1
Algunas reflexiones críticas sobre
“Acerca de la discriminación de la mujer y de los lingüistas en la sociedad”. Reflexiones críticas
Respondo con placer y afabilidad al reciente escrito sobre la lengua sexista “Acerca de la
discriminación de la mujer y de los lingüistas en la sociedad”. Reflexiones críticas de mi colega y
amigo Juan Carlos Moreno Cabrera (JCMC), lingüista profesional de conocido calibre, dos cualidades
de las que tengo el honor de compartir la primera aunque no necesariamente la segunda. Debo aclarar
ya que no respondo por afán polémico, sino por ser el género un tema en el que trabajo desde los años
1980 (véase la bibliografía al final de artículo) y en el que he conseguido acumular un cierto
conocimiento.
El escrito del Profesor JCMC es a su vez una respuesta, tanto al manifiesto “Acerca de la
discriminación de la mujer y de los lingüistas en la sociedad: manifiesto de apoyo a D. Ignacio
Bosque” (Fábregas et al. 2012) aparecido recientemente en la web, como al anterior informe
elaborado por el Profesor Ignacio Bosque titulado “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”,
incluido en la nueva sección BILRAE del sitio de la Real Academia Española (RAE).
El “contra-Manifiesto-cum-Informe” (CMCI) del Profesor JCMC es extremadamente valioso por dos
motivos complementarios. Primero, porque está pensado y hablado desde la lingüística, y desde una
lingüística bien informada, una situación poco común en este terreno. Y segundo, porque identifica la
mayoría de los elementos que integran la cuestión. Es por tanto para mí a la vez un placer y un
privilegio gozar de la oportunidad de examinar y evaluar las opiniones que expresa. Como
comprobará el atento lector, habrá coincidencia con algunas de ellas, discordancia con otras, y
necesidad de matización o aclaración con respecto a las de un tercer grupo. Me apresuro a añadir que
no operaré desde ninguna ideología, política o de ningún otro tipo: mi objetivo y marco de referencia
central será el análisis lingüístico de los fenómenos en cuestión desde la perspectiva científica, y por
tanto empírica, que proporciona la lingüística, la ciencia del lenguaje. Me veré sin embargo también
obligado a evaluar la lógica y el valor empírico de algunos leitmotiv ajenos a la lingüística
frecuentemente adoptados como deus ex machina en este tipo de bibliografía y también incluidos en
el CMCI.
Metodológicamente, me esforzaré en seguir al pie de la letra la admonición del CMCI de que
Lo que deben hacer quienes conocen en profundidad la lingüística y la practican es explicar a
la gente de a pie (p. 3)
Mi intención es, en efecto, hacer accesible la cuestión, a primera vista quizá esotérica, a la masa de los
hablantes, para permitirles juzgar por sí mismos el acierto o no de “dobletes” como el ya célebre los
vascos y las vascas (identifico los dobletes con un cuadradito prefijado). A este fin adoptaré un estilo
no técnico y directo, espero que estimulante, que considero será de utilidad para el lector medio, ajeno
a la lingüística.
1. Los dobletes
Comienzo con la enumeración de dos hechos empíricos observables en la realidad exterior:
1) En el discurso en lengua castellana (o española) el doblete es una recientísima novedad: no se
había oído ni uno solo (¡supongo!) hasta hace ahora como mucho 20 años, sólo unos 12 en mi
experiencia personal.
2
2) Al cabo de estos 12 años en la palestra, el público hispanohablante permanece en su práctica
totalidad ajeno a ellos.
De estos dos hechos surgen las siguientes preguntas:
1) ¿Cómo es que el discurso en castellano no había contenido dobletes hasta hace sólo 12 años?
2) ¿A qué se debió su aparición en aquel momento?
3) ¿Cómo es que no han logrado mayor difusión desde entonces?
He aquí mis respectivas respuestas:
1) Los dobletes son inherentemente ajenos al sistema lingüístico del castellano, y por tanto su
emergencia espontánea en el discurso de sus hablantes es improbable, si no imposible.
