José Alonso González Solano
CONVITE
Convivencia, Identidad, Territorio
Introducción
Convivencia, Identidad y Territorio. Tres categorías, tres conceptos, tres dimensiones de la vida
del hombre en sociedad que resulta necesario abordar, discernir como posibilidad de
comprensión de nuestro papel en ella. Las tres se fusionan y forman un vocablo añejo, que ha
ido perdiendo presencia en el vocabulario de las nuevas generaciones. Convite alude desde sus
orígenes como expresión oral a una voz de invitación a compartir un lugar y un tiempo pero
sobre todo a participar de unos de los actos más íntimos con los que el hombre construye su
vida con otros: la comida. La merienda como pretexto de reunión, como objeto de vínculo entre
unos y otros. No hay otro elemento que concite tanto el interés en reunirnos que aquello que
se pondrá sobre la mesa. Esa, al menos, ha sido la coordenada de las viejas y pocas actuales
generaciones que hallan en la comida su centro de atención y no en pocos casos de veneración.
Hoy esto ha cedido en favor de un vaso de café, pues el centro se ha desplazado hacia el
dispositivo tecnológico que reposa en las manos de los que acuden a la cita. A través de este
mantienen contacto con el mundo de afuera a riesgo de desconectarse por momentos de la
realidad de adentro. Estar en un Convite, por el contrario, es estar adentro, es permanecer
adentro, es sentirse parte de ese adentro, por ello no el simple café, sino la comida son su
símbolo más representativo. La comida que se comparte, a la que se invita, la que congrega
demanda atención, la atención me exige deslindarme de las presiones del tiempo reducido y del
espacio incómodo. Ese es el real sentido de la comida como centro de atención de un Convite.
No habrá otro elemento que lo supla, que tenga tal significación para el hombre en su encuentro
con el otro, con los otros.
Invitar a un Convite es “sentarse a manteles” no en alusión a un protocolo social en el que lo
fundamental es cumplir con normas y reglas de buen comportamiento en la mesa. El Convite
que señala la voz tiene otra consideración: el sentido de compartir, de sentirse en compañía de
otros y para ello por supuesto la mesa y la comida son el mejor ingrediente, pasando en realidad
a un segundo plano el lugar y el momento, pues en ocasiones estos también suelen ser extensión
de la norma. El Convite, entonces, no solo es una invitación a compartir, sino a superar la norma
como su centro de gravitación. Un Convite es un encuentro liberador en el que quienes acuden
lo hacen de manera autónoma y como tal se comportan. No siempre el “pretexto” será comer,
en ocasiones será danzar, ora será leer, ayudar, construir y justo en ese devenir habrá
convivencia, se demarcaran territorios y se re-significará la noción de la identidad tanto
individual como colectiva.
En esencia un Convite bien puede anunciarse como una fiesta. Espacio y tiempo de la mismidad
y la alteridad. Si cada encuentro mío con el otro se asumiera como una fiesta de seguro
tendríamos un mundo más amable, más solidario, más feliz. ¿No son acaso estos rasgos de una
fiesta? En una fiesta solemos ser amables, solidarios y felices, no serlo o no estarlo es
simplemente no ser quien somos en ese instante. La única condición intrínseca a la fiesta es la
de ser nosotros mismos. No siempre esto se ha tomado literalmente, en la edad media se solía
asistir a las fiestas con un antifaz del que se prescindía ante la presencia del otro de mis
preferencias. Convite es alusión a lo natural, es invitación a ser nosotros mismos, a despojarnos
del “antifaz” de la edad media. Es el reconocimiento de la mismidad como fundamento de una
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identidad que se somete a cambios a mutaciones de acuerdo a las vivencias, pero que
permanece sujeta a rasgos primarios de mi corporalidad, de mi oralidad y de mi complexus de
prácticas y hábitos en particular los cotidianos en referencia a que es en el día a día cuando le
damos forma a nuestra existencia.
