Educación y emprendedurismo: ¿cuál es el problema? | Debates estratégicos | Uruguay | Hemisferio Izquierdo
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Nº30: El trabajo en el siglo XXI
Educación y emprendedurismo: ¿cuál es el
problema?
May 21, 2019 |
Gabriel Delacoste* y Agustín Cano**
HEMISFERIO IZQUIERDO
Nosotros
Ilustración: Mariana Escobar
Agustín Cano y Gabriel Delacoste intercambiaron correos electrónicos a partir de la consigna “educación y
emprendedurismo”.
El dom., 21 abr. 2019 a las 0:56, Agustín Cano escribió:
“Educación y emprendedurismo” así, con el conjuntivo, es una fórmula. Como fórmula, es fuerte (en el
sentido en que son fuertes los significantes vacíos: para el combate). Sus significados se diseminan y se
fijan rearticulando elementos de un fondo diagramado por otra fórmula: “educación y producción”, e
incluso “educación y trabajo”. Este fondo contiene problemas clásicos para la reflexión pedagógica. Con
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“educación y emprendedurismo”: ¿cuál es el problema?.
Sintetizando, diría que en la actualidad el tema se plantea de modo diferente a como estábamos
acostumbrados a verlo (como epifenómeno educativo de la división social del trabajo intelectualmanual). Si para Gramsci el problema de la educación democrática radicaba en generar las condiciones
para que “cualquier ciudadano pueda convertirse en gobernante” (rompiendo la tendencia en apariencia
democratizadora de cualificar más y mejor al obrero pero manteniendo la estratificación clasista de la
educación letrada o manual), este esquema analítico se desquicia con la figura del emprendedor. Porque
en la actualidad "emprendedor" es una de las figuras del gobernante. Y una muy en boga. Cuando Macri
dice “San Martín fue un emprendedor”, además de decir una pavada, está buscando un linaje donde
ubicar la figura de gobernante que él mismo encarna o procura encarnar (y el ejemplo vale también por
la estafa: el empresario Macri es “exitoso” menos por emprendedor que por heredero). El
emprendedurismo educativo actual suprime los polos del dualismo letrado-manual, pero en un sentido
contrario al de la praxis pedagógica gramsciana. En lugar de síntesis superadora, hay fundición. Más
que escuela unitaria, hay realidad unitaria que subsume a la escuela. Ese es el poder (con todo el espesor
performativo del término) de la razón, las ideas y las técnicas del managment y
la entreprenurialización de la vida. De allí la fórmula “educación y emprendedurismo” saca todo su
realismo, su sensatez y su marketing. “Emprendedurismo” es la imagen mejor lograda de la ideología
meritocrática en su versión neoliberal.
Porque además el emprendedor es una figura total. Nada de “arrancar pa' las 8 horas”, el emprendedor
lo es a tiempo completo: gestiona sus vínculos, emprende proyectos vitales, saca cuentas afectivas,
diseña sus emociones, en suma, ve el mundo a través de un FODA. En la subjetividad neoliberal la figura
del emprendedor es el ideal del yo del ciudadano. Es el equivalente exacto de ciudadano virtuoso. De allí
se desprende que el mandato moderno de la educación (preparar al ciudadano virtuoso) sea ahora,
naturalmente, formar al emprendedor. Y si los mandatos siempre son ambiguos, este lo es al límite de
la esquizofrenia. El adentro y el afuera de la escuela se difuminan por obra de este omnívoro simbólico
que es el emprendedor. Por esto sus pedagogías (el emprendedurismo, las competencias) son en el fondo
dispositivos para que la escuela se parezca lo más posible a su afuera (y la imagen del afuera es el
mercado), al punto de que, en su extremo, sostienen una distopía desescolarizadora de derecha (como
unos “Ivan Ilich al revés”, podríamos decir, parafraseando aquel viejo cuplé de los Diablos Verdes sobre el
“Robin Hood al revés”).
Por estas razones creo que, para poder pensarlo, es necesario en un primer momento colocar el
problema fuera de la educación. ¿Qué queda del emprendedor schumpeteriano en los emprendedores
actuales? ¿Qué queda, como posibilidad, fuera de la figura totalizante del emprendedor? ¿Cuál es el
problema?
***
El dom., 21 abr. 2019 a las 19:50, Gabriel Delacoste escribió:
“Educación y emprendedurismo” es apenas la punta del iceberg. Es cierto que si queremos entender eso
tenemos que buscar fuera de la educación. Pero creo que primero necesitamos entender al fenómeno de
emprendedurismo de una manera más profunda de la que estamos acostumbrados, tanto en su
densidad histórica como en su funcionamiento interno. Es decir, no alcanza con una denuncia
romántica del utilitarismo del hombre-empresa, ni limitarnos a señalar que se trata de ideología
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capitalista. Porque si bien ambas críticas son verdaderas, no nos ayudan a avanzar.
Un camino en el que convendría profundizar es intentar historiar y rastrear como fue que
emprendedurismo y educación llegaron a ser dichos juntos tan frecuentemente en Uruguay. Cuales
fueron las fundaciones, organismos internacionales, tecnocracias, universidades, políticos e
intelectuales que lo impusieron gradualmente. No alcanza para esto con mencionar al Banco Mundial.
Esta historia empieza, claro está, con los primeros pensamientos neoliberales sobre la reforma
educativa, a la que Milton Friedman donó su herencia al morir, y a las teorías del capital humano
desarrolladas por su colega Gary Becker.