2) Los dobletes fueron importados del inglés al castellano en aquel momento por minorías
politizadas.
3) Precisamente por el motivo expuesto en 1): por ser ajenos al sistema lingüístico del castellano
dentro del que instintivamente operan sus hablantes.
Estos aspectos de la realidad son ignorados sistemáticamente (no sé si cándidamente) por los
partidarios del doblete, que en cambio enfocan su atención en lo que ellos consideran el nudo
gordiano de la cuestión:
1) El discurso sin dobletes hace invisible a la mujer.
2) Tal invisibilidad equivale a discriminación.
Estas ideas fueron presentadas desde una perspectiva de aficionado en García-Meseguer (1977), y las
recoge ahora en el CMCI JCMC, un consagrado lingüista. Son, sin embargo, simples proclamas
políticas sin apoyo en la realidad empírica y sin sentido conceptual. Para decirlo en dos palabras, si
invisibilidad equivale a discriminación, todos y todo lo que hay en el mundo está discriminado más o
menos constantemente para la mayoría: no hace falta ejemplificar esta verdad de Perogrullo ni pensar
demasiado en ella para comprenderla. Y en cuanto a 1), la no presencia del doblete en el discurso
ordinario en castellano es una simple consecuencia del sistema de esta lengua, como lo es por ejemplo
el que no se destaque en ella de manera especial la dualidad de objetos, al carecer el castellano del
número morfológico “dual” del que disponen algunas otras lenguas, el griego clásico por ejemplo.
La realidad, deliberadamente mantenida oculta pero no por ello menos real, es que el doblete se ideó,
se adoptó y se está promoviendo como instrumento de publicidad subliminal, ideal precisamente por
su invisibilidad a la conciencia del hablante común. La mejor publicidad para cualquier producto es
sin duda la aparición por doquier del nombre o la imagen del tal producto. En el caso del doblete, el
“producto” que se quiere publicitar es “la mujer”, y el medio que se ha “descubierto” (calcado del
inglés, una lengua sin género) consiste en instruir al hablante a añadir femeninos a masculinos en aras
de la igualdad, y por tanto la justicia: de esta manera la mujer (que se supone es evocada por el género
femenino de la palabra) estará presente donde no lo está sin el doblete, haciéndosela así visible y
disminuyendo su discriminación. Y al hablante se lo intenta embaucar con el gusanillo de que sin esta
práctica peca de discriminador. Pero, cogiendo a este toro por los cuernos, es evidente que sería aún
más eficiente instruir a los hablantes a intercalar la misma palabra mujer cada dos o tres otras palabras
que pronuncien o escriban: salvando las diferencias, es esto lo que se intenta hacer en muchas
religiones con jaculatorias con el nombre del fundador o del profeta. Y a lo que abiertamente recurren
las empresas comerciales en la promoción de sus productos, con carteles en las calles y en los
vehículos, anuncios en los diarios, cuñas publicitarias en la radio y la televisión, “hombres anuncio”
3
en las playas, etc. Pero estos juegos serían demasiado incómodos y obvios para ser aceptados por los
hablantes. El doblete, sin embargo, aunque también incómodo, se reviste de una pátina de verdad y
de formalidad que lo hace anzuelo ideal para captar adeptos.
Me he sentido obligado a establecer estas realidades básicas desde el comienzo porque, de ser verdad
las proclamas que se lanzan desde el campo dobletista, el doblete en efecto quedaría plenamente
vindicado. Es más, si se lleva la lógica en cuestión a sus últimas consecuencias podría incluso
justificarse instigar a los hablantes de una lengua con un sistema intrínsecamente sexista, racista, etc.
(una situación por otra parte imposible en la realidad) a sustituirla por otra que no lo fuera: una
operación sin duda difícil, pero aquí encomiable. Pero en nuestro caso particular ni el castellano es
una lengua “sexista” ni los dobletes son compatibles con su sistema. Peor aún, chocan frontalmente
con él, como se verá en el resto de este trabajo.
