos: agua y fuego. Cuando eres agua adentro tienes un incendio, y cuando eres fuego el mar interior ruge en las rompientes del tiempo. La piel es un alga húmeda que oscila al ritmo de olas desbocadas. El aire se retira, su espacio lo ocupa la espuma, y el que hasta hace poco era el espacio de la tierra ahora lo ocupan las brasas encendidas de los besos. Sabemos que al final vendrán la ceniza, el carbón, el humus, la fiesta de los hongos locos. El fuego se apagará en el interior de las piedras; el infierno será entonces de hielo. Pero no ocurrirá ahora. Dejemos nada más que el incendio deje su rastro en los silencios de la saliva. Y que la boca abierta del infierno sea para nadie. 191 No podemos quejarnos: Tenemos el mar dentro de nosotros. (Inédito) 192 CURIOSIDADES DEL CUERPO Ahora sabemos que tres cuartas partes del cuerpo es hielo, el cuarto restante es aire. El aumento de temperatura del planeta lo derretirá, y la charca que entonces quede sobre el camino de ripio no durará mucho tiempo. Al primer sol se evaporará y por un rato andará flotando sobre las colinas y humedecerá las alas de las aves migratorias. Quizás vuelva a la tierra un par de veces en forma de lluvia. Mas, un cambio de órbita del planeta vendrá a complicarlo todo. El planeta perderá su atmósfera y ese cuarto de aire que hoy todavía es cuerpo se irá por ahí, entre asteroides, hasta alcanzar lejanas galaxias como si cruzara nada más un viejo puente de madera sobre un arroyo modesto pero persistente. Será una muerte natural, espontánea, sin colgajos, nada de sangre en el piso o paredes. 193 Es la ventaja de estar hecho de hielo y aire, y en proporciones tan desiguales, para más gracia. (Inédito) 194 DECISIÓN IRREVOCABLE En su cuarto de libros, en soledad, piensa, duda, vuelve a meditar, analiza una y otra vez los pros y los contras. La decisión final es dramática: regresará al vientre materno antes de mañana, como sea. Se acuerda de unos cuadernos dejados por ahí, que contienen varios libros sin terminar. Prefiere dejar las cosas así, ni mencionar siquiera ciertas deudas de corazón. Esta noche dormirá en las bancas de un aeropuerto. En cuanto amanezca se dejará atravesar por el viento, por la luz del sol, dejará que los pájaros entren libremente a su cabeza, nadie notará su falta de piernas, de brazos, de tronco. Su rostro, en cambio, sentirá, como nunca, la brisa fresca del mar que lo llama con su lento rumor de olas. (Inédito) 195 Pavella Coppola Santiago de Chile, 1963 (Selección y comentarios de Ángela Parga León) Aún no se había levantado el sol. No se distinguía el mar del cielo, con la excepción de que el mar tenía unas tenues líneas como un paño con arrugas. Gradualmente, al blanquear el cielo, aparecía una línea obscura en el horizonte, y dividía mar y cielo, y se llenaba el paño gris de surcos de trazos gruesos en movimiento, uno tras otro, bajo la superficie, siguiéndose unos a otros, persiguiéndose unos a otros, perpetuándose. (De Las Olas, Virginia Woolf ). Pavella Coppola suele trabajar en su jardín, extender las enredaderas y podar los arbustos que le empolvan gozosamente el cuerpo; en el jardín de su casa chilena, reduplicación de los otros hogares en Alemania, Italia o en el mismo litoral central de nuestro país. —Donde voy forjo una casa— explica, —la llevo conmigo. —Aún huelo el olor a té de hoja que vertía mi abuela sobre una hiedra silvestre como abono cariñoso— agrega para no aseverar cosas, ni ideas o frases hechas; sino para expresar con la arbitrariedad de los signos aquello que está destinado a ser dicho, acerca de una experiencia que se reconstruye, de un tiempo en el que no se estuvo, en el que la ausencia requiere un puente para encontrar ahí, los retazos biográficos asentados en el mundo. Pavella Coppola, crítica literaria y de arte, y poeta, arranca palabras al verbo interior para perpetuar su estadía temporal y espacial; los lares han emergido como continentes o islas realizando por completo su arraigo verde en el exilio. 196 Víctor Segalen afirmó que, una vez visto el mundo, se le debía decir, sentirlo, como si se fuere un segmento de este, enlazado a un macizo de flores, a una zanja atravesada por bueyes o por los rayos de sol. En el corazón de todo desplazamiento y retorno, como recupera el cielo la esperanza azul luego de una tormenta, la escritura de Pavella ha recobrado la existencia terrestre mediante los sentidos diseminados en las imágenes de sus poemas20; más de forma simultánea, está manifiesta la condición de posibilidad de su propia existencia humana. No es sino in medias natura que la poeta existe, poeta ella misma abono, humus, concentración salina de palabras e imágenes gemelas del Ser. Los espacios diversos en la vida de la poeta han constituido una serie de nacimientos, de prospecciones, de reconocimientos: Yo fui búho con mi huella en la maraña de la tarde enrevesada. Las palabras han buscado hacer su nido en la memoria, pero también han visto en el instante, las noticias de un lenguaje nutricio: el murmullo de la arena en el paisaje que reintegra al propio cuerpo en la naturaleza, que no le distingue y que de antemano le hace reconocer su muerte. Hinchada o tempestuosa la vida sigue los hilos de la hiedra que otorga continuidad a la existencia de Pavella Coppola y a esa otra, la que vigila desde arriba lanzándole signos o preguntas para exaltar la vida entera; hidratada y remineralizante niebla prolongada más allá de los límites de la individualidad de la poeta en tanto ejemplar de su género. La buscadora arriba: continúa temblando, es azul y envía signos en escorzo al mismo hombre con quien hundirse segundos en el fondo marino es la alternativa a la noche rasgada. Antes que el tiempo aparte la mirada de los amantes, antes que la voluntad de la albacora reintegre a todos los cuerpos difuminando el horizonte, la voz lírica colecciona en la palabra, con la alegría de una vida inocente, la expresión justa en el lenguaje de las cosas mismas, destinadas a su inacabamiento, 20. Nombre dado a los acantilados costeros de la Playa de Horcón, zona formada hace 160 millones de años y lugar de cuantiosos hallazgos paleontológicos. Océano pacífico, Región de Valparaíso, Chile. 197 soberanas hijas de la voz de los acantilados. Las imágenes acuáticas en los poemas de Pavella Coppola son símbolos de una restitución y acoplamiento de los cuerpos, de los seres rehabilitados por un agua hembra. El descenso de la poeta hacia un psiquismo de repatriación, repasa el camino a casa excavando —polvo eres— o zambulléndose: la albacora me dialoga, pero los botes han desdeñado el oficio celeste de mis uñas. Con un tremolar esmeralda la intensidad del oleaje revigoriza a los ojos viejos en botes hasta volvernos cunas recaladas en un momento geológico: A estas rocas las moldeó lo desconocido, / asperezas de sombras anteriores, / posibles materias del tiempo. El mundo enteramente bañado en los poemas advierte la presencia de los desperdicios, las sobras, el bolo masticatorio de los imperios cotidianos, prisioneros de la topografía de la ciudad moderna; no es ajuste de cuentas, ni vendetta, señala la poeta, sino despojo mortal, antífrasis de la muerte en la cámara nupcial, bóveda que cimbra entre olas abanicándose, estremeciéndola los navíos. No ha sido una locura esconderse en el mar, dejar que la columna vertebral construya su propio laberinto amado en el cosmos acuoso. También el oratorio posee esta aspiración a encaminarnos a la iluminación interior. El mar absorbe a sus afluentes y al cielo, todo es salino incomparablemente, aun las preguntas subterráneas de la poeta. La vida singular de la brisa comunica al bosque, y consciente de su curso asciende desde la orilla a la rocosa cima. Allí se detienen los ojos cartográficos. Quirilluca es más que una caleta de pescadores, es un ser vivo. En la poesía de la autora, es tan poderosa la naturaleza en su designación oriental, en el sentido de original (origo, naciente, punto de partida y avance, vértice que se posee ante sí cuando uno se orienta) que la conciencia creante no puede sino abandonarse, de nudo en nudo, a toda floración universal (según lo expresó René Guenón). Su propia vida, su capacidad para nombrar y ver con ojos ciegos de árbol, dependen de su habilidad para aquello que Virginia Woolf llamaba “sujetar un tallo de flor, ser el tallo”. Bajo la materia misma de los crepúsculos, el aullido 198 del pescador reproduce su eco en el perfil costero: Vamos, el grito en medio de la nube, el pescador, refugio, receptáculo paradisíaco (agua, árbol y piedra) donde la “mano temblorosa de la poeta se confunde con la premura de la red”, genitrix que acoge el corazón sobre la roca. Las existencias simultáneas e instantáneas salen al encuentro en su aparecer poético y el reflejo de la luna en el ojo del búho. El estado transitorio de la poeta siendo ave, rama o simple canto son acontecimientos fugaces, emplazamiento portátil de la voz que responde a más palabras hechas de elementos antiguos. Todo cuanto es posible conocer en el bosque y su tarde, desde arriba y abajo, enigmático, y en la propia vida de la voz lírica, se muestra aquí y ahora: indiqué con la punta de la cola gris alguna línea / pero la vida del búho es menos que el ojo húmedo / apenas un gramo más que este río. El misterio del signo animal en el ojo humano agita a la poeta encaramada en un árbol y alimentada por el fruto lunar. La virtud del alimento evidencia la condición morosa del hombre ante su hábitat. Las aguas de la vida, celestes o en el fondo marino, lacustres, bebidas de juventud, lágrimas, leches, sales, savias y clorofilas, son en los poemas de Pavella, expresiones de “lo íntimo de lo íntimo”, materias de los cuerpos del mundo, como la añañuca (flor enrojecida) o el pecho carmín de la loica; concentraciones simbólicas de una química litoral, refractaria a las desgracias civilizatorias y políticas en el territorio y en la propia biografía de la autora. En la poesía de Pavella Coppola, la naturaleza trepa con su tallo voluble de espiral en espiral, divinidad femenina de la fecundidad que expresa la genealogía de la poeta, la clorofila repite el canto (…) en la diminuta mano. La tradición familiar posee su propia mitología de creación; el nacimiento de una niña sostiene el recuerdo de todos los misterios y alimentos terrestres; los poemas manifiestan la obstinada floración toda: el verde no es coral / sin embargo esta epopeya cruza la vida / la clorofila repite lo que sabe. Las imágenes sueñan con un bienestar que fusione y comprometa a los 199 cuerpos con el ecosistema, mundos cultivados dentro de mundos abotonados a una flor. Como se abona y cultiva cuidadosamente —cuasi epopeya— la vida de una trepadora robusta, porque nadie sujeta ese cielo, es necesaria la voz confortable y familiar de los lazos que perseveran, que suben por los ojos como clorofilas, ADN comunitario, inter-especies. Es menester dejar a la palabra unir y acrecentar las conexiones entre existencias, “la clorofila repite lo que sabe” y prosa el mundo de manera ligosa, para cruzar, subir, reír, tocar, parecer, interceptar, hablar, sujetar, mostrar, balbucear y volver a repetir las variaciones de la simbiosis hereditaria. Todos los poemas parecieran ser construidos por el mismo movimiento de restitución —Wiederherbringung— de la vida y su belleza; en ellos, la ensoñación registra una comunidad en la que muchas especies viven, se desarrollan y evolucionan juntas bajo la luna, estado sine qua non para la existencia de la poeta. Una fuerza socializante que fortifica la inmunidad y amplía la conciencia de la escritora, muestra en sus poemas breves recuadros de la creación de ambientes simbióticos, estructuras aglutinantes que revisten finalmente el sentido de garantía ante el deterioro material del cuerpo propio, de los seres y de las cosas. El modo de oír desde muy cerca la voz del acantilado, de sentir a ras la brisa marina, de coleccionar conchas o caracoles, es la condición en que Pavella Coppola se impregna con la existencia: el bosque, la luna, los navíos, la sombra, son fuerzas vivas propias del lenguaje poético; en el gran hueco del acantilado nacen las voces de la distensión, del ensanchamiento y el silencio del ánima, del espíritu femenino de la felicidad, de aquello que Bachelard llama “agua verdadera (…) el reloj de lo femenino anda de continuo, en una duración que transcurre calmadamente”. De aquí la riqueza adhesiva de la poesía que presentamos. En ella los seres se tocan, se reúnen bajo preguntas y signos acerca del amor, disolviendo sus formas individuales, desintegrando el paisaje material en valores de complementariedad recíproca, de reposo y refugio dulce: la niña ríe / parece un corazón el toque 200 simple / parece agua la vida. Ahora pues, podemos considerar los movimientos de las imágenes en estos poemas como pliegues y repliegues, perpetuos descensos y arremolinamientos de los líquidos y la bruma, de los renuevos de un árbol o de las plantas cual extremidades humanas. Sueños en los que se metamorfosean los destinos humanos en agua, noche, grieta o abismo. Osorno, Región de Los Lagos Enero de 2021 201 NO SERÁ EL MAR UNA LOCURA para Sergio Ojeda Qué partícula segrega la ventisca, qué desperdicio recorre la superficie del dedo meñique, mientras toda luz voltea la albacora, qué insinuación define el manejo de tu boca si nada señala la sombra anticipada, la brisa principal, polvorienta, cuando el caballo husmea la leña del vecino. No es ajuste de cuentas, ni vendetta, ni ceño aburrido, menos niebla entre manos perpetuas, ni barco quisquilloso moldeando el atril sobre la tela. Simple empuje de polea antigua, quizás; mecánica del ombligo del abuelo del abuelo ese viento soplando de allá para acá entre el resuello para deslizarnos desnudos sobre la arena. No sé cuántos segundos nos hundiremos en el fondo de este mar, por cuántos minutos abundará en el puño azulado la penumbra del ojo ausente, cuánto peso sostendremos, desconozco si la raíz, si el caballo, si la sombra con su revés, apartarán la ley de mirarnos, tampoco por cuánto la albacora en su locura ordenará la inquietud de mi tiempo. Yo tengo preguntas. Las junto como loca. 202 La albacora me dialoga entre desperdicios cuando ruje el engranaje de troncos fecundos. Atesoro preguntas como loca y ojos viejos en botes husmean porque diseñan el mar. Atesoro jaibas, conchas de choros plateados, preguntas como loca; la albacora me dialoga, pero los botes han desdeñado el oficio celeste de mis uñas. A estas rocas las moldeó lo desconocido, asperezas de sombras anteriores, posibles materias del tiempo, expresiones de mi adelantada ira, antes del viento en tu cuerpo en el mío. A estos peñascos los arrastró el otro —aquél— fuego. No sé cuántos segundos nos hundiremos en el fondo marino, cuánto océano acá dentro, cuántos crustáceos, cuánto molusco, cuánto verde, cuánto frío. Tengo preguntas. La albacora me enfrenta entre desperdicios cuando ruje el engranaje acuoso, barcos estremecen en navíos sin fin. Manchada la vía láctea desgarra el ciclo nocturno, pero tú y yo sumergidos. La buscadora, arriba: continúa temblando, es azul. Ya no fue vendetta hundirnos en el mar ni locura. Otros dirán que sí. Asombrados los pájaros. Déjalos. (Libro: Mapa de Quirilluca) 203 DESDE LA NIEBLA, QUIRILLUCA Un balanceo de gaviota revisa su mundo bajo el gran ojo de lupa en medio del agua. —Vamos, el grito en medio de la nube, el pescador. Ahí, una manzana confunde el viaje, ahí el viento otra vez impide y Quirilluca no detiene el cielo. —Vamos, aúlla el pescador. Pero, el abismo desciende en el mar último. Pero, no responde el eco la superación de lo terrestre. Acuosa la plenitud del hombre rodea el cuello de la mujer: levanta el dedo índice encima de su frente, revisa la pestaña inquieta, acomoda el seno dormido para cantar la victoria del oleaje. —No soy quien escribo: me lanzan signos: me surge el ojo del barco en medio de la ira clandestina. —No escribo: me lanzan marejadas: crustáceos me retuercen, revisan este muñón desesperado en medio de la ira derrotada. Hubo cuerpos entrelazados, ojos, hiedra, tierra, espuma en el silencio. Hubo tarde agitada, hubo patria, cercana, nupcial. Hubo banderas y una tristeza situada. 