Si estamos de acuerdo que no hay mejor “pretexto” para reunirnos en comunidad que la comida
que se ha de compartir; estaremos de acuerdo que no hay mejor referencia conceptual que la
palabra CONVITE para nominar una praxis que pretende resaltar la necesidad e importancia
histórica de re-definir la con-vivencia, la identidad y el territorio como construcciones con-juntas
de vida.
A partir de ahora será CONVITE, así en mayúsculas. Ya no nos detendremos en su acepción como
el momento de compartir unas viandas, significado que cumple su cometido en tanto nos ha
permitido jugar metafóricamente con ese encuentro sencillo, lleno de colores y sabores y mucha
vitalidad para cada uno de los convidados, pero que de seguro está liberado de otras más
complejas consignas como las que configuran a manera de acrónimo el mismo CONVITE.
Hacemos referencia a Convivencia, Identidad, Territorio. Decíamos al inicio: tres dimensiones de
comprensión de la existencia humana, de lejos un asunto de notoria complejidad.
El orden solo aplica como forma del acrónimo, podría ser otro. Pero, ¿cuál sería ese otro orden?
La Identidad, el Territorio y la Convivencia. Pero, si los dos primeros permanecen en constante
cambio no habría ese tal orden. ¿Será entonces la Convivencia una sola? O ésta también muta
al igual que la identidad y el territorio. Digamos entonces que el orden no importa, que para ello
aludimos a la palabra que los contiene, solo eso.
La intención es darle vida propia a CONVITE. No reducirlo a acrónimo, tampoco a aquella voz
que nos traslada a la mesa de compartires. Es CONVITE a secas; como palabra sólida, concreta;
como voz sonora, audible; como concepto complejo, imperturbable. El escritor inglés Robert
Graves entregó en 1934 su obra cumbre al mundo literario: Yo, Claudio.
Génesis de una iniciativa
Precisar cuál fue el punto de origen de una iniciativa de emprendimiento en los actuales tiempos
va más allá de la simple referencia a una oportunidad de mercado como la han denominado o
patentado los expertos en negocios, los “científicos” empresariales y en general toda una
diversa gama de personajes que han hecho de esta acción económico-racional un modelo a
seguir en las últimas tres décadas.
El foco de este modelo ha estado puesto en el mercado, esa intrigante masa que a pesar de su
naturaleza anónima se halla constituida por un grupo de individuos que en apariencia son
iguales, pero que se desmarcan de ella cada vez que deciden comprar, consumir o simplemente
acumular y que además actúa con capacidad autorreguladora en el denominado libre mercado
realidad llevada a metáfora por Adam Smith a través de su célebre “mano invisible” (1776). La
tarea ha sido, entonces, la de decodificar aquellos actos a través de los cuales el individuo decide
intercambiar dinero por productos, sean estos bienes o servicios. Decodificación que le ha
llevado al plano del inconsciente donde según algunos autores se producen o desatan los hilos
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que conducen a la toma de decisiones en particular las asociadas con el consumo. Enfoque
conductista en la teoría del consumidor.
Un punto aparte bien merece la alusión al concepto de acumulación que no es precisamente
aquel acuñado por Karl Marx (1867) en el primer volumen de su magna obra El Capital, capítulo
XXIV. Acumulación originaria que representa la posesión de capital vía expropiación de la tierra
a los campesinos por cuenta de quienes poseían los medios de producción. Concepto complejo
que en la misma obra el autor lo deja al nivel de lo que en teología se ha enunciado como pecado
original. Es decir en ello se centra el principio de todo. El concepto de acumulación al que hace
referencia este documento, si bien se enmarca en ese tejido denso de relaciones económicas,
aquí se le encuentra asociado al sujeto que compra en desmedida justo como un rasgo
característico de la sociedad actual y que más de las veces lo hace de manera impulsiva,
irracional solo para satisfacer un extraño gusto por la acumulación. Asunto no menor que ya es
tratado en algunas partes como patología mental del siglo XXI.