La ideología neoliberal sobre la reforma educativa dice más o menos así: si el mercado es la forma más
eficiente de distribuir recursos, entonces no hay razón por la que la educación no tendría que ser un
mercado. Si se entiende que el acceso tiene que ser universal, se puede organizar un mercado dando a
cada familia vales por educación, que pueden usar en el centro educativo de su preferencia. Para que
este sistema sea viable, son necesarias tres precondiciones: que haya un robusto sector de educación
privada, que los centros de educación pública sean autónomos para competir entre ellos, y que existan
sistemas de evaluación estandarizados para que se puedan hacer rankings que ayuden a los clientes.
Pero tiene un punto más profundo: el objetivo de la educación es dotar a las personas de capital
humano. ¿Qué quiere decir esto? Que las personas no son o bien empresarios o bien trabajadores, sino
que son todas rentistas de un capital, que es el que portan en su cuerpo, sus conocimientos, sus
contactos y sus habilidades. Ese capital les dará un retorno mayor cuanto más hayan invertido en el, y
esa inversión es la educación. Si bien esta no es una teoría nueva (podemos encontrar pensamientos
parecidos en José Pedro Varela), recién en el neoliberalismo es desarrollada hasta sus últimas
consecuencias.
No es extraño que el emprendedurismo entre con fuerza en este cuadro. Porque si la sociedad va a ser
un gran mercado, y el rol de la educación es que las personas sean capaces de competir en el,
invirtiendo en la gran bolsa de valores de la vida, lo que se les tiene que enseñar, justamente, son las
artes de la empresa. Y el sistema educativo que logre eso de la mejor manera va a ser un sistema de
empresas. Que la educación sea un bastión de la izquierda en todos los países hace que el botín que
implicaría una victoria neoliberal en ese campo se agigante.
Hasta acá no hay nada nuevo para nadie que haya leído “El nacimiento de la biopolítica” de Foucault o
que tenga una vaga idea sobre el proyecto neoliberal. Pero se presenta un problema: una cosa es que
exista una teoría y otra es que logre imponerse. Para que se imponga, es necesaria una gran maquinaria
político-intelectual. Y si queremos combatirla, tenemos que entender mejor como opera. No es difícil ver
que Eduy21 es la vanguardia de esta ideología en Uruguay. Tampoco que iniciativas como Impulso y
Jubilar son planes piloto para la futura reforma neoliberal. O que núcleos en la Universidad Católica, la
UTEC, el Plan Ceibal, el INEED y varias facultades en la Universidad de la República son algunas de sus
usinas. Pero nos sigue faltando un trazado preciso de este mapa, con sus matices y sus disputas
internas. La red político-intelectual trasnacional es la solución que el neoliberalismo encontró al
problema del “partido del nuevo tipo” en el mundo actual, y la verdad es que no sabemos como derrotar
a una de esas, ahora que sabemos a ciencia cierta que un triunfo electoral de la izquierda no les hace
mucha mella. Cualquiera que quiera proponer una alternativa va a tener que pensar como crear una
maquinaria político-intelectual que esté a la altura de, o bien disputar estos espacios, o bien desplazar o
desbaratar esta máquina. Movimientos defensivos de resistencia a reformas concretas no alcanzan.
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Pero tampoco alcanzaría con un contraataque estrategico, porque el neoliberalismo tiene un planteo
pedagógico. Que, por cierto, no es del todo original. Si estamos ante un problema tan grande, es porque
los neoliberales han logrado articular una crítica que resuena incluso en personas de izquierda: que la
educación es un sistema excesivamente jerárquico y burocrático, que no se amolda suficiente a las
diferencias entre los contextos y que subestimaba la capacidad creativa de los estudiantes. El
neoliberalismo educativo ha absorbido, como el management, lo que Blotansky y Chiapello llaman la
“crítica artística” al capitalismo fordista. Encima de esta crítica se ha montado una enorme maquinaria
de investigación y propaganda contra la "educación tradicional".
Esta maquinaria, además, tiene cierta inteligencia gramsciana, al articularse con demandas reales
desde abajo. Plantea a la educación como solución al problema del desempleo a través de la educación
técnica y para el trabajo. Canaliza cierta bronca difusa anti-burocratica y anti-intelectual y la apunta
contra el "corporativismo docente". Absorbe las críticas al sistema educativo y pone la calidad en el
centro. Dice incluso preocuparse por la desigualdad. Con un par de argumentos teóricos podemos llegar
rápidamente a la conclusión de que esta agenda en realidad aumentaría la desigualdad y generaría
uniformidad mercantil en lugar de creatividad, pero no podemos tomarnos esta discusión de una
manera banal. Primero, porque es posible que haya grietas en el campo de la “reforma”. Segundo, porque
algunas de estas consignas son disputables desde la izquierda, e incluso es posible que muchos de los
tecnócratas reformistas sean permeables y radicalizables, como tantos tecnócratas desarrollistas se
hicieron dependentistas y revolucionarios al hacerse evidente que el reformismo convencional era un
camino sin salida en los 60. Algunas alianzas inesperadas entre movimiento estudiantil, docentes que
resisten las reformas y tecnócratas desilusionados podría desequilibrar la situación, pero para ello más
que un acuerdo se necesitaría intentar una síntesis intelectual.
