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América Latina: una democracia toda por hacerse

1997, Metapolítica

Un análisis sobre los déficit democráticos en América Latina y sus escasas posibilidades de avance.

© 1997 Metapolítica VOL. 1, NÚM. 4, pp. 557-571 AMÉRICA LATINA: UNA DEMOCRACIA TODA POR HACERSE César Cansino y Ángel Sermeño Resumen El presente ensayo toma al paso el sentido general de la propuesta para pensar la democracia contenida en los trabajos que se publican en este dossier, en particular el de Rödel, Frankenberg y Dubiel, y los de Serrano y Maestre. La conclusión de los autores sostiene que en América Latina, más que en otras latitudes, la democracia como forma de sociedad está prácticamente por inventarse. Asimismo, intentan demostrar que los principales debates teóricos europeos y anglosajones de los últimos años resultan insuficientes en el momento de buscar desentrañar la peculiar complejidad de las sociedades latinoamericanas. INTRODUCCIÓN Las reflexiones que configuran el presente ensayo buscan discernir de qué manera es posible y deseable que la creación y afirmación de procedimientos, instituciones, nuevos contenidos y valores democráticos en América Latina constituya en los hechos la mejor respuesta (en el sentido de la más racional, eficiente y, tal vez también, obligada) a la siempre compleja y ya crónica problemática sociohistórica de la región. Como se sabe, ha sido en el terreno de una hasta ahora inacabada e insuficiente respuesta a la altura del desafío democrático donde América Latina ha cifrado sus más firmes esperanzas de futuro. Efectivamente, se ha tratado de esperanzas y promesas democráticas que han chocado trágica, persistente e irreversiblemente con la dura realidad de la región, marcada por seculares y poderosas resistencias autoritarias, diagnosticadas certeramente por los especialistas bajo el signo del pesimismo y la incertidumbre. Desde tal perspectiva, tres ideas fuerza organizan el contenido de nuestras reflexiones. La primera de ellas consiste en sostener que las principales escuelas y teorías del pensamiento político-sociológico tradicional, o mejor quienes recurren a ellas para caracterizar el presente latinoamericano, han fracasado de manera sustantiva para dar cuenta cabal de la constitución, significado y evolución de los cambiantes procesos y las complejas estructuras fundamentales de las sociedades nacionales en América Latina. Dicho de manera más precisa, los debates europeos sobre democracia elitista y democracia participativa, liberalismo y comunitarismo, Estado social y neoconservadurismo, no son apropiados 557 AMÉRICA LATINA: UNA DEMOCRACIA TODA POR HACERSE para nuestras sociedades, pues el verdadero problema aquí consiste en inventar la democracia, entendiendo por lo anterior no sólo la cristalización de una determinada forma de gobierno sino, ante todo, la constitución de una forma de vida social, o sea, de sociedad. Al desarrollo de esta idea dedicamos el contenido del primer apartado del ensayo. En el segundo apartado, en cambio, sostendremos que a pesar de los evidentes e importantes avances en materia de construcción democrática en la región —en términos de limpieza electoral, un relativo auge de nuevos espacios de representación, de autonomía civil respecto del poder militar, etcétera— no puede decirse que la democracia institucional sea una realidad efectivamente operante y consolidada. Es decir, los logros gestados al calor de los procesos de instauración democrática han sido más bien limitados y frágiles, dando lugar a democracias conflictivas, de difícil duración y afirmación temporal institucional. De hecho, ello explicaría por qué nuestras jóvenes democracias están desarrollando en la actualidad patrones diferentes y francamente irregulares (por ejemplo, de ineficacia estatal, de despolitización y apatía políticas, de reducción de la democracia a su dimensión electoral en un contexto de sistemas de partidos débiles, etcétera) con respecto a los normalmente asociados a las democracias consolidadas, estables y fuertemente institucionalizadas. Finalmente, nuestra tercera idea fuerza constituye en realidad un conjunto de percepciones, valoraciones y argumentaciones, a decir verdad aún fragmentarias e intuitivas, en donde nos pronunciamos en favor de la definición de un nuevo ethos democrático; es decir, de la reformulación del proyecto democrático —experiencia matriz de nuestra incompleta modernidad— en clave latinoamericana. En definitiva, las líneas generales de nuestra propuesta buscan establecer un marco analítico desde el cual sea posible recuperar el sentido de la política. Frente a la cada vez más evidente crisis (o transformación) de la política en América Latina, caracterizada por la declinación del hombre público y el descentramiento e informalización, oponemos un conjunto de argumentos que miran a restablecer la capacidad de decisión y participación del ciudadano y la sociedad civil; es decir, postulan la necesidad de construir la política desde la sociedad y, además, volver al ciudadano un sujeto que encarna y alrededor del cual convergen los principios fundamentales de la democracia. Ciertamente, la magnitud de los desafíos nos hace ser cautos en nuestras reflexiones y/o proyecciones. Sin embargo, creemos que aún existe en América Latina el potencial y la inventiva necesarios para encauzar nuestras frágiles democracias por el camino mucho más promisorio de la consolidación democrática. Entendiendo, eso sí, la idea de consolidación no sólo como una mera persistencia de instituciones o procedimientos sino también como la introducción de nuevos contenidos y valores a partir de los cuales no resulte utópico expandir la democracia, es decir, transferir a la sociedad verdaderos ámbitos de autonomía, participación y decisión ciudadanas. 