2. Análisis lingüístico
Para comprender el carácter ajeno al castellano del doblete es necesario primero familiarizarse
mínimamente con la realidad lingüística del género y de los fenómenos con él relacionados, o que
pudiera parecer que lo están.
2.1. Estructura y sustancia de las palabras
Una lengua no es sino un conjunto de palabras con las que se forman frases y oraciones de acuerdo
con sus principios estructurales. Una analogía sería un equipo de fútbol, integrado por sus jugadores,
que lo juegan precisamente con las reglas del fútbol: sin ellas el fútbol no existiría (las reglas
“constituyen” el fútbol), y sin los jugadores las reglas carecerían de destinatario, y por tanto serían
vacuas.
Las palabras (de cualquier lengua) se componen de tres partes que entre ellas las constituyen, como
las tres líneas el triángulo, o la cabeza, el tronco y las extremidades el cuerpo humano:
1) su forma: andaluz, andaluza, vasco, vasca, etc. (aquí escritas pero normalmente
pronunciadas);
2) su significado: ‘persona originaria de, o conectada con, Andalucía’, etc.;
3) sus propiedades gramaticales: andaluz puede devenir andaluces o andaluza, entre otras
posibilidades, pero no ?yo andaluzo, ?yo andalucé, etc., al no ser verbo (prefijo con un punto
de interrogación palabras y frases ilegítimas, o al menos dudosas).
De estos tres componentes aquí nos interesan el “género” (una propiedad gramatical), la “desinencia”
(la vocal inacentuada final de algunas palabras), a primera vista conectada con el género, y el
significado sexual de la palabra (o su ausencia), también a primera vista conectado con el género y
con la desinencia: vasca, por ejemplo, es de género femenino (la vasca), termina en -a (vasc-a,
ausente de vasc-o, Vasc-onia, el neologismo vasqu-idad, etc.), y conlleva el significado ‘hembra’: no
tiene sentido decir, literalmente, ?Antonio [nombre de varón] es vasca o ?este toro es vasca.
Que las palabras (con excepción de las muy pocas puramente “funcionales”) tienen contenido
semántico (= significado) es, no sólo evidente, sino también lógico: serían inútiles si no lo tuvieran. A
un nivel formal se pueden distinguir los significados “enciclopédicos” de los “sistemáticos”. Los
primeros aglutinan nuestro conocimiento del mundo en relación con la palabra en cuestión: por
ejemplo, que el vino es un “Licor alcohólico que se hace del zumo de las uvas exprimido, y cocido
4
naturalmente por la fermentación”, según nos informa el DRAE. Los segundos están presentes en
grupos enteros de palabras y son por ello concebibles y formalizables como rasgos semánticos que
todas ellas comparten: ‘plural’ (= ‘más de uno’) podría ser uno de ellos (los libros = ‘libro + más de
uno’; las ramas = ‘rama + más de una’; los conceptos = ‘más de un concepto’; etc.).
Es quizá tentador imaginar conexiones entre el significado de sexo y la desinencia, el motivo sin duda
(en tándem con el espíritu dobletista) de la célebre acuñación de ?miembra por el común miembro por
una ministra del entonces gobierno español. Un mínimo de reflexión y observación revela sin
embargo la falsedad de esta correlación: virago (mujer), testigo, nómada (ambas los dos sexos),
rapsoda (según el DRAE un hombre en la Grecia clásica), etc., sin contar los numerosísimos
acabados en -e (también en otras vocales) o en consonante.
El tercer elemento constitutivo de la palabra relevante para nuestra tarea es el género, un fenómeno
más sutil y singular que los dos anteriores como veremos a continuación.
2.2. El género
Para entender el género más allá de las apariencias es necesario establecer primero dos hechos
incontrovertibles:
1) Hay muchas lenguas con género (el castellano y las románicas en general; el alemán y
muchas germánicas; el ruso y eslavas; las célticas; las bantúes; las semíticas; las caucásicas;
muchas del subcontinente indio; …) y muchas sin él (las del Extremo Oriente; las finoúgricas; las túrquicas; el vasco; el inglés; …).
