MÁSTER INTERUNIVERSITARIO EN HISTORIA
Y CIENCIAS DE LA ANTIGÜEDAD
TRABAJO DE FIN DE MÁSTER
Curso 2018-2019
Título
Aecio, el último de los romanos
Título (inglés)
Aetius, the last of the romans
Alumno/a
Alejandro Álvarez Diego
Tutor/a
Rosa Sanz Serrano
Convocatoria
Septiembre
Índice
Introducción……………………………………………………………………...………1
1. Contexto histórico………………………………………………………...………….2
2. La era de Aecio……………………………………………………………………...10
2.1. La infancia y juventud de Aecio………………………………………………..10
2.2. El ascenso al poder de Aecio………………………………………………..….19
2.2.1. La usurpación de Juan……………………………………………..…….19
2.2.2. Aecio vs Bonifacio: la llegada de los vándalos a África…………………23
2.3. Líder indiscutible de Occidente ....……………………………………………..29
2.3.1. La década de 430: el Rin, Galia e Hispania………………………….…..29
2.3.2. La caída de África……………………………………………………….34
2.4. Aecio, Atila y los hunos………………………………………………………..37
2.4.1. Los hunos antes de Atila: posible origen y entrada en la historia de
Occidente……………………………………………………………….…37
2.4.2. Atila, rey de los hunos……………………………………………….…..45
2.4.3. Atila en Occidente: la batalla de los Campos Cataláunicos………….…..51
2.4.4. La caída de Atila y de “el último de los romanos”………………….……60
3. Conclusiones .……………………………………………………………..............64
Cronología ......................................................................................................................67
Bibliografía ..………………………………………………………………………..…69
Introducción
Históricamente se ha utilizado el término “último de los romanos” (Ultimus
romanorum) para designar a aquel personaje que, se piensa, encarnaba los valores de la
Roma antigua que, por implicación, se extinguieron tras su muerte. No es un término que
se utilizara para denominar a un único personaje, sino que se utilizó con varios. Desde
Julio César hasta Justiniano I o Belisario, numerosos han sido los honrados con esta
expresión. El personaje sobre el cual nos centraremos, Flavio Aecio, fue denominado así
por Procopio de Cesarea:
“Estos dos hombres (Aecio y Bonifacio), por una parte, eran diferentes en su
manera de tratar los asuntos de estado, pero, por otra, mostraban tantas
cualidades y, en particular, tal grado de magnanimidad que si alguien llamase
a cualquiera de los dos «el último de los romanos», no estaría equivocado: de
tal forma se dio la circunstancia de que en estos dos hombres se resumiera la
totalidad de las virtudes que se reconocen en los romanos” (Procop. BV. I, 3,
15, trad. Flores Rubio, 2000).
Este texto fue escrito varios años después, prácticamente un siglo para ser exactos,
de la muerte de los personajes que se mencionan, Aecio (454) y Bonifacio (432), sin
embargo, la imagen que quedó de estos era de un calibre tan positivo, que siglos más tarde
se les seguiría recordando y elogiando de esta manera.
Flavio Aecio fue uno de los más brillantes generales de la historia de Roma y el
hombre más influyente del periodo final del Imperio romano de Occidente, especialmente
entre las décadas comprendidas entre 433 y 454, en las que, como magister militum,
dirigió la defensa contra los ataques de los diferentes pueblos bárbaros que asolaban
Occidente. Es sobre todo recordado por su victoria frente a Atila, el rey de los hunos, en
la célebre batalla de los Campos Cataláunicos, ocurrida en 451, que enfrentó a un
contingente de romanos, francos, alanos y visigodos contra las huestes del temible Atila
que contaba, además de con los jinetes de las estepas de su pueblo, con tropas de otros
pueblos germánicos vasallos del huno como ostrogodos, hérulos, turingios, gépidos, etc.
Que una figura como la del general Aecio llegara a poseer de facto el máximo
poder de Occidente, sin nombrarse a sí mismo emperador o derrocar al susodicho, es algo
1
producto de los cambios políticos que sucedieron durante el siglo IV, especialmente
durante el último tercio de este.
Figuras como la de Aecio hubo varias desde finales del siglo IV y después de la
muerte de éste. Se trataba de un tipo de personajes que ostentaban el poder fáctico del
Imperio, pero que, sin embargo, no buscaban, al menos a priori, derrocar al emperador
sino ser su primer general o generalísimo. Estos personajes solían proceder de un origen
bárbaro o semibárbaro, pero habían recibido la educación propia de un romano y sus
acciones iban destinadas a defender el Imperio, por encima de cuales fueran sus orígenes.
Los ejemplos más representativos fueron el vándalo Estilicón, el cual fue hombre de
confianza de Teodosio y regente del Imperio de Occidente durante la infancia de Honorio,
y el propio Aecio, cuyo padre tenía ascendencia alana, pero era plenamente romano. Otros
ejemplos podrían ser Flavio Constancio o Flavio Ricimero.
En este trabajo estudiaremos la figura de Aecio, llevando a cabo un recorrido por
su vida, sus acciones y las repercusiones de estas. Para ello nos serviremos tanto de
fuentes antiguas escritas, alguna epigráfica, como de historiografía moderna. Se estudiará
también a los hunos, su origen y su actividad e impacto para con el Imperio romano, tanto
de Oriente como de Occidente, pues este pueblo está estrechamente relacionado con la
figura de Aecio y sería impensable no hablar sobre ellos.
1. Contexto histórico
A finales del siglo III y a principios del IV, se observó una lenta transformación
del mundo romano en todos sus aspectos, debido en gran parte a las reformas puestas en
marcha por Diocleciano y finalizadas por Constantino, que desembocaron en una
monarquía absoluta de carácter militar. El otro gran aspecto de esta transformación son
las invasiones bárbaras, vistas por algunos autores más como consecuencia que como
causa de la caída del Imperio de Occidente (Halsall, 2012; Heather, 2016).
Para finales del siglo IV, se produjo una amplia reorganización y centralización
del ejército y de la administración imperial. El Senado será apartado cada vez más de las
decisiones políticas y los militares de alto rango desplazarán a la vieja aristocracia. Se
crearían nuevos cargos, tanto militares como burocráticos, como, por ejemplo, los de
magister militum o magister officiorum. El ejército pasaría a estar formado por una gran
2
variedad de unidades tácticas, con lo que, para mayor eficacia se crearon nuevos
contingentes, así como un nuevo sistema de mando. Muchas de estas reformas las
conocemos gracias a testimonios de la época como son Amiano Marcelino y su Res
gestae, el Código Teodosiano y la Notitia Dignitarum. Se produjo una división entre el
poder civil y el militar, abandonando así la antigua tradición militar romana, ahora era el
magister militum, el cual respondía solo ante el emperador, el encargado supremo del
ejército. Este cargo sería el resultado de la unión de los cargos menores de magister
peditum (jefe de infantería) y magister equitum (jefe de caballería) (Crump, 1973, pp. 9193).
Si la situación lo requería, el emperador podía mantener puestos vacantes, enviar
donde fuera necesario a los magistri militum y nombrar a hombres para ocupar este tipo
de puestos ignorando cualquier orden establecido. Esto último quedaría bien reflejado
con el nombramiento de personajes como Alarico o Atila, los cuales recibirían estos
puestos debido a sus propias demandas, a las cuales el Imperio, en ocasiones, no tendría
más remedio que verse obligado a aceptar.
Durante el siglo IV, la mayoría de emperadores, empezando por Constantino I y
terminando con Teodosio I, se pondrían al frente de sus ejércitos, ayudados por todos
estos nuevos puestos creados para facilitar la burocracia militar. El conflicto armado más
importante del siglo IV fue, sin duda, la batalla de Adrianópolis ocurrida en el año 378.
Circulaban a menudo, entre los pueblos asentados en el limes romano, noticias de
disturbios en los territorios septentrionales, pero raramente llegaban a ser más que
rumores. Sin embargo, en otoño de 376 se comenzó de nuevo a oír hablar de grandes
disturbios y que todos los pueblos entre las llanuras húngaras y el Mar Negro estaban en
movimiento debido a la llegada de un pueblo nunca antes visto y de gran ferocidad
(Thompson, 1982, p. 15). Según las fuentes, los godos fueron literalmente empujados en
ese otoño de 376 contra el limes danubiano, calculándose que unas doscientas mil
personas tuvieron que buscar refugio dentro del Imperio romano (Amm. Marc. Res
Gestae, XXXI, 4, 1-2). Tras cruzar el Danubio y devastar parte de los territorios
imperiales, el emperador Valente decidió hacer frente en 378 a estos pueblos godos
invasores. Lo sucedido fue una estrepitosa derrota que le costó al Imperio casi dos tercios
de su ejército, así como la vida del propio emperador y muchos de sus generales (Amm.
Marc. Ibídem, XXXI, 12, 10-17).
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Tras esto, el Imperio quedó en manos de los sobrinos de Valente, Graciano el
joven y Valentiniano II, hasta que, en 379, el primero de estos nombró a Teodosio augusto
de Oriente. Las dos grandes acciones por las que es recordado Teodosio es, por ser el
primer emperador católico de Roma y por ser el último emperador del Imperio romano
unificado.
Teodosio instaló su corte en Tesalónica pues, recién nombrado emperador,
resultaba algo precipitado establecerse en Constantinopla, además de que desde el 376 se
venía librando la guerra contra los godos. Así pues, para tener un mejor control de la
situación, Tesalónica se fijó como capital para Teodosio. La situación que tenía que
afrontar era alarmante. Según escribía Gregorio Nazianzeno (Or. XXII, 2, PG 35, 1140;
Bock, 1992, p. 118), las ciudades estaban siendo devastadas, los hombres asesinados y la
tierra empapada de sangre.
Los godos estaban cada vez más cohesionados y buscaban asentarse en una tierra
que pudieran identificar como suya propia, algo que, en un principio, Teodosio les negó,
hasta que, en 382, decidió establecer un pacto con los invasores. El emperador quería que
los godos prestaran servicio militar junto al ejército oriental cuando fuera necesario, a
cambio, el emperador les concedió tierras en los Balcanes, junto con el derecho a operar
autónomamente en ellas, es decir, sujetos únicamente al control de sus propios caudillos.
Así, estas tribus bárbaras se establecieron durante un tiempo en el lugar asignado por
Teodosio, y se convirtieron en foederati del Imperio (Zósimo, IV, 34, 3).
A pesar de que este pacto pareciera suponer un paso adelante hacía un futuro
prometedor y más estable para el Imperio, lo cierto es que supuso un primer síntoma del
inminente desmembramiento imperial. Los godos, lejos de convertirse en leales y
valiosos aliados del pueblo o el imperio romanos, estaban llamados a transformarse en
simples peones de la interminable lucha de poder entre los distintos sectores del colectivo
burocrático estatal. Por otro lado, esta inminente desintegración contaba con otro factor
clave, la creciente brecha de prosperidad entre la porción oriental del Imperio y los
sectores central y occidental. El pacto con los godos supuso el fin del flujo fiscal de las
tierras concedidas a los bárbaros hacia Occidente. Los sistemas burocráticos oriental,
central y occidental se veían incapacitados a funcionar como un solo sistema unificado y,
más que actuar para la consecución de objetivos comunes, cada uno se veía obligado a
enfrentarse a sus propios y numerosos problemas. Las regiones estaban cada vez más
abocadas a valerse por sí solas, salvo excepcionales casos de altruismo de alguna de las
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partes, como fue el caso de los apoyos ofrecidos por Graciano a Teodosio, a los que
Teodosio no iba a corresponder (Bock, 1992, p. 119-120).
Teodosio, ya como emperador único del Imperio se estableció en Italia y se llevó
junto a él a uno de sus dos hijos, Honorio, dejando al otro, Arcadio en Constantinopla. Al
igual que le había pasado a Diocleciano, e incluso a otros emperadores anteriores,
Teodosio sabía que el control total del Imperio no podía recaer en las manos de una única
persona y una sola administración. Tiempo atrás, Teodosio ya había nombrado a Arcadio
coaugusto de Oriente junto a él y, en el momento en que tuvo que trasladarse a Italia, se
llevó a Honorio consigo con intención de hacer con él lo mismo que había hecho con
Arcadio, pero en Occidente.
En enero de 395 el último emperador que, de facto y de iure, rigió las burocracias
de Oriente y Occidente, murió a la edad de 49 años. Tras esto, los dos aparatos
administrativos del Imperio se dividieron definitivamente. El Imperio de Octavio jamás
volvería a estar bajo un mismo gobierno. Arcadio quedó como emperador de la parte
Oriental y Honorio como el de la parte Occidental. Sin embargo, esta partición no fue del
gusto de todos. Las diócesis del Ilírico y Macedonia pasaron a Occidente, mientras que
Mesia y Tracia quedaron en manos de Oriente. Los godos llevaban asentados en el Ilírico
desde el pacto que firmaron con Teodosio en 382, lo que supuso el germen para los
conflictos inmediatamente posteriores a la partitio imperii, donde entran como
protagonistas las figuras de Estilicón y Alarico (Potter, 2017, pp. 256-264).
Honorio, el cual heredó la parte occidental del Imperio, tenía únicamente diez años
cuando murió su padre, con lo que, en Occidente, el verdadero poder recayó en manos de
otro, el general de origen vándalo, Estilicón.
Flavio Estilicón fue uno de los principales hombres de confianza de Teodosio.
Tan apegados estaban el emperador y el general que este último obtuvo la mano de la
sobrina de Teodosio, Serena. Este matrimonio fue clave para el ascenso de Estilicón, ya
que su nueva esposa hizo todo lo que estuvo en su mano para favorecer la carrera de su
esposo (Demougeot, 1951; Sanz Serrano, 2006; 2016).
Junto a Teodosio y Estilicón había otro gran nombre que encabezó la batalla, el
godo Alarico. Tras la muerte de Teodosio en 395, la rivalidad entre Estilicón y Alarico
iba a marcar los siguiente quince años de la historia de Roma.
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Muerto Teodosio, como decíamos, Estilicón permaneció en Occidente a cargo del
joven Honorio y actuando como regente, sin embargo, la parte oriental de Imperio
mantenía una cerrada resistencia a las pretensiones tutelares de Estilicón.
Después de unos años de enfrentamientos entre las dos partes del Imperio, con
Alarico como protagonista, el godo decidió mover ficha e invadió Italia en 401. Ningún
ejército se interpuso en su avance hacia la península itálica (Jord. Get, IV, 29). Los godos
llegaron al norte de Italia y consiguieron hacer que Honorio se viera obligado a evacuar
Milán para refugiarse en la ciudad de Asta. El godo puso sitio o la plaza en la que se
encontraba el emperador y permaneció a la espera durante varios meses mientras enviaba
embajadas al emperador pidiendo, según cuenta Jordanes (ibídem, IV, 30), tierras para
asentarse. Los planes de Alarico, en cambio, se vieron truncados por la llegada de
Estilicón. Este vino desde la Galia con un ejército que hizo frente a los godos de Alarico
y le ganó dos veces, en Pollentia y en Verona. A pesar de la guerra que mantenía con
Alarico, Estilicón seguía viendo al godo como un más que posible aliado, con lo que
firmó un acuerdo con él y le permitió regresar a los Balcanes.
Concluido, al menos de momento, el problema de los godos y de Alarico, Estilicón
y Occidente podía, en cierta manera, respirar, aunque esta situación duró poco. Otro
contingente de godos y alamanes intentó asaltar de nuevo Italia, y esta vez el caudillo al
mando de estos godos era Radagaiso, el cual, en verano de 406, atravesó los Alpes y llegó
a poner sitio a la ciudad de Florencia. La masa de desplazados era tan grande que Estilicón
consideró que el ejército de Occidente no estaba preparado para sofocar semejante hueste,
con lo que recurrió a un consumado mercenario huno, Uldin, o Uldino según las fuentes
(Oros. VII, 37, 12).
La presencia de Uldin y los hunos en la vanguardia de una vasta fuerza de
caballería permitió a Estilicón derrotar a sus enemigos. Diez mil de los hombres de
Radagaiso pasaron a prestar servicio en el ejército imperial, los cuales quedaron al cargo
de la defensa de Italia, mientras que el resto fueron vendidos como esclavos (Potter, op.
cit. 267).
La situación por el control del Ilírico volvía a estar al rojo vivo. Alarico había
marchado con intención de unirse a Estilicón y combatir al usurpador Constantino III, sin
embargo, la nueva situación hizo que Estilicón frenara al godo que, ofendido y
preocupado por su situación, exigió a los romanos la compensación por los años que había
permanecido en Epiro aguardando a las órdenes de Estilicón. Los senadores y, en general,
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el funcionariado romano, que al contrario que como había pasado con el ejército seguían
siendo romanos “puros”, tenían un cada vez mayor sentimiento antibárbaro. Estilicón
pidió a Roma la exorbitante cifra de 4000 libras de oro para compensar a Alarico que,
aunque a regañadientes, le fue concedida. En ese momento, según cuenta Zósimo, un
senador pronunció la frase “non est ipsa pax, sed pactio servitutis”, es decir que más que
la firma de una paz, Roma estaba firmando la servidumbre hacia Alarico (Zos, V, 29, 9).
A partir de aquí, la relación entre Estilicón y Honorio empieza a deteriorarse
seriamente y, por primera vez, el emperador desoyó los consejos de su general. Huyó a
Rávena, a pesar de la negativa de Estilicón, y, después, habiéndose enterado de la muerte
de su hermano, quiso viajar a Constantinopla para proteger a su sobrino, a lo que Estilicón
de nuevo se negó. Es en este momento es cuando entra en escena la persona de Olimpio.
Este abyecto funcionario de Honorio instigó al emperador a que ordenase acabar
con todos los hombres que eran leales a Estilicón, cosa que efectivamente sucedió. El
siguiente sería el propio Estilicón. Así, el general y hombre de confianza de Teodosio I y
de Honorio fue ejecutado en Rávena en el año 408.
Así pues, el Imperio perdió a uno de sus mejores –por no decir el mejor- baluarte
defensivo con el que contar ante la amenaza que se cernía sobre ellos. Claramente, el caso
de Estilicón y el de Flavio Aecio son paralelos. Ambos eran de origen bárbaro o
semibárbaro, pertenecieron al estamento militar, en el cual ascendieron con éxito hasta
los más altos puesto, obtuvieron trascendentales victorias en el campo de batalla, fueron
hábiles políticos y, por desgracia, fueron eliminados del mapa por circunstancias y
motivos similares, sino iguales.
La dinastía teodosiana, es decir, el linaje que, iniciado por Teodosio I, dominó el
Imperio, tanto Oriental como Occidental, hasta principios del siglo VI. Los descendientes
de Teodosio gobernaron hasta mediados del siglo V en Occidente, ya que la dinastía acabó
con Valentiniano III, que murió asesinado y sin descendencia en 455; y en Oriente hasta
el siglo VI con Anastasio I, cuyo sucesor fue Justino I, el comandante de su guardia.
Entre las muchas cosas que se pueden subrayar de la dinastía, vamos a señalar uno
que, amén de este trabajo, resulta significativo, y es que la dinastía teodosiana destacó,
en general, por dar emperadores bastante débiles, aunque, por otro lado, si hablamos de
la parte femenina de la dinastía nos encontramos con mujeres fuertes, capaces,
inteligentes y que consiguieron regir el Imperio o, al menos, jugar un papel de vital
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importancia en el devenir de este. En relación con la vida y ascenso al poder de Aecio,
juega un papel relevante la figura de Gala Placidia.
Aelia Galia Placidia1, como aparece nombrada en algunos documentos2, fue un
destacado miembro, más siendo mujer, de la dinastía que gobernó el Imperio desde la
segunda mitad del siglo IV y toda la primera mitad del V. Nació en medio de las disputas
que marcaron los últimos años del gobierno de Teodosio I, en un día de finales del siglo
IV que las fuentes no llegan a concretar34. Su padre fue Teodosio y su madre la segunda
esposa de este, es decir, Aelia Galla, con lo que era medio hermana de los futuros
emperadores Arcadio y Honorio. Gala Placidia era hija de emperador, hermanada de
emperadores y sobrina y nieta de emperadores, ya que su madre era hija de Valentiniano
I y hermana de Graciano y Valentiniano II.
De su infancia sabemos bastante poco, por no decir nada, ya que no consta en los
documentos de la época, sin embargo, su custodia, una vez muerto su padre, quedó a
cargo de Estilicón, al igual que la de su hermanastro Honorio. De su educación se
encargaría su tía Serena, la esposa de Estilicón, la cual era fría y calculadora, además de
estar también bajo la supervisión cristiana de Ambrosio de Milán, lo que significaba un
ambiente rígido y de estrictos principios, aunque gracias a ello Placidia consiguió estudiar
a los autores gracolatinos. Sin embargo, en la corte había también, en contraposición a la
rigidez mencionada, un ambiente totalmente distinto, el bárbaro. La presencia de bárbaros
entre los romanos permitió a Placidia manejarse entre dos mundos muy diferentes. Algo
que años más tarde le sería de enorme utilidad.
La primera vez que Placidia fue protagonista en un episodio de trascendencia
histórica fue durante y después de la caída de Estilicón. Muerto este, el Senado pagano
romano puso sus ojos en su mujer, Serena, a la cual se empezó a acusar de conspiradora
para atraer a Alarico a Roma (Zos., V. 38), entre otras cosas. El Senado la condenó a
morir, estando Placidia de acuerdo y apoyando la sentencia adjudicada a su tía. Ya fuera
por venganza personal o por haber resultado influenciada por el bando contrario a
Estilicón y los suyos, lo cierto es que aquí vemos ya la sutileza y habilidad política que le
caracterizó durante toda su vida. Placidia estaba demostrando ser una mujer de estado,
pues parece ser que hacía acto de presencia en las sesiones del Senado, probablemente
1
(PLRE II, p. 888)
AE 1894, 157; Soz, IX 16, 2; León I, Ep. 56.
3
Oros. VII 40, 2; Hyd, Chron. 44; Jord. Get., XXXI, 159-160
4
No es probable que naciera antes de 390 (Sanz Serrano, 2006, p. 28).
2
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participaría en debates y, en definitiva, demostró una voluntad inquebrantable que, en el
caso de la sentencia de Serena, no estaría exenta de rencor (Sanz Serrano, 2006, pp. 2737).
La vida de Placidia y su destino quedó marcado por los acontecimientos que
ocurrieron en Roma. El acuerdo que Estilicón había dispuesto con Alarico no se llevaba
a cabo y este exigió que se le diera lo que se le prometió, entre lo que destacamos aquí la
toma de rehenes, pues Aecio se encontraba entre ellos (Zos. V, 36, 1). Las negativas de
Honorio condujeron a una nueva invasión de Italia por parte de Alarico y sus godos, esta
vez con la ayuda de Ataúlfo, su cuñado.