204 —Vamos, persiste el hombre en el mar. —Vamos, ruega su boca. No habrá retorno cuando el roquerío esculpa su puerta en el párpado del acantilado y duerma el pescador en su orilla. No habrá retorno cuando el trazo albergue aromos detenidos y el tiempo recuerde tu mesa. No habrá retorno cuando el viento diseñe tu signo en el pez inquieto, menos un navío para brazos dilatados. Se confundirá el anhelo con la saliva en tu hora cuando la arena sea niebla cuando se aquiete el sol eterno. Se confundirá la premura de la red con mi mano temblorosa cuando la piedra inicial recoja mi paisaje cuando el tiempo lance el corazón sobre la roca. Incolora el agua en su navío. Quirilluca, la boca en este mapa. (Libro: Mapa de Quirilluca) 205 DISCURSO DEL BÚHO Yo fui búho con mi huella en la maraña de la tarde enrevesada conversé con la rama y el pájaro vecino traté de resolver el enigma de la luna, pero su redonda claridad fue más que el tiempo. Yo fui búho e intercepté la voz del primer hombre para recordarle que el agua parecía veneno traté de enredarme en mi propia vida miré hacia la médula del convencimiento. Cuando quise caminar mi huella desdibujó la conquista de la tierra roja ni decir que fue signo. Doblé un día —con mi cara ancha y este cuerpo sano— la calle principal del bosque miré la tarde de arriba y de abajo indiqué con la punta de la cola gris alguna línea pero la vida del búho es menos que el ojo húmedo apenas un gramo más que este río. Fui búho fui canto tarde bajo la luna y lloré. (Libro: Exordio del animal y la rosa) 206 PRIMERO, SUS OJOS en la diminuta mano el verde no es coral sin embargo, esta epopeya cruza la vida la clorofila repite lo que sabe sube por los ojos de la niña en círculo el botón de la risa la hiedra sube la niña ríe parece un corazón el toque simple parece agua la vida la hiedra intercepta todo arriba habla de la bondad del hombre nadie sujeta ese cielo un escarabajo rojo le muestra el camino le habla del territorio único Ailmi Shun balbucea la delgada palabra animal la clorofila repite el canto (Libro: Exordio del animal y la rosa) *Ailmi Shun: “Ailm” es la primera letra del alfabeto celta-escocés y corresponde al símbolo del abeto de los bosques nórdicos, símbolo que significa la fuerza vital de la naturaleza y su restitución. “Shun” es una voz japonesa y significa belleza. 207 Idania Yáñez Avilez Bahía Muerta, 1962 (Selección y comentarios de Mauricio Osorio Pefaur) Aysén, la tierra imaginada y su espejo en la realidad, es una inmensidad que “habita” a sus habitantes. En esa clave de la existencia, ¿Cómo vivenciar un rincón de aquella vastedad, hacerlo crecer y luego reducirlo hasta que quepa completo en la mirada que lo evoca? ¿O en las manos capaces de guardar retazos de sol? Idania Yáñez Avilez, poeta nacida en la cuenca del lago General Carrera, hoy llamado popularmente “lago Chelenko”, lo logra con su “poesía aldeana”, que agita las cuerdas de la inmensidad desatando una vibración antigua y boscosa. Digo aldeana, para acrecentar el timbre de su construcción con giros láricos, románticos, rurales. Digo aldeana para resaltar la aldea, el cobijo humano que como especie hemos construido al interior de la naturaleza, para convivir con ella, para dialogar con sus otros habitantes, para entender que se es parte de ella si se logra comprender todos sus idiomas, todos sus silencios, todas sus presencias. Idania nos presenta su aldea, primero a través del canto de los pájaros que la habitan y deshabitan, que le cantan dentro de las estaciones, que luego de trinar expiran sobre la nieve. Para luego retornar en las palabras que llevan el canto de esa aldea: te anuncio estas palabras como si fueran pequeños pájaros. Los pájaros son los mensajeros de la aldea, son los encargados de expandir los hallazgos que surgen de la conversación entre la infancia y la naturaleza. Los pájaros cantan el mensaje surgido en la casa de la infancia, siempre después de haber ido a llorar las historias antiguas del poblamiento, colmadas de dolor y 208 tristeza antes que de heroísmo o gloria. Luego nos presenta el bosque, habitando el cuerpo de sus poemas hasta hacerlos reverdecer a pesar de todos los dolores, a pesar de la devastación provocada por los incendios forestales o la extracción de los aserraderos a vapor. Esto gracias a que aún quedan bosques de mañíos que sueñan bajo la luna y los renovales, que van surgiendo alrededor de la aldea, recogen la memoria de la infancia. El mutualismo entre aves y bosques es una enseñanza siempre dispuesta para el ser humano, que a pesar de ello —nos advierte la poeta— la desecha, la quiebra, la olvida en pos de las ciudades; y, cuando siquiera intenta el retorno, no lo logra porque he perdido mi caballo mientras caminaba bajo la lluvia / no recuerdo el sendero de coigües y canelos que va bordeando el río. El ser humano se vuelve entonces sordo, desmemoriado, incapaz de reconocer el despertar de los pájaros en el bosque azul que duerme junto al río. La poeta registra este extravío, porque busca disolverlo, para que el ser humano reencuentre el sendero a todas las aldeas. Lo enfrenta también proponiendo en su poesía un “país de las abejas” del que todos somos ciudadanos, porque es la casa de nuestras infancias, la aldea que nos habita o la que puede ser nuestra casa para remendar el daño que nos provoca el artificio de lo urbano: Te llamaremos dije un día, país de las abejas, lugar donde habita la infancia de la tierra y las madres guardan retazos de sol entre sus manos. Este sentido ético y solidario en la poesía de Idania Yáñez, se constituye en la trama y urdimbre de un nuevo canto en la poesía aysenina. La poeta escribe esperanzada en la reunión de todas las infancias: sentémonos junto al fuego mientras regresan los ausentes, / encendamos la vieja lámpara y compartamos el pan mientras cae la nieve. Ese país contiene un lago que aparece de pronto con toda su propia inmensidad, lago-mar, creador de distancias y semillas; con todo su dolor, lago-coihue, dolor del bosque llorando; lagoaborigen, dolor de la tierra estremecida por el llanto de Kooch. Lago que 209 espejea la mirada sublime del ser humano libre y conmovido por la inmensidad que lo habita, y que al mismo tiempo espejea la violencia que desata ese mismo animal humano sobre los bosques y sobre las otras naciones que antes ya habían comprendido los idiomas de la naturaleza y convivían trashumantes en ella, estableciendo aldeas de sentido que fueron arrasadas por los desmemoriados y sordos. Aquel espejo de agua —el más grande dentro de la inmensidad de la gran aldea de Aysén—, en cuyas riberas la casa de la infancia se acrecienta, es navegado por el recuerdo: En pequeños botes de ciprés los niños de aquel tiempo descubrimos siete reinos nacidos de la lluvia: las flores, el aire, los pájaros, el sol, el agua, la nieve y los caballos danzando entre las nubes. El silencio y el canto marcan el ritmo de las estaciones en el país que la poeta nos presenta: así, las infancias pueden escuchar la respiración del bosque dormido, el canto del viento sobre el fogón encendido, el silencio provocado por la nieve, el leve sonido de las violetas surgiendo del manto blanco. Las mujeres que habitaron y habitan el país de las abejas, aldeas ellas mismas para infancias despojadas, colonas recias de un antiguo poblamiento, son como esas violetas que palpitan bajo la nieve, poderosas guardianas de la casa de la infancia: Pero las bravas colonas como las violetas florecen / en la eterna transparencia de la lluvia. Este acto de reivindicación de madres e hijas del bosque aldeano es también una propuesta de retorno a la vida de las señales naturales que marcan el tiempo y dibujan la esperanza de sostener la memoria de la aldea. El canto de Idania Yáñez todavía no se escucha en la poesía de Aysén, ni siquiera se le intuye. Las vibraciones de su poema al cacique Quinchamal que conocemos desde hace más de una década, junto a otros textos de la autora, publicados en antologías de circulación limitada, siguen siendo su carta de presentación 210 entre los lectores locales, pero ellas mismas se acrecientan cuando su canto al país de las abejas comienza a poblar la inmensidad que cabe en nuestras palmas, porque la poesía de Idania Yáñez nos toma de manera resuelta para que abramos nuestra aldea y dejemos que la habiten todos los bosques, todas las aves, todas las aguas, todas las neblinas y huellas antiguas que han forjado este paisaje, guiados por la memoria del cacique que en la voz de Idania nos dice: Yo Quinchamal habitante austral de la Patagonia misteriosa refugio de aves asustadas por el viento. Yo, lugar de verbo, nacimiento de flores que rigen las luces del alba, Yo, Quinchamal flecha, aurora, canto de las aguas en su festival de cristales. Ya lo manifestaba el poeta León Ocqueteaux en su presentación a la poesía de Idania Yáñez, que transcribimos en extenso21: Sin pretender ser un Juan Bautista para anunciar la aparición de una nueva voz en nuestra lírica, la de Idania Yáñez Avilez, me atrevo a consignar que su obra significará un aporte importante, y me sorprende que hasta el momento permanezca inédita, sólo publicaciones 21. Texto mecanografiado y con firma original de León Ocqueteaux, fechado el 17-12-2007. Facilitado por Idania Yáñez para esta presentación. 211 aisladas en revistas y antologías de circulación restringida, que no se haya proyectado como merece. Me consta de su calidad, ya que conozco gran parte de sus poemas, lejos de la retórica barroca y de la antipoesía que ha erosionado nuestra poesía. Estoy cierto que, cuando acceda a la publicación de sus libros, se destacará en el primer plano, ya que entre otras cualidades, recoge un homenaje a las culturas originarias del Extremo Sur, lo que no ocurre si no aisladamente. Aporte y rescate de importancia que conviene a otros soslayar. Asimismo, de su entusiasmo y convicción con que realiza sus trabajos basados en el estudio y análisis de estudios y ensayos sobre nuestras etnias en vías de extinción. Por ello, y amparado en mi experiencia como lector, y sin riesgos, es que saludo a una nueva voz poética de Chile en Idania Yáñez Avilez, y celebro su pasión y autenticidad con que cultiva el amor a la poesía y su universo mágico. Tal vez es el silencio la ruta que sigue su canto, el que solo se escuchará si nos adentramos en los bosques que resisten y protegen las aldeas de nuestra infancia, mientras nos extraviamos en lugares desalmados y tristes. La poeta sabe de este extravío, lo ha vivenciado, su cuerpo y su alma conocen el dolor que ha provocado, sus palabras / pájaro reconocen cada cicatriz y por ello replican el canto de los primeros pueblos: cantando con las piedras y los pájaros, / cantando en la nostalgia de las flores, / en el bostezo gris de los árboles / y en el rocío de la madrugada, para descubrir el camino de retorno a la casa de la infancia, allá, en el país de las abejas. Coyhaique Diciembre de 2020 212 LOS PÁJAROS Los pájaros son cantares de luz que se quiebran en las sombras, mientras regresan con la tarde primaveras lejanas. La semilla cae al surco y no el recuerdo sino la muerte viene a colmarse de trinos, no su canto, sino sus alas van girando en el espacio, huérfanos del tiempo. La ciudad cuelga sus ausencias en las nubes, los pájaros se han ido a llorar a la antigua casa de la infancia. (Libro: Noticias del país de las abejas) 213 REGRESO Hoy las madres regresaron al País de las Abejas portando retazos de sol entres sus manos, las vecinas de siempre, las que nunca se han ido. Nos abrazaremos sonrientes por la dicha del reencuentro, tomaremos mate reunidas en la cocina, afuera ruge el invierno y los cerezos danzan junto a la ventana. No ha pasado el tiempo, nadie jamás se ha marchado, sólo se han ido los niños, sus barcos, sus muñecos y sus tamangos. Nadie se ha marchado del País de las Abejas, sentémonos junto al fuego mientras regresan los ausentes, encendamos la vieja lámpara y compartamos el pan mientras cae la nieve. (Libro: Noticias del país de las abejas) 214 ÚLTIMO ZARPE Hoy que has llamado a mi puerta han regresado desde el sur los coigües y los pájaros, me sorprendió el acento de tu voz, y tus manos que en otro tiempo cubrían mis cabellos de margaritas, ningún pétalo es más dulce que los días luminosos de la infancia, como si la vida fuera un breve ritual de imágenes amadas. Regresaste al País de las Abejas añorando el canto de la lluvia, nos abrazamos en silencio, lejanas y tristes se oyen las campanas de la Capilla vieja, una columna de flores avanza por el camino, y me dispongo a cargar de margaritas nuestros pequeños barcos. (Libro: Noticias del país de las abejas) 215 REGALO Yo recibí un hijo en la soledad del alba y los pájaros lo vistieron de rocío, en mi corazón cantaba el mar, el bosque, el río y la lluvia azul de todos los inviernos. Mi hijo era pequeño como las golondrinas, un capullo de sol entre mis manos, mi niño era grande como las montañas vencedor de dragones y bestias de guerra. Yo recibí del cielo un hijo, toda la primavera cabía en su llanto, toda la lluvia en sus rondas de niño-bosque todo el tiempo en sus ojos otoñales, todo el sol, todas las flores en su casa perfumada de niño-infancia. Mi hijo era pequeño como las golondrinas, su vuelo se hizo eterno una tarde mientras soñaba, los pájaros lo vistieron de margaritas blancas en mi corazón lloraba el mar, el bosque, el río y la lluvia azul de todos los inviernos. (Libro: Noticias del país de las abejas) 216 PAÍS LAS ABEJAS Hasta ti llegamos país verde y profundo, retazo de infancia oculto en las raíces dormidas bajo la tierra. Hasta ti, plegaria de nieve, sueño azul de los arco iris. Hasta ti, paisaje de rosales y canto de lluvia, hasta ti llegamos con la ofrenda interminable del tiempo, los recuerdos, la vida. Hasta ti llegamos tierra amada, bosque de mañíos que sueñan bajo la luna, hasta ti llegamos como pequeñas sombras que se abrazan y poco a poco desaparecen en la interminable noche. Hasta ti llegamos quebrantados y tristes, ahora que todo está en silencio, ahora que no cantan los pájaros en el bosque milenario que duerme junto al río, ahora que nada queda salvo algunas flores temblando en las trizaduras de la escarcha. (Libro: Noticias del país de las abejas) 217 LEYENDAS DEL AGUA Descubro que otros siglos de mar transitan tu azul avalancha, mármol y molusco pétreo, vida milenaria oculta en alturas desconocidas, fogones donde germinó el tiempo la transparencia de tus aguas. Lago-mar de memorias ancestrales, lago laberinto de peces y métales Lago-ser de caracoles y silencios, Lago-mar de aves peregrinas y fiesta de arcoíris en la bóveda del cielo, Lago-mar de minerales infinitos. Lago-cordillera, refugio de guanacas tutelares, Lago-hombre, anciano azul del universo, Lago-mar, creador de distancias y semillas, Lago-tempestad, dulce naufragio de hojas que sueñan y cantan en tus aguas. Lago-mar amasando figuras de arcilla y soledades, Lago-madreselva anunciando primaveras en tu oleaje, Lago-mar de pueblos que escribieron su historia en tu manto cristalino, Lago-coigüe, dolor del bosque llorando la trágica huella de los aserraderos. 