2) El número de géneros existentes en una lengua determinada oscila entre sólo dos (el
castellano, el galés, el holandés, …) y más de diez (muchas bantúes).
Lo que no puede haber por su propia naturaleza es una lengua con un solo género. Para entender esto
es preciso comprender antes lo que es el género, algo más simple de lo que quizá se piensa, pero más
complejo de lo que a primera vista pudiera parecer.
En castellano hay dos géneros: “masculino” y “femenino”. Hay que advertir de entrada que estos dos
términos (heredados del latín) son claramente desafortunados, al provocar inevitablemente confusión
con el sexo (cf. las expresiones sexo masculino y sexo femenino), una realidad biológica obviamente
independiente del fenómeno puramente gramatical que es el género. Los mantendré, sin embargo,
aquí por su habitualidad, para no complicar indebidamente la exposición. La reciente (y cada vez más
agresiva) moda de denominar género al sexo (desde en ?un bebé de género femenino hasta en la mal
denominada ?violencia de género) obviamente añade al caos, que a toda costa se debe evitar si de
verdad se desea comprender la naturaleza y la mecánica del género. La redacción del texto del CMCI
en el marco de esta práctica es así extremadamente inoportuna: la palabra sexo no aparece en él ni una
sola vez, sistemáticamente sustituida por género, con la consiguiente inevitable confusión
terminológica y conceptual en el lector, y no sabemos si también en el autor.
Para entender qué es el género es preciso percibir y distinguir los siguientes hechos. En castellano,
1) Hay una categoría gramatical de nombres sustantivos (libro, ángel, mermelada, idea, …).
2) Hay varias categorías gramaticales que en la frase en cierto modo son satélites del sustantivo
a la manera como en el firmamento los satélites lo son de los planetas: adjetivos (rojo,
grande, veloz, …), determinantes (el, un, aquel, …), pronombres (ella, ése, …).
5
3) Muchas de las palabras (no todas) incluidas en las categorías de 2) poseen dos formas
(normalmente distinguidas por la desinencia), como poseen dos caras las monedas (rojo/roja,
un/una, ese/esa, …).
4) Las palabras de 3) se combinan con los sustantivos de 1) sólo en una de sus dos formas, no en
las dos ni en la opuesta (la sombrilla roja pero el paraguas rojo, etc.).
5) Mar es (quizá la única) excepción común a 4), aunque con un matiz diferente de significado
según la forma con la que va combinado (la mar azul es más poético que el mar azul, etc.).
El género (gramatical, ¡no de violencia!) es el fenómeno descrito en 4): el encaje “sintagmático” (es
decir, en la frase, no en la palabra aislada) de las formas que poseen (algunas) palabras satélites del
sustantivo con una propiedad abstracta (porque no se percibe por sí misma) y arbitraria (porque no es
deducible de nada) del sustantivo al cual se refieren, y que llamamos género (= ‘clase’ en latín): el
cielo encapotado (no ?la cielo encapotada), de género masculino, pero la nube blanca (no ?el nube
blanco), de género femenino.
2.3. El sexo
Acabo de señalar, y es por demás evidente, que género no es lo mismo que sexo. Para no caer en el
error de identificarlos, es preciso entender bien dos cosas con respecto a la lengua:
1) No todos los sustantivos (incluso si referidos a personas o animales) son portadores de
significado sexual.
2) El significado sexual que pueda llevar un sustantivo no determina necesariamente su género
(tampoco su desinencia).
