La Flor azul es un símbolo central del romanticismo.
Representa el anhelo, el amor y el afán metafísico por lo infinito.
Plantas que florecen en Europa central y producen flores azules, como el aciano y la achicoria común son
consideradas como la realmente existente "Flor azul".
Como símbolo de lo inalcanzable se usa en particular la rosa azul, que hasta el día de hoy no ha podido ser
creada.
Origen del símbolo:
El poeta alemán Novalis, inspirado por una pintura de su amigo Friedrich Schwedenstein, fue el primero en
usar este símbolo en su novela Heinrich von Ofterdingen. Luego de un encuentro con un extraño, el joven
Heinrich, homónimo de la novela, sueña que camina por un paraje extraño y entra en una cueva que contiene
una brillante flor azul, rodeada de cientos de flores de diversos colores. Heinrich solo tiene ojos para la
flor azul, la cual él contempla lleno de ternura.
En la flor azul no solamente se unen la naturaleza, el hombre y el espíritu humano; simboliza además el afán
por el conocimiento de la naturaleza y consecuentemente, de uno mismo. (Ref. Taringa. Flor azul)
Llegan algunas veces a este Cuartel General cartas de descorazonamiento
procedentes de individuos que se ven afligidos por su conciencia, a causa de
no sentirse capaces de vivir conforme a sus altos ideales y se figuran que sería
más decente abandonar la doctrina y vivir como los que no han hecho
profesión de fe alguna. Afirman que mientras leen, estudian o escuchan en el
templo pasajes que les exhortan a amar a sus enemigos, a bendecirles por sus
maldiciones de sí mismos, están de acuerdo, en alma y corazón, con estos
sentimientos y dispuestos a seguir y cumplir alegremente estos preceptos;
pero al hallarse frente a tales condiciones en el mundo no pueden amoldarse
al mandamiento bíblico y se consideran, por consiguiente, como hipócritas. Si
el hombre fuera un todo homogéneo, si el espíritu, el alma y el cuerpo fuesen
uno e indivisible, cierto que tales individuos serian hipócritas. Pero el espíritu,
el alma y el cuerpo no forman un todo único y esto lo descubrimos el mismo
primer día en que pretendemos pisar el camino de la vida superior. En este
hecho radica la solución del problema. Existen en cada uno de nosotros dos
naturalezas distintas. En los días de nuestra existencia sin aspiraciones la
naturaleza espiritual superior permanece dormida y él yo personal mundano
es señor indiscutido de nuestras acciones. La paz y la serenidad están entonces
con nosotros. Pero así que despierta la naturaleza espiritual comienza la
guerra. A medida que ganamos en espiritualidad, la batalla se intensifica hasta
que con el tiempo la personalidad sucumbe y entonces se obtiene una paz que
sobrepasa todo lo imaginable. Pero entre tanto sufrimos la condición de que
se quejan algunos estudiantes (igual que Pablo, Fausto y todas las demás almas
aspirantes) de ser fácil querer, pero que no se hace el bien que quisiéramos y
hacemos el mal que no debiéramos hacer EI que esto escribe ha
experimentado, y la siente más agudamente cada día de su vida, esta
discrepancia entre sus enseñanzas y sus propias acciones. Una parte de su ser
aspira, con un ardor casi doloroso en su intensidad, a todas las cosas más
nobles y más elevadas, al par que, de otra parte, una fuerte personalidad,
excesivamente difícil de domeñar, le es un manantial de constante pesar. Pero
cree que no pretendiendo pasar por "santo", admitiendo con toda honestidad
sus defectos y sufriendo un sincero dolor por ellos, y usando en todas sus
exhortaciones la palabras "nosotros", no defrauda a nadie y no es un hipócrita.
Todo cuanto yo digo me lo aplico a mí mismo primeramente y de modo
particular, y, aun sin éxito, me esfuerzo en seguir las enseñanzas Rosacruces.
Creemos, pues, que esta aclaración satisfará a cada uno de nuestros
estudiantes que se sienta turbado a semejanza de los amigos que han
inspirado esta carta. Además, ¿qué otra cosa podemos hacer sino seguir
adelante? Una vez que hemos despertado a la naturaleza superior, no se la
puede silenciar permanentemente a riesgo de sufrir el dolor del
remordimiento si el esfuerzo es abandonado. Más de una vez hemos
observado y llamado la atención sobre la manera de cómo un marino conduce
su navío a través de la inmensidad del mar guiándose por una estrella. Nunca
llegará a alcanzarla, pero, no obstante, le conduce con seguridad y a través de
los bajos rocosos hasta el puerto deseado. Parecidamente, si es cierto que
nuestros ideales son tan elevados que nos parece imposible alcanzarlos en
esta vida, recordemos que disponemos de tiempo sin límite alguno y que lo
que no podamos realizar en este día de la vida lo lograremos mañana o pasado.
Sigamos el ejemplo de Pablo y, por una paciente persistencia en hacer el bien,
continuemos persiguiendo la gloria espiritual, el honor y la inmortalidad.
CARTA Nº 69
Max Heindel
Agosto de 1916