Primer Borrador
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MODELO PLÁSTICO DEL JUICIO MORAL
INTRODUCCIÓN
¿Cuál es el proceso mental/cerebral que se lleva a cabo cuando se expresa un
juicio moral? En los últimos años investigadores de diferentes áreas han dado
respuestas alternativas a esta pregunta. Haidt (2001) propone el modelo
intuicionista-social a partir del cual sostiene que el juicio moral es causado por
las emociones y que el razonamiento es posterior a la emisión del juicio moral;
Greene (2004) plantea una teoría del proceso dual a partir de la cual sostiene que
el juicio moral es causado tanto por procesos emotivos como por procesos
cognitivos; Nichols (2004) sostiene que se expresa por medio de las reglas
sentimentales, las cuales están constituidas por un mecanismo afectivo y una
teoría normativa.
En contraste con los anteriores, Hauser (2006) presenta su modelo rawlsiano,
según el cual el juicio moral es causado por una facultad moral y las
emociones junto con el razonamiento son posteriores a dicho juicio. Prinz, por
su parte, en alianza con las propuestas de corte sentimentalista, propone el
modelo de constitución con el que sostiene que la emoción no causa, sino que
constituye el juicio moral. Cada una de estas propuestas, junto con otras
investigaciones como las de Damasio (2007a), Moll (2002b), Prehn (2008),
Heekeren (2005, 2003), Ciaramelli (2007), Koenigs (2007), para nombrar
algunas, presenta un avance importante en la investigación sobre la
arquitectura psicológica del juicio moral.
Un análisis crítico de las propuestas de Blair (1995), Nichols (2004), Haidt
(2001), Greene (2004), Hauser (2006) se encuentra en los primeros dos
capítulos de Tovar y Feggy (2013); el de Prinz, en cambio, será el que
adelantaremos en el presente ensayo. El trabajo de este autor (Prinz 2007,
2008) se da un lugar dentro del debate sobre los procesos mentales/
cerebrales que se llevan a cabo cuando una persona expresa un juicio moral,
al recoger buena parte de la discusión y definir conceptos importantes como
“emoción” y “juicio moral” (definición que no encontramos en trabajos como
el de Blair o el de Hauser).
Prinz busca proponer un modelo que responda a varios de los problemas
que han presentado los modelos anteriores. El propósito del presente artículo
será, primero, entrar en diálogo con la propuesta de este autor con el fin de
mostrar algunas de las carencias que ésta presenta. Segundo, sugerir una
propuesta alternativa a la que denominaré modelo plástico del juicio moral.
1
MODELO DE CONSTITUCIÓN
Antes de exponer el modelo con el que Prinz da cuenta de los procesos
psicológicos que se llevan a cabo cuando una persona emite un juicio moral,
presentaré algunas definiciones importantes.
Según la teoría de la valoración encarnada defendida por Prinz (2004), las
emociones son percepciones de cambios programados en nuestro cuerpo que
cargan información acerca de nuestra relación con el mundo, tales
percepciones representan peligro (perdida, ofensa, etc.) porque ellas son
instaladas evolutivamente para que se disparen cuando haya peligro
(pérdida, ofensa, etc.). Los sentimientos, por su parte, son disposiciones a
experimentar emociones; esto implica que ninguna emoción puede ser
considerada como sentimiento, pues —repito— éste es sólo la disposición que
tenemos a experimentar una emoción.
Ahora bien, Prinz llama al sentimiento una regla moral y a la emoción la
llama juicio moral (Prinz, 2007, 96); dicho de otra manera, una regla moral es
un sentimiento y un juicio moral es una emoción. A partir de su teoría Prinz
establece su modelo de constitución, según el cual las emociones constituyen los
juicios morales (Prinz, 2007, 23, 99; 2008, 162). Este modelo contrasta con uno
al que él llama modelo causal que dice que los juicios morales causan
emociones y, por tanto, son independientes de éstas (Prinz, 2007, 23).
Según Prinz, los conceptos morales nos disponen a sentir emociones de
culpa hacia otros cuando somos víctimas de trasgresiones, y emociones de
culpa hacia nosotros cuando somos los trasgresores (i.e., emociones de “culpa
hacia mi” hace referencia al grupo de emociones que experimento cuando
cometo una trasgresión). Si usted cree que hacer X está mal, usted tiene una
representación en la memoria a largo plazo que lo dispone a sentir culpa o
vergüenza si usted hace X, e ira, desprecio o asco si el que hace X es otro. Con
esta información a podemos pasar a presentar la parte que nos interesa de
este autor.
Prinz presenta el modelo con el que desea explicar las etapas que se llevan
a cabo durante el procesamiento de información que conducen a un juicio
moral de la siguiente manera: primero un evento percibido es categorizado, lo
clasificamos a partir del conocimiento que hemos obtenido gracias a
experiencias anteriores; segundo, la memoria a largo plazo recupera una regla
moral, la cual activa un sentimiento; tercero, el sentimiento produce una
emoción, qué emoción se active dependerá del contexto en el que se encuentre
el sujeto (p.e., si usted percibe a alguien robando una billetera, usted sentirá
ira hacia esa persona por robar la billetera); cuarto, la emoción, junto con la
representación de la acción percibida, producirán el juicio moral.
Prinz afirma que una de las diferencias principales entre su modelo y los
de Haidt y Nichols, que también están vinculados a la tradición humeana, es
que en el suyo las emociones constituyen el juicio moral, mientras que en el de
ellos lo causan. Establecer una relación causal, como lo hace Haidt y Nichols,
implica que el juicio moral podría ser producido por algo distinto a la
emoción, lo cual contrasta con la propuesta rígida de Prinz, pues para él las
emociones co-ocurren con los juicios morales (Prinz 2007 99).