218 Lago –mar que reparte el olor de las cerezas y el canto de los pájaros, Lago-esperanza que atrapa cada tarde las luces del día, Lago-mar que abraza a tantos pueblos y les regala peces, lago-mar del otoño y sus crepúsculos de fuego. Lago-niño jugando en los viejos polvorines de Puerto Cristal, Lago-mar, paisaje de casas esculpidas entre los árboles como si fueran diminutas señales del tiempo, como si en ellas vivieran los pájaros. Lago-mar de marineros navegando la ruta de la eternidad, Lago-mar de sus sueños y cantares que se han quedado como los puertos, abandonados y en silencio. Lago-sol, cuna de luz esmeralda donde duermen los crepúsculos, Lago-aborigen, dolor de la tierra estremecida por el llanto de Kóoch, Lago-mar de los Aónikenk cantando la anunciación del alba, Lago-mar, danza infinita bajo el cielo del sur. (Libro: Noticias del país de las abejas) 219 A MANUEL QUINCHAMAL (Cacique Tehuelche) Yo, destino misterioso de los astros, ruta de la vida y de los sueños, yo, hijo de Elal roca, pluma o sendero donde descansan los planetas su universo de luz. Yo, habitante de la Patagonia, coirón, divina pampa de guanacos, estrellas donde germinó el tiempo pueblos ancestrales, volcanes que Kooch transformó en paisajes mar en que fueron creados cordones y montañas, roca misteriosa de memorias glaciares, aurora de cristal respiran en tu fuego las semillas engendrando perfumes y capullos de sol. Yo, Quinchamal, sobre mis huesos tristes, extiendo la bóveda celeste del universo para llorar la pampa 220 y sus voces de silencio, para llorar la tristeza de una diosa tehuelche y recordar sus cabellos descansando la noche eterna de los sueños. Yo Quinchamal habitante austral de la Patagonia misteriosa refugio de aves asustadas por el viento yo, lugar de verbo nacimiento de flores que rigen las luces del alba, Yo, Quinchamal flecha, aurora, canto de las aguas en su festival de cristales. Yo, Quinchamal, declaro, en esta hora amarga, que eran puras las manos de mis hermanos muertos y era bello el paisaje de sus toldos y cacerías y aún el humo de su existencia helada 221 peregrina en el cielo sus lágrimas de escarcha. (Libro: Cacique Manuel Quinchamal y otros poemas) 222 SOMBRAS DE DIOSES (A Lola Kiepja, chamán Selk’nam) La luna había caído sobre el mundo, rodando como un ojo amarillo en la soledad del Lago Fagnano y allí estabas, dormido el paisaje el tiempo, la infancia, los años, la vida y tú cantando el linaje de tus hijos y los hijos de tus hijos, cantando con las piedras y los pájaros, cantando en la nostalgia de las flores, en el bostezo gris de los árboles y en el rocío de la madrugada, allí estabas esperando el regreso de antiguos cantares guardados en la memoria, ausentes tus hermanos en la tierra, sólo infinitas sombras llorando bajo la nieve, y tú en silencio mientras la danza de la muerte cae sobre tus ojos. (Libro: Sombras de Dioses) 223 Jaime Luis Huenún Valdivia, 1967 (Selección y comentarios de Pedro Araya) Nvxam, Vl, Epew22. 1. Siete meses, no bastan siete meses para nacer, Huenún Jaime Luis. Para andar y desandar, comulgando en los territorios de la garúa, a ras de vuelo, williche, wingka, mestizo. Traes pan y cuchillo, corazón a cielo abierto, para bailar el lepún frente a las aguas. Siete meses se convive con el fuego enterrado al fondo de todo. Siete meses, el amor adentro. Siete los meses prolongados en el nvxam, la conversa de vivos y difuntos, en la casa del ser. Cae una leve garúa mientras escribo, la luz se cuela en filigrana por tus versos. Contra el significado monolingüe y su clausura, se alza el sentido, la viada, el vuelo de tu poema. 2. Dices que las lenguas se tocan y se revuelven. La exigencia de tu poética, tu escritura, tu destino, aun cuando nadie la lea, es ser leída en su propia pregunta, su lugar ilegible, su diálogo de poemas anclados en las numerosas voces y relatos, vl, epew, personas, humanas y no-humanas, fundidas en las espesuras de la tierra que se anda. El guardián predilecto de esos poemas no 22. “Conversación”, “canto” y “narración”, respectivamente, en lengua mapuche. 224 es otro que esa suma de voces, iluminando, buscando iluminar, el enigma: la honda vida y la muerte, sus tesituras, sus pewma sueños, conjuntados de raíces hacia las aguas infinitas por romper. La derrota no es sólo desbande sino camino abierto rompiendo obstáculos: “Canturrear entre las flores no es difícil, / florecer en triste fango sí lo es”. El amor se te fragua en la caída del mundo, Huenún Jaime Luis. Va el ojeo hacia los otros, desde la derrota, desde el yermo poblado de memorias y sueños, y coligües con tus hermanos un nosotros. Pájaros, árboles, humanos y sueños, ríos todos. Y revisitas lo interrumpido, con sus manchas y grietas, alrededor del fogón devastado, pero aún ardiendo. No hablaremos de paisajes, aquí, sino de territorios, peñi. Territorios experienciados, territorios apócrifos. Allí tu danza purrún sonríe digna sus palabras. El che zungun aflora por todas partes, lengua nombrada y nombradora, yuxtaponiendo fragmentos, textura de la vida misma que no se deja someter y se abre al mundo. Chamán poeta, cruzas imaginarios, mitos y conflictos políticos en estos nuevos tiempos de horror y acallamientos. Cruzas mundos, barreras corporales y espirituales, a flor de lengua, entre sentidos con ritmo, cambiando de lugar. Qué guardan tus palabras, empeñándose en la nvxam conversa al borde del fogón, el tiznado eco de una historia que no ceja de pedir ser contada. Qué cuidados obligan al ojo y al oído a detenerse en tu página, a manducar los barruntos que te rondan. La historia es una mordida (“la mordida inevitable / de la historia”, escribes) que se encaja y se abate sobre los pueblos originarios desta parte del mundo. Preguntas quién es ese “nosotros”, abres fisuras. Eres nuestro contemporáneo, aquel que se sumerge en lo oscuro de nuestro tiempo y nos habla, en kimvn conocimiento williche de lengua urdida en el transitar particular del mundo, del trasiego, la viada de todos. “Salir de aquí”, es lo que hace el poema, en su doble acepción: pertenecer a un lugar, un territorio; irse de allí. Es tu doble viaje. 225 Por toda la tierra pasas, Huenún Jaime Luis, pasamos. Y en la fuerza de tu piwke corazón escrito pueden descansar los fantasmas a caballo que recorren las sombras. Fantasmas a caballo bajo la garúa del mundo. Y no habrá miseraciones en la waria. Por las noches leeremos tus palabras antes de exigir justicia, orillados al bosque de nuestros fragmentos y las viejas nubes. Cuando recobremos el pasado, la tierra abrirá sus secretos [Manuel Rauque Huenteo, Compu, Chiloé]. 3. Nací y me crié en una aldea, en la intersección del campo y la ciudad, del Sur de Chile, en la FutaWilliMapu, las grandes tierras del Sur. Fui parte y constituí ese contingente nacional que vio negada su identidad por los efectos de la colonización brutal que el Estado impuso en todos los territorios de este país: la reducción, no solo territorial, sino también espiritual y cultural. Dentro de ese marco, fui poco a poco armando mi propia vida y mis propios vínculos, desde una mirada un poco más amplia: escuchando a mi abuela, a mis padres, a mis tíos del campo, williches todos. Visiones amplias de convivir con numerosos mundos: colonos, criollos, españoles, alemanes, comerciantes árabes, entre otros, descendientes, diversidad concreta en estos pagos. Y desde esa mirada, fui construyendo una historia personal, una comprensión personal, situada en ese contexto: el de comprarle al comerciante árabe nuestros suministros del mes; el de trabajar en un fundo alemán, con todas las historias que eso conlleva; el de dialogar con una chilenidad que se tenía por española y blanca. Y todo ello fue dando cuenta de cómo el mundo se va concentrando en un grano de arroz, cómo el mundo se va concentrando en un poroto, en una papa, en la papa local. 226 Cómo todo eso va generando lo glocal, según algunos estudiosos de estas situaciones geopolíticas y culturales. Y desde ahí, el conocimiento de la literatura fue por dos vías: la vía de lo oral y la vía de lo escrito. Y todo ello en una aldea, un espacio reducido, donde la modernidad era el tren, el telégrafo, como mucho la radiotelefonía, donde toda la modernidad estaba en la ciudad, que quedaba a 5 ó 6 kilómetros de mi pequeño barrio. La mitología de las personas viviendo allí, con esa otra proyección de una modernidad cercana pero lejana a la vez, va generando esta ansiedad por conocer otras realidades, no sólo en el ámbito de lo inmediato, sino que también en el ámbito literario. Creo que ahí subyace esta tendencia a transitar por esta doble vía. Vía de lo ancestral, lo tradicional, lo local; vía otra, amplia, universal. No sé si estas vías se tocan, no sé si hay una suerte de convergencia. Es muy probable. El camino de mi poesía está situado en ambos territorios. Y si bien nos enfrentamos a esta idea añeja de que los pueblos indígenas no tenían relaciones con otros pueblos, con otras naciones, vemos que sí tenían vínculos entre sí, ya sea de manera pacífica o de manera no pacífica; había comercio, relaciones, alianzas, un transitar por el territorio que hoy llamamos Latinoamérica. Somos transfronterizos, simplemente, actualizando aquello en nuestros imaginarios. Furor y misterio; historia, mito y ficción; crónica y tensionados lenguajes mestizos, es lo que conjuga aquella poesía que me moviliza. 4. Sabemos que ningún poeta surge de la nada, dices, Huenún Jaime Luis. Y si toma en serio su trabajo, debe asumir un interminable aprendizaje. Si escribir poesía es, en gran parte, recordar y testimoniar, 227 también es un acto de solitaria esperanza, de precaria reconciliación con uno mismo y su tribu, aunque para ello se recurra a lo más sórdido y terminal de la condición humana. “Yo les dejé poemas que pensaba llevar a mi tumba / como prueba de mi paso por la tierra”. Sin embargo, el baile de los choikes, el zungun de las flores, el canto en la memoria, lo que nos sostiene, el rumor de los ríos, trayencos, las bandadas de treiles, galopando en la noche del NagMapu, todo inventa una piel. 5. “Escribo mi poema / en las hospederías del bosque. / Los pájaros vuelan / y borran con sus cantos / lo que escribo”. Escritura, canto y vuelo: maneras de participar de la contingencia del mundo. Pero no sólo eso. Nada es sólo. Cada una de estas maneras requiere algo: atención, lectura, escucha, observación detenida; ojo y oído, corazón. Y también, bajo ciertas circunstancias, requieren (piden) una respuesta: un acto, otro acto, en la reciprocidad de la convivencia; escribir sobre, cantar sobre, volar sobre aquello. Volar, escuchar, leer, entonces. A ras de pájaro y de personas; a ras de mundos posibles; la voz que emerge de la tierra, el verbo, la vibración de la materia, la palabra que responde al ambiente, el medio y el entorno. Nvxam, vl, epew. Qué dices, Huenún Jaime Luis. En el poema habla el lector o el auditor de poesía. Éstos construyen su propio poema, en ese ejercicio se convierten en poetas y se genera allí un diálogo interno, íntimo, que me interesa potenciar o colaborar en que se genere. Escribo también para dar cuenta de mi propia realidad, de mi propia crisis o armonías, pero finalmente, todo lo que pueda escribir busca la posibilidad de que el poeta desaparezca de la escena y quede el lector individual o colectivo ahí enfrentado a su propio lenguaje. 228 El poema promueve así la libertad de aquello que, traducido con cuidado hospitalario, despliega una significación impredecible en el ámbito de lo propio: ese dejarse afectar por lo otro, dejarse llevar por las vidas. Ningún poema termina en su última palabra; más bien con ella recién empieza a urdir la tupida trama de los eternos y a la vez cambiantes símbolos íntimos y colectivos. Y ese trabajo no tiene descanso ni final. 6. Del río recoges lo que te dio el silencio, el rostro trastornado, cantando en lengua, bailando lepvn. Del río que pasa frente a esa niñez que aún te sueña, te habla y te conduce. Del agua recoges la compañía de tantos y tantas. Y agradeces a la tierra en la que empobreces los pasos y la sombra tuya. Bebes gotas de luz en copa de latúe, Huenún Jaime Luis, y amas a los pájaros, canto vl, vuelo epew sueño, borrando lo que aún no has escrito. Los enterrados, y los que no, vienen a tu nvxam conversa junto a los fogones de la casa cubierta por los musgos y líquenes del Sur. Memorias la sangre. Venteas a los treiles con los nombres de los idos. No hay sueño que descanse, ni piedra que entregar a la nada. Sigues naciendo, sietemesino, en cada sombra conjugada de esa inmensa cordillera que es tu estirpe: esa que enseña la tibia canción de morir, los bosques apócrifos, lo aún por brotar. Valdivia, Región de Los Ríos Enero de 2021 229 FOGÓN Menos que el silencio pesa el fuego, papay, tu gruesa sombra que arde entre leños mojados; menos que el silencio a la noche y al sueño, la luz que se desprende de pájaros y ríos. “Hermano sea el fuego”, habla, alumbra tu boca, la historia de praderas y montañas caídas, la guerra entre dioses, serpientes de plata, el paso de los hombres a relámpago y sangre. Escuchas el galope de las generaciones, los nombres enterrados con cántaros y frutos, la lágrima, el clamor de lentas caravanas escapando a los montes de la muerte y la vida. Escuchas el zarpazo del puma al venado, el salto de la trucha en los ríos azules; escuchas el canto de aves adivinas ocultas tras helechos y chilcos florecidos. 230 Respiras ahora el polvo de los nguillatunes, la machi degollando el carnero elegido; respiras ahora el humo ante el rehue, la hoguera donde arden los huesos del largo sacrificio. “Hermano sea el fuego”, dices retornando, el sol ancho del día reúna a los hermanos; hermano sea el fuego, papay, la memoria que abraza en silencio la sombra y la luz. (Libro: Ceremonias) *Papay es el nombre afectuoso que se da a las ancianas. 