¿Requiem para Solari?
Relevos de la sociología universitaria uruguaya
en los años sesenta y setenta del siglo pasado
Vania Markarian*
https://orcid.org/0000-0002-3452-9282
A fines de 1966, Aldo Solari renunció a la dirección del Instituto de Ciencias Sociales de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de la República
(Udelar) y se fue del país. Una nueva generación de cientistas sociales vio en su partida
una oportunidad para dar un cambio de rumbo radical al espacio académico que hasta
entonces se asociara a su nombre e impulso modernizador. Las páginas que siguen
repasan esos avatares. Analizan las posibles razones del alejamiento y esbozan diferencias entre modos de entender el estudio de lo social. Tienen, fundamentalmente
un énfasis político-institucional y tratan de dar pistas sobre la compleja articulación
de esas posturas con procesos contemporáneos de transformación estructural de
la Udelar y con las actividades de organizaciones internacionales que promovían
el cultivo de las ciencias sociales en América Latina. Todos esos intentos, con sus
aciertos y errores todavía en ciernes, se frustaron con el golpe de Estado de 1973.
Los cientistas sociales uruguayos tomaron entonces otros rumbos y debieron esperar
más de tres lustros para concretar su anhelo de consolidar un espacio universitario
para el cultivo de sus disciplinas. Justo allí se detiene este texto.
Historia y contexto de una partida
Aldo Solari fue un pionero de la sociología universitaria en Uruguay. Se desempeñó como docente de esa materia en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de
* Universidad de la República, Montevidéu, Uruguai.
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la Udelar desde los tempranos años cincuenta. En la segunda mitad de la década
apoyó a Isaac Ganón en la fundación del Instituto de Ciencias Sociales (ics) en
esa facultad, escenario principal de los procesos de institucionalización de esas
disciplinas en toda esta etapa. Estableció su prestigio académico con una temprana
adhesión a la perspectiva estructural-funcionalista, predominante en la academia
norteamericana, así como un progresivo alineamiento con el desarrollismo y las
teorías de la modernización y una preocupación por la estratificación social. Desde
esas opciones, inició en su país algunas de las más importantes especialidades de esa
disciplina: sociología del desarrollo, de la educación, rural y política. En 1964 fue
nombrado director del ics (Franco, 2001).
Esta sólida carrera académica explica que ese mismo año, al incluirlo en su
Antología del ensayo uruguayo contemporáneo, Real de Azúa sintiera la necesidad
de justificarse: a pesar de su pretensión “científica”, Solari había entendido que en
América Latina (y especialmente en Uruguay) la falta de buenos datos empíricos
obligaba a navegar otras formas de comprensión de lo social. Si bien sus obras sobre
temas rurales y educación se ajustaban a un sesgo más “científico”, el resto de su trabajo era más prescriptivo y contradecía la intensión descriptiva de la sociología (Real
de Azúa, 1964, p. 571). La precisión de Real no puede extenderse mucho más allá
de esos tempranos sesenta. Ya por entonces Solari colaboraba como técnico con la
Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico (cide) creada durante el gobierno
del Partido Nacional en sintonía con la Alianza para el Progreso y fortalecía las redes
internacionales de su práctica disciplinar.
Sin renegar de su adscripción al Partido Colorado y su afiliación a la masonería,
Solari fue sobre todo un académico preocupado por la institucionalización de los
estudios sociales desde el “interés práctico por la realidad nacional”. Creía que el
fin de la “idea del Uruguay optimista” en medio de una coyuntura de crisis social y
política podía favorecer la especialización disciplinar y técnica y erradicar al viejo
“intelectual de café” (Solari, 1959). Al igual que en su famoso “Requiem para la izquierda”, escrito como balance de las elecciones de 1962, este señalamiento apuntaba
a la responsabilidad de los intelectuales que, al acercarse a las izquierdas marxistas
o nacionalistas, habían “abdicado de la tarea de pensar al país tal como es”. Además,
estaba convencido de que la tan manida escasez de recursos no era una limitación
y de que se conseguirían fondos si se tuviera una agenda clara de investigación y se
apelara a los organismos indicados (Solari, 1962, pp. 6-12).
Esta actitud permite desenvolver la trama de intereses que lo llevó a involucrarse
con el Congreso por la Libertad de la Cultura (clc) en los tempranos sesenta y
recibir pagos regulares y subsidios para diferentes tareas vinculadas a sus intereses
académicos. El primer dato público de esta colaboración fue la organización de un
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Seminario de Elites en América Latina con sede en la Universidad de la República
y coordinado por el sociólogo uruguayo y su reconocido colega estadounidense
Seymour Lipset en junio de 1965. El seminario se desarrolló con normalidad con
la presencia de lo más granado de la sociología latinoamericana y varios latinoamericanistas de Estados Unidos1. Se desconocía todavía la exacta procedencia de
los fondos del clc. Tampoco se sabía que la iniciativa montevideana era una pieza
importante del cambio de orientación del Congreso desde una primera etapa dirigida a contrarrestar las redes intelectuales de la Unión Soviética hacia una acción
más diversificada destinada a frenar la atracción del ejemplo cubano (Iber, 2015).
El Seminario fue parte de ese despliegue que concibió a las incipientes ciencias sociales como un campo prolífico para influir en las formas de pensar las sociedades
latinoamericanas y promover el cambio por vías alternativas a la revolución. En el
mismo paquete entró la revista Aportes y la creación del Instituto Latinoamericano
de Relaciones Internacionales (Ilari) en 1966. El escándalo por la verificación de la
cia como fuente de financiación hizo que estas iniciativas se extinguieran, pero no
es posible concebir el proceso de profesionalización de las disciplinas sociales en
América Latina y su asimilación a las formas de trabajo de la academia anglosajona
sin el impulso del clc ( Janello, 2018, pp. 69-84).
En 1962, tres años antes del Seminario, Solari fue detectado como la persona más
idónea para llevar adelante ese programa en Uruguay2. Su labor en el ics lo señalaba
como principal promotor de esas tendencias en el país. Además, los representantes
del clc en la región coincidían en la identificación del “tercerismo” como caldo de
cultivo del antiimperialismo de los intelectuales y su creciente adhesión a Cuba3.