El modelo de Prinz podría ser capturado con la siguiente secuencia: primer
nivel, percibimos un evento y lo categorizamos, es decir, lo clasificamos a
partir del conocimiento que hemos obtenido gracias a experiencias anteriores.
Segundo nivel, si tenemos un sentimiento moral en la memoria a largo plazo
de este tipo de evento, entonces el evento activará la emoción relevante (p.e.,
culpa si la acción es realizada por mi e ira si es realizada por otra persona).
Tercer nivel, el estado mental resultante es una representación que se obtiene
al percibir la acción, junto con una emoción hacia la acción, y este complejo (la
representación de la acción más la emoción) constituye el juicio de que la
acción es correcta o incorrecta.
Según esto, el juicio moral no aparecerá en una etapa posterior a la
aparición de la emoción, sino que estará constituido por ésta y por la
representación de la acción. Después de esto el sujeto puede deliberar o
presentar el juicio en palabras o reevaluar el caso y ajustar los sentimientos,
etc. De esta manera Prinz respondería a la pregunta planteada al inicio del
presente ensayo. En lo que sigue se mostrarán algunas falencias presentes en
el modelo de constitución.
Comentarios al modelo de Prinz
1. En el segundo nivel del modelo de Prinz parece haber una inconsistencia.
Por un lado, nos ha dicho que él llama a los sentimientos, reglas morales; por
el otro, en el segundo nivel de su modelo él sostiene que la regla moral causa
un sentimiento.1 Es decir, él primero establece una relación de identidad entre
las reglas morales y los sentimientos y luego afirma que las reglas morales
causan sentimientos.
Tal vez podría construirse un argumento con el fin de mostrar que, para
Prinz, las relaciones causales son relaciones de identidad; sin embargo,
cuando compara su modelo con los de Haidt y Nichols, Prinz distingue
claramente entre estos dos tipos de relaciones: Haidt y Nichols defienden una
relación causal entre la emoción y el juicio moral, mientras que Prinz crítica
dicha postura a la vez que defiende una relación de identidad. Esto implica
que si se mostrara que las relaciones causales son relaciones de identidad, no
habría ninguna diferencia entre los modelos de Haidt, Nichols y Prinz, con lo
cual la postura de éste perdería interés, pues no nos diría nada diferente a las
anteriores. ¿Por qué, al presentar su modelo, afirma que las reglas morales
causan sentimientos?, ¿por qué no mantiene la relación de identidad entre
reglas morales y sentimientos, pero sí la mantiene entre emociones y juicios
morales?, ¿romper la primera relación (reglas morales/sentimientos) implica
un rompimiento de la segunda (juicios morales/emociones)? Estas son
preguntas que Prinz no responde, con lo cual deja abierta la posibilidad de
que haya una inconsistencia en su modelo.
1
“[…] to introduce a useful piece of terminology, we can call the sentiment a moral
rule, and we can call a particular emotional manifestation of that sentiment a moral
judgment”. […] “the rule causes the sentiment to become active” (Prinz, 2007, 96,
énfasis en el original). Y más adelante: “a rule is retrieved from memory, which
activates a sentiment” (Id., 97).
2. Según afirma Prinz, algunos críticos de las teorías emocionistas2 sostienen
que no puede establecerse una relación entre las emociones y los valores
morales porque aquellas fluctúan, mientras estos son estables. Él sostiene que
esto no afecta su teoría porque su modelo es disposicional y no exige que en
cada uno de nuestros juicios morales haya una manifestación emocional
(Prinz, 2007, 97).
Como intentaré mostrar, la respuesta de Prinz a estos críticos pone en
riesgo su modelo de constitución. La característica principal de éste consiste
en que los juicios morales están constituidos por las emociones, es esto lo que
lo hace especial con respecto a los otros modelos. Esto quiere decir, en
contraste con lo dicho en el párrafo anterior, que en cada uno de nuestros
juicios morales habrá una manifestación emocional. Siguiendo la teoría de
Prinz, una emoción es completamente distinta de un sentimiento. La primera
es un tipo de percepción (una valoración encarnada), mientras que el segundo
es un concepto (en la medida en que representa cualidades secundarias) y una
disposición a tener una emoción. De igual manera, las activaciones cerebrales
relacionadas con cada una es completamente distinta, en la emoción se activa
la memoria de trabajo, mientras que en el sentimiento se activa la memoria a
largo plazo. El juicio moral está constituido por emociones, no por
sentimientos. La respuesta que da Prinz a la crítica antes mencionada (afirmar
que su modelo es disposicional) implica que los juicios morales pueden estar
constituidos por sentimientos.
En resumen, si las emociones son diferentes de los sentimientos y los
juicios morales están constituidos por emociones, los juicios morales no
pueden estar constituidos por sentimientos, no pueden carecer de emociones.
Si los juicios morales están constituidos por emociones y los sentimientos son
diferentes a las emociones, entonces los juicios morales son diferentes a los
sentimientos. Por lo tanto el modelo de Prinz no puede ser disposicional, en la
medida en que exige que en cada uno de nuestros juicios morales haya una
manifestación emocional.
La única respuesta que Prinz presenta a la crítica mencionada es que su
modelo es disposicional. Decir esto implica que el juicio moral puede ser
2
El emocionismo es un término utilizado por Prinz para referirse a cualquier teoría
que diga que las emociones son, de uno u otro modo, esenciales. Este término no debe
confundirse con el de “emotivismo”, que es una versión específica del emocionismo
(Prinz, 2007, 13).
producido por sentimientos, sin la participación de las emociones. Dado que
los sentimientos no son lo mismo que las emociones, Prinz parece entrar en
una especie de dilema: o defiende un modelo de constitución o defiende un
modelo disposicional. Si decide hacer lo primero, no podrá responder a la
crítica que se hace en contra de los emocionistas; si decide hacer los segundo,
su modelo de constitución quedaría rebatido.
