El reparto de la acción
El reparro de la acción
Ensayos en romo a la responsabilidad
Coordinadores
Manuel Cruz y Roberro R. Aramayo
Epílogo de Ernesto Garzón Valdés
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COLECCiÓN ESTRUCTURAS Y PROCESOS
Serie Filosofía
/Cl Editorial Trona, 1999
Sagasra, 33. 28004 Madrid
Teléfono, 91 593 9040
Fa., 91 593 9] 1 J
E·mail:
[email protected]
hrtp:llwww.trorra.es
Q Manuel Cruz y Roberto R. Aramaya, 1999
Diseño
Luis Arenas
ISBN, 84-8 J 64-359-9
Depósito Legal: M-47372J99
Impresión
Área Printing, S.A.
CONTENIDO
Nota previa: Manuel Cruz y Roberto R. Aramayo
Introducción: Acerca de la necesidad de scr responsable:
Manuel Cruz
9
11
1. MÁS ACÁ DEL DEBER
Los confines éticos de la responsabilidad: Roberto R. Aramayo ......
Razones y propósitOs: el efecto boomerang de las acciones
individuales: Concha Ro/M"
Teodicea, nicotina y virtud: Antonio Valdecmltos
Dilemas de la responsabilidad. Una aproximación weberiana:
José Luis Villacañas Berlanga
27
47
61
89
JI. OTRAS FORMAS DE RESPONDER
Responsabilidad negativa: Antonio Agui/era
Responsabilidad polrtica. Reflexiones en torno a la acción
y la memoria: Fina 8irulés
Realizaciones individuales del orden: Rom4n G. Cuartango
Hacerse cargo u okupar: Santiago L6pa Petit
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153
173
A modo de epílogo: Los enunciados de responsabilidad:
Emesto Garzón Va/dis
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Nota biogr4fica de los autores
Indice.................................................................. ...........................
215
219
7
115
NOTA PREVIA
Incluso la Administración, a veces, juega buenas pasadas. Este volumen colectivo es la materialización -o la expresión final, públicade un trabajo facilitado en gran medida por esa figura que, en el
lenguaje técnico, se denomina Unidad Asociada. Merced a ellas, dos
grupos que llevaban trabajando en cuestiones análogas desde hacía
tiempo (pertenecientes al Instituto de Filosofía del CSIC y al Departamento de Historia de la Filosofía de la Universidad de Barcelona, y
cuyos integrantes eran a su vez miembros de sendos Proyectos de
Investigación -PS94-0049 y PS94-0873, para que conste donde
haga falta-) dispusieron de los medios para confrontar sus investigaciones. Ello ocurrió alo largo de las jornadas que, con el título que
resuena como trasfondo en alguno de los trabajos (ese .hacerse cargo- que recorre el texto -unas veces de forma abierta, otras encubierta- C0l110 un leitmotiv) se celebraron en nuestras respectivas
instituciones a finales de 1997 y principios de 1998.
En ellas, además de los miembros de ambos equipos, participaron también Ernesto Garzón Valdés y Javier Muguerza, y fue precisamente lo satisfaerorio del resultado obtenido, tanto en lo que respeera a la asistencia de público a las sesiones como ala viveza de los
debates a que estas dieron lugar, lo que nos persuadió a convertir
aquellos materiales en libro. Quiere decirse con ello que lo que en
este momento tiene el lector en sus manos no son precisamente las
aaas o la mera transcripción de los materiales entonces presentados,
sino que todos los colaboradores han procedido a un minucioso trabajo de revisión y, en algún caso, de modificación para convertir
aquella intervención en textO autónomo y autosuficieme.
Por supuesto que es competencia irrenunciable delleeror vaJo-
9
NOTA PREVIA
rar el libro que se le ofrece, pero, a pesar de ello -y sin ánimo
alguno de interferir en esa opinióo-, se nos permitirá el pequeño
privilegio de que manifestemos nuestro sentimiento de agrado por
haber cumplido con la rarea prevista. Sentimiento que no lleva a
ninguna modalidad de autocomplacencia, sino que constituye un
estímulo, un aliciente, para perseverar en esta particular forma de
rrabajo en común. Este libro en el que el lecror está a punto de
adentrarse constituye para sus aurores la mejor prueba de que la
ilusión con que emprendieron la tarea de la colaboración, lejos de
ser una ilusión aventurada o insensata, estaba cargada de buen sentido. Era una i/U5ión p/aU5ib/e. y aunque una formulación así a alguien le podrá sonar en exceso moderada -por autocontenida-,
no deja de rener su punto. Porque una ilusión plausible es un poquito más que una ilusión que da sus frutos: es una ilusión que todavía
puede crecer.
Barcelona I Madrid, 9 de junio de 1999
MANUEL CRUZ V ROBERTO R. ARAMAvo
10
Introducción
ACERCA DE LA NECESIDAD DE SER RESPONSABLE
Man.ul CrllZ
1. Advertencia. Las introducciones a volúmenes colectivos no acaban
de constituir por sí solas un género literario con su tradición propia,
usos establecidos y, menos aún, normas o criterios consolidados.
Como mucho podría decirse que es frecuente aprovechar este espacio inicial para dar cuenta de alguna circunstancia concreta que pue-
da estar en el origen del libro, o anticipar una breve sinopsis del contenido de las diversas colaboraciones. Como en el presente caso lo
primero ya se hace en la Nota Previa, y lo segundo he de confesar que
siempre me ha parecido una dudosa (por reiterativa) deferencia al
lector vacilante y perezoso, se me permitirá que en lo que sigue regrese a un procedimiento que en alguna otra ocasión anterior puse
en práctica con aceptables resultados, y que se podría describir diciendo que consiste en explicitar el entramado de creencias que ha
animado y, por ello, posibilitado en lo que le es más propio (esto es,
las ideas) ese producto final complejo que es el presente libro.
La razón que ha permitido a los colaboradores del volumen coincidir aquí es el hecho de que comparren una convicción en apariencia
bien simple, a saber, la de que el asunto del que se ocupan en lo que
sigue cada uno asu manera es un asunto que nos concierne de manera directa, urgente e importante. Pero que no se malinterprete lo que
les une: una convicción no es un principio metafísico fundacional, ni
tampoco una valoración que se postule sin más y que por ranto no
admita objeción teórica alguna. Menos aun es mero protocolo metodológico, wittgensteiniana escalera de la que podamos prescindir
una vez consumada la ascensión. Una convicción, para ser de las buenas, debe poder ser discutida. De otro modo, se corre el (serio) peligro de que el convencimiento a que dé lugar, lejos de estar emparen-
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MANUel CRUZ
tado con el entusiasmo crítico ----<¡ue es de lo que debiera tratarse-,
tenga que ver más bien con la adhesión ciega, con la fe inquebrantable o con cualquier otra variante siniestra del dogmatismo o la sinrazón.
La convicción que aquí interesa tiene linde con la realidad, no
con el silencio. Con otras palabras: el test de su verdad es que pueda
funcionar en alguna medida como diagnóstico, que nos permita ver
las cosas en un modo distinto a como las veíamos antes de poseer
dicha convicción, que, en fin, no podamos continuar pensando igual
que lo hadamos cuando todavía no nos sentíamos ocupados por ella.
No es por tanto una evidencia, ni mucho menos una obviedad. Antes
bien al contrario, la potencia de una convicción se reconoce precisa-
menre por su capacidad de sacudir los lugares comunes, las vetdades
establecidas, esto es, por su eficacia para conmover el edificio de las
opiniones comúnmente compartidas (esas que no mueven a más con-
sideración que un fláccido y desleído «ya se sabe.).
2. Matices. ¿Se adorna nuestra convicción con estas excepcionales
características? Si se responde por partes, habría que empezar seña-
lando que de lo que caben pocas dudas -hasta el punro de parecet
un daro incontrovertible- es de la cteciente importancia que ha ido
adquiriendo en los últimos tiempos la categoría de responsabilidad.
Nos la podemos encontrar a diario en los más diversos contextos,
tanto para hacer referencia a las actitudes que se esperan de los
políticos, como al signo de las refotmas laborales pendientes, pasando por los problemas educativos (donde las apelaciones a la responsabilidad circulan en todas las direcciones), familiares (con el
descubrimiento, por parte de algunos gobiernos europeos sedicente-
mente progresistas, de la responsabilidad penal de los padres como
fórmula mágica para acabar con la violencia juvenil), o incluso los
deportivos (el otro día me sobresaltaba la lectura de este titular en la
sección de deportes de El País: .El presidente de la Generalitat subraya las responsabilidades del Bar~a')' rodo ello sin olvidar ----eso
nunca- al Papa, que de un tiempo a esta parte no hace más que
asumir responsabilidades por episodios del pasado de la Iglesia católica ----cuanto más remoto sea ese pasado, mejor.
Pero esta cuasiomnipresencia del concepto todavía no nos infor-
ma de su signo. Probablemente porque dicho signo es en sí mismo
equívoco. Desde orientaciones ciertamente muy diversas parece es-
tarse produciendo la reivindicación de la responsabilidad, lo que en
muchos momentos no pone fácil la tarea del intérprete. Si pensára-
mos en el caso de la política, la afirmación general tal vez se percibie-
12
INTRODUCCiÓN
ra con mayor nitidez. Sin duda, sectores conservadores se están sir-
viendo de la noción de responsabilidad individual con el poco enmascarado propósito de vaciar de contenido la noción de responsabilidad colectiva, que a ellos les incomoda en la medida en que implica
costosos compromisos de solidaridad con los segmentos sociales más
desfavorecidos. De ahí que prefieran no continuar hablando de la
responsabilidad de la sociedad con los parados, con los enfermos,
con los refugiados o, en general, con todos los excluidos, y, en su
lugar, propongan hacerlo de la responsabilidad individual de los desempleados en la obtención de su puesro de trabajo, de la de los enfermos en el consumo de sus medicinas, de la de los trabajadores hoy en
aaivo en la previsión de su propia jubilación, y así sucesivamente.
Ahora bien, si del ámbito (vamos a llamarlo así) filosófico-político pasáramos al de lo filosófico-moral, comprobaríamos que ahí también el empleo de la idea de responsabilidad da lugar a muy frecuenres confusiones. Como, por ejemplo, la que se produce cuando se
identifica, mecánicamente, responsabilidad con culpa, concepto este
último respecto del cual, según sus críticos, apenas nada parece necesario comentar puesto que ya viene descalificado de origen, debido a
la marca de nacimiento judeocristiana que lo define. Al igual que en
el caso anterior, también en este buena parte de la explicación de la
actitud se encuentra en el pasado, en concreto y en lugar destacado
en las propuestas nienseheanas respecto a la libertad, que han contribuido enormemente a la antipatfa del concepto.
No procede entrar ahora en la crítica de estos tópicos'. Pero sí
conviene puntualizar algún extremo. En primer lugar, hay que señalar que cuando se entra a considerar -aunque sea muy someramente- las diferencias entre los conceptos de culpa y de responsabilidad
se percibe, quizá mejor que de otra forma, los elementos positivos
que ofrece el segundo. El hecho de que la responsabilidad se puede
delegar, acordar o incluso contratar nos da la indicación adecuada
para lo que queremos señalar. En la medida en que responsable es
aquel-o aquella instancia- que se hace cargo de la reparación de
los daños causados, la generalización de ese mecanismo informa de
un cambio de actitud colectiva. Un cambio que podda sintetizarse
así: a partir de un cierto momento de desarrollo de las sociedades
modernas, se asume que, con independencia de quien pueda ser el
culpable, cualquier mal debe ser reparado.
1. Hice alguna referencia a dIos en mi libro HaGerse cargo. Sobre responsabilidad e identidad personal, Paid6s, BarccJOIl2. 1999.
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MANUEL CRUZ
No es obvia ni triviaJ esta nueva actitud. Durante la mayor parte
de la historia de la humanidad, los hombres tendían a reaccionar ante
el dolor, la catástrofe o la injusticia en una clave de resignación o de
fatalidad que, en el mejor de los casos, posponía a una vida ultraterrena la reparación de los sufrimientos padecidos en esta. Hoy hemos incorporado a nuestra mentalidad, a nuestro sentido común,
algo tal vez más importante aun que el principio de que el delito no
debe quedar impune, y es la idea de que el mal (aunque sea el mal
natural, por decirlo a la vieja manera, esto es, aquél sin responsable
personal alguno posible) debe ser subsanado. La mejor prueba de la
generalización de esa idea es precisamente la algarabía de quejas, de
reclamaciones, de exigencia de resarcimientos, materiales y morales,
tan característica, según algunos, de nuestra sociedad (hasta el extremo de que en ocasiones se habla de la enorme capacidad que tienen
los ciudadanos de algún país para reclamar responsabilidades sobre
cualquier cosa como un auténtico indicador del desarrollo social del
mismo).
Vista la cosa desde aquí, habría motivos para valorar muy críticamente las posiciones -a las que hicimos referencia un poco antes-
de quienes defienden la necesidad de desactivar la responsabilidad en
la esfera de lo colectivo: con tal propuesta, bien podría decirse que lo
que en realidad están defendiendo es un cierto retorno al estado de
naturaleza en la vida social. Y podríamos añadir algo más: desde lo
que estamos comentando valdría la pena reconsiderar incluso aque-
lla descalificación tan rotunda del concepto de culpa que hoy en día
parece haberse convertido en un auténtico tópico. Porque, si se nos
permite esta apresurada manera de hablar, lo malo de nuestra socie-
dad no es que proliferen tanto las personas dispuestas a repartir culpas por doquier, sino que escaseen en una medida tan grande las
dispuestas a aceptar para sí la más mínima. Siguiendo con las formulaciones demasiado rotundas: mucho peor que una (por lo demás
inexistente) tendencia general a la autocu]pabUización, es esa extendidísima tentaGi6n de la inocenGia, a la que se hace alguna alusión en
este libro.
Quede claro: decimos que es peor porque sitúa a quienes incurren en ella en el limbo de una permanente minoría de edad, en una
especie de estado virginal originario en el que nada, absolutamente
nada, les puede ser requerido. TaJes individuos se hallan siempre
-cabría pensar que por principio- en el lado de los reclamantes,
en el seaor de los agraviados por uno u otro motivo, cuando no por
todos a la vez. Es esta una ubicación imposible -metafísicamente
imposible si se me apura- puesto que si la responsabilidad es en lo
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INTRODUCCIÓN
fundamental por los propios actos, solo consigue estar a salvo de las
reclamaciones ajenas aquel que nunca yerra, el que no lleva a cabo
acto alguno o, la más inaceptable de las hipótesis, aquel cuyos actos,
como los del niño o el loco, no son tomados en cuenta por nadie.
Pero, a pesar de ello, se diría que ese estar a salvo de todo reproche
ha terminado por convertirse en una de las fantasías dominantes en
nuestra sociedad, cuya caricatura cruel es el desenvuelto cinismo
con el que los mayores criminales, los más grandes estafadores, los
autores de Jos más mostruosos genocidios, acostumbran a declarar
que no se sienten culpables de nada. Será por eso que querer ser
culpable ha devenido ya argumento de novelas de ciencia-ficción
(estoy pensando en la del escritor danés Henrik Stangerup, El hombre que quería ser culpable).
En todo caso, habría que ir con cuidado para que el matiz no
introdujera una nueva confusión. Lo que se intentaba señalar con la
puntualización anterior es que tal vez no sea tan fiera la culpa como
la pintan, no que se identifique con la responsabilidad. Son diferentes, ciertamente, y dicha diferencia puede plantearse de variadas formas. En el texto con el que se cierra este libro, Ernesto Garzón destaca con acierto una, la que tiene que ver con la posibilidad de la que
disponemos de hablar de una responsabilidad a futuro (esto es, por
actos que aún no han tenido lugar), posibilidad del todo impensable
para la culpa. Cuando se emplea de tal forma, la responsabilidad se
identifica con la idea del deber (como se puede ver en el enunciado:
«los padres son responsables de la educación de sus hijos», que sin
merma de significado se deja traducir por .Ios padres deben ocuparse
de la educación de sus hijos»).
Tal vez si quisiéramos englobar en un solo dibujo --<le trazo grueso, ciertamente- los diversos rasgos que separan ambos conceptos,
tendríamos que referirnos a la verticalidad de uno frente a la horizontalidad del otro, al carácter necesariamente intersubjetiva, dialógico, de la responsabilidad, frente al posible solipsismo propiciado
por la culpa -que, en ese sentido, propende más bien a la intrasubjetividad-. Porque mientras esta, en determinados contextos, es un
asunto que únicamente tiene que ver con el sujeto, y con la interiorización que el mismo hace de la norma (lo que permite el fenómeno al
que aludíamos hace un momento, por el cual el más cruel de los
criminales puede llegar a declarar, sin mentira ni violencia interior
alguna, que no se siente culpable de nada), la responsabilidad no puede plantearse en términos de una hermenéutica privada, no es un
negocio en el que el sujeto despache a solas con la norma. La responsabilidad, como nos recuerda la etimología del término, es estruetu-
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MA.NUEl CRUZ
ralmente intersubjetiva. Sin un ante quién responder, esto es, sin alguien que nos exija respuesta, que nos interpele con su reclamación,
no hay responsabilidad posible.
3. Hipótesis, tal vez. Hablar de intersubjetividad podrá parecer
poco, pero es algo. La intersubjetividad se dice de muchas maneras, desde la más personal hasta la más pública. En todo caso, esa
gradación, lejos de difuminar las cosas, debiera permitirnos precisarlas mejor. Porque si la respoosabilidad exigida por alguien lo es
siempre en nombre de algo -<le algún código, norma o costumbre-, la apelación será tanto más eficaz cuanto más acordada por
rodos haya sido la referencia. En las sociedades modernas, pongamos por caso, las relaciones de pareja, fuera de determinadas
circunstancias claramente especificadas (que no causen perjuicios a
terceros, que se produzcan en determinadas condiciones de igualdad, que no medie engaño, etc.), pertenecen al ámbito de la privacidad, parecen escapar al control público, se diría que no están
sujetas a normativa general alguna, de modo que, más allá de alguna formulación retórica (que en realidad pretende expresar algo
distinto a la materialidad de Jo que enuncia), escaso sentido tendría que uno de los miembros de la pareja reclamase al otro responsabilidad por el sufrimienro que le causa la ruptura de la misma. Pero tan obvio como es esto lo es que, en el momento en que
la situación inicial se altera y aparecen hijos, contratos matrimoniales (o, en su defecto, inscripción en un registro municipal de
parejas de hecho), bienes gananciales, propiedades, etc., caen sobre los individuos un complejo entramado de leyes, normas y
disposiciones a las que resulta de todo punto imposible sustraerse,
esto es, un en nombre de qué de carácter normativo público que
legitima la reclamación de responsabilidad al otro.
En este sentido, bien pudiera decirse que la responsabilidad denomina la determinación intersubjetiva de la acción, convierte en
operativo ~si en instrurnentaJ- ese rasgo, en apariencia redundante, con el que se califica la acción cuando se le denomina acción
humana. El énfasis debiera tener consecuencias teóricas relevantes.
Porque si hasta aquí hemos ioreotado advertir de los efeeros negativos que pudiera tener tanto un olvido sistemático del concepto de
responsabilidad como su confusión con otros conceptos análogos
pero diferentes, ahora convendría destacar hasta qué punto la conexión con la idea de acción no se agota en la simple constatación del
emparejamiento exterior -un simple qué le corresponde a quién-,
sino que afecta al contenido de ambas categorías.
16
INTRODUCCiÓN
Para ilustrar esta última afirmación tal vez baste, de momento,
con un ejemplo. Se ha convertido en un lugar común en los últimos
años --en parte debido a la enorme resonancia alcanzada por las
tesis de Hansjonas-la afirmación de que la responsabilidad de los
hombres de hoy se ha ampliado hasta alcanzar a las generaciones
venideras. Ha aparecido, por seguir con el mismo orden de formulaciones utilizadas hasta ahora, un nuevo ante quién responder de nuestras acciones presentes: aquellos que aún no son. Pero dicha aparición no es, en lo básico, la consecuencia de la introducción de un
nuevo crirerio teórico para entender la responsabilidad -pongamos
por caso, porque hubiéramos ensanchado tanto nuestra idea de universalidad moral que hubiera terminado por abarcar incluso a los
que están por llegar-, sino el resulrado de que en la aerualidad nuestro poder ha alcanzado una magnitud históricamente inédita y nuesrra capacidad para llevar a cabo acciones que desarrollan efeeros de
largo alcance se ha desarrollado de forma extraordinaria hasta poder
alcanzar a los futuros habitantes del planeta. Por decirlo con exrrema
verticalidad: ese nuevo ante quién (responder) es el cfecto necesario
de un nuevo de qué (se es responsable).
Establecida la conexión, realizado el contacto entre categorías,
podemos recuperar alguna de aquellas afirmaciones del inicio --que
entonces se tuvieron que plantear de forma meramente programá~
rica-, esperando que abora obtengan adecuada justificación. Es porque existe esa profunda conexión entre las ideas de responsabilidad
y de acción por lo que una reconsideración de la primera termina
resonando de manera inevitable en la segunda y viceversa. Así, de la
constatación, básicamente correcta, de que con nuestros comportamientos modificamos la vida de los otros, de que constantemente
actuamos en sus sentimientos, en sus impulsos, en sus odios y en sus
simpatías podemos extraer la conclusión de que -puesto que tanto
podemos influir en los demás- nada es gratuito y estamos cargados
de responsabilidad. Pero también podemos enunciar esto mismo desde el otro lado, evocar a Arendt', parafrasear a Wittgenstein y decir
que, de la misma forma que no puede haber lenguaje rigurosamente
privado, así tampoco cabe hablar en sentido fuerte de acción huma-
2, La que escribe: «con la palabra y la acción nos inscnamos en el mundo humano-o O: «solo la acción y el discurso están conectados específicamente con el hecho de
que vivir siempre significa vivir entre los hombres_ (H, Arendt, «Labor, Trabajo, Acción., en De /o historia a la au:ión. Paidós-ICE de la UAB, Barcelona, 1995, p. 103).
Aunque, como es sabido, e1/ocus clásico en el que expone este tópico es el capítulo V
de La condición humana (Paidós, Barcelona, 1993),
17
MANUEL CRUZ
na privada. Eorre orras razones porque ello significaría idenrificar
exclusivamente la condición humana de esa acción en el agente, y
eso, pudiendo ser correcto en algún aspecto, en absoluto agota la
idea.
Pero si la acción no pertenece únicamente al agente, se desemboca de manera inevitable en la pregunta: «Entonces, ¿a quién más per-
tenece?. Podríamos considerar que todo lo planteado hasta aquí ha
venido a proporcionarnos los elementos para la elaboración de la
respuesta. Una respuesta que bien pudiera formularse así: la acción
pertenece también a todos aquellos que reclaman responsabilidad por
ella. Vale la pena destacar que no se trata de una afirmación exenta
de consecuencias. Introducir esta idea implica, es verdad, cuestionar
tópicos ampliamente extendidos, como se intentará mostrar en lo
sucesivo, pero ral vez ello constituya el más alentador de los indicios
que pudiéramos enconrrar. No en vano se dijo al principio que la
potencia de una convicción se reconoce precisamente por su capaci-
dad de sacudir los lugares comunes, las verdades establecidas en nuestra sociedad. Si fuera esto lo que ahora estuviera ocurriendo, nos
hallaríamos ante la mejor prueba de que no andábamos del todo desencaminados al apostar por aquella convicción inicial respecto a la
responsabilidad.
4. Para poder concluir. Cuestionada la idea en cuanto tal de acción
privada, llevada hasta el mismo límite del absurdo (¿cuál podría ser
semejante acción?: quizá únicamente aquella que carece por completo de efectos que repercutan sobre otros, pero ¿acaso existe cosa
así?), se plantea a continuación lo que quizá constituya la dificultad
teórica de más calado, esto es, la de establecer el procedimiento a
rravés del cual instituimos a alguien como legítimo reclamaore (y, en
ese mismo sentido, co-propietario de la acción). Podría pensarse que
es el hecho de haber recibido un daño provocado por una acción
humana el que le concede al damnificado el derecho de reclamar.
Pero esa situación es, por así decirlo, demasiado fácil, en la medida
en que tiene un anclaje objetivo que parece proporcionarnos desde
su mismo planteamiento la perspectiva de su solución. El problema
sobreviene en orros casos. Por ejemplo, cuando el daño causado es
sufrimiento y, por tanto, no es intuitivamente evidente de qué forma
podría repararse ese dolor.
A veces uno lee cosas tales como: «cualquier víctima es inocente». Y también: «los que sufren tienen siempre raron». Quizá estén
lejos de ser afirmaciones obvias, pero se conoce que tienen un efecto
balsámico sobre las conciencias, a la vista de la cuasi unanimidad con
18
INTRODUCCiÓN
que acostumbran a ser aceptadas. Ahora bien, la solidaridad -aunque posiblemente fuera mejor hablar en este contexto de compasión- con los que sufren no debiera imposibilitar que nos preguntáramos explícitamente: ¿podemos reclamar por haber sufrido? Quiere
decirse: ¿cuáJ es el contenido concreto de semejante reclamación?
Conviene plantearlo de forma abierta, no por ningún ánimo provocador O iconoclasta, sino porque en muchas ocasiones parece subyacer
a la exigencia un convencimiento que merece ser discutido. Me refie-
ro a todos esos casos en los que parece darse por descontado que
existe un bien precedente -al que por lo visto se tiene derecho--,
que podríamos llamar el bienestar o la felicidad, bien que fue destruido a causa del sufrimiento provocado por la conducta de alguien, y
que ahora debe ser reparado, restituyendo la placidez inicial.
No se trata de oponer a un ingenuo optimismo, de inspiración
levemente rousseauniana, un pesimismo de corre nítidamente
conservador -variante «hemos venido a este mundo a sufrir», «estamos en un vaJle de lágrimas», o similares- sino de llamar la atención
sobre los efectos de mantener determinadas premisas. ¿y qué es lo
importante del hecho de que la reclamación de responsabilidad suela
presentarse como la mera exigencia de restablecimiento del estado
de cosas existente antes de la intervención dañina? Muy simple: que
el reclamante aparece como alguien que no hace nada, casi completamente pasivo. Alguien que se limita a reclamar que todo vuelva a
estar Gomo antes.
Pero es evidente que quien, pongamos por caso, no pudo ser feliz
cuando niño, perdió definitivamente su oportunidad. Por tanto, una
eventual reclamación no puede perseguir un restablecimiento imposible sino, si acaso, una reparación (que es cosa distinta) o tal vez
incluso una venganza (a veces oculta bajo la forma del castigo). Nada
que objetar en este contexto ni a una ni a otra, siempre que no enmascaren su auténtico carácter. Porque ambas constituyen formas
diferenciadas de acción, que tal vez, en el grado menor, se les pudiera
llamar reaui6n, pero que quizá conviniera englobarlas para entenderlas correctamente en un contexto mayor de interaGción. Una interacción que se desconoce a sí misma -i.e., que se niega a reconocer
su condición de tal-, pero interacción a fin de cuentas. La exigencia
de castigo a la que aludíamos en el paréntesis anterior puede servir
para ilustrar el auténtico signo de esa operación conceptual. Porque
el castigo con el que alguien paga la deuda adquirida con el reclamante, por decirlo a la manera nietzscheana, no permite restituir
nada, ni volver a lo que había (vale, como mucho, para quitarle de la
cabeza al responsable la tentación de reincidir, o para disuadir a ter-
19
MANUel CRUZ
ceros de llevar a cabo conductas análogas). El castigo es, manifiestamente, una fotma de actuar sobre quien obró primero. No se limita a
reclamar del otro respuesta sino que responde, él mismo, a la acción
perjudicial.
Estamos lejos de una discusión escolástica, o meramente ter-
minológica. De plantear las cosas de una u otra forma se siguen
consecuencias teóricas y prácticas de muy distinto signo y considerable alcance. En todo caso, si resulta necesario fundamentar de manera adecuada la idea de responsabilidad es justamente porque cabe
hacer un uso no deseable de la misma. La superioridad categorial de
la responsabilidad sobre la culpa, a la que antes se hizo referencia, no
constituye una garantía absoluta de la validez de la primera en cualesquiera contextos. Y no solo porque también de la culpa pudieran
señaJarse aspectos positivos --cuestión en la que, nadie se ajarme, no
vamos a entrar ahora- sino también porque, a la inversa, la propia
responsabilidad presenta sus peligros, siendo el más destacado el de
propiciar un cierto oscurecimiento de la naturaleza de nuestro obrar.
El oscurecimienro no se reduce al mencionado hecho de que la
propia acción, cuando se presenta como reclamación, no sea percibi-
da como tal acción: podemos bablar, más allá, de la producción de
un auténtico mecanismo de desconocimiento. Lo más negativo del
vict,imismo, de esa tan generalizada disposición a instalarse onrol6gi-
camente en el lugar del reclamante, es la tendencia a la desracionalización que genera y propicia. Porque lo que concede a la víctima su
condición de tal no son las razones que la amparan, sino los agravios
de que ha sido objeto. Probablemente desde esta perspectiva resulte
más fácil explicar algunas de las actitudes, en relación con cómo
afrontar el debate político, que en los últimos tiempos no han hecho
otra cosa que proliferar.
El tópico ya se había planteado en relación con la cuestión de la
tolerancia, pero ahora ha reaparecido en la discusión acerca de la
expresión política que deben alcanzar determinadas diferencias nacionales. Si entonces se decía: la tolerancia implica un paternalismo,
una jerarquía en el que el de arriba se permite el lujo de mostrarse
comprensivo con el de abajo, en la actualidad el argumento es: dejemos de preocupamos porque en Madrid nos entiendan, ya que eso
en el fondo lo que únicamente expresa es la permanencia de un cierto complejo de inferioridad por nuestra parte. Pues bien, habría que
extraer las conclusiones últimas de un argumento como este. Porque,
¿en qué transformamos el debate político si renunciamos a la persuasión racional, al esfuerzo por intentar convencet al interlocutor de lo
correcto de nuestras posiciones?
20
INTRODUCCIÓN
La pregunta tiene algo de retórica, puesto que conocemos al
menos una de sus respuestas: convertimos el debate político en un
autoafirmat;vo (e irracional) memorial de agravios. Y de las consecuencias de inyectar irracionalidad en la política, algo debiéramos
saber a estas alturas de la Historia. Así, cambiando la escala y poniéndonos en el ejemplo más sangrante del siglo xx, la ideología vicrimista del fascismo no consiste solo en la doctrina de la raza superior
sino, con propiedad, en la de la raza superior humillada. A partir de
esta premisa, debidamente blindada por la renuncia a la exigencia de
justificar racionalmente las propias posiciones, el resto va de suyo y
el discurso/excusa de la reparación puede ser utilizado a discreción:
hay que restablecer un (mítico) orden originario que otros alteraron.
No se está demandando nada nuevo, distinto, sino simplemente el
restablecimiento de lo que había.
¿A dónde se pretende ir a parar con tanta advertencia? Pues a
intentar dejar un poco claro el contenido de nuestra reivindicación
-si cabe utilizar tan enfático término en este caso--. No se trata de
postular o proponer un retorno de la responsabilidad a cualquier
precio. Pero de algo debiera servirnos haber sido tan ponderados
hasta aquí: al menos para poder ser en el momento final discretamente rotundos. La apelación a la responsabilidad no ha de convertirse en la sistemática ocasión para un resentimiento paralizante. Antes bien, debería servir para lanzarnos hacia la acción, a sabiendas de
que algo hay en ella que es nuestro, que 1105 pertenece -aunque no
en régimen de propiedad privada-o Es evidente que, en primera instancia, sonará raro hablar de pertenencia a propósito de la acción,
pero más raro debiera sonar lo de la pertenencia hablando de las
personas, y no hacen sino bombardearnos por doquier con el mensaje de que pertenecemos a una comunidad. En realidad, lo que se ha
pretendido con todo lo anterior ha sido enfatizar que la acción no es
un territorio ocasionalmente atravesado por los sujetos, sino una de
las dimensiones constituyentes de su identidad. Ése es el elemento de
profunda verdad que contienen afirmaciones como -somos aquello
que hacemos-o En todo caso, la responsabilidad, tomándole prestado
por un momentO el juego de palabras a Kant, debiera ser el test de
nuestra mayoría de edad, no la excusa para permanecer en un peterpanismo irremediable.
Despejada la maleza argumentativa, debiera aparecer ante nues-
tros ojos un paisaje teórico bien diferente del inicial. El concepto de
responsabilidad ha servido, finalmente, para restituirle a los sujetos
(repárese en el plural) lo que es suyo, lo que nunca se les debió
escapar. Lo hecho por los agentes no tiene el mismo estatuto que los
21
MANUel Cll.UZ
hechos de la naturaleza, por la obvia razón de que en esta no hay
actores. Pero es naturalizar, en el peor sentido, la vida humana en-
redarse a discutir acerca del tamaño o los lúnites de las acciones en
cuanto tajes, como si ellas se hubieran autonomizado, como si hu-
bieran alcanzado un estatuto tal que resultara posible e.laborar un
discurso acerca de las mismas que no hiciera mención alguna a los
agentes.
No se debe aceptar acríticamente un determinado recone ontológico del mundo, como si las acciones ya nos vinieran dadas en esa
condición -precortadas, empaquetadas, definidas-, de manera que
de tales acciones, que desfilarían en procesión delante del sujero,
este no hiciera otra cosa que irse declarando (o no) responsable. De
una imagen así lo que se desprende es una concepción de la responsabilidad a la carta, que deja sin pensar lo que realmente importa.
No está en cuestión la conveniencia de que nos hagamos responsables de aquello que nos compete: a favor de eso ya se ha argumentado lo suficiente. Pero hay que ir más allá y empezar a intrnducir la
idea de una responsabilidad mucho más genérica, una responsabilidad por lo que nos va pasando. La idea nos autorizaría, en ellúnite,
a hablar de responsabilidad por la propia vida. Ése podría ser el
contenido adecuado' de la expresión ser responsable. Sería responsable aquel que se hiciera cargo de la propia vida en su conjunto:
quien fuera capaz de asumirla como el que asume un destino.
Aquel ya lejano convencimiento inicial ha ido cobrando contenidos, y ha terminado por obtener el mejor bodn que a un convencimiento le es dado esperar: un convencimiento mayor, esto es, más
fuerte, más elaborado. Empezamos sosteniendo que la responsabilidad nos concierne de manera directa, urgente e importante, y
quiero pensar que aquella propuesta ha desplegado buena parte de
sus virtudes. La responsabilidad no nos importa únicamente porque
constituya un genérico _tema de nuestro tiempo», o cosa parecida,
sino porque apunta al corazón de lo existente. Hace que lo real pase
a ser visto bajo toda otra luz: que las acciones muestren su oscuro
envés agazapado. De ahí que el párrafo anrerior concluyera proponiendo un cambio de escala, exhortando a la responsabilidad por la
3. Los inadecuados son muchos: por ejemplo, cuando se utiliza la expresión
como sinónimo de su prwdente (lo que ocurre en el debate político cuando alguien
presume de no haber hecho uso de cierta información -por responsabilidad_). o como
equivalente de obediente, o educado (lo que ocurre cuando padres o edua:dores afirman: _este niño es muy responsable-). Me he referido a esto en mi Haarsecargo. cit.,
pp. 61 ss.
22
INTRODUCCIÓN
propia vida. Alguien, al leerlo, habrá caldo en la cuenta de que en lo
precedente quedó anunciada, yen apariencia sin respuesta, una cuestión que se definió como .de gran calado«, la del procedimiento a
través del cual atribuimos a alguien el derecho a reclamar. Cambiando la escala no hemo intentado difuminar la cuestión, sino, por el
contrario, colocarla en su justo lugar. Porque la exhortación a ser
responsables -así, en general- lo que hace, en realidad, es subir la
apuesta, elevarla al rango de un compromiso mayor, de carácter casi
universal. Hans Jonas hubiese hablado, probablemente, de un compromiso con el género humano, con la propia especie. Compromiso
que, en todo caso, nos obliga a encarar una nueva-última-pregunta:
¿quién tendría derecho a reclamar por tanto? Lo que es como decir:
éante quién somos responsables con esta otra responsabilidad global? Probablemente la respuesta vaya de suyo, como de suyo van las
cosas: somos responsables ante quienes nos necesitan.
23
MÁs ACÁ DEL DEBER
LOS CONFINES ÉTICOS
DE LA RESPONSABILIDAD
Roberto R. Aramayo
"La ficción jurídica el asesino bien puede merecer la
pena de muene, no el desventurado que asesinó, urgido por su historia pretérita y quizá -ioh marqués
de Laplace!- por la historia del universo. Madame
de 5tae) ha compendiado estos razonamientos en una
sentencia famosa: Tout compre'Jdre e'est tout pardonnen.,
Uorge Luis Borges, El verdugo piadoso)
1. QUERER NO ES PODER
En orden a ir perfilando los contornos éticos del concepto de «responsabilidad», así como las lincles que demarcan sus dominios, quisiera traer a colación un par de anécdotas que quizá puedan ayudar a
establecer una primera definición del término en cuestión. Hace tan
solo unos cuantos meses que una mujer alemana cuyo nombre desco-
nozco se desplazó hasta Gernika con el objetivo de pedir disculpas a
sus habitantes. Era la hija de un aviador que hace seis décadas bombardeó esa ciudad. Tal vez, muy probablemente, nuestra protagonista ni tan siquiera hubiera nacido todavía cuando la Legión Cóndor
quiso probar su nuevo armamento arrasando una población civil con
muy escaso valor militar. Sin embargo, esta mujer necesitaba descar-
gar su conciencia y decide acudir a Gernika para disculparse por algo
en lo que no había participado de ningún modo.
Nunca he comprendido bien este curioso fenómeno. Me refiero al hecho de que muchos alemanes experimenten algo similar y
27
ROBERTO R. ARA MAYO
se vean obligados a responsabilizarse personal o colectivarnenre de
la barbarie nazi, como si hubieran heredado alguna culpa de los
actos cometidos por sus ancestros y el holocausto judío perpetrado
por los nazis pudiera estigmatizar a sus descendientes e incluso su
propia lengua. A esta perversa identificación de todo lo alemán
con el nazi mo contribuyó, sin ir más lejos, aquella filmografía
norteamericana, tan típica de la posguerra, en donde se asociaba el
alemán con aquella jerga incomprensible hablada por los «malos.
de la película. Muchos espectadores infantiles tardaríamos algún
tiempo en averiguar que dicha lengua no era monopolio exclusivo
de quienes admiraron a Hitler, sino que también un pensador como
Kant había escrito sus obras en esa lengua o que la Nouetla sitlfonía de Beethoven se cierra con unos espléndidos versos escritos
asimismo en alemán.
Algo parecido pasa hoy entre nosotros con los nombres vascos o
quienes viven en Euskadi. Hay mucha gente que los relaciona automáticamente con ETA y viene a identificarlos con el terrorismo. Esa
perversa identificación queda suficientemente testimoniada por uno
de los esloganes más coreados en las últimas manifestaciones anriterroristas; aquel que reza: teVascos sí, ETA no». Se diría que hace
falta realizar un esfuerzo adicional para no confundir las cosas y no
caer en la tentación de idenrificar ciertos apellidos, la matrícula de
un coche o el propio euskera con las absurdas tropelías etarras, como si acaso cupiera corresponsabilizar de tales desmanes a todo un
pueblo.
Nadie pondrá reparos a reconocer que la hija del aviador nazi
no puede responsabilizarse de las acciones cometidas por su padre, al
igual que los ciudadanos vascos no son en absoluto corresponsables
de la locura etarra por el mero hecho de pertenecer a una determinada comunidad. El concepto ético de responsabilidad atañe ante todo
a la esfera individual y no cabe generalizarla sin más a los miembros
de un determinado colectivo, al menos antes de que los componentes
de dicho colectivo tomen cartas en el asunto y decidan suscribir determinados hechos.
Ahora bien, resulta igualmente obvio que justificar en términos
políticos un asesinato, como sucedió en el caso de Francisco Tomás y
Valiente (por escoger un solo ejemplo entre los muchos posibles),
convierte a quien asuma esa justificación en corresponsable de dicho
crimen, no solo desde un punto de vista ético, sino asimismo desde
una perspectiva estrictamente jurídica y penal. En un artículo publicado en El Pafs, Antonio Muñoz Malina ha comentado lo siguiente a
este respecto:
28
LOS CONfINES ETICOS DE
LA RESPONSABILIDAD
Como una piedra arrojada en el agua, el crimen provoca ondas con-
céntricas de culpabilidad y responsabilidad de las que es muy difícil
que mucha gente se salve, a excepción de las vfctimas. Hay una onda
concéntrica inmediata de culpabilidad: la de quienes dirigen la organización polftica que alienta a los criminales, aprovechándose de
todas las vencajas de un Estado democrático para conspirar más regaladarnente contra ~I; todos ellos están manchados por la sangre.
Pero tampoco carecen de responsabilidad quienes difunden sistemáticamente una ideología del narcisismo colectivo que socava la convivencia civil l .
Así, pues, diríase que no cabe ser sujero pasivo de la responsabilidad, sino que, bien al contrario, se requiere una participación activa
en determinados hechos o, cuando menos, el tomar partido en pro
de los mismos. La responsabilidad no parece, por tanto, algo que
pueda «heredarse. sin más, como pretendía esa mujer alemana cuyo
padre perteneció a la Legión Cóndor y se autoinculpaba del bombardeo de Gernika; ni tampoco parece algo de lo que uno pueda -contagiarse. por el simple hecho de pertenecer a un determinado colectivo y antes de que sus miembros decidan asumir individualmente las
acciones alentadas O uscritas por esa colectividad.
Por descontado, eStas afirmaciones no están reñidas con otra
posibilidad, cual es la de poder asumir ciertas responsabilidades por
vra de omisión, siempre que esta sea una omisión intencionada y conlleve, por tanto, una toma de postura en favor del acto que hubiera
podido impedirse u obstaculizarse gracias a nuestra posible intervención en el mismo. -Es claro-ha escrito Manuel Cruz-que en la base
de la idea de omisión, fundamentándola, hay otra idea que conviene
explicitar, la de que existe un curso de los acontecimientos tal que, de
no mediar la intervención de la acción humana, tiende a su consumación. l . Pero, si bien es cierto que una omisión intencionada puede
valer tanto como cualquier acción a la hora de aquilatar nuestra responsabilidad, no es menos cierto que dichas omisiones presentan a su
vez una distinta graduación en lo tocante a las cuotas de responsabilidad y que no cabe homologar las posibles abstenciones del ciudadano corriente con la inhibición de un político.
El ciudadano común puede no acertar a sobreponerse al miedo e
inhibirse, por ejemplo, de arrancar un cartel donde se hace apología
del terrorismo, cuando está convencido de que un gesto tan trivial
t. A. Muñoz Molina, .. Los responsables y los culpables», en El Pais, 14 de julio
de 1997.
2. Cf. M. Cruz, ..Conviene cambiar de figuras. (Sobre 2(Ci6n y rrsponsabilicUd)., l><garla 17 (1998), p. 76.
29
R08ERTO R. ARAHAYO
podría llegar incluso a costarle la vida. Sin embargo, al polírico sí
cabe demandarle responsabilidades por dejar en su sirio ese mismo
cane! y propiciar con su abstencionismo un clima de impunidad para
qujenes cultivan la violencia como única herramienta política. En un
asunto como este viene a cobrar toda su vigencia aquel djaamen
weberiano conforme al cual _[e! político] debe conrrarresrar e! mal
con la violencia, [si ello es necesario,] puesro que, de no hacerlo así,
se hace responsable de su predominio.'. Pero semejante responsabilidad, fruto de la omisión, se ciñe única y exclusivamente al político,
sin alcanzar a quienes no tienen ni pueden tener sus competencias
institucionales.
Hans jonas, en su obra El principio de responsabilidad, ha querido destacar la existencia de dos figuras paradigmáticas para quien
pretenda diseñar una teoría sobre las responsabilidades: los padres y
el político. Ambos consrituyen para jonas los ejemplos arquetípicos
donde se manifiesta la esencia de toda responsabilidad'. Ellos tienen
en sus manos el propiciar una u otra formación para desarrollar las
porencialidades del hijo y de los ciudadanos, así como la capacidad
para instaurar unas determinadas pautas o reglas de juego.
Para decirlo en dos palabras, con la responsabilidad ocurre algo
parecido a lo que sucede con las ofensas. Bien dice nuestro refranero
que «no nos ofende quien quiere, sino tan solo quien puede hacerlo,,;
yeso mismo es lo que pasa con el rema de la responsabilidad. Nuesrra
cuota de responsabilidad siempre dependerá de las fuerzas que tengamos para realizar o impedir el hecbo respecto del cual se deban rendir
cuentas. En este sentido, cabría sostener que la impotencia nos absuelve de toda responsabilidad. Como advierte Hans jonas, el poder es
una conditio sine qua non del hacerse responsable'. Sin duda, el querer constituiría en principio un requisito igualmente necesario de la
responsabilidad, pero dista mucho de ser una condición suficiente para
su comparecencia. Desde luego, a nadie se le ocurrirá pedirnos cuenta
por imaginar las mayores iniquidades, toda vez que nos mostremos
perfectamente incapaces de llegar a ejecutarlas o propiciarlas.
y en este orden de cosas, jonas nos propone invertir e! célebre
dictum kantiano del .puedes, puesto que debes., a fin de conferirle
3. CI. M. Weber, lA poli'... como profesión, tr.Id. dejo Abellán, Esposa Calpc,
Madrid, 1992, p. 152.
4. Cí. H. Jomas, El principio de resfJOnSlJbilidad. (Ensayo de "na ~tit;Q paro la
civilización uenológiaJ), trad. de J. M. Fernánda. Retenaga e ¡nttod. de A. Sánchez
Pascu:l~ Herder, Barcelona, 1994. pp. 172 ss.
5. Cf. ¡bid., p. 162.
30
LOS CONfINES ETICOS DE LA "ESPONSAalLIDAD
un mayor protagonismo dentro del discurso ético al principio de responsabilidad. Para enfatizar jusramente tal principio y convertirlo en
un centro de gravedad para la reoría moral, nuestro autor opta por
esra otra formulación: .debes, puesro que puede..'. Nuestro poder,
esto es, nuestra capacidad potencial para ejecurar O hacer abortar
determinadas acciones, representa un factor primordial e inexcusa-
ble a la hora de atribuir cualesquiera responsabilidades.
Dentro del ámbito de la responsabilidad el querer no basta y tiene que verse necesariamente acompañado por el poder. Para responsabilizarnos de algo se requiere una capacidad porencial para llevarlo
a cabo u obstaculizarlo. Por eso no cabe responsabilizar al ciudadano
común de unas negligencias que solo corresponden cabalmente a los
políticos, al igual que la hija de quien bombardeó Gernika no puede
responsabilizarse del genocidio cometido por su padre, aun cuando
quiera mosrrarse culpable por ello. y es que, pese al esrrecho vínculo
que suele convertir a la culpa en una hermana siamesa de toda res-
ponsabilidad, haciéndolas prácticamente indisociables, también es
verdad que la culpa puede llegar a experimentarse sin mediar ninguna responsabilidad tangible y, viceversa, el auténrico responsable viene a mostrarse muchas veces bastante ayuno respecto del sentim.iento
de culpa. Pero dejemos a la responsabilidad guardar las relaciones
que sean con el sentimiento de culpa y sigamos abordando la cuestión de los confines que delimitan sus dominios.
Según lo dicho hasra el momento, habríamos arribado hasra una
nítida línea fronteriza del ámbito de la responsabilidad moral. Esta
frontera viene delimitada por el poder, entendido en su sentido más
amplio, esto es, como una capacidad cuando menos potencial para
hacer o dejar de hacer, sin la cual no cabe hacerse responsable de nada.
El querer, la volición, supone una especie de salvoconducto para cru-
zar esa frontera e ingresar en los dominios de la responsabilidad, pero
es claro que no representa estrictamente una de sus lindes. En )0 to-
cante a la responsabilidad, ya sea ésta moral o de índole jurídica, hay
una cosa que resulta bastante clara: -querer no es poder_o
2. ¿ACASO VALE MÁS LA INTENCiÓN
QUE LAS CONSECUENCIAS DE NUESTRAS ACCIONES?
En principio, nuestras acciones u omisiones han de ser incencionadas
para hacernos responsables. Pero de poco servirá nuesua sola incen6.
cr. ;bid., pp. 212·213.
31
R08ERTO R. ARAHAYO
ción, si no se ve flanqueada por una capacidad que nos permita mate-
rializarla en el mundo de los hechos. Es más, radicalizando el argumento, cabría observar que, bajo el prisma de la responsabilidad, las
consecuencias de nuestros actos u omisiones parecen contar para esta
perspectiva mucho más que la mera intención, mal que le pese a Kant.
Cuando se confronTa el valor moral de la intención con sus consecuencias, todos venimos a evocar una de las premisas del formaJismo ético kantiano, cual es ella del papel estelar asignado a una voluntad buena en y por sí misma. El autor de la Fundamentación de la
meta(fsica de las costumbres dejó escritas estas líneas, tantas veces
citadas:
La buena voluncad no es cal por lo que consiga o realice, no es buena
por su idoneidad para lograr cualquier fin que nos hayamos propuesto, sino can solo por el querer, o sea, es buena de suyo; y, aun
cuando, merced a un particular disfavor de la fortuna o al mezquino
equipamiento de una naturaleza madrastra, fuese perfectamente incapaz de llevar a cabo su propósito, si pese a su mayor empeño y el
acopio de todos los medios a su alcance no lograse nada, con todo,
esa buena voluntad seguiría brillando por sf misma cual una joya,
como algo que detenta en sí mismo su pleno valor, siendo asf que la
utilidad o esterilidad no pueden añadir ni restar nada en absoluto a
dicho valor?,
El argumento de Kant busca emancipar la ética del azar. La moral
no puede imponer rareas de imposible cumplimiento, y exigir que
nuestra buena intención se viera coronada por el éxito supondría
tanto como pretender domesticar a la fortuna. Por eso, todo cuanto
dependa de la suerte queda descontado del discurso ético. Pero el
problema es que la responsabilidad no parece muy sensible al poderoso planteamiento kantiano y no deja de poner cierto énfasis en las
consecuencias producidas por nuestras acciones, propendiendo a
obviar el carácrer de la intención que las anima. Tal es cuando menos
la opinión de Adam Smith, quien en su Teorfa sobre los sentimientos
morales desliza el siguiente razonamiento:
Las únicas consecuencias de las cuales puede uno ser hecho responsable son aquellas que revelan alguna cualidad en la intención. A ella
ha de corresponder en última instancia toda loa O censura que puedan ser asignados a cualquier acción. Todas las personas admiten
que, por desiguales que sean las consecuencias accidentales, no in7.
er. 1. Kam, Fundamentación
paTa una metafúiGa de las costumbres, AJe. IV,
394.
32
lOS CONFINES ~TICOS DE lA RESPONSABILIDAD
tencionadas e imprevistas, de diferentes acciones, las intenciones, ya
sean &[as correctas y benéficas, o impropias y malvadas, determinan
el mérito o demérito de las acciones y granjean al agente la gratitud
o el resentimiento correspondientes. Pero, por más profundamente
persuadidos que nos hallemos de tan equitativa máxima en términos
abstraeros, una vez que descendemos a los casos concretos, las consecuencias práaicas emanadas de cualquier acción determinan sobremanera nueStro sentir sobre su mérito o demérito, y acostumbran 3 expandir o aminorar nuestra valoración de ambost'.
Este razonamiento tiene como colofón justamente aquello que
Kant quería evitar, pues Smith reconoce que: «como todas las consecuencias de las acciones están bajo el imperio de la fortuna, de ahí
proviene su influencia sobre los sentimientos de la humanidad en lo
tocante al mérito o demérito»'. Para demostrar su tesis nuestro autor
no duda en apelar a la jurisprudencia y aduce múltiples ejemplos de
cómo los códigos penales no castigan tan scveramente los delitos fallidos como aquellos otros que sí son consumados. Un intenro de
violación, los conspiradores políticos que son descubiertos antes de
perpetrar su traición o el asesino cuya víctima sobrevive, no son susceptibles de penas tan severas como cuando tales tentativas tienen
éxito. Y, al contrario, una negligencia extremadamente lesiva suele
quedar parangonada con el más malicioso de los designios. Todo ello
sc debe a que -nuestra indignación propende a verse avivada por las
consecuencias reales de las acciones» 10.
Tras constatar el dato incontestable de que solemos juzgar por
los hechos y no tanto por las acciones, Adam Smith no deja de felicitarse por ello. Se pregunta qué sería del mundo si se sancionasen las
intenciones con la misma severidad que los hechos. He aquí su respuesta:
Cualquier tribunal se transformaría entonces en una verdadera in·
quisición. Los comportamientos más inocentes y circunspectos no
estadan seguros. Se sospecharía de los malos deseos y)as malas opiniones o los malos designios nos expondrían al castigo y la ira 11.
Mas afortunadamente no es así, dado que, dentro del ámbito de
la responsabilidad cuentan sobre todo las consccuencias. Aquí el pri8. Cf. A. Smith, La leoria de Jos sentimientos morales,
8raun, Alianza, Madrid, 1997, p. 198.
9. CI. •bld., p. 205.
10. CI. •bld., p. 215.
11. CI. •b.d., p. 219.
33
ed. de: C. Rodrfgue:z.
ROBERTO R. A"AMAYO
mado kantiano de la buena voluntad se desvanece y queda telegado a
un plano harto secundario. A la tesponsabilidad le importan bastante
más los hechos que las intenciones, tal como viene a señalar tácitamente Adam Smith en La teoria sobre los sentimientos morales y
subraya explícitamente HansJonas en su Tractatus technologico-ethiClts".lndicaJonas:
El poder causal es condición de 13 responsabilidad. El agente ha de
responder de su acto; es considerado responsable de las consecuencias del acto. El daño causado tiene que ser reparado, y eso aunque
la causa no fuera un delito, aunque la consecuencia no estuviera ni
prevista ni querida intencionadamente. A nadie se le llama a responsabilidad por la impotente imaginación de las más horrorosas fechorías. Es preciso haber cometido o al menos haber iniciado un acto en
el mundo. y no deja de ser verdad que el acto que ha tenido éxito
pesa más que el que no lo ha tenido lJ •
Creo que Jonas está en lo cierto. Las intenciones no pueden responsabilizarnos de nada, siempre que no se asomen al mundo de los
hechos. En cambio, las consecuencias de un acto, aun cuando puedan
tener un carácter fortuito e inintencionado, siempre generan una u
otra clase de responsabilidad, ya sea esta de índole moral, política o
jurídico-penal, habida cuenta de que alguien debe responder del daño
causado. y ello debe ser así, aunque las consecuencias de nuestras
acciones estén sujetas al concurso del azar y no dependan únicamente de nosotros.
J. LAS COARTADAS DE LA RESPONSABILIDAD
Las intenciones tienen poco que decir en el marco de la responsabilidad, un terreno en el que no cuentan sino los hechos y el mal ptoducido, aun cuando la intención Uegue incluso a brillar por su ausencia,
como sería el caso de una negligencia que conlleve alguna desgracia
inintencionada, según observa de nuevo Adam Smith:
Cuando suceden algunas consecuencias desaforrunadas a partir de
un simple descuido, la persona responsable del mismo suele ser castigada como si realmente hubiese pretendido esas consecuencias'·.
12. Asr apoda él mismo a su obra El principio de responsabilidad (d. ed. cit., p.
17).
IJ. Cf. H. Jonas, op. cit, pp. 161 y 162.
14. el. A. Smirh, op. cit., p. 215.
34
LOS CONfiNES tTlCOS DE LA RESPONSABILIDAD
Desde luego, el poner de relieve las circunstancias que han propiciado cienas consecuencias funestas, incluso al margen de los
propios designios, puede mOStrarse útil para matizar nuestras res-
ponsabilidades, pero bajo ningún concepto debe servirnos como una
coartada que nos absuelva de roda responsabilidad. En caso contrario, sucumbiríamos a eso que Pascal Bruckner ha dado en llamar
tentación de la inocencia. Dicha tentación constituye, según el diagnóstico de Bruckner, un rasgo caraceerístico de la sociedad contemporánea y se plasma en dos tendencias tales como el infantilismo y
la uictimizaci6n. Ambas estrategias están orientadas a conseguir por
diferentes caminos una y la misma meta: el procurarnos una ventu-
rosa irresponsabilidad que nos permita zafarnos de las consecuencias generadas por nuestros propios aceos". Pero el espíritu de la
irresponsabilidad no es en absoluto un fenómeno inédito y desde
siempre se las ha ingeniado para inventar sus muy variopintas coar-
tadas.
Hay una coartada que compendia todas las demás, y es la de que
nuestro comportamiento se vería predeterminado por diversos factores ajenos a nuestro control. Como pueden imaginarse, aquí cabe
de todo. Desde un trauma infantil hasta toda suerte de supersticiones, la creencia en una instancia rectora llamada destino, naturaleza
o providencia, el que somos comparables a la ecuación resultante de
conjugar herencia y medio ambiente... La lista es interminable. Kant
supo resumir bastante bien todos esos posibles argumentos en su Critica de la razó" práctica:
Un hombre puede sutilizar cuanto quiera para explicar una infracción y pretender disculparse describiéndola como un mero descuido
in intencionado, como una simple imprevisión de la que uno nunca
puede sustraerse por completo, en suma como algo a lo que se ha
visto arrastrado por el torrente de la necesidad naturaI 1'.
Sin embargo, aun cuando pretenda explicar su falta como un corolario necesario de [Odos esos condicionamientos, por mucho inge-
nio que derroche, a pesar de toda su brillante retórica, este hombre,
concluye Kant, no logrará convencer a nadie, ni a sr mismo tan si-
quiera, pues dentro de su fuero interno ese abogado defensor no
consigue acallar la voz del fiscal y el tribunal de su propia conciencia
sigue diceaminando que cometió una infracción, declarándole a él
IS. Cf. P. Bruckncr, ÚI tentaá6n de la inoam:.ia, Anagrama, Barcelona, 1995,
pp. 14-15.
16. Cf. 1. Kant, Critica de la r~dn pródiGa, Ak. V, 98.
35
ROBERTO R. ARA","YO
como único responsable moral de la misma pese a todas las alegaciones presentadas para inrenrar disculparse por ella. y es que la responsabilidad no se muesrra nada complaciente con los atenuantes ni las
eximentes, pues no sabe aceptar que haya ciertas consecuencias de
las que nadie se haga responsable.
Quizá nadie se haya mosrrado más radical en este punto que
Schopenhauer, para quien la responsabilidad sobrevive a cualquier
posible naufragio. Enfrentado al gran problema de la libertad, este
pensador dictamina que sencillamente no existe semejante quimera,
siempre que nos empecinemos en definirla como la capacidad para
optar entre varias alternativas posibles. Bajo la hipótesis de un libre
arbitrio al que le resultara indiferente toda encrucijada, «cualquier
acción humana constituiría un milagro tan inexplicable como el de
que aconteciese algún efecto sin causa,. 17. Pues, a su modo de ver, «la
ley de la causalidad no es tan complaciente como para dejarse utilizar
cual un cocbe de alquiler, al que despedimos tras habernos conducido a donde queríamos; más bien se parece a esa escoba descrita por
Goethe, la cual, una vez puesta en danza por el aprendiz de brujo, no
cesa de acarrear agua hasta que su maestro exorciza el hechizo,.ll. Es
evidente que los hombres no se hallan expuestos únicamente al estímulo presente, como le sucede a los animales, y que sus motivos acostumbran a dar un alambicado rodeo antes de imponerse sutilmente,
trocándose la cuerda del estímulo en un hilo virtualmente invisible.
Sin embargo, esta mayor complejidad no cambia para nada el resultado del proceso causal.
Una piedra tiene que verse impelida, mientras que un hombre puede
obedecer a una mirada, pero en ambos casos están respondiendo a
una razón suficiente y son movidos con idéntica necesidad 1'.
Lo que damos en llamar motivación solo es la causalidad vista
desde dentro'·,
En tan escasa medida como una bola de billar se pone a rodar antes
de ser golpeada por el taco, tampocO un hombre puede levantarse
17. eL A. Schopenh.auer, En tomo a la libntad
d~
la IJOI"n14d humana, cap. 3
(li\ VI, 84).
18. CL A. Schopenhauer, De 14 ,u4druple ratz tkl principio de nu:6n s,,(u;inrte,
20 (U V, 53).
19. er. ¡bid., U V, 63.
20. Cf. ibid. 43 (ZA V, 162). Se trata de un.a c.ausalid.ad mediatizada por el conocimiento.
36
LOS CONFINES ETICOS DE LA RESPONSABILIDAD
de su silla sin verse incitado a ello por algún rnmivo, aun cuando
luego se incorpore de un modo tan necesario e inevitable como la
bola rueda tras recibir el golpe1 1 •
Si bien podemos desear cosas opuestas, tan solo nos cabe que ter
una de tales posibilidades: aquella que salga victoriosa de la contienda librada por los diferentes motivos en liza frente a nuestro peculiar
carácter. Aunque nuestra fantasía nos haga creer que podemos fijar
en cualquier momento la veleta de nuestra deliberación, lo cierro es
que la bisagra de nuestro carácter solo nos permite orientarla en una
determinada dirección, al compás del motivo más poderoso de cuantos concurran en un momento dado!2. Todo lo que se nos antoja
como fortuito, aquello que nos parece contingente o azaroso, no deja
de tener sus ancestros causales por muy remotos que puedan ser.
Según Schopenhauer, bastaría con remontar el árbol genealógico del
azar, para comprobar que lo casuaJ tiene un desconocido linaje causal y únicamente ignora su estirpe, cuando en realidad casualidad y
causalidad .cpueden haJlarse remotamente originadas por una causa
común y estar emparentadas entre sí como esos tataranietos que comparten algún antepasado ltu .
Con arreglo a estas reflexiones,la ilusión de una libertad absoluta e indiferente se sustentaría en una mera ignorancia con respecto a
sus débitos causaJes y no equivaldría sino a un olvido más o menos
intencionado de sus determinaciones. Desconocer u olvidar las causas o motivos de nuestras resoluciones representa el único camino
para sentirnos fantasmagóricamente libres. La desazonante conclusión de tales premisas es que todos y cada uno de nuestros actos
-:podrían verse certeramente pronosticados y calculados, a no ser
porque, además de que no resulta nada fácil sondear nuestro carácter, también el motivo suele ocultársenos tanto como sus contrapesos.". Desterrado lo contingente del imperio de la causalidad, todo
cuanto sucede, tanto lo más decisivo como el menor de los detalles,
ocurre de un modo -:cstrietamente necesario, siendo inútil discurrir
sobre cuán insignificantes y azarosas fueron las causas que provocaron talo cual acontecimiento, así como lo sencillo que hubiera re-
21. Cf. En tomo a la libertad de la voluntad humana, C3p. 3 (ZA VI, 83).
22. ef. ¡bid., cap. 2 (ZA VI, 56) y cap. 3 (ZA VI, 75 y 82).
23. Cf. A. Schopcnh3ucr, E.spuulac.ión transu"dent~ sobre los visos de intencio·
nJJlidad en el Destino del ind,viduo, ZA VII, 236; d. Los designios del Destino. Tecnos, Madrid, 1994, p. 32.
24. Cf. En tomo a la libertad de la voluntad humana. ap. 3 (ZA VI, 95).
37
R08ERTO R. ARAMAYO
sultado la confluencia de otras diferentes, al ser esto algo ilusorio,
dado que todas eIJas entraron en juego con una necesidad tan inexorable y una fuerza tan consumada como aquella merced a la cual el
sol sale por oriente. Más bien debemos contemplar cualquier evento
acaecido con Jos mismos ojos que leemos un texto impreso, sabien-
do que las lerras ya esraban ahí antes de leerlas.". Pues bien, incluso
en un escenario aparentemente tan adverso, donde todo estuviera
escrito y el menor de los detalles estuviese predeterminado por una
férrea concarenación causal, la responsabilidad no naufragaría.
