Escuela y diversidad lingüística*
Luisa Martín Rojo
Desigualdad social y diferencia cultural
1.1. Cuando la diversidad es la norma
Desde sus orígenes, los estudios sociolingüísticos se han preocupado por
cómo, a lo largo del proceso educativo, se controlan y distribuyen
socialmente los recursos lingüísticos, señalando que la manera en que esta
tarea se realice incidirá en la posición social y la trayectoria vital de los
estudiantes. La escolarización entraña, ciertamente, la instrucción en las
lenguas y en las formas estándar, que están socialmente legitimadas. El
acceso a estos recursos lingüísticos es requisito imprescindible para
garantizar el acceso a otros recursos: económicos, sociales, laborales y
simbólicos, es decir, para garantizar la movilidad social de los alumnos.
Por ello, no es indiferente la forma en que la instrucción lingüística se lleve a
cabo. A menudo, la enseñanza de las variedades con prestigio, sean
variedades regionales (la hablada en Castilla y León puede servir de ejemplo)
o sociales consideradas «cultas» (propias de las clases medias y altas), se
realiza excluyendo otras formas de habla (las variedades extremeña o
canaria, por ejemplo, o las variedades «vulgares» de clase baja). Como
vemos, la elección entraña al mismo tiempo la reproducción de las
valoraciones sociales de las diferencias lingüísticas, pues las formas
«apreciadas» son características de los grupos y sectores sociales que ocupan
una posición fuerte y tienen un estatus alto. Estas valoraciones son las que
subyacen a las dicotomías que distinguen entre variedades «elevadas, cultas,
elaboradas o correctas» y variedades «bajas, incultas, primitivas o
incorrectas», o entre lenguas «útiles», porque «sirven para la expresión de la
cultura», y lenguas «inútiles», porque «no son aptas» para tales fines (un
amplio e interesante análisis de estos prejuicios lingüísticos puede
encontrarse en Moreno Cabrera, 2000). La proyección de estas escalas de
valor puede llegar a dificultar el objetivo mismo de que los alumnos dominen
las variedades estándar, ya que puede fomentar actitudes hacia el aprendizaje
de muy distinto signo (véanse, entre otros, Lambert, 1981, y, más adelante,
en el apartado 1.2.3. la referencia a las actitudes lingüísticas, además de los
apartados correspondientes en los capítulos dedicados a los centros de
enseñanza).
La diferente valoración que se hace de las lenguas y la cuestión de las
actitudes que se desarrollan hacia su aprendizaje resulta central a la hora de
1
abordar la nueva realidad, multilingüe y multiétnica, de nuestros centros de
enseñanza. Vivimos en sociedades que aún conservan huellas de las pasadas
experiencias coloniales, experiencias que han contribuido a conformar un
repertorio de lenguas dominantes, las cuales son valoradas como lenguas de
cultura y como lenguas de instrucción: entre ellas, el inglés, el francés, el
español y el portugués. En las últimas décadas de esta modernidad tardía,
nuestras sociedades han vivido transformaciones que han traído consigo
nuevas formas de denominación económica, lingüística y cultural, a las que
no son ajenos los procesos de globalización. Los efectos de estos procesos
son, sin embargo, paradójicos, pues por un lado se aprecia una tendencia
fuerte a la homogeneización, mientras que por otro lado los emigrantes
suman sus particulares formas lingüísticas y culturales a la diversidad
tradicional de un determinado lugar. Las lenguas dominantes han de convivir,
entonces, con otras lenguas en la escuela, donde sin duda habrá de
garantizarse el acceso a la lengua dominante, pero donde también surgirán
dudas y tensiones en torno a la conveniencia y al modo de mantener las
lenguas de origen (un estudio particularmente interesante sobre estas formas
de dominación es Heller y Martin Jones, 2001).
Otro efecto paradójico de los procesos de globalización es el debilitamiento
de los marcos estatales y el fortalecimiento de nuevas identidades y
movimientos nacionalistas subestatales. La arraigada asociación lenguaestado, que cimentó la formación de estados monolingües y puso en cuestión
la legitimidad de las lenguas minoritarias, así como su supervivencia, resulta
cada vez más controvertida. La posibilidad de construir sociedades y estados
multilingües no solo canaliza la defensa de las lenguas deslegitimadas
(autóctonas o de la inmigración), sino que, además, expande y afianza la
visión de las lenguas como recurso o capital, más allá de los monopolios y de
los oligopolios apuntados por Bourdieu (1982). Como señala Monica Heller,
que ha estudiado la política lingüística en los centros educativos de Canadá,
la transformación de las economías nacionales agrícolas o industriales en
economías globalizadas de servicios e información está haciendo del
multilingüismo un valor que, a su vez, está llevando a la conformación de
nuevas elites bilingües y multilingües (Heller, 1999: 4; véase también el
interesante trabajo de Baker y Eversley, 2000).
En el contexto de España el tema tiene particular interés, ya que nos remite a
cómo se percibe la diversidad lingüística, y a preguntarnos si esta sigue
viéndose como un elemento amenazante y disgregador. En este sentido,
aunque el sistema político actual ha supuesto no solo el reconocimiento de la
diversidad lingüística sino también la recuperación de las lenguas
patrimoniales, la cuestión sigue siendo controvertida y se vive de forma
diferente en las distintas comunidades autónomas. Ciertamente, ocupa un
lugar particular en los discursos nacionalistas (Grad y Martín Rojo, 2003), y
el estudio de los discursos parlamentarios muestra que, fuera de las
comunidades autónomas bilingües, es más frecuente que se ignore la
diversidad lingüística y cultural del territorio español. Sin embargo, incluso
en las comunidades bilingües la situación es compleja, ya que la lengua
propia de la comunidad, en proceso de expansión y reforzamiento, puede de
hecho no ser siempre valorada por los alumnos de origen extranjero ni por
2
sus progenitores al quedar alejada de los ámbitos donde viven (en las zonas
industriales donde se concentran tasas altas de inmigración domina el
castellano, ya que tanto en Cataluña como en el País Vasco la inmigración
tradicional provenía de otras regiones de España como Andalucía y
Extremadura), lo que priva a las lenguas patrimoniales de un interés práctico
y tampoco las dota de un valor emocional, pues no pasa a formar parte de la
nueva identidad (véase Molina y Maruny, 2002).
En este contexto, los centros de enseñanza resultan un observatorio
privilegiado para saber cómo responde una región como la Comunidad de
Madrid al paso de un monolingüismo dominante a la nueva situación de
multilingüismo, y cómo convive el valor compartido y legitimador de la
lengua dominante con la reivindicación de las lenguas y variedades
minoritarias (ya sean autóctonas o traídas por los inmigrantes). Esta
reivindicación no solo es parte de un proceso de construcción de la identidad,
sino que, como se ha señalado, está ligada a un recurso funcional y a un
capital simbólico que en las sociedades multiculturales actuales no conviene
perder. Los centros de enseñanza son, pues, lugares donde de inmediato se
hace patente la diversidad lingüística y donde resulta observable la tantas
veces apuntada correlación entre variabilidad lingüística y selección social.
Por ello, en nuestra investigación, como en otras similares que se están
desarrollando en lugares diversos (véanse las contribuciones reunidas por
Heller y Martin-Jones, 2001), se imbrican tres ámbitos, todos ellos
focalizados en aspectos lingüísticos: el ámbito sociolingüístico, el educativo
y el de la política y la planificación lingüística. Estudiar el ámbito
sociolingüístico nos sirve para conocer cómo se articulan los intercambios
cotidianos que se realizan en el aula y en los espacios de ocio (en los que los
hablantes construyen una imagen de sí mismos) con las prácticas
institucionales (en las que se aplican modelos educativos que pueden dejar o
no lugar a la diversidad) y, por último, con el orden social (y apreciar, por
ejemplo, que el fracaso en la enseñanza de la lengua dominante deriva en la
no promoción o titulación y, por tanto, en la marginación de personas y
colectivos).
En el ámbito de la educación parece relevante mostrar cómo las formas de
educación lingüística elegidas ponen de manifiesto cuáles son los objetivos
educativos y a quiénes se dirigen con preferencia, así como la ideología que
sustenta la política educativa y, en último término, el tipo de sociedad que se
desea.
Finalmente, analizar el ámbito de la política y de la planificación lingüística
permite descubrir la relación que existe entre las políticas lingüísticas y las
prácticas educativas, y el modo en que se determinan mutuamente. Para ello
se ha explorado, por un lado, el papel del contexto social e ideológico a la
hora de poner en práctica las directrices educativas, así como la claridad y
coherencia de estas, y, por otro, el apoyo institucional para la consecución de
los objetivos trazados. En esta investigación ocupa un lugar preferente el
estudio del ámbito de las políticas lingüísticas y de su aplicación; en
posteriores investigaciones, se tratará de analizar con más detalle el
3
desarrollo de las interacciones en el aula y en otros espacios de los centros de
enseñanza, pues son lugares privilegiados de construcción y reproducción del
orden social.
El enfoque que se ha adoptado es, sobre todo, sociolingüístico, y ha
permitido el acercamiento a la situación que viven los centros de enseñanza
de la Comunidad de Madrid. Se trataba de estudiar cuáles son las respuestas a
los cambios sociales que estamos viviendo, respuestas que —aunque se
ajustan siempre al marco fijado por las políticas lingüísticas y educativas—
son de una gran variedad debido a las posibilidades de adaptación de la ley
que permite la autonomía de los centros. Con este objetivo se planteó la
observación en varias escuelas e institutos para conocer, en su día a día,
cómo se concreta la legislación, qué ajustes entraña, qué problemas se
detectan, qué modelos educativos dominan, qué métodos de enseñanza se
están utilizando y con qué materiales se aplican.
Se trató de averiguar qué lugar ocupan las distintas lenguas y los distintos
conocimientos, valores y costumbres en los contenidos educativos; es decir,
se trataba de saber si se facilitaba o no el mantenimiento de la diversidad
lingüística y cultural. Paralelamente, se observó cómo se desarrollaban las
relaciones y la comunicación entre los distintos colectivos, para determinar
las consecuencias de estos dos aspectos en la situación de los estudiantes y en
su progreso en el sistema educativo. De manera que, más allá de las
declaraciones de intenciones y de los discursos de los políticos y
profesionales, se examinaron las opciones reales con las que cuentan los
niños y los jóvenes que están incorporándose al sistema educativo de la
Comunidad de Madrid.
La celeridad con que se han producido en España los cambios económicos y
sociopolíticos, y muy especialmente en comunidades como la de Madrid, que
desempeñan un papel relevante como autonomías receptoras de trabajadores
de origen extranjero, ha provocado que no siempre se haya dispuesto ni del
tiempo ni de los recursos humanos y económicos con los que habría
convenido contar. Por ello, en este ámbito se observa cierta improvisación
unida al desconcierto, así como algunas incoherencias e incluso la adopción
de métodos y procedimientos con objetivos difícilmente compatibles. De ahí
el marco de análisis elegido, que se presenta en el apartado siguiente.
Dado que las políticas propuestas, las teorías, los modelos y los
procedimientos educativos formulados son numerosos, no siempre resulta
fácil comprender qué es lo que tienen en común y qué es lo que los distingue;
tampoco resulta claro en qué se diferencian sus objetivos ni si los medios que
proponen son los más adecuados para conseguirlos. Sin embargo, el punto de
partida lo constituyó la hipótesis de que a estas políticas, modelos, teorías y
prácticas subyacen distintas ideologías. Explorar cuáles son esas ideologías
se perfiló, por tanto, como la primera tarea que se debía emprender, antes de
analizar cómo las diferentes propuestas eran aplicadas en los distintos centros
educativos. Posteriormente, se trataba de explorar cuáles eran las ideologías
que subyacían a las adaptaciones de las políticas que hacían los centros, ya
4
que no tenían, necesariamente, que ser coincidentes.
Así, para determinar las ideologías lingüísticas y culturales se formularon
una serie de preguntas clave relativas al tratamiento de la diversidad, cuyas
respuestas podían iluminarnos acerca de hacia dónde se orientan la
legislación y las aplicaciones que de ella se hacen. En conjunto, buscaban
determinar cuál es el objetivo de las políticas y de las prácticas educativas
que se están aplicando: ¿se trata de que los jóvenes se asimilen lingüística y
culturalmente, se trata de segregarlos, de marginarlos, o se busca su efectiva
integración? Necesariamente, este cuestionamiento llevó a abordar la
percepción y la representación que los profesionales de la enseñanza tenemos
del sistema educativo y de sus objetivos, así como de la sociedad en general
y del lugar que en ella se reserva a las diferencias culturales y lingüísticas. En
ningún momento se ha tratado de hacer una valoración de los centros
educativos ni de los profesionales, sino de comprender los mecanismos que
están incidiendo en la escolarización de los jóvenes.
Recogiendo y presentando los distintos puntos de vista que se pusieron de
manifiesto en las entrevistas (a profesores, a alumnos y a padres de familia, a
directivos y a orientadores), se abrirá un debate sobre las ideologías, las
teorías y los modelos educativos, ya que las decisiones políticas que con
respecto a esta cuestión se tomen atañen al conjunto de la sociedad. Se ha
procurado que todas las voces estén presentes en la síntesis que cada grupo
investigador realizó al describir el centro que le correspondió estudiar.
A partir de este trabajo de contraste, armonización y síntesis se han ido
perfilando algunas propuestas de mejora, las cuales van dirigidas a todos los
implicados: a la Administración, a los formadores de profesores, a los
propios profesores, a las asociaciones de padres y madres, a los directivos de
los centros y a quienes elaboran materiales didácticos. También, por
supuesto, se dirigen a los investigadores que, «desde fuera», a veces
excesivamente desde fuera, se acercan a los centros escolares con diversidad
lingüística y a la universidad (a sus responsables académicos, a sus
profesores y estudiantes), pues la creación de redes de prácticas académicas y
de voluntariado social podrían ser parte de su formación académica y
personal, y al mismo tiempo apoyar y tutorizar la difícil tarea educativa que
se desarrolla en los centros de Educación Primaria y Secundaria de la
Comunidad de Madrid.
1.2. Marco teórico
1.2.1. La sociolingüística
Desde la década de los años 50, la sociolingüística, una de las ramas más
vitales de la lingüística, se ha ocupado de los distintos aspectos de las
relaciones entre lengua y sociedad, y entre lengua y cultura. Entre las razones
que explican la aparición de esta disciplina y su notable desarrollo durante
los años 60 y 70, destaca el interés que, en una época marcada por los
conflictos sociales, comenzaron a despertar en el ámbito académico algunos
problemas sociales como la discriminación y el fracaso escolar. La
5
conjunción de esta preocupación por parte de los lingüistas con el auge que
experimentaba la sociología —a su vez interesada e implicada en las
problemáticas sociales— dio lugar al campo de investigación que hoy
conocemos como «sociolingüística», y ese espíritu es aún hoy responsable de
su empuje y de su complejidad1.