3. El tercer comentario al modelo de Prinz está relacionado con las bases
cognitivas del juicio moral. Haidt (2001) sostiene que las actitudes morales
típicamente surgen en ausencia de razonamiento deliberativo; esto quiere
decir que no es necesario ningún tipo de deliberación para emitir un juicio
moral. El razonamiento moral, para Haidt, siempre es posterior a la emisión
del juicio moral, por esta razón afirma que éste es causado sólo por emociones
(En Tovar y Feggy, 2013, §1.2.4, se muestra una inconsistencia al respecto en
la teoría de Haidt). Prinz, en cambio, acepta que hay casos en los que
realizamos un razonamiento deliberativo antes de que la acción percibida
dispare en nosotros una respuesta emocional y, con ello, un juicio moral –
Nivel 1– (Prinz, 2007, 98).
Según prinz, lo que nos permite reconocer una acción como una acción
moral es la deliberación. Al establecer la diferencia entre su modelo y el de
Haidt, Prinz sostiene que el de Haidt tiene una carencia: no da espacio a la
deliberación necesaria para alcanzar una actitud moral:
Unlike Haidt, I do not want to insist that moral attitudes typically arise in
the absence of deliberative reasoning; it may take a lot of inference before
we see an action in a way that triggers an emotional response (Prinz, 2007,
98).
La teoría de Prinz es emocionista, esto significa que él cree que la moral tiene
como base las emociones, no la deliberación; sin embargo, su modelo
pareciera sugerir que la moralidad (o al menos lo que Prinz llama actitud
moral) tiene como fundamento la deliberación (o la inferencia, que para el
caso parece lo mismo). Reconocemos una acción como una acción moral, diría
Prinz, gracias a un proceso deliberativo, no a uno emocional. De esto se sigue
que las emociones son posteriores a este proceso (esto se refleja en los niveles
1 y 2, antes presentados).
Lo anterior implica que hay casos en los que la deliberación está a la base
del juicio moral; es decir, pese a que el juicio está constituido por emociones,
la base de dicho juicio no es emocional, sino deliberativa. El propósito de
Prinz en su libro The emocional construction of morals es mostrar que las
emociones están a la base de la moral. La propuesta que Prinz presenta para
dar cuenta de la arquitectura psicológica del juicio moral parece ser
inconsistente con la propuesta general de su teoría moral. Esta inconsistencia
se evidencia en el comentario que Prinz hace al modelo de Haidt. Tan pronto
presenta su propuesta sobre la arquitectura psicológica del juicio moral, Prinz
dice lo siguiente:
The model depicted [the constitution model] here has several nice
features which bear mention. First, it helps to diagnose cases in which
moral judgments can be said to be erroneous. Consider Wheatley and
Haidt’s (2005) study described in chapter 1. They found that some
people who were hypnotized to feel disgust ended up morally
condemning a perfectly innocent individual. I think such condemnations
qualify as errors because they were not caused by sentiments in longterm memory, but rather by extraneous facts; they do not qualify as
legitimate expressions of the subjects’ moral attitudes. In short, a wrong
action is an action against which an observer has a moral rule. If an
action is condemned because of hypnotically induced disgust, it does
not qualify as wrong (Prinz, 2007, 96).
Posteriormente, en un artículo publicado en el 2008 titulado “Is Morality
Innate?” Prinz presenta una interpretación muy distinta a la anterior. Veamos:
I cannot adequately support the claim that moral norms are sentimental
norms here, but I offer three brief lines of evidence.
First, psychologists have shown that moral judgments can be altered
by eliciting emotions. For example, Wheatley and Haidt (2005)
hypnotized subjects to feel a pang of disgust whenever they heard an
arbitrary neutral word, such as “often.” They gave these subjects stories
describing various individuals and asked them to make moral
assessments. Compared to a control group, the hypnotized subjects gave
significantly more negative moral appraisals when the key word was in
the story, and they even morally condemned individuals whom control
subjects described in positive terms (Prinz, 2008, 369, énfasis añadido).
Así, en la cita tomada del libro en el que defiende el modelo emocionista
Prinz (2007) afirma que en el experimento de Haidt y Wheatley (2005) los
sujetos no están emitiendo juicios morales, con lo cual busca derribar el
modelo de Haidt. Posteriormente, en un artículo en el que critica la propuesta
innatista (Prinz 2008), el autor utiliza el mismo experimento como evidencia a
favor de su propuesta emocionista, afirmando que los individuos que
participan en este experimento sí hacen juicios morales.
En resumen, el experimento de Wheatley y Haidt (2005) sustenta la teoría
emocionista de Prinz, sin importar si es válido o no. La lectura inconsistente
que Prinz hace del experimento de Wheatley y Haidt (2005) pone en duda la
rigidez de su modelo emocionista.
4. Una último comentario a la propuesta de Prinz está relacionado con la
evidencia empírica. El autor (Prinz 2007, 22 y 23) sostiene que los
experimentos realizados en neuropsicología sirven como evidencia a favor de
las posturas emocionistas, pues todos muestran que las zonas que se activan
cuando el sujeto está en un estado emocional son las mismas que se activan
cuando un sujeto emite un juicio moral.