Cabe afirmar, que para el modelo, el sujeto que adquiere a través del acto de compra y venta es
movido por “fuerzas” internas a él. Es decir no le es ajeno el asunto de las sensaciones y
emociones que cada potencial comprador moviliza en favor de una determinada oferta. Por lo
tanto es un juego de dos variables el que promueve: el acto observable de compra y las
movilizaciones internas que impulsan la compra. Entre el uno y el otro, argumentarán otros
expertos, se ubica toda una gama de condiciones propias del medio o del contexto en el que se
desarrolla la escena. De tal manera que el origen de una iniciativa de emprendimiento bajo estos
postulados se halla, por lo regular, “por fuera” del sujeto que emprende. Esto es, del sujeto que
encarna la iniciativa. Pues si bien esas movilizaciones que decantan en una decisión de compra
provienen de “adentro”, solo toman relevancia y se hacen notar a partir de un juego de
imágenes que están “afuera”, que han sido dispuestas estratégicamente por el actor empresario
y a partir de las cuales el sujeto observa, procesa, decide y actúa en favor de tal o cual mercancía.
En la “otra esquina” se ubica el argumento central que acompaña este documento. Toma
distancia de aquella aseveración. Pareciendo simple a primera vista, no lo es tanto una vez se
adentra en su análisis, tornándose más complejo de lo que refleja ese primer vistazo. Veamos:
para esta “otra” versión lo que da forma, fondo y esencia a una iniciativa de emprendimiento y
de ahí su origen no está “afuera” sino “dentro” del sujeto que la personifica, es su naturaleza
interna la que se constituye en la génesis de la iniciativa. Parece una diferencia sutil, pero no lo
es en la realidad.
El modelo en vigencia ha legitimado externalidades al sujeto como lo influyente a la hora de la
decisión de emprender. Por ello no resulta tan simple cambiar esas “coordenadas” y plantear
que lo auténtico y determinante no está afuera sino en el interior de quien en algún momento
de su vida hace un paro en el camino y decide variar el rumbo.
Pero, ¿qué es justamente eso que está “dentro del individuo”, que resulta tan determinante
para una simple, en apariencia, acción de emprender? es necesario, por lo tanto, acotar la idea
porque ese interior es complejo y más de las veces incognoscible para la mayoría de nosotros.
No en vano aun en los albores del siglo XXI sabemos más de lo externo a nosotros que de aquello
que nos constituye como seres únicos entre las demás especies, pero a la vez irrepetibles entre
nosotros mismos.
Decir a secas que es la conciencia lo que para este caso resulta central en la construcción de
iniciativas en el sujeto contemporáneo es por poco arriesgado cuando no comprometedor. Justo
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en ello se centra la experiencia de vida que da forma, fondo y esencia al caso que se expone en
el presente documento.
De la conciencia se ha escrito mucho y lo han hecho muchos desde diversas posiciones y
disciplinas tal y como lo sugieren las profesoras Rojo Rubio y Rodríguez Fernández
(Departamento de Psicología de la Facultad de Medicina de la Universidad San Pablo-CEU de
Madrid)1 “El estudio de la consciencia ha sido abordado desde múltiples perspectivas dentro
ámbitos diversos como la filosofía, la psicología o la neurociencia, por ser un eje de comprensión
importante para la comprensión del ser humano. Su definición ha variado en función de la forma
de entender la realidad por cada una de estas disciplinas, a lo largo de la historia (…)”.
Previo a la puesta en análisis de la conciencia como punto de origen de un emprendimiento,
valdría la pena apreciar la importancia que tiene la filosofía en el origen y desarrollo de esta
iniciativa. Si como lo expresan las investigadoras españolas la filosofía es una de las perspectivas
desde donde se intenta comprender el sentido de la conciencia y esta es origen de la iniciativa
se deduce que aclarar a qué uso de la filosofía se alude se torna en una tarea inaplazable.