Esta tradición, que había florecido especialmente entre los estudiantes universitarios
y los intelectuales del semanario Marcha, implicaba en el inicio una posición crítica
frente a los polos de la Guerra Fría y una calurosa defensa de los movimientos que
desde el sur del planeta disputaban con los poderes imperiales. Abarcaba un espectro
amplio de adscripciones políticas, mayormente de las izquierdas no comunistas. La
decisión de encargar a Solari un estudio crítico de esa tradición muestra la agudeza
para detectar una voz que, por provenir de círculos cercanos, fuera escuchada con
atención. Efectivamente, la publicación del libro El tercerismo en Uruguay (Solari,
1965) justo después del Seminario desató una intensa polémica de varios meses
1. Ver documentación sobre el seminario en International Association for Cultural Freedom Records,
cajas 448 y 449, Special Collections Research Center, University of Chicago Library (en adelante
iacfr).
2. Ver Louis Mercier Vega a John Hunt, 13/11/1962, iacfr, caja 236, carpeta 4.
3. Ver L. Mercier Vega, “Rapport sur la tournée en Amerique Latine”, setiembre de 1961, iacfr, caja 574,
carpeta 32.
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en medios de prensa ampliamente leídos por intelectuales y militantes (Real de
Azúa, 1997).
Solari se mantuvo en estricto silencio público pero no dejó de escribirse con los
representantes del clc, verdaderos artífices del texto, para comentar los avatares del
debate y planificar los pasos de la empresa que los unía, incluyendo viajes regionales
para fomentar las disciplinas sociales, publicaciones en medios del Congreso, asistencias a coloquios internacionales y, de modo central, la trabajosa publicación del
libro resultante del seminario con Lipset. Recién cuando el crítico Ángel Rama terció
desde Marcha para volver a mencionar el seminario en relación a la revelación del
origen del dinero del clc, decidió el sociólogo que era hora de hacerse oír (Rama,
1966). Además de reivindicar su libertad intelectual, afirmó que los universitarios
debían “recibir dinero y asistencia técnica sea cual sea su fuente” y que él mismo
aceptaría si “los rusos o los chinos o los cubanos me ofrecen dinero para organizar un
Congreso, con las mismas garantías de absoluta independencia”. Lamentó, por sobre
todo, el “daño irreparable” de estas “calumnias” para la legitimidad de las ciencias
sociales en el continente (Solari, 1966a).
Junto con estos deslindes, lo que el libro y la correspondencia dejan en claro es
que, para Solari, la deriva del tercerismo hacia posiciones de apoyo a Cuba significaba
el fracaso de la postura supuestamente independiente de sectores intelectuales que,
por su redoblado anti imperialismo, se habían vuelto enemigos de cualquier intento
de modernización o programa desarrollista, incluyendo el papel de las ciencias sociales en un proyecto de este tipo. Este era el punto central de coincidencia y mutuo
beneficio de la relación con el clc, una organización dirigida a sectores progresistas
no comunistas e integrada por personas provenientes de las izquierdas anticomunistas. Para Solari, además, este vínculo entrañaba la posibilidad de actualizar los
debates de la sociología uruguaya, modernizar métodos, objetivos y presentación de
resultados, formando profesionales más a tono con sus colegas de Estados Unidos y
Europa. Era también una oportunidad invalorable de internacionalizar su carrera.
Aunque tenía vínculos en la región, especialmente con Gino Germani en Buenos
Aires y otros colegas en Chile, fueron las redes y los recursos de su etapa de relacionamiento estrecho con el clc los que le permitieron viajar asiduamente y entrar en
contacto con sociólogos como Lipset que era poco probable que se interesaran por
colaborar con el uruguayo.
Paradójicamente, cuando estos esfuerzos empezaban a dar sus frutos, la explosión
del escándalo de los fondos de la cia, el trasfondo de similares incidentes en la región
(como el renombrado Plan Camelot en Chile) y las resistencias que estos asuntos
despertaron en el espacio académico que había contribuido a formar determinaron
su alejamiento del ics. Según confió a fines de 1966 al delegado del clc en Monte-
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video, el gremio estudiantil objetaba los proyectos de sus colaboradores amparado
en el sesgo izquierdista y antiimperialista de la dirección universitaria4. Para ese
entonces, Solari ya había articulado un diagnóstico lapidario de la institución en la
que trabajaba. En un texto publicado ese mismo año en la revista del ilari, señaló
que la estructura de dedicación del personal docente conspiraba contra cualquier
programa de investigación más o menos ambicioso y que la relación entre matrícula
estudiantil y egreso demostraba que se crecía sin planificación (Solari, 1966b).
El diagnóstico tenía coincidencias con las preocupaciones del sector que se venía
afianzando en el gobierno universitario desde hacía una década, especialmente luego
de la conquista de la autonomía y la coparticipación plena de estudiantes, docentes
y egresados en la Ley Orgánica de 1958. Este grupo era diverso pero coincidía en
defender esas conquistas con el objetivo central de promover la investigación científica, atender los “problemas nacionales” y cambiar el papel de la institución como
mera formadora de las clases dirigentes y las profesiones liberales. La elección como
rector del ingeniero Óscar Maggiolo en 1966 marcó el punto más alto de incidencia
de esta tendencia que apostaba a la educación superior como motor del cambio
social. La relación de esos universitarios con el “desarrollismo que estaba en el aire”
(Altamirano, 1998) era compleja, pero el Plan de Reestructuración de la Udelar,
presentado en 1967 por Maggiolo, estaba impregnado de esas ideas, desde el uso de
la planificación indicativa hasta la referencia recurrente a las cifras y análisis de la
cide (Markarian, 2018).
