LA CRISIS DEL LIBERALISMO Y LA RESPUESTA DE LA SOCIALDEMOCRACIA
Francisco Javier del Amo Martínez
Universidad Autónoma de Madrid
[email protected]
Asignatura: Historia Económica de Occidente (ss. XV-XXI). Grupo 810
Prof.: Jesús de Felipe Redondo
Contenido del trabajo
INTRODUCCIÓN. 1
ANÁLISIS. 2
1. El cuestionamiento del sistema liberal. 2
2. La respuesta socialdemócrata. 5
3. Una nueva situación: la crisis de lo social. 10
CONCLUSIONES. 13
BIBLIOGRAFÍA. 14
INTRODUCCIÓN
He elegido este tema de trabajo debido a mi interés personal por la crisis que está viviendo actualmente la Socialdemocracia aunque, paradójicamente, a pesar de que nadie niega la crisis socialdemócrata, una gran parte de dirigentes políticos, al menos en España, pretenden ser identificados con esta orientación política. Así mismo, mi interés está dirigido a comprender algo mejor el mundo en el que vivo, aunque tampoco he tenido el objetivo ni la expectativa de alcanzar una respuesta, sino que he pretendido adquirir algo más de información, conocimiento y espíritu crítico a partir de las lecturas consultadas para la elaboración de este trabajo.
Para comprender la crisis de cualquier elemento es necesario ver su evolución para adoptar así una visión en perspectiva que pueda permitir un cierto distanciamiento mediante el cual puede valorarse mejor el proceso y la situación actual de dicho elemento. Es por ello que me acerco a la elaboración de este trabajo con el objetivo de obtener una mayor información acerca de cómo surge la socialdemocracia, por qué, cuáles son los principios que la fundamentan y cómo ha llegado a la situación actual.
Ante estas premisas he decidido organizar la estructura de la parte analítica del trabajo en tres puntos fundamentales. En primer lugar procederemos a explicar el cuestionamiento del sistema liberal, sobre todo a partir de la obra de Karl Polanyi, para así extraer las críticas que se profesan hacia este sistema. A continuación expondremos la respuesta que da el socialismo democrático como alternativa al liberalismo analizando la relación de la socialdemocracia con el marxismo y el propio liberalismo. En tercer lugar analizaremos la llamada “crisis de lo social” y cómo ha afectado la misma al discurso socialdemócrata.
A lo largo de las lecturas me han ido surgiendo otras preguntas, pero especialmente destacaría la que me ha despertado Polanyi y es ¿cómo no hemos podido aún superar este modelo a pesar de ser conscientes de las desigualdades e injusticias que entraña?
ANÁLISIS
El cuestionamiento del sistema liberal
Tras la Gran Depresión se hicieron aún más evidentes los fallos del mercado y fue entonces cuando algunos economistas comenzaron a defender la intervención estatal en la economía de manera más directa. Sin embargo, los fallos del sistema de economía de mercado liberal ya estaban siendo advertidos desde la segunda mitad del s. XIX.
COMÍN, F. (2011), “La desintegración de la economía mundial y la gran depresión” en Historia económica mundial, Alianza Editorial, Madrid, pp. 544-545. Una de estas críticas de mediados del XIX fue la postura que adoptó el socialismo comunitarista consistente en construir una sociedad, dentro de la sociedad, de productores directos cooperando como consumidores. No obstante, la sociedad se había dotado de instituciones surgidas tras las revoluciones burguesas y se exigían otras respuestas políticas
PRZEWORSKI, A. (1988), “La socialdemocracia como fenómeno histórico” en Capitalismo y socialdemocracia, Alianza Editorial, Madrid, pp. 17-18., que veremos más adelante.
Volviendo a la crítica al sistema liberal es necesario destacar la paradoja que refleja Karl Polanyi en su obra y es que el libre mercado necesita de la intervención estatal para existir y es esta crítica en la que me voy a basar para establecer los fallos y contradicciones del sistema económico liberal.
En primer lugar debemos comenzar definiendo qué es un mercado. La definición que aporta Polanyi es la de un lugar en el que se realizan actividades con fines de compraventa
POLANYI, K. (1989), “La evolución del modelo de mercado” en La gran transformación. Crítica al liberalismo económico, Ediciones La Piqueta, Madrid, p. 103.. Por su parte, un sistema de economía de mercado es aquel “regido, regulado y orientado únicamente por los mercados” entrando en juego la autorregulación como medio para distribuir los bienes
POLANYI, K. (1989), “El mercado autorregulador y las mercancías ficticias: trabajo, tierra y dinero” en La gran transformación. Crítica al liberalismo económico, Ediciones La Piqueta, Madrid, p. 122.. En ese sentido, todos los mercados son autorreguladores porque todo mercado tiende a producir aquello que se pueda vender
POLANYI, K. (1989), “La autorregulación en entredicho” en La gran transformación. Crítica al liberalismo económico, Ediciones La Piqueta, Madrid, p. 321, sin embargo, la diferencia radica en que un sistema de mercado autorregulador es un conjunto de mercados en los cuales se compran y venden los factores de producción –tierra, trabajo y capital- distribuyéndose y vendiéndose únicamente en función de los precios sin la intervención de ninguna medida política en estos mercados que tienden a convertirse en un mercado único
POLANYI, K. (1989), La gran transformación. Crítica al liberalismo económico, Ediciones La Piqueta, Madrid, pp. 122-127; p. 321..