Los movimientos sociales y étnicos reivindicativos, que luchaban por la
igualdad de hecho y por el respeto de las diferencias, favorecieron el
compromiso de quienes cultivaban disciplinas que podían contribuir a
elucidar los debates abiertos en la sociedad. Esta situación involucró muy
particularmente a los lingüistas, ya que con frecuencia se manejaban
observaciones lingüísticas impresionistas para legitimar la desigualdad y el
dominio de unos grupos sociales sobre otros. Así, por ejemplo, se afirmaba
que los adolescentes afroamericanos carecían de capacidad para la lógica, y
este juicio se sustentaba en una característica lingüística: en el hecho de que
en su variedad de habla no apareciera el verbo ser2 (véase, para este debate,
Jensen, 1969; y Kroch y Labov, 1972). Ante observaciones tan sesgadas que
ignoraban la distribución de ese y otros rasgos lingüísticos entre las lenguas
del mundo, los lingüistas decidieron no inhibirse y participaron activamente
en el debate social3. De este modo superaron la dicotomía que
tradicionalmente ha concebido como separados los desarrollos teóricos de
aquellos más aplicados dentro de la disciplina lingüística4. Esta perspectiva
casi dualista se pone de manifiesto en el rechazo que mostraban —y aún
muestran, lamentablemente, a veces— las corrientes dominantes de esta
disciplina (las corrientes «duras») a estudiar la lengua en relación con sus
hablantes y su vida cotidiana, así como en relación con los conflictos
sociales, étnicos o políticos en que estén inmersos.
La consolidación de una sociedad eminentemente urbana y la ampliación de
los movimientos migratorios que incrementan el multilingüismo y el
multiculturalismo —proceso por el que, simultáneamente, se consolidan
profundas diferencias sociales— ha extendido aún más el campo de esta
rama de la lingüística. De hecho, cuando hoy desde distintas disciplinas se
aborda la educación en contextos multi o interculturales se hace referencia a
un enfoque lingüístico ya consolidado de esta cuestión. Ese enfoque explica
el fracaso escolar como resultado de que las minorías y los grupos sociales
más desfavorecidos utilizan lenguas y variedades distintas de las que se
exigen en la escuela, porque ahí, en el sistema educativo, estas diferencias
suelen interpretarse como un déficit, como una carencia que no solo afecta al
componente lingüístico («no sabe expresarse»), sino que justifica juicios
negativos sobre las capacidades de los alumnos («se nota que no es muy
listo»). Los orígenes de esta posición de la lingüística se remontan a la
intervención en la controversia antes mencionada, relativa al inglés hablado
por los afroamericanos, y a la repercusión que esta posición aún tiene en los
debates sobre las políticas educativas en Estados Unidos5.
Posteriormente, a medida que el contexto sociocultural se ha ido
modificando, la sociolingüística ha ido incorporando en su estudio de la
realidad escolar muchas de las cuestiones que preocupan a la sociedad en
general y así ha ido ampliando su abanico de intereses: desde el estudio
6
tradicional de las tensiones por la coexistencia de lenguas (especialmente
donde existen conflictos nacionalistas), al estudio de las consecuencias y las
reacciones que genera la globalización.
La sociolingüística se conforma, así, como un campo «polimórfico» y
«policéntrico» (Argenté, 1990: 55) en el que conviven: distintos: enfoques
(que integran en distinto grado las vertientes sociológica, antropológica y
lingüística); perspectivas teóricas (macro y micro);, teorías acerca de la
sociedad (del consenso social y del conflicto, por ejemplo); y metodologías
(cuantitativa y cualitativa).
A esta pluralidad se suma la difícil delimitación de las fronteras entre la
sociolingüística y otras ramas de estudios lingüísticos, en particular la
antropología lingüística.
1.2.2. El enfoque etnográfico
Las dos cuestiones de fondo que esta investigación se plantea en el ámbito
sociolingüístico son habituales en este campo: primero, cómo coexisten las
lenguas en los centros escolares y qué perspectivas de futuro tienen; y
segundo, cómo se valoran las diferencias lingüísticas y en qué medida esa
valoración afecta al rendimiento escolar. Como veremos más adelante (en el
apartado 1.3.2.), la consideración de las diferencias lingüísticas como un
déficit de los hablantes conlleva la elección de unos modelos y métodos de
enseñanza en lugar de otros. Para explicar esto se ha recurrido a los
principios y al método del enfoque sociolingüístico más cercano a la
antropología lingüística: el de la etnografía de la comunicación.
Son numerosos los trabajos que en la década de los 80 mostraron que en
diferentes comunidades lingüísticas se produce una diferente regulación de la
comunicación. Los centros de enseñanza conforman comunidades de habla
cuya vida se organiza a partir de prácticas comunicativas, por lo que el
presente estudio se ha realizado siguiendo un método etnográfico de
observación y descripción centrado en aspectos lingüísticos. De cada una de
esas comunidades se ha atendido a los siguientes aspectos: la organización
del centro; el tipo de relaciones sociales que se establecían; cómo se trataba
la diversidad del alumnado; qué actividades se realizaban en torno a la
diversidad; qué métodos de enseñanza se empleaban; de qué recursos
materiales se disponía; y, sobre todo, qué interpretación se hacía de las leyes
y los decretos educativos y cuál era su particular aplicación.
El enfoque etnográfico suele tratar de conciliar los puntos de vista ético y
étnico. Para lograrlo, la investigadora principal diseñó, desde la perspectiva
ética, una guía de observación (véase apéndice) que incluía una red heurística
de veintiséis aspectos interrelacionados que abriera el camino para
comprender lo que sucedía en los centros de enseñanza. Esta red permitió,
además, comparar las observaciones obtenidas independientemente por cada
equipo de trabajo6. Los puntos de interés, establecidos «desde fuera», en el
diseño de la investigación, siguieron un criterio único para todos los centros,
e incluían sobre todo actividades y comportamientos que pudieran ser
7
observables para los miembros del equipo. Ahora bien, con el fin de que no
se impusiera la perspectiva ajena, los puntos de vista de los miembros de la
comunidad educativa fueron incorporados al estudio. Para ello, se trataba de
convivir y de vivir, en la medida de lo posible, las mismas situaciones
asistiendo a las clases, compartiendo los momentos de descanso y
participando en las excursiones y las fiestas organizadas por los centros. Pero
sobre todo se realizaron numerosas entrevistas a los equipos directivos, a los
profesores y orientadores, a los estudiantes y a los progenitores, con el fin de
aproximarse a las vivencias y a la interpretación de las prácticas que se
observaban en el día a día.
El análisis de estos discursos permitió alcanzar dos objetivos importantes:
conocer, e incluso empatizar, con las interpretaciones y las representaciones
sociales que estos actores hacen del sistema, de su labor y de sus
protagonistas y, en segundo lugar, comprender sobre qué principios y
argumentos se sustentan las adaptaciones que se hacen de las leyes y
disposiciones educativas vigentes: si se reducía, se extendía o se reforzaba la
enseñanza compensatoria, por ejemplo. Así pues, para incorporar plenamente
el punto de vista étnico se puso en juego, al trabajar las entrevistas, una
segunda perspectiva de análisis: el análisis crítico del discurso, que permitió
llegar hasta las ideologías lingüísticas y educativas que vertebran y justifican
las prácticas que se realizan en los centros de enseñanza; prácticas que si bien
pueden reforzar las ideologías, también pueden cuestionarlas.
Por último, para ver cómo se trataba la diversidad en las interacciones en el
aula y en las zonas de recreo se adoptó una perspectiva interaccional de
análisis, con el fin de observar, por ejemplo, si se permitía en clase la
presencia de distintas lenguas, si se establecían diferencias entre «nosotros» y
«ellos», si se evocaban prejuicios, etc. Asimismo, se observaba si surgían
problemas en la comunicación entre personas que pertenecían a culturas
diferentes y hablaban lenguas —o variedades de una misma lengua—
distintas. Este último aspecto, que aquí no ha sido tratado con detenimiento,
es objeto de otra investigación posterior que complementará esta; no
obstante, se incluyen algunas observaciones de interés.
Sintetizando, podemos decir que esta investigación constituye un trabajo de
etnografía sociolingüística, ya que se realiza un estudio etnográfico del modo
en que se gestiona la diversidad de lenguas en la educación y de cuáles son
sus consecuencias sociales. Para determinar cómo es esa gestión, los datos
que se manejan provienen de las entrevistas y de la observación de
intercambios naturales (en el aula y en el recreo). Y para determinar, además,
qué ideologías (asimiladora o intercultural, por ejemplo) subyacen a esos
intercambios y entrevistas, así como las imágenes que de las diferencias
lingüísticas y culturales se proyectan, se analizan estos discursos desde una
perspectiva crítica.
Cuando aprendemos una lengua adquirimos conocimientos acerca de cómo
usarla (lo que se conoce como «competencia comunicativa»), de manera que
en una situación dada sabemos qué es lo que normalmente se espera en ese
contexto, y ello nos guiará a la hora de optar por una lengua, por una
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variedad y por unos usos determinados. En el caso de la comunicación en el
aula, por ejemplo, es probable que nos inclinemos por elegir temas
académicos en lugar de temas personales, por exponerlos de una determinada
manera, por dirigirnos al profesor con unas formas y no con otras, por
respetar su derecho a mantener el turno de palabra, etc. Si comparamos
distintas comunidades, encontraremos coincidencias en el abanico de
opciones, pero también se registrarán diferencias: en la mayor o menor
intensidad con que se marca la autoridad de los hablantes o en el modo de
mostrar respeto, en la fluidez con que se toman los turnos de palabra o en las
estrategias argumentativas, de persuasión y de disciplina que se adoptan en el
aula. Esta diversidad es un ejemplo más de la creatividad humana y una
fuente que enriquece los procesos de comunicación. Sin embargo, el
tratamiento que de ella se hace es muchas veces controvertido e incluso da
lugar a la exclusión o al dominio, ya que por lo general se valoran y se
priman unos usos y se rechazan o se malinterpretan otros. De hecho, en
situaciones de contacto entre comunidades y grupos sociales suelen
imponerse, como se señalaba más arriba, las formas y los modos de la
mayoría o de aquellos grupos sociales con mayor poder y prestigio social7.
En la comunicación intercultural, los usos distintos pueden ser fuente de
malentendidos. Si, además, tomamos en cuenta que se les atribuye siempre
una valoración desigual, los malentendidos pueden ser percibidos fácilmente
como fallos de la competencia comunicativa del otro y, a menudo, ser
utilizados como «evidencias» por las que se refuerzan estereotipos o se
justifica la exclusión social (véase, por ejemplo, Gumperz, 1982; para una
exposición de los desafíos de la comunicación intercultural, puede verse
Martín Rojo, 2003; y con relación a la emigración, Hernández Sacristán y
Morant Marco, 1997).
1.2.3. El análisis crítico del discurso
El interés que hoy comparten las humanidades y las ciencias sociales por el
discurso no puede disociarse de la comprensión de este en tanto que práctica,
es decir, como una actividad que se realiza en sociedad y que está
socialmente regulada. Se trata de una práctica social que tiene un potencial
excepcional, en primer lugar, porque a través de las prácticas discursivas se
realizan otras prácticas sociales: para educar, para juzgar a un reo o para
relacionarse es preciso que los actores sociales produzcan discursos. Y, en
segundo lugar, porque las prácticas discursivas, además de permitir la
realización de otras prácticas sociales, producen al mismo tiempo
representaciones de estas prácticas: así, en la enseñanza compensatoria, por
ejemplo, es imprescindible producir discursos, pero estos, también,
construyen una imagen de esta tarea como dirigida a compensar las
diferencias sociales, lingüísticas y educativas. La perspectiva crítica dentro
del análisis del discurso concede especial relevancia a examinar cuáles son
los efectos sociales y políticos de los discursos y cuál es el valor que
socialmente se les atribuye (para esta concepción del discurso y lo que
supone la aparición de este campo de estudio, véase, Chouliaraki y
Fairclough, 1999; y Martín Rojo, 2001).
9
A partir de estas características, se perfilan dos áreas de investigación (para
una exposición detallada, véase Wodak, 2000):
1) La construcción discursiva de las representaciones sociales: cómo los
discursos ordenan, organizan, instituyen nuestra interpretación de los
acontecimientos y de la sociedad, generando y difundiendo, además, valores,
ideologías y saberes.
2) El orden social de los discursos: cómo se gestiona socialmente el potencial
de los discursos en tanto que generadores o reforzadores de representaciones,
cómo se distribuyen socialmente, qué valores diferentes les atribuye la
sociedad en función de quién los produce y dónde se difunden, etc.
El análisis crítico del discurso se ha centrado en conocer cómo se construyen
en el discurso representaciones de los acontecimientos, de las relaciones
sociales y de los propios sujetos, y, paralelamente, revelar las implicaciones
sociales de estos procesos de construcción, así como de la circulación de sus
productos: las representaciones. Con el fin de explorar estos dos campos de
trabajo se han desarrollado herramientas de análisis que permiten, en primer
lugar, determinar cómo se representa a los actores sociales: mediante el
estudio de las formas de designación, de los atributos y las acciones que se
les asignan, de la producción de dinámicas de oposición entre los grupos
sociales («nosotros»/«ellos») y del análisis de los procesos en que participan
(en particular a quién se atribuye la responsabilidad de esos procesos y sobre
quién se proyectan sus consecuencias, es decir, el estudio de la agentividad).
Esas herramientas permiten también analizar cómo se proyectan las actitudes
de los hablantes en los enunciados, incluyendo no solo sus puntos de vista,
sino si expresan su posición de forma mitigada o intensificada. Asimismo,
podemos conocer cómo funciona la argumentación para persuadir de la
veracidad o de la pertinencia de una determinada representación, o para
justificar acciones y comportamientos. Por último, podemos estudiar cómo se
legitiman las representaciones discursivas de los acontecimientos, de los
actores sociales, de las relaciones sociales y de los propios discursos.
Este trabajo se ha centrado especialmente en el análisis de cómo se expresan
y refuerzan creencias y valores, sobre todo las creencias evaluativas o
actitudes, que pueden ser favorables o desfavorables hacia un objeto
determinado. El propósito fue descubrir cuáles eran las actitudes dominantes
de profesores y alumnos hacia la diversidad lingüística y sociocultural y
hacia el establecimiento de relaciones intercomunitarias, pues estos dos
aspectos (la diversidad y las relaciones sociales) constituyen los ejes sobre
los que articulamos el estudio de las ideologías lingüísticas y culturales,
como veremos más adelante, en el apartado 1.3.1.8.
Cabe señalar que este enfoque no considera que las actitudes determinen
necesariamente los comportamientos, la elección de un modelo educativo
concreto por parte de los profesores, por ejemplo, pues hoy sabemos que las
actitudes son dialógicas, argumentativas y, por lo tanto, variables. No
obstante, se trataba de descubrir si se daban uniformidades, cuáles eran las
actitudes dominantes y, muy particularmente, estudiar cómo estas se
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argumentaban y legitimaban en el discurso.
Al trabajar con estos dos enfoques teóricos, la etnografía sociolingüística y el
análisis crítico del discurso, ha sido posible: (1) contrastar las políticas y los
discursos educativos con la aplicación que se hace de ellas según observamos
en las prácticas cotidianas; y (2) contrastar los resultados de nuestra
observación con el análisis de los discursos que producen los propios
participantes sobre las prácticas educativas, sobre las lenguas, sobre ellos
mismos y sobre sus interlocutores. Con ello, se pretendía saber si detrás del
aparente desconcierto e improvisación se estaban ya perfilando líneas claras
de actuación y, en caso afirmativo, determinar las ideologías que vertebran
tanto las políticas lingüísticas y educativas como las prácticas. Tal como el
análisis pone de manifiesto, si bien el papel de las ideologías es relevante, no
alcanza a explicar por completo lo que está sucediendo en los centros, ya que
hemos comprobado, por ejemplo, que aunque los distintos estamentos
coincidan en la necesidad de reconocer la realidad multicultural que viven, si
no cuentan con los recursos o materiales didácticos adecuados, no pueden dar
cuenta de ella.
