LOS «NO LUGARES»
ESPACI OS DEL ANONI MATO
Una ant ropología de la Sobrem odernidad
Marc Augé
gedisa
editorial
2
Tít ulo del original en francés:
Non- lieux. I nt roduct ion á une ant hropologie de la surm odenit é
© Edit ion de Seuil, 1992
Colect ion La Librairie du XXé siecle, sous la direct ion de Maurice Olender
Traducción: Margarit a Mizraj i
I lust ración de cubiert a: Alm a Larroca
Quint a reim presión; sept iem bre del 2000, Barcelona
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idiom a.
3
Í ndice
PRÓLOGO. ....................................................................... 5
Lo cercano y el afuera ........................................................ 8
El lugar ant ropológico ....................................................... 26
De los lugares a los no lugares .......................................... 43
EPÍ LOGO ........................................................................ 64
REFERENCI AS BI BLI OGRÁFI CAS ........................................ 67
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Prólogo
Ant es de buscar su aut o, Juan Pérez decidió ret irar un poco de dinero del
caj ero aut om át ico. El aparat o acept ó su t arj et a y lo aut orizó a ret irar m il
ochocient os francos. Juan Pérez apret ó el bot ón 1800. El aparat o le pidió un m inut o
de paciencia, luego le ent regó la sum a convenida y le recordó no olvidarse la
t arj et a. " Gracias por su visit a" , concluyó, m ient ras Juan Pérez ordenaba los billet es
en su cart era.
El t rayect o fue fácil: el viaj e a París por la aut opist a All no present a
problem as un dom ingo por la m añana. No t uvo que esperar en la ent rada, pagó con
su t arj et a de crédit o el peaj e de Dourdan, rodeó París por el periférico y llegó á
aeropuert o de Roissy por la A1.
Est acionó en el segundo subsuelo ( sección J) , deslizó su t arj et a de
est acionam ient o en la billet era, luego se apresuró para ir a regist rarse a las
vent anillas de Air France. Con alivio, se sacó de encim a la valij a ( veint e kilos
exact os) y ent regó su bolet o a la azafat a al t iem po que le pidió un asient o para
fum adores del lado del pasillo. Sonrient e y silenciosa, ella asint ió con la cabeza,
después de haber verificado en el ordenador, luego le devolvió el bolet o y la t arj et a
de em barque. " Em barque por la puert a B a las 18 horas" , precisó.
El hom bre se present ó con ant icipación al cont rol policial para hacer
algunas com pras en el dut y- free. Com pró una bot ella de cognac ( un recuerdo de
Francia para sus client es asiát icos) y una caj a de cigarros ( para consum o personal) .
Guardó con cuidado la fact ura j unt o con la t arj et a de crédit o.
Durant e un m om ent o recorrió con la m irada los escaparat es luj osos —
j oyas, ropas, perfum es—, se det uvo en la librería, hoj eó algunas revist as ant es de
elegir un libro fácil —viaj es, avent uras, espionaj e— y luego cont inuó su paseo sin
ninguna im paciencia.
Saboreaba la im presión de libert ad que le daban a la vez el hecho de
haberse liberado del equipaj e y, m ás ínt im am ent e, la cert eza de que sólo había que
esperar el desarrollo de los acont ecim ient os ahora que se había puest o " en regla" ,
que ya había guardado la t arj et a de em barque y había declarado su ident idad " ¡Es
nuest ro, Roissy! " ¿Acaso hoy en los lugares superpoblados no era donde se
cruzaban, ignorándose, m iles de it inerarios individuales en los que subsist ía algo
del inciert o encant o de los solares, de los t errenos baldíos y de las obras en
5
const rucción, de los andenes y de las salas de espera en donde los pasos se
pierden, el encant o de t odos los lugares de la casualidad y del encuent ro en donde
se puede experim ent ar furt ivam ent e la posibilidad sost enida de la avent ura, el
sent im ient o de que no queda m ás que " ver venir" ?
El em barque se realizó sin inconvenient es. Los pasaj eros cuya t arj et a de
em barque llevaba la let ra Z fueron invit ados a present arse en últ im o t érm ino, y
Juan asist ió bast ant e divert ido al ligero e inút il am ont onam ient o de los X y los Y a
la salida de la sala.
Mient ras esperaba el despegue y la dist ribución de los diarios, hoj eó la
revist a de la com pañía e im aginó, siguiéndolo con el dedo, el it inerario posible del
viaj e: Heraklion, Larnaca, Beirut , Dharan, Doubai, Bom bay, Bangkok, m ás de
nueve m il kilóm et ros en un abrir y cerrar de oj os y algunos nom bres que daban que
hablar cada t ant o en la act ualidad periodíst ica. Echó un vist azo a la t arifa de a
bordo sin im puest os ( dut y- free price list ) , verificó que se acept aban t arj et as de
crédit o en los vuelos t ranscont inent ales, leyó con sat isfacción las vent aj as que
present aba la clase business, de la que podía gozar gracias a la int eligencia y
generosidad de la firm a para la que t rabaj aba ( " En Charles de Gaulle 2 y en Nueva
York, los salones Le Club le perm it en dist enderse, t elefonear, enviar fax o ut ilizar
un Minit el... Adem ás de una recepción personalizada y de una at ención const ant e,
el
nuevo
asient o
Espacio
2000
con
el
que
est án
equipados
los
vuelos
t ranscont inent ales t iene un diseño m ás am plio, con un respaldo y un apoyacabezas
regulables separadam ent e..." ) . Prest ó alguna at ención a los com andos con sist em a
digit al de su asient o Espacio 2000, luego volvió a sum ergirse en los anuncios de la
revist a y adm iró el perfil aerodinám ico de unas cam ionet as nuevas, algunas fot os
de
grandes hot eles
de
una
cadena
int ernacional,
un
poco
pom posam ent e
present ados com o " los lugares de la civilización" ( El Mam m ounia de Marrakech " que
fue un palacio ant es de ser un palace hot el" , el Met ropol de Bruselas " donde siguen
m uy vivos los esplendores del siglo XI X" ) . Luego dio con la publicidad de un aut o
que t enía el m ism o nom bre de su asient o: Renault Espacio: " Un día, la necesidad
de espacio se hace sent ir... Nos asalt a de repent e. Después, ya no nos abandona.
El irresist ible deseo de t ener un espacio propio. Un espacio m óvil que nos llevara
lej os. Nada haría falt a; t odo est aría a m ano..." En una palabra, com o en el avión.
" El espacio ya est á en ust ed... Nunca se ha est ado t an bien sobre la Tierra com o en
el Espacio" , concluía graciosam ent e el anuncio publicit ario.
Ya despegaban. Hoj eó m ás rápidam ent e el rest o, det eniéndose unos
segundos en un art ículo sobre " el hipopót am o, señor del río" , que com enzaba con
una evocación de África, " cuna de las leyendas" y " cont inent e de la m agia y de los
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sort ilegios" , y echó un vist azo a una crónica sobre Bolonia ( " En cualquier part e se
puede est ar enam orado, pero en Bolonia uno se enam ora de la ciudad" ) . Un
anuncio publicit ario en inglés de un videom ovie j aponés ret uvo un inst ant e su
at ención ( Vivid colors, vibrant sound and non- st op act ion. Make t hem yours
foreuer) por el brillo de los colores. Un est ribillo de Trenet le acudía a m enudo a la
m ent e desde que, a m edia t arde, lo había oído por la radio en la aut opist a, y se dij o
que la alusión a la " fot o, viej a fot o de m i j uvent ud" no t endría, dent ro de poco,
sent ido alguno para las generaciones fut uras. Los colores del present e para
siem pre: la cám ara congelador. Un anuncio publicit ario de la t arj et a Visa t erm inó
de t ranquilizarlo ( " Acept ada en Doubai y en cualquier lugar adonde viaj e. Viaj e
confiado con su t arj et a Visa" ) .
Miró dist raídam ent e algunos com ent arios de libros y
m om ent o,
por
int erés
profesional,
en
el
que
reseñaba
una
se det uvo un
obra
t it ulada
Eurom arket ing: " La hom ogeneización de las necesidades y de los com port am ient os
de consum o form a part e de las fuert es t endencias que caract erizan el nuevo
am bient e int ernacional de la em presa... A part ir del exam en de la incidencia del
fenóm eno de globalización en la em presa europea, sobre la validez y el cont enido
de un eurom arket ing y sobre las evoluciones posibles del m arket ing int ernacional,
se debat en una gran cant idad de problem as" . Para t erm inar, el com ent ario
m encionaba " las condiciones propicias para el desarrollo de un m ix lo m ás
est andarizado posible" y " la arquit ect ura de una com unicación europea" .
Un poco soñolient o, Juan Pérez dej ó la revist a. La inscripción Fast en seat
belt se había apagado. Se aj ust ó los auriculares, sint onizó el canal 5 y se dej ó
invadir por el adagio del conciert o N°1 en do m ayor de Joseph Haydn. Durant e
algunas horas ( el t iem po necesario para sobrevolar el Medit erráneo, el m ar de
Arabia y el golfo de Bengala) , est aría por fin solo.
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Lo cercano y el afuera
Se habla cada vez m ás de la ant ropología de lo cercano. Un coloquio que
t uvo lugar en 1987 en el m useo de Art es y Tradiciones populares ( " Ant ropología
social y et nología de Francia" ) , y cuyas act as fueron publicadas en 1989 con el
t ít ulo L’Aut re et le sem blable, señalaba una convergencia de los int ereses de los
et nólogos del aquí y del afuera. El coloquio y la obra se sit úan explícit am ent e en la
serie de reflexiones que com enzaron en el coloquio de Toulouse en 1982 ( " Nuevas
vías en et nología de Francia" ) y en algunos libros o núm eros especiales de revist as.
Sin em bargo, no es evident e que, com o ocurre a m enudo, la com probación
de nuevos int ereses, de nuevos cam pos de invest igación y de convergencias
inédit as no se base, por una part e, en ciert os m alent endidos, o no los suscit e.
Algunas observaciones previas a la reflexión sobre la ant ropología de lo cercano
pueden result ar út iles para la claridad del debat e.
La ant ropología siem pre ha sido una ant ropología del aquí y el ahora. El
et nólogo en ej ercicio es aquel que se encuent ra en alguna part e ( su aquí del
m om ent o) y que describe lo que observa o lo que oye en ese m ism o m om ent o.
Siem pre podrem os int errogam os m ás t arde acerca de la calidad de su observación
y acerca de las int enciones, los prej uicios o los ot ros fact ores que condicionan la
producción de su t ext o: queda el hecho de que t oda et nología supone un t est igo
direct o de una act ualidad present e. El ant ropólogo t eórico que recurre a ot ros
t est im onios y a ot ros ám bit os diferent es del suyo t iene acceso a t est im onios de
et nólogos, no a fuent es indirect as que él se esforzaría por int erpret ar. Hast a el arm
chair ant hropologist que som os t odos por m om ent os se dist ingue del hist oriador
que analiza un docum ent o. Los hechos que buscam os en los files de Murdock han
sido bien o m al observados, pero lo han sido, y en función de ít em s ( reglas de
alianza, de filiación, de herencia) que son t am bién los de la ant ropología de
" segundo grado" . Todo lo que alej a de la observación direct a del cam po alej a
t am bién de la ant ropología, y los hist oriadores que t ienen int ereses ant ropológicos
no por eso hacen ant ropología. La expresión " ant ropología hist órica" es cuant o
m enos am bigua. " Hist oria ant ropológica" parece m ás adecuada. Un ej em plo
sim ét rico e inverso podría encont rarse en el uso obligado que los ant ropólogos, los
africanist as por ej em plo, hacen de la hist oria, en part icular del m odo com o ha
quedado est ablecida por la t radición oral. Todo el m undo conoce la fórm ula de
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Ham pat é Ba según la cual, en África, un viej o que m uere es " una bibliot eca que se
quem a" ; pero el inform ant e, viej o o no, es alguien con quien se discut e y que habla
m ás de lo que sabe o piensa del pasado que del pasado m ism o. No es un
cont em poráneo del acont ecim ient o que refiere, pero el et nólogo es cont em poráneo
de la enunciación y del enunciador. Las palabras del inform ant e valen t ant o para el
present e com o para el pasado. El ant ropólogo que t iene y que debe t ener int ereses
hist óricos no es, sin em bargo, st rict o sensu, un hist oriador. Est a observación sólo
apunt a a precisar los procedim ient os y los obj et os: es evident e que los t rabaj os de
hist oriadores com o Ginzburg, Le Goff o Leroy- Ladurie son de m áxim o int erés para
los ant ropólogos, pero son t rabaj os de hist oriadores: corresponden al pasado y se
consideran est udios de docum ent os.
Est o en cuant o al " ahora" . Vayam os ent onces al " aquí" . Por ciert o que el
aquí europeo, occident al, adquiere t odo su sent ido con respect o a un afuera lej ano,
ant es " colonial" , hoy " subdesarrollado" , que han privilegiado las ant ropologías
brit ánica y francesa. Pero la oposición del aquí y del afuera ( una m anera de gran
repart o
—Europa/ rest o
del
m undo—
que
recuerda
los
part idos
de
fút bol
organizados por I nglat erra en la época en que t enía un gran fút bol: I nglat erra/ rest o
del m undo) no puede servir com o punt o de part ida para la oposición de las dos
ant ropologías m ás que presuponiendo lo que est á precisam ent e en cuest ión: que se
t rat a de dos ant ropologías dist int as.
La afirm ación según la cual los et nólogos t ienden a replegarse sobre
Europa por el cierre de los t errit orios lej anos, es cuest ionable. En prim er lugar,
exist en reales posibilidades de t rabaj o en África, en Am érica, en Asia... En segundo
lugar, las razones que llevan a t rabaj ar sobre Europa en ant ropología son razones
posit ivas. En ningún caso se t rat a de una ant ropología por carencia. Y precisam ent e
el exam en de est as razones posit ivas puede conducirnos a poner en duda la
oposición
Europa/ afuera
que
subyace
en
algunas
de
las
definiciones
m ás
m odernist as de la et nología europeíst a.
Det rás de la cuest ión de la et nología de lo cercano se perfila, en efect o,
una doble pregunt a. La prim era consist e en saber si, en su est ado act ual, la
et nología de Europa puede pret ender el m ism o grado de refinam ient o, de
com plej idad, de concept ualización que la et nología de las sociedades lej anas. La
respuest a a est a pregunt a es generalm ent e afirm at iva, al m enos de part e de los
et nólogos europeíst as y en una perspect iva de fut uro. De est e m odo, Mart ine
Segalen puede est ar orgullosa, en la com pilación que cit am os ant es, de que dos
et nólogos del parent esco que han t rabaj ado acerca de una m ism a región europea
puedan desde ahora discut ir ent re ellos " com o los especialist as de t al et nia
africana" , y Ant hony P. Cohén puede sost ener legít im am ent e que los t rabaj os sobre
el parent esco llevados a cabo por Robin Fox en la isla de Tory y por Marilyn
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St rat hern en Elm don ponen de m anifiest o, por una part e, el papel cent ral que
desem peña el parent esco en " nuest ras" sociedades y las est rat egias que perm it e
poner en práct ica, y por ot ra, la pluralidad de cult uras que coexist en en un país
com o la act ual Gran Bret aña.
Debem os adm it ir que, así plant eada, la pregunt a es desconcert ant e: se
t rat aría, en definit iva, de int errogarse ya sea acerca de un insuficient e poder de
sim bolización de las sociedades europeas, ya sea acerca de una insuficient e apt it ud
de los et nólogos europeíst as para analizarlo.
La segunda pregunt a t iene un alcance com plet am ent e diferent e:
los
hechos, las inst it uciones, los m odos de reunión ( de t rabaj o, de ocio, de residencia) ,
los m odos de circulación específicos del m undo cont em poráneo ¿pueden ser
j uzgados desde un punt o de vist a ant ropológico? En prim er lugar, est a pregunt a no
se plant ea, ni m ucho m enos, únicam ent e, a propósit o de Europa. Cualquiera que
conozca un poco de África, por ej em plo, sabe bien que t odo enfoque ant ropológico
global debe t om ar en consideración una cant idad de elem ent os en int eracción,
suscit ados por la act ualidad inm ediat a, aun cuando no se los pueda dividir en
" t radicionales" y " m odernos" . Pero " t am bién se sabe que t odas las form as
inst it ucionales por las que se debe pasar hoy para com prender la vida social ( el
t rabaj o asalariado, la em presa, el deport e- espect áculo, los m edios m asivos de
com unicación) desem peñan en t odos los cont inent es un papel cada día m ás
im port ant e. En segundo lugar, est a pregunt a desplaza com plet am ent e a la prim era:
no es Europa lo que est á en cuest ión sino la cont em poraneidad en t ant o t al, baj o
los aspect os m ás agresivos o m ás m olest os de la act ualidad m ás act ual.
Es por lo t ant o esencial no confundir la cuest ión del m ét odo con la del
obj et o. Se ha dicho a m enudo ( el m ism o Levi- St rauss en varias oport unidades) que
el m undo m oderno se prest a a la observación et nológica, con la sola condición de
poder aislar en él unidades de observación que nuest ros m ét odos de invest igación
sean capaces de m anej ar. Y conocem os la im port ancia at ribuida por Gérard Alt habe
( que probablem ent e no sabía en su época que abría un cam ino de reflexión para
nuest ros polít icos) a los huecos de escalera, a la vida de la escalera, en los
conglom erados urbanos de Saint - Denis en la periferia de Nant es.
El hecho de que la invest igación et nológica t enga sus lim it aciones, que son
t am bién sus vent aj as, y que el et nólogo necesit e circunscribir aproxim at ivam ent e
los lím it es de un grupo que él va a conocer y que lo reconocerá, es una evidencia
que no escapa a quienes hayan hecho t rabaj o de cam po. Una evidencia que t iene,
sin em bargo, m uchos aspect os. El aspect o del m ét odo, la necesidad de un cont act o
efect ivo con los int erlocut ores son una cosa. La represent at ividad del grupo elegido
es ot ra: se t rat a en efect o de saber lo que nos dicen aquellos a quienes hablam os y
vem os acerca de aquellos a quienes no hablam os ni vem os. La act ividad del
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et nólogo de cam po es desde el com ienzo una act ividad de agrim ensor social, de
m anipulador de escalas, de com parador de poca m ont a: fabrica un universo
significant e explorando, si es necesario por m edio de rápidas invest igaciones,
universos
int erm ediarios,
o
consult ando,
com o
hist oriador,
los
docum ent os
ut ilizables. I nt ent a saber, por sí m ism o y por los dem ás, de quién puede pret ender
hablar cuando habla de aquellos a quienes ha hablado. Nada perm it e afirm ar que
est e problem a: de obj et o em pírico real, de represent at ividad, se plant ee de m odo
diferent e en un gran reino africano o en una em presa de los alrededores parisinos.
Dos observaciones pueden hacerse aquí. La prim era se refiere a la hist oria
y la segunda a la ant ropología. Am bas se refieren a la preocupación del et nólogo
por sit uar el obj et o em pírico de su invest igación, por evaluar su represent at ividad
cualit at iva, pues aquí no se t rat a, para hablar con propiedad, de seleccionar
m uest ras est adíst icam ent e represent at ivas sino de est ablecer si lo que vale para un
linaj e vale t am bién para ot ro, si lo que vale para un poblado, vale para ot ros...: los
problem as de definición de concept os com o los de " t ribu" o " et nia" se sit úan en
est a perspect iva. La preocupación de los et nólogos los acerca y los diferencia al
m ism o t iem po de los hist oriadores de la m icrohist oria. Digam os m ás bien —para
respet ar la ant erioridad de los prim eros— que los hist oriadores de la m icrohist oria
se enfrent an a una preocupación de et nólogos en t ant o deben pregunt arse ellos
t am bién acerca de la represent at ividad de los casos que analizan —la vida de un
m olinero del Frioul en el siglo XV por ej em plo— pero, para garant izar est a
represent at ividad se ven obligados a recurrir a los concept os de " huellas" , de
" indicios" o de excepcionalidad ej em plar, m ient ras que el et nólogo de cam po, si
t rabaj a a conciencia, t iene siem pre la posibilidad de ir a ver un poco m ás lej os si
aquello que ha creído poder observar al com ienzo sigue siendo válido. Es la vent aj a
de t rabaj ar sobre el present e... m odest a com pensación de la vent aj a esencial que
t ienen los hist oriadores: ellos saben cóm o sigue.
La segunda observación se refiere al obj et o de la ant ropología, pero est a
vez a su obj et o int elect ual o, si se prefiere, a la capacidad de generalización del
et nólogo. Es evident e que hay un t recho im port ant e ent re la observación m inuciosa
de t al o t al poblado o el relevam ient o de una ciert a cant idad de m it os en una
población det erm inada y la elaboración de la t eoría de las " est ruct uras elem ent ales
del parent esco" o las " m it ológicas" . El est ruct uralism o no es lo único que est á en
cuest ión aquí. Todos los grandes procedim ient os ant ropológicos han t endido
m ínim am ent e a elaborar un ciert o núm ero de hipót esis generales que podían, por
ciert o, encont rar su inspiración inicial en la exploración de un caso singular pero
que se rem it en a la elaboración de configuraciones problem át icas que exceden
am pliam ent e ese único caso: t eorías de la bruj ería, de la alianza m at rim onial; del
poder o de las relaciones de producción.
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Sin j uzgar aquí la validez de est os esfuerzos de generalización, t om arem os
com o pret ext o su exist encia com o part e const it ut iva de la bibliografía et nológica
para hacer not ar que el argum ent o de peso, cuando se lo m enciona a propósit o de
las sociedades no exót icas, se refiere solam ent e a un aspect o concret o de la
invest igación, el m ét odo, ent onces, y no el obj et o: ni el obj et o em pírico, ni a fort iori
el obj et o int elect ual, t eórico, que supone no sólo la generalización sino t am bién la
com paración
La cuest ión del m ét odo no debería confundirse con la del obj et o, pues el
obj et o de la ant ropología nunca ha sido la descripción exhaust iva, por ej em plo del
barrio de una ciudad o de un pueblo. Cuando se han hecho m onografías de est e
t ipo, se present aban com o una cont ribución a un invent ario t odavía incom plet o y, la
m ayoría de las veces, al m enos en el plano em pírico, apoyándose en encuest as
esbozaban generalizaciones sobre el conj unt o de un grupo ét nico. La pregunt a que
se plant ea en prim er lugar a propósit o de la cont em poraneidad cercana no consist e
en saber si y cóm o se puede hacer una invest igación en un conglom erado urbano,
en una em presa o en un club de vacaciones ( bien o m al se logrará hacerlo) sino en
saber si hay aspect os de la vida social cont em poránea que puedan depender hoy de
una invest igación ant ropológica, de la m ism a m anera que las cuest iones del
parent esco, de la alianza, del don y del int ercam bio, et c., se im pusieron en prim er
t érm ino a la at ención ( com o obj et os em píricos) y luego a la reflexión ( com o obj et os
int elect uales) de los ant ropólogos del afuera. Conviene m encionar, a propósit o de
est o, respect o de las preocupaciones ( por ciert o legít im as) de m ét odo, aquello que
llam arem os lo previo del obj et o.