Es aquí donde entra en juego uno de los primeros y principales conflictos: que es el mercado libre el elemento único que decide el futuro del medio ambiente, de las condiciones laborales y la distribución de la riqueza lo cual conduce, para Polanyi, a la destrucción de la sociedad.
POLANYI, K. (1989), “El mercado autorregulador y las mercancías ficticias: trabajo, tierra y dinero” en La gran transformación. Crítica al liberalismo económico, Ediciones La Piqueta, Madrid, pp. 128-129.
Así pues, el sistema liberal se basa en tres pilares fundamentales: el mercado de trabajo, el patrón-oro y el librecambio.
POLANYI, K. (1989), “Nacimiento del credo liberal” en La gran transformación. Crítica al liberalismo económico, Ediciones La Piqueta, Madrid, p. 224. Respecto al mercado de trabajo hay que señalar que la institucionalización de este mercado trajo consigo la supresión de la sociedad orgánica dando lugar a las relaciones contractuales que, según el pensamiento liberal, apartan al hombre de la sumisión de las relaciones orgánicas (parentesco, creencias, vecindad, etc.). El ejemplo más palpable es el de las sociedades colonizadas ya que, mediante el sistema de explotación colonial al indígena solo le quedaba vender su fuerza de trabajo para sobrevivir o evitar castigos físicos.
POLANYI, K. (1989), “El mercado y el hombre” en La gran transformación. Crítica al liberalismo económico, Ediciones La Piqueta, Madrid, pp. 268-270.
En ese sentido, durante la Revolución Industrial con el sistema de Speenhamland –abolido con la Reforma Bill de 1834- se entendiese como bienestar la etapa anterior y como emancipación la vuelta al mundo rural siendo la mirada al pasado un componente del movimiento oweniano hasta mediados del XIX, que con la entrada de la Ley de las diez horas, el eclipse del cartismo y la edad de oro del capitalismo se eliminó de raíz la visión del pasado.
Ibídem, pp. 269-273.
Estos dos movimientos citados, el owenismo y el cartismo, aunaron un gran número de personas de diferente condición social, lo cual puso de manifiesto la necesidad de la sociedad de protegerse del mercado.
Ibídem, p. 273. El movimiento owenista es considerado por Polanyi como “el comienzo del moderno movimiento sindical”
Ibídem, p. 275. y consistió en una respuesta a la aparición de la fábrica y las máquinas que se basaba en la cooperación para sortear los problemas de la sociedad industrial. El pensamiento fundamental del movimiento owenista no era la enemistad con las máquinas, si no que el hombre debía continuar siendo libre individualmente y ser su propio patrón sin someterse a las máquinas que trajo consigo la Revolución Industrial.
Ibídem, pp. 273-276.
Por su parte, el movimiento cartista consistió en la reivindicación de un sufragio popular efectivo, aunque fracasó, al igual que el movimiento owenista. El cartismo se vio impulsado por las revueltas de 1848 iniciadas en París, sin embargo perdió fuerza debido al inicio de un momento de crecimiento del comercio que conllevó un aumento del empleo.
Ibídem, pp. 280-282.
Retomando la protección social hay que destacar como una institución fundamental a los sindicatos, que, conjunto a las leyes sociales, las leyes sobre las fábricas y los seguros de desempleo, deben de intervenir en el mercado para lograr retribuciones más justas y acordes a la productividad. Sin embargo, hay ocasiones en las que estas instituciones fracasan y el trabajo es tratado como una mercancía más arrebatándole su carácter humano.
Ibídem, pp. 286-287.
Como hemos mencionado anteriormente, los otros dos pilares que conforman la base del modelo liberal son el patrón-oro y el librecambio y ambos están relacionados con la moneda. La moneda es un elemento fundamental de la política económica y en la puesta en práctica de la política económica encontraremos la contradicción de la necesidad de intervención estatal en la economía para garantizar el libre mercado.
El modelo de los economistas liberales era –y sigue siendo-, el estadounidense. En los Estados Unidos los factores productivos se negociaban de manera absolutamente libre, sin ninguna protección social. Hasta la Primera Guerra Mundial la mano de obra poco cualificada circulaba libremente, se disponía de reservas de tierra, de trabajo y de dinero. Sin embargo, en un momento dado no se podía acudir a los inmigrantes para obtener mano de obra poco cualificada, no había posibilidad de asentarse libremente en la tierra escaseando los recursos naturales y se introdujo el patrón-oro para separar al dinero de la política y ligar los comercios nacional e internacional.
POLANYI, K. (1989), “La autorregulación en entredicho” en La gran transformación. Crítica al liberalismo económico, Ediciones La Piqueta, Madrid, pp. 322-323.
Se iniciaron así medidas proteccionistas imponiéndose en primer lugar el proteccionismo económico creándose la Reserva Federal para lidiar con las exigencias del patrón-oro y las regionales. La protección de la tierra y el trabajo se inició tras la crisis de 1929 con el New Deal quedando patente la necesidad de medidas de protección social en un sistema de mercado autorregulador.
Ibídem, p. 323.
El proteccionismo está dirigido a tres sectores: la tierra, el trabajo y el dinero. La diferencia entre los tres es que la tierra y el trabajo afectan a sectores concretos y el dinero afecta a todos los órdenes, de ahí la gran importancia de la política económica y el sistema monetario para dirigir una nación en un sentido u otro.