Analicemos a este respecto la palabra persona, por su naturaleza obviamente el epítome de sustantivo
referido a personas. Todos sabemos intuitivamente (porque sabemos la lengua) que persona carece de
significado sexual. Empíricamente, lo prueban las dos oraciones María es buena persona y Juan es
buena persona, ambas válidas y perfectamente normales pese a referirse María a una mujer y Juan a
un hombre. La conclusión empírica (aquí confirmatoria de la intuición del hablante) es, pues, que
persona no es portadora de información de sexo, como tampoco lo son (la) gente (colectivo de
persona), (la) prole (colectivo para descendientes de primer grado), (el) vástago (miembro de una
prole), y otros. La inmensa mayoría de los sustantivos castellanos referidos a animales se comportan
igual que persona: desde la misma palabra animal (en la India la vaca es un animal sagrado, pese a
tener la vaca por definición que ser hembra), hasta multitud de los llamados “epicenos”, palabras con
un solo género aplicables a los dos sexos: cocodrilo, rata, araña, lince, jirafa, y cientos, quizá miles,
más. Las palabras de persona persona, gente, prole, etc. son, pues, “epicenas” dentro de esta
terminología.
Pasemos ahora a palabras que aparecen emparejadas en el léxico, como las que participan en el
doblete los vascos y las vascas. Vascos es plural de vasco, con el que por tanto comparte todos sus
rasgos semánticos (de significado) menos, evidentemente, el de plural: un vasco denota un miembro
del conjunto formado por todos los vascos (formalmente, un vasco{x | VASCO (x)}, donde un
vasco se interpreta como la persona a la que se refiere la palabra, y VASCO como el concepto que
conlleva la palabra vasco y que define al conjunto {x | VASCO (x)}), y vascos más de uno. Esta es la
situación común entre los sustantivos del castellano, con sólo contadísimas excepciones, como por
ejemplo bien (cualidad moral) y bienes (cosas), de hecho dos palabras independientes pese a su cuasi
coincidencia formal.
6
Para averiguar empíricamente el significado sexual de vasco consideremos una frase como conozco a
muchos vascos, entre ellos a Isabel y María. ¿Qué está diciendo el hablante? Que conoce a muchos
miembros del conjunto {x | VASCO (x)} entre los que se hallan Isabel y María. Sobre la base de que
Isabel y María son nombres propios reservados a mujeres, como es el caso al menos en España, de
hecho se está diciendo que el conjunto {x | VASCO (x)} incluye al menos dos miembros de sexo (NB.
¡no género!) femenino (= hembra): Isabel y María. El hecho de ser la frase perfectamente legítima y
normal obviamente implica que la palabra vasco está libre de restricciones relativas al sexo (si
significara ‘varón’, Isabel y María no podrían ser miembros del conjunto {x | VASCO (x)} designado
por la palabra), y en consecuencia que no excluye de su ámbito de referencia a las mujeres. Esta es la
prueba empírica, objetiva, de lo que intuitivamente sabemos todos desde la cuna, porque así allí lo
aprendimos porque así lo oímos, y lo oímos así simplemente porque el castellano es así: si no fuera
así, no lo habríamos oído, y por tanto aprendido, como no hemos aprendido palabras del chino, salvo
que fuéramos chinos y nos las hubieran dicho en aquel tiempo.
Efectuemos ahora la misma prueba con vasca, la contrapartida léxica de vasco: ?conozco a muchas
vascas, entre ellas a Juan y Antonio. ¿Qué está diciendo el hablante? Que conoce a muchos miembros
del conjunto {x | VASCA (x)} y que entre ellos se encuentran Juan y Antonio. Sobre la base de que
Juan y Antonio son nombres propios reservados a varones, como es el caso al menos en España, de
hecho se está diciendo que el conjunto {x | VASCA (x)} incluye al menos dos miembros de sexo (otra
vez ¡no género!) masculino: Juan y Antonio. ¿Es éste buen castellano, es decir, castellano real, no
distorsionado? Todos sabemos que no. Todos sabemos que si alguien dice ?conozco a muchas vascas,
entre ellas a Juan y Antonio “algo huele a podrido en Dinamarca”: o está bromeando, o está majareta,
o es hablante deficiente (por extranjería o defecto mental), o, quizá, está utilizando un recurso retórico
para implicar algo específico sobre Antonio y Juan, con respecto por ejemplo a su sexualidad,
apariencia o comportamiento. Si no hay nada de esto, la frase ?conozco a muchas vascas, entre ellas a
Juan y Antonio es simplemente aberrante (equivocada) en el castellano, como lo sería la mano en el
fútbol o el salto de la reina sobre los peones en el ajedrez: estas prácticas no están entre las permitidas
por las reglas (“constitutivas”) de estos juegos, y la frase en cuestión no está entre las permitidas por
el sistema (también “constitutivo”) del castellano actual (el del futuro obviamente es desconocido).