Est e previo del obj et o puede suscit ar dudas en cuant o a la legit im idad de la
ant ropología de la cont em poraneidad cercana. Louis Dum ont , en su prefacio a la
reedición de La Tarasque, hacía not ar, en un pasaj e que Mart ine Segalen cit a en su
int roducción a L'Aut re et le sem blable, que el " deslizam ient o de los cent ros de
int erés" y el cam bio de las " problem át icas" ( lo que se llam ará aquí los cam bios de
obj et os em píricos e int elect uales) im piden a nuest ras disciplinas ser sim plem ent e
acum ulat ivas " y pueden llegar hast a a m inar su cont inuidad" . Com o ej em plo de
cam bio de cent ros de int erés, m enciona m ás part icularm ent e, por oposición al
est udio de la t radición popular, la " com prensión a la vez m ás am plia y m ás
diferenciada de la vida social en Francia, que no separa en absolut o lo no m oderno
de lo m oderno, por ej em plo el art esanado de la indust ria" .
No est oy seguro de que la cont inuidad de una disciplina se m ida por la de
sus obj et os. Tal afirm ación sería ciert am ent e dudosa aplicada a las ciencias de la
vida, que no est oy seguro de que sean acum ulat ivas en el sent ido al que alude la
frase de Dum ont ; cada vez que finaliza una invest igación aparecen com o result ado
nuevos obj et os de est udio. Y esa afirm ación m e parece t ant o m ás discut ible, a
12
propósit o de las ciencias de la vida social, porque siem pre se t rat a de la vida social
cuando cam bian los m odos de reagrupación y de j erarquización y se proponen así a
la at ención del invest igador nuevos obj et os que t ienen en com ún con los que
descubre el invest igador en ciencias de la vida el hecho de no suprim ir aquellos
sobre los que él t rabaj aba inicialm ent e sino com plicarlos. Sin em bargo, la inquiet ud
de Louis Dum ont resuena en aquellos m ism os que se consagran a la ant ropología
del aquí y del ahora. Gérard Alt habe, Jacques Cheyronnaud y Béat rix Le Wit a lo
expresan en L'Aut re et le sem blable, y hacen not ar hum oríst icam ent e que los
bret ones " est án m ucho m ás preocupados por sus prést am os en el Crédit o agrícola
que por sus genealogías..." . Pero, det rás de est a form ulación, t odavía se perfila la
cuest ión del obj et o: nada dice que la ant ropología deba acordar a la genealogía de
los bret ones m ás im port ancia que ellos m ism os ( aun si, t rat ándose de bret ones, se
pueda
dudar
de que las descuiden
t ot alm ent e) .
Si
la
ant ropología
de
la
cont em poraneidad cercana debiera efect uarse exclusivam ent e según las cat egorías
ya enum eradas, si no debieran const ruirse en ella nuevos obj et os, el hecho de
abordar nuevos t errenos em píricos respondería m ás a una curiosidad que a una
necesidad.
Est as cuest iones previas requieren una definición posit iva de lo que es la
invest igación ant ropológica, que se t rat ará de est ablecer aquí a part ir de dos
com probaciones.
La prim era se refiere a la invest igación ant ropológica, que t rat a hoy la
cuest ión del ot ro. No es un t em a con el cual se encuent re por casualidad: es su
único obj et o int elect ual, a part ir del cual le result a posible definir diferent es cam pos
de invest igación. Trat a del present e, lo que bast a para dist inguirla de la hist oria. Y
lo t rat a sim ult áneam ent e en varios sent idos, lo que la dist ingue de las ot ras
ciencias sociales.
Trat a de t odos los ot ros: el ot ro exót ico que se define con respect o a un
" nosot ros" que se supone idént ico ( nosot ros franceses, europeos, occident ales) ; el
ot ro de los ot ros, el ot ro ét nico o cult ural, que se define con respect o a un conj unt o
de ot ros que se suponen idént icos, un " ellos" generalm ent e resum ido por un
nom bre de et nia; el ot ro social: el ot ro int erno con referencia al cual se inst it uye un
sist em a de diferencias que com ienza por la división de los sexos pero que define
t am bién, en t érm inos fam iliares, polít icos, económ icos, los lugares respect ivos de
los unos y los ot ros, de suert e que no es posible hablar de una posición en el
sist em a ( m ayor, m enor, segundo, pat rón, client e, caut ivo...) sin referencia a un
ciert o núm ero de ot ros; el ot ro ínt im o, por últ im o, que no se confunde con el
ant erior, que est á present e en el corazón de t odos los sist em as de pensam ient o, y
13
cuya represent ación, universal, responde al hecho de que la individualidad absolut a
es im pensable: la t ransm isión heredit aria, la herencia, la filiación, el parecido, la
influencia, son ot ras t ant as cat egorías m ediant e las cuales puede aprehenderse una
alt eridad com plem ent aria, y m ás aún, const it ut iva de t oda individualidad. Toda la
bibliografía consagrada a la noción de persona, a la int erpret ación de la enferm edad
y a la hechicería, t est im onia el hecho de que una de las cuest iones principales
plant eadas por la et nología lo es t am bién para aquellos que ést a est udia: la
et nología se ocupa de lo que se podría llam ar la alt eridad esencial o ínt im a. Las
represent aciones de la alt eridad ínt im a, en los sist em as que est udia la et nología,
sit úan la necesidad en el corazón m ism o de la individualidad, e im piden por eso
m ism o disociar la cuest ión de la ident idad colect iva de la de la ident idad individual.
Hay allí un ej em plo m uy not able de lo que el cont enido m ism o de las creencias
est udiadas por el et nólogo puede im poner al hecho del que int ent a dar cuent a: no
es sim plem ent e porque la represent ación del individuo es una const rucción social
que le int eresa a la ant ropología; es t am bién porque t oda represent ación del
individuo es necesariam ent e una represent ación del vínculo social que le es
consust ancial.
Al m ism o t iem po, le debem os a la ant ropología el conocim ient o de las
sociedades
lej anas
y,
m ás
que
las
que
ha
est udiado,
le
debem os
est e
descubrim ient o: lo social com ienza con el individuo; el individuo depende de la
m irada et nológica. Lo concret o de la ant ropología est á en las ant ípodas de lo
concret o definido por ciert as escuelas sociológicas com o aprehensible en los
órdenes de m agnit ud en los que se han elim inado las variables individuales."
Marcel Mauss, al analizar las relaciones ent re psicología y sociología,
reconocía sin em bargo serias lim it aciones a la definición de la individualidad
som et ida a la m irada et nológica. En un curioso pasaj e, precisa, en efect o, que el
hom bre est udiado por los sociólogos no es el hom bre dividido, cont rolado y
dom inado de la élit e m oderna, sino el hom bre ordinario o arcaico que se dej a
definir com o una t ot alidad: "El hom bre m edio de nuest ros días —est o vale sobre
t odo para las m uj eres— y casi t odos los hom bres de las sociedades arcaicas o
at rasadas, es una t ot alidad; es afect ado en t odo su ser por la m enor de sus
percepciones o por el m enor choque m ent al. El est udio de est a " t ot alidad" es
capit al, en consecuencia, para t odo lo que no se refiere a la élit e de nuest ras
sociedades m odernas" ( pág. 306) . Pero la idea de t ot alidad, a la que sabem os que
le daba t ant a im port ancia Mauss, para quien lo concret o es lo com plet o, lim it a y en
ciert o m odo m ut ila la de individualidad. Más exact am ent e, la individualidad en la
que piensa Mauss es una individualidad represent at iva de la cult ura,
una
individualidad t ipo. Podem os confirm arlo en el análisis que hace del fenóm eno
social t ot al, en cuya int erpret ación deben ser int egrados, com o lo apunt a Levi-
14
St rauss en su " I nt roducción a la obra de Marcel Mauss" , no solam ent e el conj unt o
de los aspect os discont inuos baj o uno cualquiera de los cuales ( fam iliar, t écnico,
económ ico) se podría sent ir la t ent ación de aprehenderlo exclusivam ent e, sino
t am bién la visión que t iene o puede t ener cualquiera de los nat ivos que lo vive. La
experiencia
del
hecho
social
t ot al
es
doblem ent e
concret a
(y
doblem ent e
com plet a) : experiencia de una sociedad precisam ent e localizada en el t iem po y en
el espacio, pero t am bién de un individuo cualquiera de esa sociedad. Sólo que ese
individuo no es cualquiera: se ident ifica con la sociedad de la cual no es si no una
expresión y es significat ivo que, para dar una idea de lo que ent iende por un
individuo cualquiera, Mauss haya recurrido al art ículo definido, refiriéndose por
ej em plo a " el m elanesio de t al o cual isla" . El t ext o cit ado ant es nos aclara est e
punt o. El m elanesio no es solam ent e t ot al porque lo aprehendernos en sus
diferent es dim ensiones individuales, " física, fisiológica, psíquica y sociológica" sino
porque es una individualidad de sínt esis, expresión de una cult ura considerada
t am bién ella com o un t odo.
Habría m ucho que decir ( y no se ha dicho poco) sobre est a concepción de
la cult ura y de la individualidad. El hecho de que, baj o ciert os aspect os y en ciert os
cont ext os, cult ura e individualidad puedan definirse com o expresiones recíprocas es
una t rivialidad, en t odo caso, un lugar com ún, del que nos servim os, por ej em plo,
para decir que t al o cual persona es un bret ón, un inglés, un auvernés o un alem án.
Tam poco nos sorprende que las reacciones de las individualidades pret endidam ent e
libres puedan capt arse y aun preverse a part ir de m uest ras est adíst icam ent e
significat ivas. Sim plem ent e, hem os aprendido paralelam ent e a dudar de las
ident idades absolut as, sim ples y sust anciales, t ant o en el plano colect ivo com o en
el individual. Las cult uras " t rabaj an" com o la m adera verde y no const it uyen
nunca
t ot alidades acabadas ( por
razones int rínsecas y
ext rínsecas) ;
y
los
individuos, por sim ples que se los im agine, no lo son nunca lo bast ant e com o para
no sit uarse con respect o al orden que les asigna un lugar: no expresan la
t ot alidad sino baj o un ciert o ángulo. Por ot ra part e, el caráct er problem át ico de
t odo orden est ablecido no se m anifest aría quizá nunca com o t al —en las guerras,
las revuelt as, los conflict os, las t ensiones— sin el papirot azo inicial de una iniciat iva
individual.
Ni la cult ura localizada en el t iem po y el espacio, ni los individuos en los
cuales se encarna, definen un nivel de ident idad básico m ás acá del cual ya no sería
pensable
ninguna alt eridad. Por supuest o, el " t rabaj o" de la cult ura en sus
m árgenes, o las
no
deben
est rat egias individuales en el int erior de los sist em as inst it uidos
t om arse
en
consideración
en
la
definición
de
ciert os
obj et os
( int elect uales) de invest igación. Sobre est e punt o, las discusiones y las polém icas
han padecido a veces de m ala fe
o de m iopía: dest aquem os sim plem ent e, por
15
ej em plo, que el hecho de que una norm a sea respet ada o no, que pueda ser
event ualm ent e eludida o t ransgredida, no t iene nada que ver con la consideración
de t odas sus im plicaciones lógicas, las cuales const it uyen ciert am ent e un verdadero
obj et o de invest igación. Por el cont rario, hay ot ros obj et os de invest igación que se
som et en
a
la
acción
de
los
procedim ient os
de
t ransform ación
o
cam bio,
desviaciones, iniciat ivas o t ransgresiones.
Es suficient e saber de qué se habla y nos bast a aquí com probar que,
cualquiera que sea el nivel al que se aplique la invest igación ant ropológica, siem pre
t iene por obj et o int erpret ar la int erpret ación que ot ros hacen de la cat egoría del
ot ro en los diferent es niveles en que sit úan su lugar e im ponen su necesidad: la
et nia, la t ribu, la aldea, el linaj e o cualquier ot ro m odo de agrupación hast a llegar al
át om o elem ent al de parent esco, que sabem os que som et e la ident idad de la
filiación a la necesidad de la alianza; y el individuo, por últ im o, que t odos los
sist em as rit uales definen com o com puest o y pet rificado de alt eridad, figura
lit eralm ent e im pensable, com o lo son, en m odalidades opuest as, la del rey y la del
hechicero.
La segunda com probación no se refiere ya a la ant ropología sino al m undo
en el que descubre sus obj et os y, m ás part icularm ent e, al m undo cont em poráneo.
No es la ant ropología la que, cansada de t errenos exót icos, se vuelve hacia
horizont es m ás fam iliares, a riesgo de perder allí su cont inuidad, com o t em e Louis
Dum ont , sino el m undo cont em poráneo m ism o el que, por el hecho de sus
t ransform aciones aceleradas, at rae la m irada ant ropológica, es decir, una reflexión
renovada y m et ódica sobre la cat egoría de la alt eridad. Dedicarem os una at ención
especial a t res de est as t ransform aciones.
La prim era se refiere al t iem po, a nuest ra percepción del t iem po, pero
t am bién al uso que hacem os de él, a la m anera en que disponem os de él. Para un
ciert o
núm ero
de int elect uales,
el
t iem po
ya
no
es hoy
un
principio
de
int eligibilidad. La idea de progreso, que im plicaba que el después pudiera explicarse
en función del ant es, ha encallado de alguna m anera en los arrecifes del siglo XX, al
salir de las esperanzas o de las ilusiones que habían acom pañado la t ravesía de
gran alient o en el siglo XI X. Est e cuest ionam ient o, a decir verdad, se refiere a
varias com probaciones dist int as unas de ot ras: las at rocidades de las guerras
m undiales, los t ot alit arism os y las polít icas de genocidio, que no t est im onian, es lo
m enos que se puede decir, un progreso m oral de la hum anidad; el fin de los
grandes relat os, es decir de los grandes sist em as de int erpret ación que pret endían
dar cuent a de la evolución del conj unt o de la hum anidad y que no lo han logrado,
así com o se desviaron o se borraron los sist em as polít icos que se inspiraban
oficialm ent e en algunos de ellos; en t ot al, o en adelant e, una duda sobre la hist oria
com o port adora de sent ido,
duda renovada,
podría decirse,
pues recuerda
16
ext rañam ent e a aquella en la que Paul Hazard creía poder descubrir, en la bisagra
de los siglos XVI I y XVI I I , el resort e de la querella ent re los Ant iguos y los
Modernos y de la crisis de la conciencia europea. Pero, si Font enelle dudaba de la
hist oria, su duda se refería esencialm ent e a su m ét odo ( anecdót ico y poco seguro) ,
a su obj et o ( el pasado no nos habla m ás que de la locura de los hom bres) y a su
ut ilidad ( enseñar a los j óvenes la época en la cual est án llam ados a vivir) . Si los
hist oriadores, en Francia especialm ent e, dudan hoy de la hist oria, no es por
razones t écnicas o m et odológicas ( la hist oria com o ciencia ha hecho progresos) ,
sino porque, m ás fundam ent alm ent e, experim ent an grandes dificult ades no sólo
para hacer del t iem po un principio de int eligibilidad sino, m ás aún, para inscribir en
él un principio de ident idad.
Asim ism o
vem os
que
privilegian
ciert os
grandes
t em as
llam ados
" ant ropológicos" ( la fam ilia, la vida privada, los lugares de la m em oria) . Est as
invest igaciones concuerdan con el gust o del público por las form as ant iguas, com o
si ést as les hablaran a nuest ros cont em poráneos de lo que son m ost rándoles lo que
ya no son. Nadie expresa m ej or est e punt o de vist a que Pierre Nora, en su prefacio
al prim er volum en de los Lieux de m ém oire: lo que buscam os en la acum ulación
religiosa de los t est im onios, de los docum ent os, de las im ágenes, de t odos los
" signos visibles de lo que fue" , dice fundam ent alm ent e, es nuest ra diferencia, y " en
el espect áculo de est a diferencia el dest ello súbit o de una inhallable ident idad. Ya
no una génesis sino el descifram ient o de lo que som os a la luz de lo que ya no
som os" .
Est a com probación de conj unt o corresponde t am bién a la desaparición,
inm ediat am ent e después de la guerra, de las referencias sart reana y m arxist a para
las cuales lo universal era, a fin de cuent as y del análisis, la verdad de lo part icular,
y corresponde adem ás a lo que se podría llam ar, según m uchos ot ros, la
sensibilidad posm oderna para la cual una m oda vale lo m ism o que ot ra, y el
pat chwork
de las m odas significa la desaparición
de la m odernidad
com o
finalización de una evolución que se parecería a un progreso.
Est e t em a es inagot able, pero se puede encarar desde ot ro punt o de vist a
la cuest ión del t iem po, a part ir de una com probación m uy t rivial que podem os
hacer cot idianam ent e: la hist oria se acelera. Apenas t enem os t iem po de envej ecer
un poco que ya nuest ro pasado se vuelve hist oria, que nuest ra hist oria individual
pasa a pert enecer a la hist oria. Las personas de m i edad conocieron en su infancia
y en su adolescencia la especie de nost algia silenciosa de los ant iguos com bat ient es
del 14- 18, que parecía decirnos que ellos eran los que habían vivido la hist oria ( ¡y
qué hist oria! ) , y que nosot ros no com prenderíam os nunca verdaderam ent e lo que
eso quería decir. Hoy los años recient es, los sixt ies, los sevent ies, m uy pront o los
eight ies, se vuelven hist oria t an pront o com o hicieron su aparición. La hist oria nos
17
pisa los t alones. Nos sigue com o nuest ra som bra, com o la m uert e. La hist oria, es
decir, una serie de acont ecim ient os reconocidos com o acont ecim ient os por m uchos
( Los Beat les, el 68, la guerra de Argelia, Viet nam , el 81, la caída del m uro de
Berlín, la dem ocrat ización de los países del Est e, la guerra del Golfo,
desm em bram ient o
de
la
URSS) ,
acont ecim ient os
que
sabem os
que
el
t endrán
im port ancia para los hist oriadores de m añana o de pasado m añana y a los cuales
cada uno de nosot ros, por conscient e que sea de no ser nada m ás en est e asunt o
que Fabrice en Wat erloo, puede agregar algunas circunst ancias o algunas im ágenes
part iculares, com o si cada día fuera m enos ciert o que los hom bres, que hacen la
hist oria ( y si no ¿quién ot ro?) , no saben que la hacen. ¿No es est a superabundancia
m ism a ( en un planet a cada día m ás est recho, com o verem os luego) la que plant ea
problem as al hist oriador de la cont em poraneidad?
Precisem os est e punt o. El acont ecim ient o siem pre fue un problem a para los
hist oriadores que ent endían ahogarlo en el gran m ovim ient o de la hist oria y lo
concebían com o un puro pleonasm o ent re un ant es y un después concebido él
m ism o com o el desarrollo de ese ant es. Más allá de las polém icas, es el sent ido del
análisis
que
propone
Francois
Furet
de
la
Revolución,
acont ecim ient o
por
excelencia. ¿Qué nos dice en Penser la Révolut ion? Que, desde el día en que est alla
la Revolución, el acont ecim ient o revolucionario " inst it uye una nueva m odalidad de
la acción hist órica, que no est á cat alogada en el invent ario de esa sit uación" . El
acont ecim ient o
revolucionario
( pero
la
Revolución
es
en
est e
sent ido
ej em plarm ent e acont ecedera) no es reduct ible a la sum a de los fact ores que la han
hecho posible y, después, pensable. Est aríam os equivocados si lim it áram os est e
análisis al solo caso de la Revolución."
La " aceleración" de la hist oria corresponde de hecho a una m ult iplicación
de
acont ecim ient os
generalm ent e
no
previst os
por
los
econom ist as,
los
hist oriadores ni los sociólogos. Es la superabundancia de acont ecim ient os lo que
result a un problem a, y no t ant o los horrores del siglo XX ( inédit os por su am plit ud,
pero posibilit ados por la t ecnología) , ni la m ut ación de los esquem as int elect uales o
los t rast ornos polít icos, de los cuales la hist oria nos ofrece m uchos ot ros ej em plos.
Est a superabundancia, que no puede ser plenam ent e apreciada m ás que t eniendo
en cuent a por una part e la superabundancia de la inform ación de la que
disponem os y por ot ra las int erdependencias inédit as de lo que algunos llam an hoy
el
" sist em a
planet ario" ,
plant ea
incont est ablem ent e
un
problem a
a
los
hist oriadores, especialm ent e a los de la cont em poraneidad, denom inación que a
causa de la frecuencia de acont ecim ient os de los últ im os decenios corre el riesgo de
perder t oda significación. Pero est e problem a es precisam ent e de nat uraleza
ant ropológica.
18
Escuchem os a Furet cuando define la dinám ica de la Revolución com o
acont ecim ient o. Es una dinám ica, dice, " que se podrá llam ar polít ica, ideológica o
cult ural, para decir que su poder m ult iplicado de m ovilización de los hom bres y de
acción sobre las cosas pasa por una sobrecarga de sent idos" ( pág. 39) . Est e
sobredim ensionam ient o de sent idos, ej em plarm ent e j uzgado desde el punt o de
vist a ant ropológico, es t am bién el que t est im onian, al precio de cont radicciones
cuyo despliegue no hem os t erm inado de observar, num erosos acont ecim ient os
cont em poráneos; por ej em plo, cuando se hunden en un abrir y cerrar de oj os
regím enes cuya caída nadie osaba prever; pero t am bién, y m ás aún t al vez, en
ocasión de crisis larvadas que afect an la vida polít ica, social y económ ica de los
países liberales y de las cuales hem os t om ado insensiblem ent e la cost um bre de
hablar en t érm inos de sent ido. Lo que es nuevo no es que el m undo no t enga, o
t enga poco, o m enos sent ido, sino que experim ent em os explícit a e int ensam ent e la
necesidad cot idiana de darle alguno: de dar sent ido al m undo, no a t al pueblo o a
t al raza. Est a necesidad de dar un sent ido al present e, si no al pasado, es el rescat e
de la superabundancia de acont ecim ient os que corresponde a una sit uación que
podríam os llam ar de " sobrem odernidad" para dar cuent a de su m odalidad esencial:
el exceso.
Pues cada uno de nosot ros sabe o cree saber cóm o usar est e t iem po
sobrecargado de acont ecim ient os que est orban t ant o el present e com o el pasado
cercano. Lo cual, dest aquém oslo, no puede sino llevarnos a exigir aun m ás sent ido.
La prolongación de la expect at iva de vida, el pasaj e a la coexist encia habit ual de
cuat ro y ya no de t res generaciones ent rañan progresivam ent e cam bios práct icos
en el orden de la vida social. Pero, paralelam ent e, am plían la m em oria colect iva,
genealógica e hist órica, y m ult iplican las ocasiones en las que cada individuo puede
t ener la sensación de que su hist oria at raviesa la Hist oria y que ést a concierne a
aquélla. Sus exigencias y sus decepciones est án ligadas a la consolidación de ese
sent im ient o.
Es, pues, con una figura del exceso —el exceso de t iem po— con lo que
definirem os prim ero la sit uación de sobrem odernidad, sugiriendo que, por el hecho
m ism o de sus cont radicciones, ést a ofrece un m agnífico t erreno de observación y,
en el sent ido pleno del t érm ino, un obj et o para la invest igación ant ropológica. De la
sobrem odernidad se podría decir que es el anverso de una pieza de la cual la
posm odernidad sólo nos present a el reverso: el posit ivo de un negat ivo. Desde el
punt o de vist a de la sobrem odernidad, la dificult ad de pensar el t iem po se debe a la
superabundancia de acont ecim ient os del m undo cont em poráneo, no al derrum be de
una idea de progreso desde hace largo t iem po det eriorada, por lo m enos baj o las
form as caricat urescas que hacen part icularm ent e fácil su denuncia. El t em a de la
hist oria inm inent e, de la hist oria que nos pisa los t alones ( casi inm anent e en la vida
19
cot idiana de cada uno) aparece com o previo al del sent ido o el sin sent ido de la
hist oria, pues es nuest ra exigencia de com prender t odo el present e lo que da com o
result ado nuest ra dificult ad para ot orgar un sent ido al pasado recient e: la dem anda
posit iva de sent ido ( uno de cuyos aspect os esenciales es sin duda el ideal
dem ocrát ico) ,
que
se
m anifiest a
en
los
individuos
de
las
sociedades
cont em poráneas, puede explicar paradój icam ent e los fenóm enos que son a veces
int erpret ados com o los signos de una crisis de sent ido y, por ej em plo, las
decepciones de t odos los desengañados de la Tierra: desengañados del socialism o,
desengañados del liberalism o y, m uy pront o, desengañados del poscom unism o.