1.3. De las ideologías a los modelos educativos
1.3.1. Ideologías lingüísticas
Cada vez es mayor el reconocimiento de que la ciencia es una actividad
social determinada por las circunstancias históricas, culturales y
socioeconómicas. Este carácter «situado» de la producción científica se
revela con nitidez en aspectos como la educación, ya que los objetivos que se
fijan ponen de manifiesto modelos de sociedad y modelos de relaciones
intercomunitarias. Los modelos de sociedad puede ser que se deseen
presididos por la homogeneidad o, quizá, por la multiculturalidad; puede ser
también que se busque una distribución democrática de las relaciones de
poder o, en cambio, que se refuercen las relaciones de dominación. En cuanto
a los modelos de relaciones intercomunitarias, pueden ser de aislamiento, de
segregación, de integración, etc.
En nuestra investigación, como ya se ha señalado, se ha partido de la
hipótesis de que bajo todas las teorías acerca de cómo abordar la educación y,
en particular, la educación de las minorías socioculturales y lingüísticas
subyacen ideologías que reproducen esquemas ideológicos. Esas ideologías
lingüísticas y culturales vertebran y vinculan entre sí los distintos modelos
educativos a los que las teorías han dado lugar en distintos países y en
diferentes épocas, explicando así la similitud o la disparidad de objetivos, de
procedimientos y de destinatarios que plantean. Desde esta perspectiva se
pueden apreciar las correspondencias que existen entre aspectos que de otra
manera parecen inconexos o no vinculados: en concreto, las teorías, los
modelos, las estrategias y procedimientos educativos, los materiales de
trabajo y las relaciones interpersonales en el aula. Más aún, solo si se
estudian las ideologías es posible valorar los principios, los objetivos, la
eficacia y las alternativas a los modelos educativos que se han formulado, sin
necesidad de remitirse a un marco sociocultural más amplio. De hecho, ese
11
estudio ha resultado en este sentido particularmente clarificador, ya que
permitió descubrir las líneas que articulan un debate social en el que se
imbrican, por un lado, la diversidad/homogeneidad lingüística y
sociocultural, y por otro, la igualdad/desigualdad de oportunidades.
Además, dado que los centros pueden adaptar a su realidad y a sus propias
iniciativas las actuaciones regladas por las políticas, resulta también de gran
interés explorar las ideologías que articulan a estas prácticas. De manera que
esta hipótesis nos ha guiado tanto en la sistematización de las políticas,
ideologías y modelos existentes, como de las aplicaciones.
Para comprobar nuestra hipótesis e identificar las ideologías que subyacen a
las distintas teorías y políticas lingüísticas se ha tomado como fuente de
inspiración el esquema que John Berry propuso (véase Berry, 1990; y Berry
y Sam, 1997) para describir los procesos de aculturación de grupos de
inmigrantes. Pero lo hemos recreado y transformado, siguiendo a Grad
(2001), con el fin de poder explorar algo que Berry no estudia: las
orientaciones ideológicas de la sociedad receptora con respecto a la
inmigración. Es preciso señalar que se han cambiado notablemente el
objetivo, el planteamiento y muchos de los presupuesto de Berry, en la
misma línea que lo han hecho Montreuil y Bourhis (2001).
El objetivo era diseñar una herramienta con la que identificar las ideologías
que subyacen a las teorías sobre la gestión de la diversidad en la educación,
ideologías que en último término también subyacen a las políticas educativas
(sobre todo lingüísticas) y a la aplicación que de ellas se hace a través de las
distintas prácticas y modelos educativos. Con este fin, se formularon dos
preguntas, consideradas procedimientos exploratorios muy eficaces para
descubrir, en todos los ámbitos de la vida escolar y en los distintos discursos
recogidos, qué ideologías sustentaban en cada caso el tratamiento de la
diversidad lingüística. Esas dos preguntas se complementan con una tercera,
de la que hablaremos más adelante. Por lo pronto, las dos preguntas a que nos
referimos son las siguientes:
1) ¿Cómo se aborda en los centros de enseñanza la diversidad lingüística y
cultural, es decir, se facilita el mantenimiento de la identidad y de las
características culturales y lingüísticas minoritarias?
2) ¿Cómo se promueve el establecimiento de relaciones intercomunitarias?
A partir de las respuestas que se den a estas dos preguntas, las cuales
ciertamente pueden ser múltiples y muy variadas, identificamos cuatro
ideologías lingüísticas y culturales, como queda recogido en esta tabla. En
ella, las preguntas citadas no aparecen planteadas de forma abierta, ya que se
trata solo de presentar las distintas posibilidades que abre su formulación .
En lo que sigue, caracterizaremos cada una de las ideologías resultantes de
este esquema, incluyendo la referencia a algunos casos concretos.
1. La ideología asimiladora se identifica cuando no se facilita el
12
mantenimiento de las diferencias lingüísticas y culturales, aunque sí se
valoran las relaciones intergrupales (si bien siempre dentro del marco de la
cultura dominante). Esta ideología ha conformado lo que podríamos llamar
«el discurso de la igualdad a costa de la diferencia», en el que reconocemos
uno de los legados ideológicos de la revolución francesa (exportado en todas
direcciones), que entiende la diferencia como amenaza para la integración de
los individuos y para la cohesión de la sociedad/Estado (numerosos autores,
entre ellos Bourdieu, 1998; Bourdieu y Passeron, 1977; y Skutnabb-Kangas,
2000, han estudiado las consecuencias actuales de la pervivencia de este
planteamiento). La vinculación de este discurso con la cuestión lingüística se
dio desde el origen: la lengua común (dominante) permitiría el acceso a
ámbitos de los que hasta ese momento estaban excluidos distintos sectores
sociales (las clases bajas, las minorías étnicas).
Este planteamiento pervive, no sin controversias, en discursos actuales que se
dicen progresistas y que presentan el reconocimiento de la diferencia no
como derecho, sino como potencial fuente de estigmatización, segregación y
rechazo social y que, al mismo tiempo, reivindican homogeneizar sobre los
cánones y formas de la mayoría con el fin de igualar en derechos. Desde el
punto de vista lingüístico, se persigue la sustitución de la lengua vernácula
(L1) por la lengua dominante en la comunidad de acogida (L2), pues se
considera que así se garantiza el acceso a las mismas posiciones y beneficios
sociales. Aquí cabe señalar que en los lugares y países donde durante largo
tiempo han dominado modelos de estado sustentados en la defensa del
binomio «un estado-una lengua», o en los que ha sido predominante el
monolingüismo, con frecuencia se asume que el aprendizaje de la segunda
lengua (L2) ha de entrañar necesariamente la pérdida de la de origen (L1). En
estos casos, la argumentación en favor de que los jóvenes de origen
extranjero aprendan la lengua de la mayoría se presenta como si no existiera
la posibilidad de que esos jóvenes incrementaran su patrimonio lingüístico
convirtiéndose en bilingües o en multilingües. Al contrario, se da por
supuesto que tal aprendizaje es incompatible con el mantenimiento de su
lengua de origen.
Así, hasta fechas muy recientes, en Francia se seguía considerando todo
tratamiento diferencial en función del origen étnico como potencialmente
discriminatorio, hasta el punto de que los alumnos de origen extranjero
resultaban invisibles incluso en las estadísticas. Su situación y su trayectoria
escolar eran consecuencia solamente de su posición social —en concreto, de
la clase social— no considerándose el impacto ni simbólico ni social (sobre
el estatus y la clase) de las diferencias culturales o lingüísticas. Por ello, en
los años 80 y 90 se arbitraron medidas que, siguiendo este planteamiento
ideológico, se dirigieron al conjunto de la población con problemas de
pobreza y marginación. De manera que en Francia realmente se intervino con
programas sociales e inversiones fuertes que establecieron Zonas de
Educación Prioritaria (ZEP). Los centros que reciben apoyo no son
seleccionados por contar con índices altos de fracaso escolar, como ocurriría
en Estados Unidos, sino por encontrarse en barrios y zonas rurales o
marginadas, es decir que son seleccionados en virtud de indicadores
socioeconómicos (como altas tasas de paro, violencia doméstica o
13
inmigración reciente). Este programa, inspirado en una política
asimilacionista, ha derivado en la práctica en otra que podría enmarcarse
entre los modelos educativos multiculturales, ya que ha supuesto una
apertura innovadora del sistema escolar —homogéneo y centralizado— a las
características del alumnado. Este modelo ha sido adoptado por otros países9.
En España, si bien algunos programas coinciden con este planteamiento, los
recursos invertidos no son equiparables.
Ahora bien, si se ignora que en las relaciones conflictivas y de dominación
intervienen las diferencias lingüísticas y étnicas como agentes que refuerzan,
incrementan y justifican la sumisión de las minorías a las mayorías, de unas
clases sociales a otras, negar esta instrumentalización de actitudes y
prejuicios no puede contribuir a la igualdad de derechos y de oportunidades,
sino a mantener el actual orden social. Por ello, en las épocas y en los lugares
donde se han ignorado las dimensiones étnica, lingüística y social de las
relaciones y conflictos sociales, el mensaje que se envía a los alumnos que
hablan lenguas distintas o provienen de escuelas de países diferentes es:
«Tienes que ser como nosotros para ser aceptado», dando por supuesto que
con ello se acabarán de inmediato los prejuicios, el rechazo o la situación de
marginación. La piedra angular es el concepto de integración, como veremos
más adelante.
Sin embargo, las experiencias de muchos países muestran que, en tanto no se
acompañe de una redistribución del poder, el hecho de desdibujar los rasgos
que distinguen a los sujetos no basta para conferirles de inmediato una
posición social más fuerte y una mejor situación económica. Como señala
Francesc Carbonell, el proceso de aculturación, cuando el grupo no consigue
la aceptación o una inserción social real en el grupo mayoritario, conlleva un
efecto de pérdida de normas, referentes y valores sociales, de graves
consecuencias para la integridad emocional del individuo y para su
adaptación social (véase Carbonell, 1999: 115 y ss. para una revisión del
concepto de integración con relación al efecto asimilador). Las etiquetas con
las que se designa a los hijos de trabajadores extranjeros, constituyen una
evidencia de cómo, a pesar del esfuerzo asimilador, en los países europeos se
les sigue percibiendo como extraños al grupo mayoritario o, incluso, de cómo
no se les acepta. Algunos términos muestran cómo se les considera miembros
del exogrupo, tales como «inmigrantes de segunda generación» o, incluso,
«alumnos inmigrantes», cuando no son los niños, sino sus padres los que
emigraron y, además, pueden haber obtenido la nacionalidad del país de
acogida. Resulta significativo el caso francés, donde la administración se
resiste a utilizar etiquetas que identifiquen a estos alumnos descendientes de
inmigrantes10, de modo que es difícil seguir su trayectoria escolar, mientras
que la población sí recurre para denominarlos a etiquetas que los categorizan
y distinguen pese a haber conseguido su asimilación cultural. Así, se emplea
con frecuencia al término beur, que significa ‘árabe’ y que se forma mediante
un procedimiento de inversión silábica usual en el verlang, o argot francés.
Sin obviar la dimensión individual de esta cuestión, es preciso señalar la
dimensión colectiva. Los individuos viven en sociedad y las opciones que
han de abrirse a ellos no deben imposibilitar el mantenimiento de sus
14
vínculos sociales elementales; sin embargo, la presión asimiladora puede ser
tan grande que conduce al abandono, cuando no al rechazo, de su lengua y de
su cultura (véanse May, 2001; y Skutnabb-Kangas, 2000). Las consecuencias
a largo plazo son conocidas, sobre todo en relación con la falta de integración
tanto en el grupo de origen como en el de acogida. A este respecto, no solo
los datos recogidos entre el alumnado de algunos de los centros estudiados
relativos al dominio y al uso de las lenguas habladas —en el ámbito del
proyecto «Multilingual Cities»11— sino también los resultados del estudio
completo, muestran una tendencia clara a la pérdida de la lengua de origen
(Broeder y Mijares, 2003). Y en esta misma dirección parecen ir los datos
relativos a las actitudes lingüísticas: no es extraño que vayan acompañadas
de vergüenza y rechazo hacia la propia lengua y hacia el grupo de origen.
Dentro de la lingüística han proliferado en los últimos tiempos desarrollos
teóricos que muestran la inoperancia y los problemas asociados a las políticas
inspiradas en esta ideología. Especial relevancia han tenido las
investigaciones de Lambert sobre bilingüismo (véase Lambert, 1967; 1981; y
Lambert y Taylor, 1986). Según este autor, el bilingüismo puede y debe ser
un proceso de ganancia (no de sustitución o de pérdida), puesto que sus
efectos son positivos desde el momento en que abre el camino a otras
perspectivas, a otras visiones del mundo. Para Lambert (1967), la
incorporación de una lengua y de una cultura nuevas, siempre que no se
genere competencia entre ellas debido precisamente a la amenaza de
sustitución o a la valoración negativa de la lengua vernácula, conlleva el
respeto por ambas, mientras que la asimilación exige el rechazo, cuando no el
desprecio, de la lengua y la cultura de origen.
La ideología asimiladora da lugar, naturalmente, a modelos educativos
destinados a la asimilación cultural de los estudiantes y a la sustitución
lingüística (conocidos como modelos «laissez faire»), sin que consideren en
ningún momento la posibilidad de introducir cambios que involucren al
conjunto de la comunidad escolar (esta vinculación se desarrolla en el
apartado 1.3.3.). Estos modelos proliferaron en Europa y América hasta la
década de los 70, y un ejemplo destacado es el caso de Suecia, donde una
fuerte ideología asimiladora (diferente de la que se aplicaba en el caso de las
minorías autóctonas) inspiró las políticas educativas dirigidas a los
trabajadores «invitados» hasta el año 1975, momento a partir del cual la
política oficial reconoce la importancia de la lengua materna y de los lazos
culturales de los niños de las minorías no autóctonas, al tiempo que les
garantiza las oportunidades de aprender sueco y de sentirse parte de la
sociedad sueca. Entre los factores que explican el cambio de política destaca
el fracaso escolar de los hijos de trabajadores extranjeros, circunstancia que,
si bien garantizaba la disposición de una mano de obra barata no cualificada,
también concitó críticas y descontento social (un interesante análisis
ideológico y socioeconómico de este proceso de cambio puede encontrarse
en Skutnabb-Kangas, 1984; y un estudio de la evolución semejante que se
vivió en Québec se realiza en Mc Andrew, 2001).
2. Estamos ante una ideología segregadora o aislacionista cuando a la
pregunta de si se facilita o no el mantenimiento de la identidad y de las
15
características culturales y lingüísticas obtenemos una respuesta afirmativa y,
al mismo tiempo, a la segunda pregunta, la relativa a las relaciones
intergrupales, se responde negativamente, es decir, que estas no se
promueven.
El colapso del orden colonial en las décadas de los 50 y 60 y el posterior
aumento de la migración de los que fueron colonizados hacia sus antiguas
metrópolis y hacia otros países industrializados hizo tan patente la diversidad
que en algunos lugares fue reconocida institucional y legislativamente con la
definición de «grupos étnicos» o de «minorías étnicas»; condición que, por
cierto, también compartían las minorías autóctonas en algunos países como
Suecia, Sudáfrica o Estados Unidos. Ahora bien, la visión que primó en
algunas legislaciones y en la percepción popular fue la de que las diferencias
culturales (que son cambiables, flexibles y poco nítidas) constituían
características estáticas, bien definidas e inherentes a los grupos étnicos
(lenguas, estilos de vida, religiones, hábitos alimenticios, etc.). De esta visión
surgieron, en lugares como Canadá, Bélgica o Suecia, políticas
multiculturales en las que el respeto a las diferencias culturales y lingüísticas
se consideraba un derecho que era preciso garantizar. Sin embargo, a pesar
de que tal respeto supone un avance, en la mayoría de los casos no ha
fomentado la interacción entre individuos pertenecientes a distintos grupos
socioculturales; y menos aún ha conllevado una redistribución del poder y de
los recursos en la sociedad, es decir, no ha habido un «empoderamiento» de
las minorías, que siguen ocupando lugares exteriores, o satélite, con respecto
a los de la mayoría dominantes.