Pese al automatismo con que vienen a ejecutarse las acciones
corno meros corolarios del encuentro entre un determinado carácter
y tales o cuales motivos, Schopenhauer no destierra de su meditación
moral la responsabilidad. Para él, resulta innegable que albergamos
la certeza inquebrantable de sabernos responsables por cuanto hacemos, identificándonos a cada momento como autores de nuestros
propios actos, y este hecho de la conciencia (que bien podríamos
llamar el factum de la imputabilidad) nos impide disculpar cualquier
acción en virtud del mencionado automatismo 26 •
Por muy estricta que sea esa necesidad con la cual, ante un carácter
dado, los actos quedan suscitados por los motivos, a nadie se le ocurrirá, por muy convencido que se halle de tal cosa, disculparse merced a todo ello y pretender descargar la culpa sobre los motivos, 31
saber perfectamente que, con arreglo a las circunstancias, esto es,
objetivamente, tal acción bien podda haber sido tQ[almcnte distinta,
con tal de que también él hubiera sido muy otro. Por eso, aunque la
responsabilidad moral del hombre se refiera primaria y ostensiblemente a lo que hace, en el fondo atañe a lo que es. Cualquiera de
nosotros habrfa podido ser otro, y ahí es donde radica la culpa o el
mérito!7.
Las recriminaciones de la conciencia se refieren, ante todo y ostensiblemente, a lo que hemos huho, pero en realidad y en el fondo, a lo
que somos, algo sobre lo cual solo nuestros actos proporcionan un
testimonio válido, al comportarse con respecto a nueStro carácter
como el síntoma en una enfennedad 2l •
25. CI. ¡bid., ZA VI, ID!.
26. CI. ¡bid., cap. 5 (ZA VI, 134).
27. er. A. Schopenhauer,km:a del fundamento de la moral. S 10 (ZA VI, 217).
28. CI. ¡bid. S 20 rzA VI, 297).
38
LOS CONFINES tTlCOS DE LA RESPONSAIILIOAD
4. COMPRENDER NO EQUIVALE A EXCULPAR,
EL ARÁCTER ANFI80LÓGICO DE LA EXPRESIÓN
HACERSE CARGO
De todo lo expuesto, solo quisiera retener una sola cosa. La convicción schopenhaueriana de que, al margen de cualesquiera consideraciones re pecto a las complejas motivaciones y circunstancias que
puedan determinar inexorablemente nuestro comportamiento, siempre somos los autore de nuestros actos y no hay nada que nos absuelva de nuestra responsabilidad moral sobre los mismos. A pesar de
que todo tenga una explicación causal más o menos conocida, esa
dilucidación sobre los innumerables condicionamientos que intervienen en todas nuestras acciones u omisiones nunca debería servir como
coartada para responder de las mismas, pues no vale transferir hacia
ninguna otra instancia una imputabilidad que solo corre ponde a
nuestro particular e idiosincrásico elhos o talante moral, del que somos responsables.
Todas esas atenuantes o eximentes que se utilizan para exonerar
de responsabilidad a los delincuentes no suponen con frecuencia sino
una burla para la justicia. Puestos a poner algún ejemplo, quisiera
recordar aquella escandalosa sentencia en donde cierto magistrado
demostró en vidiar al violador que le tocaba juzgar e hizo recaer casi
toda la responsabilidad en el platillo de quien había sido agredida,
una chica que había osado vestir minifalda sin reparar en las consecuencias de tan funesta provocación, máxime cuando hada calor y
era la hora de la siesta; en tajes circunstancias y ante la visión de
aquellas apetitosas piernas, el agresor parecía compelido a cometer
una violación, según este preclaro juez que con su comprensión se
convirtió en cómplice del violador, aun cuando no fuera encausado
por ello.
En Colombia la mafia del narcotráfico ha encontrado unos mercenarios tan baratos como reciclables para llevar a cabo sus ajustes de
cuentas, pues echa mano de adolescentes que, al no haber cumplido
todavía la edad penal, obtendrán una condena bastante inferior a la
que le correspondería de ser algo más mayores. Las leyes inglesas han
tenido que revisarse, al encontrarse con que niños de tan solo nueve
años pueden asesinar cruelmente a un bebé desconocido. Los drogadictos no son considerados enteramente responsables de sus delitos,
tal como le sucede a un marido celoso que alegue una enajenación
transitoria tras el asesinato de su mujer. Sin duda, el deterioro sociocultural de una comunidad subdesarrollada, la violencia irradiada
constantemente por los programas televisivos, una clara falta de ho-
39
ROBERTO R. ARAMAYO
rizontes vitales para la juventud actual o ciertas patologías mentales
pueden ayudar a explicarnos todas y cada una de tales conductas,
pero e as aclaraciones no sirven para exonerarla de las graves res-
ponsabilidades que han contraído con sus actos. Pues comprender
no equivale a exculpar. Como bien sabe Manuel Cruz, que me hizo
reparar en ello, la expresión .hacerse cargo» tiene dos acepciones
bien diferenciadas en castellano, a saber: mostrarse comprensivo y
asumir l/na responsabilidad. Entiendo que importa mucho el no entremezclarlas, porque, muy a menudo, se diría que la comprensión
de las causas tiende a eliminar los efectos ocasionados por ellas. Que
nos hagamos cargo de tales o cuales circunstancias, que se nos alcancen las razones más o menos atinadas de los móviles del agente, no
deberla significar nunca una disolución de su re ponsabilidad.
0, para decirlo de orro modo, la consideración que pueda tenerse para con las motivaciones del verdugo nunca puede hacernos olvidar los infortunios causados a sus vlctimas. En el Pals Vasco se ha
llegado a matar para reivindicar un presunto derecho de los presos
etarras, a quienes al parecer nadie podría negarles el estar juntos y lo
más cerca posible de sus familiares, dado que sus ideales políticos les
diferenciarla de los presos comunes, convirtiéndolos en mártires de
una causa justa. Poco importa que desde hace mucho tiempo se haya
pasado del tiranicidio a la barbarie más absurda e indiscriminada.
Según este perverso mecanismo, el verdugo transfiere la responsabilidad a su víctima e intercambia sus respectivos roles. Como apuntaba Borges en el texto del comienzo, se diría que una cosa es la ficción
jurídica del asesino y otra el desventurado que asesina urgido por su
historia pretérita o la del mundo. Sin embargo, aunque ciertos datos
de la biograffa personal del verdugo ayuden a explicar mejor determinados hechos, esa comprensión no puede anular su obligación de
responder de los mismos.
Así lo pensaba Kant, el cual-eomo hemos visto- alzaprimaba
la intención sobre las consecuencias para mejor aquilatar el valor ético de nuestro talante moral, pero solo repara en los resultados cuanto se trata de fijar una responsabilidad penal, suscribiendo sin titubeos la ley del talión. A buen seguro es preferible no llegar tan lejos,
pero tampoco parece aconsejable caer en el extremo contrario y permitir que cenas conveniencias coyunturales rebajen o incluso supriman las correspondientes cuotas de responsabilidad (moral o jurídica) a que se hagan acreedores nuestros actos.
Si hubiera que hacer un pequeño balance de lo afirmado hasta el
momento, podríamos destacar lo siguiente. Sin duda, no puede responsabilizarse a entelequias tales como la televisión, el sistema o los
40
LOS CONFINES ETlCOS DE LA RESPONSABILIDAD
más disparatados avatares de unos actos que son cometidos y auspiciados directa o mediaramenre por personas concreras. El individuo
es la única insrancia susceptible de responsabilidad y esta no puede
disolverse mediante su adscripción a uno u otro sujeto colectivo. Por
supuesto, como señala Stuart Mill,.eI individuo no debe rendir cuentas por sus actos, en cuanto estos no se refieran a los intereses de
ninguna otra persona salvo éJ mismo, pero sí es responsable de aque-
l/os actos que resulten perjudiciales para los intereses ajenos»".
Desde luego, no cabe ser sujeto pasivo de responsabilidad alguna. Es necesario que nuestros actos u omisiones estén sancionadas
por nuestra volición y cometamos, justifiquemos o secundemos determinadas acciones. Pero tampoco basta con querer asumir una res-
ponsabilidad, siendo absolutamente imprescindible que poseamos
capacidad para ello. No es responsable quien quiere, sino tan solo
aquel que puede serlo. Dentro del ámbito de la responsabilidad el
poder es lo único que cuenta y la impotencia nos absuelve automáticamente de toda responsabilidad. En este sentido, la culpa y los remordimientos de la conciencia no siempre guardan una estricta correspondencia con ciertas responsabilidades que atañen en realidad a
otros, al igual que tampoco se siente siempre culpable quien es el
auténtico destinatario de la responsabilidad en cuestión.
Intramuros del imperio de la responsabilidad cuentan mucho más
las consecuencias generadas por nuestros actos que su intención:
Cuando un suceso desborda los límites de lo puramente privado,
por más tolerantes que seólmos con los impulsos ajenos, nuestra atención se desplaza del protagonista a los efectos de su conducta. Pierden importancia las intenciones para ponerse en primer plano los
resu 1rados 30 .
Esta observación de Manuel Cruz coincide con los dictámenes
emitidos anteriormenre por Hans Jonas o Adam Smith. Según estos
dos últimos autores, ante los ojos de la responsabilidad, un acto consumado pesa bastante más que uno abortado y, por otra parte, una
negligencia impremeditada puede juzgarse como si respondiese a un
designio malicioso, siempre que comporte algún efecto particularmente dañino.
29. Cf. J. S. Mili, Sobre la libertad, trad. de P. de Azclrnte, prólogo de 1. Berlin,
Alianza, Madrid, 1994. pp. 179·180; la cursiva es mfa.
30. Cl. M. Cruz, M quién pertmeu lo ocurrido! (At:eJCQ del sentido de la acción
humana), Tauros, Madrid, 1996, p. 263.
41
R08ERTO
R. ARAMAYO
Finalmente, cabría decir que los confines mora/es de /a responsabilidad no deberían verse alterados por ninguna coartada y las explicaciones del proceso causal en donde se ven inmersas todas nuestras
acciones no sirven para exonerarnos de tener que responder por ellas.
Hacerse cargo de las motivaciones o circunstancias que propician
una determinada conducta para intentar comprender su proceso genético nunca puede servir para sentirnos absueltos del otro hacerse
cargo, esto es, de asumir nuestras responsabilidades. y esto es algo
que conviene subrayar en unos tiempos donde, como ha señalado
Pascal Bruckner, cunde cierto espíritu de irresponsabilidad y todos
parecemos aspirar a una confortable minoría de edad, cuando no a
esa victimizaci6n mediante la cual los verdugos adoptan el papel de
víctimas.
S. EL OLVIDO DE LAS VICTIMAS y LA CEGUERA MORAL
Como digo, esta enfatización de ciertos rasgos inherentes a la responsabilidad no solo se me antoja recomendable, sino incluso necesaria, dados los tiempos que corren, tan propicios a poner entre paréntesis toda suerte de responsabilidades en cuanto se presente la
menor ocasión para ello. Ante la suma facilidad con que las responsabilidades contraídas por los más perversos criminales son transferidas casi automáticamente a su ambiente familiar o socioculruraJ, hay
quien se ha preguntado con toda ironía si Mengele, uno de los jerarcas nazis que más descollaron por su sadismo, no sería considerado
hoy en día sino una pobre víctima tlmerecedora de un tratamiento
psicoterapéutico financiado por la seguridad social. 3 '.
Carlos Moya, en un trabajo publicado recientemente por la revista [segoría, ha bautizado a este fenómeno tan contemporáneo con
el nombre de .ceguera moral•. En su opinión, las consideraciones
morales brillan cada vez más por su ausencia y dejan el campo libre a
otros tipos de consideraciones que, al ser homogéneas o conmensurables entre sí, admiten ser ordenadas en una serie de menor a ma-
yor fuerza o peso e impiden que se lleguen a plantear los dilemas
propios de la responsabilidad moral. En definitiva, el agente deja de
ser moralmente responsable, por cuanto no se le toma por .el origen
31. ef. H. M. Enzesberger, P~lilJQ.$ tU guemJ cil/il, Anagnll'na, Barcerlona,
1994, p. 36; cit. por M. C~ -Elementos para una ontologta de la acción: la responsabilidad_, inuoducción a H. Arendt, De la historio Q la ou;Órt. tr.Id. de F. Sirul&,
Paid6s, Sarcdona. 1995, pp. 15·16.
42
LOS CONfINES tTlCOS DE LA RESPONSABILIDAD
último de un cambio, sino como un mero eslabón de una cadena
causal que se remonta indefinidamente hacia el pasadolt,n.
El problema de la responsabi]jdad se ha trivializado tanto que
sencillamente no llegamos a vislumbrarlo salvo en muy contadas ocasiones. Acaso Kant no hubiese sabido escribit ahora las líneas con que
se cerraba su Critica de la razón práctica: -Dos cosas colman el ánimo de admiración y respeto en cuanto me detengo a meditar sobre
las mismas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí.".
Pues, al igual que la iluminación artificial de nuestras grandes ciudades nos impide ver las estrellas, también estamos deslumbrados por
toda una constelación de consideraciones extramorales que nos hace
obviar cualquier criterio ético. Este queda sepultado bajo una ingenre acumulación de consideraciones psicobiológicas y socioculrurales
que no dejan resquicio alguno a la responsabilidad moral. En tal escenario el agente no aparece sino como una marioneta movida por los
hilos de todos esos innumerables factores ajenos a su control. ¿Cómo
convencer al _asesino del rol. que no debería haber matado a su víc-
tima, cuando él está íntimamente persuadido de haberse limitado a
seguir las reglas del juego en que se hallaba involucrado?, se pregunta
Carlos Moya en el trabajo al que acabo de aludir. ¿Se trata de un
enfermo mental o simplemente padece una -ceguera moral.? Sea cual
fuere la respuesta que demos a esta pregunta, esa ceguera ética no le
absuelve de la grave responsabilidad contraída por su acción. Junto a
todos los condicionamientos y determinaciones que podamos analizar, hay un juicio moral que permanece inalterable: alguien ha muerto a manos de una persona y no por causa de una catástrofe natural,
razón por la cual hay un responsable último del evento.
A mi modo de ver, esta ceguera moral tendría una de sus más
perniciosas manifestaciones en ese olvido al que acostumbran a verse
relegadas las víctimas. Pasado un brevísimo lapso de tiempo, la víctima suele quedar eclipsada por las atenciones derrochadas hacia su
verdugo. Me pregunto si, dentro del universo ético de la responsabilidad, puede caber semejante olvido. El protagonista de Plenilunio, la
última novela de Antonio Muñoz Malina, nos participa una reflexión
que a mí me parece muy digna de ser tenida en cuenta:
Las víctimas no le importan a nadie y merece mucha más atención su
verdugo, el cual queda rodeado enseguida de asiduos psicólogos, de
psiquiauas, de confesores, de asistentes sociales, viéndose persegui32. Cf. C. J. Moya, _Libertad, responsabilidad y razones morales_: lsqorla 17
(1998), p. 61.
33. eL l. Kant, CrlliGD de la razón pr4cliGD, Ak. V, 161.
43
"'OBERTO R. A"'AMAYO
do hasta el interior de la cárcel por emisarios de periódicos y de
cadenas de televisión que le ofrecen dinero por contar su vida y sus
crímenes. por ceder los derechos para una pelrcula o una serie. Todo
eso. cuando no se le rinden homenajes públicos, como hacen en el
norte, donde ponen su nombre a una calle, sacan su retrato de una
iglesia y lo pasean en alto como si fuera un estandarte religiosoJ.4.
Tal como nos advierte Agnes Heller, «el actor siempre es responsable. O, para usar la formulación de Goethe, el actor siempre es
culpable y solo el espectador es inocente; pues el proceso de la acción
transmuta lo reversible en irreversible_". Alguien debe responder
siempre de tamaña transmutación y asumir su responsabilidad, por
muy explicables que puedan resultar sus motivaciones desde una perspectiva distinta de la óptica moral.
Definida con toda sobriedad en términos kantianos, «una persona es aquel sujeto cuyas acciones le son imputables-". Quien abdique de semejante condición se convierte, para el Kant de la Metafísica de las costumbres, en una mera cosa y, por tanto, admite verse
tratado como un simple medio. Tal sería el precio a pagar por todo
aquel que decline ser considerado responsable de sus acciones". Por
lo que atañe a la perspectiva ética, el comprender O «hacerse cargo»
de las motivaciones y los antecedentes causales del obrar no debe ni
puede servir nunca como coartada eximente de la responsabilidad,
habida cuenta de que, desde un punto de vista moral, nada nos exo34. er. A. Muñoz Malina. Plenilunio, AIraguara. Madrid, 1997. p. 455.
35. ef. A. Heller, Ética general. trad. de Á. Rivera, Cenero de Esrudios Constitu·
cianales, Madrid. 1995, p. 89.
36. Cf. 1. Kant. Metafísica de las costumbres. Ak. VI. 223.
37. Javier Muguerza explicita del siguiente modo esta c~lebre distinción kantia·
na entre personas y cosas, invocando asimismo el criterio de la responsabilidad como
){nea fronteriza enrre ambos estatutos érico--morales: .cuando nosotros describimos
las acciones de nuestros semejantes no es del todo ilegítimo que lo hagamos en térmi·
nos causales, explicándonos su conducta en virtud de los condicionamientos naturales
o sociales que les llevan a comportarse de tal o cual manera. y asf es como decimos,
por ejemplo, que "dadas las circunstancias Fulano no pocUa actuar de otra manera".
Así es como hablamos de Fulano en tt!TUTa persona. Pero <podríamos hacer orro tanto
cuando cada uno de nOSOtros habla en nombre propio y se refiere a sí mismo en
primera persona? Bien miradas las cosas, hablar asf sería sólo una excusa para eludir
nueslra responsabilidad mOTal, la responsabilidad que a todos nos alcanza por nuestros
propios :letas. Cuando diga "no pude actuar de otra manera· o "las circunstancias me
obligaron a actuar como lo hice", estaría sencillamente dimitiendo de mi condición de
persona. para pasar a concebirme como una cosa más. O. con otra palabras, estaría
renunciando a la humana carga de ser dueño de mis actos_ (d.• Kant Yel sueño de la
razón_, en C. Thiebaut, La hennda ¡tial de la I1ustrac.ión, Crítica, &reelona, 1991,
pp. 19-20).
44
LOS CONFINES ETlCaS DE LA RESPONSABILlOAD
nera del otro hacerse cargo, esto es, del asumir las consecuencias de
nuestros actos u omisiones. Ese sujeto ético al que sus acciones le son
imputables en última instancia no puede llegar a verse abolido por
explicación causal alguna y sigue siendo responsable de sus actos al
margen del contexto que los haya propiciado. A fin de cuenras, con
la responsabilidad moral viene a ocurrir exactamenre lo mismo que
con el cielo estrellado. Este siempre sigue ahí, aunque a veces no lo
veamos y prefiramos dejarnos deslumbrar por las luces artificiales o
los fuegos fatuos.
45
RAZONES y PROPÓSITOS:
EL EFEcrO BOOMERANG DE LAS ACCIONES
INDIVIDUALES
Concha Roldón
Aunque una parte de este trabajo ba de hacer referencia obligada a
-los límites éticos de la responsabilidad., aspecto en el que he trabajado con Roberto R. Aramayo en los proyectos de investigación de
los últimos años, mi propósito es dejar que su contribución en torno
al tema «Hacerse cargolt se ocupe de situar más pormenorizadamen·
te la responsabilidad ética en su espacio propio, mientras que yo me
encargaré de poner el acento en otra cara de las acciones individua·
les, a saber, la -al menos aparente- vida propia que toma una acción una vez que ha sido ejecutada por el agente y la relevancia que
esto tiene tanto para la responsabilidad del mismo como para la libertad de los demás individuos. De ahí la metáfora del boomerang,
que una vez lanzado describe su propia trayectoria y no siempre vuel·
ve a la mano de quien lo lanzó, o al menos no tal y como este lo
previó. En este sentido, también habría podido titular mi contribución como _los límites de las acciones individuales•. Este enfoque
plantea, en primer lugar, el ya antiguo dilema entre la libertad-res'
ponsabilidad y el azar-detetminismo, esto es, la cuestión de qué es lo
que realmente pueden hacer los seres humanos respecto de aquello
que quieren o pretenden. Y, en segundo lugar -quizá el más relevante, teniendo en cuenta que la comunidad filosófica no se ha conseguj·
do poner de acuerdo durante siglos en la polémica mencionadaapunta a la búsqueda de un campo ético que se ocupe de invesrigar
qué hacer con los .efectos perversos» O las consecuencias no desea-
das de aquellas -cadenas causales por libertad. (por emplear la temunología kantiana), esto es, de aquellas acciones que generan los seres
humanos para ver cómo se les escapan de las mano y se convierten
en irreversibles a su pesar en un mundo en el que la contingencia se
47
CONCHA 1Il0LOAN
empeña en comerle el terreno a la racionalidad. Por eso, como magistralmente enunciaba Manha Nussbaum hace unos años, la tarea
ética no puede olvidarse de la relevancia de la fortuna y los acontecimientos contingentes, es decir, hacer de la percepción de la fragilidad humana pane prioritaria de la empresa moral'.
Creo que todos coincidiremos en que, en la discusión del tema
de las responsabilidad, se ha operado un desplazamiento del ámbito
de la intención al de las consecuencias de las acciones. Con otras
palabras, nos fijamo más en los aspectos externos que en los internos de la acción, abandonando tanto la herencia kantiana defensora
de la .buena voluntad. como las más próximas discusiones en ámbitos de la filosofía analítica de la mente y de la elección racional', que
centran las explicaciones de la acción voluntaria en las intenciones y
creencias del agente, constituidas en causas y razones de su acción.
La cuestión que esto nos plantea es si no estaremos asistiendo a
un primado de la responsabilidad jurídica y política en detrimento de
la responsabilidad ética.
La tan traída y llevada .búsqueda de responsabilidades. toma
dimensiones gigantescas en un mundo que a duras penas discurre
entre el determinismo metafísico y la más absoluta contingencia his·
tórica. Parece imposible, desde un punto de vista jurídico que existan cierras consecuencias de las que nadie se haga responsable, pues
.Ia ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento». y lo mismo
sucede en el ámbito de la política, en el que se busca paliar hasta las
fatales consecuencias procedentes de catástrofes naturales.
No quisiera cuestionar si estas apreciaciones son o no correctas,
sino ver si es posible deslindar un ámbito genuinamente ético (aunque esté en conexión estrecha con la petspectiva jurídico-política) en
la responsabilidad de las consecuencias de las acciones.
1. .EL INFIERNO ESTÁ EMPEDRADO DE BUENAS INTENCIONES.,
NECESIDAD PERO INSUFICIENCIA DE LA INTENCiÓN
El análisis aristotélico llevado a cabo, por ejemplo, en la Ética a Nic6maco acerca de la acción humana, sentó las bases de lo que todavía
hoy se entiende por acción de un agente humano, a saber: algo dis1. cr. Lol.It!'s Knowlt:gtk. Essays on Pbi/osophie and Literature, OUP, ew York·
Oxford, 1990.
2. cr. E. Ascombe, intención (l9Sn. A. Danto, Filosofía atw/{'iu tk la acción
(1973) o D. Davidson, EnsDyos sobre ,,"ion.. y • .,."tos (1980).
48
RAZONES Y PROPÓSITOS: El EFECTO
500MfRANG DE LAS ACCIONES ..
tinto de lo que le pasa O acaece, realizado voluntariamente por iniciativa propia y dirigido a un fin elegido por el agente de acuerdo con
sus deseos y creencias. Pero como pone de manifiesto Elisabeth Ascombe en su libro Intención -algo que también ha subrayado Martha Nussbaum J - , lo que Aristóteles pretende es dar una explicación
adecuada de la acción, sin entrar en un razonamiento práctico moral,
esto es, describe cómo funcionan los mecanismos de la acción y no
cómo deberían funcionar; con palabras de Ascombe:
El problema es muy obvio, pero se ha visto oscurecido por la concepción del silogismo práctico como si poseyera una naturaleza ética
y, por lo tanto, como una prueba de lo que se debería hacer, lo cual
culmina naturalmente y de algún modo en una acci6n 4 •
La explicación de la acción que se fija en la intención, así como
en los motivos o propósitos, carga, pues, el acento en la flecha que
está en el arco -por emplear la conocida metáfora-o Ahora bien,
¿qué sentido tiene una intención que no se procura llevar a la práctica? Como recuerda Jesús Mosterín en la introducción al mencionado
libro de Ascombe, desde su punto de vista etimológicoS, la intención
consiste en el proponerse, en tender la voluntad como un arco en
una cierta dirección, mientras que el intento requiere, además de la
intención, el disparo del arco, el emprender la ejecución del designio, independientemente de que la flecha dé luego en el blanco o no,
o que el intenro culmine o se frustre.
Llegados a este punto, el problema sobreañadido que se le plantea a una teoría de la responsabilidad moral de la acción que va más
allá de la mera explicación racional de la misma es dónde colocar
dicha responsabilidad: en la intención previa al acto de tensar el
arco, en el momento del disparo mismo o en las consecuencias del
mismo, al margen de la eficacia O no de la acción. Parto de la base de
que solo puede imputarse responsabilidad moral a los individuos,
únicos sujetos de la acción, y lo que me estoy planteando aquí con
3. CL La fragilidad del bien, Visor, Madrid, 1995.
4. E. Ascombe, op. cit., S41, trad. de A. t. Stcllino, Paidós, Barcelona, 1991, p.
138.
5. ef. ibid., p. 14: ..También, etimológicamente, intención e intento tienen orígenes distintos. Intención viene de intcntio, del verbo intendere (tender hacia, proponerse), que a su vez deriva de tendere ([endcr ---el arco, las redcs-, es[irar, tender
hacia). Intentar viene de attemtare (intentar, emprender, atentar), que deriva de
temptare (tentar, tantear, poner a prueba) •.
49
CONCHA ROLDAN
esta metáfota espacial es -siguiendo las cuatro pteguntas que Manuel Cruz emplea para centrar la discusión- de qué y ante quién
son responsables estos individuos.
Si colocarnos la responsabilidad en la intención, solo el agente
podría juzgar de la misma y su propia conciencia sería el único tribunal ante el que tal juicio tuviera lugar. Pues, como decía Leibniz.
«ningún ser humano es cardignostés, esto es, el que puede leer en los
corazone.... y los espectadores de una acción solo ven esta cuando se
expresa, esto es, en el ejemplo en que nos movíamos, en el momento
de tensar el arco y disparar.
Ahora bien, por mucho que subrayemos la vertiente social de la
responsabilidad moral o su eticidad. lo que realmente distingue la responsabilidad moral de la social. política o jurídica, es el hecho de
que el agente mismo es también la última instancia capaz de juzgar la
acción. Con otras palabras, moralmente hablando. el individuo responde sólo ante su propia conciencia. de aquello que ha realizado
intencionalmente.
¿Pero es entonces moralmente responsable el agente de todo /0
que suceda a par/ir de su acción? La eficacia de la acción. desde el
punto de vista de la explicación racional, se fijaría en si la flecha da
en el blanco o no, la responsabilidad se fijaría además en cuestiones
como si el agente tenía la intención de dar en el blanco. si ha hecho
perder a su equipo por no hacer diana o si. por no dar en el blanco. la
flccha continuó su traycctoria y matÓ a un transeúnte ocasional que
se encontraba ya fuera del campo de tiro.
¿Sería moralmente responsable el agente de la pérdida de su equipo o de matar ocasiona/mente a alguien?
Thomas Reid (el fundador de la llamada escuela escocesa del sentido común y el más preciso y profundo crítico del escepticismo tanto teórico como moral de su contemporáneo y compatriota David
Hume) insistía a mediados del siglo XVIII en sus Ensayos sobre los
poderes actiuos de /0 mente humat/a:
En sentido estrictamente fiJosófico no podemos denominar acci6n
de un hombre sino aquella que ~I concibi6 previamenre y quiso o
detennin6 hacer. En moral empleamos habitualmente la palabra en
esre sentido y jamás imputamos a UD hombre como aao uyo aquel
en el que su voluntad no intervino. Ahora bien, cuando no hace al
caso impucación moral alguna, denominamos acciones del hombre a
muchas cosas que ~I ni previamente concibió ni quiso'.
6.
ef. Ensayo 111: De los principios de la acci6n, parte: 1, cap.
50
1.
"AZONES y HOPOSITOS
EL EFECTO aOOMERANG DE LAS ACCIONES
y Kant nos recuerda en la Fundamentación de la metafFsica de
las costumbres:
La buena voluntad no es tal por lo que consiga O realice, no es buena
por su idoneidad para lograr cualquier fin que nos hayamos propueSto, sino tan solo por el querer, o sea, es buena de suyo'.
Por otra parte, entre nuestros contemporáneos, Agnes Heller
afirma:
Donde hay acción, hay responsabilidad. La cualidad yel grado de la
responsabilidad dependen no del carácter voluntario del acto sino
de numerosos (actore .
y HansJonas alude a la responsabilidad como imputación causal
de los actos cometidos, con estas palabras:
El poder causal es condición de la responsabilidad. El agente ha de
responder de su aeta: es considerado responsable de las consecuencias del acto y, llegado el caso, hecho responsable en sentido jurídico. Esto tiene por lo pronto un sentido legal y no propiamente moral. El daño causado tiene que ser reparado, y eso aunque la causa
no fuera un deliro, aunque la consecuencia no estuviera ni prevista
ni querida intencionalmente. Basra con que yo haya sido la causa
activa. Sin embargo, eso solo ocurre cuando se da una estrecha conexión causal con el acto, de modo que la atribución sea inequívoca
y la consecuencia no se pierda en lo imprevisible~.
He escogido estas citas diversas, porque me parece que en ellas se
aprecia el desplazamiento paulatino que se va operando en nuestros
dCas, y que mencionaba al principio, del ámbito de la intención al de
las consecuencias de la acción. Acaso esto se deba a que hemos abandonado la preocupación dieciochesca por contraponer la libertad de
los individuos al determinismo natural. Sin tener que llegar a cOtas
tan radicales como las schopenhauerianas que nos recuerda Aramayo
en su trabajo titulado .Los confines éticos de la responsabilidad.,
hemos aprendido a contar en nuestras acciones libres con un elevado
componente de determinaciones que en definitiva terminan confundiéndose con factores azarosos que limitan la racionalidad y respon7. AJe. IV, 394.
8. BiGa gmnal. Centro de Esrudios Constitucionales, Madrid, 1995, p. 70.
9. EJ primipio de responsDbiüdad, trad. de j. Femández Retenaga, revisada por
A. Sincha Pascual. crrculo de lectores., Barcelona, 1994, p. 161.
51
CONCHA. ROLDÁN
sabilidad de nuestro comportamiento, tiñendo la teoría de la acción
de incertidumbre: ¿quién es responsable de su carga genética, de sus
habilidades y talentos, de su posición socia! o, incluso, de la mayoría
de sus preferencias y creencias? En este sentido, escribía no hace
mucho Fina Birulés a! hilo de la mencionada cita de Agnes Heller:
Cuando aquf se habla de agente, ya no apelamos a aquella imagen de
sujeco moderno dotado de una absoluta autonomía o de libertad de
la voluntad, sino a un sujeto encarnado, a un sujeto traspasado por lo
que excede a su control. Con lo cual, no está en absoluto claro que
podamos seguir, como a menudo se había pensado, asumiendo o
atribuyéndonos responsabilidad solo por aquellas acciones cuyas
consecuencias están bajo nuestro conuol, puesro que nos hallamos
ante un sujeto dotado de una identidad inestable. derivada de los
sucesivos intencos de hallar un hilo de sentido a las acciones realizadas en un medio donde roda acción genera una reacción en cadena,
una identidad inestable derivada de los sucesivos intentos de decirse
a r misma 10.
El individuo es, pues, responsable de lo que hace (no quiero entrar ahora en el tema de la omisión) y con ello de las consecuencias
de su acción, incluso de las no deseadas, de los llamados -efectos
perversos». Pero, ¿puede afirmarse que el individuo es mora/mente
responsable de esa dimensión contingente de su obrar que escapa a
su control?
En el último apartado voy a intentar explicar cómo podemos e
incluso debemos hacernos moralmente responsables de lo que no
hicimos intencionalmente. Por el momento, permítasernc afirmar que,
en sentido estricto, no podemos considerar a! individuo como moralmente responsable de las consecuencias no deseadas de su acción y
que en este trabajo he caracterizado como _efecto boomerang>.
En el ejemplo que manejábamos presentaba una consecuencia
extrema de la acción de disparar la flecha: que matara a un transeúnte ocasional que se encontrara fuera del campo de tiro. Esto que
puede parecer exagerado, es sin embargo moneda corriente en las
acciones individuales que, como si de una piedra lanzada en un es-
tanque se tratara, pierden inmediatamente el control de las ondas
que se expanden en el agua. Otro ejemplo. Supongamos que alguien
socorre con una limosna a un indigente que pide en el metro; en
principio, podemos pensar, una buena acción; el alma caritativa re-
10... Entre la inoceoci:a y la acción. ¿Raponsabilidad politica femenina?: Debats
57-58 (1996), p. 14.
52
RAZONES Y PROPOSITOS: EL EFECTO BOOMfltANG DE LAS ACCIONES ...
gresa a su casa con buena conciencia y el mendigo se dirige a comprar
con el dinero una bOlella de ginebra que en pocos minuros despiena
el alcoholismo que padece, ocasionando que camine haciendo eses
por la gran ciudad y que se cruce delanle de un coche en la calzada,
cuyo conductor pierde el control e invade la acera alropellando a
una señora y al niño que llevaba en brazos. El conductor se presema
como responsable inmedialo del atropello, por no haber lenido reflejos ame el imprevisto del mendigo borracho que se le cruzó (puede
que inciuso fuera demasiado deprisa o que hubiera romado una copa
de más), pero ¿qué ocurre con el alma caritativa de nuestra historia?,
¿no sería co-responsable de lo ocurrido aun sin haberlo previslo? No
parece que del hecho del dinero dado considerado como causa pueda deducirse a priori un atropello como efecto, sino que más bien
tendemos a considerar a partir de ese momento al mendigo respon-
sable de sus acros (al menos ames de emborracharse). A lo sumo,
podría acusarse a nuestra alma caritativa de ingenua. Pero --como
subraya jonas- no puede responsabilizarse a todos los ingenuos,
negligenres o torpes más que muy débilmeme de las consecuencias de
sus acciones". Además, supongamos por un momento que ante la
solicirud del mendigo, el viajero del metro se niega a darle una Ji mosna y entonces este saca una navaja agrediendo al viajero en cuestión y
a orros dos ocupames del vagón que pilló por medio. ¿Acaso es responsable el viajero de no haber previsto lo imprevisro -valga la redundancia- de la reacción del mendigo?
Es asombroso comprobar los efectos no premedirados que lo que
uno hace puede rener en la liberrad de los demás. y las consecuencias
no tienen que ser siempre negativas. A veces, citar a alguien en un
artículo puede contribuir tanto a levanrar su autoestima que se sienta
impulsado a desarrollar grandes empresas,lo mismo que una palabra
de desprecio puede desencadenar que una persona desequilibrada o
deprimida se suicide.
11. Jonas est4 intent2ndo distinguir los conceptos de responsabilidad y culpa a
rravó: de un ejemplo: .El famoso clavo que (a1taba en la herradura del caballo no hace
realmente responsable al obrero que crabajaba en la fragua de la batalla perdida ni de
la pérdida del reino. Pero el cliente directo, el jinetc que: cabalgaba el caballo, él sf
tendría seguramente derecho a exigir una indemnización al dueño de la (r2gua, el cual
es .responsable_ de la neg.ligencia de su obrero, aunque 2 él mismo no le 2lcance el
reproche. u neg.ligencia del obrero es lo único que en todo aso cabe llamar mor21mente culpable, yeso cn grado mínimo. Pero este ejemplo (como el ejemplo, que se
repite :1 diario, de que los padres sean hechos responsables legales por sus hijos) muestra que la responsabilidad obligada :1 pag:a.r los daños puede c:sur libre de toda culpa_
(op. cit., p. 161).
53
CONCHA Il.OL.OÁN
Así, pues, desde este punto de vista, parafraseando a Hannab
Arendt, podríamos completar lo dicho basta abota y afirmar que
«toda acción humana se presenta como el inicio de una cadena de
acontecimientos, caracterizada por ser impredecible en sus canse·
cuencas, ilimitada en sus resultados e irreversible. lz .
Si las acciones humanas funcionaran como ecuaciones lógicas o
matemáticas, o como experimentos de laboratorio, no tendríamos
ningún problema ni en la elaboración de una teoría de la elección
racional, ni en la imputación de la responsabilidad en ninguna de sus
acepciones.
El problema surge de la complejidad que rodea a cada acción
humana que irrumpe como algo nuevo en un mundo que (a diferencia de la asepsia de un laboratorio) cuenta ya con un entramado de
sucesos independientes del individuo que actúa y donde, además,
están interactuando otros individuos con sus propias incursiones,
cada una de ellas inicio a su vez de cadenas de acontecimientos imprevisibles en sus consecuencias, ilimitados en sus resultados e irre-
versibles.
La responsabilidad moral parece desdibujarse y retroceder ante
unas consecuencias que a menudo se independizan del agente (de sus
razones, de su intención, de su decisión) para adentrarse en el mar
ignoto de lo contingente.
En lo que sigue, procuraré trazar, en primer lugar, los Ifmites de
las acciones individuales para que puedan ser susceptibles de responsabilidad moral. Trataré allí de una responsabilidad .a la baja. o responsabilidad negativa, esto es, de aquellas condiciones mInimas que
debe reunir una acción para que su agente sea considerado responsable moral. Y, para terminar, me referiré a lo que podríamos denominar responsabilidad moral positiva, ya no entendida como condiciones mínimas de la acción, sino como tarea del agente en su decisión
de hacerse cargo de lo contingente.
2. • plo plo, QUE YO NO HE 5100., LAS CONDICIONES
SINE QUA NON DE LA RESPONSA81L1DAD MORAL
En este apartado me referiré al concepto ético de responsabilidad
entendida como individual, es decir, suponiendo que cada individuo
responde en última instancia ante su propia conciencia de sus aetas.
Ahora bien, esto no debe hacemos perder de vista que la conciencia
12. O. Lo condición humana, Paid6s, Barcelona, 1993, pp. 250-266.
54
RAZONES Y PROPÓSITOS: EL EfECTO
800MERANG DE LAS ACCIONES ..
individual es fruto de una configuración normativo-contextual, es
decir, que nuestra percepción misma de la responsabilidad depende
de un proceso de aprendizaje histórico y cultural, que se va encargando de construir nuestro mundo de creencias. De esta manera, el con-
cepto de responsabilidad que aquí discutimos dentro de nuestras coordenadas occidentales no podría entenderse, por ejemplo, en
muchas sociedades orientales.
Pues bien, salvados estos supuestos, sostendré que para que pue-
da darse imputación moral en un individuo deben cumplirse las si·
guientes condiciones fundamentales: ausencia de un determinismo
absoluto en las coordenadas de la acción, deliberación por parte del
agente, realización de la acción y estrecha conexión causal entre agen-
te yacto.
Por lo que respecta al determinismo, y a pesar de que tengamos
que contar tanto con determinaciones naturales (sería el caso de
nuestra carga genética) como socio·culturales e históricas, la liberrad
se presenta como la primera condición para que pueda existir res-
ponsabilidad ". Sin la presuposición de que podemos influir en el
curso de los acontecimientos o de que el agente tenga la capacidad
real de decidir entre un abanico de posibilidades, no podríamos ha·
blar de responsabilidad moral". En este sentido, distinguimos entre
lo que nos pasa y lo que hacemos, entre los sucesos y la acción. Bajo
esta perspectiva, somos responsables, en definitiva, de lo que está en
nuestro poder hacer a partir de lo que hay.
La deliberación por parte del agente temite la tesponsabilidad
moral a los actos voluntarios e intencionales. Es el ámbito de las acciones posibles, del cálculo de razones y motivos del agente. Lo que
se presenta prospeetivamente como un proyecto de futuro es lo que
retrospectivamente sirve de guía para la imputación de responsabili-
dad; por eso se considera necesacio subrayar la delibetación en expresiones del tipo: -se acercó y le descargó deliberadamente dos tiros
a bocajarro» o -entró deliberadamente en el salón con las botas man13. Sobre este aspectO ha insistido Carlos j. Moya en su artkulo ..Libertad, responsabilidad y razones morales»: lsegarla 17 (1997), pp. 59·71.
14. Hay sin embargo algunos autores que no consideun necesario que el agenre
hubier3 podido actuar de ami manera para considerarlo responsable de su acción. Es
el caso de la tesis sostenida por Harry Frank:furt en su polémico artículo .Alternate
Possibilities and Moral ResponS3hility»: journal of Phi/osopJry 66 (1969), pp. 828839. Acaso la crftica más reciente a Frankfurt, como señala Moya en el trabajo men·
cionado, ~a la de C. Ginet, .In DdellR of the Principie of Ahernate Possibilities:
Why I Don't Find Frankiurt's Argumcnt ConvincinglO: Philosoph;al Pusp«lilJt!S 10
(1996), pp. 403-417.
55
CONCHA kOlDÁN
chadas de barro. O.me conró deliberadamente que fulano habló mal
de mí a unos amigos el otro día., esro es, a sabiendas de que iba a
herir o matar a alguien, a manchar el suelo o a enemistarme con un
conocido.
La volunrariedad e inrencionalidad de la acción es necesaria para
la impuración de responsabilidad moral. En esro difiere de la responsabilidad jurídica, más polarizada hacia las con ecuencias de las acciones, aunque rambién en esre caso la involunrariedad pueda funcionar
como eximente. Por ejemplo, si alguien empuja sin querer una maccca
de su balcón y esta cae en la cabeza de un transeúnre ocasionándole la
muerte, jurídicarnenre se calificará de .homicidio accidenral. y el causanre de la muerte podrá sentirse culpable, pero, esrricrarnenre hablando, no es moralmenre responsable de esa muerte.
Ahora bien, la mera deliberación que se traduce en intencionalidad sería insuficienre para la impurabilidad moral, si no se cumplie e
el tercer requisito que mencionábamos, esto es, la realización material de la acción. El agenre responsable no es aquel que (para bien o
para mal) se queda en los deseos, sino quien intellla llevar a cabo la
acción.
Como mencionaba al comienzo del trabajo, «imentar- significa
etimológicamente .cemprender", .ctantear_ o «poner a prueba.». En
este sentido, no se puede juzgar la responsabilidad de una acción
posible, de un deseo o de una intención. Juan puede desear la muerte
de Pedro, y Pedro morir en un accidente de tráfico, pero -a no ser
que creamos en fenómenos paranormales- no se puede responsabilizar a Juan de la muerte de Pedro, aunque, debido a su educación
judeo-cristiana, aquél se sienta con remordimientos por sus malos
deseos. Recordemos por un momento el ejemplo que ponía el profesor Garzón-Valdés en su conrribución a este ciclo: si estoy siendo
testigo del asesinato de una persona, me convierto en corresponsable
de su muerte (por muy buenos deseos o mucha pena que me embargue), si no intento ir a llamar para pedir ayuda. Otra cosa es, como él
mismo comenraba, que el teléfono esré estropeado; si llego a inrentar
llamar y me encuentro con esta contingencia, podré sentirme impotenre, pero no se me podrá responsabilizar por no haber hecho lo
que estaba en mi mano.
y con esro llegamos a la cuarta condición que anunciaba: la estrecha conexión causal entre agente y acto. Esro es, que la atribución
del actO pueda hacerse inequívocamente al agenre.
'Las dudas en la atribución causal de la acción se dan por lo general en dos circunsrancias determinadas:
al Cuando son varios los agentes que llevan a cabo una acción. Si
56
RAZONES Y PROPÓSITOS: El EfECTO
800ME,IIANG DE LAS ACCIONES ..
suponemos que diferentes autores escriben un artículo sin especificar
cuales son las tesis de cada uno, será imposible delimitar su autoría; y
lo mismo sucederá tratándose de un asesinato colectivo o del acto
vandálico de la destrucción de una cabina de teléfonos. En estos casos, la atribución de responsabilidad (ya sea de mérito o culpabilidad) es conflictiva, y se trata además del campo que mejor se presta a
. eludir responsabilidades. Recreando el ejemplo histórico del asesinato de César, de los doce senadores que participaron en él, más de uno
podría eludir su responsabilidad aduciendo que César ya había muerto cuando él lo apuñaló o, mejor aun, amparándose en que el número de heridas que se apreciaban en el cuerpo de César era inferior a la
docena, afirmar a toro pasado que no participaron.
b) Cuando se da una distancia temporal o espacial que impida
realizar la conexión causal entre el agente y la consecuencia de la
acción. Esto es lo que ocurría en los ejemplos anteriormente mencionados de la flecha que mata a un transeúnte ocasional fuera del campo de tiro o, más claro aún, entre la limosna que alguien da a un
mendigo y la señora con su niño que resultan atropellados por irrupción en la calzada del mendigo borracho. En ambos casos parece que
tanto quien disparó la flecha como el alma caritativa que dio limosna
a un mendigo estarían exentos de responsabilidad moral.
El problema más patente que plantea la búsqueda de los límites
de la responsabilidad moral es dilucidar cuándo un agente no es en
realidad moralmente responsable o cuándo está eludiendo su responsabilidad a sabiendas o, en otro orden de cosas, que se inhiba de
actuar por temor a contraer responsabilidades. Dicho con otras palabras, este planteamiento nos enfrenta a la cuestión fundamental de si
la responsabilidad moral está situada en los límites ilustrados de la
conciencia individual O acaso pugna por sobrepasarlos tiñéndose de
lo que podríamos denominar responsabilidad social o po/{tica. Esto
es, si más allá de aquello de lo que somos responsables existe aquello
de lo que queremos hacernos responsables, una encrucijada en la que
convergen la ética, la política y la filosofía de la historia.
3 .• HAY QUE TOMAR CARTAS EN EL ASUNTO.,
HACERSE CARGO DE LO CONTINGENTE
Tanto Agnes Heller como Hans Jonas apuntaban en las citas mencionadas a este giro hacia la exterioridad de la acción, subrayando que
donde hay acción hay responsabilidad y que el agente ha de responder de su acto, aunque no haya sido realizado con carácter vol unta-
57
CONCHA ROLOAN
rio ni la consecuencia estuviese prevista ni fuera querida intencional-
mente. Lo que importa en sus planteamientos es que el daño causado
debe ser reparado.
En las antípodas de sus análisis se sitúan aquellos que eonfieren
más margen al azar que a la capacidad humana de intervención en él.
De esta tesis se muestra partidario Javier Marías en un articulo que
pareció dedicado a nuestro encuentro cuando afirma:
Se ha abolido el azar, y aun más grave: se ha abolido la involuntariedad. Si un invitado rompe un jarrón chino en una casa, esa visita se
sentirá desolada y quizá se ofrezca a pagar el daño, como si estUviera
en una tienda. Pero todavfa hoy seda inadmisible, y un atentado a la
convivencia, que el anfitrión, además de disgustarse, le exigiera de
inmediato ese pago acusándolo de descuido y de haber hecho un
movimiento que entrañaba riesgo para la pieza. Es cuestión de tiempo, hacia eso vamos; hacia el día en que todos tengamos culpa de
cuanto ocurre en el mundo, y vayamos por ti como si esruvitramos
en un museo, o aun peor, exactamente en una tienda lS •
Unas líneas antes había afirmado:
El hombre contemporáneo es tan soberbio que ha llegado a creer
que si algo va malo sale mal es siempre porque alguien, en todo el
¡nfinico proceso de encadenamientos precisos para la mera existencia de lo más trivial o menudo, no ha hecho las cosas como debfa.
Kant colocaba su argumento de una .buena voluntad. justamente para liberar la ética de la carga del azar, para marcar las distancias
entre la contingencia y la responsabilidad ética. Heller y Jonas insisten en exigir responsabilidades a pesar de la contingencia. y Fina
Birulés insistía en su interpretación que 4<no está en absoluto claro
que podamos seguir, como a menudo se había pensado, asumiendo o
atribuyéndonos responsabilidad solo pOt aquellas acciones cuyas consecuencias están bajo nuestro conrrol•. Se trataría, pues, de abando-
nar esos límites que acabamos de trazar para la responsabilidad moral en el apartado anterior, haciendo que tome a su cargo la tarea
acaso prometeica de hacerse cargo de lo contingente, lo que también
podríamos denominar, utilizando el conocido título de Elster como
.domar la suerte-o
Ahora bien, justamente en la introducción al libro mencionado
de Elster" escribía Toni Domenech:
15. Cf. -soberbia y aur-, en El País, 4 de octUbre de 1997, p. 13.
16. Cf. J. Elster, Domar la s"m~, Paidós, Barcelona, 1991.
58
RAZONES Y PROPÓSITOS: El EFECTO IlOOMEltANG OE LAS ACCIONES ..
El agence decisor no está enfrentado a parámetros naruraJes inertes
fácilmente controlables [...}sino a otrosagrntes raáonales. A mi juicio, este es el pumo fundamental que sitúa el problema en las coordenadas adecuadas, más allá del reduao moral de la conciencia individual aJ que llegábamos por caminos analCticos, y más allá del azar y
determinismo narurales. Lo que interesa poner de relieve es que la
práctica de las acciones humanas se perfila de manera relacional con
las acciones de los demás.
En este sentido, pOt una parte, mi re ponsabilidad acaba justamente donde empieza la libertad de los demás, de manera que por
mucho que una acción mía haya podido influir en la decisión de otro,
ese otro es el responsable genuino de las acciones que inicie tomando
mi aportación como .10 dado- de que partir. Y, por otra parte, acaso
la más importante, asistimos a una proyección de la responsabilidad
moral a la responsabilidad política, entendida en sentido amplio, esto
es, como relación entre individuos.
En este punto nos encontramos ante una meta-acción, ante la
decisión de hacernos cargo de las cosas -como diría el Max Weber
de La política como profesi6n"-, muchas veces también de aquellas
que no reconocemos como propias, de las que no nos sentimos responsables. reo que esto era lo que quería subrayar Manuel Cruz
cuando afirmaba: _sin hombres dispuestos a hacerse cargo de lo que
sucede, no hay modo de acceder al sentido.".
Así es como nos convertimos en responsables de lo que está en
nuestra capacidad de hacer, asumiendo la contingencia más como un
aspecto positivo que como una deficiencia, y somos responsables
-como dice Manuel Cruz trayendo a colación a Jonas- de todo
aquello que nosotros podríamos haber hecho diferente.
Nos convertimos, pues, en responsables prospectivos de aquello
que está en nuestro poder hacer (u omitir) y que tenga consecuencias
más o menos irreversibles para con nuestros semejantes. Aunque
como bien señaló el profesor Garzón Valdés, en lo tocante al porvenir valdría más no _tomar en vano el nombre de la responsabilidad y
sea más apropiado emplear las categorías de deber u obligación., No
podemos olvidar que, por utilizar una expresión leibniziana, ~todas y
cada una de nuestras acciones están preñadas de futurolt y tenemos
que responder de su puesta en marcha, aun cuando, como advertía al
principio, nuestras acciones terminen tomando vida propia y escape
17. Existc una vcrsión castcllana dc J. Abelloin, Espas.a-Calpc, Madrid, 1992.
18. Cf.• Loa historia intcrminablc y la acción posible_, cn M. Cruz (coord.), Ac·
ción humana, Aric:J, Barcelona, 1997, p. 3-44.
59
CONCHA ROLDÁN
a nuestro control la trayectoria de sus infinitas consecuencias engar-
zadas por el azar.
Llegue a donde llegue guiado por la diosa fortuna, el dato incuestionable es que nosotros somos responsables de haber lanzado
el boomerang, iniciando así una nueva constelación de inter-acciones posibles.
60
TEODICEA, NICOTINA Y VIRTUD
Antonio Va/decantos
1
A cualquier observador atento que mire las acciones humanas sin
exceso de prejuicios, la noción de responsabilidad ha de darle un buen
puñado de motivos para dudar de que lo más familiar sea siempre lo
más frecuente. La responsabilidad es escurridiza, rebelde y engañosa;
casi todo el mundo cree saber cuándo y por qué uno es responsable de
lo que hace, pero sería temerario presumir mucho de saber por qué se
sabe. En cuanto el manejo rácito de la noción de agenre responsable
trata de explicitarse un poco, el resultado suele ser una serie de criterios y reglas que, pese a su robusta apariencia, no cabe, en puridad,
aprovechar casi nunca. Es fácil aducir buenas razones para responsabilizar a un agente humano individual por acciones u omisiones -o por
conjuntos articulados, más grandes o más pequeños, de acciones y
omisiones- cuando coinciden ciertas circunstancias típicas: que el
individuo al que se declara responsable sea el mismo que obró o dejó
de obrar, que la acción u omisión aconteciera antes de la atribución de
la responsabilidad, que esa acción u omisión no pueda describirse
inteligentemente sin atribuir eficacia causal a aquel a quien se le impu-
ta, que la acción u omisión fuese dañosa para otros o pudiera haberlo
sido de manera verosímil, que el individuo a quien se atribuye responsabilidad obrara intencionalmente al hacer o dejar de hacer lo que es
materia de atribución, que dicho individuo mOstrara en su acción
coherencia con lo que se sabe que son por regla general sus creencias,
deseos y emociones, y que pueda sostenerse, en fin, que ese individuo
ha de dar resarcimiento por la acción u omisión que llevó a cabo.
Según las maneras acostumbradas de juzgar, a nadie se le atribui-
61
ANTONIO VALOECANTOS
da la suma de todas las circunstancias anteriores sin atribuirle al mis-
mo tiempo «responsabilidad. o algo muy semejante. Pero esros siete
rasgos (identidad de responsable y agente, anterioridad, causalidad,
daño, intencionalidad, coherencia y resarcibilidad; ocho si se cuenta
la condición de que el agente responsable sea individual) proporcionan, si acaso, la mitad de las intuiciones corrientes sobre el concepto
que nos ocupa. La otra mirad se expresa más bien por medio de dudas y vacilaciones, a menudo rortuosas. ¿Solo los individuos -y no
las comunidades, grupos o sociedades- son responsables de sus acciones y omisiones? ¿No puede alguien ser responsable de acciones u
omisiones de otros? ¿Es preciso que una acción u omisión sea dañosa
o reprobable para que haya lugar a hablar de responsabilidad? ¿No
cabe responsabilidad por cosas que todavía no han sucedido? ¿Tiene que poderse determinar una causalidad inequívoca de la acción
-arrostrando las dificultades, entre otras, filosóficas, que esro conlleva- cada vez que uno atribuya responsabilidad a alguien? ¿Está uno
libre de responsabilidad por todo lo que hizo o dejó de hacer sin ser
su intención hacerlo o dejar de hacerlo? /Exime de responsabilidad,
o la aligera, el haber obrado en relación con estados mentales inusitados en la hisroria mental del agente o incoherentes con la mayor
parte de ella? ¿Conduce inevitablemente la atribución de responsabilidad a la exigencia de resarcimiento y a la inversa? Esto, si uno quie-
re ceñirse a la responsabilidad por acciones y omisiones y pasa por
alto el becho tan narural de que se puede ser responsable -{) quizá
no serlo- de creencias, de i.ntenciones y aun de emociones l •
Solo los optimistas muy recalcitrantes conservarán la esperanza
1. Se enCOnrr3r3n ideas útiles acerca de la responsabilidad _recursiva» por las
condiciones epistfmicas de las acciones responsables en un texto infdito de Carlos
Thieoout: -¿Es el concepto de tesponsabilidad un punto ciego de las teorías éticas
contemporáneas?_ (ponencia presentada al I Congreso Iberoamericano de Filosofía,
aceres/Madrid, septiembre de 1998). Sobre la responsabilidad como virtud epistémica puede verse el rrabajo de J. A. Mononarquer, Epistemic Virtue and Doxaslic
Responsibility. Rowman &. Linlefield, Lanham, Maryland, 1993. la concepción -responsabilista. de las virtudes epistémiC2S se opone a la cconfiabilisra. defendida principalmente por Ernest Sosa (vid. de este último Knowledge in Perspective: Colluted
Essays in EpislemolofY, CUP, Cambridge, 1991; YConocimiento y virtud inteledual,
ed. de C. Pereda, M. Vald~ FCE-UNAM, México, 1992). Un buen panorama de la
discusión se encontrar:5. en dos artículos de Cuy Axtell: _Receor Work on Virtue
Epistemology»: American Philosophical Quartnly 34/1 (1997), pp. 1·26, Y.The Role
of the Intellecrual Virrues in me Reunification of Epistemology-: Tbe Monist 8113
(1998), pp. 488·508. Carlos Pereda es amor de un ankulo inédito, .Epistemología
naruralizada y virtudes epistf!micas-, donde se propone una fecunda visión de la distinción entre virtudes epistf!miC2S .procedimentales- y .personales-. En otro campo
62
TEODICE ....
NICOTlN ...
y
VIR TUD
después de resultados así. Quizá podría decirse que hay inequívocamente responsabilidad cuando se cumplen las ocho circunstancias
mencionadas y que carece de todo sentido atribuirla cuando no se da
ninguna de ellas. Pero esto es muy poco decir, y además pone en un
limbo de lo más penumbroso e incierto a muchos casos en que se
suscitan cuestiones de responsabilidad (seguramente a la mayoría de
ellos, que aun cumpliendo con algunas de las condiciones exigidas,
rehúyen satisfacerlas todas). Por pretender una robusrez nlímpica, el
concepto criterial de responsabilidad lleva a la mayor de las flaquezas; al aceptarlo como el único modelo satisfactorio, nos condenamos a no tener ninguno cuando más falta nos haría. La intuición
común sobre esta noción es tan pretenciosa como inconsistente. Proclama solemnemente ciertas cosas y confiesa entre quejidos que casi
nunca pueden afirmarse todas ellas. Algo puede, sin embargo, a1egarse en favor suyo: humildemente reconoce que ignora la manera de
encontrar cosa mejor. Los criterios de responsabilidad que he enumerado no bastan a componer una teoría coherente; son, más bien,
el resulrado de juntar retales deshilvanados de varias teorías con
muletillas del sentido común de muy diverso linaje'.
Con las intuiciones morales ordinarias ---entre las que casi siempre hay que contar, claro está, fragmentos de teorías- el teórico
normativo puede hacer dos cosas: o tomar nota de ellas dándolas por
buenas o proponer su reforma con la esperanza de mejorarlas. Pero
en términos rigurosos lo primero es imposible, porque no hay manera de captar una intuición moral tal como efectivamente es y expode problemas, cierta noción epistémica de responsabilidad viene siendo muy útil a
John McDowell. Véase sobre todo su libro Mind and Wor/d, Harvard University Press,
Cambridge, Mass., 1994, y últimamente sus conferencias Woodbridge publicadas con
el tftulo ..Having the World in View: Sellars, Kam, and Imentionality-: The }ournaJ 01
Philosopby XCV (1998), pp. 431-491. TIene interés el comentario de Rony, .The
Very Idea of Human Answerability tO the World: John McDoweU's Version of Empiricism_, en Trulh and Progress. PhiJosophicaJ Papers, vol. 3, CUP, Cambridge, 1998,
pp. 138-152.
2. No siempre es Heil, desde luego, detenninar con claridad lo que dehemos a
doctrinas filosóficas elaboradas y lo que se remonta a visiones espontáneas. Bernard
Williams ha sostenido, a mi juicio con razón, que muchas de nuestras intuiciones
sobre la responsabilidad -unas cuantas, por lo pronto, de entre las que he enumera·
do-se encuentran ya en los cantos homéricos (vid. 8. Williams, Shame and Neussit"y,
Universiry of California Press, 8erlc.eJey·Los Ángeles, 1993, p. 55), contra la vieja
opinión de Bruno Snell (Die Entdedlung des Geistt!5, Classen & Goverts, Hamburg,
1948) según la cual Homero vendría 3 carecer de toda noción consistente de autoría
humana y de responsabilidad. Se enconreani una presentación muy ponderada de este
problema en el libro de Christopher GiII, PtrronaJity in Crea Epi', Tragedy, and
Philosopby, Clarendon Press, Oxford, 1996.
63
ANTONIO VAlDECANTOS
nerla en su inmaculada pureza (esto ni con la responsabilidad ni tampoco con ninguna otra cosa). Lo más que puede lograrse es describir
las intuiciones que el teórico cree son habituales -y esa creencia
altera ya no poco lo que fueran las inruiciones antes de descritascon el propósito de que la descripción propuesta sea aceptada por la
mayoría de quienes poseen las intuiciones de que se trate. Eso no es,
sin embargo, una descripción fiel; solo es una reconstrucción más o
menos aforrunada'. Acaso la segunda opción parezca más franca y
disponible; uno puede fomentar la mudanza conceprual cada vez que
quiera, y las intuiciones antiguas no gozan de ningún privilegio, al
menos i se las (Dma de una en una, respecto de las nuevas. Pero el
teórico revisionista (si llamamos así a quien se entrega a estos quehaceres) sabe que no puede extralimitarse mucho en su afán reformador. Solo le cabe propiciar camhios que resulten compatibles con la
pervivencia de muchas cosas que no van a cambiar. La distinción
entre el modo «reconstructivo. y el «revisionista. de tratar a las intuiciones morales puede, sin duda, borrarse; a veces los teóricos logran
revisiones cuando lo que quieren es reconstruir y a la inversa, y otras
veces no está claro el umbraJ a partir del cual una reconstrucción
pasa a ser revisión·.
Lo peor de la responsabilidad es que las intuiciones ordinarias en
torno a ella son inconsistentes -o 10 son si llevo razón en lo que
considero intuiciones ordinarias- y que no se conocen ejemplos sol-
3. Sobre la disrinción enrre lo descriptivo (que prefiero llamar reconstructivo) y
lo revisionista, el lcx;us c1~sico es, naturalmenre, la obra de Peter K. Srrawson. V~ase,
por ejemplo, ..Análisis y metaffsica descriptiva., trad. de 1- L. Zaffo, en 1- Muguen.a
(c:d.), La cO'IGepGi6n analftica de la filosof(a, Alianza, Madrid, 1981, pp. 597-644.
4. En varios lugares he expuesto con mis detalle lo que aquf sugiero. El lector
interesado puede ver mis artículos .¿Es posible lograr un equilibrio reflexivo en torno
a la noción de autonomfa?, en R. R. Aramayo, J. Muguena. A. Valdecanros (eds.), El
individuo y la historia. Antinomias de la herencia moderna, Paidós, Barcelona, 1995,
pp. 99-131 i .Enrre leviatán y Cosmópolis. Kant, Hobbcs, la djcotom{a hecho/valor y
los efectos no inrencionados de las teorías políticas., en R. R. Aramayo, J. Muguerza,
C. Roldán (c:ds.), La paz y el ideal cosmopolita de la Ilustraci6n, Tecnos, Madrid,
1996, pp. 275-324; .Virtudes y golondrinas. (¿Están en buena compañfa los universalistaS ~ricos cu.a.ndo se dejan tentar por el holismo?)•• papeles de la X Semana de Ética
y FilosoHa Polrttea (Santa Cruz. de Tenerife, 1998), la laguna, en prensa. Este mismo
lector sacará el mayor provecho de la lectura de un par de textos de Anroni Dom~
nc:ch: _Racionalidad económica, racionalidad biológica y racionalidad epistémica: la
filosoffa del conocimiento como filosofía normativa., en M. Cruz (ed.), Acci6n humana, Ariel, Barcelona. 1997, pp. 235-263; .Ocho desiderata metodológicos de las reorías sociales normativUJo, en J. F. Álvarez (ed.), ÉtiCA Y «onomfa políliCll. número
monográfico de l~oñ4 18 (1998), pp. 115-141.
64
TEODICEA.