Sin un Estilicón que le hiciera frente, Alarico avanzó por Italia casi sin oposición
hasta que puso asedio a Roma y, en el año 410, después de 800 años intacta, Roma cayó
en manos extranjeras. Célebre es el pasaje que recoge el historiador Procopio, el cual,
escribiendo en época de Justiniano, relata una anécdota que, sea cierta o no, nos sirve para
hacernos una idea de la actitud negligente del emperador Honorio:
“Se cuenta que entonces en Rávena uno de sus eunucos, evidentemente un
cuidador de aves, le comunicó al emperador Honorio que Roma había
perecido. Y éste, a voz en grito exclamó: «¡Y, sin embargo, hace un momento
que ha comido de mi mano!». El caso es que él tenía un gallo de gran tamaño
cuyo nombre era Roma. El eunuco, comprendiendo el significado de sus
palabras, le aclaró que era la ciudad de Roma la que había perecido a manos
de Alarico y el emperador, sintiéndose aliviado, le atajó diciendo: «Pero yo,
amigo mío, había pensado que era mi gallo Roma el que había muerto.» A tal
grado de estupidez, según dicen, había llegado este emperador.” (Procop. BV.
III. 2, 25-26, trad. Flores Rubio, 2008).
Tras el saqueo de Roma, Alarico puso su mira en África, no obstante, sus sueños,
así como su vida, encontraron su final debido a una serie de tormentas que destrozaron
las naves en las que viajaba el caudillo godo (Oros. VII 43, 2; Jord. Get., XXX, 156; Hyd.
Chron., 45; Heather, 1995, pp. 148-149).
Ataúlfo, que había quedado al mando del ejército godo, se hizo tremendamente
rico gracias al saco de Roma, pero, no solo contaba con oro y joyas en su haber, sino con
la hermana del emperador, Gala Placidia, como prisionera (Olimpiodoro, Frag., 22, 1-3).
Tras la muerte de Alarico los godos se trasladaron a Galia, donde comenzó a fraguarse
9
una estrategia: la boda entre Ataúlfo y Gala Placidia (Jord. Get, XXXI, 159-160). A través
de este enlace, Ataúlfo quedaba ligado a la familia imperial, le era concedida la
ciudadanía romana (CTh., 3.10.1) y entraba plenamente en las esferas de poder romanas.
A pesar de todo esto, al poco, el nuevo rey godo fue asesinado en Barcelona. En
su lecho de muerte, Ataúlfo, que no murió inmediatamente, quiso que Placidia fuera
devuelta a su familia y que, si fuera posible, se continuara negociando con los romanos,
siempre en busca de la paz y el entendimiento entre los dos pueblos (Olym. Frag., 26).
Así pues, el entonces primer general de Honorio, Constancio, pactó Walia, con el cuál
llegó a un acuerdo por el que Gala Placidia sería enviada de vuelta a Rávena, y los
visigodos actuarían como foederati contra los vándalos y los alanos de Hispania, los
cuales, según cuenta Hidacio (Chron., 59-60), prácticamente quedaron aniquilados.
La insistencia de Constancio, mencionada antes, es probable que se deba a las
intenciones de este de casarse con ella, a pesar de que, por lo visto, la mujer le odiaba.
Sin embargo, en 417 ambos contrajeron matrimonio y al poco nació su primera hija Justa
Grata Honoria y después su hijo, sobre el cual puso todas sus esperanzas, Flavio Plácido
Valentiniano, el futuro Valentiniano III. Sus esperanzas porque, Gala Placidia pretendía
que su papel en la corte fuera destacado. Quería reivindicar su derecho a participar del
poder a través de la presión e influencia que podía ejercer sobre los hombres de su
alrededor (Sanz Serrano, op. cit., pp. 48-49; Heather, 2013, p. 306-308).
Durante toda la problemática de la unión de Gala Placidia y Ataúlfo, la imagen de
Aecio, el cual debía tener más o menos la misma edad que Placidia, queda bastante
desdibujada en la historia pues, como veremos más adelante, sabemos que este
permaneció como rehén entre los godos, pero esto ocurrió antes del saqueo de Roma.
2. La era de Aecio
2.1. La infancia y juventud de Aecio
Se sabe muy poco, en general, de la vida del general Flavio Aecio, más allá de su
vida pública como magister militum y sus campañas militares. Durante los primeros años
de vida del personaje, las fuentes se concentran en la problemática de Gala Placidia y los
10
godos. Por otro lado, Aecio tampoco era nadie excesivamente importante todavía como
para que las fuentes le prestaran mucha atención. Para determinar una localización natal
y una fecha aproximada, podemos acudir a dos fuentes principales: Merobaudes y
Jordanes.
Flavio Merobaudes, poeta, orador, político y patricio nacido en Bética, fue
coetáneo de Aecio, del cual acabó siendo panegirista, pues cantó las gestas de este
general, así como Claudiano había cantado las de Estilicón. Su estilo sigue los pasos
marcados por Claudiano, pero la diferencia entre ambos es que Merobaudes es ya un autor
cristiano. Su obra nos ha llegado muy fragmentada, de hecho, nos ha llegado casi por
accidente. Tenemos acceso a la obra de este poeta gracias a una chapuza llevada a cabo
por un monje carolingio haya por el siglo IX. En el monasterio de San Galo, en Suiza,
existe un manuscrito conocido como el Codex Sangallensis 908, el cual se encuentra en
bastante mal estado y posee una larga lista de términos latinos, sin embargo, la
importancia de este radica en que esos términos latinos están escritos sobre páginas ya
utilizadas, o sea, estamos ante un caso de palimpsesto. Se reveló, en un estudio realizado
a principios del siglo XIX, que el manuscrito estaba compuesto por ocho folios de otro
manuscrito del siglo V o VI, cuyo autor fue Merobaudes. Su obra no ha sobrevivido de
ninguna otra manera, así que, gracias a aquel o aquellos monjes carolingios, contamos
con la obra del que sería panegirista de Aecio. A pesar de esto, los monjes no
“conservaron” integro el contenido, ya que, además de escribir sobre el papel ya utilizado,
guillotinaron el mismo para adecuarlo a las dimensiones por ellos requeridas. Por
consiguiente, todo lo que nos queda son fragmentos de dos panegíricos de unos cien y
doscientos versos aproximadamente, cuatro poemas breves, entre los que destaca el
poema completo titulado De Christo (Heather, 2016, pp. 362-363). Conocemos, además,
datos de la vida de este poeta gracias a los escritos de otro, Sidonio Apolinar, el cual nos
asegura el origen hispano de Merobaudes. Hidacio, en su Chronicón (128), menciona a
Merobaudes de la siguiente manera:
“A Asturio, comandante en jefe de ambos ejércitos, es enviado su propio
yerno y sucesor Merobaudes, noble de nacimiento, y por su arte de la
elocuencia, y sobre todo por su actividad poética comparable los antiguos:
asimismo de mérito por el testimonio de las estatuas. En el breve tiempo de
su magistratura quebrantó la insolencia de los Bacaudas de Arbizu. Después,
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a impulsos de la envidia de algunos, es llamado a Roma por mandato
imperial”5 (trad. Julio Campos, 1984).
El contexto en el que hemos de enmarcar esta cita de Hidacio corresponde con las
revueltas provocadas por los Bagaudas en Hispania durante la década de los años 30 del
siglo V, momento en el que Aecio se encontraba en Galia, donde estaba llevando a cabo
una serie de campañas contra sus rivales Bonifacio y Sebastiano (Bodelón, 1998-1999),
por lo tanto, debía conocer bien los datos que aporta.
Por otro lado, el perfil biográfico de Jordanes no ha sido nunca muy conocido,
aunque su figura y su obra sí, pues supone un documento de primer orden con respecto a
la historia de los godos en general.
Los datos que poseemos de este autor proceden, sobre todo, de lo extraído de su
propia obra, algo que perfectamente puede ser interpretado de diversas formas. Para
empezar, su nombre difiere en forma según los manuscritos: Jornandes, Jordan(n)is o
Jordanus, aunque los editores modernos, es decir, desde Mommsen, han optado por
utilizar la forma Jordanes (lat. Iordanes). Este es solo el primer problema con respecto a
este autor. El segundo problema reside en localizar un lugar de origen del historiador, así
como los miembros de su familia. El propio Jordanes escribe en su obra: “De este Candac
fue notario Paria, el padre de mi progenitor Alanoviamut, o sea, mi abuelo, mientras
Candac vivió. También yo, Jordanes, aunque no era muy docto, trabajé como notario
antes de mi conversión...”6 (Jord., Get., L, 265. Trad. José María Sánchez Martín, 2009).
A partir de estos datos y, sobre todo, por los nombres de los personajes citados, muchos
investigadores consideran que Jordanes, más que de origen godo, era de origen alano. Sin
embargo, de nuevo, el propio historiador menciona en el epílogo de su obra cómo los
lectores de esta pueden fiarse de sus palabras pues, al fin y al cabo, está contando la
historia del pueblo “del que procede”7 (Jord., Get., LX, 316. Trad. José María Sánchez
Martín, 2009).
“Asturio magistro utriusque militiae gener ipsius sucesor ipsi mititur Merobaudes, natu nobilis et
eloquentiae merito uel maxime in poematis studio veteribus conparandus: testimonio etiam prouehitur
statuarum. Breui tempore potestatis suae Aracellitanorum fragit insolentiam Bacaudarum. Mox
nonnullorum inuidia perurguente ad urbem Romam sacra praeceptione reuocatur.” (Hyd., Chron., 596).
6
“Cuius Candacis, Alanoviamuthis patris mei genitor Paria, id est meus auus, notarius, quousque Candac
ipse uiueret, fuit; eiusque germanae filii Gunthigis [...] de propasia Amalorum descendentis, ego ítem
quamuis agrammatus, Iordanes, ante conuersionem meam notarius fuit.” (Jord. Get., L, 265).
7
“nec me quisin fauorem gentis praedictae (sc. Gothicae), quasi ex ipsa trahentem originem, aliqua
addidisse credat.” (Jord. Get., LX, 316).
5
12
Sobre su fecha de nacimiento, a pesar de no tener datos concretos, los
investigadores han supuesto que, por los datos que arroja en su obra, las descripciones de
lugares y de personajes y las citas a otros autores griegos y latinos, Jordanes debió escribir
su Getica en torno al año 550. Esta hipótesis se apoya en la teoría de que, más allá de que
su “conversión” fuera, o bien el típico paso desde el paganismo al cristianismo -arriano o
católico-, o bien del arrianismo al catolicismo, común entre los godos de la época -véase
los propios Hermenegildo y Recaredo-, fuera una conversión de tintes más espirituales,
si cabe. Es decir, Jordanes habría dado un giro a su vida abrazando la vida monacal.
Algunos autores se atreven a teorizar que accedió a la vida monástica, ingresando en el
centro fundado en 539 por Casiodoro, Vivario,8 donde habría entrado como novicio y,
además, habría adquirido la cultura literaria necesaria que luego se ve plasmada en su
obra. Tras esto, se habría trasladado a Crotona hasta que, finalmente, se trasladaría a
Constantinopla, acompañando al papa Vigilio, al cual dedica su De summa temporum o
Historia romana de la siguiente manera: Vigilius nobilissimus et magnificus frater (Jord.,
Rom., 4-5.). A pesar de todo esto, estos apuntes son principalmente conjeturas y teorías
sin una base sólida que nos permita delimitar un perfil biográfico de Jordanes. De lo que
podemos estar seguros es que escribió su obra durante el segundo tercio del siglo VI.
Conservamos las obras de otros autores que hacen referencia a Aecio, como es el
caso de Gregorio de Tours. El obispo e historiador del siglo VI escribió una Historia de
los francos que aún conservamos, para cuya elaboración utilizó numerosas fuentes como
la propia Vulgata de Jerónimo de Estridón y obras de autores como Orosio, Sidonio
Apolinar, Sulpicio Alejandro y Renato Profuturo Frigerido.
Estos dos autores, Merobaudes y Jordanes, son esencialmente, como decíamos,
los que nos aportan información sobre los orígenes de Flavio Aecio. Ambos sitúan el
lugar de nacimiento del general en Durostorum (cerca de la actual Silistra, Bulgaria), en
la entonces provincia romana de Moesia Inferior (Merobaudes, Carmina IV, 42; Jord.
Get., XXXIV, 176; PLRE II, p. 21)9. Esta provincia surgió a partir de la división de la
provincia de Moesia, y se correspondería con parte de territorios de los actuales países de
Bulgaria y Serbia, es decir, territorios de la zona del Danubio.
Para este asunto, ver: B. Luiselli (1976), “Sul De summa temporum di Jordanes”, Romanobarbarica, 1,
pp. 83-133.
9
“[...] Aetius ergo patricius tunc praeerat militibus, fortissimorum Moesium stirpe progenitus in
Dorostorena civitate a patre Gaudentio” (Jord., Get., XXXIV, 176)
8
13
A pesar, por tanto, de que contamos con una serie de fuentes para estudiar la figura
de este personaje, alguna de ellas muy cercana como es el caso de Merobaudes, lo cierto
es que las noticias pertenecen, casi exclusivamente a la época en que era una figura
importante del Imperio, y se sabe apenas nada de la etapa anterior, de sus orígenes y vida.
No contamos con ninguna referencia concreta con respecto a la fecha de nacimiento de
Aecio, pero los investigadores están, por lo general, de acuerdo en establecer esta en torno
a los años 390-391 (Zecchini, 1983: 116). Esta hipótesis se basa en el hecho de que,
Aecio permaneció como rehén entre los godos de Alarico, durante la primera mitad de la
década del siglo V, este debía tener, al menos, unos 12 o 14 años en el año 405, momento
en el que Estilicón y Alarico habrían llevado a cabo el pacto que, como dice Zósimo (V.
36,1.): “Alarico [...], ateniéndose al acuerdo firmado con Estilicón, anteponía la paz [...]
recibiendo como rehenes a Aecio y a Jasón, hijo el uno de Jovio, el otro de Gaudencio”
(traducción de José María Candau Morón, 1992).
Con lo que respecta a la familia de Aecio, la mayoría de investigadores coinciden
en hacer a Aecio heredero de unos importantes progenitores, siendo el padre de origen
balcánico, aunque de familia romana, y la madre una, para nosotros desconocida, dama
italiana noble y rica.
Su padre, Flavio Gaudencio, fue otro soldado más de los muchos que, procediendo
de la zona del Danubio o la Escitia, venían protagonizando, desde el siglo IV, la historia
militar del Impero romano, siendo la figura más preponderante en este sentido la del
general Estilicón. Gaudencio, al igual que Flavio Constancio, procedía de una familia
militar romana de origen balcánico, en este caso de la provincia de Escitia menor, de la
zona de Dobruja (actual Rumania). Al principio de su carrera desempeñó cargos
vinculados al Estado Mayor en la corte oriental, sin embargo, en el año 399, momento
durante el cual Estilicón gozaba de supremacía, es mencionado en las fuentes como
destinado en África. Una fuente que menciona a Gaudencio en África es, ni más ni menos,
que el propio Agustín de Hipona. En su obra Ciudad de Dios (18, 58)10 cuenta como en
Cartago, los entonces lugartenientes de Honorio, Gaudencio y Jovio destruyeron unos
templos paganos, con lo que podríamos deducir que este Gaudencio, aparte de haber
alcanzado un puesto relevante en el cursus honorum, sería también cristiano.
“[...] in ciuitate notissima et eminentissima Carthagine Africae Gaudentius et Iouius comites imperatoris
Honorii quarto decimo Kalendas Aprilis falsorum deorum templa euerterunt et simulacra fregerunt.”
(Agustín. Civ. 18, 58).
10
14
Al igual que Constancio, lo más probable es que Gaudencio comenzara a
granjearse un nombre como soldado en la corte de Oriente, siendo seguidor de Estilicón
tras la muerte de Teodosio I. Por lo tanto, su figura se puede entroncar fielmente con los
acontecimientos sucedidos y ya explicados más arriba de la cooperación de Estilicón con
Alarico y de su posterior condena. Según la obra de Gregorio de Tours, el cual cita a
Renato Profuturo Frigerido, Gaudencio era un hombre sin rango procedente de Escitia,
que había comenzado su carrera en la guardia pretoriana y que ascendió a la alta posición
de magister equitum.11 Además, como vimos en la cita de Agustín (nota 10), es probable
que, en torno al año 399, Gaudencio llegara a ostentar el cargo de comes africae ya que,
tanto el propio Agustín como otras fuentes, por ejemplo, Quodvultdeus, denominan a
Gaudencio y a Jovio como “comites”. Tras esto, la culminación de su carrera militar
llegaría cuando fue nombrado magister militum per Gallias, es decir, comandante en jefe
del ejército de campaña de las Galias. No tenemos una fecha concreta en la que se le
concedió este cargo, aunque todo apunta a que tuvo que ser hacia la primera década del
siglo V o los primeros años de la segunda. Mantendría este puesto, incluso al servicio del
usurpador Juan, hasta el momento de su muerte en torno al año 425 (PLRE II, p. 494).
Poco o nada más sabemos de la infancia y la ascendencia de Aecio, pero, como
vemos, claramente procedía de una familia de renombre tanto en la corte Oriental, donde
supuestamente su padre habría servido como seguidor de Estilicón, como en la corte
Occidental pues, de nuevo el padre, gozó de importantes puestos militares de algunas de
las principales provincias occidentales, como África y Galia. A todo esto, habría que
sumar la aparente posición de la madre, de la cual no sabemos absolutamente nada, más
allá de las palabras que Gregorio de Tours (HF. II, 8) cita de Renato Profuturo Frigerido,
que la describe como una noble italiana de gran riqueza. La dote que pudiera aportar la
madre de Aecio, sin lugar a dudas, daría un importante empujón para la carrera de su
marido y el futuro de su hijo el cuál siguió también una carrera militar, pero alcanzó una
gloria mayor que la del padre.
El acontecimiento más importante y, por otro lado, casi el único que conocemos
por varias fuentes, de la infancia de Aecio es el hecho de que permaneció como rehén
entre los godos de Alarico y, después, entre los hunos. Fue rehén de Alarico durante tres
años, desde 405 hasta 408. Para entonces, según Gregorio de Tours (ibídem.), Aecio ya
“Gaudentius pater, Scyciae provintiae primoris loci, a domesticatu exorsus militiam, usque ad magisterii
equitum culmen profectus.” (Greg. Tur. HF II, 8).
11
15
había sido admitido dentro de la guardia pretoriana, algo que, para su juventud, supondría
un logro extraordinario (probablemente consecuencia del estatus de su familia), con lo
que no responde al mero azar que, tanto él, como Jasón, hijo de Jovio, fueran los elegidos
por Alarico para convertirse en sus rehenes (Merobaudes, Carm. IV, 42-46; PLRE II, p.
21). La posición de sus padres y, por consecuente, la de ellos mismos como herederos,
era de gran importancia. Conocemos ya los importantes cargos que ocupó Gaudencio, el
padre de Aecio, mientras que, del padre de Jasón, Jovio, hemos mencionado ya que
recibía el mismo tratamiento que Gaudencio, comites, cuando estos estuvieron en África.
Por otro lado, Jovio, que había sido uno de los hombres de confianza de Estilicón y
partidario de este, había sido enviado por el generalísimo romano como enlace con los
godos de Alarico en numerosas ocasiones. Incluso después de la muerte de Estilicón,
Jovio siguió llevando a cabo labores de embajador con Alarico, entre lo que cabe destacar
el infructuoso encuentro entre ambos en Rímini en 409 (Heather, op. cit., pp. 291-292).
Después, desertó en favor del usurpador Prisco Atalo, el cual le dio el título de patricio
(PLRE II, pp. 623-624), aunque, más que permanecer en un bando, Jovio llevó a cabo
intrigas entre los tres principales contingentes de la disputa: Atalo, Alarico y Honorio.
Así pues, el hecho de que Aecio recayera en manos de Alarico como rehén, no fue
una casualidad, se trataba de un importante activo dentro de una negociación. De hecho,
según opinan autores como Hughes (2012) o Javier Arce (op. cit., p. 73), Alarico habría
exigido específicamente que fueran estos dos jóvenes (al menos Aecio lo sería), los que
debían serle enviados. Los rehenes que Alarico habría enviado a cambio, por otro lado,
son desconocidos, aunque es probable que fueran algunos nobles o hijos de nobles.
Para nosotros el término rehén conlleva unas connotaciones, y se genera un
contexto en nuestra mente muy negativo, pero en la antigüedad, el intercambio de rehenes
era una vía más que común durante la resolución de un acuerdo entre dos partes. Los
rehenes servían como aval o garantía para que tal o cual acuerdo siguiera vigente pues,
de lo contrario, serían los rehenes los primeros en sufrir las consecuencias de un pacto.
Por ello, se esperaba que estos “prisioneros” fueran de cierto rango o distinción. En el
caso de Aecio y Jasón, como hemos visto, se trataba de dos grandes activos para el futuro
militar del Imperio, lo que significa la gran importancia y respeto que tendrían los padres
de ambos, Gaudencio y Jovio, respectivamente, dentro del círculo de Estilicón. Por otro
lado, he entrecomillado la palabra prisioneros pues, de nuevo, actualmente se tiene una
visión muy negativa de la palabra rehén, sin embargo, probablemente, en casos como
16
este, Aecio recibiría un trato acorde a su estatus e importancia. Entre los romanos era la
práctica común el tratar de conseguir importantes rehenes como, por ejemplo, hijos o
herederos de los hombres principales de las fuerzas opositoras. De esta manera, los
romanos esperaban poder educar a esa próxima generación de líderes bárbaros bajo el
modelo romano, facilitando que en un futuro estos bárbaros pudieran ser aliados de Roma
(Arce, ibídem.).
Aecio permaneció entre los godos de Alarico durante tres años (Greg. Tur. HF II,
8), con seguridad antes del saco de Roma de 410, y antes del año 408, pues en ese mismo
año, Alarico volvió a demandar a Aecio y Jasón como rehenes, pero Honorio se lo negó
(Zos. V, 36, 1). Durante los tres años que Aecio permaneció al lado del godo, es probable
que recibiera, directa o indirectamente, lecciones con respecto al arte de la guerra. Alarico
fue un líder bárbaro que supuso un verdadero quebradero de cabeza para el Imperio
romano, tanto en Oriente, como en Occidente, y no sería extraño pensar que un joven
como Aecio, el cual se convertiría en uno de los más grandes generales de la historia de
Roma, aprovechara la oportunidad de aprender el oficio de soldado de uno de los
generales bárbaros más importantes de la historia, pues no olvidemos que fueron Alarico
y sus godos los que, después de casi 800 años12, consiguieron saquear la ciudad de Roma.