En contraste con lo anterior, uno de los descubrimientos, a mi parecer, más
interesantes en neuropsicología en los últimos años es que las zonas que se
activan cuando el sujeto está en un estado emocional, también se activan
cuando tiene procesos cognitivos de alto nivel (p.e., deliberación). Al respecto
ver Pessoa y Adolph (2010), Salzman y Fusi (2010), Prehn y Heekeren (2009),
Pessoa (2008), Davidson (2000 y 2003), Dolan (2002) Jeremy et al. (2002).3
Como dicen ellos, la distinción entre procesos emocionales/procesos
3
El volumen 52 (1–133) de Brain and Cognition es un número especial dedicado a la
neuronciencia afectiva, en el que se encuentran varios artículos que muestran que las
emociones implican una activación de zonas corticales y subcorticales, ver
especialmente Schulkin et al., Ericsson y Schulkin y Adolphs et al.
racionales no hace honor a la arquitectura del cerebro. Lo que creo que se
sigue de este descubrimiento es que tanto los modelos emocionistas como los
racionalistas tienen un papel que jugar en la producción del juicio moral y que
es inocuo defender una interpretación fuerte del emocionismo, como lo hace
Prinz (2007 9 y cap. 2).
En síntesis, los cuatro comentarios anteriores me permiten afirmar que el
modelo de constitución, según el cual los juicios morales están constituidos
por emociones, es inconsistente. Esto también parece afectar, al menos
tangencialmente, su teoría emocionista. En efecto, hay casos –como lo acepta
Prinz– en los que hacemos juicios morales sin estar en un estado emocional
(punto 2) o en los que dicho estado es producto de una deliberación (punto 3).
También parece haber una inconsistencia con respecto a la manera en la que él
presenta la relación entre las normas morales y los sentimientos (punto 1). En
lo que sigue se presentará una propuesta alternativa.
MODELO PLÁSTICO DEL JUICIO MORAL
2
LA GRÁMATICA EMOCIONAL Y EL MODELO PLÁSTICO DEL JUICIO
MORAL
El propósito de este capítulo es construir un modelo hipotético que dé cuenta
de la arquitectura psicológica del juicio moral. Al igual que los de Blair, Haidt,
Nichols, Hauser, Greene y Prinz, el modelo que se propondrá a continuación
es descriptivo –intenta decir qué es lo que ocurre en la mente/cerebro cuando
un individuo expresa un juicio moral– y, a diferencia de aquellos, el presente
modelo tendrá en cuenta la plasticidad cerebral. Ésta se conjuga con la
variabilidad de la información que recibe el individuo de su entorno, lo que lo
capacita para evaluar eventos en los que se causa daño a –o se procura el
bienestar de– una persona.
Modelo plástico del juicio moral
Plasticidad
El comportamiento y la evaluación moral son plásticos y adaptables, así como
los mecanismos cognitivos que subyacen a ellos. El medio ambiente en el que
se desenvuelven los agentes varía constantemente, la información que reciben
de su entorno es profusa, la actividad cerebral de los vástagos humanos es
compleja y la respuesta de cada agente a los estímulos que recibe de su
entorno es igual de cambiante (Cf. Sterelny 2008 y 2003). Esto implica, entre
otras cosas, que son abundantes las variables que participan en el desarrollo
moral del individuo. También son numerosas las variables que intervienen en
la evaluación moral que hace una persona, pues hay muchos tipos de
situaciones que son factibles de ser evaluadas como morales, pero además, la
situación en la que se encuentre el sujeto y la información personal que posea
(creencias, deseos, preferencias, intereses) juegan un papel preponderante al
momento de hacer tales evaluaciones.
Estudios recientes han mostrado que si el entorno en el que se encuentra el
agente –al momento de observar o enterarse de un evento en el que se le está
causando algún tipo de daño físico o psicológico a otra persona– es
repugnante, irritante o displacentero, el individuo tenderá a experimentar
emociones morales con valencia negativa y, si el evento es reprobable, el
impacto emocional será violento (Cf. Schnall, Haidt, et al. 2008; Ditto et al.
2006; Wheatley y Haidt 2005; Forgas y Bower 1987). En cambio, si el ambiente
es placentero, el individuo tenderá a experimentar emociones morales con
valencia positiva y, si el evento es reprobable, el impacto emocional será
menor (Schnall, Benton et al. 2008; Valdesolo y Desteno 2006; Darby y Jeffers
1988; Dion et al. 1972), lo cual se reflejará en la evaluación que hará el sujeto
en cada caso (ver también Tovar §2.3.1).
Estos estudios parecen mostrar que el entorno en el que se encuentre el
evaluador al momento de hacer el juicio tendrá efectos sobre la valencia de las
emociones que experimente (p. ej. un entorno desagradable inducirá en el
individuo emociones con valencia negativa), así como sobre la intensidad de
éstas (p. ej. si el entorno es desagradable y el evento a evaluar implica daño a
una persona, la emoción con valencia negativa tendrá una intensidad mayor,
en comparación con un caso en el que el entorno es agradable; lo cual, repito,
tendrá un efecto directo sobre la evaluación que el individuo haga del evento.
En concordancia con lo anterior encontramos la plasticidad cerebral o
neuroplasticidad. La neuroplasticidad es la habilidad que tiene el cerebro de
cambiar en respuesta a la experiencia del sujeto. Sus defensores sostienen que
el cerebro es flexible o maleable. La evidencia muestra que todas las áreas del
cerebro son plásticas, incluso después de la niñez (Rakic 2002).
Como efecto de la neuroplasticidad el cerebro cambia anatómica y
fisiológicamente, dependiendo de las experiencias y el aprendizaje que tenga
el sujeto a lo largo de su historia. En el proceso de aprendizaje por parte del
sujeto se generan nuevas células en el cerebro, generación que no toma mayor
tiempo según mostraron Draganski et al. (2006). Ellos escanearon el cerebro
de estudiantes de medicina mientras estos estudiaban para sus exámenes y
encontraron un aumento de materia gris en la corteza parietal posterior y
lateral, producto del trabajo de memoria que estaban realizando en ese
momento.