La segunda t ransform ación acelerada propia del m undo cont em poráneo, y
la segunda figura del exceso caract eríst ica de la sobrem odernidad, corresponde al
espacio. Del exceso de espacio podríam os decir en prim er lugar, aquí ot ra vez un
poco paradój icam ent e, que es correlat ivo del achicam ient o del planet a; de est e
dist anciam ient o de nosot ros m ism os al que corresponden la act uación de los
cosm onaut as y la ronda de nuest ros sat élit es. En un sent ido, nuest ros prim eros
pasos en el espacio nos lo reducen a un punt o ínfim o, cuya exact a m edida nos la
dan j ust am ent e las fot os t om adas por sat élit e. Pero el m undo, al m ism o t iem po, se
nos abre. Est am os en la era de los cam bios en escala, en lo que se refiere a la
conquist a espacial, sin duda, pero t am bién sobre la Tierra: los veloces m edios de
t ransport e llegan en unas horas a lo sum o de cualquier capit al del m undo a
cualquier ot ra. En la int im idad de nuest ras viviendas, por últ im o, im ágenes de
t odas clases, recogidas por los sat élit es y capt adas por las ant enas erigidas sobre
los t echos del m ás recóndit o de los pueblos, pueden darnos una visión inst ant ánea
y a veces sim ult ánea de un acont ecim ient o que est á produciéndose en el ot ro
ext rem o del planet a. Present im os seguram ent e los efect os perversos o las
dist orsiones posibles de una inform ación con im ágenes así seleccionadas: no
solam ent e puede ser, com o se ha dicho, m anipulada, sino que la im agen ( que no es
m ás que una ent re m illares de ot ras posibles) ej erce una influencia y posee un
poder que excede en m ucho la inform ación obj et iva de que es port adora. Por ot ra
part e, es necesario com probar que se m ezclan cot idianam ent e en las pant allas del
planet a las im ágenes de la inform ación, las de la publicidad y las de la ficción, cuyo
t rat am ient o y finalidad no son idént icos, por lo m enos en principio, pero que
com ponen baj o nuest ros oj os un universo relat ivam ent e hom ogéneo en su
diversidad. ¿Hay algo m ás realist a y, en un sent ido, m ás inform at ivo, sobre la vida
en los EE.UU., que una buena serie nort eam ericana? Habría que t om ar t am bién en
consideración esa especie de falsa fam iliaridad que la pant alla chica est ablece ent re
los t eleespect adores y los act ores de la gran hist oria, cuya siluet a es t an habit ual
para nosot ros com o la de los héroes de follet ín o la de las vedet t es int ernacionales
de la vida art íst ica o deport iva. Son com o los paisaj es donde las vem os m overse
20
regularm ent e:
Texas, California,
Washingt on, Moscú, el Elíseo, Twickenham ,
Aubisque o el desiert o de Arabia; aun si no los conocem os, los reconocem os.
Est a superabundancia espacial funciona com o un engaño, pero un engaño
cuyo m anipulador sería m uy difícil de ident ificar ( no hay nadie det rás del
espej ism o) . Const it uye en gran part e un sust it ut o de los universos que la et nología
ha hecho suyos t radicionalm ent e. De est os universos, en gran m edida fict icios, se
podría decir que son esencialm ent e universos de reconocim ient o. Lo propio de los
universos sim bólicos es const it uir para los hom bres que los han recibido com o
herencia un m edio de reconocim ient o m ás que de conocim ient o: universo cerrado
donde t odo const it uye signo, conj unt os de códigos que algunos saben ut ilizar y
cuya clave poseen, pero cuya exist encia t odos adm it en, t ot alidades parcialm ent e
fict icias pero efect ivas, cosm ologías que podrían pensarse concebidas para hacer
las delicias de los et nólogos. Pues las fant asías de los et nólogos se t ocan en est e
punt o con las de los nat ivos que est udian. La et nología se preocupó durant e m ucho
t iem po por recort ar en el m undo espacios significant es, sociedades ident ificadas
con cult uras concebidas en sí m ism as com o t ot alidades plenas; universos de
sent ido en cuyo int erior los individuos y los grupos que no son m ás que su
expresión se definen con respect o a los m ism os crit erios, a los m ism os valores y a
los m ism os procedim ient os de int erpret ación.
No volverem os sobre una concepción de la cult ura y de la individualidad ya
crit icada ant es. Bast a con decir que est a concepción ideológica reflej a t ant o la
ideología de los et nólogos com o la de aquellos a quienes est udian, y que la
experiencia del m undo sobrem oderno puede ayudar a los et nólogos a deshacerse
de ella, o, m ás exact am ent e, a m edir su alcance. Pues est a experiencia reposa,
ent re ot ras cosas, sobre una organización del espacio que el espacio de la
m odernidad desborda y relat iviza. Aquí una vez m ás hay que ent enderse: así com o
la int eligencia del t iem po —creím os— se com plica m ás por la superabundancia de
acont ecim ient os del present e de lo que result a socavada por una subversión radical
de los m odos prevalecient es de la int erpret ación hist órica, del m ism o m odo, la
int eligencia del espacio la subviert en m enos los t rast ornos en curso ( pues exist en
t odavía t erruños y t errit orios, en la realidad de los hechos de t erreno y, m ás aún,
en la de las conciencias y la im aginación, individuales y colect ivas) de lo que la
com plica la superabundancia espacial del present e. Est a concepción del espacio se
expresa, com o hem os vist o, en los cam bios en escala, en la m ult iplicación de las
referencias im aginadas e im aginarias y en la espect acular aceleración de los m edios
de t ransport e y conduce concret am ent e a m odificaciones físicas considerables:
concent raciones urbanas, t raslados de poblaciones y m ult iplicación de lo que
llam aríam os los " no lugares" , por oposición al concept o sociológico de lugar,
asociado por Mauss y t oda una t radición et nológica con el de cult ura localizada en
21
el t iem po y en el espacio. Los no lugares son t ant o las inst alaciones necesarias para
la circulación acelerada de personas y bienes ( vías rápidas, em palm es de rut as,
aeropuert os) com o los m edios de t ransport e m ism os o los grandes cent ros
com erciales, o t am bién los cam pos de t ránsit o prolongado donde se est acionan los
refugiados del planet a. Pues vivim os en una época, baj o est e aspect o t am bién,
paradój ica: en el m om ent o m ism o en que la unidad del espacio t errest re se vuelve
pensable y en el que se refuerzan las grandes redes m ult inacionales, se am plifica el
clam or de los part icularism os: de aquellos que quieren quedarse solos en su casa o
de aquellos que quieren volver a t ener pat ria, com o si el conservadurism o de los
unos y el m esianism o de los ot ros est uviesen condenados a hablar el m ism o
lenguaj e: el de la t ierra y el de las raíces.
Se podría pensar que el desplazam ient o de los parám et ros espaciales ( la
superabundancia espacial) le present a al et nólogo dificult ades del m ism o orden que
las que encuent ran los hist oriadores ant e la superabundancia de acont ecim ient os.
Se t rat a de dificult ades del m ism o orden, en efect o, pero, para la invest igación
ant ropológica, part icularm ent e est im ulant es. Cam bios en escala, cam bios de
parám et ros: nos falt a, com o en el siglo XI X, em prender el est udio de civilizaciones
y de cult uras nuevas.
Poco im port a que en ciert a m edida t om em os o no part ido pues est am os
lej os, cada uno por su part e, de dom inar t odos los aspect os, t odo lo cont rario.
I nversam ent e, las cult uras exót icas no les parecían ant es a los observadores
occident ales t an diferent es com o para no sent irse t ent ados al principio a leerlas a
t ravés de las grillas et nocent rist as de sus propias cost um bres. Si la experiencia
lej ana nos ha enseñado a descent ralizar nuest ra m irada, debem os sacar provecho
de est a experiencia. El m undo de la superm odernidad no t iene las m edidas exact as
de aquel en el cual creem os vivir, pues vivim os en un m undo que no hem os
aprendido a m irar t odavía. Tenem os que aprender de nuevo a pensar el espacio.
La t ercera figura del exceso con la que se podría definir la sit uación de
sobrem odernidad, la conocem os. Es la figura del ego, del individuo, que vuelve,
com o se suele decir, hast a en la reflexión ant ropológica puest o que, a falt a de
nuevos t errenos, en un universo sin t errit orios, y de alient o t eórico, en un m undo
sin grandes relat os, los et nólogos, ciert os et nólogos, después de haber int ent ado
t rat ar a las cult uras ( las cult uras localizadas, las cult uras a lo Mauss) com o t ext os,
llegaron a int eresarse exclusivam ent e en la descripción et nográfica com o t ext o:
t ext o expresivo de su aut or nat uralm ent e, de suert e que si le creem os a Jam es
Clifford, los nuer nos enseñarían m ás sobre Evans- Prit chard que ést e sobre
aquéllos. Sin poner en cuest ión aquí el espírit u de la invest igación herm enéut ica,
según el cual los int érpret es se const ruyen a sí m ism os a t ravés del est udio que
hacen de los ot ros, se sugerirá que, t rat ándose de et nología y de lit erat ura
22
et nológica, la herm enéut ica de poco alcance corre el riesgo de la t rivialidad. En
efect o, no es ciert o que la crít ica lit eraria de cort e desconst ruct ivist a aplicada al
corpus et nográfico nos enseñe m ucho m ás que t rivialidades y obviedades ( por
ej em plo que Evans- Prit chard vivía en la época colonial) . Pero, por el cont rario, es
posible que la et nología se desvíe y cam bie sus t errenos de est udio por el est udio
de aquellos que han hecho t erreno.
La ant ropología posm oderna depende
( digám oslo en represalia) de un
análisis de la sobrem odernidad de la cual su m ét odo reduct or ( del t erreno al t ext o y
del t ext o al aut or) no es sino una expresión part icular.
En las sociedades occident ales, por lo m enos, el individuo se cree un
m undo. Cree int erpret ar para y por sí m ism o las inform aciones que se le ent regan.
Los sociólogos de la religión pusieron de m anifiest o el caráct er singular de la
práct ica cat ólica m ism a: los pract icant es ent ienden pract icar a su m odo. Asim ism o,
la cuest ión de la relación ent re los sexos quizá no pueda ser superada sino en
nom bre
del
valor
individual
indiferenciado.
Est a
individualización
de
los
procedim ient os, not ém oslo, no es t an sorprendent e si se refiere a los análisis
ant eriores: nunca las hist orias individuales han t enido que ver t an explícit am ent e
con la hist oria colect iva, pero nunca t am poco los punt os de referencia de la
ident idad colect iva han sido t an fluct uant es. La producción individual de sent ido es,
por lo t ant o, m ás necesaria que nunca. Nat uralm ent e, la sociología puede poner
perfect am ent e de m anifiest o las ilusiones de las que procede est a individualización
de los procedim ient os y los efect os de reproducción y de est ereot ipia que escapan
en su t ot alidad o en part e a la conciencia de los act ores. Pero el caráct er singular
de la producción de sent ido, reem plazado por t odo un aparat o publicit ario —que
habla del cuerpo, de los sent idos, de la frescura de vivir— y t odo un lenguaj e
polít ico, cent rado en el t em a de las libert ades individuales, es int eresant e en sí
m ism o: rem it e a lo que los et nólogos est udiaron en los ot ros, baj o rubros diversos,
por ej em plo eso que se podría llam ar las ant ropologías, m ás que las cosm ologías,
locales, es decir, los sist em as de represent ación que perm it en dar form a a las
cat egorías de la ident idad y de la alt eridad.
Así se les plant ea hoy en t érm inos nuevos a los ant ropólogos un problem a
que suscit a las m ism as dificult ades que enfrent ó Mauss y, después de él, el
conj unt o de la corrient e cult uralist a: ¿cóm o pensar y sit uar al individuo? Michel de
Cert eau, en L'I nvent ion du quot idien, habla de " ast ucias de las art es de hacer" que
perm it en a los individuos som et idos a las coacciones globales de la sociedad
m oderna, especialm ent e la sociedad urbana, desviarlas, ut ilizarlas y, por una suert e
de bricolage cot idiano, t razar en ellas su decoración y sus it inerarios part iculares.
Pero est as ast ucias y est as art es de hacer ( Michel de Cert eau era conscient e de
ello) rem it en ora a la m ult iplicidad de los individuos t érm ino m edio ( el colm o de lo
23
concret o) , ora al t érm ino m edio de los individuos ( una abst racción) . Freud,
asim ism o, en sus obras de finalidad sociológica ( El m alest ar en la cult ura, El
porvenir de una ilusión) , ut ilizaba la expresión " hom bre ordinario" ( der gem eine
Mann) vara oponer, un poco com o Mauss, la m edia de los individuos a la élit e
esclarecida, es decir, a aquellos individuos hum anos que est án en condiciones de
t om arse a sí m ism os com o obj et o de una operación reflexiva.
Sin em bargo, Freud t iene perfect a conciencia de que el hom bre alienado
del que habla, alienado en las diversas inst it uciones, por ej em plo la religión, es
t am bién t odo el hom bre o t odo hom bre, em pezando por el propio Freud o por
cualquiera de aquellos que est án en sit uación de observar en sí m ism os los
m ecanism os y los efect os de la alienación. Est a alienación necesaria es t am bién
aquella de la que habla Lévi- St rauss cuando escribe en su " I nt roducción a la obra
de Marcel Mauss" que, hablando con propiedad, el que llam am os sano de espírit u
est á alienado, puest o que consient e en exist ir en un m undo definido por la relación
con los dem ás.
Se sabe que Freud pract icó el aut oanálisis. Hoy se les plant ea a los
ant ropólogos la cuest ión, de saber cóm o int egrar en su análisis la subj et ividad de
aquellos que observan, es decir, a fin de cuent as, en vist a del nuevo est at ut o del
individuo en nuest ras sociedades, saber cóm o redefinir las condiciones de la
represent at ividad. No se puede descart ar que el ant ropólogo, siguiendo el ej em plo
de Freud, se considere com o un nat ivo de su propia cult ura, en sum a, un
inform ant e privilegiado, y se arriesgue a algunos ensayos de aut oanálisis.
Más allá del acent o im port ant e que hoy se pone sobre la referencia
individual o, si se quiere, sobre la individualización de las referencias, a lo que
habría que prest ar at ención es a los hechos de singularidad: singularidad de los
obj et os, singularidad de los grupos o de las pert enencias, recom posición de lugares,
singularidades de t odos los órdenes que const it uyen el cont rapunt o paradój ico de
los procedim ient os de puest a en relación, de aceleración y de deslocalización
rápidam ent e
reducidos
y
resum idos
a
veces
por
expresiones
com o
" hom ogeneización, o m undialización, de la cult ura" .
La cuest ión de las condiciones de realización de una ant ropología de la
cont em poraneidad debe desplazarse del m ét odo al obj et o. No es que las cuest iones
de m ét odo no t engan una im port ancia det erm inant e, o inclusive que puedan ser
ent eram ent e disociadas de la del obj et o. Pero la cuest ión del obj et o es una cosa
previa. Const it uye incluso un doble previo, puest o que, ant es de int eresarse en las
nuevas form as sociales, en los nuevos m odos de sensibilidad o en las nuevas
inst it uciones que pueden aparecer com o caract eríst icas de la cont em poraneidad
act ual, es necesario prest ar at ención a los cam bios que han afect ado a las grandes
cat egorías a t ravés de las cuales los hom bres piensan su ident idad y sus relaciones
24
recíprocas. Las t res figuras del exceso con las que hem os t rat ado de caract erizar la
sit uación
de
sobrem odernidad
( la
superabundancia
de
acont ecim ient os,
la
superabundancia espacial y la individualización de las referencias) perm it en capt ar
est a sit uación sin ignorar sus com plej idades y cont radicciones, pero sin convert irlas
t am poco en el horizont e infranqueable de una m odernidad perdida de la que no
t endríam os m ás que seguir las huellas, cat alogar los elem ent os aislados o
invent ariar los archivos. El siglo XXI será ant ropológico, no sólo porque las t res
figuras del exceso no son sino la form a act ual de una m at eria prim a perenne que es
la m at eria m ism a de la ant ropología, sirio t am bién porque en las sit uaciones de
sobrem odernidad ( com o en aquellas que la ant ropología analizó con el nom bre de
" acult uración" ) los com ponent es se adicionan sin dest ruirse. Así se les puede
asegurar por adelant ado a aquellos a quienes apasionan los fenóm enos est udiados
por la ant ropología ( desde la " alianza a la religión, desde el int ercam bio al poder,
desde la posesión a la hechicería) : no est án a punt o de desaparecer, ni en África ni
en Europa. Pero volverán a t ener sent ido ( recobrarán su sent ido) con el rest o, en
un m undo diferent e, cuyas razones y sinrazones los ant ropólogos de m añana
t endrán que com prender, com o hoy.
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El lugar ant ropológico
El lugar com ún al et nólogo y a aquellos de los que habla es un lugar,
precisam ent e: el que ocupan los nat ivos que en él viven, t rabaj an, lo defienden,
m arcan sus punt os fuert es, cuidan las front eras pero señalan t am bién la huella de
las pot encias infernales o celest es, la de los ant epasados o de los espírit us que
pueblan y anim an la geografía ínt im a, com o si el pequeño t rozo de hum anidad que
les dirige en ese lugar ofrendas y sacrificios fuera t am bién la quint aesencia de la
hum anidad, com o si no hubiera hum anidad digna de ese nom bre m ás que en el
lugar m ism o del cult o que se les consagra.
Y el et nólogo, por el cont rario, se vanagloria de poder descifrar a t ravés de
la organización del lugar ( la front era siem pre post ulada y balizada ent re nat uraleza
salvaj e y nat uraleza cult ivada, la repart ición perm anent e o provisional de las t ierras
de cult ivo o de las aguas para la pesca, el plano de los pueblos, la disposición del
habit at y las reglas de residencia, en sum a, la geografía económ ica, social, polít ica
y religiosa del grupo) un orden t ant o m ás coercit ivo, y en t odo caso evident e, en la
m edida en que su t ranscripción en el espacio le da la apariencia de una segunda
nat uraleza. El et nólogo se ve así com o el m ás sut il y el m ás sabio de los nat ivos.
Est e lugar com ún al et nólogo y a sus nat ivos es en un sent ido ( en el
sent ido del lat ín invenire) una invención: ha sido descubiert o por aquellos que lo
reivindican com o propio. Los relat os de fundación son raram ent e relat os de
aut oct onía; m ás a m enudo son por el cont rario relat os que int egran a los genios del
lugar y a los prim eros habit ant es en la avent ura com ún del grupo en m ovim ient o.
La m arca social del suelo es t ant o m ás necesaria cuant o que no es siem pre original.
El et nólogo, por su part e, t am bién descubre est a m arcación. Sucede incluso que su
int ervención y su curiosidad pueden despert ar en aquellos a quienes invest iga el
gust o por sus orígenes que pudieron at enuar, ahogar a veces, los fenóm enos
ligados a la act ualidad m ás recient e: las m igraciones hacia la ciudad, los nuevos
poblam ient os, la ext ensión de las cult uras indust riales.
Por ciert o, en el origen de est a doble invención exist e una realidad, que le
provee su m at eria prim a y su obj et o. Pero ést a puede engendrar t am bién fant asías
e
ilusiones:
fant asía
del
nat ivo,
de
una
sociedad
anclada
desde
t iem pos
inm em oriales en la perennidad de un t erruño int ocado m ás allá del cual nada es ya
verdaderam ent e pensable; ilusión del et nólogo, de una sociedad t an t ransparent e
26
en sí m ism a que se expresa ent era en la m enor de sus cost um bres, en cualquiera
de sus inst it uciones así com o en la personalidad global de cada uno de los que la
com ponen. La consideración de la cuadrícula sist em át ica de la nat uraleza que han
operado t odas las sociedades, aun las nóm ades, prolonga la fant asía y alim ent a la
ilusión.
La fant asía de los nat ivos es la de un m undo cerrado fundado de una vez y
para siem pre que, a decir verdad, no debe ser conocido. Se conoce ya t odo lo que
hay que conocer: las t ierras, el bosque, los orígenes, los punt os not ables, los
lugares
de
cult o,
las
plant as m edicinales,
sin
desconocer
las
dim ensiones
t em porales de un est ado de los lugares en el cual los relat os de origen y el
calendario rit ual post ulan su legit im idad y aseguran en principio su est abilidad.
Dado el caso, es necesario reconocerse en él. Todo acont ecim ient o im previst o, aun
si, desde el punt o de vist a rit ual, es perfect am ent e previsible y recurrent e, com o lo
son los nacim ient os, las enferm edades y la m uert e, exige que se lo int erpret e, no
para ser conocido, a decir verdad, sino para ser reconocido, es decir para ser digno
de un discurso, de un diagnóst ico en los t érm inos ya cat alogados cuyo enunciado
no sea suscept ible de chocar a los guardianes de la ort odoxia cult ural y la sint axis
social. Que los t érm inos de est e discurso sean volunt ariam ent e espaciales no podría
sorprender, a part ir del m om ent o en que el disposit ivo espacial es a la vez lo que
expresa la ident idad del grupo ( los orígenes del grupo son a m enudo diversos, pero
es la ident idad del lugar la que lo funda, lo reúne y lo une) y es lo que el grupo
debe defender cont ra las am enazas ext ernas e int ernas para que el lenguaj e de la
ident idad conserve su sent ido.
Una de m is prim eras experiencias et nológicas, la int errogación del cadáver
en el país aladiano, fue, desde est e punt o de vist a, ej em plar: t ant o m ás ej em plar
cuant o que, según m odalidades variables, est á m uy ext endida en el África
occident al y se encuent ran en ot ras part es del m undo t écnicas equivalent es. Se
t rat aría, grosso m odo, de hacer decir al cadáver si el responsable de su m uert e se
encont raba en el ext erior de los pueblos aladianos o en uno de ellos, en el int erior
m ism o del pueblo donde se desarrollaba la cerem onia o en el ext erior ( y en est e
caso, al est e o al oest e) , en el int erior o en el ext erior de su propio linaj e, de su
propia casa, et c. Sucedía por ot ra part e que el cadáver, haciendo un cort ocircuit o
en la lent a progresión del cuest ionario, arrast raba al cort ej o de sus port adores
hacia una " choza" en la que rom pía la em palizada o la puert a de ent rada,
significando con eso a sus int errogadores que no t enían que buscar m ás lej os. No
se podría expresar m ej or que la ident idad del grupo ét nico ( en est e caso la del
grupo com puest o por los aladianos) , que exige evident em ent e un buen dom inio de
sus t ensiones int ernas, pasa por una revisión const ant e del buen est ado de sus
front eras ext eriores e int eriores... y es significat ivo que t engan o hayan t enido que
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ser reform uladas, repet idas y reafirm adas en ocasión de casi cada m uert e
individual.
La fant asía del lugar fundado e incesant em ent e refundador no es sino una
sem ifant asía. Ant e t odo, funciona bien o, m ej or dicho, ha funcionado bien: las
t ierras fueron valorizadas, la nat uraleza fue dom est icada, la reproducción de las
generaciones, asegurada; en est e sent ido los dioses del t erruño lo prot egieron bien.