Digamos entonces que es a la noción de “práctica filosófica” a la que se hace referencia. Es decir,
al uso cotidiano y funcional de los diversos postulados que la filosofía occidental ha producido a
lo largo de la historia.
“El discurso filosófico no esculpe estatuas inmóviles, sino que todo
lo que toca desea volverlo activo, eficaz y vivo. Inspira impulsos
motores, juicios generadores de actos útiles, elecciones a favor del
bien” (Plutarco) CAVALLÉ (2007).
No es por lo tanto un repaso de historia de la filosofía lo que pretende utilizar el documento ni
tampoco la iniciativa en su versión práctica. Es el uso decodificado de las más aleccionadoras
piezas de la filosofía.
Poner en contacto la praxis del emprendimiento con la práctica filosófica ya implica nuevas
lecturas, nuevas consideraciones a un ejercicio que ha sido reducido a la lógica de los negocios.
Es el tiempo de los negocios quien ha estrechado el sentido y alcance de una acción humana y
compleja como la de emprender. A través de ella el hombre y la mujer han logrado construir
todas y cada una de las obras que hoy y siempre han soportado el diario vivir de la sociedad.
Incluso aquella preocupación por la “mano invisible” reguladora del mercado fue expuesta
inicialmente por el economista y filósofo ingles en “Teoría de los sentimientos morales” (Smith
1759). Esto nos permite inferir que los asuntos de esa índole traspasaron las fronteras de la
economía y se asociaron a preocupaciones propias de temas como la moral, la ética y la
conducta humana. Una absoluta expresión de interdisciplinariedad que el azar de los negocios
redujo a su base mínima.
Apuntar a que en la génesis de la actual iniciativa está la filosofía, no la historia de la filosofía,
sino su práctica, su ejercicio cotidiano, el mismo que le facilita al hombre moverse del pensar al
vivir, es de alguna manera trasgredir los lineamientos que se han establecido y que a fuerza de
su uso se han convertido en paradigma para el emprendimiento. Referimos a una iniciativa que
aplica perfectamente en la estructura idealizada de las acciones económico-empresariales con
su co-relato los negocios, pero que no se reduce a la búsqueda incesante del mayor rendimiento,
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http://www.psiquiatria.com/congreso/2008/otras/articulos/34330/
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sino que pone en su centro de gravitación la difusa noción del sentirse pleno, del sentirse a gusto
en primera instancia con sí mismo como paso previo a la alteridad.
Ahora bien, la filosofía como opción disciplinar desde la cual se puede acceder a la comprensión
de la conciencia es un punto a destacar en el actual ejercicio aclaratorio de la génesis de la
iniciativa. Si bien aludir su uso práctico es importante lo es más dejar sentada las razones de por
qué la conciencia es el punto de origen del emprendimiento y no lo es en suma medida la
oportunidad de mercado como lo sugiere o plantea casi a nivel de directriz el discurso
contemporáneo de los negocios y la actividad empresarial. Decíamos en líneas precedentes que
la apuesta está en el “adentro” o interior del sujeto, no en las externalidades que siendo válidas
no ubican con meridiana precisión el origen de estas acciones. Si en cambio lo facilita proponer
que ese origen se halla en la toma de consciencia. Es decir no es la conciencia en sí, sino la toma
de ella, lo que supondría un paso más y de alto significado en el crecimiento sensible del sujeto.
Como quien dice hubo necesidad de emprender primero un peregrinaje a la consciencia para
poder tomársela y luego si convertirla en el origen de la iniciativa. Tal vez nos acogemos al
sentido de aquella frase con la que se ha querido desde tiempo atrás señalar un estado de
superación y de alguna manera de logro en nuestra compleja existencia: “tal persona tomo
conciencia de….”. Creeríamos que en ello se plasma sin duda alguna un valioso precedente que
bien vale la pena exponer justo en tiempos de aceleramiento de las grandes decisiones. Preciso
cuando ellas se suelen tomar no como resultado de llegada a estados de tranquilidad o
conciencia, sino que en el avatar de los días somos presionados a tomarlas.