Ibídem, p. 325. En el plano internacional la relevancia del sistema monetario se incrementaba. Este incremento de la importancia del sistema monetario a nivel internacional se debe, paradójicamente, a la intervención estatal y es que, a más obstáculos a la libre circulación de bienes y personas a través de las fronteras, mayor es la necesidad de garantizar eficazmente la libertad de pago.
Ibídem, pp. 327-328.
Toda esta exposición acerca del proteccionismo viene a colación de la tesis principal defendida por Polanyi consistente en la necesidad de la intervención estatal en la economía para garantizar el libre mercado.
Se establecieron así diferentes instituciones relacionadas con el sistema monetario internacional y se realizaron diferentes reglamentos sobre esta materia como los métodos para contraer obligaciones, derechos de los extranjeros, la domiciliación de las letras de cambio o estatutos de la banca de emisión, de los poseedores de bonos extranjeros, etc. Todo esto conformaba un acuerdo sobre el uso de la moneda, los reglamentos postales y las prácticas de bolsa y banca. Así pues, mientras el comercio de bienes y servicios se contraía, el negocio bancario con operaciones internacionales y el mecanismo monetario internacional se consolidaban.
Ibídem, pp. 328-329. Es esta generalización e institucionalización de un sistema financiero, junto con las intervenciones estadounidenses en Europa tras el periodo de guerras, el germen de lo que se ha venido a denominar como “capitalismo financiero”. Un capitalismo diferente del basado en el modelo de la Revolución Industrial y cuyas consecuencias estamos viviendo a día de hoy.
El fracaso del patrón-oro y el librecambio no se debió al intervencionismo, es más, la institucionalización del patrón-oro es el factor que aceleró la implantación de instituciones proteccionistas y, a mayor beneficio de los cambios fijos, mejor se recibían las políticas intervencionistas. Por lo tanto, lo que sostenía a la moneda en el exterior era, además de las tarifas aduaneras y las leyes sobre fábricas, la política colonial. Es más, allí donde se aplicó el librecambismo se obtuvo como resultado el sufrimiento y la indefensión como es el caso de los países semi-coloniales.
POLANYI, K. (1989), “Tensiones de ruptura” en La gran transformación. Crítica al liberalismo económico, Ediciones La Piqueta, Madrid, pp. 340-341. La imposición del librecambio la fomentaron los liberales de los países más industrializados –primero Inglaterra y después Alemania y Estados Unidos- ya que les favorecía en la medida en que producían de forma más competitiva que el resto de países. Inglaterra abogó por el librecambio debido a que su industria y su Estado fiscal le situaban como potencia económica y militar que supusieron la base de una política imperialista que copiaron otros países occidentales.
COMÍN, F. (2011), “La primera globalización, la segunda industrialización y la gran divergencia (1870-1914)” en Historia económica mundial, Alianza Editorial, Madrid, pp. 414-415.
El principal objetivo de esta política era que las regiones colonizadas no alcanzasen el nivel de desarrollo tecnológico que tenían las metrópolis y para ello los europeos firmaron tratados comerciales entre sí y con países colonizados en desigualdad de condiciones e imponiéndoles el librecambio beneficioso para Europa. La excepción fue Estados Unidos, que mantuvo altas sus barreras arancelarias en este periodo de generalización del librecambio, que fue fundamental para su posterior ascenso a la cabeza del sistema económico mundial.
Ibídem, pp. 415-416.
Para finalizar este punto y enlazar con el siguiente me gustaría recurrir a Marx, el cual da una gran importancia al imperialismo para explicar el mundo en el que se desenvuelve. Marx habla en su Manifiesto del Partido Comunista de un sistema de sumisiones: el campo lo está a la ciudad; los países menos industrializados a los más industrializados, y Oriente a Occidente.
MARX, K. (1848), Manifiesto del Partido Comunista, Edita Fundación de Investigaciones Marxistas, p. 56. He utilizado esta idea del Manifiesto del Partido Comunista para enlazar con el siguiente punto ya que la base de la socialdemocracia se encuentra en el marxismo aunque, como veremos a continuación, los partidos socialdemócratas acaben renunciando a él como instrumento práctico.
La respuesta socialdemócrata
- El reformismo.
Uno de los conceptos más ligados al de socialdemocracia es el de reformismo, que se contrapone a la revolución, término al que se renuncia conjunto a la lucha de clases y el de dictadura del proletariado al dejar de considerar al marxismo como un elemento de práctica política. Esta llegada al reformismo puede explicarse desde el punto de vista de la estrategia electoral.
Los partidos obreros no contemplaban como una opción el abstencionismo político,
PRZEWORSKI, A. (1988), “La socialdemocracia como fenómeno histórico” en Capitalismo y socialdemocracia, Alianza Editorial, Madrid, p. 22. por lo que era necesario participar del juego electoral y la participación en las instituciones, es decir, que los partidos socialistas debían de asumir principios del modelo liberal como la representación.
Ibídem, pp. 24-25. Se cae así en un “aburguesamiento”, pero hay que tener en cuenta que los partidos revolucionarios, como afirman autores como Hobsbauwm, carecen de condiciones que les permitan actuar de manera revolucionario. El dilema se agudizó cuando además se adopta la democracia parlamentaria típica de la sociedad burguesa como un componente básico del pensamiento y de la futura sociedad socialista convirtiéndose la democracia parlamentaria en un fin además de un medio.