NICOTINA
Y VIRTUD
ventes de revisión 5 . El lector no ha de esperar, desde luego, que mejoren mucho las cosas en las páginas que siguen. No se propondrá aquí
nada parecido a una teoría revisionista de la responsabilidad (que no
poseo) ni tampoco se mostrará (pues ignoro cómo hacerlo) el modo
de resolver la inconsistencia de las intuiciones ordinarias. Mi propósito es mostrar lo que creo son tres patologías o desvaríos de estas
intuiciones, tres concepciones intuitivas -aunque entreveradas de
fragmentos de teorías- que no pueden sostenerse si uno se desempeña con cierto aseo conceptual. Esto no es reconstruir ni revisar conceptos en el sentido que he dado a estas expresiones, pero puede llegar a ser una tarea provechosa cuando uno está convencido de que es
muy difícil dar una reconstrucción adecuada y no sabe qué camino
tomar en la revisión. Alguien más autocomplaciente diría que el mostrar usos patológicos de un concepto aclara ese concepto por vía negativa o de remoción, o quizá que constituye una terapia filosófica no
exenta de interés. Pero no siempre hay que pensar, hoy por hoy, que
la renexión sobre la responsabilidad pueda con justicia ser muy
autocomplaciente. Designaré a estas tres patologías con los nombres
de tela Teodicea Pervertidalt, «el Fumador Litigante» y «el Escándalo
Virtuosolt, Andan relacionadas, según se verá, con casos de declinación y transferencia de responsabilidad, de busca compulsiva de alguien a quien hacer responsable y con la desapacible aunque frecuente
idea de que la atribución de responsabilidad a otros puede ser fuente
de autoestima moral. Aunque del todo injustificables, ninguno de estos
tres desvaríos es gratuito; gran parte de su interés radica en que es bastante fácil sucumbir a ellos. Me parece que, cuando no está del todo
claro lo que podría contar como una vida sana, se puede ganar bastante -y no solo si uno se ocupa de la responsabilidad- viendo por qué
algunas enfermedades son contagiosas.
2
El uso enfermizo que quiero exponer aquí puede quedar ilustrado por
la práctica, creo que cada vez más frecuente, de pedir responsabilidad
por hechos que en manera alguna son acciones humanas; por ejem5. Quiú la teoría de la responsabilidad de Hans JORas -una conStrucción ime·
lectual muy conocida y apreciada- debería catalogarse como revisionista. Pero falra
por ver las mudanzas que su aceptación exigiría en otros conceptos normativos (por
ejemplo, en el de autonomía individual, o en el de justificación episrémica). La concepción de JORas de la responsabilidad obliga a revisar muchos más conceptos que el
de responsabilidad y a hacerlo de un modo que no siempre me parece deseable.
65
ANTONIO VAlOECANTOS
plo, algunas catástrofes naturales. Cuando en 1710 se publicaron en
Am terdam unos anónimosEssais de Théodicée sur la bonté de Dieu,
la liberté de I'homme et I'origin du mal, hubo, desde luego, quien
sospechó que su autor era Godofredo Guillermo Leibniz, consejero
áulico, genealogista y bibliotecario del elector de BraunschweigLuneburgo; no faltaron, sin embargo, los que estaban persuadidos de
que la palabra Théodicée, desconocida del todo hasta entonces, tenía
que ser --<:n caso de ser algo- el nombre del autor de los ensayos, o
quizá un pseudónimo suyo'. Hay muchos nombres comunes que
merecerían inventarse y todavía no han gozado de ese honor, pero
son más las personas que uno no conoce aunque disfruten hace mucho del discreto honor de existir. Por eso, si alguien encuentra una
palabra nunca vista que empieza por mayúscula y cuyo régimen sintáctico permite leerla potestativarnente como neologismo y como
nombre propio de persona, lo esperable es que opte por entender esto
último. La confusión de algunos lectores de Leibniz poseía, me parece, raíces más hondas. Poder determinar sin sombra de duda bajo qué
materia debe catalogarse un libro importa sobre todo a bibliotecarios
cuidadosos como Leibniz y a ciertos lectores aquejados de compulsión taxonómica; sin embargo, saber algo sobre el autor de los libros
que lee pertenece a las expectativas de todos los lectores, y aun de los
menos compulsivos. No nos pasa nada por leer de vez en cuando literatura anónima, pero, si lo ignorásemos todo sobre la inmensa mayo-
rfa de los autores que hemos leído, nuestras prácticas lectoras serfan
distintas de lo que son o creemos que son. El caso de quienes se
despistaron con el título de la Teodicea es un caso de avidez atributiva
IllUY
(<<ninguna obra sin mención de autor_ podría ser su máxima), aunque
tal avidez es un vicio muy frecuente, del que pronto volyeré a tener
que ocuparme.
Antes conviene recordar cosas muy sabidas sobre los usos posteriores de la teodicea. A pocos lectores cultos, desde luego, les podra
caber alguna duda sobre el significado de esta palabra cuarenta y cinco años después de su primer uso, cuando se tuvo noticia del terremoto de Lisboa de 1755. En buena paere, la historia mental del siglo
XVIII puede conrarse como un formidable proceso en el que a un Dios
omnipotente y absolutamente bueno, inmune hasta entonces a toda
acusación, se le pide cuentas por aaos, permisiones u omisiones que
ponen en tela de juicio la posesión conjunta de la omnipotencia y la
6. El nombre de Leibniz apareció en la segunda edición. publicada dos años m:1s
tarde. Vid. sobre aros detalles E. J. Airon, Uilmiz. A Biograplty, Adam Hilger. Bristol,
1985, p. 298 Itrad. ""p., Uilm"', Una biografía, Alianu, Madrid, 19921.
66
TEODICE ....
NICOTINA
Y VIRTUD
suma bondad: el XVII' es el siglo de las Luces, pero también fue el de
la teodicea. O el Dios es todopoderoso, aunque sólo bueno en pane,
y por eso es capaz de consentir males como el terremoto de Lisboa, o
es infinitamente bueno, y adverso por tanto a todo mal, pero limitado en su poder. Los cultivadores de la teodicea o justificación de
Dios proporcionaron gran número de argumentos para sostener que,
contra toda sospecha, pueden mantenerse juntos los dos atributos
principales del autor del mundo. El esquema de toda teodicea se funda en que al Dios omnipotente y del todo bondadoso ha de ponérsele
en el brete de pedirle responsabilidades por la ejecución de ciertos
actos malos (o malos en apariencia) y que puede, in embargo, salir
airoso de dicha petición de responsabilidad porque cabe mostrar que
su bondad no se resiente (no se anula y ni siquiera disminuye) por
haber consentido episodios como el de Lisboa. Mas quizá no importan tanto los argumentos de la teodicea como lo que puede llamarse
su pragmática (no lo que uno afirma al sostener una teodicea, sino lo
que hace al afirmar aquello que afirma). y lo que uno hace es, seguramente, restablecerse en una fe que había sido desafiada; obtener un
buen argumento de teodicea sirve, antes que nada, para reparar el
daño moral causado por el mal. El daño infiigido a la conciencia del
teísta por un mal de la naturaleza queda en cierro modo reparado
mediante el hallazgo de una forma de comprensión más perfecta de
lo acontecido.
Pero el siglo de la teodicea pudo muy bien haber acudido a otro
esquema de solución. No sé si al europeo dieciochesco medio le hubiera parecido demasiado extravagante, pero a sus descendientes de
hoy tiene que resultarnos de lo más familiar. La argucia consiste en
separar con cuidado los fenómenos destructivos (divinos o naturales)
de la destrucción derivada de esos fenómenos. Es cierto que el terremoto de Lisboa fue humanamente inevitable, pero esto deja sin contestar la pregunta de si fue evitable aquello por lo que el terremoto de
Lisboa se juzga un episodio doloroso. Si la cimentación de los edificios
hubiese sido de otro modo, si a las víctimas se las hubiera preparado
para estos trances, si la disposición urbana hubiese sido distinta o si los
gobernantes hubieran previsto el modo de evacuar Lisboa a tiempo,
entonces, el terremoto se habría dado igual, pero quizá no el mal que
le iguió. Los reístas tienen más fácil encontrar Alguien al que pedir
cuentas que los cultivadores de este extraño afán, pero eso no significa
que los últimos hayan de desesperar en su persecución. Todo examen
de cualquier tipo de males que deje sin respuesta la pregunta por quién
colaboró culposarnente a que se produjeran es un examen inacabado
y torpe; para que deje de serlo ha de señalar sin ambigüedad a alguien
67
ANTONIO VALOfCANTOS
tal que, si hubiese obrado de otro modo, entonces los daños no se
habrían dado o habrían sido menos severos o podrían haberlo sido. El
tránsito de la teodicea a la busca compulsiva de responsables humanos
debe mucho, es cierto, a! progreso de la idea de que la intervención de
nuestra especie en la naturaleza no conoce limites. Sin embargo) no
todo se reduce a esto. Lo característico del esquema que nos interesa
-al que podría bautizársele como la Compulsión Atributiva-es que
se funda sobre una exigencia de resarcimiento o reparación. Lo que
más importa a quien va buscando a toda costa al responsable humano
de los dañosde una catástrofe narura! (o de cualquier otro infortunio)
es que tiene que poderse encontrar a alguien en condiciones de dar
reparación por el daño o, al menos, de sufrir algún perjuicio que pueda contar como reparación. El silogismo no es -quien pudo evitar un
mal ha de resarcir por él y alguien pudo evitar este mal; por tanto,
alguien ha de resarcir.) sino «aquel que proporciona resarcimiento lo
hace en virtud de su responsabilidad; ahora bien, ha de encontrarse a
alguien que procure resarcimiento; luego hay un responsable, se lo
encuenue o no. 7 •
Si la busca de retribución hubiera gozado de más predicamento en
el siglo del terremoto de Lisboa, no habría habido problema de la
teodicea: el esquema retributivo la habrfa sustituido del todo, y con
éxito. El principium grallde de Leibniz proclamaba que nada hay sin
causa y nada sin razón8 ; con menos ambición ontológica, pero quizá
7. Habrfa sido quizá muy dificil que a 13 clases culras del siglo XVIII se les ocu·
rrien este raciocinio. Sin emb:argo, a la cultur:a popular de la ~poca (y de otras anu:riores y posteriores en los lugares m~ variados) el procedimiento le em. muy familiar.
Vid. el estudio de R. Girard. El chillO expiatorio, trad. de J. Jordá, Anagrama, 8arcelo·
na, 1986.
8. En las exposiciones maduras del principium grande o principium rat;onis su·
r(.ámlis falta roda referencia a lo que me parece que es una idea esencial de su (ormación. La disertación De casibus perpluis in iure que Leibniz presentó para obtener el
grado de doctor en Derecho en la Universidad de A1tdorf contiene una prolija y fecun·
da discusión de si a todo caso jurídico ha de corresponderle una solución racional.
Leibniz va desgranando las dificultades del problema. que puede enunciarse bajo la
(orma de si hayo no un principio de razÓn jurídica su(u;;ente. Se tendrfa entonces un
principio de ruón teológico -el conocido y tantlS veces estudiado- y otro i"rldico.
Si ellc:cror de Leibniz quisiera adoptar como modelo la organización de las (acultades
universitarias mayores, a la manera de Kant en el Conflicto de las Facultades, podría
acaso proponerse encontrar un principio de razón mldic.a suftciente. Pero ese principio existe. y Leibniz lo menciona de pasada en el De c.asibus. Al igual que no hay ente
sin razón ni C2SOS juríclicos indccidibles. tampoco hay enfermedad sin remedio. al
menos si uno ha de dar cr6:liro al derecho común alemán: wenn a isl u;n SaCM, do
th" das Ra:ht %11, als die Ertvren :tU ckr &uche. id al n"l14m esu GallSam, cui iure
OGCum non possit, uti nullus sil morous qui omnmr pronus medicintJm respuat (G. W.
68
TEODICEA.
NICOTINA
Y VIRTUD
con mayor eficacia suasoria, el lema de la Compulsión Atributiva
declara que ninguna catástrofe (y, en general, nada que se considere
malo) puede quedar sin alguien a quien imputarlo. Conviene ahora
prestar atención a lo que quizá constituye el rasgo más destacado del
esquema de toda teodicea. Ella parte del supuesto de que hay dos tipos de explicaciones del mal, uno al que podría llamarse intuitivo o
espontáneo, según el cual el Dios ha de ser tenido por responsable,
dados sus arributos de omnipotencia e infinita bondad, y otro más
elaborado y perfeao en el que ya no tiene sentido imputarle al Dios
esa autorfa. El segundo esquema proporciona una visión máscompleja y abarcadora de lo que ha de explicarse, y convierte al primero en
una explicación insuficiente y parcial. La Compulsión Atributiva se
funda también en la idea de dos explicaciones, una mala y otra buena,
yen el paso obligatorio de la primera a la segunda. Según este esquema, el modo más intuitivo y espontáneo de explicar las catástrofes
emplea como explanans fenómenos naturales y desecha con ello toda
posibilidad de resarcimiento (puesto que la naturaleza no es retribuidora de nada). Pero el atribuidor compulsivo está convencido de
que los modelos de imputación que excluyen la reparación del mal
son por entero inútiles. Ha de buscarse corno sea una descripción de
los hechos que los conviena en parte de una acción responsable y
culposa o en consecuencia suya. Si en mitad de un monte muy frondoso cae un rayo que me arraviesa y me mata, mis deudos no pedirán
responsabilidades a Zeus o al Dios cristiano (tan solo les serfa dado
abjurar de su fe en caso de que la poseyeran); creerán que si hubiera
habido en el bosque letreros con la inscripción .no conviene pasar muy
adentro cuando hay riesgo de tormenta", o si la sección meteoroló-
gica de los periódicos fuera más completa, o si estuviera prohibida la
difusión de ciertas obras de Heidegger y de Jünger que fomentan un
aprecio poco razonable por el monte, o si en la escuela se me hubiera
instruido para desempeñarme bien en tormentas con aparato eléctri-
co (o acaso si Juan Benet hubiera contado con más lujo de detalles las
crueldades del guardabosques Numa), entonces es cierto que el rayo
habría caldo, pero no me habría atravesado porque yo no habría estado allf. Búsquese, pues, al responsable de esto último y no al del rayo.
Basta con que se dé la posibilidad de formar uno solo de estos enunciados condicionales contrafácticos para que pueda suscitarse la arri-
bución de responsabilidad retributiva vicaria -como cabe lIarnarla-,
y en verdad es muy difícil encontrar fenómenos de la naturaleza (y
lcibnil, Stimtliche &hn{ten und Briefe, Deutsehen Akademic der Wi.s.sensch:anen, 6.a
serie, vol. 1, p. 239).
69
ANTONIO VALOECANTOS
episodios en general, narurales o no) que excluyan del roda la posibiIjdad de formar oraciooes cootrafáeticas como las anteriores.
La Compulsión Atributiva se manifiesta en la busca desaforada
de algún agente humano -individuo o institución- que pudiera
haber emprendido una acción, producida la cual, no se habría dado
el mal que se dio. Se funda eo algo concebible, pero eo extremo
disparatado para cualquiera que no esté poseído por este furor retribuidor. Lo malo es que si a alguien se le acostumbra al esquema de la
Compulsión Atributiva, son costosísimos los esfuerzo para que lo
abandone. Los posesos de Compulsión Atributiva no se preguntan
sobre si es pertinente describir cualquier tipo de hechos como acciones responsables (o, al menos, como esencialmente ligados a una acción re ponsable). Dicha pregunta está contestada de antemano. Sj
un hecho se juzga perjudicial o si contraviene alguna expectativa favorable poseída, la mejor descripción de ese hecho scrá alguna que
muestre a un agente o conjunto de agentes como responsables de él y
resarcidores obligados de sus efeaos. La única pregunta pertinente
es quién debe resarcir y a qujéo le tOca la responsabilidad, no la de si
la responsabilidad puede tOcarle a a1gujeo O a nadie. El esquema de la
Teodicca Pervertida está acendcadísimo en los supucstos normativos
de muchos ciudadanos de los estados liberales democráticos y, lo que
sin duda es peor, resulta de lo más incómodo argumentar en su contra. Sin embargo, merece la pena intentarlo, aunque solo sea porque
el esquema quebranta una muy sana condición de uso de la palabra
-responsable. y sus derivadas: la de que entre dos descripciones de
un hecho, no siempre es la mejor aquella que lo convierte en acción
humana (o en derivado esencial suyo) e identifica a su autor responsable. Para poder atribuir respoosabilidad, es preciso suponer que no
siempre puede uno triunfar en sus propósitos atribuidores. Algunos
hechos pueden describirse como acciones responsables, pero pueden
serlo solo porque con otros la tarea está condenada al fracaso'.
3
El segundo esquema de que voy a ocuparme es también muy frecuente. Lo emplea quien cree que, si una acción perjudica al que la lleva a
9. Una buena discusión del tormentoso vinculo mue c:I concepto de responsa·
bilidad y los fenómenos tl2rumes se mcomnri en el cap(NJo 7.3 (.Responsabilicbd o
cuI""bilidod.) de M. Cruz, M q.;m pclcncu lo oc.mdol JIun:4 del sentido d. la
auión humana, Taurus, Madrid, 1995, pp. 227·241.
70
TEODICEA.
NICOTINA
Y VIRTUD
cabo y beneficia a otros, entonces son estos los genuinos responsables
de los daños y, en cierto modo, los aulOres profundos O últimos de la
acción. El de la teodicea no es el único problema filosófico que podría
haberse disuelto con una buena dosis de compulsión retributiva. Parecido destino le habría podido tocar, según se verá a continuación, a
la noción de akrasía, incontinencia o debilidad de la voluntad. A
menudo se propone como ejemplo inequívoco de acrasía 10 el caso de
quienes fuman con conocimiento cierto de que el consumo de tabaco
puede echar a perder la salud (y aun la vida) y deseando dejar de fumar. La debil idad de voluntad del fumador recalcitrante puede exponcrse como el conflicto entre un deseo o preferencia de primer orden
(<<de eo fumar.) y otro de segundo orden (<<deseo no fumar. o «deseo
no desear fumar.), el segundo de los cuales está motivado por una
creencia justificada y verdadera (<<fumar es destructivo.). El acrático
tiene eso dos deseos y esa creencia y fuma (de modo que su deseo de
segundo orden no logra imponerse sobre su deseo primario), mientras que el cncrático, aun poseyendo también los dos deseos contra-
puestos, se abstiene de fumar, de suerte que su deseo de segundo orden, coherente con la creencia verdadera y justificada que aquí es
pertinente, triunfa sobre su preferencia primaria ll .
Si Balbino es un fumador acrático, sus cuitas se acabarían en un
mundo del que el tabaco hubiera desaparecido del todo o casi del
todo (terminarían sus cuitas acráticas, aunque no -al menos durante
cierto tiempo- sus ganas de fumar). Balbino sufriría un connicro
entre el deseo de fumar y el de no desear hacerlo, pero el primer
deseo sería del lOdo imposible de satisfacer y terminaría por debilitarse muchfsimo. Acaso Gabino, que vive de su trabajo, desea ser
muy rico y no tener que acudir todas las mañanas muy temprano a
trabajar, aunque también desea levantarse y evitar así que lo acaben
despidiendo. Sabe de sobra cuán poco probable es que le toque la
la. Creo que podría curellaniz:use, sin más, la palabra. Asf lo haré, aunque tamo
bién usaré .incontinencia-. Diré ambién <neraria- para referirme a la enkr4tei4 o
.. fortaleza de voluntad_.
11. Vid. el 3nrculo, merecidamente clásico, de H. Frankfurt, .Freedom of {he
Will and {he Coneepr of a Persan., en G. Watson (ed.), Free Will. aup, Oxford, 1982,
pp. 81-95. Para que haya acrasía y también para que se dé su contrario -la encracia o
fortaleza de la voJunr-ad- es preciso que se den los dos deseos contrapuestos. Si nunca
he tenido el deseo de fumar, entonces no soy encrático o fuene de voluntad, sino
simplemente virtuoso (al menos en esto). Orra cosa es que la encr.ac.ia sea un camino
hacia la virtud. Una magnífica defensa de la encracia y la virrud como categorías esenciales de la filosoffa poJrtica es el libro de A. Dom~nech, De la ¿rica a la po/{tiCiJ (IR la
rat6n oótica a la razón mme), Critica. Barcelona, 1989.
71
ANTONIO VAlDECANTOS
lotería o que alguien le deje una berencia cuantiosa, pero algunos de
sus deseos -<:omo el de querer levantarse siempre después de las
once- casarían mejor con un mundo en el que Gabino fuera rico
que con el mundo ral como es. Muchas veces llega tarde a casa de su
empleadora -una teórica literaria desconstruetiva muy dada a madrugar, para la que trabaja de secretario- y gasta bastante en loterías
y Otras apuestas. Pero Gabino lo tiene bastante más fácil para levantarse temprano de lo que lo tenía Balbino para dejar de fumar antes
de que los cigarrillos desapareciesen de su alcance. Balbino sabe, no
obstante, que el tabaco no ha desaparecido del todo. Hay un Smoke
Memorial Museum con sedes en varias capitales europeas que custodia gran cantidad de cajetillas de tabaco y se dice que a veces sus
vigilantes aceptan sobornos. Además, el tráfico de tabaco sigue existiendo -aunque de manera dandestina- en Formosa, en Ceilán y
en ciertas partes de Insulindia, y quizá en Otros sitios. Si Balbino se
empeñase, podría hacer tratOS con el hampa y obtener algún cigarrillo, aunque esto podría llevarlo a la cárcel. Con esta salvedad, Balbino y Gabino lo tienen parecidarnente fácil... o difícil. La probabilidad
de que uno llegue a obtener tabaco es semejante a la que el Otro
posee de que le toque la lotería.
Balbino quiere mantener con el tabaco una relación lo más parecida posible a la que tiene Gabino con la pereza. Quiere desde luego
que el dejar de fumar sea un logro suyo -<:omo lo es para Gabino
llegar con puntualidad a casa de la doctora De Woman-, pero quiere también que el mundo ponga algo de su parte para hacerle fáciles
sus empeños (y donde dice fáciles quiere, sin duda, decir inevitables).
Balbino vería muy bien, por ejemplo, que uno pudiese apuntarse irreversiblemente en una lista de ciudadanos a los que en ningún caso se
pudiera vender tabaco (los estanqueros y demás comerciantes podrían tener quizá una copia electrónica de esa lista y perder el negocio en caso de vender tabaco a uno de los inscritos en ella). Sin llegar
a tanto, Balbino puede hacer otras cosas. Le cabe quizá suspender el
consumo de tabaco y anunciar a sus allegados y conocidos que ya no
va a fumar más (puede hacerlo con solemnidad, dando, por ejemplo,
una fiesta muy multitudinaria y suntuosa). Se trata de dos casos de lo
que suele llamarse «compromiso previo», el primero de ellos por restricción del conjunto de acciones físicamente posibles -algo tan antiguo y familiar como la astucia de Vlises en la Odisea, XII, 166200- Yel segundo por cambio de la estructura de recompensas".
12. Vid. J. Elster, Ulises 'Y las sirenas. Estudios sobre racionalidad e irracionalidad, trad. d. J. J. Utrilla, FCE, M6<ico, 1989, cap. 11.
72
TEODICEA.
NICOTINA
Y
VIRTUD
Pero el Fumador Litigante no quiere ser tan astuto como Odisea ni
tan dadivoso como Balbino. Él ctee -y lo cree con verdad y buenas
razones- que, desde el día en que probó el tabaco, la compañía tabaquera que elabora y vende los cigarrillos que fuma lleva obtenida
una pingüe cantidad de dinero a sus expensas. Si algún día muriese a
causa de este hábito o enfermase de gravedad por él, la compañía
tabaquera debería indemnizar a sus familiares o a él mismo con cierta
cantidad de dinero. El Fumador Litigante cree que los tribunales le
darían la razón, y mucbos jueces y jurados creen que deberían
pronunciarse en favor del Fumador Litigante O de sus herederos lJ .
Ahora uno puede desentenderse de todo lo que tenga que ver con el
dejar de fumar, porque ningún fumador es responsable de su vicio.
Se trata de terminar con la insatisfacción que produce la acrasía sin
acabar con la acrasía misma. Quizá no sea sensato enfurecerse mucho
contra esto; dac dolores de cabeza de vez en cuando a los accionistas
de las compañías de tabacos es un vicio que puede muy bien disculparse.
Lo más seguro, sin embargo, es que el Fumador Litigante o sus
deudos quieran algo más que el loable fin de sacar unos millones a
costa de prósperas empresas multinacionales. Porque quizá, y esto es
lo peor de todo, el móvil del litigio es desinteresado, o al menos
puede serlo. Lo que quiete el Fumador Litigante es mostrar que el
verdadero responsable de su enfermedad o de su adicción es la
compañía tabaquera y que, por ello, dicha compañía está obligada a
dar resarcimiento. Los mayores afanes de nuestro personaje son lograr que esta verdad sea reconocida como merece y sacar de los tér-
minos del litigio una explicación de lo que hacía cuando fumaba.
Puede ser instructivo compararlo con Balbino y con Cabino. El primero de estos tiene grabada en su mente la idea de que, si no hubiera
cigarrillos a su alcance, entonces sus mejores deseos se impondrían a
los peores. Su tarea, como ya se vio, consiste en averiguar la manera
en que el imperfecto de subjuntivo del antecedente puede convertirse en presente de indicativo (como le ha ocurrido a Cabino con la
pereza). Pero el Fumador Litigante, amigo también del modo subjuntivo, es más dado a usar el pluscuamperfecto: «Si nunca hubiese habi·
do cigarrillos a mi alcance, entonces mis mejores deseos se habrían
13.
o parece que sea necesario que uno muera para que sus allegados pidan
dinero a las compañías de tabacos, y ni siquiera que uno enferme de gravedad. Bastaría
con querer dejar de fumar y enfrentarse a las dificultades que esto acarrea para poder
pedir con bilo cierra cantidad de pesetas: ¿por qu~ los chicles de niCOlina tengo que
sufragármelos yo y no las compañías que se lucraron con mi adicción pasada?
73
ANTONIO VAlOECANTOS
cumplido siempre.... Lo anterior es una forma de abogar por un
estado de cosas en el que sus mejores deseos lo habrían tenido muy
fácil para imponerse, porque habría estado libre de deseos en conflicto, al menos en lo tocante al tabaco.
El esquema es claro: no soy yo el responsable de los deseos que
no quiero tener; lo son los ouos, que están obligados a indemnizarme por tener deseos de los que abjuro. El problema de la acrasía
puede disolverse de un modo bien expeditivo: los deseos de menor
nivel no son propiamente de uno; son como una lesión que a uno le
han infligido, una especie de herida en el aparato desiderativo por la
que nos tiene que resarcir quien la causó. Es como si uno se quedara
ciego o mutilado, algo que se funda en el raro supuesto de que el
estado normal y saludable es no tener conflietos de deseos. Pero la
analogía es espuria a más no poder, porque los conflictos de acrasía
no son heridas que provengan de accidentes o de agresiones, sino un
rasgo de la condición humana misma IS. Muchas veces me vendría
muy bien tener tres o más brazos, pero de ordinario no atribuyo
responsabilidad a terceros por la adversa circunstancia de que yo no
tenga cinco brazos y dos cerebros. Tan solo me la atribuyo a mí mismo cuando, por exceso de autoconfianza, me embarco en tareas que
exigen capacidades de las que carezco. El Fumador Litigante desea
que el mundo hubiera sido de otro modo, pero cree que hay un causante claro de que sea como es y sabe además que ese causante ha
extraído cierto beneficio económico por ello; todo parece conspirar
en pro de un resarcimiento justo. No me interesa examinar si las
compañías tabaqueras deben pagar una cantidad a los antiguos fuma-
14. Un caso a primera visu contrario al del Fumador Litigante es la tendencia,
hasta ahora solo anecdótica, a sostener que los servicios públicos de salud no han de
correr con los gastos de enfermedades producidas por el tab.aco. Esta tenebrosa doctrina se funda en que la responsabilidad del fumador por su adicción exime al Estado de
[Oda obligación sanitaria, pero puede hacerse compatible con las pretensiones del Fu·
mador ütigante sólo con que sean las compañtas de: tabacos quienes hayan de pagar las
factUras hospitalarias y farmacéuticas de los fumadores y antiguos fumadores. Aunque
menos repugnante, em última opción es tan poco aceptable como la primern. Los
sistemas públicos de salud se fundan en que no puede consentirse que los ciudadanos
sean abandonados a su fortUna -ni dejados al albur de lo que se le ocurra a algún
argumentador sofistico- en lo roca a su salud o enfermedad, cualquiera que haya sido
el camino ausal (casi nuna libre. probablemente, de alguna culpa remora) que haya
conducido a la circunstancia m~dica de que se trate. Me parece que la vigencia de este
principio es, con toda certeza, moralmente m.u vinculante que cualquier argumento
elaborado con el escurridizo vocabuJario de la responsabilidad.
15. Vid. D. Davidson, cPandoxes of Irrationaliry_, en P. K. Mosc:r (ceJ.), Ra/icr
naJity in Ar./ion. Contemporary ApproaCMs, CUP, Cambridge, 1990, pp. 449-464.
74
TEODICEA. NICOTINA
Y VIRTUD
dores que se consideren lesionados por ellas ni, desde luego, tengo
nada que oponer a que lo hagan. La cuestión que merece discutirse se
refiere más bien al modo como el Fumador Litigante justifica su pretensión. Me parece que el esquema de justificación del que se echa
mano exige un modelo de explicación y de evaluación de los conflictos de deseos inaceptable del todo.
Reconocer que uno tiene deseos que no es capaz de gobernar
suele ser incómodo, porque los conflictos irresueltos de deseos, y
también los resueltos en favor de deseos de rango inferior son una
mancha en el orgullo racional de los animales humanos. Muchas veces, el fumador que imenta dejar de fumar sin éxito dirá que en rea-
lidad no quiere abandonar el tabaco y que, si se lo propusiera en
serio, rerminaría por abandonarlo. Esta forma de autoengaño puede
llegar a ser muy exitosa: quizá el fumador acrático terminará creyen-
do honradamente que, a fin de cuentas, fumar no debe de ser ran
malo. Mi orgullo me permite aceptar que no he sido capaz de resolver un conflicto acrático particular en la medida en que pueda alegar
en mi descargo otros conflictos acráticos que sí he resuelto (quizá
BaJbino no puede dejar de fumar, pero sí que ha logrado vencer la
pereza para contestar canas, la propensión a alzar la voz en las discu-
siones y acaso las ganas de cometer adulterio con Margarita). Aunque el acrático generalizado sería un animal humano muy poco viable -acaso no sobreviviría muchos lustros- y un inepto social, todos
somos acráticos parciales en diverso grado y tendemos a ocultar cuanto sea posible nuestra incontinencia a los otros y, muchas veces, a
nosotros mismos. Ser consciente de que uno es acrático anda relacionado con la emoción de la vergüenza; es cierto que un individuo que
se azorase cada vez que se descubre incontinente tendría unas emociones un tanto desordenadas (enrojecería, por lo pronto, muchas veces
al día), pero todo animal humano normal recordará ocasiones en que
se avergonzó de doblegarse a sus deseos más primarios. La emoción
de la vergüenza posee una relación muy estrecha con la responsabilidad; avergonzarse de que algo sea el caso implica, en disrinros
grados, admitir que uno es responsable de que eso sea el caso. Sin
embargo, es frecuente arreglárselas para no tener que pasar vergüen-
za por las propias acciones y para que la responsabilidad termine por
anularse o se reduzca a proporciones nimias. Uno lleva siempre consigo al abogado de su auroindulgencia, que casi nunca está ocioso. La
responsabilidad por la mala resolución de los conflictos acráticos
puede también declinarse y esto no siempre es un indicio de bellaquería. Pero cuando la autoindulgencia dice fundarse en razones,
haríamos mal en no examinar estas.
75
ANTONIO VALOECANTOS
El Fumador Litigante es de lo más ambicioso cuando expone las
razones por las que declina su responsabilidad. Su pregunta -pensada para obtener una respuesta rápida y terminante- interroga por la
causa de que a veces seamos acráticos más bien que encráticos o vir-
tuosos. Pero la mejor respuesta a esta pregunta es la más modesta de
todas: porque estamos hechos así. De la condición de persona forma
parte el poseer deseos de órdenes distintos, si bien el poseer deseos
de órdenes distintos implica el tener que padecer casos más o menos
frecuentes de acrasía. Podemos preguntarnos por quién nos puso en
disposición de tener que sufrir tal o cual caso particular de incontinencia y también a quién aprovecha nuestra dificultad para resolver
conflictos acráticos. AJgunas veces estas preguntas tienen respuesta,
pero no solo no las tienen siempre, sino que es excepcional que la
tengan. El Fumador Litigante que no sea un mero cazador de
indemnizaciones y que trate de justificar sus demandas incurrirá con
facilidad en la torpe afirmación de que, siempre que hay un caso de
debilidad de la voluntad, tiene que poder hallarse alguien, distinto
del paciente del conílicto, que causó la posesión de deseos indeseables y que además extrae beneficio de ellos. El Fumador Litigante
posee una compulsión atributiva exacerbada que lo lleva a buscar a
toda costa a alguien responsable de la acrasía; es como un adepto de
la Teodicea Pervertida que uniera a su fervor atribuidor una inmoderada autoindulgencia. Pero el Fumador Litigante está equivocado en
sus pretensiones, porque, por muchos éxitos ocasionales que logre,
siempre encontrará casos tenaces de acrasía sin responsable distinto
del que la sufte y sin beneficiario conocido. Está equivocado al creer
que la acrasía es un mal que podría habetse evitado en un mundo sin
gentes que cumplieran el papel de las compañías de tabacos. El mundo contrafáctico que anhela es un mundo que no puede existir con
animales humanos dentro. La creencia -propia de lectores de Calderón un poco venales- de que se puede reclamar indemnización
por pertenecer a la condición humana, convierte al Fumador Litigante en un argumentador hano pintoresco. Buscar un responsable
de que haya acrasía es como buscar un responsable de que pueda
haber responsabilidad.
4
A veces, el interés de los alÚmales humanos en prodigar atribuciones
de responsabilidad no se funda en la renuncia a la responsabilidad
propia, sino que es una técnica más bien enrevesada para lograr auto-
76
TEODICE ....
NICOTlN ...
y
VI" fUD
estima moral. Es conocida la tesis de Aristóteles según la cual al virtuoso no le basta con obrar de manera virtuosa, sino que necesita, en
cierto modo, ser sabedor de su propia virrud". El virtuoso aristotélico -y quizá cualquier clase de virtuoso- posee enrre sus hábitos el
de saber reconocer la virtud allí donde esta aparece, distinguiéndola
netamente del vicio y pudiendo razonar su reconocimiento. Del
valiente que no supiera hallar valentía donde la hay no podría decirse
que es valiente, aunque solo sea porque la habituación virtuosa exige
imitar acciones de individuos que uno admite como virtuosos, y eso
implica haberlos reconocido como tales. Tener una virtud implica
como requisito previo (aunque a la inversa no ocurra) haberse habituado a elogiar con fundamento acciones virtuosas de otrosl 7 • Parece
natural pensar que, si alguien es capaz de descubrir la virtud en otros
(digamos que en tercera o quizá en segunda persona) será también
apto para reconocer la virtud propia. Quien es valiente sabe que lo es
y, como la virtud exige el reconocimiento social y la práctica del
elogio, pronto encontrará a quien lo saque del desconocimiento en
caso de que ignore su valentía. Pero al valiente, como al virtuoso en
general, la virtud lo pone en un serio apuro. Porque, si el valiente ha
de poseer consciencia de su valentía para ser tal, quizá tenga que
obrar como si no fuera consciente de ella en un aspecto: tiene, al
menos, que callar con modestia acerca de su virtud!'. La virtud, pues,
ha de mostrarse, más bien que autoattibuirse. Es cierto que el cobarde que dice de sí mismo que es valiente incurre en una gruesa
fanfarronería, pero incluso quien en verdad es valiente resultaría
fanfarrón si blasonase de valentía.
El sino del virtuoso es esperar a ser reconocido por otros, so
pena de que su virtud haya de ponerse en enrredicho como en el
Quijote el arte del pintor que, adelantándose a Magritte, escribió
_este es gallo> debajo de la figura de un gallo. Proclamar la propia
16. Étiu Nicom4qutJZ (en adelante, EN), 1105 a 25 - 1105 b. lkmard Williams
y Jobn McDowt:ll son autores de sendos estudios muy notables sobre este asunto:
B. WilJiams, .Acring as the Vinuous Person Aets-, en R. Heinaman (ed.), Aristotle iJnd
MoriJ/ Ru/ism, Universiry College London Press, London, 1995, pp. 13-23;J. McDowelJ, .Virtue and Rc:ason-, en Mind, Va/ue, iJnd Rea/ity. H:arvard University Press,
Cambridge, Moss., 1998, pp. 50-73.
17. El vinuoso es un retórico epidíctico implfcito. Vid. Aristótdes., Ret6rit:a (en
:addanre, Rhet.). 1366:a 23·34 sobre c:J gfncroc:pidícric:o y 1354 a 1-8 sobre el caricter
.común_ de una retóric:a implícita y no profesionalizada.
18. •En cuanto a la pretensión de verdad (prospofisis), llamemos fanfarronería
(a/az,onda) a la excesiv:a, y fanfarrón al que la tiene; a la defectuosa, ironfa (nrándal,
e ironista (drón l :a) que la tiene- (EN, 1108 a 21·23). Vid. r:ambifn Rhet., 1419 b 8·10.
77
ANTONIO VAlDECANTOS
virtud es indicio de deficiencia en ella, o al menos lo es de que no ha
sido reconocida como debiera (y esto no le ocurre por mucho tiempo
a la virtud si en verdad lo es). La virtud aristorélica estaba concebida
en términos de reconocimiento social. Pero, habituados al modo cartesiano de pensar, creemos a veces que el mejor conocedor de la
virtud propia es uno mismo. Muy bien puede ocurrit que el virtuoso
pase inadvertido y hasta que sea despreciado por sus pares; esto no
son injusricias de la vida, son secuelas de Agustín y de Descartes.
Quien se sabe virtuoso y no es reconocido como rallo tiene un poco
dificil, porque en caso de que se preocupe mucho por corregir al
común parecer se expondrá a ser renido por fanfarrón. La concepción internisra de la virtud (in interiore homine habitat, según ella,
virtus) establece que uno mismo es el mejor juez de la bondad propia 1'. Después vendrá el juicio social, que puede coincidir o no con la
íntima convicción del individuo. El virtuoso posteartesiano confía
casi siempre en que el juicio interno y el externo coincidan, pero
debe estar preparado -y lo está de ordinario- para que esto no
ocurra. Una vieja opinión, que se remonta a los inicios de la filosofía
moderna, establece que el estado normal de las intenciones de los
individuos humanos es estar cifradas, veladas y ocultas. Aunque algunos moralistas de los llamados barrocos, y señaladamente Gracián,
son valedores muy caraererísticos de esta filosofía de la mente, acaso
fue Hobbes su defensor más ponderado cuando manifestaba no poder .entrar en los pensamienros de otros hombres más allá de donde
me lleva la consideración de la naturaleza humana en general»lo o
que .[eJs dificil, o más bien imposible, saber qué quieren decir otras
personas, especialmente si son astutas»21. Cabe sospechar que esta
concepción de la mente hu.mana vino facilitada en forma poderosí-
sima por la creencia calvinista en la impenetrabilidad de los designios
divinos: el Dios inescrutable para las criaturas es un buen modelo del
animal humano inescrutable desde fuera.
Como sabe que la eficacia retórica de la autoatribución de virtud
es nula (de hecho, estas atribuciones suelen ser contraproducentes),
el virtuoso putativo procurará echar mano de procedimientos indireeros. Uno muy natural es frecuentar la práctica del elogio. Aunque
no todos los que saben reconocer la valentía son valientes, la inversa
19. Creo preferible el rtrmino .intcrnismo_ (o «exrcrnismo_) a los habiruales
«intemalismo- y -exremaJismo_, anglicismos nada fáciles de jusrifacar. Vid. M. Carda-Carpintero, lAs palabras, las idus y las cosas, Ariel. Barcelona, 1996, p. 53.
20. Th. Hobbcs, &h<m0lh. <d. de M. Á. Rodilla, Tccnos. Madrid. 1992. p. 41.
21. ¡bid.• p. 51.
78
TEODICE ....
NICOTIN ...
y
VIRTUD
sí es cierta, yel elogiar disposiciones virtuosas de otros puede valer
abductivamente como indicio de virtud. Sin embargo, esta estrategia
no es demasiado eficaz como instrumento de persuasión. Si elogio
con ahínco a un valiente, muy bien puede ocurrir que lo haga porque
admiro algo que está fuera de mi alcance, y lo mismo con cualquier
otra virrud. En una mentalidad social donde la posesión de virtud es
excepcional (recuérdese a Spinoza: -todo lo excelso es tan difícil
como raro-), las posibilidades de que la aptitud para el elogio no
basten a favorecer la atribución de virrud sobrcpujan con mucho a las
de la opción rival. A esta estrategia la vence sin esfuerzo su conttaria:
tratar de prodigar tanto como sea posible la censura. Quien es diestro en el arte de vituperar no demuestra con ello la posesión de virtud -.,1 mecanismo peca de abduetivo tantO como el anterior caso-pero se sirve de un arma mucho más poderosa. Cuando vitupero a
alguien por su cobardía, muestro desde luego que soy capaz de distinguir al cobarde del valiente (y esto me convierte en un candidato a
valiente, si bien en un mero candidato), pero puedo expresar el vitu-
perio de tal modo que la conducta censurada se presente como algo
que repugna muy vivamente a mi sensibilidad y que, por haber excitado mi capacidad de indignación, revela que esa conducta pertenece
al tipo de cosas que yo nunca estaría dispuesto a hacer. La censura
moral fidedigna se funda en cierta autoridad para ejerceria; quien
vitupera a otro está respaldado --Q en ese supuesto descansa la eficacia persuasiva de esta cstrategia- por la capacidad, sin duda virtuo-
sa, de sentitse herido por la falta de virtud de los otros.
Uno de los argumentos tradicionales de la teodicea es el de que el
ser supremo tiene que consentir el mal para que el bien pueda manifestarse y conocerse por contraste con él 22 • Un esquema de argumen-
tación parecido puede aplicarse también y se aplica muy a menudo a
cuestiones morales. Cabría compendiar estos usos en una parodia del
aforismo de Mandeville: -A las virtudes propias las hacen los vicios
ajenos». Desde muy antiguo, uno de los modos más asequibles de
cobtar certeza sobre la excelencia de uno mismo y de sus allegados es
cerciorarse de la depravación y maldad que le rodea, y denunciarlas
con el mayor escándalo posible. Esta ptáctica se funda, por cierto, en
una falacia: la de que se necesita virtud para poder descubrir el vicio.
De ese modo, la atribución de vicio a otros es, como mínimo, indicio
22. Vid. el magnifico libro d~ J. L Mackie, El milagro del ulsmo, m,d. L Garda
Ur-riu, Tccnos. Madrid, 1994, pp. 180 ss. Una muy buena discusión de este género de
temas se hOlllOlcl en E. Romerales, El problema del mal, Universidad Autónoma, MOldrod, 1995.
79
ANTONIO VALDECANTOS
plausible de virrud. Esto vale para las virtudes éticas y también para las
epistémicas: si denuncio la incompetencia, la ignorancia O la mediocridad, se sigue que yo no soy incompetente, ni ignorante ni mediocre.
Rafael Sánchez Ferlosio lo ha expuesto de manera muy precisa:
La propensión a escandalizarse es justamente la roña y miseria característica del virtuoso, la enfermedad específica y endlmica a que se
halla siempre expuesto el virtuoso, o más precisamente quien tiene
el sentimiento desu propia virtud. [...] El furiseí moconsiste en constituir a la conciencia virtuosa en legítima acreedora de la deuda que
el pecador contrae por su pecado: el fariseo concibe, pues, su virtud
como un capical cuya renta sería el pecado ajeno. El momento psicológico del escándalo, en que el fariseo se rasga las vestiduras, es el
momento de la reclamación y el cobro de la renta que la culpa acredita a la virtud. El esclndalo es el medio específico de la autoafinnación moral; ralautocomplacencia explica la avidez de drogadicto con
que el virtuoso corre constantemente en busca de motivos para
escandalizar
Lo que sin duda tiene que lograr el experto en el arte del escándalo es templar con buen tino su propensi6n a indignarse. Ha de
hacerse respetar y temer, pero tiene que medir con cuidado su severidad si no quiere convertirse en un petulante moral-un personaje
semejante al fanfarr6n de Arist6teles- cuyo veredicto inculpatorio
puede saberse de antemano. El gran justiciero y el gran perdonavidas
son gente temible, pero con escaso crédito ético.
¿Tiene esto mucho que aportar para esclarecer en algo la noci6n
de responsabilidad? Si es cierto que el Escándalo del Virtuoso constituye un formidable mecanismo de fabricaci6n de virtud, no será muy
costoso sacar consecuencias análogas para la industria de la responsabilidad. El maximizador de la culpa ajena será de ordinario un buen
minimizador de la propia y un expertísimo autoindulgente. Los virtuosos escandalizados propenden a examinar los casos de responsabilidad de manera parecida a la siguiente. Dada una acci6n u omisi6n
determinada, o dado un hecho que puede describirse como la consecuencia de una acción u ami ión, ha de poder encontrarse una interpretaci6n que atribuya a alguien responsabilidad bastante en ese episodio (los mecanismos de la Teodicea Pervertida y del Fumador
Litigante pueden hacer aquí un inestimable servicio). Una vez determinada la responsabilidad ajena -y establecida la consiguiente demanda de resarcimiento-, quien atribuye responsabilidad está en
23. R. S1ncha Ferlosio, .R2y:ado como un:a cebra._ (1990J. Ensayos y artÍGulos 1,
Dc:stino, &rcclona, 1992, pp. 749-750.
80
TEODICEA.
NICOTINA
Y VIR.TUD
condiciones de presentarse, además de como víctima, como alguien
de cuyas acciones pertinentes ha de responsabilizarse a aquel a quien
se pide cuentas por el daño. La eficacia de la empresa depende de que
funcionen bien varios mecanismos al mismo tiempo.
En primer término, el responsabilizador ha logrado que no quedara impune una acción que de otro modo habría pasado inadvertida. Todo amante de la justicia deberá estarle, así pues, reconocido
por ello (saber que alguien es responsable de ciertas cosas es un conocimiento muy útil, gracias al cual uno sabrá andarse con el debido
cuidado). Además, el responsabilizador ha logrado presentarse a sí
mismo corno una víctima --cosa que no era, desde luego, antes de
que los hechos relevantes se hubieran descrito como una acción responsable- y es acreedor por ello a sentimientos de compasión y,
con estos, al prestigio ético inherente a su condición de víctima. Gracias a lo anterior, el responsabilizador se ha ganado con plena justicia
una reparación o resarcimiento. Esto es del todo acorde con las intui-
ciones habituales sobre la responsabilidad. Pero el responsabilizador
pide algo más. Pide -y muchas veces obtiene- que en el resarcimiento esté incluida una buena dosis de autoindulgencia. El responsabilizador tiende a ver en sí mismo a alguien que actúa como si estu-
viera movido por los hilos de alguien a quien aprovechan sus males.
Depone, así pues, su autoría en todo lo que esté afectado por las
secuelas de la acción o acciones culposas de que es víctima (y todo
puede estarlo, en mayor o menor medida). Cualquier cosa que haga
-por brutal que parezca al desconocedor de su virtud- puede añadirse al monto de resarcimiento para el que ha acreditado derecho
bastante. ¿Acaso alguien puede censurarle acci ones a las que ha sido
llevado por agentes conocidamente bellacos que le han puesto en la
tesitura de tener que obrar como obra? Su autoestima moral vive del
contraste entre su virtud y el vicio de quienes le han infligido daño
(aunque ya sabemos que esa virrud es espuria), y la estima que los
otros le profesan viene de su condición de víctima. Pero el respon-
sabilizador necesita más; necesita no haber cobrado aún la totalidad
del resarcimiento a que es acreedor, de modo que sea la existencia de
una justicia pendiente lo que funde su potestad de sustituirla por
acciones fururas que han de perdonársele. Las acciones del Virtuoso
Escandalizado se dividen en dos clases: las que manifiestamente muestran virtud -y estas vienen a corroborar, por si todavía hiciese falta,
que el Virtuoso es merecedor del epíteto que se le tributa- y las que,
si fueran llevadas a cabo por individuos ajenos a la condición virtuosa, serían objeto de condena. Pero estas últimas _responda el cielo
y no yo»- no han de imputársele al Virtuoso, sino a quienes, por
81
ANTONIO VALDECANTOS
haberle infligido daños sin cuento, lo han convertido en un forzado a
la maldad. Forzado, sin duda, a una maldad solo aparente, pues nada
hay, según él, de malo en que el acreedor de culpas ajenas vaya cobrando en plazos de autoindulgencia lo mucho que se le debe.
5
Acaso sea provechoso imaginar lo que habría de ocurrir para que los
tres esquemas de responsabilidad vistos fueran aceptables. El de la
Teodicea Pervertida lo sería si se diera algo que nadie razonable cree
que se da: que cualquier hecbo de no importa qué clase se pudiese
describir como unido de manera esencial a acciones humanas, esto
es, que no pudiera aceptarse la descripción de ningún hecho que no
hiciera mención de al menos una acción u omisión humana sin la cual
el hecho mismo o sus consecuencias serían significativamente distin-
tos de lo que son. Para que fuese razonable el esquema del Fumador
Litigante, siempre tendría que poder hallarse un responsable último
de todos los estados de cosas (o sistemas de estados de cosas) que se
juzgan contrarios a nuestros mejores deseos. Para que el Escándalo
Virtuoso, en fin, pudiera encontrar alguna justificación, la responsa-
bilidad habría de ser como un mercado perfecto en el que la responsabilidad de unos valiera por indulgencia para Otros. Si fueran
verdad estas tres cosas, lo que convend.ría es procurar ensartarlas con
otras intuiciones y ver si de ello resulta una teoría coherente de la
responsabilidad (o, al menos, una explicaci6n coherente de dicha
noci6n). Pero ninguna de las tres es una intuici6n razonable. Lo que
quiere decirse cuando se dice que no lo son es quizá que, en caso de
que lo fueran, uno estaría obligado a llevar a cabo tantas mudanzas
en otros de sus usos del concepto de responsabilidad, que el resultado sería un nuevo concepto, muy distinto ya del familiar. Esto último, sin embargo, no ha de temerse de por sí) pues podría dar lugar a
una teoría revisionista de la responsabilidad que mejorase las intuiciones ordinarias. Debe mostrarse, entonces) por qué la revisión resuJrante sería una revisión a peor, y esto exige identificar algunas
intuiciones sobre la responsabilidad que habrían de abandonarse sin
ser merecedoras de abandono.
Veamos qué pasa con la Teodicea Pervertida. Si uno cree que
este esquema goza de plausibilidad, creerá que siempre cabe encontrar, con más esfuerzo o con menos, a un responsable de lo que se
considera malo o perjudicial. Es cierto que, cuando alguien me deja
abandonado con engaño junto a un río que sabe va a experimentar
82
TEODICE .... NICOTlN ...
y VIRTUD
una tremenda crecida, y yo estoy a punto de perecer arrastrado por
el río, hay un responsable inequívoco de mi peligro de muerte, pero
sería un desvarío creer que todos los casos de catástrofe natural son
semejantes a este o reductibles a él. Conviene saber cuándo es pertinente buscar responsabilidades y cuándo no lo es, porque hay casos
en que no lo es en absoluto. Atribuir responsabilidad ha de ser el
resultado de la inteligencia selectiva, no de la compulsión. Uno no
sabe siempre si su búsqueda de responsabilidad va a coronarse con
un resultado razonable, aunque sí sepa que encontrará, a poco que se
esfuerce, una atribución de aspecto semejante a otras de cuya pertinencia no se duda. Por citar de nuevo a Ferlosio, tela más sospechoso
de las soluciones es que se las encuentra siempre que se quiere. H .
Aquí lo esencial radica en cómo desechar algunos resultados a los
que se puede llegar cuando e da rienda suelta a la busca de atribución. El afán atributivo tiene, entonces, que atemperarse con cuidado
para evitar que cualquier hecho sea candidato a la atribución de
responsabilidad. Esro sería sencillo si se poseyeran criterios claros
para decidir en todo momento si un hecho es atribuible o no lo es.
Como tales criterios no parecen existir, no hay más remedio que
acudir a cierta prudencia atributiva aprendida de anteriores éxitos y
fracasos. Ciertos fracasos, sin embargo, presentan un engañoso as-
pecto de éxitos y también a la inversa; por eso es recomendable tomar las atribuciones de responsabilidad como enunciados sujetos a
revisión, pendientes de un hilo que puede soltarse en cuanto se obtengan mejores razones. La prudencia y el falibilismo tienen que fundarse en un supuesto que cabe enunciar de dos maneras equivalentes; según la primera, atractiva sobre todo para gustos metafísicos,
existe cierta clase de hechos que son tenazmente inatribuibles (y, aunque puede haber desacuerdos en torno a qué hechos forman parte de
esa clase, no es sensatO dudar de que exista); para la segunda, que
agradará más a paladares pragmáticos, el creer que uno puede encontrar atribuciones coherentes de responsabilidad siempre que quiera
constituye una mala regla de acción. No voy a argumentar ahora por
qué creo que estas dos versiones son equivalentes; basta con que se
admita una cualquiera de ambas. Me parece que todo usuario de la
noción de responsabilidad que niegue este supuesto -y el de la Teodicea Pervertida lo hace- está condenado a que la responsabilidad
se le termine diluyendo entre los dedos. La responsabilidad no es
ubicua; hay agentes responsables de hechos porque hay hechos que
24. R. Sincha Ferlosio, Vendrán más años majos y nos harán más ciegos, Dan·
no, &rcdona, 1993, p. 9.
83
ANTONIO VALOECANTOS
carecen de responsable, y abandonar esta intuición sería un empeño
tan artificioso como poco duradero.
El esquema del Fumador Litigante no está en mejores condiciones. Si se cree que es lícito este mecanismo, hay que pensar también
que la responsabilidad por las acciones propias puede declinarse siempre que se quiera, con tal de que se halle alguien a quien transferirla.
Pero esto no es lo único que hace inaceptable el esquema. Su principal vicio es que, en caso de confiar en él, uno puede interpretar lodos
sus fracaso en el logro de sus propósitos racionales como el resultado de la interferencia ajena. Esto se funda en la descabellada idea de
que, en ausencia de intereses ajenos contrarios a la encracia y virtud
propias, uno se gobernaría regularmente a sí mismo conforme a sus
mejores razones sin tener que enfrentarse a conflictos intrapersonales. Y, como a veces hay alguien a quien estos aprovechan, se conclu-
ye que los beneficiarios de la debilidad de uno son, sin más, sus únicos responsables. Muchas cosas tendrían que dejar de ser lo que son
para que todo lo anterior resultase sensato; la responsabilidad mi ma
-<:n todos sus demás usos- es una de ella, y la mudanza que
experimentaría no parece deseable. Cuando se afirma que alguien es
responsable de algo, se suele establecer -faliblemente, según creocierta relación entre un agente humano, descrito de cierta manera,
y cierta descripción de una acción suya u . Mas, para que una atribución de responsabilidad tenga sentido, es preciso que el agente
candidato a responsable de talo cual acción concreta sea considerado .responsable- en otro sentido más amplio. Es el sentido que
corresponde a una doble intuición: sin atender a la identidad del
agente no puede describirse bien ninguna de sus acciones y sin cono-
cimiento de un número grande de estas no cabrea reconocer dicha
identidad. La relación circular que hay entre el agente y sus acciones
puede expresarse mediante la paradoja de que uno es hijo de sus
obras y también padre de ellas. Hay una noción holística de responsabilidad individual que corresponde a la capacidad de percibir el
vínculo entre lo que somos y lo que hacemos y de dar cuenta de él; en
25. [stO, y lo que viene a continuación, no impide atribuir responsabilidad a
grupos ni tampoco a individuos o grupos por las acciones u omisiones de orros individuos o grupos. u responsabilidad .holística. a que voy a rderinne es, eso sr, un
predicado de individuO$, pero tlI cosa no exige que la responsabilidad por xciones y
omisiones se reduzca a ellos. Que esta última forma de responsabilicb:d depend2 de la
primera solo obliga a que los grupos estén constiruidos por individuos -cosa que no
niegan, creo, ni aun los más animosos defensores de las identidades colectivas- y a
que los individuos puedan afirmar ciertas relaciones significativas, disrintaS de la de
aurorla. con acciones que no son suyas.
84
TEODICE ....
NICOTIN ...
y VIR TUD
este sentido holístico todos hemos de ser considerados agentes responsables, porque de lo contrario no podríamos entender cabalmente las acciones ajenas ni tampoco las propias!#;.
Es característico de los animales humanos tener relaciones conflictivas con los vínculos que establecen entre su ser y su obrar. A
veces creemos que algunas de nuestras acciones no son dignas de
aquel que somos (nos disgustan los bijos que hemos traído al mundo)
y otras veces lamentamos la estofa de que estamos hechos, aunque en
gran parte sea nuestra propia hechura (cteemos que habríamos merecido mejores padres). Si no experimentásemos conflictos así, no estaríamos en condiciones de adoptar distancia crítica respecto a nuestras acciones, porque todas ellas serían las mejores posibles. Pero este
último resultado sólo puede resultar halagüeño a gentes muy poco
excelentes y, además, acaso no fuera muy buen negocio para la vida
práctica. Sería, sin embargo, la conclusión que habría que sacar si
uno piensa que todos sus conflictos inrrapersonales son exógenos y
que puede transferir a otros su responsabilidad por dichos conflictos.
Nadie puede jugar al juego de la atribución de tesponsabilidad
proclamándose irresponsable de sus propios fallos de coherencia; se
suele dar por supuesto -y esta es una intuición resisrente a toda
labor revisionista- que ninguna atribución de responsabilidad sería
posible sin cierta aptitud para imaginar a los agentes humanos, empezando por uno mismo, distintos de como son. Ahora bien, imaginar a
alguien distinto de como es se convierte en una tarea provechosa
solo cuando se le atribuye capacidad de mudarse a sí mismo, una
capacidad que nadie podría tener si los conflictos interiores fueran
un puro accidente causado por terceros.
Quien confíe en e! esquema del Escándalo Virtuoso también ha
de prescindir de inruiciones imprescindibles. Para poderlo llevar a la
práctica, los partidarios de este esquema creen que puede determinarse un conjunto de casos en los que la indulgencia o exención de
responsabilidad se otorga de manera automática y otro en e! que
dicha exención estaría siempre injustificada. (Creen, desde luego, más
cosas muy poco sensatas, pero no las creerían si no creyeran esta.) El
primer conjunto de casos es aquel en que el autor de las acciones es
uno mismo o quien pertenece a cierta comunidad más o menos am26. La responsabilidad por una acción u omisión es un conceproo predicado ..asertivo» en el sentido de Carlos Thiebaur, mientras que la condición responsable es -pre·
suntiva» y no puede falsarse. Vid. C. Thiebaut. VindiUlción del ciudadano, Paid6s. Barcelona, 1998, pp. 83-97. Puede ser provechosa la crítica de B. Alcalá, .. La vindicación
ciudadana de Carlos Thiebaut»: La Balsa de la Medusa 45-46 (1998), pp. 216-225.
85
ANTONIO VALOECANTOS
plia con la que uno se identifica; el segundo lo componen todas las
acciones llevadas a cabo por cierto autor o autores a quienes se ha
ptoSctito pOt su condición moralmente aberrante. Que se haya de
ser indulgente o que no se pueda serlo está determinado entonces
por la identidad del agente que en cada caso corresponda, pero esto
contraviene un rasgo esencial de la relación que guarda la responsabilidad con la indulgencia. En general, se riene a alguien por responsable de algo cuando la atribución de responsabilidad ha sobrevivido
-y se prevé que sobreviva- a rodas los intentos de declinarla, de
suspenderla o de ponerla en rela de juicio. A nadie se le consideraría
responsable de nada si no se pudiera mostrar que no merece indulgencia. Dominar la gramática de la responsabilidad implica baber
aprendido rambién las reglas de uso (ciertamente implícitas en su
mayor parre) de la noción de indulgencia.
La responsabilidad no es eterna; se crea yse anula. Es siempre renrativa y falible (al menos la que no se atribuye en contexros jurídicos).
Si tengo a alguien por responsable de algo, contraigo el comptomiso
de exponer en todo momento las razones por las que le hago responsable; tal cosa significa que estoy dispuesto a atender seriamente las
razones en contra de la atribución que hago y a variar mi juicio si hallo
razones mejores que las mías. Pero, sobre todo, significa que en nin-
gún caso puedo anticipar los resultados de la pugna entre indulgencia
y responsabilidad. Cuando se da el beneficio de la duda, uno no sabe
quién acabará siendo el favorecido y quién el perjudicado". Pensar si
alguien es responsable de algo es ir poniendo pesas en el platillo de la
responsabilidad y en el de la indulgencia para ver cuál puede más, y
nadie admitiría como un sopesamiento honrado aquel en el que los
platillos mismos tuvieran distinto peso. Si he decidido de antemano
cuál va a ser el resultado, muy bien podría ahorrarme el trabajo de
buscar razones, como no sea para contribuir al homenaje que el vicio
rinde a la virtud, algo muy caro al adepro del Escándalo Virtuoso. La
intuición que hay que abandonar para cobrar aprecio a este tercer esquema es precisamente esta: que cuando uno se mete en el juego de la
reponsabilidad no sabe si saldrá ganando o perdiendo, salvo que ya
sepa que tiene los dados cargados.
27. Al .beneficio de la causalidad. como mecanismo de indulgencia apto para su
uso en tercera persona se ha referido Javier Muguena en varios escritos infdit05 que
aparecedn en breve en sus libros Decir que no y Sueños de la razón, razones de los
suDÍos. Puede verse mienuas tamo su trabajo ...Sobre la condición "metafísica· y/o
"postmetaffsica" del sujefo moral .., en M. Herrer.a Lima (ed.). Jiirgm Haberma.s: mo-
ralid4d, ¡tiGa y palítU. Ptopuesta.s y eritiGas, AJianza,
86
M~xico,
1993, pp. 173-191.
TEODICE ....
NICOTINA y
VIP, TUO
He tratado de explorar una de las vías que están abiertas cuando
se carece de una teoría satisfactoria sobre cierto concepto normativo
y cuando, además, no se encuentra el modo de describir con coherencia lo que uno cree que son las intuiciones morales realmente existen-
tes. El proceso consta de cuatro pasos. En el primero de ellos se trata
de buscar intuiciones patológicas, aunque frecuentes, sobre el concep-
tO en cuestión. Más adelante se tendrá que mostrar por qué son patológicas; en este primer paso basta con que a uno le resulten espontáneamente inadmisibles. Lo que más importa es que esas intuiciones
que uno tiene por inadmisibles gocen de cierto éxito social; no basta
con inventar adrede creencias djsparatadas para mostrar después por
qué son disparatadas. Lo que he llamado la Teodicea Pervertida, el
Fumador Litigante y el Escándalo Virtuoso son casos de intuiciones
con notorio éxito social, y esto quiere decir que para muchas gentes
son apreciables y hasta valiosas. En el segundo paso se intenta determinar algunas de las otras intuiciones que habría que tener para que
las descritas como patológicas pudjeran resistir ciertas críticas. En esta
tarea, uno tiene que ponerse muy en serio en e1lugardel infectado por
las patologías y tratar de encontrar algunas consecuencias contrain-
tuitivasque se siguen que lo que el infectado cree (o, si se prefiere echar
mano de la ley de contraposición del condicional, intuiciones tales
que, si el infeetado no las poseyera, entonces tampoco poseería las
tenidas por patológicas). Es importante, desde luego, suponer que el
infeetado será más fácilmente autocrítico con las intuiciones determi-
nadas en este segundo paso que con las expuestas en el primero (esta
es una condición pragmática de toda reducción al absurdo). El tercer
paso consiste precisamente en llevar a cabo esa crítica; en mostrar con
buenos argumentos que las intuiciones que se necesita tener no se
pueden tener. Sin duda, uno puede fracasar en esta tarea si los argu-
mentos que creía buenos no lo son. La implausibilidad de estas intuiciones puede mostrarse por vías muy distintas; si todas las demás han
fallado, quizá convenga probar con el cuarto y último paso, consistente en explicitar aquellas intuiciones que uno tiene y que hacen implausible del todo tener las exigidas por las patológicas.