Y acá vuelve a entrar la cuestión del emprendedurismo. Porque al final, el neoliberalismo, a través de
las “ciencias empresariales” (el marketing, el management, la gobernanza, incluso la autoayuda),
promete que es capaz de multiplicar la potencia de los individuos, y por lo tanto de la sociedad. Y es
posible que su promesa no sea del todo vacía. Primero, porque la “crítica artística” viene de la propia
izquierda. Segundo, porque tanta investigación no puede ser puro humo. Una crítica inmanenete del
management, como la que hizo en su momento Marx con la economía política, podría ayudarnos a
entender como las empresas logran lo que logran, y por que son tan arrolladoras en la batalla
micropolítica. La micropolítica del emprendedor que se ve a si mismo como algo en lo que invertir puede
ser despreciable, pero para combatirla no alcanza con criticarla, es necesario oponerle algo más potente.
Y quizás esta disputa es una buena oportunidad para preguntarnos que sería una vida deseable, y que
tipo de estructura política necesitamos para que ese deseo derrote a la ofensiva neoliberal.
***
El lun., 22 abr. 2019 a las 22:52, Agustín Cano escribió:
De rebote, tu correo señala una tarea muy importante de acometer: el análisis de nuestras propias
dificultades, como sindicalismo docente, para articular las posiciones de resistencia (ejercidas por tanto
tiempo que por momentos parecen cristalizadas como nuestro único lugar y modo de ser posibles) con
la formulación de construcciones pedagógicas alternativas (que son muy necesarias, aunque las críticas
de la intensa propaganda neoliberal tipo “Waiting for Superman” o “La educación prohibida” critique
cosas que antes criticábamos nosotros y genere así un ambiente de mucha confusión). Pero también es
cierto que el problema de las alternativas en la educación no es diferente del problema más grande de
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las alternativas a secas. Es la misma dificultad, son más o menos las mismas confusiones. En este nivel
opera lo que Rebellato llamaba el fatalismo ético del neoliberalismo (y “educación”, en un sentido fuerte,
debería enfrentar a este – y cualquier – fatalismo). Ahora bien, ¿hasta qué punto es posible de-construir
los supuestos del emprendedurismo y resignificarlo en una nueva gramática de creatividad colectiva
orientada al bien común? ¿Qué dispositivos y lugares requiere la “crítica inmanente” que propones?
Es necesario desmenuzar más el asunto. ¿Qué nombra “emprendedurismo” cuando va en yunta con
“educación” sobre un fondo que remite al par “educación-producción”? Nombra transformaciones en la
economía capitalista (revolución tecnológica e informacional en todos los niveles de los procesos y
relaciones de producción – y de gobierno) y al mismo tiempo trafica sentidos y significados políticos
para comprender esas transformaciones y orientarlas (mientras actualiza la vieja subsunción de la
educación a la economía). Entiendo que tu comentario apunta a visualizar lo primero para no resignar
ese campo de batalla, y también para poder disputar lo segundo (dejando fuera lo tercero del paréntesis).
(Y lo tercero del paréntesis es el gran marginado de la configuración dominante de nuestro debate
educativo. Nos sirve todavía la vieja advertencia de T. S. Eliot: “¿Dónde está la sabiduría que hemos
perdido en conocimiento? ¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?”).
Como mencionas, y comparto, la teoría del capital humano (y sus productos derivados, como “sociedad
del conocimiento”) es el magma del pensamiento educativo hegemónico que atraviesa a derechas y
progresismos. Construida sobre estos cimientos, “emprendedurismo” es además una pieza que no se
reduce a sus objetivos de formar al nuevo perfil de trabajador que el capitalismo contemporáneo
requiere, sino que además cumple su función estrictamente ideológica: diluye el conflicto de clases y
responsabiliza a los individuos de su suerte, a la vez que justifica la precarización laboral bajo
apelaciones altisonantes a las nuevas dinámicas del mundo del trabajo y los imperativos de la
competitividad. Por eso es uno de los objetos preferidos de los filantrocapitalistas globales que no sólo
quieren dar pescado (que cuando se rasca un poco siempre se encuentra que era vendido por sus
pescaderías) sino enseñar a pescar. La caricatura acá es Micky Vainilla de Peter Capusotto cuando le
regala a un linyera una edición de bolsillo de la biografía de Steve Jobs.
Con todo, pasa con “emprendedurismo” lo mismo que con “responsabilidad social” o “voluntariado”: son
piezas discursivas (y dispositivos para la acción) que movilizan en clave hegemónica energías sociales
positivas en direcciones bienintencionadas, pavimentadas por la percepción generalizada de que, con
mayor o menor entusiasmo o sentido de la oportunidad, en cualquier caso, eso es lo que se puede hacer.
Y por cierto que a menudo el entusiasmo es grande y las iniciativas novedosas y lo suficientemente
estimulantes como para regar el ejemplo y empezar otra vez. Y esto incluye, como señalás, a un grupo
numeroso y bien preparado de profesionales. O sea que, en efecto, allí hay un espacio muy concreto de
intervención, en varios niveles. Porque además, las construcciones alternativas no son entidades
prístinas sin sobredeterminaciones y extrañas a su situación previa, sino una articulación novedosa que
contiene elementos de lo viejo transformado. Ahora bien, insisto: con la fórmula “educación y
emprendedurismo”, además de sacudir la modorra, poder asumir la insuficiencia de la
mera enunciación crítica y tener la astucia de aprender del enemigo, también es necesario poner
atención a lo que la propia fórmula excluye. Y ahí “educación” precisa vérselas consigo misma, sin
compañías o a solas con “cultura”, pero en todo caso abriendo un espacio que interrumpa la continuidad
compacta con su afuera económico-tecno-administrativo (Sandino Núñez dixit), para instituir otras
lógicas, sentidos y significados que puedan, entre otras cosas, habilitar las referencias filosóficas y
éticas que necesitamos para hacer trabajar la pregunta sobre “qué es una vida deseable”.