Ibídem, p. 26.
Así pues, otro dilema fue el de optar a ganar un proceso electoral democrático ya que, aunque el proletariado debía ser la fuerza principal de sustento y la que empujase a la sociedad al socialismo, no era mayoritario entre los votantes de ninguna sociedad.
Ibídem, p. 34. Es por eso que los partidos socialistas debían de atraer a otros sectores sociales para poder ganar las elecciones que les permitieran gobernar e impulsar su programa político.
Ibídem, pp. 35-36.
Así mismo, los partidos socialdemócratas dejaron de dirigirse únicamente a los obreros y tras la guerra comenzaron a hablar hacia una clase media entendida ampliamente, aunque esta decisión también va más allá de lo puramente electoral debido al cambio de estructura social tras la guerra. Los socialdemócratas se erigen como partidos de “masas” y al dirigirse a esas masas se debilita el concepto de clase como algo determinante en la conducta política individual afectando esto no solo a las relaciones entre las diferentes clases sociales sino, sobre todo, a las relaciones dentro de la clase trabajadora.
Ibídem, pp. 37-39.
Por lo tanto, los socialdemócratas se enfrentaban al desafío de seguir representando a la clase trabajadora y, a la vez, aspirar a una representación de más sectores sociales. Para tal objetivo debían de buscar intereses comunes de estos diferentes grupos sociales. Es por tanto, que los partidos socialistas no pueden dejar de ser partidos obreros, pero tampoco pueden ser exclusivamente obreros.
Ibídem, pp. 39-41.
Con todo lo expuesto anteriormente se entiende que los socialdemócratas apostasen por realizar cambios graduales –reformas- impulsados desde las instituciones para ir modificando poco a poco las estructuras capitalistas. Sin embargo, esta apuesta por las reformas no les alejaba del objetivo final, la sociedad socialista, la cual consideraban inevitable al igual que el derrumbamiento del capitalismo.
Ibídem, pp. 42-43. No obstante, los socialdemócratas no tuvieron en cuenta un factor de gran relevancia respecto a estas reformas y es que estas modificaciones no son, como estamos viendo a día de hoy, inamovibles, es más pueden destruirse.
Sin embargo, los socialistas no fueron los únicos que apostaron por un programa de reformas, sino que más bien fueron ellos los que se insertaron en la corriente del reformismo social.
El reformismo social se puede definir como un movimiento político e ideológico que tiene sus orígenes a finales del s. XIX y que es la base sobre la que se promovieron las reformas sociales del s. XX.
CAREBRA, M.Á. (2003), “El reformismo social en España (1870-1900)” en La ciudadanía social en España. Los orígenes históricos, Ediciones Universidad de Cantabria, Santander, p. 23. En la obra que coordina Cabrera (2013) encontramos una visión contrapuesta a la que tradicionalmente se ha transmitido y transmite acerca del reformismo social, principalmente en el primer y tercer capítulos. La idea principal que se extrae es que las reformas sociales que se impulsaron a principios del s. XX no son consecuencia de la presión de los sindicatos y los obreros sobre el Estado, es más, en muchas ocasiones los intereses que defendían los sindicatos eran contrarios a las reformas que se impulsaban desde el gobierno. Aunque en algunas ocasiones los intereses defendidos por los sindicatos, o al menos parte de ellos, estuviesen reflejados en las leyes reformistas, estas se impulsaban con el objetivo de acallar la conflictividad social impulsada por los sindicatos.
FELIPE, J. de (2013), “Movimiento obrero, intervención estatal y ascenso de lo social (1840-1923)” en La ciudadanía social en España. Los orígenes históricos, CABRERA, M.Á. (coord.), Ediciones Universidad de Cantabria, Santander, pp. 117-122.
Sin embargo, también he observado posturas que podríamos calificar como más optimistas respecto al reformismo social, como la que plasma Eley (2003). Así pues, tras la Segunda Guerra Mundial los sindicatos se integran en la vida pública participando a partir de mecanismos como la negociación colectiva y se presenta un claro avance en derechos y libertades.
El orden social de la postguerra pasó de los ideales liberales de 1789, que consideraba los derechos políticos como una garantía suficiente de libertad, a un modelo socialdemócrata con la inclusión de los derechos sociales en la esfera socioeconómica.
ELEY, G. (2003), “Conclusión. Estalinismo, capitalismo social y guerra fría, 1945-1956” en Un mundo que ganar. Historia de la izquierda en Europa. 1850-2000, Editorial Crítica, Barcelona, p. 311.
En este punto me gustaría hablar brevemente del caso español y la relación que mantendrán en nuestro país reformismo y socialismo. En el caso español el peso del sindicalismo fue menor que en el resto de Europa, y aunque fueron creciendo y realizando acciones conflictivas, su capacidad de presión sobre el Gobierno era muy limitada.
FELIPE, J. de (2013), “Movimiento obrero, intervención estatal y ascenso de lo social (1840-1923)” en La ciudadanía social en España. Los orígenes históricos, CABRERA, M.Á. (coord.), Ediciones Universidad de Cantabria, Santander, p. 118. Así mismo, la legalización de los sindicatos iría en la línea global de intentar integrar dentro del sistema a los obreros inhibiendo su movimiento de lucha social.
Ibídem, p. 125.