Así pues, aunque el reconocimiento de alguna manera resuelve la cuestión de
la diversidad, mientras a las «minorías» se les atribuya una posición
secundaria o marginal, no se resuelve el problema de la desigualdad. Y hay
más: en ocasiones se ha comprobado que estas posiciones, que
frecuentemente se apoyan en argumentos que tienen su origen en el
relativismo cultural y lingüístico, pueden cobrar tintes reaccionarios al
presentar las diferencias como insalvables, solo «tolerables» si se asocian a
una exclusión que se concreta en la segregación social y en la guetización
espacial.
El lema que acompañaría a esta ideología sería algo así como: «Puesto que
somos tan diferentes, vivamos separados», de modo que los modelos
educativos a que ha dado lugar, los cuales son conocidos como
«multiculturales» (no críticos), en menor o mayor grado suelen incluir el
componente segregador.
Es común que los modelos multiculturales vayan complementados con
programas como el de la enseñanza de las lenguas y las culturas de origen,
respecto del cual es preciso indicar que hay versiones de muy distinto signo,
con objetivos y procedimientos muy diferentes. Los primeros ejemplos que
conocemos de programas de enseñanza de la lengua de origen reforzaban la
separación física entre los miembros de las distintas comunidades12. Así
ocurría con los fineses en el valle del Torne y con la minoría lapona en
Suecia. La escolarización de esta última se realizaba en la lengua materna
16
hasta que cobraron mayor fuerza las políticas asimilacionistas señaladas más
arriba y que dominaron hasta más o menos 1975. La enseñanza de lenguas de
origen evolucionó posteriormente en Europa hacia actuaciones que se
realizaban dentro de la misma escuela, pero fuera del currículo y siendo la
asistencia voluntaria. En este caso, si bien se trata de valorar la lengua de
origen, continúa dándose cierta segregación física y psicológica; segregación
que la mayoría de estos países posteriormente han tratado de evitar y,
entonces, han avanzado hacia ideologías y posiciones más modernas, las
cuales se examinan a continuación. No obstante, más adelante volveremos
sobre algunos matices que puede adoptar este programa, al referirnos a la
evolución que ha experimentado la enseñanza de las lenguas y las culturas de
origen en Canadá.
3. Identificamos una ideología integradora cuando respondemos
afirmativamente tanto a la pregunta sobre el mantenimiento de la diversidad
como a la pregunta acerca del fomento de las relaciones intergrupales. Esta
ideología permite que, al tiempo que se incorporan una lengua y una cultura
nuevas, se conserven la identidad y los rasgos lingüísticos y culturales
diferenciales. En ella, el reconocimiento y la valoración de otras lenguas, así
como de otras formas culturales y de otros valores, entraña —o al menos
busca intencionadamente— la modificación de las relaciones de poder entre
mayoría y minorías, ya que procura el conocimiento y el enriquecimiento
mutuos. Actualmente en Canadá, por ejemplo, se pone un énfasis notable en
el respeto de la diversidad, mas como tarea que ha de conjugarse con la
consecución de unas relaciones sociales más equilibradas y la preparación de
la ciudadanía para el ejercicio democrático (Consejo Superior de la
Educación, 1993, aunque para poder observar en concreto medidas para dotar
de poder —«empoderamiento»— a las minorías, tendremos que esperar al
desarrollo de los programas de educación antirracista). El objetivo no es, por
tanto, lograr la aceptación de la diversidad cultural en sí misma, sino educar
y transformar la sociedad para que, en palabras de Francesc Carbonell, «no se
utilice esta diversidad como legitimación de la exclusión social» (1999: 100).
No es fácil en estos momentos encontrar países donde la ideología
integradora se haya materializado ya en desarrollos legales e institucionales
concretos que hagan realidad las declaraciones de principios, si bien son
muchos los programas y las propuestas que van en este sentido dentro de la
Unión Europea13 (con relación al caso sueco, al que ya se ha hecho
referencia en los apartados previos, desde 1985 el Parlamento aprobó
incorporar el enfoque intercultural a la enseñanza mediante la formación del
profesorado y la publicación de materiales didácticos que permitan su
aplicación en el aula).
Se trataría de actuar en paralelo sobre las diferencias sociales para garantizar
la igualdad de oportunidades, y sobre el respeto y la integración de las
diferencias lingüísticas y culturales, de forma que no resulten
discriminatorias y no reviertan sobre la posición social. Al respecto, el
documento «Politique d’equité et d’antiracisme en éducation», de la
provincia de Ontario, publicado en 1993, constituye uno de los desarrollos
más acabados de esta ideología: persigue un heterocentrismo igualitario
17
rechazando el multiculturalismo folclorista y señalando la importancia de la
consideración de la diversidad como herramienta para la igualdad; el enfoque
que adopta es un enfoque sistemático de transformación del funcionamiento
de los centros de enseñanza, de incremento de la participación y que entiende
como necesario que los alumnos puedan cuestionar sus prejuicios como una
fuente de transformación social.
Estos planteamientos son más acordes con las visiones actuales —más
dinámicas y menos esencialistas— de la identidad, de la cultura y de los
«grupos o minorías étnicas». Sin duda, los últimos enfoques
postestructuralistas y postmodernos han tenido un impacto decisivo en la
reconceptualización de estas materias. Desde esta relativamente nueva
manera de entender las cosas, las diferencias se forman y se conforman en la
interacción con los otros (esta es también la posición de Giménez [1994], que
afirma que las minorías se constituyen como tales en el país de acogida). Por
ello, el énfasis en los estudios y en las políticas se ha desplazado en los
últimos años desde los contenidos de la identidad y de la cultura de estas
«minorías» (las lenguas, los hábitos de comportamiento, etc.) a las relaciones
y fronteras tanto culturales como de interacción social.
Las políticas apoyadas en esta ideología han de enfatizar las relaciones
intercomunitarias y han de exigir, tanto de las instituciones como de todos los
protagonistas, modificar sus expectativas y sus formas de actuación. El
concepto de integración al que remite esta ideología se aleja radicalmente del
proceso de dominación y sumisión, para entenderse como un proceso de
liberación y de transformación social que atañe a toda la sociedad (véase,
también, Carbonell, 1999). Las políticas han de dirigirse, por tanto, a todos
los colectivos por igual y no solo a los grupos minoritarios. Para que la
diversidad resulte un enriquecimiento mutuo, los centros de enseñanza han
de abrir espacios para que esa diversidad se manifieste en condiciones de
igualdad, y los profesores han de formarse para conocerla mejor y poder
sensibilizar al alumnado. A diferencia de las políticas asimiladoras, en las
que son los alumnos de origen extranjero, y solo ellos, los que deben
cambiar, en las políticas integradoras se espera que tanto el centro escolar
como todos los que participan en él se abran a una realidad diversa que no
estaría ajena al discurrir cotidiano de la comunidad.
En el plano lingüístico, el monolingüismo dejaría de ser el objetivo, para
pasar a la consideración del bilingüismo en términos de ganancia. Esto
implicaría la enseñanza de la L2, pero también el refuerzo del conocimiento
y el uso de la L1, que constituiría la base sobre la que se adquiriría la
segunda lengua. La ideología integradora está dando lugar al desarrollo de
modelos interculturales en los que se favorece el conocimiento de formas y
usos tanto propios como ajenos; en estos modelos se destacan
particularmente los puntos comunes, y las diferencias se contextualizan
dentro de un marco en el que los factores sociohistóricos y económicos son
fundamentales. Por otro lado, los modelos educativos interculturales pueden,
y deben, complementarse con la instrucción en las lenguas y las culturas de
origen.
18
4. Detectamos una ideología marginadora si la respuesta a las dos preguntas
formuladas más arriba es negativa, es decir, si no se facilita el mantenimiento
de la diversidad ni se favorecen las relaciones intergrupales. Ahora bien,
prácticamente nunca hallaremos una formulación explícita de esta ideología,
ya que tal formulación iría contra los principios y derechos fundamentales.
Sin embargo, en ocasiones se descubre, como cuando se busca la asimilación
cultural y lingüística a través de la separación estratégica de quienes son
diferentes. Esta vía suele adoptarse cuando se detecta una situación de
desigualdad y se considera que la causa de esa desigualdad es la diferencia,
por lo cual es preciso diluirla o eliminarla. También suele recurrirse a ella
cuando no se tiene claro cómo afrontar una situación de multiculturalidad.
Esta vía, que se aplicó sobre todo en los años 60 y 70 en Estados Unidos, ha
sido muy criticada (en el apartado siguiente, dedicado a las teorías del déficit
y de la diferencia, se presentan con más detalle los debates a que ha dado
lugar), y por ello, cuando aún se aplica, se acompaña de una regulación que
vigila la transitoriedad de este proceso, que es a la vez asimilacionista y
segregador. Su posición podría resumirse así: «Puesto que no son como
nosotros, separémoslos con el fin de que aprendan a serlo», o bien, «puesto
que no consiguen ser como nosotros, separémoslos aún más».
La coincidencia de asimilación y segregación da lugar a modelos de
educación compensatoria muy variados. Por ejemplo, en Estados Unidos
reflejarían esta ideología desde la educación bilingüe (que se ha entendido
casi siempre como transitoria y compensatoria) hasta las clases especiales
para alumnos que son considerados como deficitarios (en la «compensatory
education»), o los programas tipo «ciclo adaptado» («remedial learning» o
«remediation»), más parecidos a la diversificación. Se trata, en cualquier
caso, de crear grupos que reciban atención específica para tratar problemas
concretos y poner al grupo que presenta una determinada carencia al mismo
nivel. Desde el punto de vista lingüístico, se percibe de inmediato una
contradicción, ya que la manera de adquirir una lengua es interactuando con
quienes la hablan, no separándose de ellos.
Como en el caso de la ideología asimiladora, en la ideología marginadora la
diversidad se considera fuente de desigualdad social, así que se combate la
desigualdad invisibilizando las diferencias, es decir, dando importancia
solamente a la adquisición de la lengua y la cultura hegemónicas. Ahora bien,
en este proceso se produce una separación que desvaloriza y relega las
lenguas y culturas propias, separación que desde una visión interactiva de los
grupos sociales no hace más que reforzar las fronteras entre ellos. Por otro
lado, si no se obtienen buenos resultados, la segregación puede hacerse
definitiva y, por lo tanto, abocar a la marginación.
Por estas razones, actualmente en todos los foros sobre educación se insiste
en que las medidas que se dirijan exclusivamente a los recién llegados con el
objetivo de que se adapten al sistema (sean clases de la lengua vehicular,
sean clases de contenidos) han de ser puntuales y, sobre todo, han de estar
integradas en el centro en el que luego los estudiantes van a seguir su
educación. De este modo los centros se abren a la multiculturalidad y los
cursos específicos son también un período de contacto y relación con el
19
centro.
En esta exposición se ha hecho patente la dificultad de reunir en el proceso
educativo equidad e integración de la diversidad. De hecho —solo tras largos
debates— se ha convenido sobre la necesidad de no ganar una a costa de la
otra14. La situación se complica más aún, dado que sean cuales sean las
ideologías dominantes y las iniciativas políticas en que se materialicen, la
sociedad ha de estar preparada para poner en marcha las medidas y los
modelos por los que se opte, es decir, debe contar con suficientes recursos y
con profesionales bien preparados, aunque también deberá compartir en
cierto modo la ideología que subyace al modelo que se elija, pues de lo
contrario se pondrán en marcha modelos que, en la práctica, verán
modificado su sentido.
De otro modo, pueden, por ejemplo, desarrollarse políticas en las que se
observen paradojas, cuando no abiertas contradicciones, entre las
declaraciones de objetivos acordes, digamos, con las políticas europeas,
tendentes a la interculturalidad, y las directrices concretas, tendentes a la
asimilación, por ejemplo. Por ello, investigaciones como esta pueden
desempeñar una función social desde el momento en que permiten apreciar
con más claridad los objetivos de las políticas lingüísticas y educativas.
Además, hoy ya se dispone de datos sobre el éxito o el fracaso de la
aplicación de diversos modelos en distintos países, por lo que se podrían
contrastar, enriquecer y completar el debate con reflexiones amplias e
iniciativas concretas. Esta diferencia que se observa entre las declaraciones
de intenciones y las regulaciones concretas, se observa también entre las
directrices ministeriales y la adaptación que de ellas hacen los centros
educativos, por ello a la hora de explorar las ideologías, no solo se han
estudiado las políticas o las teorías educativas, sino las prácticas concretas.
Este contraste ha sido de gran interés, ya que en ocasiones las prácticas se
han revelado más avanzadas y más integradoras que las políticas.
Ahora bien, además de defender que existen ideologías lingüísticas que
subyacen y explican las teorías y los modelos educativos, esta investigación
postuló una segunda hipótesis, que vinculaba la atención prestada a la
diversidad y a las relaciones intergrupales con el éxito o el fracaso del
proceso educativo. Con el fin de comprobar esta hipótesis esta investigación
se planteó una tercera pregunta, que ha guiado de principio a fin este trabajo
y que explicaría tanto la metodología elegida como la guía de observación
seguida en los centros. Con el fin de explorar la relación entre las respuestas
a las dos preguntas antes enunciadas y la integración o marginación de los
estudiantes de origen extranjero, se trataba de verificar si cuando se facilita el
mantenimiento de las diferencias culturales y lingüísticas y se fomentan las
relaciones intergrupales, se refuerza la integración de los estudiantes, o si,
por el contrario, cuando las respuestas a las dos preguntas antes planteadas
son negativas, se debilita la integración y se da lugar a situaciones de
segregación, asimilación o marginación.
De manera que es preciso definir que entendemos la integración como un
proceso activo para todas las partes implicadas, el cual, de conseguirse,
20
tendría efectos positivos en los siguientes planos:
1) académico: mejora de las notas y de las posibilidades de promoción de los
estudiantes de origen extranjero; dotar de mayor calidad y apertura del
currículo;
2) social: mejores relaciones entre los estudiantes, entre los profesores y los
estudiantes y entre los propios profesores;
3) lingüístico: mejor competencia en la segunda lengua y en la lengua
primera y posibilidad de que los estudiantes autóctonos (monolingües)
aprendan otras lenguas.
Este ha sido el hilo conductor del trabajo. Comprobar esta segunda hipótesis
permitiría contar con criterios fiables para valorar los modelos educativos y
los procedimientos empleados —sus puntos fuertes, sus puntos débiles— de
forma que se pudiera valorar la conveniencia de mantenerlos, desecharlos,
modificarlos o reforzarlos. Al igual que las dos preguntas anteriores, esta
también ayuda a clarificar el sentido o la motivación que subyace a la
elección de objetivos, destinatarios y acciones de los distintos modelos
educativos y de las distintas teorías.