A favor de la neuroplasticidad se han realizado ya varios experimentos.
Por ejemplo, los taxistas ingleses deben mostrar que conocen más de mil rutas
en la ciudad para poder obtener una licencia que les permita trabajar; ningún
otro tipo de conductor en Londres debe cumplir con alguna condición similar.
Maguire et al. (2000) encontraron que el hipocampo posterior –zona
involucrada en la memoria espacial– de un taxista inglés tiene un mayor
espesor que el de otros conductores de Inglaterra. De igual manera, varios
estudios muestran que regiones motoras y auditivas tienen mayor volumen
en cerebros de músicos profesionales que en el de aprendices (Cf. Wan
Schlaug 2010, Rosenkranz et al. 2007, Ragert et al. 2004).
El efecto de la neuroplasticidad también aplica para casos morales. Lutz et
al. (2008) hicieron un estudio con IRMf a monjes tibetanos con el fin de
descubrir qué áreas del cerebro se activan cuando una persona siente
compasión. Los monjes tibetanos realizan prácticas de meditación con el fin
de cultivar cualidades afectivas que les permitan contrarrestar o disminuir sus
rasgos egocéntricos, sus tendencias egoístas, de tal manera que el
comportamiento altruista surja espontáneamente y con más frecuencia.
Los monjes que participaron en el experimento tenían más de diez mil
horas de práctica en la meditación y sus comunidades atestiguaban sus
cualidades compasivas. Los sujetos control eran novatos que estaban
interesados en iniciar prácticas de meditación, pero que no tenían ninguna
experiencia anterior. Del tema no conocían más que las instrucciones que les
dieron antes de iniciar el estudio de imagenología. La meditación llevada a
cabo por los participantes generaba un estado de sentimiento de amor
incondicional, bondad y compasión hacia los otros.
Mientras estaban dentro del escáner, a los individuos se les presentaban
sonidos emocionales positivos (un bebé riendo), sonidos emocionales
negativos (una mujer afligida) y sonidos neutrales (ruido de fondo de un
restaurante). Además, se les hacía un escáner mientras meditaban (condición
de meditación) y otro mientras descasaban (condición de descanso).
Todos los participantes presentaron activaciones en la Corteza insular
anterior (CIA) y en la corteza cingulada anterior (CCA) cuando escuchaban
sonidos emocionales. Esta activación era mayor durante la condición de
meditación que durante la condición de descanso. Los participantes también
presentaron mayor activación en la corteza somatosensorial durante sonidos
emocionales negativos que durante los positivos. Estas activaciones fueron
mucho mayores en los monjes que en los novatos.
Lutz et al. (2008) encontraron que el espesor cortical de la ínsula (área
relacionada con procesos emocionales) era mayor en los monjes que en los
novatos, lo cual sugiere que ejercitar sentimientos morales como la compasión
se reflejará en el cerebro mediante un cambio en su anatomía y en su
fisiología. A favor de estos resultados, valga decir que otros estudios también
han encontrado mayor espesor cortical o densidad de la materia gris en
personas que tienen una larga experiencia en ejercicios de meditación (Cf.
Davidson y Lutz 2008, Lazar et al. 2005, Lutz et al. 2004).
Un déficit emocional causado por daño en ciertas zonas del cerebro
produce
comportamiento
antisocial
patológico,
el
cual
afecta
el
comportamiento y la evaluación moral de las personas (ver Feggy y Tovar
2013). Una de las zonas implicadas en el comportamiento antisocial es la
Corteza cingulada anterior [CCA] (Stadler et al. 2007, Eisenberger et al. 2006,
Meyer-Lindenberg et al. 2006, Sterzer et al. 2005, Frankle et al. 2005, Devinsky
et al. 1995, citados por Boes et al. 2008).
Por ejemplo, en concordancia con la plasticidad cerebral, Boes et al. (2008)
encontraron que el comportamiento agresivo y desafiante en niños y jóvenes
(género masculino) se corresponde con diferencias volumétricas en la CCA,
hemisferio derecho. Ellos descubrieron que esta área tenía un mayor volumen
en niños y jóvenes que presentaban un alto comportamiento agresivo y
desafiante que en aquellos que no presentaban tal tipo de comportamiento.
Ahora bien, que zonas específicas del cerebro se desarrollen más que otras
en respuesta a las experiencias o aprendizaje del sujeto no implica que cada
zona cumpla una función específica. Los estudios en neuroplasticidad
muestran que la actividad cerebral asociada con una función dada puede
trasladarse a un lugar distinto del cerebro. Por ejemplo, la investigación de
Merzenich y sus colegas muestra que si un agregado de neuronas deja de
cumplir su función, posteriormente otro agregado adyacente podrá realizar
estas funciones (Cf. Buonomano y Merzenich, 1998).
Bach-y-Rita (1987) también sostenía que si un área del cerebro se daña, otra
podrá cumplir la misma función. En concordancia con esto, Collins (1985),
Kaczmarek & Bach-y-Rita (1995), y Szeto & Riso (1990) han trabajado en
dispositivos de substitución sensorial que permiten transformar las
características de una modalidad sensorial en un estímulo de otra modalidad
sensorial; por ejemplo, permite que el individuo vea por la lengua (Cf. Bachy-Rita, Tyler y Kaczmarek 2003, Taub y Uswatte 2005 y Kercel et al. 2005).4
Esto implica finalmente que múltiples áreas del cerebro pueden cumplir la
misma función (Cf. Noppeney et al. 2004, Price et al. 2002, Edelman et al.
2001; citados por Pessoa 2008, 155).