Pero llevemos el intercambio de retorno al lugar donde lo colocaste. Para eso, nos sirven las preguntas
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con que Alfredo Falero cierra un texto sobre este mismoasunto. Dice Alfredo: “se pueden esquematizar
dos grandes opciones para posicionarse frente a esto. Una es la oposición y el rechazo explícito. La
denuncia de lo que está detrás, sin embargo, no alcanza. Para ello se deben mostrar programas
alternativos. La segunda opción es la resignificación del concepto. De este modo, ¿es posible hablar de
emprendedor como agente colectivo? ¿Pueden postularse emprendimientos de gestión colectiva en esta
línea?. Muchas experiencias alternativas en América Latina podrían de hecho resignificarse en tal
sentido. En esta opción, el riesgo es contribuir a naturalizar un discurso que no tiene nada de neutro e
inocente, como se procuró demostrar”. A esto agrego: la investigación de las “ciencias empresariales”:
¿ha descubierto secretos que necesitamos obtener para usar a favor del bien común, o antes bien ha
inventado dispositivos simbólicos, subjetivos y organizativos para apropiarse y reconducir la (“natural”,
podríamos decir en el sentido del “Apoyo mutuo” de Kropotkin) creatividad colectiva humana, y de lo
que se trata entonces es de desarticularlos y sustituirlos por otros nuevos? Y otra vez: ¿qué estrategias
requiere la “crítica inmanente” al managment?
***
El jue., 9 may. 2019 a las 15:09, Gabriel Delacoste escribió:
Empecemos por la pregunta sobre si el emprendedurismo ha descubierto secretos que necesitamos
conocer y obtener para usar a favor del bien común, o ha inventado dispositivos simbólicos, subjetivos y
organizativos para apropiarse de la natural creatividad colectiva humana, que es necesario desarticular
y sustituir por otros nuevos. Vamos a darle unas vueltas que quizás sirvan de respuesta.
Si estamos teniendo esta conversación, es por que el “emprendedurismo” y la ideología y las técnicas
que lo acompañan, están triunfando. No es un triunfo definitivo, ni irreversible, pero tenemos que
admitir que, sea lo que sea, ha avanzado. Creo que, si admitimos esto, la primera pregunta que nos
tenemos que hacer es como hacen para avanzar sobre lo social, haciendo retroceder a otras formas de
organización.
Podemos aventurar varias respuestas, pero primero tengo que defender ese marco. Porque bien
podríamos decir, desde una postura radicalmente antiutilitarista, que pensar las cosas en términos de
quien triunfa, o quien avanza o retrocede es ya entrar en un marco capitalista. Pero el problema es que
mientras más avanza el capital, más retroceden las condiciones de posibilidad (en salones, horas,
recursos) de otras formas de organización y otros pensamientos, tanto en la enseñanza como fuera.
Entonces, aunque esas otras formas y pensamientos podrían ser radicalmente anti-utilitarias, es
necesario un pensamiento estratégico que piense como avanzan las formas capitalistas, y que
necesitamos para hacer que se detengan.
No podemos simplemente actuar por oposición: si el enemigo reivindica el dinamismo, la
adaptabilidad, el riesgo, lo impredecible y contar con información, nosotros no podemos por eso
reivindicar la lentitud, la rigidez, el conservadurismo, la previsibilidad y darle la espalda a la
información. Si no, habría un acuerdo entre la posutra empresista y la antiutilitaria: que los términos
de la primera lista son inherentemente empresariales, y se podría llegar incluso al extremo de pensar
que cualquier pensamiento sobre como actuar de manera más potente es ya ceder a la lógica del capital.
Esta postura es derrotista, porque nos impide incluso plantear el problema. Y el problema no es como
desmontar al emprededurismo como retórica (lo cual sería relativamente fácil), sino como desplazarlo
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como forma de organización micropolítica.
Cuando sospechamos de palabras y conceptos como gestión o economía, y la medida en la que se meten
con la educación o la política, necesitamos algo más de claridad sobre que quieren decir bien “gestión” o
“economía” y que es lo que tienen de tan malo. O si existe una sola gestión o una sola economía posible,
y si lo que queremos decir es que rechazamos el avance de esos conceptos o de sus versiones
capitalistas. El problema, nada nuevo pero no resuelto, es que serían una gestión o una economía no
capitalistas. Si lo que existe es una oposición entre política y gestión, o diferentes políticas-gestiones en
disputa. Aceptar que hay una sola gestión, y que esta es universal, y universalmente capitalista, es
admitir exactamente lo que los capitalistas quieren que admitamos.
Una manera de plantear las cosas es la siguiente: ¿Le creemos a los capitalistas que lo más eficiente
posible, o lo que aumenta más la potencia de acción (lo que no es necesariamente lo mismo, pero
digamos que por el momento si) es hacer las cosas a su manera? Si creemos esto, tenemos que aceptar
que estamos condenados o bien a la derrota (porque el enemigo será siempre más eficiente y nos
desplazará tarde o temprano), o bien a asumir su forma de hacer las cosas, lo que sería también una
derrota. Si aceptamos los términos de lucha entre “modernizaciones” que “mejoran” la gestión
incorporando acríticamente técnicas capitalistas, y humanistas que resisten la gestión en abstracto, el
triunfo capitalista es inevitable.
Si no queremos aceptar esta derrota, necesitamos desarrollar, entre otras cosas, una teoría de la gestión
que aspire no solo a ser más ética que la capitalista, sino a que sea efectivamente capaz de crear
potencias que la hagan retroceder. Entonces, cuando decís que necesitamos interrumpir la continuidad
compacta de la economía (capitalista), estoy de acuerdo, pero ¿Interrumpirla con qué? ¿Alcanza con
interrumpirla para que después de la interrupción siga su marcha o tiene que ser la expansión de otra
cosa lo que la interrumpa? ¿No nos estará limitando el lenguaje de la resistencia?