558 CÉSAR CANSINO Y ÁNGEL SERMEÑO PENSAR LA DEMOCRACIA La mayoría de los diagnósticos con los que contamos sobre el presente latinoamericano y en particular sobre las dificultades para avanzar en la democracia y para afirmar procesos de desarrollo socioeconómico más equilibrados y equitativos, han fracasado o son francamente insuficientes para dar cuenta de la compleja realidad de la región. Esta afirmación, sin duda polémica y quizá radical, no quiere ser lapidaria y mucho menos pretende cancelar la necesaria búsqueda multidisciplinaria de explicaciones cada vez más consistentes sobre la realidad de la región en la que vivimos. Por el contrario, reconocemos un valor intrínseco en cualquier esfuerzo serio y responsable de reflexión. Nuestro punto consiste simplemente en advertir que buena parte de los errores de apreciación presentes en los diagnósticos sobre nuestros países deriva en gran medida de la adopción acrítica de esquemas teóricos y conceptuales producidos en otras latitudes y para dar cuenta de otras realidades. Que quede claro, sin embargo, que no asumimos una posición culturalista a ultranza ni mucho menos rechazamos las mediaciones teóricas con fines heurísticos. Básicamente, queremos llamar la atención sobre el valor de la diferencia en el momento de aproximarnos teóricamente a una complejidad dada. A partir de esta premisa, sugerimos un itinerario alternativo para pensar la democracia en América Latina y al mismo tiempo comenzar a construir un modelo explicativo que no sólo nos indique qué tan democráticos (o qué tan poco democráticos) son nuestros países sino sobre todo que nos permita proyectar qué tan democráticos pueden ser en el futuro. Obviamente, al señalar esto estamos proponiendo una forma distinta de concebir a la propia democracia, pues entenderla exclusivamente como un conjunto de normas y procedimientos que definen y regulan la actividad de las instituciones políticas, es colocarnos en un ámbito de explicación muy estrecho. El verdadero desafío teórico es entonces, después de reconocer empíricamente las propias señales que la realidad latinoamericana produce, establecer un modelo de democracia, para el cual ésta sea entendida como una forma de sociedad más que como una forma de gobierno. Ciertamente, todo modelo es una proyección de ideales y expectativas, un punto de llegada y en el mejor de los casos una construcción mental para aproximarnos críticamente a la realidad. Pero un modelo de democracia social sólo puede ser un referente práctico en la medida que refleje en toda su peculiaridad la realidad en cuestión, en este caso las sociedades latinoamericanas. Las estaciones del recorrido que proponemos son entonces las siguientes: a) reconocer las características particulares de la región y que pueden resultar significativas para los objetivos planteados; b) establecer críticamente los límites de las teorías que dan cuenta de fenómenos similares en otras latitudes; y c) repensar la cuestión democrática a la luz de los presupuestos anteriores. 559 AMÉRICA LATINA: UNA DEMOCRACIA TODA POR HACERSE Democracia y sociedad civil Para empezar por el primer punto, las sociedades latinoamericanas comparten dos situaciones que adquieren gran significación en el marco de inquietudes que hemos venido señalando hasta aquí. Se trata de dos fenómenos que no necesariamente son exclusivos de nuestra región —de hecho, están presentes en todas las democracias modernas—, pero adoptan aquí rasgos peculiares. En primer lugar, presenciamos una crisis de grandes dimensiones de las democracias representativas. En los hechos, ni los partidos, ni los gobiernos, ni las instituciones representativas en general han alcanzado una legitimidad sustancial por parte de la sociedad civil. Los ciudadanos cada vez se sienten menos representados por los partidos o identificados con sus autoridades; las elecciones no se han asumido o introyectado plenamente como un referente cívico indispensable; los políticos son percibidos cada vez más como oportunistas y ladrones sin ningún tipo de compromiso social. La crisis de la democracia de los partidos se ha traducido en situaciones más o menos extensas de apatía política, despolitización y hasta ha hecho prosperar a actores y partidos supuestamente antipolíticos que empiezan a capturar mayor atención de los electores que los políticos tradicionales.1 En este punto, la diferencia de América Latina con respecto a las democracias más consolidadas de Europa y Estados Unidos, es de intensidad y alcance. En efecto, como veremos en el próximo apartado, las democracias de América Latina no han contado en el pasado con períodos más o menos largos de estabilidad como en las democracias consolidadas. Ello repercute en la calidad y eficacia de las prácticas democráticas y en la propia percepción social de las instituciones y autoridades. Si a este hecho sumamos los muchos rezagos acumulados en todos los órdenes en cada uno de nuestros países, entendemos mejor la fragilidad y vulnerabilidad de nuestras jóvenes democracias, en términos de gobernabilidad y estabilidad. Por último, por la propia configuración histórica de nuestros Estados en la región y su aún inconclusa reforma en el contexto de imperativos que impone el nuevo modelo económico de globalización, es común encontrarnos con situaciones en las que algunas prácticas y procedimientos democráticos coexisten con otros abiertamente autoritarios propios de sociedades tradicionales. El segundo hecho a considerar en esta interpretación es lo que se ha dado en llamar, no sin alguna imprecisión, el “resurgimiento de la sociedad civil”. Ciertamente, este fenómeno no es nuevo y mucho menos exclusivo de América Latina. De hecho, los nuevos movimientos sociales por demandas específicas que hasta hace poco no tenían plena cabida en ninguna legislación del planeta, tales como reivindicaciones de género o ecologistas y por los derechos de los homosexuales y las minorías étnicas, surgieron en Europa y Estados Unidos hace más de veinte años. Sin embargo, en América Latina el resurgimiento de la sociedad civil ha adoptado manifestaciones particulares que no tuvieron ni han tenido los movimientos sociales en Europa o Estados Unidos. La diferencia aquí también es de intensidad —magnitud y cantidad 560 CÉSAR CANSINO Y ÁNGEL SERMEÑO de las personas que se movilizan—, así como de contenido —el tipo de reivindicaciones perseguidas y las formas específicas de lucha. Dicho de manera todavía aproximada, pues nuestra investigación en este punto está en proceso, tal parece que aquella parte de nuestras sociedades que ha decidido