Sin embargo, los escritos de Solari ni siquiera mencionaban esos esfuerzos de reforma sino que se enfocaban en atacar la “ideología de izquierda” del gremio estudiantil,
la politización de los cuadros universitarios y su mala interpretación del principio de
autonomía como obstáculos esenciales para que la institución cumpliera con sus fines
de producción de conocimiento (Solari, 1967, pp. 105-131). A partir de sus lazos
con el clc, el sociólogo había apostado a la modernización de su disciplina desde la
creencia liberal en la independencia del conocimiento científico con respecto a las
determinantes económicas y políticas. Y durante un tiempo estos vínculos lo habían
favorecido. Cuando el escándalo estalló en su cara, sin atisbo de autocrítica, Solari
siguió culpando a sus colegas por politizar los espacios académicos. Esta posición
lo alejó radicalmente de los terceristas y otros izquierdistas que adherían a un antiimperialismo contrario a recibir fondos de cualquier organización en la órbita de
Estados Unidos. Le impidió también entenderse con el sector predominante de la
dirigencia universitaria que, aunque abierto a aceptar apoyo extranjero si se adecuaba
4. Benito Milla a L. Mercier Vega, 31 de agosto, 7 de setiembre y 24 de octubre de 1966, en iacfr, caja
566, carpeta 9.
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a sus prioridades para la institución y el país, repudiaba el tipo de compromiso que
primero reveló Camelot y poco después las denuncias sobre el clc. Y lo distanció
de alguien como Maggiolo, que compartía algunos de sus presupuestos sobre el
vínculo entre educación y desarrollo y, como demostró su plan, estaba dispuesto a
defender la transformación de la institución para “servir mejor al país” (Maggiolo,
1966). Seguramente no era posible acercar posiciones una vez que se había mentado
a la cia, pero no hay evidencia de que Solari hiciera ningún esfuerzo por analizar
sus propias responsabilidades en el asunto.
Además, el sociólogo aceptó un cargo en Ilpes (Instituto Latinoamericano y del
Caribe de Planificación Económica y Social, Cepal) y se radicó en Santiago de Chile
en 1967, justo cuando los debates en torno al llamado “Plan Maggiolo” abrieron
la oportunidad de pensar el lugar del conocimiento de lo social en la Universidad,
un tema que le preocupaba sinceramente hacía más de una década. No estuvo, por
ejemplo, en el renombrado Seminario de Estructuras Universitarias dirigido por
Darcy Ribeiro a mediados de 1967, en simultáneo con la presentación y discusión
del plan, donde participaron más de setenta universitarios interesados en la reforma
de su institución. Allí se debatieron varias propuestas de organización de las áreas
sociales y humanísticas de muy diferente orientación e inspiración. En ausencia
de Solari, no hubo una intervención específica sobre la sociología y los debates se
concentraron en los deslindes disciplinares de las posibles nuevas estructuras, sus
eventuales competencias y solapamientos con las existentes (Schaeffer et al., 19691970). El documento de Maggiolo, por su parte, daba prioridad a las disciplinas de
lo social que entonces se veían como más cercanas al método científico: la sociología
y la economía, que adquirían la categoría de “instituto central”, principal innovación
en materia de organización de la actividad académica5. Aunque no llegó a aplicarse integralmente, este planteo tuvo consecuencias concretas en los subsiguientes intentos
de reorganizar los campos de estudio social en la Udelar, ya sin la presencia de Solari.
La nueva dirección del Instituto de Ciencias Sociales
Su legado y su espectro reinaron sin embargo sobre esos intentos. Una polémica
desplegada en Marcha a fines de 1967 con motivo del libro resultante del seminario
organizado con Lipset en 1965 sirve de punto de partida para conocer cuánto impactó en la camada de sociólogos que quedó al frente de esa tarea (Lipset y Solari,
5. Ver Consejo Directivo Central (cdc), Distribuidos, 396/67, “Plan de Reestructuración de la Universidad presentado por el Rector de la Universidad Óscar J. Maggiolo”, julio de 1967, Archivo General de
la Universidad de la República (en adelante agu).
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1967a, 1967b). Arrancó Real de Azúa criticando la adhesión de esos autores a la
“sociología norteamericana” (“símbolo” del “síndrome de soberbia nacional” de
Estados Unidos). Atacó sus métodos y las supuestas virtudes de su carácter científico
y rescató a los intelectuales latinoamericanos (“nuestros filósofos y ensayistas”) del
desprecio al que esa concepción los sometía para elevar a sus “técnicos”, “profesionales” y “científicos”. Acusó también a la Facultad Latinoamericana de Ciencias
Sociales (Flacso), donde hacía una década se formaban grandes contingentes de
cientistas sociales de toda América Latina, de “escuela del cipayismo”. Y remató:
“yo no estoy seguro de que cuando un joven sociólogo flacsista ve un intelectual
no haga una ficha y la remita a la agencia de seguridad más próxima a su domicilio”
(Real de Azúa, 1967a, 1967b).
Le contestó Alfredo Errandonea hijo que estaba entonces terminando un seminario en Flacso y era docente del Instituto de Ciencias Sociales. Asumiendo el sayo de
“joven flacsista”, defendió el “cultivo científico” como “camino más azaroso y menos
heroico” para promover el cambio social. Sostuvo también que el “autonomismo cerril
y retrógrado” del veterano polemista concedía en exclusividad a los “desarrollistas”,
como Solari y Lipset, el reino de la ciencia y excluía a los que, como él, querían ser
“personeros del futuro” para “superar el imperialismo capitalista”. No dudó, por
último, en tildar al “primer desarrollista criollo” de “ideólogo disfrazado de técnico”
(Errandonea, 1967a, 1967b y 1967c).
El intercambio nos da algunas pistas sobre la forma en que los jóvenes sociólogos
uruguayos trataban de proyectar el futuro de su disciplina a la sombra de Solari.
Como ha dicho Gerónimo de Sierra, también protagonista de ese período, el empeño estaba puesto en legitimarse mediante una operación de ruptura con el pasado
inmediato (De Sierra, 2007, p. 356). En este sentido el mote de “flacsistas” no era
útil porque Solari tenía vínculos con Flacso y en 1964 había alentado el regreso al
país de Carlos Filgueira, uno de los primeros uruguayos que estudió allí, para que
lo ayudara a consolidar su proyecto al frente del Instituto (Trindade, 2013, p. 283).
En términos generales, además, la camada formada mayoritariamente en Flacso no
renegaba del afán de la generación de Solari de profesionalizar la disciplina mediante
la “investigación empírica con métodos y técnicas controlables”, según se enseñaba
en ese organismo pionero de las ciencias sociales en América Latina. Su orgullo era
haber sobrepasado a sus maestros también en los terrenos de la “lógica de la investigación”, las “nociones epistemológicas” y las “técnicas estadísticas” (De Sierra, 2007,
p. 348; Errandonea, 2003, p. 33).
