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LA MUJER GRIEGA

Así como Platón nos hizo patente la finalidad del Estado despojándola de todos sus velos y nubes, comprendió también con la misma visión profunda la situación de la mujer helénica respecto del Estado; en ambos casas consideró todo lo que alrededor de él se movía como copia de las ideas eternas a cuya comprensión había llegado y ante las cuales la realidad sólo era para él una imagen oscurecida, un espejo empañado. Quien, siguiendo la preocupación general, considera la posición de la mujer en Grecia como poco digna y contraria a las leyes de la humanidad, habrá de reprochar a Platón este mismo concepto; pues no hace sino justificar lógicamente lo que ya existía en la práctica. Por consiguiente, aquí hemos de repetir nuestra pregunta: la condición de la mujer griega ¿no guardaba una relación necesaria can el ideal del pueblo griego?

LA M UJER GRI EGA ( Fr a gm e n t o in é dit o, a ñ o 1 8 7 1 ) Así com o Plat ón nos hizo pat ent e la finalidad del Est ado despoj ándola de t odos sus velos y nubes, com prendió t am bién con la m ism a visión profunda la sit uación de la m uj er helénica respect o del Est ado; en am bos casas consideró t odo lo que alrededor de él se m ovía com o copia de las ideas et ernas a cuya com prensión había llegado y ant e las cuales la realidad sólo era para él una im agen oscurecida, un espej o em pañado. Quien, siguiendo la preocupación general, considera la posición de la m uj er en Grecia com o poco digna y cont raria a las leyes de la hum anidad, habrá de reprochar a Plat ón est e m ism o concept o; pues no hace sino j ust ificar lógicam ent e lo que ya exist ía en la práct ica. Por consiguient e, aquí hem os de repet ir nuest ra pregunt a: la condición de la m uj er griega ¿no guardaba una relación necesaria can el ideal del pueblo griego? Porque, en efect o, hay una fase en la concepción plat ónica de la m uj er que est á en abiert a oposición con las cost um bres helénicas. Plat ón concede a la m uj er una com plet a part icipación en los derechos, en los conocim ient os y deberes de los hom bres, y considera a la m uj er com o un sexo m enos fuert e que no puede ir t an lej os com o el hom bre, pero sin que est a debilidad la pueda privar de t ales derechos. A est a ext raña concepción no dam os nosot ros m ás valor que a la expulsión del art ist a del Est ado ideal; son ligeras correcciones, pequeñas derivaciones de aquella m ano, por ot ro lado, t an firm e, y de aquella m irada t an serena, que se t urban al recuerdo del venerado m aest ro; en t al est ado de ánim o acent úa las paradoj as de aquél y se com place, en hom enaj e a su afect o, en exagerar su doct rina hast a la t em eridad. Pero lo m ás incit ant e que Plat ón, com o griego, pudo decir sobre la m uj er fue la escandalosa afirm ación de que en el Est ado perfect o la fam ilia debe desaparecer, Prescindam os ahora de que para que est a m edida se llevara a cabo pidió la supresión del m at rim onio, sust it uyéndolo por la unión, acordada por el Est ado y con fines propiam ent e est at ales, de los hom bres m ás valient es con las m ás nobles m uj eres, para la obt ención de una herm osa prole. Pero al decir est o no hacía sino expresar de la m anera m ás evident e, sí, dem asiado evident e, con una evidencia ofensiva, una regla de conduct a adopt ada por el pueblo heleno para la génesis del genio. En las cost um bres m ism as del pueblo griego el derecho de la fam ilia al hom bre y al niño est aba ext raordinariam ent e lim it ado: el hom bre vivía en el Est ado, el niño crecía para el Est ado y de la m ano del Est ado. La volunt ad griega cuidó de que las necesidades del cult o se pract icaran en un est recho círculo. El individuo lo recibía t odo del Est ado, para luego devolvérselo. La m uj er significaba, según est o, para el Est ado lo que el sueño para el hom bre. El sueño t iene la virt ud saludable de reconst it uir el desgast e producido por la vigilia, es la quiet ud bienhechora en que t erm ina t odo exceso, la et erna com pensación que viene a regular t oda dem asía. En él sueña la generación fut ura. La m uj er est á m ás est recham ent e em parent ada que el hom bre con la nat uraleza, y perm anece igual a ella en t odo lo esencial. La cult ura es para ella siem pre algo ext erior que no t oca nunca al germ en et ernam ent e fiel de la nat uraleza, por lo que la cult ura de la m uj er era para el at eniense algo indiferent e, cuando no algo ridículo. El que considere est a concepción de los griegos respect o de la m uj er com o algo indigno y cruel no debe t om ar com o punt o de com paración a nuest ras ilust radas m uj eres m odernas, pues cont ra ellas bast aría recordar a las m uj eres olím picas, o a Penélope, Ant ígona o Elect ra. Ciert am ent e que ést as son figuras ideales, ¿pero quién podría hallar en el m undo m oderno t ales ideales? Hay que t ener t am bién