El t errit orio se m ant uvo cont ra las am enazas de agresiones ext eriores o de
escisiones int ernas, cosa que no siem pre sucede, lo sabem os: en est e sent ido,
t am bién, los disposit ivos de la adivinación y de la prevención han sido eficaces.
Est a eficacia puede m edirse a escala de la fam ilia, de los linaj es, del pueblo o del
grupo. Aquellos que t om an a su cargo la gest ión de las peripecias punt uales, el
esclarecim ient o y la resolución de las dificult ades concret as son siem pre m ás
num erosos que los que son sus víct im as o que los que cuest ionan: exist e
solidaridad ent re la gent e y el sist em a funciona bast ant e bien.
Sem ifant asía t am bién porque, si nadie duda de la realidad del lugar com ún
y de las pot encias que lo am enazan o lo prot egen, nadie ignora t am poco, nadie ha
ignorado nunca ni la realidad de los ot ros grupos ( en África, num erosos relat os de
fundación son ant e t odo relat os de guerra y de huida) y por lo t ant o t am bién de los
ot ros dioses, ni la necesidad de com erciar o de ir a buscar m uj er en ot ra part e.
Nada perm it e pensar que ayer m ás que hoy la im agen de un m undo cerrado y
aut osuficient e haya sido, para aquellos m ism os que la difundían y, por función, se
ident ificaban con ella, ot ra cosa que una im agen út il y necesaria, no una m ent ira
sino un m it o aproxim at ivam ent e inscrit o en el suelo, frágil com o el t errit orio cuya
singularidad fundaba el suj et o, com o lo son las front eras, con rect ificaciones
event uales pero condenado, por est a m ism a razón, a hablar siem pre del últ im o
desplazam ient o com o de la prim era fundación.
En est e punt o la ilusión del et nólogo se t oca con la sem ifant asía de los
nat ivos. No es, t am poco, m ás que una sem iilusión. Pues si el et nólogo se sient e
evident em ent e m uy t ent ado a ident ificar a aquellos que est udia con el paisaj e
donde los descubre y con el espacio al que ellos le dieron una form a, t am poco
ignora m ás que ellos las vicisit udes de su hist oria, su m ovilidad, la m ult iplicidad de
los espacios a los que se refieren y la fluct uación de sus front eras. Puede inclusive,
igual que ellos, sent ir la t ent ación de t om ar sobre los t rast ornos act uales la m edida
ilusoria de su est abilidad pasada. Cuando las aplanadoras borran el t erruño, cuando
los j óvenes part en a la ciudad o cuando se inst alan " alóct onos" , en el sent ido m ás
concret o, m ás espacial, se borran, con las señales del t errit orio, las de la
ident idad."
Pero allí no est á lo esencial de su t ent ación, que es int elect ual y de la que
es t est im onio de viej a dat a la t radición et nológica.
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La llam arem os, recurriendo a una noción que est a t radición m ism a ha
usado y de la que ha abusado en varias circunst ancias, la "t ent ación de la
t ot alidad" . Volvam os un inst ant e al uso que hacía Mauss del concept o de hecho
social y al com ent ario que propone Levi- St rauss. La t ot alidad del hecho social, para
Mauss, rem it e a ot ras dos t ot alidades: la sum a de las diversas inst it uciones que
ent ran en su com posición, pero t am bién el conj unt o de las diversas dim ensiones
con respect o a las cuales se define la individualidad de cada uno de aquellos que la
viven y part icipan de ella. Levi- St rauss, lo hem os vist o, ha resum ido not ablem ent e
est e punt o de vist a al sugerir que el hecho social t ot al es ant e t odo el hecho social
t ot alm ent e percibido, es decir el hecho social en cuya int erpret ación est á int egrada
la visión que puede t ener de él cualquiera de los nat ivos que lo vive. Sólo que est e
ideal de int erpret ación exhaust iva, que podría descorazonar a cualquier novelist a,
por los esfuerzos m últ iples de im aginación que le exigiría, se basa en una
concepción m uy part icular del hom bre " m edio" , definido t am bién él com o algo
" t ot al" porque, a diferencia de los represent ant es de la élit e m oderna, " es afect ado
en t odo su ser por la m enor de sus percepciones o por el m enor shock m ent al"
( pág. 306) . El hom bre " m edio" , para Mauss, es, en la sociedad m oderna, cualquiera
de las personas que no pert enecen a la élit e. Pero el arcaísm o no conoce sino el
t érm ino m edio. El hom bre " m edio" es sem ej ant e a " casi t odos los hom bres de las
sociedades arcaicas o at rasadas" en que present a com o ellos una vulnerabilidad y
una perm eabilidad al ent orno inm ediat o que perm it en precisam ent e definirlo com o
" t ot al" .
No es del t odo evident e que, a los oj os de Mauss, la sociedad m oderna
const it uya por eso un obj et o et nológico dom inable. Pues el obj et o del et nólogo,
para él, son las sociedades precisam ent e localizadas en el espacio y en el t iem po.
En el t erreno ideal del et nólogo ( el de las sociedades " arcaicas o at rasadas" ) , t odos
los hom bres son " m edios" ( podríam os decir " represent at ivos" ) ; por lo t ant o, allí la
localización en el t iem po y en el espacio es fácil de efect uar: vale para t odos, y la
división en clases, las m igraciones, la urbanización, la indust rialización no vienen a
dividir las dim ensiones y a enredar la lect ura. Det rás de las ideas de t ot alidad y de
sociedad localizada; exist e la de una t ransparencia ent re cult ura, sociedad e
individuo.
La idea de la cult ura com o t ext o, que es uno de los últ im os avat ares del
cult uralism o nort eam ericano, est á ya present e t oda ent era en la de la sociedad
localizada. Cuando, para ilust rar la necesidad de int egrar en el análisis del hecho
social t ot al el de un " individuo cualquiera" de esa sociedad. Mauss cit a " el
m elanesio de t al o cual isla" , es significat ivo ciert am ent e que haya recurrido al
art ículo definido ( est e m elanesio es un prot ot ipo, com o lo serán, en ot ro t iem po y
baj o ot ros cielos, m uchos suj et os ét nicos prom ovidos a la ej em plaridad) , pero
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t am bién es significat ivo que una isla ( una islit a) sea propuest a ej em plarm ent e
com o el lugar por excelencia de la t ot alidad cult ural. De una isla, se pueden
delinear o dibuj ar sin vacilación los cont ornos y las front eras; de isla en isla, en el
int erior de un archipiélago, los circuit os de la navegación y del int ercam bio
com ponen it inerarios fij os y reconocidos que delinean una clara front era ent re la
zona de ident idad relat iva ( de ident idad reconocida y de relaciones inst it uidas) y el
m undo ext erior, el m undo de la ext ranj eridad absolut a. El ideal para el et nólogo
deseoso de caract erizar las part icularidades singulares, sería que cada et nia fuera
una isla, event ualm ent e ligada a ot ras pero diferent e de cualquier ot ra, y que cada
isleño fuera el hom ólogo exact o de su vecino.
Los lím it es de la visión cult uralist a de las sociedades, en t ant o se considera
sist em át ica, son evident es: esencializar cada cult ura singular es ignorar a la vez su
caráct er int rínsecam ent e problem át ico, del que dan t est im onio sin em bargo en cada
m om ent o sus reacciones ant e las ot ras cult uras o ant e las sacudidas de la hist oria,
y la com plej idad de una t ram a social y de posiciones individuales que no se pueden
nunca deducir del " t ext o" cult ural. Pero no habría que ignorar la part e de realidad
que subyace en la fant asía nat iva y en la ilusión et nológica: la organización del
espacio y la const it ución de lugares son, en el int erior de un m ism o grupo social,
una de las apuest as y una de las m odalidades de las práct icas colect ivas e
individuales. Las colect ividades ( o aquellos que las dirigen) , com o los individuos
que se incorporan a ellas, t ienen necesidad sim ult áneam ent e de pensar la ident idad
y la relación y, para hacerlo, de sim bolizar los const it uyent es de la ident idad
com part ida ( por el conj unt o de un grupo) , de la ident idad part icular ( de t al grupo o
de t al individuo con respect o a los ot ros) y de la ident idad singular ( del individuo o
del grupo de individuos en t ant o no son sem ej ant es a ningún ot ro) . El t rat am ient o
del espacio es uno de los m edios de est a em presa y no es de ext rañar que el
et nólogo sient a la t ent ación de efect uar en sent ido inverso el recorrido del espacio a
lo social, com o si ést e hubiera producido a aquél de una vez y para siem pre. Est e
recorrido es " cult ural" esencialm ent e, puest o que, pasando por los signos m ás
visibles,
m ás
est ablecidos
sim ult áneam ent e
el
lugar,
y
por
m ás
eso
reconocidos
m ism o
del
definido
orden
com o
social,
delinea
lugar
com ún.
Reservarem os el t érm ino " lugar ant ropológico" para est a const rucción concret a y
sim bólica del espacio que no podría por sí sola dar cuent a de las vicisit udes y de las
cont radicciones de la vida social pero a la cual se refieren t odos aquellos a quienes
ella les asigna un lugar, por m odest o o hum ilde que sea. Just am ent e porque t oda
ant ropología es ant ropología de la ant ropología de los ot ros, en ot ros t érm inos, que
el lugar, el lugar ant ropológico, es al m ism o t iem po principio de sent ido para
aquellos que lo habit an y principio de int eligibilidad para aquel que lo observa. El
lugar ant ropológico es de escala variable. La casa kabil, con su cost ado som breado
30
y su cost ado lum inoso, su part e m asculina y su part e fem enina; la casa m ina o ewe
con su legba del int erior que prot ege al durm ient e de sus propias pulsiones y el
legba del um bral que lo prot ege de las agresiones ext eriores; las organizaciones
dualist as, a m enudo t raducidas en el suelo por una front era m uy m at erial y m uy
visible, y que rigen direct a o indirect am ent e la alianza, los int ercam bios, los j uegos,
la religión; los pueblos ebrié o at yé, cuya t ripart ición ordena la vida de los linaj es y
de los grupos et arios: t odos son lugares cuyo análisis t iene sent ido porque fueron
cargados de sent ido, y cada nuevo recorrido, cada reit eración rit ual refuerza y
confirm a su necesidad.
Est os lugares t ienen por lo m enos t res rasgos com unes. Se consideran ( o
los consideran) ident ificat orios, relacionales e hist óricos. El plano de la casa, las
reglas de residencia, los barrios del pueblo, los alt ares, las plazas públicas, la
delim it ación
del
t erruño
corresponden
para
cada
uno
a
un
conj unt o
de
posibilidades, de prescripciones y de prohibiciones cuyo cont enido es a la vez
espacial y social. Nacer es nacer en un lugar, t ener dest inado un sit io de residencia.
En est e sent ido el lugar de nacim ient o es const it ut ivo de la ident idad individual, y
ocurre en África que al niño nacido por accident e fuera del pueblo se le asigna un
nom bre part icular relacionado con un elem ent o del paisaj e que lo vio nacer. El lugar
de nacim ient o obedece a la ley de lo " propio" ( y del nom bre propio) del que habla
Michel de Cert eau. Louis Marin, por su part e, t om a de Furet iére su definición
arist ot élica del lugar ( " Superficie prim era e inm óvil de un cuerpo que rodea a ot ro
o, para decirlo m ás claram ent e, el espacio en el cual un cuerpo es colocado" * ) y
cit a el ej em plo que él da: " Cada cuerpo ocupa su lugar" . Pero est a ocupación
singular y exclusiva es m ás la del cadáver en su t um ba que el cuerpo nacient e o
vivo. En el orden del nacim ient o y de la vida, el lugar propio, al igual que la
individualidad absolut a, son m ás difíciles de definir y de pensar. Michel de Cert eau
ve en el lugar, cualquiera que sea, el orden " según el cual los elem ent os son dist ribuidos en sus relaciones de coexist encia" y, si bien descart a que dos cosas
ocupen el m ism o " lugar" , si adm it e que cada elem ent o del lugar est é al lado de los
ot ros, en un " sit io" propio, define el " lugar" com o una " configuración inst ant ánea de
posiciones" ( pág.173) , lo que equivale a decir que en un m ism o lugar pueden
coexist ir elem ent os dist int os y singulares, ciert am ent e, pero de los cuales nada
im pide pensar ni las relaciones ni la ident idad com part ida que les confiere la
ocupación del lugar com ún. Así, las reglas de la residencia que asignan su lugar al
niño ( j unt o a su m adre generalm ent e pero al m ism o t iem po, sea en casa de su
padre, sea en la de su t ío m at erno, sea en casa de su abuela m at erna) los sit úan en
*
Louis Marín, " Le lieu du pouvoir a Versailles" , en La Product ion des lieux exem plaires, Les Dossier s des
sém inair es, TTS, pág. 89.
31
una configuración de conj unt o de la cual él com part e con ot ros la inscripción en el
suelo.
Hist órico, por fin, el lugar lo es necesariam ent e a cont ar del m om ent o en
que, conj ugando ident idad y relación, se define por una est abilidad m ínim a. Por eso
aquellos que viven en él pueden reconocer allí señales que no serán obj et os de
conocim ient o. El lugar ant ropológico, para ellos, es hist órico en la exact a m edida en
que escapa a la hist oria com o ciencia. Est e lugar que han const ruido los
ant epasados ( " Más m e gust a la m orada que han const ruido m is abuelos... " ) , que
los m uert os recient es pueblan de signos que es necesario saber conj urar o
int erpret ar, cuyas pot encias t ut elares un calendario rit ual preciso despiert a y
react iva a int ervalos regulares, est á en las ant ípodas de los " lugares de la m em oria"
que
Pierre
Nora
describe
t an
precisam ent e
que
en
ellos podem os capt ar
esencialm ent e nuest ra diferencia, la im agen de lo que ya no som os. El habit ant e
del lugar ant ropológico vive en la hist oria, no hace hist oria. La diferencia ent re
est as dos relaciones con la hist oria es sin duda t odavía, m uy percept ible, por
ej em plo para los franceses de m i edad que han vivido en la década de 1940 y han
podido asist ir en su pueblo ( aunque ést e no fuese m ás que un lugar de vacaciones)
a la Fiest a de Dios, a los Ruegos o a la celebración anual de t al o cual sant o pat rón
del t erruño ordinariam ent e colocado en un nicho a la som bra de una capilla aislada:
pues, si bien est os recorridos y est os recursos han desaparecido, su recuerdo no
nos habla sim plem ent e, com o ot ros recuerdos de infancia, del t iem po que pasa o
del individuo que cam bia; efect ivam ent e desaparecieron, o m ej or dicho se han
t ransform ado. Se celebra t odavía la fiest a de t ant o en t ant o, para hacer com o
ant es, com o se resucit a la t rilla a la ant igua cada verano; la capilla fue rest aurada y
se da allí a veces un conciert o o un espect áculo. Est a puest a en escena no dej a de
producir algunas sonrisas perplej as o algunos com ent arios ret rospect ivos en
algunos viej os habit ant es de la región: proyect a a dist ancia los lugares en los que
ellos creían haber vivido día a día, m ient ras que se los invit a hoy a m irarlos com o
un pedazo de hist oria. Espect adores de sí m ism os, t urist as de lo ínt im o, no podrían
im put ar a la nost algia o a las fant asías de la m em oria los cam bios de los que da
t est im onio obj et ivam ent e el espacio en el cual cont inúan viviendo y que no es m ás
el espacio en el que vivían. Por supuest o, el est at ut o int elect ual del lugar
ant ropológico es am biguo. No es sino la idea, parcialm ent e m at erializada, que se
hacen aquellos que lo habit an de su relación con el t errit orio, con sus sem ej ant es y
con los ot ros. Est a idea puede ser parcial o m it ificada. Varía según el lugar que
cada uno ocupa y según su punt o de vist a. Sin em bargo, propone e im pone una
serie de punt os de referencia que no son sin duda los de la arm onía salvaj e o del
paraíso perdido, pero cuya ausencia, cuando desaparecen, no se colm a fácilm ent e.
Si el et nólogo, por su lado, se sensibiliza t an fácilm ent e ant e t odo lo que significa la
32
clausura en el proyect o de aquellos que observa, t al com o se inscribe en el suelo, el
sabio cont rola la inm anencia de lo divino en lo hum ano, la relación con el ext erior,
la proxim idad del sent ido y la necesidad del signo, porque lleva en sí la im agen y la
necesidad.
Si nos det enem os un inst ant e en la definición de lugar ant ropológico,
com probarem os que es ant e t odo algo geom ét rico. Se lo puede est ablecer a part ir
de
t res
form as
inst it ucionales
espaciales
diferent es
y
sim ples
que
que
const it uyen
pueden
de
aplicarse
alguna
a
m anera
disposit ivos
las
form as
elem ent ales del espacio social. En t érm inos geom ét ricos, se t rat a de la línea, de la
int ersección de líneas y del punt o de int ersección. Concret am ent e, en la geografía
que nos es cot idianam ent e m ás fam iliar, se podría hablar, por una part e, de
it inerarios, de ej es o de cam inos que conducen de un lugar a ot ro y han sido
t razados por los hom bres; por ot ra part e, de encrucij adas y de lugares donde los
hom bres se cruzan, se encuent ran y se reúnen, que fueron diseñados a veces con
enorm es proporciones
necesidades del
para
int ercam bio
sat isfacer,
económ ico
especialm ent e
y,
por
fin,
en
los
m ercados,
cent ros m ás o
las
m enos
m onum ent ales, sean religiosos o polít icos, const ruidos por ciert os hom bres y que
definen a su vez un espacio y front eras m as allá de las cuales ot ros hom bres se
definen com o ot ros con respect o a ot ros cent ros y ot ros espacios.
I t inerarios,
encrucij adas
y
cent ros
no
son
por
lo
t ant o
nociones
absolut am ent e independient es. Se superponen, parcialm ent e. Un it inerario puede
pasar por diferent es punt os not ables que const it uyen ot ros t ant os lugares de
reunión: algunos m ercados const it uyen punt os fij os en un it inerario que ellos
balizan; si el m ercado es en sí m ism o un cent ro de at racción, el lugar donde se
encuent ra puede albergar un m onum ent o ( el alt ar de un dios, el palacio de un
soberano) que configura el cent ro de ot ro espacio social. A la com binación de los
espacios corresponde una ciert a com plej idad inst it ucional: los grandes m ercados
apelan a ciert as form as de cont rol polít ico; no exist en sino en virt ud de un cont rat o
cuyo respet o es asegurado por diversos procedim ient os religiosos y j urídicos: son
los lugares de t regua, por ej em plo. En cuant o a los it inerarios, pasan por un ciert o
núm ero de front eras y de lím it es cuyo funcionam ient o no es evident e de por sí y
que im plican, por ej em plo, ciert as prest aciones económ icas o rit uales.
Est as form as sim ples no caract erizan los grandes espacios polít icos o
económ icos sino que definen al m ism o t iem po el espacio aldeano y el espacio
dom ést ico. Jean- Pierre Vernant m uest ra bien, en su libro Myt he et pensée chez les
Grecs, cóm o, en la parej a Hest ia/ Herm es, la prim era sim boliza el hogar circular
sit uado en el cent ro de la casa, el espacio cerrado del grupo replegado sobre sí
m ism o, y de alguna m anera la relación consigo m ism a, m ient ras que Herm es, dios
del um bral y de la puert a, pero t am bién de las encrucij adas y de las ent radas de las
33
ciudades, represent a el m ovim ient o y la relación con los dem ás. La ident idad y la
relación const it uyen el núcleo de t odos los disposit ivos espaciales est udiados
clásicam ent e por la ant ropología.
La hist oria t am bién. Pues t odas las relaciones inscrit as en el espacio se
inscriben t am bién en la duración, y las form as espaciales sim ples que acabam os de
m encionar no se concret an sino en y por el t iem po. Ant e t odo, su realidad es
hist órica: en África, com o a m enudo en ot ras part es, los relat os de fundación de
pueblos o de reinos refieren generalm ent e t odo un it inerario, punt uado por alt os
diversos previos al est ablecim ient o definit ivo. Sabem os asim ism o que los m ercados,
al igual que las capit ales polít icas, t ienen una hist oria; algunos se crean m ient ras
que ot ros desaparecen. La adquisición o la creación de un dios pueden est ar
fechadas y hay cult os y sant uarios com o hay m ercados y capit ales polít icas: ya sea
que perduren, se ext iendan o desaparezcan, el espacio de su crecim ient o o de su
desaparición es un espacio hist órico.
Pero habría que decir unas palabras acerca de la dim ensión m at erialm ent e
t em poral de est os espacios. Los it inerarios se m iden en horas o en j ornadas de
m archa. El lugar del m ercado no m erece est e t ít ulo sino ciert os días. En África
occident al se dist inguen fácilm ent e zonas de int ercam bio en cuyo int erior se
est ablece durant e t oda la sem ana una rot ación de los lugares y de los días de
m ercado. Los lugares consagrados a los cult os y a las asam bleas polít icas o
religiosas no son m ás que por m om ent os, en general en fechas fij as, el obj et o de
t al consagración. Las cerem onias de iniciación, los rit uales de fecundidad t ienen
lugar a int ervalos regulares: el calendario religioso o social se m odela norm alm ent e
sobre el calendario agrícola, y la sacralidad de los lugares donde se concent ra la
act ividad rit ual es una sacralidad que se podría llam ar alt ernat iva. Así, por ot ra
part e, se crean las condiciones de una m em oria que se vincula con ciert os lugares y
cont ribuye a reforzar
su caráct er
sagrado.
Para Durkheim ,
en Las form as
elem ent ales de la vida religiosa, la noción de sagrado est á ligada al caráct er
ret rospect ivo que result a del caráct er alt ernat ivo de la fiest a o de la cerem onia. Si
la Pascua j udía o una reunión de ant iguos com bat ient es le parecen igualm ent e
" religiosas" o sagradas, es porque son la ocasión para que cada uno de los
part icipant es no solam ent e t om e conciencia de la colect ividad de la cual form a
part e sino t am bién rem em ore las celebraciones precedent es. El m onum ent o, com o
lo indica la et im ología lat ina de la palabra, se considera la expresión t angible de la
perm anencia o, por lo m enos, de la duración. Son necesarios alt ares para los
dioses, palacios y t ronos para los soberanos para que no sean avasallados por las
cont ingencias t em porales. Así perm it en pensar la cont inuidad de las generaciones.
Est o lo expresa bien, a su m anera, una de las int erpret aciones de la nosología
africana t radicional que considera que una enferm edad puede ser at ribuida a la
34
acción de un dios enoj ado al ver su alt ar descuidado por el sucesor de aquel que lo
había edificado. Sin ilusión m onum ent al, a los oj os de los vivos la hist oria no sería
sino
una
abst racción.
La
especie
social
est á
poblada
de
m onum ent os no
direct am ent e funcionales, im ponent es const rucciones de piedra o m odest os alt ares
de barro, ant e los que cada individuo puede t ener la sensación j ust ificada de que en
su m ayor part e lo han preexist ido y le sobrevivirán. Curiosam ent e, una serie de
rupt uras y de discont inuidades en el espacio es lo que represent a la cont inuidad
t em poral. Sin duda se puede at ribuir est e efect o m ágico de la const rucción espacial
al hecho de que el cuerpo hum ano m ism o es concebido com o una porción de
espacio, con sus front eras, sus cent ros vit ales, sus defensas y sus debilidades, su
coraza y sus defect os. Al m enos en el plano de la im aginación ( pero que se
confunde en num erosas cult uras con el de la sim bólica social) , el cuerpo es un
espacio com puest o y j erarquizado que puede recibir una carga desde el ext erior.