organizarse y activarse frente a la imposibilidad real, la ineptitud o el desinterés de las instituciones y las autoridades políticas para satisfacer y responder a las demandas sociales acumuladas, lo ha hecho sobre todo por reivindicaciones de tipo socioeconómico. Evidencias de lucha y resistencia sociales de este tipo las tenemos en todos nuestros países: movimientos urbanos y campesinos, organizaciones de barrios y ambulantes, colonos en lucha, deudores de la banca, organizaciones no gubernamentales, cooperativas de producción y autogestión, etcétera. Muchas de estas manifestaciones son en sí mismas estrategias de sobrevivencia y dignidad. En todo caso, confirman la incapacidad de la política institucional para solucionar los problemas más apremiantes de nuestras sociedades. En suma, cada vez más la sociedad civil se organiza desde la autonomía de sus iniciativas y a pesar del Estado o al margen del mismo.2 La diferencia entre América Latina y otros países más desarrollados en este punto no es irrelevante. Para nuestros países, con enormes carencias económicas y sociales, la movilización es muchas veces una estrategia de sobrevivencia. Para los otros, donde la calidad de vida es infinitamente superior, la activación social es más ocasional y suele presentase ante situaciones críticas que amenazan la estabilidad de un país. La idea puede quedar mejor ilustrada con el siguiente ejemplo. Mientras que en España la sociedad civil es capaz de hacer enormes concentraciones para protestar por la creciente ola terrorista proveniente de los grupos separatistas, en Colombia el terrorismo cotidiano es percibido como un signo más del desgaste de las instituciones y una razón más para que la sociedad se organice con independencia del Estado. El narcotráfico dejó hace tiempo de ser un elemento movilizador de nuestras sociedades, pero el hambre y la marginación siguen generando respuestas inéditas de todo tipo, desde los “caracazos” hace algunos años en Venezuela hasta las más variadas formas de economía informal que se puedan imaginar. Tenemos pues, dos elementos de la realidad que nos llevan directamente a la cuestión democrática, la crisis de la democracia representativa y el resurgimiento de la sociedad civil. El asunto puede ser colocado en los siguientes términos: ¿en qué medida estos elementos sugieren nuevos contenidos para repensar la cuestión democrática en América Latina? Por cuanto esta interrogante no atañe exclusivamente a América Latina, algunas propuestas provenientes de otras latitudes pueden resultarnos útiles. No obstante, habrá que considerar siempre aquellas circunstancias que nos distinguen. En particular, el carácter inconcluso de nuestras democracias representativas, la existencia de elementos anómicos mucho más caóticos y desordenados en todos los ámbitos, la persistencia de inercias autoritarias y prácticas tradicionales, el contenido más inmediato de las reivindicaciones de la sociedad civil, un entendimiento más ambiguo del poder público, etcétera. 561 AMÉRICA LATINA: UNA DEMOCRACIA TODA POR HACERSE En todo caso, lo que estos datos plantean aquí y allá es la necesidad de repensar la democracia desde la sociedad civil. En otras palabras, si la democracia ha de contar con nuevos contenidos más próximos al sentido original de esta noción y ha de expresar más realistamente lo que se está moviendo en las sociedades modernas, deberá dar cobertura teórica al conjunto de iniciativas ciudadanas, movimientos sociales y demás acciones que como tales llenan de nuevos contenidos simbólicos al poder político. Elementos teóricos para una propuesta alternativa Dicho en breve, la democracia de la que hablamos tiene los siguientes presupuestos: a) considera a la sociedad civil como el espacio público por excelencia, el lugar donde los ciudadanos, en condiciones mínimas de igualdad y libertad, cuestionan y enfrentan cualquier norma o decisión que no haya tenido su origen o rectificación en ellos mismos; b) coloca en consecuencia a la esfera pública política como el factor determinante de retroalimentación del proceso democrático y como la esencia de la política democrática, y se opone a cualquier concepción que reduzca la política al estrecho ámbito de las instituciones o el Estado; c) en conexión con lo anterior, concibe al poder político como un espacio “vacío”, materialmente de nadie y potencialmente de todos, y que sólo la sociedad civil puede ocupar simbólicamente desde sus propios imaginarios colectivos y a condición de su plena secularización; y d) sostiene, finalmente, que la sociedad civil es por definición autónoma y fuertemente diferenciada, por lo que la democracia se inventa permanentemente desde el conflicto y el debate público. 3 Hay muchas razones para adscribirse a esta concepción de la democracia con el fin de repensar la política en América Latina. La primera, como ya dijimos, radica en las propias señales que emiten nuestras sociedades y cuya importancia es más bien subestimada o simplemente ignorada por las concepciones convencionales. De hecho, en América Latina, más que en cualquier otra parte, donde la política institucional ha dejado de articular a la sociedad y el Estado es rebasado cada día por las iniciativas ciudadanas independientes, la sociedad civil está encabezando con sus acciones una auténtica revolución democrática. En segundo lugar, al favorecer la “desestatización” de la política, esta concepción concilia a los ciudadanos con lo política, restituyéndole a ésta dignidad y densidad. Una enseñanza nada desdeñable frente a las tentaciones neoconservadoras y totalitarias que cruzan en los hechos la experiencia política institucional. Para América Latina, en particular, esto nos ayuda a entender que la democracia no termina en las transiciones democráticas ni en la transformación de un modelo político y económico centralizado en el Estado o en el mercado, sino que depende exclusivamente del propio desarrollo de la sociedad civil. Ciertamente, como lo ha advertido muy bien Jürgen Habermas, las sociedades modernas están acosadas por la lógica de los mecanismos administrativos y económicos,4 pero entender a la sociedad civil como un espíritu “público” nos permite vis- 562 CÉSAR CANSINO Y ÁNGEL SERMEÑO lumbrar en alguna medida la expansión posible de la democracia bajo los regímenes liberal-democráticos realmente existentes. Finalmente, constituye una opción teórica consistente que anteponer a los esquemas normativos dominantes, liberales y neomarxistas, que para el caso de América Latina han resultado insuficientes o parciales. A este último punto destinaremos nuestras reflexiones finales en este apartado. Las opacidades teóricas europeas y anglosajonas A la luz de la propuesta que hemos expuesto arriba, creemos que pierden en capacidad explicativa y normativa, pensando en América Latina, algunos de los debates teóricos más influyentes de los últimos años. Para el efecto, consideraremos tres grandes líneas de discusión largamente dominantes en Europa y Estados Unidos: a) democracia elitista vs. democracia participativa, b) liberalismo vs. comunitarismo y c) Estado social vs. neoconservadurismo. 