Así, mientras Solari estaba preocupado por “la tendencia creciente en América
Latina entre los sociólogos jóvenes a confundir el uso de un lenguaje abstruso con
la construcción de la ciencia” (Solari, 1967, p. 10), muchos de éstos lo tacharon de
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“ensayista” (Franco, 2001). Por encima de esas acusaciones, el verdadero eje del cisma
generacional era la equiparación de esa construcción disciplinar con el estructural-funcionalismo y la sociología de la modernización como recetas para la investigación
y el diseño de políticas públicas. Varias décadas más tarde, Errandonea definió esa
primera fase de la sociología en Uruguay, superada en 1967 con la partida de Solari,
en base a su credo de que el país saldría de la crisis a partir de la “voluntad política de
planificar el desarrollo” mediante “cambios estructurales” que estaban “al alcance de
la propia sociedad nacional”; y de que era responsabilidad de los “técnicos” convencer
a las “elites políticas” de la importancia de tal misión (Errandonea, 2003, p. 28).
Efectivamente, desde 1967, con el apartamiento de Solari y la dispersión de varios
de sus colaboradores, estas ideas fueron perdiendo preponderencia en la orientación del ics. La dirigencia del Centro de Estudiantes de Derecho (ced) tuvo un
papel preponderante en esta etapa y se valió del clima reformista del rectorado de
Maggiolo para activar el cambio de rumbo del servicio. Promovió como director a
Alfredo M. Errandonea que, además de padre del flacsista en cuestión, era un abogado diez años mayor que Solari pero de reciente ingreso como docente de ciencia
política en la Udelar. Se trató, fundamentalmente, de aprovechar la oportunidad
que abría la inclusión de la sociología como disciplina meritoria de un instituto
central de investigación en el plan presentado por el rector a mediados de 1967.
Efectivamente, la declaración como tal del Instituto de Ciencias Sociales en 1968
fue el impulso para una real institucionalización académica de la sociología en el país.
Allí se aglutinó el primer núcleo docente con alta dedicación y sistemáticamente
formado, mayormente en el exterior y primordialmente en Flacso. Sus logros más
importantes fueron la realización de concursos para la provisión efectiva de cargos
docentes en 1969 y la aprobación del nuevo plan de estudios en 1971, que creó la
Licenciatura en Sociología.
Los estudiantes nucleados en el ced participaban formalmente del gobierno
tripartito del Instituto y tuvieron por tanto voz y voto en todas esas decisiones. A
pesar de su edad, la mayoría tenía un historial importante de militancia gremial y
política. Todos asistieron al primer “curso de formación de investigadores en ciencias sociales” promovido por Errandonea padre y opinaron sobre las características
del concurso internacional que formó el primer plantel estable de investigadores.
El tribunal estuvo integrados por tres mujeres: la marxista chilena Marta Harnecker, la socióloga de la educación argentina Ana María Eichelbaum de Babini y la
especialista en movimientos sociales, Inés Izaguirre, también argentina. Resultaron
ganadores Enrique Cárpena y Liliana de Riz, dos sociólogos argentinos que huían
de la dictadura de Onganía, dos flacsistas ya mencionados (Filgueira y Errandonea
hijo) y otro uruguayo con estudios en Lovaina (de Sierra) (Aguiar, 2016, pp. 6-7).
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Durante 1970, la nueva plana mayor del Instituto se abocó a diseñar los planes
de estudio para la proyectada licenciatura y también a modificar los de abogacía
y notariado a partir de la concepción del derecho como una ciencia social, con la
introducción de un “ciclo básico” común a todas las titulaciones de la Facultad. Asumió también la docencia de la sociología como materia introductoria en los “ciclos
básicos” de otras facultades e inició cursos en el interior del país. Simultáneamente,
se crearon grupos de investigación con vistas a convertirse en futuros institutos
dedicados a otras ciencias sociales. La organización de la biblioteca y la edición de
los Cuadernos de Ciencias Sociales entre 1970 y 1973 completaron un panorama de
la efectiva institucionalización de la sociología universitaria en esta etapa (Aguiar,
2016, pp. 6-7; De Sierra, 2007, pp. 346-352, Errandonea, 2003, p. 36; Filgueira,
1986, pp. 177-181).
Nada de esto se logró sin tensiones internas, en parte porque, como dijo Filgueira
décadas después, se “tendía a abarcar [...] mucho más de lo que [...] podía aportar
un pequeño núcleo en consolidación”, en parte porque había enormes presiones
políticas sobre la orientación que se daría a las nuevas estructuras y posiciones (Filgueira, 1986, p. 180). Lo prevalente en los nóveles cuadros docentes fue la crítica
al desarrollismo, a la sociología de la modernización y al estructural-funcionalismo
pero sin rechazar el instrumental perfeccionado en Estados Unidos y otros países
para servir a esas “teorías conservadoras”, como dijo el director Errandonea (Errandonea, 1969). Así, los sociólogos uruguayos se pusieron a tono con las tendencias
latinoamericanas y abrazaron el dependentismo en sus varias versiones: marxista en
André Gunder Frank, historicista en Fernando H. Cardoso y Enzo Faletto y en clave
de “colonialismo interno” en Pablo González Casanova, entre otras. También hubo
influencias de las corrientes renovadas de la historiografía nacional con énfasis en la
historia social, el “revisionismo histórico” y el marxismo. Según la recapitulación de
Errandonea hijo, el período se caracterizó “por la rispidez de las discrepancias, en un
debate que no llegaba a sustanciarse [...] pero que tenía puntos álgidos” en asuntos
como la estructura de clases, las declinaciones del dependentismo y, fundamentalmente, las trabas del sistema imperial con centro en Estados Unidos. Este último
énfasis, liderado por de Sierra, Cárpena y de Riz, era prevalente entre los quince
investigadores del Instituto (Errandonea, 2003, pp. 34-36).