Sin la intención de convertir este documento en un ensayo filosófico que centra su interés en la
conciencia, si es oportuno preguntarse por ¿qué es la conciencia? O mejor aun para los objetivos
del documento: ¿qué debiéramos entender por conciencia en el marco de un proceso de
emprendimiento? Dice la norma o el rigor teórico que hemos de acudir a los autores de base
para al menos intentar comprender el concepto en su sentido natural, pero también en su
configuración explicativa de un fenómeno en relación a otros. Para el caso la conciencia resulta
ser de esos términos o categorías conceptuales que aun después de tanto ejercicio de
pensamiento y reflexión mantiene en estado de alerta a propios y extraños. “Con la conciencia,
sin embargo, seguimos sumidos en la más profunda de las confusiones. La conciencia se
caracteriza por ser el único tema que todavía puede dejar mudos y turbados a los más
sofisticados pensadores” Dennett (1995)
La conciencia es polisémica o ambivalente como se le quiera apreciar. Resiste variadas lecturas
y explicaciones; pero a su vez pareciera se acota en dos posturas que intentan explicarlo todo.
¿Se tiene o no conciencia? ¿Es ella tan determinante en nuestra vida sobre todo en relación con
nuestras decisiones? O por el contrario nos movemos más en el mundo de lo inconsciente. No
siendo este último lo opuesto a la conciencia sino que co-existen en la vida del sujeto. Teoría
Freudiana.
Si siguiéramos lo planteado por el filósofo de la ciencia Daniel Dennett en “La Conciencia
Explicada” (1995) cuando afirma que la conciencia es y sigue siendo un misterio para el hombre
y su sabiduría, tendríamos que aceptar que no habría mucho que aportar desde este documento
que pudiera ayudar a tan compleja realidad. Pero, si asumimos una actitud de “rebeldía” con el
concepto y nos arrojamos a su entendimiento y comprensión en el marco de algo en apariencia
fútil como pensar, diseñar y gestionar una iniciativa de emprendimiento seguro que podremos
aportar alguna luz tenue a ese oscuro panorama que nos ofrece el filósofo Norteamericano. Es
justamente en esta obra en la que el mismo autor abre las posibilidades de encuentro con lo
simple de la vida para comprender lo complejo de ella y en ese juego de palabras y metáforas
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acude a Albert Camus cuando dice: “Camus nos da a entender que no necesita de la ciencia,
porque puede aprender más de la suave línea de las colinas y de la mano del atardecer (…)” Pág.
34.
Vale seguir insistiendo que el propósito del documento no es abrir un debate sobre el significado
del término conciencia. Ni tampoco precisar quién o quienes lo han interpretado de manera más
profunda y en detalle. De seguro las lecturas que enriquecen este trabajo si lo han hecho y por
ello hubo de ser necesario abordarlas. En términos más precisos la conciencia toma relevancia
aquí solo en la medida que permite de un lado, como bien se expresa en líneas anteriores,
deslindarse del paradigma económico-racional, que bajo todo argumento, ha sido presentado
como directo responsable del proceso vital del emprendimiento. Si bien se han dedicado horas
y papel para exponer lo que podría ser un estereotipo de sujeto que emprende del cual se han
derivado toda una gana de variadas actitudes que supuestamente le caracterizan, pocas son las
referencias a la toma de conciencia que opera como origen de aquella decisión.
Sus necesidades, sus deseos, sus anhelos, en algunos casos básicos en otros desbordados han
sido y siguen siendo los puntos focales de ese “interior” desde el cual se sustenta el posible
origen de estas acciones. Pero, no la conciencia, no ese estado de toma de ella que implica o
contiene una amplia gama de sentidos no fáciles de expresar por parte del ser humano. O acaso
resulta sencillo advertir ¿cuándo se está cerca o lejos de determinado estado de conciencia?
Continuara…..
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