231 LIBRO Sólo puedo leer tu cara, huenún jaime luis, sietemesino feo, sólo puedo leer tu mitad hijo, tu mitad hueso y calavera encarnada tu débil número negativo hecho de cuarteada eternidad y carne. Sólo puedo leer tu mitad padre, hermano, aquel que diariamente sale a conseguir una mísera ración de estrellas, exiguo alimento de palabras que no saben todavía ni siquiera balbucear. Sólo puedo leer al lado de Otro, sólo junto a los conjuntos rotos de tu madre, sólo solitario pero nunca solo, mal ladrón de la blancura de las Páginas. Sólo puedo leerte juntando las letras al pie de un título de un poema de Tu Fu. Sólo puedo tu raíz falsa, huenún jaime luis, hombre o duende porfiado o malo de la cabeza, 232 sólo puedo leer la mitad del aire que te hace viejo, la otra mitad la ganas con el sudor de tus ojos y aquello no tiene explicación en mi alfabeto. (Libro: Ceremonias) 233 LAMGEN Aquellos ojos del color del color, a una altura azul, cunden copihues, humo de agua, con tanto encanto blanco en el espíritu. ¿Había viento a aquellas horas o eran abejas borrachas trayendo miel y sangre al panal de mi cráneo? Porque el agua es hermosa y el cielo es hermoso y ambos son buenos amigos —dijo— Porque la luz es la cruz de la estrella y mis pechos la cruz de la luz... Porque en silencio sabemos lo que somos, a una altura azul: el águila y el cisne, el venado y el puma, montañas de carne y hueso, cementerio de la eternidad. (Libro: Ceremonias) 234 CEREMONIA DEL AMOR Los árboles anoche amáronse indios: mañío e ulmo, pellín e hualle tineo e lingue nudo a nudo amáronse amantísimos, peumos bronceáronse cortezas, coigües mucho besáronse raíces e barbas e renuevos, hasta el amor despertar de las aves ya arrulladas por las plumas de sus propios mesmos amores trinantes. Mesmamente los mugrones huincas entierráronse amantes, e las aguas cholas abrieron sus vertientes alumbrando, a sorbos nombrándose, a solas diciéndose: aguas buenas, aguas lindas, ay pero violadas somos aguas Rahue, plorosas Pilmaiquén, floridas e parteras e aún felices las arroyos que atraviesan como liebres los montes e los cerros. E torcazos el mesmo amor pronto ayuntáronse, los Inallao manantiales verdes, las Huaiquipán bravas mieles, los Llanquilef veloces ojos, los Relequeo pechos zorzales, las Huilitraro quillay pelos tordos, 235 los Paillamanque raulíes nuevos. Huilliche amor, anoche amaron más a plena chola arboladura, a granado cielo indio perpetuo amáronse, amontañados como aguas potras e como anchimallén encendidos, al alba oloroso amáronse, endulzándose el germen lo mesmo que vasijas repletas de muday. (Libro: Ceremonias) 236 CISNES DE RAUQUEMÓ Buscábamos hierbas medicinales en la pampa (limpiaplata y poleo, yerbabuena y llantén). El sol era violeta, se escarchaban los pastos. Bajaba el Rahue oscuro, ya sin lumbre de peces. Oímos mugir vacas perdidas en la Vega, y el ruido de un tractor camino a Cancha Larga. Llegamos hasta el río y pedimos balseo, un bote se acercó silencioso a nosotros. Nos hablaron bajito y nos dieron garrotes, y unos tragos de pisco para aguantar el frío. Nadamos muy ligero para no acalambrarnos. La neblina cerraba la vista de la orilla. En medio del junquillo dos cuerpos de agua dulce, blancos como dos lunas en la noche del agua, doblaron sus dos cuellos de limpia plata rotos, esquivando sin fuerza los golpes y el torrente. Cada uno tomó un ave de la cola o las patas y remontó hacia el bote oculto entre los árboles. Los hombres encendieron sus linternas de caza y arrojaron en saco las presas malheridas. Nos marchamos borrachos, emplumados de muerte, 237 cantando unas rancheras y orinando en el viento. En mitad de la pampa nos quedamos dormidos, cubriéndonos de escarcha, de hierba y maleficios. (Libro: Ceremonias) 238 MELI MARRI Buscamos en la tierra de los cielos nuestros nombres de mortales. Buscamos en los soles de la nieve el calor agazapado de las almas encendidas. Afiebradas cordilleras nos siguieron, sanguinarios animales otorgaron la simiente del silencio que nos hizo germinar. Esqueletos a caballo detuvieron en la noche del Nag Mapu nuestros pasos. Grandes pueblos de plata y de pirita contemplamos desnudos bailando junto al mar. Las nocturnas mariposas del quilanto se cebaron insaciables con los sueños y las pieles de los hijos. Bruscas plantas de poder y de dolor 239 nos hicieron masticar y escupir sus desvaríos. Oh, miyaye que nos diste la locura y la rápida belleza de la infancia. Oh, latúe deslumbrante y amargoso que ofreciste a la machulla alimento y protección. Hombres solos y mujeres de la luna vigilaron nuestros cuerpos para darnos tibios nombres al amanecer. Altos kalkus de las cuevas y los bosques nos cedieron la memoria y la caricia de los pájaros. Tú eres Traro y serás toqui y señor de vientos fríos. Tú eres Hueque y darás lumbre y abrigo a tus parientes. Huenchullán forjará armas y joyas 240 con los blancos metales extranjeros. Melivilu hará la guerra de emboscadas a las huestes de otro mundo y otro dios. Pillán peumarain, lulul lululvi nga wenu yem, ta amun mapu penon em, nawel peuma ngelul am chi tremgemkevin mapu yem. Como rayos de la muerte y de la noche brillaremos, como truenos celestiales correremos por las nubes. La visión de hambrientos tigres dejaremos en la tierra. El exilio sigiloso y flagelante nos hará revivir y palpitar. (Libro: Kawiñtun üyelüwün mew/ Ceremonia de los nombres. Inédito) 241 VÍCTOR LLANQUILEF EMPUJA EL BOTE EBRIO AL RÍO DE LAS CANOAS Un coipo nada en el sol y tú te recoges en el agua, silencioso. Son tus orillas el berro y el junco, y la ancha sombra de los sauces el destino de tu sombra bajo el agua. Un pez alza la luz sobre el remanso. El destello es tu espíritu que se hunde en lo profundo nuevamente. (Libro: Reducciones) 242 [FANON CITY MEU] El amor acabará contigo –me dicen. El amor será un puñal en tu espalda –escucho. El amor es la cárcel del rebelde –repiten. El amor es la única justicia –les respondo, contemplando mi cara deslizarse por la rota ventana de la oscuridad. (Libro: La calle Mandelstam y otros territorios apócrifos) 243 Sofía Abarca Fariña Quillota, 1968 (Selección y comentarios de Ángela Parga León) Ha llegado el momento, mi niño, de alumbrarte; de mostrarte a los otros, sin más que mi dolor. (S. Abarca) Sofía Abarca Fariña ha cimentado su vida familiar y comunitaria hace ya dos décadas en Hanga Roa, al sudoeste de Rapa Nui, “el ombligo del mundo”, en lengua nativa: Te pito o te henua. Como investigadora de la cultura tradicional isleña, asociada al Centro de Estudios Rapa Nui de la Universidad de Valparaíso, no concluye su labor en el campo académico, sino en la activa implicación con los linajes de oralitores, cantores, escultores y representantes vivos del patrimonio material e inmaterial de la cultura originaria, embebiendo la propia producción musical y literaria, de la observancia histórica y ceremonial, de la consideración de las relaciones de parentesco y cuidado familiar, de la enseñanza acerca de la reciprocidad entre tierra, océano, cielo y todo lo vivo. Los poemas de Sofía Abarca aquí presentados, parecieran surgir desde el fondo de la gran cadena submarina de volcanes, como si ahí en las cavernas o cráteres hubiera otro cielo iluminando un tiempo y conocimiento discursivo y reflexivo, raíz de todas las manifestaciones y partes reverberantes de un Sí mismo en las palabras ancestrales que magnifican a toda criatura que se reconoce llanamente en ellas. Las composiciones de la poeta mapean estelarmente la naturaleza fundamental e inmutable y a 244 su vez, relativa y accidental: “Desde las otras islas / por el viento esparcidas (…) De allí venimos todos / los que aquí descendimos / de las barcas guiadas / por Hotu Matu’a”. Aquello que fue, es y será, se ha expresado desde la antigüedad en las artes de la memoria polinésica, magníficas y finas expresiones de sentido y conocimiento autóctono basadas en la enunciación ritual, el canto y la iconografía, depositarias del recuerdo y, empero, demostrativas manifestaciones del porvenir y de la toma de posesión por el pueblo de un pensamiento y un estado de conciencia completos. Desde esta óptica, de la ruptura al hábito nacional de mirada simplificadora, y de frente a los procesos de esclavitud, colonización, enfermedades y aniquilamiento del ecosistema isleño, Sofía Abarca repasa una poética irreductible a la temporalidad homogénea y lineal que sustenta la experiencia intercultural del pueblo chileno en la actualidad y sitúa otro tiempo —el de la nación rapanui— en el cual la existencia se ha articulado con otras experiencias aún no codificadas, obliteradas o dolorosas en la memoria habitual. En la escritura de Sofía se encuentran las señales de una transición hacia otros modos de enfrentar el testimonio isleño, sus imágenes devienen en márgenes y residuos cada vez más amplios: “¡Viento, viento! / Escucho venir quince gigantes / desde Rano Raraku hasta la orilla”. En palabras de la autora, por desplazamiento continuo la poética redime las cosas del olvido: Tras la extracción y destrucción de las tablillas parlantes Rongo-rongo —el antiguo sistema escritural rapa nui— quemadas en su mayoría por los misioneros católicos; y la desaparición de los sabios intérpretes de estos grafismos en manos de los esclavistas, durante las cacerías perpetuadas desde el Perú en la segunda mitad del siglo XIX, los cantos ancestrales de Rapa Nui se constituyeron como una fuente narrativa fundamental de la historia y la tradición oral de este pueblo (…) La tradición oral, especialmente los cantos, ofrecen detalles exclusivos 245 de muchos aspectos de la antigua cultura rapa nui. Por ello registrarlos en términos musicales ya es un hecho bastante exclusivo, pero lo que realmente constituye un privilegio es acceder a sus espacios ocultos, narraciones tan específicas que plantean a veces, una interpretación alternativa a la llamada ‘historia oficial’. Proponemos entonces, una comprensión ecopoética para la escritura de Sofía Abarca, desechando la racionalidad clásica con que se acallan las poéticas de la alteridad, ya sea mediante las reglas del lenguaje, o a través de las epistemologías que no permiten pensar y que respaldan la violencia colonial y/o el modelo programático del desarrollo. En efecto, la exigencia de nuevas palabras no es un mero ajuste del vocabulario, sino una rectificación ética y estética, puesto que, como afirmaba Maurice Blanchot, “la nada en el lugar de todo es demasiado y demasiado poco (…) torna quizá vana la muerte”; y esta nueva forma de nombrar, al disuadirnos de lo catastrófico, nos conecta con lo más antiguo, con aquello que jamás ha sido dado. Siguiendo al taoísmo, no nos preguntaremos si el principio está en esto o en aquello, ya que está presente en todos los seres, en la totalidad, en la condensación: “Hubo un tiempo de cantos y alegrías, / de trabajo, de gente y de pequeños. / Mirándolos como se ve lo inalcanzable, / respirando entre cuerpos de dioses inmortales […] Aquí vivió la gente, aquí nacieron niños, / pero el hombre murió / y enterró las respuestas”. Ha sido en la piedra toba donde los antepasados registraron “su mirada obscura y profunda”; hoy en día, los Moai encarnan esa presencia comprometida que parece repetirse, indolora al paso del tiempo, distante al sueño en el que las cenizas de Rano Raraku acunan. Las formas-cantos de los poemas organizan una serie de rasgos manifiestos del parto eterno, como representa lúcidamente la autora; en él los hombres, reyes ‘Ariki y dioses han nacido de pie para arraigar en el bosque húmedo 246 —actualmente deforestado— o navegar sobre “las aguas madre, de todas las culturas”. En la isla Mata ki te rangi, “ojos que miran al cielo”, Sofía Abarca reconoce la debilidad del hombre frente a todo lo que nos volvió omnipotente; por ello canta, se sumerge en la imaginación poética y celebra a través de la palabra de los espíritus: “Asombrado miré como los hombres / al llegar a la tierra prometida (…) hicieron con sus manos maravillas (…) los sabios, los astrónomos y artistas, / y hasta el último rey de este lugar”. Los poemas son conscientes de la fuerza de la afirmación sensible. El canto persevera en subsanar la obsolescencia humana y el uso de la técnica como herramienta de extracción total de las potencias de la naturaleza, ya sea para su consumo, almacenamiento o indolente disponibilidad de éstas. Esta perseveración yace en la razón de que la técnica misma ha sido ya el sujeto histórico, excediendo la experiencia de lo biótico. En los poemas, alumbrar un tiempo sin culminación apremia la necesidad de decir y de sentir. Como la floración, se anuncia una conciencia que toma el lugar de la historia, se ensancha y se fortifica apasionadamente para nombrar, aclarar y hacer crecer filialmente las ideas y acciones humanas: “caminarás erguido, / mirarás a los ojos / y no te rendirás”. En la comunión con los antepasados, en su morada de piedra y aguas, la poeta ha conocido cómo la paz de lo femenino ha protegido las grandiosas travesías de los pueblos polinesios, en la concavidad del firmamento; los cantos que amasan la cultura en su doble terráqueo, devuelven, a quien escribe, los privilegios de un ensueño navegante, infiltrado en el fluido femenino, hasta intimar con todas las edades del hombre. En el sentimiento de Vakai a Heva, la imaginación poética armoniza el alma de Hotu Matu’a; rey y reina transportan al lector hacia la ensoñación soberana donde figura una comunidad genuina: “Soy Vakai: la estatuilla / de las piernas abiertas, / soy el fiel testimonio / de una cultura viva”. Para contar y celebrar el destino rapanui, las palabras de Sofía 247 Abarca van tejiendo, como un kai kai23, los diferentes registros y formas de la experiencia; la filigrana poética nutre de imágenes lo mismo que el tallado, los cantos y los bailes actuales. Pareciera ser que los mundos van templándose mediante la voz lírica hasta recíprocamente respirarse y abrirse de par en par, como el mar crecido. Nos resta finalmente suponer que los poemas escogidos descubren un modo variante de imaginar, y no solo mediante la palabra: se incluyen imágenes y gestos que aventajan la visión y son percibidos internamente, en afinidad con el recuerdo colectivo, con el decir iniciático y ritual, transformando o develando la creación y actuando sobre ésta. Es así como palabra e imagen juntas confirman estéticamente toda la complejidad histórica y cultural de la nación rapanui; y conmemoran, a su vez, los fundamentos espirituales y materiales en los que se nutre el verbo primero. En él se encierra toda la producción de las narraciones isleñas, no en la forma de un compendio, sino en la de una bandada, o en la de un hábitat, una extensión tranquilizadora y unificada con la existencia del pueblo encomiado. Por ello, quizás, Sofía Abarca se suspende entre las formas escondidas de la lengua originaria y los propios límites de su escritura, en la vertiente fragmentaria de un estado supraliterario, de una meditación, si se quiere. Osorno, Región de Los Lagos Febrero de 2021 23. Es una forma de expresión de la tradición mítica y ritual de Rapa Nui. Es un juego de hilos entrelazados que da forma a una figura o ideograma entre ambas manos. A estas figuras se les asocia un verso recitado llamado pata’u ta’u. 248 HE VAIKAVA TE ARA O TE TUPUNA Mai roto i tuʼu hōhonu, e te vaikava ē, vai nui-nui ʼe ʼina he hopeʼa raʼa, i eʼa mai ai te motu e kōkohu rō ʼana i te meʼe kai ʼite ʼana e te taŋata ki ʼaŋarīnā. E kī atu ena i tuʼu ʼīŋoa e te nuʼu taʼe māhani atu ko Haumārū. I takeʼa rō te hāpaki iŋa pūai o tuʼu rima ʼi Hiva. I oti era, pa he kope e tauromi ʼana i tāʼana kope haŋa, i haka tika i oho mai ai koe i te nuʼu ora mai rā ʼati ʼātā ki te motu nei. He vaikava te ara o te tupuna. Mai te tētahi motu haka maraŋa e te tokerau, e uʼi era a ruŋa i te hetuʼu, te tātū iŋa ʼi ruŋa i te vaikava i te ara o te ŋā poki māʼea ʼāʼau. He vai ʼe he matuʼa vahine koe 249 o te haka tere iŋa taʼatoʼa tātū hai toto ōʼou, he ŋā motu taʼatoʼa ena o te porinetia. Mai ira tātou taʼatoʼa te hakaara o te hora neii oho mai ai, mai te pahī haka tika oho mai era e Hotu Matuʼa. (Libro: RAPA NUI… MAI TE PAHI HAKA TIKA OHO MAI ERA E HOTU MATU’A) 250 EL AGUA FUE EL CAMINO DE LOS ANTEPASADOS Desde tus profundidades, inmenso mar de aguas eternas, ha surgido la isla que acuna los misterios. ¡Pacífico te llaman los que no te conocen! Vi tu implacable puño golpeando contra Hiva, y luego, como quien acaricia lo amado; guiar hasta estas costas a los sobrevivientes. El agua fue el camino de los antepasados. Desde las otras islas por el viento esparcidas, mirando las estrellas, sobre el mar dibujaban la ruta del misterio de tus hijos de piedra. 