en cuent a ¡qué hij os dieron a luz est as m uj eres y qué m uj eres debieron haber sido ellas para dar a luz t ales hij os! La m uj er griega, com o m adre, debía vivir en la oscuridad, porque las necesidades polít icas j unt am ent e con los m ás alt os fines del Est ado así lo exigían. Debía veget ar com o una plant a, en un circulo reducido, com o sím bolo de la sabiduría epicúrea 1 . En los t iem pos m odernos, y com o consecuencia de la pérdida t ot al del inst it ut o del Est ado, la m uj er debía ser requerida de nuevo com o auxiliar. Su obra es la fam ilia com o expedient e para el Est ado, y en est e sent ido t am bién el fin art íst ico del Est ado había de rebaj arse al de un art e dom ést ico. De aquí t am bién que nuest ras art es hayan concebido la pasión am orosa com o el único cam po com plet am ent e accesible a la m uj er. Y por est o m ism o considera la educación dom ést ica com o la única nat ural, y la del Est ado com o un at aque a sus derechos, que soport a a regañadient es; y t odo est o con razón t rat ándose del Est ado m oderno. La esencia de la m uj er sigue siendo la m ism a, pero su poder es diferent e según la posición del Est ado con respect o a ella. Tiene ciert am ent e el don de com pensar en ciert o m odo las lagunas del Est ado, siem pre fiel a su condición, que he com parado con el sueño. En la ant igüedad helénica acept aron la posición que les indicaba la suprem a volunt ad del Est ado, y, sin em bargo, gozaron de una soberanía de que no han vuelt o a gozar. Las diosas de la m it ología griega son su im agen reflej ada: la Pit onisa y la Sibila, así com o la socrát ica Diot im a, son sacerdot isas por cuya boca habla la sabiduría divina. Ahora se com prende que la alt iva resignación de las espart anas ant e la not icia del hij o m uert o en la guerra no es ninguna fábula. La m uj er se sent ía en su puest o con relación al Est ado; por eso m ost raba una dignidad que no ha vuelt o a sent ir. Plat ón, que al suprim ir la fam ilia y el m at rim onio 1 Vive retirado acent uaba aun m ás aquella posición de la m uj er, sient e t ant o respet o ant e ellas, que se vio seducido de ext raño m odo a devolverles el rango que les correspondía por una ult erior declaración de la igualdad de posición con respect o al hom bre. ¡El m ás alt o t riunfo de la m uj er ant igua, haber seducido a los sabios! Mient ras el Est ado perm anece aún en un período em brionario, prepondera la m uj er com o m adre y det erm ina el grado y la índole de la cult ura, de igual m anera que est á dest inada a com plet ar el Est ado dest ruido. Lo que Tácit o dice de las m uj eres alem anas: inesse quin et iam sanct um aliquid et providum put ant nec aut consilia earum aspernant ur aut responsa neglegunt , se puede aplicar en general a t odos los pueblos que no han llegado a const it uir Est ado. En t ales est ados se sient e m ás ahincadam ent e lo que se vuelve a sent ir en t odas las épocas: el inst int o invencible de la m uj er com o prot ect ora de las fut uras generaciones, porque en ellas la nat uraleza nos habla de sus cuidados para la conservación de la especie. La int ensidad de est a fuerza int uit iva est ará det erm inada por la m ayor o m enor consolidación del Est ado: en los m om ent os de desorganización y de arbit rariedad, en que el capricho o la pasión del hom bre individual arrast ra a t ribus ent eras, la m uj er se levant a repent inam ent e com o profet isa adm onit ora. Pero t am bién en Grecia hubo siem pre el t em or de que el inst int o polít ico t erriblem ent e exacerbado pulverizara los pequeños Est ados ant es de que ést os hubieran conseguido sus fines. En est e caso la volunt ad helénica forj aba siem pre nuevos inst rum ent os para predicar la llaneza, la cordura, la m oderación; pero sobre t odo la Pit ia fue la que encarnó com o ninguna aquel poder de la m uj er para equilibrar el Est ado. Del hecho de que Grecia, a pesar de est ar t an disgregada en pequeñas est irpes y com unidades est at ales, era en el fondo una, y en su desdoblam ient o no hacía sino resolver sus propios problem as, es la m ej or prenda aquel m aravilloso fenóm eno de la Pit onisa y el oráculo de Delfos; pues siem pre, m ient ras el genio griego elaboró sus obras de art e, habló por una boca y com o una Pit onisa. Y aquí no podem os callar nuest ro present im ient o de que la individuación es para la Volunt ad una gran necesidad, y que ést a, para realizar cada individuo, necesit a una escala infinit a de individuos. Es verdad que sent im os el vért igo ant e la conj et ura de si la Volunt ad, para convert irse en art e, se ha vaciado en est os m undos, est rellas, cuerpos y át om os; pero en t odo caso debem os ver claram ent e que el art e es necesario, no para los individuos, sino para la Volunt ad m ism a, sublim e perspect iva sobre la cual ya nos será perm it ido en ot ra ocasión arroj ar una m irada desde ot ro punt o de vist a.