Afirmar que estos cuatro pasos pueden darse con fruto en la discusión de conceptos normativos no es, ciertamente, un descubrimiento muy meritorio. Todos los autores de teorías normativas y la mayor
pane de los argumentadores morales ordinarios están acostumbrados a la sucesión de los cuatro pasos expuestos, casi tanto como a
hablar en prosa. Se trata de cierta dialéctiGtl natural del juicio práctico; esta dialéaica empieza con creencias falsas -aunque muy tentadoras- que a veces se poseen y termina enunciando creencias verda-
87
ANTONIO VALDECANTOS
deras que se deben poseer. Su principal fuente de dificultades filosóficas estriba en cuál es la naturaleza de estas últimas creencias. He
definido el último paso del proceso que conduce a ellas como «explicitar creencias que uno tiene», y esto puede entenderse como una
tarea de rescate y aun de reminiscencia: descubrir intuiciones que
uno ya tenía y que estaban olvidadas, latentes o rudimentariamente
formadas. Es cierto que a veces suceden episodios así, pero sería erróneo pensar que todos los intentos de explicitación tienen este final;
en mucho casos (quizá en los más importantes), las intuiciones que
se expresan son novedosas. Quien las enuncia, las enuncia por vez
primera, de modo que no parece justificado decir que alguien las
tenfa de antemano. Podría decirse que tenía si acaso la necesidad de
poseer creencias semejantes a eIJas o una dispo ición a admitirlas en
caso de que llegaran a ser enunciadas, pero tal necesidad y tal disposición solo pueden determinarse cabalmente después de expresadas
las correspondientes creencias. Antes de ello, lo que se hada era formar deliberaciones y juicios que habrían podido justific,U"se aceptablemente -o con un grado mayor de aceptabilidad- si hubieran
usado las creencias en cuestión. No las usaron porque no estaban
enunciadas; de haberlo estado, habrían hecho un servicio inestima-
ble. Muchas veces aceptamos creencias (normativas y de Otros tipos)
porque imaginamos el uso que podríamos haber hecho de ellas en
ocasiones pasadas de apuro argumentativo. Pensamos que, si hubié·
ramos podido echar mano de tales creencias, nuestras deliberaciones
y nuestros juicios habrían sido mejores de lo que fueron; el error
habría ido menos frecuente y el acierto, mejor fundado.
Algunos de los mejores hallazgos en la argumentación sobre asuntos prácticos son el producto de las dificultades que uno encuentra
en exponer con coherencia sus intuiciones normativas. El modesto
esfuerzo de rastrear patologías y mostrar por qué lo son puede traer
la recompensa inesperada de descubrir creencias con las que no se
había contado. Es quimérico prever al detalle los cambios que la aparición de una creencia novedosa puede causar en las que se poseían
hasta entonces. El nuevo huésped traerá unas veces la paz, otras la
espada. Pero sin creencias pertinentemente novedosas y sin la tarea
de intentar encajarlas con las antiguas, el juicio práaico no tardaría
en atrofiarse. No es asunto de hacer de la necesidad virtud; lo que
pasa es que a la larga los estados de desorden conceptual son más
provechosos q~e los de armonía. Puestos en la tesitura de elegir entre
tener una buerla teorla que aplicar y un buen puñado de casos en los
que aventurarse, solo los argumentadores muy pusilánimes preferirán lo primero.
88
DILEMAS DE LA RESPONSABILIDAD.
UNA APROXIMACIÓN WEBERIANA
José Luis Vil/acallas Berlanga
1. INTRODUCCiÓN
Supongo que cualquiera estaría de acuerdo en identificar a Max Weber como un nombre principal cuando se habla del problema de la
responsabilidad política. En este sentido, su conferencia sobre La política como vocación se ha convertido en un clásico que, por lo demás, resulta más citado que comprendido. Ya es una señal inequívoca
de este hecho el que se extraiga como resultado central de la lectura
de este librillo la oposición entre una política de la responsabilidad y
una política de la convicción. La alternativa central de la conferencia,
lejos de ser ésa, dibuja la hostilidad existente entre una política de la
responsabilidad y una política de mero poder, meramente pragmática y realista l , afincada en la táctica desnuda 2•
En este sentido, la política de la responsabilidad tiene corno enemigo, pero no como principal enemigo, al anarquista terrorista o al
pacifista rolstoiniano, que son las formas extremas de la ética de la
convicción, sino al político falsamente llamado realista, el defensor
1. En Política como lJOCaci6n se dice de una forma inequívoca que .cel puro
político de poder, tal y como un culto celado busca transfigurarlo entre nosotros,
puede hacer su pequeño efccto. pero desemboca sobre el vacío y el absurdo_ (El político y el el cientl/ico, Alianza, Madrid, 1981, p. 156). De este politico de poder ha
dicho W. Mommsen que _gustar el poder por sr mismo sin apreciar la finalidad del
contenido es el mayor peligro_ (Max Weberet la politique allemande 1890·1920, PUF,
Paris, 1985, p. 72).
2. Para la crítica de la política entendida como mera táctica, d. la carra a Tonnies de 9 de mayo de 1906, en la que se opone a las expresiones que el gran sociólogo
había expresado al respecto.
89
JOSE LUIS I/lllACAÑAS 8EIHANGA
de una Realpolitik. Aquellos, por la propia naturaleza de las cosas y
de su acritud, no rozan el poder ni pueden usarlo. Si intervienen en
la acción política -y lo han hecbo muchas veces y además de forma
radical revolucionaria- son políticamente irresponsables en el sentido de que transfieren irresponsablemente estructuras y sentido desde una esfera de acción -la religión O la moral- a la esfera de
acción de la política. Cuando el poder político, realidad fundamental de esta esfera, les plantea sus propios retos, elJos no responden
políticamente, sino religiosa
O
moralmente, esro es, en el fondo no
responden con sentido específico. Pero el Realpolitiker desde luego
que detenta el poder y, justo por eso, debería responder de su uso.
La cuestión es que el político realista no hace del poder un medio
por cuya obtención debe lucbar con vistas a la realización de sus
respectivas convicciones, sino un fin en sí, elevando su posesión a
cuestión de prestigio incondicional. Con esra acritud, el político realista se sustrae al tipo de argumentación electivamente afín a la cues-
tión de la responsabilidad. El bombre moral o el religioso es, en
cierto modo, responsable ante su idea y, si es coherente, no adoraría
ni rozaría al dios de la polírica. Si es responsable anre sí mismo y
ante su propia idea, repudiaría el poder, y lucharía por vivir el ideal
de la actitud moral, que no se enfrenta a la dura realidad de la
política como construcción de un orden verrical de obediencia y de
protección entre los hombres, sino que pretende universalizar las
relaciones de igualdad y horizontalidad perfectas.
Weber siempre pensó que el uso del poder se somete normativamente a una axiología ética y cultural que condiciona inevitablemente la política. Esta tesis, aunque dependa de un inacionalismo último
de los valores de la vida política', impone que esta no se reduzca, por
naturaleza, ni a mero pragmatismo ni a mera acción orientada incon-
dicionalmente por el éxito. Las críticas a esta actitud realista se han
dispersado por todos los rincones de la obra de Weber'. Para él, un
3. Cf. La carta a Lujo Brentano de 16 de septiembre de 1912: .. Los últimos
puntos de toma de posición polftica brotan de valores muy personales que cada uno
evalúa y no de la lógic.a. Si así fuera, esta posición nos llevaría a una secta determinada
por la lógica, que serta totalmente impotente_o
4. En la WissmsGhaftlebre, Tübingen,J. C. B. Mohr, 1985, p. 515, se dice, por
ejemplo: ..los hombres se incljnan suficientemente a adaptarse albita interiormente o
a cualquiera que en un momento dado promete el ~xito, no solamente en los medios o
en la medida en que aspiran bine el nune a realizar sus 'ntimos ideales, sino en el
abandono de CStos. En Alemania, se asocia esto al nombre de Rulpo/ili.... y en Politisd1e Schriftm, p. 169 se dice: ..El adepto alemán moderno de la política es ancho de
cspaldas. Se trata de un comportamiento singular: las otras naciones practican la poli·
90
DILEMAS DE LA RESPONSABILIDAD
político realista está guiado esencialmente por la adaptación a las
oportunidades momentáneas reales o aparentes de éxito. Su ethos en
este sentido es más bien pasivo, oportunista y dependiente de la circunstancia. Este político renuncia a una verdadera dirección de los
asuntos y, con su oportunismo, en cierto modo manifiesta una genuina falta de capacidad de poder'. Naturalmente, este punto obligaría a
interpretar correctamente la noción weberiana de voluntad de poder, su dependencia de Nietzsche y sus matices. Como resulta obvio,
esta no puede ser la ocasión para desplegar este tema. En todo caso,
vaya por delante el apunte de que una voluntad de poder no es una
voluntad de acumular poder ni de disfrutar del prestigio del poder.
En cierro modo, una política responsable de poder no es ni una política de prestigio ni una mera politica de adaptación. Es una política
de convicción, esto es, una política que, partiendo de convicciones
reales, entiende que el uso del poder es un medio humanamente legítimo de realización de los fines derivados de las convicciones. La
crítica más radical que Weber tenía que hacer a la SPD alemana, dejando aparte otras cuestiones6 , denuncia precisamente la esquizofrenia en la que tal partido vive, al profesar convicciones definidas de
labios para fuera', pero al mismo tiempo impulsar una política adaptativa y de COfto alcance, esencialmente pendiente de arrancar mejoras concretas renunciando a la dirección políticamente activa.
Pero el problema no se acaba aquí. Cuando comprendemos bien
a Weber, cuando entendemos de qué estaba hablando y contra quién
estaba polemizando, entonces identificamos problemas y conflictos
que antes no aparecían en su texto. Tan pronto apreciamos el carácter histórico de su pensamiento, y reconocemos la diferente situaci6n de nuestro tiempo, nos damos cuenta de sus aporías internas.
Weber ha defendido una altísima idea de responsabilidad que, antes
de ser viable, muestra los dilemas en los que inevitablemente se intro-
tica pragmática y no hacen caso de dio. Pero el alemán, cuando hace política pragmática, debe forjarse Urt3 fraseología en la cual cret:r -me atrevo a decirlo-- con todo el
fervor del sentimiento femenino».
S. Wissetlschaft/ehre, cit., p. 515.
6. CL para Otras cuestiones mi IntroducciÓn a Karl Vorlander, Kan', Fichte.
Hegel 'Y el socialismo, Natán, Valencia, 1987, donde :analizo l:a cuestión del partido y
la comprensión de la burocr.acia interna como el principal obstáculo para la emergencia de líderes con la conveniente voluntad de poder.
7. Cf. la misma carta a Tónnies de 9 de mayo de 1906: .Solamente que yo no
podrí:a companir el credo social-demócrata y esto me impide entrar allí (dejando aparte el hecho de que yo sirvo a otros dioses), por mucho que en el fondo el suyo no sea
más que un credo de labios para fuera, como el de los apóstoles-o
91
JOSe LUIS VILLACAÑAS
8ERLANGA
duce el pensamiento clásico del tema cuando se quiere aplicar a la
realidad. Sin negar aquel supuesto de la centralidad de la figura de
Weber, antes bien, reconociendo su radical relevancia, pretendo ana-
lizar en este ensayo el carácter claramente aporético de la noción de
responsabilidad que él defendió. Este hecho tiene que ver con la situación en la que habitualmente se encuenua el pensamiento polírico, incapaz hasta el momento de encontrar un concepto unívoco de
responsabilidad política. Sin prerender en esta ocasión ofrecer una
propuesta alternativa, sí deseo analizar la estruaura misma de la aporía weberiana.
2. EL H~ROE CIENTIFICO
Cuando las cosas se miran desde el punto de vista del contenido específico de los afectos, los fines y los valores de la esfera de la política, se producen profundas distorsiones en el anáJisis de la responsa-
bilidad. Los planteamientos de Max Weber en este sentido son
demasiado dependientes de una aproximación especializada al sujeto
tradicional de la acción política, al detentador del poder ejecutivo, al
que decide. Su problema, en su más profundo sentido, consiste en
proponer cómo debe ser el político si ha de ser responsable primero
que nada ante sí mismo. En primera instancia, su planteamiento es
autorreferencial y no aborda el tema de cómo es responsable el político en relación con aquella forma de acción social que es propiamente política. En este sentido, Weber no ha desplegado su análisis
desde sus propios planteamientos de acción social. Para él, la responsabilidad del político como sujeto tenía que ver con la formación de
una personalidad ética que estuviera en condiciones de resistir las
peligrosas situaciones en las que el alma se ve envuelta en la esfera de
la acción política. En esta dirección no se ahorró ningún patetismo.
En lo más hondo de su visión, el sujeto político es un héroe, un personaje siempre potencialmente heterogéneo respecto al hombre co-
mún y acaba apareciendo como un líder capaz de asumir todo el
nihilismo del mundo sin caer en la desesperación. Esta noción de
responsabilidad se ve inicialmenue en el famoso texto:
La política significa una dura y larga lucha contra tenaces materiales,
con pasión y con mesura a un riempo. Y es completamente cierto, y
lo confirma toda la experiencia histórica, que no se alcanza lo posible si no se ataca siempre de nuevo lo imposible. Pero el que pueda
hacer esto, tiene que ser un dirigente, y no solo esco, sino también
un héroe en el estricto sentido de la palabra. E incluso los que no lo
92
DILEMAS DE LA RESPONSAIILIDAD
sean, tienen que armarse: desde ahora con aquella firmeza de cora·
z6n que les permit3 soportar la destrucción de [Odas las esperanzas,
si no quieren mOStrarse incapaces de realizar inclu ive todo lo que
aún es posible. Solo quien está seguro de que no se destruirá a sí
mismo porque el mundo, visto desde su puntO de vista, se:a demasia·
do abyecto o necio para lo que él le está ofreciendo, quien puede
decir frente a todo ca pesar de eso- solo este tiene la política como
vocación-o
No pretendo decir que este, el autorreferencia! y heroico, de tan
profundo regusto nienseheano, fuese el único abordaje weberiano
del tema de la responsabilidad. No es así, desde luego. Mas curiosamente, cuando complementa su análisis -y él ha visto muy bien la
necesidad de ese complemento--, Weber despliega el tema de la responsabilidad del líder político desde la necesidad de su alianza, e
incluso a veces de su transformación, de la mano de la responsabili-
dad propia del científico social. De esra forma, ha cargado su inicia!
aproximación con importantes exigencias.
Por el contrario, nunca lo analiza desde esa estructura de simetría entre ego y alter que inevitablemente se supone en la política
como esfera de acción social. Pues en ese ámbito es donde cabe si ruar
el reconocimiento democrático del hombre político, reconocimiento
que de no incluir el momento de la simetría, de la razón común, de la
publicidad y de la elección, se convierte en autoritario. En este sentido, Weber ha extremado el rigor de su noción de publicidad y opinión pública y se ha mantenido firmemente anclado en la idea libera!, ya expresada por Kant, de una alianza sólida entre razón pública,
universidad y ciencia. Como vemos, de esta manera Weber se ha
mostrado poco dispuesto a hacer concesiones a la sociedad de masas,
caracterizada por el amateurismo de las opiniones y por el dominio
de los literatos.
En este ámbito de la relación de la política con la ciencia socia!
hay que situar su inicial duda, con la que superaba la mera aproximación subjetiva y autorreferencia! a! problema de la responsabilidad.
•Se debe empezar a dudar de la consistencia interior que existe en el
trasfondo de la ética de la convicción", dijo, con pleno acierto'. Re-
párese bien en la tesis: no se debe dudar de la necesidad de la convicción, sino de la mera traducción de la ética de la convicción a mera
consistencia interior. En términos modernos, se debe negar la inter-
Polili/{ als 8eru(. Duncker &: Humblot, Ikrlin, 1987, p. 67; ~d. casr., p. 179.
9. tbid., p. 65; ed. <asl., p. 176
8.
93
Jost
LUIS VIUACAÑAS 8EiHANGA
pretaci6n solipsista, autorteferencial de la ética de la convicci6n, no
de que sea necesaria la convicci6n en la acci6n política. Weber apuesta en cieno modo por una convicci6n razonable que no acude de
forma inmediara a la mera autoafirmaci6n, con la pretensi6n de que
yo sólo me entiendo o yo s610 me juzgo, o s610 yo rengo derecho a
decidir lo que es buena inrenci6n.
Weber quiere también someter al ámbito de la responsabilidad
la misma formación de convicciones. No cualquier convicción, por
el mero hecho de seria, está justificada o es legítima. También hay
que dar cuenta de eUas y alejarnos de las visiones cari máticas que
idealizan la interioridad humana como el escenario de revelaciones
especiales. Hegelianamente hablando: la forma de la convicci6n
como certeza no implica también su verdad. Y, sin embargo, una
convicción es re ponsable, para Weber, si asume confromarse con
una dimensión de verdad, que únicamente puede acreditar la ciencia
social-no la filosofía de la historia de corte hegeliano, la gran rival
de Weber en todas sus formas-o Pues la esfera de acci6n que tiene
el monopolio de la verdad es la ciencia. Por tanto, la responsabilidad
de la convicci6n depende de su voluntad de medirse con la dimensi6n de la cientificidad. Para ello se debe crear un terrirorio científico en el que se analicen las convicciones y valores con independencia de su valor para alguien, en una especie de epojé valorativa que
analice sin embargo el valor. Concluyo, por tanto, que cuando Weber quiere objetivar el proceso de obtenci6n de una convicci6n, el
valor ante el que un actuar deviene responsable, no tiene sino que
acudir a la ciencia social libre de valores.
Y así, lo que distingue al político de la responsabilidad, dejando
aparte la pasi6n y la mesura'·, lo que define la noci6n de responsabilidad en él, lo que permite su s[ntesis entre eticidad y política, es que,
consciente de que las convicciones mantenidas en la interioridad ca-
recen de criterios de coherencia, firmeza, rigor y solidez, y de que la
acci6n política es un arma cargada de potencialidad destructiva, está
dispueSto, primero, a entender reflexiva y objetivamente su convicci6n, y, segundo, a calcular las consecuencias objetivamente posibles
de su acci6n respecto del mal que reponaría a su actor y a sus conciudadanos. Como es obvio, estas operaciones solo serán viables i sus
convicciones y sus consecuencias prácticas posibles son científica y
racionaJmente estudiables. Como veremos posteriormente, con ello
no se habrá concluido el rema.
10. lbid., pp. 46 ss.¡ ed. CasL, pp. 145 ss.
94
DILEMAS
DE
LA
RESPONSABILIDAD
3. LA DIMENSiÓN INSTITUCIONAL DE LA RESPONSABILIDAD
Hemos visto entonces que el político, como sujeto activo, disfruta de
una personalidad doble: por una parte, una personalidad reflexiva
que da cuenta de las razones de sus convicciones, que se comprende
a sí misma; pero además conoce y anticipa las consecuencias posibles
que se derivarían de poner estas convicciones en práctica en el mun-
do real, por naturaleza imperfecto y refractario a la pureza de cualquier ideal. Ambas dimensiones son teórico-prácticas. Ambas tienen
dimensiones epistémicas y éticas, dimensiones de conocimiento y de
eticidad. En esta síntesis continua se da la dimensión ético-científica
del político responsable.
Esta posición, por muy conocida que sea, no es evidente en sí
misma, ni es la única posible. De hecho está condicionada por un
referente crítico muy especial, que será relevante para entender la
carrera entera de Weber como científico social. En el fondo, todos
los planteamientos del problema de la responsabilidad política por
parte del Weber están diseñados para definir una figura, una forma
de subjetividad, capaz de hacer frente a la forma de subjetividad romántica que, con toda autocomplacencia, encarnara el último Káiser
alemán. Pues para Weber, Guillermo 11 no solo será el ejemplo perfecto de político de presrigio, de político finalmente pasivo en relación con las oportunidades reales o posibles de poder, de político
oportunista y sin consistencia interna. Es también, y sobre todo, ejemplo de un político sin convicciones -la adoración del poder como
elemento central del prestigio no es una convicción, sino un equívo-
co conceptual en la apreciación del poder-, y de un político confiado en su propia capacidad genial de salir de las situaciones concretas
con la única ayuda de la improvisación y el carisma. En suma, Gui-
llermo 11 es el ejemplo de político irresponsable y todo lo que Weber
tiene que decir sobre el tema de la responsabilidad polírica está mediado por su firme voluntad de criticar este modelo, para él verdadera causa de la tragedia alemana. Sin embargo, rara vez se tiene en
cuenta que Weber no consideraba la figura del Káiser como un azar
histórico que la desgraciada fortuna hubiera lanzado sobre Alemania.
Antes bien, en muchos sitios dejó claro que se trataba de institucio-
nes, no de personas". Por lo tanto, la política de la responsabilidad
ll. ef. este pasaje de una cana a Naumann de 12 de noviembre de 1908: .. El rey
de Inglaterra es ambicioso y potente; el emperador alemán es vanidoso y se comenta
con la ilusión del poder. Consecuencia del siStema, no de las personas'".
9'i
JOSE
LUIS
I/ILLACAÑAS
8ERLANGA
tendría una inevitable dimensión institucional que, sin embargo, no
aparece de una forma visible en la parérica conferencia sobre la política como vocación.
Esre hecho conviene no olvidarlo, porque encaja con orro de
cierra relevancia. Weber opuso a esa personalidad romántica y genial, apoyada por la magia del carisma auroritario e irresponsable de
una neblinosa subjetividad pretendidamente consciente de sus cerrezas, otra forma de subjetividad racional y libre, dotada de coherencia
y del carisma político racional, en modo alguno autoritario y, como
resulta claro desde lo dicho, apoyado por determinadas instituciones
que configuran el escenario indispensable de la responsabilidad. Estas instituciones son dos para Weber, a saber: la elección direcea del
responsable político por parte del pueblo y el debate parlamentario
en comisión pública con relevancia para la configuración del poder
ejecutivo y su control. Sin estas dos instituciones a la vez no es posible una institución de responsabilidad politica. Uno de los dilemas
más complejos de la responsabilidad política reside justo en la dificultad de mantener funcionalmente y a la vez estos dos escenarios de
una manera convergente.
4. ANTI-ROMANTICI5MO
La radicalidad del planteamiento de Weber se acredita por su decidi-
da intención de criticar no solo la figura de la personalidad irresponsable, sino por descubrir el conjunto de valores y de creencias, la
cosmovisión filosófica en suma, desde la que brota aquella comprensión de la subjetividad romántica. En efecto, ya en la segunda parte
de su ensayo sobre La irracionalidad en las ciencias sociales, en su
debate con Roscher y Knies, Weber da un firme paso en su lucha
contra el romanticismo científico que retira a la convicción del esce-
nario de la responsabilidad. Knies, a quien Weber sucedió en la cátedra de Heidelberg, había publicado un libro en 1853 con el titulo de
La economía política desde el punto de I/ista del método histórico,
escrito que pasó desapercibido hasta 1883, en que se reeditó, justo
en el momento inicialmente álgido del debate metodológico de las
ciencias humanas, con las aporraciones de Dilthey.
Para Knies las ciencias históricas son una síntesis de las ciencias
naturales y las ciencias espirituales. En ellas, los faceores espirituales
internos producen resultados naturales externos en medio de circunstancias externas. Dado que las dimensiones naturales están do-
minadas por la legalidad causal y las dimensiones espirituales por la
96
DILEMAS OE
LA IHSPONSASILIOAO
dimensión individual e irracional, la acción histórica racional es bas-
tante problemática. El resultado será un efecto incalculable y ahí ve
Knies la dignidad específica del hombre. De esta forma,la libertad de
convicción condena a la irracionalidad todas las ciencias históricas y
sociales. El residuo irracional de la personalidad, ese santuario interior del que hablaba Treirschke, es transcendente a la ciencia y a la
razón. Puesto que de él no podemos saber nada, la ciencia tiene aquí
un límite insuperable para imponer su racionalidad. Naruralmente,
esto es justo lo que se cumple sobre todo en los grandes individuos
históricos.
Weber, tras mostrar que esta noción de personalidad depende de
la vieja y romántica idea de creatividad, en sí misma un antropocentrismo intolerable, recurre a Kant ll para darle forma lógica a su argu-
mento: la dimensión ética y moral del hombre, libre desde luego, es
la causa noúmeno de las cadenas narurales de efectos. Pero en Kant la
estructura lógica de este planteamiento era nítida: él no quería fundar una ciencia de la libertad, no quería olvidar que se estaba hablando de ética, no de ciencia. Pero tampoco quería negar la posibilidad
de una contemplación científica de los efectos de la libertad en el
ámbito fenoménico. A su vez, no deseaba defender que la libertad,
aunque ajena a la ciencia, no estuviese sometida a un ámbito de ra-
cionalidad propio, y desde luego mostraba claramente que la ciencia
tenía su valor porque servía a un valor más alto: la libertad. En modo
alguno quería Kant, mediante la afirmación de la libertad humana,
conocer mejor al hombre. En conclusión, Knies, para Weber, solo
era explicable desde una involución respecto a la filosofía clásica alemana, en este caso respecto a Kant.
La meta de esta crítica, sin embargo, avanza dificultosamente a
través de un texto que hasta en su ordenación resulta caótico. Se
supone que Weber aspira sobre todo a fomentar una idea de personalidad lejana de las brumas románticas. Lo que está en juego en este
argumento es una teoría de la acción humana capaz de canalizar una
comprensión del hombre anti-romántica y, en este sentido, racional.
Se supone que solo un triunfo en esta batalla puede hacer inevitable
la exigencia de responsabilidad. Considerar a un hombre como personalidad dotada de una genialidad creativa es un enunciado valorati va que se sostiene únicamente en una cultura que ante todo valora
la innovación, la genialidad, la impredicibilidad y todo aquello que se
separa del saber regular disponible.
12. Wissenuha/tsleJnr, cit., p. 62; ed. cast. El problema ck la irracionalidad m
las c.iencÜJS sociales, Tccnos, M:1drid, 1985, p. 74.
97
Jost
LUIS VILlACAÑAS
BERlANGA
¿Pero por qué habría de considerarse esta incomprensibilidad
como un valor supremo en el hombre?, se pregunta Weber. Desde
luego, esta consideración no viene apoyada desde una consideración
ontológica de lo que significa ser hombre. También es posible una
valoración de lo calculable en el hombre y también cabe una personalidad tanto más acusada cuanto más conscientemente asuma sus convicciones, sus metas, sus fines y sus medios y tanto más se atenga a
ellos, por mucho que entonces despliegue una conducta perfectamente calculable. En cierto modo, la personalidad no es autorreferendal ni se impone autoritariamente. Es sobre todo, como hemos
dicho antes, una dimensión social y se reconoce en )a acción social
como alter y desde la liberrad de alter.
Cuando estos dos tipos de hombres se oponen, el uno con una
conducta concebible, comprensible en sus motivos, calculable en sus
resultados, imputable en sus acciones, y el otro con su divergencia
respecto a lo que sabemos hasta ahora de lo hombres, con motivos
que se suponen propios, impredecible en sus acciones y altamente
sensible a dimensiones inconscientes o impulsivas, en el fondo se
oponen dos formas de vida, una que puede ser parte de la acción
social y otra que de hecho es autorreferencial y que siempte tiene
abierta la puerta de salida que escapa a aquella. La primera forma de
vida no es más irracional que los procesos analizados en cualqujer
ciencia natural, si se pretende llegar a prever sucesos individuales
desde meras leyes generales. Es más, en la medida en que esta forma
de vida es previsible e interpretable, su calculabilidad es mayor que
los sucesos individuales de la ciencia narural". La segunda forma de
vida, desde luego, no puede producir ciencia alguna, ni acción social,
ni discurso racional, sino esencialmente reconocimientos expresivos
o afectivos, apelaciones a revivir la experiencia del hombre, a interiorizar sus mismos procesos psíquicos, corno si esta reproducción implicase conocimiento.
Con ello, Weber quiere sobre todo oponerse a que la interpretación de la acción humana se identifique con los procesos alramente
privados y sentimentales de simpatizar o identificarse con el otro, de
revivir sus procesos internos, de mimetizar expresivamente el curso
vital que presta ese sentido íntimo a la acción". Esta comptensión de
la irracionalidad de la libertad humana impone una noción de las
ciencias históricas que lleva directamente a la sugestión, y hace inviable toda consideración científica que aspire a configurar legalidad en
13. Ibid., p. 69; al. cast., p. 82.
14. ¡bid., p. 85; ed. cast., p. 101.
98
DILEMAS DE
LA RESPONSABILIDAD
la acción de la persona e imputación causal en sus consecuencias,
dimensiones ético-epistémicas que constituyen la aspiración fundamental del conocimiento social.
Pero esta contraposición de formas de entender al hombre y su
acción y, por tanto, de comprender el método y la finalidad de la
ciencia histórica o social, tiene un aspecto inicialmente ético. Creo
que el motivo fundamental de Weber para oponerse tan amplia y
prolijamente a esta cuestión reside en la falsa afinidad electiva entre
la teoría de la personalidad cteativa y genial, imprevisible e incalculable, base de la personalidad romántica del Káiser Federico Guillermo
11, y la idea de una libertad y dignidad específicamente humanas. Con
ello comprendemos la profunda repercusión ética de este ensayo, y
más todavía de los que le hab,an de seguir en la mi ma Hnea. Por eso
se puede decir que estos problemas metodológicos, en el fondo, son
aproximaciones a una teoría de la subjetividad que resulta e1eetivamente afín con la defensa del mismo tema en la ética protestante, en
un sentido que todavía no podemos anticipar más allá de sus dimensiones intuitivas evidentes.
En efecto, resulta obvio que la libertad, entendida como imprevisibilidad, es defendible exclusivamente desde una idea ontológica
emanantista del sujeto. Según esta concepción, se es libre cuando se
da curso a la expresión de un ser individual, que justo por ser tal, no
puede ser penetrado a priori. Con anterioridad a la expresión, este
ser sólo es accesible a sí mismo. Como su realidad personal es la clave
única de su acción, comprender esta acción requiere hacerse con la
vida interior del ser humano. De ahí la necesidad de simpatizar, reproducir, revivir su interioridad. Este sujeto se nos impone en toda la
necesidad de su expresividad, y es nuestro deber reconocerlo como
tal, sin que estemos en condiciones de interrogar acerca de la pertinencia de su creatividad. Como se ve, tenemos aquí una idea ontoló-
gica de libertad, no una idea ética. Aplicado a la teoría de los pueblos,
Knies debía asumir que sólo un pueblo se entiende a sí mismo, por
una parte, y que lo hace porque existe una homogeneidad esencial
entre los miembros de ese pueblo que teje una homogeneidad cultural en todos los fenómenos relativos al mismo lS •
Ya hemos visto que esta posición debía parecerle a Weber -él
mismo cercano a los ambientes filosóficos de Heidelberg- un gratuito retroceso respecto a Kant. Desde un punto de vista ético, con-
tra aquella teoría romántica, la libertad es la auto-adscripción a una
IS. ¡bul., p. 142; <d.
C"l.,
p. 170.
99
JoH LUIS VILLA CAÑAS
8ERLANGA
norma. En la medida en que considero esta norma como un deber,
resulta claro que mantengo mi conduera como significativa desde una
permanente relación con la norma. Pero entonces mis motivos son
interpretables no desde mi realidad personal, sino desde la fiabilidad
de este aero de dirigir mi conduera por la norma. En este caso, mi
conducta será tanto más libre cuanto más se rija por la norma. Como
es obvio, esto significa que mi conducta será tanto más calculable e
interpretable cuanto más libre éticamente sea. Liberrad y racionalidad de la acción histórica no serán divergenres, sino justo al contrario: convergentes. Esto significa que de la libertad ética es posible
una ciencia comprensiva de sus normas, pero también una ciencia de
imputación causal, de los efeeros de la conduera basada en esas normas. Por la adscripción libre a una norma clara y reconocible -una
convicción razonada- se deberían asumir los efeeros causales de la
acción humana sobre el devenir histórico. Así, solo ciertamente una
libertad ética puede ser complementada por una dimensión epistémica ranto de la norma como de los efeeros de la acción. Solo la responsabilidad ante la norma permite definir una responsabilidad ante las
consecuencias.
5. cRlnCA y RESPONSABILIDAD
En 1904 Weber editaba otro ensayo con el que comenzaba su colaboración en la revista de E. Jaffé. Su título ya abandonaba los puntos
de vista críticos de su colaboración en el homenaje a Knies. Ahora el
problema lógico pasaba a primer plano. El nuevo trabajo se llama La
objetividad del conocimiento cientf(ico social y político social. Se
trataba de una primera contribución radical para la definición de una
concepción coherente del papel de la ciencia social en el ámbito de la
praxis humana. En este sentido, aunque Weber reconoce que solo
tratará de lógica", lo que ahora significa lógica es tanto como lo que
significa para un kantiano la Crítica de la razón pura y la Crítica de la
razón práctica a la vez.
De hecho, para poder entendee este articulo, necesitamos poner-
nos en el pathos de la Antrittsrede de 1895. La ciencia social aspira a
la intervención en el ámbito de la política y de la legislación. Pero ya
no aspira a hacerlo de una forma inmediara, deduciendo de ella misma juicios de valor, sino a través de la crítica, que en sí misma es una
16. lbid., p. 147; ed. cast., Amorrorru, Buenos Aires, J973, p. 39.
100
DILEMAS DE
LA
RESPONSA81LIDAD
actividad científica que responde de forma autónoma a la Beruf del
conocimiento. De esta forma, la nueva empresa del Archiv no solo
debía aspirar a aumentar el conocimiento de los hechos de la vida
social, sino también contribujr a la clarificación de los juicios sobre
problemas prácticos y por tanto a .la crítica de la práctica políticosocial, incluida la legislación»17, pero solo con medios científicos.
Tenemos así claro que ahora Weber se ocupaba de las dimensiones
epistémicas sin las que la responsabilidad no era viable.
¿Como se concilia este fin, intervenir en la práttica, y estos me-
dios, la objetividad de la ciencia? Pues se supone que el fin, la intervención en la práttica, depende de convicciones, intereses y valores
que, aunque explfcitos, normativos y razonados, no superan jamás su
condición subjetiva, mientras que la objetividad de la ciencia debe
superar la subjetividad y ofrecer juicios prácticos objetivos. ¿Cuáles
son entonces las normas y la validez de los juicios prácticos? ¿En qué
sentido existen verdades objetivamente válidas en las ciencias de la
cultura en generaJ?
Estos son los problemas que Weber aborda en ese nuevo ensayo
reflexivo sobre el papel de su ciencia social. Pero jamás olvidemos el
horizonte final: se trata de la responsabilidad del actor en la prax;'
histórica. Pues ya en el origen, señala, la ciencia cultural, histórica e
institucional, dependía de un punto de vista práctico". Como el propio Weber lo hizo en su Antrittsrede, trataba al principio de formular
juicios de valor sobre economía política. Su pretensión fue técnica,
como las disciplinas clínico-médicas: pretendía realmente curar. Su
conclusión debía ser siempre una cláusula normativa, un imperativo
que debía seguir el curso de la acción. En el caso de 1895: la expropiación de las grandes haciendas de los junkers del este del Elba.
Sin embargo, esta posición inicial no llegó a una clara división
entre conocimiento de lo que es y de Jo que debe ser, entre conoci-
miento de hechos y conocimiento normativo. Esra confusión produjo una comprensión naturalista de la economia, tal y como la hemos
visto desde la metafísica de los pueblos: los procesos económicos
eran legales-naturales. Según fuese el nivel evolutivo del pueblo, así
se deberían proyectar determinadas políticas. El evolucioni mo ético y el relativismo histórico intentaban despojar a las normas éticas
de su carácter formal, determinarlas en cuanto a su contenido, in-
troduciendo la totalidad de los valores culturales en el ámbito de la
17. ¡bid.• p. 147: <d. <ast., p. 40.
18. Ibid., p. 148; ed. cast., p. 41.
101
Jost
LUIS YILLACAÑAS IUIUANGA
eticidad del pueblo y así elevar la economía nacional a la dignidad
de una ciencia ética sobre fundamentos empíricos. En cuanto que se
aplicaba a la totalidad de los ideales de cultura posible de un pueblo,
del sello de lo ético se volatilizaba la dignidad específica del imperativo moral, al tiempo que se rompía con la idea ética de libertad y
dignidad, de norma de conducta. Con elJo, la noción de responsabi.
lidad individual desapareda ante una norma concreta que venía im-
puesta por el contexto ético de un pueblo. Naturalmente, dice We·
ber ahora, casi diez años más tarde, con eUo no ganaba nada ni la
responsabilidad ética, ni los ideales", ni la ciencia. La primera se
refugiaba en una apuesta por la normatividad evolutiva de un su·
puesto espíritu del pueblo que superaba y coaccionaba ala responsa·
bilidad individual; los segundos se refugiaban en la personalidad
genial que expresaba el espíritu del pueblo en cuestión; la tercera se
llenaba de enunciados pretrendidamente normativos que no eran
sino juicios de valor, que solo podían ser compartidos desde una
teoría de la intuición llena de elementos sugestivos, pero fmalmeole
incomunicables.
Weber desea oponerse a la vez a ese colectivismo moral, a ese
relativismo y evolucionismo histórico y a ese subjetivismo científico.
Pero de manera inmediata, rebajando el tono imperativo de sus reco-
mendaciones en la Antrittsrede, afirma que jamás podrá ser tarea de
la ciencia empírica proporcionar normas e ideales obligatorios de los
que puedan derivarse preceptos para la praxis'·. No se quiere decir
con ello que los juicios de valor estén sustraídos a la discusión científica por el hecho de que sean subjetivos y se deriven de ideales. La
tesis central es que deducir juicios de valor y normas de acción no es
el objetivo al que tiende la ciencia, pero que tanlos unos como otras
son el objeto de análisis de la crítica científica. La tesis más rotunda
dice: .La crítica no se detiene ante los juicios de valoro". La cuestión
final es qué puede significar crítica científica de ideales y juicios de
valor. Esa es la cuestión. En una misma expresi6n se sintetizan las dos
palabras centrales: crítica y ciencia.
En todo caso sabemos que la ciencia social, como crítica cieatífi·
ca, está en condiciones de poner la responsabilidad personal ea su
sitio, refiriéndola a convicciones libre y conscientemente asumidas, y
retirándola de procesos históricos objetivos y coactivos; sabemos que
19. ¡bid., p. 148; cd. cast., p. 41.
20. lbid., p. 149; cd. cast., p. 41.
21. lbid., p. 149; cd. cast., p. 42.
102
DILEMAS DE
LA RESPONSASILlDAD
solo ella puede dotar a esa convicción de una referencia a la acción y,
por lo mismo, prever de forma objetiva las consecuencias históricas
de la puesta en marcha de determinados ideales. Lo peculiar del asunto es que la dimensión epistémica de la responsabilidad es siempre la
crítica. Esta es científica, pero no deja de ser por eso crítica. JustO por
eso la responsabilidad es algo más que una técnica.
6. LOS SE TIDOS DE LA ACTIVI DAD CRITICA
Para explanar este problema Weber vierte los conceptos de convicción O ideal y de acción efectiva en los conceptos fin y medio. En
relación con ellos emerge la responsabilidad. Podemos querer algo en
función de su propio valor o como medio de algo que queremos
en función de su propio valor_ A la consideración científica es asequible ante todo lo que en la crítica a Knjes se llamó la interpretación
racional, esto es, relación nomológica entre medios y fines. La crítica
puede ejercerse aquí ponderando las posibilidades de alcanzar un fin
determinado con determinados medios objetivamente definidos. Un
sujeto sería responsable en la medida en que conoce los medios disponibles y selecciona el más adecuado. Si elige uno que conduce al
fracaso, podría ser criticado recordando que existía un medio más
seguro y será responsable entonces de las consecuencias en la medida
en que el medio alternativo era conocido. Llamamos a esta noción de
crítica, la más trivial (Cl). Un ejemplo de Cl sería, por ejemplo, rechazar que el mejor medio para potenciar la autonomía universitaria
fuese hacer depender las universidades del poder autonómico, siendo así que existía el medio, puesto en marcha por la Segunda República, de mantener la Universidad como competencia exclusiva del
Estado. Esta crítica pretende sobre todo definir sujetos competentes.
Como consecuencia de esta diferencia medios-fines, el análisis se
puede concentrar no en el curso concreto de la acción, sino en los
fines, normas, convicciones e ideales. La crítica puede argumentar
que estos fines no son realizables en la situación histórica concreta,
con los medios disponibles a la mano y en las circunstancias concre-
tas de acción. Para ello se deberá emplear masivamente el conocimiento histórico de antecedentes, basado generalmente en la ambigua expresión _afinidades electivas»: hay cosmos históricos donde
un fin resulta insensato, no tanto por que en sí mismo lo sea, sino
porque no hay posibilidad objetiva para él, porque ciertas ideas y
ciertos procesos históricos objetivos no se atraen el uno al otro. Esta
inviabilidad de los fines en relación con un contexto histórico, más o
103
JOS! LUIS VlllACAÑAS aEll.lANGA
menos conclusivamente demostrada pOt la ciencia, es el segundo sentido de crítica y la llamaremos Cl. Por ejemplo, el fin de reconquistar una dimensión imperial de España en 1939 carecía de pleno sentido en ese cosmos histórico. Lo mismo se podría decir del fin de
pretender aumentar el número de socios ibéricos que se sientan en el
Consejo de Ministros de las Comunidades Europeas. Son fines poco
e1ectivamente afines al contexto histórico objetivo. En la medida en
que estos fines sean evidentemente inverosÚTliles, tanto más delatan su
función ajena a la convicción, y en esa misma medida delatan apuestas ideológicas de naturaleza irracional, generalmente afectiva. Esta
crítica) por tanto, pretende definir fines sinceros y realistas, que suponen siempre posibilidad objetiva.
Pero no son estas dos las únicas formas de ejercer la crítica.
Cuando la posibilidad objetiva de alcanzar un fin está dada, podemos comprobar las consecuencias que tendría la aplicación del medio requerido para realizarlo. Estas consecuencias podrían ser divergentes de lo pretendido al perseguir el fin y contradictorias con él.
Estas consecuencias previsibles dependerían de la interdependencia
de todo acaecer. Buscando una cosa, y desde una influencia compleja y mostrable sobre fenómenos laterales, nos encontraríamos con
otra contraria. Esre tercer sentido de crítica la llamaremos C3 11 • Este
tercer sentido C3 nos ofrece la posibilidad de ponderar las consecuencias no queridas de la acción y nos obliga a responder a la
pregunta: ¿Cuánto cuesta el logro del fin en términos de pérdida
respecto de otros valores? Esta pregunta, y la actitud crítica en general que genera, es naturalmente del máximo valor ético. La energía
que se despliega aquí es básicamente ética y está orientada por el
sentido de la responsabilidad: se trata, dice Weber, de .la autorreflexión (Selbstbesinnung) de un hombre que actúe responsablemente»2J. Pues no solo tiene en cuenta el valor y la convicción que en un
momento dado es dominante, sino su jerarqufa con otros valores y
deseos, de tal forma que está dispuesto a hacer consciente la idealización de un valor &ente a otro y a razonar esta preferencia. Esta
crítica se hace cargo entonces de la pluralidad del mundo y desea
respetar los dioses plurales que en un momento dado puedan contender. Por ejemplo, esta responsabilidad es la que permite que un
gobierno que tiene plena soberanía en materia cultural, no imponga
una medida legal y legítima desde diversos puntos de vista, como
22. Ibid., p. 149·150; <d. CllSI., p. 42.
23. IbUI., p. ISO; <d. cast., p. 42.
104
DILEMAS DE LA RESPONSABILIDAD
sería la de exigir siempre la posibilidad de expresarse en la lengua
considerada propia, anre la consideración de que el más aIro valor
de la amable convivencia ciudadana podría sufrir alguna merma. En
este caso, es responsable buscar una acción que permita el mismo
fin, sin que dañe a otras dimensiones normativas o convicciones,
con gastos no de los ideales, sino de bienes materiales, como podría
ser tiempo o dinero.
Lo que en modo alguno incumbe a la ciencia es extraer una deci-
sión. Esta es una tarea ética del hombre en tanro libre voluntad, del
hombre que quiere de acuerdo con su propia tarea o su propia cosmovisión. En todo caso, la ciencia puede proporcionarle la conciencia de que todo actuar -y todo no aetuar- supone en sus consecuencias una toma de partido por determinados valores y una
dejación o lucha contra otros. Encontrar la elección entre ellos es
cosa del sujero. La C3 propone en ese caso que esa elección, en la
medida en que es plenamente autoconsciente, libre, reflexiva y razonada, puede fundarse en una acción social y por tanto es responsable.
De no hacerse, alguien puede exigir respuestas por la destrucción de
valores que debían haberse considerado y evaluado. Esta crítica aspira a formar personalidades no dogmáticas y flexibles, aunque, sin
embargo, no renuncien a sus ideales.
Pero con esta formación de personalidades competentes, sinceras, realistas y flexibles, antidogmáticas y antiideológicas, no se acaban los sentidos de crítica. Hay todavía una cuarta forma de crítica
(C4) que está implicada directamenre en el proceso de roma de posición ante la praxis como totalidad, ya se trate de un valor, un fin, un
medio o una decisión práctica. Se trata del conocimiento preciso del
significado (Bedeutung) de lo querido mismo, sea en la convicción o
sea en el acto concreto.
Este conocimiento se puede desarrollar a su vez en varias dimen-
siones. Así tenemos una C4-1 cuando se muestra el desarrollo lógico
de las ideas que sirven y pueden servir de fundamenro a los fines
concreros. Se deben poner en claro las ideas por las que se lucha, y se
ha de ser capaz de distinguir cuándo se lucha realmenre por ellas, o
cuándo se realiza solo en apariencia [teils wirk/ich, teils venneintlich]H. Esta tarea, la de vincular prácticamente un orden conceptual
con la realidad empírica, supone una especie de interpretación conceptual [Deutung] de los valores espirituales, así como un registro de
los usos históricos que han dirigido. Este análisis conceptual, junro
24. [bid., p. 150; <d. <ase, p. 43.
105
JoH LUIS VlllACAÑAS BHLANGA
con el USO histórico, constiruye la explicación filosófico-histórica que
se estudió en Roscher y Knies y que ahora, en 1904, ya se reconoce
como labor propia de la Sozialphi/osophie". AsC, por ejemplo, tendrCamos una C4-1 cuando analizásemos cómo ha sido usada la idea
de nación en la historia, qué efeeros ha producido desde alguna de
sus ideas, cuál ha ido el contenido teórico que en la acción ha sido
finalmente movilizado, qué sentidos han sido reducidos o apartados
de eficacia, etcétera.
Este análisis filosófico-histórica-social estudia el poder efectivo,
el uso histórico de las ideas para el desarrollo de la vida social. Constiruye asr el primer sentido de C4. Pero existe una segunda tarea aquí
(C4-2). y es la que trata de enseñar a juzgar críticamente los fines y
los ideales queridos:
Esta crícica solo puede tener un carácter dial6ctico, y solo puede
constituir un enjuiciamiento lógico-formal del material que se presenta en los juicios de valor y en las ideas históricamente dadas, y ser
un examen de los ideales respecto del postulado de la interna carencia de contradicción de lo querido u .
Aqui se jerarquizan los elementos internos de una cosmovisi6n,
se proponen explrcitamente los ideales últimos, se descubren los criterios de valor de los que se parte inconscientemente o de los que,
para ser consecuente, se debería partir. Llevar a conciencia estos
criterios últimos, que definen la vinculación querida del sujetO respeero de una acción dada, es lo último que puede hacer la ciencia
filosófico-histórica-social antes de entrar en la especulación. La ftontera que no se puede traspasar es que, en el terreno de acá, los
conceptOs y valores funcionan como ideales práericos y en la acción
histórica y social, mientras que más allá, en la especulación, se separan de la vinculación con la acción y se estudian en su aspeero abstraero. Un ejemplo de esta C4-2 sería intentar recoger el material
histórico de la idea de nación y mostrar el juego lógico de sus estratos, la posibilidad de coherencia o no, la posibilidad de atender a las
dimensiones semánticas de que se compone. Pero no tendría como
meta configurar una teoría de la nación, por mucho que una teoría
responsable la ruviese en cuenta. De ser ese el caso, enronces hablaríamos de responsabilidad teórica en sí misma, no de esta responsabilidad teórico-práctica del sujeto activo políticamente.
25. Ib;,J.• p. 151: c:d. C3St.. p. 43.
26. Ib;,J., p. 151: cd. cast., p. 43.
106
DILEMAS DE
LA RESPONSABILIDAD
Que el sujeto actuante deba lIevat adelante este ejetcicio de crítica científica, en todas sus fases, para operar responsablemente en la
acción histórica, es algo que depende del talante ético del sujeto, no
de la ciencia. Atañe a su voluntad y a su conciencia moral (Gewissen),
no al saber de la experiencia. La dimensión crítica es de naturaleza
práctica, no meramente teórica. La ética reconoce que, sin la crítica,
nuestra acción carecería de responsabilidad. Pero reconoce sobre
todo que esa irresponsabilidad sería a pesar de todo algo de lo que a
la postre seríamos responsables.
Ahora bien, Weber da un paso más allá en su reflexión metacientífica cuando establece que solo tras esa reflexión crítica se posee
aquello que él llama .Ia dignidad de una personalidad., una personalidad anti-romántica y responsable. Forma de vida plenamente humana, existencia autoconsciente hasta donde sea posible, la dignidad
práctica reclama la referencia de la vida a valores últimos, la exteriorización de una acción según intereses permanentes que se refieren a
sus valores ideaJes27• Parece que alguien que no encarna esta estructu-
ra de personalidad, no es políticamente digno. Del planteamiento de
Weber se puede derivar, primero, un juicio de valor estrictamente
ético, no científico; y, segundo, un juicio de valor formal, en la medida en que se separa de toda referencia relativa a la evolución ética de
los pueblos y se concentra en la dimensión personal e intransferible
de la acción. De esta forma, vemos que el tema de este ensayo es el
mismo que el de la crítica a Roscher y Knies: definir una personalidad ética en una edad en que la experiencia histórica acumulada no
nos permite ser ingenuos en nuestra acción. En cierto modo yaspec-
to, Weber ya ha inaugurado el gesto de Giddens y se ha siruado en
una modernización reflexiva 28 •
La conclusión es sencilla: la ciencia no puede enseñar qué se debe
hacer, qué se ha de decidir. Pero la crítica científica debe ayudar a
saber no solo cómo se puede hacer algo, sino qué se puede hacer en
una situación dada, y a veces qué se qujere realmente y a qué nos
obligamos y comprometemos queriendo eso que queremos". ilustrarnos acerca de nuestro auténtico querer es también parte de esta
crítica. Ahora bien, en la medida en que la crítica se canaliza a través
de la actividad científica, jamás pierde la dimensión de acción social
propia de esta. La crítica no es separable de la dimensión social de la
ciencia, y por eso mismo, en cierto modo, la responsabilidad no es
27. lbid., p. 152; ed. cast., p. 44.
28. ef. The ConsequetJces of Modernity, Polity Press, Oxford, 1990.
29. Wissenschaftlehre, cit., p. 151; ed. cast., p. 44.
107
JOSE LUIS VILLACAÑAS
BEI\lANGA
definible propiamente al margen de todo uso crítico de la ciencia.
Por mucho que la ciencia, sin embargo, sea una condición más O
menos separada de la vida social como conjunto, la crítica la resitúa
en los ámbitos de la vida cotidiana y, por eso mismo, determina que
la responsabilidad política no sea una dimensión más de la esfera
científica.
7. U
HÉROE pOLfTICO POTENCIALMENTE CESARISTA
Resulta claro que Weber ha cargado al sujeto político con unas autoexigencias verdaderamente heroicas. Primero tiene que ser franco
consigo mismo y eStar seriamente preocupado por el valor ético de
su propia personalidad, por su integridad y coherencia, por todo
aquello que en el joven Lukács se reconoce como alma. Pero no solo
eso, sino que tiene que iluminar todos los ámbitos oscuros que se
esconden en las parcelas más inconscientes de su propios valores,
practicando una especie de psicoanálisis de convicciones mediante la
crítica filosófica, histórica, lógica y práctica de estos mismos ideales a
los que sirve. Tiene que comprender permanentemente su propia
posición antes los propios valores, manteniendo a la vez una esquizofrenia entre una actitud objetivante y una actitud subjetivante, entre
una actitud de distancia y una actitud de participación en ellos. Tiene
que conciliar las dos dimensiones estrictamente nietzscheanas del
pathos de la distancia y de la voluntad de poder. Tiene al mismo
tiempo que conocer la eficacia histórica de estos propios ideales, la
eficacia en el pasado yel presente, contrastar una con la otra, definir
la posibilidad objetiva en la que son previsibles estas consecuencias,
reconocer las constelaciones pragmáticas en las que su ideal es realizable y en qué parte, qué debe pagar por esa parte y decidir hasta qué
punto merece la pena ese precio. Para ello tiene que comprender la
estructura social de su presente, pero al mismo tiempo poseer un
arsenal de casos parecidos e inducciones con los que dar razones sobre su creencia acerca de la imputación causal adecuada de una acción o una decisión que se ha de tomar.
Esta autorrepresentación del político, sin duda, lo coloca a un
nivel de heroicidad ética, cultural y científica hercúlea. Hay buenas
razones para pensar que esta figura coincide con la propia autopercepción de Weber y con la estilización de su personalidad, que impulsó de la forma más coherente y rigurosa, sin rival por tantos
motivos en el siglo xx. Pero la perfección de su propio nivel de exigencias, el cumplimiento de todas estas condiciones para poner la
108
DILEMAS DE LA RESPONSABILIDAD
mano en la rueda de la historia, como en cierto modo reclamaba,
parece conferir a esta personalidad un punto más de lo necesario
para cuadrar perfectamente en la noción de carisma antiautorirario
que define su posición política última. En efecto, esta noción de carisma, frente al carisma autoritario, requiere un momento de igualdad enrre el representante político y el ciudadano. Es el ciudadano
libremente, y desde el propio movimienro de la voluntad, el que confiere el carisma al representante, al prestarle su confianza y su identificación. Por eso el carisma antiautoritario impone un momento republicano y, justo por eso también, supone la institución de la
renovación explícita de la confianza en el momenro de la elección.
Este cari ma es resultado del reconocimiento, no causa del reconocimiento. Ahora bien, el héroe político de Weber reúne tal cantidad de
virtudes aceradas que, finalmente, se podría afirmar que resulta heterogéneo respecto a los ciudadanos, que les impone el reconocimientO como consecuencia de su propia virtu. Por mucho que los valores
que estén en juego para forzar este reconocimiento sean racionales
--cientificidad, eticidad, responsabilidad, decisión, claridad de actitud-, por mucho que no sean los valores afectivos ni vagamente
comunitarios del líder carismático autoritario, por mucho que reclamen internamente la crítica y el debate público, y no la adhesión
total y el asentimiento, la aclamación o la entrega, son de tal naturaleza que en el fondo podrían parecer autoritarios para una sociedad
que no compartiese estos valores mismos o que hubiese relajado su
comprensión hasta niveles considerables.
Sin ninguna duda, descubrimos aquí una especie de autoritarismo racional que no es de nuestro gusto. La sociedad de masas, que se
consrruye sobre la relajación de cualquier tipo de nitidez aristocrática de valores y figuras, se venga de este autoritarismo racional privándolo de toda relevancia democrática. Aislándolo de toda relevancia práctica, privándole de toda confianza y de toda capacidad de
representación, la sociedad de masas condena este autoritarismo de
la responsabilidad a una especie de quijotismo, cuya figura más agridulce se encuenrra en esa foto del Weber, héroe superburgués, ya
con una barba afilada y blanquecina, defendiendo a los revolucionarios de Múnich, a ese Toller que finalmente no podrá resistir el exilio
americano. No es que la sociedad de masas descubra en este héroe
radical un peligro: descubre un personaje que no corresponde a su
presente, con el que no se puede sentir representada en absoluto. Por
lo demás, siempre habrá literatos que muestren el lado incómodo de
esta figura en una sociedad de exigencias genuinamente mediocres.
Todo esto viene al caso para reconocer que, tras el héroe político
109
JOsl: LUIS YILLACAÑAS aELHANGA
weberiano, se esconde también una concepción acerca de la sociedad
en la que es viable. En ese sentido, Weber no se ha separado un ápice
de las exigencias heroicas de la sociedad burguesa, propia de ese liberalismo reformulado tras la figura del superhombre nietzscheano que,
en su ilusión, Weber creía poder democratizar en la medida en que se
pusieran en recirculación las energías éticas de la primera modernidad, de la que se sentía inmediato heredero.
De hecho, su ideal politico quedó bastante exp!fcito cuando comentó que si cada generación pudiera tener su propio Bismarck, el
cesari mo democrático seria el régimen providencial para Alemania.
Weber, en este sentido, no se ha equivocado respecto del nombre y
del sistema. Cesarismo democrático es la forma de gobierno dominan·
te en los regímenes atlánticos desde la Primera Guerra Mundial, y los
gobiernos que han sabido orquestar de forma típica este sistema se han
demostrado capaces de asumir los retos nacionales con máxima competencia, respecto a otros que han instaurado un cesarismo autorita-
rio y afectivo. Pero Weber se ha equivocado acerca de las virtudes de
este césar, que desde Roosewelt hasta Reagan ha ido separando las
dos grandes dimensiones del político responsable weberiano: su lucha
política en el seno de las comisiones parlamentarias ysu capacidad po·
!ftica de representar al pueblo en su mayoría de forma directa. La comunicación pragmática, en el seno de la comisión, de amplio saber
científico-técnico y político, se ha separado de la más bien social y
personal comunicación simbólica, que caracteriza a1!fder plebiscitario actual. De tal manera que llegamos al dilema básico de la responsabilidad polftica weberiana: cuanto más fiel sea a la dimensión pragmática de comunicación, menos intensidad tendrfa su capacidad de
representar simbólicamente a la sociedad de masas del presente. Este
dilema impone un ocultamiento del tratamiento objetivo de las cuestiones que se trabajan en el seno de comisiones, donde efectivamente
se podrla juzgar una actuación política, y donde se cumple con la res·
ponsabilidad en su plenitud, en beneficio de la monopolización del
espacio público por identificaciones personales, a1ectivas, culturales,
ideológicas o simbólicas. Cuanro más responsable se quiera ser en el
primer escenario, menos reconocimiento se obtendrá en el segundo.
El mantenimiento de una esquizofrenia que separase ambas funciones
y fuese capaz de mantener su lógica en sus diferentes escenarios no
solo está más allá de unos hábitos de comunicación que no resperarían
la circunspección necesaria para desplegar las virtudes weberianas,
sino más allá de lo que es humanamente viable. Sin embargo, a algo de
ello apelaba Weber cuando reclamaba algo más que especialistas sin
espíritu y esteras sin corazón. Quizás la cuestión es sencillamente que
110
DILEMAS DE
LA RESPONSABILIDAD
los estratos sociales que podrían entender las virtudes weberianas, no
gozan de la suficiente densidad como para sostener el prestigio de determinadas tareas, hábitos y funciones, que escapan así a la publicidad
política, refugiándose quizás en consejos de administración O en laboratorios o departamentos universitarios. En este sentido, la idea de
Weber tiene vigencia en una sociedad en la que ciertas capas todavía
podían vivir con la sensación de estar rodeadas de virtudes universitarias, protegidas en ambientes de prestigio social innegable, en con-
tinuo contacto con medios de publicidad en los que podían expresarse con rigor. En este sentido, Weber es comprensible en una sociedad
que todavía se ha negado a reconocer que el destino de la política ya
no pasa por incorporar las formas humanas más innovadoras y prestigiosas en su seno. Hoy ese camino se ha recorrido hasta el final.
En cierto caso se trataba de un destino, y era fácil llegar a esa
conclusión tan pronto se descubriera la responsabilidad política clásica como un dilema insoluble. Pues el problema no era exactamente
que Weber había depositado en su noción de responsabilidad un
exceso de condiciones que hacía que difícilmente se cumpliera con
éxito. El problema más grave es que, incluso en el caso de que se
cumpliera en su totalidad, el modelo estaba sometido a su propia
degradación de una forma inapelable. Pues en el caso de que la figura
del héroe carismático democrático se impusiera en toda su rotundidad y éxito, sería inevitable que acabara generando en las masas una
sensación de protección, de dirección adecuada de la cosa pública, de
convicción extendida de que el timón del Estado está en buenas manos, que iría en contra de toda expectativa de mantenimiento de la
agudeza de juicio político, de toda esperanza en la exigencia de rigor
en la petición de cuentas, de toda honestidad en la reclamación de
responsabilidad. Nosotros, los españoles, sabemos algo de esto, pues
así ha evolucionado el modelo de césar carismático, bajo los largos
años de Gobierno del señor González. El dilema finalmente dice que
triunfe o fracase el modelo, fracasa. Finalmente, podemos enunciar
un ley de la política que no me gustaría defender demasiado, ya que
me parece en exceso intuitivamente evidente. Cuanto más responsabilidad se concentra en el gobernante weberiano, menor responsabi-
lidad se tiende a concentrar en el ciudadano. Finalmente, esta ley
parte del supuesto de que la responsabilidad es un bien frágil yescaso, que degenera tanto más rápido cuanto más se concentra. Quizás
Weber jugaba con categorías aristocráticas en un universo democrá-
tico, dejándose llevar, desde luego, por la aguda intuición de que la
responsabilidad era desde siempre un concepto aristocrático. Pero
de la misma manera que vocatio o virtu fueron conceptos aristocráti-
111
Jost LUIS vllLACAÑAS IERlANGA
cos que se democratizaron, quizás también se debería pensar en la
metamorfosis que debería seguir este concepto en una sociedad democrática de masas. Aquí, la sombra imponente de Weber nos abandona. Es una cuestión de franqueza reconocer que, al despedirnos de
ella, lo hacemos con todo pesar, pues abandonamos un universo de
grandeza para encaminarnos a un mundo nuevo que solo sería so-
portable si produjese el sereno estado de ánimo de la reconciliación
con el presente.
112
II
OTRAS FORMAS DE RESPONDER
RES PONSABI U DAD NEGATIVA
Antonio Aguilera
.EI pecado original, la vieja culpa del hombre, consiste en el reproche que formula y en el que reincide, de
haber sido él la víctima de la culpa y del pecado origi-
nal. (Ka!ka).
Responder de la responsabilidad. Pero habría que dudar de la responsabilidad del filósofo sobre este asunto. Si la responsabilidad filosófica radica en asumir un riesgo, en atacar los limites de lo eStablecido para salvar la cosa mediante el concepto, como no hay garantía
alguna de que se pueda conseguir, pese al mayor esfuerzo, esa tarea
tiene algo de irresponsable. Cuando no se pueden predecir las consecuencias de lo que se hace o de lo que se piensa, difícilmente puede
uno asumir responsabilidad sobre ello. Mejor parece entonces desocuparse de esta tarea, encargarse sólo de lo que con seriedad puede
uno dar cuenta. Lo más responsable consistiría en no hacerse cargo
de ciertas tareas filosóficas, empezando por temas como la responsabilidad. Sin embargo esa paradoja no ha sido inventada por la filosofía, ella busca salida a esa aporía. Trátase entonces de dar respuesta
a lo que nadie ha preguntado, de bablar con quienes ya no quieren
dialogar, de hacerse cargo de lo que pesa demasiado para sobrellevarlo, de asumir una responsabilidad sin haber cometido ningún
delito, de hacerse cargo de lo que no se cuida, de responsabilizarse
hasta el final del mismo concepto de responsabilidad.
