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conformaron el armazón literario de un hecho histórico–el avance del cristianismo y su consolidación en el poder. El libro de la profesora Torres debe ser
leído como un útil vademécum de los recursos retóricos presentes en la apologética cristiana, convirtiéndose así en una valiosa herramienta de trabajo
para los ilólogos e historiadores que investiguen los textos apologéticos de la
Antigüedad tardía.
Alberto J. Quiroga Puertas
Doctor en Filología Clásica (Universidad de Granada)
Lirossi, Alessia: I monasteri femminili a Roma tra XVI e XVII secolo, Roma:
Viella, 2012, 373 pp. ISBN: 978-88-8334-977-5.
La investigación italiana interesada en el estudio del amplio universo religioso femenino de la Edad Moderna presenta hoy un panorama que puede
caliicarse de espléndido y que, en mi opinión, sobresale en el conjunto de la
producción historiográica europea sobre este tema por su excelencia y por su
especial vitalidad. En el marco de esta producción, de peril renovador y de
calidad notable, se inserta la monografía escrita por Alessia Lirossi. Un estudio,
conviene señalarlo, que se abre con un prólogo de Gabriella Zarri que es, sin
duda, una de las grandes especialistas en este campo y protagonista indiscutible
de la renovación que ha experimentado.
Roma, la ciudad papal, tenía pendiente un estudio de carácter global y comprensivo sobre los conventos y monasterios femeninos que se habían ido instalando en sus términos a lo largo de los tiempos medievales y modernos hasta
sumar más de cincuenta comunidades a comienzos del siglo xviii esta investigación contribuye espléndidamente a cubrir este vacío tan sorprendente.
Hay muchas cuestiones que se abordan en este trabajo que resultan conocidas, que han sido ya subrayadas y desarrolladas en otras investigaciones, tanto
en distintos espacios del territorio italiano como de otros ámbitos de la Europa
católica, pero el estudio de Lirossi también ofrece aportaciones de notable interés y formula preguntas inteligentes.
Ella misma subraya que su pretensión no es reconstruir la historia particular
de las numerosas comunidades femeninas que se establecieron en Roma, sino
estudiar el «sistema» de los monasterios femeninos y hacerlo poniendo el foco
en el papel que tuvieron en el escenario urbano y en la dinámica de la vida política, social, cultural y religiosa de la Roma de los siglos xvi y xvii. Y efectivamente, es ésta la óptica que permite dar signiicado a las numerosas fundaciones
y entender también de una forma más real —y no anquilosada— el sentido de
la vida de aquellas mujeres que ingresaron en los claustros, mujeres que nunca
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dejaron «el siglo» y muchísimo menos abandonaron sus familias de pertenencia
ni los vínculos y relaciones que ellas y éstas tenían articulados.
Las aportaciones de Lirossi se desgranan en una composición de siete
grandes capítulos, si bien en unos y otros se repiten algunos temas. Comienza
ofreciendo un repaso de la coniguración de la presencia conventual femenina
en Roma desde los primeros siglos del cristianismo, para profundizar en la
expansión que va a tener lugar durante el siglo xvi y muy notablemente durante
el XVII, la centuria que la autora caliicará como «el siglo de oro» de las fundaciones, el siglo en el que se abrirían veinticuatro nuevas comunidades en la
ciudad romana.
De esta visión más centrada en las fundaciones y en el campo institucional,
se pasa a poner el foco de atención en las mujeres que integraban los claustros:
su número, su procedencia social, los requisitos de acceso y las normas que se
fueron estableciendo al respecto..., cuestiones bien conocidas por tantos otros
estudios. Pero más allá de la descripción, también interesa a la autora plantear
las aristas que fueron inherentes al problema espinoso de la vocación, de la
libre voluntad o de la compulsión en la entrada en los conventos y en la profesión religiosa.
En el capítulo tres se aborda el importante tema de la jurisdicción sobre los
monasterios y las monjas, un asunto que en Roma, la capital del estado pontiicio, se presentaba con rasgos particulares en la medida en que la presencia
y titularidad papal introducía un elemento de complejidad en la dependencia
jurisdiccional habitual vinculada al responsable de la diócesis. En principio,
correspondía al cardenal vicario —como delegado del pontíice— las atribuciones de poder sobre los claustros femeninos romanos, pero algunos de los
conventos estuvieron exentos de esta dependencia y se mantuvieron adscritos
a la autoridad de un cardenal «protector» nombrado por el pontíice, circunstancia que fue origen de no pocos conlictos ente las dos autoridades, muy
frecuentemente vinculados a las visitas de control que debían efectuarse a las
comunidades. Pero no terminaba aquí la red de controles que envolvía a los
monasterios femeninos. También las facultades de la Congregación de obispos
y regulares alcanzaban a aspectos importantes de la vida de los conventos y de
las monjas. Muchas veces las competencias se cruzaban y los juegos de poder
entre las diversas instancias no dejaron de suscitar respuesta entre las religiosas. Asistimos a algunos ejemplos en los que se muestra cómo las monjas no
permanecieron pasivas ni calladas ante los problemas que les concernían ni
ante las decisiones que se tomaban sobre ellas y cómo plantearon y defendieron las opciones que consideraron más adecuadas en torno a la identidad de
quien debía ejercer la jurisdicción. Es esta dimensión que nos permite ver a las
monjas «en acción» frente a las jerarquías eclesiásticas la que, en mi opinión,
merecería un mayor desarrollo y una mayor atención.