Otro factor característico de España es la escasa presencia del Partido Socialista en las cámaras legislativas a diferencia de Europa, aunque los socialistas españoles participaron activamente en las instituciones
Ibídem, p. 119. en la realización de medidas sociales como la Ley reguladora del contrato de trabajo, la obtención del retiro obrero y de invalidez, la reforma de la Ley de Trabajo de la Mujer y el Niño o la lucha por los seguros de enfermedad y paro.
LLONA, M. (2013), “Los significados de la ciudadanía social para las mujeres trabajadoras en el primer tercio del siglo XX: la vida girada de María Ocharan” en La ciudadanía social en España. Los orígenes históricos, CABRERA, M.Á. (coord.), Ediciones Universidad de Cantabria, Santander, p. 208. A pesar de este apoyo práctico a las tesis del reformismo social, los socialistas criticaban las prácticas reformistas.
LUENGO, F.J. (2004), “Socialismo y “cuestión social” en la España de la Restauración” en Historia Contemporánea nº29, pp. 743-744.
Así mismo también es necesario mencionar que hubo una fractura en el seno del PSOE debido a las diferentes posiciones que tenían diferentes sectores de la organización respecto al reformismo.
Ibídem, p. 747. Se dio paso de esta manera a una nueva línea política dentro del PSOE que abogaba por un evolucionismo que entendía la revolución como un componente complementario defendiéndose el intervencionismo científico, antes criticado.
Ibídem, p. 748-749. La crisis abierta dentro del PSOE no tenía visos de cerrarse prontamente debido al reavivamiento de la misma ante la nueva situación de la dictadura de Primo de Rivera
Ibídem, p. 758., aunque ese sería otro tema.
Así pues, podemos considerar que dentro de la práctica del reformismo social se halla el germen del futuro Estado del Bienestar erigido en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, siendo fundamental el papel de los partidos socialdemócratas, sobre todo los nórdicos, que sirvieron y sirven como referencia al resto de partidos hermanos.
- Ciudadanía social y Estado del Bienestar.
La ciudadanía social es el resultado de la formulación del principio de que los seres humanos poseen una serie de derechos sociales y políticos siendo el conjunto de presupuestos culturales, preceptos legales y dispositivos institucionales quienes garantizan y posibilitan el disfrute de esos derechos.
CABRERA, M.Á. (2013), “Introducción: del reformismo social a la ciudadanía social en España” en La ciudadanía social en España. Los orígenes históricos, Ediciones Universidad de Cantabria, Santander, p. 9.
La ciudadanía social supuso un impulso decisivo. Se argumentaba que para que pudiese practicarse de manera eficaz la democracia era necesario garantizar unos mínimos niveles de vida, los derechos sociales, que supondrían un complemento para los derechos políticos. Entre estos derechos se encuentran: derecho al trabajo, subsidios por desempleo y enfermedad, pensiones para la vejez, la sanidad universal, derecho a una vivienda digna, un salario mínimo, una igualdad de oportunidades basada en la educación, etc.
ELEY, G. (2003), “Conclusión. Estalinismo, capitalismo social y guerra fría, 1945-1956” en Un mundo que ganar. Historia de la izquierda en Europa. 1850-2000, Editorial Crítica, Barcelona, p. 311. que serán los derechos que conformen el denominado Estado del Bienestar.
El auge del Estado del Bienestar en Europa se vio reforzado por la creencia generalizada de que el Estado siempre lo haría mejor que el mercado sin restricciones. Esto en datos se plasmó de la siguiente manera: entre 1950 y 1973 el gasto del gobierno francés pasó de un 27,6% del PIB a un 38,8; en Alemania Occidental pasó del 30,4 al 42%; en Reino Unido del 34,2 al 41,5 y en Holanda del 26,8 al 45,5%. Este incremento del gasto se debió principalmente a la inversión en seguros, pensiones, salud, educación y vivienda.
JUDT, T. (2006), “El momento de la socialdemocracia” en Postguerra. Una historia de Europa desde 1945, Taururs, España, pp. 528-529.
La intervención estatal fue responsable de la mejora de las condiciones de vida de la clase trabajadora y, además, incentivaba el empleo directa e indirectamente creándose un cuerpo de burócratas y funcionarios que trabajan en la oferta de los servicios públicos y sociales. Por tanto podemos definir el modelo de Estado del Bienestar como social, aunque no como socialista.
Ibídem, p. 530.
Conforme avanzamos en la época de postguerra la socialdemocracia se fue despojando de sus raíces marxistas renunciando a la lucha de clases y a la revolución y basaron su sistema en la democracia liberal, la economía mixta, el corporativismo social y el Estado del Bienestar. No obstante, es innegable que las socialdemocracias fuertes fueron adalides del progresismo y el avance social.
ELEY, G. (2003), “Conclusión. Estalinismo, capitalismo social y guerra fría, 1945-1956” en Un mundo que ganar. Historia de la izquierda en Europa. 1850-2000, Editorial Crítica, Barcelona, p. 313.
El apogeo de los partidos socialistas en Europa vino favorecido también por condiciones exteriores como fue el impulso del Plan Marshall. Sin embargo, el impacto del Plan Marshall estaba condicionado por el movimiento obrero en el sentido de que en aquellos lugares donde el movimiento estaba más cercano a los socialdemócratas –Gran Bretaña, Países Bajos y Escandinavia-, el Plan reforzó el modelo socialdemócrata basado en el keynesianismo.