Tenem os ej em plos de t errit orios pensados a im agen del cuerpo hum ano, pero, a la
inversa, t am bién el cuerpo hum ano es pensado com o un t errit orio, en form a
bast ant e generalizada. En África occident al, por ej em plo, los com ponent es de la
personalidad se conciben en t érm inos de una t ópica que puede recordar a la t ópica
freudiana pero que se aplaca a realidades concebidas com o sust ancialm ent e
m at eriales. Así, en las civilizaciones akan ( las act uales Ghana y Cost a de Marfil) ,
dos " inst ancias" definen el psiquism o de cada individuo. Del caráct er m at erial de su
exist encia da t est im onio direct o el hecho de que una de ellas es asim ilada a la
som bra, y t est im onio indirect o, el hecho de que el debilit am ient o del cuerpo es
at ribuido al debilit am ient o o a la part ida de una de ellas. Su perfect a coincidencia
define la salud. Si despert ar a alguien bruscam ent e puede m at arlo, es que una de
esas inst ancias, el doble que vagabundea por la noche, t al vez no haya t enido
t iem po de volver a ese cuerpo en el m om ent o de su despert ar.
Los órganos int ernos m ism os o ciert as part es del cuerpo ( los riñones, la
cabeza, el dedo gordo del pie) son a m enudo concebidos com o aut ónom os, sede a
veces de una presencia ancest ral, y en est e caráct er obj et o de cult os específicos. El
cuerpo se vuelve así un conj unt o de lugares de cult o; se dist inguen en él zonas que
son obj et o de unciones o lust raciones. Ent onces sobre el cuerpo hum ano se
desarrollarán los efect os de los cuales hablábam os a propósit o de la const rucción
del espacio. Los it inerarios del sueño son peligrosos desde el m om ent o en que se
alej an dem asiado del cuerpo concebido com o cent ro. Est e cuerpo cent rado es
t am bién el lugar donde se encuent ran y se j unt an elem ent os ancest rales, y est a
reunión t iene valor m onum ent al en la m edida en que concierne a elem ent os que
han preexist ido y que sobrevivirán a la envolt ura carnal efím era. A veces la
m om ificación del cuerpo o la edificación de una t um ba logran, después de la
m uert e, la t ransform ación del cuerpo en m onum ent o.
35
Ent onces se ve cóm o, a part ir de form as espaciales sim ples, se cruzan y se
com binan la t em át ica individual y la t em át ica colect iva La sim bólica polít ica
desarrolla est as posibilidades para expresar el poder de la aut oridad que unifica y
sim boliza en la unidad de una figura soberana las diversidades int ernas de una
colect ividad social. A veces lo logra, al dist inguir el cuerpo del rey de los ot ros
cuerpos com o si fuera un cuerpo m últ iple. El t em a del doble cuerpo del rey es
absolut am ent e pert inent e en África. Así, el soberano agni de Sanwi, en la act ual
Cost a de Marfil, t enía un doble de sí m ism o, que era un esclavo llam ado Ekala, por
el nom bre de uno de los dos com ponent es o inst ancias que hem os m encionado
ant es: com o era m uy fuert e por t ener dos cuerpos y dos ekala ( el suyo y el de su
doble) ,
se
consideraba
que
el
soberano
agni
gozaba
de
una
prot ección
part icularm ent e eficaz, ya que el cuerpo del doble esclavo const it uía un obst áculo a
t oda agresión que apunt ase a la persona del rey. Si no cum pliese ese rol, si el rey
m uriese, su ekala lo seguiría nat uralm ent e a la m uert e. Pero, m ás not ables y m ej or
docum ent adas que la m ult iplicación del cuerpo real, son la concent ración y la
condensación del espacio donde est á localizada la aut oridad soberana, y a ellas
dirigirem os ahora nuest ra at ención. Muy
frecuent em ent e, el soberano t iene
asignado un lugar de residencia, condenado en ot ras palabras a una casi
inm ovilidad, a horas de exposición en la sede real, a ser present ado com o un obj et o
a sus vasallos. Est a pasividad- m asividad del cuerpo del soberano había asom brado
a Frazer y, por su int erm edio, a Durkheim , que com probaba en ello un rasgo com ún
a dinast ías reales m uy alej adas unas de ot ras en el t iem po y en el espacio, com o
las del México ant iguo, el África del golfo de Benin o el Japón. En t odos est os casos
result a part icularm ent e dest acable la posibilidad de que un obj et o ( t rono, corona) u
ot ro cuerpo hum ano pueda sust it uir m om ent áneam ent e al cuerpo del soberano
para asegurar la función de cent ro fij o del reino que lo condena a largas horas de
inm ovilidad m ineral.
Est a inm ovilidad, y la est rechez de los lím it es dent ro de los cuales se sit úa
la figura real, com ponen en un sent ido absolut am ent e lit eral, un cent ro que
refuerza la perennidad de la dinast ía y que ordena y unifica la diversidad int erna del
cuerpo social. Dest aquem os que la ident ificación del poder con el lugar en el cual se
ej erce o con el m onum ent o que alberga a sus represent ant es es la regla const ant e
en el discurso polít ico de los Est ados m odernos. La Casa Blanca y el Krem lin son,
para quienes los nom bran, a la vez lugares m onum ent ales, hom bres y est ruct uras
de poder. Al cabo de sucesivas m et onim ias, nos acost um bram os a designar a un
país por su capit al y a ést a por el nom bre del edificio que ocupan sus gobernant es.
El lenguaj e polít ico es nat uralm ent e espacial ( aunque m ás no fuese cuando habla
de derecha e izquierda) , sin duda porque necesit a pensar sim ult áneam ent e la
unidad y la diversidad... y la cent ralidad es la expresión m ás aproxim ada, la m ás
36
represent able y la m ás m at erial a la vez de est e doble y cont radict orio im perat ivo
int elect ual.
Las nociones de it inerario, de int ersección, de cent ro y de m onum ent o no
son
sim plem ent e
t radicionales.
Dan
út iles
para
cuent a
la
descripción
parcialm ent e
de
los
t am bién
lugares
del
ant ropológicos
espacio
francés
cont em poráneo, en especial de su espacio urbano. Paradój icam ent e, perm it en
inclusive caract erizarlo com o un espacio específico m ient ras que, por definición,
dichas nociones const it uyen ot ros t ant os crit erios de com paración.
Es habit ual decir que Francia es un país cent ralizado, y es ciert o que lo es
en el plano polít ico, por lo m enos desde el siglo XVI I . A pesar de los recient es
esfuerzos de regionalización, sigue siendo un país cent ralizado en el plano
adm inist rat ivo ( el ideal de la Revolución Francesa había sido inicialm ent e el de
llevar a cabo la delim it ación de las circunscripciones adm inist rat ivas según un
m odelo pura y rígidam ent e geom ét rico) . Y lo sigue siendo en el espírit u de los
franceses, not ablem ent e por la organización de su red cam inera y de su red
ferroviaria, concebidas am bas, por lo m enos en un com ienzo, com o dos t elarañas
en m edio de las cuales París ocuparía el cent ro.
Para ser m ás exact os, habría que precisar que, si alguna capit al en el
m undo no es t an concebida com o t al com o París, no hay ninguna ciudad francesa
que no aspire a ser el cent ro de una región de dim ensiones variables y que no haya
logrado, al cabo de los años y de los siglos, const it uirse en un cent ro m onum ent al
( lo que llam am os el cent ro de la ciudad) que sim boliza y m at erializa a la vez est a
aspiración. Las ciudades francesas m ás m odest as, e inclusive los pueblos, incluyen
siem pre un " cent ro de la ciudad" donde est án agrupados, uno al lado del ot ro, los
m onum ent os que sim bolizan uno la aut oridad religiosa ( la iglesia) , el ot ro la
aut oridad civil ( el ayunt am ient o, la subprefect ura o la prefect ura en las ciudades
im port ant es) . La iglesia ( cat ólica en la m ayoría de las regiones francesas) est á
sit uada en una plaza por donde pasan frecuent em ent e los it inerarios que perm it en
at ravesar la ciudad. El ayunt am ient o nunca est á lej os, aun en el caso de que t enga
delim it ado un espacio propio y haya una plaza del Ayunt am ient o al lado de la plaza
de la I glesia. En el cent ro de la ciudad igualm ent e, y siem pre en las proxim idades
de la iglesia y del ayunt am ient o, se ha erigido un m onum ent o a los m uert os. De
concepción laica, no es verdaderam ent e un lugar de cult o, sino un m onum ent o de
valor hist órico ( un hom enaj e a aquellos que han m uert o en las dos últ im as guerras
m undiales y
cuyos nom bres est án grabados en piedra) :
en ciert as fiest as
conm em orat ivas, especialm ent e el 11 de noviem bre, las aut oridades civiles y
event ualm ent e m ilit ares conm em oran allí el sacrificio de aquellos que han caído por
la pat ria. Com o suele decirse, son " cerem onias recordat orias" que corresponden
bien a la definición am plia, es decir social, que propone Durkheim del hecho
37
religioso. Sin duda logran una eficacia part icular por sit uarse en un lugar donde,
m ás ant iguam ent e, se expresaba de m odo m ás cot idiano la int im idad de los vivos y
de los m uert os: en ciert as ciudades se encuent ra t odavía la huella de una
disposición que se rem ont a a la época m edieval, en la que el cem ent erio rodeaba a
la iglesia, en pleno cent ro de la vida social act iva. En efect o, el cent ro de la ciudad
es un lugar act ivo. En la concepción t radicional de las ciudades de provincia y de los
pueblos ( a la que aut ores com o Giradoux o Jules Rom ain dieron exist encia lit eraria
durant e la prim era m it ad de est e siglo) , en las ciudades y los pueblos t al com o se
present aban baj o la Tercera República y se present an aún hoy en gran part e, en el
cent ro de la ciudad es donde se agrupan ciert a cant idad de cafés, hot eles y
com ercios, no lej os de la plaza donde est á el m ercado, cuando la plaza de la iglesia
y la del m ercado no se confunden. A int ervalos sem anales regulares ( el dom ingo es
el día de m ercado) , el cent ro " se anim a" . Uno de los reproches que se le hacen con
frecuencia a las ciudades nuevas, surgidas de proyect os de urbanización a la vez
t ecnicist as y volunt arist as, es el de no ofrecer el equivalent e de esos lugares
anim ados producidos por una hist oria m ás ant igua y m ás lent a, donde los
it inerarios individuales se cruzan y se m ezclan, donde se int ercam bian palabras y
se olvida por un inst ant e la soledad:
el at rio de la iglesia, la puert a del
ayunt am ient o, el m ost rador del café, la puert a de la panadería. El rit m o un poco
perezoso y la at m ósfera de charlat anería del dom ingo por la m añana siguen siendo
una realidad cont em poránea de la Francia provinciana.
Est a Francia podría definirse com o un conj unt o, un racim o de cent ros de
m ayor o m enor im port ancia que polarizan la act ividad adm inist rat iva, fest iva y
com ercial de una región de am plit ud variable. La organización de los it inerarios, es
decir el sist em a vial que liga est os cent ros ent re sí m ediant e una red, a decir
verdad m uy apret ada, de rut as nacionales ( que unen cent ros de im port ancia
nacional)
y
de
rut as
depart am ent ales
( que
unen
cent ros
de
im port ancia
depart am ent al) da cuent a m uy bien de est e disposit ivo policént rico y j erarquizado:
hast a hace poco en los m oj ones donde se señalan los kilóm et ros que j alonan
regularm ent e la rut a, se hacía m ención de la dist ancia del conglom erado urbano
m ás próxim o y de la de la prim era ciudad im port ant e que se at ravesaba. Hoy est as
indicaciones figuran en grandes cart eles bien legibles, lo cual responde a la
int ensificación y a la aceleración del t ránsit o.
En Francia t odo conglom erado urbano aspira a ser el cent ro de un espacio
significat ivo y de por lo m enos una act ividad específica. Si Lyon, que es una
m et rópoli, ent re ot ros t ít ulos reivindica el de " capit al de la gast ronom ía" , una
ciudad pequeña com o Thiers puede decirse " capit al de la cuchillería" , un pueblo
grande com o Digouin, " capit al de la cerám ica" y una gran aldea com o Janzé, " cuna
del pollo de granj a" . Est os gloriosos t ít ulos figuran hoy a la ent rada de las ciudades,
38
j unt o a las indicaciones que m encionan su caráct er gem elo con ot ras ciudades o
pueblos de Europa. Est as indicaciones, que proveen de alguna m anera una prueba
de m odernidad y de int egración al nuevo espacio económ ico europeo, coexist en con
ot ras ( y ot ros anuncios inform at ivos)
que dan un est ado det allado de las
curiosidades hist óricas del lugar: capillas del siglo XI V o del siglo XV, cast illos,
m egalit os, m useos de art esanías, de la punt illa o de la cerám ica. Se reivindica la
profundidad hist órica con el m ism o caráct er que la apert ura hacia el ext erior, com o
si aquélla equilibrase a ést a. Toda ciudad, t odo pueblo que no es de creación
recient e reivindica su hist oria, la present an al aut om ovilist a de paso en una serie de
anuncios que const it uyen una especie de t arj et a de visit a. Est a explicit ación del
cont ext o
hist órico
es
bast ant e
recient e
en
realidad,
y
coincide
con
una
reorganización del espacio ( creación de desvíos periurbanos, de grandes ej es de
aut opist as fuera de los conglom erados urbanos) que t iende, inversam ent e, a
producir un cort ocircuit o en ese cont ext o, evit ando los m onum ent os que dan
t est im onio de él. Se puede int erpret ar m uy legít im am ent e que t ienden a seducir y a
ret ener al pasaj ero, al t urist a, pero no se le puede at ribuir precisam ent e alguna
eficacia en est e sent ido salvo poniéndolo en relación con el gust o de la hist oria y de
las ident idades enraizadas en
el t erruño que m arca incont est ablem ent e la
sensibilidad francesa de est os veint e últ im os años. El m onum ent o fechado es
reivindicado com o una prueba de aut ent icidad que debe de por sí suscit ar el
int erés: se ahonda la dist ancia ent re el present e del paisaj e y el pasado al que
alude. La alusión al pasado com plej iza el present e.
Es necesario agregar que siem pre se le im puso al espacio urbano y
pueblerino francés una dim ensión hist órica m ínim a m ediant e el uso de los nom bres
de calles. Calles y plazas fueron ant iguam ent e la ocasión de conm em oraciones. Por
ciert o era t radicional que algunos m onum ent os proveyeran un nom bre a las calles
que conducen a ellos o a las plazas en las que se los ha erigido, con un efect o de
redundancia que por ot ra part e no dej a de t ener su encant o. Pero ya no t enem os
las calles de la Est ación, las calles del Teat ro o las plazas del Ayunt am ient o. A
m enudo son los personaj es not ables de la vida local o nacional, o t am bién los
grandes acont ecim ient os de la hist oria nacional los que dan su nom bre a las
art erias de ciudades y pueblos de suert e que, si fuera necesario hacer la exégesis
de t odos los nom bres de calles de una m et rópoli com o París, habría que reescribir
t oda la hist oria de Francia, desde Vercingét orix hast a de Gaulle. Quien t om a el
m et ro regularm ent e y se fam iliariza con el subsuelo parisiense y los nom bres de las
est aciones que aluden a las calles o a los m onum ent os de la superficie part icipa de
est a inm ersión cot idiana y m aquinal en la hist oria que caract eriza al peat ón de
París, para quien Alésia, Bast ille o Solferino son referencias espaciales t ant o o m ás
que hist óricas. Así, los cam inos y los cruces de rut as en Francia t ienden a volverse
39
" m onum ent os" ( en el sent ido de t est im onios y recuerdos) en la m edida en que su
nom bre de baut ism o los sum erge en la hist oria. Est a incesant e referencia a la
hist oria ent raña frecuent es superposiciones ent re las nociones de it inerarios,
encrucij adas y m onum ent os, que son part icularm ent e visibles en las ciudades ( y
especialm ent e en París) donde la referencia hist órica siem pre es m ás m asiva. No
hay un solo cent ro de París. A veces est á represent ado en los anuncios de las
aut opist as por el dibuj o de la t orre Eiffel, a veces por la m ención " París- Not re
Dam e" que hace alusión al corazón original e hist órico de la capit al, la île de la Cit é,
encerrada por los brazos del Sena a varios kilóm et ros de la t orre Eiffel. Por lo t ant o,
hay varios cent ros de París. En el plano adm inist rat ivo, es preciso advert ir una
am bigüedad que siem pre ha const it uido un problem a en la vida polít ica francesa ( lo
que señala bien su grado de cent ralism o) : París es a la vez una ciudad, dividida en
veint e dist rit os, y la capit al de Francia. Los parisienses pudieron creer en varias
ocasiones que ellos hacían la hist oria de Francia, convicción arraigada en el
recuerdo de 1789 y que ent raña a veces una t ensión ent re el poder nacional y el
poder m unicipal. Desde 1795 hast a una fecha recient e no hubo alcalde de París,
con una breve excepción durant e la revolución de 1848, sino sólo la división de la
capit al en veint e dist rit os y veint e m unicipalidades baj o la t ut ela conj unt a del
prefect o del Sena y del prefect o de policía. El Consej o m unicipal dat a sólo de 1834.
Hace algunos años, cuando se reform ó el est at ut o de la capit al y Jacques Chirac se
convirt ió en el alcalde de París, una part e del debat e polít ico versaba sobre la
cuest ión de saber si ese puest o lo ayudaría o no a convert irse en president e de la
república. Nadie pensó verdaderam ent e que la adm inist ración de una ciudad,
aunque vivan en ella uno de cada seis franceses, pudiese ser un fin en sí m ism o. La
exist encia de t res palacios parisienses ( el Elíseo, Mat ignon y l'Hot el de Ville) , con
dest inos dist int os, es ciert o, pero ent re los cuales es m uy difícil hacer una
dist inción, y a lo cual es necesario agregar por lo m enos dos m onum ent os de
im port ancia equivalent e, el palacio del Luxem burgo ( o sede del Senado) y la
Asam blea nacional ( donde sesionan los diput ados) , m uest ra suficient em ent e que la
m et áfora geográfica da cuent a de nuest ra vida polít ica con t ant a m ayor facilidad
cuant o que ést a se considera cent ralizada y, a pesar de la dist inción de los poderes
y de las funciones, aspira siem pre a definir o a reconocer un cent ro del cent ro, de
donde t odo part iría y a donde t odo volvería. No se t rat a evident em ent e de una
sim ple m et áfora cuando nos int errogam os en det erm inado m om ent o para saber si
el cent ro del poder se desplaza del Elíseo a Mat ignon, o aun de Mat ignon al PalaisRoyal ( o sede del Consej o const it ucional) : y podem os pregunt arnos si el caráct er
siem pre t enso y agit ado de la vida dem ocrát ica en Francia no depende por una
part e de la t ensión ent re un ideal polít ico de pluralidad, de dem ocracia y de
equilibrio, sobre el cual t odo el m undo est á de acuerdo en t eoría, y un m odelo
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int elect ual,
geográfico- polít ico,
de
gobierno,
hist óricam ent e
heredado,
poco
com pat ible con ese ideal y que incit a sin cesar a los franceses a repensar los
fundam ent os y a redefinir el cent ro.
En el plano geográfico, y para aquellos parisienses que t odavía t ienen
t iem po de vagabundear, y que no son los m ás num erosos, el cent ro de París podría
ser un it inerario, el del curso del Sena por el que van y vienen los barcos m oscas, y
desde donde pueden percibirse la m ayor part e de los m onum ent os hist óricos y
polít icos de la capit al. Pero hay ot ros cent ros que se ident ifican de t odos m odos con
plazas,
encrucij adas
donde
se
han
em plazado
m onum ent os
( la
Opera,
la
Madeleine) , o con las ot ras art erias que conducen a ellos ( avenida de l'Opéra, calle
de la Paix, Cham ps- Elysées) , com o si, en la capit al de Francia, t odo t uviese que
convert irse finalm ent e en cent ro y m onum ent o. En est e m om ent o parecería que así
es, en efect o, a pesar de que se esfum an los rasgos específicos de los diferent es
dist rit os. Sabem os que cada uno de ellos t enía un rasgo caract eríst ico: los clisés de
las canciones que celebran a París no dej an de t ener
su fundam ent o,
y
seguram ent e t odavía hoy podríam os hacer una descripción m uy aj ust ada de los
dist rit os, de sus act ividades, de su " personalidad" en el sent ido en que los
ant ropólogos nort eam ericanos ut ilizaron est e t érm ino,
pero t am bién de sus
t ransform aciones y de los m ovim ient os de población que m odifican su com posición
ét nica o social. Las novelas policiales de Leo Malet , a m enudo sit uadas en los
dist rit os cat orce y quince, despiert an la nost algia de la década de 1950 pero no son
en absolut o inact uales.
Pero es un hecho: se habit a cada vez m enos en París, aunque se t rabaj a
allí siem pre m ucho, y est e m ovim ient o parece el signo de una m ut ación m ás
general en est e país. La relación con la hist oria que puebla nuest ros paisaj es est á
quizá por est et izarse y, al m ism o t iem po, por desocializarse y volverse art ificiosa.
Por ciert o, conm em oram os con el m ism o sent im ient o a Hugo Capet o y a la
Revolución de 1789; siem pre som os capaces de enfrent arnos duram ent e, a part ir
de una relación diferent e, con nuest ro pasado com ún y con int erpret aciones
cont rarias de los acont ecim ient os que lo m arcaron. Pero, desde Malraux, nuest ras
ciudades
se
t ransform an
en
m useos
( m onum ent os
devast ados,
expuest os,
ilum inados, sect ores reservados y calles peat onales) , a pesar de que nos apart an
de ellos una serie de desvíos, aut opist as, t renes de gran velocidad o vías rápidas.
Est os desvíos, sin em bargo, no se producen sin rem ordim ient os, com o lo
at est iguan las num erosas indicaciones que nos invit an a no ignorar los esplendores
del t erruño y las huellas de la hist oria. Cont rast e: a la ent rada de las ciudades, en
el espacio t rist e de los grandes com plej os, de las zonas indust rializadas y de los
superm ercados, est án plant ados los anuncios que nos invit an a visit ar los
m onum ent os ant iguos. A lo largo de las aut opist as se m ult iplican las referencias a
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las curiosidades locales que deberían ret enernos aun cuando est am os de paso,
com o si la alusión al t iem po y a los lugares ant iguos no fuese hoy sino una m anera
de m ent ar el espacio present e.
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De los lugares a los no lugares
Presencia del pasado en el present e que lo desborda y lo reivindica: en
est a conciliación ve Jean St arobinski la esencia de la m odernidad. En est e sent ido
hace not ar, en un art ículo recient e, que aut ores em inent em ent e represent at ivos de
la m odernidad en art e se han dado " la posibilidad de una polifonía en la que el
ent recruzam ient o virt ualm ent e infinit o de los dest inos, de los act os, de los
pensam ient os, de las rem iniscencias puede reposar sobre un baj o cont inuo que
em it a las horas del día t errest re y que m arque el lugar que en ella ocupaba ( que
podría aún ocupar) el ant iguo rit ual" . Cit a las prim eras páginas del Ulyses de Joyce,
donde se hacen oír las palabras de la lit urgia: " I nt roibo ad alt are Dei" ; el com ienzo
de A la Recherche du t em ps perdu, donde la ronda de las horas en t orno al
cam panario
de Com bray
ordena
el
rit m o
" de una vast a
y
única
j ornada
burguesa..." ; o t am bién Hist oire, de Claude Sim on, donde " los recuerdos de la
escuela religiosa, la plegaria lat ina de la m añana, el benedicit e del m ediodía, el
ángelus de la t arde fij an punt os de referencia en m edio de las vist as, los planos
recort ados, las cit as de t odo orden, que provienen de t odas las et apas de la
exist encia, del im aginario y del pasado hist órico, y que proliferan en un aparent e
desorden, en t orno de un secret o cent ral..." Est as " figuras prem odernas de la
t em poralidad cont inua que el escrit or m oderno cree m ost rar que no las ha olvidado
en el m om ent o m ism o en que se libera de ellas" son t am bién figuras espaciales
específicas de un m undo que Jacques LeGoff m ost ró cóm o, desde la Edad Medía, se
había const ruido, alrededor de su iglesia y de su cam panario, m ediant e la
conciliación de un paisaj e nuevam ent e cent rado y de un t iem po reordenado. El
art ículo de St arobinski se abre significat ivam ent e con una cit a de Baudelaire y del
prim er poem a de los Tableaux parisiens, donde el espect áculo de la m odernidad
reúne en un m ism o vuelo:
...el t aller que cant a y que charla;
las chim eneas, los cam panarios, esos m ást iles de la
ciudad,
Y los grandes cielos que hacen soñar con la et ernidad.