Visto el panorama, no puede extrañarnos que Solari estuviera contento de haberse ido, como confesó desde Santiago a sus viejos amigos del clc a fines de 1967,
mientras éstos trataban de mantener a flote los proyectos de ciencias sociales que
habían quedado huérfanos en Montevideo6. Les preocupaba no sólo la situación
6. Ver B. Milla a L. Mercier Vega, 27 de noviembre de 1967, en iacfr, caja 566, carpeta 9.
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política y las tensiones universitarias sino la deriva general de los cientistas sociales
que, tal como vieron en la polémica entre Real y Errandonea hijo sobre el “flacsismo”,
parecían más interesados en clasificar a las personas y los centros académicos en base a
una “concepción policial” que en debatir enfoques, problemas y contenidos. Estaban
convencidos, por tanto, de que no valía la pena intentar ningún nuevo acercamiento
con el ics y redujeron su escasa presencia en el país a proyectos vinculados con las
artes plásticas7.
De todos modos, la política de los sectores predominantes en el Instituto era, en
palabras de Errandonea padre, “desconfiar de los poderes dadivosos” (Errandonea,
1969). Continuaron los viajes de formación pero se mantuvo un ánimo vigilante con
respecto a los destinos y financiadores. La peripecia de Carlos Filgueira da cuenta
de las pasiones y contradicciones que estos temas siguieron despertando. El pionero
flacsista uruguayo, retornado en 1964 con apoyo de Solari, se marchó en 1967 a Belo
Horizonte para participar en un programa de posgrado en ciencia política financiado
por la Fundación Ford en el marco de un convenio entre el gobierno autoritario
brasileño y la usaid. En 1969, como vimos, ganó el primer lugar en el concurso para
“jefes de investigación” del Instituto. Este resultado despertó grandes resistencias
de los militantes estudiantiles y el conjunto de sus colegas, que firmaron una carta
donde lo acusaban de complicidad con la dictadura por haber participado de ese
convenio ampliamente denunciado por sus pares en Brasil. Decidido a regresar de
todas maneras, tuvo que enfrentar el boicot de sus clases y una campaña de carteles
en las paredes de la Facultad con la consigna “Fuera los imperialistas”. Luego de
soportar esta situación durante más de un año, los estudiantes reconocieron hacia
1971, con el lanzamiento de la licenciatura, que su aporte en las materías de metodología y teoría era esencial para su formación y se reconciliaron con su presencia
(Trindade, 2013, pp. 291-292).
Para ese entonces, Filgueira y otros muchos docentes y estudiantes del Instituto
habían decantado su militancia política hacia las experiencias fundadoras de la coalición de las izquierdas uruguayas en el Frente Amplio (fa) y buscaban apoyarla desde
la especificidad de sus saberes. Según César Aguiar, joven protagonista de esta etapa,
sólo los Errandonea, desde su primordial anarquismo, y de Sierra, desde una postura
radical, se negaron a participar en la implementación de encuestas durante la campaña
electoral para mantener informada a la dirigencia de la nueva fuerza política. Durante
1971, el Centro de Estudios de Opinión Pública (Ceop), creado ad hoc por varios
integrantes del ics, realizó tres encuestas nacionales para el fa con la colaboración en
7. L. Mercier Vega a B. Milla, 5 de diciembre de 1967, y Mercier a Milla, 11 de diciembre de 1967, caja
566, carpeta 9.
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el diseño muestral del Instituto de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas
y de la Administración. Era una experiencia poco frecuente en el país y mucho menos
en esas tiendas. Aguiar reconoció que la calidad del estudio fue “bastante mala” pero
destacó que pudieron informar a los dirigentes que perderían “ampliamente” en
Montevideo (Aguiar, 2016, pp. 6-8). Esta actividad se realizó de modo paralelo a la
reorientación de las líneas de investigación del Instituto hacia temas de conyuntura,
dejando parcialmente de lado el estudio de la estructura de clases en clave histórica
hacia temas como campañas y resultados electorales y la intervención de los militares
en política que habían tenido menos presencia en el primer período.
Ya hacia fines 1971 se empezó a manifestar un nuevo cisma en el Instituto que
seguramente sumaba discrepancias de orientación teórico-metodológica a las diferencias políticas generadas por el nacimiento del fa. A comienzos de 1972, la aparición
de la Revista Uruguaya de Ciencias Sociales, asociada al Centro de Investigaciones
Sociales de Montevideo y dirigida por Errandonea hijo, expresó esas diferencias, que
ahora parecían insalvables. Luego de encomiar el camino iniciado en 1968 con la
reestructuración del servicio, su primer editorial proclamaba el “naufragio” de ese
intento “en medio de las pequeñas ambiciones, la intolerancia y la incomprensión;
lógicas resultancias de una Universidad que – al igual que el país, y como reflejo de
El – se sumerge cada vez más en una aguda crisis desintegrativa.” Ese espacio, remataban, estaba “estancado y sin capacidad efectiva de producción científica de relieve,
en vías de convertirse en mera sede de cursos. Para nuestros propósitos constituye
una etapa clausurada.” Como trasfondo estaban la renuncia de Errandonea padre y
la designación del filósofo Mario H. Otero como director interventor en esa etapa
de transición8. En la presentación del segundo número de la revista oficial del Instituto, Otero dio algunas pistas de la crisis. Recalcó la necesidad de “desmitificación
del cargo de Director” y la utilidad de una ordenanza que legitimara las decisiones
colectivas, sin desconocer que la situación general de la Udelar y del propio servicio,
especialmente la falta de recursos, podrían derivar en una existencia meramente
“nominal” (Otero, 1972). El posterior nombramiento de Filgueira como director
efectivo, a casi tres años del concurso de 1969, señaló la culminación de esta etapa
(Trindade, 2013, p. 292).