Dejando de lado las correrías de Alarico y la situación del Imperio, lo siguiente
que sabemos de la vida de Aecio es que, de nuevo, fue enviado como rehén a otro pueblo
bárbaro, los hunos. Los años que Aecio se mantuvo como invitado entre los hunos, al
igual que cuando estuvo con Alarico, son confusos y polémicos y, por lo general, los
historiadores no logran ponerse de acuerdo. Gregorio de Tours (Renato Profuturo
Frigidero) (op. cit.) dice simplemente que, tras permanecer como rehén de Alarico, pasó
a serlo de los hunos (dehinc Chunorum obses), algo que menciona también Merobaudes
(Pan. II. 1-4): “[...] Danuvii cum pace redit Tanainque furore exuit et nigro candentes
aethere terras Marte suo caruisse iubet; dedit otia ferro Caucasus et saevi condemnant
proelia reges” (PLRE II, p. 22).
Volviendo a la idea, anteriormente expuesta, del provecho que sacaría Aecio de
sus estancias con los bárbaros, la obra de Gregorio de Tours nos muestra una descripción
12
La última vez que la Ciudad Eterna cayó en otras manos que no fueran las romanas, fue en el año 387
a.C., de la mano de los galos comandados por Breno. (Plu. Cam, 15-30; Plb., 2.18...)
17
de Aecio la cual nos permite cerciorarnos de que, al menos de parte de los hunos, el futuro
gran general romano aprendió un par de cosas:
“Aecio era de mediana estatura, de costumbres varoniles y bien
proporcionado. No tenía ningún defecto físico y era de constitución delgada.
Poseía una aguda inteligencia y estaba lleno de energía, era un soberbio jinete,
tenía buen tino con el arco y era infatigable con la lanza. Era extremadamente
capaz como soldado y experto en las artes de la paz. No había en él avaricia
alguna, y menos aún codicia. Su conducta era magnánima y nunca se apartaba
de su juicio por el parecer de malos consejeros. Soportaba la adversidad con
gran paciencia, y estaba dispuesto a acometer cualquier empresa exigente.
Despreciaba el peligro y era capaz de soportar el hambre, la sed y la falta de
sueño.”13 (Greg. Tur., HF II, 8; Heather, op. cit., p. 361).
Esa habilidad como jinete y arquero sería, desde nuestro punto de vista, un claro
beneficio extraído de su estancia entre los hunos, pues es bien sabido de la mano de
autores como Amiano Marcelino, que el caballo era un elemento fundamental del aparato
militar huno, así como el arco. Así pues, Aecio logró aprender y familiarizarse con las
costumbres de los hunos: cabalgar como un nómada, sus tácticas militares y de combate,
hablar fluidamente su lengua, comprender sus pretensiones políticas y su comportamiento
en general, etc. Todo esto fue clave para el desarrollo de las relaciones entre los romanos
y los hunos, antes incluso de que Aecio se hiciera con el control del Imperio de Occidente
(433), y, sin duda, fue clave para la carrera militar del propio Aecio pues, en resumidas
cuentas, el general romano se sirvió de las hordas hunas para sofocar diferentes y
numerosos problemas que fueron surgiendo durante la era de Aecio.
Las fechas de la permanencia de Aecio entre los hunos en calidad rehén son, en
verdad, desconocidas y polémicas, pero se supone que estuvo primero con los godos y
luego con los hunos. Sobre las fechas de la estancia entre los godos, lo más probable es
que fueran resultado de algún pacto entre Estilicón y Alarico y que el “cautiverio” se diera
entre los años 402 y 405. En cuanto a la estancia con los hunos, se produjo con seguridad
“Medii corporis, virilis habitudinis, decenter formatus, quo neque infirmitudini esset neque oneri, animo
alacer, membris vegitus, eques prumptissimus, sagittarum iactu peritus, contu inpiger, bellis aptissimus,
pacis artibus celebris, nullius avaritiae, minimae cupiditatis, bonis animi praeditus, ne inpulsoribus quidem
pravis ab instituto suo devians, iniuriarum patientissimus, laboris adpetens, inpavidus periculorum, famis,
sitis, vigiliarum tolerantissimus.” (Greg. Tur. HF II, 8)
13
18
después del 408, incluso, lo más probable es que coincidiera con el asentamiento de los
hunos en Valeria como foederati, por Teodosio II (Bock, op. cit., p. 179).
No volveremos a saber absolutamente nada de la vida de Aecio hasta el 423, año
de la muerte del emperador Honorio que produjo un vacío de poder en Occidente que
condujo a un conflicto por el control de dicha parte del Imperio. El citado conflicto
sucesorio se levantó como usurpador Juan, el cual fue emperador desde la muerte de
Honorio hasta el año 425.
2.2. El ascenso al poder de Aecio
2.2.1. La usurpación de Juan
Con la muerte del que había sido recientemente nombrado “coaugusto”,
Constancio, el Imperio se había quedado descabezado. Honorio seguía con vida, sí, pero
hacía ya tiempo que los emperadores eran meras marionetas con poder únicamente
nominal en manos de hombres más capaces y fuertes, por ejemplo, Estilicón o el propio
Constancio. En este momento, el desafío consistía en obtener la confianza del emperador,
no derrocarle, y así uno lograba hacerse con el control fáctico de las riendas del Imperio.
La mejor posicionada para esta labor era la hermana del emperador, Gala Placidia,
nombrada Augusta en el momento que su difunto marido ascendió a la púrpura. Esta
mujer, además de sus intereses personales para con el trono, tenía un objetivo claro:
salvaguardar los derechos del que, por encima de cualquier duda, era el principal
candidato a heredar la condición de su hermano, su hijo Valentiniano (Oost, 1968; Sanz
Serrano, op. cit., pp. 52-60). En el tema de la sucesión, la particularidad de pertenecer a
la misma dinastía era un elemento muy positivo, pero ni mucho menos definitivo, para lo
cual, la hermana del emperador necesitaba ganarse la confianza de Honorio. Olimpiodoro
(Frag. 38) cuenta cómo, en este momento, se incrementó el afecto entre los hermanos,
cómo se daban incontables besos en público que llegaron a suscitar rumores de incesto,
incluso, y cómo las intrigas palaciegas fueron en contra de los planes de Placidia. Al poco,
este inicial afecto fue reemplazado por odio y enfrentamientos entre los seguidores de
Placidia, cuyo séquito estaba formado de godos principalmente, y la corte de Honorio.
Todo esto condujo a que Placida fuera exiliada con sus hijos a Constantinopla.
19
Las maniobras de los diferentes bandos continuaron hasta que, finalmente, la
muerte le llegó hijo de Teodosio I el 2 de julio de 423. Occidente quedó, como decimos,
descabezado. El poder fue al poco tomado por un miembro de la alta jerarquía de la
burocracia occidental, el primicerius notariorum Juan (“Ioannes 9” PLRE II, pp. 594595), el cual, contando con los suficientes apoyos burocráticos y militares, fue
proclamado Augusto, algo que, lógicamente, no hizo ninguna gracia al emperador de
Oriente, Teodosio II, el cual estaba decidido a deponer a este usurpador e investir a su
primo Valentiniano y así devolver al Imperio la unidad dinástica.
Juan contaba con el apoyo de importantes hombres como el general Castino, el
más destacado de sus seguidores, y Aecio, el cual hace en este contexto su, prácticamente,
primera aparición pública y que contaba en este momento con el cargo de cura palatii
(Greg. Tur. HF II, 8). Por otro lado, otro de los hombres fuertes del momento era el comes
africae Bonifacio, el cual se mantuvo apartado en África desde donde siempre apoyaría
la causa de Gala Placidia.
Así pues, contando con que África, es decir, Bonifacio, se negaba a sumarse a los
apoyos de Juan, Teodosio II decidió enviar una fuerza expedicionaria a Rávena para
defender el principio dinástico y las pretensiones de su primo, Valentiniano. Placidia y
sus hijos fueron enviados a Tesalónica, donde, en 424, Valentiniano fue nombrado César,
mientras que dos generales de Teodosio II, Ardaburio y Aspar, los cuales eran padre e
hijo, marchaban al frente del ejército oriental. Ardaburio fue capturado tras una tormenta
por Juan y utilizado como rehén, pero, a pesar de eso, los orientales consiguieron la
victoria frente al usurpador, el cual había sido traicionado por los suyos. Juan fue enviado
ante Placidia y Valentiniano, que ya se encontraban en Aquilea, y allí fue muerto (Olimp.
Frag. 43, 2).
Valentiniano fue nombrado Augusto el 23 de octubre en Roma, con el nombre de
Valentiniano III, con lo que se convirtió en el único emperador de Occidente, sin
embargo, contaba solamente con seis años, con lo cual su madre, Gala Placidia, fue la
encargada de la regencia imperial. Además, el joven Valentiniano había quedado
prometido con la hija de Teodosio II, Licinia Eudoxia, con lo que la alianza dinástica
entre las dos mitades del Imperio quedaba así garantizada. La obra de Olimpiodoro tiene
su final aquí, pues este momento representaba para el autor la reconstrucción del Imperio
de Occidente tras las desastrosas décadas anteriores, marcadas por el saqueo de Roma de
410.
20
La usurpación de Juan le permitió estar en el poder durante apenas un año y medio,
pero, si contaba con apoyos como el de Aecio, ¿cómo es posible que cayera tan
rápidamente? Lo que sucedió fue que el propio Juan, ante el inminente ataque de Oriente,
confió a Aecio la misión de aproximarse a los campamentos hunos y buscar el apoyo de
estos. Era bien sabido por Juan el contacto que Aecio había tenido con estos pueblos
durante su juventud, con lo que fue una maniobra inteligente por su parte, sin embargo,
el desarrollo de los acontecimientos llevó a que Aecio, que logró hacerse con unos sesenta
mil mercenarios hunos14, llegara tres días después de que Juan fuera ejecutado. A pesar
de ello, se produjeron sangrientos combates entre los hunos de Aecio y las tropas de
Aspar. Del que fuera magister militum de Juan, Castino, apenas sabemos nada tras la
caída de su señor, Matthews (1990, p. 379) piensa que probablemente fuera enviado al
exilio, aunque hay diferentes historias sobre su destino (PLRE II, pp. 269-270), con lo
que vemos cómo Aecio se había postulado como el líder del movimiento contra Gala
Placidia y su hijo. El general se hizo fuerte en la periferia de Italia y tras las continuas
refriegas, decidió finalmente pactar con Gala Placidia pues reconoció la inutilidad de
seguir combatiendo al ver que su inicial motivación política había muerto junto con Juan
(Bock, op. cit., p 117). Ya fuera porque Aecio simplemente entrara en razón, porque le
resultara difícil mantener ese enorme contingente de hunos o porque se estuviera viendo
superador por sus enemigos, el caso es que terminó por pactar el cese de hostilidades con
Placidia y sus refuerzos procedentes de Oriente. Por un precio asequible, Aecio logró
licenciar a sus mercenarios hunos, que volvieron a sus tierras, a cambio, el gobierno
imperial siguió contando con los servicios del general al cual se le adjudicó el gobierno
de Galia en calidad de comes et magister militum per Gallias, ocupando así el puesto que
anteriormente había pertenecido a Castino.
Durante sus años en Galia, Aecio resolvió numerosos problemas para el Imperio
de Occidente. Si por algo destacó este gran general, fue por su pericia a la hora de tratar
con los bárbaros, habilidad claramente infundada por sus estancias entre ellos. En 426
salvó a la ciudad de Arles de un asedio perpetrado por los visigodos y, al poco, en 427,
llevó a cabo numerosas campañas para expulsar a los francos del frente renano, debido a
los constantes avances protagonizados por estos pueblos (Musset, 1982, p. 71). También
se enfrentó a los burgundios, a los cuales estableció en Galia oriental, frente a otros
14
Esta es la cifra dada por Próspero de Tiro, en 425, y por la Chron. Gall. 452 nº 102, sin embargo, la cifra
resulta imposible por lo excesiva que resulta (Heather, 2016, p. 647).
21
germanos enemigos tradicionales de estos, los alamanes (ibídem, p. 56). Para neutralizar
todas estas amenazas, Aecio siempre enviaba a combatir a sus auxiliares hunos y alanos,
algo que, junto al tratamiento dado al problema con los burgundios, es un claro ejemplo
de la estrategia que Aecio siempre llevó a cabo para tratar con las externae gentes:
procurar el enfrentamiento directo entre ellos, que se maten unos a otros. Más que una
simple lucha romanos vs bárbaros, Aecio abogaba por la formula bárbaros vs bárbaros.
Durante estos años, Aecio fue ganando notoriedad a base de éxitos militares, lo
que condujo a que finalmente, las grandes personalidades militares de Occidente chocaran
entre sí. Como ya había pasado con Estilicón y Constancio, el Imperio “necesitaba” estar
bajo el dominio de un único generalísimo que controlara el poder fáctico imperial. En
nombre esta vez del emperador Valentiniano III, bajo la regencia de Gala Placidia, los
tres hombres fuertes del momento lucharon entre sí para obtener el puesto de gobernante
militar de Occidente. Estos tres hombres eran los comandantes de los tres principales
ejércitos de Occidente: Félix, Aecio y Bonifacio.
En Italia, el líder militar era Félix, cuya esposa Padusia habría participado en las
intrigas que condujeron al exilio de Placidia y sus hijos a Oriente. Félix era, además, el
comandante supremo del ejército central de campaña, es decir, magister militum
praesentalis. En Galia, como hemos visto, se encontraba Aecio y, por último, el tercero
en discordia era el comes africae Bonifacio. Este último había permanecido leal a Gala
Placidia durante la usurpación de Juan, negándose a conceder el apoyo de África a este.
La situación fue poco a poco escapando del control de la regente, la cual,
lógicamente, no quería ver su domino imperial subyugado a un nuevo Estilicón. El
primero en actuar fue Félix, antes incluso de la usurpación de Juan. En 421 acusó a
Bonifacio de deslealtad y le obligó a presentarse en Italia. El comes africae se negó, lo
que sirvió a Félix como pretexto para enviar tropas África, las cuales fueron derrotadas
por Bonifacio. Pasaron unos años y Aecio, viendo cómo su fama y poder aumentaba
gracias a sus éxitos militares, intervino.
Antes de nada, cabe destacar una cosa que es las relaciones entre estos rivales y
la emperatriz. Si bien Bonifacio había resultado siempre leal a la causa, o mejor dicho a
la persona, de Gala Placidia, es probable que Aecio y esta se conocieran desde hace
tiempo. Ambos contaban, más o menos, con la misma edad y puede ser que coincidieran
en alguno momento de sus errantes vidas junto a los godos. Rosa Sanz Serrano (2006, p.
54), con muy buena intuición, se atreve a especular sobre la posible cercana relación que
22
uniría a estos personajes. Gala Placidia era una mujer que, muy probablemente, sentía
atracción por los hombres fuertes como lo fueron Aecio o Ataúlfo. Grandes guerreros,
próximos a las ideas y valores de los bárbaros, seguros de sí mismos y con capacidad de
liderazgo, algo que se contraponía con los hombres de su familia.
Así pues, tras el primer enfrentamiento entre Félix y Bonifacio, Aecio entró en
juego. Su primer objetivo fue Félix. En 429, Aecio fue trasladado a Italia y nombrado
segundo comandante del ejército central de campaña y, una vez aquí, las fuentes como,
por ejemplo, Hidacio (Chron. 94) no dejan claro qué ocurrió, pero lo más probable es que
Aecio engatusase a Placidia para que Félix fuera condenado por traición. Esto, sumado al
anterior intento de derrocar a Bonifacio, sirvió para que Félix cayera en desgracia y fuera
ejecutado junto a su familia en Rávena por orden de Aecio en el año 430. De los tres
potenciales aspirantes a convertirse en los amos de Occidente, solo quedaban dos. El
conflicto entre los, llamados por Procopio (BV. I, 3, 15), “dos últimos de los romanos”
iba a traer dos consecuencias de suma importancia para los restantes años del Imperio de
Occidente: la toma definitiva del poder por parte de Aecio y la también definitiva pérdida
de África para el Imperio de Occidente.
2.2.2. Aecio vs Bonifacio: la llegada de los vándalos a África
Años antes del enfrentamiento entre Aecio y Bonifacio, Hispania había caído en
manos de los bárbaros que, en 406, habían atravesado el Rin congelado, para que tres
años después, en 409 (Hidacio, Chron., 34), atravesaran los Pirineos. Estos grupos de
externae gentes estaba formado principalmente por suevos, vándalos y alanos, los cuales,
una vez llegados a Hispania, se repartieron el territorio. Tras luchar contra los visigodos
aliados de los romanos, los suevos y los vándalos se refugiaron en Gallaecia. Allí se
enfrentaron unos contra otros. El rey suevo, Hermerico, y el rey vándalo, Gunderico,
iniciaron en 419 una guerra entre ambos pueblos. Los suevos, al ser menos numerosos
que los vándalos, recibieron el apoyo de Rávena, que envió al general Asterio, comes
Hispaniarum, en su ayuda para evitar que los vándalos se hicieran demasiado poderosos.
En 420 los vándalos abandonaron sus posiciones en el norte y se establecieron en la
Bética. Una vez allí, el que fuera magister militum tras la muerte de Constancio, Castino,
se enfrentó a los vándalos en la Bética, para ser derrotado por estos. Esta derrota supuso
23
un duro golpe para los intereses romanos en Hispania, que perdieron gran influencia en
el territorio en favor de los vándalos.
Las huestes de Gunderico, sin una oposición importante, sembraron el terror por
todo el sur de la península por medio de razias y asaltos. Hidacio (Chron., 77) dice que
los vándalos, saquearon la ciudad de Cartagena, entonces Cartago Spartaria, y llevaron
a cabo pillajes por las Islas Baleares. Esto último supone un momento clave en la historia
de la Tardoantigüedad, pues se trata del inicio de la relación entre los vándalos y la
piratería marina. En 428, Gunderico puso la vista en una de las joyas de la Bética,
Hispalis, actual Sevilla. Este ataque no supuso un mero saqueo, sino que los vándalos
ocuparon la ciudad. En este punto, cuenta Hidacio (Chron., 79) que Gunderico profanó
numerosas iglesias de la urbe hispalense lo que, lógicamente, acarreo una especie de
castigo divino que se identificó con la inmediata muerte del rey. El trono paso, entonces,
a manos del hermano del fallecido rey vándalo, Genserico, el cual, según Procopio de
Cesarea: “se había ejercitado de forma considerable en el arte de la guerra y era el más
temible de todos los hombres” (Procop. BV. III. 3, 24).
Mientras se encontraban en el sur de Hispania, los vándalos empezaron a tener los
primeros contactos con el mar. Llevaron a cabo incursiones a las Islas Baleares, pero estas
no fueron más que un entrenamiento para el desafío que Genserico tenía en mente: cruzar
el estrecho de Gibraltar e invadir África, acción que llevó a cabo en el año 429 (Hidacio,
Chron. 90).
Ante este importante movimiento migratorio surgen algunas cuestiones: ¿cómo
pudieron los vándalos desembarcar? ¿Dónde estaba el ejército romano de África? Para
que una invasión de semejante envergadura pudiera tener éxito, los vándalos, los cuales
contaban con un ejército que, en el mejor de los casos contaría con unos veinte mil
hombres (Heather, op. cit., p. 343), debían contar con un ejército mucho mayor que el que
pudiera esperarles en tierra, el cual, en teoría, contaba para el año 420 con 31 regimientos
de tropas de campaña y 22 unidades de tropas de guarnición, lo que se traduciría en un
total de entre veinticinco o treinta mil hombres bajo las órdenes de Bonifacio (Not. Dig.
Occ. 25). Por otro lado, el pueblo de Genserico, compuesto por vándalos y alanos –pues
era rex vandalorum et alanorum- estaba formado, según cuentan Víctor de Vita (1, 2) y
Procopio de Cesarea (BV 3, 5, 18), por unas ochenta mil personas lo que supondría un
enorme esfuerzo a la hora de cruzar el estrecho (Álvarez Jiménez, 2016, p. 88).
24
Se ha discutido mucho sobre las causas que motivaron la migración. Para los
contemporáneos al suceso, claramente se trataba de un instrumento divino enviado para
castigar a los pecadores africanos, sin embargo, una contestación más racional a estas
preguntas las intentó dar el historiador del siglo VI, Procopio de Cesarea, el cual explicó
que dicha hazaña pudo llevarse a cabo gracias a Bonifacio:
“tras enviar Bonifacio a Hispania a sus amigos más íntimos se ganó el favor
de cada uno de los hijos de Godigislo (Gunderico y Genserico) tratando con
ellos en condiciones de completa igualdad, de tal modo que cada uno de ellos
administraría una tercera parte de Libia (África) y gobernaría sobre sus
propios súbditos, pero, en el caso de que uno de ellos fuese víctima de una
agresión militar harían frente común para rechazar a los que le atacaran.
Tomando como base este acuerdo, los vándalos, tras cruzar el estrecho de
Cádiz, penetraron en Libia, lo que permitió a los visigodos establecerse en
Hispania tiempo después.” (Procop. BV. 3, 25-26, trad. Flores Rubio, 2008).
Según el relato de Procopio, Bonifacio buscó la alianza militar con los vándalos
debido a la mala relación que tenía en ese momento con Rávena. Pero, ¿a qué se debía
esa supuesta mala relación? Cuenta Procopio (BV. I, 3, 14 y ss.) que Aecio elaboró una
treta para intentar que Bonifacio perdiera el favor de Gala Placidia, para lo cual Aecio
acusó, ante la emperatriz, a su adversario de ser un pésimo gobernante y un tirano que
había robado el control de África al Imperio. Por otro lado, y al margen de la emperatriz,
Aecio envió una carta a Bonifacio explicándole que Gala Placidia pretendía deshacerse
de él y que no acudiera a Roma en caso de ser llamado por ella. Placidia, al enterarse de
que Bonifacio no acudiría a su llamada, tomó en buena estima a Aecio y sentenció a
Bonifacio, el cual, ante una improbable salvación, habría buscado aliarse con los
vándalos. A pesar de todo esto, Bonifacio conseguiría ganarse el perdón de Placidia,
mencionando Procopio que, por raro que parezca, no hubo consecuencias negativas para
Aecio por parte de la emperatriz pues, al fin y al cabo, dejar de contar con el apoyo de un
personaje tan poderoso como era Aecio sería más perjudicial que beneficioso para el
Imperio.