43
" Baj o cont inuo" ( m arche de basse) : la expresión ut ilizada por St arobinski
para evocar los lugares y los rit m os ant iguos es significat iva: la m odernidad no los
borra sino que los pone en segundo plano. Son com o indicadores del t iem po que
pasa y que sobrevive. Perduran corno las palabras que los expresan y los
expresarán aún. La m odernidad en art e preserva t odas las t em poralidades del
lugar, t al com o se fij an en el espacio y la palabra.
Det rás de la ronda de las horas y los punt os salient es del paisaj e se
encuent ran, en efect o, palabras y lenguaj es: palabras especializadas de la lit urgia,
del " ant iguo rit ual" , en cont rast e con las del t aller " que cant a y que charla" ;
palabras t am bién de t odos aquellos que, hablando el m ism o lenguaj e, reconocen
que pert enecen al m ism o m undo. El lugar se cum ple por la palabra, el int ercam bio
alusivo de algunas palabras de pasada, en la connivencia y la int im idad cóm plice de
los hablant es. Vincent Descom bes escribe, así, a propósit o de la Francoise de
Proust , que ést a com part e y define un t errit orio " ret órico" con t odos aquellos que
son capaces de ent rar en sus razones, con t odos aquellos cuyos aforism os,
vocabulario y t ipos de argum ent ación com ponen una " cosm ología" , a la que el
narrador de la Recherche llam a la " filosofía de Com bray" .
Si un lugar puede definirse com o lugar de ident idad, relacional e hist órico,
un espacio que no puede definirse ni com o espacio de ident idad ni com o relacional
ni com o hist órico, definirá un no lugar. La hipót esis aquí defendida es que la
sobrem odernidad es product ora de no lugares, es decir, de espacios que no son en
sí lugares ant ropológicos y que, cont rariam ent e a la m odernidad baudeleriana, no
int egran los lugares ant iguos: ést os, cat alogados, clasificados y prom ovidos a la
cat egoría de lugares " de m em oria" , ocupan allí un lugar circunscript o y específico.
Un m undo donde se nace en la clínica y donde se m uere en el hospit al, donde se
m ult iplican, en m odalidades luj osas o inhum anas, los punt os de t ránsit o y las
ocupaciones provisionales ( las cadenas de hot eles y las habit aciones ocupadas
ilegalm ent e, los clubes de vacaciones, los cam pos de refugiados, las barracas
m iserables dest inadas a desaparecer o a degradarse progresivam ent e) , donde se
desarrolla una apret ada red de m edios de t ransport e que son t am bién espacios
habit ados,
donde
el
habit ué
de
los
superm ercados,
de
los
dist ribuidores
aut om át icos y de las t arj et as de crédit o renueva con los gest os del com ercio " de
oficio m udo" , un m undo así prom et ido a la individualidad solit aria, a lo provisional y
a lo efím ero, al pasaj e, propone al ant ropólogo y t am bién a los dem ás un obj et o
nuevo cuyas dim ensiones inédit as conviene m edir ant es de pregunt arse desde qué
punt o de vist a se lo puede j uzgar. Agreguem os que evident em ent e un no lugar
exist e igual que un lugar: no exist e nunca baj o una form a pura; allí los lugares se
recom ponen, las relaciones se reconst it uyen;
las " ast ucias m ilenarias" de la
invención de lo cot idiano y de las " art es del hacer" de las que Michel de Cert eau ha
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propuest o análisis t an sut iles, pueden abrirse allí un cam ino y desplegar sus
est rat egias. El lugar y el no lugar son m ás bien polaridades falsas: el prim ero no
queda nunca com plet am ent e borrado y el segundo no se cum ple nunca t ot alm ent e:
son palim psest os donde se reinscribe sin cesar el j uego int rincado de la ident idad y
de la relación. Pero los no lugares son la m edida de la época, m edida cuant ificable y
que se podría t om ar adicionando, después de hacer algunas conversiones ent re
superficie, volum en y dist ancia, las vías aéreas, ferroviarias, las aut opist as y los
habit áculos
m óviles
aut om óviles) ,
los
aeroespaciales,
llam ados
aeropuert os
" m edios
y
las
de
t ransport e"
est aciones
las grandes cadenas hot eleras,
( aviones,
ferroviarias,
las
los parques de
t renes,
est aciones
recreo,
los
superm ercados, la m adej a com plej a, en fin, de las redes de cables o sin hilos que
m ovilizan el espacio ext rat errest re a los fines de una com unicación t an ext raña que
a m enudo no pone en cont act o al individuo m ás que con ot ra im agen de sí m ism o.
La dist inción ent re lugares y no lugares pasa por la oposición del lugar con
el espacio. Ahora bien, Michel de Cert eau propuso nociones de lugar y de espacio,
un análisis que const it uye aquí obligat oriam ent e una cuest ión previa. Cert eau no
opone los " lugares" a los " espacios" com o los " lugares" a los " no lugares" . El
espacio, para él, es un " lugar pract icado" , " un cruce de elem ent os en m ovim ient o" :
los cam inant es son los que t ransform an en espacio la calle geom ét ricam ent e
definida com o lugar por el urbanism o. A est e paralelo ent re el lugar com o conj unt o
de elem ent os que coexist en en un ciert o orden y el espacio com o anim ación de
est os lugares por el desplazam ient o de un elem ent o m óvil le corresponden varias
referencias que los m ism os t érm inos precisan. La prim era referencia ( pág. 173) es
a Merleau Pont y quien, en su Fenom enología de la percepción, dist ingue del espacio
" geom ét rico" el " espacio ant ropológico" com o espacio " exist encial" , lugar de una
experiencia de relación con el m undo de un ser esencialm ent e sit uado " en relación
con un m edio" . La segunda referencia es a la palabra y al act o de locución: " El
espacio sería al lugar lo que se vuelve la palabra cuando es hablada, es decir,
cuando est á at rapada en la am bigüedad de una ej ecución, m udada en un t érm ino
que im plica m últ iples convenciones, present ada com o el act o de un present e ( o de
un
t iem po)
y
m odificada
por
las
t ransform aciones
debidas
a
vecindades
sucesivas..." ( pág. 173) . La t ercera referencia deriva de la ant erior y privilegia el
relat o com o t rabaj o que, incesant em ent e, " t ransform a los lugares en espacios o los
espacios en lugares" ( pág. 174) . Se deriva de ellos nat uralm ent e una dist inción
ent re " hacer" y " ver" , localizable en el lenguaj e ordinario que de vez en vez
propone un cuadro ( " hay,.." ) y organiza m ovim ient os ( " t ú ent ras, t ú at raviesas, t ú
t e das vuelt a..: " ) , o en los indicadores de los m apas: desde los m apas m edievales,
que present an esencialm ent e el t razado de recorridos y de it inerarios, hast a los
m apas m ás recient es de donde han desaparecido " las descripciones de recorridos" y
45
que present an, a part ir de " elem ent os de origen dispar" , un " est ado" del saber
geográfico. El relat o, en fin, y especialm ent e el relat o de viaj es, se com pone con la
doble necesidad de " hacer" y de " ver" . Las hist orias de m archas y las gest as est án
j alonadas por las cit as de los lugares que result an de ellas o que las aut orizan"
( pág. 177) pero procede en definit iva de lo que Cert eau llam a la " delincuencia"
porque " at raviesa" , " t ransgrede" y consagra " el privilegio del recorrido sobre el
est ado" ( pág. 190) .
En est e punt o son necesarias algunas precisiones t erm inológicas. El lugar,
t al com o se lo define aquí, no es en absolut o el lugar que Cert eau opone al espacio
com o la figura geom ét rica al m ovim ient o, la palabra m uda a la palabra hablada o el
est ado al recorrido: es el lugar del sent ido inscript o y sim bolizado, el lugar
ant ropológico. Nat uralm ent e, es necesario que est e sent ido sea puest o en práct ica,
que el lugar se anim e y que los recorridos se efect úen, y nada prohíbe hablar de
espacio para describir est e m ovim ient o. Pero no es ése nuest ro propósit o: nosot ros
incluim os en la noción de lugar ant ropológico la posibilidad de los recorridos que en
él se efect úan, los discursos que allí se sost ienen y el lenguaj e que lo caract eriza. Y
la noción de espacio, t al com o es ut ilizada hoy ( para hablar de la conquist a
espacial, en t érm inos por lo dem ás m ás funcionales que líricos, o para designar de
la m ej or m anera o al m enos lo m enos m al posible, en el lenguaj e recient e pero ya
est ereot ipado de las inst it uciones de viaj e, de la hot elería o del ocio, los lugares
( descalificados o poco calificables: " espacios de ocio" " espacios de j uego" , para
aproxim arlos a " punt o de encuent ro" ) , parece poder aplicarse út ilm ent e, por el
hecho m ism o de su falt a de caract erización, a las superficies no sim bolizadas del
planet a.
Podríam os por lo t ant o sent ir la t ent ación de oponer el espacio sim bolizado
del lugar al espacio no sim bolizado del no lugar. Pero eso sería at enernos a una
definición negat iva de los no lugares, que ha sido la nuest ra hast a el present e, y
que el análisis propuest o por Michel de Cert eau de la noción de espacio nos ayuda a
superar.
El t érm ino " espacio" en sí m ism o es m ás abst ract o que el de " lugar" , y al
usarlo nos referim os al m enos a un acont ecim ient o ( que ha t enido lugar) , a un m it o
( lugar dicho) o a una hist oria ( elevado lugar) . Se aplica indiferent em ent e a una
ext ensión, a una dist ancia ent re dos cosas o dos punt os ( se dej a un " espacio" de
dos m et ros ent re cada post e de un cerco) o a una dim ensión t em poral ( " en el
espacio de una sem ana" ) . Es pues algo em inent em ent e abst ract o y es significat ivo
que hoy se haga de él un uso sist em át ico, así com o poco diferenciado, en la lengua
corrient e y en los lenguaj es específicos de algunas inst it uciones represent at ivas de
nuest ro t iem po. Le Grand Larousse I lust ré le reserva un lugar apart e a la expresión
" espacio aéreo" que designa una part e de la at m ósfera t errest re en la cual un
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Est ado cont rola la circulación aérea ( m enos concret a que su hom ólogo del dom inio
m arít im o: " las aguas t errit oriales" ) , pero cit a t am bién ot ros usos que t est im onian la
plast icidad del t érm ino. En la expresión " espacio j urisdiccional europeo" se adviert e
con claridad que est á im plicada la noción de front era pero que, haciendo
abst racción de esa noción, de lo que se t rat a es de t odo un conj unt o inst it ucional y
norm at ivo
poco
localizable.
La
expresión
" espacio
publicit ario"
se
aplica
indiferent em ent e a una porción de superficie o de t iem po " dest inada a recibir
publicidad en los diferent es m edios" , y la expresión " com pra de espacio" se aplica
al conj unt o de las operaciones efect uadas por una agencia de publicidad sobre un
espacio publicit ario" . El auge del t érm ino " espacio" , aplicado t ant o a las salas de
espect áculo o de encuent ro ( " Espace Cardin" en París, " Espace Yves Rocher" en La
Gacilly) , a j ardines ( " espacios verdes" ) , a los asient os de avión ( " Espace 2000" ) o a
los aut om óviles ( Renault " Espacio" ) da t est im onio a la vez de los m ot ivos t em át icos
que pueblan la época cont em poránea ( la publicidad, la im agen, el ocio, la libert ad,
el desplazam ient o) y de la abst racción que los corroe y los am enaza, com o si los
consum idores de espacio cont em poráneo fuesen ant e t odo invit ados a cont ent arse
con palabras vanas.
Pract icar el espacio, escribe Michel de Cert eau, es " repet ir la experiencia
alegre y silenciosa de la infancia; es, en el lugar, ser ot ro y pasar al ot ro" ( pág.
164) . La experiencia alegre y silenciosa de la niñez es la experiencia del prim er
viaj e,
del nacim ient o com o experiencia prim ordial de la diferenciación,
del
reconocim ient o de sí com o uno m ism o y com o ot ro que reit eran las de la m archa
com o prim era práct ica del espacio y la del espej o com o prim era ident ificación con la
im agen de sí. Todo relat o vuelve a la niñez. Al recurrir a la expresión " relat os de
espacio" , Cert eau quiere hablar a la vez de los relat os que " at raviesan y organizan"
los lugares ( " Todo relat o es un relat o de viaj e..." , pág. 171) y del lugar que
const it uye la escrit ura del relat o ( " ...la lect ura es el espacio producido por la
práct ica del lugar que const it uye un sist em a de signos: un relat o" , pág. 173) . Pero
el libro se escribe ant es de leerse; pasa por diferent es lugares ant es de const it uirse
en uno de ellos: com o el viaj e, el relat o que habla de él at raviesa varios lugares.
Est a pluralidad de lugares, el exceso que ella im pone a la m irada y a la descripción
( ¿cóm o ver t odo?, ¿cóm o decir t odo?) y el efect o de " desarraigo" que result a de
ello ( se volverá a com enzar m ás t arde, por ej em plo al com ent ar la fot o que ha
fij ado el inst ant e: " Fíj at e, ves, allí, soy yo al pie del Part enón" , pero en el inst ant e
sucedía que eso nos ext rañaba: " ¿qué es lo que he venido a hacer aquí?" ) ,
int roducen ent re el viaj ero- espect ador y el espacio del paisaj e que él recorre o
cont em pla una rupt ura que le im pide ver allí un lugar, reencont rarse en él
plenam ent e, aun si t rat a de colm ar ese vacío con las inform aciones m últ iples y
det alladas que le proponen las guías t uríst icas... o los relat os de viaj es.
47
Cuando Michel de Cert eau habla de " no lugar" , es para hacer alusión a una
especie de cualidad negat iva del lugar, de una ausencia de lugar en sí m ism o que le
im pone el nom bre que se le da. Los nom bres propios, nos dice, im ponen al lugar
" un m andat o venido del ot ro ( una hist oria...) ". Y es ciert o que aquel, que al t razar
un it inerario enuncia en él los nom bres, no conoce necesariam ent e gran cosa. Pero
los nom bres por sí solos ¿bast an para producir en el lugar " esa erosión o no lugar
que allí efect úa la ley del ot ro?" ( pág. 159) . Todo it inerario, precisa Michel de
Cert eau, es de alguna m anera " desviado" por los nom bres que le dan " sent idos ( o
direcciones) hast a allí im previsibles" . Y agrega: " Est os nom bres crean no lugar en
los lugares; los t ransm ut an en pasaj es" ( pág. 156) . Nosot ros podríam os decir,
inversam ent e, que el hecho de pasar da un est at ut o part icular a los nom bres de
lugar, que la falla producida por la ley del ot ro y donde la m irada se pierde, es el
horizont e de t odo viaj e ( sum a de lugares, negación del lugar) , y que el m ovim ient o
que " desplaza las líneas" y at raviesa los lugares es, por definición, creador de
it inerarios, es decir, de palabras y de no lugares.
El espacio com o práct ica de los lugares y no del lugar procede en efect o de
un doble desplazam ient o: del viaj ero, seguram ent e, pero t am bién, paralelam ent e,
de paisaj es de los cuales él no aprecia nunca sino vist as parciales, " inst ant áneas" ,
sum adas y m ezcladas en su m em oria y, lit eralm ent e, recom puest as en el relat o
que hace de ellas o en el encadenam ient o de las diaposit ivas que, a la vuelt a,
com ent a obligat oriam ent e en su ent orno. El viaj e. El viaj e ( aquel del cual el
et nólogo desconfía hast a el punt o de " odiarlo" ) const ruye una relación fict icia ent re
m irada y paisaj e. Y, si se llam a " espacio" la práct ica de los lugares que define
específicam ent e el viaj e, es necesario agregar t am bién que hay espacios donde el
individuo se sient e com o espect ador sin que la nat uraleza del espect áculo le
im port e verdaderam ent e. Com o si la posición de espect ador const it uyese lo
esencial del espect áculo, com o sí, en definit iva, el espect ador en posición de
espect ador fuese para sí m ism o su propio espect áculo. Muchos follet os t uríst icos
sugieren un desvío de ese t ipo, una vuelt a de la m irada com o esa, al proponer por
ant icipado al aficionado a los viaj es la im agen de rost ros curiosos o cont em plat ivos,
solit arios o reunidos, que escrut an el infinit o del océano, la cadena circular de
m ont añas nevadas o la línea de fuga de un horizont e urbano erizado de rascacielos.
Su im agen, en sum a, su im agen ant icipada, que no habla m ás que de él, pero lleva
ot ro nom bre ( Tahit í, los Alpes de Huez, Nueva York) . El espacio del viaj ero sería,
así, el arquet ipo del no lugar.
El m ovim ient o agrega a la coexist encia de los m undos y a la experiencia
com binada del lugar ant ropológico y de aquello que ya no es m ás él ( por la cual
St arobinski definió en esencia la m odernidad) , la experiencia part icular de una
form a de soledad y, en sent ido lit eral, de una " t om a de posición" : la experiencia de
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aquel que, ant e el paisaj e que se prom et e cont em plar y que no puede no
cont em plar, " se pone en pose" y obt iene a part ir de la conciencia de esa act it ud un
placer raro y a veces m elancólico. No es sorprendent e, pues, que sea ent re los
" viaj eros" solit arios del siglo pasado, no los viaj eros profesionales o los erudit os
sino los viaj eros de hum or, de pret ext o o de ocasión, donde encont rem os la
evocación profét ica de espacios donde ni la ident idad ni la relación ni la hist oria
t ienen verdadero sent ido, donde la soledad se experim ent a com o exceso o
vaciam ient o de la individualidad, donde sólo el m ovim ient o de las im ágenes dej a
ent rever borrosam ent e por m om ent os, a aquel que las m ira desaparecer, la
hipót esis de un pasado y la posibilidad de un porvenir.
Más aún que en Baudelaire, que se sat isfacía con la invit ación al viaj e,
pensam os aquí en Chat eaubriand, que no dej a de viaj ar efect ivam ent e, y que sabe
ver, pero ve sobre t odo la m uert e de las civilizaciones, la dest rucción o la insipidez
de los paisaj es allí donde brillaban ant es los vest igios decepcionant es de los
m onum ent os hundidos. Desaparecida Lacedem onia, la Grecia en ruinas ocupada
por un invasor ignorant e de sus ant iguos esplendores envía al viaj ero " de paso" la
im agen sim ult ánea de la hist oria perdida y de la vida que pasa, pero es el
m ovim ient o m ism o del viaj e lo que lo seduce y lo arrast ra. Est e m ovim ient o no
t iene ot ro fin que él m ism o, si no es el de la escrit ura que fij a y reit era su im agen.
Todo est á dicho claram ent e desde el prim er prefacio del I t inerario de París
a Jerusalén.
Chat eaubriand se defiende allí de haber hecho su viaj e " para escribirlo"
pero reconoce que quería buscar " im ágenes" para Los m árt ires. No pret ende
ciencia: " No m archo en absolut o sobre las huellas de los Chardin, de los Tavernier,
de los Chandler, de los Mungo Park, de los Hum boldt ..." ( pág.19) . De suert e que
est a obra sin finalidad confesada responde al deseo cont radict orio de no hablar sino
de su aut or sin decir nada a nadie: " Por lo dem ás, es al hom bre, m ucho m ás que al
aut or, a quien se verá por t odas part es; hablo et ernam ent e de m í, y hablaba con
seguridad, puest o que no cont aba de ningún m odo con publicar m is Mem orias"
( pág. 20) . Los punt os de vist a privilegiados por el visit ant e y que el escrit or
describe son evident em ent e aquellos desde donde se descubren una serie de
punt os not ables ( " ...el m ont e Hym et o al est e, el Pent élico al nort e, el Parnesio al
noroest e..." ) pero la cont em plación se acaba significat ivam ent e en el m om ent o en
que, volviendo sobre sí m ism a y t om ándose ella m ism a por obj et o, parece
disolverse en la m ult it ud inciert a de las m iradas pasadas y fut uras: " Est e cuadro del
Át ica, el espect áculo que yo cont em plaba, había sido cont em plado por oj os
cerrados hace dos m il años. Pasaré a m i vez: ot ros hom bres t an fugit ivos com o yo
vendrán a hacer las m ism as reflexiones sobre las m ism as ruinas..." ( pág. 153) . El
punt o de vist a ideal, porque agrega a la dist ancia el efect o del m ovim ient o, es el
49
puent e del navío que se alej a. La evocación de la t ierra que desaparece bast a para
suscit ar la del pasaj ero que t odavía t rat a de percibirla: ya pront o no será m ás que
una som bra, un rum or, un ruido. Est a abolición del lugar es t am bién la culm inación
del viaj e, la pose últ im a del viaj ero: " A m edida que nos alej ábam os, las colum nas
de
Sunion
parecían
m ás
bellas
por
encim a
de
las
olas:
se
las
percibía
perfect am ent e sobre el azul del cielo a causa de su ext rem a blancura y de la
serenidad de la noche. Est ábam os ya bast ant e lej os del cabo, y t odavía resonaba
en nuest ros oídos el hervidero de las olas al pie de la roca, del m urm ullo del vient o
en los enebros, y del cant o de los grillos que son hoy los únicos habit ant es de las
ruinas del t em plo: fueron los últ im os ruidos que oí en la t ierra de Grecia ( pág.
190) .
Diga lo que diga ( " Seré quizás el últ im o francés salido de m i país para
viaj ar a Tierra Sant a, con las ideas, el obj et o y los sent im ient os de un ant iguo
peregrino" ( pág. 331) , Chat eaubriand no cum plió un peregrinaj e. El lugar elevado
en el que finalizó el peregrinaj e est á por definición sobrecargado de sent ido. El
sent ido que se viene aquí a buscar vale para hoy com o valía ayer, para cada
peregrino. El it inerario que conduce allí, j alonado de et apas y de punt os fuert es,
com pone con él un lugar " de sent ido único" , un " espacio" en el sent ido en que
Michel de Cert eau em plea el t érm ino. Alphonse Dupront hace not ar que la t ravesía
m arít im a m ism a t iene allí valor iniciát ico: " Así, en los cam inos del peregrinaj e,
desde la t ravesía, se im pone una discont inuidad y una especie de t rivialización de
heroicidad. Tierra y agua m uy desigualm ent e ilust rant es y sobre t odo, con los
recorridos en el m ar, una rupt ura im puest a por el m ist erio del agua. Dat os
aparent es, det rás de los cuales se disim ulaba, m ás profunda, una realidad que
parece im ponerse a la int uición de algunos hom bres de I glesia a com ienzos del
siglo XI I , la del cum plim ient o de un rit o de pasaj e, encam inándose por el m ar ( pág.