Acá se presenta un problema filosófico que no vamos a resolver en estos mails, pero creo que está en el
centro. Y tiene que ver con el rol de la crítica, y que tipo de crítica necesitamos. Y en que medida la
crítica se opone a la potencia. Es decir, la cuestión de lo positivo y lo negativo. Quizás podemos
suspender el juicio sobre este punto, pero es importante hacer notar algo: lo que los empresarios y los
neoliberales tienen, y nuestras críticas desde la pura negatividad no, es un pensamiento y una práctica
de como multiplicar la capacidad de acción, la potencia (claro, la de unos pocos). Necesitamos alguna
forma de enganchar la crítica con el pensamiento sobre como actuar, y sobre como actuar de tal
manera que podamos hacer avanzar cierta forma de hacer las cosas.
Mi hipótesis es que para poder crear eso podría ser útil entender de manera menos superficial a la
empresa y sus formas de hacer las cosas. ¿Sabemos realmente como funciona la bolsa? ¿Qué hace un
gerente? ¿Cómo se hace una campaña publicitaria? ¿Qué quiere decir bien “gestionar x como a una
empresa”? ¿Deberíamos darlo por obvio?
Si vamos en esta dirección, nos podemos encontrar algunas sorpresas (aunque no tan sorpresivas).
Como que la competencia y la libertad juegan un rol mucho menor del que pensamos, y que tanto la
estrategia política del neoliberalismo como la gestión al interior de la caja negra de la empresa son
mucho más planificadas y disciplinadas de lo que su ideología explícita da a entender (por lo que
discutir sobre “libertad de mercado” nos dice muy poco si queremos ir más allá de responder a su
propaganda). También, que detrás de tantos números y aparentes certezas, hay toda una teoría de como
actuar en marcos de incertidumbre. Y que el cliente y el emprendedor, como personajes de la saga
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capitalista, tienen una relación compleja que implica una retroalimentación positiva entre la
innovación y las necesidades sociales, que tiene una gran capacidad creadora. Muchas cosas como estas
descartamos sin más al hablar simplemente de “la lógica del capital”. Pero necesitamos pensar mejor
que es lo específicamente capitalista, entendiendo que no es lo mismo la técnica, que la tecnología, que
la innovación, que el capital. Y no es lo mismo el capital, que el capitalismo, que la clase capitalista, que
el “partido” capitalista (es decir, su brazo político-intelectual). Si colapsamos estas categorías estamos
limitando nuestra propia capacidad de entender la estrategia y las armas de aquellos contra quienes
peleamos, sus puntos débiles y sus rutinas, y el tipo de cosas en las que podríamos avanzar.
No es que los secretos de las “ciencias empresariales” sean muy misteriosos, sino que ahí están las
formas que ellos usan para desplazarnos. Esas técnicas están publicadas y nos son accesibles. Me
resultaría extraño que nada de esto fuera readaptable para otras funciones. Entiendo que esto es
caminar por una cornisa, pero al principio no tiene que ser más que un ejercicio intelectual. También es
posible que lo único que tengan de ventaja sobre nosotros sean más recursos y no tanto formas de
organización más potentes. Pero aún así tendríamos que enfrentarnos a por que son tan superiores en
su capacidad de acumular recursos. Claro, son la clase dominante, así cualquiera. Pero, en última
instancia, la cuestión es como hacer que dejen de serlo, y como derrotarlos, no en una gran batalla por
el control del estado, sino precisamente en los terrenos sociales y económicos en los que ellos cosechan
la plusvalía y renuevan la explotación. ¿Cuáles serían nuestras técnicas para juntar las fuerzas que
hagan frente o que desgasten o desplacen a esta máquina?
El avance empresarial parece suceder a dos frentes. Por un lado, hay una maquinaria macropolítica (que
si bien es financiada por empresas y adopta muchas técnicas de organización del management, no
funciona con una lógica empresarial) que está organizada a nivel trasnacional y que trabaja para crear
derecho nacional e internacional, organizar campañas de propaganda y entrenar cuadros, dirigentes,
empresarios (y sus subordinados). Por otro, un aparato micropolítico que funciona en cada empresa, en
cada curso de emprendedurismo, en cada escuela de negocios, en cada libro de autoayuda, que
reproduce una forma de hacer las cosas. Estas maquinarias, por cierto, no tienen nada que ver con la
libertad. No tenemos que denunciarlas solo por capitalistas, sino también por liberticidas, en tanto
uniformizan y achatan, a pesar de decir que hacen lo contrario.
Estos frentes se articulan en una estrategia multifacética y descentralizada que opera en el corto, el
mediano y el largo plazo. Incluye ataques propagandísticos a los sindicatos y la izquierda en la
educación, la formación y cooptación de cuadros técnicos para asegurar el monopolio de la discusión
académica y tecnocrática sin importar quien gobierne, la creación de instituciones intelectuales y
propagandísticas pequeñas y especializadas (los famosos think tanks), la existencia de consultoras (es
decir organizaciones especializadas en revisar en que medida se está cumpliendo con el programa y las
“buenas prácticas” de formas de organización, y en asesorar para ayudar a cumplirlas) y una fijación
obsesiva con que tanto las formas como los contenidos tanto de la educación como de todos los campos
posibles se organicen según una serie de principios generales y adaptables: la comptencia, la
evaluación, la auto-activación, etc.