Avatares de una institucionalización tardía
El abanico de tensiones que acabamos de relatar signó el rumbo de la tan ansiada
institucionalización de la sociología dentro de la Universidad de la República, tal
8. Ver cdc, Actas de sesiones, 13 y 27 de diciembre de 1971, agu.
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como se produjo en el lustro posterior a la partida de Solari. No está de más apuntar
que se hizo con un retraso notorio con respecto a la región. Tanto en Brasil como
en Argentina y Chile, con sus muchas disparidades, las ciencias sociales se habían
consolidado como disciplinas universitarias años antes con sus respectivas instancias
de formación, grupos de investigación y agendas de trabajo. En Uruguay, el proceso
fue tardío incluso con respecto a áreas cercanas como la economía y la historia, pero
no tanto en relación a la ciencia política y la antropología, que recién se establecieron
en las décadas siguientes. En el caso de la economía, los esfuerzos realizados desde
los años cuarenta lograron fortalecer la investigación, generar información confiable,
colaborar con organismos técnicos en la órbita estatal y autonomizar la carrera de economista. El trabajo del Instituto de Economía expresó interpretaciones diferentes de
la historia económica y la crisis contemporánea, desde el desarrollismo cepalino hasta
la declinación dependentista de fines de los sesenta, pero no estuvo tan fuertemente
atravesado por las tensiones derivadas del propio proceso de institucionalización, que
ya se había cumplido a grandes rasgos cuando se procesó la transición de tendencias
(Barbato, 1986; Messina, 2019). Si sumamos la mayor disponibilidad de fondos de
la Udelar y la relativa capacidad de sus autoridades para evitar escándalos al recibir
partidas extra presupuestales, tendremos un panorama menos dramático que el que
debieron afrontar los sociólogos al tratar de afianzarse en la Facultad de Derecho9.
Esa coyuntura hizo más compleja la búsqueda de herramientas para responder a
las enormes exigencias de una situación social y política explosiva que sus pares de
otros países o disciplinas acometieron desde una situación institucional más consolidada. Durante el período más denso de ese proceso, entre la declaración como
instituto central en 1968 y la aprobación del plan de estudios de la licenciatura en
1971, Marcha publicó una retahíla de artículos enfocada en la capacidad de la nueva
sociología universitaria de enfrentar los desafíos de una época de gran radicalización
política en todo el continente, siempre con tono de advertencia sobre lo que no debía
hacerse en nuestro medio.
Un buen ejemplo fue la publicación en enero de 1969 de una nota del argentino
Daniel Goldstein sobre las denuncias de sectores estudiantiles nacionalistas de la
Universidad de Buenos Aires y varios intelectuales de izquierda sobre el Proyecto
Marginalidades, financiado por la Fundación Ford. Comenzó así una intensa polémica sobre las implicancias de relevar mediante el método de encuesta a las poblaciones más pobres del continente. Según Goldstein, se estaba colaborando con
“una nueva agencia de inteligencia [...] con la misión de coleccionar información y
9. Según Filgueira, la economía contaba con el 73% del presupuesto asignado a las ciencias sociales en la
Udelar, mientras que la sociología con el 13% (De Sierra, 2007, p. 349).
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proponer líneas de acción contrarrevolucionaria” para los “pueblos neocoloniales”
(Goldstein, 1969). Esta posición replicaba la sospecha de Real sobre los jóvenes flacsistas: los propios métodos de recolección de datos ponían a la sociología al servicio
del poder imperial, sin importar que los responsables directos del proyecto ( José
Nun, Miguel Murmis, Juan Carlos Marín y Ernesto Laclau, en este caso) tuvieran
notorias credenciales izquierdistas. El intercambio subsiguiente, con respuestas y
acusaciones cruzadas entre Nun y varios ensayistas argentinos, planteó un dilema
aparentemente insalvable para los cientistas sociales de izquierda de la época entre
la adhesión a ciertos métodos y sus usos como instrumentos de cambio social (Nun,
1969; Viñas, 1969; Goldstein y Nun, 1969).
Más allá de las particularidades de los campos de estudio donde se insertó este
proyecto, que ha analizado minuciosamente el historiador Mariano Plotkin, el debate permite vislumbrar dos posiciones que también se expresaron en el ambiente
uruguayo. De un lado, quienes apelaban a un “doble mecanismo de legitimación”
como intelectuales de izquierda y como académicos transnacionales, dos “sistemas
de legitimación aparentemente incompatibles pero que se habían desarrollado de
manera simultánea en el campo de las ciencias sociales locales” (Plotkin, 2015). Para
estos, entre ellos Nun y muchos de nuestros flacsistas, era posible usar los métodos
favorecidos por las agencias financiadoras para promover la “capacidad revolucionaria
de las clases explotadas latinoamericanas” (Nun, 1969). O, como dijo en palabras
más simples Errandonea padre sobre el final de la polémica en Marcha: a la hora de
la evaluación del instrumental, había que actuar “sin odio y sin amor; odio y amor
sólo a los valores” (Errandonea, 1969). Del otro lado se posicionaban quienes, como
Goldstein (y también los primeros denunciantes de los vínculos de Solari con el
clc), censuraban la participación en “investigaciones auspiciadas o subvencionadas
por organizaciones que puedan ejercer presión [...] sobre los hombres como objeto
de estudio. Los cientistas sociales no deben aceptar colaborar con el enemigo. Los
sociólogos latinoamericanos no deben olvidar que Camilo Torres era sociólogo”
(Goldstein, 1969). La referencia a Torres agregaba dramatismo porque el sacerdote
colombiano, pionero de la Teología de la iberación y fundador de la escuela de
sociología de América Latina en la Universidad Nacional de Colombia, se había
enrolado en un grupo guerrillero y había sido asesinado en su primera experiencia
de combate a comienzos de 1966. Seguramente era su ejemplo el que había invocado
Errandonea hijo al lanzarle a Real de Azúa a fines de 1967 que el “cultivo científico”
de la sociología era un “camino más azaroso y menos heroico” que el de la lucha
armada para promover el cambio social (Errandonea, 1967a).