5 En primer lugar, sostenemos que los tres debates mencionados no resuelven la cuestión democrática en la medida en que niegan la radical diferencia de la sociedad o buscan conjurar el conflicto mediante unos mínimos normativos de justicia y bienestar. Así, por ejemplo, el liberalismo neocontractualista de John Rawls, expuesto es su obra ya clásica Teoría de la Justicia (1971), pretende encontrar unos principios de justicia universales que armonicen la libertad individual con ciertos criterios distributivos o reguladores destinados a aminorar las desigualdades. Uno de los principales problemas de esta concepción, por lo demás fuertemente cuestionada por su contraparte comunitarista, es que sigue concediendo gran importancia al Estado como supuesto ente imparcial producto de un consenso legítimo y moralmente correcto de los hombres en una sociedad. En la realidad, la libertad, la igualdad o cualquier otro bien social se conquistan permanentemente en el espacio público que como tal es una arena de conflicto y confrontación. Algo similar puede decirse de los defensores del Estado social y de sus críticos neoconservadores. Mientras que los primeros creen que sólo creando las condiciones de la igualdad de oportunidades pueden funcionar con eficacia los derechos civiles y políticos, los segundos creen que a menor Estado mayor sociedad y viceversa. Obviamente, se trata de posiciones irrelevantes en el plano de los hechos y más en el contexto de América Latina. La primera posición, porque sigue pensando ingenuamente que el Estado puede generar prosperidad y sociedades más equilibradas. La segunda, porque la realidad ha demostrado que la sociedad no es más libre en el neoliberalismo. En segundo lugar, sostenemos que estos debates en lugar de resolver la cuestión democrática quedan atrapados en el propio discurso totalitario que teóricamente buscan combatir. Este es precisamente el sustrato de las concepciones supuestamente realistas de la democracia que la reducen a un mero método para elegir líderes políticos y organizar gobiernos. Una concepción de este tipo alude a una realidad muy próxima a la que Hannah Arendt criticaba hace tiempo como una forma velada de totalitarismo, es decir, la “partitocracia”, donde 563 AMÉRICA LATINA: UNA DEMOCRACIA TODA POR HACERSE los ciudadanos son reducidos a meros espectadores de la política, que permanece usurpada por políticos profesionales. 6 No muy distintas resultan las concepciones neoconservadoras tan influyentes en la actualidad. Según estas visiones, el ámbito de libertad individual por excelencia es el mercado, y toca al Estado preservarlo frente a cualquier amenaza no importando los medios. En un caso extremo, si la democracia produce nuevos actores sociales y genera un incremento incontrolable de demandas imposibles de ser satisfechas por el Estado, es mejor suprimir las libertades políticas que poner en riesgo el libre mercado en un contexto de ingobernabilidad. Finalmente, todas estas interpretaciones se equivocan en un aspecto crucial. Pretenden encontrar las claves de la política siendo que en la política de fin de siglo ya no hay claves sino que se inventan permanentemente desde la sociedad civil. En efecto, la cultura de la coherencia ha muerto frente a la pluralidad de formas de vida, de opiniones y de intereses. Como sostiene Agapito Maestre, las sociedades modernas no pueden recurrir a fuentes de comunidad identificadoras sin pagar el precio de una vuelta a la premodernidad autoritaria. La integración, la vertebración ya no es posible a través de semejanzas de tipo cultural o ético sino únicamente a través de la diferencia, del conflicto, o al menos de un capital histórico de divergencia tolerable. 7 Hasta aquí nuestra propuesta teórica para aproximarnos a la comprensión de la cuestión democrática en América Latina. Veamos ahora cómo este esquema puede ser recuperado en el análisis concreto. EXPANDIR LA DEMOCRACIA La tesis fundamental que sostendremos en este apartado no es de ninguna manera novedosa o compleja. En realidad, se trata de una tesis cuya naturaleza es de una simplicidad elemental pero quizá por ello se vuelva inevitablemente radical y polémica. Ella sostiene básicamente que los importantes, inéditos y prometedores avances en materia de construcción democrática en América Latina registrados a lo largo de la década de los ochenta no han sido lo suficientemente sólidos y consistentes como para afirmar ordenamientos institucionales duraderos y efectivamente democráticos. De ahí que la anhelada búsqueda de las condiciones para “consolidar” las emergentes y jóvenes democracias no haya sido hasta ahora más que una quimera. Más aún, sostenemos que la democracia en la región continúa siendo una cuestión toda por construirse. Tomando en cuenta el desmedido —e incluso retórico— optimismo con que se celebró el inusitado y obviamente deseable —aunque también insuficiente— crecimiento democrático en la región, nuestra tesis quiere llamar la atención sobre las impresionantes y resistentes condiciones históricas estructurales que explicarían en última instancia tanto ese pobre desenlace del proceso democratizador (que ha desembocado, insistimos, en ordenamientos institucionales frágiles, limitados, etcétera) así como sobre las razones de la vitalidad y fuerza de nuestras viejas y perversas prácticas autoritarias. 