251 Eres agua, la madre de todas las culturas que a través de tu sangre dibujan Polinesia. De allí venimos todos los que aquí descendimos de las barcas guiadas por Hotu Matuʼa. (Libro: Rapa Nui… De las barcas guiadas por Hotu Matu’a) 252 RÍU O TE VARUA E māere rō ʼana a au ʼi te takeʼa pē hē te taŋata i aŋa ai hai rima o rāua i te meʼe nehe-nehe ʼi te hora tuʼu ki te henua hōrea ki a rāua takeʼa e Haumaka ʼi roto i tōʼona moe vārua. Ko takeʼa ʼana e au te ʼoka iŋa ʼi roto i te māʼea, te aŋa iŋa i te manavai, te pī iŋa i te karu, te tā iŋa i te kūpeŋa, te hī iŋa, te topa iŋa ki raro i te rano kimi hai meʼe mo rāua mo kai. Ko takeʼa ʼana e au i te ŋā viʼe e ʼamo ʼana i te ipukaha mo maʼu i te vai ora o te kona pū vai māʼeha ki te rāua hare, e huki rō ʼana i te tiare nehe-nehe ʼi te rāua pūʼoko. Ko topa mai ʼā te manaʼu ki te ŋā poki, ki te ʼaʼamu o koā koro, ki te kata, ki te hīmene o koā nua, ki te taureʼa-reʼa ʼe ki te rāua huru koa, ki te uka ʼe ki te rāua hakari kahu kore. E maʼu takoʼa rō ʼana ʼi roto i tōʼoku manaʼu te ki-kiu iŋa ʼi te riʼa-riʼa ʼe ʼi te mamae. I takeʼa rō e au te tuʼu iŋa mai o te pahī o te hau papaʼā ʼe te haka ʼekaravo iŋa i tōʼoku taŋata. I pariŋi rō tōʼoku matavai ʼi te oho iŋa 253 o te nuʼu e ko hoki mai: o te maʼori, o te taote uʼi hetuʼu, o te nuʼu tarai ʼe ʼātā o te ʼariki hopeʼa o te henua nei. (Libro: RAPA NUI… MAI TE PAHI HAKA TIKA OHO MAI ERA E HOTU MATU’A) 254 CANTO DE LOS ESPÍRITUS Asombrado miré como los hombres al llegar a la tierra prometida del sueño que Haumaka les contara, hicieron con sus manos maravillas. Les vi sembrar el campo pedregoso, armar los huertos y tirar semillas, tejer la red, pescar, bajar el cráter buscando la ración de su comida. Vi a la mujer cargando calabazas, para llevar el agua de la vida de un claro manantial hasta su casa, su pelo con flores encendidas. Los niños, las historias de los grandes; las risas, las canciones de cuna. Los jóvenes, sus formas, sus encantos, las doncellas y su piel desnuda. Guarda también mi memoria reseca los gritos del espanto y del dolor. Yo vi venir los barcos extranjeros y esclavizar a mi gente hasta el terror. Mis ojos han llorado despedidas 255 de todos los que nunca volverán: los sabios, los astrónomos y artistas, y hasta el último rey de este lugar. (Libro: Rapa Nui… De las barcas guiadas por Hotu Matu’a) 256 TE MARAMARAMA O TE TOKERAU Tokerau maʼu mai i te ero-ero reʼo ko ŋaro ʼā. Hahau vaikava maʼu i te hauʼa o te taʼu taʼatoʼa. ¡E te tokerau, e te tokerau! ʼĪ e au e ŋaroʼa mai nei, nā ka pū rō mai e hoʼe ʼahuru mā pae mōai mai Rano Raraku ki te taha-taha tai. ¿E ŋaroʼa takoʼa rō ʼā e koe, e te tokerau reʼo kore ē? Ko takeʼa ʼana e au te ʼara iŋaʼe te eʼa iŋa ki ruŋa. Hai moʼa au i tono pūai ai. Mai te rano i tuʼu ai ki Toŋariki ʼe ki te hopeʼa raʼa i mou ai. Hai māʼea hio-hio i tarai ai, ʼe te mata hai kōrare ʼe hai matā. ʼI te taʼu taʼatoʼa he noho kiva-kiva e uʼi e ʼauario ʼana. ʼE ʼi muri e haŋu-haŋu era te ŋā poki riki-riki ʼe te taŋata e aŋa era koia ko koa ʼe ko hīmene. Taʼatoʼa e uʼi era i te meʼe e ko rovaʼa mai, he ora ʼina he hopeʼa raʼa i te ʼatua māʼea he mōai. 257 Koroʼiti koroʼiti i topa ai ko rāua mau nō ʼi te meʼe era e ŋaro rō ʼana te rahi raʼa o te meʼe ʼe te meʼe mau nō i taʼe ŋaro he māʼea. ʼI te motu nei i noho ai te nuʼu, ʼi te motu nei i poreko ai te ŋā poki, ka ai atu pē ira, ko mā-mate tahi ʼana ʼe ko ŋāro ʼā te meʼe nei e haŋa nei mo ʼite. (Libro: RAPA NUI… MAI TE PAHI HAKA TIKA OHO MAI ERA E HOTU MATU’A) 258 LA MEMORIA DEL VIENTO ¡Viento, viento! Viento que traes susurros olvidados, brisa que arrastras aromas de las eras. ¡Viento, viento! Escucho venir quince gigantes desde Rano Raraku hasta la orilla. ¿Los oyes tú también, viento silente? Los he visto despertar y levantarse. Les empujé con fuerza y con respeto. Llegaron del volcán a Toŋgariki y guardaron silencio para siempre. De piedras poderosas y miradas obscuras y profundas, tallados en coral y en obsidiana. Ellos quedaron mudos, perdidos en el tiempo, vigilantes, atentos y solemnes. Hubo un tiempo de cantos y alegrías, de trabajo, de gente y de pequeños. Mirándolos como se ve lo inalcanzable, 259 respirando entre cuerpos de dioses inmortales. Ellos se fueron quedando solitarios; porque todo se va, menos la piedra. Aquí vivió la gente, aquí nacieron niños, pero el hombre murió y enterró las respuestas. (Libro: Rapa Nui… De las barcas guiadas por Hotu Matu’a) 260 VAKAI, MATU’A VAHINE O TE RAPA NUI ¡E Rapa Nui! ¡E Rapa Nui! ¡Mai nei au e ohu ena ʼi ʼaŋarīnā i te pūai o te mana o te hau ʼa-ʼaru hio-hio i te pito o te henua! Ko tano ʼā te hora, e poki ʼāʼaku ē, mo haka poreko ʼe mo haka takeʼa i a koe ki te tētahi, koia ko tōʼoku parautiʼa. Hai tuʼu iŋa mai ōʼou, he ai a au he viʼe pūai, he maŋa hio-hio o te tumu o te haŋa. Hai toto ena ōʼou, e te poki nehe-nehe ʼāʼaku ē, ka haka ara ka oho ena te hau e tahi ʼātā ki te hopeʼa raʼa. E maʼu rō koe i tuʼu ʼāriŋa a ruŋa, e haʼere tī-tika rō, e uʼi rō ha roto i te mata ʼe ʼina koe e ko riʼa-riʼa. 261 He tētahi atu te nuʼu taparahi-taʼata, te nuʼu haka ʼekaravo i te rua. He tētahi atu te pāhī o te riri ʼe o te riʼa-riʼa. A koe he ʼariki, ʼariki manaʼu i te meʼe pe muʼa ka oho ena, ko koe te kope haʼataʼa era, mo rē ki te raʼā, ki te vaikava, ʼe mo tarai i te ʼatua. ¡E Rapa Nui! ¡E Rapa Nui! Ka uʼi koe pē hē e oŋa mai ena tōʼona vaʼe a roto i tōʼoku kōmari. Pē ira e poreko ena te ʼariki, i kī mai ai e tōʼoku tupuna. E māroa ena ʼi te ao nei hai pūai, ʼina he tū-turi ʼe he noi te pūʼoko. Ko Vākai au: he mōai vaʼe ha-hata era, hai au mau ʼā e ʼite ena e ora nō ʼā te haka tere iŋa nei. 262 He aʼu iŋa era nei i te poki ʼina he hopeʼa raʼa o te miro tūai, taʼe aŋi-aŋi ki te hora hopeʼa, haka māroa ʼi roto i te hare hūe taoʼa tupuna. He ʼāriŋa a au o tōʼoku hau pohe mo nui-nui haka ʼou o te mātou haka tere iŋa pa he meʼe era ʼā o muʼa ʼana mai te tuʼu iŋa mai mai te henua roa-roa, ki te mōai nui-nui tarai e rāua, ki te haka tere iŋa i te meʼe moʼa ʼe tapu, ʼe ki te ahu aŋa era hai māʼea. (Libro: RAPA NUI… MAI TE PAHI HAKA TIKA OHO MAI ERA E HOTU MATU’A) 263 VAKAI, MADRE DE RAPA NUI ¡Oh Rapa Nui! ¡Oh Rapa Nui! ¡Desde aquí grito hoy día el gran poder del hombre que firme ha sostenido al ombligo del mundo! Ha llegado el momento, mi niño, de alumbrarte; de mostrarte a los otros, sin más que mi dolor. Pero por tu llegada, seré la mujer fuerte, seré la rama firme del árbol del amor. Ha de ser por tus venas mi niño del encanto por donde corra el tiempo que no tiene final. Serás muy orgulloso, caminarás erguido, mirarás a los ojos y no te rendirás. 264 Serán otros los crueles, los esclavizadores. Serán otras las naves del odio y del terror. Pero, tú eres ʼAriki, un rey, un visionario, eres el elegido, doblegarás el sol, dominarás los mares, esculpirás a dios. ¡Oh Rapa Nui! ¡Oh Rapa Nui! Mira cómo se asoman sus pies por mi vagina. Mis ancestros han dicho que así nacen los reyes. Enfrentan este mundo parados con firmeza, y nunca se arrodillan ni bajan la cabeza. Soy Vakai: la estatuilla de las piernas abiertas, soy el fiel testimonio de una cultura viva. 265 Este es el parto eterno de la madera vieja, expuesta en los museos y jamás comprendida. Represento la vida de mi pueblo que sueña con volver algún día a su antigua grandeza Con su gran travesía, con grandes monumentos con sus ritos sagrados con la piedra hecha templo. (Libro: Rapa Nui… De las barcas guiadas por Hotu Matu’a) 266 Leonel Lienlaf Alepúe, 1969 (Selección de Ángela Parga León, comentarios de Pedro Favaron) Es conocida la estirpe guerrera del pueblo Mapuche. Los Inka no pudieron vencerlos, ni tampoco convencerlos de unirse a la confederación del Tawantinsuyo. Los Mapuche estaban seguros de las bondades de su propia cultura, del vigor de sus formas de vida, de su civilización y espiritualidad. Luego, las tropas virreinales, con potros y pólvora, y acompañadas de indígenas guerreros fieles al Rey de España, trataron también de arremeter contra ellos, varias veces, con poco éxito y sufriendo, en algunos casos, humillantes derrotas. Tal vez por eso prefirieron las autoridades virreinales hacer tratados con los Mapuche, negociar con ellos y pactar, permitiéndoles libertad de comercio y autonomía de gobierno en su territorio. Al sur del Río Maule no gobernaba la corte de Lima, ni lo haría la Real Audiencia de Santiago. La fortaleza de Valdivia era un lugar fiero, al que solían mandar como castigo a los españoles que hacían tumulto en el Perú. España no conquistó a los Mapuche, sino que lo hizo Chile. El Estado moderno, con nueva tecnología bélica y el respaldo de capitales ingleses, logró lo que España no pudo: la milicia winka arrinconó a los Mapuche, reduciendo sus territorios, alejándolos de la costa, para entregar las tierras más fecundas y propensas a colonos extranjeros, a los que se suponía más aptos para implantar el progreso económico, civilizatorio y moral (desde la perspectiva eurocéntrica de la República ilustrada) en las ásperas regiones del sur. Sin embargo, la resistencia Mapuche frente a esta pérdida territorial nunca ha cesado, ni parece próxima a resignarse. Por el contrario, y con diversos tintes, los dirigentes indígenas tienen 267 una creciente importancia en la esfera pública y en las políticas de Estado. Sin embargo, nadie entra al juego de la política representativa y sale indemne. La corrupción es intrínseca al poder. Y las batallas ideologizadas suelen desgastar el núcleo del propio ser, quitando autenticidad, hondura, humedad y tierra a la voz. En cambio, el canto de quienes mantienen un vínculo vivo con la tierra, de los que hablan y escriben desde una profunda relación respiratoria con el territorio, expresa un amor insobornable y común a toda nuestra especie (seamos o no conscientes de ello): somos hijos de la generosidad elemental, de la tierra y del cielo, del sol y de los ríos, hermanos de los árboles y de los auquénidos. Siendo parte de la gran familia cósmica, dejar de honrar estas relaciones nos hunde en la desdicha y la ofuscación, en la escasez de entendimiento; en cambio, persistir agradeciendo nuestra vida a los ancestros y al territorio, es el camino necesario para conservar la salud y comprender nuestra verdadera naturaleza. Desvincularse de las raíces para homogenizarse en la identidad nacional y en la transculturación acrítica, tratando de pensarnos a nosotros mismos como occidentales (de segunda clase), no solo resulta de mal gusto y risible, por el pobre espectáculo que terminamos dando; ante todo, es un camino de ignorancia, infecundo y de muerte. La carrera loca, ciega y matricida del progreso a raja tabla, “por la razón o por la fuerza”, asfixian en nosotros toda autenticidad y vigor. Felizmente, no es este el camino por el que todos se sienten obligados a transitar, sino que hay quienes, desde la preservación de su singularidad y diferencia, pueden recordarnos nuestro propio origen y la necesidad de retomar una relación más empática y cercana con la primicia del territorio. Leonel Lienlaf no es solo un poeta Mapuche que escribe sus versos en mapuzungún y en castellano, sino que también es un cantor tradicional y un soñador, un Vlcantufe; su palabra, por lo general, es respetada por las comunidades mapuches como la de un sabio, alguien que porta un saber que no es mero fruto de una experiencia y una 268 reflexión individual, sino que expresa, en término actuales, la sabiduría atemporal de los antiguos, de los viejos sin edad, de los espíritus de la naturaleza, de aquello que permanece al paso raudo de las generaciones. Su canto poético, por lo tanto, está ligado a la conciencia y memoria del territorio y del pueblo. El territorio habla al poeta y el poeta habla con su canto al territorio, a todos los seres vivos, en la reminiscencia del parentesco que relaciona a los seres humanos con el resto de la existencia. El poema es canto del territorio. Lienlaf afirma que “la poesía es como un mapa para entender la vida”. El canto poético no tiene un lugar marginal en la cultura mapuche, como sucede en la sociedad moderna, productivista y utilitaria; el canto es necesario para que el ser humano dialogue consigo mismo y con las fuerzas fundantes de la vida, para que no olvide su propia humanidad y su propio corazón. La voz del cantante alegra las fiestas y los reencuentros; expresa las tristezas y las apacigua; cura y devuelve los equilibrios; es palabra rítmica de sabiduría que subsana la orfandad; da nueva vida a las palabras que nunca deben olvidarse, las palabras que fundan nuestra condición humana, las palabras sin edad, que en cada cantante se renuevan, como el río que fecunda las huertas, como la nieve de las montañas, como las olas del océano. El poeta de la tierra sabe que su vida y la del árbol comparten un mismo aliento, una misma substancia espiritual que las alimenta y las hace prosperar. Y esto no puede conocerse mediante determinadas técnicas objetivas, que se basan en la separación artificial entre la humanidad y el resto de la naturaleza; para conocer esta hermandad, hay que hacerlo imbuido en el pálpito mismo de la vida, desde el interior del aro sagrado, impregnado del misterio de la existencia, del vibrante asombro de estar vivo y unido a todo lo existente, de respirar la vida por todos los poros. Se trata de un pensamiento afectivo que le permite al poeta afirmar que “la vida del árbol”, con toda su contundencia material y espiritual, lo invadió por entero; y el poeta, completamente expuesto a la otredad, comenzará a sentirse árbol (aliwen), a 269 experimentar la existencia desde la sensibilidad y la temporalidad vegetal, bebiendo de la lluvia y de la luna, hundiendo sus raíces hasta eras geológicas imprevistas. Y es mirando y pensando la existencia desde la perspectiva cardiaca del árbol, que el poeta alcanza a comprender que el árbol tiene afecto y sentimiento; no es entonces un inerte compuesto de moléculas sin conciencia, una vida carente de hondura, sino que el árbol tiene mundos afectivos, y puede sentir tristeza, llorar por sus hojas y raíces, y conmoverse con el ave que se posa y duerme en sus ramas. El permanente diálogo poético que Lienlaf mantiene con el resto de los seres vivos, le otorga a su poesía una profundidad ecopoética y ancestral. A través del tronco y de las raíces el poeta se hunde en la tierra y escucha las voces de su genealogía. “Por el tronco camine a través / de cientos de generaciones”. Y en esas voces siente la tristeza de su herencia, la cabeza cercenada de los antiguos sabios bajo el cuchillo de la turba conquistadora, el atropello cometido contra su pueblo; pero en su poesía también arde un imbatible amor y fuerza, como el fuego de la casa de piedra, en la ruka. Su poesía es generosidad y entrega de sí mismo, semejante a la hoguera, para traer calor y nueva vida a la familia. En la memoria hay tristeza, pero también fuente de vitalidad y contante creación. Hay chispa solar en los versos de Leonel. El fuego de la casa, que es el fuego de la poesía, es símbolo del sol y de la luz interior; de la vida y del cuidado paternal; de la semilla lumínica que se gesta en la circular matriz de piedra, en el centro uterino de la casa. Y con el humo ascienden nuestros pensamientos al cielo ilimitado, al río del cielo en cuyas “aguas se refrescan / las almas de mis antepasados”. Lienlaf asegura que su poesía vive en la tensión bilingüe entre el castellano y el mapuzungún, “dos idiomas que van en direcciones opuestas. Sin embargo, asumirlos y mirar desde ambos lados permite generar un puente, al menos desde lo semántico, que me lleva a trazar senderos que pueden ser recorridos en ambos sentidos”. Su propuesta poética, por lo tanto, no pretende retornar a una supuesta cultura indígena incontaminada, enclavada en una 270 noche sin historia, sino que se abre al diálogo con la modernidad. Pero este diálogo no significa, bajo ningún motivo, la aculturación y la pérdida de lo sagrado. En medio de la modernidad, el vínculo con el territorio recuerda al poeta que, a pesar de sus estudios y lecturas, de su inevitable proceso transcultural, hay un esencial afecto que no puede perder; olvidar el parentesco humano con el resto de la vida significa, de forma irremediable, perdernos a nosotros mismos en la estandarización urbana y globalista. Cuando el poeta mira la flor de copihue, tan abundante en las huertas de las mujeres mapuche, reconoce que la voz ilustrada no es su verdadera voz, sino que la suya es palabra de aire, de agua, de fuego y de tierra. La ternura femenina y jardinera lo devuelve a la autenticidad de su propio corazón. Y el pequeño pájaro chucao, de canto augural, le señala que con sus lágrimas debe regar las flores, hermosear el mundo, perfumar la existencia. No debe endurecer su corazón en la aceleración urbana, en la seriedad del cemento y de los claustros académicos. Los poemas son flores que transforman la tristeza en una afirmación de la belleza, y de las ganas de vivir, para vencer el menosprecio y la melancolía. El consejo del chucao viene desde los antiguos y desde el propio territorio. No en vano el chucao hace su nido en los bosques húmedos del sur, en la planta de quila, a orillas de ríos o esteros; y en esos espacios habitan