No siempre fue fácil, sin embargo, ubicarse sin ambages en uno de los bandos
porque, como señala Plotkin en base al análisis de Pierre Bourdieu, los mecanismos
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de legitimación muchas veces se solapaban o tomaban el lenguaje de un campo para
posicionarse en otro (Plotkin, 2015). Así, por ejemplo, las críticas por izquierda
solían provenir de quienes no participaban de los nuevos sistemas de prestigio
y recompensa propiciados por las formas modernas de cultivo de las disciplinas
sociales a partir de los subsidios internacionales. La acusación de “cientificismo”
contra quienes creían poder separar los métodos de recolección de los usos de la
información reponía el contenido político a todos los proyectos de investigación,
pero era también una estrategia para disputar hegemonías internas por parte de
los excluidos de ciertos circuitos. En otras situaciones, esos acusados reaccionaban contra colegas que habían aceptado dinero de organizaciones que estaban
demasiado comprometidas como para salvaguardar la pureza de los proyectos que
auspiciaban. Los avatares del retorno de Filgueira en 1969 son un buen ejemplo
de esas contradicciones y fluctuaciones de los bandos que dividían a los cientistas
sociales de izquierda del momento, con los dos Errandonea avalando la denuncia
de complicidad con el “malón gorila contra la universidad brasileña”. El problema
se volvió lo suficientemente acuciante como para que a fines de ese año el Instituto
organizara un seminario para discutir estos temas y a nivel central la Universidad
convocara un foro sobre las políticas de investigación científica y la “neta penetración imperialista a través de las ayudas económicas”, un asunto que no podía seguir
quedando librado a la voluntad individual de los docentes.
Para ese entonces era bastante claro que el gobierno de Estados Unidos había
perdido interés (o confianza) en iniciativas como las del clc y que las fundaciones
desplegaban lógicas de penetración académica que no podían reducirse a la política
exterior de ese país. La documentación del Departamento de Estado revela que desde
1967, aproximadamente, ya no se apostaba a ganar a la izquierda moderada o a los
sectores reformistas sino que se empleaba una estrategia menos sutil para cambiar la
correlación de fuerzas en la Universidad de la República. Se mantuvieron los intercambios de estudiantes y los programas de asistencia en varias facultades, pero desde
comienzos de ese año el embajador en Uruguay dio muestras de apoyar la creación
de una universidad privada, confesional o no, para contrarrestar la influencia de la
Udelar en la escena intelectual local10. Los contactos con los sectores de derecha
habían sido constantes durante todo el período, pero siempre con una puerta abierta
10. Ver por ejemplo “Memorandum for Ambassador Hoyt”, 5 de enero de 1967, “John L. Topping to
George H. Thigpen”, 26 de enero de 1967; “Educational and Cultural Exchange Program Request for
Uruguay”, 1 de setiembre de 1967; y “Debriefing of Ambassador Hoyt”, 27 de setiembre de 1967, State
Department (Record Group 59, Box 4) en National Archives and Records Administration (nara),
disponible en la página del Grupo de Estudios Interdisciplinarios del Pasado Reciente (Geipar) de la
Udelar: http://www.geipar.udelar.edu.uy (en adelante citado como Nara-Geipar).
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hacia grupos cercanos a la orientación predominante en la casa de estudios desde
1958. En más de una ocasión, los representantes de las derechas se habían quejado de
que las ayudas y becas habían favorecido a los “extremistas”11. Más allá de lo exacto
de la afirmación, es claro que la diversidad de vínculos se fue extinguiendo hacia
fines de los sesenta, sustituida por una clara predominancia de quienes buscaban el
“establecimiento de ciencias democráticas” y trataban de trasladar sus proyectos con
financiación extranjera a la órbita privada12. A nivel nacional se trataba, de modo
más crudo, de “inclinar la balanza” en favor del nuevo gobierno del colorado Jorge
Pacheco Areco, claramente autoritario y brutalmente represivo aunque todavía
legitimado en elecciones democráticas13.
La radicalización de la situación política nacional y regional había ido cerrando
el espacio para cualquier posibilidad de acuerdo entre la Universidad y el gobierno.
La discusión sobre la reforma institucional quedó relegada a ámbitos cada vez más
circunscriptos mientras crecían las disputas internas y los continuos enfrentamientos
con los sectores conservadores de los partidos tradicionales. Proliferaron entonces
las amenazas de intervención, los allanamientos ilegales y hasta los asesinatos de
estudiantes en las calles de Montevideo por parte de la policía. Muchos en la izquierda fueron a su vez desentendiéndose de los aspectos específicos de la política
universitaria que ahora veían como un campo de reclutamiento para proyectos más
radicales, incluyendo el de la guerrilla urbana. En 1972 asumió como rector Samuel
Lichtensztejn, joven profesor de la Facultad de Ciencias Económicas y de la Administración con poca actuación en el cogobierno. Como primer rector proveniente de las
ciencias sociales desde la Ley Orgánica de 1958, quiso también renovar la estructura
académica pero su mandato estuvo marcado por la polarización y el enfrentamiento.
En ese marco, como es obvio, también la posibilidad de seguir construyendo una
sociología científica que mantuviera una apertura hacia la promoción del cambio
social fue perdiendo ímpetu hasta la intervención de la casa de estudios por parte
del gobierno autoritario instalado con el golpe de Estado de junio de 1973.
11. Ver por ejemplo “Memorandum of conversation”, American Embassy, Montevideo, 24 de noviembre
de 1965, State Department (Record Group 59, Box 2) y “Memorandum of conversation”, American Embassy, Montevideo, 11 de agosto de 1965, State Department (Record Group 59, Box 3), en
Nara-Geipar.
12. Ver por ejemplo el caso del Dr. Antonio Borrás, en “John L. Topping to Lt. Col. Richard E. Krause”,
22 de enero de 1968, State Department (Record Group 59, Box 2792) en Nara-Geipar.
13. “Memorandum from ara-la/apu to ara”, 8 de mayo de 1968, State Department (Record Group
59) en Nara-Geipar.
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¿Final de juego?
¿Qué hicieron entonces los protagonistas de la historia que venimos contando?
Solari se quedó durante toda la dictadura uruguaya en Chile. El puesto en ilpes
fue el verdadero despegue de una carrera internacional que había tenido impulso
esencial en sus colaboraciones con el clc. Volvió a Uruguay en los años ochenta, en
tiempos de transición a la democracia, para asumir un puesto directivo en el organismo central de enseñanza pública a pedido del presidente Julio María Sanguinetti.
Murió en Montevideo en 1989.