8 564 CÉSAR CANSINO Y ÁNGEL SERMEÑO La necesidad de equilibrio entre el optimismo y el pesimismo No resulta exenta de dificultad la tarea de evaluar objetivamente el verdadero alcance de los avances logrados en materia de democratización en la región durante los últimos quince años así como sus problemas y desafíos aún pendientes de resolución. Muchos de esos desafíos poseen dimensiones descomunales, un carácter finisecular, y exigen una obligada respuesta mínimamente efectiva si es que se quiere entrar en la senda de un ejercicio democrático perdurable y un desarrollo económico sustentable. En este sentido, América Latina es una amplia y compleja zona del mundo que se ha desarrollado en su conjunto de forma sumamente irregular, marcada por hondas desigualdades (geopolíticas, étnicas, etcétera) y obstáculos profundos de diversa configuración e impacto (económicos, sociales, políticos, etcétera). Resulta imperioso entonces, realizar un diagnóstico, aunque sea esquemático, con el propósito de indicar las tendencias generales de evolución que se imponen al conjunto de la región en la recta final del presente siglo.9 A nuestro juicio, América Latina presenta el siguiente panorama. Por un lado, un conjunto de problemas que han registrado sustantivos avances o que incluso han sido virtualmente superados, tales como: la casi universal eliminación de prácticas electorales fraudulentas con la consecuente institucionalización de procesos transparentes de alternancia en el poder; el control civil y la neutralidad militar en los asuntos públicos; el significativo aumento de ámbitos de participación y ciudadanía junto a la afirmación de claros espacios de pluralismo y competencia política así como de expresión y canalización de nuevos intereses societales. Por otro lado, un conjunto de problemas abrumadores aún vigentes o incluso extendidos en tamaño y profundidad, tales como: la condición de pobreza estructural (exclusión, desigualdad, marginación) producto de la inequitativa distribución de la riqueza social; el insuficiente crecimiento económico y las formas ineficientes del capitalismo latinoamericano; el peso de la tradición premoderna manifestado en una infinidad de fenómenos ya típicos como son, por ejemplo, la corrupción, el clientelismo, el centralismo, el presidencialismo con amplios márgenes de discrecionalidad, sistemas de partidos débiles e ineficientes, etcétera. Finalmente, un conjunto de nuevos problemas producto de un nuevo clima cultural-epocal, y que son expresión del propio desarrollo de la civilización occidental de fin de siglo, tales como: problemas asociados a los procesos de globalización y/o segmentación; el subsecuente debilitamiento del Estado-nación y la necesidad de configurar una nueva matriz de organización estatal. Otro grupo de problemas no necesariamente nuevos pero sí sumamente complejos y difíciles de erradicar son el crecimiento desmedido del narcotráfico y las nuevas manifestaciones de la violencia y el desorden social. Si bien esta visión de conjunto no permite vislumbrar un futuro optimista para la región, tampoco quiere ser negativa y mucho menos paralizante. En va- 565 AMÉRICA LATINA: UNA DEMOCRACIA TODA POR HACERSE rias oportunidades hemos externado nuestra convicción de que América Latina puede continuar avanzando en la democracia siempre y cuando sus gobiernos y sociedades enfrenten de manera decidida al menos dos grandes desafíos: a) la impostergable atención al tema de la justicia social y b) la obligación de replantear y resolver una nueva relación con la modernidad.10 La compleja e irresuelta cuestión social Entre las múltiples paradojas que cruzan la historia reciente de América Latina, resulta significativo que en los años ochenta, al tiempo que la región en su conjunto sufría una de sus peores crisis económicas y sociales, experimentó en el plano de la política un crecimiento democrático inédito y fundacional. Obviamente, se trató de un fenómeno particularmente significativo, pues la política —desde su específico ámbito de autonomía— se afirmó como el ejercicio de la libertad humana, en contra de cualquier tipo de determinismo, al tiempo que la democracia se reconoció como la mejor vía para organizar a la sociedad. De esta suerte, en un subcontinente atravesado por enormes desigualdades socioeconómicas —con todas las consecuencias prácticas que derivan de esa radical y crónica condición de pobreza— se afirmó la creación de mecanismos e instituciones democráticas como un fin en sí mismo. A esta paradoja cabe añadir otra igualmente sorpresiva. Desde finales de los años ochenta y a lo largo de toda la presente década, América Latina experimentó un profundo proceso de transformación y/o modernización económica. Los sistemas económicos de la región se reconvirtieron de sistemas de gestión estatal, monopolista y protectora a sistemas basados en los mecanismos de mercado y de eficiencia. 11 Al inicio de ese proceso resultó sumamente común escuchar argumentos que defendieron el presunto reforzamiento y complementariedad de ambos procesos: los de liberalización económica y los de instauración democrática. Curiosamente, en los hechos ocurrió todo lo contrario. Pese a los incuestionables y necesarios éxitos macroeconómicos —control de la inflación, reducción del déficit público, estabilidad cambiaria, aumento de las reservas e incremento del ahorro, crecimiento económico moderado, políticas fiscales más eficientes, privatización de empresas controladas por el Estado, liberalización de los mercados y apertura al exterior, etcétera— cosechados por el programa ortodoxo de ajuste económico, el impacto de dicha reforma en el plano social resultó abrumadoramente deficitario. 12 En efecto, a raíz del proceso de liberalización económica se exacerbó notablemente la desigualdad en la distribución del ingreso en América Latina, ya de antemano muy marcada si se la compara con la existente en otras latitudes.13 En suma, al caer masivamente los costos de la reforma económica sobre los hombros de los menos privilegiados su significado político adquirió inmediatamente un cariz negativo. Casi de manera automática, el incremento de la pobreza se transformó en la fórmula más eficiente de desintegración social y de 566 CÉSAR CANSINO Y ÁNGEL SERMEÑO ingobernabilidad amén de que también revivió el apenas conjurado fantasma de la violencia política. 