los gnen, espíritus de la naturaleza, que donan a los sabios sus cantos y saberes. Debemos escuchar el mensaje oracular del chucao para mantenernos en la autenticidad y en equilibrio con el resto del cosmos. Desde la vertiente canta el chucao para recordar las voces de los antiguos. La poesía de Leonel Lienlaf bebe de los manantiales de su herencia cultural y espiritual; y en ellos se nutre de una fuerza vital que el desgastado y vanidoso campo de lo artístico y de lo literario, en las grandes ciudades, suele echar de menos. El verso de los pseudo-poetas contemporáneos, por lo general, abandona lo poético, y cae en el mero desvarío y en el narcicismo, cuando carece de vínculos con lo sagrado; cuando no 271 tiene la videncia para percibir lo sagrado del pálpito y del respiro, y carece de la educación iniciática adecuada para conversar respetuosamente con el mar y con el bosque. En cambio, los cantores del territorio, aquellos que aún practican las ceremonias originarias y conservan la sensibilidad prístina de los arroyos, dejan que sea la vida misma, sin artificios, la que se exprese en su palabra. El poeta primordial, el legítimo sabio y cantor, contempla que los espíritus se acercan al fogón de la humilde morada de piedra desde el rocío. Aún es posible, para quienes escuchamos la voz de los mayores, ascender a las moradas del cielo. El tronco del canelo acompaña al escalonado prapahue, especie de axis mundi que une las distintas dimensiones existenciales; por él sube la Machi, sabia y vidente, para escuchar a Chao Ngenechen y a los dueños espirituales de la sabiduría. Sobre el rewe, que es el espacio ceremonial, el poeta aprende junto a la Machi a escuchar, en el viento, las voces de los múltiples seres, de los diversos tiempos, de los más variados espacios. Los pensamientos viajan por el aire y la mujer sabia, al igual que el poeta cantor, puede captarlos como si tuviera una antena. Los treiles o queltehues, aves que anidan en el pasto, anuncian el amanecer y el atardecer, los dos pasos que separan al día de la noche, los umbrales del misterio. El poeta recurre a Ngenko, espíritu del agua, para limpiar sus sueños, dejando de lado los malos augurios. Y es así como solo quedan en él los afortunados vaticinios oníricos que anuncian, a pesar de la adversidad, que los Mapuche seguirán viviendo y cantando. ¡Sea siempre con los sabios cantores, la bendición y guía de los elementos y del misterio! CC.NN. Santa Clara de Yarinacocha, Ucayali, Perú Enero de 2021 272 KAWUN Kiñe aliwen ñi newen ñi newenuwi aliwenuwvn ince. Kimvn wvla cemew ñi jadkvlen gvman ina ñi caninmew ñi folilmew Klñe epelaleci guñvm umagtumekey ñi rowmew kuruf lelitupefilu ñi paxigvlmaetew ñi mvpv Inche aliwen-uwen aliwengefuy ñi newen (Libro: Nepey ñi gvñvm piuke) 273 TRANSFORMACIÓN La vida de árbol invadió mi vida comencé a sentirme árbol y entendí su tristeza. Empecé a llorar por mis hojas mis raíces mientras un ave se dormía en mis ramas esperando que el viento dispersara sus alas. Yo me sentía árbol porque el árbol era mi vida. (Libro: Se ha despertado el ave de mi corazón) 274 RUPAMUM mi agemew kimnoelci takue tukuniey ti zgun xayen kuifike pvji ñi xayen Lelituenev ñi pewma welu kimlan cemew mi agemew xipan muxugreke kiñe we pvñvn ñi kuwu mvxvmenew muxugreke xekan cew ñi rupamum fvcake antikuyem gvmanmew, ayenmu zakinmew ñi pewma ina pen kiñe kruz kaxvnmaketew ñi lonko ka kiñe espada, bendecipetew petu ñi lanon gvypecimuxugen mi rukamew, ñuke (Libro: Nepey ñi gvñvm piuke) 275 PASOS SOBRE TU ROSTRO Madre, sobre tu rostro, con un traje desconocido apareció el murmullo del agua. Todos los recuerdos presentes envolvían ese sonido y algo me miró. Yo era un tronco formado por miles de caras que salían de tu rostro. Por el tronco camine a través de cientos de generaciones sufriendo, riendo, y vi una cruz que me cortaba la cabeza y vi una espada que me bendecía antes de mi muerte. Soy el tronco, madre el que arde en el fuego de nuestra ruka. (Libro: Se ha despertado el ave de mi corazón) 276 PIN ZUGU Ñaley mi pin kockvja zuguenew epe gvmafun ccukao zuguenew, mi kvjeñu mvley mi eluafiel rayen (Libro: Nepey ñi gvñvm piuke) 277 PALABRAS DICHAS “Es otra tu palabra” me habló el copihue me habló la tierra. Casi lloré “Tus lágrimas debes dárselas a las flores” me habló el pájaro chucao. (Libro: Se ha despertado el ave de mi corazón) 278 WENUMAPU LEUFV Wenumapu leufv Umagtuy ragin rvpv Kajfvwenu leufvko Wixuwixugey Feymew fvckvtukey Ñi fvcakeceyem Ka mvñetukey tvfaci mapu Ñi lifkomew, Wenuko Kiñe alegeci xafuya Kiñe cokon xafuyamew (Libro: Nepey ñi gvñvm piuke) 279 EL RÍO DEL CIELO El gran río del cielo se ha dormido a mitad del camino y en sus aguas se refrescan las almas de mis antepasados En el río del cielo se baña la tierra en sus aguas claras aguas altas en una noche constelada, con luna o en una noche de frío. El río se ha quedado dormido está descansando esperando las aguas de nuestras almas. El gran río del cielo duerme y me espera. (Libro: Se ha despertado el ave de mi corazón) 280 WE TRIPANTU Kuifitulen ta leufü, nepelkeinmew tachi liwen, wünotualu antü kiñe trekan achawüll tuwalu – pikey pu che wuñoalu antü, wuñoalu antü ülkantunmu nagpay trayen Trayen ñi ülmew allkütukefi-in ñi füchake-cheyem ñi ñütram. Feyengün ñi Púlli nepelpake-inmew fachi warriamew. Mongelei petu – wetripantu akuy mongelein petu! wirarümekein fachi wariamew Kachill kütral tayül-tumekey machi, ko-reke füch kullmaenew ñí piuke, rehuemew foye lelituenew. kuifike che ñi pülli pürupürungey wente Kütral. Nepemüm nepemüm wirarümekey chucao trayenmew. Küpaley wün, Küpaley wün wirarünmu miawi walfemew tregül. 281 Trayenmew witrukoumeayu papai ngenko liftuay iñ wedake pewma. (Libro: Pewma dungu) 282 Hace años, que el canto del río nos despierta en este amanecer y vuelve el sol con sus pasos de gallo sobre los cerros. Sobre el rocío del canelo mis antepasados vuelven y a orillas del fogón la machi escucha el murmullo del viento sobre el rewe Despierten, despierten grita el chucao desde la vertiente. el amanecer —el amanecer anuncian los treiles en el valle ya es hora de cantar junto al agua papay. Ngenko nos limpiará de los malos sueños. (Libro: Palabras soñadas) 283 Mauricio Osorio Pfeaur Santiago de Chile, 1971 (Selección y comentarios de Ángela Parga León) Se me cae la bandera en la explanada de un cementerio inhabitado, muerto. Se me arrastra el emblema como poncho de peón traicionero preparado para cobrarse de patria. (M. Osorio Pefaur)24 Cursos de agua nival, suelos rocosos, mesetas, laderas empinadas, follajes profusos y espejos de hielo, no son sólo matices estéticos en la escritura de Mauricio Osorio Pefaur, sino salientes caleidoscópicas de la memoria sur austral, rugosas fuerzas internas que en la dorsal cordillerana arraigan industriosos destinos en sus gentes, poniendo en práctica individual y socialmente una serie de imágenes e inventos culturales para vivir la propia historia, distinta de la historicidad nacional. Es en un modo lacónico y lleno de sombras en el que el poeta escucha cada tarde el golpe del hacha sobre la madera, trayendo a su recuerdo las pericias de los Tehuelche cazando guanacos o avestruces sobre el pasto nuevo o a los Chono y Kawéskar navegando los canales australes, antes de combatir a los Mapuche o ser diezmados por el poder económico, político y militar de los estados chileno y argentino respectivamente. Siendo Osorio afuerino en la zona, e involucrado con la variedad y potencialidad del entorno y de la cultura, desde la experiencia de la investigación de campo, 24. Fragmento de Se me cae la Bandera, en “Mirada Intrusa” (1992), Aysén: Ñire Negro. 284 la mirada intrusa - de menos en menos - del escritor, se ha incorporado a las comunidades ocupándose de las relaciones de diferencia entre los espacios y los tiempos; la expresividad del patrimonio oral y material indígena, los acervos tradicionales de los pueblos colonos y migrantes avenidos a la zona, nacionales y transnacionales, le han proporcionado la inquietud por la multiplicidad, por la libertad del movimiento y la conversación con otros. Como editor de Ñire Negro, Osorio rescata y promueve las producciones escriturales locales en sus variados lenguajes, soportes y testimonios, contribuyendo al relato mancomunado de la historia de la zona, ciertamente su preocupación por los conflictos políticos, económicos y culturales es profunda y así lo manifiesta en sus textos respecto de la mortandad de los obreros de Bajo Pisagua en el río Baker, a inicios de siglo, o en el rescate de las narrativas del Valle Simpson y Patagonia; en efecto Osorio ha contribuido a que la realidad social de la región tome forma en los discursos endémicos: Chile de nuevo hecho, por almas en resaca sobre el desplaye de la nación. En una suerte de claroscuro, la escritura de Osorio mantiene el proyecto vital de los ausentes ante el escarpado rostro de la finitud; en sus poemas la exposición de las comunidades humanas declara restos de espíritu histórico y político, pero también un estado que evoca la ausencia de todo, bruta apariencia, artificialidad contemporánea; en sus imágenes poéticas, la entelequia toma forma en las figuras del proceso continuo de territorialización y reterritorialización del capitalismo dentro del horizonte temporal patagónico: Volando se alejó la marea / inundada y ciega quedó la esperanza. Las factorías flotantes bamboleaban. Los versos denuncian la instrumentalización socioecológica, la vanidad y el derroche de la potencia humana en su intercambio desigual de materias con la naturaleza. Por ello, poetizar entonces, no admite otra cosa que decir sin aditamentos, evocar las voces prendidas al ser, a aquellas provenientes de la familiaridad del lar y de las armonías naturales; desde una 285 posición en la que no hablan los hombres sino el propio lenguaje en tanto sonido, flujo, errancia e intimidad con la madre creadora, reemplazando a la experiencia literaria por la experiencia de metamorfosis, el poeta es exigido en la búsqueda y ejercicio del espíritu; así, una cálida inmersión en las formas vivientes se apodera de los poemas transfigurando el sentido existencial de los seres: árboles germinan en el interior de la conciencia creante como vuelos en el cenit, el otoño es un bocado tornasol que fulgura en el interior del poeta, al mismo tiempo en que este último atestigua el soplo de la planicie; el ecosistema posee las capacidades para restaurar la voz lírica tornándola insurgente, hermanada a una literatura menor pero no encerrada en ella, transcribe la nobleza de la vida sobre la tierra. En la perspectiva filosófica de la mixtura, esta poesía intenta sortear la identificación inmediata del animal humano con el resto de los animales y luego con sus intentos de separación subordinante, insuficiencia epistemológica que los poemas impugnan en tanto la vida vegetal, mineral y climática es la vida en continuidad y comunión global con el medio, la vida de estas existencias es en sí una cosmogonía en acto. Percibir en profundidad el entorno requiere ser penetrado por él, los poemas han de ser atraídos y modificados cósmicamente, como el gusano dispuesto a su última mutación; habitar tranquilamente los viejos remolinos sobre el lomo del lago, mirar quietamente y sorprenderse por el más humilde de los graznidos pese al mundo transtornado, es admitir la inmensidad en la contemplación y meditación solitaria. Incluso lo infinito se dibuja en el espacio íntimo del poeta, compañero del río. Este último es un ser singular cuya subjetividad disputa la racionalidad extractiva encarnando en una “racionalidad afectiva” (Favaron, 2020) y propia de las dinámicas comunitarias del bioma austral: El gigante aniñado se retuerce / y arriba, ya no cóndores buscando la víscera / helicópteros sí, bajando el ojo experto / para posar la herida total / en el río niño. 286 Y es que en los poemas de Mauricio Osorio lo humano se constituye a través del medio y con él, no contra éste. Se trata por tanto de un replanteamiento de la humanidad como naturaleza, sobre todo en sus relaciones de simbiosis, mutualismo o parasitismo por las que hombres, flora y fauna configuran cuerpos sociales, actuantes con otros y por los otros; es la imagen del paraíso frío, no del jardín ni del huerto; es la multiplicidad de convergencias en los paños del invierno, en la continuación del granizo y su pesada felicidad de habitar todo aquello que se multiplica que, las palabras meditan voluntades y signos - usando la noción etológicade un “organismo extenso”, de una madre creadora actuante sobre flujos de energía de materia y de información entre las existencias y su entorno; de una acción extensiva - diríamos conspirativa por preservar la vida: Madre, me voy al Sur (…) a encontrar una muerte / dentro de bosques que ya no existen, / pero que crepitan bajo la nieve. Las palabras captan la asimilación de un entorno en otro, así como los antiguos canoeros sabían de la sola unidad del afuera y dentro en las sombras del agua eterna, los poemas oyen el rumor del ser en el vaho a ras de suelo cual si hubieran ido hasta el extremo de la experiencia, en tono dramático lo dentro y lo afuera pliegan el vértigo: Su canto era el silencio. Y nuestra emoción / viajó entre los helechos. No es menor el tema de fondo en estos escritos, la velocidad y escala de adaptación y transformación de nuestra especie según el ritmo y orientación de los cambios tecnológicos, políticos, sociobiológicos, entre otros, junto a las prácticas y conocimientos explosivos de los últimos años no nos han proporcionado suficiente tiempo para la adaptación biológica, por el contrario, nos hemos transformado de acuerdo al geógrafo David Harvey en complejos creadores de normas y compulsivos transgresores de ellas, la decisión según este último es superar las dificultades medioambientales diversificando hacia algo no competitivo, cooperativo; habrá que producir territorialidad, concluye. La poesía de Osorio Pefaur en este sentido, algo 287 nocturna, constituye sin embargo un momento imaginativo acerca del territorio y las condiciones emergentes del flujo energético de las especies, la tierra, el cielo y el mar en la actualidad de la región; sin duda la contemplación de la grandeza geológica trae a imagen la tranquilidad de un primer sueño poético, expansivo y que anhela vivir ígneo, vivir el sosegado corazón terrestre, sueño de poeta atraído a la gravedad helada del alma sureña, impregnado de siglos azules. El infinito es una cavilación gravitante en los textos de Osorio bajo la forma del follaje enrojecido o las mareas aceradas, reinos de lo ancestral, profundizan la dimensión temporal en su poesía: esta tiende a musitar huellas, viajes sin retorno anunciado, bamboleos de gran edad, lejanías; las imágenes de anciano psiquismo depositan su confianza en el desenlace final del avatar humano y rebasan la angustia por ausencia: Era una sed en llamas el bosque donde la frontera no existe / pese a sus mojones de fierro y concreto (…) El paisaje continuo y bello sigue ahí, como hace siglos. Esta imaginación de la inmensidad no es más que el rostro de lo Uno, la proyección espacial del tiempo tranquilizador, la comunión del poeta con las alternancias, oleajes, rotaciones, lunaciones y fin de todas las cosas; añadimos aquí la transformación de la voz poética en inagotable murmullo, pluralidad, abundancia como ejercicio del espíritu en el que irrumpen todas las palabras, corriente arriba. A la sazón, naturaleza y poeta acuerdan la restitución de la red de la vida, poniendo en marcha la apertura a las posibilidades de mediación entre aniquilación y germinación: La luna brilla hija, porque está naciendo. Ayer había muerto en su circular crisálida. Hija y luna parecieran reduplicar las fuerzas de la ensoñación esperanzadora, una filiación