Una parte de la historiografía reciente ha tomado este relato como el más probable,
defendiendo algunos autores incluso que Bonifacio habría provisto de barcos a los
vándalos para su traslado (Arce, 2007, p. 117). Sin embargo, otros autores no están de
acuerdo con esta teoría, argumentando que Bonifacio no sería precisamente el más
25
interesado en la llegada de los vándalos a su territorio, sino que serían sus rivales por el
control del Imperio de Occidente los perpetradores de dicha estrategia, que sirvió a fin de
cuentas para desacreditar a Bonifacio (Heather, op. cit., pp. 343-344). Puede que no fuera
Bonifacio el principal responsable de hacer llegar a los vándalos a África, sin embargo,
las calumnias pronunciadas por Aecio sí que se llevaron a cabo, lo que convirtió al comes
africae en un momentáneo enemigo del estado (Wijnendaele, 2016, pp. 65-86). Para
Ralph Mathisen (1999, pp. 189-191), fue el mismo Aecio el instigador de la migración
vándala, debido a que un pasaje de Próspero de Aquitania dice que la inacción de este
permitió la pérdida de Cartago, sin embargo, Próspero se refiere aquí al año 439, año de
la toma de Cartago, y no a 429, año del paso de los vándalos hacia África, de hecho, sobre
ese año, el discípulo de Agustín simplemente notifica, sin dar mayor detalle, el paso de
los vándalos de Hispania a África (Chron. 1295). Otra hipótesis que sigue esta línea es la
de la historiadora francesa Delaplace (2015, pp. 196-199), la cual también afirma que la
llegada de los vándalos a África estuvo instigada directamente por Aecio, desde la corte
de Rávena. Éste, en un intento más por acabar con su adversario, Bonifacio, instigó de
alguna manera a los suevos que estaban en Hispania a acabar con los vándalos. Justo antes
de la salida de los vándalos hacia África, fueron atacados por estos y, aunque salieron
victoriosos, este ataque pudo ser la gota que colmó el vaso para Genserico.
Según el historiador David Álvarez Jiménez no se debe ver la mano romana detrás
de la acción migratoria vándala, sino que esta respondía a motivaciones materiales y
circunscritas a la libre decisión de los invasores, quedando claro, por otro lado, que
Genserico aprovechó la coyuntura política que atravesaba Occidente. Además, la posición
de los vándalos en Hispania era débil, Genserico sabía que era cuestión de tiempo que,
una vez se resolviera el conflicto por el control de Occidente, él y sus vándalos pasarían
a ser el objetivo número uno y, o bien Bonifacio, o bien Aecio, utilizarían a los poderosos
visigodos para atacarles en el sur de Hispania, con lo que pasar a África era la mejor de
las opciones para los vándalos (Courtois, 1955, p. 161; Modéran, 2014, pp. 99-101;
Álvarez Jiménez, 2016, pp. 87-94).
Nadie se opuso al desembarco de los vándalos en África. Ningún ejército, ningún
grupo armado que ofreciera resistencia. El ejército que, teóricamente estaba asignado a
comienzo del siglo V en la Mauritania Tingitana ya no existía (Arce, op cit., p. 118). Esta
ausencia de oposición a los vándalos podría ser un signo valedor para la historia del pacto
con Bonifacio, que habría intervenido para que nada obstruyera la llegada de los vándalos.
26
Sin embargo, hay que recordar que los vándalos desembarcaron en Tánger, lo que
significaba que ese territorio no era responsabilidad del comes africae, puesto que la zona
de la Tingitana pertenecía a la Diocesis Hispaniarum.
Fuera como fuese, la cuestión es que, en medio del conflicto entre Aecio y
Bonifacio, los vándalos acabaron en África. En general, el avance de los vándalos por
Mauritania Tingitana hasta Numidia fue rápido, ya que, salvo por ciudades como Cirta o
Hipona, nadie ni nada se opuso al paso de los vándalos. Llegado un punto, Gala Placidia
envió tropas a África para reforzar las de Bonifacio, a las que se sumaron un contingente
enviado por Oriente, comandado por Aspar, magister militum per Orientem. A pesar de
todo esto, el avance vándalo resultó imparable. Las tropas comandadas por Bonifacio
fueron aniquiladas y este se refugió tras los muros de Hipona (Hippo Regius) (Procop.
Vand. III. 3, 31). La ciudad logró resistir durante algo más de un año hasta que cayó en
manos de Genserico. Aquí, en el año 430, fue donde, precisamente, murió Agustín
(González Salinero, 2002, 77-79).
En 431, acuciados por lo prolongado del asedio, los vándalos levantaron el cerco,
lo que permitió a Bonifacio escapar y unirse a un cuerpo expedicionario del Imperio de
Oriente, comandado por Aspar. Ninguno de los dos pudo contar con ayuda por parte de
Oriente ni de Occidente, en el caso de estos el grueso del ejército estaba en manos de
Aecio, el cual estaba ocupado con la invasión alamana en el Nórico. Como consecuencia
de esto, Bonifacio y Aspar planearon una nueva batalla contra los vándalos, cuyo
resultado fue igual de desastroso que el inmediatamente anterior (Álvarez Jiménez, op.
cit., pp. 99-100).
Derrotado Bonifacio, se refugió en Rávena, dónde la emperatriz regente se vio
obligada a firmar una serie de tratados con el recién fundado primer reino bárbaro de
Occidente. Por medio de estos acuerdos, Italia quedaría a salvo de las rapiñas vándalas y
estos se comprometerían a reanudar el comercio marítimo que ahora controlaban.
La pérdida de las provincias hispanas de Gallaecia, Bética, Lusitania y
Cartaginense, sumado ahora a la pérdida de las provincias africanas supuso un duro golpe
para Occidente. El legado que la regencia de Gala Placidia dejaba a su hijo, Valentiniano
III, era bastante pobre y triste. El Imperio estaba roto y ya sería imposible de recomponer,
aunque durante los años posteriores la actividad de Aecio logró mantenerlo en pie durante
unas cuantas décadas. Pero antes de eso, Aecio debía acabar definitivamente con
Bonifacio, el último obstáculo que le separaba del poder.
27
Mientras que Bonifacio se las veía con los vándalos en África, Aecio continuaba
su labor como responsable principal de Galia y la frontera del Rin. En 430 derrotó a los
alamanes en Recia (Hyd. Chron. 93); aniquiló a una banda de visigodos cerca de Arlés,
capturando al líder de estos, un tal Anaolsus (ibídem, 92) y sofocó la rebelión de los noros
del Nórico (ibídem, 95). Asentado en Galia, recibió una embajada procedente de
Hispania, encabezada por el obispo Hidacio, el cual pidió ayuda contra los suevos
asentados en la Gallaecia, frente a lo que envió de vuelta a Hidacio junto al general
Censorio (ibídem, 96 y 98). También se enfrentó a los francos, a los que derrotó e hizo
firmar una paz que les sometería al Imperio (Jord. Get. 176).
Derrotado en África, Bonifacio se refugió en Rávena y Placidia le otorgó el puesto
que, con la muerte de Félix había quedado vacante, es decir, magister utriusque militae15.
Esto, claramente supuso un importante revés para las aspiraciones de Aecio, lo que
condujo a una guerra civil. Este conflicto, ocurrido en el año 432 enfrentó no solo a Aecio
y a Bonifacio personalmente, sino que ambos contaban con diferentes apoyos
aristocráticos. Por un lado, Bonifacio era el paladín de Gala Placidia, y la mayoría de
círculos políticos de Rávena y Constantinopla lo apoyaban, mientras que, por otro lado,
Aecio contaba con el favor de la aristocracia gala. Por primera vez, una guerra civil iba a
enfrentar no a dos pretendientes a emperador, sino a dos pretendientes a convertirse en
los generalísimos del emperador (O’Flynn, 1983, p. 80). Aecio, que como hemos dicho
se encontraba en Galia, habría sido atraído a Italia con la excusa de otorgarle el consulado,
para que así Bonifacio pudiera confrontarle. Una vez llegó a Italia, Aecio fue depuesto de
su cargo militar, sin embargo, Hidacio (99) confunde los cargos que se ponen y deponen
en este momento, pues consideraba que Aecio había sucedido a Félix como magister
militum praesentalis, y, por tanto, Bonifacio sucedería entonces a Aecio, pero Aecio aún
no había obtenido este puesto ya que se encontraba en Galia. Ambos generales reunieron
a sus bucelarii16 y se prepararon para la batalla. El encontronazo se produjo en las
cercanías de la ciudad de Ariminum, la actual Rímini y el que salió victorioso de la batalla
fue Bonifacio, no obstante, este recibió una herida mortal que acabó con su vida a los
pocos días. Vencido, Aecio huyo a Pannonia, donde buscó la ayuda de sus antiguos
amigos, los hunos. El sucesor de Bonifacio en el cargo de magister militum fue su yerno
15
Es probable que al mismo tiempo recibiera la dignidad de patricius (Marcell. Com. Chron. a. 432, 435;
PLRE II, p. 240).
16
Según describe Claudiano (In Rufinum, 2, 76), los bucelarii eran un ejército de bárbaros bajo el empleo
de figuras militares, políticos y señores de la guerra como Estilicón, los propio Aecio y Bonifacio o Rufino.
28
Sebastiano (“Sebastianus 3” PLRE II, pp. 983-984), el cual duro en el puesto lo que tardó
Aecio en regresar a Italia, pues retornó acompañado de sus aliados hunos. Sebastiano fue
derrotado por los hunos de Aecio y desterrado a Oriente (Wijnendaele, op. cit., p. 96103).
2.3. Líder indiscutible de Occidente
2.3.1. La década de 430: el Rin, Galia e Hispania
Aecio salió finalmente vencedor de la guerra por el poder que provocaron las
muertes de Constancio y Honorio. Aecio se convirtió desde este momento en el verdadero
amo de Occidente. En 433 obtuvo los títulos de comes et magister utriusque militum, por
lo que, ya nada, salvo el emperador Valentiniano III y su madre Gala Placidia, estaba por
encima de él en la cadena de mando imperial, aunque el poder de estos sería simplemente
nominal. Después de Estilicón y de Constancio, Aecio se convirtió en el nuevo
generalísimo de Occidente.
Al contrario que la mayoría de estos generalísimos, Aecio no era, o al menos no
era considerado, un bárbaro o un “semibárbaro”. Sin embargo, un conocimiento del
mundo bárbaro, de sus maneras y sus costumbres y, por otro lado, un entendimiento del
estado romano y la integración de los bárbaros en él era algo indispensable para que una
carrera pública, como a la que aspiraba Aecio, tuviera éxito en este periodo. Si Constancio
cumplía estos requisitos admirablemente, Aecio podría presumir de credenciales aún
mayores. Aecio fue en muchos sentidos más bárbaro que Estilicón, pues sus periodos
como rehén entre estos pueblos, sumado a que era plenamente romano hacían de él el
gobernante ideal para el contexto en que le tocó vivir (O’Flynn, op. cit., p. 88).
La primera acción que llevó a cabo tras eliminar a Bonifacio y expulsar a
Sebastiano fue casarse con la viuda de Bonifacio, Pelagia (“Pelagia1” PLRE II, pp. 856857). Esta mujer era probablemente de origen visigodo e, incluso, puede que tuviera
sangre real y dio un hijo varón a Aecio, Gaudencio (“Gaudentius 7” ibídem, p. 494). No
fue la primera mujer de Aecio, pues esa fue la hija de Carpilio, que le dio un hijo, del
mismo nombre que el abuelo. Así, Aecio no solo derrotó a Bonifacio en la lucha por el
29
poder, sino que le arrebató todo lo que fue suyo, beneficiándose, por otro lado, de los
orígenes visigodos de Pelagia, lo cual le granjearía útiles relaciones con la nobleza
visigoda. Aecio se iba haciendo con el monopolio del poder, impidiendo a través de
movimientos como este que surgiera un nuevo Bonifacio.
En 435 recibió en Ravena el título de patricius, una dignidad de alto prestigio
otorgado, sobre todo en el siglo V, a los poderosos magistri militum que dominaban el
estado, por ejemplo, Estilicón, Constancio, Bonifacio y ahora Aecio. Algunas fuentes lo
describirán a partir de ahora como el protector de Gala Placidia y Valentiniano III, durante
la juventud de este último, es decir, un papel parecido al que habría desempeñado
Estilicón con Honorio.
Durante el invierno de los años 434 y 435, Aecio envió a Trigecio como embajador
ante Genserico. Este había elegido Hipona como núcleo de su nuevo asentamiento, sin
que el gobierno imperial pusiera ningún impedimento. En 435, se firmó entre Genserico
y Trigecio un tratado de paz por el cual se reconocía a los vándalos el control sobre el
norte de Numidia, la Byzacena, la Proconsular occidental y casi la totalidad de la
Mauritania Sitifiense, a condición del cese de hostilidades contra los restantes territorios
romanos de la diócesis de África. Así pues, técnicamente, los vándalos pasaron a ser
foederati del Imperio y Genserico un líder foederatus, aunque este se comportara como
un rey. Procopio (BV, 3, 4, 13-15) menciona que con este acuerdo los vándalos acordaron
pagar un tributo anual y Hunerico, el hijo de Genserico, fue enviado a Ravena como rehén
Hughes, 2012, 389).
Algo interesante en el tratado con Genserico es que, muy probablemente se le
otorgara algún cargo imperial. Víctor de Vita (1. 2) llama a Genserico dux y no rex,
aunque el vándalo se comportase en realidad como un rex. La explicación a esto sería que
el tratado llevado a cabo con Genserico habría tomado como modelo otros anteriores
firmados con otros bárbaros, como Alarico, el cual demandaba un puesto oficial como
parte de las cláusulas de la paz. Se le asignaría así a Genserico el control de dichas zonas
de África en calidad de dux, de una manera similar a como se acordó con los godos en
419 cederles tierras de Aquitania, a cambio de servicio militar como foederati. Los
vándalos se convirtieron en el verdadero ejército imperial de África ante la manifiesta
inexistencia de un cuerpo de tropas imperial que impidiera o siquiera dificultara su
expansión ulterior (Álvarez Jiménez, op. cit. pp. 102-103).
30
Este tratado, dentro de lo que cabe, podía considerarse una buena noticia. Cuando
la información del acuerdo llegó a Italia, Aecio se encontraba en Galia combatiendo a los
burgundios. Estos, parece que, gracias a la confusión generada por la guerra civil,
aprovecharon la oportunidad y atacaron la zona de Galia Belgica. Estos bárbaros estaban
bajo las órdenes de un tal Gundichar (o Gundahario), al cual Aecio derrotó y obligó a
firmar un tratado de paz, aunque, al poco tiempo, Aecio volvió a atacarles con sus tropas
formadas por hunos y los destruyó (Sid. Ap. Carm. 7, 234-5; Hyd. Chron, 108 y 110). No
por completo, lógicamente, y los restantes burgundios fueron asentados cerca del lago
Ginebra y pasaron a formar parte de las tropas de Aecio para futuros conflictos (Heather,
op. cit., p. 367). Por estas fechas, Aecio tuvo que enfrentarse a otra amenaza, los bagaudas
de Tibatto (PLRE II, pp. 1118-1119). Este caudillo lideró una revuelta en contra del
control romano de la provincia de Galia Ulterior, posiblemente en Armorica, a la cual se
unieron otros simpatizantes de toda Galia. Según Merobaudes: “Un poblador autóctono,
recorre las salvajes regiones de Armórica. La tierra, acostumbrada a ocultar en sus
bosques el botín obtenido por medio de violentos crímenes, ha abandonado sus viejos
hábitos, y aprende a confiar el grano a sus campos incultos” (Heather, op. cit., p. 367). La
rebelión no duró mucho, pues fue sofocada por Aecio y Litorio, el comes rei miliaris en
ese momento y posible sucesor de Aecio como magister militum per Gallias (PRLE II,
pp. 684-685), y el tal Tibatto fue capturado y Aecio asentó a los alanos en la zona donde
los bagaudas habían actuado, para así consolidar el control de la región a largo plazo.
Aunque estos eventos parecían haberse solucionado, los eventos posteriores
mostrarían que, más concretamente la campaña contra los burgundios, no sofocó la
actividad y el espíritu rebelde de estos. La razón podría ser que, debido a la tumultuosa
situación de Occidente, Aecio se vio obligado a firmar e imponer un tratado
excesivamente exigente con estos pueblos (Hughes, op. cit., p. 397).
Durante esta época, en el año 435 específicamente, se levantó en el foro de Trajano
una estatua de oro dedicada a Merobaudes, el futuro panegirista de Aecio. Esta fue
encargada por Aecio, según cuenta el propio Merobaudes en su primer panegírico
dedicado al generalísimo. La inscripción de dicha estatua ha sobrevivido y se encuentra
bastante completa (CIL VI 1724 v. 2 = ILS 2950 = Hubner 748) y afirma que Merobaudes
era reconocido tanto como guerrero como poeta. Esta aclamación dada a Merobaudes, sin
duda fue tomada por Aecio como un reflejo de apoyo a su régimen: después de todo,
31
Merobaudes fue claramente uno de sus partidarios más poderosos y había escrito y
entregado el panegírico para él en 432.
En 437, Aecio fue nombrado cónsul por segunda vez y, probablemente visitó la
ciudad de Constantinopla con motivo de la boda entre Valentiniano III y Licinia Eudoxia,
hija de Teodosio II (PLRE II, p. 25). En ese año, habiendo “solucionado” problemas como
el de los burgundios o los bagaudas de Galia, era el momento de concentrarse en los
visigodos. En 436, mientras Aecio se encargaba de los burgundios, estalló una segunda
rebelión visigoda, más peligrosa que la sofocada por el mismo Aecio en la década de los
20 que había amenazado a la ciudad de Arlés. Los visigodos se desplazaron hacia el sur,
y esta vez atacaron la ciudad de Narbona. Sin embargo y desgraciadamente para los
visigodos, Aecio estuvo de nuevo a la altura de los acontecimientos. Reclutó más
refuerzos hunos y los lanzó contra los visigodos, a los que obligó a regresar a Burdeos.
Los conflictos continuaron hasta el año 439, y los términos del tratado firmado en 418
quedaron revalidados. Esta victoria de Aecio quedaría representada en el segundo
panegírico que Merobaudes le dedicó, el de 443, donde menciona la derrota que el general
infligió a los visigodos en la Montaña de la serpiente “a la que los antiguos llamaron
premonitoriamente (de este modo), porque en ella quedaron destruidos los venenos del
estado”, y el “súbito horror” del rey visigodo al ver “los cuerpos pisoteados” de sus
seguidores muertos” (Merob. Panegyrics 1, fragmento IIB; Heather, op. cit., pp. 367368). Los visigodos habían sido derrotados, pero ni mucho menos aniquilados, más bien
contenido. Siempre gracias a la ayuda de los hunos, Aecio había hecho prodigios para
estabilizar la región tras más de una década de conflicto (Matthews, op. cit., p. 89).
Las casi continuas revueltas de Galia, durante la década de 430, hacen evidente
una situación generalizada de descontento debido a un deterioro de las condiciones
sociales y la situación económica. Según Isidoro (Hist. Goth., 20), en los 35 años entre
408 y 443, la desorganización del Imperio de Occidente había aumentado
considerablemente y la situación del campesino empeoró. La vida de los bárbaros era
relativamente mejor que la de ellos, y esto derivó en que muchos campesinos romanos
huyeran hacia las filas bárbaras o a los bagaudas (Oros. VII, 41, 7). Para prevenir nuevas
revueltas, Aecio hizo uso de políticas de asentamiento, estableciendo a grupos de alanos
en el sur de Galia. Uno, con su rey Goar, recibió tierras cerca de Orleans y el otro, bajo
el mando de Sambida (PLRE II, p. 975), fue asentado en los agri deserti cerca de Valence
en el 440.
32
En Hispania seguía habiendo problemas, aunque mucho menores que los
sucedidos durante las décadas anteriores. Los vándalos y los alanos se habían marchado,
lo que permitió a las provincias hispanas respirar, pero los suevos seguían allí, afincados
principalmente en Gallaecia, donde, según nos dice Merobaudes: “no quedaba ya nada
sometido a nuestro dominio (…) (y en el que) el belicoso vengador (Aecio) ha abierto la
ruta cautiva (y) expulsado a los merodeadores” -aquí, Merobaudes se refiere a vándalos
y alanos, los cuales se marcharon a África probablemente por voluntad propia-;
“recuperando las calzadas obstruidas; y permitido el regreso de las gentes a las ciudades
abandonadas”. Durante varios años, el conflicto contra los suevos se estaba encarando de
forma diplomática, al contrario de lo que realmente deseaban los habitantes de la zona,
como el propio Hidacio, que deseaba una intervención militar directa por parte de Aecio
y su ejército. Tres veces fueron las que se enviaron embajadas por parte de Aecio a los
suevos, todas ellas con Censorio a la cabeza. La primera, ya la mencionamos, fue en 432
e Hidacio formó parte de ella 17. En 437 fue enviado de nuevo, esta vez junto a un tal
Fretimundo (Hyd. Chron. 111), hasta que en 440 fue hecho prisionero por el rey suevo
Requila. A pesar de estos, pronto se produjo una avenencia política entre los suevos y los
nativos de Gallaecia, con lo que se restableció un cierto orden en las provincias que
Genserico había abandonado tras su paso a África.
Las acciones llevadas a cabo por Aecio en la década de 430 fueron realmente
asombrosas. Los francos y los alamanes habían sido rechazados al otro lado del Rin, los
burgundios y los bagaudas habían quedado sometidos por completo, las pretensiones de
los visigodos habían quedado frenadas, y gran parte de Hispania volvía a estar bajo
control romano. No era por nada que desde Oriente se recordara a Aecio como “el último
de los romanos” (Procop. BV. I, 3, 15). En 439 el senado le otorgó una estatua en Roma
y fue, probablemente en ese mismo año, cuando Merobaudes compuso el primer
panegírico (PLER II, pp. 25-26). A pesar de haber logrado dichas hazañas, con las cuales
el Imperio de Occidente podía sentir cierta esperanza, al final de dicha década, se
produciría un hecho que sería un golpe durísimo para el Imperio.
17
Para este asunto de las embajadas y las acciones diplomáticas entre Roma y los suevos, ver: F. J. Sanz
Huesma (2009), “Hidacio y Censorio: el foedus de 438 entre Roma y los suevos”, en Polis. Revista de ideas
y formas políticas de la Antigüedad Clásica, 21, pp. 59-75.