De acuerdo con lo anterior, el cerebro es capaz de cambiar –durante toda la
vida del sujeto– su estructura y configuración dependiendo de la interacción
con su entorno, lo que implica que el individuo tiene la capacidad para
aprender nuevas tareas a lo largo de toda su vida. Claro está que a mayor
edad habrá menor plasticidad cerebral, es decir, a mayor edad más lento será
el proceso de aprendizaje (Cf. Pagoni y Cekic 2007). De cualquier modo, el
cerebro saludable siempre está en disposición de moldearse a nuevos
contextos, lo que puede traducirse en aprendizaje teórico y práctico.
La constante variabilidad del entorno, así como la plasticidad cerebral dejan
abierta la posibilidad de que el individuo adquiera nuevos criterios de evaluación
moral a lo largo de su historia, aunque esta capacidad de adquisición irá
disminuyendo con el paso de los años. Un ejemplo en el que se ve la
adquisición de nuevos criterios de evaluación moral son las personas que,
después de comer carne durante toda su vida, deciden ser vegetarianos por
4
En general, la neuroplasticidad ha permitido establecer diferentes programas
terapéuticos con muy buenos resultados (ver Doidge 2007).
motivos morales.
De lo dicho se puede inferir que el modelo que pretenda dar cuenta de la
arquitectura psicológica del juicio moral debe ser compatible con la
plasticidad cerebral, debe admitir la flexibilidad. Ya se dijo que el tipo de
tratamiento que demos a cada situación moral a la que nos enfrentamos
depende de distintas variables. Aprendemos (durante nuestro desarrollo) a
responder a esta variabilidad gracias a la plasticidad cerebral.
En concordancia con lo anterior, he denominado a mi propuesta “Modelo
Plástico del Juicio Moral”. Esto con el fin de indicar que el juicio moral,
primero, es producto de un proceso de aprendizaje en el que el individuo
desarrolla habilidades para evaluar eventos en los que se produce daño o
bienestar a otra persona o a sí mismo; segundo, que estas habilidades están
sujetas a cambios en todo momento a lo largo de su vida, lo cual depende
principalmente de las experiencias que padezca; tercero, que cada evaluación
moral estará condicionada a diferentes variables, esto significa que una
misma acción podría ser aprobada o desaprobada dependiendo de la historia
del sujeto, de la situación en la que se encuentre, de sus preferencias al
momento de hacer dicha evaluación y de sus intereses personales (ver Tovar
2011 §5.1.2.2).
Juicio moral
El juicio moral es una evaluación mediante la cual el agente aprueba o
desaprueba acciones intencionales o acciones que son producto del efecto
colateral de una acción intencional (sobre esto último ver Tovar 2011 §4.4.1.3),
en las que se causa daño físico o psicológico a una persona, o asco. Está
constituido por dos aspectos: [a] normas morales (ver Tovar 2011 §5.1.2 y
Tovar 2013b) y [b] emociones morales (ver Tovar 2011 §5.1.1.4.1 y Tovar
2013b). De la unión entre [a] y [b] se sigue [c] competencia de la persona para
actuar siguiendo [a]. [c] es básicamente un corolario de [b] con el que se busca
enfatizar el poder motivacional del juicio moral.
El aspecto [c] consiste en la habilidad del individuo para actuar siguiendo
las normas morales, habilidad que se logra gracias a las emociones morales;
en efecto, si el individuo pierde la capacidad para experimentar emociones
morales, carecerá de la habilidad para actuar siguiendo las normas morales.
Ahora bien, tener esta habilidad no implica que necesariamente la persona la
ejecute en cada caso; que la ejecute dependerá de su historia, de la situación a
la que se enfrente al momento de actuar y de sus preferencias. De esto se
sigue que un individuo que carece de la competencia para actuar siguiendo
las normas morales (i.e., que no cumple con el aspecto [c]) carece de la
capacidad para expresar juicios morales. Este parece ser el caso de los
psicópatas y de los sociópatas (ver Tovar y Feggy 2013).
Según lo dicho, la arquitectura psicológica del juicio moral se puede bosquejar
de la siguiente manera: (1) el sujeto percibe el evento, (2) se activa la gramática
emocional desarrollada [mecanismo cognitivo que nos permite reconocer las
acciones morales en contraste con otro tipo de acciones], (3) se activan las
emociones morales y se aplica la norma moral, (4) emisión del juicio moral.
Figura 5. Modelo plástico del juicio moral
Ahora bien, qué tipo de juicio moral exprese el sujeto –que él apruebe o
desapruebe el evento percibido– dependerá de diferentes variables, como ya
se ha dicho. A continuación se intentará dar cuenta de las variaciones del
modelo.
El individuo percibe el evento. Mediante la gramática emocional desarrollada
lo reconoce como moral. [i] Si el acto percibido cumple con la norma moral,
pueden ocurrir al menos dos cosas: [a], que no le produzca nada al individuo
porque tal acto es lo que se espera que se haga, lo común; por ejemplo, en un
auditorio se espera que la persona A no mate a B, y el hecho de que no la mate
no nos lleva a expresar un juicio moral a favor de su comportamiento.
[b] que le produzca una emoción moral con valencia positiva, motivo por el
que se hará una evaluación consecuente con la experiencia emocional, es
decir, se aprobará el comportamiento; en este caso normalmente el actor habrá
llevado a cabo una acción en la que hizo el bien a otro sin obtener nada a
cambio o en la que puso en riesgo su bienestar para favorecer el bienestar de
otro. Un buen ejemplo de esto es el caso presentado por Knobe (2003b) en el
que un soldado llamado Klaus pone en riesgo su vida con el fin de evitar la
muerte de personas inocentes.