vigorosa sintetiza la oportunidad vital y ecológica ante el comercialismo rapaz y el empobrecimiento y marginación de poblaciones específicas del sur de Chile; el deterioro de los recursos hídricos y forestales o la degradación de la biodiversidad, entre otros prosaísmos de la zona, subyacentes a los poemas, aguardan oblicuamente el 288 instante dialéctico en que el beneficio de la regeneración de la primera mujer-luna, repare la confianza de supervivencia, el mito celeste tehuelche evoca la apaciguadora potencia de anima - en palabras de C. G Jung -. En la lucha de la vegetación contra la sequedad, del tiempo pasado y futuro, todo evento humano encuentra su moderación en el estado del alma silvestre, el mito trae al presente los conocimientos iniciáticos femeninos para la organización de la sociedad, su dominio del fuego, manejo de la reproducción social, habilidad de inmersión en las aguas lustrales, conocimiento de la selva fría y mullida. La luna en efecto, es un símbolo de totalización señalarán los mitólogos, una imagen que actúa directo en la reunión de todas las posibilidades naturales, incluyendo el devenir fatal que el poeta atestigua junto a otros, la voz poética en consecuencia, ensueña un delicado equilibrio en el seno del cambio. Osorno, Región de Los Lagos Noviembre de 2020 289 UN CIPRÉS ME BROTÓ DENTRO Estaba ya hecha la mañana de toda su luz. Pero a mí algo de sueño me quedaba. Un tropel de gorriones jugaba en el entretecho de la cabaña. No me importó eso, pues algo de sueño me quedaba. Cerré otra vez los ojos y soñé de nuevo el sueño que me quedaba. Entonces, un bello ciprés brotó del piso, abriendo un pequeño cuadrado en la madera. Surgió su figura, rizoma verde y perfecto. Creció lo justo para mí. Lo justo y su belleza se desvaneció. Un ciprés me brotó dentro. (Libro: Ausencia. Registros, ritmos y hallazgos) 290 EL OTOÑO VA ENTRÁNDOSE Es una época llena de respiración el otoño, en Patagonia se lo traga uno por los ojos y el corazón aviva la paleta derramada desde bosques y planicies. Croma, croma inusitado, ataviado de almas en vuelo, cada vez más denso alimenta la gravedad helada del alma sureña. (Libro: Ausencia. Registros, ritmos y hallazgos) 291 ME VOY AL SUR —Me voy al Sur— le dije a mi madre. Y su tristeza se iluminó. Aprendió a llorar entre los rosales de la casa. Entonces las rosas se sumaron a su canto con colores imposibles —Me voy al Sur—. Deja que me lleve la maleta negra, aquella que guarda viajes que no hicimos aquella que se ha endurecido con las costras de nuestro silencio Madre, me voy al Sur, a sacudirme el alma. Sí, a encontrar una muerte dentro de bosques que ya no existen, pero que crepitan bajo la nieve. (Libro: Quemar las alas) 292 VOLANDO Una vez vi un ave, volando. Su pecho acarició la salada superficie del Yacaf. Tornó la vista antes de estrellarse con la marea que volvía. Quise arrancarme los ojos para desaguar esa mirada. El ave aleteaba en los roqueríos y no sabía yo si morir o vivir en la belleza. Volando se alejó la marea inundada y ciega quedó la esperanza. Las factorías flotantes bamboleaban, un vacío millonario las mecía había un hombre que tal vez arrimaba el alma bajo su capa naranja, lanzaba algo que atrapaban miles de peces encerrados. El ave dejó de aletear, pero no de observarme 293 le sonreí y de este modo, dejó escapar un graznido que se trepó sobre los arrayanes. Allí estaban las huellas de otros tiempos, una familia conversaba la mejor manera de disponer las valvas luego de darse el primer festín del día. (Libro: Ausencia. Registros, ritmos y hallazgos) 294 EL BAKER Si le arrojo toscas negras el Baker sólo me sonríe y se las traga. Unos remolinos antiguos sobre su lomo turquesa juegan a reflejar bosquetes. Si camino a su lado, trato de emular la calma de su viaje hacia la sal. El Baker se tiende ante la ambigüedad del cielo, rumorea una historia rizada mientras juguetea con enormes troncos que parecen palillos viejos de una abuela que ya no teje, pero sigue con la vista pegada a la ventana. Afuera, el inexorable cambio de todo lo conocido. Lágrimas alimentan al Baker entonces lágrimas que ya no encuentran pañuelos bordados que ya no encuentran consuelo bordado al agua de río tranquilo El gigante aniñado se retuerce y arriba, ya no cóndores buscando la víscera helicópteros sí, bajando el ojo experto para posar la herida total 295 en el río niño, en el gigante río niño. (Libro: Ausencia. Registros, ritmos y hallazgos) 296 LENGALES Millones de hachas clavadas en los lengales sillones de chocos sangrantes por todas partes veía pasaban carretas atestadas de leña allá, el pueblo las comía. Era una sed en llamas el bosque donde la frontera no existe pese a sus mojones de fierro y concreto. A veces había vacunos bufando dentro que los niños imaginaban monstruos mitológicos. Los renovales, ahora son rajados con sonajeros que ahogan el canto de los pájaros. Aún están frescas las huellas de los Ural de otro tiempo y nosotros, recogemos ramas secas para abrigarnos luego. La luna brilla hija, porque está naciendo. Ayer había muerto en su circular crisálida. El paisaje continuo y bello sigue ahí, como hace siglos. De vuelta en casa, abro la estufa a leña y lloro. (Libro: Quemar las Alas) 297 Andrés González Santiago de Chile, 1986 (Selección y comentarios de Yaxkin Melchy) La propuesta ecopoética de Andrés González abreva de varias fuentes: la inspiración mística de la poesía antigua y contemporánea, las resistencias en defensa del territorio, los debates intelectuales de la filosofía y la ética ambiental, sus ejercicios de contemplación y una práctica compasiva hacia otros seres que recientemente ha volcado a la enseñanza. Su propuesta ecopoética, que es un legado relevante por su perspectiva multicultural y espiritual se encuentra sintetizada en su libro reciente: Crear un común habitar: reflexiones, ejercicios y textos para talleres ecopoéticos (2019) publicado en México por el sello El eterno retorno a casa. Este preámbulo sirve para introducir al lector que los poemas de Andrés aquí presentados van de la mano de sus reflexiones en los talleres de formación ecológica-poética. Es decir, se trata de creaciones poéticas que vienen de una toma de conciencia del entorno o hábitat, de forma individual y grupal. Estos poemas nos hablan de los cerros de sotobosque de la región en la que se asienta la ciudad de Santiago de Chile: La sierra de Ramón, y los cerros que dan a las comunas de La Reina, Peñalolén y La Florida, así como el de los territorios que conviven con las plantaciones agroforestales que se extienden por la zona central del territorio chileno. Se trata de lugares a los que Andrés ha vuelto por temporadas para conocer con los pies, los sentidos y con el corazón. La propuesta de Andrés es también una invitación a reflexionar el sentido de la ecopoesía. Entre todas las reflexiones que se nos plantean en el mencionado libro y manual Crear un común habitar… hay una pregunta que ocupa un lugar central: “¿Cuál podría ser el camino de la ecopoesía en el contexto del 298 Antropoceno/Capitaloceno y la degradación ecológica?” Es decir, si la ecopoética es una práctica de toma de conciencia de la necesidad de cambiar los fundamentos del pensar y el sentir de esta civilización, ¿cómo podemos ensayar una nueva relación creativa con el territorio en medio de la perturbación y la crisis ecológica? Como respuesta, Andrés apuesta por la apertura de la voz poética a la diversidad en un gesto que resuena con la propuesta de las llamadas etnopoéticas y la voz de distintos poetas y líderes espirituales. La diversidad como fuente de la ecopoética se manifiesta en su postura de pensar la ecopoesía como ecopoesías y el mundo como mundos. Rechazando la postura que limita lo poético a un asunto literario, Andrés nos propone una postura más adecuada con estos tiempos para nutrir el crecimiento de la conciencia ecológica: Creemos que la práctica poética no está realmente relacionada con la idea de la poesía como un género de la literatura, que no está cerrada ni por ni en lo literario, por una idea burguesa de lo estético según la cual la producción escritural se orientaría hacia un consumo y goce individuales, en fin, sino que creemos que la poesía es una práctica situada en el mundo y abierta a éste, que la poesía hace, nutre y entreteje mundos. Y más adelante, Andrés define la ecopoesía como una poesía nutrida del contacto y el entendimiento sensible: Situada en el mundo, la poesía nutrida por una conciencia ecológica, la ecopoesía, se da en la interacción radical entre lo ético y lo estético, en el buen encuentro entre sensibilidad y habitar. 299 Los poemas que aquí presentamos podrían ser tomados como ejemplo de la propuesta de ecopoesía de apertura y contacto que ensaya Andrés. En estos poemas se recorre uno de estos paisajes perturbados característico del Capitaloceno25: los bosques nativos (sotobosques) amenazados por la extensión de las zonas urbanas y monocultivos industriales en la zona central de Chile. En estos territorios, la búsqueda de la escucha y el recorrido meditativo que propone Andrés, rehúye del acercamiento irreflexivo, soberbio y atolondrado, para recorrer practicar la apertura de los sentidos y la conciencia del entorno (aquello que en inglés se suele expresar con la palabra awareness). Aunque en principio pareciera que este paisaje de los valles centrales es un paisaje fantasmal, apoderado por la monotonía, poco a poco comenzamos a observar los múltiples seres que aquí manifiestan su presencia: como fantasmas se agitan las hojas falciformes de los eucaliptos atravesadas por los vientos de los valles centrales el viento mueve las hojas y las hojas mueven el viento A partir de las observaciones sensibles, el territorio se despliega como un ser pleno de vida y un espacio donde tienen lugar múltiples encuentros que rechazan la visión de que se trate de un lugar inhóspito o artificial. El poema nos lanza una pregunta por esa misteriosa vitalidad de los encuentros: qué es este misterio en tiempos del capitaloceno este antiguo misterio de amor? 25. Es decir, la era geológica del capitalismo, a veces renombrada como Plantatioceno o era de los grandes monocultivos. 300 … cómo van conviviendo esos vientos y los eucaliptos? … Cuando comenzamos a notar estos encuentros, nos preguntamos si aquello que quizá suponíamos que era un paisaje vacío y aislado, no es más bien una nueva comunidad que pertenece a una tierra poblada y en comunicación. Es decir, la poesía de Andrés nos presenta que esas “especies introducidas” son también pueblos que han sido desplazados, pero que son pueblos como otros pueblos en el mundo, sintientes y con conciencia. Esto se extiende a las plantas, y también a los animales que habitan estos cerros: zorros culpeos, chingues, cururos, degús, pericotes, loicas, chincoles, chiricocas, águilas moras y perros abandonados que han aprendido a convivir con estos bosques de eucaliptos. Juntos, tanto los nativos como los recién llegados, han aprendido a sobrevivir resistiendo la escasez, la muerte y el peligro: pues todos sufren con la erosión y la amenaza vociferante del incendio que acecha en los monocultivos. Entonces, habiéndonos trasladado a una sensibilidad capaz de percibir este lugar con los lentes sensibles al otro, recién entonces, aparece la pregunta política: Agustín pregunta sin embargo cómo recibir a los eucaliptos si les ofreceremos muerte u hospitalidad si el final de nuestras preguntas es la pureza que aniquila para conservar o si más bien es preciso poner atención a esa rama de eucalipto que guardándose bajo la almohada elabora un alivio. 301 En este punto nos damos cuenta de que el poema ya nos ha puesto frente a una nueva complejidad, en la cual no se trata de estar a favor o en contra del eucalipto, sino de participar de una discusión en la que hay un punto de vista humano entre otros puntos de vista. Es decir, la decisión de qué hacer con los eucaliptos no es una mera cuestión de la política humana y sus términos monetarios, científicos o eco-ideo-lógicos. Pues, como plantea el poema (en una visión que está en sintonía con las visiones de muchos pueblos originarios) para deliberar estos asuntos habría primero que estar en el mundo de cierta manera: no frente a seres delimitados como recursos o especies, sino frente a seres animados con voz, interés y agencia. A partir de allí, comienza la pregunta de esta asamblea, que se formula en torno a la hospitalidad que merecen o no estos nuevos pobladores (trasplantados) que no solamente erosionan el suelo, sino que también dan alivio medicinal. La poesía nos muestra que quizá al cambiar la forma del mundo que se percibe, siente y se piensa, cambia la forma de hablar de las cosas y cambia la forma de hacer política. 26 La ecopoesía de Andrés González nos brinda una visión poética que propone una complementación de la ecología científica y el activismo necesario para que los fundamentos de la conciencia ecológica se renueven. Esta renovación viene acompañada de una nueva riqueza del lenguaje que incluye en sus perspectivas relaciones energéticas como la amistad: “el misterio trófico / de la amistad”. Así, en el cruce cuidadoso entre lenguajes y la apertura hacia otra política, la propuesta de Andrés se revela como un puente entre mundos, naciones y territorios del alma humana que se fueron escindiendo más y más desde la expulsión de los poetas de la antigua polis griega o la soledad 26. Esta visión política en la poesía de Andrés podría ejemplificar un puente poético al problema que la pensadora Marisol de la Cadena ha propuesto filosóficamente como la imposibilidad del diálogo político debido a un exceso ontológico de los mundos indígenas (o una carencia ontológica de los otros mundos). 