33
2.3.2. La caída de África
Cuatro años y medio después de haber firmado la paz, Genserico traspasó los
límites del territorio que, en el acuerdo de 435, se habían adjudicado a su control. El
vándalo dirigió a sus fuerzas hacia el Este, atravesando la frontera de Mauritania e
irrumpió con gran estruendo en una de las provincias más prosperas de Occidente, sino
la más próspera. Genserico puso la diana a la capital de Africa Proconsular, la noble
ciudad, antigua capital púnica, de Cartago. De un solo golpe, Genserico había arrebatado
a Aecio el control total de Africa, cuyo resultado fue una agravante crisis económica para
Occidente.
¿Cómo pudo suceder tal suceso? Peter Heather (op. cit., pp. 369-370) opina que,
tras haber firmado la paz años antes, todo el mundo había dado por hecho que los vándalos
permanecerían mansos en los territorios que se les habían cedido, y que, la gran
inestabilidad que había sufrido la década había hecho que el Imperio no viese primordial
reforzar con las suficientes tropas la ciudad de Cartago. La guerra contra los visigodos, la
cual acabó justo antes del movimiento de Genserico, habría requerido probablemente la
participación de todos los hombres posibles que Aecio tuviera a su disposición, y eso
incluiría tropas procedentes de África. Álvarez Jiménez aboga, tras analizar la mayoría
de fuentes que referencian la caída de Cartago (Hidacio, Chron. 115; Salviano de gub.
Dei 6, 12; Próspero Chron. 1339; Isidoro Hist. Wand. 75), que no sería descabellado
pensar que Genserico usase una estrategia tipo “caballo de Troya” para conquistar
Cartago, ya que, después de todo, estas fuentes coinciden en tratar la toma como una
artimaña basada en la mentira y el engaño por parte de los vándalos. Genserico se
aprovecharía de la confianza generalizada que había supuesto la firma de la paz de 435 y,
además, de una distracción, el circo y los teatros. André Chastagnol, siguiendo el relato
de Silvano, defiende la idea de que los habitantes de Cartago se encontrarían sumidos en
los vicios del circo y el teatro en el momento en que Genserico y los suyos avanzaron
hasta la ciudad, ya que en ese momento se estaría celebrando la reunión de delegados de
la Diócesis de África, lo que supone un ambiente festivo (Álvarez Jiménez, op. cit., pp.
105-109). La logística del Imperio romano impedía que se llevara a cabo un contraataque
directo contra Genserico, con lo que, por el momento, la ventaja iba a estar del lado de
los vándalos.
34
Roma entró en crisis. Sin el abastecimiento procedente de África, Occidente se
sumió en el caos. Nada de esto era una preocupación pequeña para Aecio, el cual tuvo
que moverse para solucionar este nuevo entuerto. Se concedieron permisos para que
comerciantes de Oriente acudieran a Occidente para garantizar el suministro de alimentos
de la ciudad de Roma. Se promulgaron leyes destinadas a cubrir los agujeros defensivos
de las ciudades amenazadas por los vándalos, leyes para alistar a la población e instarles
a defender su ciudad y permitirles llevar armas. A pesar de todas estas medidas, Genserico
lanzó ataques serializados sobre Sicilia, asediando la principal ciudad portuaria de la isla,
Panormus (actual Palermo). Así pues, era necesaria una solución de mayor envergadura
que, desde el 406, había sido la habitual para ocasiones de este tipo: pedir ayuda a Oriente.
Mientras Aecio reunía por las provincias occidentales el mayor número posible de
soldado, Teodosio II envió tropas. A finales de 440 se congregó en Sicilia un ejército
imperial de unas 1100 naves con Aecio a la cabeza, a los que se sumó la fuerza
expedicionaria de Oriente, con cinco generales al mando, lo que indica la magnitud del
número de efectivos que Teodosio II envió. En total, se estima que varias decenas de
miles de soldados y, en el momento en que la navegación fuera posible, se abalanzarían
todos juntos sobre la ciudad de Cartago, sin embargo, eso jamás ocurrió: tanto las fuerzas
de Oriente como de Occidente volvieron a sus respectivas bases y todo el enorme esfuerzo
administrativo quedó en nada.
¿Qué causó que las tropas se retirarán tan de repente? Había surgido una nueva
amenaza, muy superior a cualquier desafío del que hubieran podido plantear los vándalos,
y era necesario que tanto Oriente como Occidente se concentraran al máximo en él.
Cartago quedó así, de manera definitiva y por casi un siglo, en manos de los vándalos.
Así pues, el Imperio de Occidente se vio obligado a enfrentarse como pudiese a
las consecuencias del éxito de Genserico. Para ello, se firmó un nuevo tratado en 442 por
el cual África Proconsular y la Bizacena quedaban bajo el control de Genserico, junto con
parte de Numidia. A cambio, los vándalos se comprometían a suministrar parte de su
producción agrícola, y el hijo mayor de Genserico, Hunerico, fue enviado a Rávena como
rehén. De la condición de enemigo del Imperio, Genserico había pasado a ser rex socius
et amicus, es decir, se le reconoció públicamente como rey cliente del Imperio.
Los fragmentos de Merobaudes (Panegyrics 2, 25-33; Carmen I, 5-10; Heather,
op. cit, pp. 375-376) insinúan que no se pudo hacer nada por recuperar la ciudad de
Cartago, y al mismo tiempo sugieren que Aecio sacó el mayor provecho posible de la
35
situación, solucionando todo por medio de una pacífica alianza. De hecho, al igual que
como había pasado con la pérdida de las provincias y las ciudades persas en época de
Joviano, la pérdida de Cartago se tomó como una victoria romana. El Imperio no podía
admitir una derrota: era preciso mantener una imagen de control.
El objetivo primordial de Genserico, y podría decirse lo mismo del resto de
pueblos bárbaros que cruzaron el Rin en 406, era el de asentar a su pueblo en un lugar
seguro y estable. Para ello era necesario asegurar el sustento y, definitivamente asentado
en África, Genserico confiscó las propiedades de la nobleza provincial y exilió a los
curiales de las ciudades y a la mayoría de los dignatarios eclesiásticos. Miembros del ordo
senatorial o, simplemente, aristócratas huyeron a Siria.
Sobre los campos, tenemos testimonios que nos cuentan cómo, en estos momentos
iniciales de expropiación, las tierras permanecieron sin cultivar, debido a que los
vándalos, tras años de periplo por Europa e Hispania, no estaban acostumbrados a
labrarlas. El obispo, de sede desconocida, Quodvultdeus se lamentaba por la situación
que le tocó vivir de la siguiente manera: “¿Dónde estáis, fuentes de lágrimas? ¿A qué
agricultores les hablo? Unos están muertos, otros fugados; la tierra ha sido entregada a
manos de los impíos...” (González Salinero, op. cit., p. 93; Quodvultdeus, Adv. quinq.
haer., 6, 3-5).
Las grandes propiedades fueron expoliadas de forma masiva y sin deferencia a sus
propietarios. Se adjudicaron a guerreros o miembros de la corte, con lo que, dadas las
circunstancias, el reparto de las tierras no obedeció al sistema de la hospitalitas, sino que,
estas fueron distribuidas según los criterios clientelares de los vándalos, de carácter
hereditario y exentos de contribución (sortes Vandalorum) (Gil Egea, 1998, pp. 257-258).
Las propiedades de Byzacena, Getulia, Abaritana y parte de Numidia, fueron reservadas
por la corona para ser otorgadas a miembros de la familia real.
La pérdida de África supuso un verdadero varapalo para el Imperio, un agujero
abismal, sobre todo desde el punto de vista económico, lo que se traduce en una reducción
de las fuerzas armadas. Según cálculos, la pérdida de África y todo lo que esta aportaba
al Imperio equivaldría a una reducción militar bastante severa. Esto, sumado a la nueva
amenaza a la que se tendría que enfrentar el Imperio durante los años siguientes, llevó a
que Aecio cancelara el ataque sobre Cartago. ¿Qué era esta nueva amenaza? Una que
hemos estado viendo a lo largo de todo este trabajo, pero siempre como aliados de Aecio
36
y los romano: los hunos. Pero ahora, estos estaban liderados por un nuevo líder, uno de
los personajes más importantes de la historia, Atila.
2.4. Aecio, Atila y los hunos
2.4.1. Los hunos antes de Atila: posible origen y entrada en la historia de
Occidente
Después de la muerte de Arcadio en 408, ascendió al trono de Oriente su hijo
Teodosio II el cual contaba con la tierna edad de siete años. Desde el 402 había recibido
el título de Augusto y “gobernó” como coemperador con su padre hasta la muerte de este,
cuando pasó a regir el imperio en solitario. El emperador fue reconocido por los
principales rivales del Imperio de Oriente de ese momento, el Imperio sasánida,
gobernado en esos momentos por Yezdegard I, monarca que destacó por sus buenas y
pacíficas relaciones con el Imperio de Oriente y que, además, favoreció a los cristianos
oriundos de Persia, todo ello persuadido por el monje Maruta.
Una vez solucionados los problemas acaecidos tras de la muerte de Estilicón y la
crisis de sucesión, lo que condujo a una mejor en las relaciones entre Rávena y
Constantinopla, el siguiente desafío al que se tuvieron que enfrentar los romanos
orientales fueron los hunos.
Los hunos entraron en la historia de Europa allá por el 370. Cerca de ese año se
produjo una invasión al entonces territorio de los alanos, es decir, la zona sur del río Volga
y el oeste del mar Caspio. “A fuerza de matar y saquear de territorio en territorio,
únicamente por instinto de pillaje, llegaron los hunos a las fronteras de los alanos, que
son los antiguos masagetas, y los dominaron” 18 (Amm. Marc. Res gestae, XXXI, 2. 12 y
13; trad. Harto Trujillo, 2002).
“Hoc expeditum indomitumque hominum genus, externa praedandi aviditate flagrans inmani, per
rapinas, finitimorum grassatum et caedes ad usque Halanos pervenit, veteres Massagetas, qui unde sint
vel quas incolant terras - quoniam huc res prolapsa est - consentaneum est demonstrare, geographica
perplexitate monstrata, quae diu multa indagans acute et varia, tandem repperit veritatis interna...” (Amm.
Marc. Res gestae, XXXI, 2. 12).
18
37
Pero, ¿de dónde proceden exactamente los hunos?, porque decir estepas orientales
es una respuesta un tanto vaga. Se sabe que proceden del Este, pero ¿cuánto al Este hemos
de remontarnos? En el siglo XVIII, el orientalista francés Joseph de Guignes llevó a cabo
una obra que tituló Historia general de los hunos, los turcos, los mongoles y de otros
tártaros occidentales, en la que, tras estudiar a los autores clásicos, los relatos de viajeros
de las estepas y anales chinos y textos persas, identificó a los hunos como los
descendientes de los hsiung-nu. Edward Gibbon, el historiador británico, célebre sobre
todo por su obra Historia de la decadencia y caída del Imperio romano, aceptó y repitió
la teoría de de Guignes cuando escribió: “Los hunos, que bajo el reinado de Valente
amenazaron al imperio de Roma, habían estremecido mucho antes el de la China.”
(Gibbon, 1984 [1776], XXVI, p. 281).
No obstante, la teoría de Joseph de Guignes ha generado debate a lo largo de los
años. Desde el propio Gibbon, la hipótesis fue ganando partidarios entre sinólogos,
orientalistas y académicos en general, ya que entendían que esta teoría era más que
plausible. La abrupta llegada de pueblos nómadas procedentes de las estepas centrales no
se inició con los hunos. Los escitas, por ejemplo, fueron pioneros en este tipo de
migración transcontinental. La aparición de los hunos en occidente poco después de la
destrucción del Imperio de los hsiung-nu en el oriente es un indicativo de lo acertada de
esta teoría. Además, ambos grupos eran nómadas, expertos jinetes y arqueros (MaenchenHelfen, 1944, pp. 222-223).
Hasta la segunda mitad del siglo XX, como decimos, la teoría hsiung-nu/hunos
era de lo más aceptada por la comunidad, pero nuevos hallazgos arqueológicos, estudios
etnológicos, lingüísticos y antropológicos y nuevas revisiones de las fuentes chinas han
puesto en duda la relación entre un pueblo y otro. E. A. Thompson (1948) advertía que,
hasta que no se llegará a un acuerdo total sobre los orígenes de los hunos, era mejor no
mencionar a los hsiung-nu. Otros autores comenzaron a mostrar escepticismo hacia este
enfoque tradicional, basándose principalmente en los estudios arqueológicos y
antropológicos. El propio Maenchen-Helfen, que antes veíamos como daba motivos para
dar por válida esta teoría, afirma que existen varias pruebas que muestran que los hunos
no podían ser los descendientes de los hsiung-nu. Como hemos visto antes con los
fragmentos de Amiano Marcelino (XXXI, 2, 2) y Jordanes (127), los hunos no destacaban
precisamente por tener grandes barbas, de hecho, parece que no tenían, mientras que sí
tenían, bastante, en otras partes del cuerpo como las piernas; los hsiung-nu, por su parte,
38
poseían grandes barbas, pero, eso sí, poco pelo en el resto del cuerpo (Maenchen-Helfen,
op. cit., pp. 231-233).
A pesar de ello, los más reciente estudios han contribuido a dilucidar este
peliagudo tema como, por ejemplo, el francés Étienne de la Vaissière (2005), quien,
estudiando cierta correspondencia entre comerciantes sogdianos en la cual se relata una
invasión del norte de China, encontró el término “Hūna” para referirse a los hsiung-nu.
También, el americano Christopher Atwood, es proclive a esta teoría pues, según él
(2012), el sanscrito “Hūna” es una transcripción de la palabra “Xona” del chino antiguo
utilizado durante la dinastía Han de China (206 a. C.- 220 d. C.), que fue transmitida por
comerciantes griegos bactrianos a Europa, donde se fue transformando al Ounnoi de los
griegos y al Huni de los latinos.
En cuanto a la arqueología, los hallazgos son poco numerosos y nada concisos.
Debido al poco tiempo que estuvieron estacionados en occidente (unos 80-90 años), los
objetos materiales que puedan clasificarse como “hunos” son muy escasos, e intentar
relacionar estos con los hsiung-nu es una tarea que no habría que temer adjetivarla de
imposible. Aparte, hay que tener en cuenta la aculturación, bilateral, sufrida entre los
alanos, sármatas y, desde su llegada a Europa, con los germanos. Según las fuentes, los
hunos, al igual que, por ejemplo, hicieran los godos, practicaban la deformación artificial
del cráneo, lo que significa que estos eran una etnia mixta de elementos
europoides/mongoles.
En resumen, actualmente el tema sigue suscitando polémica y, aunque cada vez
se arroje un poco de luz sobre el asunto, parece que la situación está lejos de esclarecerse.
De igual manera, el caso es que, volviendo al último tercio del siglo IV, después
de dominar a los alanos, hacía el 370, los hunos, cuenta Amiano: “enardecidos con este
aumento de sus fuerzas, cayeron como el rayo sobre las ricas y numerosas comarcas de
Hermanarico, príncipe belicoso, que se había hecho temer de sus vecinos por sus
numerosas hazañas”19 (op. cit., XXXI, 3. 1). El historiador romano se está refiriendo aquí
al pueblo de los ostrogodos, los cuales vivían en un territorio que se extendía desde el
Don al Dniester y desde el mar Negro hasta las marismas de Pinsk.
“Igitur Huni pervasis Halanorum regionibus quos Greuthungis confines Tanaitas consuetudo nominavit,
interfectisque multis et spoliatis, reliquos sibi concordandi fide pacta iunxerunt, eisque adiuti confidentius
Ermenrichi late patentes et uberes pagos repentino impetu perruperunt, bellicosissimi regis et per multa
variaque fortiter facta vicinis nationibus formidati.” (Amm. Marc., Res gestae, XXXI, 3. 1).
19
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La mayor parte de los ostrogodos estaban sometidos a los hunos. Tras estos el
siguiente pueblo era el de los visigodos, cuyo líder era Atanarico. Estos habían ocupado
la desembocadura del río Dniéster y el Danubio al sur de los Cárpatos desde el año 200,
aproximadamente, territorio que había sido devastado en tres campañas sucesivas de
Valente unos años antes. Atanarico, decidido a resistir, se estableció con un fuerte ejército
en la ribera del Dniéster. Una vez allí envió a un grupo de exploradores a espiar los
movimientos del enemigo, pero:
“los hunos, detectando la presencia de este grupo explorador y dándose cuenta
de que eran sólo una pequeña parte del ejército les esquivaron y con la luna
llena cruzaron el río, colocándose entre ellos y el campamento visigodo.
Atacan rápidamente a los visigodos, que no ofrecieron resistencia debido a la
sorpresa. Atanarico y los demás que no murieron escaparon a los montes
Cárpatos”20 (ibídem, XXXI, 3. 5-6).
En la narración que hace Jordanes de estas invasiones de los hunos (Get., XXIV,
129-130), menciona a un tal Balamer (o Balamero), que, según él, es el jefe de estas
hordas hasta la batalla de Adrianópolis (378), sin embargo, E. A. Thompon (1948, p. 57)
piensa que este rey probablemente nunca existió, sino que los godos lo inventaron para
poder explicar quién fue el que les conquistó. Esta teoría se basa en que Amiano
Marcelino no menciona a este personaje en su obra y, en segundo, porque el nombre de
este es más bien germano y no huno.
El impacto de los hunos en la historia de occidente fue enorme. Las conquistas
que llevaron a cabo entre estos tres pueblos, alanos, ostrogodos y visigodos, produjeron
un imparable efecto domino que condujo a que estos pueblos se introdujeran
definitivamente dentro de los límites del Imperio romano. Nunca más volverían a salir.
Se produjeron, como decimos, grandes migraciones de pueblo en Europa, con el objetivo
de buscar nuevas tierras para asentarse.
Al momento del ascenso de Teodosio I, las ciudades balcánicas estaban siendo
devastadas, miles de hombres eran asesinados, la tierra se empapaba de sangre y, un
pueblo extraño cruzaba los territorios como si le pertenecieran. Los godos, alanos y, por
“Huni enim, ut sunt in coniectura sagaces, multitudinem esse longius aliquam suspicati, praetermissis
quos viderant, in quietem tamquam nullo obstante conpositis, rumpente noctis tenebras luna vado fluminis
penetrato, id quod erat potissimum elegerunt, et veriti ne praecursorius index procul agentes absterreat,
Athanaricum ipsum ictu petivere veloci.” (Amm. Marc., Res gestae, XXXI, 3. 5-6).
20
40
encima de estos, los hunos, campaban a sus anchas por la zona de los Balcanes. Teodosio
tenía la terea de liberar a su pueblo de las invasiones de estos omni pernicie atrociores
(Bock, op. cit., p. 118). Para ello, Teodosio llevó a cabo un pacto, un foedus, entre el
Imperio y los godos, según el cual estos pasarían a ser foederati del Imperio, a cambio de
un asentamiento.
Algunos autores defienden la idea de que los hunos, tras la batalla de
Adrianópolis, se habían establecido en Panonia, ya que el Conde Marcelino menciona
que para el año 427, estos llevaban controlando la región desde hace 50 años.
Probablemente se tratase de un grupo godo/huno/alano establecido allí por Teodosio,
también como foederati. Sin embargo, la única mención de los hunos en Occidente se
encuentra en una carta del obispo de Milán, Ambrosio, a Valentiniano II que menciona
que, en la primavera de 384, jinetes hunos atravesaron Noricum y Reatia hacia la Galia
(Bock, op, cit, p. 120).
Durante los años siguientes, Teodosio tuvo que centrarse en otros conflictos
intestinos del Imperio, como la usurpación de Magno Máximo, al cual venció
definitivamente en Aquilea en 388, lo que llevó a una unificación efímera del Imperio
romano. Lo curioso es que la rápida victoria del ejército romano fue debida en gran parte
a la caballería huna que servía en sus filas como auxiliares. Con estas fuerzas hunas
luchaban también alanos, rugios y godos.
Una vez muerto Teodosio en 395 y se dividido el Imperio en dos mitades, fue en
ese mismo año cuando se produjo el primer gran ataque de la vaga Chunorum feritas
contra las provincias orientales. El Danubio estaba helado en el invierno de ese año y
numerosos hunos lo cruzaron y entraron en las provincias romanas donde llevaron a cabo
grandes devastaciones. Tracia se llevó la peor parte y Dalmacia temía ser la siguiente
presa.
El terror huno se basaba en su técnica militar: velocidad, sorpresa, huidas rápidas,
precisión de tiro y gran alcance de sus arcos, combinado todo ello con gran coraje y
ferocidad. Este modo de luchar era distinto del de los demás bárbaros, mostraba una eficaz
organización innata, nacida, sin duda, de su experiencia como cazadores en grupo. Su
rapidez tendía a reducir la capacidad de reacción de sus enemigos. Es probable que el
terror que suscitaban se sintiese más profundamente en las clases altas y cultas, y entre
los que sufrían sus primeros embates. Para los restantes sectores, si se descuentan los
estragos iniciales, los hunos eran amos duros, pero no mucho peores que otros.
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Las incursiones llevadas a cabo por los hunos en territorio romano están poco
documentadas, al menos hasta el año 408. Estas fueron llevadas a cabo por tribus y bandas
mixtas de hunos, alanos, rugios y godos independientes, completamente autónomas y sin
una organización central. A pesar de ello y de su gran dispersión, su eficacia era
extraordinaria. Probablemente, las bandas hunas que se lanzaron contra territorio romano
a principios del siglo V, no contaban con más de 1.200 guerreros.
Es a principios del siglo V cuando aparecen nombres concretos de personajes
hunos. El primer nombre que mencionan las fuentes, a parte del Balamer probablemente
inventado por Jordanes (Thompson, op. cit. p 57), es el de Uldin o Uldino (PLRE II, p.
1180) según las fuentes. Se trataba de un rey o, al menos, caudillo de los hunos que luchó
en varias batallas contra el godo Gainas, hasta que finalmente lo derrotó y le ofreció su
cabeza al entonces emperador de Oriente, Arcadio. En respuesta a este acto, el emperador
le concedió regalos y le permitió negociar un acuerdo entre ambas partes (Zos. V, 22, 13). Tiempo después fue llamado por Estilicón para luchar junto con el godo Saro y los
propios romanos contra el godo Radagaiso, al que derrotaron en Fiesole (406). Siendo
líder de los bárbaros al norte del Danubio, Uldin llevó a cabo incursiones por los
territorios romanos orientales.