115
ANTONIO AGUILERA
1. RESPONDER Y CUIDAR
Sublimes eran para Kant la noche estrellada y la conciencia moral.
Lejos de Konisberg y de la ilustración histórica, ya no podemos contemplar el cielo estrellado premoderno, las constelaciones griegas y
renacentistas se borraron con la iluminación de gas de las ciudades
del XIX, el plomizo cielo contaminado de las metrópolis modernas lo
sigue impidiendo hoy. Tampoco es fácil encontrar entre los urbanitas conciencia moral alguna que produzca admiración, su centelleo
lo enturbiaron en el XIX las primeras exposiciones universales, hoy
las luces fluorescentes de los hipermercados postmodernos la ensombrecen. Una alternativa postkantiana para contempladores está en la
arquitectura de esas ciudades bajo el cielo turbio o en el sistema jurídico moderno con su invocación de la conciencia moral. Una sublimidad de segundo orden empequeñece la kantiana, la metrópolis y el
sistema jurídico insinúan la &agilidad de todo lo entendido como
natural, nosotros mismos con ello. Bajo tales estrellas cualquier modulación del concepto de responsabilidad implica un espacio lógico
lingüístico donde su negación demarca el significado que pueda tener. En el derecho este espacio lógico se muestra nítidamente, en
cuanto que el concepto de tesponsabilidad aparece como clave de su
sistema conceptual. La responsabilidad de un individuo o de un colectivo depende estrictamente de la limitación que dibuja una norma,
que al mismo tiempo establece una falta de responsabilidad. Solo en
tales condiciones se podrá poner énfasis en la responsabilidad o en la
irresponsabilidad, en lo calculable. Comenzaré en ese campo de fuerzas, entre responsabilidad y su contrario, no en uno de los polos,
para avanzar en la clarificación de una responsabilidad radical. Responder de la responsabilidad, desde una cierta irresponsabilidad, cuidar la cosa que nombra, hacerse cargo de ella, invocar la justicia.
La responsabilidad es un concepto tan moderno que no puede
llevarse más allá del siglo XVIII, vinculado en primer lugar a lo político. Se hablaba en inglés de una responsabilidad política I por la que el
gobierno constitucional debía dar cuenta ante los ciudadanos. Más
rarde esa responsabilidad, que también apareció en disputas filosóficas sobre la libertad, como es el caso de Hume y Kant, se concretó
como responsabilidad jurídica o legal. Es en el derecho donde recibe
una precisión que puede ser el punto de partida para avanzar en lo
filosófico, máxime cuando ya Max Weber entrelazó lo jurídico y lo
1. Aparece el término responsability en el Federalist. de 1787 escrita por el
polf[ico americano Alexander Hamileon.
116
RESPONSABILIDAD
NEGATIVA
político con lo ético en su concepto de ética de la responsabilidad.
Sin embargo, en el derecho la responsabilidad se acerca tanto a la
imputabilidad" especialmente cuando el deber se ve como obligación y esta se remite a la norma (Kelsen), que bajo todas las complejas
distinciones jurídicas emerge un significado que elude cualquier otra
responsabilidad que no fuera el cumplimiento de una obligación. Si
se niega la identidad entre responsabilidad e imputabilidad, como se
percibe en algunos pa os de la teoría del derecho aerual, se muestra
un concepto de deber que no es el de mera obligación OcumplimientO de un cierto orden (moral, social o natural). Aparece un concepto
de deber más antiguo, olvidado desde la Ilustración histórica, que se
coneera con el concepto de officium. Fuera del derecho parece abandonarse de modo general en este siglo el interés por un concepto de
deber como obligación de cumplimiento de una norma, acaso por la
imposibilidad de ver ya las estrellas Ola conciencia moral pura. Sin
embargo no parece posible abandonar la responsabilidad como categoría moral. Un resto del deber se muestra en ella, un deber entendido como algo más que imputabilidad, un deber que tiene que ver con
el oficio, con el cargo que uno ocupa y del que uno se hace cargo.
Justo en ese concepto antiguo de deber emerge el gozne que articula
la responsabilidad con el hacerse cargo, un cierto decir y un hacer. y
precisamente se comprende que la carencia de oficio en tantas tareas
inteleeruales conlleve hoy un rechazo de la responsabilidad, especialmente de la sujeción al oficio que uno ostenta.
Si se entiende responsabilidad como un responder, como una
capacidad para responder y una exigencia de hacerlo, el hacerse cargo de algo comienza con un decir y desemboca en un hacer, empieza
como un poder razonar y lleva a un tratar con la cosa de la que se
habla. La responsabilidad tiene entonces un estricta conexión con el
lenguaje, por lo tanto también con la razón, si esta se entiende ya
definitivamente vinculada al lenguaje. Depende de la razón jurídica
desde luego, pero también de lo que la sobrepasa y la empuja en
dirección de lo político y de lo ético. El caráerer lingüísrico de la
responsabilidad la hace depender del desarrollo teórico, de los avances filosóficos de este siglo. Pero no basta con un responder, la responsabilidad también se conecta con la cosa, con algo objetivo, con
un más allá del lenguaje. El que se hace cargo, carga con algo ante
alguien, cuida una cosa; el que responde de algo, responde de una
cosa ante alguien. La responsabilidad tiene una carga de objetividad
2.
Remlte:al concepto :antiguo de impwtatio.
117
ANTONIO AGUllU,A
de la que deriva cualquier subjetividad. La cosa que cuida la responsabilidad también depende del modo en que las acciones de un sujeto
pueden evitar su daño. Lenguaje, cosa e historia se entrelazan en el
concepto de responsabilidad.
2. IRRESPONSABILIDAD
Admirable se muestra quien no queriendo bacerse cargo de nada se
margina hasta el punto de tratar de vivir alternativamente, renun·
ciando a cualquier cargo, al cargo de funcionario o gobernante, al de
empresario pagado con sueldo público o informaciones privilegiadas. Ese querer vivir sin cargo alguno, sin carga alguna de la que
responsabilizarse, tras Baudelaice, Rimbaud y Gauguin, tras los hippies, parece que ya solo es posible en los agujeros entre las ruinas
urbanas, en la ocupación de un espacio donde vivir alternativamente,
como la vegeración que crece entre los escombros. El mero querer
vivir despojado de todo lo histórico social se acerca a lo animal, a lo
vegetal, el precio por su inocencia. La irresponsabilidad inocente no
puede dejar de cuidar su vida, por eso incluso cuando no desea responder ante ninguna razón acaba por tener que responsabilizarse
ante sí misma de la estrategia para vivir. Entre esa irresponsabilidad
inocente y una responsabilidad no culpable hay otras alternativas de
vida. Hacerse cargo no es para algunos la tarea a que obliga un oficio,
sino la ficticia asunción de responsabilidad, pero difícilmente podrán
responder de ello, al menos púbücamente. La cosa y el lenguaje se
contradicen y finalmente actúan en contra, produciendo un daño en
la cosa y en el lenguaje. Quienes al hacerse cargo de cosas públicas se
hacen un cargo con intereses privados y no quieren responder de ello
cuando se desvela a la luz pública, incurren en responsabilidad. Pero
esta solo puede exigirse desde instancias objetivas, especialmente la
justicia institucionalizada, que tienen su correspondiente responsabi-
lidad. Cuando la justicia institucionalizada no sanciona la irresponsabilidad, encadena el derecho a lo que precisamente este trató de evitar al constituirse, en su lucha contra la justicia entendida como
venganza. El derecho primitivo se venga de la justicia en la prosecución de la injusticia por sus máximos representantes. El mito vuelve a
brotar en la punta de la ilustración, en esa diferenciación de esferas
de la razón; se colapsa lo jurídico con lo politico.
Lo que ha sido habitual en la política de este país y en otros,
sobrepasando la esfera de lo politico hasta alcanzar la de lo penal,
tiene una larga historia que se extiende precisamente hasta donde
118
RESPONSABILIDAD NEGATIvA
apareció el concepto de responsabilidad política, pero se ha introducido en ámbitos no siempre determinables jurídicamente, en lo motal, más allá de lo político. La corrupción aparece como la otra cara
de la democracia ya en su comienzo burgués, como antes lo fue el
mal ante la posibilidad del bien. Kant, que no lo desconocía, pese a
no prever el horror que podía dar de sí una sociedad burguesa en su
maduración, hablaba de la necesidad de unas leyes que permirieran la
vida entre demonios. Una rarea titánica para juristas con experiencia.
Pero los demonios no están solo entre los gobernantes, más bien ha-
bría que pensar al revés: están ahí porque muchos aclamaron en ellos
lo que los muchos quisieron. Lo están hasta entre ciertos opositores
radicales que finalmente han buscado cargos que soporren pocas cargas y ninguna necesidad de responder. La mística invocación del«poder:. como instancia que todo lo controla acaba por someter al sujeto
rebelde que pone esa palabra en su boca, con su odio confirma la
fuerza del objeto en su carne. La irresponsabilidad adquiere cuerpo
institucional, lo hace en la carencia de oficio del que ocupa el cargo
por enchufismo, se manifiesta en la falta de respuesta ante demandas
sociales, se prolonga en la tortura a la cosa de la que habría que responder, y sobre la que brota la facundia. La responsabilidad culpable
prosigue en los pactos políticos que sellan la boca de la justicia y le
quitan la venda de los ojos para que contemple no al que espera ante
la puerta de la ley, ni al funcionario que la cuida, sino al que no podrá
tocar por exigencia político-económica. Reducir toda responsabilidad a la legal, como algunos políticos han intentado en este país,
puede tambi~n entenderse como una operación contraria a lo que se
dice: ¿no será el intento político de flexibilizar la responsabilidad
legal para que sea limitada por lo político según arbitrio? La reducción de lo jurídico no ya a lo moral, sino a lo político, descarga de
responsabilidad moral, en cuantO identifica la responsabilidad como
mera imputabilidad controlada políticamente.
Sería irresponsable suponer que toda responsabilidad se reduce a
lo político o a lo jurídico en una sociedad moderna con complejos
subsistemas. El concepto de responsabilidad implica necesariamente
una remisión a la falta de responsabilidad, a una limitación respecto
a lo que se es responsable. Sin embargo no ser responsable no conlleva ser inocente, como tampoco el ser responsable implica necesaria-
mente culpabilidad, algo que muestra tanto la responsabilidad indirecta como el simple buen cuidado de la cosa. Que no se pueda ser
responsable de todo no otorga inocencia respecto a lo que no se es
inmediatamente responsable- La responsabilidad sobre personas y
cosas exige negar, sobrepasar, cuestionar la mera responsabilidad ju-
119
ANTONIO AGUILEltA
rímca, para sacar a la luz lo que ha cristalizado, ha muerto, en ese
mismo concepto de responsabiljdad. Se trata de acceder a un concepto de responsabilidad que comprenda lo que sin cuidado muere, lo
que es pisoteado bajo principios especialmente económicos, tras lo
jurídico. Inocentes ya no lo son ni siquiera los marginados voluntarios, tan solo pueden serlo seres como el Odradek de Kaika, los animales, las plantas, las estrellas, los brutalmente arrojados a los vertederos de la historia, todo aquello que ha sido inútil socialmente y se
ha alejado de lo parasitario, o simplemente el que cuida la cosa de la
que se encarga sin instrumenralizar su cargo.
La irresponsabilidad social implica una individual, como efeero
histórico del hundimiento de la fuerza moral de las religiones en las
sociedades occidentales, corno efeero de la juridización de las relaciones sociales. Cuanto más se reduce la responsabilidad a imputabilidad, tanro más se pierde la conciencia de una responsabilidad moral.
El efeero de la irresponsabilidad de instituciones y Estados lleva a una
disposición subjetiva irresponsable que vive en esa armósfera y se alimenta del rechazo de la responsabilidad asumida por algunos individuos, a los que se califica simplemente de conformistas o escúpidos.
La irresponsabilidad individual prospera y se adapta gracias a la irresponsabilidad social. La defensa de una respon abilidad individual es
peligrosasin una defensa y un fortalecimiento de la social, puesto que
solo en esta adquiere la primera sostén. La irresponsabilidad presupone una trama social de la que name puede estar ya fuera; es la responsabilidad de otros la que sostiene su apariencia de libertad. iBastará
simplemente con querer vivir? c"Y quién no lo quiere hasta soportan·
do la carga de la culpa más pesada? Para simplemente vivir se invoca
la inocencia de toda vida O la astucia necesaria en un capitalismo fe-
roz. Nadie quiere sentirse responsable en esa situación, todo se llena
de responsabilidades sin culpables, de algunos inocentes sin responsabilidades. No es ya la huida del deber, una vez se apagaron las estrellas
con la ilumjnación noerurna en las ciudades, es hasta la fuga de lo que
resta antes de dejar meramente el descarnado vivir, aunque sea el de
una perra vida. Como un perro, así muere K al final de El proceso de
Kafka, tras un extraño proceso judicial que había convertido su vida
en una trama en la que ya solo queda la moralidad de la imputación
incomprensible. La inmoralidad campa a su aire, al aire contaminado
de modernas metrópolis que no dejan ver el cielo estrellado.
Sin embargo las estrellas siguen allí. Basta salir al campo por la
noche para comprobarlo, cuando uno desconfía de la ciencia ante
tanta idolatría tecnológica. Si todavía algunos teóricos pueden responder de una situación social de irresponsabilidad, creyendo que la
120
RESPONSABILIDAD
NEGATIVA
irresponsabilidad en ciertos cargos o de cierras instituciones puede
cargarla la sociedad, es porque todavía suponen que esta carga es
sobrellevable en una sociedad moderna, que una variante naturaJiza-
da de un estado del bienestar puede encontrar siempre el modo de
responder en ausencia de responsables. Esta irresponsabilidad social
que presupone un crecimiento económico sin límite, que posrula una
pérdida de lo natural en una cultura omnipotente, olvida no la naturaleza, sino el carácter de naturaleza que ha adquirido la cultura humana. Sus pasiones y principios, su voluntad de vivir y su metapolítica, desconocen las consecuencias. La novedad social percibida por
algunos hacia los años cincuenta, ya evidente de modo general en la
teoría social desde los setenta, está en que los trabajadores ya no
tienen idea del efecto de su actividad (Anders), en que la complejidad
de la globalización impide una percepción inmediata de los efectos
de nuestras acciones (Giddens, Luhmann). Si responsable solo puede
ser el que repara en las consecuencias de sus actos y evita aquellos
que conllevan algo nocivo, como irresponsables hay que denominar
a los individuos rardomodernos. No es que su conciencia del deber
pueda ser menos fnerte, la cuestión decisiva está en que sus acciones,
lo que producen, los artefactos industriales, pueden en su extremo
nada menos que aniquilar a la especie humana o dañarla de modo
irreversible. La ceguera ante cosas como las armas atómicas, especialmente las portátiles, ante Chernóbil, frente a industrias contaminantes, ante una industria alimentaria que roza muchas veces lo delicti-
vo, ante actividades que dañan la salud física y mental de multitud de
individuos, por no mencionar la industria moderna de las drogas °
de la sexualidad, afecta al concepto de responsabilidad. La desnacionalización de la economía vuelve impotentes sobre innumerables
asuntos a los gobiernos nacionales, a instituciones modernas no preparadas para esa mundialización de la economía, paralela al aumento
irresponsable de los nacionalismos premodernos.
El concepto moderno de responsabilidad, al menos hasta los
años cincuenta de este siglo, implicaba una experiencia de las activi-
dades cuyos efectos había que predecir, exigía un conocimiento previsible de elJo. La carencia de esa experiencia social inmediata en la
tardomodernidad, a causa fundamentalmente de la globalización,
no parece compensarla todavía una experiencia científica o la teoría
social. En el mejor de los casos existe una experiencia de segunda
mano (Gehlen), una vivencia del choque (Benjamin) O un comportamiento reflejo (Adorno), un desanc1aje de las relaciones sociales de
sus contextos locales (Giddens), que implican un concepto de responsabilidad distinto. Mientras que este no adquiera fuerza social,
121
ANTONIO AGUllERA
la irresponsabilidad será lo único que podrá responder. Falta imaginación adecuada para comptender la novedad histórica, para comprender cómo por primera vez la humanidad tiene ante sí la posibilidad de actos y productos que pueden borrarla de la Tierra, de
artefactos que por su apariencia no parecen siniestros. Esas acciones, arterfaetos, indusrrias, relaciones sociales, que van más allá de
lo familiar o fraternal, pueden cambiar sustancialmente las condiciones de vida de toda la especie. Si la imaginación ha operado siempre
con la percepción introduciendo variaciones lingüísticas, ahora debería partir del lenguaje para bacer algo perceptible, para otorgar
apariencia a lo temible. Tal vez eso haría posible comprender, me-
diante un recurso que remite al arte y a la filosofía de vanguardia sin
olvidar las ciencias, la necesidad de introducir un cambio en esa
situación para que de nuevo pudieran exigirse y retomar responsabi.
lidades. Asumir la responsabilidad de esta situación, que ya no puede cargar ni el irresponsable inocente, ni el responsable, que rampoco puede eludir el irresponsable olvidado o absuelto, implica bacerse
cargo de la carga más pesada.
Un pensamiento irresponsable sería el que negase la responsabilidad moral, incluso tras Nietzsche, al partir ingenuamente de la componente de irresponsabilidad del pensamiento, de una filosofía entendida solo como pensamiento abierto y experimental, como libre.
Tal experimentación filosófica o teórica, que fue propia de las vanguardias, no exime hoy de una responsabilidad respecto a la cosa, a
eso a lo que se entrega la experimentación cuando quiere evitar lo
establecido formalmente, legalmente. Más allá del deber y de la libertad convencionales se perfila un concepto de responsabilidad que
comienza filosóficamente con un hacerse cargo de ello.
3. RESPONSABILIDAD Y DEBER
Una responsabilidad sumamente estricta, la responsabilidad jurídica,
se constituye por la negación de una cierta irtesponsabilidad, no solo
la que castiga o regula normativamente, sino especialmente la que
sostiene en su ufana complacencia y en su burla de cualquiet intento
pOt ir más allá de su pretendido rigor. Implica aparentemeote la neo
gación de una irrespoosabilidad respecto a las cosas. ¿Puede alguieo
responsabilizarse de la natutaleza que no domina o de las personas
como tales y no de sus acciones, estipuladas dentro de ciertos ámbitos? Jurídicamente 00, pero lo jurídico trata de proteger algo que ya
la teligión no permite cuidar, puesto que la vieja re/igio ya no enlaza
122
lt.ESPONSABllIDAD NEGATIVA
de modo suficiente. Se produce una juridización de las relaciones
sociales y de todo cuanto participa en ellas, contrapartida de la desmoralización que ha introducido la mercantilización de la vida entera. En lugar de las estrellas aparecen las fachadas de los Palacios de
Justicia. Hay que traspasarlas para comprender lo que las sostiene.
Nino' establece diversos conceptos de responsabilidad apoyándose en Hart: obligaciones derivadas de un cargo, factor causal, capacidad o estado mental, algo punible o moralmente reprochable.
Kelsen distingue entre responsabilidad directa e indirecta. En la directa un individuo es directamente pasible de una sanción como con-
secuencia de un acto ejecutado por él mismo. El derecho penal moderno solo admitiría la responsabilidad directa. En la indireera un
individuo es sancionable por la conducta de un tercero. El derecbo
primitivo castigaba también a los familiares o al clan de un responsable o autor directo, mientras que el derecho contemporáneo mantie-
ne la responsabilidad indireera fuera del derecho penal: la responsabilidad de unos padres respecto a los actos antijurídicos de sus hijos
menores es una responsabilidad civil. Kelsen implícicameme remite a
la diferencia entre responsabilidad individual y colectiva, que a primera vista podría relacionarse con la directa y la indirecta haciendo
intervenir ingenuamente una asociación entre lo colectivo y el carác-
ter primitivo del derecho. Los miembros y socios de una sociedad o
colectividad o institución tienen una responsabilidad colectiva, a veces limitada, definida por lo que constituye a la persona jurídica.
También existe en el derecho internacional la responsabilidad colectiva: si un jefe de Estado cornete un acto antijurídico según normas
internacionales, las sanciones pesan sobre todos los habitantes del
Estado agresor.
En todas esas distinciones se muestra la conexión entre responsa-
bilidad y deber u obligación'. La posible distinción entre ambos pasa
por algo más cercano a una experiencia que introduce cambios jurí-
dicos, por algo que ha sido anticipado teóricamente por la filosofía.
No se trata desde luego de la confusión entre responsabilidad legal y
moral, sino de cómo lo moral impulsa la tarea de la teoría jurídica.
Kelsen utiliza la distinción entre responsabilidad directa e indirecta
para sostener la no identidad entre responsabilidad y deber jurídico'.
3.
C. S. Nino, lntroduuión al an4/isis thl Derubo, Aric:l. Barcelona, 1996, p.
184.
4. De hecho Nino lo idc.ntiflC2l (op. cit., p. 190).
5. H. Kdsen, Too". g.....1dellJ<m:bo y d.¡ Estado, UNAM, M6cico, 1995,
p.79.
123
ANTONIO AGUILEkA
Cuando un responsable no puede evitar la sanción mediante su propio comportamiento nos encontraríamos anre una responsabilidad
jurídica sin deber jurídico. Es la relación entre el autor del acto y el
responsable del mismo lo que establece indirectamente la sanción.
En este orden se situaría una cierta responsabilidad colectiva, la indirecta. Kelsen ataca la indistinción entre deber jurídico y responsabilidad en Austin, apoyándose en la negación de la conexión entre el
deber y lo psicológico. El deber jurídico sería para Kelsen exclusivamente normativo, pues ni siquiera el desconocimiento de la norma
exime de la misma. Finalmente queda claro que hasta para una distinción entre responsabilidad y deber, no se puede prescindir de una
estrecha conexión entre responsabilidad y norma. Kant trata la responsabilidad como imputabilidad (KrV, B 583), como ejemplo dentrO de una sección en la que se babia del carácter inteligible (B 567).
La evolución reórica y las diversas polémicas en derecho muestran el carácter dinámico mismo de los conceptos jurídicos, saca a la
luz un componente histórico, además de su vinculación a lo lingüísti-
co y la cosa de la que trara (¿será la justicia como creía Platón?). Ante
un positivismo jurídico que no cree sino en lo establecido como nor-
ma, apoyado en la juridización de las relaciones sociales, hay que
oponer en el campo de fuerzas teórico un iusnaturalismo que pretende encontrar tras las normas algo natural. Mientras que el positivismo jurídico toma como criterio la mera positividad textual, no lejana
a la de la exégesis de textos sagrados, lo cual coloca lo político (o lo
divino) por encima de lo jurídico, el naturalismo jurídico convierte la
naruraJe1.3 (o un acontecimiento fundacional) en invocación mística.
Tal vez mejorase la comprensión del problema si se tomase lo textual
como cuasi naturaleza, y la naturaleza como algo configurado culturalmente. En la tensión entre lo establecido como norma y su comprensión como naturaleza que habría que dominar brota un concepto de derecbo tardomoderno que debería hacer justicia al que espera
ante la puerta de la ley, como sabía Kafka. Hay indicios de ello en
pequeños detalles. La responsabilidad por negligencia siembra dudas
en algunos juristas': ¿será que la defensa de una responsabilidad legal
que depende de la voluntariedad y de la intencionalidad se ve conmocionada por lo que ya insinuaba Kelsen a través de la responsabilidad indirecta y la objetiva? Al mismo Kelsen es el derecho internacional, las sanciones tras una guerra y el concepto de persona jurídica,
el que le gura por el extraño sendero de esa responsabilidad indirec6. Ver E. Garu\n Vald& y f. Lapona (cds.), D<=ho y justici., Trottl-CSIC,
Madrid, 1996, p. 352.
124
REHONSABlllDAD NEGATIVA
ta, que para unos juristas se percibe como propia del derecho primitivo y para otros emerge como promesa de un derecho ultramoderno. Por la responsabilidad indirecta, por la colectiva, por la objetiva,
además de lo que brota con el derecho internacional que no llega a
ser un sistema, brota de modo inmanente lo que va más allá de la
responsabilidad legal. Si no hay responsabilidad alguna sin sanción
para Kelsen, otros juristas en el ámbito del derecho internacional,
laboral, constitucional, hablan de deberes para los que no están previstas sanciones'. Un poco más allá habría que hablar de una responsabilidad sobre lo que no hay normativa.
4. RESPONSABILIDAD Y LIBERTAD
Cuando el rérmino «responsable« se aplica a un sujeto como predicado monádico está denotando una capacidad que está en la base de
cualquier enunciado de responsabilidad. Adulrez, pérdida de la minoridad, presuponen responsabilidad. Convertirse en responsable
implica entonces aceptar y asurnjr deberes y derechos, los que convierten a un individuo en persona y aquellos que soportan los instituidos socialmente, incluso cuando se desconocen. Pero no es incom-
prensible que precisamente la responsabilidad atribuible a un
individuo pueda contradecirla una responsabilidad que depende de
un oficio, de un rol social asumido. El caso extremo está en el arte
entendido como pura negatividad de los discursos racionales, como
ha argumentado Menke prosiguiendo la estética de Adorno, más allá
del concepto de deconstrucción. La función de correctivo de los discursos racionales para abrir sus limitaciones también es posible perci-
birla en la filosofía y en cualquier actividad intelectual que adquiera
un rasgo crítico. En una responsabilidad derivada de lo cultural, que
puede entrar en contradicción con lo instituido, con algunas respon-
sabilidades establecidas por la letra de la ley, se manifiesta la complejidad de fuerzas discursivas que la ilustración ha ido configurando
desde hace tres siglos. Si el arte o la filosofía, o al menos cierta manera de llevarlas a cabo, pueden aparecer como irresponsables para cierto concepto de responsabilidad, tan vigente como lo son aquellas
actividades en cuanto instirucionalizadas, lo es porque lo uno y lo
otro se conforman mutuamente. En la responsabilidad intelecrual
radical se expresaría una libertad que sobrepasa los límites de la res7. C. S. Nino, op. cit., p. 194.
125
ANTONIO AGUILHA
ponsabilidad jurídica. Ocurre algo semejanre en ciertos ámbitos donde la responsabilidad legal sobrepasa en moralidad a muchas costumbres establecidas que se cierran sobre sí mismas en particularisra defensa de privilegios que presuponen abusos sobre otros individuos.
La carencia de libertad y la escasa inteligencia pueden asumir responsabilidades que ni siquiera alcanzan la responsabilidad jurídica, como
se encarga esta en ciertas sociedades de recordar en los casos adecuados. Si responsable es quien puede responder adecuadamente de lo
que hace o dice y quien al mismo tiempo sabe cuidar de la cosa que
responde, si eso implica una capacidad autónoma para valorar las
acciones adecuadas para cumplir esa rarea, si todo ello exige libertad
y al mismo tiempo un sabet adecuado de las conexiones, entonces
puede existir una responsabilidad que sobrepase la establecida legalmente; exiSte siempre.
Para comprender eso no es necesario apelar a la naturaleza, a la
naturaleza del hombre o a la biología de las sociedades, a lo etológico, basta con remitirse a lo que articula una imagen del pasado con
otra del futuro y da lugar a una identidad, a una identidad que genera
tanto una responsabilidad correspondiente como una libertad. Una
identidad que pusiera el centro en lo no idéntico evitaría tantO la
descomposición de la mera entrega a la no identidad, que finalmente
no puede sino vivir a la sombra de otras identidades para sostenerse,
como evitaría la identidad que intenta cerrarse sobre sr y sobre su
propio pasado frente a lo no idéntico, al menos hasta que esto nu
irrumpe violentamente. La identidad es otro de los presupuestos de
la responsabilidad, pero se dice de varias maneras. A las diversas responsabilidades correspondería pues una subjetividad' instituida por
esa identidad. Todo hacerse cargo de algo requiere de un sujeto que
por responsable necesita de una identidad. Lo que puede responder
de sus actos es alguien que puede razonar y que podía haber actuado
de otra forma. La libertad se coloca en el centro de la responsabilidad. Pero parece chocar con el deber.
La libertad aparece entonces, no como el precio de la responsabilidad o su frutO, sino como la otra cara de la responsabilidad. Difícil
es determinar la genealogía de ambos conceptos, pero no parece imposible e tablecer la precedencia de la responsabilidad respecto a la
Libenad, si es que esta no se considera como algo innato, en una
versión bioJogista de la vieja afirmación dualista respecto a la naruraleza del hombre. No solo es que la libertad tenga que ver la mayor
8. Inevitable es recordar a l.cvinas, en especial el Otro como rostro que fund.a la
subjetividad por la responsabilidad que comporta.
126
RESPONSASllIDAD
NEGATIVA
pane de las veces con una liberación, con una negación de una cade-
na o de una obligación inaceptable, también el otro aspecto de la
libettad implica el supuesto de la obligación para que adquiera cumplimiento. Si en la libettad existe un componente de negación, que
abre a un cietto arbitrio y desde él a lo inconmensurable, el otro
componente, mucho menos tenido en cuenta, es el de sujeción, ese
rasgo que implica un ujeto que l.a potte. Por decirlo en castellano: el
sujeto lo es porque se sujeta a algo, inevitablemente porque se sujeta
a una cosa, a un objeto, pero eso le obliga a soltarse de muchas otras
cosas, a liberarse continuamente. Y bien está no confundir sujeto con
individuo, error que no se produce en el derecho moderno aJ introducir la persona jurídica.
Si libre es también lo que no se somete al yo, si libre es el impulso
o las pasiones, bajo la exigencia de que sean articulados conscientemente, según insinúa el concepto de carácter inteligible en Kant, también hay que entender como responsable lo que no se somete a la
norma establecida, aunque deba dar cuenta de ello en un ámbito de
responsabilidad que es lingüístico, que remite a lo teórico o que simplemente entra en el dialogar. La responsabilidad dibuja un e pacio
sobre lo que no se sienre uno responsable en cuanto que no lo domina. Bauman' ha planteado la cuestión del Holocausto en cuanto este
implica un cambio sociológico respecto a la moralidad y en cuanto lo
jurídico debe asumir el problema tanto de un cumplimiento criminal
de la ley como un incumplimiento que es moral. Aquí abordamos
algo menos extremo.
La responsabilidad se muestra en lo contrario de lo que se cree,
como la libertad, aparece en lo que no se sabe o no se teme, en lo
que no se domina. Emerge un rasgo central de la responsabilidad,
lo que ella cuida. En una situación histórica como la nuestra, donde
lo previsible sociaJmente se vuelve inquietante, ese rasgo de la responsabilidad pasa al centro. Los contratos firmados, los compromisos aceptados, las palabras dadas, los roles asumidos, las intenciones
manifestadas, llevan hasta un más allá que los presupone, que los
muestra como intento por vérselas con lo imprevisible, como esfuerzos voluntariamente asumidos para cuidar tanto ciertas cosas
como las relaciones humanas, para sujetarlas y ordernarlas tanto como para liberar las otras no asumidas. La responsabilidad se muestra
cuidando el habitar de los hombres, la dignidad de sus vidas. La responsabilidad del concepto de responsabilidad desvela la libertad
9.
Z. Bauman, Modnnidad y Holouzusto, Scquitur, M2drid, 1997.
127
ANTONIO AGUIlEIlA
como sujeción a la cosa y como liberación de lo que se ha convertido
en lastre. Pero también hace aparecer en ese momento de pura responsabilidad, de metarresponsabilidad, algo inquietante, un abismo
que la ufana remisión a la libertad como liberación no hace habitable,
pero que tampoco la sujeción cierra. Brota una extraña culpa sin culpable alguno, una culpa radical, una desesperanza, una falta de consuelo radical, que no detiene la histriónica risa sobre la inocencia de
la vida, especialmente cuando esta adquiere rasgos de lo cadavérico.
Cuanta más libertad se atribuye al sujeto, tanto mayor es su
responsabilidad. y el sujeto se siente culpable en una sociedad donde su praxis no le ototga la autonomía que le concede la teoría.
O niega culpablemente esa culpabilidad como impedimento para
vivir. Para no hablar de Nietzsche, el Kant que desplaza la causalidad libre a la primera infancia, retrotrayendo la responsabilidad moral a su oscura prehistoria, termina asignando de modo sorprendente una perversidad premarura desde la infancia a ciertos hombres,
pese a la buena educación. La propensión narural soluciona en Kant
la escasa seguridad respecto a la ley moral, lo inexplicable no solo
garantiza el sometimiento a la ley moral, sino que también sirve para
justificar la falta de sometimiento perversa (KpV, 178-179). y así no
explica nada: la causalidad que se expresa en el carácter debería
remitirse al ámbito social e histórico para que pudiera entrar en el
ámbito de la libertad, y por lo tanto en donde la ética tiene sus
exigencias aliado de lo político y lo jurídico. Pero aun ahí la libertad
encuentra un duro oponente, que ya no es el de acciones que no
pertenecieran al ámbito del espacio y del tiempo, como Kant argumenta un poco después, atacando más bien una religión que se adentra en el ámbito humano sin freno. Cuando nuestras acciones o pro·
duetos no parecen controlables por nuestra voluntad o nuestro saber,
se convierten en fatalistas. Pero al mismo tiempo brota la consciencia, todavía no refutada teóricamente, de que nuestra situación de
irresponsabilidad ha sido producida por nuestras acciones, acaso
como un resultado no querido de nuestras acciones, previsto por
teóricos en el XIX o antes de la Segunda Guerra Mundial. La responsabilidad sobre esa irresponsabilidad abre las puertas a una responsabilidad de segundo orden, a una responsabilidad negativa que comenzaría por asentar con la libertad un tipo de sujeto que pudiera
vérselas con un más allá de la modernidad. No se trata entonces de
apelar a una responsabilidad moral, sino de comprender que solo
esa responsabilidad sería moral.
128
RESPONSABILIDAD NEGATIVA
5. RESPONSABILIDAD INDIVIDUAL
Un individuo se convierte en persona física en cuanto tiene derechos
y deberes jurídicos. Lo mismo ocurre respecto a una colectividad: se
constituye en persona jurídica en cuanto adquiere deberes y dere-
chos normados. Kelsen critica la concepción de la persona física o
jurídica como realidad natural, aparece como una construcción del
pensamiento jurídico. Casos especiales de persona jurídica son las
sociedades o asociaciones y las instituciones, acaso también los Estados, pero no todavía algo que vaya más allá de los Esrados. Ser responsable legalmente de una determinada conducra implica estar sujeto a una sanción cuando se realiza lo contrario. La culpa acompaña
a la responsabilidad. Un mismo hecho conlleva dolo o negligencia si
existe intención maliciosa o no. Lo subjetivo caracteriza al acto antijurídico, lo subjetivo interviene en el derecho moderno, especialmente en el derecho penal.
Se puede invocar una responsabilidad individual como contrapartida de la creencia en un destino que descarga de responsabilidad
a los hombres. Pero decir que las estrellas y constelaciones no rigen
nuestros actos no implica que la responsabilidad individual sea la
clave para configurar nuestro decurso histórico. Justamente quien
cree poner las cosas en el camino adecuado al centrar la responsabilidad individual como garante de lo demás, olvida los tipos de individuos en una sociedad tardomoderna, las diversas personas jurídicas y lo que todavía no ha adquirido consistencia jurídica, acaso
también lo que nunca podrá obtenerla. La responsabilidad jurídica
ha tomado cuerpo, se ha convertido en letra, gracias a decisiones
sociales, políticas. Otro tipo de responsabilidad no jurídica, incluso
la moral, requieren de lo que ni colectivos ni individuos controlan.
En nuestra situación quienes apelan al destino O descargan su
responsabilidad en la naturaleza o en la venida de un dios hacen algo
semejante a quienes invocan una responsabilidad humana que apenas va más allá de lo meramente individual, al estilo de un empirismo
hobbesiano que no había leído a Rawls, al primer Rawls, al que aún
no había generalizado su teoría de la justicia al derecho de gentes.
Cuando la desmitificación no desencanta también al individuo, mostrando hasta qué punto él mismo está dividido por instancias que lo
constituyen y tensan, se impide comprender cómo la invocación de
la responsabilidad individual apenas consigue menos que la apelación al destino. Los dos extremos se tocan, en especial cuando se
hace valer una responsabilidad de colectivos imaginarios que carece
de medida, tan cercana de la irresponsabilidad del que se cree fuera
129
ANTONIO AGUllEltA
de colectivos bien reales. En ambos casos los individuos que tienen
como máxima e! remitir su responsabilidad a un pueblo, a una nación, a un gremio, a una edad, a una raza, a un sexo, son tan irresponsables como e! que proclama su irresponsabilidad en e! seno de
un Estado, en el interior de una comunidad internacional, en una
instiruci6n. Quienes desean perseverar a la sombra de un difuso poder se hacen tan poco cargo del pasado y del fururo, como los que
desean meramente perseverar en su ser, como si ese ser no estuviera
tan podrido o fuera tan inocente como otro cualquiera. La responsabilidad colectiva vive en la individual y esta se protege en la colectiva,
sea jurídica o imaginaria, sea nitida o fantasmag6rica. Cada individuo parece buscar lo que cree otorgarle vida, persevera en su ser con
la asrucia disponible, pero no suele preocuparse de si esa estrategia es
asruta para la vida humana, para él mismo cuando ninguna vida humana está ya al margen de la sociedad.
El concepto de responsabilidad debe articularse entre dos extremos: e! individual y e! social. En e! individuo está también lo social
como enculturación y como socialización adquiere el rango de persona o de sujeto gracias a lo social. Una vieja cuesri6n plat6nica aparece bajo una nueva etiqueta, la del comunitarismo en su tensión con
el individualismo. El individuo se vuelve sujeto gracias al lenguaje y a
todo lo que interioriza de su comunidad. También la sociedad solo es
posible en cuanto que su actividad concreta la realizan individuos en
un quehacer concertado, que será s610 mero hechizo, naturaleza,
hasta que no se haya convertido en sujeto. Se trata de ver en la responsabilidad social la individual y en la individual la social. Un derecho cosmopolita situaría esa relaci6n directa entre sociedad mundial
e individuo sin la mediación de instancias o colectivos interpuestos.
El concepto de paz perperua de Kant supera el de naci6n en Hegel
porque se responsabiliza mejor de los individuos en cuanto tales y
como totalidad.
No hay responsabilidad individual sin que se asuma una responsabilidad social, ya que e! individuo y su experiencia, tanto como el
recuerdo y el lenguaje, son interiorizaciones de lo sociohist6rico,
incluso cuando lo critican o disienten de ello. Pero tampoco es posible una negaci6n de la irresponsabilidad social sin que al mismo
tiempo no se esrablezca una responsabilidad individual, o algo equivalente. No se puede invocar la irresponsabilidad individual o criticarla apelando a una pérdida de! individuo en lo social, sin al mismo
tiempo estar posrulando una responsabilidad social, algo que presupone simplemente la invocación pública y la difu ión de una afirmación en una esfera pública. Una invocación de la responsabilidad
130
RESPONSA81L1DAD
NEGATIVA
individual como clave de todo el proceso social, cuando en la esfera
de lo público se diluye en confusas responsabilidades colectivas, produce pánico entre los individuos más conscientes porque se descubre en ella una responsabilidad social que amenaza con la destrucción. Aparece la destructora irresponsabilidad de lo no sujeto.
La transformación de la experiencia individual que ha producido la irrupción de la ciudad moderna, junto a una explosión demográfica y la la revolución industrial, ha sido abordada filosóficamente por Benjarnin, tras Simmel y Weber. La atención a detalles como
los efectos producidos por la fotografía y el cine, por los periódicos
o los pasajes, le permite a Benjamin fotmular un concepto de experiencia moderna que desde una lectura de Baudelaire trata de hacerse cargo de sus transformaciones, de la experiencia que para Kant y
Hegel se convertía en punto de partida filosófico. Comprender la
vivencia del choque en la vida moderna, la conducta refleja de los
urbanitas, obliga a replantear un concepto de responsabilidad centrado en una experiencia de las consecuencias impredecibles de acciones y decisiones. Vuelve a aparecer indirectamente el hundimiento de una tradición que ya no se teje en la cotidianidad. Cuando la
filosofía atiende a lo histórico encuentra que su punto de partida ya
no es el del siglo XIX, aunque en él pudiera contemplarse nuestra
prehistoria.
Exigir una responsabilidad individual de quienes ya no tienen
responsabilidad sobre muchos aspectos de su vida supone una desmesura que lleva a la irresponsabilidad. Instituciones y macroinstituciones, ciencia y tecnología, dibujan ya ante lo social una sombra,
también una promesa, que nadie puede ignorar, ni siquiera en el
ámbito de la teoría. La invocación de responsabilidad individual tiene que ser cuidadosa, no puede prescindir de pensar lo que se escapa
del control de los individuos vistos aisladamente. Que se pueda ser
responsable de pequeñas cosas, de los hijos, de los amigos, en unos
minima moralia, no impide la conciencia de una responsabilidad global, que no se sabe quién controla. Las dificultades de una civilización científica y tecnológica no parecen solucionables solo mediante
la introducción de más ciencia y más tecnología como muchos tecnócratas suponen 10; se requiere de algo que depende de la acción concertada de los individuos, de una responsabilidad colectiva que pudiera entenderse como directa. Aunque no exista para Luhmann una
10. A. Giddens, Más allá de la izquierda y de la deruha, Cátedra, Madrid, 1996,
p.230.
131
ANTONIO AGUlLERA
responsabilidad total de la política por parte de toda la sociedad",
eso no impide afirmar que la responsabilidad social estaría en la sociedad, pero exige al mismo tiempo entender la sociedad tanto como
un conjunto de sistemas, ya mundiales, como un conjunto de indivi-
duos. La separación de la política y la sociedad en Luhamnn 12 , no
debería dar paso a una separación de la sociedad de sus miembros,
dejándola a la deriva como una muñeca rusa de subsistemas. Si el
sistema político es un subsistema frente al científico y a otros, solo
podría ponerse el centro en el entorno si al mismo tiempo ese entor-
no se entiende como lo no humano y lo humano al mismo tiempo,
como un entorno externo y otro interno. La cómoda distinción sistémica entre entorno y sistema requiere de su conexión dialéctico-negativa. Tampoco la cómoda distinción weberiana entre convicción y
responsabilidad queda a salvo de lo que implica el nuevo entrelazamiento entre irresponsabilidad individual (incluyendo aquí el líder
carismático) y colectiva. Solo una autolimitación radical libera radicalmente. De modo indirecto es la responsabilidad indirecta como
centro de una colectiva que no deja de implicar al individuo, lo que
petmite plantear una responsabilidad social o histórica que no fuera
imaginaria. Un mero responder, un simple decir remite a una cosa, a
eso de lo que cuida el concepto de responsabilidad, a algo objetivo.
6. RESPONSABILIDAD OBJETIVA
Una distinción jurídica clave para la responsabilidad remite a la diferencia entre subjetivo y objetivo. Para muchos juristas estaría ahí la
base de la distinción entre el detecho penal y el civil, en cuanto que el
primero no admite la objetiva y el segundo la incluye. Kelsen toma la
responsabilidad subjetiva como requisito para que la sanción sea aplicable a un sujeto, en cuanto que el sujeto haya querido o previsto el
resultado de su conducta antijurídica. Hay grados para Kelsen: a)
intención maliciosa; b) mera intención de cometer el acto antijurídi-
co; e) intención que debería prever como probable el resultado aunque sea indeseable u . La responsabilidad objetiva depende de casos de
11. N. Luhmann, Teoria política en el Estado de Bienestar, Alianza, Madrid,
1994, p. 148.
12. lbid., p. 41.
13. Xc:lscn menciona varios ejemplos: a) matar por venganza, b) macar para heredar al mueno; y e) mutilar a niños para pedir Iismona (no se busca su muenc, pero es
probable que se mueran).
132
RESPONSABILIDAD
NEGATIVA
negligencia o de imprevisión. La negligencia para Kelsen no es un
estado psicológico, sino que consiste en la omisión de cumplir ciertos
deberes de precaución. Es una responsabilidad por el resultado, se
haya querido o no el acto antijurídico. Por eso hay conrradicciones
sobre su inclusión en el derecho penal ". En derecho civil tiene gran
importancia la responsabilidad objetiva, pero mientras que la responsabilidad indirecta es siempre objetiva, la objetiva no es siempre indirecta, ya que no es necesario para ella la interposición de un tercero,
la distinción entre actor y autor. La responsabilidad objetiva es independiente de cualquier intención o previsión: el dueño de una cosa es
responsable por los daños provocados por esta.
La defensa de una responsabilidad social sin apelar a la individual
la suprime, la suspende, al dejarla vanamente apoyada en procesos sin
su jera (sistema o subsistema), entre otras cosas porque falta objetivi-
dad. La defensa de una responsabilidad individual sobre asuntos supraindividuales que no remite a la objetividad la hunde en una culpa
sin consuelo, acaba con ella y precipita una irresponsabilidad genera-
lizada, uno de los precios de la moralización de la vida social. El punto
de giro enrre lo individual y lo social respecto a la responsabilidad está
en el componente de objetividad, como podría esperarse del significado de responsable, del algo que cuida, pero lo que la objetividad introduce sorprendentemente es algo que trasciende ese significado. Aparece una responsabilidad sobre lo que no se puede evitar.
Kelsen menciona un caso paradigmático para comprender el efec-
to de una responsabilidad objetiva. En las personas jurídicas los representantes legales pueden cometer un delito y es la comunidad la
que debe asumir la responsabilidad, el castigo. Hoy comienza a generalizarse 10 ya sabido en el derecho internacional, que decisiones tomadas por representantes de la sociedad, o lo que es peor por personas que no representan a nadie pero que obran sobre cosas que afeaan
ya a toda la humanidad, pueden cometer errores que no podrán pagar tales individuos. Cuando la colectividad se convierte ya en el conjunto de todos los hombres, la responsabilidad colectiva adquiere un
rasgo de responsabilidad absoluta, el viejo término que remite a la
responsabilidad objetiva. y tal responsabilidad objetiva, se acepte o
no, remite a unas acciones, a efectos de tales acciones, que afectan a
todos los hombres, ya no a una persona jurídica. Asumir esa respon-
sabilidad es la clave de la situación histórica, pese a los muchos irresponsables, a los defensores de la irresponsabilidad y a los que de casi
14. Para Nino sólo se da en algunas excepciones (op. dI., p. 189)¡ Arienza lo
rechaza de plano: Tras la ;usli!.ia, Tecnos, Madrid, 1995, p. 10.
133
ANTONIO AGUlLERA
todo se sienten responsables o incluso culpables. El peso de algo que
nadie parece sobrellevar recae sobre las espaldas de todos.
El derecho civil apunta en este siglo al principio de una responsabilidad sin responsable", en un predominio de la responsabilidad indirecta frente a la directa que supera un sistema de responsabilidad
civil en el que el dañado tiene que probar la culpa o la omisión dañosa. Cambios sociales y filosóficos en el predominio de la objetividad,
parecen recuperar viejos temas de modo moderno, justo en una época donde algunos hablaban de desaparición del sujeto, o incluso de
muerte del hombre. Vuelven a brillar las estrellas, aunque sea aliado
de los satélites de comunicaciones. Como no existe responsabilidad subjetiva antes que la objetiva, hay que fundar la responsabilidad
objetiva que atañe hoya la Humanidad en una situación histórica
donde esta se ha vuelto responsable de sí misma corno una totalidad.
Eseo exigiría establecer una normativa que afecte a todos los ciudadanos de la Tierra, a cada uno de ellos, para que pese a desconocer las
normas que no podrán dejar de cumplir, se vean corno responsables
de la Tierra, por mucho que su responsabilidad pudiera ser mínima.
Solo un derecho cosmopolita, que convertiría a todos los seres humanos en ciudadanos del mundo, dando lugar a una sociedad civil
mundial, a un espacio público mundial (Habermas"), permitiría
salvar lo individual que ha quedado en los pozos sin fondo de los
dominios del tercer mundo y del cuarto mundo. Convertir los ejércitos en policía tiene la ventaja de someter la violencia a lo jurídico
(Brunkhorst"); someter la internacionalización de la economía a los
requisitos de lo que podría ser una anticipación de un Estado de Bienestar mundial es la única respuesta tanto a los costes sociales que
produce la economía tardomoderna, el tardocapitalismo, corno la
respuesta adecuada a las deficiencias de los pequeños Estados asistenciales que ya no pueden asumir sus responsabilidades.
John Rawls, apoyándose en el ius gentium ha generalizadn una
teoría de la justicia que supera ampliamente la del liberalismo histÓrico. Habermas ha precisado una línea de desarrollo apoyándose en el
Kant de la paz perpetua, criticando el antihumani roo de Carl
15. L Diez Picazo y A. GuIJón, Sistmrtl. de Deruho civil, Tccnos, Madrid, 1997,
p.39.
16. V&sc de Habermas -la idea kantiana de paz perpetUa. Desde la distancia
histórica de doscientos años_: lsegoria 16 (1997); tambic!n en lA inclusi6n del otro,
Paid6s, Barcelona, 1999.
17. En el congreso celebrado en Francfort del Meno en mayo de 1995: -Kants
Friedensidee und das Problem einer internationaJen Rechts- und Friedensordnung
heute_.
134
REHONSA81ll0AO NEGATIVA
Schmitt, que con la esrética de la guerra deJünger, se pone a favor de
la violencia. La crítica a una moralización direaa del derecho, ral es
el contenido de verdad de la reflexión de Schmitt, no implica que
una política inrernacional sometida al derecho cosmopolita, confundiera derecho y moral. Una política de derechos humanos propia de
una sociedad mundial solo moralizaría si legitimara algo moralmente
desde una coberrura jurídica cosmopolira.
El derecho cosmopolita es el penúltimo paso en el que el derecho
podría ororgar fuerza a la idea de justicia, anres de introducir lo más
concreto. No solo en el sentido de Kant, que considera necesario
culminar el orden jurídico en el interior de los Estados con un orden
jurídico global que congregue a los pueblos y elimine las guerras,
acabando definitivamente con el estado de naturaleza. Terminar con
el estado de naturaleza es lo único que establecería una protección
real de la naruraleza necesaria para nuestra vida. El derecho cosmopolita abre la perspectiva de una responsabilidad jurídica sobre la
Tierra, da cuerpo normativo a la protección de los derechos humanos, y de toda una serie de responsabilidades ecológicas e industriales que hoy aparecen como fuera de cualquier re ponsabilidad asignable con precisión) especialmente en la invocación humanista. Es el
peso de una responsabilidad objetiva, asumida colectivamente, lo que
ororgaría la posibilidad del cuidado de cosas que parecen fuera de
control en la aaualidad. El que desconfía, no sin buenos argumenros,
de la posibilidad de que el sistema mundial sea capaz de compensar
desequilibrios ecológicos, crimen internacional organizado, tráfico
de armas o desequilibrios sociales y económicos, cuando no se entre-
ga a un mero vivir oculro a la espera de no se sabe qué dios o destino
o bien se cobija bajo un nacionalismo egoísta suficientemente astuto,
habrá de confiar en una globalización que genere una comunidad
internacional con capacidad de respuesta ante esa incapacidad sisté-
mica. Anres de eso no merece la pena hablar de un Estado del Bienestar mundial como respuesra al mercado mundial.
7. RESPONSABILIDAD NEGATIVA
Un sujero que se sienre responsable de su vida, pero que carece del
control adecuado para configurarla, plantea cuestiones sobre lo contigente, pero no puede responderlas, porque no puede hacerse cargo
de ello. Un responsable sin responsabilidad, tal sería la clave de la
aecual siruación, donde el destino parece configurarlo la tecnología
como nuevo dios o nueva encarnación de un dios. Se trata de un
135
ANTONIO AGUILERA
sentirse responsable sin tener responsabilidad, una paradoja que trata de resolver el concepto de responsabilidad negativa, apuntando
hacia una imaginación que fuera más allá de la vivencia del choque y
de la percepción para vérselas con las consecuencias de ciertos productos humanos, tanto institucionales como artefactos, tanto cam-
bios subjetivos como objetos.
Si se entiende la responsabilidad positiva como la suma de las
diversas responsabilidades reconocidas socialmente o establecidas
jurídicamente, desde lo privado a lo internacional, pasando por las
instituciones sociales, la responsabilidad negativa apuntaría a lo que
no está en nuestra mano, a lo que los acomodaticios no desean tomar
a su cargo, pero que concierne a nuestra vida e implica graves riesgos
en virtud de la globalización y de las transformaciones en los individuos y en nuestra experiencia. Se trataría de una metarresponsabili-
dad que corrige los peligros de la responsabilidad reglamentada, de
la que se cierra sobre lo establecido y asegura la irresponsabilidad
establecida por el curso de la historia y la trama social. La responsabilidad negativa apunta en la dirección de una responsabilidad sobre
cosas y personas, se ocupa de una dimensión objetiva que, se asuma o
no, exigirá responsables o creará víctimas.
Se generaliza socialmente cada vez más una exigencia de responsabilidad sobre cosas, bosques, animales en extinción, sobre nuestro
entorno natural, también sobre personas, sobre las condiciones de
vida de todo tipo de personas, no solo las mujeres, los indios, los que
sufren hambre. El concepto de responsabilidad negativa trataría de
hacerse cargo de lo que afirma esa trama social con carácter global e
individual, frente a una sociedad administrada que limita ciegamente
la responsabilidad establecida, en una irresponsabilidad institucionalizada donde la irresponsabilidad individual y la social se complementan. Cuando se asumen contenidos, relaciones, cosas que no pueden reducirse totalmente a la responsabilidad institucionalizada, ni
como superyó ni como derecho o como mera extensión del derecho,
aunque la idea de un derecho cosmopolita traza un decisivo camino
que es preciso recorter, brota lo que sólo cabría calificar de irresponsable según la noción de responsabilidad positiva establecida. En la
negación de esa irresponsabilidad social e individual brota una responsabilidad negativa que trata de asumir, de responder de lo individual, de personas y cosas, no solo de lo colectivo o de lo sistémico. Se
plantea la necesidad de pensar aquello de lo que no somos responsables, sobre nuestra irresponsabilidad, pese a que nuestra acción colectiva lo configura. El concepro de responsabilidad, en su mayor
pureza, encuentra en su centro justamente la cosa que cuida. Apare-
136
RESPONSABIlIOAD NEGATIVA
cen los efectos del dominio de la naturaleza, tanto en la sociedad
como en sus individuos, los efectos de la cultura humana en el entorno indispensable para nuestra vida, y la necesidad de intervenir en un
control de esos efectos en el momento de una globalización que establece los mayores riesgos históricos, pero también las mayores posibilidades para asumir esa responsabilidad que se dejó primero al destino de las estrellas y luego a la voluntad de los individuos aislados en
el interior de sus viviendas. La pretendida ecuación que identifica
globalización con represión y control carece todavía de fundamento,
pero no la que recuerda que los riesgos aumentan de modo inquietante con la modernización y que hay que establecer una primacía.
La responsabilidad negativa radicaliza la responsabilidad indirectaj ningún derecho la podría reclamar, pero apunta también a lo que
debiera reclamarse ya que afecta a todos, invoca indirectamente un
derecho cosmopolita, como paso necesario. La responsabilidad negativa radicaliza el concepto de responsabilidad por omisión, en una
situación donde lo no hecho genera una responsabilidad monstruosa
que podría afectar a las condiciones futuras de la humanidad. Ninguna remisión a una estética de la existencia o a su precedente, la estetización de lo político en el fascismo, ni una remisión a la inocencia
de toda vida, puede evirar la objetividad que implica, determinable
desde las ciencias sociales y desde nuestra propia experiencia en cuan-
to roza la globalización. La responsabilidad negativa se haría cargo
plenamente de la objetiva, sin reducirla a la subjetiva.
Si ya 110 podemos concebir bien lo que hacemos, si no podemos
prever los efectos de nuestras acciones cn la trama insondable dc la
globalización, al mcnos conocemos los gravísimos riesgos a los que
nos enfrcntamos, más allá de las declaracioncs optimistas sobre nues-
tras posibilidades de dominio de la rccnología y de la complejidad
desplegada. En esa trama hay que decidir lo que se ha de cuidar. El
neorromanticismo invoca la nostalgia dc una vieja felicidad, vacía
llamada a una belleza o placer que acompaña a la vaciedad tecnológica, en esa oscilación entre hedonismo y puritanismo tantas veces ob-
servada en la sociedad moderna. A ello se opone con gesto de racionalismo maduro (y algo cínico) una ecología de la ignorancia al estilo
de Luhmann, que pone la primacía en los subsistemas, para descargar
de responsabilidad positiva, siempre al servicio de la autoconserva-
ción de los subsisremas. Como si el placer mi~mo o la belleza, la razón o los subsistemas, no estuvieran al servicio de otra cosa, como si
no se pudiera poner la primacía en la negación del sufrimiento hu-
mano, mucho más cerca de la cosa. La responsabilidad negativa se
preocupa de las consecuencias previsibles, ya que se constituye a par-
137
ANTONIO AGUILEkA
tir de la positiva y de la negación de la irresponsablidad conocida. Su
negatividad está al servicio de lo que toma a su cargo, por eso niega
lo que pondría en peligro la cosa que cuida, sin olvidar un espacio
protegido para lo que pudiera servir como potenciación de subsistemas autonomizados, no independientes. La diferencia entre sociedad
y cultura, como elemento decisivo dentro de la diferencia entre lo
social y lo sistémico que la hace cognoscible, es clave para constituir
esa responsabilidad, ya que se trata de determinar culturalmente lo
que se negará o asumirá socialmente. El saber sobre la irresponsabilidad obliga a hacerse cargo de las condiciones que transformen esa
irresponsabilidad hasta el límite posible. Sabemos que fue real lo que
se creyó imposible: Auschwitz y Nagasaki. La trama de la cultura
humana, convertida en cuasinatural, parece barrer los últimos restos
de la moral. Según GeWen ya se ha institucionalizado una moral de
segunda mano lll , apoyada en una experiencia de segunda mano. ¿Ha-
brá que decir que nos hemos coovertido en individuos de responsabilidad limitada, a imagen de las sociedades de responsabilidad limitada? A esa moral de segunda mano, astutamente postnienscheana,
hay que responder con una responsabilidad que se conviene eUa misma en moral y que genera la libertad adecuada a la situación histórica, eso que sólo aparece como imposible desde las posibilidades que
tapan lo real. Son ciertos futuros los que cierran un futuro que haría
justicia al pasado no cumplido, a lo que ha impulsado la historia humana.
Cuando Anders estudió el caso del piloto que arrojó la bomba de
Hiroshimal 9, o ciertas matanzas en Vietnam, encontró «culpables sin
culpa», individuos que simplemente aprietan un botón que masacra
miles de seres humanos sin que les sea alcanzable sufrimiento alguno
de sus víctimas. Hoy aparece una multitud de responsables sin responsabilidad, que comienzan a llenar innumerables asociaciones de
ayuda internacional para limpiar esa culpa, individuos que conocen
cómo su bienestar inmediato depende del malestar de otros. Es un
paso más allá de la responsabilidad sin responsable que el derecho
civil de este siglo tuvo que poner ante la sociedad al comprobar las
innumerables injusticias provocadas por un concepto de responsabi-
18. En Antropologfa filosó(",a, Paid6s, Barcelona, 1993, p. 163. Eso le lIev3 3
Gehlen, mucho antes que a Luhmann, a decir que «absolutamente nadie es responS3·
ble del progreso en el sentido de perfeccionamiento de la ciencia y la tknica, incluidas
sus inevit:lblcs consecuencias directaS e indirectaS- (p. 1~). (La tdeétka que sugiere
Gehlen no apunta a una reponsabilidad negativa?
19. G. Anders, Udmese cobardía a esa esperanza, Bcsat:lri, Bilbao, 1995.
138
kESPONSA61L1DAD NEGATIVA
lidad jurídica que exigía la determinación precisa del responsable,
algo propio del derecho decimonónico. La responsabilidad indireaa
sirvió para controlar muchas irresponsabilidades provocadas por anónimos irresponsables. Hoy se ha dado el salto a una situación todavía
más inquietante. La responsabilidad de segunda mano en que se ha
convertido la irresponsabilidad generalizada, que funde el pasado con
el futuro, en un pretendido final de la historia o de la modernidad,
apunta cuando es negada a una responsabilidad que pone el peso en
lo no controlable, que asume el cuidado de personas y de cosas por
encima de normas, principios, sistemas, e inclu o pasiones, goces y
felicidades, de todo lo que no quiere reparar en las terribles consecuencias que podrían producirse 20. Lo contrario, como ya sabía Kant,
conduce al fatalismo, y en él brota con la ayuda de la televisión digital y la red informativa mundial la mera curiosidad por lo nuevo, el
televoyeuri mo generalizado, que goza del espeaáculo de su propia
irresponsabilidad mientras no le afeaa.
Finalmente la re ponsabilidad se relaciona con la culpa, cerca de
Kafka y Benjamin. Si la responsabilidad tiene como otra cara la libertad, es porque pese a los defensores de la ley por eUa misma y a
los transgresores que la necesitan aun más para gozar, no parece
posible un mundo humano sin ley, sin comprensión de las leyes
naturales en las que la cultura humana se inserta como proceso
naru~
ral y sin leyes que instituyen los seres humanos para configurar sus
vidas, dando fuerza a la justicia. La experiencia de unos culpables sin
culpa, la profusión de inocentes que rezuman culpabilidad, remite a
una responsabilidad absoluta, la que tiene que ver con la humanidad
y con sus condiciones de vida. La culpa más terrible brota, como la
del pecado original, del reproche que los hombres formulan al creerse víctimas de la culpa, del pecado final, que solo eUos cometen
lentamente y día tras día en ausencia de Dios y de una naturaleza
que configure su destino. El Apocalipsis se ha convertido ya en un
serial televisivo de larga duración (Susan Sontag), donde Derrida
encuentra material para divertirse". Se trata ya de un apocalipsis del
Apocalipsis que se Uena de contenido histórico y social. Pagar esa
culpa radical consiste en hacerse cargo de eUa como objetividad inevitable. El recuerdo de lo destrozado por las catástrofes de la historia, convertido en suelo de delicias y suplicios infernales, regala de20. .Pasiones y prmcipios tienen en comÚn la irresponsabilidad de no reparar en
consecuencias- (S~nchez Fcrlosio).
21. Sobre wn lona apoulfp,it:.o adoplado nc.ienlmrmle en filosofía. Siglo XXI,
Madrid, 1994.
139
ANTONIO AGUILERA
seo, al decir de Benjamin en su concepto de historia, otorga deseo
individual y colectivo. La responsabilidad por lo no hecho, como
responsabilidad de segundo orden, remite a una tarea colectiva que
establezca una situación política que permitiera recuperar la responsabiJidad sobre acciones y productos decisivos para la vida humana.
Lenguaje y cosa, pero también historia, se entrelazan en una responsabilidad de nuevo cuño, que recupera viejos conceptos como el de
prudencia, pero que remite a las condiciones históricas en que unos
seres actúan y se configuran colectivamente. Brota el peso de la historia, su lado más turbio, al mismo tiempo que el del futuro. El
rescate del tiempo perdido, de la historia perdida, de los vencidos y
abandonados, entendiendo la involuntariedad de tal recuerdo, implica la constitución de una sociedad que pueda hacerse cargo de
ello, que se constituya como identidad que justamente pone el peso
en su apertura a lo no idéntico, a los otros, también a lo que no es
sujeto, a lo perdido y abandonado. Como en toda responsabilidad,
lo que se cuida yace sin garantía alguna que no derive de nuestro
decir y hacer. La lejanía comienza por lo más cercano, por el cuidado del otro, sea próximo o lejano, de forma absolutamente incondicional.
140
RESPONSABILIDAD POLÍTICA.