14 Los politólogos dedicados a estudiar los incipientes procesos de democratización de la región coincidieron inmediatamente en que la desigualdad social se convertía ahora en la máxima prioridad política. Sin embargo, prácticamente todas las propuestas diseñadas hasta ahora para resolver este perverso y complejo círculo vicioso entre democracia y desigualdad, han resultado insuficientes, amén de que las experiencias nacionales estudiadas no han permitido todavía definir relaciones y tendencias claras. 15 ¿Una modernidad inconclusa? El alcance y el sentido actual de la democracia realmente existente en América Latina no ha sido modificado exclusivamente por las irresistibles tendencias económicas mundiales. Además de ellas, existen otros factores de carácter “cultural” que también nos permiten explicar, al menos hipotéticamente, por qué nuestras jóvenes democracias se encuentran en el mejor de los casos en condiciones de institucionalidad frágil e inestable. Más específicamente, las condiciones culturales propias de la región en las cuales los ordenamientos democráticos han intentado consolidarse han sido más bien premodernas o tradicionales. Esto es, la democracia ha intentado abrirse camino y afirmarse sin contar con el sustrato mínimo de secularización cultural y diferenciación estructural indispensables para combatir efectivamente los muchos enclaves o residuos autoritarios premodernos (cacicazgos, clientelismos, corporativismos, etcétera) que todavía perviven con una alta cuota de influencia y poder en la región.16 Junto a esta ya clásica visión, que por lo demás creemos continúa guardando una actualidad interpretativa de primer orden, surgen otras hipótesis de corte cultural para explicar los severos límites que experimenta la democracia para transformar positivamente los esquemas de convivencia social en América Latina. Dentro de ellas destaca la sostenida por Norbert Lechner según la cual los cambios del clima cultural de la región modifican las posibilidades mismas de la política.17 Tales transformaciones de la política serían básicamente dos: una pérdida de centralidad de la política como núcleo rector del desarrollo social en virtud de la primacía ganada por el mercado para regular y coordinar las relaciones sociales. Y, en segundo término, una drástica informalización de la política, toda vez que en el nuevo contexto de toma de decisiones políticas éstas resultan de formas cuasi privadas de negociación e intercambio entre los principales actores políticos en aras de garantizar presuntas condiciones óptimas de gobernabilidad. Naturalmente, la principal consecuencia negativa de esta segunda tendencia consistiría en el grave desdibujamiento y/o erosionamiento del andamiaje institucional democrático. Hemos condensado en las líneas precedentes una mirada crítica a la democracia realmente existente en América Latina y sus principales desafíos a futuro. 567 AMÉRICA LATINA: UNA DEMOCRACIA TODA POR HACERSE Se trata de una mirada que ha querido ser a la vez un recuento de adelantos y uno de desengaños y/o expectativas insatisfechas en el marco complejo de tendencias globales generales así como también de diversidades particulares regionales. Nuestra conclusión en este punto es que en América Latina más que en otros países existen las condiciones para expandir la democracia realmente existente al orden social. En los hechos, la política institucional está siendo rebasada permanentemente por las iniciativas ciudadanas independientes. De lo que se trata es de completar la democracia en el terreno institucional y normativo, pues sólo así se garantiza la existencia y el respeto a los derechos civiles y políticos elementales, y de que las autoridades no entorpezcan la acción pública independiente de sus sociedades. El presupuesto teórico en el que se apoya esta conclusión puede ser colocado en los siguientes términos. Ahí donde la democracia institucional está inconclusa, es más apremiante y hasta factible expandir la democracia social que en países donde la democracia institucional está consolidada. Esto es así, porque las sociedades ubicadas en la primera situación aún deben realizar una gran inversión colectiva que los convierta en auténticos ciudadanos, es decir, en sujetos. INVENTAR LA DEMOCRACIA ¿Cuáles son los retos fundamentales que el panorama descrito hasta ahora abre a la teoría democrática? En principio de cuentas, debemos comenzar a entender por democracia algo más que una forma de gobierno. Para los europeos, el ethos democrático queda ejemplificado por afirmaciones como las siguientes: la democracia es siempre democracia política, la democracia es siempre democracia formal, la democracia es siempre democracia representativa, la democracia es siempre democracia pluralista, etcétera. Contrariamente a visiones de este tipo largamente dominantes, para nosotros la democracia no es sólo un sistema de gobierno sino ante todo una forma de vida social, una forma de sociedad.18 Es precisamente en esta distinción donde podemos hacer un ajuste de cuentas necesario para América Latina. Mientras que en Europa, la democracia fue un elemento vertebrador de las sociedades fragmentadas, un producto y un instrumento de la modernidad, del proyecto moderno ilustrado en clave absolutista, en América Latina la modernidad no tiene nada de absoluto: aquí no hay nada más que conflicto. En este sentido, nuestros países tienen que comenzar por reconocer que el conflicto es la base y el fin de la política. Los debates europeos sobre unos mínimos o unos comunes denominadores son imposibles en América Latina. Aquí la integración política sólo puede darse a través del conflicto y nunca del consenso. En consecuencia, la primera definición del proyecto moderno en clave latinoamericana es definir un nuevo ethos democrático: la democracia es mantener el espacio público abierto, es la decisión de desarrollar y estar abierto al conflicto. Ahora bien, la condición de posibilidad de la democracia no es otra que la 