Así pues, los apartados que siguen (1.3.2. y 1.3.3.) se ocupan de la primera
hipótesis: en ellos se tratará de descubrir la vinculación que existe entre las
ideologías lingüísticas y culturales estudiadas y las teorías hasta ahora
formuladas en relación con el tratamiento de la diversidad en los centros
escolares. Luego, los capítulos dedicados a cada uno de los centros de
enseñanza, estarán dedicados a verificar la segunda hipótesis, explorando
cuáles son los modelos educativos que se aplican, el modo de su aplicación y
los efectos que tienen sobre los procesos de integración. Una reflexión más
detallada y las conclusiones correspondientes se presentan en la Tercera Parte
de este libro.
1.3.2. Las teorías del déficit y de la diferencia
Del debate teórico sobre cómo tratar la diversidad en los centros educativos
han surgido al menos dos teorías que vinculan diversidad y desigualdad.
Ambas están empeñadas en quebrar el «círculo de la pobreza», es decir, en
evitar las consecuencias sociales negativas que tienen para los hablantes las
diferencias lingüísticas, pero lo hacen de forma muy diferente. Para la teoría
del déficit y para la teoría de la diferencia las causas que producen el «círculo
de la pobreza» no son las mismas, así que proponen soluciones divergentes
que se traducen en la aplicación de modelos educativos distintos.
Nos referiremos en primer lugar a la teoría del déficit, que nace en los años
60, cuando algunos psicólogos de la educación como Bereiter y Engelman
(1966), llevados por su interpretación de los trabajos del sociólogo de la
educación Basil Bernstein (1989), explicaron el fracaso escolar de las clases
sociales más bajas y de algunos grupos étnicos como consecuencia de una
carencia o déficit lingüístico, el cual era, a su vez, fruto de una carencia
21
cultural que había derivado de una carencia económica. Pese a las
dificultades encontradas a la hora de detallar en qué consistía la carencia en
el nivel lingüístico, se adujeron rasgos léxicos como la falta de vocabulario,
rasgos sintácticos como un sistema gramatical pobre o deficiente y, por
último, rasgos semántico-pragmáticos tales como falta de explicitud o de
definición al precisar referentes.
Desde los orígenes, quienes defendieron tal «incompetencia lingüística»
tuvieron que enfrentarse a las demoledoras críticas de los lingüistas (véase la
ya citada resolución de la Sociedad Americana de Lingüística de 1972 o
algunos textos clásicos como Labov, 1985), que explicaban la imposibilidad
de medir el volumen del vocabulario de una persona y aportaban evidencias
de que se estaban haciendo juicios cuantitativos sobre ausencias cualitativas
referidas a un determinado léxico considerado «culto» o «abstracto». En lo
relativo a la sintaxis, se señaló la contradicción que deriva del hecho de que,
siendo la gramática parte del acervo común a todo ser humano que usa su
lengua, se pueda siquiera plantear que haya sectores sociales agramaticales,
máxime cuando las formas señaladas eran gramaticales (esto es, posibles),
aunque ciertamente características de una determinada variedad coloquial. En
el mismo capítulo de usos posibles entrarían los rasgos semánticopragmáticos, los cuales si bien son admitidos, nunca son entendidos como
déficit.
Para los lingüistas, pues, se trata de diferencias en los usos que de la lengua
hacen los hablantes, diferencias que surgen siempre que hay diferencias
sociales y culturales. Estas críticas, junto con la dificultad de ofrecer pruebas
concluyentes de la supuesta incompetencia lingüística, dieron lugar a
versiones «más débiles» de la teoría, en las que ya no se hablaba de
incompetencia lingüística sino de incompetencia comunicativa, esto es, de
incompetencia en el uso, y no en el conocimiento, del sistema. Con esta
modificación, que contradice en menor medida los postulados hoy
generalmente aceptados en la teoría lingüística, se plantea que quienes
fracasan en el sistema escolar tienen un conocimiento limitado de registros o
estilos y un uso inadecuado de ellos, es decir, que se trata de hablantes con
menor movilidad social porque conocen menos variedades y menos las
normas acerca de cómo emplearlas.
Subyace a esta teoría, en contra de las evidencias proporcionadas por la
sociolingüística, el supuesto de que hay variedades y lenguas más ricas o más
lógicas, más correctas o más complejas. Actualmente, a pesar de la
insistencia desde la teoría lingüística en la necesidad de evitar planteamientos
prescriptitos y de distinguir entre el valor lingüístico de las formas de habla y
su valoración social, se mantiene enraizada la creencia de que existen no
hablantes, sino grupos sociales que, por su educación, su clase social o su
posición socioeconómica, hablan peor, o son incapaces de razonamientos
abstractos o carecen de lógica. Este tipo de afirmaciones aún se oye en
algunos ámbitos en relación con las clases sociales más bajas. Se ignora en
estos casos que la interpretación y la producción de cualquier enunciado,
sobre todo de aquellos en los que abundan los sobreentendidos, obligan tanto
a la realización de razonamientos complejos como al conocimiento de las
22
estructuras sintácticas. Así pues, se interpreta como una cuestión lingüística
lo que es un problema social relativo a la diferente valoración de las formas
de habla. En el caso de los niños y adolescentes de origen extranjero,
posiciones como estas se formulan con mayor desinhibición y con menor
cautela, ya que se justifican más fácilmente al tratarse de personas que
conocen y hablan una o varias lenguas pero que pueden desconocer la de la
comunidad de acogida, que es la que precisarían dominar.
Desde el punto de vista educativo, la teoría del déficit se plantea como
objetivo eliminar las diferencias, ya que estas, precisamente en tanto que
déficit, son causa de desigualdad. Puesto que entiende que es posible superar
esta carencia (salvo en las versiones más radicales, como es el caso de Arthur
Jensen, 1969), considera que es obligatorio hacerlo para, a su vez, superar las
condiciones de desigualdad. La solución que se propone para salvar esta
situación deficitaria es la «inyección cultural y lingüística», mediante una
enseñanza niveladora, la enseñanza compensatoria, cuyos únicos
destinatarios serían quienes tienen el desnivel. Este procedimiento supone
siempre que los alumnos sean separados del grupo que sigue la enseñanza
regular, al menos durante unas horas o unas asignaturas. Esta segregación
entraña la clasificación de «niños normales» y «niños con problemas», con el
consiguiente señalamiento y la posible estigmatización de aquellos que «no
llegan» o «no siguen», que tantas veces se ha criticado. Por ello, este
procedimiento se aplica hoy en día solo de forma controlada, limitando el
número de horas fuera de la clase de referencia y haciendo fluctuar la
conformación de los grupos, para que no se fosilicen como grupos que nunca
volverán a integrarse en el conjunto. Se trata de un modelo que no fomenta el
mantenimiento de las diferencias, sino que las compensa mediante
intervenciones específicas que entrañan segregación, aunque controlada, pues
hay que evitar que se convierta en un procedimiento de marginación
encubierta.
Desde el punto de vista estrictamente lingüístico, tampoco se potencia el
mantenimiento de la diferencia, puesto que se valoran poco, o nada, las
formas diversas de habla. El objetivo de este tipo de enseñanza parece ser
sustituir las lenguas y formas de habla minoritarias por aquellas de la
mayoría, lo que genera competencia entre ellas y hace surgir distintas
actitudes que inciden notablemente en el aprendizaje. Esas actitudes pueden
oscilar, como se ha dicho, entre actitudes positivas hacia la asimilación y
actitudes de rechazo. Estas últimas pueden derivar en una mala adquisición
de la segunda lengua, lo que, unido a un conocimiento precario o superficial
de la lengua de origen, abre las puertas a la marginación. En Estados Unidos,
por ejemplo, se ha señalado con frecuencia que estas actitudes de rechazo —
surgidas como reacción a la presión asimiladora— son la causa del fracaso en
la educación compensatoria de la minoría negra y de la minoría hispana, y no
cualquier otro aspecto relacionado con las aptitudes.
Por último, desde el punto de vista social, esta teoría ha de combatir algunos
de sus desarrollos de corte netamente racista, desarrollos que surgen siempre
que se da por hecho que algunos grupos sociales tienen menor competencia
en virtud de su raza, su clase social, el ambiente familiar en que han vivido o
23
la educación que han recibido. Por eso, cuando hoy se aplica esta teoría y los
métodos educativos a ella asociados, se hace de manera personalizada y no
universal, con el fin de que sea la capacidad, y no la pertenencia a un
determinado grupo, lo que determine la asistencia a clases compensatorias.
Este rasgo es vital, ya que de otro modo se estaría imponiendo un sistema
normalizador y marginador, todo lo cual es contrario a los derechos
fundamentales.
Los planteamientos de esta teoría con respecto a la diversidad y a las
relaciones intergrupales llevan a situarla, en el marco de ideologías
establecido en esta investigación, dentro de la ideología marginadora.
La teoría de la diferencia, por su parte, surge en el ámbito de la lingüística
como respuesta a la teoría del déficit (Kroch y Labov, 1972; y Labov, 1985).
En ella, el fracaso escolar se entiende como consecuencia de causas tanto
lingüísticas como sociales, entre las cuales estarían los prejuicios lingüísticos
y la diferente valoración social de las variedades, así como la utilización de
esas valoraciones en la formación escolar. Algunas formas lingüísticas
actúan, entonces, como «cierres sociales», al exigirse su uso en dominios
sociales relevantes y sirviendo la ausencia de estas como argumento para
justificar la exclusión de quienes no las utilizan. Así pues, algunos hablantes
poseen de partida las variedades exigidas en ámbitos sociales como la
escuela, si es la forma característica de su grupo social o de su clase, mientras
que otros se ven obligados a adquirirla, siendo además rechazados por su
forma de habla vernácula. No se trataría, por tanto, de un déficit, sino de una
diferencia lingüística que socialmente se valora positivamente en un caso y,
negativamente, en otro.
Esta teoría, como la del déficit, quiere romper el círculo de la pobreza y
acabar con las condiciones de desigualdad que viven algunas minorías y
algunos sectores sociales. Sin embargo, no considera que para ello sea
necesario atenuar o eliminar las diferencias lingüísticas y culturales, sino, al
contrario, propiciar su mantenimiento asegurando al mismo tiempo las
relaciones intergrupales y la creación de espacios comunes.
Entre los modelos educativos a los que esta teoría ha dado lugar, figuran
tanto los modelos multiculturales como los interculturales, que examinamos
en el apartado 1.3.3. y de los que ahora solo decimos que, en el plano
lingüístico, buscan asegurar el aprendizaje de la lengua o la variedad
mayoritaria, pero sin proyectar una imagen negativa de la lengua o la
variedad vernácula. Al contrario, la utilizan como base para el aprendizaje de
la segunda variedad o de la segunda lengua. En pocas palabras, se buscaría
un bilingüismo de ganancia, al que solo se llegaría asegurando también el
conocimiento académico de la de origen.
De estos planteamientos ha surgido la distinción entre los procedimientos de
enseñanza de segundas lenguas conocidos como «inmersión» y
«submersión», el primero de los cuales valora las lenguas previas del
hablante, mientras que el segundo ni las valora ni las permite, lo que genera
competencia, con las consecuencias ya señaladas15. Ignasi Vila diferencia
24
ambos procedimientos a partir de tres rasgos: mientras que la inmersión
lingüística es voluntaria, la submersión es obligatoria; solo la inmersión se
preocupa por el desarrollo de la lengua familiar del alumnado; por último, en
ella se adoptan estrategias didácticas que intentan reproducir el proceso
«natural» de adquisición de una lengua, mientras que la submersión carece de
dichas estrategias (1999). El éxito o el fracaso no está desvinculado de las
repercusiones que ambos tienen sobre los procesos de construcción de la
identidad (para una reflexión sobre esta cuestión, véase Norton, 2000).
Para no segregar por la forma de habla y para no obligar a abandonar la
variedad no estándar o la lengua vernácula, los centros de enseñanza
necesariamente tienen que asumir su condición de espacios multiculturales y
abrirse a la interculturalidad. Para ello es preciso formar a los profesores,
convocarlos a reflexionar sobre los prejuicios lingüísticos y étnicos, así como
fomentar en ellos actitudes positivas hacia la diversidad, buscando, por
ejemplo, que no consideren el uso de otras lenguas como un acto de rechazo
o de agresión a la sociedad receptora. Igualmente, parece necesario
incorporar personal que conozca las variedades vernáculas, con el fin de
poder orientar adecuadamente las interferencias lingüísticas y las distintas
etapas del aprendizaje de toda lengua16.
Otra interesante visión de conjunto sobre la educación bilingüe la ofrece
Baker (1997); y Cummins (1999) presenta un análisis contrastivo de
programas. Finalmente, para los estudios sobre la enseñanza de la lengua y la
cultura de origen, véanse Franzé y Mijares (1999) y el estudio comparativo
de Mc Andrew (2001).
Las críticas que se han hecho a esta teoría de la diferencia señalan que es
idealista porque las escuelas no están preparadas para comprender ni para
aplicar sus propuestas y que no asumirán nunca su condición de espacios de
diversidad porque su labor tradicional es nada menos que uniformar.
Igualmente, resaltan los costes que entraña, ya que obliga a formar a
profesores y especialistas, a contar con maestros de apoyo en el aula, a
potenciar la enseñanza de las lenguas y de las culturas de origen, a organizar
actividades en las que se implique todo el centro, a modificar el currículo, a
estudiar los materiales educativos existentes y crear otros nuevos, y a
explorar y diseñar nuevos métodos y procedimientos. Desde el punto de vista
educativo, se ha señalado que el no insistir tanto en la importancia de la
variedad estándar puede no estimular suficientemente su aprendizaje, y se ha
dicho también que al no haber segregación, los individuos que sí conocen la
variedad estándar pueden verse retrasados en su aprendizaje.
A lo largo de este libro se verá cómo la adopción de políticas acordes con
esta teoría y con las ideologías multi e interculturales que representa requiere
de una transformación social, ya que supone el reforzamiento de la posición
social («empoderamiento») de las minorías lingüísticas y culturales. Por otro
lado, precisa contar con un conjunto de valores, ideologías y actitudes para
ponerla en práctica, pues de lo contrario su aplicación se hace de forma
superficial y puede llegar incluso a contradecir los principios que la
25
sustentan.
Por último, es preciso indicar que la teoría de la diferencia se apoya en una
ideología integradora, razón por la cual establece un vínculo claro entre, por
un lado, el hecho de que se facilite el mantenimiento de la identidad y de las
características culturales y lingüísticas minoritarias y, al mismo tiempo, no se
produzca segregación, y el que, por otro lado, se produzca la integración de
las minorías. Fue precisamente esta correlación la que influyó a la hora de
formular nuestra segunda hipótesis de trabajo, por la que se trataba de
verificar si se producía siempre o no.
1.3.3. Los modelos educativos
En este apartado presentamos los distintos modelos educativos a que han
dado lugar las ideologías y teorías descritas. El orden de exposición responde
sobre todo a un criterio cronológico, ya que estos modelos pueden
considerarse etapas sucesivas de un solo proceso de adaptación y respuesta al
reconocimiento de la diversidad en los sistemas educativos de distintos
países. Se han tomado en consideración propuestas de clasificación bastante
coincidentes con la nuestra, entre ellas las de E. Verne (tomada de Jordán,
1992: 105-106), James Lynch (1992: 141-158), Teresa San Román (1992:
177-188) y Susana Tovías (1993: 4-8), todas las cuales se resumen
esquemáticamente en la tabla 2, incluida hacia el final de este apartado y
tomada, a su vez, de Carbonell y Paris (1995: 100).
El modelo asimilador (conocido también como laissez faire)
Este modelo surge a fines de la Segunda Guerra Mundial y se aplica en
algunos países europeos y en Estados Unidos sobre todo hasta los años 60.