REFLEXIONES EN TORNO A LA ACCIÓN Y LA MEMORIA
Fina BiTu/és
1
Se ha dicho 1 que la evolución del concepto de responsabilidad depende a su vez de la evolución de los conceptos de libertad y de
comprensión, y con ello se indica de una forma casi directa que la
responsabilidad tiene que ver con los avatares de la categoría de sujeto. De modo que, dada la contemporánea querella alrededor del es-
tatuto de la subjetividad, desearía centrar mi reflexión en el énfasis
que, en los últimos años, se ha puesto en el sujeto encarnado, situa-
do.
Efectivamente, parece haber devenido un lugar común afirmar
que siempre hallamos al sujeto constituido por fuerzas que exceden a
su control y vinculado a un contexto donde invariablemente están
otros. Pero, lo que a mi entender está en buena medida todavía por
pensar, es cómo afecta este hecho a la red conceptual tejida alrededor de la categoría de sujeto. Por poner un ejemplo, ¿en qué términos podemos seguir hablando de responsabilidad?, ¿de qué se hace,
puede (¿debe?) hacerse cargo un sujeto situado, encarnado?
Cabría empezar, como he hecho en otro lugar', con Agnes Heller
diciendo que _donde hay acción, hay responsabilidad. ycontinuar con
un análisis de la relación entre la intención o intenciones del agente,
l. cThe evolution of the coneept of responsibiJiry depens on a like evolution of
the concepts of freedom and understanding- (R. McKeon. cThe Concept of Responsibiliry»: Revue Intemationale de Philosopbie 39/1 11957]).
2. cEorre la inocencia y la acción <Responsabilidad polítiea femenina»: Debats
57-58 (1996).
141
FINA BIRUl~S
las consecuencias de la acción y la comprensión de la misma. Con ello
nos daríamos cuenta de que en torno a la responsabilidad se extiende
un amplio campo de reflexión en el que aflora el problema de la identificación del agente de la acción a través de preguntas tales como
,,¿quien lo ha hecho?». Así, pues, en este contexto, el hacerse cargo
tendría que ver con la cuestión de la imputación o de la adscripción de
la acción y con la identidad, esto es, con el reconocerse a sí mismo
como autor de los propios aaos. Sin embargo, el campo de reflexión
adquiere complejidad en el momento en que centramos la atención en
el hecho de que siempre el agente está inserto en una trama de relaciones previamente existentes y ya no podemos concebirlo, como lo hacía
el primer pensar moderno, en términos de autonomía o de soberanía,
entendidas estas como autosuficiencia o radical autodeterminación.
Este hecho sugiere que, para abordar el problema en toda su dimensión, no resultaría suficiente tener en cuenta las críticas postmodernas
al concepto de sujeto, sino que también habría que atender a los cambios estruaurales que han renido lugar en la segunda mitad del siglo';
esto es, de entrada habría que plantear la cuestión de la responsabilidad desde la consciencia del cambio cualitativo que se ha operado en
el actuar humano": tomamos decisiones sabiendo lo incierto de su
resultado y, a menudo, en condiciones que nos resultan opacas, con lo
que toda decisión supone asumir un riesgo': que la acción no logre su
objetivo o que tenga resultados ilimitados o no previstos'. De modo
que, si bien el sujeto es el responsable de la acción, en tanto que es
3. Vfase N. Luhmann, Observaciones de la modon;dad, Rac;o"a/idad y con,i,,gencia en la sOGiedad moderna, Paid6s, Barcelona, 1997.
4. P. Ricoeur afirma que al aumentar el radio de nuestra acción creamos nuevos
ámbitos de fragilidad y de responsabilidad. Véase .Poder, fragilidad y responsabili~
dad- -alocuci6n con motivo de su investidura como dador honoris causa por la
Universidad Complutense de Madrid, 1993- en G. Aranzueque (ed.), Horizontes
del relato. Lecturas y conlltrsaciones con Paul R;coeur, Cuaderno Gris, Madrid,
1997, p. 75.
S. Vfase U. Beck, A. Giddens y S. Lash. ModemiZ4á6n reflexiva. Po/{tic.a, trad;·
ci6n y est/tica en el orden sotial moderno, Alianza, Madrid, 1997. En las pp. n·78 de
este volumen Giddens afirma: .los pensadores de la Ilustración, y muchos de sus
sucesores, consideraban que la crecieme información sobre los mundos social y natu~
ra1 incrementarfa el comrol sobre dios {onI Sin embargo, ninguna de estas imágenes se
acerca a captar el mundo de la modernidad avanzada, que está mucho mb abieno y es
más contingente de lo que sugiere cualquiera de ellas, y lo es precisamente Q causa ch,
y no a pCS3r del conocimiento que hemos acumulado sobre nosotros mismos y sobre
nuestro entorno materia),•.
6. H. Jonas (EJ prinÚp;o tú responstlbilidad. Crrculo de Lectores, Barcelona.
1994) sugiere que la responsabilidad riene como correlato lo que es fr:5.gil, ranto lo
que, por naturaleza. es d~bil, cuanto lo amenazado por los envites del obrar humano.
142
RESPONSABILIDAD POLITlCA
~quien)t ha actuado, el sentido de la misma no estaría totalmente «en
sus manos-o Motivo por el cual la pregunta por la responsabilidad
arrastra consigo un largo rosario de interrogantes de orden diverso,
pero siempre vinculados a la fragilidad de la acción y a su comprensión 7 , ya que en este contexto parece que no tengamos más remedio
que entender la responsabilidad corno entrecruzamiento entre autonomía y límite'. De no hacerlo así, deberíamos dejar de hablar en términos de agente, de libertad, para hablar de pequeñas ruedecitas en
un inmenso mecanismo.
Con ello no se [rata simplemente de replantear la tercera antinomia kantiana, sino de interrogarse desde la consciencia de que la crisis del pensar moderno no es un acontecimiento solo en la historia
del pensar, sino también en la historia política. En este sentido no
resulta extraño que el énfasis en el vínculo entre fragilidad y responsabilidad, como podemos leer en autores como Paul Ricoeur o Hans
Jonas, sugiera que la responsabilidad, en primer lugar, ya no solo
tiene que ver con el pasado, con lo acontecido, sino también con el
futuro, con lo que deseamos que perdure o que sea y, en segundo
lugar, la responsabilidad no se entiende exclusivamente vinculada a
la identidad, al quién de la acción, sino que daría primacía a los otros9 ,
a la alteridad.
2
En este punto considero conveniente apelar a la distinción entre responsabilidad motal y responsabilidad política establecida por Hannah Arendt, una pensadora que, junto a otros, como Hans Jonas o
Günther Anders, mostró de forma impresionante cómo la experien7. A. Giddens (op. cit., p. 78) afirma, refiriéndose a los nuevos tipos de incalculabilidad: .Cuanto más imemamos colonizar el futuro, tanto más probable es que nos
depare sorpresas... P. Ricoeur o H. Jonas han enfatizado de qué modo el obrar humano tiene consecuencias para la preservación del medio ambiente, de modo que si la
naturaleza había sido una suene de destino, ahora hemos de responder de él.
8. Esto es lo que parece sugerir Hannah Arendt en LA condici6n humana (Paidós, Barcelona, 1993) al dedicar una sección del capítulo sobre la acción a la .Irreversibilidad y el poder de perdonar....Sin ser perdonados, liberados de las consecuencias
de lo que hemos hecho, nuestra capacidad para actuar quedaría, por decirlo así, confinada a un solo aC[Q del que nunca podríamos recobramos.. (/bid., p. 257).
9. Jonas toma como modelo de responsabilidad con respecto al futuro la relación parental, la relación no recíproca de cuidar a alguien -una criatura-o Veáse,
H. Jonas, .Philosophy at the End of the Cenrury: A Survey of Its Past and Future_ y
R. J. Bernstein, .Rerhinking Responsibiliry.., ambos en Social Rnearch 61/4 (1994).
143
fiNA
BIRUd:s
cia contemporánea ha hecho saltar por los aires todos los conceptos
morales, políticos y sociales en los que hasta el momento nos habíamos apoyado y que era consciente de algo que acaso el debate postmoderno acerca del estaruto de la subjetividad ha olvidado con cierta
frecuencia: que «el fin de una tradición no significa necesariamente
que los conceptos tradicionales hayan perdido su poder sobre la mente de los hombres [...] a veces parece que ese poder de las nociones y
categorías desgastadas se vuelve más tiránico a medida que la tradición pierde su fuerza vital. 10.
Frente a la tendencia a considerar casi como sinónimas responsabilidad y culpabilidad, Arendt piensa que tal asimilación vale tan solo
para el caso de la responsabilidad moral o jurídica y no para el de la
responsabilidad política. En sus artículos.La responsabilidad personal bajo las dictaduras toralitarias» y .La responsabilidad colectiva.",
Arendt entiende la responsabilidad moral como responsabilidad personal, y toma como modelo de la misma las palabras de Sócrares en el
Gorgias (469 b) .es mejor sufrir el mal que cometerlo». En cambio,
para dar cuenra de la responsabilidad política, que es colectiva, recurre a un supuesto die/l/m según el cual .sufrir el mal y cometerlo es
igualmente malo puesto que no debería haberse hecho un mal.; políticamente lo que importa es que se haya hecho un daño, sea quien sea
el afectado. Con ello se quiere subrayar que en la responsabilidad
moral el acento se encuentra en el yo, en el sel{, mientras que, en la
responsabilidad política, el énfasis está situado en el mundo (entendido como el medio específico [in-be/ween] que se forma entre los individuos"). ¿Hacia donde apunta esta distinción?
En primer lugar, la distinción entre responsabilidad moral (y jurídica) y responsabilidad política permite pensar que cabe ser políticamente responsables sin tener culpa y a la inversa. No hay responsabilidad moral (o legal) por lo que no hemos hecho. La culpa, a diferencia
de la responsabilidad política, siempre singulariza, es, pues, estrictamente individual; se refiere a un acto y no a las intenciones o a las
potencialidades. Para tener culpa hay que haber hecho algo, por ac10. H. Arendt, .La tt'adici6n y la época moderna., en Entre pasado y futuro.
PenínsuJa., Barcelona. 1996. p. 32.
11. .PersonaJ Responsibiliry under Dictatorship•• en The üstener, 6 de agosto
1964¡ .CoIJective ResponsibiJiry.., texto de respuesta a loel Feinbc:rg. leído en un
simposio de la America.n Philosophica1 Association en diciembre de 1968, actualmente
en J. W. Bernauer (ed.), Amor Mundi. Exploratians in lhe Fa;lb and Tbougbt of Hannah Anndt, Marrinus Nijhoff, Dordrecht, 1987.
12... El mundo y )a gente que lo habita no son la misma cosa. El mundo yace
enue las personas. (Hombres en tiempos de ()(urid4d. Gedisa, Barcdona, 1990, p. 14).
144
RESPONSABILIDAD
POLlTICA
ción O por omisión. Como es sabido, donde todos son culpables, nadie lo es. Al atribuir una acción a alguien lo hacemos culpable y al
mismo tiempo lo estamos reconociendo como agente, como persona
(dejamos de considerarlo como una de las pequeñas ruedecitas de un
inmenso mecanismo), de modo que paradójicamente la culpa sería una
forma de singularizarse 13 • Así, en el caso del tan comentado sentimiento de culpabilidad colectiva de los alemanes, permite distinguir a los
verdaderos culpables o bien, por ejemplo, en los actos de desafío a la
obediencia militar, se diría que personalmente somos culpables de
infringir una ley, pero que, en cambio cabría considerar que somos
políticamente responsables.
Por otra parte, y en esta misma dirección, Arendt afirma que solo
metafóricamente podemos sentirnos culpables por los pecados de
nuestros antepasados, por lo que no hemos hecho, incluso a pesar
de que el curso de los acontecimientos muy bien nos pueda hacer
pagar por aquéllos. Somos, entonces, responsables, herederos, de los
pecados de nuestros antecesores, pero no somos culpables de ellos,
así como tampoco podemos contar entre nuestros méritos sus acciones positivas. La responsabilidad política es, pues, colectiva; de modo
que tiene que ver no tanto con la pregunta de quién es el agente de
una acción sino con la cuestión de qué nos hacemos cargo 1\ qué
deseamos que perdure, qué queremos innovar y conservar. Al hablar
de una responsabilidad política me refiero a que, como ya hemos
indicado, todo individuo es miembro de una comunidad o de grupos
que no pueden disolverse a través de la acción de uno de sus miembros. Todos vivimos y sobrevivimos por una suerte deColIselltimiel1to tácito, que sin embargo sería difícil denominar voluntario 1S ,
En segundo lugar, la distinción entre responsabilidad personal y
responsabilidad política dificulta el hecho de que nos podamos en13. La misma Arendt hace interesantes observaciones a este respecto en un pequeño apartado de Los orígenes del totalitarismo. • Entre el vicio y el dclito_ afirma
quc .La aparente amplitud de criterio que iguala el delito al vicio, si es autorizada a
establecer su propio código legal, resultará invariablemente más cruel que las leyes,
por severas que estas sean, que respetan y reconocen la responsabilidad independiente
del hombre por su conducta.. (p. 125; véase también el apartado.Las perplejidades de
los Derechos del Hombre-, especialmente p. 435).
14. En el diccionario de María Moliner se dan tres acepciones de la expresión
.hacerse cargo_: la primera precisamente remite a la obligación o incumbenci3 que
una persona (iene de cuidar cierta cosa o a otras personas (la segunda asimila la expresión a comprender y, finalmente la última recuerda que .hacerse cargo_ se usa también
como sinónimo de enterarse).
15_ H. Arcndt, .Desobediencia civil.., en Crisis de fa RepúbliGa, Tauros, Madrid,
1973, p. 95.
145
fINA
BIRULtS
tender como individuos sin historia en la Historia y, de este modo,
apunta hacia la necesidad de pensar en términos de una política de la
memoria, de una responsabilidad hacia el mundo, como espacio entre en el que habitan los humanos. Como decía Hannah Arendr, .el
mundo, a grandes rasgos y en detalle, queda irrevocablemente destinado a la ruina del tiempo, si los seres humanos no deciden intervenir, alterar y crear lo nuevo»!6. Cada nueva generación parece hacer
suyas las palabras de Hamlet: .EI mundo está fuera de quicio. ¡Oh,
suerte maldira I que ha querido que yo nazca para recomponerlo!.
(acro 1, escena V).
3
Una política de la memoria se muestra, pues, como una alternativa
frente a la autocomplacencia de los neoliberales, la cual supone un
presente absoluto, idéntico a sí mismo, no desencajado, y, al mismo
tiempo, sin grosor, sin proyectos ni memoria y, por tanto, sin otro
futuro que uno supuestamente homogéneo con el presente; un presente, que por este mismo motivo, acaso se pueda mantener durante
un cierto período de tiempo, pero no rejuvenecer. Una política de la
memoria parece, pues, estar conectada a la posibilidad de un mundo
en que todavía sea posible conservar e innovar; la responsabilidad
tendría que ver, en este contexto, con lo que asumimos de lo que ya
no está presente y de lo que todavía no es (y acaso no será nunca). De
modo que aquí la apuesta por la memoria indica que el presente no
queda reducido a la simple presencia".
Pero, acaso, tratar de dar contenido a la responsabilidad política
a través de interpretarla como un hacerse cargo de la memoria gene-
re más preguntas que respuestas. A modo de ejemplo, veamos tres de
ellas.
1) ¿Tiene algún sentido apostar por la memoria en un momento
en que, se ha afirmado y con razón 18, que bajo el signo de la muerte y
16...La crisis de la educación_, en Entre pasado y futuro, Península, Barcelona,
1996, p. 204.
17. Derrida comenta (Espectros tk Marx, Trona, Madrid. J1998, p. 30): .Si la
legibilidad de un legado fuera dada, natural, transparente, unívoca, si no apelara y al
mismo tiempo desafiara a la interpretación, aqufl nunca podrfa ser heredado. Se estaria afectado por fl como por una causa -natural o genética-o Se hereda siempre un
secreto ---que dice: "Léeme. ¿Serás capaz de ello?....
18. L Boella,.La non-<:ontemporanei~_:aut-aut 271-272 (1996).
146
RESPONSABILIDAD
pOllTICA
del fin (fin del marxismo, muerre del comunismo, bancarrota de la
idea de progreso, espeetralidad de muchos ideales), vivimos en el
presente como ~póstumos y no como herederos o testimonios»?; lo
cual parece hacernos oscilar entre aquel presente absoluto de los neoliberales y la vivencia del presente como carencia, como tiempo inau-
téntico y sin tiempo, si es que el tiempo verdadero es el de la memoria y de la espera. En esta clave habría que entender el gesto de
jacques Derrida", freme a las tesis del final de la historia, de optar
por la categoría de .especrralidad» para reformular la no·comemporaneidad!O con respecto a sí mismo del presente, para indicar la convivencia de tiempos discrónicos, para mostrar un presente que, en su
estar «fuera de quicio" acoge siempre conflietivamente en su seno la
alteridad. y sin alteridad no habría ni acontecimiento ni historia ni
promesa de justicia.
2) En la medida en que la tradición es un medio de organización
de la memoria colectiva, ¿qué papel otorgar a la memoria en las de-
nominadas sociedades postradicionales en un final de siglo cuyas experiencias centrales obligan a un incesante gesto en el que se subraya,
de diversos modos, la ruptura del hilo de la tradición? La pérdida de
la continuidad del pasado tal y como parecía transmitirse de generación en generación, desarrollando en el mismo proceso su propia
cohesión, hace que estas sociedades se encuentren con un pasado
fragmentado que ya no puede evaluarse con certeza y cuya reconstrucción parece presentarse como una tarea acusadamente individual,
arbitraria.
3) Por último, ,acrualidad de la memoria?, en este nuestro final
de siglo, en que constatamos una cada vez más extrema historiza-
ción de la cultura derivada, entre otras cosas, de losmass media y de
la presión de los nuevos .soportes de información y de memoria».
En nuestra sociedad mediática nada puede ya envejecer, todo retorna y se da al mismo tiempo, sin que pueda tomarse distancia respec-
to del .pasado». Vatrimo se ha referido a ello en términos de una
suerte de fenomenología del espíritu simulcaneizada". Lo cual parece obligarnos a plamear la pregunta de hasta qué punto el no-olvido
19. J. Derrida, ."Fuerza de ley": El fundamento mfstico de la autoridad_: Doxa
11 (1992); Espet;tros de Marx, eit.
20. .No toda la gente existe en el mismo Ahora. Lo hacen solo externamente, a
través dd hecho de que pueden ser vistos hoy. Pero, sin embargo, no están viviendo en
el mismo tiempo con los Otros- CE 81och, E~haft dieser hit, Suhrkamp, Fr:mkfurt
a. M., 1962).
21. G. Vanimo .EI olvido imposible_, en AA.W., Usos del olvido, Nueva Vi·
si6n, Buenos Aires, 1989.
147
fiNA
BIRULtS
es ya una memoria 21 o si no es más que una nueva forma de olvido
que tendría que ver con un compulsivo consumo de referencias al
pasado, de conmemoraciones, que no deja rastro ni huella de ningún ripo en la experiencia de los individuos, los cuales habirarían,
por así decirlo, «un mundo sin edad. u .
Sin embargo, ante estos tres interrogantes, cabe hacer algunas
acotaciones. En primer lugar, habría que insisti.r nuevamente en que
el .final de la hisroria. no es más que el final de un determinado
concepto de historia. Concepto de hisroria que tendría que ver con el
gesro característico del pensar moderno de sustituir la libertad (la
fragilidad, la contingencia) de la acción por la Necesidad de la Historia o con aquella expresión, acuñada en los años veinte, «el presente
como historia. que pedía al presente proporcionar de forma mundana y concreta lo que en otro tiempo prometiera el «reino de los cielos•. Acaso el atender a la no-contemporaneidad con respecto a sí del
presente, esto es, a la contigüidad de fenómenos discrónicos entre sí
pero que, no obstante, pueden encontrarse materialmente, o a la
multiplicidad de experiencias del tiempo y del espacio, que se dan en
nuesrras ciudades (pensemos en la fractura social entre ciudadanos e
inmigrantes o refugiados) señale algún sendero. El hecho de enfatizar esta no contemporaneidad a sí del presente, parece abrir la posibilidad de pensar una historicidad sin teleología y, al mismo tiempo,
permitir que los discursos produzcan una transformación en el seno
de las prácticas y con ello hablar todavía de habitabilidad, memoria,
justicia, democracia.
En cuanto al segundo interrogante acaso lleven razón quienes
usan el término ~destradicionalización. para indicar un cambio de
status de la tradición, de la memoria colectiva: en el orden postradicional, incluso en la más modernizada de las sociedades, las tradiciones no desaparecen por completo; en algunos aspectos, y en algunos
contextos, florecen!". Una forma de apuntar a los espacios en los que
este hecho tiene lugar es recordar cómo en la década de los ochenta
-en este puntO sigo a Beck- se ha dado un fuerte renacimiento de
una subjetividad política, dentro y fuera de las instituciones. Las iniciativas ciudadanas han adquirido poder político: basta pensar en
cómo las iniciativas ecologistas han puesto en la agenda el problema
de un mundo amenazado, frente a la resistencia de instituciones y
22.
Buenos
23.
24.
A. Badiou, .La ética., en T. Abraham e.t al., Batallas ItiGas, Nueva Visión.,
Aires, 1995.
J. Derrida, op. cit., p. 91.
U. 8eck, A. Giddens y S. Lash, op. cit.
148
RESPONSABILIDAD POllTlCA
partidos, o cómo las diversas ONG «solidarias- han obligado a gestos
humanitarios a empresas y gobiernos. De modo que lo que en algún
momento se interpretó como abandono de la esfera política y rerirada a la vida privada se ha ido configurando como una nueva dimensión de lo político.
Yen relación con esta nueva dimensión de lo político se diría que
se ha tenido que excavar en el pasado para dar con lo olvidado o
desestimado; se han hecho esfuerzos por encontrar, inventar, recrear
palabras para decir las nuevas formas de identidad colectiva. Con
ello numerosos fragmentos del pasado humano han adquirido el estatuto de objetos dignos de recuerdo o de historia, al tiempo que se
ha evidenciado que vivimos en un orden social en cuyo seno los nexos
sociales tienen que hacerse sin que puedan mecánicamente heredar-
se. Considerese, por ejemplo, el esfuerzo llevado a cabo por lo que se
ha dado en llamar la «segunda ola del feminismo- hacia una recuperación de la histOria de las mujeres, hacia un ~hacerse cargolf del pa-
sado de las mujeres, para ampliar el espacio público con la visibilidad
de sus acciones.
Junto, pues, con la crisis de ciertos ideales, basados en la moder-
na concepción de la historia, ha emergido con fuerza la necesidad de
una nueva relación con el pasado, que atienda a los fragmentos de lo
no narrado hasta este momento o de lo narrado pero teñido de connotaciones negativas. Estos fragmentos, reunidos de nuevo sin el peso
o la guía de la Tradición, ni de los gtandes metattelatos son ahora
entendidos como indicios de lo descartado, de lo minorizado, de lo
no contemplado, para pensar la propia diferencia. De modo que el
pasado está reemplazando al futuro como lugar privilegiado de referencia en el debate políticolS .
Esta somera caractetización del nuevo gito hacia el pasado, nos
obliga a retornar a dos cuestiones acerca de la responsabilidad política antes mencionadas. En primer lugar, el gesto de atender a lo
descartado, a lo minorizado, a .:las tradiciones ocultas», por supuesto, es totalmente legítimo, pero a su vez encierra un peligro para la
identidad de los nuevos colectivos de ciudadanos, el peligro de proporcionarles una identidad colectiva de víctimas, puesto que lo que
se lleva al foro es un pasado de dolor, de discriminación, de injusticia con lo que la acción política del presente se traduciría solo en
una exigencia de restitución, de reparación, por los males del pa-
25. Como subraya acenadamenre Daniel Gordon en su reseña de Hislory as an
Art of Mmrory de H. Hurton en History and Tbeory 34/4 (1995), p. 353.
149
fiNA
8IRUL~S
sado. Acaso la distinción arendtiana entre responsabilidad personal
y responsabilidad política, sirva para conjurar este peligro: deseanada la culpabilidad colectiva (que no la pol;tica) nadie está en condiciones de restituir lo que acaso en el pasado se le negó a aquel
colectivo.
En segundo lugar, la crisis de los modernos conceptos de historia y de razón ha dado lugar a una decidida apuesta por lo fragmentario en el ámbito de la historia y por un enfásis en que somos
aquello que somos capaces de hacer con nuestro pasado, lo cual
puede comportar una mirada hacia atrás en busca de un pasado
cómodo, a la medida del propio presente, cuyo resultado fuera una
autocomplacencia semejante a la exhibida por los neoliberales con
respecto a lo que hay.
En este punto me gustaría subrayar que el hecho de dar cuenta de
este peligro no significa en absoluto que aqu; se esté apostando con
ello, por ejemplo, por un simple retorno de las viejas aspiraciones
modernas emancipacionistas; más bien se trata de retener que el ám-
bito de lo político, que la responsabilidad por el mundo, tiene que
ver con la pluralidad irreductible de quienes habitan en él, esto es,
con la preservación o generación de un espacio elltre, lo cual es incompatible con cualquier suerte de identidad que unifique, esto es,
que comprima a los individuos de tal modo que ya no sea posible un
espacio -entre- ellos. Por otra parte, no debería olvidarse que los
modernos movimientos de emancipación apostaron por dejar que
«los muCrtOs entetraran a los muerroSJt, por cortar los vínculos con el
pasado y que es precisamente la nueva subjetividad política la que
pugna laboriosamente por heredar".
Por último, yen relación con el tercer interrogante, cabría reiterar lo dicho hasta aquí: más que signos de amnesia nos hallamos frente a una verdadera obsesión por la memoria, que se traduce, por una
parte, en una sobreabundancia de interpretaciones sobre el pasado"
yal mismo tiempo asistimos a una auténtica proliferación de conmemoraciones, memoriales, etc. 28 -incluso de acontecimientos muy
recientes- y vemos crecer la pasión genealógica, e.1 interés por los
26. Si bien no hay que desestimar el hecho de que, como comenta Giddens (op.
cit., p. 76), .Durante la mayor parte de su historia, la modernidad ha reconstruido la
tradición a medida que la ha disuelto_.
27. A. Huyssen, .Monument and Memory in :1 Post:modern Age-, en J. E. Young
(ed.), 1M lu1 of Mernory: Holocaust Mernorials in Hislory, Prenel, München-New
York, 1994.
28. De ah( el renacimiento del imerb por la obra de Halwachs, Les C4dres 50CUlllX de la mbnoi'e (1925) o La mhnoire wllective (1950).
150
RESPONSA81LIDAD
POLlTICA
relatos de vida 29, etc. Al mismo tiempo y en el marco de esta obsesión
por la memoria, aparece en un primer plano un acontecimiento que
por su singularidad, por su incomparabilidad con cualquier otra ocurrencia histórica, ha adquirido el estatuto de paradigma de la dignidad de cuanto merece ser recordado. Como dijo Paul Ricoeur .Las
víctimas de Auschwirz son por antonomasia las delegadas ante nuestra memotia de todas las víctimas de la Historia»Jo. La memoria recienre del holocausto, por una perversión que acaso diga algo del
estatuto actual de la memoria y de su relación con la nueva dimensión de lo polírico en las sociedades postradicionales, parece correr
paralela a dos fenómenos vinculados a la responsabilidad y a la identidad política: por un lado, el hecho de centrar el discurso en la irreducrible unicidad del holocausto, minimiza otras formas de barbarie
de nuestro presentel l , O por decirlo con palabras de 8ruckner32 : «Sellamos para siempre la lápida de los muerros de Auschwirz sobre su
espantoso secreto y rechazamos todo lo que no son ellos., con lo que
nos sentiríamos eximidos de responsabilidad por las contradicciones
de nuestro presente. Al mismo tiempo crece la tentación de considerarse objeto de un nuevo holocausto, de concentrar sobre el propio
caso la más potente luz y apoderarse de la desgracia máxima, para de
este modo decir la propia diferencia. Con ello no solo se riene la
tentación de verse corno víctima inocente, sino que, al mismo tiempo, se empobrece el vocabulario sobre la especificidad de las contradicciones del presente y, paradójicamente, se minimiza también la
propia barbarie nazi (basre pensar en cómo en la acrualidad cualquier
acrirud violenta o no dialogante es tildada de nazi o de fascista o
cómo en muchos conflictos el debate se centra en apariencia en dirimir quiénes son los nazis y quiénes los judíos).
4
Para concluir, desearía retornar a la distinción establecida por Hannah Arendt entre responsabilidad personal y responsabilidad política, ya que en mi opinión apunta vías para pensar de qué puede (o
e
29. Vd,nse P. Nora, Les liellz de mhnoire, Gallimard, Paris, 1997 1984/1992)
y J. Candau, Anlhropologie €k la mhnoire, PUF, Paris, ) 996.
30. Citado por P. Bruckner, La lenlacian de la inocencia, Anagrama, Barcelona,
1996, p. 211.
31. Perer Novick ha analizado esre puma en su articulo .HokK:ausr Memory in
America., enJ. A. Young (ed.), op. cit., pp. 159-167.
32. lbid., p. 231.
151
fiNA
8IRUL~S
debe) hacerse cargo un sujeto situado. En primer lugar, al enfatizar el
hecho de que la culpabilidad está vinculada a la acción y al yo, muestra, como hemos dicho antes, que la posibilidad de ser culpable está
vinculada a la posibilidad de singularizarse, y en el mismo gesto, ilumina casi como si de un fogonazo se tratara los peligros de la _tentación de la inocencia•. En segundo lugar, al excluir la culpabilidad
colectiva, sin por ello renunciar a la responsabilidad política, se nos
recuerda que ningún colectivo está en condiciones de reparar mecá-
nicamente los daños infligidos en el pasado. Y, en cambio, se apunta
al hecho de que sí somos políticamente responsables de las contradicciones del presente -por supuesto derivadas de situaciones pasadas- y de la actual habitabilidad del mundo como espacio entre los
individuos.
Hacerse cargo de la memoria, de lo que ya no es y acaso hubiera
podido ser, es hacerse cargo de lo que echamos en falta, es asumir un
presente con grosor, un presente desencajado que vaya más allá
-siempre conflictivamente- de la homogeneidad y de la autocomplacencia. Las palabras de Virginia Woolf -en otro contexto y en
Otro regisrro- pueden expresar algo de lo que aquí se pretende:
_Escribo esto a fin de recobrar mi sentido del presente por medio de
conseguir que el pasado proyecte su sombra sobre esta quebrada superficie». Pero hacerse cargo de la memoria, supone también tratar
de dar con las palabras que puedan responder al rosario de interrogantes que la pregunta por la memoria y los acontecimientos de nues-
tro presente dejan planteados en nuestros días. Quiero decir: aunque
las transformaciones actuales y la progresiva complejidad del ámbito
de lo político dificulten este _hacerse cargo.", habría que recordar
que la batalla por la inteligibilidad tiene que ver con una apuesta por
la supervivencia o que no cabe ser indiferente con respecto al mundo
sin al mismo tiempo tornarlo inteligible.
33. Recuerdese que ..hacerse cargo_ significa
152
[3mbi~n
comprender.
REALIZACIONES INDIVIDUALES DEL ORDEN
Román G. Cuartango
1. LA RELACiÓN CO
LAS COSAS
¿Qué significa hacerse cargo? I ¿qué entendemos cuando oírnos que
se nos dice: .¡hazte cargo!; ¡es que no te haces cargo!~? De entrada,
parece que se reclama que mantengamos al menos la atención puesta
en un fenómeno que tiene dos miembros: uno es nuestra posición
frente a (algo) y el otro eso frente a lo cual se está puesto. He de
hacerme cargo de algo, y se me conmina a ello porque podría (con
cierta facilidad e, incluso, _naturalidad.) no hacerlo. Hay que atender para entender el orden que gobierna las relaciones entre el sujeto
y lo que está al otro lado. y allí se encuentran las cosas (del mundo) y
entre ellas las acciones humanas objetivadas: en forma de relaciones,
instituciones, eventos (la historia misma), etcétera.
Entonces, ¿se trata acaso de cargar con las cosas?; ¿pero cómo y
hasta qué puntO cargar con ellas? Porque podría ser que no valiera
cualquier sentido de «cargarlt. Si estamos considerando (fenomeno-
lógicamente) esta situación no lo estamos haciendo desde cualquier
lugar, sino desde la perspectiva de la responsabilidad. Se trataría entonces de cómo cargar con las cosas para responder de ellas (o de
nosotros en relación con ellas, porque estamos con ellas relacionados
o conectados). Por eso mismo, no sería en primer lugar (lo que no
quiere decir que no se trate en modo alguno) un hacerse cargo de los
caracteres resultantes de una relación epistémica: no hay que respon-
der de cómo es (sin más) la realidad, aunque puede que sí de cómo es
cuando riene que ver con nueStra acción o nuestra posición con o
entre ella. y de ahí que lo que más preocupe sea lo producido por la
acción (humana), que se convierte en cosa objetiva(da}.
153
I\OHÁN
G. CUAI\TANGO
Así, pues, si bien este hacerse cargo no tiene que ver con un res-
ponder estrictamente en el orden cognoscitivo, parece que la acción,
en cuanto responde o se hace cargo, no puede dejar de lado la constitución de las cosas; o, dicho de otro modo: no puede dejar de tener
en cuenta qué pasa cuando se entra en contacto con el mundo, con la
realidad en general. Porque aunque la realidad, en sus diversas formas
yámbitos (incluso el de las instituciones humanas) esté regida por leyes
propias hay una diferencia (a la que apunta este .hacerse cargo.) entre
la mera contemplación y la intervención (incluso, como es sabido, el
conocimiento en sentido experimental, no meramente contemplati-
vo, requiere intervención y con ello transformación de las condiciones iniciales, etc.). Lo que se convierte aquí, en todo caso, en asunto
es que la posición del sujeto, en tanto que activa, postula un conocimiento de las cosas que cargue con ellas, justamente para que luego
pueda car¡¡arcon su acción entendida como un todo (incluyendo tanto el aspecto intencional como sus consecuencias). Solo así puede
responder de ellas. Pero, además de esta atención y disposición, puede que se siga también algo de importancia para la propia constitución
del sujeto, para su identidad (en sentido propio, es decir: cuando por
identidad se entiende algo no metamente tautológico), puesto que esta
tiene que realizarse sintéticamente, añadiendo comenidos que están
en el mundo (de las cosas), del que forman parte también los caracteres definitorios del propio yo (que deben añadirse a él).
La situación en que queda dispuesto el fenómeno .hacerse cargo. podría ser descrita, según lo dicho, del siguiente modo: el hombre va a las cosas con su acción y al hacerlo se encuentra con cómo
son las cosas. Pero no va y regresa después sin más, sino que se queda
en cierto modo: queda afectado hasta el punto de descubrir que lo
que él es depende de su relación con ellas. De ahí que al .hacerse
cargo. se responde de las cosas (bechas) y, por ello, también de uno
mismo haciéndose cosa y regresando de las cosas. Veamos todo esto
con más detalle.
En este punto puede resultar ilustrativo seguir la pista que proporciona una indicación que se encuentra en un texto clásico por Jo
que se refiere a la responsabilidad -la conferencia de Max Weber
titulada Politik als Beruf-. En ella enuncia Weber las tres cualidades
decisivas para un político -aquel que, según la propia definición
weberiana, ambiciona su parte en el poder o influir en la distribución
del poder' y que, precisamente por ello, necesita entrar en un comer1. .. Quien se dedica a la politica pretende poder, poder bien como medio al
servicio de OrtOS fines -ideales o cgoístu- o "por sr mismo": para disfrutar dcJ
154
REALIZACIONES
INDIVIDUALES
DEl
ORDEN
cio cabal con el mundo que le rodea (para realizar en él sus intenciones y ambiciones). Esas tres cualidades son: -pasión., _sentido de la
responsabilidad. y -ojo de buen cubero. (Augenma{!); y todas ellas
pueden ser entendidas como los caracteres definitorios de una relación entre el sujeto interviniente y las cosas, relación que tiene lugar
bajo la exigencia de una intervención que sea adecuada, proporcionada a la dimensión O condiciones de las cosas y no cualquier intervención (que podría tener consecuencias no deseadas). Weber mismo señala enseguida que la pasión, cualidad primordial en cierto
sentido, pues vale como motor de la acción, no convierte al intervi-
ni ente en político (cabal, habrfa que añadir) -si ella, en tanto que
servicio a una .cosa", no hace también de la responsabilidad respecto
de esa misma cosa el none decisivo de la acción"l.
De hecho, Weber habla de _pasión en el sentido de objetividad.:
de una entrega pasional a la cosa. Podría decirse que aquello que nos
lleva hacia las cosas debe verse constreñido, mediado, estabilizado, por
medio de una suerte de (sentido de) responsabilidad respecto a esas
cosas. No se dice en este punto qué quiere decir .responsabilidad»,
pero más adelante se la vincula a tener en cuenta los resultados (sobre
todo los perversos) de la acción, así como la relación entre medios y
fines. Para lo que aquí interesa, podemos tal vez entender esro como
el requerimiento de una atención a las cosas que ponga condiciones a
la acción y no solo a esta sino también a la posición misma del sujeto
frente al orden de la realidad. Para que esto sea posible, para que las
cosas no queden despreciadas por los finesdel actor es imprescindible
la tercera cualidad, esa capacidad de calibrar la situación, esto es: lo
que las cosas son y la relación en que se encuentran ya que el actor
toma posición frente a ellas. Esta capacidad de calibrar es definida por
Weber como _distancia a las cosas.'. Dicho de otro modo: la pasión
no tiene que absorber la realidad en virtud de la fuerza de las intenciones o propósitos; tiene que tomar la medida de las cosas y de su propia
posición. El «interés'" el «dominio» y la «administración» deben ser
mediados por un cieno «ponerse a disposición", un «estar atento a,. o
un .hacerse cargo de". y continúa Weber dando forma a esta necesi-
dad de atender a la cosas que tiene el político en tanto que hombre
(apasionado) de acción:
sentimiento de prestigio que l!J proporciona.. CM. Weber, Poblik a/s &ruf, Max We-
ber, Gesanrlawsgabe. Band
un, Tübingcn.
1992, p. 159; td.
cit!1ltf(KO, Alianza, Madrid. 1967).
2. lbid., p. 227.
3. Ibid.
155
C3Sl.:
El político
y el
ROMA N G. CUARTANGO
El polftico tiene que superar en sr mi me cada dra y a cada hora a un
enemigo muy trivial y demasíado humano: la vanidad completamente vulgar, que es la enemiga monal de [Oda enrrega a las cosas y de
tOda distancia, en este caso, de la distancia frente a sr mismo4 •
Así, pues, la responsabilidad tiene que ver con una entrega que
hemos denominado aquí .puesta a disposición. y que presupone no
una aproximación (que tiende a convertirse en apropiación) sino
antes bien una distancia. La vanidad a la que se refiere nuestro autor
es tanto esa que toda fenomenología pretende evitar subrayando la
importancia de la cosa misma, cuanto también la del entendimiento,
el cual, seguro con su método y determinaciones, se distancia (infinitamente) de la realidad, de la que le separa al final una nada que se
vuelve absoluta.
Weber remata sus reflexiones en torno a la necesidad de atender
a la cosa con estas palabras:
Pues hay finalmente dos clases de pecados mortales en el ámbito de
la polftica: falca de objetividad [o «subjetividad .. o «parcialidad .., en
realidad, y morfológicamente, .a-coseidad_] y -lo que a menudo,
pero no siempre, es idéntico con ello- irresponsabilidad s.
Una tal subjetividad o falta de objetividad no siempre coincide,
sin embargo, con la irresponsabilidad, aun cuando la irresponsabilidad tiene que ver con esa distancia o atención necesarias. Resulta no
obstante difícil pensar en una responsabilidad que (weberianamente)
no tenga que ver con un hacerse cargo tanto de los medios cuanto de
las consecuencias de las acciones.
En todo caso, comamos ahora con unos cuantos elementos que
permitcn construir los trazos del fenómeno al que se hace referencia
mediante el lema .hacerse cargo. en lo que tiene de relación entre
sujeto y cosa o la realidad en general. El sujeto se ve requerido, para
ser responsable, a «hacerse cargo.. de las cosas, es decir: a prestar
atención a sus caraaeristicas y a las leyes a las que se encuentran
sometidas, justamente para que su pasión por hacer, por realizar acciones, por desarrollar sus intenciones, pueda ser adecuada (y res-
ponsable). Pero, en los fragmentos citados, Weber no solo conmina a
mantener una distancia (respetuosa, podríamos decir) frente a las
cosas, que se encuentra íntimamente relacionada con la entrega a o
4. ¡bid., p. 228.
S. ¡bid, pp. 228·229.
156
REALIZACIONES INDIVIDUALES DEL ORDEN
puesta a disposición de ellas, que es lo conttario de la vanidad que
pone su fe únicamente en la intención, sino también y de modo espe-
cialmente señalado la distancia frente a sí mismo por parte del propio sujeto. Una distancia que, podemos suponer, tiene que implicar
igualmente la entrega y la responsabilidad correspondientes con res·
peeto a sí mismo. Esro puede ser expresado también de un modo
distinto: la responsabilidad pone al sujero ante la necesidad de limirar su pasión al tiempo que la requiere, ya que solo a ella le conciernen las cosas (una indiferencia absoluta sería también _irresponsa-
ble», puesto que dejaría, por decirlo así, abandonadas a las cosas).
Pero, cabría pensar, ¿qué le tienen que importar a ese hipotético sujeto las cosas?; tal vez pudiera pasarse por completo sin ellas. Y, sin
embargo, parece aJ mismo tiempo que de ese importar o estar con-
cernido depende en cierto modo también la propia subjerividad del
sujero. La pasión des-mesurada, al deshacer roda distancia objeriva,
elimina también la distancia en el propio sujeto, con lo que este cae
en la identidad pura y taurológica. El mundo parece, pues, necesario
ya que de la capacidad para responder de él depende la posibilidad
de que haya siquiera algo de lo que responder con respeeto a uno
mismo.
No obstante, conviene decir ya en este punto que el sujeto se ve
concernido o implicado por cómo vayan sus relaciones con las cosas,
no solo en el sentido que nombra el término <cvanidad. -a saber:
que él no aprecie convenientemente a las cosas-, sino también en el
contrario: que las cosas (su orden, sus propias disposiciones) parecen
en muchos casos desasirse del sujero, para ser independientes de él e
incluso llegar a arrastrarle. El sujeto experimenta ese desasimiento
como una necesidad implacable, a la que la tradición ha denominado
«destino•. Entonces no es que no se haga cargo, que no sea responsa~
ble, sino que no puede llegar a responder de las cosas porque ellas no
responden -ipodríamos decir!-a la llamada, están sordas, se rornan opacas: se retraen enrollándose sobre sí mismas (en su propio
orden). ¿Qué habría de hacer ante ello el sujeto; debería agredirlas,
violentarlas, para que llegaran a responder? y sin embargo no lo hacen. El sujeto descubre que tiene que someterse a ellas para no ser
arrastrado. En ambos casos, por tanto, el sujeto permanece tautológicamente vacío: cuando su pasión desborda inadecuada e inobjetivamente a las cosas, convirtiéndose en una negatividad acelerada que
gira sobre sí misma sin encontrar apoyo y cuando su pasión no logra
afectar a las cosas y esras se rerraen y le dan la espalda, con lo que se
conviene en un objeto más entre anos sometido a leyes que parece
no poder controlar. Persigamos, pues, tales implicaciones.
157
ROMAN
G. CUARTANGO
2. LA RELACiÓN DEL SUJETO CONSIGO MISMO
Hasta el momento ha resultado que en la relación entre el sujeto y lo
que le rodea, que ha sido denominada .hacerse cargo., se dirime la
propia idenódad del sujeto actuante, la cual dependerá de su capacidad para responder de las cosas y de sí mismo. Pero esta relación no
es unívoca sino biunívoca de modo variable, es decir: a veces va en
una dirección ya veces en otra y a veces en las dos. No obstante, esto
no puede significar que el orden de las cosas pueda actuar sobre el
sujeto, sino que el sujeto puede reflejarse en las cosas o ser afectado
por ellas con cierta radicalidad.
Aquí podría encomrarse un sentido bien determinado para ese
-cargar. que ha sido empleado en varias ocasiones. El sujeto tiene
que cargar de un modo u otro con las cosas para ser tal (sobre todo
para poder decir-se y asir-se). E incluso cuando no quiere cargar con
las cosas (1as consecuencias de sus acciones, etc.) carga también con
ellas'. Pues bien, esta relación del individuo con (el orden de) las
cosas podría ser emendida como una relación con la universalidad,
con lo generalizable en forma de leyes, etc. Veamos:
El individuo o sujeto se gana en su identidad a partir de estructuras (lógico-lingüísticas, jurídicas, sociale ,etc.). A este respecto, puede tomarse como un cierto resultado del pensamiento filosófico de la
modernidad lo aporéóco y vacío de una relación yo=yo que inteme
convertirse en principio. El yo mismo no puede ser aprehendido
como tal yo (en su yoidad, podríamos decir), sino solo en la forma de
un yo empírico que deja huellas en el mundo y, en ese sentido, es una
cosa del mundo someóda al orden que rige este, en tamo que el 'yo
pienso_ que acompaña a todas mis representaciones permanece siempre como un presupuesto que óene un interés racional pero del que
no resulta fácil hacerse cargo (aprehenderlo, decirlo con sentido).
Cuando no se encuentra afectado por las cosas o converódo él mismo en una cosa, ese «yo pienso» --en forma, por ejemplo, de «conciencia de sí--, no puede ser entendido más que como una especie
de imimidad prerrefiexiva o como la pura transparencia en la dispoiciones intencionales (pero esto no son más que formas de hablar
imprecisas que señalan algo que, en realidad, no óene sentido). Dicho con otras palabras: la relación yo=yo requiere, para ser sintética,
6.
os CStamOS refiriendo :lIqur principalmente al sujeto individual (aunque cabrb h2blar tambi~n de cienos sujetos colectivos., siempre que pudieran ser definidos
como tales y siempre que se establecieran ciert:lS restricciones).
158
IUALlZACIONE$ INDIVIDUALES OH ORDEN
mundo, realidad, lo que implica la imposibilidad de un acceso privilegiado que no pase por la exterioridad y la diferencia.
Desde un punto de vista analítico-lingüístico, el yo puede entenderse (y hacerse efeClivo, ser aprehendido) como una posición en un
juego de lenguaje en el cual se hacen necesarias las demás posiciones
expresadas por los otros pronombres personales -tú. y _él•. Su significado resulta intercambiable, dependiendo de quién haga las proferencias. Hacerse cargo de _YOIt comporta entonces apropiarse en
cierro modo de la estructura completa de las relaciones intersubjetivas, según ha mostrado G. H. Mead' y desarrollado posteriormente
E. Tugendha ,buscando allí un anclaje para una posible teoría de la
autodeterminación. En todo caso, este yo así entendido es una posición (una variación) en un mundo intersubjetiva en el que se establecen unos juegos de lenguaje que tienen unas reglas, a partir de las
cuajes podría deducirse, en tanto que una posición entre otras, la
identidad yo=yo. La autodererminación, tal como la presenta Tugendhat, puede ser considerada como una suerte de _hacerse cargo
de sílt, en el seno de una estructura intersubjetiva, con vistas a la
acción.
Esta toma de posición en un juego intersubjetiva o también en el
empleo de determinadas reglas lingüísticas o como realización de determinados órdenes puede observarse asimismo en el uso del lenguaje -sobre todo en el estilo-, en la experiencia estética, o en la asunción de una posición en la sociedad. En todos esos usos de reglas
podría hablarse de un fenómeno que se compondría (al menos) de las
reglas y de las jugadas que estas hacen posibles, pero también de una
7. G. H. Mead, Esplritu persona y sociedad, México, 1990. Eso que Mead denomina cmismo.. (y que caracteriZ:J. como autoconciencia y reflexión) se constituye en
el hablar consigo, y este se constituye por su parte socialmente, en la internalización
del hablar con orros. De este modo se construye una concepción de autorrclación
(como la de la autoconciencia o como la de la igualdad yo .= yo) sobre una base
dialógica: uno habla consigo como hablarla con cualquier arra persolt2. Ello implia la
asunción de los divenos papeles que integran el juego de lenguaje en el cual se ejercita
uno en la utilización -intercambiable- de los pronombres personales.
8. E. Tugendhat, AutoconcienÚa y autoddt!rminación, fCE, Madrid, 1993. En
opinión de Tugendh:u, solo con Mead se aJcanZ:J. el nivd de los conceptos hegelianos
de autoconciencia y de espíritu (que tanta influencia han tenido para el tratamiento dc::
estOS asumos): h. concepción de un;¡ autorrclación pr:ktia que se constItuye en la
interacción con OtrOS y que al mismo tiempo se puede comprender a partir de la
relación con la verdad (r:u.ón). Y esto implica que la propia autoconciencia se consti·
tuye no en una autorrelación (que tiende a ser vacía e inexpresable), sino en una
relación interactiva con la universalidad (que incluye ya una cierta atención al mundo
exterior, a las COS:lS mismas).
159
ROMÁN G.
CUART ... NGO
cierta posición de indecibilidad que sería algo así como la resistencia
a la regla, el volverse sobre sí del jugador, un «no hacerse cargo. que
en cierta medida se encuentra presupuesto como una posibilidad por
el hecho de haber regla. Esto se muestra, por ejemplo, en el índice de
variación que forma parte de las relaciones lingüísticas, tanto cuando
se trata de la repetición de una proferencia como de la comunicación J puesto que en toda comprensión se agazapa un elemento de
incomprensión YJ por lo mismo J en toda comunicación se esconde
también un aspecto de incomunicación. Lo dicho no se entiende tal
como ha sido dicho, lo ya escrito sufre un desplazamiento cuando es
repetido (pues eso se hace poniendo el acento aquí y allá de un modo
siempre variable en cada repetición). Así J pues: entender es malentender y repetir variar'J. La vida de los significantes representa una
deriva de los significados. De ese modo, la comprensión (por ejemplo, en lo referente a las obras de arte, formas canónicas fijadas de
expresión humana) lleva aparejada un desplazamiento de las interpreraciones una suerte de «demora infinita» (unendliche Ver:tógenmg'O) en la aprehensión del significado. De un modo simiJar, la
J
J
comprensión entre personas en una situación de diálogo exige la
aceptación de ese índice de variabilidad que provoca un corrimiento
no solo en cada proferencia que es una repetición, sino también en el
entendimiento de cada una de esas repeticiones. Ello postula el establecimiento de un cierto acuerdo o compromiso (tácito) entre los
hablantes mismos con la vista puesta en la comunicación: hacer como
si se hubiera entendido lo dicho por el otro, aun cuando no se esté
nunca por completo de acuerdo con la manera que tiene de decirlo y
se pudiera aún matizar este o el otro aspecto... Hay entonces que
hacerse cargo de alguna forma deJ fenómeno completo de la comuniJ
cación, que incluye la proferencia, la expresión y asimismo ese índice
9. Y. no obstante, los contenidos ya fijados tienen que ser repetidos para que
sigan vivos: ¿quf serra si no de lo ya escrito. lo ya pensado, lo ya creado, si tuviera que
permanecer petrificado como un nombre de Dios que no pudiera pronunciarse? Las
religiones que prohfbc:n pronunciar el nombre de Dios sabc:n muy bien lo que ocurre
incluso con lo mis sagrado cuando es dejado al albur de la interacción expresiva y
comunicativa.
10. Ch. Menke•• Umrisse einer Ásthetik der Negativit¡j,po. en F. Koppke (ed.).
Perspektiven dO' Kunstphi/osophie. Franlcfun a. M.• 1991, p. 196. Este aplazamiento y
desplazamiento es una buena prueba de cómo la relación entre las posiciones singulares (101 materialidad expresiva de esta obra) y la universalidad presupuesta porque los
lenguajes expresivos son comunicables e intersubjetivos provoca para el pensamiento.
para la aprehensión en general (sea del espectador, del crfrico o incluso del propio
autor), un movimiento sin fin, en el que, como mucho, solo puede darse una conver·
gencia asintótica (aparente) del sentido.
160
REALIZACIONES INDIVIDUALES OH
ORDEN
de variación al que se ha hecho referencia. y hay que hacerse cargo
presuponiendo y anticipando una convergencia de sentido que permita regular los juegos posibles con las reglas. Pero, como resulta
fácil de deducir de lo anterior, esta presuposición y anticipación no
es Otra cosa que un corte dado en el fenómeno mismo que impone un
interés (racional, comunicativo) que tiende a reordenar la deriva e
innovación que se produciría si se dejara que el fenómeno se desenvolviera sin intervención.
Algo parecido sucede en las relaciones que se establecen entre el
individuo, enrendido como posición singular, y la sociedad (instituciones, tradiciones, reglas de comportamiento, sistemas diversos,
etc.), entendida como el lugar de la universalidad. Dichas relaciones
podrían ser consideradas, de un modo esquemático, o bien desde la
perspectiva de la universalidad -con lo que la posición individual
representaría algo así como los lugares posibles, previamente definidos en el sistema (aun cuando la dinámica de la interacción entre los
lugares pueda producir ciertas modificaciones en las estructuras sistémicas)- o bien desde la perspectiva de la posición singular en tanto que resistencia al orden, que acción de sustraerse, de hurtarse e
incluso de desordenar. Con esto la posición universal representaría
la abstracción y separación con respecto al mundo de la vida que, con
su funcionamiento autonomizado, tendería a destruir la riqueza y
pluralidad de esta: sería entonces el sistema entendido como eso frente a lo que hay que resistirse y que siempre está a punto de engullir a
los individuos.
Sin embargo, esta oposición entre individuo y orden puede ser
vista también como algo más complejo, es decir: como aquel juego
en el que los individuos hacen jugadas que representan realizaciones
individuales del orden. Tales jugadas no difieren en algunos aspectoS fundamentales de aquellas otras que se hacen con la proferencia
de cadenas sígnicas en el lenguaje o con el entendimiento de lo que
está escrito o de lo que ha sido expresado. Puede imaginatse una
situación en la que un individuo, pretendiendo ser un buen miembro de la sociedad (es decir: pretendiendo bacerse cargo de su posición, de los papeles sociales diversos que le toca representar) no
haga a fin de cuentas más que desordenar el orden, introducir ese
coeficiente de resistencia que resulta del índice de variación que
proviene de que cada posición individual no pueda ser otra cosa que
una particularización en la que lo universal experimenta un menoscabo. Ocupar posiciones -bien que individuales-- en el orden económico, político, jurídico, etc., es algo más que realizar jugadas que
fueran equiparables a proposiciones bien formadas que se siguieran
161
ROMAN G. CUARTANGO
de unos principios y de unas reglas de formación y de trasformación. O dicho de otra manera: tales jugadas, aun cuando se hagan en
términos generales siguiendo reglas, son algo más que los ejemplares
predefinidos de una clase de topas las jugadas posibles. En un sentido estricto, cada una de esas jugadas se halla afectada de una particularidad tal que hablar con respecto a todas ellas de un denominador común o de un género bajo el cual pudieran ser subsumidas
conllevaría la pérdida justamente de e e carácter. Habría que hablar
para referirse a eUas de eso que Wingenstein ha denominado _similitudes de familia. (considerándolas desde esa particularidad y no
desde la universalidad de la que parecen ser realizaciones).
Pero precisamente porque son las jugadas en tanto que tales las
que constituyen la realidad y no lo universal que tiene, en todo
caso, que ver con la consideración, se hace necesario que aquéllas se
produzcan continuamente para que lo universal, el orden, pueda si-
quiera subsistir. Aun introduciendo un elemento de desplazamiento
y variación, las diversas posiciones individuales, las realizaciones singularizadas del orden constituyen la vida misma de ese orden: la interacción de los agentes económicos constituye la economía, los intere-
ses y posiciones políticos particulares dan forma al orden político
visto como algo universal, las proferencias particulares son el lenguaje. El orden sólo existe, por decirlo así, en sus realizaciones individuales. y puede hablarse siquiera de _realización' porque -lo que es
ya otro asunto- el orden es aquello de lo que puede decirse algo en
el sentido más propio, puesto que de él se habla conceptualmente,
siendo los conceptos operadores Lingüísticos universalizantes -re-
gias aplicables, por definición, a más de un caso-. El orden del lenguaje, el orden de la conceptuación, es por sí mismo universal, pero
las posiciones singulares representan su tealidad efectiva. Lo que ocurre es que no es fácil decir que esas posiciones son lo primero, dado
que de ellas nada puede ser dicho si no es por medio de conceptos
que son universales. En la expresión, lo individual aparece como una
realización de lo universal, del mismo modo que _este es un hombre.
parece indicar que este fue.. algo así como la realización de la idea
hombre. Pero en verdad tendría que ser dicho al revés".
Hay que tener presente también el otro lado de la relación. Incluso en un concepto restringido de libertad -el concepto _negativo. de
1. Berlin-, el corte que ella representa implica la referencia al orden
11. Sobre todo esto merece la pena tener en cuenta las agudas reflexiones de
Wittgenstein en el Cuadtmo a:cul (Los c.u.ademos Q,VIJ y marró", Tecnos, Madrid.
1976).
162
REALIZACIONES INDtVIDUAlES Del ORDEN
con respecto al cual se produce el desasimiento, el paso atrás, la dis-
rancia: .libre de. incluye ese de que posibilira el juego de la libenad.
A una libertad en el vacío le ocurriría lo mismo que a la paloma de
Kant. Como se trataría de una posición que no pre(su)pondría nada,
tampoco sería una tal posición y, entonces, o tendría que serlo todo
(todas las posiciones y, por lo tanto, ninguna) o nada, con lo cual no
merecería la pena ni que fuera tenido en cuenta. Así descubren su vacío
todos aquellos discursos que creen que puede siquiera hollarse un
terrilOrio en el que la posición individual se libere por complelO del
sistema que se cierne sobre él y le impide evolucionar libremente. Una
posición liberada no sería más que un movimiento en el vacío cuando
no resultara de una transformación (variación) del orden que ensegui·
da tomara nueva forma, como orden nuevo o como sistema (aunque
fuera muy otro).
Dejando a un lado las consecuencias e implicaciones de todo lo
que se acaba de decir, se puede poner la atención ahora en las que
tiene para el asunto de la responsabilidad entendida como un hacerse
cargo. La libertad negativa ha sido vista como condición de la responsabilidad, imposible bajo un determinismo consecuente 12 • Una
tallibenad en todo caso ha quedado en lo anterior claramente establecida y definida precisamente por sus caracteres de variabilidad e
indeterminación, ya sea en lo que se refiere a las acciones humanas,
cuanto a la plasmación fenoménica de tales acciones en la forma de
proferencias sígnicas, realizaciones de los diversos órdenes, etc. Pero
con ello ha quedado asimismo establecida la estructura en la cual ese
índice de va.riación remite siempre a reglas que son variadas, a un
orden que, aunque no sea sino la abstracción de las particularizaciones (de los juegos particulares), se convierte en lo efectivo de las mis-
mas, aquello que puede ser aprehendido, expresado, comunicado.
Todo ello conduce al pensamiento a entender la responsabilidad
como una suene de disposición atenta y reflexiva: hay que hacerse
cargo de las cosas, pero también de la posición subjetiva en tanto que
separable del mundo. Y esto riene su enjundia, puesto que se dice a
menudo que separarse del mundo, hurtarse a él, supone hacer dejación de la propia responsabilidad, dejar de ser (o no querer ser) responsable. Y, sin embargo, no habría propiamente responsabilidad,
entendida como atención cabal a la cosa, si no se asumiera por parte
de la posición individual ese su índice de variabilidad, de susrracción,
de indeterminación, de tendencia a la incomprensión y el desorden.
12. 1. Bcrlin, Cuatro f!nsayos sobrf! la libertad, Alianza, Madrid, 1996, p. 129.
163
~oHAN
G.
CUA~TANGO
Solo esta autotrefetencia capacita para hacerse cargo de las cosas de
un modo que no se torne un mero sometimiento al orden o una
naturalización, es decir: que no convierta la posición individual en
una estricta realización, en un ejemplar del universal, dejando con
ello de ser la condición de posibilidad de lo universal en tanto que la
capacidad de hacer jugadas. Así, esa posición individual ~n la forma de hablante en el lenguaje, de cteador o espectador respecto de la
expresión, de agente en Jos diversos órdenes de interacción socioeconómicos, etc.- tiene que hacerse cargo de sr misma en tan[Q que
se entiende como variabilidad y no como cosa. Tiene que preguntarse por la incomprensión asumible en la comunicación y necesaria
para que haya verdadera comunicación y diálogo y no solo la repetición sin descanso de una y la misma fórmula, de aquello que time
que ser (en sentido necesario, predeterminado) pensado y dicho (10
que, por Jo demás, sería imposible por sí mismo ya que la repetición
conJJevaría siempre corrimiento, deriva, variación). En fin, una tal
posición tiene que preguntarse por u capacidad de desordenar y
transformar el orden social, de recogerse sobre sr asocialmente, aun-
que reconozca que la sociedad resulta inevitable (la insociable sociabilidad kantiana). y todo esto no por una tendencia al, o afirmación
del, solipsismo (carente de sentido ya sólo por lo que ha sido expuesto en estas páginas), sino precisamente como una asunción de la importancia relativa (a uno mismo) de las cosas.
Lo anterior podría decirse también de maneras muy diferentes:
el hombre no sólo está constituido, no sólo es un ente dado, arrojado, del que son condición un tiempo y un lugar, sino que es proyecto, posibilidad radical y libre de variación y e ta posibilidad condiciona a su vez, retroaetivamente, los caracteres de lo dado, el hecho
mismo de estar arrojado. A fin de cuentas: el hombre, individual y
libre, tiene que hacerse cargo de sí para hacerse cargo de lo que le
rodea. Haciéndose cargo de sí, haciéndose como proyecto, cobran
sentido las cosas; y dependiendo de cómo lo haga cambia también la
disposición de las cosas a la que el sujeto tiene que atender (entregándose obietivamente, como quería M. Weber). Y cambia con ello
también el modo de su responsabilidad 13. Así, pues, los caracteres
13. Desde este pUntO de vista puede, tal vez, ser abordada la escabrosa _responsabilidad colectiva- por la penenencia a una comunidad nacional: los alemanes por el
Holoausto, los españoles por la conquista americana. ete. (no es determinable una
responsabilidad individual. pero el individuo puede asumirla como pane de su proyecto vital. que da sentido a su identidad). Tambim as( podrfa ser establecida alguna
relación operativa con la -culpa metafísica-, esa que se tiene (cuando se riene, y este es
164
REALIZACIONES
INDIVIDUALES DEL ORDEN
que hacen realizativa la identidad (lo que se quiere ser, en un sentido electivo) modifican la manera en que uno puede llegar o no a
hacerse cargo de las cosas. Si, en una identidad no naturalista, se
elige responder de la pertenencia a la parte occidental, rica y poderosa, del mundo, esto conlleva hacerse cargo del hecho de que ese
lugar en el mundo no podría ser tal sin comportar un empobrecimiento de otros lugares, etc., con las consecuencia que ello puede
tener para la elección libre no solo de las identidades, sino incluso
de la vida de orros hombres. La carga, enronces, pesa, pero no -hay
que insistir- porque uno ocupe ese lugar, sino porque se hace cargo
de que lo ocupa; en efecro: no rodo europeo se hace cargo de que es
europeo y, por tanto, tampoco carga con, ni responde de, eUoH.