Ibídem, pp. 314-315.
Como hemos mencionado con anterioridad, los socialdemócratas escandinavos supusieron la guía para sus compañeros europeos. Entre 1945 y 1969 todos los gobiernos noruegos, daneses y suecos fueron presididos por socialdemócratas.
JUDT, T. (2006), “El momento de la socialdemocracia” en Postguerra. Una historia de Europa desde 1945, Taururs, España, p. 535.
El Partido Socialdemócrata Obrero Sueco (SAP) puso las bases de la política keynesiana en Europa en los años 30. En 1933 el SAP impulsó un programa de obras públicas y un sostenimiento de los precios agrícolas. Así mismo respecto a reformas sociales incluyó la creación de trabajo y la Comisión de Recursos Humanos, el seguro de desempleo, “Pensiones Populares”, servicios de salud preventiva, otros servicios sociales, subsidios familiares y subsidios para el alquiler. Por otro lado, el SAP abandonó el programa de nacionalizaciones y los programas de planificación en favor de liberar al Estado del Bienestar del espectro de la propiedad estatal en la economía.
ELEY, G. (2003), “Conclusión. Estalinismo, capitalismo social y guerra fría, 1945-1956” en Un mundo que ganar. Historia de la izquierda en Europa. 1850-2000, Editorial Crítica, Barcelona, p. 317.
El componente agrícola que acabamos de mencionar fue muy importante en los países escandinavos ya que los socialdemócratas extendieron su poder de convocatoria en las poblaciones rurales a partir del establecimiento de una alianza entre el trabajo y la agricultura para que ambos entraran en la era urbana. Los pactos de 1930 entre empresarios y trabajadores, y obreros y agricultores fueron la base del Estado del Bienestar en Escandinavia.
JUDT, T. (2006), “El momento de la socialdemocracia” en Postguerra. Una historia de Europa desde 1945, Taururs, España, pp. 534-535.
Sin embargo, encontramos diferencias dentro de los países escandinavos. En Dinamarca encontramos una mayor dependencia que en el resto de países escandinavos del mercado exterior para desarrollar su actividad agrícola. Esto unido a una división de la mano de obra en lealtades de origen gremial hacía que se asemejara más a gran Bretaña que a los otros países escandinavos. Esto implicaba la asunción de medidas políticas como el control de precios y salarios.
Ibídem, p. 535.
Por su parte, Noruega era el país más homogéneo de los nórdicos y el que más implicaciones tenía en la Guerra Fría, de ahí que destinase un porcentaje mucho mayor del presupuesto a Defensa. Además, las poblaciones noruegas dependen en gran medida de la pesca, por lo que el gobierno debe destinar grandes cantidades a fines sociales y comunales.
Ibídem, pp. 535-536.
Por último, decir que Suecia era la sociedad más rica e industrializada de las escandinavas por lo que el programa socialdemócrata consistía en repartir la riqueza y los servicios en pos del bien común.
Ibídem, p. 536. Se implantó así un modelo de redistribución para compensar a los obreros mal pagados que se combinó con un dinamismo industrial modernizador.
ELEY, G. (2003), “Conclusión. Estalinismo, capitalismo social y guerra fría, 1945-1956” en Un mundo que ganar. Historia de la izquierda en Europa. 1850-2000, Editorial Crítica, Barcelona, pp. 317-318.
La socialdemocracia gobernó los años 30 en Escandinavia creando la legitimidad del Estado del Bienestar en el sentido nacional-popular. La base de este Estado del Bienestar fue el universalismo haciendo que los derechos sociales formaran parte de la ciudadanía y no fuesen concesiones tras una comprobación del nivel de ingresos.
Ibídem, p. 317.
Los avances económicos experimentados tras la guerra consolidaron el capitalismo y a mediados de los 60 la socialdemocracia comenzaba a no plantearse destruir el capitalismo y finalmente renunció a las tesis marxistas como método práctico a finales del s. XX.
En España el PSOE renunció a las tesis marxistas en un Congreso Extraordinario en 1979 tras el XXVIII Congreso Ordinario, si bien es cierto que los partidos socialdemócratas europeos habían renunciado al marxismo años antes de hacerlo el PSOE. El Congreso Extraordinario se convocó cuando González presentó la dimisión ante la negativa de los delegados presentes en el Congreso a retirar la palabra marxista de la definición del partido. Finalmente la rama defendida por González se impuso y el PSOE pasó a definirse como un partido “de clase, de masas, democrático y federal”.
API, Resoluciones del Congreso Extraordinario, 1979. No obstante, el PSOE en las resoluciones de su Congreso no quiso limitarse a una mera gestión del capitalismo teniendo como objetivo último el establecimiento del socialismo a través “de una vía democrática basada en la voluntad general y en la lucha de la gran mayoría”.
Ibídem.
Una nueva situación: la crisis de lo social
Antes de exponer qué es la crisis de lo social debemos definir qué es lo social y en qué fundamentos se basa y para ello he recurrido a la obra de Miguel Ángel Cabrera. Atendiendo a lo expuesto por este autor, las ciencias sociales han considerado a la sociedad como una realidad objetiva, lo cual implica que las relaciones socioeconómicas son autónomas y se autorregulan según su propio sistema de funcionamiento interno siendo las acciones intencionadas de los individuos insuficientes para modificar estas relaciones socioeconómicas. Por lo tanto, lo social es una entidad real que trasciende a los individuos y que es diferente de ellos cualitativamente poseyendo los fenómenos sociales en sí mismos lo que los individuos entienden y perciben de ellos.