Basado en la teoría del déficit, trata de que aquellos que se incorporan al
sistema escolar, procedentes de la inmigración o de determinadas áreas
geográficas con una lengua diferente, se asimilen a la mayoría adquiriendo su
lengua, para así asegurar su adaptación a la sociedad de acogida y sus
posibilidades de progreso social. Los destinatarios de los programas que se
ponen en marcha son exclusivamente quienes presentan la «carencia», de
modo que no se dirige ninguna acción especial al resto de la comunidad
escolar. El modelo asimilador no facilita el mantenimiento de la diferencia,
pero tampoco segrega, por lo que la ideología subyacente es también
asimiladora y conlleva la imposición de una perspectiva etnocéntrica.
Entre los procedimientos y estrategias educativas que suelen utilizarse
cuando se aplica este modelo destaca la submersión lingüística y cultural, que
se realiza en el aula común y sin tratamiento diferencial (de ahí la
designación de «laissez faire»). Este procedimiento puede dar resultados
distintos en función de la edad de los alumnos y, desde luego, de su número.
En ocasiones, la submersión se refuerza con profesores de apoyo en el aula,
que ayudan a este alumnado en las primeras etapas. Otro procedimiento muy
común es la realización de clases de acogida, en particular de cursos
intensivos de lengua antes de que los estudiantes ingresen a la enseñanza
reglada. Esta opción se ha seguido en Estados Unidos, Francia y Canadá, con
26
un enfoque que consideraba la escolarización de estos alumnos como un
desafío lingüístico que demandaba actuaciones específicas (solo, una vez
más, para estos estudiantes). En el caso de Canadá, y en particular de
Quebec, este modelo (adoptado en 1969 y que conoció su pleno desarrollo
con la Ley 101 de 1977) fue modificado al extenderse la convicción de que
era preciso adaptar el sistema escolar a la diversidad (para conocer la
evolución de las políticas educativas en Quebec durante las décadas de los
70, 80 y 90, evolución a la que se hace referencia en distintos momentos en
este apartado; véase Mc Andrew, 2001).
Ninguno de estos procedimientos conlleva la segregación, si bien las
relaciones intergrupales han de establecerse en la lengua y con los referentes
socioculturales predominantes. Los resultados del modelo dependerán de la
acción del grupo minoritario, de su autoestima, de la valoración de su lengua
y de las medidas que tomen para mantenerla. Si la comunidad de origen así
lo decide y otorga persistentemente su apoyo, este modelo, que desde la
sociedad de acogida se pretende asimilador, puede ser parcialmente
contrapesado con el refuerzo de la cultura y la lengua de origen fuera del
ámbito escolar. El contrapeso difícilmente dará lugar a una situación de
equilibrio debido a que coinciden la lengua dominante y socialmente
legitimada con la lengua de la escuela, por lo que termina imponiéndose sin
remedio (por ello, Lambert, 1981, considera que solo puede haber equilibrio
cuando la lengua de la escuela es distinta también de la dominante en la
sociedad, como ocurre en los colegios franceses, ingleses, etc.). No obstante,
es posible que se mantengan la lengua y la cultura de origen a pesar de la
presión de la segunda lengua en el ámbito escolar, aunque el uso de la lengua
vernácula quede reducido a un uso familiar y coloquial. La emigración
española en Suiza, por ejemplo, respondió a este modelo con éxito mediante
una enseñanza complementaria de la lengua y la cultura de origen,
organizada por la propia comunidad.
El modelo asimilador sigue vigente en algunos de nuestros centros,
específicamente en aquellos en los que el número de estudiantes de origen
extranjero con lengua materna distinta al español no es elevado.
El modelo de compensatoria (especializado o marginador)
Este modelo educativo se desarrolla a partir de los años 60, cuando aumentan
las migraciones y empiezan a formarse minorías autóctonas y guetos. Se
sustenta también en la teoría del déficit y comparte con el modelo anterior el
deseo de conseguir la igualdad de oportunidades desde la asimilación cultural
y lingüística. Los destinatarios son, igualmente, quienes presentan la
«carencia», y no se plantean acciones dirigidas al conjunto de la comunidad
escolar. Sin embargo, el marco ideológico no coincide con el anterior, ya que
si bien, como en el otro caso, no se facilita el mantenimiento de la diversidad,
en este tampoco se potencian las relaciones intergrupales. Y esta diferencia
se pone de manifiesto en los procedimientos, pues en este modelo la
nivelación se busca a través de la enseñanza compensatoria, la cual entraña
siempre segregación.
27
Puesto que la enseñanza compensatoria se imparte simultáneamente a otras
materias a lo largo del curso escolar, su contenido no es puramente
lingüístico: se imbrican conocimientos lingüísticos y no lingüísticos; lo que
puede asociar los desniveles, o presentarlos como indisociables, cuando muy
probablemente sean plenamente distinguibles. Este modelo ha sido aplicado
con frecuencia en Estados Unidos, como parte de las políticas de lucha contra
la pobreza y en favor de la igualdad de oportunidades. Sus destinatarios
fueron, primero, la población afroamericana y, más tarde, la comunidad de
hispanohablantes.
Según Mc Andrew (2001), en el caso de los hispanos se reconocía la
necesidad de un tratamiento específico (aunque limitado), que incluyera la
educación bilingüe, pero no como medio para preservar la lengua y las
culturas de origen, sino como un procedimiento de compensación educativa
para aprender la nueva lengua y así conseguir la igualdad de oportunidades
(por ello, a la hora de evaluar sus resultados lo que se toma en cuenta no son
los derechos de las minorías, sino su incidencia sobre la promoción de la
igualdad). Los desarrollos posteriores de este programa (a partir de 1984) han
pasado a tener un carácter menos ligado a la enseñanza compensatoria y más
en consonancia con la «Antidiscrimination Act», que prohíbe toda
segregación no transitoria por razones etnolingüísticas (Departamento de
Educación de los Estados Unidos, 1995).
Como ya se ha señalado, este modelo se entiende con frecuencia como una
etapa necesaria para conseguir la asimilación; sin embargo, existe un alto
riesgo de que se convierta en un mecanismo de exclusión social y de
marginación. Para evitarlo, es indispensable que mantenga su carácter
transitorio y personalizado, y que no se aplique nunca de forma universal
(por ejemplo, destinando a compensación educativa a todos los alumnos con
padres inmigrantes). Asimismo, es obligado que se vigilen las estrategias
niveladoras y su contenido, y que se garantice el regreso a la enseñanza
normalizada en un plazo limitado de tiempo. De lo contrario, se estaría dando
amparo a un mecanismo de desviación encubierta del sistema educativo: un
verdadero callejón sin salida para los alumnos involucrados.
Los materiales y procedimientos de evaluación de las «carencias» y de los
progresos deben estar plenamente definidos (qué nivel de lengua se precisa
en cada nivel escolar, qué contenidos se consideran imprescindibles, cómo va
a evaluarse la incorporación de los estudiantes, etc.). Igualmente, debe
atenderse a la integración en el centro de enseñanza y en los grupos de
referencia, ya que el aula común es el vínculo que permite evitar la
segregación total y comprobar que el procedimiento funciona.
Entre los efectos negativos de este sistema estaría la posible pérdida de la
lengua de origen, lo que entre otras cosas supondría una pérdida de capital
lingüístico y, por ende, la pérdida de un recurso para la inserción laboral.
Junto a este efecto se encuentran todos aquellos relativos a la pérdida de la
identidad y a la aculturación.
28
El modelo multicultural (segregador)
El modelo multicultural surge en los países europeos en la década de los 80,
y supone la quiebra del etnocentrismo al incorporar otras formas de hacer y
otros valores. Se vincula a la teoría de la diferencia, ya que no pretende la
asimilación cultural, sino que trata de facilitar el mantenimiento de la
identidad y de los rasgos lingüísticos y culturales diferenciales. Sin embargo,
su aplicación puede derivar en un modelo segregador si los destinatarios son
exclusivamente quienes pertenecen a las minorías culturales y lingüísticas, y
si no se fomentan las relaciones intergrupales. Así ocurre, por ejemplo, en
Bélgica, donde el modelo se aplica radicalmente y se han creado centros
educativos separados para las comunidades flamenca y valona. Si la
aplicación es mesurada, los riesgos de segregación disminuyen, ciertamente,
aunque no desaparecen del todo, especialmente cuando el modelo se concreta
en un procedimiento único, como puede ser el Programa de Enseñanza de la
Lengua y la Cultura de Origen (ELCO) impartido exclusivamente a un sector
de la población escolar, fuera del horario normal de clases y fuera también
del currículo.
Otras medidas que se han puesto en práctica, por ejemplo en Canadá en la
década de los 80, cuando el modelo estaba en pleno desarrollo, tenían como
fin la sensibilización, formación y selección del profesorado, mediante la
incorporación de nuevas asignaturas y contenidos en los estudios de
educación, realizando también programas específicos de sensibilización de
formadores y estudios del impacto que tiene sobre los profesores la
diversidad en el alumnado. Asimismo, modificaban las estrategias y los
materiales didácticos (con guías pedagógicas y estudios sobre el tratamiento
y la valoración de la diversidad en los libros de texto) y también las reglas de
funcionamiento de los centros, al desarrollar, por ejemplo, proyectos para
fomentar la participación de las familias en las escuelas17.
En consecuencia, los centros se abrieron a una realidad menos monolítica y
menos homogénea, y la diversidad pasó a considerarse un elemento
constitutivo de la escuela. No obstante, este modelo no necesariamente
fomenta las relaciones intergrupales ni da lugar a una realidad intercultural.
De hecho, en los centros de la Comunidad de Madrid algunas medidas se
incorporan, con relativa frecuencia, de forma tangencial y extracurricular, sin
afectar a los contenidos de las asignaturas ni a la manera de impartirlas
(véanse los apartados de la Segunda Parte correspondientes en los capítulos
dedicados a los centros de enseñanza).
Por lo anterior, en los últimos tiempos en los países donde cuentan ya con
una larga tradición los programas de enseñanza de la lengua y la cultura de
origen, la intervención más importante dentro de este modelo, se han
modificado las condiciones de acceso para que pueda incorporarse un cupo
de alumnos con otras lenguas de origen y evitar así la guetización, al tiempo
que se hace de este programa una herramienta para la interculturalidad18. En
Canadá, por ejemplo, la ELCO ha contribuido a normalizar la percepción del
multilingüismo y del multiculturalismo en la sociedad y a desarrollar los
sentimientos de pertenencia a la escuela y a la sociedad canadiense en los
29
alumnos de origen extranjero. En ese país, el rechazo que esos programas
suscitaban al principio ha desaparecido y, de hecho, en el caso de la tercera
generación parece ocurrir lo que se ha denominado «ethnic revival», que
tiende a impulsarlos de nuevo, aumentando, incluso, su carácter segregador,
sin que ello se vea como un riesgo, puesto que estas comunidades se
encuentran ya integradas desde el punto de vista económico, lingüístico y
sociocultural. Igualmente, se ha sustituido en la denominación de estos
programas el término «lengua de origen» por «lengua extranjera», con el fin
de sacar partido al prestigio que tiene el aprendizaje de lenguas extranjeras en
nuestras sociedades, del que carece el aprendizaje de lenguas patrimoniales
(piénsese, por ejemplo, cómo se valora la adquisición del francés frente al
catalán en España).
Por lo que se refiere a la situación en España, a pesar de la legislación
internacional existente19 que reclama la promoción de la enseñanza de la
lengua de origen de los estudiantes de origen inmigrante, con el fin de
favorecer su integración, estos programas han conocido un desarrollo muy
limitado. Existen convenios con Marruecos y Portugal, cuyo alcance es
pequeño, y en algunos municipios y centros han establecido convenios con
algunas ONG para que impartan estas clases fuera de los horarios escolares
(más adelante, en los capítulos dedicados a los centros de enseñanza de la
Segunda Parte y en la Tercera de este volumen, se valoran con más detalle
los programas ELCO existentes y sus resultados). Aún más retraso parece
experimentar la aplicación de otras normas como las que atañen al derecho a
recibir enseñanza religiosa (evangélica, islámica y judía) en los centros
públicos y privados concertados (tal y como regula la Ley Orgánica de
Libertad Religiosa de 1980). Solo muy lentamente se van adaptando los
centros al respeto a fiestas religiosas distintas de las oficiales y a la diferente
regulación de las horas de comida y a los alimentos (para todos estos
aspectos, consúltese Eliseo Asaja, 1999).
Con frecuencia se ha resaltado, además, el carácter tangencial, el
paternalismo, la folclorización y la simplificación de las actividades
multiculturales que se realizan en los centros, como se verá más adelante al
analizar las prácticas. Como señala Carbonell y Paris (1995: 70 y ss.), las
fiestas y actos «multiculturales» consisten, en ocasiones, en enseñar al gitano
y al extranjero a ser precisamente el estereotipo de gitano o extranjero, es
decir, en «enseñar al marginado a serlo». Bajo el axioma de que la diversidad
enriquece, solo la población autóctona se enriquecería de este «mercado
exótico del trueque», mientras que los diferentes parecen estar obligados a
mantenerse firmes en su supuesta identidad cultural. Con todo, al menos se
disminuye la presión asimiladora y se fomenta una realidad más compleja y
menos homogénea, en la que los diversos colectivos y personas pueden verse
representados. Asimismo, se favorece el multilingüismo20.
El modelo intercultural (integrador)
A consecuencia de los inconvenientes y de las críticas realizadas a los
modelos anteriores, a mediados de la década de los 80 surge el modelo
intercultural, que tiene como base una ideología integradora21. Se apoya en
30
la teoría de la diferencia y sus destinatarios son todos los miembros de la
comunidad educativa. Conlleva la reorganización de los centros y la
introducción de cambios en los contenidos que se imparten, los cuales deben
incorporar conocimientos relativos a las diferentes lenguas y culturas de los
alumnos, a los diferentes valores, percepciones y bienes culturales. Supone
un cuestionamiento del etnocentrismo y no tiende a la segregación, sino a la
búsqueda de puntos comunes y de lugares de encuentro al fomentar el
conocimiento mutuo y el desarrollo de formas de convivencia en las que
todos se vean representados y a las que todos tengan que adaptarse. La
etnografía, entonces, se convierte en una forma de autoaprendizaje y de
exploración de los valores y usos tanto propios como ajenos.
Como ya hemos señalado al tratar las ideologías, los procedimientos y
programas han de dirigirse al conjunto de la población escolar. Como afirma
Francesc Carbonell (1999), han de orientarse preferentemente a que los
miembros del grupo mayoritario acepten como iguales a los miembros de las
minorías, y además no se sientan amenazados por el hecho de que hablen
otras lenguas o tengan otras costumbres.
En el modelo intercultural, la enseñanza de las lenguas y las culturas de
origen no se restringe a la comunidad que las tiene por formas vernáculas,
sino que se hace accesible al conjunto de la comunidad mediante su
incorporación al currículo. De esta forma, se fomenta la adquisición de una
competencia lingüística y comunicativa intercultural. Una muestra de cómo
han de adaptarse los materiales didácticos a estos programas es el trabajo
realizado en 1988 por el «Conseil des Communautés Culturelles et de
l’Immigration de Quebec», que incidía no solo en la no reproducción de los
estereotipos étnicos, sino en la necesidad de reflejar el carácter plural de la
sociedad, de manera que todos sus componentes se vieran representados, y
no únicamente las mayorías dominantes.