568 CÉSAR CANSINO Y ÁNGEL SERMEÑO secularización de lo político. Secularización no solamente de carácter religioso, sino de cualquier tipo de absoluto, sea de carácter tecnológico, mítico o social; es decir, la radical separación de poder y sociedad. Lo que se pone en juego con esta radical secularización del espacio público, que es la experiencia matriz de la modernidad, es la democracia; es decir, la construcción de un espacio de debate abierto en todos los sentidos. La sociedad civil que de aquí surge es distinta de la sociedad civil del neoliberalismo. La sociedad civil de la democracia es aquella que se ve a través de lo político, que se puede mirar a través del espacio público, la sociedad civil del neoliberalismo es una sociedad de átomos que únicamente se desarrollan en el espacio de lo privado. En el espacio privado sólo se pueden satisfacer necesidades privadas, pero la construcción de bienes públicos, como la libertad, sólo se juega en el espacio público. La separación de poder y sociedad, como condición de la democracia, se traduce en dos elementos: que la sociedad ya no depende de ningún tipo de absoluto y el poder queda como un espacio vacío que la sociedad civil ocupa de vez en cuando a partir de la esfera pública. Se trata, obviamente, de una ocupación simbólica, desde el imaginario colectivo, pues cuando la ocupación es material se convierte en una sociedad totalitaria. Ejemplos en América Latina de que el poder es cada vez más un espacio vacío los tenemos todos los días. Nuestros gobiernos nos son capaces de articular a sus sociedades, sus proyectos y acciones no alcanzan para legitimar a las instituciones y a las autoridades, los partidos están en crisis y representan cada vez menos a la sociedad, etcétera. Por el contrario, las iniciativas ciudadanas son cada vez más notorias. El Estado tiende a ser rebasado permanentemente, etcétera. Desde este punto de vista resulta infructuoso depender de otros absolutos que permean el debate en las sociedades postindustriales, tales como las nociones de Estado benefactor y Estado mínimo, democracia liberal y democracia participativa, neoconservadurismo y neoliberalismo, liberalismo y comunitarismo, cuando no hemos resuelto nuestro problema fundamental que es reconocer que no puede haber fusión en donde hay confusión, consenso donde hay conflicto. En efecto, nuestras sociedades son radicalmente diversas. En nuestras sociedades no hay un mínimo común denominador, acaso la aceptación de la heterogeneidad, de la radical diferencia. De hecho, la invención de la democracia pasa también por analizar el totalitarismo en todas sus formas. En principio, son totalitarias las sociedades que pretenden ser vertebradas desde un absoluto y no desde la radical diferencia. En síntesis, ni los esquemas de democracia liberal o democracia popular de los años setenta, ni los análisis institucionalistas que pretenden medir el grado de democracia en un país, son adecuados o suficientes para pensar la democracia en América Latina. Lo importante aquí, reconociendo que el poder es un lugar estrictamente vacío y que la sociedad es un núcleo de individuos radicalmente diferentes, donde más que consenso buscan integración, es pronosticar si una sociedad puede alcanzar la democracia o no, entendida no en su aceptación normativa sino social. 569 AMÉRICA LATINA: UNA DEMOCRACIA TODA POR HACERSE NOTAS No es descabellado imaginar un escenario en el cual varios países de la región tengan como gobernantes en la presidencia a cantantes y modelos profesionales, como presumiblemente Palito Ortega en Argentina o Irene Sáinz en Venezuela, y hasta a farsantes, como el recientemente destituido Bucaram en Ecuador. 1 Mayores elementos sobre este tema pueden encontrarse en: C. Cansino y S. Ortiz Leroux, “Nuevos enfoques sobre la sociedad civil”, Metapolítica, vol. 1, núm. 2, pp. 211-226. 2 Esta concepción de la democracia tiene múltiples asideros teóricos. En particular, los trabajos clásicos de Hannah Arendt en los que plasmó su concepción de la política; las contribuciones de varios intelectuales franceses, como Claude Lefort, Cornelius Castoriadis y Pierre Rosanvallon; alemanes, como Rödel, Frankenberg y Dubiel; y españoles, como Agapito Maestre y Esteban Molina. Una buena selección de textos de estos autores y sobre su contribución se recogen en el presente número de Metapolítica. 3 4 Véase su Teoría de la acción comunicativa, Madrid, Taurus, 1989, 2 vols. En esta selección podríamos incluir también el debate modernidad vs. posmodernidad o los enfoques neoinstitucionalistas y la influyente teoría de sistemas de Niklas Luhmann, pero por cuestiones de espacio los analizaremos en otra oportunidad. 5 6 Véase H. Arendt, Los orígenes del totalitarismo, Madrid, Taurus, 1985. Véase A. Maestre, “Cambios en la cultura política”, ponencia presentada en el seminario “La integración y la democracia del futuro en Latinoamérica”, Caracas, Venezuela, 20-22 de febrero de 1997. 7 8 L. Diamond, “¿Terminó la tercera ola?”, Este País, núm. 73, abril de 1997, pp. 2-11. Para el presente diagnóstico nos apoyamos en: C. Cansino, “La consolidación de la democracia en América Latina: problemas y desafíos”, Foro Internacional, El Colegio de México, núm. 134, octubre-diciembre de 1993, pp. 716-736; A. Lowenthal, “Imágenes y realidades latinoamericanas”, Este País, núm. 77, agosto de 1997, pp. 48-54; T. Karl, “Dilemas de la democratización en América Latina”, en J. L. Reyna (comp.), América Latina a fines de siglo, México, FCE/CNCA, 1995, pp. 432-459; C. Offe y P. Schmitter, “Las paradojas y los dilemas de la democracia liberal”, Revista Internacional de Filosofía Política, núm. 6, 1995, pp. 5-30. 9 Véase C. Cansino y V. Alarcón Olguín, América Latina. ¿Renacimiento o decadencia?, San José, Costa Rica, FLACSO, 1994. 10 11 A. Przeworski, Democracia y mercado, Cambridge, Cambridge University Press, 1995. 