3. HACERSE CARGO DE LAS COSAS
De ese hacerse cargo de sí, condición de roda responsabilidad, forma
parte aquello con lo que comenzaron estas reflexiones: la manera de
disponerse, por parte del sujeto agente (y cognoscente), con respecto
a las cosas que son su asunto. Hacerse cargo de sí requiere, ya de
entrada, una cierta crítica de la razón (instrumental: que maneja y
dispone), puesto que en su manera de ponerse frente a las cosas pue-
de verse el origen de un cierro entendimiento del mundo que posibilita un traro con él (en la forma de la técnica moderna), así como un
trato con los otros sujetos en la interacción social que ha tenido graves consecuencias: la destrucción de la naturaleza y la dominación
más radical nunca antes conocida de la humanidad que ha llegado
hasta el exterminio sistemática y científicamente organizado. Desde
este punto de vista parece postularse un cierto de;ar ser (a las cosas),
para que esras puedan mostrarse y darse como lo que son, y pueda
tratarse con ellas de un modo no solo instrumental. Ello fuerza a una
transformación de la posición subjetiva que forma parte del habitar
racional, algo que es también una consecuencia de su dominio: la
«nada~ que lo acecha fuerza a la razón a volverse sobre sí misma, a
el asunto) por el hecho de ser hombre en un mundo de acciones humanas (cf. K.
Jaspers, El problema de la ,,,,lpo, Barcelona, 1998).
14. Este es por ejemplo el sentido de la asunción de un principio de responsabilidad -al modo de H. Jonas-que se proyecte al futuro casi como una norma regula
tiva. Lo que cambia en este responder del proyccto es la disposición misma de las cosas
y para ello, como condición, puesro que el hombre es el ente que abre onlológicamente el ser, la disposición misma de ese ente ontológico.
4
165
"OHÁN G. CUA"TANGO
volver en sí tras su sueño imperial. Pero la razón se riene que hacer
cargo de sí misma no para perfeccionar su dominio, sino para lograr
una mejor adecuación y disposición a la cosas. Una transformación
que en cualquier caso se origina porque estasse resisten a ser degluridas por la razón: a cada aprehensión le acompaña siempre un en sí de
la cosa, que queda fuera, plegada como singularidad irreducrible.
Hacerse cargo lúcidamenre de las consecuencias que en el mundo
riene la acrividad subjeriva, puesto que debe someterse a legalidades
objerivas, represenra ya un hacerse cargo de lo que significa esa posición, principio de variación y desasimiento.
La historia de la racionalidad moderna no muestra, sin embargo,
únicamenre el refinamiento y la extensión de las récnicas de dominación (de acuerdo, por ejemplo, con la visión pesimista de Adorno y
Horkheimer en la Dialektik der Aufkliinmg); la modernidad no puede entenderse sin su aspecto crítico, sin la toma de conciencia sobre
los propios fundamentos. Así, el demorarse" de la reflexión cabe la
cosa consriruye para el Kam en la Kritik der Urteilskraft una necesidad inmanenre a la propia razón, la expresión de un imerés racional
puro que se realiza en la forma de un hacerse cargo de ese .dar mucho
que pensar.'· que es resultado de la experiencia estética (puesro que
la obra de arre solo puede ser enjuiciada de modo apareme, lo que no
aquieta a la razón sino que, al contrario, la inquieta).
Ese mismo imerés por hacerse cargo de la cosa en su singularidad
persiste en el concepto benjaminiano de «aura,.., que hace referencia
a la distancia que demanda la obra de arte para poder ofrecerse por sí
misma y no ser violentada en la inmediatez de una aprehensión que
no se dispone a indagar en el senrido -siempre problemárico y siempre por aprehender, como se ha visto anteriormente-o El concepto
de «aura» implica una revisión de la estructura misma de la compren-
sión, pero también una transformación de las formas de comercio
con el mundo (la reproducción masiva de la expresión) e inciuso de
la reconstrucción de lo sido con vistas a la propia idenridad (entendida como proyecto). A ello se orienra el requerimiento que insta al
hombre moderno a acudir a la cita con las generaciones anteriores,
logrando así modificar el orden del tiempo en la consideración histórica. La transformación estérica de la filosofía reclamada por Ador15. Kritik d... Urteilsluaft (Ak. V. 222).
16. <11( ••• ) aquella representación de la imagjnaci6n que da motivo para. pe0S3r
mucho. sin que. sin embargo. pueda serie adectl3do pensamiento alguno, es decir,
c.onupto alguno, y que, por 10 tanto, ningún lenguaje expresa dc:1 todo ni puede hacer
comprensible.. (Al, 314, S 49).
166
REALIZACIONES
INDIVIDUALES
DEL ORDEN
no, siguiendo el hilo de este concepto benjaminiano de «aura», tiene
que ver también con esta necesidad de hacerse cargo de las cosas,
cuya satisfacción exige que la filosofía se haga cargo asimismo de su
negatividad, que se expresa en su capacidad para de-formarse y transformarse por mor de las cosas. La filosofía es entendida entonces
como expresión de la diferencia y la negatividad, como el lugar de la
subjetividad en los juegos proposicionales, como una entrega responsable al sentido en su variabilidad, en el desencaje entre significante y
significado l7 •
Mucho de esta misma denuncia de una racionalidad escorada se
encuentra también en la crítica de la técnica llevada a cabo por Heidegger y compilada en el concepto de Herausforderung, que indica
ya cómo trata la razón técnica a las cosas. En la técnica, la desocultación del ser (el traer a presencia) no es facilitada por la puesta a disposición del sujeto racional, con lo que ese advenimiento se convierte en una extracción, resultado de un desafío, de un forzamiento
(tanto en el modo de considerar cuanto en el de actuar)". La producción técnica moderna se distancia así de la T10LflOLt; griega, que también se orientaba a un traer al ser a presencia, pero que estaba regido
siempre por un «dejar ser»; se distancia con ello de la $OOLt; misma,
que es entendida por Heidegger como un Hervor-bringen «en el más
alto senrido»19. El descubrimiento de la esencia de este escoramiento
en la relación con el ser tiene que empujar a la razón a hacerse cargo
de su propia historia, es decir, de esa Herausforderung, con la vista
17. Cf. sobre esto Th. W. Adorno, .Skoteinos oder wie 7.U ¡esen sei,., en Drei
Studien tU Hege, Frankfurt 3. M., t 991, p. 96 (ed. casto en Tres estudios sobre Hegel,
Taurus, Madrid, 1970). El imemo adorniano de hacer plausible una .dialtctica negativa. tiene mucho que ver con la superación de un penS3miemo identificatorio para el
que lo diferente no tiene cabida en sentido estricto puesto que se trata de algo cuyo
lugar es ya deducible por parte del pensamiento mismo en el curso de un juego de
ejemplificaciones de la regla universal. Por el contrario, el pensamiento no identificante -dialá:[ico (contradictorio) en sí mismo, puesto que no se puede pensar sin idenÚrtear: sin usar conceptos- pretende la adecuación a la cosa en tanto que tal, hacerse
cargo, en fin, de ella: .quiere decir lo que algo es, mientras que el pensamiento de la
identidad dice bajo qut cae algo, de qut es ejemplar o representante, o sea, lo que ello
mismo no es,. (cf. Nqative Dialektik, Frankfurt a. M., 1988, p. 152; ed. casto en
DialÜtiea NegatilJa, Taurus, Madrid, 1975).
18. .EI desocult:lr que domina la rtcnica moderna no se despliega sin embargo en
un producir en el sentido de la noi.'lOu;. El desocultar que rige en la ttenica moderna es
un dcsafi:n que tr3slada a la naturaleza la exigencia de suministrar energía que, como
tal, puede ser extraída y acumulada. (M. Heidegger, .. Die Frage nach der Technilc.., en
VortTage und Aufs4tu. PfuJlingen. 1985, p. 18).
19. ¡bid., p. 15.
167
IIl.OHÁN
G.
CUAIIl.TANCiO
puesta en una -vuelta en sí» (en una vuelta, tal vez, a las cosas mis-
mas, en un camino de regreso al ser).
Wittgenstein, por su parte, ba insistido en la necesidad de una
autocomprensión ttansformada de la filosofía, ganada a partir de
una atención pormenorizada a la diferencia de los modos de ser y
del sentido. La generalización imprescindible para el trabajo conceptual provoca que el pensamiento tienda a cometer do faltas de
lesa realidad: una es .la postura despectiva frente al caso individual., originada por la creencia de que solo en lo universal reside
algo con sentido, aprebensible'° y, por lo mismo, manejable. Esto se
puede observar en el intento, criticado por Wittgenstein, de buscar
el denominador común en los juegos de lenguaje, que no son ejemplares de un género superior: el 'género en sí•. Pero la forma de
referirse a ellos (diferentes y equivalentes entre sí por lo que respecta a su horizontalidad) como a una .pluralidad. muestra ya el menosprecio de lo particular2 !. La insistencia wittgensteiniana en que
hay que entender, en esos casos, los universales como similitudes y
no como géneros comprensjvos pone a la razón, tal como ha sido
concebida durante siglos, ante la necesidad de hacerse cargo renovadamente de su propia constitución: la pone ante sus Parmétlides y
Sofista.
La otra falta, que se sigue en gran parre de la primera, tiene su
origen en la creencia de que explicar algo consiste en reducir una
cosa a otra (una representación a otra), lo que, pese a producir un
resultado, un conocimiento, deja siempre atrás un resto: una nada,
pura carencia de sentido, pero que inquieta. De ahí que Wittgenstein pretenda que la filosofía descubra cuál es su lugar entre las
cosas, para que no confunda qué debe configurar sus exigencias y
cómo debe realizarse su actividad: .La filosofía es en realidad "puramente descriptiva".u. Esto puede ser expresado, transformando
la terminología, así: hay que -dejar ser. y, entonces, esforzarse en el
pensar y en el decir por adecuarse al sentido en su particularidad
esencialmente constitutiva.
20. 1..0 cual es verdad en un .sentido tan agudo como tautológico y, por tamo,
pobre, pues una vez que .se aprehende lo aprchensible aún queda mucho fuera que no
solo (endrta que ser abordado, sino que inquicr:a porque parece que no .se puede hacer
cargo de dio (a.sf. (oda lo que riene que ver con el habitar humano: la trica y la
cnltica, por ejemplo).
2 t. Suponer lo universal en lo particular ha constituido, por Otra pane, el princ¡·
pio mismo de la actividad de la razón. Sin dio no puede haber, en sentido clúico.
rauln.
22. L Wittgenstein. op. c:.it•• p. 46.
168
REALIZACIONES INDIVIDUALES DEL
ORDEN
No parece entonces casual que estos !Tes filósofos tan influyentes en el pensamiento del siglo xx, Adorno, Heidegger y Wittgenstein, hayan llevado a cabo una crítica de las pretensiones de la racionalidad moderna y hayan abogado por una transformación de la
misma, que tenía que comenzar con un cambio de rumbo filosófico.
Podría resumirse lo que comparten las propuestas que hacen diciendo que los tres apuntan a una conversión de la filosofía en una
suerte de actividad descriptiva y al pensamiento en una experiencia
estética en la que quien piensa se pone a disposición de lo pensado,
reconociendo con ello la radical otredad de la cosa y haciéndose así
cargo de ella. Colocándose críticamente frente a ellos, Habermas"
ha intentado, por su parte, mostrar que una tal transformación se
lleva a cabo mediante un volverse contra sí de la reflexión que trae
consigo el estallido del pensamiento discursivo, de la proposición".
Ciertamente, ahí es donde se agazapa la dificultad, puesto que hay
que decir aquello que, al ser dicho, de acuerdo con el orden del
decir, se escabulle, dejando tras de sí lo dicho convertido en la mera
abstracción de lo que pretendía decirse.
Aunque no sea posible resolver aquí esta aporía, podemos regresar a Wittgenstein para buscar más notas referentes a la mencionada
transformación del pensamiento. Él hace converger su crítica a la
razón generalizante en un punto de fuga que podría ser denominado
«búsqueda de perspectiva»: se trata de que el pensamiento vaya adoptando la perspectiva adecuada para que sea posible atender a la cosa.
Esto es lo que, con respecto a la obra de arte, parece -después de lo
que han traído consigo las experiencias, revolucionarias en cuanto a
forma y significado, habidas en la estética contemporánea- algo «naturallt, «evidentelt, que, sin embargo, para Wittgenstein no debe ser
reducido al ámbito artístico, sobre todo si se tiene en cuenta que
todo rrato con las cosas tiene algo de contemplativo:
La obra de arte nos fuerza -por decirlo ase- a adoptar la perspectiva correcta. Sin el arte el objeto es un trozo de naturaleza como
cualquier otro [...]. Sin embargo. me parece 3 me que hay. además
23. -Gedanken bei der Vorbereitung einer Konferenz.-, en W.AA., .Der Lówe
spric:.ht... und w;, kannen ;hn n;cht verstehemo. Frankfun a. M., 1991. pp. 23-24.
24. Algo que, por lo demás, no es nuevo: ya en la tradición filosófica ha sido vista
la incapacidad de la proposición para contener lo especulativo. Véanse 13$ consideraciones que realiza Holder1in en Urle;1 und &;n sobre la imposibilidad de que el ser
advenga en el juicio y también las que hace Hegel en el prólogo a la Fenomenologfa del
Esplritu sobre la dialéctica de la proposición común cuando pretende expresar proposiciones especulativas.
169
ROMAN
G. CUARTANGO
del trabajo del artista, otro modo de aprehender el mundo sub aespec.it! ae.tt!nli. Se trata --creo-- del camino del pensamie.nto, que en
cieno modo sobrevuela el mundo y lo deja --contemplándolo desde el vuelo- tal y como eslS .
De nuevo nos encontramos aquí ante otra formulación del -dejar
ser-o El cambio de perspectiva apunta en todo caso a una continua
transformación por mor de la cosa que debe entenderse, desde el
punto de vista de la filosofía, como el esfuerzo porque el pensamiento se demore en una actividad que quepa entender como un «hacerse
cargo».
Aun cuando falta aún saber cómo sería esa razón trasformada, al
menos el aspecto negativo, que entra en las denuncias que han sido
expuestas, nos proporciona algunas orientaciones respecto a qué
puede querer decir un .hacerse cargo. de las cosas que no suponga
simplemente traerlas del lado de la subjetividad. Esto es lo que ha
quedado expresado con fórmulas tales como .dejar ser> o .buscar la
perspectiva correcta•. Cabría no obstanre preguntar hasta qué punto
hay que dejar ser o, dicho de otra manera, qué pasaría si los hombres
dejaran a las cosas ser hasra tal puntO que no les importaran nada, si
retiraran sus intereses subjetivos hasta que todo interés desapareciera
de la tierra. i Podrlan ser siquiera las cosas si no fueran objeto de un
interés, ya sea particular, o puro-eognoscitivo o puro-práctico o puro-
estético?
Se ha visto que en la responsabilidad se halla involucrada, como
un aspecto de la mayor importancia, la capacidad para calibrar cómo
es y qué disposición requiere la cosa para que pueda ser abordada.
En el caso de las cosas humanas esto es primordial: una cultura, una
obra de arte, una institución, no pueden ser entendidos si no se les
otorga de entrada la posibilidad de que expresen el espíritu coagulado que contienen. Un trato meramente instrumental o utilitario con
ellas tiene como consecuencia la pérdida de su más propio contenido. Hay que dejar y no forzar. Pero, según se acaba de insinuar, iy si
los sujetos humanos se desentendieran por completo de lo que les
rodea, si no quisieran responder de ello, si le dieran la espalda como
a algo tan otro que ni siquiera puede ser tenido por objeto, por
tema, por asunto? Tal vez esto no sea más que una fábula, pero en
todo caso puede va.ler como una hipótesis provocativa ante la insistencia en que nos hagamos cargo de las cosas, del mundo, de la
25. VmnisGhte Ikmerkimgm. Fine Auswahl aJd dmt N(Jd/Q~, ed. de G. H. van
Wrig.ht con la col. de H. Nyman. Wcrkausga1x; Band 8, Franldurt a. M., 1994, p. 45.
170
REALIZACIONES
INDIVIDUALES DEL
ORDEN
realidad. Si el sujeto individual humano es libre (de), ¿por qué no
puede siqu.iera ser pensable una indiferencia absoluta con respecto a
todo? Parece que ello sería lógicamente imposible, puesto que se
caería en una suerte de solipsismo que podría ser combatido de un
modo similar a como se enfrenta el argumento del lenguaje privado.
Se es individuo) según ha sido dicho en estas mismas páginas, como
una variación o diferencia con respecto a un orden, que se configura
en diversas estructuras universales o de reglas para la acción. En
todo caso, la posibilidad de esta pregunta representa una confirmación de la consistencia del fenómeno individuo·orden, lo que impide que se haga abstracción, sin menoscabo esencial, de ninguno de
los lados. El lado del orden se efectúa como regla que es una y otra
vez ejercitada, como institución, que no es otra cosa que el establecimiento de determinadas prácticas, las cuales se encuentran referidas,
por lo que respecta a su significado, no a lo que tienen de particular,
sino a lo que en ellas puede ser universalizado y repetido en el tiempo. El lado de la singularidad se efectúa como el acto de cada repetición individual: el lenguaje no ex.iste más que en la formulación y
variación de proferencias; las instituciones, en la vitalidad de sus
prácticas, siempre reproducidas y que, aunque terminan transformando a la institución misma, esta las necesita porque si no solo
sería una cáscara vacía.
De ahí que el verdadero respeto a las cosas y la verdadera responsabilidad tengan que consistir en un hacerse cargo de este índice
de variación, es decir, de la libertad humana como la posibilidad de
dar al traste con el mundo, como un corte radical en el orden. Pero
al mismo tiempo el sujeto agente debe hacerse cargo del orden respecto del cual es él mismo una posibilidad de variación, de sustracción, de idiocia. A fin de cuentas se trata de algo así como de hacerse
cargo de que cada acción es una tirada en un juego de dados, con la
que se ponen en marcha las reglas del juego y comienza el sentido.
Pero que, en todo caso, el orden, que incluye la posibilidad de ser
variado hasta el desorden (puesto que las variaciones no están prescritas ni predeterminadas), depende de la idea que el hombre mismo
se haga de sí y de su lugar en el mundo (de su habitar, entendido
como un vivir con sentido, en referencia al mundo que reconoce como suyo), lo que no significa fundar la ética en la antropología, ya
que con ello la idea tendría antes que nada que predefinir cuál es la
posición misma del ser de las cosas en tanto que principio de sentido
que le incluye a él mismo. Así, pues, en todo caso se trataría de un
fundamento ontológico o, mejor, existencial, puesto que no sería
algo que se es metafísicamente de una vez y para siempre, sino refe-
171
ROMÁN
G. CUARTANGO
rencia, problemática y proyectiva, al propio ser. La imagen que el
hombre se haga de sí mismo (su identidad) se convertiría de este
modo en un hacerse cargo originario que abriría la posibilidad para
todas las demás formas de hacerse cargo.
172
HACERSE CARGO U OKUPAR
Santiago L6pez Petit
Daniel Cohn-Bendit el antiguo líder del mayo del 68 terminaba un
reciente artículo cuyo título era .SOS Europa» publicado en la prensa con estas palabras:
~Nosotros,
por nuestra parte, optamos por rea-
lizar un llamamiento a los ciudadanos de Europa y dirigirles un mensaje sencillo: Europa es su problema, háganse cargo de ella.'. Con
este llamamiento la imputaci6n de responsabilidad se expresa políticamente en todas sus consecuencias. El .hacerse cargolt pasa a articularse y a desplegarse con un sentido colectivo. A este nivel la genealogía de dicho discurso adquiere todo su interés. ¿Qué hay detrás de
esta llamada al principio de tesponsabilidad?
No es necesario darle muchas vueltas al concepto de responsabilidad -mejor dicho, a la experiencia práctica de la llamada a la responsabilidad- para que en seguida aflore el castigo. En definitiva,
detrás está la triste figura del juez. y decimos triste porque hay otro
modo de enfrentarse a la vida, que no es la del juzgar, sino la del
dejar vivir. Deleuze lo dice muy bien:
No tenemos que juzgar a los demás existentes, sino sentir si nos convienen o no, es decir, si nos aporran fuerzas o por el contrario, nos
empujan a las miserias de la guerra, a la pobreza del sueño, a los
rigores de la organización. Como había dicho Spinoz.a: se trata de
un problema de amor y de odio, no de juicio1 •
Ciertamente esta posici6n puede y debe ser discutida, sin embar-
-sos
1. D. Ceho-Bendit,
Europa_, en El País, 1 de octubre 1997.
son mías.
2. G. Deleuzc, Critique el C/init¡ue, Minuit, Paris. 1993, p. 169.
173
Las cursivas
SANTIAGO
lÓPEZ
PETIT
go, la crítica de la figura del juez y del juicio en general tienen una
indudable validez.
Pero si la genealogía del .hacerse cargo. se quedara en este punto resultaría totalmente insuficiente por abistórica. La llamada dela
la responsabilidad oculta, además, que la acción responsable ha sustituido a la acción transformadora. El hecho de que hayamos tomado
un texto de O. Cohn-Bendit no es casual. Su evolución personal sirve
bien para testimoniar lo que decimos. El discurso que pone en el
centro el principio de responsabilidad ignora que su propia existencia no es más que el resultado de la derrota histórica de los proyectos
emancipatorios.
Por todo ello no son de extrañar las limitaciones de este discurso
de la responsabilidad. En realidad, la articulación política del .hacerse cargo» solo puede oscilar entre dos versiones complementarias.
Una primera versión es la izquierdista. Desde esta posición el «hacerse cargo» funciona simplemente como un «hacer pagar a X por Y•. Es
evidente la referencia a los partidos verdes, ONG, etc. El problema al
que esta práctica se enfrenta es a la posibilidad real misma de la reivindicación. La reivindicación -incluso esta reivindicación que
apunta tan bajo- difícilmente tiene un espacio donde desplegarse. y
eso es así porque, dicho deprisa, hoy día la economía ditige la política. El propio Estado se ha convertido cada vez más en un mero gestor
de una producción sistémica autoteferencial y abstracta. La segunda
versión que podríamos denominar derechista en contraposición a la
anterior, convierte el «hacerse cargo» en una responsabilización co-
lectiva, en la afirmación última de que .Todos somos la Sociedad•.
Ahora bien, esta apelación es ilusoria por vacía. Foucault ya planteaha acertadamente la crítica a este universal:
Yo pienso, por el contrario, que la idea misma de .un conjunco de la
sociedad" proviene de la utopía. Esta idea ha surgido en el mundo
occidental, en esta línea histórica bien particular que ha conducido
al capitalismo... Se cree fácilmente que pedir a las experiencias, a las
estrategias, a las acciones, a los proyectos tener en cuenta «el conjunto de la sociedad.. es pedirles lo mínimo. Pienso, por el contrario, que es pedirles lo máximo; que es imponerles incluso una condición imposible: puesto que .el conjunto de la sociedad" funciona
precisamente de manera y para que no puedan ni tener lugar, ni
triunfar, ni perpetuarse. "El conjunto de la sociedad" es aquello que
no hay que tener en cuenta a no ser como objetivo que destruir.
Después, es necesario confiar en que no existirá nada que se parezca
al conjunto de la sociedad J•
3. M. Foucault, Miuofósi<4 del Poder, Pique.., Madrid, 1979, p. 44.
174
HACERSE
CARGO
U
OKUPAR
Por lo demás, la mejor subversión de esta estrategia de responsabilización colecriva es la que realiza el hombre all6nimo de la metrópoli, quien al poner el «yo vivo" (o mejor, el «yo no quiero morir») en
el centro de su existencia hace de su fuerza anónima una constante
desafección'.
No existe, sin embargo, únicamente el discurso político del «hacerse cargo". Marginal, a menudo de una pobreza extrema, existe
también un nuevo discurso político que podríamos resumir con la
palabra okupaci6n. La okupaci6n de casas para vivir en ellas, para
constituir centros sociales autogestionados al margen de las instituciones... es ciertamente un fenómeno social ya conocido que tuvo
una relevante expresión en Holand~ en Alemania. Pero dicho movimiento se desplegó en un momento de auge de la contestación social, y cuando además el Estado del Bienestar no estaba en crisis y
existía, por tanto, un margen para la negociación. En la actualidad el
escenario ha cambiado radicalmente. Hemos asistido al fin de la
sociedad-fábrica y al avance hacia una metrópoli en la que la relación social se redimensiona totalmente. El antiguo trabajador ha
sido sustituido por el ciudadano, los sindicatos por las ONG, y, en
resumen, la solidaridad de clase por la solidaridad cristiana. Y, sin
embargo, junto a estos rasgos postmodernos de pretendida libertad,
tolerancia, multiculturalismo, etc., subsisten formas de explotación,
precarización y exclusión propias del siglo pasado. Es por esta razón
por la que las okupaciollf's que tienen lugar ahora en Italia y en
España sobre todo, no tienen nada que ver con las del pasado. Es
más, son precisamente estas nuevas condiciones las que sitúan la
ocupación, en tanto que discurso político, de un modo frontal ante
el .hacerse cargo. articulado políticamente. Con todo hay que decir
que el fenómeno de la okupaci61l aparecerá solamente como tal
discurso político, después de un acontecimiento clave: el desalojo
policial del cine Princesa el 28 de ocrubre de 1996. Eso es lo que
vamos a analizar. Posteriormente encararemos las ocupaciones como
desocupaciones del orden.
Los hechos fueron ampliamente conocidos en su momento gracias a los mass media y no hace falta extenderse en ellos. Un grupo
de okupas hace suyo el cine Princesa (que se hallaba en cI centro de
la ciudad de Barcelona) y durante un tiempo desarrolla en su interior diversas actividades. El 28 de ocrubre de 1996 tiene lugar un
4. He tratado estaS cuestiones en distintos lugares, especialmente en mi libro
Horror Vat:uI. lA travesfa de la Noche ehl Siglo, Siglo XXl, M3drid, 1996.
175
SA.NTlA.GO
LÓPEZ
PETIT
violento desalojo por parte de la policía que se salda con numerosos
detenidos. La mi ma noche se produce una gran manifestación de
respuesta. Posteriormente se realiza una acampada en medio de )a
calle prolongando así e! enfrentamiento. Al cabo de una semana otra
manifestación «reconquista)t simbólicamente el cine. Entre tanto, el
acontecimiento de resistencia al poder más importante de los últimos años se convierte en la noticia por excelencia. y de igual modo,
e! fenómeno okupa pasa a recibir una atención preferente tanto por
parte de los medios de comunicación de masas como por parte de
los organismos de gestión política.
La primera cuestión para plantearse -por su trascendencia política- es si realmente e! 28 de octubre señala un antes y después para
los movimientos de crítica radical, o si tan solo constiruye un acontecimiento excepcional en una ciudad dominada casi completamente
mediame una compleja ingeniería social. Si admitimos que exista algo
que pueda llamarse movimiento de ocupación vinculado a un conjunto de prácticas diversas y a la vez difusas, no hay que olvidar que
dichas prácticas eran, por lo general, marginales, y que en la misma
medida que deseaban romper e! gueto, se hundían en un posibilismo
que les llevaba a establecer alianzas al modo de la vieja izquierda
(asociaciones de vecinos, etc.) ya un garantismo (derecho a una vivienda, etc.) que acababa reafirmando la ley que la propia práctica de
la ocupación conculcaba. Es en este sentido en el que la pregunta
.c¿Hay un antes o después?,. adquiere toda su importancia y que la
respuesta debe ser necesariamente afirmativa.
Ciertamente el 28 de octubre es una fecha crucial. y lo es por
cuanto el movimiento de ocupación aparece por primera vez como
(I/erza social no política, lo que evidentemente no significa apolítica.
Fuerza social no política porque se hace presente por sí misma y a la
vez impide su representación que se hace inencontrable, porque aparece separada de la izquierda clásica y habiendo cortado, por tanto,
con sus fracasos y con su práctica de la reivindicación. Pero, sobre
todo, fuerza social no política porque es capaz de plantear directamente la cuestión de la legitimación. En pocos días se pudo ver cómo
e! subsistema jurídico se mostraba incapaz de resolver los problemas
que crea la aplicación de! propio derecho, como e! Estado de los
partidos, a su vez, quedaba paralizado discutiendo sobre e! grado de
violencia empleado durante e! desalojo, y finalmente, como e! presidente de la Generalitat tenía que salir a la palestra y -<ual antiguo
soberano que decide en la situación excepcional- marcar la distinción que separa a los que defienden e! orden de quienes lo atacan.
Decisión que, por otro lado, justificaría perfectamente cuando decla-
176
HACERSE
CARGO
U
OKU'AI'.
ró, que aquellos políticos que no están a la alrura de la situación son
«estrategas de café_o
Con todo el «antes y después- que venimos analizando no está
definido tanto en función de la respuesta del poder, como de la evolución del propio movimiento. Más en concreto: el que después se
pudiera afirmar sin que sonase a algo tOtalmente absurdo y gratuitO
«Todos somos okupas. es precisamente la señalización del límite superado. Está claro que en el «Todos somosokupas. que las movilizaciones expresaron confluían desde discursos simplemente solidarios
hasta otros ano-represivos. Pero, independientemente de ello, el «Todos somos okupas_ mostró el comienzo de una tendencia material
hacia la desocupación de la identidad okupa. Dicho en otras palabras: en el mismo momento en que el movimiento de ocupación surge como fuerza social no política, empiezan a establecerse las condi-
ciones para un desbordamiento de la identidad okupa. Esta tendencia
material que se manifestó en cambios en la composición del movimiento, en algunos escritos, etc., ¿implica la apertura de un espacio
para la crítica? O lo que es lo mismo: el «Todos somos okupas. ¿fue
válido solamente durante unos instantes o puede constituir realmente una tendencia material, es decir, que puede llevarse a la práctica?
Analizar las condiciones de su realización significa profundizar
en el significado de la ocupación como práctica. Esta práctica involucra una verdadera fenomenología de comportamientos que podría
encerrarse provisionalmente en el arco que los dos polos (<<vivir en_ y
.vivir para.) definen. Es decir, en la ocupación confluyen desde la
respuesta a una necesidad -necesidad de techo, necesidad de espacio para actividades libres, etc.- hasta un querer vivir insumiso que
apunta críticamente a toda la sociedad y para el que la ocupación es
un simple instrumento. Esta aproximación que constata la diversidad
de planteamientos como un enriquecedor juego de diferencias debe
ser llevada más lejos. De lo contrario, nunca seremos capaces de contestar a la pregunta que nos hacíamos. Una reflexión más sistemática
podría distinguir tres determinaciones generales.
LA OKUPACtÓN COMO REAPROPIACIÓN DE LA RIQUEZA
El espacio que habitamos viene definido por dos vectores distintos:
1) el paro como muerte social; 2) la reacción de miedo frente a la
propia fuerza del anonimato_ Así se configura un espacio del miedo
que se caracteriza porque en él todo debe ser constantemente rene-
gociado: el .habitaje., el trabajo... , incluso la misma subsistencia.
177
SANTIAGO
lÓPEZ
PETIT
Esta renegociación -que está rotalmente desplazada hacia un lado,
pues la reivindicación ha sido vaciada de contenido-- tiene lugar en
el mercado que así se convierte en omnipresente. La centralidad del
mercado pone directamente en un primer plano la cuestión del dinero. Por esa razón, la demanda de tiempo libre no tiene ya mucho
sentido cuando la precariedad se convierte en forma de existencia.
La devaluación del tiempo coincide, pues, con la monetarización generalizada. La cue tión, entonces, no es arrancar tiempo libre ino
tener dinero, puesto que toda relación social está más O menos mediatizada por la moneda. Ante el problema central que es la necesidad del dinero -o, mejor dicho, la falta de dinero-- la ok"pació"
aparece como una respuesta no capitalista, como verdadera forma
de reapropiación de la riqueza utilizando el espacio como palanca.
Lo que, por supuesto, no significa concebir el territorio como propiedad privada ganada y que se ba de conservar. Muy al contrario, la
ok"pació" no tiene como finalidad autoconservarse sino ser superada en y por el movimiento que eUa misma desencadena.
LA OKUPAC/ÓN COMO RESISTENCIA AL PODER
Las concepciones del poder en términos de _algo que se tiene-, de
propiedad, concebían la integración en la sociedad de un modo necesariamente exterior. La integración, en última instancia, consistía
en una activación del objeto, en un -ser participado. dentro del espectáculo. Hoy día hay numerosísimos fenómenos (voluntarios...)
que ponen en crisis estas concepciones y también sus análisis. El
poder aparece directamente en cuanto política de /0 re/ociÓ" y la
participación -lo que no sería más que el constituirse en sujeto
centro de relaciones- como su necesaria efeauación. Es decir, en
la metrópoli la participación deja de ser una activación exterior para
transformarse en proyecto socia/o Proyecto social que se despliega y
formula en dos niveles. En el nivel macropolítico: como proyecro de
inserción social que es, al mismo tiempo, autoproducción de la sociedad frenre a su disolución, frente a la emergencia de las fuerzas
sociales no políticas. En un nivel micropolítico: como proyecro individual de existencia que pasa esencialmente por la auroconsrrucción de la autonomía. La ok"pació" choca de frente conua este nuevo modelo de participación. Por un lado, el espacio ok"pado que es,
por encima de todo, un espacio desocupado de relaciones capitalistas (por lo menos tendencialmente) deja de funcionar como mauiz
reproductora de las relaciones sociales existentes. Por Otro lado, esta
178
HACERSE
CARGO
U
OI<UI''' R
misma desocupación del orden abre a una situación provisional sin
futuro. Pues bien, es precisamente esta movilización del no futuro la
que, desconstruyendo toda forma de proyecto, convierte a la okupación en resistencia al poder. Vivir es resistirse al poder sin esperar
nada. Dicho más claramente: es la ilegalidad más O menos masificada asociada a la situación provisional y sin futuro, la que, proyectada,
socava las formas actuales de ejercicio del poder.
LA OKUPAC¡ÓN COMO CREACIÓN VITAL DE UN MUNDO
Hemos intentado ir definiendo el estatuto de la okupaci6n acercándolo a una forma de reapropiación y a una forma de resistencia.
Parece claro, por todo lo anterior, que la okupacióll se sitúa más allá
de la reivindicación pero también de lo que podría ser un mero
gesto ejemplar. Adelantemos nuestra tesis: la okupaci6n es una propuesta política crítica y radical adecuada a la forma actual de producción autoreferencial que ha hecho de la realidad algo cada vez más
evanescente. ¿Cómo debe ser, pues, pensado el estatuto de la okupaci6n? Simplemente a partir del gesto dadaísta. Es conocido que el
gesto dadaísta por excelencia consistía en afirmar 4<esto es arte» ante
un urinario o ante una rueda de bicicleta. De esta manera, la creación
artística se desvelaba solamente como una estrategia de neurra1iza-
ción mediante la cual se liberaba un objeto de toda referencia a su
valor de uso. Las consecuencias subversivas de este acto sobre la institución 4<arte» eran evidentes. Todo el mundo podía ser artista y,
además, todo era arte. Esto no impediría, sin embargo, que la eman-
cipación de la mercancía al convertirse en ready-made fuese verdaderamente definitiva. Como es bien sabido, el urinario y la bicicleta
acabarían dentro de un museo. Si la frase que abre a la subversión
artística se resume en _esto es arte», la frase «esto es un espacio de
vida» sería la que, dicha colectivamente, abriría hoya la subversión
política, pues ataca la llamada a la responsabilización colectiva. En el
devenir evanescente de la realidad con la compresión creciente del
espacio-tiempo. en la completa circularidad y coincidencia del proceso de ptoducción de mercancías y del proceso de producción y
reproducción de la vida, la afirmación -esto es un espacio de vida
(o liberado). constituye una estrategia de neutralización de todos los
códigos del sistema. Evidentemente el camino que abre esta vía no
es garantía de nada, como tampoco nada evitaría la recuperación
del gesto dadaísta. Lo que es indudable es que dicha vía de neutra-
lización debe ser retomada en la actualidad, y que la unilateralización
179
SANTIAGO
LOPEZ
PETlT
-entendida simplemente como un operador que interrumpe y, a la
vez, multiplica las dimensiones de la realidad- podría ser una buena
reformulación. La okupaci6n no dualiza lo real porque no despliega
antagonismo. Estamos más allá de la dialéctica. La okupaci6n es el
resultado de la unilateralización de una situación: la interrupción de
las relaciones de poder, explotación y sentido mediante la desocupación activa y, en el mismo instante, la apertura y anclaje de un mundo. Por eso puede decirse que laokupaci6n es la creación de un mundo. Porque con ella se abre la posibilidad de una crítica efectiva de la
vida cotidiana. y no tanto por el hecho de que el tiempo se recoja en
el instante y todo parezca intensificarse, sino porque en este mundo,
que tiene la ilegalidad en su centro, es factible vivir las vidas paralelas
no vividas.
El discurso político del .hacerse cargo. apela a la sociedad en
general. En cambio, no tiene sentido alguno buscar cuál es el sujeto
del movimiento de ocupación, y pensar en estos términos es erróneo.
Como unos okupas de Madrid afirmaban:
Cualquier colectivo, grupo de afinidad, plataforma... puede desobedecer el mando y entrar en líneas de actuación que quiebran la lega-
lidad desde la legitimidad y las ganas de libercad: pueden okupar,
ser insumiso/as, hacer objeción fiscal, abstenerse en el trabajo. participar en huelgas salvajes, hurtar en los supermercados... como formas de apropiación del tiempo de vida.
Si la okupaci6n deja a un lado el tradicional problema del sujero
-el sujeto sólo puede ser ya un sujeto imposible, es decir, insoportable para el poder y respecto a sí mismo-- también pone las condiciones de posibilidad para la superación de las conocidas aporías en
las que el movimiento obrero se había encerrado: 1) la exisrencia o
no ya ahora de una cultura distinta de la dominante; 2) la posibilidad de hacer permanente o no la resistencia al poder; 3) la relación
enrre la práctica y el discurso polírico, es decir, la unidad de teoría y
práctica.
Es seguramente, en este sentido, como el movimiento de ocupación puede abrir un espacio para la crítica radical y, a pesar de su
marginalidad, mostrarse como el discurso otro del Orro frente a la
llamada a la re ponsablización colectiva. Y, sin embargo, el movimiento de okupaci6n no debe olvidar que ese Otro no es más que la
Otra cara del Mismo, es decir, del hombre anónimo que somos todos.
180
A modo de epílogo
LOS ENUNCIADOS DE RESPONSABILIDAD
Ernesto Garzón Va/dés
tiEsta es la magnífica estupidez del mundo, que cuando enfermamos en fortuna - 3 menudo por los hartazgos de nuestra propia conducta- echamos la culpa de nuestros desastres al sol, a la luna y a las estrellas, como si fuéramos villanos
por necesidad, idiotas por obligación celestial, ladrones y traidores por el influjo de las esferas; borrachos, embusteros y
adúlteros por forzosa obediencia a la influencia planetaria,
y todo aquello en que somos malos, por un impulso divino.
¡Admirable evasión de putañero, echar la culpa de nuestro
carácter cabrón a una estrella!_.
(William Shakespeare, Rey Lear, ActO 1, Escena JI [1605))
«Y debiéndose concederse [...] que no rige el cielo con dami·
oio desp6cico nuestras acciones [u.] pues con tan violenta
batería iba por el suelo el albedrío y no quedaba lugar para el
premio de las acciones buenas, ni al castigo de las malas. pues
nadie merece premio ni castigo con una acción a que le precisa el cielo sin que él pueda evitarlo [u.]•.
(Benito Jerónimo Feijoo. Astrología judiciaria
y almanaques [1726])
O. En lo que sigue quiero referirme al problema de la responsabilidad
en términos muy generales. señalando, sin embargo, algunos puntos
que me parecen relevantes para lograr una mayor claridad en esta
intrincada cuestión. Tomaré como hilo conductor de mi exposición
el análisis de un tipo especial de enunciado al que llamaré .enuncia-
181
ERNESTO GARZON VAlOtS
do de responsabilidad. (ER). Es habirual distinguir eotre ERs puramente causales, es decir, aquellos que solo hacen referencia a una
relación de causa-efecro entre dos estados de cosas (por ejemplo,
cuando se dice que la sequía fue la responsable de la pérdida de la
cosecha), y los ERs personales eo los que se supone la intervención
de un agente humano (por ejemplo, cuando se dice que Pedro es
responsable de la muerte de Juan). En lo que sigue habré de referirme exclusivamente a los ERs personales.
1. Un enunciado de responsabilidad (ER) es un enunciado de
imputación. La imputación de responsabilidad puede referirse a un
estado de cosas pasado (ER retrospecrivo) o futuro (ER prospeaivo).
En los ERs prospectivos lo que se afirma es que alguien tiene la
responsabilidad de procurar que se dé algún estado de cosas futuro.
Por ejemplo, cuando se dice que Pedro es responsable del cuidado
del jardín de Juan durante las vacaciones de este, es decir, Pedro es
responsable de que las flores del jardín de Juan no se marchiten por
falta de riego. La expresión .es responsable» puede ser reemplazada
sin mayor alteración de significado por la expresión .tiene el deber o
la obligación•.
En los ERs retrospectivos el marco de referencia se encuentra en
el pasado. Si Pedro dejó que se marchitaran las flores de Juan, aquel
lo considerará responsable de este estado de cosas. La palabra 'responsable» puede ser aquí reemplazada por .culpable». Habré de considerar aquí solo los ERs retrospectivos.
2. Pero tanto en los ERs prospectivos como en los retrospectivos,
la imputación de autoría requiere el establecimiento de una relación
causal entre el acro (acción u omisión) del agente a quien se dirige el
ER Yel estado de cosas de que se trata. Esto significa que el ER presupone, en principio, la posibilidad de demostrar la existencia de este
tipo de relaciones.
3. Esta vinculación causal entre el acro del agente y el estado de
cosas en cuestión convierte al agente en autor. Pero en los ERs personales no se trata simplemente de la autoría de una mera relación
causal entre un acro del agente y un estado de cosas cualquiera sino
de una relación causal que se refiere a un estado de cosas que no es
valorativamente oeutro. Si Pedro bebe un vaso de agua, no decimos,
en circunstancias normales, que Pedro es .responsable» del estado de
cosas de un vaso vaáo (otro sería el caso, por supuesto, si Pedro está
con Juan en el desierto y se bebe el único vaso de agua). La califica-
182
LOS
ENUNCIADOS
DE
RESPONSABILIDAD
ción de un estado de cosas como valorativamente relevante presupone la existencia de un marco normativo que permita designar al estado de cosas relevante de bueno o conveniente, o de malo e inaceptable. De acuerdo con el contexto normativo de que se trate, puede
hablarse de ERs morales, religiosos, jurídicos, políticos, deportivos,
gastronómicos, etcétera l.
Cuando el ER se refiere a un estado de cosas bueno se habla de
ERs laudatorios; cuando el estado de cosas es malo o inaceptable, de
ERs condenatorios. Solo estos últimos habrán de interesarme aquí.
4. Un ER restrospectivo condenatorio requiere, pues, un agente
susceptible de ser reprochado por sus actos. Es lo que suele llamarse
un agente moral. (La exigencia de un agente moral no significa necesariamente que el contexto normativo tenga que ser también moral.
Todos los contextos normativos, también los gastronómicos, por
ejemplo, presuponen la existencia de un agente moral.) Pero, desde
luego, no todos los actos que realiza un agente moral y que pueden
conducir a un estado de cosas valorativamente no neutro son
candidatos para figurar en un ER. El ER requiere que los actos relevantes hayan sido realizados cuando el agente se encontraba en un
determinado estado mental. Desde Aristóteles hasta la fecha, la voluntariedad de los actos parece constituir un presupuesto necesario
para la formulación de un ER. y dentro de los actos voluntarios hay
algunos, los intencionales, aquellos realizados después de una deliberación, los que suelen tener especial relevancia para los ERs. La
admisión de la posibilidad de deliberación presupone conceptualmente que podernos alterar el curso de los acontecimientos. La idea
de un agente moral requiere un ámbito de libertad enmarcado por
lo imposible y lo necesario. Por ello podía decir Aristóteles:
y codos los hombres deliberan sobre lo que ellos mismos pueden
hacer. Sobre los conocimientos exactos y suficientes no hay deliberación [...] sobre lo que se hace por nuesrra imervención (deliberamos) porque vacilamos!.
Siglos más tarde Thomas Hobbes expresaría una idea similar:
1. Así, M. J. Zimmerman, .,Responsibiüry_, en L C. Bccker (ed.), EnGYcJopedia
of Ethies 11, Garland Publishing, New York-Landon. 1992, p. 1089, afirma que .,se
puede incurrir (... ) en una responsabilidad moral. jurídica o de algún OtT3 especie_,
según el tipo de reglas que definan nuestro papel en el contexto causal relevante.
2. Cí. Aristóteles, EtiGQ Nic;omaquea. Gredos, Madrid. 1985, libro 111 1112b.
p. 186.
183
ERNESTO GARZÓN
VALOtS
Por consiguiente, con respecto a las cosas pasadas no hay deliberaci6n; porque manifiestamente es imposible cambiarlasj ni de las cosas que sabemos que son imposibles O que creemos que lo son; porque las personas saben o piensan que tal deliberación es en vano.
Pero con respecto a las cosas imposibles que creemos posibles podemos deliberar, sin saber que es en vano. Y se llama deliberaci6n porque significa poner fin a la libertad que teníamos de hacer u omitir
de acuerdo con nuestro propio apetito o aversión J •
5. Todo ER retrospectivo condenatorio crea una exigencia de
respuesta por parte del imputado'. La propia etimología de la palabra «responsabilidad» hace referencia a esta circunstancia, tanto en
los idiomas germánicos como románicos. En alemán, la palabra verDIl/worten aparece a fines de la Edad Media, sobre todo en el ámbito
judicial, como una traducción de conceptos jurídicos romanos tales
como respolldere. responsum:
Responder [verantworten) significa, pues, defender un asunto ante
el tribunal, es decir, defender o justificar una acción de forma tal que
se dé una respuesta a una acusación.J.
El hecho de que los ERs retrospeerivos condenatorios creen una
expectativa de respuesta indica que en ellos se expresa también
una actitud de reacción ante la producción de un estado de cosas que
requiere una explicación. Sobre este punto volveré más adelante.
6. Si el ER crea una exigencia de respuesta, ello parecería requerir que quien lo formula se encuentre en una posición de superioridad jerárquica con respecto al imputado. Efectivamente, una buena
parte de los ERs son formulados por personas que detentan alguna
autoridad.
Pero tal no tiene por qué ser siempre el caso. Es perfectamente
posible que quien formula el ER se encuentre en una posición de
igualdad o hasta de inferioridad con respeero al imputado.
Si, siguiendo una propuesta de Kant, se acepta que imputar significa juzgar una acción «en relación con ciertas leyes prácticas»', es
3. Th. Hobbc:s, lLviathan, en English klorlu 11I, Scientia. Aalen. 1966, p. 48.
4. Según J. R. Lucas (Responsibility, Clarendon Press, Ox(ord, 1993, p. 5),
..As!, el núcleo del concepto de responsabilidad es que se me puede formular la pre·
gunra ..¿Por qu~ lo hicisre? y esrar obligado a dar una respuesta-o
5. J. Schwartlander...Veramwonung_, en H. Krings el al. (eds.), Handbuch
Phi/osophis<h<r Gnmdbqriffe, KOsd, München, 1974, p. 1579.
6. lbid.
184
LOS ENUNCIADOS DE
RESPONSABILIDAD
claro que este tipo de juicio no requiere ninguna posición de superio-
ridad jerárquica. Lo más que podría exigirse (y ello con cierta cautela) es que el conjunto de reglas prácticas que se invoca sea comparti-
do por quien imputa y por el imputado'.
Si se quiere establecer una diferencia entre tipos de ERs según
que imputante e imputado ocupen o no una misma posición jerárquica puede hablarse de ERs horizontales y verticales.
7. Si se aceptan estas consideraciones, pienso que podría aceptarse también la siguiente precisión definitoria de un ER: -Un ER formula una imputación de autoría de una relación causal que conduce
a un estado de cosas con implicaciones normativaslt.
La persona a quien se le imputa responsabilidad coincide con la
persona sobre quien recaen las consecuencias normativas. Por ello
puede decirse que la relación entre responsabilidad y castigo (en los
ERs condenatorios) es conceptual o lógica: no puede hablarse de responsabilidad en estos casos si ella no implica, por definición, algún
castigo. En este sentido, tiene razón John Stuart Mili cuando dice
que «responsabilidad significa castigo.'. O, dicho con una frase de
Bradley:
[...J responsabilidad y punibilidad pueden ser considerados como
{términosJ convertibles y, por lo tanto, la teoría que podrfa justificar
el castigo podría dar cuenta también de la responsabilidad; y si la
primera careciera de sentido [... ], la última tampoco lo tendría'1,
Es obvio que el tipo de sanción depende del contexto normativo
de que se trate (el súbito derrumbe de un soufflé poco antes de ser
servido en un banquete oficial puede costarle el puesto al cocinero
responsable, y las flores marchitas pueden costarle a Pedro la amistad
de Juan).
Lo hasta aquí presentado es lo que podría llamarse versión tipo de
un ER retrospectivo condenatorio. Sin embargo, esta versión tipo
7. Si se exigiera en todos los casos que el conjumo de reglas prácticas fuera
compartido (en el sentido de aceptado) por el imputame y el imputado, no podrían
formularse ERs frente a quienes adoptan, por ejemplo, un pumo de vista enema
frente a ese conjunto. Pocos criminales empedernidos estarían dispueSlos a admitir un
ER. La necesidad de conjuntos normativos compartidos sude ser un argumemo utilizado por quienes acusan de etnocenrrismo a quienes fonnulan ERs condenatorios con
respecto a los comporta miemos en sociedades culturalmeme diferemes sobre la base
de una -.supuesta- vigencia universal de los derechos humanos.
8. CI. F. H. Bradley, Ethica[ Studies, OUP, Oxford, 1962, p. 4.
9. [bid., p. 26.
185
ERNESTO GARZÓN VAlO~S
puede ser modificada. Ello puede apreciarse con roda claridad si se
consideran las acrirudes posibles frente a un ER cuando no se dan las
relaciones que en la definición propuesta han sido presentadas como
necesarias. En tales casos son concebibles dos acritudes en cierto modo
opuesras: o bien se mantiene la imputación de responsabilidad, lo que
significa que se renuncia a alguna de las condiciones necesarias para la
formulación de un ER (y, por tanto, se amplía el concepto de responsabilidad); o bien se conservan lasconcliciones necesarias y tan solo se
niega -total o parcialmente- su existencia en el caso dado (con lo
que se anula o se debilita el ER).
A ambas posibilidades quiero ahora referirme.
8. Por lo que respecta a la expansión, ella puede producirse, por
lo pronto, haciendo que el ER no se refiera a ti" individuo sino a
varios; se aumenta el número de imputados de forma tal que el esta-
do de cosas de que se trata es considerado como el resultado de un
acto conjunto. En este caso se habla de responsabilidad grupal. Pero,
la expansión puede también realizarse modificando alguno de los
otros elementos del ER de forma tal que sea aplicable a un número
más amplio de casos. Se habla entonces de responsabilidad vicaria.
Ambos tipos de expansión merecen ser considerados.
9. Gregory MeIJema es quizás uno de los autores que con mayor
detenimiento ha analizado el problema de la responsabilidad grupal.
La idea central de Mellema es que toda responsabilidad grupal implica responsabilidad compartida:
Un grupo es responsable por un estado de cosas [...] si y solo si cada
miembro del grupo tiene algún grado de responsabilidad por el estado de cosas 10.
La configuración del grupo .responsable. es una tarea que compete a quien formula el ER pero, dado que toda responsabilidad grupal es responsabilidad compartida, condición necesaria para la configuración del grupo responsable es la imputación de responsabilidad
individual a cada uno de sus integrantes. Las circunstancias del acto
(número de los participantes, relaciones entre ellos, sus motivacio-
nes) juegan aquí un papel decisivo para la delimitación del grupo y,
como se verá más adelante, para la determinación del grado de responsabilidad de los integrantes del grupo.
10. G. MeJlema, lndividwols, Growps, ond ShorM Moral Responsibility, Peter
Lang, Ncw York, 1988, p. 8.
186
LOS
ENUNCIADOS
DE
RESPONSABILIDAD
10. La segunda forma de expansión de un ER consiste en eliminar elementos centrales del ER tipo, tales como la exigencia del agente moral y/o de la relación causal entre un autor y un estado de cosas.
Cuando se trata de la responsabilidad de organizaciones formales o de agentes colectivos (puede pensarse en el caso de una sociedad
anónima) hablar de agentes morales significaría cometer lo que Ryle
llamaba «error categoriaJ~: «Es un error lógico esperar que el comportamiento de una organización se adecue a los principios normales
de la moralidad.". John Ladd ba propiciado la tesis de exclusión de
los juicios morales de responsabilidad con respecto a las organizaciones formales. Podría hablarse, sí, de responsabilidad pero ella sería
más bien un tipo de responsabilidad instrumental: la organización
sería responsable (en este sentido técnico) si no cumple cabalmente
sus funciones. El criterio de atribución de responsabilidad es un cri-
terio de eficacia, que Ladd equipara con el criterio de racionalidad
(instrumental) ".
11. Pero también puede lograrse una ampliación del ER a través
de la eliminación de la relación causal, es decir, de lo que Joel Feinberg ha llamado .falta contribuyente. u En inglés existe una palabra
para designar este tipo de responsabilidad: /iabi/ity; en alemán puede hablarse de Haftung. En castellano, a falta de un término especial,
puede hablarse de responsabilidad vicaria.
A diferencia dc lo que ocurre en los ERs tipo, en estos casos la
sanción no recae sobre la persona que provocó el estado de cosas
prohibido sino sobre otra (natural o jurídica) con quicn está vinculada por una determinada relación. La persona obligada y la persona
responsable no son idénticas. Por ello puede decir Hans Kelsen:
Se escá obligado a un comportamiento conforme a derecho y se responde por un comportamiemo contrario a derecho. El individuo
obligado puede, con su comportamiento, provocar o evitar la sanción. El individuo que solo responde por el no cumplimiento de la
obligaci6n de otro (por el deliro cometido por otro) no puede, con
su comportamiento, ni provocar ni evitar la sanci6nl~.
Aquí se pueden distinguir varios casos:
11. ¡bid., p. 30.
12. ¡bid., pp. 30 s.
13. Cf. J. Feinbcrg, .Collective responsibility_: The ¡oumal of Philosoplry LXVI
21 (1968), p. 674.
14. H. Kelsen, Reine Rechtslehre. Franz Deuticke., Wien, 11960, p. 125. Vcrsión
Clsrcllana de R. Vernengo, Teoria pura del derecho, UNAM. Mfxico, 1986, p. 133.
187
ERNESTO GARZÓN VAlOt:S
al Ya Hobbes había señalado que es posible y frecuente que un
individuo realice un aero en nombre de arra. Esre último sería el
auror del aero y el primero, el aeror. Esra distinción permire dejar de
lado la relación causal y arribuir la responsabilidad al autor. Puede
pensarse en relaciones de dependencia de delegados, amanuenses,
emisarios o miembros subalternos de una organización. Ellos llevarían a cabo una especie de -abdicación de elección. en el sentido de
que las convicciones y preferencias del aeror individual no entrarían
en su decisión. No cabría hacerlo personalmente responsable de las
decisiones tomadas en nombre del autor que otorgó la correspondiente autorización u orden.
bl Se puede avanzar aun más en la ampliación del ER por vía
vicaria y dejar de lado la distinción enrre aeror y autor. Así, puede
suceder que el empleador sea responsable de aeros de sus empleados
aun en el caso de que ellos hubiesen aeruado en conrra de sus órdenes
o de su autorización. En el caso de relaciones padre-hijo menor, aquél
responde por los vidrios rotOS por este último, aun cuando le hubiese
prohibido reiteradamente jugar al fútbol justo al lado del jardín de
invierno del vecino.
el También el caso de la fianza o del seguro es un ejemplo de
ampliación del ER al margen de la relación autor-actor. Una compañía de seguros puede asegurar a un empleador frente a la deshonestidad de un nuevo empleado. Si este comete un desfalco, la responsabilidad vicaria recae sobre la agencia inocente. Esto vale, por cierto,
para todos los casos de compañías de seguros contra accidentes.
Comentando un informe danés sobre /iabi/ity por daños del año
1950, Alf Ross observaba que este tipo de descarga de la responsabilidad a través de los sistemas de seguros podía tener como consecuencia una mayor tendencia por parte de los individuos a adoptar un
«comportamiento irresponsable»ls.
d) Orra forma de ampliación de ER rerrospectivo es extender la
responsabilidad grupal o colectiva a hechos ocurridos en un pasado
más o menos lejano) como consecuencia de actos realizados por
miembros de grupos unidos con los grupos aeruales por rasgos o la15. A. Ross, On l..4w and }NStice, Stevens ~ Sons, tondon. 1958, p. 333. Ver·
si6n castellana de G. R. Carrió, Sobre el dem;bo ., la i"Slici4, Abc.lcdo Perrot, Buenos
Ail"cs, 1963, p. 321: -[... 1es concebible que la medida [un seguro general de responsa·
bilidadl se rraducirot en un peligroso relajamiento del cuidado ordinario. Aun en el
presente cstado del derecho, en que el seguro de rcspolU3bilidad es normalmente
voluntilrio y por lo tanto no todo el mundo lo conrnat2, mucha gente opina que el
mismo ha conducido ... un relajamiento de la prudencia•. Como se sabe, para cste
fen6meno se ha impucsto mienrras canto la expresi6n _riesgo moral •.
188
lOS ENUNCIADOS DE RESPONSABILIDAD
zas culturales, étnicos o políticos. Así A1asdair Maclntyre en uno de
sus ataques a lo que llama el «individualismo moderno> afirma:
Este es el individualismo expresado por esos estadounidenses modernos que niegan coda responsabilidad por los efectos de la esclavirud en los estadounidenses negros diciendo: «Nunca tuve esclavos...
Es más sutil el punto de vista de aquellos otros estadounidenses
modernos que admiten una responsabilidad escrupulosamente calculada por aquellos efectos, medida precisamente en función de Jos
beneficios que ellos mismos como individuos han recibido indirectamente de la esclavitud. En ambos casos, -ser estadounidense.. no se
considera parte de la identidad moral del individuo. Y, por supuesto, esta postura no es exclusiva de los estadounidenses modernos: el
inglés que dice: «Nunca le hecho nada malo a Irlanda; ¿por qué
traer a colación esta vieja historia como si tuviera algo que ver conmigo?- o el joven alemán que cree que haber nacido después de
1945 significa que lo que los nazis le hicieron a los judios no tiene
ninguna relevancia moral para sus relaciones con los judios contemporáneos, adoptan la misma actitud de acuerdo con la cual el yo es
separable de sus papeles y regímenes sociales e históricos'·.
El problema de la arribución de responsabilidad por actOs cometidos en el pasado, tropieza con serios inconvenientes lógicos cuando
se trata de un pasado remoto ya que para poder formular un ER
ampliado hacia el pasado es necesario reconstruir todo el árbol de
posibles acciones y omisiones que hubieran tenido lugar en caso de
no haberse realizado la conducta reprochable". Buena parte de la
discusión sobre la responsabilidad de los conquistadores españoles
en la miseria actual de los indios gira alrededor de este problema.
e) Cabe también pensar en aquellos casos que en la historia son
conocidos como responsabilidad vicaria penal. Ellos son expresión o
bien de nociones primitivas, tales como vendetta o sacrificios sustitutorios, o de medidas de revancha en tiempos de guerra, tales como el
fusilamiento de rehenes. En la actUalidad, el «castigo> penal innigido
a una persona por actos cometidos por otros miembros de su comunidad étnica o religiosa constituye un regreso a tiempos bárbaros.
Los acontecimientos en la ex-Yugoslavia son buenos ejemplos de este
regreso a la barbarie.
16. A. Maclmyre, A[ter Virtut. Universiry of Notre Dame Press, Norre Dame,
Ind., 1981, p. 20S. Versión castellana de A. Valclrcd, TTas la virtud, Crítica, B:1rcelona, 1987, pp. 271 s.
17. Cf. sobre este tema G. Sher, «Ancient Wrongs and Modern Rights-: Phi/oso·
pby & Public
Arra'" 10/1 (1981), pp. ]-17.
189
ElII.NESrO GAIl.ZON VALOtS
Podría, quizás, imaginarse un sistema de fianza penal en la que
los padres aceptarían el castigo por delitos cometidos por sus hijos.
Un sistema tal podría tener algunas ventajas tales como la promoción
de la solidaridad familiar pero, tal vez, sería más aceptable un sistema
en el que los hijos respondieran por los padres".
Estos son casos de ampliación del ER tipo; podemos ahora pasar
a los casos de restricción o atrofiamiento.
12. En general, por lo que respecta al ER tipo valen básicamente
las siguientes estrategias:
o) negar la exisrencia del estado de cosas imputado;
b) no negar el estado de cosas pero sí su autoría <en el caso de los
ER tipo, actor y autor coinciden);
e) no negar ni o) ni b) pero aducir excusas;
d) no negar ni o) ni b) pero alegar su justificación.
En los casos o) y b), la persona a quien se le imputa responsabilidad procura demostrar la falta de una relación causal entre su como
portamiento y el estado de cosas que provoca el juicio de responsabilidad. Dado que en el ER tipo esta relación causal es condición
necesaria del juicio de responsabilidad, esta estrategia, cuando es exi·
tosa, priva de contenido al ER.
En el caso d), el imputado no niega su responsabilidad por el
estado de cosas en cuestión sino que la asume plenamente. Si la
justificación es exitosa, el ER condenatorio se convierte en un ER
laudatorio.
Por lo que respecta al caso e), no está de más recordar que desde
Aristóteles hasta J. L. Austin existe una elaboración detallada del pro·
blema de las excusas. Según Aristóteles, solo se es responsable por los
actos voluntarios:
Parece, pues, que cosas involunrarias son las que se hacen por fuerza
o por ignorancia; es forzoso aquello cuyo principio es externo y del
tal clase que en él no participa ni el agente ni el paciente¡ por ejem·
plo, si uno es llevado por el viento o por hombres que nos tienen en
su poder'·.
Según Aristóteles, la ignorancia que hace que un acro sea
involuntario es la ignorancia de las circunstancias panicuJares o de
las personas involucradas y no la ignotancia de lo que debe hacerse.
Si la ignorancia es total, la persona está loca. Hay un tipo de ignoran18. CI. J. Fcinberg, 01', cit., p. 676.
19. er. Aristóteles, op. dt., libro 11I, 111 Oa, p. 178.
190
lOS
ENUNCIADOS DE RESPONSABILIDAD
cia que no excusa y que merece especial consideración. No es el caso
del loco ni del psicópta sino de quien se autoengaña. Este tipo de
ignorancia requiere dos condiciones necesarias y conjuntamente suficientes:
a) que sea fácilmente superable, y
b) que suponga que su superación puede tener un efecto desagradable'°.
Por ejemplo, Mario prefiere no saber si Beatriz lo ama: sería muy
fácil preguntárselo pero, como supone que la respuesta será negativa,
no la plantea y adopta seguir viviendo con la ilusión del amor de Beatriz. El autOengaño de Mario puede ayudarle a vivir mejor: la ilusión
suele ser una forma de hacer más llevadero el paso por este valle de
lágrimas. Por lo menos así lo pensó Mario Jiménez, el personaje de la
novela de AntOnio Skármeta, El cartero de Nernda. Pero, cuando el
autoengaño se refiere a asuntos moralmente importantes, no puede
nunca constituir una excusa aceptable. Jonathan Clover ha analizado
la po ibilidad de la excusa de la ignorancia en el caso de Eichmann:
Si Eichmann se encontraba en un estado de ignorancia con respecto
3 la crítica moral que se podría haber formulado por sus aetas, ello
equivale al autoengaño ya que se cumplían dos condiciones cruciales. La ignorancia, si existfa, era ciertamente el resultado de no haber
querido plantear ciertas preguntas porque sabra que las respuestas
serían desagrad3bles {... J. y la ignorancia podría h3ber sido evitada
sin esfuerzo o molestia excesivos!!.
Eichmann no satisfacía las condiciones de la ignorancia tOtal que
presuponía Aristóteles (no estaba loco) pero sí las del auroengaño de
Clover. Por ello, su ignorancia (en el caso de que la hubiera) no podía funcionar como excusa reductora de responsabilidad.