CABRERA, M.Á. (2003), “La crisis de lo social y su repercusión sobre los estudios históricos” en Memoria y pasado. Revista de Historia Contemporánea, nº2, Edita la Universidad de Alicante, Alicante, p. 6.
Esta teoría social objetivista incluye, además, una visión consistente en el condicionamiento del individuo por su posición social, lo cual influye en su conciencia e identidad que permiten explicar su conducta individual y colectiva.
Ídem. Así pues, esta visión se erige en contraposición a una teoría individualista desbancándola desde finales del s. XIX. La adopción de la teoría social objetivista en las ciencias sociales es un reflejo del ascenso de lo social que se manifestó con la aparición del movimiento obrero, el socialismo, la ciudadanía social o el Estado del Bienestar.
Ibídem, pp. 7-8.
Estos dos últimos términos (ciudadanía social y Estado del Bienestar) conforman los fundamentos de la sociedad contemporánea.
Así pues, definimos, desde un punto de vista científico social, la “crisis de lo social” como el cuestionamiento crítico al que se está sometiendo al supuesto de que la sociedad constituye una estructura objetiva con capacidad de condicionar al individuo.
Ibídem, pp. 8-9. Esta crítica estaría formulada por aquellas personas que consideran una explicación social desde el punto de vista liberal e individualista. Esto a nivel político se traduciría en un cuestionamiento a que el Estado siempre gestionará mejor y más eficientemente la materia económica que el capital privado y, por tanto, hay que liberar a la sociedad de las trabas que impone el Estado con el objetivo de tener una mayor libertad.
Esta situación hay que situarla en un contexto histórico en el cual, durante los años 70 se produjo una crisis económica provocada, entre otros factores, por la crisis del petróleo de 1973
ELEY, G. (2003), “El centro y los márgenes” en Un mundo que ganar. Historia de la izquierda en Europa. 1850-2000, Editorial Crítica, Barcelona, p. 476., que provocó la vuelta a la adopción de medidas liberales, además de un cambio en la estructura social reduciéndose el porcentaje de la clase obrera industrial con porcentajes como los de Gran Bretaña, cuyo proletariado industrial bajó del 32,4% al 18,9 entre 1970 y 1993; en Italia, que aún estaba industrializándose, paso del 31,1 al 19,8%.
ELEY, G. (2003), “Clase y política laborista” en Un mundo que ganar. Historia de la izquierda en Europa. 1850-2000, Editorial Crítica, Barcelona, p. 382.
Se está produciendo, por tanto, una transformación del sistema económico volcándose el peso de la economía hacia el sector servicios perdiendo importancia el sector industrial, que además vive su propia transformación. Las modificaciones que sufrió el sector industrial tenían que ver con un cambio en el objeto de producción dejándose a un lado las industrias pesadas tradicionales y adoptándose nuevas industrias tecnológicas relacionadas con la automovilística, la electrónica, la aeroespacial y la farmacéutica.
Ídem.
Esta terciarización de las economías trajo consigo otros cambios entre los que se encuentran el desempleo creciente, los trabajos a tiempo parcial, etc. La desindustrialización ha cambiado el paradigma capitalista y social eliminándose el modelo fordista de los años 1930-1960 con las grandes fábricas con grandes masas de trabajadores especializados y semiespecializados en un proceso laboral basado en las cadenas de montaje.
Ibídem, pp. 383-384.
A estas circunstancias hay que añadir que entre 1965 y 1975 las bases del modelo de la postguerra se derrumbaron como es el caso de Bretton Woods y el orden monetario internacional. La crisis de los Estados Unidos causada por la guerra de Vietnam, la crisis de Nixon, el embargo del petróleo y la recesión contribuyeron a agravar el panorama global. La financiación mediante el déficit era contraria a los principios neoliberales y el gasto público y el pago de impuestos elevados comenzaron a ser objeto de crítica
Ibídem, pp. 392-393.. Esta situación para la socialdemocracia en general no mejoró en los años siguientes debido al triunfo de las políticas de Reagan y Thatcher en pos de una mayor liberalización de los mercados financieros, a pesar de que el paro en Gran Bretaña se incrementó bajo el mandato de Thatcher alcanzando una tasa del 13,2% en 1984, además de realizar una política antisindical.
Ibídem, pp. 389-390.
Así pues, la socialdemocracia quedó bajo el estigma de un cobro elevado de impuestos para gastar más gestionando la economía de una manera ineficaz. La socialdemocracia se queda sin un discurso económico diferente al propugnado por el liberalismo y adopta principios de esta doctrina económica.
Sin embargo, es innegable que la socialdemocracia ha sabido articular en torno a ella a grupos sociales desplazados y marginados como es el caso de las mujeres o los homosexuales pasando a formar parte de los programas de la izquierda europea estas cuestiones
ELEY, G. (2003), “El centro y los márgenes” en Un mundo que ganar. Historia de la izquierda en Europa. 1850-2000, Editorial Crítica, Barcelona, pp. 469-470.. Destaca en este sentido la labor realizada por partidos socialistas como el Partido Socialista francés (PS) y el PSOE que despenalizaron la homosexualidad y fomentaron leyes favorables a la igualdad.