[ii] Si el acto transgrede una norma moral pueden suceder al menos dos
cosas: [c] que el suceso le produzca una emoción con valencia positiva al
evaluador por motivos como la ira, el odio, la antipatía o la envidia hacia la
víctima (Cf. Hareli y Weiner 2002), razón por la que su evaluación estará
distorsionada; es decir, tenderá a aprobar la violación. [d] que el individuo
experimente una emoción moral con valencia negativa, por lo que desaprobará
dicho acto.
Para los casos en los que hay transgresión moral, la evaluación que se haga
está condicionada a la intensidad de la experiencia emocional. Ésta, a su vez,
está condicionada a diferentes variables: por un lado, al tipo de transgresión
(matar, robar, golpear, mentir, etc.), a la rudeza o brutalidad de la
transgresión (p. ej. golpear será menos brutal que asesinar, pero asesinar será
menos brutal que torturar) y a la cercanía con el afectado o con el victimario y,
por el otro, a la historia del individuo que evalúa, a la situación en la que se
encuentre cuando esté haciendo la evaluación, a sus preferencias e intereses.
El tipo de emoción que experimente el observador dependerá de quién es
el transgresor, de quién es la víctima, del tipo de transgresión y de la
intensidad de la experiencia emocional. En fin, cuál sea la evaluación moral
que emita el sujeto dependerá de las anteriores variables.
Figura 6. Variaciones en el modelo plástico del juicio moral
Ahora, si el individuo se enfrenta a un dilema moral –i.e., a un caso en el que se
enfrentan dos normas morales, tal que cualquier decisión que tome o juicio
que emita implique transgredir una de las normas–, se verá en la necesidad de
hacer una deliberación, la cual irá acompañada de un control cognitivo, que
será el que le permita finalmente tomar una decisión o hacer la evaluación
(ver Tovar 2011 §3.3.2). Qué evaluación realice o qué decisión tome el sujeto
depende del control cognitivo. Tal control cognitivo, por su parte, estará
moldeado por la historia del sujeto.
Figura 7. Dilemas morales
Finalmente, si el individuo se enfrenta a una situación desconocida, se verá en
la necesidad de hacer una deliberación antes de tomar la decisión o de
expresar el juicio. En este caso, el TR (i.e., el tiempo que demore el sujeto en
emitir el juicio moral) será mayor que el TR que tendría el sujeto en respuesta
a una situación moral habitual.
Figura 8. Situación desconocida
De acuerdo con lo dicho en la introducción del presente capítulo, para
sustentar el modelo plástico del juicio moral es necesario explicar el desarrollo
cognitivo –que depende de la interacción del individuo con su comunidad– a
partir del cual se establecen en el sujeto las normas y emociones morales con
base en las cuales el individuo expresa dicho juicio.
III
¿Cómo reconocemos una acción como una acción moral?
Se ha mostrado (Tovar 2011, Tovar 2013c) que el individuo nace con una base
cognitiva, con una normatividad incorporada en el sistema cognitivo, a partir
de la cual se desarrolla moralmente. Dicha base cognitiva está constituida por
aversión al daño, imitación, teoría de la mente y emociones básicas, esto es,
por una gramática emocional. Ésta se desarrolla a través de la interacción del
agente con la sociedad, a partir de lo cual se adquiere la capacidad para la
empatía, la simpatía, las normas morales y las emociones morales. Gracias a
este desarrollo el individuo llega a ser capaz de evaluar eventos complejos.
Así, mediante el desarrollo de la gramática emocional se generan capacidades
que le permiten al agente reconocer una acción como una acción moral (ver
Tovar §§4 y 5).
Los padres o cuidadores y, en general, la comunidad enseñan al niño a
desaprobar las acciones que ellos consideran prohibidas, esto es, las acciones
intencionales que los adultos consideran que producen daño físico o
psicológico, o asco, a las personas (sobre emociones morales ver Tovar 2013a).
Esta enseñanza se da básicamente a través del ejemplo, el premio y el castigo.
De esta manera, mediante la educación de los adultos, los niños adquieren
una normatividad que guiará o constreñirá su evaluación y comportamiento
en la sociedad. Gracias a esta normatividad –más o menos a partir de los
cuatro años– los niños comienzan a desaprobar, por ejemplo, aquellas
acciones en las que una persona hace daño a otra intencionalmente.
Tal normatividad está ligada a procesos afectivos, ya que la transgresión
(observancia) de una norma moral activará una emoción moral con valencia
negativa (positiva) en el agente, activación que tendrá un efecto en su
comportamiento o evaluación.
La capacidad para la imitación es la que le permite al agente reconocer las
intenciones de las otras personas (ver Tovar §4.4.2.1). Dado que la empatía es
producto de la imitación más la aversión al daño (ver Tovar 2011 §4.4.2.2 y
Tovar 2013c), gracias a ella (empatía) podemos reconocer tanto la intención
del victimario como la angustia de la víctima.
En síntesis, las normas morales, junto con las emociones morales, nos
permiten reconocer las acciones prohibidas tanto como las permisibles –i.e.,
nos permiten reconocer las acciones que causan intencionalmente daño físico
o psicológico, o asco– y evaluarlas o actuar en concordancia. Recuérdese que
dicha evaluación o comportamiento están sujetos a diferentes variables:
creencias, preferencias, deseos, intereses, etc. La empatía, por su parte, nos
permite, entre otras cosas, reconocer la intencionalidad del victimario. Dado
que estas capacidades (empatía, normas morales y emociones morales) son
producto del desarrollo de la gramática emocional (ver Tovar 2013c), se afirma
que la gramática emocional desarrollada es la que nos permite reconocer las
acciones como acciones morales.