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Es central el capítulo cuatro, en el que se aborda uno de los temas especialmente
trascendentes en la vida religiosa femenina de la Edad Moderna, el que deriva de
la regulación que el Concilio de Trento estableció sobre la clausura y la política
que se desarrolló después. Señala Lirossi que el verdadero momento de cambio en
la vida de tantas religiosas se produjo en el pontiicado de Pío V. Explica bien la
situación compleja y confusa en el mundo religioso femenino en esos momentos
de mediados del siglo xvi: votos simples y votos solemnes, terceras órdenes sin
reclusión, terciarias regulares..., en deinitiva, una realidad marcada por la variedad de situaciones. Trento quiso acabar con esta realidad plural, quiso uniformar
todo: desaparecieron algunas comunidades, sobrevivieron las que adoptaron la
clausura..., todo ello son asuntos bien conocidos a partir de otros estudios, pero
esta investigación también pone de maniiesto cómo hubo excepciones y pervivieron comunidades en condiciones de excepción, pero fundamental importancia
tienen las respuestas a las preguntas sobre la aplicación de la clausura en el seno
de los claustros y sobre la forma en que incidieron las nuevas normas sobre la vida
cotidiana de las monjas. Lirossi expone las diversas actuaciones y conminaciones
de las autoridades eclesiásticas para que se cerraran puertas, se levantaran muros,
se gestionara el control de las llaves, se controlaran los locutorios..., igualmente
indaga en el papel de las abadesas, pero apunta ejemplos que permiten ver cómo
también se involucró el conjunto de las monjas. Y añade otra pregunta importante
que nace ante la evidencia y la persistencia de la obsesión de los visitadores por
imponer la clausura y por intervenir arquitectónicamente con este afán; la cuestión es si la aplicación de todo ello pudo representar un elemento disciplinante
también en el tejido urbanístico y social de la ciudad, una pregunta que nuevamente remite a esta óptica que marca la investigación de Lirossi y que resulta
tan potencialmente explicativa sobre la realidad de los claustros femeninos, la
perspectiva que alude a su inserción en el medio social, en el medio político, en
el entramado urbano.
«Ritos, ceremonias y sistemas de poder en los claustros» es el título elegido
para el capítulo cinco y resume lo esencial de su contenido, que se abre con el
estudio del acceso de las religiosas, la fase de noviciado, los conlictos y divisiones en torno a la admisión, para estudiar después las ceremonias de toma de
hábito y de profesión y mostrarnos la faceta de las tensiones producidas por los
intentos de las jerarquías eclesiásticas por restringir costumbres arraigadas en
ellas con un cierto peril profano y la resistencia de las monjas y de sus familias
a modiicarlas. El capítulo culmina con unas páginas dedicadas a abadesas y
prioras, de tono básicamente descriptivo: elecciones, tramos de edad, duración
del cargo abacial..., y algunas notas sobre las desavenencias y las facciones
organizadas en el seno de los claustros.
La realidad de la clausura vuelve a retomarse en el capítulo sexto.
Evidentemente, el locutorio constituía el principal espacio de frontera entre el
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interior y el exterior de los conventos y su estudio reviste un especial interés.
Sobre este espacio potencialmente «peligroso» se fueron sumando los controles
y el rigor, expresados en distintas disposiciones de vigilancia contenidas en las
constituciones y normativas, pero Lirossi aborda también la aplicación concreta
de las reglas del locutorio examinando otra tipología de fuentes documentales
y es posible entonces constatar las diicultades que hubo en mantener su observancia, así como las prácticas de secretismo en aquellos casos en los que se
contravenían las normas. Igualmente complicado y diicultoso resultó la constricción de la entrada en los monasterios, tanto de seculares como de religiosos.
Las jerarquías eclesiásticas desaprobaron el ingreso de viudas, nobles, mujeres
perseguidas..., pero hubo muchas excepciones, y es posible apreciar también
que la facilidad de acceso aumentó a partir de la segunda mitad del Seiscientos.