En 408 invadió Tracia con un gran ejército, lo que nos podría indicar que los hunos
ya tendrían asentamientos de cierta importancia en el limes romano; que Uldin tenía
considerable control sobre ellos y que su capacidad bélica ya tenía mayor peso que su
“leyenda negra”, fomentada por los escritos de la época, como, por ejemplo, Jerónimo el
cual decía en una de sus cartas: “El ejército romano, vencedor y dueño del orbe, es
vencido, siente pánico y se aterra a la vista de hombres que son incapaces de andar, que
apenas tocan la tierra”21 (Ep., LX, 17, trad. Ruiz Bueno, 1962, p. 547). El caudillo huno
rechazó ofertas de paz por parte de los romanos, sin embargo, estos consiguieron a través
de promesas y sobornos que muchos de sus seguidores lo abandonaran. Uldin, al verse
traicionado por los suyos escapó por el Danubio.
Tras las incursiones de Uldin en 408, parece que los hunos “desaparecieron” de la
historia del Imperio romano de Oriente, con lo que, por lo que parece, los orientales
“Romanus exercitus, uictor orbis et dominus, ab his uincitur, hos pauet, horum terretur aspecto, qui
ingrendi non ualent, qui, si terram tetigerint, se mortuos arbitrantur…” (Jerónimo, Ep., LX, 17).
21
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“gozaron” de un cierto periodo de paz, en lo que a ataques de hunos se refiere, hasta el
año 422, cuando se volvieron a realizar saqueos y asaltos en Tracia.
De estos posibles nuevos ataques hunos al territorio de Oriente, en 422, tenemos
solo dos indicios. En primer lugar, el Conde Marcelino (Marcellinus Comes), dice que:
“Los hunos devastan Tracia” 22; pero ningún otro autor hace referencia a este hecho.
Algunos autores piensan que las invasiones de los hunos fueron un serio problema para
el Imperio de Oriente y que la razón por la que no fueron mencionadas es el prejuicio de
los autores antiguos, que no consideraban importante el sufrimiento de los pobres
(Maenchen-Helfen, 1955, pp. 384-399). Junto a la escueta frase del Conde Marcelino,
hay otra alusión que nos permite pensar que estos nuevos ataques efectivamente se
produjeron. En el Código Teodosiano se dice que:
“Nuestros leales soldados, que vuelven de la guerra o que parten hacia ella,
tendrán para ellos las habitaciones de la planta baja de las torres de la Nueva
Muralla de la Ciudad Sagrada. Los dueños de éstas no tomarán ofensa por el
hecho de que se haya violado el edicto anterior sobre los edificios públicos.
Hasta los propietarios de casas privadas acostumbran a habilitar un tercio de
su hogar para este propósito”23 (CTh. VII, 8, 13.; Bock, op. cit., p. 176).
La explicación que da este edicto es que 9 años antes, a los propietarios en cuyas
tierras se edificó una muralla les fue concedida la exención de la ley de alojamiento
forzoso de las tropas. Las plantas superiores estaban aisladas para propósitos militares,
pero los bajos podían ser utilizados por los propietarios para siempre y con total libertad.
Este hecho, y el que el alojamiento era una pesada y odiada carga para los ciudadanos,
evitada por el gobierno cuando era posible, parece mostrar que la situación requería una
medida tan impopular.
Durante la década de 420, los hunos participaron activamente en los conflictos
imperiales que anteriormente narrábamos, siendo Aecio prácticamente siempre el
responsable de servirse de ellos para sus fines. Durante la usurpación de Juan, como
vimos, Aecio fue enviado a buscar ayuda entre los hunos, aunque llegó tarde para ayudar
a su señor, aun así, se produjeron combates entre los romanos orientales y los hunos.
“Hunni Thraciam vastaverunt” (Conde Marcellino, Chron. a. 422).
“Devotissimos milites ex procinctu redeuntes vel proficiscentes ad bella muri novi sacratissimae urbis
singulae turres in pedeplanis suis suscipiant. Nec aliquis possessorum graviter ferat quasi illa dispositione,
quae super publicis aedificiis processerat, violata, cum privatae quoque domus tertiam partem talis rei
gratia soleant exhibere.” (CTh. VII, 8, 13).
22
23
43
Después, ayudaron de nuevo a Aecio contra sus rivales Félix y, sobre todo, Bonifacio, en
la lucha que estos mantuvieron por el poder de Occidente. Tras huir derrotado por
Bonifacio en la batalla de Rímini, el cual murió poco después de la batalla, Aecio regresó
a Italia con un gran contingente de hunos que obligó a Gala Placidia a pactar con él. En
ese momento, el rey de las gens chunorum era Rugila, o Rua (PLRE II, p. 951), y, a
cambio de su ayuda, Aecio ofreció a los hunos el control efectivo de la provincia de
Pannonia Prima, a través de un tratado firmado en 433. Esto puede resultar raro, pues al
fin y al cabo un romano estaba dando el control de una provincia a unos bárbaros, pero lo
que de verdad estaba ocurriendo era que la provincia ya estaba de facto en manos de los
hunos y lo que Aecio hizo fue ratificar de manera oficial este control. Junto a esto, Aecio
entregó a su hijo Carpilio como rehén (Bock, op. cit., p. 184).
Ahora, con un territorio en propiedad dentro de los límites del Imperio romano, es
decir, un hogar más o menos permanente y un amigo en Occidente (Aecio), los hunos
pusieron su mirada de nuevo en Oriente. Como mencionábamos un poco más arriba,
Oriente envió a su mejor general, Aspar, a África con la intención de recuperar su control
de manos de los vándalos de Genserico, con lo cual, el territorio del Imperio de Oriente
se había quedado, si no del todo indefenso, si en parte desguarnecido y privado de uno de
sus mejores generales, si no el mejor.
Todo esto llevó a que el rey Rugila sintiera unos fuertes deseos de tratar ciertos
asuntos en el Imperio de Oriente. Así, a principios del 434, Rugila envió a Esla, un
hombre con experiencia en negociar con los romanos, como embajador a Constantinopla
con la demanda de devolución de todos los pueblos que se habían refugiado en el Imperio
y el pago de un tributo anual de 350 libras de oro (el equivalente a casi 115 kg), o, en caso
contrario, se declararía la guerra.
Bajo el mando de Rugila, los hunos habían adquirido cierta importancia, al estar
mejor organizados, y el Imperio de Oriente valoró negociar con ellos. Fueron nombrados
como embajadores Plintha y Dionisio, un godo arriano y un cónsul romano,
respectivamente. Parece ser que hubo disputas entre estos dos embajadores para conseguir
la preeminencia en las negociaciones. Los acontecimientos de esas negociaciones resultan
confusos, ya que parece ser que la embajada enviada por los romanos no llegó a buen
puerto y el ataque uno parecía inminente. Sin embargo, contra todo pronóstico, Rugila
murió en el año 434 y las negociaciones y la guerra se paralizó, pero algo peor para el
44
Imperio de Oriente y, también, el de Occidente estaba a punto de ascender, su nombre era
Atila.
2.4.2. Atila, rey de los hunos
Tras la muerte de Rugila, le sucedieron en el trono sus dos sobrinos Bleda (PLRE
II, p. 230) y Atila (ibídem, pp. 182-183), hijos de Mundzuch (ibídem, p. 767). Su toma
del poder tuvo lugar sin noticias de rivalidades para el puesto. Esto y el hecho de que
sucedieran a su tío y a su padre, muestra que existía, o bien algún tipo de monarquía
hereditario, o bien el clan o familia, al que pertenecían estos, era muy destacado entre el
resto.
El Senado romano decidió que era conveniente resolver la paz que se intentó, de
manera frustrada, firmar con Rugila en su día, para lo cual se envió otra embajada al
campamento huno, esta vez por Plintha, magister militum y Epigenio, magister
memoriae. El lugar escogido para tratar con los nuevos reyes hunos fue la ciudad de
Margus (actual Požarevac, Serbia), gran ciudad comercial cerca de la desembocadura del
río Morava en la Moesia Superior. La celebridad de este encuentro responde más a cómo
se llevó a cabo que al acuerdo propiamente dicho. Este se produjo con los jefes hunos
montados en todo momento sobre sus caballos, lo que los romanos, con intención de no
parecer menos, imitaron.
Las condiciones que exigieron los hunos eran muy duras, pero los romanos se
vieron obligados a aceptarlas. Estas se pueden resumir en los siguientes puntos: 1) Los
romanos tendrían prohibido recoger a más refugiados procedentes de territorios
controlados por los hunos y tendrían que devolver inmediatamente a los que habían
recogido anteriormente. 2) Los hunos se comprometían a devolver a todos los prisioneros
romanos, pero, eso sí, por cada prisionero liberado, los romanos debían pagar 8 solidi
(monedas de oro). 3) Los romanos no podrían hacer alianzas con pueblos enemigos de
los hunos. 4) Los romanos debían ofrecer privilegios comerciales a los hunos. 5) El tributo
que Rugila había obligado a pagar anteriormente, que equivalía a 350 libras de oro al año,
ascendería a 700 libras.
El tratado de Margus fue firmado en 435, ratificado por Teodosio II. Los hunos
habían aprovechado ese momento de debilidad del Imperio de Oriente y exigieron estas
45
concesiones humillantes para los romanos. Estos sabían que iba a ser imposible seguir a
rajatabla las exigencias de los hunos, sin embargo, en pro de ganar tiempo, se vieron
obligados a aceptar. Tras la firma del tratado, Atila y Bleda desaparecen del escenario
oriental durante cinco años.
Durante esa “ausencia” de los territorios de Oriente, los hunos de Atila y Bleda
llevaron a cabo acciones en Occidente, principalmente en Galia y de la mano de Aecio y
sus generales como, por ejemplo, Litorio. Los tres principales enemigos a los que los
hunos se enfrentaron en Galia fueron los bagaudas, los burgundios y los visigodos, a los
cuales aplastaron en todas las ocasiones, no sin esfuerzo, ya que, en la guerra contra los
visigodos, los hunos comandados por Litorio fueron aniquilados junto a este, hasta que
finalmente el propio Aecio se hizo cargo de unos exhaustos visigodos, a los que venció y
obligó a firmar un tratado.
Así pues, los hunos habían salvado en más de una ocasión, no solo a Aecio, sino
al Imperio de Occidente en general, por medio de sus servicios contra las amenazas ya
nombradas. Sin embargo, con el inicio de la nueva década, el statu quo iba a cambiar.
Fue este el momento en que Aecio y las tropas del Imperio de Oriente tuvieron que
cancelar el ataque sobre la Cartago vándala. Para los inicios de la década de 440, el
Imperio huno se acercaba al apogeo de su poder, bajo el liderazgo de Atila y, hasta 445,
su hermano Bleda. Este fue el resultado final, al parecer, de un proceso que consistió la
centralización creciente del poder entre los hunos y las continuas conquistas de otras
tribus. Estas transformaciones hicieron que estos dos líderes hunos tuvieran bajo su
control directo un número sin precedentes de diferentes pueblos y poblaciones
(Maenchen-Helfen, 1973, 94 y ss.). Debido a este gran aumento de fuerza, los líderes
hunos podían ampliar el alcance de sus anteriores ambiciones, y la antigua política usada
por Aecio de usarlos contra los problemas de Roma se acabó. Atila y Bleda aprovecharon
que las fuerzas de Oriente y Occidente se habían congregado en Sicilia para llevar a cabo
su primera gran invasión. Los ataques anteriores que los hunos habían llevado a cabo
estuvieron protagonizados por fuerzas mucho menores que las que en este caso
atravesaron el Danubio. El terror se cernía sobre el Imperio. En 441, Atila y Bleda
utilizaron como pretexto el sentirse “ofendidos” por no ver satisfechas sus demandas
protagonizaron una enorme invasión de Tracia y conquistaron las ciudades de
Viminacium y Margus, y se produjeron incursiones a menor escala por toda la zona de
Iliria y los Balcanes.
46
Atila y Bleda continuaron con sus correrías, dicho de manera eufemística, por
Oriente. En 442, comenzaron otra vez los ataques hunos. Margus fue de nuevo saqueada
y entregada a los hunos. El avance de éstos era imparable. Constancia y Singidunum
también cayeron, pero la mayor victoria de los hunos fue la destrucción de Sirmium, el
centro de toda la defensa del Danubio. El avance continuó por el valle del río Margus
(Morava) hasta la populosa ciudad natal de Constantino I, Naissus, que fue arrasada.
Después de esto, los historiadores no se ponen de acuerdo con la cronología de los hechos
(Bock, op. cit., pp. 204-206), pero lo que está más o menos claro es que Atila quedó como
rey único de los hunos tras asesinar a su hermano en 445 (Jord. Get. 181) y que en 447
alcanzó las puertas de Constantinopla.
Entre los años 445 hasta 447, sucedieron una serie de catástrofes en el Imperio de
Oriente, como hambrunas, peste y graves disturbios civiles provocados por los juegos
circenses (Marcell. Com. Chron. a. 445), pero en especial terremotos que sacudieron a la
capital oriental y a otros territorios imperiales (ibídem, a. 447). El Imperio de Oriente
estaba hecho polvo. Para el año 447, la capital y sus murallas quedaría casi
completamente destruida y Atila aprovechó la ocasión, sin embargo, Constantinopla se
salvó debido a la acción del prefecto Flavio Constantino (PLRE II, pp. 317-318) y del
isauro Zenón (PLRE II, 1199-1200).
Habiéndose salvado por poco, el emperador Teodosio II buscó firmar la paz con
Atila. El nuevo tratado se llevó a cabo por Anatolio (PLRE II, pp. 84-86), hombre de
cierta importancia dentro de la corte de Teodosio II. Era magister militum desde el año
438 y había negociado la paz que puso fin a la guerra con los persas en Armenia. Pero, si
las exigencias del tratado de Margus de 435 resultaron duras, las que en este caso propuso
Atila resultaban prácticamente imposible. Estas se resumen de la siguiente manera: 1) de
nuevo, Atila exigió la devolución inmediata de los fugitivos procedentes de territorio bajo
control de los hunos. 2) Se exigía el pago de los tributos atrasados, cuya cifra ascendía a
6.000 libras de oro. 3) El tributo anual que, originalmente era de 350 libras de oro y el
propio Atila dobló a 700, ascendió a 2.100 libras de oro al año. 4) La cuota de rescate de
prisioneros romanos ascendió de 8 solidi a 12, per capita. 5) Atila, en un intento de
dominar definitivamente la zona, exigió al Imperio romano de Oriente la destrucción
definitiva del limes romano a lo largo del Danubio (Bock, op. cit., pp. 212-214).
El Imperio de Oriente estaba contra las cuerdas y no tuvo más remedio que aceptar
las demandas de Atila, algo que, quizá, sorprendería al propio rey de los hunos, el cual,
47
probablemente, buscaba una forma “legítima” de acabar con el Imperio o, al menos de
entrar en guerra con ellos, pues las cláusulas del tratado de Anatolio eran verdaderamente
desmesuradas. Ante esta “inesperada situación”, los hunos pretendieron sacar el máximo
beneficio posible de su trato con los romanos. Al ver que de prácticamente todos los
encuentros diplomáticos salían enormemente beneficiados, los hunos multiplicaron este
tipo de encuentros. Aquí es donde entran las famosas embajadas de los años 448 a 450,
cuya importancia reside en el testimonio que, de primera mano, nos transmite el
historiador Prisco, tanto de ellas, como del propio Atila, su corte y su pueblo. Prisco,
natural de Panio, Tracia, acompañó al general Maximino (“Maximinus 11” PLRE II, p.
743) en la embajada que dirigió Teodosio II a Atila en 448 y escribió sus impresiones
sobre esta legación en un texto que se nos ha conservado y que sirvió de fuente a Jordanes,
entre otros autores que escribieran sobre los hunos. Fue también autor de una Historia
Bizantina y sobre Atila en ocho libros que se ha conservado fragmentariamente y que
suministró material a Jordanes para su historia en la parte relacionada con Atila y los
hunos24 (Gordon, 1960; Sánchez Martín, 2009, p. 127).
Casi todo lo que acontece a la muerte de Teodosio II (450) nos es conocido
también por el testimonio de Prisco de Panio, un testigo de excepción de los
acontecimientos durante las citadas embajadas y el único que nos ha dado una “historia”
de este período. Su obra nos ha llegado enormemente fragmentada, algo que presenta
dificultades para los historiadores modernos. El relato de este tal Prisco nos ha llegado,
sobre todo, a partir de otros autores como Jordanes que lo citan. Una ocasión en la que
Jordanes se basa en Jordanes es en la que nos cuenta los orígenes y el carácter de Atila:
“… era un hombre nacido para conmocionar a los pueblos e infundir pavor a
todo el universo, pues sólo con su tremenda reputación conseguía aterrar a
todos. Era arrogante en el porte y volvía los ojos de un lado a otro para que
incluso el poder de su espíritu orgulloso se manifestara en cada movimiento
de su cuerpo. Aunque era amante de la guerra, sabía mantener el control sobre
sus actos. Era sumamente juicioso, clemente con los que le suplicaban perdón
y generoso con los que se aliaban con él. De estatura era bajo, ancho de pecho,
de cabeza grande y ojos pequeños; la barba la tenía poco poblada, los cabellos
Sobre la relación entre Prisco y Jordanes, ver: D. Romano (1947), “Due storici di Attila. Il greco Prisco
e il goto Jordanes”, Antiquitas, 2, pp. 65-71.
24
48
canosos, la nariz achatada y la tez oscura, rasgos todos ellos que denotaban
su raza.”25 (Jord. Get., XXXV, 182. Trad. José María Sánchez Martín, 2009).
Como vemos, gracias a que Prisco recogió por escrito sus impresiones sobre Atila
y el pueblo huno podemos conocer a estos de una manera más acorde con lo que pudo ser
la realidad, ya que, si tuviéramos que ceñirnos a otros testimonios como los de los autores
cristianos de la época, nos encontraríamos con que los hunos son un castigo divino, unos
demonios que llegarían a identificarse con Gog y Magog (Maenchen-Helfen, op. cit., pp.
2-4) en esa tendencia de finales del siglo IV por la cual se temía la inminente llegada del
Anticristo; por otro lado, si contáramos únicamente con testimonios como el de Amiano
Marcelino estaríamos una vez más ante ese “discurso del bárbaro” tan característico de
las fuentes antiguas. Esa visión del “otro”, al que se le describe, no desde un punto de
vista objetivo, sino todo lo contrario y tendiendo a la generalización masiva, acentuando
todo aquello que, o bien resultaba simplemente negativo para la “gente civilizada”, o bien
representaba todo aquello que los autores consideraban propio de los bárbaros, sin saber
a ciencia cierta si lo que describían era cierto o no. A pesar de todo esto, el relato de
Jordanes continúa en varios aspectos con esta “demonización” de los hunos.
Un episodio clave en la historia de Atila es el narrado a continuación del último
texto de Jordanes que hemos incluido aquí. En este, Jordanes nos narra el episodio de la
“espada de Marte”:
“Aunque por naturaleza siempre había tenido (Atila) grandes esperanzas de
éxito, su ambición se había acrecentado al encontrar la espada de Marte, que
siempre había sido considerada sagrada por los reyes de la Escitia. El
historiador Prisco refiere así el hallazgo: «Un pastor –dice– observó que una
de las terneras de su rebaño cojeaba y, como no encontraba lo que podía
haberle causado una herida tan grande, sigue con preocupación los rastros de
sangre hasta que finalmente llega hasta la espada que la incauta novilla había
pisado mientras pasaba. La desentierra y se la lleva de inmediato a Atila. Éste
le agradece el regalo y, con la presunción que lo caracterizaba, piensa que ha
“Vir in concussione gentium natus in mundo, terrarum omnium metus, qui, nescio qua sorte, terrebat
cuncta formidabili de se opinione vulgata. Erat namque superbus incessu, huc atque illuc circumferens
oculos, ut elati potentia ipso quoque motu corporis appareret; bellorum quidem amator, sed ipse manu
temperans, consilio validissimus, supplicantium exorabilis, propitius autem in fide semel susceptis; forma
brevis, lato pectore, capite grandiore, minutis oculis, rarus barba, canis aspersus, semo nasu, teter colore,
origenis suae signa restituens.” (Jord. Get., XXXV, 182.)
25
49
sido designado señor de todo el universo y que por medio de esta espada le
ha sido concedido el poder de decidir el resultado de las guerras.” 26 (Jord.
Get., XXXV, 183. Trad. José María Sánchez Martín, 2009).
La espada de Marte es un objeto sobre el que Amiano Marcelino 27 ya había
hablado como elemento de culto entre los pueblos hunos:
“Entre ellos no se ve ni un templo ni un santuario y ni siquiera se puede
observar en un lugar cualquiera una cabaña cubierta por un techo, pero se
clava, con un rito bárbaro, una espada desnuda en la tierra y la adoran como
un Marte que protege los alrededores”28 (Amm. Marc. Res gestae, XXXI, 2,
23; trad. Harto Trujillo, 2002).
El origen de este culto es desconocido, pero según Bussagli se extiende desde
Mongolia hasta Galia, “presente entre los hsiung-nu, para los cuales la espada se convierte
a veces ella misma en un dios y entre los escitas, alanos y hunos que clavaban una espada
en la tierra y la adoraban” (1988, pp. 95 y 96). El hallazgo de esta “espada de Marte” es
un símbolo de la idea de Atila como soberano con poderes ilimitados. Respalda la idea
de que Atila persuadió a los demás pueblos para seguirle, basando su supremacía en las
creencias religiosas, o supersticiones de estas tribus. Los que no estaban de su parte
también lo estaban de los poderes divinos (Harmatta, 1982, p. 163).
Como ya hemos mencionado, entre 448 y 450, Atila y Teodosio II estuvieron en
contacto a través de las embajadas, las cuales iban de la corte de Constantinopla a la de
Atila y viceversa. Estos acontecimientos diplomáticos acabaron con la firma de la llamada
tercera paz de Anatolio, una paz muy favorable para los romanos orientales y considerada
por la corte de Constantinopla como el resultado de la gran capacidad diplomática de
Anatolio y de Nomo, los últimos embajadores que negociaron con Atila (Bock, op. cit.,
p. 241). Tras esto, la participación de los hunos en general, y de Atila en particular, en la
“Qui quamvis huius esset naturae, ut semper magna confideret, addebat ei tamen confidentia gladius
Martis inventus, sacer apud Scytharum reges semper habitus, quem Priscus istoricus tali refert occasione
detectum. Cum pastor, inquiens, quidam gregis unam boculam conspiceret claudicantem nec causam tanti
vulneris inveniret, sollicitus vestigia cruoris insequitur tandemque venit ad gladium, quem depascens
herbas incauta calcaverat, effossumque protinus ad Attilam defert. Quo ille munere gratulatus, ut erat
magnanimis, arbitratur se mundi totius principem constitutum et per Martis gladium potestatem sibi
concessam esse bellorum.” (Jord. Get., XXXV, 183).
27
Para la relación entre los hunos y Amiano Marcelino, ver: F. J. Guzmán Armario (2001), “Los Hunos: la
gran invención de Amiano Marcelino”, en Rivista storica dell’antichità, 31, Bologna, pp. 115-146.