De estas sencillísimas demostraciones se sacan dos conclusiones, ambas claramente al alcance de la
mano de quien lo desee:
1) El sexo no es lo mismo que el género (y viceversa) también en la lengua (el castellano aquí).
2) En castellano hay palabras referidas a personas que no llevan referencia de sexo, tanto
masculinas (vasco, vástago, …) como femeninas (persona, prole, …).
Es sumamente instructivo comparar el comportamiento de vasco - vasca y cientos, si no miles, de
otras parejas semejantes, con la también pareja monje - monja, al referirse ambas a personas y
presentar alternancia, tanto de género, el … vs. la … (las parejas de género por definición las define la
alternancia de género), como de desinencia, -o/-e vs. -a.
Para vasco sabemos (desde siempre intuitivamente y ahora también reflexivamente) que al decir los
vascos son buena gente la referencia automática es (sin poder evitarlo) a todas las personas vascas, sin
diferenciación de sexo, al significar la palabra vasco ‘persona vasca’, sin sexo específico: para limitar
su referencia a varones habría que incluir la palabra correspondiente (los vascos varones o los
hombres vascos). Veamos qué ocurre al decir los monjes son buena gente (paralelo en forma a los
vascos son buena gente). ¿Están las monjas también automáticamente incluidas? Todos los hablantes
7
del castellano sabemos, una vez más automáticamente, que la respuesta es negativa, y que para incluir
a las monjas en el piropo es necesario decir los monjes y las monjas son buena gente.
La diferencia entre el legítimo los monjes y las monjas y el aberrante los vascos y las vascas
sencillamente se deriva del respectivo significado léxico de las palabras monje y vasco con respecto al
sexo, la primera con significado de ‘macho’ (‘varón’, en la versión terminológica de este concepto
para seres humanos), y la segunda sin él: lo sabemos todos intuitivamente y lo acaba de probar
empíricamente la posibilidad y validez de la frase conozco a muchos vascos, entre ellos a Isabel y
María. Crucialmente, la única razón para esta diferencia de significado entre vasco y monje es que el
castellano es así, como también es la única razón para que al vasco se le llame vasco y al monje
monje, y no al revés o de cualquier otra manera: no sólo es la unión entre el significado y la forma de
cada palabra arbitraria, como señaló Ferdinand de Saussure hace ya una centuria (el inglés carpet
significa ‘alfombra’, no carpeta, y el castellano carpeta ‘carpeta’, no ‘alfombra’; etc., etc.), sino que la
forma y el significado mismos son arbitrarios (vasco podría haber sido “vascu” y su significado
‘persona vasca de piel cetrina’, entre una infinidad de posibilidades). Y en el castellano de 2012
monje implica varón, mientras que vasco (y multitud de otras semejantes) no lleva implicación de
sexo, ni macho ni hembra.
2.4. Significado e interpretación
La diferencia entre la frase vocativa tradicional señoras y señores y el doblete actual los vascos y
las vascas (o amigos y amigas, vocativa como señoras y señores) es también muy instructiva: el
orden femenino + masculino de las palabras de la primera encaja con el respectivo significado de las
dos palabras con respecto al sexo, mientras que el masculino + femenino de la segunda, característico
de los dobletes, no lo hace. La explicación que sigue lo aclarará.