El criterio del autoengaño es también aplicable en casos tales
como el de la responsabilidad de los científicos por su propia labor.
Puede pensarse en las investigaciones vinculadas con la ingeniería
genética o con la energía atómica. También en estos casos el autoengaño es una forma moralmente inadmisible de eludir la responsabilidad.
13. Con respecto a la responsabilidad grupal, el asunto se complica ya que la constitución del grupo es llevada a cabo por quien
formula el ER. Desde luego, la forma más fácil de eludir la responsa20. CI. J. Glover, R.sponsibiliry, Roudedge 6< Kegan
17655.
2!. ¡bid., p. 176.
]9]
P.u~
London, 1970, pp.
HNESfO GARZ6N VALO~S
bilidad es negar que se forma parte del grupo, rechazando el criterio
de formación del mismo por parte de quien formula el ER. Este criterio tiene que cumplir condiciones mínimas de razonabilidad que, en
gran medida, suelen estar vinculadas, por una parte, con la posibilidad de establecer relaciones causales entre los actos de sus integrantes y el estado de cosas relevante y, por otra, con las motivaciones de
los agentes y las circunstancias en las que ello actúan. Así, resultaría
claramente irrazonable responsabilizar a tOdo el grupo de hombres
en el mundo de la discriminación de la mujer.
14. Para simplificar las cosas, supongamos que el grupo al cual se
dirige un ER retrospectivo condenatorio ha sido razonablemente formado. La cuestión es ahora saber si el número de integrantes del
grupo establece alguna diferencia con respecto a la impuración de
responsabilidad de sus integrantes.
Puede pensarse en el frecuentemente citado caso de Kitty Genovese presentado, entre otros, por James S. Fishkin en The Limits of
Obligation": ¿se reduce la responsabilidad de cada una de las 38
personas que desde sus viviendas contemplan el asesinato de esta
mujer porque sabe que no es la única que puede llamar a la polióa?
0, para tomar el ejemplo de Peter Singer de la lucha contra el hambre en el mundo: ¿disminuye la responsabilidad individual el hecho
de que millones de personas puedan prestar su ayuda para eliminar la
tragedia de la muerte por falta de alimentos? La respuesta de Singer
es categórica:
No exisce diferencia tnne los casos en los que soy la única persona
que puede hacer algo y )05 casos en los que soy uno entre millones
de personas que se encuentran en la misma posición u .
Esta es la concepción que Fishkin llama _enfoque invariable de la
responsabilidad colectiva por omisiones> (invariant view ofcollective responsibility for omissions): la responsabilidad no varía por el
hecho de que sea ampliamente compartida.
Lo dicho con respecto a las omisiones valdría tambi~n para el
caso de las acciones. Puede recordarse en este sentido el ejemplo de
Derek Parfit con el caso de 10sMalos viejos tiempos y de los Torturadores inofensivos:
22. Yale University Press. New Haven·London, 1982, pp. 80 ss.
23. P. Singer, cFamine, AfOueoce and Moraliry-, en P. Lasslett y J. Fishkin (eds.),
Philosopby, PolitiGS Ó' Soády. Fifth Series, Yale Universiry Press. New Haven, 1979,
p.24.
192
LOS ENUNCIADOS DE
RESPONSABILIDAD
Los malos vie;os tiempos: Mil torturadores tienen mil víctimas. Al
comienzo de cada día cada una de las víctimas siente ya un pequeño
dolor. Cada uno de los torturadores presiona un botón de algún
instrumento. Cada presión del botón afecta el dolor de la víctima de
manera casi imperceptible. Pero, después que cada torturador ha
oprimido el botón mil veces, ha infligido un daño grave a sus
víctimas.
Los torturadores inofensivos. En Los malos vie;os tiempos cada tortu·
rador infligía un daño grave a una víctima. Las cosas han cambiado
ahora. Cada uno de los torturadores oprime un botón en cada uno
de los mil instrumentos. Las víctimas sufren el mismo daño grave.
Pero ninguno de los torturadores inflige, por sí mismo, un daño
perceptible a ninguna víctimal ".
Según Parfit, cada torturador, en el segundo ejemplo, actúa tan
mal como en el primero. Esto pondría de manifiesto que el grado de
responsabilidad no disminuye por el número de participantes. La
imperceptibilidad de los efectos de la acción de cada cual no influye
en el grado de responsabilidad. Podría, sin embargo, aducirse que
esta posición no toma en cuenta el hecho de que si hay solo una
persona, su acción u omisión es la única causa para la producción del
resultado. Intuitivamente uno se sentiría inclinado a pensar que el
número de personas supuestamente responsables influye de alguna
manera en el grado de responsabilidad individual. La cuestión es saber qué quiere decir «de alguna manera».
Un primer intento de dar respuesta a esta pregunta podría consistir en adoptar una posición tan radical como la de Singer pero en
sentido opuesto, es decir, sostener un «enfoque disminuyente» (diminishing view). La responsabilidad personal de los individuos que
integran un grupo estaría siempre directamente condicionada por el
número de integrantes del grupo en cuestión: a mayor número, menor responsabilidad. Es posible llegar así a una situación en la que la
responsabilidad individual queda prácticamente diluida. Con otras
palabras, actos que originariamente eran obligatorios se convierten
en discrecionales (supererogatorios). Esta conclusión no deja de ser
inquietante: el número habría alterado la naturaleza de una obligación cuyo contenido era, desde el primer momento, la realización de
un esfuerzo trivial para preservar un bien relevante (la vida de Kitty
Genovese o de personas que sufren hambre)".
24. Citado según G. Mellema, op. cit., p. 72.
25. Cf. J. Fishk.in, op. cit., p. 85.
193
ERNESTO GARZÓN
VAlOES
Así, pues, si no nos convence ninguna de las dos posiciones extremas, podría adaptarse una línea de razonamiento más matizada, a
la que Mellema ha llamado .dilucionismo ético. (ethica/ di/utionism).
Según este enfoque, la tesponsabiljdad djstninuitía cuando es compartida (pero no se está obligado a admitit el enfoque disminuyente
en el sentido de que a mayot número menor tesponsabilidad sin más).
Esta posición es menos radjcal que el enfoque djsminuyente y capta
aspectos que parecen correctos de esta concepción en el sentido de
que el hecho de compartir la responsabilidad parece conttibujr a su
disminución desde el punto de vista intlividual. Mellema ha propuesto la siguiente definición de dilucionismo ético:
Es la concepción según la cual el grado de una responsabilidad individual retrospectiva por un estado de cosas disminuye por el hecho
de que otros miembros del grupo son igualmente responsables por
él, siempre y cuando los miembros del grupo cooperen en su realización y la acci6n contribuyente del individuo no sea por sí misma
condici6n suficiente para su producci6n 16 .
El dilucionjsmo ético apunta a los casos en los que cabría hablar,
en términos generales, de complicidad. Es verdad que a veces la complicidad significa la atribución a los actores de responsabilidad pOt
partes iguales, pero es posible y también frecuente establecer una
distribución desigual de responsabiljdades. En este último caso puede pensarse en la división cuatripartita recogida por Joel Feinberg:
El common /aw [...] clasifica 3 los delincuentes culpables en cuatro
c3tegorfas: «perpetradores», «instigadores», «incitadores» [...] y
«protectores criminales» [... ]21.
La determinación del grado de responsabilidad que ha de imputarse a cada miembro de una banda criminal puede tropezar con dificultades empíricas, pero parece sensato establecer diferencias según
el grado de participación y la relevancia de la misma en la empresa
conjunta.
Esta versión del dilucionismo ético puede quizás no satisfacer a
quienes sostengan una posición como la de Singer ya que ellos aducirán probablemente que en los casos de complicidad se trata de acciones colectivas cooperativas mientras que en el caso de Kitty Genove-
se o de la lucha contra el hambre en el mundo se trata de personas
26. G. Mellema, op. át., p. 68.
27. j. Feinberg, op. át., p. 684.
194
lOS ENUNCIADOS DE
RESPONSABILIDAD
que actúan u omiten independientemente las unas de las Otras y no
de acciones concenadas.
Dos respuestas podrían darse a esta réplica:
a) En los casos de acciones colectivas podría admitirse un límite
mínimo de dilución y aceptarse la concepción del.dilucionismo con
umbral. (Threshold Di/utionism) propuesta por Mellema. De acuerdo con esta perspectiva, el número de participantes influye en la disminución de la responsabilidad individual hasta que se alcanza un
umbral de suficiencia a partir del cual el aumento del número de
actores no establece ninguna diferencia para la reducción de la responsabilidad individual. Con palabras de Mellema:
El dilucionismo con umbral puede ser formulado de la siguiente
maner3: es la concepción según la cual la responsabilidad moral individual por un estado de cosas se reduce por el hecho de que otros
son igualmente responsables siempre y cuando quienes son responsables por este estado de cosas cooperen en su producción y el grado
de dilución esrá limitado por el nivel del umbral [... J. Por consiguienre, en un caso en donde la acción conrribuyente de un ageme es por
sr misma una condición necesaria para producir el resultado en cuestión, el requerimiento del umbral elimina automáticamente la posibilidad de diluir la responsabilidad del agente por el resultadollt.
En este caso, el grado de responsabilidad no tiende a cero sino
que se mantiene constante después de alcanzado el «umbral». No
habría aquí alteración de la natutaleza de la obligación.
b) La segunda respuesta toma en cuenta criterios de razonabilidad. Es la perspectiva de la llamada .diferencia razonablemente esperable. (reasonable expectable difference) de Fishkin:
Calculamos los efectos de nuestra acción en el contexto causal definido por inferencias razonables acerca de los efectos del comporramiento de los otros. Entonces determinamos la diferencia que puede esperarse que produzca nuestro 3ctO M .
Si soy el único espectador de un crimen y no llamo a la policía,
soy plenamente responsable por esta omisión, pues soy la única persona que puede actuar. Pero, si formo parte de un grupo de diez
míllones de personas (supongamos que el crimen hubiera sido filmado por azar por un equipo de TV en vivo y en directo), argumenta
28. G. Mellema, op. cit., p. 78.
29. J. Fishkin, op. cit., p. 84.
195
ERNESTO GARZÓN \lALD~5
Fishkin, parece basrante razonable suponer que alguna otra persona
llamará a la policía y esto significa que -[...) los efectos probables de
la acción ya no poseen una importancia suficiente como para que
seamos censurados por no haber actuado. Jo.
La apelación a criterios de razonabilidad con respecto a las expectativas del comportamiento de otras personas es, en mi opinión,
un buen recurso para graduar la responsabilidad individual (y no solo
en el caso de responsabilidad grupal). Conviene recordar aquí las
agudas reflexiones de Alf Ross: cuando eximimos de responsabilidad
a una persona solemos decir que ella -no podría haber actuado de
otra manera-o Obviamente esto no significa que la persona en cues-
tión no tuviera la posibilidad fáctica de actuar de otra manera ya que
en ese caso ni siquiera podría decirse que actuó. La frase «no podría
haber actuado de otra manera. debe ser inrerpretada en el sentido de
que -[oo.) dadas las circunstancias, no se podría haber esperado que el
agente actuara de otra manera_JI.
'
Esta expectativa se basa en experiencias de la vida normal dentro
de una sociedad; son ellas las que esrablecen el marco de lo razonablemente exigible a personas que tienen la capacidad y la oportunidad
de actuar de otra manera pero de quienes no podría esperarse que
actuaran de una manera diferente a como actuaron:
«No tenfa otra eleccióm. quiere decir en realidad que la elección es
considerada como obvia. [...] Nadie podrfa haber esperado otra
cosaJl.
Si se admite, como creo que es correcto, que hay una vinculación
conceptual o lógica entre omisión y expectativa, hay que concluir
que cuando esta última no existe no puede hablarse de aquélla y, por
consiguiente, tampoco tiene sentido formular un ER condenatorio.
Hasta qué punto existen expectativas razonables que valen para
toda sociedad y en todos los tiempos o si ellas están siempre temporal y espacialmente condicionadas es una cuestión que puede ser dejada aquí de lado ya que ella no afecta la plausibilidad de la tesis de
Ross.
15. Por lo que respecta a la responsabilidad en el caso de organizaciones con estructura jerárquica, si se acepta que ellas constituyen
30. Ibid., p. 85.
31.
er.
A. Ross, .He could have aeted otherwise-, en A.
J. Merkl {ed.', Fests-
chrift. fur Hans Ke/sen z.um 90. Gwurt5tag. Deuticke, Wien, 1971, p. 243.
32. Ibid., p. 254.
196
LOS
ENUNCIADOS
DE
RESPONSABILIDAD
un sistema cerrado, es obvio que, en la medida en que el comportamiento de una persona se ajuste a las reglas de la respectiva organización, no cabe formular contra ella ERs condenatorios intrasistémicoso Aquí se produce aquella «abdicación de elección. a la que me he
referido más arriba en el punto 11. a).
Otro es el caso, desde luego, cuando se trata de formular ERs
condenatorios extrasisrémicos, por ejemplo, morales. Puede entonces ponerse en duda la legitimidad de la .abdicación de elección. y
argumentar con buenas razones que esta «abdicación~ encierra siempre el peligro de convertir al agente en mero instrumento de la
organización, privándolo así de su autonomía moral. Los conocidos
ejemplos de la obediencia militar debida o de la razón de Estado
pueden ilustrar esta situación. No he de detenerme aquí en su consideración por haberlo hecho ya en otro lugarH • Baste tan solo señalar
que la admisión de diferentes morales paralelas (profesionales u
organizacionales y ordinaria) que darían lugar a diferentes ERs morates condenatorios no solo plantea serios problemas conceptuales
sino que puede conducir a lo que John Ladd ha llamado .esquizofrenia moral»:
La penetración de la actividad organizacional en todos los ámbitos
de la sociedad moderna hace que el impacto de este doble estándar
sea particularmente inquietante. Produce una especie de esquizofrenia moral que a todos nos afecta [...] La mayoría de nosotros, como
individuos, nos vemos forzados a llevar una doble vida y, para poder
adecuarnos a dos estándares diferentes e incompatibles, tendemos a
segmentar nuestras vidasJ.!.
Tengo serias dudas acerca de la posibilidad de lograr un arreglo
con morales profesionales u organizacionales cuyos principios contradicen los de la moral ordinaria. El intento más interesante que
conozco en este sentido es el de Kant con su separación entre uso
privado y público de la razón. Pero, creo que tiene razón Werner
Schneiders cuando afirma:
[Kant] intenta asegurar el mayor grado de libertad intelectual posible en su época escindiendo la razón individual en una razón servil y
otra libre y exigiendo así del individuo un double-thinking que bar·
dea la esquizofrenia; y cree que la divergencia entre los pensamien-
33. Cf., por ejemplo, E. Garzón Valdés, .Moral y política_, en Derecho, é/u-a y
poli/;Ul, Centro de Esrudios Consrirucionales, Madrid, 1993, pp. 541·560.
34. G. Mellema, op. cit., p. 33.
197
ERNESTO GARZ6N VALOtS
[os que expreso como persona y los que manifiesto como funcionario no tiene por qué perrurbar, en genera!, la tlconciencia.JJ •
Un ejemplo reciente de la historia argentina ha puesro de manifiesro los conflictos de conciencia que puede traer aparejados esta
divergencia. Se trata del caso del capitán de corbeta Adolfo Scilingo
quien, en cumplimiento de su supuesta moral profesional, arrojaba al
Atlántico desde un avión prisioneros de la dictadura argentina (19761983). La carga psicológica de estos crímenes ordenados condujo a
la confesión pública de los mismos. No veo cómo Scilingo puede ser
eximido de un ER condenatorio, aun si se tiene en cuenta su pertenencia a una organización con estructura jerárquica]'.
16. Hasta ahora me he referido a intentos de reducir el ER sobre
la base, principalmente, de excusas (en sus versiones individuales,
grupales u organizativas); pero cabe dirigir ataques más radicales al
ER. Ellos ponen en tela de juicio los dos pilares en los que se asienta
el ER: el de la posibilidad de establecer relaciones causales seguras y
el de la suposición de que somos libres para fijar el curso de nuestras
acciones y omisiones.
17. Con respecto al problema de la causalidad, podría adoptarse
una posición escéptica inspirada en conocidos pasajes de David Hume
sobre la inducción y las conexiones causales tales como los siguientes:
Aunque la repitamos al infinito, nunca originaremos por la mera
repetición de una impresión pasada una nueva idea original, como
es la de la conexión necesaria; el número de impresiones no tiene
más efecto en este caso que si nos limitáramos únicamente a una J7 •
Asf, no solamente fracasa nuestra razón en el descubrimiento de
la conexió" última de causas y efectos, sino que incluso después de
que la experiencia nos haya informado de su conexión constante,
nuestra razón es incapaz de convencernos de que tengamos que extender esa experiencia más allá de los casos particulares observados....
35. W. Schneiders. _Emanzipation und Kritik: Kanr-, en Z. Batseha (ed.), Materialien tu Kants Ret:.htsphiJosophie. Suhrbmp, Frankfun a. M., 1976. p. In.
36. Para mayores detalles sobre el aso Scilingo. d. H. Verbitsky, El vuelo, Planet2, Buenos Aires, 1995.
37. ef. O. Hume. A Trutise of HW1UJn NatuYe, J. M. Oene &. Sons, London.
1959, voL 1, p. 91. Versión castellana de F. Duque, Tratado de la naturaleza humana,
Nacional, Madrid, 1981, vo!.I, p. 195.
38. el. ¡bid., p. 94; ;bid., p. 199.
198
LOS
ENUNCIADOS
DE
RESPONSABILIDAD
El escéptico podría inferir entonces que si no es posible justificar
racionalmente la inducción y no poseemos un conocimiento perfecto
acerca de las relaciones causales, la única actitud sensata que cabe es
movernos por el mundo con la caurela radical de quien no solo no
puede esrar seguro de que el sol saldrá mañana por el este sino tampoco de que podrá realizar con éxito acciones tan simples como abrir
una puerta moviendo un picaporte.
No es este el lugar para exponer las propuestas de solución del
.problema. de Hume formuladas, entre otros, por John Stuart MilI.
Más relevante para nuestro tema es saber si de la imposibilidad de
justificar la inducción es razonable inferir una actitud escéptica frente al posible resultado de nuestras acciones, es decir, frente al estado
de cosas que sirven de punto de partida para la formulación de ERs,
y considerar cuáles son los supuestos que aceptamos para la formulación de reglas cuyo cumplimiento o violación justifican ERs laudatorios O condenatorios.
Con respecto a la primera cuestión, Georg Henrik van Wright
ha puesto de manifiesto que la demanda de una .justificación. de la
inducción se basa en una falla en comprender el aspecto lógico del
problema de Hume. En efecto, la tesis de Hume podría ser reformulada de la siguiente manera:
Es imposible garantizar con certeza o con certeza o probabilidad que
un caso desconocido de la propiedad A exhibirá también la propiedad B, si A y B son propiedades diferentes J ".
«Es imposible» significaría aquí lo mismo que «es contradictorio». O sea que «si la exigencia de una justificación de la inducción es
autocontradietoria, [oo.) entonces la tesis de la "imposibilidad" de justificar la inducción es una tautología»40. Pretender derivar de una
tautología actitudes y comportamientos, sean estos optimistas o escépticos parece ser claramente un sinsentido.
Por otra parte, los intentos de Mili son también instructivos en el
sentido de que ellos se basan en la suposición tácita de la validez de la
ley universal de la causación, en aquello que Keynes llamó .la hipótesis inductiva»"!. Si es verdad, como creo que lo es, que no es posible
39. Cí. G. H. van Wright, The LogiC41 Prob/em allnductian, Basil Blackwell,
Oxfo,d, 1957, p. 178.
40. Ibid., p. 182.
41. Cf. L S. Stebbing,A Modem Introduction lo LogiG, Harper Torchbook, New
Yark-Evanston, 1961. p. 418.
199
HNESTO GARZON VALD~S
realizar ninguna investigación empi'rica sin aceptar alguna hipótesis,
también podemos concluir que cuando nos referimos al comportamiento humano y formulamos reglas para su ordenación, partimos
de la hipótesis de la relación causal entre nuestros aeros y determinados estados de cosas. y esta hipótesis funciona con notorio éxito
como lo demuestra, por ejemplo, la vigencia de los ordenamientos
jurídicos, que prescriben la realización de estados de cosas como consecuencia de la acción humana. Por ello, una forma plausible de análisis de estos ordenamientos es interpretarlos como sistemas de reglas
técnicas, basadas justamente en relaciones causales.
Esto también lo sabe quien sustenta el escepticismo teórico; en
la vida práerica deja en suspenso sus creencias de inseguridad radical, acepta sin cuestionar la relación entre beber agua y saciar la sed
y formula juicios de aprobación o de condena con respeero a estados
de cosas que vincula con el comportamiento propio o de los demás.
La negación total de relaciones causales entre los aeros que un agente realiza voluntariamente y la producción del estado de cosas querido por el propio agente es, por cierro, empíricamente posible y tan
lo es que suele ser considerada como una prueba fuerte de demencia. Pero, como los ERs que aquí nos interesan no son Jos demenciales y, por lo general, las personas sedientas no aerúan frente a dos
vasos de agua como el asno (o el perro, si se prefiere la versión de
los escolásticos medievales) de Buridán sino que se beben uno de los
vasos (o ambos), podemos dejar de lado esta posibilidad y aceptar la
hipótesis de la conexión causal en la formulación de los ERs.
18. El segundo de los dos pilares de los ERs, es decir, el presupuesto de la voluntariedad de las acciones, puede ser horadado por
dos tipos de argumentos: el de la suerte y el del determinismo. Trataré el argumento de la suerre en este punto y el del determinismo en el
siguiente.
La apelación a la suerre es un recurso útil para dar cuenta de eventos humanos que parecen no tener una explicación obvia. Toda formulación del tipo t<A tuvo mala/buena suertelt se basa en una renuncia
a buscar una explicación racional del evento en cuestión. No se niega
la relación causal entre los movimientos corporales de A y el esrado de
cosas producido sino que las conseruencias de estos movimientos estuvieran bajo su control"2. La suerte vuelve involuntaria la acción u
42. Porque. o bien los movimiernos corporales mismos fueron involuntarios. o
las consecuencias de estOS movimientos dependieron de Otros (actores no controlables
por A.
200
LOS
ENUNCIADOS
DE
RESPONSABILIDAD
omisión que provocó el estado de cosas que da origen a un ER. El actor
dejaría de ser autor en el sentido hobbesiano de esta distinción, es
decir, no cabría formular un ER tipo.
Conviene analizar más de cerca el argumento de la suerte. Una
formulación radical estándar es la presentada por Michael J. Zimmerman:
(1) La suerte es un e1ememo en el acaecimiento de [Odo evento.
(2) Si esto es así, entonces ningún evento está bajo el control de
nadie.
(3) Si esto es así entonces nadie es libre con respecto a ningún
eventoH •
A diferencia del caso de las excusas, que en los ERs tipo se refieren siempre a una situación particular, el argumento de la suerte, en
su versión radical, sostiene que en la producción humana de todo
estado de cosas está presente el factor suerte y que, por lo tanto, todo ER tipo (condenatorio o laudatorio) carecería de sentido ya que
sería arbitrario o gratuito. Podría hablarse, cuando más, de responsabilidad vicaria y como esta no tiene relevancia para la evaluación
moral del acror, no existiría ningún ER moral tipo.
Frente a esta conclusión, si se quiere conservar el ER, podría
recurrirse al siguiente y bien conocido contraargumento de Kant
quien no atribuyó a la suerte ninguna relevancia para la formulación
de ERs:
Ni en el mundo ni fuera de él, es posible pensar nada que pueda ser
considerado como bueno sin restricción a no ser tan solo una buena
va/untad [... j.
La buena voluntad no es buena por lo que produce O realiza, no
es buena por su adecuación para lograr algún fin que nos hayamos
propuesto sino que es buena solo por el querer, es decir, es buena en
sí misma. Considerada por sí misma, es, sin comparación, muchísimo más valiosa que todo lo que por medio de ella pudiéramos verificar en provecho o gracia de alguna inclinación y, si se quiere, de la
suma de todas las inclinaciones. Aun cuando, por particulares enconos del azar o por la mezquindad de una naturaleza madrastra, le
faltase por complem a esa voluntad la facultad de sacar adelante su
propósito; si, a pesar de sus mayores esfuerzos, no pudiera llevar a
cabo nada y solo quedase la buena voluntad -no desde luego como
un mero deseo, sino como el acopio de todos los medios que están
43.
el.
M. J. Zimmermann, op. cit., p. 1092.
201
ERNESTO GARZÓN V"LD~S
en nuestro poder-, serra esa buena voluntad como una joya brillante por sí misma, como algo que en sí mismo posee su pleno valor"'.
Antes de tomar partido pOt alguna de estas dos posiciones, conviene quizás detenerse a considerar qué quiere decir que se carece de
una .explicación obvia», Por lo pronto, lo «obvio» está conceptual-
mente vinculado con el nivel de conocimiento de la sociedad en la que
se formula un ER y con el conjunto de creencias y expeerativas de
aquella. Valen aquí las consideraciones de Alf Ross expuestas en el
punto 14.
En los ERs tipo, como se ha visto, el estado de cosas relevante es
aquel que puede serie imputado ala persona destinataria del ER por
considerarse que el estado de cosas es la consecuencia previsible de
aeros decididos libremente (voluntarios). George Sher ha propuesto
la expresión «versión de la consecuencia esperada. para designar este
enfoque4S • Dado que la «versión de la consecuencia esperada» se basa
en la previsibilidad de las consecuencias de los aeros humanos, no
cuesta mueho aceptar que la formulación de un ER tipo presupone
un conocimiento de las relaciones causales. En este sentido, el ER
tiene una vertiente epistémica. En la medida en que este «conocimiento» no responde a criterios verificables empíricamente, es daro
que se abren de par en par las puertas a la suerte y al milagro. Desde
luego, existe una diferencia importante entre la suerte y el milagro:
decimos que alguien tuvo buena (o mala) suerte cuando pudo (o no
pudo) lograr un estado de cosas posible y poco (o muy) probable;
cuando decimos que se produjo un milagro, afirmamos que el hecho
en cuestión constituye una violación de las leyes naturales y en ese
sentido no era humanamente posible sino que solo es explicable a
través de la intervención de un poder sobrenatural. Pero, en ambos
casos,la formulación de un enunciado de suerte o de milagro contiene una referencia al nivel de conocimientos y creencias de la sociedad
o la persona que lo formula. Por ello, una buena forma de averiguar
el nivel de conocimientos científicos de una sociedad es tomar en
cuenta el número y tipo de actos de magia O de .milagros» aceptados
en ella. Las dudas de Hume sobre la verosimilitud del Pentateuco se
basan justamente en la pobreza epistémica de ese libro:
44. CE. 1. Kant, Gntndlegung Ulr Metaplrysik der Sitien. Fc.lix Meiner. Hamburg.
1957, pp. 10 ss.; edición castellana de F. Larroyo, Fundomentac.i6n de la metal/siGa de
las costumbres, Poma, Mtxico, 1983, pp. 21 55.
45. CE. G. Shert Desert. Princeton University Press, Princeton. New Jersey, 1987,
p.40.
202
LOS
ENUNCI .... DOS
DE
RESPONSABILID .... D
Aquí. pues, tenemos primero que considerar un libro que nos es
presentado por un pueblo bárbaro e ignorante, escrito en una época
en la que era más bárbaro [...l. Leyendo este libro lo encontramos
lleno de prodigios y milagros. Nos ofrece una versión de un estado
del mundo y de la naturaleza humana totalmente discintos a los de la
actualidad"'.
También Antonio de Saavedra daba implícitamente cuenta del
nivel de conocimientos de una sociedad cuando, en 1591, comentaba el caso de la bruja mexicana Tlantepuzylama quien, para pronosticar el futuro, recurría al siguiente método:
l...] preparaba un ungüento que entre otras cosas contenía: uñas de
zurdo. caspa de una mujer tísica y lágrimas de una mujer con uegraj
una vez que se aplicaba el ungüento [...] ordenaba al Diablo que le
revelara el futuro"7.
En el mundo cristiano existe un universo multitudinario de santos milagreros capaces de modificar el curso «natural. de los acontecimientos y crear expectativas irracionales. Así, de Gregario Taumaturgo (213-270), obispo de PontO, se cuenta:
Con la señal de la Cruz curaba todo tipo de quebrantos. alejaba las
tormentas y detenía los terremotos y los ejércitos enemigos [...] de la
veracidad (de los milagros) dan testimonio san Basilio y san Gregorio de Nisa"".
En sociedades donde el mito y/o la religión juegan un papel decisivo para la interpretación de los acontecimientos, el destino o la
suerte condicionan, pues, el alcance de los ER. Allí donde impera la
creencia en el poder adivinatorio de los ungüentos de Tlantepuzylama o se confía en la intervención de Gregorio Taumaturgo para falsar el anuncio metereológico de un tifón en el Caribe, podría formularse un ER condenatorio contra el capitán que no haya consultado
alguna sucesora de Tlantepuzylama o invocado a Gregorio con suficiente convicción y haya perdido su barco a causa de un huracán.
46. Gf. D. Hume, EnquiM Concuning 1m Human Undnstanding and Conc:.er·
ning the Principies al Morals, Clarendon Pras, Oxford, 1961, p. 130.
47. Cf. D. Ar3moni Calderón, 1..Ds refugios de lo sagrado. Religiosidad, c:.on{1ic:.to
y resistencia entre los ~oques de Cbiapas, Consejo Nacional para la Cultura y 135 Artes,
México, 1992, p. 335.
48. Cf. A. Chr. Sdlncr.lmmerw4brender Heiligenlt.alender, Eichborn, Franlc.fun
a. M., 1993, p. 386.
203
ERNESTO GARZÓN VALOtS
Pero, ¿qué pasa si el capitán afirma que tenía la intención de salvar su
barco y que, por ello, consultó a la bruja e invocó al santo? La única
explicación que cabe entonces es que tuvo mala suerte ya que había
tomado todos los recaudos del caso y, citando a Kant, podría también decirse que no cabe formular un ER contra el capitán ya que su
intención había sido buena y había recurrido a todos los medios que
estaban en su poder.
La historia de la evolución de los ERs tipo condenatorios formu-
lados a lo largo del tiempo es un buen testimonio del esfuerzo por ir
sustituyendo las apelaciones al destino por explicaciones racionales
de la conducta humana. Existe aquí una relación inversa entre conocimiento y suerte: cuanto mayor es el conocimiento de las relaciones
causales menor es el papel que juega la suerte o el destino en la explicación de los hechos humanos. El conocimiento, en este sentido,
puede aumentar el campo de la actuación responsable ya que reduce
en muchos casos el ámbito de lo imposible o de lo incontrolable. Por
ello, tal vez renga algo de razón Hegel cuando afirma:
La reflexión filosófica no tiene otro propósito que eliminar lo casual. La casualidad es lo mismo que la necesidad externa, es decir,
una necesidad que se remonta a causas que son solo circunstancias
externas49 •
Lo hasta aquí dicho se refiere a la posibilidad de controlar el
curso causal de los acontecimientos y está vinculado con el problema
de lo que Daniel Statman ha llamado suerte causal'·. La suerte causal
estaría referida a lo que también podría llamarse, siguiendo una propuesta de Oda Marquard", lo .casual discrecional., es decir, aquello
que podría ser de otra manera y que está en nuestras manos producir
o evitar. Pero, el ámbito de lo casual discrecional no se agota en la
dimensión epistémica a la que me he referido sino que tiene también
una dimensión ético-social que deseo considerar brevemente.
En el diseño de una sociedad justa, no pocos esfuerzos deben ser
destinados a la eliminación de aquellas condiciones de vida que colocan a las personas frente a problemas o situaciones que escapan a su
control. Se trata de aquello que Thomas Nagel llama la .suerte con
49. ef. G. W. F. Hegel, Di~ Vnnunft in der Cuchichie, ed. a eargo de J. Hoffmeister, Fdix Meiner, Hamburg, 1955, p. 29.
50. Cf. D. Starman (ed.), Moral Lutk, State Universiry ol New York Press, Al·
banYI NY, 1993, p. 11.
51. Cl. O. Marquard, .Apologie des Zufalligen., en Id., Apologi~ des 'htfilligen,
Reclam, Srungart. 1986, p. 128.
204
LOS
ENUNCIADOS
DE
RESPONSABILIDAD
respecto a las propias circunstancias»51. Sociedades en las que nacer
negro/indio o blanco/mestizo, pobre o rico, varón O mujer, es una
señal de -mala o buena suerte- no pueden ser calificadas de justas. En
tales casos, no pocos ERs condenatorios tipo formulados indiscriminadamente pueden arrastrar consigo una buena dosis de injusticia.
Quizás convenga recordar aquí los efectos distorsionantes que la
aplicación del principio de la igualdad ante la ley puede tener en
sociedades signadas por fuertes diferencias sociales. Hace unos años,
Hans-Jürgen Brandt analizó empíricamente este tipo de situaciones
tecutriendo al ejemplo del Perú y llegó a la siguiente conclusión:
Si bien en abstracto esta disposición [la igualdad ante la ley]
garantizaría un traro no discriminatorio y, por lo tanto, un beneficio, en la práctica, al establecerse una igualdad de derechos y obligaciones a grupos social, económica y culturalmente disímiles, lo que
se logra es acenruar las desigualdadesSJ •
ERs condenatorios basados en la violación de alguna de estas
obligacioraes por parte de quien tuvo la «mala suerte circunstancial»
de nacer indio (yen el Perú set indio sigue siendo una de las formas
de la mala suerte circunstancial) son claramente injustos. Por ello, las
medidas antidiscriminatorias y de especial apoyo a los no privilegiados por razones que escapan a su control son elementos esenciales de
toda legislación que pretenda ser justa. En este sentido, la aplicación
generalizada de ERs condenatorios o laudatorios tipo presupone,
desde el punto de vista moral, la existencia de una sociedad que sitúa
a todos sus miembros en una posición de igualdad con respecto a la
respectiva «suerte circunstancial». Ello depende, por cierto, de la cul-
tura moral de una sociedad y de las posibilidades que ella otorgue a
los peor situados.
El propio Kant, tan celoso defensor de la teoría retibucionista de
la pena, contemplaba como excepciones el caso del infanticidio por
parte de una madre soltera y del duelo entre «comilitones» por considerar que era justamente el concepto del honor de una sociedad -bár52. el. Th. Nage!, .Moral Luck-, en D. Statman, op. dt., p. 60.
53. H.-J. Brandt, Justicia popular - Nativos 'Y Campesinos, Fundación Friedrich
Naumann, Lim.a, 1986, p. 169. Ya John Sman Mili había señalado claramente que la
proclamación de la igualdad juridico-formaJ podía ir acompañda del deseo de conservar la desiguald3d material: .La justicia de ofrecer igual protección a los derechos de
todos es sostenida por quienes defienden la más escandalosa desigualdad de los derechos mismos- (J. S. Mili, On Lbnty and Uti/ilarianism, Savid Campbcll, London,
1992, p. 154).
205
ERNESTO GA~Z6N VAlDES
bara y rudimentaria,. lo que motivaba estos crímenes, «de forma tal
que la justicia pública del Estado se convierte en una injusticia dada la
[concepción de justicia] del pueblo.".
Y, por su parre, John Sruart Mili, quien con su concepción del
principio de daño ofreció buenos argumentos para ERs condenatorios, subrayaba la importancia del papel del Estado para evitar que la
procreación en condiciones de miseria se convirtiera en un crimen.
Porque, si se acepta que, como decía Mili, «[e]l hecho mismo de causar la existencia de un nuevo ser humano es una de las acciones más
responsables en el ámbito de las acciones humanas., puede también
aceptarse que «asumir esta responsabilidad -otorgar una vida que
puede ser una maldición o una bendición- a menos que el ser a
quien se la otorga tenga las oportunidades normales de una existencia deseable, es un crimen en contra de ese ser.s.s. Son estas «oportunidades normales. las que deben ser posibilitadas por una legislación
justa.
Si en el nivel epistémico el mayor conocimiento de las relaciones
causales contribuía a reducir el alcance de la suerte, también desde el
punto de vista moral, una mayor vigencia de disposiciones justas procura eliminar la influencia de la buena o mala suerte circunstancial.
En ambos casos, el ER adquiere un fundamento racional más firme.
Como el ámbito de los acontecimientos controlables se vuelve ma-
yor, se reduce el alcance de la premisa (2) de la versión radical de la
influencia de la suerte presentada en el esquema propuesto por Zimmerman y habría que negar la conclusión (3).
En última instancia, queda abierta la cuestión de saber hasta qué
punto puede ampliarse el campo de la libertad. Aquí nos encontramos
con un límite humanamente infranqueable: el de aquellas cosas que
no pueden ser cambiadas ni por mayor conocimiento ni por legislaciones justas. Es el límite de lo que Marquard llama la «casualidad del
destino.". El hecho de haber nacido o de tener que envejecer y morir
son elemenros del destino humano inmodificables que escapan a todo
control y excluyen radicalmente la posibilidad de formular ERs. Como
decía Ramón Górnez de la Serna en una de sus greguerías, «me nacieron•. La casualidad del destino es lo que nos pasa y no lo que hacemos.
54. CE. l. Kant, MelapJrysik d~ Silten. ed. a cargo de K. Vorlandcr, Fdix Moner,
Hamburg, 1954, p. 165. Versión C2Stellana de A. Cortina y J. ConiJI Sancho, La meta·
(ís;CQ de IllS coslumbres, Tecnos, Madrid, 1989, p. 173. La formulación presentada en
el texto difiere de la mencionada traducción.
55. el. J. S. Mili, On Ub<rly. 8obbs-Merrill. New York, 1956, p. 132.
56. cr. O. Marquard, op. di.
206
LOS
ENUNCIADOS
DE
RESPONSABILIDAD
El programa hegeliano de eliminar lo casual se vuelve una tarea de
realización imposible en el caso de la casualidad del destino.
¿Quiere decir esto que si se rechaza la versión radical de la influencia de la suerte hay que abrazar sin más la concepción kantiana
del valor incondicionado y exclusivo de la buena voluntad?
Por lo pronto, con respecto a los casos de tesponsabilidad vicaria, es obvio que el aducir buena voluntad no basta para rechazar un
ER. Todo sistema jurídico incluye casos en los que se confiere
importancia central al estado de cosas creado por un acto humano y
en el que la voluntad o la intención del agente o bien no juega papel
alguno o solo es tomada en cuenta para graduar la responsabilidad.
Algo similar ocurre con acciones individuales enmarcadas dentro
de un complejo tal de circunstancias que su control rotal se vuelve
imposible. Tal suele ser el caso de decisiones con efectos a largo plazo. Puede pensarse en el conocido ejemplo de Gauguin y su decisión
de abandonar a su familia para poder realizarse como pintor, presen-
tado por Bernard Williams". El juicio acerca de si este fue un acto
«irresponsable» puede estar condicionado por el éxito o el fracaso de
la empresa. Lo mismo pasa con los ERs condenatorios O laudatorios
que los historiadores pronuncian sobre decisiones de hombres de
Estado. Casi todas ellas están vinculadas no solo con las cosas que les
pueden suceder a las personas que toman una decisión sino también
con las que les suceden a los demás agentes intervinientes. Como
observa Nagel, si a Hitler le hubiera dado un ataque de corazón después de la reunión de Múnich, posiblemente Chamberlain hubiera
pasado a la historia como un visionario. Una tendencia similar es la
que Jorge lbargüengoitia comprueba en algunas versiones escolares
de la historia mexicana: .Se quedó esperando al general M. que había ptometido reforzarlo con cuatto mil de a caballo... " .Se dirigió
a la Guarnición de la Plaza con objeto de pedirle al comandante protección de su vida, pero no pudo hallarlo..... La conclusión es que la
hisroria de México sería una historia triste, una historia con maJa
suerte, en la que los acontecimientos son solo evenros que le suceden
a los protagonistass8 •
Querer algo cuya realización depende de los actos y las reacciones
y de las cosas que les suceden a los demás equi vale a tomar decisiones
cuyo margen de incertidumbre es tan amplio que el control de las
consecuencias se vuelve imposible y la decisión, en muchos casos,
57. CE. B. WiIJiams, .Moral Lud,., en D. Starman (ed.), op. cit., pp. 35-55.
58. Cf. J. Ibargüengoiria. Ollas lecciones de la historia parriaJO, en Id., Instrucc;;o·
nes para vivir en México. Joaquín Mortiz, México, 1991, pp. 19·21.
207
ERNESTO GARZÓN
VALDES
insensata. Como es sabido, este es uno de los argumentos que el propio Kant formulaba a propósito del peligro de las revoluciones cruentas; con buenas razones, David Hume advertía frente a la «vehemen-
cia imprudente- que habría provocado más de la mitad de las guerras
con Francia". Esta _vebemencia imprudente-, impulsada por la obstinación y la pasión, suele también estar presente en decisiones huma·
nas cuyo fracaso solemos atribuir a la mala suerte. Cuanto más modestos somos en nuestras aspiraciones, tanto más inmunes nos volvemos
a la suerte. Quien con respecto a sus planes de vida asuma la posición
de Sancho Panza: «en cuerOS naá, en cueros estoy, ni gano ni pierdo»
difícilmente podrá atribuir a la suerte el resultado de su vida, ya que
una posición tal excluye ab initio todo posible fracaso o éxito. Pero
como el sanchopancismo suele no ser una filosofía ampliamente com-
partida sino que las personas tienden a modificar la situación en que
viven tomando decisiones en condiciones de incertidumbre, la inten-
ción con la que se realizan los actos es un buen punto de partida para
la formulación de un ER tipo, sin que eUo implique descartar totalmente el factor suerte.
Con respecto a este último, como hemos visto, conviene no olvi-
dar dos tipos de consideraciones: epistémicas y morales. En el nivel
epistémico, el recurso a la suerte puede estar motivado por la igno-
rancia; en el nivel moral, la aplicación generalizada de ERs exige, por
lo pronto, el establecimiento de condiciones de igualdad real que
excluyan todo tipo de discriminación. Como posiblemente ni el conocimiento total de todas las relaciones causales ni la igualdad absoluta de las circunstancias en las que las personas actúan son ideales
alcanzables, la suerte seguirá jugando un papel no despreciable en la
interpretación y evaluación de las decisiones humanas.
19. Veamos ahora la segunda objeción contra la presunción de la
posibilidad de la acción humana voluntaria. El problema del determinismo ha sido objeto de permanente reflexión filosófica. Es bien
conocida la polémica entre compatibilistas e incompatibilistas. Baste
aquí recordar los trabajos de Hac.ry Frankfurt sobre el .principio de
posibilidades alternativas_ (Principie of Alternate Possibilities) y los
argumentos de Peter van lnwagen vinculados con el .principio de
acción posible- (Principie ofPossibleAction)"'. No he de entrar aho59. ef. D. Hume, OlOr me balance of power_, en Polilkal Essays. ed. por K.
Haakonsscn. CUPo Cambridge, 1994, p. 159.
60. Cf. H. Frankfun. OlWhat We Are Morally Responsable For_, en J. Manin
Fischer y M. Ravizza (eds.l, Perspeclivt$ on Moral Responsibilily. Cornen Universiry
208
LOS
ENUNCIADOS
DE
R.ESPONSA8ILIDAD
ra en esta discusión. Quiero, en cambio, detenerme brevemente en
una propuesta de Petee 5trawson que me sigue pareciendo sugestiva,
no obstante las críticas de que ha sido objeto".
La idea central de 5trawson 62 está vinculada con la distinción
entre lo que llama actitudes participativas y actitudes objetivas.
Las primeras son _reacciones humanas esencialmente naturales
frente a la buena o mala voluntad o indiferencia de los demás con
respecto a nosotros, manifestada en sus actitudes o acciones,.63. En
nuestras relaciones con los demás no podernos dejar de sentirnos
complacidos cuando alguien es cordial y amable con nosotros o de
sentir agradecimienro cuando se nos ha hecho un favor o de reprochar los comportamientos que nos parecen criticables de acuerdo
con nuestras pautas de conducta:
Esta [actitud participati va] es parte de la estructura de la vida humana; no es algo que pueda ser sometido a revisión de vez en cuando cuando se revisan casos particulares dentro de esta estructura
general&-4.
No deja de ser interesante recordar que este énfasis en el carácter
natural e insuperable de las actitudes participativas es también com-
partido por pensadores que provienen de una tradición filosófica diferente, como AH Ross:
Imaginemos por un momento, si ello es posible, un ser semejante a
un ser humano dotado de inteligencia, pero sin sentimientos ni pasiones de ningún tipo, sin ninguna forma de impulso, afán, amor,
odio, etc. Tal ser miraría con absoluta apatía su circunstancia y sería
alimentado en forma artificial. En razón de su inteligencia podría
aprehender y comprender la realidad. Pero aun cuando imaginemos
a este ser dotado del más amplio conocimiento de hechos, de la más
profunda captación de las leyes y correlaciones de la existencia, ninguna cantidad de conocimiento sería capaz de ponerlo en actividad.
Todo conocimiento carece de interés práctico para una persona que
no está interesada en nada. [...] Este experimento sirve para ilustrar
Press,lthaca·London, 1993, pp. 286-295, donde discute el trabajo de P. van Inwagen,
«Abiliry and Rcsponsibiliry-: Philosophical Reuiew LXXXVII/2 (1978), pp. 201-224.
61. CL, por ejemplo, P. Russell, «5trawsonls Way of Naruralizing Responsibi.
Jiry_: Ethies 102/2 {1992}, pp. 287-302 YR. jay WaJlace, Responsibility and the Moral
Sentiments, Harvard Universiry Press, Cambridge, Mass., 1994, con abundante información bibliográfica en p. 10, nora 15.
62. CL r. 5trawson, «Freedom and Resentment-, en Freedom and Resentment
and other Essays, Melhuen & Co., London, 1974, p. 9.
63. ¡bid., p. 10.
64. ¡bid., p. 13.
209
ERNESTO GARZÓN YALO,"S
la absoluta diferencia que existe entre los aetas de aprehensión de la
conciencia [...] y aquellos que constituyen una actitud. Los últimos
están caracterizados por su polaridad que se evidencia en paJabras
tales como atracción-repulsión. amor-odio, aprobación-desaprobación, deseo-aversión 65 •
Para el tema que aquí nos interesa, podría decirse que los ERs
condenatorios o laudatotios pueden ser entendidos como expresión
de actitudes participativas.
Muy diferente, en cambio, es el caso de las actitudes objetivas:
Adoptar la actitud objetiva con respecto a otro ser humano es verlo,
quizás, como un objeto de política social; como destinatario de aquello que, en un sentido amplio, puede ser llamado tratamiento [...]. Si
vuestra actitud con respecto a alguien es toralmente objetiva, enton·
ces podréis combatirlo pero no reñirlo, y, a pesar de que podéis
hablar o hasta negociar con él, no podréis razonar con él. Cuanto
más podréis pretender reñirlo o razonar con él".
Las aaitudes objetivas son intermitentes y particulares; tienen un
carácter excepcional, justificable solo en virtud de la peculiaridad de
una situación concreta. Quien adopta una actitud objetiva renuncia a
la posibilidad de formular ERs.
Quien pretendiese actuar en todo momentO de acuerdo con la
tesis del determinismo tendría que poder dejar de lado sus actitudes
participativas y guiarse en sus relaciones con los demás por pautas de
distanciamiento objetivo. Pero, según Strawson, esta actitud es inconcebible, aun cuando hubiera una verdad teórica que la apoyase.
Ello es así por una doble razón:
La primera es que, tal como somos, no podemos seriamente pensarnos a nosotros mismos adoptando todo el tiempo actitudes objetivas
con respecto a los demás como resultado de la convicción teórica de
la verdad del determinismo; y la segunda es que cuando de hecho
adoptamos tal acritud en un caso panicular, no lo hacemos como
consecuencia de una convicción teórica que podría ser expresada
como .el determinismo es verdadero_, sino como una consecuencia
de haber abandonado, por diferentes razones en casos diferentes, las
actitudes interpersonales normales".
Dicho con otras palabras: dado que no podemos prescindir de
nuestrO talante natural, que nos lleva ineludiblemente a adoptar acti65.
66.
er. A. Ross, On Lzwand]ustia. cit., pp. 298 s. Versión castellana, pp. 290 ss.
er. P. Suawson. op. cit., p. 9.
67. ¡bid., pp. 12 ss.
210
LOS
ENUNCIADOS
DE
RESPONSABILIDAD
tudes participati vas, si se quiere hablar de determinismo este se
manifestaría justamente en nuestra imposibilidad práctica de dejar de
formular ERs. Los ERs serían, en este sentido, por un lado, inmunes
al determinismo (para que no lo fueran deberíamos poder siempre
asumir actitudes objetivas) y, por otro, podrían ser considerados
como una especie de reacción inescapable, es decir, impuesta dcterministamentc. Desde este último punto de vista, los ERs no serían
inmunes al determinjsmo sino que serían justamente su expresión
más cabal.
20. Llegados a este punto, tal vez no sea muy aventurado afirmar
que los ERs requieren una doble presunción: la de la causalidad y la
del indeterminismo. Estas presunciones tenemos que aceptarlas dadas nuestras estructuras mentales, por una parte, y el papel que juegan en nueStras conductas los sentimientos morales, por otra. Posiblemente esta sea una actitud pragmática. Pero es una actitud pragmática
fundamental para podernos conducir en sociedad siguiendo reglas
cuya violación va acompañada de sanción. El pesimista rotal frente a
la inducción, si es coherente, no podría realizar movimiento alguno:
no hay nada que pueda garantizarle que detrás del dintel de la puerta
de su casa no se encuentra el abismo. El pesimista determinista ten-
drá que negar la posibilidad de justificar reglas de conducta respaldadas por sanciones. En esto se parece al anarquista, solo que este últi-
mo lo hace por privilegiar radicalmente la autonomía y la libertad
personales; el determinista, en cambio, por negar radicalmente la
posibilidad de la libertad.
Si, como decía Hobbes, deliberamos porque no tenemos -conocimientos exactos y suficientes», tal vez podamos también decir que
formulamos ERs justamente porque no tenemos conocimientos exac-
tos y suficientes acerca de la verdad o falsedad del determinismo o
del indeterminismo. Actuamos sobre un trasfondo de ignorancia e
impulsados, a la vez, por un afán de reducirla. En la medida en que
tenemos éxito en esta empresa podemos también reducir el ámbito
de validez de los ERs y volver más «objetivas. nuestras acritudes.
Ello puede tener las ventajas (y también las desventajas) a las que me
he referido más arriba. Pero, la eliminación total de la ignorancia
nos convertiría en seres omnisapientes. En ese caso, si se acepta el
conocido aforismo de Wittgenstein: «[I]a libertad de la voluntad
consiste en que no podemos conocer ahora las acciones futuraslf6ll,
68. L Wingensr(.in. TTactalMS /ogic.o·phi/osophi€.lIs 5.1362.
211
HNESTO GAkZON VAlO~S
podría concluirse que el precio de la omnisapiencia sería la pérdida
de la condición humana en su versión más digna: la de la Iiberrad.
Hasra qué punto sería entonces razonable perseguir el ideal de la
omnisapiencia es algo más que dudoso.
Pero, quizás no sea necesario aceptar sin más que la omnisapien-
cia implique la pérdida de la libertad. Eugenio Bulygin, en un magnífico ensayo sobre omnisapiencia y libertad, ha señalado que ello solo
valdría para el caso en que el dererminismo fuera verdadero, es decir,
que no hubiese fururos contingentes. Si se admite la existencia de
futuros contingentes y la remporalidad de las acciones humanas, la
omnisapiencia es compatible con la libertad. El ejemplo paradigmático es el caso de la omnisapiencia de Dios:
Si la omnisciencia de Dios consiste en que Dios conoce todas las
proposiciones verdaderas, no se ve de qul! manera puede inferirse
que Dios no es omniscience del hecho de que no conoce las proposiciones que no son verdaderas. [Dado que] las proposiciones acerca
de futuros contingentes no son ni verdaderas ni falsas, de donde se
sigue que no son verdaderas. resulta evidente que no pueden ser
conocidas por Dios".
y aun cuando se supusiese que el dererminismo es verdadero tal
vez no valga mucho la pena afligirnos por la posible pérdida de la
libertad que implicaría un conocimiento perfecto de todas las relaciones causales. Hasta alguien tan convencido de las posibilidades del
progreso de la ciencia corno Condorcet afirmaba:
Nadie ha pensado jamás que el esprriru pueda agotar todos los hechos de la naturaleza y los últimos medios de precisión en la medida,
en el análisis de estos hechos, y las relaciones de los objetos entre sr,
y todas las combinaciones posibles de las ideas. Ya las relaciones
entre las magnirudes, las combinaciones de esta sola idea, la cantidad o la extensión, consriruyen un sistema demasiado inmenso como
para que jamás el esprriru humano pueda abarcarlo en su totalidad y
una parte de este sistema, siempre más vasta que aquc.lla en la que ya
ha penetrado, le quedará siempre dc.sconocida70 •
69. Cf. E. Bulygín, -Omnipotencia, omnooencia y libertad •• en C. E. AJchourr6n y E. Bulygin, An4lisis lógico y tkrec.ho. Cenero de Enodios Constirucionalcs,
Madrid, 1991, p. 556.
70. Cf. Condorcer. Esqu~ d'Jln ltJbleau hislorique ths progris de I'espril hll'
main (1794), c.d. a cargo de W. Alff, Europ3ischc VerlagsansCLIr. FrankJun a. M.,
1963, p. 366.
212
LOS ENUNCI ... DOS
DE
RESPONS .... BIlID ... D
Desde otra perspectiva. con argumentos más fuertes por provenir de la lógica, Georg Henrik van Wright ha sostenido:
Cada vez que se socava una certeza episrémica, se reduce el margen
de lo que consideramos que es ónticameme contingente. Pero el
propio proceso de socavar requiere que ha quedado algún margen.
y esto significa que el determinismo puede llegar a valer solo para
fragmentos del mundo. Forma parte de la lógica de las cosas que la
validez de la tesis determinista para la totalidad del mundo tiene que
seguir siendo una cuestión abierta ~I.
Tanto en la versión de Condorcet como en la de van Wright
queda un margen de incertidumbre o de contigencia humanamente
insuperable. En este sentido, la libertad humana sería, en última instancia, inmune al aumento del conocimiento.
Teniendo todo esto presente, podemos dejar a Dios afianzado en
su omnisciencia inmune al desconocimiento de los hechos futuros
contingentes y aceptar que para poder entendernos como seres capaces de realizar acciones en el tiempo e introducir causal mente cambios en el mundo, es decir, mientras seamos como somos y en la
medida en que, siguiendo a Feijoo, no aceptemos que «rige el cielo
con dominio despótico nuestras acciones» y no queramos admitir
-aquella admirable evasión de putañero. y -echar la culpa de nuestro
carácter cabrón a una estrella., a la que se refería Shakespeare, no
dejaremos de formular ERs.
71. Cf. G. H. von Wright. Causality and Detenninism, Columbia Univc:rsiry
Press,
c:w York-London, 1974, pp. 135 ss.
213
NOTA BIOGRÁFICA DE LOS AUTORES
Antonio Agui/era. Profesor de filosofía en la Universidad de Barcelona. En~
(re sus publicaciones destacan: Hombre y cultura ([corra, 1995), -Salvación
de la apariencia., «Lógica de la descomposición., -Implicaciones filosóficas
de los comienzos de la fotograiralt, tlEI matrimonio entre naturaleza y espíritu., .Caracterización de Th. Adorno., tcMesianismo utópico yantiuropía
en W. Benjaminlt. Ha sido investigador en las Universidades de Barcelona y
Frankfurt.
Fina Birulés. Profesora de filosofía en la Universidad de Barcelona. Ha
pu~
blicado, entre otros artículos, «Micrologías: ¿auge del individuo o muerte
del sujeto? I .Ahitare el presente. Poetica e polirica, Hannah Arendtlt, .La
especificidad de lo polrtico: Hannah Arendrlf. Editora de Pi/osofra y género.
Identidades femeninas y de El género de la memoria. Coeditora de En torno
a Hannah Arendt. Ha traducido a Wittgenstein y Hannah Arendt.
Manuel Cruz.. Catedrático de filosofía contemporánea en la Universidad de
Barcelona. De entre sus textos, los más directamente relacionados con la
problemática del presente volumen son: ¿A quién pertenece /0 ocurrido?
(1995) y Hacerse caigo. Sobre responsabilidad e identidad personal (1999).
Ernesto Garzón Valdés.
ació en Córdoba (Argentina) en 1927. En 1976
fue expulsado de sus cátedras en las Universidades de Buenos Aires y Córdoba por la dictadura militar de Videla. Exiliado en Alemania, ha sido pro·
fesor de ciencia política en la Universidad de Maguncia y es profesor eméri·
tO de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). Su último libro:
Instituciones suicidas (en prensa).
215
El REPARTO
DE LA ACCION
Ramón G. Cuartango. Profesor de filosofía en la Universidad de Barcelona.
Es autor, entre orr3S publicaciones, de Singularidad subjetiva y universalidad social (1997), Una nada que puede ser todo (1999). De la investigación
que ha desarrollado en el ámbito de la reflexión sobre el sujeto destaca SU
colaboración en el volumen colectivo TIempo de subjetividad (1996).
Santiago López Pelit. Profesor tirular de historia de la filosofía de la Universidad de Barcelona. Sus últimos libros publicados son Entre el ser y el
podar. Una apuesta por el querer vivir (1994) y Horror VQt;ui. Ú1 travesla de
la Noche del Siglo (1996). También diversos aniculos como .EI sujeto imposible. en M. Cruz (comp.), Tiempo de subjetividad (1996). Ha colaborado en las revistas Ruedo lbériGo, ArGhipiélago, Viejo Topo, Fu/ur AntérieuT,
Karoshi...
Concha Roldón. Investigadora en el Instituto de Filosoffa del CSIC, es autOra del ensayo titulado Entre Casand,a y Clio: una historia de la Filosofla de
la Historia (1997) y también ha editado volúmenes colectivos tales como
Leibniz: analagla y expresión (1995), Ú1 paz y el ideal cosmopolita de la
llustración (1996) o Leibniz: Perspektiven und Aktua/itat (1998). Además
de rraducir a Kant y a Popper, ha public3do ::asimismo una antología de
Leibniz titulada Escritos en torno a la libertad, el azar y el destino (1990).
Vicepresidenta de la Sociedad Española Leibniz e investigadora principal
del proyecto Leibniz y la idea de Europa (PB97-1156), disfruta actualmente
de una beca Humboldt en Berlín.
Roberto R. Aramayo. Investigador en el Instituto de Filosoffa del CSIC y
vicedirector de la revista lsegarla, es aucor de los ensayos CrltiGQ de la razón
uctónica (1992) y Ú1 quimera del rey filósofo (1997). Ha oficiado como
coeditor literario-junto aJ::avier Muguerza, F::austino Oncin::a, Concha Roldán, Antonio Valdccantos o José Luis Villacañas- en diferentes volúmenes
colectivos, como, por ejemplo, Kant después de Kant (1989), ÉtiGQ día tras
dla (frotta, 1991), En la cumbre del criticismo (1992), El individuo y la
historia (1995), Ú1 paz Y el ideal cosmopolita de la /lustración (1996), Ú1
herencia de Maquiavelo (1999) o Ética y antropolagla: un dilema kantiano
(1999). También ha publicado en castellano diversos textos de Leibniz, Federico el Grande, Voltaire, Kant y Schopenhauer.
Antonio Valdeamtos. Se viene ocupando en los úlcimos años de cuestiones
de teoría ftica, epi temologra y filosofía de la acción. Ha sido becario de
investigación en el Instituto de FilosofIa del CSIC yen la
ew School for
Social Research de Nueva York y profesor ayud3nte de la Universidad Au-
tónoma de Madrid. Desde 1996 enseña en la Facultad de Humanidades de
la UnivelSidad Carlos 1lJ. Es autor de Contra el relativismo (1999) y de
numerosos trabajos filosóficos breves, y compilador, con Robeno R. Aramayo y Javier Muguerza, de El individuo y la historia (1995).
216
NorA BIOGRÁFICA DE lOS
AUTORES
José Luis Vi/lat:.añas Berlanga. Es doctor en filosofía por la Universidad de
Valencia, donde fue profesor adjunto hasta 1996. Desde esa fecha es cate·
dcltico de historia de la filosofía de la Universidad de Murcia. Ha ampliado
estudios en las Universidades de Mainz y Pisa. Su especialidad es la filosofía
de Kant, el idealismo alemán y la filosofía alemana del siglo xx. De todo
ello ha publicado abundante material. Entre sus libros más recientes están:
Tragedia y teodicea de la historia (1995); knt y la é¡xxa de las revoluciones
(1996); Historia de la filosofía contemporánea (1997), Narcisismo y objetividad (1998) YLA nación y la gUerTa, O sobre dos mOlieras de conabir Europa
(1999). En la actualidad dirige la revista Res Publica, que además es el tírulo
de una serie de estudios de fiJosoffa política.
217
íNDICE
7
9
Contenido
Nora previa: Manuel Cruz y Roberto R. Aramayo
INTRODUCCiÓN: Manuel Cruz
11
1. MÁS ACÁ DEL DEBER
LOS CONFINES
tncos
1.
2.
3.
4.
5.
DE LA RESPONSABILIDAD: Roberto
o.......
27
Querer no es poder
¿Acaso vale más la intención que las consecuencias de
nuestras acciones?
Las coartadas de la responsabilidad
Comprender no equivale a exculpar: el carácter anfibológico
de la expresión hacerse cargo
El olvido de las víctimas y la ceguera moral............................
27
R. Aratnayo
oo
oo
RAZONES y PROPÓSITOS: EL EFECTO BOOMERANG DE LAS
ACCIONES INDIVIDUALES: Concha Roldón
1.
2.
3.
«El infierno está empedrado de buenas imenciones.:
necesidad pero insuficiencia de la intención
"Pío, pío, que yo no he sido.: las condiciones sine qua non
de la responsabilidad moral...................................................
«Hay que tomar cartas en el asunto.; hacerse cargo de lo
contingente
TEODICEA, NI OTINA Y VIRTUD: Antonio Valduantos
219
31
34
39
42
47
48
54
57
61
EL
REPARTO
DE
LA
ACClaN
DILEMAS DE LA RESPONSABIUDAD. UNA APROXIMACiÓN
WE8ERJANA, ¡osi Luis VilÚU4ñas Ber/anga
1. Inttoducción
2. El httoe cientffico
3. La dimensión institucional de la responsabilidad
4. Anti-romanticismo
5. Crltic. y responsabilid.d
6. Los sentidos de la actividad critica
7. Un h~roe político potencialmente cesarista............................
89
89
92
95
96
100
103
108
11. OTRAS FORMAS DE RESPONDER
RESPONSABILIDAD NEGATIVA: Antonio Agui/era
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
Responder y cuid.r
Irresponsabilid.d
Responsabilid.d y deber
Responsabilid.d y libert.d
Re ponsabilid.d individu.I....................................................
Responsabilid.d objetiva
Responsabilid.d negativa
115
116
118
122
125
129
132
135
RESPONSABILIDAD poLtnCA. REFLEXIONES EN TORNO A LA
ACCiÓN Y LA MEMORIA: Fina Birulés
141
REALIZACIONES INDIVIDUALES DEL ORDEN: Romd,. G. Cuartango
153
1.
2.
3.
153
]58
165
La relación con las cosas........................................................
La relación del sujeto consigo mismo
H.cerse c.rgo de las cosas
HACERSE CARGO U OKUPAR: Santiago
López Petit
La okupaáón como re.propi.ción de l. riqueza
La okupaci6n como resistencia al poder
La okupac.i6n como creación vital de un mundo
173
177
178
179
A MODO DE EPILOGO. LOS ENUNCIADOS DE RESPONSABILIDAD:
Ernesto Ga,.ón Valdés
181
Nota biogrd{= de los autores
índice...........................................................................................
220
215
219