28
“nec templum apud eos visitur aut delubrum, ne tugurium quidem culmo tectum cerni usquam potest, sed
gladius barbarico ritu humi figitur nudus, eumque ut Martem, regionum, quas circumcircant, praesulem
verecundius colunt.” (Amm. Marc. Res gestae, XXXI, 2, 23).
26
50
historia del Imperio romano de Oriente prácticamente se evaporó, pues Atila quiso
centrase esta vez en Occidente, cuando anunció su intención de atacar a los visigodos.
2.4.3. Atila en Occidente: la batalla de los Campos Cataláunicos
Que Atila quisiera “dejar en paz” Oriente y atacar a los visigodos en Occidente no
era algo casual. En primer lugar, Atila quería venganza contra los visigodos, ya que estos
habían derrotado a los hunos comandados por Litorio en Tolosa a finales de la década de
430. En segundo lugar, Atila consideró que ya había sacado todo el provecho posible de
Oriente, lo había asegurado como aliado y fuente de numerosos ingresos, con lo que
buscaría algo parecido en Occidente.
Mientras Atila, al principio junto a Bleda, estaba haciendo de las suyas en Oriente,
Aecio no se mantuvo de brazos cruzados en Occidente. Los vándalos, como resultado
directo del infructuoso ataque que los romanos, aseguraron para sí el norte de África.
Muchas de las tropas que Oriente había reunido para el ataque a estos procedían del limes
danubiano, así que la zona estaba desprotegida para el momento en que los hunos
atacaron, con lo que estas tropas se vieron obligadas a retornar. En consecuencia, Aecio,
como hemos explicado más arriba, se vio forzado a reconocer, por medio de un tratado
en 442, la última conquista de los vándalos. Por otro lado, en Hispania, el rey de los
suevos, Requila, aprovechó el caos para expandir sus dominios, llegando incluso a
conquistar las ciudades de Mérida, Sevilla. Las revueltas protagonizadas por los bagaudas
sembraron Tarraconensis en el caos, sin embargo, la provincia seguía bajo el control del
gobierno central. Asturio fue nombrado por Aecio magister militum per Hispanias, con
lo que era responsabilidad suya acabar con las revueltas de los bagaudas, lo que consiguió
por un tiempo (Hyd. Chron., 125), sin embargo, al poco fue enviado en su ayuda
Merobaudes el cual derrotó de nuevo a los bagaudas (ibídem, 128). La generación de
problemas no iba a ser monopolio de los bagaudas en Hispania, pues en 445 los vándalos
se acercaron a la provincia de Gallaecia y atacaron la ciudad de Turonium (ibídem, 131).
A estos eventos se sumó la desastrosa campaña protagonizada por Vito, el cual con un
ejército combinado de romanos y godos de, cita Hidacio, “no escasas fuerzas” fue
derrotado por los suevos (ibídem, 134). Tras esto, no se tiene registro, al menos por parte
51
de Hidacio, de más actividades imperiales en la península, y, en alianza con grupos
locales, los suevos comenzaron a progresar en su dominio de Tarraconense.
En cuanto a Galia, los problemas tampoco cesaban. Las acciones de Aecio de la
década anterior mantuvieron a los godos tranquilos en el suroeste, pero, si durante la
década de 430 Galia había sufrido numerosas revueltas provocadas por los bagaudas, no
parece que durante estos años las cosas se calmaran, sino que más bien empeoraron.
Armórica continuó siendo un foco de dificultades para el Impero y, para colmo, en 442
se desató la peste por todo el ancho y largo del mundo romano (Hyd. Chron., 113). Esto
supuso un duro golpe para un Imperio que ya estaba sufriendo gravemente desde el punto
de vista económico, aunque, afortunadamente para el Imperio, los bárbaros tanto de
dentro como de fuera de las fronteras imperiales fueron también infectados por la
enfermedad, lo que mantuvo el equilibrio de poder. Posiblemente a raíz de los estragos
de esta peste, surgió en el norte de Galia una nueva revuelta protagonizada por bagaudas,
para la cual Aecio envió a un miembro de su guarda personal, Mayoriano (“Fl. Iulius
Valerius Maiorianus” PLRE II, pp. 702-703), el cual años más tarde sería emperador de
Occidente, junto a un pequeño destacamento con intención de negociar con los rebeldes
(Sid. Ap. Carm., 5, 206 y ss.). Tras sofocar las revueltas de los bagaudas, Aecio utilizó,
una vez más, la política de hospites movió a los burgundios supervivientes de la última
guerra que casi acabó con estos y los asentó en la actual Saboya, entre el lago Ginebra, el
Ródano y los Alpes. Su propósito sería el de proteger el valle del Ródano y la misma
Saboya, además de los pasos alpinos contra futuros posibles ataques de los bagaudas
(Thompson, 1982, pp. 34-37). Esta política de asentamiento, aparentemente, fue todo un
éxito, ya que Merobaudes añadió esto al segundo panegírico que compuso en honor a
Aecio, como otra más de las hazañas de Aecio (PLRE II, p. 26). Ese segundo panegírico
fue compuesto en honor al tercer consulado de Aecio, concedido en el año 446. Aecio
había llegado al culmen de su carrera política. En 448 se produjo un ataque por parte de
los francos a la ciudad de Arrás que fue rechazado por el propio Aecio. Tras todo esto, el
control se mantuvo sustancialmente en Galia, pero la pérdida de la mayor parte de
Hispania y, sobre todo, el norte de África, sumieron al Imperio de Occidente en una grave
crisis financiera.
Ante esta precaria situación, Occidente no tenía las fuerzas necesarias para
combatir las ambiciones de Atila. En algún momento de 449, Aecio acordó con Atila la
cesión de la provincia de Sava en Panonia. Al mismo tiempo, se le concedió a Atila el
52
título de magister militum de Occidente, con su correspondiente salario. Las
circunstancias de estas concesiones, sin embargo, son desconocidas (Heather, 2000, p.
15). ¿Intentaba Aecio ganar tiempo de alguna manera? Podría ser. El Imperio de
Occidente estaba hecho polvo y si Atila hubiera decidido realizar un ataque directo a
finales de la década de 440, el resultado hubiera sido funesto para el Imperio. Para dar
una idea del horror que suponía la sola idea de que los hunos invadieran Occidente,
podemos examinar una descripción contemporánea de la ciudad de Naissus, devastada a
finales de la década de 440 en uno de los ataques de Atila a Oriente. Entre los embajadores
romanos que atravesaron la región para encontrarse con Atila se encontraba Prisco, el
cual narró lo siguiente:
“Al llegar a Naissus encontramos el lugar abandonado después de haber sido
destruido. Había unas cuantas personas enfermas en los templos. Nos
quedamos cerca del río, pero no a sus orillas ya que estaban llenas de huesos
humanos de los muertos en combate” (Ferril, 1989, pp. 145-146).
A pesar de todo esto, como decíamos, Atila finalmente puso su mira en Occidente.
Las razones de este cambio de ambiciones del huno son varias, pero la que resulta más
significativa, por el morbo que suscita, es la que tiene que ver con la hija de Gala Placidia
y, por tanto, hermana del emperador Valentiniano III, Justa Grata Honoria.
La invasión de Occidente no fue una acción improvisada de Atila. Desde que tomó
el poder, la lucha diplomática con los otros pueblos bárbaros fue una constante, al igual
que la relación entre los hunos y el Imperio. No existía gran cantidad de pueblos bárbaros
que fueran 100 % leales al Imperio, algo que beneficiaba a los hunos, que buscaban dividir
a estos e ir conquistándolos poco a poco hasta al final atacar al Imperio. Por otro lado, la
relación entre Occidente y Oriente no pasaban por su mejor momento: Teodosio había
aconsejado a Valentiniano que entregase a su hermana, Honoria, a Atila, algo que el
emperador de Occidente rechazaba continuamente (Oost, op. cit., pp. 282-287). A esto
había que sumar que, tras la muerte de Teodosio II en 450, Occidente no aceptaba a
Marciano como sucesor. Si esto no es suficiente, según la Chronica Gallica, un líder de
los bagaudas, un tal Eudoxio, empezó a considerar a los hunos como potenciales aliados,
con lo que comenzó a trasmitir valiosa información a Atila (Bock, op. cit., p. 242).
Desde 450, la relación entre Aecio y Atila, cuyos predecesores fueron sus
verdaderos amigos y no este, se fue enfriando. Aecio se daba cuenta de que la política de
Atila le estaba ganando terreno en Occidente y, por tanto, se estaba convirtiendo en una
53
amenaza todavía más brutal para el Imperio. Al fin y al cabo, la carrera militar de Aecio
se había basado prácticamente en la utilización de los hunos para lograr sus objetivos,
algo que con la llegada al poder de Atila como rey único acabó. Este prohibió a sus
guerreros entrar a servicio de los romanos; considerando a los que lo hicieran como
traidores y exigiendo al Imperio, ya fuera el de Oriente o el de Occidente, su devolución
(Sanz Serrano, 2009, pp. 203-207).
A fin de cuentas, se dice que en torno al 450 surgió un escándalo mayúsculo en la
corte de Rávena: Honoria había escrito una carta, personalmente y a escondidas, a Atila,
en la cual le ofrecía su mano. Esto fue, según la mayoría de relatos, la gota que colmó el
vaso para Atila, lo que le hizo definitivamente centrarse en Occidente. Bury (1919)
describe a Honoria como una mujer ambiciosa y capaz, heredera de muchos de los
atributos de su madre, Gala Placidia, la cual recordemos que había llevado una acción
similar, pues se casó con el godo Ataúlfo. ¿Por qué habría de hacer algo así Honoria?
¿Cuáles podrían ser sus motivos? Siendo hija de su madre y descendiente del primer
Valentiniano, es decir, habiendo heredado el carácter de estos, es probable que Honoria
no fuera una pasiva princesa que fuera a aceptar el destino que otros tuvieran guardado
para ella. Siendo nombrada Augusta a la vez que su hermano 29, Honoria pudo haber sido
considerada por su hermano como un peligro. Fue una persona de importante influencia
en la corte hasta que su hermano se casó y tuvo hijas, lo que, probablemente le quitó
importancia dentro de la corte. Una persona con un carácter enérgico y ambicioso como
lo era ella resultaba una rival incómoda para Valentiniano III, y seguramente esto
provocara enfrentamientos e intrigas palaciegas entre ellos. Bury piensa que la presencia
de Gala Placidia sería lo único que frenaría la voluntad Valentiniano III de acabar con su
hermana, pues este era un emperador que, como todos los gobernantes débiles tendría un
miedo constante por perder su trono. Honoria tenía prohibido, por orden de su hermano,
casarse, y mucho más prohibido tendría casarse con un hombre con aspiraciones al trono
o, al menos, con la fuerza necesaria para aspirar a él. Según Prisco (frag., 16) la princesa
era amante del mayordomo de palacio, Eugenio, el cual fue ejecutado cuando el romance
salió a la luz. Tras esto, Honoria fue puesta en reclusión, ya que probablemente la princesa
estuviera embarazada o hubiera dado a luz. Esto habría sido la excusa definitiva para
tomar una decisión definitiva. Según se cuenta en varias fuentes, entre ellas Jordanes:
CIL XI, 276: “Gala Placidia Augusta cum filio suo Placidio Valentiniano Aug. et filia sua Justa Gratia
Honoria Augusta liberationis periculum maris votum solvent.”
29
54
“Honoria, estando obligada a permanecer encerrada por orden de su hermano
para guardar la castidad que exigía el decoro de la corte, había enviado en
secreto un eunuco a Atila para comunicarle que se ponía a su disposición para
enfrentarse a su hermano.”30 (Jord. Get., XLII, 224, trad. José María Sánchez
Martín, 2009).
Este acto, “absolutamente infame” para Jordanes, era el pretexto necesario para
Atila, el cual, consecuentemente, hizo una demanda formal para que le fuera entregada
su prometida o sería la guerra. Sea esta historia cierta o no, podría serlo perfectamente,
como hemos visto, Atila no invadió Occidente simplemente por esto y llevaba ya tiempo
preparándolo todo. Como dijimos anteriormente, Valentiniano, a pesar de los consejos de
su homólogo oriental, se negó a dar a su hermana al huno, y esta fue casada con un rico
senador leal al emperador. Es más que posible que Valentiniano deseara acabar con su
hermana por su traición, pero de nuevo, Gala Placidia lo impidió, al menos mientras vivió,
pues murió en 450 y desde su muerte poco se sabe de su hija Honoria, más allá de que su
marido Herculano (“Fl. Bassus Herculanus” 2, PLRE II, pp. 544-545), fue nombrado
cónsul en 452, con lo que, de haber ordenado definitivamente el asesinato de su hermana,
lo normal es que no fuera antes de dicho año.
Además del episodio de Honoria, otra historia al margen se cuenta en las fuentes
(Prisco frag. 8), y es que según parece, un banquero llamado Silvano tenía en posesión
un plato de oro que pertenecía a Atila por derecho, lo que sirvió también a Atila como
excusa para sus ambiciones.
Para el año 450, la situación en Occidente estaba a punto de estallar. Aecio por un
lado y Atila por el otro. Ninguno llevó a cabo ningún movimiento directo contra el otro,
sino que se produjo una pequeña “guerra fría” entre ambos. Para finales de dicho año,
estaba vacante el trono de los francos, algo ante lo que ambos personajes sabían que
debían intervenir para su propio beneficio, con lo que apoyaron a diferentes candidatos
para el puesto. Atila buscaba ante todo buscar barullo, que la cosa no estuviera tranquila
en Occidente y, además, prevenir la creación de un potencial enemigo. Sin embargo, la
diplomacia acabó en 451, cuando Atila marchó con todo su ejército. Envió cartas a
Rávena y al rey Teodorico I de los visigodos en Tolosa. Por un lado, el anuncio que llegó
“Ferebatur enim, quia haec Honoria, dum propter aulae decus ad castitatem teneretur nutu fratris
inclusa, clam eunucho misso Attilam invitasse, ut contra fratris potentiam eius patrociniis uteretur: prorsus
indignum facinus, ut licentiam libidinis malo publico conpararet.” (Jord. Get., XLII, 224).
30
55
a Rávena era la intención de Atila de atacar a los hunos, mientras que la carta que llegó a
Tolosa decía que la guerra era con Rávena y que los visigodos se unieran a sus fuerzas
(Thompson, op. cit., 143). También, se dice en las fuentes (Jord. Get., XXXVI, 184-186)
que Atila contaba con el apoyo de Genserico para llevar a cabo su plan. Parece ser que
Genserico instó a Atila a atacar a Occidente con la esperanza de que los hunos destruyeran
a los visigodos de Galia, pues la hostilidad entre vándalos y visigodos era enorme. Sin
embargo, los vándalos no intervinieron en el ataque de Atila a Occidente.31
Al comenzar 451, Atila movió a su ejército por la orilla occidental del Danubio,
atravesó el Rin por Maguncia e incendió la ciudad de Metz el 7 de abril. Su principal
objetivo eran los francos. Al ejército huno de Atila se le unieron ostrogodos y algunos
burgundios y alanos, si bien estos últimos no eran los establecidos por Aecio en Galia.
Algunos francos se unieron también, mientras que otros permanecieron leales a Roma. El
ejército de Atila era descomunal, aun si se desestiman las cifras de trescientos y
cuatrocientos mil dadas por algunas fuentes (Ferril, op. cit, p. 147). Lutecia, es decir,
París, resistió al ataque huno, sin embargo, Reims, Mainz, Estrasburgo, Colonia, Worms
y Trier sucumbieron a los hunos y fueron saqueadas y arrasadas a sangre y fuego. Para
finales de mayo, el ejército de Atila había asegurado el Rin y estaba acampado en las
cercanías de Orleans, cuando llegó el ejército que Aecio había conformado.
Mientras Atila llevaba a cabo sus primeras acciones reales en Occidente, Aecio
sabía que tenía que actuar con rapidez. Con gran energía y presteza, Aecio cimentó una
gran alianza entre visigodos, burgundios y romanos por la defensa de Galia. Los alanos
de la región parecían preparados para pasarse al bando de Atila, sin embargo, Aecio y
Teodorico se movilizaron hacia el frente con sus tropas combinadas para socorrer la
ciudad de Orleans. En este punto, me parece interesante rescatar la épica narración que
Edward Gibbon hace de este acontecimiento:
“La diligencia pastoral de Aniano, obispo de primitiva santidad y consumada
prudencia, agotó toda su capacidad política religiosa para conservar su valor
hasta la llegada de la esperada ayuda. Después de un tenaz asedio, las murallas
fueron sacudidas por los arietes; los hunos habían ya ocupado los suburbios,
y el pueblo, incapaz de llevar armas, yacía postrado en oración. Aniano, que
contaba ansiosamente los días y las horas, envió a un mensajero de confianza
Sobre la posible relación entre Atila y Genserico ver: F. M. Clover (1973), “Genserico y Atila”, Historia,
22, pp. 104-117.
31
56
para que observara desde la muralla el aspecto del territorio distante. Volvió
dos veces sin ninguna noticia que pudiera inspirar esperanza o consuelo, pero
en su tercer informe mencionó una pequeña nube que había observado
vagamente en el horizonte. «¡Es la ayuda de Dios!», exclamó el obispo en un
tono de piadosa confianza, y toda la multitud repitió después de él: «Es la
ayuda de Dios». Aquel objeto remoto, sobre el que todas las miradas estaban
fijas, se hacía más grande y distinguible a cada momento; fueron apareciendo
paulatinamente las banderas romanas y godas y un viento favorable, soplando
sobre el polvo, descubrió, en larga formación, los impacientes escuadrones de
Aecio y Teodorico que se apresuraban para liberar Orleans.” (2012,
Decadencia y caída del Imperio romano, vol 1., trad. José Sánchez de León
Menduiña, pp. 1399-1400).
La batalla que resultó del enfrentamiento entre Atila y Aecio es una de las más
famosas de la historia de Roma y el acontecimiento por el cual Aecio es verdaderamente
célebre. Esta batalla es conocida por varios nombres: la batalla de Châlons, de Locus
Mauriacus, de Troyes, de Maurica y, también, batalla de las naciones, por lo variado de
sus contendientes, pero es sobre todo conocida por el nombre de batalla de los Campos
Cataláunicos. Ocurrió el 20 de junio de 451 y, como decíamos, sucedió cuando los hunos
asediaban Orleans. Hay muchas fuentes que mencionan o narran esta batalla, de entre las
cuales es principalmente Jordanes el que da una descripción más detallada (Jord. Get.,
XXXVIII).
No queriendo resultar atrapados entre las murallas de Orleans y el ejército
enemigo, los hunos pusieron fin al asedio y se retiraron a campo abierto, a la Champaña,
comarca de Francia, donde sobre los Campos Cataláunicos se desarrolló la batalla. En la
confusión de la retirada, presionado por Aecio y los visigodos, Atila no estuvo seguro de
la victoria. El día de la batalla permaneció con sus fuerzas tras sus líneas, en el vivaque
hasta la tarde, pero finalmente el huno envió a sus tropas a formar en orden de batalla. En
lo que ante todo iba a ser una batalla de infantería antes que de caballería, el rey bárbaro
tomó posición en el centro de su línea, con sus mejores tropas, y situó a los ostrogodos a
su izquierda mientras sus otros aliados germanos ocupaban la derecha. Aecio optó por
dejar que sus tropas menos seguras, los alanos, recibieran cualquier ataque que Atila
pudiera lanzar por el centro y utilizó a los visigodos a su derecha y a los romanos a su
57
izquierda para llevar a cabo una doble maniobra envolvente sobre los flancos del
enemigo. Una escaramuza inicial se concentró en la derecha de Atila, alrededor de cierto
terreno elevado, terreno que ocuparon los romanos y que les dio una ventaja en su
proyectado ataque al flanco. Atila trató de alentar a sus tropas después de esta pérdida
táctica, y ambos bandos se prepararon para la acción principal. En la lucha que siguió,
todas las fuentes coinciden en que fue una autentica y horrible carnicería (Ferril, op. cit,
p. 148).
Aparentemente, lo que sucedió fue que Atila arremetió contra el centro de Aecio,
es decir, los alanos, a los que Atila hizo retroceder. Tras atacar a estos, Atila cambió el
frente para acometer a los visigodos, siendo muerto en combate el rey de estos, Teodorico,
sin embargo, su pueblo se replegó y contraatacó. Mientras tanto los romanos y los francos,
desde la posición elevada que habían conquistado, amenazaron al otro franco de Atila, y
el jefe bárbaro decidió retirarse mientras sus arqueros mantenían a los romanos y a sus
aliados a raya. Al final, Aecio se hizo con el triunfo. Posteriormente se obligó a Atila a
retroceder más allá del Rin. En palabras de Gibbon, la retirada de Atila era “la última
victoria que se llevó a cabo en nombre del Imperio Occidental” (op. cit., p. 1407).
¿Por qué permitió Aecio que Atila huyera? ¿Por qué no acabó en ese instante con
los hunos? Los historiadores han debatido sobre esto durante años. El general romano
instó a su aliado visigodo, Turismundo, hijo de Teodorico, a volver con sus fuerzas a
Aquitania y asegurar su posición en el trono godo (Jord. Get., XLI). Probablemente Aecio
buscaba con esto asegurarse la lealtad de los visigodos para el futuro, manteniendo
también a los hunos como una amenaza para estos. Desde el punto de vista militar, la
batalla, aunque victoriosa para Aecio, había sido tremendamente sangrienta, es decir, se
puede tildar a esta de victoria pírrica. No perseguir y eliminar definitivamente a Atila
pudo ser una decisión fruto del sangriento resultado de la batalla, con lo que Aecio, más
allá de acertar o equivocarse, tomo la decisión más prudente a corto plazo. Por otro lado,
tampoco es que Aecio no hiciera nada y dejara huir a sus enemigos sin más, sino que se
encargó de que un posible contraataque huno no pudiera llevarse a cabo. La retirada y
salvación de Atila fue algo que, al poco, Italia iba a sufrir con creces, sin embargo,
indudablemente hubiera resultado peor para el Imperio permitir que Atila contraatacase
al poco tiempo en Galia.
58
Por supuesto, esta batalla tuvo mayor repercusión en los autores occidentales que
los orientales. Por ejemplo, Procopio no menciona más allá que Aecio derrotó a Atila, sin
siquiera mencionar a los godos (BV, 3, 4, 14).