31) .
Con Chat eaubriand, se t rat a de ot ra cosa m uy dist int a; el fin últ im o de su
viaj e no es Jerusalén sino España, donde va a reunirse con su am ant e ( pero el
I t inerario no es una confesión: Chat eaubriand se calla y " guarda las apariencias" ) :
sobre t odo no lo inspiran los lugares sant os. Se ha escrit o ya m ucho sobre ellos:
" ...Aquí sient o perplej idad. ¿Debía ofrecer la pint ura exact a de los lugares sant os?
Pero ent onces no puedo sino repet ir lo que se ha dicho ant es de m í: nunca un t em a
f u e quizá m enos conocido por los lect ores m odernos, y sin em bargo nunca un t em a
f u e t an com plet am ent e agot ado. ¿Debo om it ir la descripción de est os lugares
sagrados? Pero ¿no será eso quit ar la part e m ás esencial de m i viaj e y hacer
desaparecer lo que es su fin y su obj et o?" ( pág. 308) . Sin duda t am bién, en t ales
lugares, el crist iano que quiere ser no puede t an fácilm ent e, com o delant e de Át ica
o de Lacedem onia, celebrar la desaparición de t odas las cosas. Ent onces describe
50
con aplicación, hace alarde de erudición, cit a páginas ent eras de viaj eros o de
poet as com o Milt on o el Tasso. Esquiva, y es segura est a vez aquí la abundancia de
palabras
y
de
docum ent os
que
perm it irían
definir
los
lugares
sant os
de
Chat eaubriand com o un no lugar m uy próxim o a aquellos que nuest ros follet os y
nuest ras guías ponen en im ágenes y en fórm ulas. Si volvem os un inst ant e al
análisis de la m odernidad com o coexist encia querida de m undos diferent es ( la
m odernidad baudeleriana) , com probam os que la experiencia del no lugar com o
rem isión de sí a sí m ism o y puest a a dist ancia sim ult ánea del espect ador y del
espect áculo no est á aquí siem pre ausent e. St arobinski, en su com ent ario del prim er
poem a de los Tableaux parisiens, insist e en que la coexist encia de dos m undos es
lo que hace la ciudad m oderna, chim eneas y cam panarios confundidos, pero sit úa
t am bién la posición part icular del poet a que quiere, en sum a, ver las cosas desde lo
alt o y de lej os, y no pert enece ni al universo de la religión ni al del t rabaj o. Est a
posición corresponde al doble aspect o de la m odernidad: " La pérdida del suj et o en
la m uchedum bre o, a la inversa, el poder absolut o, reivindicado por la conciencia
individual" .
Pero se puede t am bién señalar que la posición del poet a que m ira es en sí
m ism a espect áculo. En ese cuadro parisiense, es Baudelaire quien ocupa el prim er
lugar, aquel desde donde ve la ciudad pero que ot ro yo, a dist ancia, const it uye en
obj et o una " segunda visión" :
Las dos m anos en el m ent ón, desde lo alt o de m i
bohardilla,
veré el t aller que cant a y que charla,
las chim eneas, los cam panarios...
Así Baudelaire no pondría sim plem ent e en escena la necesaria coexist encia
de la ant igua religión y de la indust ria nueva, o el poder absolut o de la conciencia
individual, sino una form a m uy part icular y m uy m oderna de soledad. Poner de
m anifiest o una posición, una " post ura" , una act it ud, en el sent ido m ás físico y m ás
t rivial del t érm ino, es algo que se efect úa al t érm ino de un m ovim ient o que vacía
de t odo cont enido y de t odo sent ido el paisaj e y la m irada que lo t om aba por
obj et o, puest o que, precisam ent e la m irada se funde en el paisaj e y se vuelve el
obj et o de una m irada segunda e inasignable: la m ism a, ot ra.
A t ales desplazam ient os de la m irada, a t ales j uegos de im ágenes, a t ales
vaciam ient os de la conciencia pueden conducir, a m i ent ender, pero est a vez aquí
de
m odo
sist em át ico,
generalizado
y
prosaico,
las
m anifest aciones
m ás
51
caract eríst icas de lo que yo propondría llam ar " sobrem odernidad" . Est a im pone en
efect o a las conciencias individuales experiencias y pruebas m uy nuevas de
soledad, direct am ent e ligadas a la aparición y a la proliferación de no lugares. Pero
sin duda era út il, ant es de pasar al exam en de lo que son los no lugares de la
sobrem odernidad,
m encionar
aunque
fuese
alusivam ent e,
la
relación
que
m ant enían con las nociones de lugar y de espacio los represent ant es m ás
reconocidos de la " m odernidad" en art e. Sabem os que una part e del int erés que
despert aban
en
Benj am in
los " pasaj es"
parisienses y,
m ás en
general,
la
arquit ect ura de hierro y de vidrio, se debe al hecho de que puede discernir allí una
volunt ad de prefigurar lo que será la arquit ect ura del siglo siguient e, un sueño o
una
ant icipación.
Podem os
pregunt arnos
en
est e
m ism o
sent ido
si
los
represent ant es de la m odernidad de ayer, a quienes el espacio concret o del m undo
ofreció m at eria de reflexión, no han ilum inado por ant icipado ciert os aspect os de la
sobrem odernidad de hoy, no por el azar de algunas int uiciones felices sino porque
encarnaban ya, de un m odo excepcional ( en su caráct er de art ist as) , sit uaciones
( post uras, act it udes) que se convirt ieron en m odalidades m ás prosaicas, en el
dest ino com ún.
Se
ve
claram ent e
que
por
" no
lugar"
designam os
dos
realidades
com plem ent arias pero dist int as: los espacios const it uidos con relación a ciert os
fines ( t ransport e, com ercio, ocio) , y la relación que los individuos m ant ienen con
esos espacios. Si las dos relaciones se superponen bast ant e am pliam ent e, en t odo
caso, oficialm ent e ( los individuos viaj an, com pran, descansan) , no se confunden
por eso pues los no lugares m ediat izan t odo un conj unt o de relaciones consigo
m ism o y con los ot ros que no apunt an sino indirect am ent e a sus fines: com o los
lugares
ant ropológicos
crean
lo
social
orgánico,
los
no
lugares
crean
la
cont ract ualidad solit aria. ¿Cóm o im aginar el análisis durkheim iniano de una sala de
espera de Roissy?
La m ediación que est ablece el vínculo de los individuos con su ent orno en
el espacio del no lugar pasa por las palabras, hast a por los t ext os. Sabem os ant e
t odo que hay palabras que hacen im agen o m ás bien im ágenes: cada uno de
aquellos que nunca fueron a Tahit í o a Marrakesh puede dar libre curso a su
im aginación apenas leen u oyen est os nom bres. Algunos concursos t elevisivos
logran así una part e de su prest igio del hecho de que ofrecen una enorm e cant idad
de prem ios, en especial viaj es y est adías ( " una sem ana para dos en un hot el de
t res est rellas en Marruecos" , " quince días con pensión com plet a en Florida" ) cuya
sola m ención bast a para despert ar el placer de los espect adores que no son ni
serán nunca los beneficiarios. El " peso de las palabras" del cual se enorgullece un
sem anario francés que lo asocia con " la im presión que causan las fot os" , no es
solam ent e el de los nom bres propios. Una cant idad de nom bres com unes ( est adía,
52
viaj e, m ar, sol, crucero...) poseen en cada caso, en ciert os cont ext os, la m ism a
fuerza de evocación. En sent ido inverso, nos im aginam os perfect am ent e la
at racción que pudieron y pueden ej ercer por ot ra part e palabras para nosot ros
m enos exót icas, o aun despoj adas de t odo efect o de dist ancia, com o Am érica,
Europa, Occident e, consum o, circulación. Ciert os lugares no exist en sino por las
palabras que los evocan, no lugares en est e sent ido o m ás bien lugares
im aginarios, ut opías t riviales, clisés. Son lo cont rario del no lugar según Michel de
Cert eau, lo cont rario del lugar dicho ( del que no se sabe, casi nunca, quién lo ha
dicho y lo que dij o) . Aquí la palabra no crea una separación ent re la funcionalidad
cot idiana y el m it o perdido: crea la im agen, produce el m it o y al m ism o t iem po lo
hace funcionar ( los t eleespect adores perm anecen fieles a la em isión, los albaneses
acam pan en I t alia soñando con Am érica, el t urism o se desarrolla) .
Pero los no lugares reales de la sobrem odernidad, los que t om am os cuando
t ransit arnos por la aut opist a, hacem os las com pras en el superm ercado o
esperam os en un aeropuert o el próxim o vuelo para Londres o Marsella, t ienen de
part icular que se definen t am bién por las palabras o los t ext os que nos proponen:
su m odo de em pleo, en sum a, que se expresa según los casos de m odo prescript ivo
( " t om ar el carril de la derecha" ) , prohibit ivo ( " prohibido fum ar" ) o inform at ivo
( " ust ed ent ra en el Beauj olais" ) y que recurre t ant o a ideogram as m ás o m enos
explícit os y codificados ( los del código vial o los de las guías t uríst icas) com o a la
lengua nat ural. Así son puest as en su lugar las condiciones de circulación en los
espacios donde se considera que los individuos no int eract úan sino con los t ext os
sin ot ros enunciadores que las personas " m orales" o las inst it uciones ( aeropuert os,
com pañías de aviación, m inist erio de t ransport es, sociedades com erciales, policía
cam inera, m unicipalidades) cuya presencia se adivina vagam ent e o se afirm a m ás
explícit am ent e ( " el Consej o general financia est e t ram o de rut a" , " el Est ado t rabaj a
para m ej orar sus condiciones de vida" ) det rás de los m andat os, los consej os, los
com ent arios, los " m ensaj es" t ransm it idos por los innum erables " soport es" ( cart eles,
pant allas, afiches) que form an part e int egrant e del paisaj e cont em poráneo.
Las aut opist as en Francia fueron bien diseñadas y revelan los paisaj es, a
veces casi aéreos, m uy diferent es de los que puede apreciar el viaj ero que t om a las
rut as nacionales o depart am ent ales. Con ellas se ha pasado del film e int im ist a a los
grandes horizont es de los west erns. Pero son los t ext os disem inados por los
recorridos los que dicen el paisaj e y explicit an sus secret as bellezas. Ya no se
at raviesan las ciudades, sino que los punt os not ables est án señalados en cart eles
en los que se inscribe un verdadero com ent ario. El viaj ero ya no necesit a det enerse
e inclusive ni m irar. Así, se le ruega en la aut opist a del sur que prest e ciert a
at ención a t al pueblo fort ificado del siglo XVI I I o a t al viñedo renom brado, a
Vézelay, " colina et erna" , o aun a los paisaj es del Avallonnais, o del propio Cézanne
53
( ret orno de la cult ura en una nat uraleza en sí m ism a escondida pero siem pre
com ent ada) . El paisaj e t om a sus dist ancias, y sus det alles arquit ect ónicos o
nat urales son la ocasión para un t ext o, a veces adornado con un dibuj o
esquem át ico cuando parece que el viaj ero de paso no est á verdaderam ent e en
sit uación de ver el punt o not able señalado a su at ención y se encuent ra ent onces
condenado a obt ener placer con el solo conocim ient o de su proxim idad.
El recorrido por la aut opist a es por lo t ant o doblem ent e not able: por
necesidad funcional, evit a t odos los lugares im port ant es a los que nos aproxim a;
pero los com ent a. Las est aciones de servicio agregan algo a est a inform ación y se
dan cada vez m ás aires de casas de la cult ura regional, proponiendo algunos
product os locales, algunos m apas y guías que podrían ser út iles a quien se
det uviera. Pero la m ayor part e de los que pasan no se det ienen, j ust am ent e;
event ualm ent e vuelven a pasar, cada verano o varias veces por año; de suert e que
el espacio abst ract o que se ven obligados regularm ent e a leer m ás que a m irar se
les vuelve a la larga ext rañam ent e fam iliar, com o a ot ros, m ás afort unados, el
vendedor de orquídeas de Bangkok o el dut y- free de Roissy I .
Hace
unos
t reint a
años,
en
Francia,
las
rut as
nacionales,
las
depart am ent ales o las vías férreas penet raban en la int im idad de la vida cot idiana.
El recorrido vial y el recorrido ferroviario se oponían, desde est e punt o de vist a,
com o el anverso y el reverso, y est a oposición result a parcialm ent e act ual para
aquel que se at iene, hoy, a la frecuent ación de las rut as depart am ent ales y los
t ransport es ferroviarios dist int os del TGV, aun de las líneas regionales, cuando
quedan, puest o que significat ivam ent e los que desaparecen son los servicios
locales, las vías de int erés local. Las rut as depart am ent ales, hoy a m enudo
condenadas
a
rodear
los
conglom erados
urbanos,
se
t ransform aban
ant es
regularm ent e en calles de ciudad o de pueblo, bordeadas a cada lado por las
fachadas de las casas. Ant es de las ocho de la m añana, o después de las siet e de la
t arde, el viaj ero al volant e at ravesaba un desiert o de fachadas cerradas ( persianas
cerradas, luces que se filt raban por las celosías o direct am ent e sin luces, ya que las
habit aciones y salas de est ar solían dar a la part e de at rás de las casas) : ese
viaj ero era t est igo de la im agen digna y acom pasada que los franceses gust an dar
de sí m ism os, que cada francés gust a darles a sus vecinos. El aut om ovilist a de paso
observaba alguna cosa de las ciudades que hoy se han vuelt o nom bres de un
it inerario ( La Fert é- Bernard, Nogent - le- Rot rou) ; al det enerse ant e un sem áforo en
roj o o por una congest ión de t ránsit o, podía ocurrir que t uviese que descifrar t ext os
( cart eles de los com ercios de la ciudad, inform es m unicipales) , que no le est aban
priorit ariam ent e dest inados. El t ren, por su part e, era m ás indiscret o, lo es t odavía.
La vía férrea,
a m enudo t razada det rás de las casas que const it uyen el
conglom erado, sorprende a los provincianos en la int im idad de su vida cot idiana, no
54
ya del lado de la fachada sino del j ardín, del lado de la cocina o de la habit ación y,
por la noche, del lado de la luz, m ient ras que, si no hubiese alum brado público, la
calle sería el dom inio de la som bra y de la noche. Y ant es, el t ren no era t an rápido
que im pidiese al viaj er o curioso descifrar al pasar el nom bre de la est ación..., cosa
que im pide la excesiva velocidad de los t renes act uales, com o si ciert os t ext os se
hubiesen vuelt o obsolet os para el pasaj ero de hoy. Se le propone ot ra cosa; en el
" t ren- avión" , que es en part e el TGV, puede consult ar una revist a bast ant e
sem ej ant e a las que las com pañías aéreas ponen a disposición de su client ela: est a
revist a le recuerda, a t ravés de report aj es, fot os y anuncios publicit arios, la
necesidad de vivir a escala ( o a la im agen) del m undo de hoy.
Ot ro
ej em plo
de
invasión
del
espacio
por
el
t ext o:
los
grandes
superm ercados en los cuales el client e circula silenciosam ent e, consult a las
et iquet as, pesa las verduras o las frut as en una m áquina que le indica, con el peso,
el precio, luego t iende su t arj et a de crédit o a una m uj er j oven pero t am bién
silenciosa, o poco locuaz, que som et e cada art ículo al regist ro de una m áquina
decodificadora ant es de verificar si la t arj et a de crédit o est á en condiciones. Diálogo
m ás direct o pero aun m ás silencioso: el que cada t it ular de una t arj et a de crédit o
m ant iene con la m áquina dist ribuidora donde la insert a y en cuya pant alla le son
t ransm it idas inst rucciones generalm ent e alent adoras pero que const it uyen a veces
verdaderos llam ados al orden ( " Tarj et a m al int roducida" , " Ret ire su t arj et a" , " Lea
at ent am ent e las inst rucciones" ) . Todas las int erpelaciones que em anan de las rut as,
de los cent ros com erciales o del servicio de guardia del sist em a bancario que est á
en la esquina de nuest ra calle apunt an en form a sim ult ánea, indiferent e, a cada
uno de nosot ros ( " Gracias por su visit a" , " Buen viaj e" , " Gracias por su confianza" ) ,
no im port a a quién: son las que fabrican al " hom bre m edio" , definido com o usuario
del sist em a vial, com ercial o bancario. Esas int erpelaciones lo const ruyen y
event ualm ent e lo individualizan: en algunas rut as y aut opist as, la advert encia
súbit a de un let rero lum inoso ( ¡110! ; ¡110! ) llam a al orden al aut om ovilist a
dem asiado apurado; en algunos cruces de rut as parisienses, cuando se pasa un
sem áforo en roj o eso queda aut om át icam ent e regist rado y el coche del culpable
ident ificado por fot o. Toda t arj et a de crédit o lleva un código de ident ificación que le
perm it e a la m áquina dist ribuidora proveer a su t it ular inform aciones al m ism o
t iem po que un recordat orio de las reglas del j uego: " Ust ed puede ret irar 600
francos" .
Mient ras
que
la
ident idad
de
unos
y
ot ros
const it uía
el
" lugar
ant ropológico" , a t ravés de las com plicidades del lenguaj e, las referencias del
paisaj e, las reglas no form uladas del saber vivir, el no lugar es el que crea la
ident idad com part ida de los pasaj eros, de la client ela o de los conduct ores del
dom ingo. Sin duda, inclusive, el anonim at o relat ivo que necesit a est a ident idad
provisional puede ser sent ido com o una liberación por aquellos que, por un t iem po,
55
no t ienen m ás que at enerse a su rango, m ant enerse en su lugar, cuidar de su
aspect o. Dut y free: una vez declarada su ident idad personal ( la del pasaport e o la
cédula de ident idad) , el pasaj ero del vuelo próxim o se precipit a en el espacio " libre
de t asas" , liberado del peso de sus valij as y de las cargas de la cot idianidad, no
t ant o para com prar a m ej or precio, quizá, com o para experim ent ar la realidad de
su disponibilidad del m om ent o, su cualidad irrecusable de pasaj ero en el m om ent o
de la part ida.
Solo, pero sem ej ant e a los ot ros, el usuario del no lugar est á con ellos ( o
con los poderes que lo gobiernan) en una relación cont ract ual. La exist encia de est e
cont rat o se le recuerda en cada caso ( el m odo de em pleo del no lugar es un
elem ent o de eso) : el bolet o que ha com prado, la t arj et a que deberá present ar en el
peaj e, o aun el carrit o que em puj a en las góndolas del superm ercado, son la m arca
m ás o m enos fuert e de t odo eso. El cont rat o t iene siem pre relación con la ident idad
individual de aquel que lo suscribe. Para acceder a las salas de em barque de un
aeropuert o, es necesario ant e t odo present ar el bolet o al regist ro ( donde est á
escrit o el nom bre del pasaj ero) . La present ación sim ult ánea al cont rol de policía de
la t arj et a de em barque y de un docum ent o de ident idad provee la prueba de que el
cont rat o ha sido respet ado. No t odos los países t ienen las m ism as exigencias
( docum ent o de ident idad, pasaport e, pasaport e y visa) , pero desde la part ida se
asegura que est o se ha t enido en cuent a. De suert e que el pasaj ero sólo adquiere
su derecho al anonim at o después de haber aport ado la prueba de su ident idad,
refrendado el cont rat o de alguna m anera. Cuando el client e del superm ercado paga
con cheque o con t arj et a de crédit o, t am bién m anifiest a su ident idad, lo m ism o que
el usuario de la aut opist a. En ciert o m odo, el usuario del no lugar siem pre est á
obligado a probar su inocencia. El cont rol a priori o a post eriori de la ident idad y del
cont rat o coloca el espacio del consum o cont em poráneo baj o el signo del no lugar:
sólo se accede a él en est ado de inocencia. Las palabras casi ya no cuent an. No hay
individualización ( derecho al anonim at o) sin cont rol de la ident idad. Nat uralm ent e,
los crit erios de la inocencia son los crit erios convenidos y oficiales de la ident idad
individual ( los que figuran en las t arj et as y est án regist rados en m ist eriosos
ficheros) . Pero la inocencia es t am bién ot ra cosa: el espacio del no lugar libera a
quien lo penet ra de sus det erm inaciones habit uales. Esa persona sólo es lo que
hace o vive com o pasaj ero, client e, conduct or. Quizá se sient e t odavía m olest o por
las inquiet udes de la víspera, o preocupado por el m añana, pero su ent orno del
m om ent o lo alej a provisionalm ent e de t odo eso. Obj et o de una posesión suave, a la
cual se abandona con m ayor o m enor t alent o o convicción, com o cualquier poseído,
saborea por un t iem po las alegrías pasivas de la desident ificación y el placer m ás
act ivo del desem peño de un rol.
56
En definit iva, se encuent ra confront ado con una im agen de sí m ism o, pero
bast ant e ext raña en realidad. En el diálogo silencioso que m ant iene con el paisaj et ext o que se dirige a él com o a los dem ás, el único rost ro que se dibuj a, la única
voz que t om a cuerpo, son los suyos: rost ro y voz de una soledad t ant o m ás
desconcert ant e en la m edida en que evoca a m illones de ot ros. El pasaj ero de los
no lugares sólo encuent ra su ident idad en el cont rol aduanero, en el peaj e o en la
caj a regist radora. Mient ras espera, obedece al m ism o código que los dem ás,
regist ra los m ism os m ensaj es, responde a las m ism as apelaciones. El espacio del
no lugar no crea ni ident idad singular ni relación, sino soledad y sim ilit ud.
Tam poco le da lugar a la hist oria, event ualm ent e t ransform ada en
elem ent o de espect áculo, es decir, por lo general, en t ext os alusivos. Allí reinan la
act ualidad y la urgencia del m om ent o present e. Com o los no lugares se recorren,
se m iden en unidades de t iem po. Los it inerarios no se realizan sin horarios, sin
t ableros de llegada o de part ida que siem pre dan lugar a la m ención de posibles
ret rasos. Se viven en el present e. Present e del recorrido, que se m at erializa hoy en
los vuelos t ranscont inent ales sobre una pant alla donde se regist ra a cada m inut o el
m ovim ient o del aparat o. Si es necesario, el com andant e de abordo lo explicit a de
m anera un t ant o redundant e: " A la derecha del avión, pueden ver la ciudad de
Lisboa" . De hecho, no se percibe nada: el espect áculo, una vez m ás, sólo es una
idea, una palabra. En la aut opist a hay cart eles lum inosos que dan la t em perat ura
del m om ent o y las inform aciones út iles para la práct ica del espacio: " En la A3,
em bot ellam ient o de dos kilóm et ros" . Present e de la act ualidad en sent ido am plio:
en el avión, los diarios se leen y se releen; varias com pañías aseguran inclusive la
ret ransm isión de los diarios t elevisados. La m ayor part e de los aut om óviles est án
equipados con aut orradios. La radio funciona de m anera inint errum pida en las
est aciones de servicio o en los superm ercados: los est ribillos del día, los anuncios
publicit arios, algunas not icias son propuest as, im puest as a los client es de paso. En
sum a, es com o si el espacio est uviese at rapado por el t iem po, com o si no hubiera
ot ra hist oria m ás que las not icias del día o de la víspera, com o si cada hist oria
individual agot ara sus m ot ivos, sus palabras y sus im ágenes en el st ock inagot able
de una inacabable hist oria en el present e.