En los manuales que se diseñaron se trató de evitar el sesgo etnocéntrico
incorporando un discurso inclusivo (que enfatizara la condición inclusiva de
la ciudadanía). Asimismo, se realizó un tratamiento complejo y no
folclorizante de las culturas, en el que no se dejó de lado su aportación al país
de acogida. Finalmente, se buscó un equilibrio temático que resultara de
incorporar las preocupaciones de la sociedad de acogida y de reflejar también
las de las minorías, representando siempre de forma positiva las relaciones
interétnicas. Por su parte, en los libros de Historia se insiste en la urgencia de
reflexionar sobre la desigualdad mundial y su vinculación con las dinámicas
migratorias, evitando una presentación no crítica del llamado
«subdesarrollo», que podría dar lugar a una interpretación simplista y
prejuiciosa de los alumnos que se han incorporado a la escuela a
consecuencia de la migración de sus progenitores. En España, aún no existen
materiales didácticos acordes con los objetivos de una educación
intercultural. Trabajos como los de Pierre Liégois (1998), Mariano Fernández
Enguita (1995) y Jurjo Torres (1992; 1998) muestran que el currículo oculto
no responde a estos principios, al tiempo que sugieren líneas de
modificación. Entre los principios que han de guiar el cambio en los
currículos y materiales didácticos, destaca la necesidad de involucrar a todos
31
los sectores implicados, dominantes y subordinados, tanto para analizar la
situación actual como para diseñar las posibles actuaciones.
Puesto que tanto la enseñanza como el aprendizaje son procesos interactivos,
los «estilos de enseñanza», es decir, las prácticas comunicativas que se dan
en el aula, desempeñan un papel fundamental. Solo de este modo puede
igualarse la participación y representación de todos los alumnos,
independientemente de su origen, puede buscarse un intercambio en clave de
igualdad y cuestionarse los estereotipos y las ideas preconcebidas sobre los
otros. Trabajos como los de Eduardo Terrén (2001: cap. 4) muestran cómo la
dinámica de las interacciones en el aula tiende a reproducir la estructura y los
valores dominantes en la sociedad. En su observación de las relaciones que
en el aula se establecen se muestra cómo se infravaloran o se ven como
menos rentables las relaciones interétnicas, y se considera escaso el beneficio
del intercambio y de la solidaridad interétnica. De hecho, los análisis de las
interacciones en el aula, realizados en nuestra investigación, ponen de
manifiesto que la asimetría que normalmente se observa en estas
interacciones (por ser muchas veces evaluativas, disciplinarias o expositivas)
se incrementa cuando participan en ellas alumnos de origen extranjero. Con
frecuencia estos alumnos se retraen, participan en menor medida y muestran
menos de lo que saben para que sea evaluado; incluso, se ha observado cómo
sus propios compañeros, en ocasiones, les corrigen o amonestan en público
por sus errores a la hora de exhibir sus destrezas al leer o escribir (Terrén
encuentra dinámicas equivalentes).
De manera que hoy al realizarse la enseñanza en un contexto multicultural y
multilingüe, puede ocurrir que parte de los estudiantes en un aula pueden no
estar familiarizados con la lengua vehicular ni con aspectos menos
perceptibles, como son la cortesía o las normas de comportamiento
dominantes en las aulas. También es posible que les sean extraños los
sistemas de enseñanza a los que se incorporan, algunos contenidos del
currículo o las estrategias de enseñanza y aprendizaje (el tipo de ejercicios
que se les pide, por ejemplo). Si el objetivo es potenciar el modelo
intercultural, resulta prioritario lograr dinámicas interactivas que aseguren su
participación e integración. El profesor puede lograrlo utilizando el
aprendizaje cooperativo (Díaz Aguado, 1995) y otras estrategias (Aguado,
1999; Puig, 1995). Pero para ello, es preciso, además, facilitar el acceso de
los profesores y de los centros a información sobre la escolarización previa
de los estudiantes de origen extranjero: sus hábitos de aprendizaje, sus
expectativas y formas de participación en el aula, para que puedan desarrollar
métodos de enseñanza inclusivos y extender este conocimiento al conjunto de
la clase. Los profesores desempeñan un papel muy relevante en estos
procesos, ya que rigen la dinámica comunicativa en el aula y pueden
reproducir o transformar los estilos y los modelos educativos. Son también
quienes utilizan, reproduciendo o modificando, los materiales docentes y sus
contenidos. Por ello, su actitud es clave a la hora de abrir los procesos de
enseñanza y aprendizaje a otras realidades y a todos los alumnos22.
Ahora bien, sin duda la principal herramienta educativa en este modelo es
potenciar el espíritu crítico de los estudiantes, de forma que puedan
32
reaccionar a los estereotipos y a los sesgos etnocentristas. En general, los
estudiantes también desempeñan un papel muy activo en los programas que
buscan desarrollar una competencia intercultural, como los diseñados por
Byram (2001), en los que los alumnos aprenden a observarse a sí mismos y a
los otros, a reflexionar sobre la sociedad en la que viven y sobre otras
sociedades, intercambiando experiencias y percepciones y cuestionando las
representaciones monolíticas y estereotipadas.
Los programas, sobre todo los de Lengua y Literatura, se adaptan a esta
nueva perspectiva incorporando enseñanzas tales como los estudios
culturales y procurando que las nuevas tecnologías sirvan para que los
alumnos conozcan lugares distintos e intercambien experiencias con otros
centros y otros estudiantes (consúltese, entre otros, Byram, 2001; Byram,
Morgan, et. al., 1994; y Byram, Nichols y Stevens, 2001).
Entre los desarrollos más recientes de este modelo, se cuenta la versión
crítica de la educación antirracista, la cual busca sensibilizar a profesores y a
alumnos, cuestionar los prejuicios étnicos y mostrar cómo algunos roces en la
interacción están vinculados a formas distintas de hacer (un ejemplo de cómo
llevar a cabo tareas de sensibilización en el aula, puede encontrarse en Martín
Rojo, 1998b y Martín Rojo, 1999). Este tipo de educación insiste en la
formación del profesorado y de especialistas con el fin de favorecer la
incorporación de conocimientos sobre las lenguas y las culturas de los
estudiantes. Igualmente, abre la puerta a acciones de discriminación positiva,
que garantizarían el acceso de las minorías a la educación. En este modelo se
considera tarea prioritaria observar (monitorizar) las acciones educativas y
sus resultados: nivel de promoción y titulación de las minorías. Para valorar
los obstáculos que encuentran estas propuestas en España, además de la
Tercera Parte de este volumen, resulta de gran interés la valoración realizada
por el Colectivo IOÉ (1999), acerca de cómo operan en los centros de
enseñanza en España las lógicas nacionalistas, culturalistas e igualitarias.
Los distintos modelos estudiados, que se han concretado en distintas fases en
el proceso de adaptación y respuesta a la diversidad en los centros
educativos, se recogen en esta tabla, tomada de Carbonell (1995). Dada la
profusión y confusión terminológica que existe, en ella se recogen las
sistematizaciones elaboradas por distintos autores (anteriormente citados). En
esta tabla se observa cómo por lo general se establecen cuatro o cinco etapas,
dependiendo de si se divide en dos alguna de las establecidas por esta
investigación (Verne, por ejemplo, distingue el momento en que se introduce
la enseñanza de la lengua de origen y aquel en que se introduce la enseñanza
de la cultura de origen) o de si se señala alguna más, como la etapa
oscurantista que incluye Teresa San Román, en la que las minorías no son
escolarizadas. A pesar de estas diferencias, que en algunos casos son de
detalle o de terminología, existe una gran coincidencia en cuanto al
contenido, los objetivos y los procedimientos que se atribuyen a cada
modelo.
Hasta ahora hemos visto que, a partir de si se facilita el mantenimiento de la
identidad y de las diferencias lingüísticas y culturales de las minorías y de si
33
se favorecen las relaciones intergrupales, no solo podemos establecer
diferencias ideológicas, sino que podemos describir cómo estas animan y
articulan las distintas teorías y modelos educativos.
Por ello, en esta investigación no se limitó la observación al modelo
educativo por el que los centros habían optado (en general el que establece la
ley —la educación compensatoria—), ni a sus adaptaciones, sino que se
partió de un planteamiento más general basado en las dos preguntas iniciales,
de forma que fuera posible explorar el componente ideológico tanto de las
políticas como de las aplicaciones que de ellas se hacen. Al examinar qué
respuestas correspondían, se planteó también si era posible acceder a las
valoraciones que sobre los mismos aspectos tenían los distintos sectores
implicados, a través de las entrevistas. Ello explica el proceder metodológico
que se ha seguido, basado en la observación y en la recogida de los discursos
(Véase la tabla 3)
Ahora bien, antes de pasar a la presentación de las situaciones vividas y
observadas en los centros, parece necesario remitirnos, aunque sea
brevemente, a las políticas que en los últimos tiempos se han desarrollado en
España:
La Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE) de
1990, producto del Gobierno socialista de la España de entonces, impulsó
importantes cambios discursivos y programáticos en torno a la igualdad, la
integración sociocultural y la democratización del sistema educativo. No
obstante, la LOGSE optó por la compensación educativa, en un momento en
el que el fenómeno migratorio no tenía la importancia que luego ha cobrado
(de hecho, esta ley no se refiere expresamente a los alumnos de origen
extranjero). La compensación en este marco estatal y en ese momento se
entendió como un mecanismo con el que salvar los obstáculos para poder
lograr la igualdad social real y efectiva (Eliseo Aja, 1999, analiza esta
comprensión y el fundamento jurídico). En este primer desarrollo, no se
planteaba toda la complejidad de la relación que existe y de cómo se
retroalimentan la desigualdad social y las diferencias culturales y lingüísticas,
si bien ya se contemplaban los riesgos de la segregación y de la guetización
(para evitar la guetización se elaboró, además, en el año 1995 la Ley
Orgánica de Participación, Evaluación y el Gobierno de los centros docentes
(LOPEG), cuyos efectos positivos no siempre se han dejado sentir). Esta
elección ha marcado, sin duda, los desarrollos posteriores (para un estudio de
cómo la LOGSE y la nueva Ley de Calidad afrontan la desigualdad social y
las diferencias culturales puede consultarse Cathryn Teasley, 2002 y 2003,
respectivamente).
A partir de este marco jurídico, debido a la distribución de competencias
educativas en el estado de las autonomías, cada Comunidad Autónoma ha
generado su propia legislación, con la que se desarrollan las leyes básicas que
propone el Estado. Las comunidades autónomas han realizado, como estudia
Eliseo Aja (1999), un ejercicio desigual de estas competencias, desde la
promulgación de una ley general de educación en el País Vasco, a los
reglamentos específicos para alumnos con necesidades educativas, sin
34
aprobación de una Ley previa en otras comunidades.
En el caso de la Comunidad de Madrid se aplica el Real Decreto 299/1996,
de 28 de febrero. En Secundaria, la Dirección General de Promoción
Educativa, de la Consejería de Educación, ha desarrollado una normativa por
la que se regula el funcionamiento y la organización de la compensación
educativa (Resolución del 4 de septiembre de 2000 y Plan Regional de
Compensación Educativa del año 2000). Tal y como este Plan enuncia, se
incluyen desde los Programas de Compensatoria propiamente dichos a los
Programas de Educación Intercultural, entre los que se incluye la ELCO.
Dicha opción muestra ya una contradicción en sí misma, ya que la enseñanza
compensatoria se dirige únicamente al sector del alumnado que se considera
que tiene necesidad de compensación y no al conjunto de la comunidad
educativa23, por lo que encuadrar la educación intercultural dentro de este
marco indica que esta no se entiende como un desarrollo que ha de entrañar
cambios en las distintas dimensiones de la vida de los centros educativos.
Este marco legislativo remite a un concepto de integración que parece
responder, en un primer término, a una visión compatible con una ideología y
un modelo interculturales, que apela al «respeto a la diferencia, lo que
implica el reconocimiento mutuo de la expresividad y la creatividad de las
diferentes culturas que la convivencia plural y democrática exige a la
Comunidad de Madrid, para establecer un marco de interacción social
equilibrado» (Plan Regional de Compensación Educativa, págs. 12-13). Sin
embargo, como muestra el detallado análisis de la legislación que ha
realizado Esther Alcalá (2002), este término engloba significados diferentes e
incluso contradictorios.
1.4. La investigación en los centros de enseñanza
Como indicamos en 1.2.3., al explicar el marco teórico, son dos los objetivos
del trabajo que debíamos cumplir en los centros de enseñanza. El primero,
consistía en contrastar las políticas educativas con la observación de la
aplicación que se hacía de ellas, atendiendo especialmente a si esa adaptación
suponía el mantenimiento, el reforzamiento o, por el contrario, un
cuestionamiento de las ideologías que inspiraron las políticas, así como de
los modelos educativos propuestos. El segundo, consistía en comparar las
conclusiones sobre las prácticas y sus ideologías subyacentes con los
discursos que los propios participantes producen respecto de esas prácticas,
así como de las lenguas, de sí mismos y de sus interlocutores.
Ahora bien, para descubrir cuáles eran las ideologías que vertebraban tanto
las políticas lingüísticas y educativas como las prácticas cotidianas era
preciso establecer un conjunto de ámbitos y actividades en los centros que
permitieran responder a las dos preguntas que formulamos precisamente para
establecer las ideologías dominantes, es decir, debían permitirnos saber en
qué medida se favorecía el mantenimiento de la diversidad (frente a la
homogeneización) y en qué medida se potenciaba el establecimiento y el
desarrollo de vínculos entre profesores y estudiantes de distinto origen.
35
Por otro lado, se trató de verificar, a partir de los datos obtenidos en los
propios centros, si, como planteábamos, las teorías y modelos interculturales
que facilitaban el mantenimiento de la diversidad y el establecimiento de
relaciones intergrupales, incrementaban las posibilidades de integración de
los niños y jóvenes de origen extranjero. Para ello tuvimos que adoptar la
versión negativa de nuestra hipótesis: ver qué ocurría cuando no se
facilitaban ni la diversidad ni las relaciones intergrupales. Cuando
comenzamos, ya éramos conscientes de la dificultad de obtener respuestas
más o menos concluyentes en esta primera investigación, y, efectivamente, es
un aspecto sobre el que tendremos que seguir trabajando, ya que no
obtuvimos resultados definitivos.
La muestra de estudio la conformaron cinco centros educativos de la
Comunidad de Madrid. Estos fueron elegidos, en primer lugar, en función del
número de alumnos de origen extranjero, de manera que se incluyeran
centros donde esta presencia fuera muy significativa (CP1, IES2), pero
también, al menos, dos centros donde esta presencia fuera menor (IES1,
CP2), con el fin de que ello permitiera comparar lo que ocurría en cada caso.
Esta diferencia en la ratio, incidía sobre el segundo criterio. En este caso la
selección se realizó en función de los modelos y programas educativos, de
manera que se incluyeran centros donde existiera el Programa de
Compensatoria y centros donde no se hubiera implantado (IES1), de esta
manera podía valorarse el éxito o el fracaso de este procedimiento. De la
misma manera, se querían observar centros en los que se aplicaran modelos
más innovadores, como la ELCO, por ello se incluyó un centro donde existía
(IES2), si bien no pudo hacerse un buen seguimiento de este programa. Por
otro lado, era de gran interés incluir centros de Primaria (CP1 y CP2) y de
Secundaria (IES1, IES2), debido a cómo cambia el perfil y la respuesta del
profesorado y del alumnado en estos centros. Por último, se siguió un criterio
de localización, tres colegios estaban situados en el centro de Madrid (CP1,
IES1 y IES2) y uno fuera de este (CP2), en una zona de realojo, donde
tradicionalmente se registraba presencia de alumnos gitanos. Esta conjunción
de criterios conformó una muestra significativa de lo que está sucediendo en
los centros de la Comunidad de Madrid24.