A través de la interacción del agente con la sociedad las normas morales se
van volviendo cada vez más sofisticadas, permitiéndole al individuo
responder a situaciones complejas. Esta sofisticación está ligada a la
capacidad para la simpatía, la cual (simpatía) está relacionada con la empatía
y el ToM (ver Tovar 2011 §4.4.3.2 y Tovar 2013c). Los niños autistas
experimentan empatía y, por ello, pueden reconocer algunas acciones como
acciones morales. Sin embargo, el desarrollo de su ToM es básico y, por ello,
su capacidad para reconocer situaciones morales es muy limitada. Así, por
ejemplo, la mayoría de los autistas carecen de la habilidad para reconocer
adecuadamente los comportamientos que transgreden la norma que prohíbe
mentir. De acuerdo con esto, se añade a la gramática emocional desarrollada dos
componentes: ToM y simpatía.
Finalmente, sólo queda hacer hincapié en que aquello que considere el
sujeto como daño o como asco moral dependerá de diferentes variables, lo
cual está ligado principalmente a la educación que reciba (ver Tovar 2011
§5.1.2.2) y a su sensibilidad empática y emocional (ver Tovar 2011 §4.2.4.1).
Respecto a la variabilidad en la concepción que diferentes culturas tienen de
lo que se considera como “daño” puede verse Prinz (2008a).
5.3 Conclusiones
El propósito del presente trabajo era proponer un modelo que diera cuenta de
la arquitectura psicológica del juicio moral. Para ello se tuvo en cuenta tanto
la variabilidad del entorno en el que se desarrolla el individuo como la
plasticidad cerebral gracias a la cual él puede ajustarse cognitivamente a
dicha variabilidad. En el modelo propuesto, las emociones (al respecto ver
Tovar 2013a) y las normas morales (ver 2013b) tienen un papel crucial, pues
de estas dos depende la evaluación que el individuo haga del evento
percibido. De esta manera – además del modelo de la arquitectura psicológica
del juicio moral– se presentó una respuesta preliminar a una pregunta capital:
“¿cómo reconocemos una acción como una acción moral?”
En el presente se asume la tesis según la cual el ser humano no nace siendo
moral (ver Tovar 2011 4.2.1 y Tovar 2013c). Esto significa, principalmente, que
las habilidades cognitivas con las que nacemos no tienen contenido moral,
pero permiten al individuo adquirir ese contenido a lo largo de su desarrollo,
lo cual depende en gran medida de la interacción que tenga con sus
cuidadores y con su comunidad.
Tales habilidades cognitivas son la imitación, la aversión al daño y las
emociones básicas. Ninguna de estas tiene contenido moral, pero ellas son
condición necesaria para que el individuo devenga en agente moral. Al
conjunto de estas habilidades se le denomina gramática emocional, entendida
ésta como una normatividad corporeizada gracias a la cual el individuo
puede guiarse en el entorno y evaluar los eventos percibidos. El desarrollo de
dicha gramática emocional permitirá que se dé el proceso requerido en la
cognición del individuo para que él responda adecuadamente a las
situaciones en las que intencionalmente se le hace daño físico o psicológico, o
se produce asco, a las personas, esto es, para responder adecuadamente a
situaciones morales.
La gramática emocional se desarrolla a partir de la interacción del individuo
con su comunidad. Respecto al desarrollo de la gramática emocional, se
propuso la siguiente hipótesis: a través de la interacción social la imitación, en
conjunto con la aversión al daño, le permiten al sujeto adquirir la habilidad
para la empatía, es decir, por medio de la imitación el individuo puede
experimentar aversión, no sólo al daño que alguien le cause a él mismo, sino
también al daño que él o un tercero le inflija a otra persona o grupo de
personas (ver Tovar 2013c).
Empatía más ToM le permitirán al individuo adquirir la capacidad para la
simpatía, esto es, el ToM unido a la empatía le permitirán al individuo
responder afectivamente al estado emocional de otra persona, pero sintiendo
una emoción distinta a la que experimenta dicha persona; así, por ejemplo, –
en la simpatía– mientras la víctima siente temor, el evaluador siente
compasión (ver Tovar 2013c).
La empatía no hace parte de los tres componentes básicos de la gramática
emocional, por ello se dice que la empatía hace parte de la gramática emocional
desarrollada (ver Tovar §4.3). De esta manera, mediante la gramática emocional
desarrollada reconoceremos el evento (en el que se produce daño físico o
psicológico a una o varias personas o en el que se produce un bien notable
desinteresadamente o en el que alguien pone en riesgo su vida a favor del
bienestar de una o varias personas) como moral y, aplicando las normas
morales, expresaremos el juicio moral. El tipo de juicio moral –i.e., que se
apruebe o se desapruebe la acción–, por su parte, dependerá del evento que se
perciba, del contexto del evaluador, de su interés personal y, si es el caso, de
la deliberación que realice. Dicho de manera sintética, cuando el sujeto
percibe un evento moralmente evaluable, la gramática emocional desarrollada
conducirá al individuo a expresar el juicio moral. Sin embargo, qué juicio
moral exprese la persona dependerá de diferentes variables.
Para finalizar, si el individuo presenta problemas cognitivos que le
impiden ejercer adecuadamente la lectura de mentes (ToM) podrá reconocer
acciones como morales en los casos en los que, primero, una persona causa
daño a otra y, segundo, el evento no es complejo, este es caso de los autistas.
Si el individuo carece de la capacidad para la empatía, por un lado, no podrá
experimentar simpatía (toda vez que ésta depende de aquella) y, por el otro,
no podrá reconocer las acciones como acciones morales este es el caso de
psicópatas (al respecto ver Tovar 2011 §4.4.3). La gramática emocional
desarrollada (constituida por empatía, simpatía, ToM, emociones morales y
normas morales), por su parte, permitirá al individuo reconocer acciones
como acciones morales, en cualquier tipo de situación, sencilla o compleja.
FALTA BIBLIOGRAFÍA