La Chronica de Hidacio menciona el episodio:
“El pueblo de los hunos, rompiendo el pacto de paz, devasta las provincias de
las Galias, y son destruidas muchas ciudades. En las llanuras Cataláunicas,
no lejos de la ciudad de Metz, que habían arruinado, luchando en batalla
campal contra Aecio y el rey Teodoro (Teodorico), que estaban asociados por
pacto de paz, son vencidos y batidos con la ayuda de Dios. Una noche
profunda dirimió la batalla. Allí cayó y murió el rey Teodoro. Se menciona
que cayeron en la batalla unos CCC (300) mil hombres.” 32
Vemos lo exagerado de las noticias que llegaron a Hidacio, trescientos mil
hombres muertos era, claramente, una barbaridad, sin embargo, coincide con otros
autores en la idea de que fue una gran matanza para ambos bandos y no solo para uno de
ellos. El número de bajas que dan las fuentes ha sido comúnmente tomado como
exagerado por los historiadores33, no sin estar de acuerdo en que fuera una verdadera
matanza. Thompson (1948, pp. 142) piensa que es poco probable que Atila pudiera
alimentar a un número mayor de treinta mil soldados. Casiodoro fue el primer autor
antiguo que atribuirá la victoria a los godos (Chron., 1253; Bock, op. cit., p. 260).
Entre los historiadores del siglo XX y XXI existe cierto conflicto, pues algunos
abogan por la idea de que esta batalla tampoco resultó tan importante ni tan decisiva como
pintan las fuentes antiguas. Bury ([1923], p. 293-294) se encuentra entre estos autores
que consideran exagerada la importancia dada a esta batalla, alegando que, de haber
triunfado Atila, la historia no habría cambiado gravemente.
La batalla de los Campos Cataláunicos fue una de las batallas más decisivas de la
historia occidental. A pesar de que la victoria no salvó al Imperio romano, éste llevaba ya
tiempo condenado, y que el Imperio huno habría caído unos años antes, pues este estaba
“Gens Hunorum pace rupta depraedatur prouincias Galliarum, plurimae ciuitates effractae. In campis
Catalaunicis haud longe de ciuitate, quam effregerant, Mettis, Aetio duci et regi Theodori, quibus erat in
pace societas, aperto marte confligens diuino caesa superatur auxilio. Bellum nox intempesta diremit. Rex
illic Theodorus prostratus occubuit. CCC ferme milia hominum in eo certamine cecidisse memorantur.”
(Hyd. Chron., 150).
33
Jordanes afirma que hubo al menos “ciento sesenta y cinco mil hombres, sin contar los quince mil gépidos
y francos” (Get., XLI, 217).
32
59
unido por la fuerte personalidad de Atila, la batalla de Châlons fue un duro y real golpe
al poder de los hunos. Como pugna entre cristianos y paganos, la acción pareció confirmar
el poder cristiano en Europa Occidental.
2.4.4. La caída de Atila y de “el último de los romanos”
Al igual que para Atila no estaba todo perdido, para los romanos y para Aecio no
estaba todo ganado. Sorprendiendo a todos, en la primavera de 452, Atila salió de las
provincias de Panonia cruzó los Alpes Julianos e invadió Italia por el norte. Aunque
decimos que esta maniobra resultó sorprendente, lo cierto es que, revisando las cartas del
Papa León I, resulta evidente que un ataque de este tipo era temido por todos en la
península itálica: “Sacerdotes provinciarum ómnium congregari praesentis temporis
necesitas nulla ratione permittit, quoniam illae provinciae de quibus maxime sunt
evocandi, inquietae bello ab ecclesiis sui seos non patiunter abscedere” (León I, Ep.,
XLI, ACO II: IV, 43; Bock, op. cit., p. 266). Según parece la dureza de esta invasión
superó a la de Galia. Aquilea fue sitiada, incendiada y arrasada. Apenas se pudo encontrar
vestigios de su existencia durante la generación de después de Atila. Milán, Verona y
Pavía quedaron en pie, pero arruinadas y en algunos casos despobladas. Todo el valle del
Po fue arrasado por los hunos. Naturalmente, los visigodos y otras naciones federadas
estuvieron menos que dispuestos a enfrentarse a Atila en Italia, y Aecio quedó en una
posición peligrosa. Presionó a Valentiniano para que abandonara Rávena y estableciera
una base en el sur de Galia, mostrando hasta ahí mucha más intuición estratégica de la
que Estilicón había mostrado contra Alarico (Ferril, op. cit., p. 150).
Según mantiene la tradición, Valentiniano III envió una embajada liderada por el
papa León I, la que consiguió frenar a Atila y hacer que se retirara definitivamente a sus
tierras. ¿Qué le dijo León I a Atila para que este pusiera fin a sus correrías por Occidente
y abandonase Italia? No se sabe a ciencia cierta, las fuentes mencionan que Atila era un
personaje de lo más supersticioso y que, probablemente el papa le advirtiera que atacar
Italia y saquear Roma, traería consigo la ira de Dios, lo que le haría correr el mismo
destino que Alarico, el cual había saqueado Roma y al poco tiempo murió. Por otro lado,
ya que Atila había iniciado su invasión de Occidente debido a la carta enviada por
Honoria, es probable que su invasión de Italia tuviera como objetivo obtener a la esposa
60
que se le había prometido, y con ella el control sobre el destino del Imperio, con lo que,
podría ser también que el papa convenciera a Atila de que su novia había muerto, pues
como mencionamos anteriormente, no sabemos absolutamente nada de la hermana de
Valentiniano III desde, como mucho 452, cuando el marido al cual se vio obligada a
casarse fue nombrado cónsul. Dejando de lado los relatos novelescos y originales, que no
por ello tienen menos papeletas para ser reales, lo cierto es que, para los primeros años
de la década de 450, Italia era una región que había habido hambre, y Atila, en verdad,
tenía graves problemas logísticos, mientras la plaga de hambruna se extendía también por
su ejército. Posiblemente, aún más importante era el hecho de que el emperador de
Oriente, Marciano, envió un ejército a través del Danubio para atacar la base de los hunos
en su propio territorio. Estas consideraciones, unidas a las bajas que había sufrido
anteriormente en la batalla de los Campos Cataláunicos, fueron probablemente los que
condujo a Atila a ver ventajas en los argumentos humanitarios que el papa León I le
expusiera y, así, abandonar su campaña en Occidente.
Fuera como fuese, lo cierto es que Atila se marchó y Roma se salvó, al menos de
momento y de un ataque huno. Sin embargo, a pesar de la historia que cuenta que Atila
no quería correr el mismo destino que Alarico, cuando el rey huno regresó a su palacio
más allá del Danubio y se casó con una nueva y joven esposa, llamada Ildico, y el día
mismo de su boda, cuenta Jordanes basándose en Prisco que, después de una copiosa
celebración, Atila sufrió una grave hemorragia nasal que le condujo a la muerte (Jord.
Get., XLIX, 254). A los ojos del mundo exterior resultaba difícil de creer cómo un
poderos guerrero como lo fue Atila muriese en su propio lecho, algo que era de lo más
insólito entre los guerreros y emperadores de la época.
Después de la muerte de Atila, el Imperio de Occidente al fin se vio libre de la
amenaza de los hunos, pues el Imperio de Atila murió con él. Todo parecía propicio para
una, ya fuera breve o larga, época de paz y reconstrucción, sin embargo, esto no fue
posible. El Imperio era desde hacía tiempo un obstáculo para los reyes bárbaros que cada
vez más iban asentando sus reinos en Occidente, pero aún había algo que les impedía
acabar definitivamente con Roma: Aecio.
En la corte de Rávena, después de la muerte de Gala Placidia en 450, el poder
estaba repartido entre el emperador y sus eunucos, por un lado, y Aecio, con el apoyo de
la nobleza por el otro. Las intrigas palaciegas, como siempre, no se harían esperar ante la
posibilidad de una época de paz. Aecio fue acusado de querer colocar a su hijo,
61
Gaudencio, en el trono casándolo con una de las hijas de Valentiniano, Placidia. Por otro
lado, cuando Teodosio II murió en 450, se cuenta que Valentiniano III, al ser el único
miembro varón de la dinastía teodosiana, pretendía viajar a Constantinopla con intención
de hacer valer sus derechos sobre el trono de Oriente y, así, gobernante sobre la totalidad
del orbe romano, algo a lo que Aecio se opuso (Heather, op. cit., p. 470). Esto, sumado a
que, a ojos del emperador y sus seguidores, se estaba convirtiendo en un hombre
demasiado poderoso, condenó a Aecio. Procopio menciona cómo, tras derrotar a Atila, el
poder de Aecio incrementó tanto que personajes como Petronio Máximo, un aristócrata
con pretensiones imperiales, veía en Aecio un obstáculo para sus ambiciones personales
(BV, 1, 4, 16-18). Por ello, Máximo incitó a los eunucos del emperador, de entre los cuales
destacaba el nombre de Heraclio, a organizar un complot para asesinar a Aecio, alegando
que él era el único al cual se debían centrar las esperanzas de los romanos. Finalmente,
Valentiniano, el mismo emperador, inducido por sus eunucos mandó llamar a Aecio a su
palacio en Rávena.
“En el momento en que Aecio explicaba la marcha de la economía y calculaba
los ingresos obtenidos con la recaudación de impuestos, Valentiniano saltó de
pronto con un grito y exclamó que no quería seguir viéndose engañado por
tales traiciones (…) Mientras Aecio seguía aún asombrado por ese inesperado
acceso de cólera y trataba de calmar aquella explosión irracional,
Valentiniano sacó la espada de su funda y, ayudado por Heraclio, que tenía la
daga presta bajo la toga, cayó sobre él.” (Prisco, frag. 30; Heather, op. cit., p.
472).
Aecio cayó muerto sobre el suelo del palacio un 21 o 22 de septiembre de 454,
asesinado por el propio emperador (Sid. Ap., Carm., V 305-306 y VII 359; Hyd. Chron.,
160; Greg. Tur. HF II 8; Procop, BV I, 4, 24-28). Su muerte se vio seguida del habitual
derramamiento de sangre propio de tales magnicidios, siendo el más notable de los
asesinado el prefecto del pretorio Boecio, abuelo del famoso filósofo (“Boethius 1” PLRE
II, p- 231).
Sobre este momento, Procopio opina cómo este hecho fue claramente negativo
para el destino del Imperio de Occidente pues, aunque la caída era ya desde hace tiempo
irremediable, sin Aecio, los romanos dieron un paso más hacia el abismo. De hecho,
según cuenta Prisco, un romano, al preguntar al emperador si obró bien al matar a Aecio,
62
dijo algo así como: “Sólo hay algo que sé con la mayor de las certezas, que habéis cortado
vuestra mano derecha con vuestra mano izquierda.” (Given, 2014, p. 127)
Valentiniano, de 30 años, al fin se veía libre del control de su madre y de Aecio y
podía gobernar por sí mismo. Por desgracia para él, no consiguió los apoyos necesarios
para hacerse valer. Los conspiradores, o sea, Petronio Máximo y Heraclio, pronto se
enzarzaron entre sí. Máximo buscaba ser cónsul o patricio, pero el emperador, movido
por el eunuco Heraclio, se negaba a compartir el poder, que en realidad Heraclio buscaba
para sí. Ante esta situación, aquellos que ambicionaran un poder parecido al que pudieron
tener Aecio, Constancio o Estilicón, no debían o no podían seguir el camino de estos, y
tenían que quitarse de en medio al emperador. Máximo, al darse cuenta de la situación,
sobornó a dos de los antiguos colaboradores de Aecio, los oficiales de la guardia Optila
y Traustila para que hicieran lo que se tenía que hacer. Prisco (ibídem) cuenta que:
“Valentiniano decidió salir a cabalgar por el Campo de Marte. Tras desmontar
de su caballo y mientras iba caminando para practicar el tiro al arco, Optila y
sus seguidores le atacaron. Optila hirió a Valentiniano en un lado de la cabeza,
y, al girarse éste para ver qué le había golpeado, le asestó un segundo zarpazo
en la cara. Traustila mató a Heraclio, y después ambos cogieron la diadema y
el caballo del emperador y partieron al galope para reunirse con Máximo.”
(Heather, op. cit., p. 473).
El emperador Valentiniano III murió seis meses después de haber asesinado a
Aecio. Tras este tipo de sucesos, la anarquía política era lo que tocaba hasta que se
produjera un cambio de régimen en el Imperio que, más o menos, fuera estable.
La era de Aecio había llegado a su fin. Una era en la que los protagonistas fueron
los poderosos generales, las princesas rebeldes y ambiciosas, los emperadores débiles y,
sobre todo, los bárbaros ansiosos de tierras y de conquistas. El Imperio de Occidente
estaba ya, desde hacía tiempo, condenado, pero la incapacidad de muchos de sus
gobernantes para tratar el tema de los bárbaros, unido a las ambiciones personales y a las
continuas negligencias, llevó a que, una vez más, un hombre que pudo haber controlar la
situación acabara asesinado.
63
3. Conclusiones
El legado de Aecio está lleno de controversia. Si, al principio de este trabajo vimos
y comentamos el fragmento de Procopio en el cual se le atribuía, junto a Bonifacio, el
apelativo, claramente laudatorio, de “el último de los romanos” (Procop., BV, I, 3, 15), la
historiografía ha debatido a lo largo de los años sobre lo positivo y lo negativo de las
acciones que Aecio llevó a cabo durante su estancia en el poder. Un caso similar sucede
con uno de sus predecesores en cuanto a los cargos y las acciones que realizó, Estilicón,
cuyos críticos apuntan a la incapacidad, o falta de voluntad, de este para lidiar con las
continuas usurpaciones que sucedían en Britania, Galia e Hispania y el cruce definitivo
del Rin protagonizado, sobre todo, por los vándalos, suevos y alanos. A Aecio, sus críticos
le achacan principalmente tres errores: la pérdida de África, el éxito mixto en Hispania y
el debilitamiento económico y del poder militar imperial, provocado por los dos
anteriores. En definitiva, al igual que pasó con Estilicón, muchos ven a Aecio como una
persona que dejó el Imperio de Occidente más débil y peor que como se lo encontró.
Algunos señalan que las guerras civiles entre Aecio y sus rivales no fueron sino
un estúpido desperdicio de tiempo y de soldados en virtud de la consecución de las
ambiciones personales de unos frente a otros, es decir, como ocurre con prácticamente
todas las guerras civiles. Este conflicto permitió que los vándalos cruzaran a África,
episodio que, como hemos visto pudo estar directamente provocado por los contendientes
de dicha guerra, aunque lo más probable es que, ni a Aecio, ni a Bonifacio, les interesara
demasiado el paso de estos bárbaros a África, la provincia más próspera de Occidente y
casi vital para la subsistencia de Italia (ver capítulo 2, b, ii). Hughes (2012, pp. 66-73)
aborda este tema señalando que fue Félix el verdadero causante de la guerra civil y, por
tanto, principal culpable de los males que esta pudo ocasionar para el Imperio, y que los
demás trataron de impedir la pérdida de África: Bonifacio el primero entre 429 y 432,
Aspar después de este entre 430 y 435 y, por último, el propio Aecio en 441. Todos ellos
actuaron, eso sí, infructuosamente. Esta afirmación de Hughes resulta, a mi parecer,
bastante pobre, porque, al fin y al cabo, Aecio pudo haber hecho más durante su
enfrentamiento con Bonifacio, pausando el conflicto con este y ayudando en la lucha
contra los bárbaros, porque, aunque se enfrentó a ellos desde el punto de vista militar y
diplomático, estuviera quien estuviera en el poder iba a tener que enfrentarse a estos sí o
sí. Por otro lado, Heather (2016, pp. 291-292) más que culpar a uno u otro contendiente
64
de la guerra civil, a los que tampoco exculpa por completo, opina que fue el ascenso de
Atila en Oriente lo que provocó la pérdida de África, pues las fuerzas expedicionarias que
el Imperio de Oriente envió para la recuperación de las provincias africanas tuvieron que
retirarse debido a la nueva amenaza que suponía el huno.
Para Moss (1973, p. 712) durante la supremacía de Aecio (433-454) el gobierno
occidental, es decir, el propio Aecio, estaba casi únicamente preocupado por mantener el
control interno y la defensa de Galia, con lo que olvidó sus otras responsabilidades
militares, lo que supondría para este autor una gran equivocación estratégica, lo que llevó
al debilitamiento de la economía y del poder militar. Sin embargo, hay que darle
importancia a las acciones que este llevó a cabo en Galia, pues sabía que era una provincia
vital para la subsistencia del Imperio. Durante la época en que él estuvo al frente de
Occidente tuvo que enfrentarse a continuos problemas en Galia, empezando por los
poderosos godos a los que derrotó hasta conseguir una alianza con estos y que se
convirtieran en federados del Imperio y, para cuando fue necesario (guerra contra Atila)
aliados de Rávena. Los bagaudas fueron un constante quebradero de cabeza durante las
décadas de 430 y 440, tanto en Galia como en Hispania, y Aecio, con más éxito en la
primera que en la segunda, consiguió sofocar las revueltas provocadas por estos. Para
Halsall (2007, pp. 250-255), la verdadera mancha en el historial de Aecio fue su éxito
mixto en Hispania, donde, tras varios fracasos militares, la mayoría de la provincia se
perdió en 449.
Lo cierto es que no ha de verse a este tipo de personajes y sus acciones como
completamente negativos o positivos para Roma y sus intereses. Citando a Hughes (op.
cit., p. 201), Estilicón y Aecio respondían a los numerosos, diferentes y específicos
problemas a los que se enfrentaban de la mejor manera que podían, sin embargo, ninguno
de los dos podía encontrar todas las respuestas.
Por otro lado, el acontecimiento por el que Aecio verdaderamente pasó a la
historia fue la victoria frente a Atila en la batalla de los Campos Cataláunicos, episodio
que, de igual manera tiene detractores. Bury (1928, pp. 293-294), por ejemplo, se
encuentra entre estos autores que consideran exagerada la importancia dada a esta batalla,
alegando que, de haber triunfado Atila, la historia no habría cambiado gravemente. No
obstante, la tendencia actual tiende a considerar este episodio como una de las más
grandes y decisivas batallas de la historia que, de no haber acabado con la derrota de
Atila, las consecuencias hubieran sido mucho más desastrosas para Occidente (Ferril, op.
65
cit., 148-150). La hábil utilización de los bárbaros, producto de su personal conocimiento
de su mundo, permitió a Aecio mantener la autoridad romana con un decreciente ejército
romano. De hecho, el general sería recordado por la mayoría de autores antiguos como el
hombre que salvó al Imperio (Marcel. Com. Chron. 454, Sid. Ap. Carmina, 9, 300),
merecedor de, sino todos, muchos de los elogios que Merobaudes compuso para los
panegíricos dedicados a su persona.
Muchos otros autores modernos, de hecho, la gran mayoría, ven a Aecio como
uno de los mejores comandantes militares romanos de la historia, así como un excelente
diplomático y administrador. McEvoy (2013, pp. 294-295) ve en su organización y
victoria en la batalla de los Campos Cataláunicos un testimonio de su magnífica aptitud
política, de su envidiable habilidad militar y su capacidad para la diplomacia. En
definitiva, se toma generalmente su asesinato como un claro error del emperador
Valentiniano III, que supuso un acelerón a la fragmentación y colapso, ya inevitable, de
Occidente (Hughes, op. cit., p. 205).
66
Cronología
376
Los visigodos de Alavivo y Fritigerno cruzan el Danubio.
378
Batalla de Adrianópolis. Muerte de Valente
379
Teodosio I, emperador de Oriente.
382
Pacto con los godos. Asentamiento de estos en los Balcanes.
c.390 Nacimiento de Flavio Aecio.
395
Muerte de Teodosio I y división del Imperio entre Oriente (Arcadio) y Occidente
(Honorio).
401
Alarico invade Italia. Batallas de Pollentia y Verona.
405
Tratado entre Alarico y Estilicón del que posiblemente formó parte Aecio, el cual
fue enviado como rehén a los godos. Invasión de Italia de los godos de Radagaiso
406
Suevos, vándalos y alanos atraviesan el Rin por Maguncia.
407
Usurpación de Constantino III en Britania, Galia e Hispania.
408(?) Uldin, cabecilla huno, invade el Imperio de Oriente.
408-411 Alarico, en Italia y sitia Roma. Llegada de los bárbaros a las Hispanias. Atalo,
nombrado emperador por Alarico.
410
Saqueo de Roma.
411
Muerte de Alarico, Ataúlfo, al frente del gobierno godo. Constancio nombrado
magister militum Posible marcha de Aecio como rehén junto a los hunos.
413
Los godos de Ataúlfo deambulan por Galia.
414
Boda de Ataúlfo y Placidia en Narbona.
415
Muerte de Ataúlfo.
416-419 Tratado entre Walia y Constancio. Lucha entre bárbaros en Hispania.
423
Muerte de Honorio. Usurpación de Juan.
425
Muerte de Juan. Valentiniano III entronizado como emperador bajo la tutela de
Gala Placidia.
67
429
Paso de los vándalos a África.
425-433 Luchas por la obtención de la primacía de la corte de Valentiniano III que
terminan al derrotar Aecio a sus generales rivales, Félix y Bonifacio. La influencia
de Gala Placidia se eclipsa parcialmente.
433
Aecio, magister militum, domina el Imperio de Occidente.
435
Tratado con Genserico: se le conceden tierras en Numidia y Mauritania.
436
Aecio y sus fuerzas aniquilan a los bagaudas del noroeste de Galia.
436-437 El reino de los burgundios es destruido por los hunos enviados por Aecio. Este
reinstala a los supervivientes junto al lago Ginebra.
436-439 Guerra entre Aecio y los visigodos que termina con un nuevo tratado.
438-441 Los suevos del rey Requila se apoderan de Bética y Cartaginense.
439
Los vándalos de Genserico conquistan Cartago.
c. 440 Atila y Bleda, nuevos reyes de los hunos.
441-442 Atila invade los Balcanes. Oriente cancela su expedición para recuperar África
de manos de los vándalos.
445
Tratado entre Genserico y Aecio: se reconoce el control de África a los vándalos.
445(?) Atila asesina a su hermano Bleda y queda como rey único de los hunos.
447
Atila invade de nuevo los Balcanes.
448
Prisco participa en las embajadas enviadas a Atila.
450
Generoso tratado concedido por Atila a Constantinopla.
451
Atila invade Galia, pero es derrotado por Aecio y su coalición de visigodos,
burgundios, alanos y francos en la batalla de los Campos Cataláunicos.
452
Atila invade Italia y saquea, entre otras ciudades, Milán.
453
Muerte de Atila.
454
Muerte de Aecio, asesinado por Valentiniano III.
455
Muerte de Valentiniano III, asesinado por antiguos seguidores de Aecio enviados
por Petronio Máximo.
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