302 del retiro de los antiguos poetas chinos. Su poética sugiere que si los poetas vuelven a sus ciudades y asambleas de la mano de una genuina preocupación ecológica, no es para convertirse en los nuevos burócratas de la eco-ideo-logía, sino para mostrarnos las formas de la ecología en el corazón y el sentido de la existencia que se fortalece con la escucha y el silencio. La poesía es también un ejercicio del silencio y apertura para escuchar a los pueblos desapercibidos, ignorados y negados. Esta ecopoesía que “pega la oreja” es la que sobrepasa la sordera existencial, como en su poema del sotobosque. En ella, no hay una ética del “escúchenme”, tan común al narcicismo literario, ni le interesa la moda, tan común a la ignorancia espiritual. También rehúye de un exceso de malabarismo léxico y, en cambio, se esmera en escuchar y sentir el mundo de una manera amplia y dialogante con el cosmos. Esta es la visión que abreva en la poesía que no tiene tiempo, donde el sujeto se actualiza a sí mismo con las miradas de los antiguos poetas de la dinastía Tang, los haijin japoneses y las poetas mapuches. La ecopoética de Andrés apunta a que escuchar es solo el preámbulo de la apertura genuina del corazón, como la que resuena en su poema que habla con “el cerro, pequeño cerro”. Allí, la voz humana teje un hilo de comunión, bondad y apertura de su humanidad pidiendo aprender el camino de retorno a casa. Finalmente, quiero apuntar que este tipo de ecopoesía tampoco posee una actitud solemne, ni heroica, sino mundana y natural que recuerda al llamado parriano de bajar a los poetas del Olimpo y a la filosofía del morral de Úrsula Le Guin. Se trata de una poesía centrada en experimentar las cosas del vecindario de una manera sencilla y profunda. Como he conversado alguna vez con Andrés, “aunque sea una vez, subir un cerro o recorrerlo con la emoción de un niño es una experiencia inolvidable”. Esto se lo dije mientras conversábamos sobre la senda ecopoética de los cerros urbanos (una entre muchas sendas), que quizá no tiene la grandilocuencia del montañismo, pero sí la capacidad de ponernos en contacto con nuestro sudor, el sol, el viento y la 303 energía de un ser vivo que ha estado aquí desde antes de que la ciudad existiera. Esto, tan simple, puede hacer renacer nuestra mirada hacia los cerros de las ciudades latinoamericanas: cuando decidimos recorrerlos, y cuando surge el deseo de conocerlos, podemos aprender mucho de ellos y comprender la compasión y amor que nos tienen. Si esta atención despierta en nosotros sentimientos de amor, y la ecopoesía puede nutrir ese espíritu, comenzaremos a percibir que, a pesar de la basura, las drogas, el miedo y la penuria, los cerros nos siguen hablando y que no somos los únicos que vivimos un destino común con ellos. El trato que les damos es el trato que nos damos a nosotros mismos. La ecopoesía esforzada y maravillada como la de estos poemas puede ser un medio para el despertar de una nueva conciencia ecológica en las ciudades y zonas urbanizadas. Tsukuba, Japón Enero de 2021 304 Plantaciones de eucaliptos en la zona central cerros pelados suelo expuesto seco rojizo como fantasmas se agitan las hojas falciformes de los eucaliptos atravesadas por los vientos de los valles centrales el viento mueve las hojas y las hojas mueven el viento qué es este misterio en tiempos del capitaloceno este antiguo misterio de amor? se seca también el viento en los eucaliptos enloquece ahí su travesía ese viento que incesantemente nace de los sueños y es el ritmo de los quillayes los maitenes, los boldos? cómo van conviviendo esos vientos y los eucaliptos? los eucaliptos que se producen 305 en monocultivos en Brasil, Chile, Argentina sienten el dolor de los eucaliptos que están muriendo quemados en los grandes incendios de Australia? existe una red que los comunica de una íntima manera? en estos valles ya asoman las primeras lenguas del lenguaje incendio con que dictan las industrias inmobiliaria y forestal el viento en las hojas falciformes de los eucaliptos fragmentos de sus cortezas en los suelos áridos y resecos casi rojos suelos que van despejando el rostro de la erosión en los valles en estos veranos secos de los climas mediterráneos peumos, litres, espinos molles y maitenes el bosque esclerófilo 306 de la zona central en estos cada vez más secos veranos la desertificación traba las lenguas los saludos se cuaja silencio en las diversas ramas agitadas por el viento y se escucha el silencio también que viene ardiendo del Amazonas y sin embargo entre las cuarteaduras que abren las hablas neocoloniales los zorros culpeos los chingues, cururos degús, pericotes loicas, chincoles chiricocas y águilas moras en la sequía indagan dónde remojarse las lenguas parlamentan sus políticas se preguntan cómo resistir entre el avance de las concesiones madrigueras y saltos y carreras 307 los vuelos de los picaflores gigantes en fricción y convivencia entre jaurías de perros abandonados perdidos en una hambre impuesta por todas partes se nutren siempre nuevos movimientos se tienden lazos se provocan compañías se abreva en el misterio de la amistad que va transmitiendo el viento Agustín pregunta sin embargo cómo recibir a los eucaliptos si les ofreceremos muerte u hospitalidad si el final de nuestras preguntas es la pureza que aniquila para conservar o si más bien es preciso poner atención a esa rama de eucalipto que guardándose bajo la almohada elabora un alivio el viento de los valles centrales sopla en las hojas falciformes de los eucaliptos que piensan 308 y sufren lo que sufren sus hermanos en Australia que sienten el suelo seco y ardiente en sus raíces que extrañan a la polilla fantasma zelotypia stacyi y al petauro gigante petauroides volans estos eucaliptos abiertos a la muerte que traen y a la pregunta por cómo seguir coexistiendo implicados en el viento donde vuelan los picaflores gigantes en fricción y convivencia y los animales y plantas de los valles centrales comparten su sed y en común se proponen las preguntas cómo resistir 309 mientras siguen transmitiéndose el misterio trófico de la amistad (inédito) 310 Una oreja se pega al sotobosque — una oreja gira, se levanta — aquellos sin oreja abren sus modos otros de escucha — está lleno de hablas — lleno de escuchas — en el sotobosque, en el río, en la calle, en la cuneta, en el terreno eriazo donde la inmobiliaria planea y parcela, en las alcantarillas, en la mina a cielo abierto, en el monocultivo de paltos y de pinos insignes, en las salmoneras donde a los salmones se les ulcera la piel, en los galpones de la ganadería industrial donde los cerdos caen de rodillas — está lleno de hablas — se habla sobre lo justo y lo injusto — se habla sobre cómo hacer — se intercambian palabras que tantean en busca de la libertad, la dignidad y la paz — y esas hablas que se encuentran van componiendo un territorio — un territorio que es tejido, proceso incesante de hilar e hilarse — y hay silencio — el silencio en común que precede al tejer un lenguaje nuevo (Libro: Crear un común habitar: reflexiones, ejercicios y textos para talleres ecopoéticos) 311 Hace unos días al cruzar la calle vi el follaje de un fresno cabrillear en la brisa ayer antes de dormir recordé tu voz y cómo se movían en ella las palabras y así, en estos días en que sigo confundido quiero preguntarme qué es la belleza como cuando se pregunta por qué el cielo es azul por qué la nieve cruje por qué hay dunas que cantan o cuál fue el primer dinosaurio emplumado y me gustaría ir haciendo esto lento muy lentamente entonces voy pensando en la belleza como en un cerro en las periferias de una ciudad 312 situada en un valle en la cuenca de un río rodeada de montañas pero, digo, voy pensándola no como la montaña ni la cuenca sino como un cerro en las periferias junto a poblaciones y campamentos un cerro seco pero que resiste a la sequía un cerro explotado con plantaciones de eucaliptos, pinos y paltos donde se construyen condominios para la élite y se extrae piedra, arena y grava un cerro con cadáveres de todo tipo de seres donde rondan perros abandonados y sin embargo un cerro que resiste que abre aún tiernamente el cielo 313 y estira sus manos a las nubes para recoger la lluvia cerro, pequeño cerro de la belleza cuando cae la lluvia cuando cae la lluvia y te llenas y vuelve tu pálpito verde y los quillayes y los peumos y los maitenes y los boldos se levantan como pulmones del viento llenos de pequeñas flores cerro, pequeño cerro de la belleza cuando cae la lluvia cuando cae la lluvia y te llenas de pájaros y el canto de la turca gotea ascendente y el sol entra en los ojos del diucón posado cerro, pequeño cerro de la belleza cuando cae la lluvia 314 y los pumas muerden las nubes y los degús se asoman desde sus madrigueras cerro, pequeño cerro de la belleza cuando cae la lluvia cuando cae la lluvia y te abres como un espejo lleno de estrellas y todos caminamos reflejándonos en tu resistencia cerro, pequeño cerro de la belleza cuando cae la lluvia y eres tú el que llueve cerro, pequeño cerro labio y oreja y pie y mano y pata y ala y hoja y pétalo cerro, pequeño cerro de la belleza 315 cuando la lluvia cae y se va desatando paciente el Amor cerro, pequeño cerro de la belleza en la mañana llena y en la noche vacía lloviendo como llueve el Amado cerro, pequeño, pequeño cerro cuando ardes completamente en la lluvia y la belleza ya no existe y todo es el rostro del Amor en el Amado (inédito) 316 Posfacio de la muestra chilena “Versos del Sur” Ángela Parga León Tras invitarme Pedro Favaron a escribir sobre la lírica del Perú, vuelvo aprendiz a la Colección de Ecopoéticas de la Madre Tierra para continuar su segundo tomo, destinado a la poesía chilena y su realización en la oralidad, visualidad y musicalidad naciente en el horizonte desértico, en las faldas y picos de los Andes, en el océano Pacífico y los mares australes, en la selva templada y la Patagonia. “Versos del Sur” piensa las relaciones de lo escrito y una conciencia ecológica que desea dar cuenta de los vigorosos pueblos y territorios del continente americano. Digo aprendiz, para agradecer y honrar la severidad y fortaleza del llamado de Pedro Favaron, de nuestras conversaciones sobre las imágenes que en vigilia, ante la selva amazónica, en San José de Yarinacocha, cumplieron con reestablecer el temple vital y espiritual en mi proceso de sanación mediante plantas y cantos medicinales. Producto de aquel renuevo, se gestó esta muestra voluntariosa de poemas. Con el dulce aire de la amistad que nos reúne, Pedro y mi persona, convocamos a queridos poetas, artistas y estudiosos chilenos y extranjeros a pensar la esencia de la palabra en su extensión ininterrumpida, material, metafísica, original y sobre todo —permítaseme esta libertad— epistemológica. La noche más blanca del corazón rebasa el aislamiento entre la psique y el mundo, ansía penetrarlo e inseminarse de él. Por ello, la palabra poética que aquí se pone en valor ha madurado desde el recogimiento: a mi juicio, desde el núcleo de toda existencia. 317 Hay en ello una intimidad entre quienes escribieron y el objeto de su escritura. Afirmo esto no solo para aludir a la muestra reunida, sino a la inspiración con la que se leyeron, reflexionaron y orientaron dichas manifestaciones. Sus énfasis e interpretaciones desinteresadas adhirieron más a la propia experiencia de sí y con el medio que les ampara de modo complejo, distraídos de los antagonismos entre Ser y cuerpo colectivo, identidad y diversidad, naturaleza y cultura, etc. En ello reside el germen de una mirada ecopoética y lúcida. Su palabra reflexiva es potencial realizándose a sí misma en el torrente de la conciencia y no en la fijación de sus realizaciones. La mirada ecopoética otea las estelas de una eternidad que aún no ha sido conquistada, de un espacio mediador de lo sensible donde confluye todo lo vivo, rebasando lo meramente material. Se puede hablar de una ecopoesía en el estricto sentido de una crítica, lo que nos llevaría a la cuestión estilística, histórica o al tratamiento de los poemas desde el tema: cierta imposición de las “escrituras naturales”, técnicas y el objetivismo inscripto en la recepción de lo real. Ahora bien, la Colección a la que pertenece esta muestra, ahonda en la cercanía —no solitaria— con lo real, especialmente invocada por la palabra sagrada. No reniega de los enfoques representacionales, revisionistas, poscoloniales, entre otros activismos; pero, como ya lo ha señalado el poeta Yaxkin Melchy, este ejemplar se entrega a la “poesía de la belleza y de la vida diaria”, a los lugares experimentados y medidos por estados interiores, a esferas en relación con un tiempo existencial donde el Ser se encuentra profundamente en su verdad espiritual. Es en este sentido que esta muestra ha apostado por una imaginación libre para diversificar las comprensiones sobre el canon nacional, en correspondencia con otras formas y figuras del pensamiento vegetal-filosófico y que involucran no sólo al cuerpo entero de un individuo, sino a territorios enteros, a las diferentes especies que los constituyen, a todas las edades de la memoria identitaria y transcultural donde se funden la potencia creadora, la 318 sentimentalidad, la sabiduría y la cosmopercepción de los pueblos de la región. Nuestra vocación vital por la poesía se alimenta de una lectura pletórica, cosmológica y arquetípica emocionada por la diversidad de esta compilación. Y aunque traza su perspectiva desde los vínculos y trasiego cultural contemporáneos, también atiende a su congregación en lo mistérico. La recuperación de la lengua (rapa nui, aimara, mapuche, castellana) aquí viene a darse no como discurso de lo uniforme, sino en tanto inhalación silvestre, por intercambio, fluyendo entre los cuerpos y el medio; palabras que atraviesan todas las lenguas y cuya materia poética retoña/ retorna hacia las formas de la tradición oral indígena, afrocriolla, campesina y ancestral: el canto a lo sagrado y profano, la poesía cantada, las expresiones visuales y performáticas rituales, el relato visionario u onírico. En esta época se hace más necesario un sentimiento ecopoético una vez que el afán ideológico desarrollista se ha materializado simbólica y geográficamente a través del establecimiento del capitalismo mundial y de los desplazamientos transnacionales de comunidades diezmadas, entre otros. La relación de la poesía con el mundo, en este sentido, es propicia a proponer su objeto y lugar ineludible para reconciliarnos con él. No es sino mediante el diálogo intercultural y la lealtad humilde, solidaria e inteligente hacia la naturaleza —incluida la humana— como nuestra vida puede acrecentarse. La ensoñación poética constructiva nos acerca al alma del mundo, contenedora y centro de nuestra intimidad. En mi experiencia personal y etnográfica, las enseñanzas que han exhibido el equilibrio de una vida estable han emanado de los adjetivos calificativos de antaño, como de un cielo astronómico; de las prácticas y discursos acabados en el jardín huerto, surgidos en la alborada de la pesca artesanal, curtidos en la cuenca intramontana, soñados y celebrados por los numerosos sabios sanadores amerindios. Esta muestra chilena oye los rumores del pirquinero, el silbido de la pastora, no puede apartarse de la tierra en la que el lepvn remece el axis mundi, 319 hila versos con la esperanza y belleza de una fruta; nos suma a una poesía comunitaria que recupera la primera imagen del relámpago, su centella inaugural y bramido infinito. En el reguero de la vendimia, en el desasosiego de la trilla, en el bufar de la ventisca patagónica y en la desolada muerte antártica, las materias son siempre distintas pero la poesía es la misma: nos ata al mismo descanso en el cuesco del planeta. En su cariz relacional, bajo la preocupación ecológica frente al aniquilamiento de ciertos ecosistemas y desvanecimiento de culturas y cosmovisiones, “Versos del Sur” ha permitido “hacer contacto” intertextual dentro de la poesía oriunda; y en la Colección misma, vale decir, se han comprendido los criterios y substancias de la imaginación creadora en cada selección de autor, declinando los enfoques disciplinarios y teóricos; se han privilegiado las imágenes poéticas que iluminan la conciencia en torno a un futuro, que la reconcilian con la abundancia biótica en lugar de adiestrarla en la ocupación y la riqueza suntuaria; poemas que sueñan e imaginan dinámicamente los territorios, en amistad y reconocimiento de los pueblos que vieron en la geografía su primer cuerpo y en aquellos migrantes que hoy se agregan a la urdimbre común. En palabras de Gabriela Mistral, con “hombres cuyo capital no sea sino su cuerpo sano y lo que el cuerpo comprende de porción divina”. Así mismo y no menos importante, la selección ha sido obra y lectura mancomunada, amorosa, una prueba capital que aunó escrituras desde Japón, Alemania, Perú y Chile; y cuyas singularidades coinciden en readaptar la cartografía, readecuar los valores y objetos literarios que han uniformado física y simbólicamente nuestro saber acerca de la región sur del continente. Por último, distingo la pasión y tránsito incesante de estas escrituras hacia lo simple, hacia imágenes invisibles pero atrayentes, poéticas de un secreto, de una vigilia: espejo en el que todos descubrimos la tierra natal. Reconozco nuevamente el prodigio de los saberes ambientales y medicinales que me han 320 sido develados y con los que actualmente transformo mis propias aptitudes para la vida. En afecto y confianza en los lazos que aquí se han realizado, esta muestra es parte de un transcurso mayor de meditación entre Pedro Favaron y Yaxkin Melchy, respecto del que me honra escribir y perseverar, tal como el acto de preocupación material por el alivio de un otro, la sed y hambre de un otro, su respiro. Osorno, Región de Los Lagos Marzo de 2021 321 322 324