Las redes que coordinan esta ofensiva están organizadas de maneras complejas que recién empiezan a
ser comprendidas por la academia crítica. Los estudios de Philip Mirowsky sobre la “muñeca rusa”
neoliberal son muy interesantes en este sentido. Como decía antes, pareciera que los neoliberales
encontraron una solución al problema del “partido de nuevo tipo” en el mundo globalizado. “Partidos”
que no están centrados en aparatos electorales, y que si compiten en elecciones lo hacen comprando o
alquilando aparatos existentes, o cooptando cuadros técnicos de los partidos que van a ganar. Si
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perdieran, controlan instituciones internacionales que pueden presionarlos para seguir sus políticas, y
maquinarias propagandísticas que pueden resaltar los “fracasos” si no se llevan a cabo las reformas de
su preferencia.
La penetración del neoliberalismo en la educación cumple un rol importante en esta estrategia, no solo
porque es un ámbito más que quieren reorganizar según su ideología, sino porque es un espacio de
poder vital para poder organizar sus redes y formar sus técnicos. Es decir, el tema no es tanto formar a
neoliberales y emprendedores, sino formar a quienes formen más neoliberales y emprendedores (mejor
si esos formadores no entienden del todo la estrategia, para que sean ingenuos y no se den vuelta),
creando una potencia exponencial.
El trabajo para multiplicar su forma de hacer, viene acompañado de ataque a las otras formas, a través
de intentos cada vez más explícitos de censura y persecución a la izquierda. A veces son organizados por
“libertarios” en las redes para simular resistencias “desde abajo” (organizadas, por supuesto, desde
arriba) a la izquierda, como Escola Sem Partido en Brasil, otras, por evangélicos que denuncian como el
secularismo viola la laicidad (!!!!), otros, por conservadores que atacan a la "ideología de género", otros,
por ataques a las universidades públicas por ideologizadas, como nos tiene acostumbrado El País. Estos
ataques son coordinados, y los espacios de coordinación son los think tanks, donde conviven activistas,
académicos y directores de medios (decenas de Martines Aguirres y Pablos Da Silveiras).
La alianza entre neoliberales, sector empresarial y conservadores es muy importante en el campo
educativo, y el proyecto a largo plazo de creación de un sistema de vouchers los beneficia a todos: una
forma empresarial que habilita el progreso del contenido religioso. De religiones, por cierto, que
articulan una teología cada vez más explícitamente empresarial.
En este punto hay que ser relativamente finos para entender que no es lo mismo la propaganda
emprendedora (digamos, el discurso exotérico del neoliberalismo) que las técnicas de gestión
empresarial propiamente dichas. La primera opera con una lógica ideológica (engaño, simulacro,
fantasía), y las segundas con una lógica biopolítica (medición, estandarización, tecnificación). Ambas
están entrelazadas de maneras que no siempre son evidentes para los agentes, pero que nos conviene
distinguir analíticamente si queremos desguasar sus formas de avanzar.
Estudiar la forma como los neoliberales avanzaron, por ejemplo, sobre las universidades o los
organismos internacionales nos puede ayudar a historizar a estas instituciones, recordando que no
siempre fueron neoliberales, y que al contrario, fueron creadas y utilizadas por otras fuerzas, y con
buenas estrategias, pueden volver a serlo.
Pero para esto necesitamos un gran esfuerzo intelectual y organizativo. Sin una teoría y una praxis del
aumento de las potencias por medios no empresariales (¿democráticos? ¿igualitarios? ¿solidarios?), los
políticos-gestores de izquierda van a seguir tercerizando porque es “más eficiente” y las organizaciones
se van a seguir elitizando “porque así se logran las cosas”. La buena voluntad no alcanza. Los
neoliberales tienen esto muy claro, y por eso sus ofensivas son simultáneamente en todo el terreno: de
la filosofía moral y la ética individual (sorprende la omnipresencia de la palabra “ética” en la literatura
empresarial) hasta la ciencia social, la teoría de la gestión y la propaganda mediática. De hecho, los
neoliberales comenzaron su lucha por el problema de la potencia: en los años 20 y 30, pusieron buena
parte de su esfuerzo en demostrar que efectivamente la competencia y el mercado eran más eficientes
que la centralización, cosa que no era para nada parte del sentido común (como lo es hoy) hasta bien
entrados los 70, ni siquiera en el Occidente capitalista. ¿Qué es lo que nosotros, hoy, nos proponemos
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demostrar, en la teoría y en la práctica, que es más potente?
La izquierda no necesariamente puede, ni quiere, imitar a la estructura de la derecha, pero lo que seguro
no debe hacer es ignorarla. Tiene que conocerla, por lo menos, para intentar desarticularla. Y
seguramente algo tiene que aprender de ella.
La derecha (el neoliberalismo, el empresismo), sabe muy bien para que educa. Quiere una educación
segmentada, que forme emprendedores, gerentes y trabajadores precarios, y tiene claro cual es el marco
ideológico y organizativo necesario para esto.
¿Para qué quiere educar la izquierda? Para trasmitir conocimientos y hábitos, claro. Pero la derecha
también, solo que se trata de diferentes conocimientos y hábitos. ¿La idea es formar buenas personas,
pensadores críticos, militantes, trabajadores, ciudadanos? A veces pensamos que es lo mismo, pero son
cosas muy distintas, y de esta discusión (aunque no tenga que llegar a una conclusión evidente) pueden
surgir líneas estratégicas.