12 En este sentido, no faltaron voces que señalaron que los beneficios de dicha reforma económica tendieron a privatizarse en manos de unos cuantos, esto es, beneficiaron de un modo desproporcionado a los ricos y poderosos, al propio tiempo que los costos de la crisis se socializaron y se hicieron extensivos al grueso de la población. Cf. J. A. Le Clercq, “Latinoamérica: hacia una nueva forma de hacer política”, Estudios Políticos, núm. 13, UNAM/ FCP y S , 1996, p. 35. También puede consultarse: T. Karl, “¿Cuánta democracia acepta la desigualdad?”, Este País, núm. 69, diciembre de 1990, pp. 46-51. Cf. L.A. Beccaria, J. Boltvinik, A. Sen y otros, América Latina: el reto de la pobreza. Características, evolución y perspectivas, Bogotá, CEPAL/PNUD, 1992. 13 570 CÉSAR CANSINO Y ÁNGEL SERMEÑO En este sentido, continúa siendo de primera actualidad el agudo y oportuno análisis de Jorge Castañeda sobre las condiciones que hacían inviable el viejo ideario de la revolución violenta y radical en América Latina. Cf. J. Castañeda, La utopía desarmada. Intrigas, dilemas y promesas de la izquierda en América Latina, México, Joaquín Mortiz/Planeta, 1993. 14 E. Provencio, “Democracia y justicia social: ¿conexión necesaria o potencial por realizar?”, Revista Internacional de Filosofía Política, Madrid, núm. 6, 1995, pp. 85-103. 15 16 C. Cansino, Construir la democracia, México, Miguel Angel Porrúa/CIDE, 1994. N. Lechner, “Las transformaciones de la política”, Revista Mexicana de Sociología, vol. 58, núm. 1, enero-marzo de1996, pp. 3-16; y del mismo autor: “La democracia entre la utopía y el realismo”, Revista Internacional de Filosofía Política, núm. 6, 1995, pp. 104-115. 17 Para este apartado conclusivo hemos adoptado en lo general algunas indicaciones que sobre este tema nos ha aportado nuestro maestro Agapito Maestre en varios de sus trabajos. Véanse en particular sus libros: El poder en vilo, Madrid, Tecnos, 1994 y El vértigo de la democracia, Madrid, Huerga y Fierro, 1996; y sus ensayos publicados en varios números de Metapolítica. 18 571 DIRECTOR: CÉSAR CANSINO VOL. 1, NÚM. 4, OCTUBRE • DICIEMBRE • 1997 PUBLICADA POR CENTRO DE ESTUDIOS DE POLÍTICA COMPARADA, A. C. 481 METAPOLÍTICA VOL. 1, NÚM. 4, OCTUBRE • DICIEMBRE • 1997 DIRECTOR César Cansino MESA DE REDACCIÓN Reyna Carretero, Moisés López Rosas, Sergio Ortiz Leroux, Ángel Sermeño CONSEJO EDITORIAL Israel Arroyo (UAP), Pablo Javier Becerra (UAM), José Antonio Crespo (CIDE), Alfredo Echegollen (UNAM), Alejandro Favela (UAM), Iván Franco (ENAH), Conrado Hernández (COLMEX), Darío Ibarra (CEPCOM), Medardo Maldonado (UAP), Miguel Ángel Rendón (UNAM), Miguel Ángel Rodríguez (UAP), Roberto Sánchez (UNAM), Enrique Serrano (UAM). CONSEJO DE ASESORES Judit Bokser (UNAM), David Easton (Universidad de California), Luis Alberto de la Garza (UNAM), Luis M. Gómez (UNAM), Federico Reyes Heroles (UNAM), Celso Lafer (Universidad de Sao Paulo), Niklas Luhmann (Universidad de Bielefeld), Steven Lukes (Instituto Universitario Europeo), Agapito Maestre (Universidad Complutense), Jean Meyer (CIDE), Lorenzo Meyer (COLMEX), Leonardo Morlino (Universidad de Florencia), Javier Torres Nafarrete (UIA), José Luis Orozco (UNAM), Ugo Pipitone (CIDE), Cristina Puga (UNAM), Lourdes Quintanilla (UNAM), Giovanni Sartori (Universidad de Columbia), Philippe C. Schmitter (Universidad de Stanford), Gianni Vattimo (Universidad de Turín), Danilo Zolo (Universidad de Siena). DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN Soler Tipografía y Diseño. Metapolítica es una revista dedicada a la reflexión y debate de los principales temas y corrientes de la teoría y la ciencia de la política contemporáneas, desde una perspectiva plural y crítica. El presente número fue preparado por César Cansino. Metapolítica es una publicación trimestral del Centro de Estudios de Política Comparada, A.C. ISSN 1405-4558, Certificado de Licitud de Título Núm. 10073, Certificado de Licitud de Contenido Núm. 7050, Reserva de uso exclusivo Núm. 002071/97. Publicación periódica autorizada por SEPOMEX. Registro postal PP-PROV.DF 001-97 y CR-DF 001-97. Metapolítica. Playa Eréndira 19, Barrio Santiago Sur, México 08800, D.F., MEXICO, Tel. 6333873, Fax: 6333859. (Dirección electrónica: [email protected]). Impreso en Papalote Sistemas Gráficos, cda. de Techichicastitla No. 3, México, D.F. Distribuida por Publicaciones Citem, S.A. de C.V., Av. Taxqueña 1798, México, 04250, D.F. Metapolítica en la World Wide Web (Internet): http://www.caligrafia.com/caligraf/metapolitica Metapolítica aparece en los siguientes índices: CLASE. CITAS LATINOAMERICANAS EN CIENCIAS SOCIALES (Centro de Información Científica y Humanística, UNAM); INIST (Institute de L’Information Scientifique et Tecnique); SOCIOLOGICAL ABSTRACTS, Inc.; PAIS (Public Affairs Information Service); IBSS (International Bibliography of the Social Science). E L CENTRO DE ESTUDIOS DE POLÍTICA C OMPARADA , A.C. es un centro de investigación, divulgación y docencia especializado en temas de teoría y ciencia de la política. DIRECTOR: DR. CÉSAR CANSINO, SRIO. ACADÉMICO: SERGIO ORTIZ LEROUX, TESORERO: Mtro. PABLO JAVIER BECERRA 480 © 1997 Metapolítica VOL. 1, NÚM. 4, pp. 483-484 SUMARIO P RESENTACIÓN 485 u TEORÍA Y METATEORÍA EL RESURGIMIENTO David Miller DE LA TEORÍA POLÍTICA 487 u DOSSIER LA CUESTIÓN DEMOCRÁTICA P RESENTACIÓN 509 EL DISPOSITIVO SIMBÓLICO DE LA DEMOCRACIA Ulrich Rödel, Günter Frankenberg y Helmut Dubiel 511 EN TORNO AL “DISPOSITIVO Enrique Serrano G. 523 LA SIMBÓLICO” DE LA DEMOCRACIA CUESTIÓN DEMOCRÁTICA: PARA EXPLICAR LAS TRANSFORMACIONES DE LA POLÍTICA Agapito Maestre 543 AMÉRICA LATINA: UNA DEMOCRACIA César Cansino y Ángel Sermeño BIBLIOGRAFÍA TODA POR HACERSE 557 SOBRE LA CUESTIÓN DEMOCRÁTICA 573 u PERFILES FILOSÓFICO-POLÍTICOS CLAUDE LEFORT P RESENTACIÓN ¿RENACIMIENTO Claude Lefort 577 DE LA DEMOCRACIA? 579 483 S UMAR I O INDETERMINACIÓN DEMOCRÁTICA Y TOTALITARISMO: LA FILOSOFÍA POLÍTICA DE CLAUDE LEFORT Esteban Molina INVENTAR 593 LA DEMOCRACIA: ENTREVISTA CON CLAUDE LEFORT Esteban Molina BIBLIOGRAFÍA 617 ESENCIAL DE CLAUDE LEFORT 629 u CRÍTICAS DE TEORÍA POLÍTICA ESA INCÓMODA Rigoberto Lanz POSMODERNIDAD. PENSAR DESDE AMÉRICA LATINA (II) 631 ¿QUÉ ES LO POLÍTICO Rafael Farfán H. HOY: CONSENSO O CONFLICTO? 641 u REPORTE ESPECIAL LAS ELECCIONES DE 1997 EN MÉXICO DESPUÉS DEL 6 César Cansino DE JULIO BALANCE ELECTORAL José Antonio Crespo 647 DE 1997 657 LAS ELECCIONES Y LA TRANSICIÓN Pablo Javier Becerra Chávez 660 LA 667 CASA DE LOS ESCRITORES ABSTRACTS 671 COLABORADORES 673 484