El PS y el PSOE en sus respectivos gobiernos de los años 80 impulsaron la actividad mediante la financiación de la Investigación y el Desarrollo, las iniciativas femeninas y el apoyo comunitario de forma muy similar a los gobiernos escandinavos. Sin embargo, estos gobiernos carecieron de los medios necesarios para convertir estas experiencias parciales en un plan económico nacional.
Ibídem, pp. 476-477. Sin embargo, es más que destacable la labor realizada por el PSOE durante los gobiernos de la década socialista que produjeron una transformación y modernización profundas en un país atrasado que había salido de una dictadura hace escasos años.
No obstante, tras los casos de corrupción que salpicaron al PSOE al final de su década de gobierno, ganaron las elecciones los conservadores en el año 96 quebrándose así el panorama general europeo en el que los socialistas volvían a los gobiernos como fueron los casos de las victorias del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) en 1998 y del Partido Laborista británico un año antes.
Ibídem, p. 477.
En esta época es cuando los partidos socialdemócratas aceptaron las tesis revisionistas e impulsaron políticas de la llamada Tercera Vía y presentaron un modelo que ha venido a denominarse como “socioliberalismo”.
CONCLUSIONES
Como hemos visto a lo largo del primer punto del trabajo, el sistema liberal capitalista es un sistema imperfecto que genera una gran cantidad de desigualdades e injusticias sociales que deben de ser resueltas a partir de la intervención estatal en la economía.
La injusticia e ineficacia humana del sistema capitalista se manifiesta con mayor nitidez y dureza en los momentos de crisis y recesión económica, donde se incrementan aún más las desigualdades y se deja sin amparo a un número mayor de personas. Estas crisis se comenzaron a resolver con medidas intervencionistas como el proteccionismo o el New Deal impulsado por el gobierno de Roosevelt. Sin embargo, a partir de los años 70 se ha comenzado a hacer frente a las crisis aplicando las medidas y reformas de carácter liberal.
La crítica expuesta por Polanyi en su obra (1989) justifica la intervención estatal en todos los órdenes con el objetivo de parar las injusticias que, inevitablemente, genera el sistema de libre mercado. Sin embargo, Polanyi no escribe una obra en la que únicamente se describan y critiquen los efectos negativos del libre mercado, sino que aspira a la construcción de una sociedad más justa y social a partir del aprovechamiento de los medios que ha proporcionado el modelo liberal, además de la intervención del estado en la economía para evitar que el mercado sea el único agente que condicione los factores productivos y, por tanto, la vida humana.
Frente a este modelo se han articulado diferentes respuestas que pretenden –o al menos en su origen pretendían- sustituirlo. Una de esas respuestas fue la articulada por la socialdemocracia. Precisamente Polanyi define socialismo en La gran transformación. Crítica al liberalismo económico., como “la tendencia inherente en una civilización industrial a trascender al mercado autorregulado subordinándolo conscientemente a una sociedad democrática”. En la actualidad la socialdemocracia no va tan lejos como Polanyi, pero quizá estaría de acuerdo en establecer espacios de participación de la ciudadanía en la producción.
RODRÍGUEZ, R. (2012), “De la socialdemocracia al socioliberalismo. La socialdemocracia en la encrucijada: renuncias y alternativas” en Anuario de filosofía del derecho, nº28, p. 304.
Así pues, la socialdemocracia surgió como un movimiento político de oposición al régimen capitalista teniendo como objetivo principal el de sustituirlo por uno socialista. Sin embargo, el credo político del socialismo democrático ha ido variando a lo largo de la historia adoptando formas más moderadas. En este proceso de moderación la socialdemocracia ha terminado perdiendo identidades que le eran inherentes en un pasado como es la articulación del movimiento obrero y la identificación del proceso histórico como un proceso de lucha de clases.
En contraposición ha apostado por un modelo basado en los derechos sociales garantizados por el Estado del Bienestar que ha favorecido el avance innegable de las sociedades allí donde se ha implantado. La época de auge del Estado del Bienestar ha traído consigo el período de progreso y avance más dilatado en la Historia. A día de hoy servicios que consideramos congénitos y que ni siquiera nos cuestionamos el no tenerlos pero se ven en peligro tras la crisis económica que ha traído junto a ella medidas aún más liberalizadoras que se han unido a la crisis de lo social y el renacimiento del individualismo.
En este contexto la socialdemocracia se ha quedado sin un discurso convincente viéndose afectada por los estigmas generalizados de la mala gestión acompañada de un aumento de los impuestos, a lo que se ha unido una falta de coherencia entre el programa tradicional de intervención estatal en la economía y la práctica liberal llevada a cabo por los diferentes gobiernos socialdemócratas desde finales de los 90 e inicios del s. XXI.
El socialismo democrático se ve, por tanto, en la encrucijada de sobrevivir o sucumbir en un panorama internacional marcado por la globalización –de la que ha sido partícipe- y el auge de nuevas tendencias políticas de carácter extremista. Para sobrevivir ha de recuperar la confianza de los sectores de población que le han dado la espalda y para ello muchas veces se alega a la recuperación de las esencias históricas.
La socialdemocracia en su conjunto debe, para sobrevivir, realizar un análisis muy autocrítico sobre qué acciones y qué factores, propios y ajenos, le han colocado al borde del precipicio electoral y político.
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