1.4.1. Método
Técnicas de recogida de datos
Metodológicamente, en esta investigación se ha adoptado una perspectiva
cualitativa, caracterizada por su énfasis en el discurso y en la interpretación
(a diferencia de la perspectiva cuantitativa, que hubiera permitido medir, por
ejemplo, los índices de éxito o fracaso de los alumnos por grupos étnicos y
lenguas de origen25). En una investigación como esta, la diferencia entre
ambas perspectivas metodológicas no se limita al campo de lo que puede
decir el investigado (que en el caso de las técnicas cuantitativas se ve
limitado por el investigador y a menudo separado del contexto de situación),
sino que afecta también a la manera de concebir a aquellos que son objeto de
la investigación y al propio investigador. Para el análisis cuantitativo, los
hablantes son «individuos» y, en tanto que tales, son equivalentes e
36
intercambiables, ordenados (solo) a nivel estadístico. Por el contrario, para
una investigación de estructuras de sentido los hablantes son «agentes
sociales» que ocupan, cada uno, un lugar único en la estructura social, en
unas coordenadas sociales, culturales e ideológicas determinadas. En un
análisis cualitativo, los hablantes se agrupan en clases de orden y de
equivalencia (por ejemplo, grupos de profesionales, entrevistas a profesores),
lo cual permite estudiar las producciones de cada clase o conjunto como
variantes internas de la forma de gestionar la comunicación o el discurso
social general, y permite analizar cada situación y cada acontecimiento
comunicativos en relación con todos los demás (para la distinción entre estos
métodos, puede verse Francisco Alvira, 1983, entre otros).
Por lo que respecta al papel del investigador, en la metodología cuantitativa
tanto los investigadores como los entrevistados están suprimidos como
sujetos, mientras que en los métodos cualitativos la realidad concreta del
investigador se integra en el proceso de la investigación. En este estudio, los
investigadores han visitado asiduamente los centros de enseñanza, han
establecido lazos con profesores y alumnos, en algunos casos se han
implicado personalmente en la enseñanza o han servido de traductores e
intérpretes. No se trata, evidentemente, de que anulen su punto de vista y sus
experiencias, sino de que los equilibren y enriquezcan al incorporar los
puntos de vista y las experiencias de aquellos que participan día a día en el
fenómeno estudiado. En un análisis cualitativo, la actitud del investigador y
el modo de llevar a cabo la investigación reducen la distancia entre la teoría y
la vida.
Por todo lo anterior, se optó, ante todo, por una técnica de observación
participante. Este tipo de observación no se realiza desde un lugar distante y
protegido, sino desde un lugar intermedio, participando en el máximo de
actividades y acontecimientos posibles, de manera que la observación sea al
mismo tiempo una experiencia, un proceso.
Cuando Malinowsky (1974) defendía esta técnica, pensaba en la posibilidad
de dar cuenta de una comunidad en su totalidad, y no de la observación de
aspectos parciales (como la religión, la tecnología, la organización social o la
educación). Sin embargo, no es fácil cubrir todos los aspectos. Esta
investigación, para realizar una etnografía sociolingüística, se centró en los
aspectos comunicativos y lingüísticos; ahora bien, el marco ideológico en el
que se situaban estas prácticas remite necesariamente a otros aspectos
sociales (relaciones de poder, orden social) y cognitivos (estados de opinión,
el rechazo de la diferencia o la equiparación de integración con asimilación,
por ejemplo). La investigación se centró también en un único ámbito social,
la escuela, que entendimos como un espacio en sí mismo, en el que se
organiza la vida y la actividad y cada protagonista desempeña un papel en
ese conjunto, y en el que las relaciones sociales y las actividades se
construyen a lo largo de la interacción. Pero también un universo que no
puede entenderse separado del conjunto de la sociedad, en el que circulan las
creencias y las ideologías comunes al conjunto, y en el que se realizan
importantes funciones sociales, como la formación y la normalización (esta
forma de entender las instituciones y el papel de las prácticas comunicativas
37
es próxima a la de Ervin Goffman; véanse, por ejemplo, Goffman, 1970; y
Gumperz, 1989).
La observación es una técnica compleja en la que siempre interviene una
variable personal, ya que se precisa aprender a mirar y a oír, adaptarse al
papel de extraño, mantener cierta distancia y al mismo tiempo lograr cierta
proximidad para acercarnos a las motivaciones y a las razones de los
observados, adoptando al mismo tiempo una perspectiva interna y externa.
Debido a este activo papel que desempeña el investigador en un trabajo que
es siempre interpretativo, surgen problemas de percepción y distorsiones.
Para neutralizarlas en la medida de lo posible y evitar perspectivas
etnocéntricas, durante la observación se han recogido todos los puntos de
vista, incluidos los de los observadores. De esta manera, el trabajo
descriptivo ha resultado de un carácter intensamente dialógico26.
La reflexividad metodológica es la que permite que los investigadores
orquesten los distintos puntos de vista sin imponer el suyo o el de un sector
en particular. En nuestro caso, los informes de los centros y el balance final
han tratado de recoger las distintas perspectivas para que, de su conjunto,
surja el panorama dominante de la situación y unas propuestas.
De entre los diferentes tipos de observación participante se han realizado
tanto la participación pasiva como la participación completa. Cuando se ha
optado por la participación pasiva ha sido con el fin de interferir lo menos
posible, buscando el «punto ciego» de las aulas y del patio para parecer
participantes marginales (nuestra presencia fue justificada con el argumento
de que éramos profesores en prácticas). Ahora bien, en aquellos casos en los
que se permitía una presencia más frecuente, se asumió la participación
completa, la cual, por cierto, ha dominado en el trabajo de campo. Entonces
se interactuaba con los alumnos y se participaba en las tareas del aula, como
profesores de apoyo (disfrutando del privilegio de participar en la actividad
que analizábamos). También en este caso, la observación se facilitaba al
presentarse los investigadores como profesores en prácticas o en formación.
La observación se ha completado con otras técnicas de elicitación: en
concreto, con prácticas conversacionales semiabiertas (especialmente
entrevistas en profundidad a informantes seleccionados), las cuales han
permitido recoger discursos de todos los protagonistas y aproximarse más a
aquellos aspectos que no resultaban fáciles de comprender (para una
reflexión sobre el papel de la entrevista en la investigación social, véase el
trabajo de Luis Enrique Alonso, 1994).
Complementariamente, se ha empleado la técnica de las máscaras, con la que
se trata de poner de manifiesto las actitudes favorables o desfavorables de los
hablantes hacia las variedades lingüísticas. Para ello se les expone a distintas
variedades que se distinguen por el acento y el léxico, por ejemplo, pero sin
que varíe el contenido, y se les pide que valoren a la persona que habla y
manifiesten sus sentimientos hacia ella (simpatía, rechazo, etc.). Esta técnica
solo se utilizó en uno de los centros. Por último, se ha recurrido al uso de
38
datos cuantitativos sobre las lenguas, recogidos mediante la encuesta ya
mencionada (Broeder y Mijares, 2003).
Técnicas y perspectivas de análisis de los datos
Dos han sido las técnicas empleadas para analizar los discursos recogidos:
1) El análisis de la interacción, dentro del marco de la sociolingüística
interaccional, permite estudiar la interacción en el aula y las interacciones
cotidianas fuera de las aulas. Es posible así determinar cuál es el orden
lingüístico (en particular, la gestión que se hacía del bilingüismo) y acercarse
a la comunicación intercultural.
2) El análisis de los discursos y de las representaciones sociales que emergen
de ellos. Entre los discursos analizados figuran leyes y decretos, las
entrevistas en profundidad y los discursos que a lo largo de las interacciones
se ocupaban de presentar al grupo propio y a otros grupos sociales, o a la
lengua o variedad propias y a otras lenguas. De esta manera ha sido posible
conocer las actitudes que priman en relación con las diferencias lingüísticas y
culturales, las imágenes predominantes de los distintos colectivos y las
ideologías que subyacen a las políticas lingüísticas y a su aplicación.
Con estas técnicas emprendimos el estudio comparativo de varios centros de
Primaria y Secundaria.
1.4.2. La guía de observación
Los distintos ámbitos y actividades que se querían estudiar quedaron
articulados en la guía de observación, y hoy se corresponden con los
principales apartados de los capítulos dedicados a los centros, de los cuales
señalamos a continuación algunos aspectos generales, remitiéndonos a los
apartados correspondientes.
En el primer apartado, «El centro de enseñanza», se reúnen aquellos datos
que permiten apreciar, desde una perspectiva general, la constitución del
centro y su ubicación en el entorno (1.1. de los capítulos 2 al 5). Asimismo,
se presentan informaciones básicas sobre el profesorado (en 1.3. de los
capítulos 2 al 5) y sobre el alumnado (en 1.2. de los capítulos 2 al 5),
indicando, por ejemplo, en qué medida está presente la diversidad de origen
social y étnico en cada centro. Dado que muchos de estos niños y
adolescentes han nacido en la Comunidad de Madrid y por lo tanto no son
inmigrantes, es decir, no han venido de otro país, y dado que muchos tienen
la nacionalidad española, en esta investigación no se utilizan los términos
usuales de «alumnos inmigrantes» o «extranjeros ». Cuando ha sido preciso
establecer una distinción entre los alumnos autóctonos y aquellos que
independientemente de su nacionalidad o condición de inmigrante son
considerados como tales en la escuela en virtud del origen de sus padres (de
su padre, madre o de los dos), se utilizan los términos «alumnos de origen
inmigrante» o de «origen extranjero».
39
Dentro de esta Segunda Parte se incluye también una sección dedicada al
orden sociolingüístico (1.4. de los capítulos 2 al 5), en la que se recogen las
lenguas que se hablan, el modo como se regula su uso y los ámbitos que les
están reservados. De esta manera, no solo es posible valorar el grado de
multilingüismo sino también las diferencias de estatus y las relaciones de
coexistencia de las lenguas.
El segundo bloque, «Gestión del multilingüismo y del multiculturalismo en
el centro de enseñanza», está dedicado a contrastar las políticas educativas
vigentes con las prácticas adoptadas por los centros, destacando
especialmente las ideologías y las actitudes que presiden las adaptaciones que
cada uno hace de las normas, en función de la posición que adoptan y gracias
a la autonomía con que cuentan. Para ello se analizan aspectos tales como el
Proyecto Educativo y los objetivos que, en consonancia con ese proyecto, se
consideran prioritarios (2.1. de los capítulos 2 al 5), o la particular aplicación
de las normas fijadas por la Administración (2.2. de los capítulos 2 al 5). A lo
largo de la investigación que ha dado lugar a esta publicación se han
estudiado, pues, qué métodos de enseñanza y qué programas educativos se
han puesto en marcha (por ejemplo, cómo se ha organizado la
Compensatoria), y si, en consonancia con ellos, los 66 centros cuentan con
personal especializado (2.3. de los capítulos 2 al 5). De esta manera se puede
valorar cómo se aplica la legislación y si el centro hace algunas adaptaciones
(2.4. de los capítulos 2 al 5). En consonancia, se ha explorado si se realizan
otras actividades, las cuales, aun siendo esporádicas, de algún modo
desarrollan o completan el programa principal. Es el caso de las actividades
multi o interculturales (2.5. de los capítulos 2 al 5), de las cuales se han
recogido tanto las que organiza el centro como aquellas que llevan a cabo las
organizaciones no gubernamentales (2.6. de los capítulos 2 al 5), por las que
la sociedad se implica en la vida de los centros.
El tercer bloque se ha dedicado al análisis de las prácticas educativas, sobre
todo dentro del aula, de manera que se pudiera observar si el profesor
adoptaba una estrategia inclusiva (3.1. de los capítulos 2 al 5) para incorporar
a quienes habían recibido una formación diferente en sus países de origen y
hablaban lenguas o variedades distintas (es decir, cómo los estimulaban a
participar, cómo se referían a sus lenguas, etc.). Se quiso también estudiar si
el centro se adaptaba a la diversidad abriendo la posibilidad de que se
incorporaran otros usos y costumbres en el aula. Por ello, se ha observado si
se imponían totalmente las formas dominantes o si, por el contrario, se
permitía o se fomentaba la presencia de otras normas de interacción en el
aula, examinando, por ejemplo, las formas de interrumpir, de solicitar la
palabra, de preguntar o de valorar el trabajo de los estudiantes (3.2. de los
capítulos 2 al 5). Por último, centrando la atención en las prácticas
comunicativas, se trató de observar si en la comunicación entre hablantes de
distintas lenguas y provenientes de lugares distintos se producían
malentendidos, fallos comunicativos o si se imponían unos usos y formas
sobre otros (3.3. de los capítulos 2 al 5).
El bloque cuarto se refiere a la enseñanza del español y de las lenguas de
origen. Dado que el interés era observar el manejo de las políticas
40
lingüísticas para, en la medida de lo posible, prever qué futuro aguarda a las
lenguas de origen (su mantenimiento o su pérdida), y observar también qué
métodos de enseñanza se utilizan más. Este punto es importante porque
algunos métodos, como la submersión, pueden generar rechazo al
aprendizaje de la segunda lengua, mientras que, en general, la enseñanza de
la lengua de origen se apoya en la complementariedad, pues se transfieren
destrezas lingüístico-comunicativas desde la lengua materna a la de acogida.
Estos procedimientos no solo ponen de manifiesto las ideologías, sino el
grado de actualidad de los conocimientos desarrollados en la enseñanza de
segundas lenguas (un campo muy activo en el ámbito académico y en
constante renovación) y el grado de especialización y formación de los
profesores que imparten estos programas. A partir de ahí, se pudo apreciar la
valoración de los programas de enseñanza del español y de las lenguas de
origen y ver si los centros recibían el apoyo necesario para llevarlos adelante.
Por último, el quinto bloque se ha dedicado al estudio de las actitudes de los
profesores y alumnos a partir de los discursos producidos en las entrevistas y
en las diversas actividades. De esta manera se ha podido analizar qué
posiciones adoptaban, y si estas contradecían los discursos más formales
(como los recogidos en los proyectos educativos), o si se contradecían con
los usos y las prácticas. Así, por ejemplo, discursos formales que defendían
el multiculturalismo podían resultar incoherentes con afirmaciones que
consideraban la presencia de alumnos de origen extranjero como perjudicial
para el centro, o bien, discursos en defensa del mantenimiento de las lenguas
de origen podían desvanecerse ante actividades que no fomentaban su
presencia en el aula. Especial atención han recibido en este apartado las
actitudes lingüísticas de profesores y alumnos (5.1. y 5.2., respectivamente,
de los capítulos 2 al 5), las cuales se hacen patentes en consideraciones
acerca del «hablar bien o mal» o del importante uso de «lenguas útiles». Con
el fin de obtener más datos sobre las actitudes, en uno de los centros se
utilizó una estrategia complementaria: la técnica de las máscaras de Lambert,
para conocer, estudiando sus reacciones, cómo valoraban los alumnos sus
formas de habla y las de sus compañeros, sobre todo las variedades de
Latinoamérica (esta técnica se explica con detalle en el apartado 2.5.2.,
sección C, del IES1). Por último, recogimos algunos datos acerca de las
actitudes de los progenitores (5.3. de los capítulos 2 al 5).
Las conclusiones extraídas de todos estos aspectos constituyen el cuerpo de
la Tercera Parte de esta obra.
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