En algún momento va a ser necesario pasar de la resistencia a la contraofensiva, a pesar de tener
recursos inferiores. ¿Qué podemos hacer para complicarle un poco la vida a Eduy21? ¿Y a la Cámara de
Comercio y Servicios? ¿Y a los think tanks neoliberales? ¿Y a los espacios intelectuales donde se produce
y reproduce su ideología?
Podría pensarse, por ejemplo, ver como responder al extraño uso de la laicidad de la derecha. Quizás
podría pensarse en atacar al emprendedurismo como violación de la laicidad. Al final, prescribe en las
instituciones educativas una forma de vida profundamente ideológica. Quizás después de la separación
entre la iglesia y el estado tendríamos que pensar en la separación de la empresa y el estado.
Claro que el estado no puede ser el centro ni el principio de una estrategia para responder al
neoliberalismo, en la educación o en general. Porque eso implicaría, o bien postergar cualquier acción
hasta eventaules victorias electorales, o bien someterse a la rigidez de la burocracia antes de lograr
desarrollar un proyecto o una forma de hacer las cosas. Pero seguramente, aún desde afuera, sea
necesario pensar una estrategia sobre como intervenir en las instituciones estatales que no sea ingenua.
No creo que necesariamente haya que deconstruir o reutilizar al emprendedurismo, pero quizás haya
que hacer algo del orden de “dar vuelta” algunas de sus intuiciones, crear laboratorios de acción que
prueben algunas de sus técnicas, intentar cooptar a algunos de sus cuadros para que intenenten aplicar
en otros contextos algunas de sus formas de hacer.
Los neoliberales entienden que esto es una cuestión de contenidos, pero sobre todo de formas. Lo que
necesitan, más que la repetición de las biblias de la autoayuda emprendedora, es que la gente
efectivamente se comporte como emprededor (como empresario, digamoslo de una vez), y para lograr
eso es necesario reformar a las instituciones para que empujen a la gente en esa dirección. Una vez que
la gente viva según su forma de vida, su ideología se va a vender sola, porque va a hacer sentido con la
experiencia vivida de las personas. Incluso, los sujetos la van a “deducir” espontáneamente.
La izquierda no tiene y no va a tener en el corto plazo los recursos para hacer esto. Y ciertamente estas
páginas no son una receta completa, sino una serie de impresiones e intuiciones de caminos que
podrían organizar una respuesta a la ofensiva neoliberal sobre la educación (y en general). Hay un gran
campo de pensamiento de izquierda que está intentando entrar en estas cuestiones, desde marxistas
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post-socialdemócratas como Erik Ollin Wright hasta posmodernos de diferentes pelos. Necesitamos
darle importancia al pensamiento vital, organizacional, estratégico e institucional. Necesitamos pensar
y experimentar sobre formas de vida que puedan generar otro tipo de círculos virtuosos de
retroalimentación de potencias. Una buena pregunta a hacer es: ¿Qué formas de vida deseamos, y que
instituciones pueden promoverlas y protegerlas? Esa es precisamente la pregunta que se hicieron los
neoliberales hace ya unas cuantas décadas, y que en otra época la izquierda se hacía con menos culpa.
***
El dom., 12 may. 2019 a las 3:36, Agustín Cano escribió:
Uri Eisenzweig dice que los propios fundamentos del orden social moderno no se habrían podido
establecer “sin la compañía del espectro de su propia negación”. Allí hay una dialéctica que podría
sobredeterminar en buena forma una salida no dilemática al problema de la bifurcación entre la crítica
inmanente al managment para la apropiación y re-utilización de sus tecnologías, o bien el desarme,
interrupción, desacople de los dispositivos neoliberales que hacen funcionar a su favor la potencia
humana. El primer movimiento es, además, el que ha hecho y hace todo el tiempo el neoliberalismo.
Basta analizar el glosario de la Nueva Gestión Pública o el abc del neoliberalismo pedagógico: no sólo
procuran instalar en la esfera pública y en el conjunto de las relaciones humanas los términos del
pensamiento empresarial (competencias, eficiencia, recursos humanos, gobernanza, etcétera) sino que
también buscan resignificar aquellos que pertenecían a discursos opuestos (como autonomía,
pensamiento crítico, participación). Si aún no se ha escrito el parte de caídos en esta batalla semántica,
es porque la batalla no termina nunca.
Con todo, parece claro que el cuadro general nos tiene fijados en una posición de resistencia, negación,
conservación, mientras que el neoliberalismo pedagógico (incluso en su expresión más reaccionaria en
alianza con el conservadurismo, como señalas en el ejemplo de Brasil) se presenta siempre desde una
posición de mesianismo reformista tecnocrático. Basta advertir hasta qué punto la ofensiva
multimediática y política de Eduy21 ha logrado instalar la idea de que sólo existen dos opciones: aplicar
su programa o “que todo siga como está”. Pero sucede que oponernos a la reforma que subsume a la
educación a los requerimientos del capitalismo toyotista o tipo Silicon Valley o modelo Uber, no tiene
porqué llevarnos a defender la forma escolar heredada del capitalismo fordista. En ese atolladero
estamos, no sólo aquí, sino en todas partes (Mark Fisher analiza el caso francés y llama “los
inmovilizadores” a esta posición de mera resistencia y negación de las propuestas de modernización
neoliberal de la educación, contracara testimonial del triunfo del “realismo capitalista”).
Aún así, no todo es inmovilización. Así por ejemplo, cuando los movimientos sociales, la extensión
universitaria o la educación popular redefinen y reutilizan las metodologías y técnicas de diseño,
monitoreo, evaluación o sistematización de proyectos sociales, hacen un ejercicio de reapropiación.