Asalt ado por las im ágenes que difunden con exceso las inst it uciones del
com ercio, de los t ransport es o de la vent a, el pasaj ero de los no lugares hace la
experiencia sim ult ánea del present e perpet uo y del encuent ro de sí. Encuent ro,
ident ificación, im agen: ese elegant e cuadragenario que parece experim ent ar una
felicidad inefable baj o la m irada at ent a de una azafat a rubia, es él; ese pilot o de
m irada segura que lanza su m ot or de t urbinas sobre no se sabe qué pist a africana,
es él; ese hom bre de rost ro viril que una m uj er cont em pla am orosam ent e porque
usa un agua de colonia con perfum e salvaj e, es t am bién él. Si est as invit aciones a
57
la ident ificación son esencialm ent e m asculinas es porque el ideal del yo que
difunden es en efect o m asculino y porque, por el m om ent o, una m uj er de negocios
o una conduct ora creíbles sólo se represent an con cualidades " m asculinas" . El t ono
cam bia,
nat uralm ent e,
y
las im ágenes t am bién,
en
los no lugares m enos
prest igiosos com o son los superm ercados frecuent ados m ayorit ariam ent e por
m uj eres.
El t em a de la igualdad de los sexos ( incluso,
en
el fut uro,
la
indiferenciación) , se aborda allí de m odo sim ét rico e inverso: los nuevos padres, se
lee a veces en las revist as " fem eninas" , se int eresan en el cuidado del hogar y en la
at ención de los bebés. Pero se percibe t am bién en los superm ercados el rum or del
prest igio cont em poráneo: los m edios, las vedet t es, la act ualidad. Pues lo m ás
not able, en sum a, result a lo que se podría llam ar las " part icipaciones cruzadas" de
los aparat os publicit arios.
Las radios privadas hacen la publicidad de los grandes superm ercados; los
grandes superm ercados la de las radios privadas. Las est aciones de servicio de los
lugares de vacaciones ofrecen viaj es a los Est ados Unidos y la radio nos lo inform a.
Las revist as de las com pañías aéreas hacen la publicidad de los hot eles que hacen
la publicidad de las com pañías aéreas... y lo int eresant e es que t odos los
consum idores de espacio se encuent ran así at rapados en los ecos y las im ágenes
de una suert e de cosm ología obj et ivam ent e universal, a diferencia de aquellas que
t radicionalm ent e
est udiaban
los
et nólogos
y,
al
m ism o
t iem po,
fam iliar
y
prest igiosa. De t odo est o result an dos cosas por lo m enos. Por una part e, esas
im ágenes t ienden a hacer sist em a: esbozan un m undo de consum o que t odo
individuo puede hacer suyo porque allí es incesant em ent e int erpelado. Aquí la
t ent ación del narcisism o es t ant o m ás fascinant e en la m edida en que parece
expresar la ley com ún: hacer com o los dem ás para ser uno m ism o. Por ot ra part e,
com o
t odas
las
cosm ologías,
la
nueva
cosm ología
produce
efect os
de
reconocim ient o. Paradoj a del no lugar: el ext ranj ero perdido en un país que no
conoce ( el ext ranj ero " de paso" ) sólo se encuent ra aquí en el anonim at o de las
aut opist as, de las est aciones de servicio, de los grandes superm ercados o de las
cadenas de hot eles. El escudo de una m arca de naft a const it uye para él un punt o
de
referencia
t ranquilizador,
y
encuent ra
con
alivio
en
los
est ant es
del
superm ercado los product os sanit arios, hogareños o alim ent icios consagrados por
las firm as m ult inacionales. I nversam ent e, los países del Est e conservan algún t ipo
de exot ism o porque no cuent an t odavía con t odos los m edios para alcanzar el
espacio m undial del consum o.
En la realidad concret a del m undo de hoy, los lugares y los espacios, los
lugares y los no lugares se ent relazan, se int erpenet ran. La posibilidad del no lugar
58
no est á nunca ausent e de cualquier lugar que sea. El ret orno al lugar es el recurso
de aquel que frecuent a los no lugares ( y que sueña, por ej em plo, con una
residencia secundaria arraigada en las profundidades del t erruño) . Lugares y no
lugares se oponen ( o se at raen) com o las palabras y los concept os que perm it en
describirlas. Pero las palabras de m oda —las que no t enían derecho a la exist encia
hace unos t reint a años— son las de los no lugares. Así podem os oponer las
realidades del t ránsit o ( los cam pos de t ránsit o o los pasaj eros en t ránsit o) a las de
la residencia o la vivienda, las int ersecciones de dist int os niveles ( donde no se
cruza) a los cruces de rut a ( donde se cruza) , el pasaj ero ( que define su dest ino) al
viaj ero ( que vaga por el cam ino) —significat ivam ent e, aquellos que son t odavía
viaj eros para la SNCF se vuelven pasaj eros cuando t om an el TGV—, el com plej o
( " grupo de casas habit ación nuevas" ) , donde no se vive j unt os y que no se sit úa
nunca en el cent ro de nada ( grandes com plej os: sím bolo de zonas llam adas
periféricas) al m onum ent o, donde se com part e y se conm em ora; la com unicación
( sus códigos, sus im ágenes, sus est rat egias) a la lengua ( que se habla) . En est e
caso el vocabulario es esencial pues t ej e la t ram a de las cost um bres, educa la
m irada, inform a el paisaj e. Volvam os un inst ant e a la definición que propone
Vincent Descom bes de la noción de " país ret órico" a part ir de un análisis de la
" filosofía" o m ás bien de la " cosm ología" de Com bray: " ¿Dónde el personaj e est á en
su casa? La pregunt a no se refiere t ant o a un t errit orio geográfico corno a un
t errit orio ret órico ( t om ando la palabra ret órica en el sent ido clásico, sent ido
definido por ocios ret óricos com o el alegat o, la acusación, el elogio, la censura, la
recom endación, la adm onición, et c.) . El personaj e est á en su casa cuando est á a
gust o con la ret órica de la gent e con la que com part e su vida. El signo de que se
est á en casa es que se logra hacerse ent ender sin dem asiados problem as, y que al
m ism o t iem po se logra seguir las razones de los int erlocut ores sin necesidad de
largas explicaciones. El país ret órico de un personaj e finaliza allí donde sus
int erlocut ores ya no com prenden las razones que él da de sus hechos y gest os ni
las quej as que form ula ni la adm iración que m anifiest a. Una alt eración de la
com unicación ret órica m anifiest a el paso de una front era, que es necesario con t oda
seguridad represent arse com o una zona front eriza, un escalón, m ás que com o una
línea bien t razada" ( pág. 179) .
Si Descom bes est á en lo ciert o, hay que concluir que en el m undo de la
sobrem odernidad se est á siem pre y no se est á nunca " en casa" : las zonas
front erizas o los " escalones" de los que él habla ya no int roducen nunca a m undos
t ot alm ent e ext ranj eros. La sobrem odernidad ( que procede sim ult áneam ent e de las
t res figuras del exceso que son la superabundancia de acont ecim ient os, la
superabundancia espacial y la individualización de las referencias) encuent ra
nat uralm ent e su expresión com plet a en los no lugares. Por ést os, al cont rario,
59
t ransit an palabras e im ágenes que reencuent ran su raíz en los lugares t odavía
diversos donde los hom bres t rat an de const ruir una part e de su vida cot idiana.
Sucede inversam ent e que el no lugar pide prest adas sus palabras al t erruño, com o
se ve en las aut opist as, donde las " áreas de reposo" — siendo el t érm ino área
verdaderam ent e el m ás neut ro posible, el m ás alej ado del lugar y del lugar dicho—
son a veces designadas por referencia a algún at ribut o part icular y m ist erioso del
t erruño próxim o: área de Hibou, área del Git e- aux- Loups, área de la Com beTourm ent e, área de las Croquet t es... Vivim os por lo t ant o en un m undo donde se
ha vuelt o un fenóm eno general lo que los et nólogos llam aban t radicionalm ent e
" cont act o cult ural" . La prim era dificult ad de una et nología del " aquí" es que siem pre
t iene algo que ver con el " afuera" , sin que el est at ut o de est e " afuera" pueda
const it uirse en obj et o singular y dist int o ( exót ico) . El lenguaj e da t est im onio de
est as m últ iples im pregnaciones. En est e sent ido es m uy revelador el recurso al
inglés básico de las t ecnologías de la com unicación o del m arket ing: est o no m arca
t ant o el t riunfo de una lengua sobre las ot ras com o la invasión de t odas las lenguas
por un vocabulario de audiencia universal. Lo significat ivo es la necesidad de est e
vocabulario generalizado y no t ant o el hecho de que sea el inglés. El debilit am ient o
lingüíst ico ( si se denom ina así a la dism inución de la com pet encia sem ánt ica y
sint áct ica en la práct ica m edia de las lenguas habladas) es m ás im put able a est a
generalización que a la cont am inación y a la subversión de una lengua por ot ra.
A part ir de est o podem os ver bien qué es lo que dist ingue a la
sobrem odernidad de la m odernidad, t al com o la definió St arobinski a t ravés de
Baudelaire. La superm odernidad no es el t odo de la cont em poraneidad. En la
m odernidad del paisaj e baudeleriano, por el cont rario, t odo se m ezcla, t odo se
unifica: los cam panarios son los " dueños de la ciudad" . Lo que cont em pla el
espect ador de la m odernidad es la im bricación de lo ant iguo y de lo nuevo. La
sobrem odernidad conviert e a lo ant iguo ( la hist oria) en un espect áculo específico,
así com o a t odos los exot ism os y a t odos los part icularism os locales. La hist oria y el
exot ism o desem peñan el m ism o papel que las " cit as" en el t ext o escrit o, est at ut o
que se expresa de m aravillas en los cat álogos edit ados por las agencias de viaj es.
En los no lugares de la sobrem odernidad hay siem pre un lugar específico ( en el
escaparat e, en un cart el, a la derecha del aparat o, a la izquierda de la aut opist a)
para las " curiosidades" present adas com o t ales: ananás de la Cost a de Marfil, los
" j efes" de la República de Venecia, la ciudad de Tánger, el paisaj e de Alesia.
Pero ést os no operan ninguna sínt esis, no int egran nada, aut orizan
solam ent e el t iem po de un recorrido, la coexist encia de individualidades dist int as,
sem ej ant es e indiferent es las unas a las ot ras. Si los no lugares son el espacio de la
sobrem odernidad, ést a no puede, por lo t ant o, aspirar a las m ism as am biciones que
la m odernidad. Cuando los individuos se acercan, hacen lo social y disponen los
60
lugares. El espacio de la sobrem odernidad est á t rabaj ado por ést a cont radicción:
sólo t iene que ver con individuos ( client es, pasaj eros, usuarios, oyent es) pero no
est án ident ificados,
socializados ni localizados ( nom bre,
profesión,
lugar
de
nacim ient o, dom icilio) m ás que a la ent rada o a la salida. Si los no lugares son el
espacio de la sobrem odernidad, es necesario explicar est a paradoj a: el j uego social
parece desarrollarse fuera de los puest os de avanzada de la cont em poraneidad. Es
a m odo de un inm enso parént esis com o los no lugares acogen a los individuos cada
día m ás num erosos, t ant o m ás cuant o que a ellos apunt an part icularm ent e t odos
aquellos que llevan hast a el t errorism o su pasión del t errit orio a preservar o a
conquist ar. Si los aeropuert os y los aviones, los superm ercados y las est aciones
fueron siem pre el blanco privilegiado de los at ent ados ( para no hablar de los coches
bom bas) , es sin duda por razones de eficacia, si se puede ut ilizar est a palabra. Pero
es quizá t am bién porque, m ás o m enos confusam ent e, aquellos que reivindican
nuevas socializaciones y nuevas localizaciones no pueden ver en ello sino la
negación de su ideal. El no lugar es lo cont rario de la ut opía: exist e y no post ula
ninguna sociedad orgánica.
En est e punt o volvem os a encont rarnos con una cuest ión que hem os
rozado ant es: la de la polít ica. En un art ículo consagrado a la ciudad, * Sylviane
Agacinski recuerda lo que fueron el ideal y la exigencia del convencional Anacharsis
Cloot s. Host il a t odo poder " incorporado" , reclam a la m uert e del rey. Toda
localización del poder, t oda soberanía singular, aun la división de la hum anidad en
pueblos, le parecen incom pat ibles con la soberanía indivisible del género hum ano.
En est a perspect iva, la capit al, París, no es un lugar privilegiado m ás que porque se
privilegia " un pensam ient o desarraigado, dest errit orializado" ; " La paradoj a del lugar
dom inant e de est a hum anidad abst ract a, universal y quizá no sim plem ent e
burguesa —escribe Agacinski— es que es t am bién un no lugar, un ninguna part e,
un poco lo que Michel Foucault , sin incluir allí la ciudad, llam aba una " het erot opía"
( págs. 204, 205) . Es m uy ciert o que hoy la t ensión ent re pensam ient o de lo
universal y pensam ient o de la t errit orialidad se m anifiest a a escala m undial. Aquí
sólo hem os abordado el est udio por uno de sus aspect os, a part ir de la
com probación de que una part e cada vez m ayor de la hum anidad vive, por lo
m enos una part e del t iem po, fuera del t errit orio y que, en consecuencia, las
condiciones m ism as de definición de lo em pírico y lo abst ract o varían según los
efect os de la t riple aceleración caract eríst ica de la superm odernidad.
El " fuera de lugar" o el " no lugar" que frecuent a el individuo de la
sobrem odernidad no es el " no lugar" de poder donde se anuda la doble y
cont radict oria necesidad de pensar y de sit uar lo universal, de anular y de fundar lo
*
" La ville inquiet e" , Le Tem ps de la reflexión, 1987.
61
local, de afirm ar y de recusar el origen. Est a part e no pensable del poder que
siem pre ha const it uido la base del orden social, si es necesario invirt iendo, com o
por lo arbit rario de un hecho nat ural, los t érm inos que sirven para pensarlo,
encuent ra sin duda una expresión part icular en la volunt ad revolucionaria de pensar
a la vez lo universal y la aut oridad, de recusar a la vez el despot ism o y la anarquía,
pero, en t érm inos m ás generales, esa expresión es const it ut iva de t odo orden
localizado que, por definición, debe elaborar una expresión espacializada de la
aut oridad. La coacción que pesa sobre el pensam ient o de Anacharsis Cloot s ( lo que
perm it e, en det erm inados m om ent os, subrayar su " ingenuidad" ) es que él ve el
m undo com o un lugar —lugar del género hum ano, por ciert o—, pero que pasa por
la organización de un espacio y el reconocim ient o de un cent ro. Por ot ra part e es
bast ant e significat ivo que, cuando se habla hoy de la Europa de los Doce o del
nuevo orden m undial, la cuest ión que se plant ea inm ediat am ent e sea ot ra vez la de
la localización del verdadero cent ro de cada uno de ellos: ¿Bruselas ( por no hablar
de Est rasburgo) o Bonn ( por no decir Berlín) ? ¿Nueva York y la sede de la ONU, o
Washingt on y el Pent ágono? El pensam ient o del lugar nos preocupa siem pre y el
" resurgim ient o" de los nacionalism os, que le confiere una act ualidad nueva, podría
pasar por un " ret orno" a la localización de la cual parecería haberse alej ado el
I m perio, com o presunt a prefiguración del fut uro género hum ano. Pero, de hecho, el
lenguaj e del I m perio era el m ism o que el de las naciones que lo rechazan, quizá
porque el ant iguo I m perio, al igual que las nuevas naciones, deben conquist ar su
m odernidad ant es de pasar a la sobrem odernidad. El I m perio, pensado com o
universo " t ot alit ario" , no es nunca un no lugar. La im agen que est á asociada con él
es, al cont rario, la de un universo donde nadie est á nunca solo, donde t odo el
m undo est á baj o cont rol inm ediat o, donde el pasado com o t al es rechazado ( se ha
hecho t abla rasa con él) . El I m perio, com o el m undo de Orwell o el de Kafka, no es
prem oderno sino " param oderno" ; com o abort o de la m odernidad, no es en ningún
caso su fut uro y no depende de ninguna de las t res figuras de la sobrem odernidad
que hem os int ent ado poner de m anifiest o. En t érm inos est rict os, hast a es el
negat ivo de esa sobrem odernidad. I nsensible a la aceleración de la hist oria, la
reescribe; preserva a los que dependen de su j urisdicción del sent im ient o de
achicam ient o del espacio lim it ando la libert ad de circulación y de inform ación; por
eso m ism o ( y com o se ve en sus reacciones crispadas ant e las iniciat ivas t ornadas
en favor del respet o a los derechos del hom bre) , separa de su ideología la
referencia individual y asum e el riesgo de proyect arla al ext erior de sus front eras,
com o figura cam biant e del m al absolut o o de la seducción suprem a. Pensam os
seguram ent e ant e t odo en lo que fue la Unión Soviét ica pero hay ot ros im perios,
grandes o pequeños, y la t ent ación que t ienen a veces algunos de nuest ros
hom bres polít icos de pensar que la inst it ución del part ido único y del ej ecut ivo
62
soberano const it uye un prerrequisit o necesario para la dem ocracia, en África y en
Asia, depende ext rañam ent e de esquem as de pensam ient o que esos m ism os
polít icos denuncian com o arcaicos e int rínsecam ent e perversos cuando se t rat a del
Est e europeo. En la coexist encia de lugares y de no lugares, el m ayor obst áculo
será siem pre polít ico. Sin duda los países del Est e, y ot ros, encont rarán su lugar en
las redes m undiales de la circulación y del consum o. Pero la ext ensión de los no
lugares
que
les
corresponden
—no
lugares
em píricam ent e
reconocibles
y
analizables cuya definición es ant e t odo económ ica— ha cont agiado ya de velocidad
la reflexión de los polít icos que sólo se pregunt an cada vez m ás adónde van porque
saben cada vez m enos dónde est án.
63
Epílogo
Cuando un vuelo int ernacional sobrevuela Arabia Saudit a, la azafat a
anuncia que durant e ese período quedará prohibido el consum o de alcohol en el
avión. Así se significa la int rusión del t errit orio en el espacio. Tierra = sociedad =
nación = cult ura = religión: la ecuación del lugar ant ropológico se reinscribe
fugazm ent e en el espacio. Reencont rar el no lugar del espacio, un poco m ás t arde,
escapar a la coacción t ot alit aria del lugar, será sin duda encont rarse con algo que
se parezca a la libert ad.
Un aut or brit ánico de gran t alent o, David Lodge, publicó recient em ent e una
versión m oderna de la búsqueda del Grial que él sit úa hum oríst icam ent e, en form a
m uy lograda, en el m undo cosm opolit a, int ernacional y lim it ado de la invest igación
sem iolingüíst ica universit aria. * El hum or, en est e caso, t iene valor sociológico: el
m undo universit ario de Sm all World no es sino una de las " redes sociales" que se
despliegan hoy sobre el planet a ent ero y que ofrece a individualidades diversas la
ocasión de recorridos singulares pero ext rañam ent e sem ej ant es. La avent ura
caballeresca, después de t odo, no era ot ra cosa, y el derrot ero individual, en la
realidad de hoy al igual que en los m it os de ayer, sigue siendo fuent e de
expect at ivas, si no de esperanza.
La et nología siem pre t iene que ver por lo m enos con dos espacios: el del
lugar que est udia ( un pueblo, una em presa) y ot ro lugar, m ás am plio, en el que
aquél se inscribe y donde se ej ercen influencias y presiones que no dej an de t ener
su efect o en el j uego int erno de las relaciones locales ( la et nia, el reino, el Est ado) .
Así, el et nólogo est á condenado al est rabism o m et odológico: no debe perder de
vist a ni el lugar inm ediat o que est á observando ni las front eras correspondient es de
ese espacio ext erior.
En la sit uación de superm odernidad, una part e de ese ext erior est á
const it uida por no lugares, y una part e de los no lugares, por im ágenes. Hoy, la
frecuent ación de los no lugares ofrece la posibilidad de una experiencia sin
*
David Lodge, Sm all World, Penguin Books, 1985.
64
verdadero precedent e hist órico de individualidad solit aria y de m ediación no
hum ana ( bast a un cart el o una pant alla) ent re el individuo y los poderes públicos.
El et nólogo de las sociedades cont em poráneas descubre, pues, la presencia
individual en el universo globalizador en el que t radicionalm ent e est aba habit uado a
localizar las det erm inaciones generales que daban sent ido a las configuraciones
part iculares o a los accident es singulares.
Sería un error no ver en est e j uego de im ágenes m ás que una ilusión ( una
form a posm oderna de alienación) . El análisis de sus det erm inaciones nunca ha
podido agot ar la realidad de un fenóm eno. Lo significat ivo en la experiencia del no
lugar es su fuerza de at racción, inversam ent e proporcional a la at racción t errit orial,
a la gravit ación del lugar y de la t radición. La avalancha de aut om ovilist as en las
rut as durant e los fines de sem ana y los períodos de vacaciones, las dificult ades de
las t orres de cont rol para regular la congest ión del t ránsit o aéreo, el éxit o de las
nuevas form as de dist ribución lo at est iguan fehacient em ent e. Pero t am bién lo
docum ent an ot ros fenóm enos que a prim era vist a se podrían at ribuir a la
preocupación por defender los valores t errit oriales o por descubrir las ident idades
pat rim oniales. Si los inm igrant es inquiet an t ant o ( a m enudo t an abst ract am ent e) a
los resident es en un país, es en prim er lugar porque les dem uest ran a est os últ im os
la relat ividad de las cert idum bres vinculadas con el suelo: es el em igrado el que los
inquiet a y los fascina a la vez en el personaj e del inm igrant e. Si bien est am os
obligados, a la vist a de los sucesos ocurridos en la Europa cont em poránea, a
referirnos al " ret orno" de los nacionalism os, quizá deberíam os advert ir que ese
ret orno significa ant es que nada un rechazo del orden colect ivo: el m odelo de
ident idad nacional evident em ent e se prest a para dar form a a est e rechazo, pero lo
que le da sent ido y vit alidad hoy y t al vez lo debilit e m añana es la im agen
individual ( la im agen de la libre t rayect oria individual) .
En sus m odalidades m ás lim it adas, al igual que en sus expresiones m ás
exuberant es, la experiencia del no lugar ( indisociable de una percepción m ás o
m enos clara de la aceleración de la hist oria y del achicam ient o del planet a) es hoy
un com ponent e esencial de t oda exist encia social. De allí el caráct er m uy peculiar y
en t ot al paradój ico de lo que se considera a veces en Occident e com o el m odo de
replegarse sobre sí m ism o, del " cocooning" : nunca las hist orias individuales ( por su
necesaria relación con el espacio, la im agen y el consum o) han est ado t an incluidas
en la hist oria general, en la hist oria a secas. A part ir de allí son concebibles t odas
las act it udes individuales: la huida ( a su casa, a ot ra part e) , el m iedo ( de sí m ism o,
de los dem ás) , pero t am bién la int ensidad de la experiencia ( la perform ance) o la
rebelión ( cont ra los valores est ablecidos) . Ya no hay análisis social que pueda
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prescindir de los individuos, ni análisis de los individuos que pueda ignorar los
espacios por donde ellos t ransit an.
Un día,
quizá, vendrá un signo
de ot ro planet a. Y, por un efect o de
solidaridad cuyos m ecanism os ha est udiado el et nólogo en pequeña escala, el
conj unt o del espacio t errest re se convert irá en un lugar. Ser t errest re significará
algo. Mient ras esperam os que est o ocurra, no es seguro que bast en las am enazas
que pesan sobre el ent orno. En el anonim at o del no lugar es donde se experim ent a
solit ariam ent e la com unidad de los dest inos hum anos.
Habrá, pues,lugar m añana, hay ya quizá lugar hoy, a pesar de la
cont radicción aparent e de los t érm inos, para una et nología de la soledad.
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