En cualquier caso, Lirossi ha sabido ver nuevamente más allá de las propias
monjas y su clausura y nos muestra cómo en la vida de las mujeres nobles, la
relación con los monasterios y conventos femeninos formaba un elemento de
gran importancia, cómo esta relación mujeres bien posicionadas-conventos era
un elemento conigurante de la sociabilidad femenina de la época. Al mismo
tiempo, también la relación con personalidades signiicadas contribuía a incrementar el prestigio de las comunidades. Roma, lógicamente, fue destino de personalidades relevantes, princesas o reinas que quisieron visitar u hospedarse en
alguno de los monasterios de la ciudad y que proporcionaron un gran renombre
a la institución elegida. El caso de la visita de la reina Cristina de Suecia se
estudia en el trabajo, y no se escapa el especial valor simbólico que pudo representar, no sólo por su calidad de reina, sino también por la de convertida.
Finalmente, el trabajo se cierra con un capítulo dedicado a examinar otros
varios aspectos de la vida de las monjas. Sus horarios y el desarrollo de la jornada cotidiana, las disciplinas y lagelaciones, los capítulos de culpas y penas,
la importante cuestión de la confesión y los confesores de las religiosas... Pero
se dedica una especial atención a dos cuestiones potencialmente difíciles y conlictivas. La primera es la referida a la observancia de las normas sobre la vida
común, un empeño persistente de las jerarquías eclesiásticas, pero tremendamente complicada de aplicar de forma efectiva, y la segunda es la que concierne
al problema de las celdas, que no deja de ser una derivación de la primera cuestión y sobre el que se indica que fue la que más infracciones produjo. El examen que hace Lirossi de ambos problemas es especialmente sugerente porque
permite vislumbrar nuevamente cómo las relaciones externas y la procedencia
familiar de las monjas incidía en la dinámica interna, en desarrollo de los problemas y en los juegos de poder de los diversos grupos presentes en el seno
de los claustros. Pero estos serían problemas persistentes, conlictos habituales
y repetidos, y la autora prosigue para acercarnos también a los momentos en
los que se producían episodios que alteraban la vida de los conventos de una
manera mucho más particular y notable, episodios más excepcionales: una fuga,
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un homicidio, el descubrimiento de un hueco en uno de los muros..., asuntos
sobre los que la tendencia habitual era el silencio y el sigilo, la política del secretismo, aunque no siempre se consiguiera mantener oportunamente la ocultación
que se perseguía.
Y me parece éste un buen inal para el libro, que nos deja así ante conventos
y monasterios que estaban obligados a abonar su imagen ejemplar, a exhibir su
calidad de espacios sacros y benditos. Espacios en los que vivían mujeres que si
estaban presas era en buena medida de las exigencias de esa imagen, presas de
la obligación de mantener y presentar a los ojos del mundo una imagen irreprochable, íntegra, virtuosa y perfecta.
Ángela Atienza López
Universidad de La Rioja
Fuente Charfolé, José Luis de la: El maestro de capilla Juan de Castro y
Mallagaray (1570-1632), discípulo de Felipe Rogier, Madrid, Sociedad
Española de Musicología y Ministerio de Educación, Cultura y Deporte,
2012, 544 pp. ISBN: 978-84-8427-855-9.
Este trabajo, distinguido por la Sociedad Española de Musicología con el
prestigioso Premio de Investigación Musical y Estudios Musicológicos (edición
2010), constituye una aportación necesaria, oportuna, alentadora y estimulante
sobre la música y los músicos hispánicos del Seiscientos, a la vez que esencial
a la hora de esclarecer el peril humano y profesional de un importante pero
olvidado maestro de capilla, acreditado discípulo y protegido del compositor
lamenco Felipe Rogier, a la sazón maestro de la Real Capilla de Felipe II, que
desarrolló su actividad profesional en la Catedral de Cuenca apenas iniciado el
siglo xvii hasta su muerte en 1632.
Uno de los atractivos del libro radica en presentar la investigación desde un
desarrollo multifuncional pero con un claro e interesante sentido uniicador, ilológico y global donde la música es considerada parte y no todo. Otro de ellos,
de un interés equiparable al primero, aparece al comprobar que el gran rigor
cientíico aplicado no evita valientemente —superando timoratos positivismos— las necesarias valoraciones e interpretaciones de los hechos y la perfecta
distinción entre datos y conjeturas. El autor se sitúa consciente y prudentemente
en el terreno de la no-airmación: una posición lógica y coherente a la vez que
respetuosa con el análisis documental, reconociendo previamente la relatividad
inherente a toda reconstrucción histórica. En este sentido, el autor evita categorizar la base documental, que es aportada con el mayor cuidado y reserva. En
nuestra opinión, asumir lo hipotético debería ser consustancial a toda aportación
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