Como existen también búsquedas de conectar con los referentes empíricos a los que alude la noción de
competencias, pero desde un sentido y (sobre todo) un horizonte diferente, como la noción de “saberes
socialmente productivos” realizada por el programa de Alternativas Pedagógicas y Prospectiva Educativa
de América Latina. O el caso de los sectores universitarios que en diferentes lugares del mundo se
empiezan a organizar contra el perverso sistema del productivismo académico controlado (y explotado)
por lo que Philip Altbach llama la “OPEP del conocimiento”, proponiendo otros modos de creación,
evaluación y divulgación de la investigación científica. Y en el terreno de las acciones, muchas
experiencias surgidas del seno de la responsabilidad social universitaria (aplicación universitaria de la
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responsabilidad social empresarial) derivan en proyectos muy interesantes que despliegan energías
solidarias. En decir: hay muchos ejemplos de reapropiación-resignificación en los movimientos y en la
academia crítica. La pregunta entonces sería: ¿qué les falta para ser más fuertes? ¿Se fortalecerían si
indagaran más en las tecnologías y secretos de la potencia empresarial?
Seguramente sí, por todas las razones que decís. Pero el problema de fondo creo que es el de la
articulación de las partes en una totalidad abierta. La posibilidad de construcción de un nuevo universal
que no subsuma los particulares sino que los expanda y potencie. El problema para esto es que falta un
relato aglutinador ligado a un horizonte utópico. Y ese relato precisa todavía ser zurcido en su
multiplicidad y en su síntesis (nuestra síntesis es aún, y sobre todo ahora que “nos une el espanto”, la de
la resistencia). Todo esto es fácil de decir, pero como tarea es un camino que se hunde en la neblina.
Como sea, coincido contigo en la urgencia política de una contraofensiva que nos saque de la
melancolía, y no supongo que esa contraofensiva será organizada por personas previamente
concientizadas por las humanidades anti-utilitaristas (más bien prefiero la formulación foucaultiana
del pensamiento como multiplicador de la práctica y ésta como intensificadora del pensamiento).
Pero tampoco creo que haya un atajo tecnológico, por más que la tecnología module nuestra experiencia
en la actualidad. Tu pregunta – ¿qué forma de vida queremos vivir? – es la pregunta política que la
fórmula “educación y emprendedurismo” (como núcleo duro ideológico del sentido común neoliberal)
excluye del campo de lo representable. Todo el asunto remite al problema que advirtió Adorno en “La
educación después de Auschwitz”: “los fines – una vida humana digna – han sido velados y expulsados
de la conciencia de los hombres”, que cegados por “el velo tecnológico” no pueden ver que “la máquina es
una prolongación del brazo humano”, un medio, no un fin. Plantear lapregunta sobre “qué vida
queremos vivir” implica correr el velo, para abrir la posibilidad de otra cosa. La izquierda educa para
emancipar.
***
El dom., 12 may. 2019 a las 19:47, Gabriel Delacoste escribió:
El final de tu correo da una respuesta que solo puedo responder con acuerdo y entusiasmo. La actividad
de la docencia y la investigación tienen, cuando conectan con un otro, un sentido emancipatorio. Ahí
hay una idea de potencia. Pero eso no es el final del asunto sino el principio. Si algo tenemos que
aprender de los neoliberales es que llenaron de contenido las ideas generales que los orientaron, y
hicieron esfuerzos por adaptarlas a cada contexto con gran flexibilidad.
Es muy importante también que menciones algunas de las muchas iniciativas que de una manera u
otra responden al avance neoliberal. Hay muchas más, en todos los niveles. Desde las heterodoxias en
las altas esferas académicas e internacionales, hasta las disidencias que en los partidos de izquierda
desconfían de los tecnócratas “reformistas”, hasta los docentes que no se dejan disciplinar, hasta los
estudiantes, los funcionarios y muchos más que han logrado enlentecer el avance neoliberal mucho
más que en otros países, y defender lo que vale la pena defender, y crear discursos críticos y
alternativos. Lejos está mi intención que decir que esas cosas no existen. Y si no hablamos más de ellos
es porque están invisibilizados e incluso estigmatizados por los aparatos propagandísticos neoliberalesempresistas. Porque si eficiencia es ser un emprendedor, la diferencia ya no es pensada como
disidencia, sino como pereza o desidia.
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El problema es como convertir esas disidencias, resistencias, críticas y prácticas contrahegemónicas en
una contraofensiva plural y descentralizada con sentido estratégico capaz de desplazar al empresismo,
su aparato y su micropolítica.
No estoy diciendo que la forma de hacerlo sea sencillamente aplicar las ciencias empresariales a
nuestra acción. Eso sería caer en el mismo error que los tecnócratas confundidos que asumieron el
discurso neoliberal y empresista porque les prometía eficiencia. Pero si en este texto parto del
pensamiento metodológico de que una de las maneras de pensar como actuar es mirar que está
haciendo nuestro adversario para desde allí disparar el pensamiento. Más allá de mis impresiones, creo
que sería muy útil la creación de líneas de investigación y divulgación en este sentido, que les pongan la
lupa encima a ellos de la misma manera que ellos se la ponen, por ejemplo, a los docentes y sus
organizaciones.
Pero eso le pertenece a la acción. Y acción va a haber porque este problema no se va a ir a ningún lado.
* Gabriel Delacoste es politólogo e integrante del Colectivo Entre (http://entre.uy/).
** Agustín Cano es docente de la Universidad de la República e integrante del Consejo Editor de
Hemisferio Izquierdo.
Etiquetas: Trabajo Educación
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