De los sociólogos que se habían puesto al hombro la reorganización del Instituto luego de su partida, muchos marcharon al exilio y se insertaron en universidades
y organizaciones internacionales. Todos vivieron con consternación lo que sucedía en
el país. El espacio institucional donde se habían formado fue completamente desmantelado por las autoridades interventoras. En términos globales, cerca de la mitad del
plantel docente fue destituido por razones políticas. El ics fue clausurado. En 1974
reabrió como Instituto de Estudios Sociales dependiente de rectorado. Cambió casi
totalmente de áreas de interés y dejó de formar sociólogos y especialistas en temas
considerados “peligrosos” (marxismo, dependentismo y enfoques estructurales)
para hacer énfasis en asuntos más técnicos como codificación y análisis de datos,
estadística, análisis psicosocial, comunicación de masas etc. (Markarian, 2015). No
se volvió a consolidar la licenciatura. No hubo en Uruguay, como en Brasil y hasta
cierto punto en Argentina, un proyecto de modernización universitaria bajo signo
conservador sino una serie de medidas más o menos coherentes destinadas a satisfacer
las demandas de una institución orientada a las necesidades inmediatas del mercado
de trabajo (Patto, 2014; Bekerman, 2010).
Los cientistas sociales que quedaron en el país, casi todos impedidos de trabajar en
la Universidad y otros espacios estatales, buscaron continuar una tradición trunca. En
su mayoría se reorientaron hacia el sector privado. Algunos han contado la historia de
estos años como una etapa heroica de las ciencias sociales. Son relatos donde impera
la idea de “resistencia”, pieza central del lenguaje político y cultural de la oposición a
la dictadura. Así, en la memoria de varios integrantes de esa generación, los centros
privados fueron espacios donde se preparó el pensamiento crítico para cuando llegara
la democracia (De Sierra, 2007; Prates, 1987). Se los reconoce también como años
dinámicos con enormes cambios en los enfoques teóricos y las relaciones académicas bajo el signo de la profesionalización, la especialización y la productividad. Se
suele elogiar, además, la profundización de los procesos de internacionalización con
vínculos más estrechos con las fundaciones internacionales y diferentes centros de
capacitación de alto nivel (De Sierra, 2007, pp. 355-357; Filgueira, 1986, pp. 181-
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185). Ya no se hablaba tanto de los condicionamientos de estas formas de financiamiento pero es claro que los modos de trabajo habían cambiado radicalmente. Los
programas de investigación y formación de perfil más académico convivieron con
estudios de opinión pública, encuestas de mercado y relevamientos sectoriales. Al
inicio del proceso de transición, en los tempranos ochenta, estos centros se abrieron
a difundir sus resultados como parte de una esfera pública que se iba recuperando
(Brunner y Barrios, 1987, pp. 141-179).
En la segunda mitad de esa década, con el fin de la dictadura, muchos de nuestros
cientistas sociales volvieron desde el exterior o desde los propios centros privados a
sus puestos en la Universidad de la República, que recobró sus formas tradicionales de
funcionamiento a partir de 1985. A pesar de la restricción de recursos que caracterizó
esta etapa, los alentaba la esperanza de retomar el proceso de institucionalización
de las ciencias sociales truncado en esa institución a comienzos de los setenta. La
aspiración se concretó finalmente, no sin grandes dilemas y renovadas disputas, con
la creación de la Facultad de Ciencias Sociales en 1991. Este proceso significó una
transferencia casi total de los modos de producción de conocimiento incorporados
en la década anterior dentro y fuera del país al ámbito público recuperado. Empezaron a aparecer entonces los recuentos de la etapa fundacional de la sociología
uruguaya donde aquellos “jóvenes flacsistas” volvieron con cierta nostalgia sobre
el papel pionero de Solari y hasta las virtudes del viejo desarrollismo. Pero eso es
realmente otra historia.
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Resumen
¿Requiem para Solari? Relevos de la sociología universitaria uruguaya en los años sesenta y
setenta del siglo pasado
En la segunda mitad de los sesenta, con la renuncia de Aldo Solari al Instituto de Ciencias
Sociales de la Universidad de la República, una nueva generación de cientistas sociales intentó
dar un cambio de rumbo radical a ese espacio académico. Este artículo analiza las razones del
alejamiento de Solari y plantea diferencias entre modos de entender el estudio de lo social en esos
años. Asume un énfasis político-institucional para estudiar la articulación de esas posturas con
los procesos contemporáneos de transformación estructural de la universidad y las actividades de
organizaciones internacionales que promovían el cultivo de las ciencias sociales en América Latina.
Todos esos intentos se frustaron con el golpe de Estado de 1973. Justo allí se detiene este texto.
Palabras clave: Sociología; Universidad; Uruguay.
Resumo
Réquiem para Solari? Mudanças na sociologia universitária uruguaia nos anos 1960 e 1970
Na segunda metade dos anos 1960, com a renúncia de Aldo Solari do Instituto de Ciências
Sociais da Universidade da República, uma nova geração de cientistas sociais tentou fazer uma
mudança radical de direção desse espaço acadêmico. Este artigo analisa os motivos da saída de
Solari e investiga as diferentes formas de entender o social naqueles anos. Com base em uma ênfase
político-institucional estuda a articulação dessas posições com os processos contemporâneos
de transformação estrutural da universidade e com as atividades de organizações internacionais
que promoviam o cultivo das ciências sociais na América Latina. Todas essas tentativas foram
frustradas com o golpe de estado de 1973, momento em que nossa análise se detém.
Palavras-chave: Sociologia; Universidade; Uruguai.
Abstract
A Requiem for Solari? Changes in Uruguayan Sociology in the 1960s and 1970s
In the mid to late 1960s, when sociologist Aldo Solari resigned his leading position at the Institute of Social Sciences at the Universidad de la República, a new generation of social scientists
attempted a radical transformation of this academic space. This paper analyzes why Solari decided
to leave his position and peruses different understadings of what it mean to study social issues
back then. From a political and institutional perspective, it examines how these different positions were intertwined with contemporary processes of structural change at the university and
to the activity of international organizations promoting the social sciences in Latin America.
All these endeavors came to a halt with the 1973 coup d’etat in Uruguay, which is the final stop
of this analysis.
Keywords: Sociology; University; Uruguay.
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Vania Markarian
Texto recebido em 9/2/2020 e aprovado em 16/4/2020.
doi: 10.11606/0103-2070.ts.2020.166500.
Vania Markarian é historiadora especializada na Guerra Fria na América Latina e responsável pela Área de Pesquisa Histórica do Arquivo Geral da Universidad de la República. E-mail:
[email protected].
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