En los vascos y las vascas, el las vascas que sigue a los vascos no amplía el ámbito de referencia de
éste, que como sabemos son todas las personas vascas, sin distinción de sexo ni de cualquier otra
cualidad: todos los vascos = todas las personas vascas. Por lo tanto, los vascos incluye (sin poder
evitarlo) referencia a las vascas (para evitarla habría que decir los vascos varones), y por tanto el
añadido de y las vascas carece de sentido. Sucede lo mismo sin intervención del sexo en frases como
la fruta y las manzanas, los muebles y las cómodas, los mares y el Mediterráneo, etc., al estar el
referente de la segunda palabra incluido ya en los de la primera (me encanta la fruta y las
manzanas).
Señoras y señores es diferente precisamente porque el orden de las palabras es diferente. Aquí, la
primera palabra, señora, se refiere (como vasca) sólo a mujeres, y para incluir también a los hombres
en el discurso es por tanto necesario añadirle (por necesidad lingüística, no política) su contrapartida
señores. Lo interesante, y quizá inesperado, es que no es porque señor(es) en castellano signifique
‘hombre(s)’, que evidentemente no lo significa (si lo significara, al hablar de los señores de López
Martínez se estaría excluyendo a la esposa, pero todos sabemos que es justamente lo contrario), sino
por ser señor la contrapartida general de señora, como vasco lo es de vasca: señor significa señora
menos la restricción ‘de sexo hembra’ que lleva señora, a la manera como 5 significa 6 – 1 ( señor
= señora – ‘hembra’), y 6 significa 5 + 1 ( señora = señor + ‘hembra’). Al añadir señores al señoras
que encabeza la frase (señoras y señores), se amplía, pues, su ámbito referencial, de sólo señor +
‘hembra’ (señoras) a señor sin hembra (señores), es decir, todas las personas con “señorío”, sin
distinción de sexo.
8
Surgen ahora dos preguntas:
1) ¿Para qué decir primero señoras si el subsiguiente señores sería suficiente, al estar el ámbito
referencial de señoras incluido en el de señores?
2) ¿Cómo es que señores se interpreta como referido sólo a varones si la palabra no lo significa,
según acabamos de ver e intuitivamente ya sabíamos (los señores de López Martínez)?
Evidentemente, la motivación para el encabezamiento señoras la constituye un afán de especial
cortesía dentro del carácter vocativo de esta pieza de discurso. De modo semejante se dice, por
ejemplo, Señor Presidente del jurado (Señora Presidenta si es una mujer), señores asistentes: el
presidente del jurado evidentemente es uno de los asistentes, pero se lo singulariza para darle realce
en concordancia con la solemnidad del acto. Esto lo sabe y hace cualquier hablante nativo
espontáneamente, sin necesidad de intervención de agentes externos. Lo que es inesperado es la
interpretación de señores como referido sólo a varones, dado que la palabra señor no lo significa (los
señores de López Martínez).
Aquí hay que distinguir el significado intrínseco de las palabras, es decir, el que tienen en la lengua y
aprenden sus hablantes al aprender la palabra, y su interpretación “pragmática” (práctica) en el
contexto situacional en el que se oyen o leen. Esta diferencia también es obvia a poco que
reflexionemos. Primero, cualquier lengua contiene miríadas de ambigüedades léxicas: piénsese en la
“polisemia” (el cabo de Gata vs. el cabo del ejército, el gato de la gata vs. el gato del caco, la cresta
del gallo vs. la cresta de la ola, …) o la “homonimia” (la copa de vino vs. la del árbol, el banco de
peces vs. el de ahorros, el piñón de la piña vs. el de la bici, …). Estas ambigüedades léxicas
normalmente no causan obstáculo a la comunicación, precisamente porque el contexto las
desambigua. Pero el contexto evidentemente no forma parte del léxico (mental o escrito), y por tanto
el significado inherente de la palabra al que el oyente inevitablemente recurre en primera instancia
(por el que interpreta vino como ‘vino’, no como ‘pan’, por ejemplo) es sólo la primera etapa del
proceso que lleva a su comprensión comunicativa. La segunda toma en cuenta el contexto situacional,
y es por tanto pragmática, externa a la lengua, aunque como estamos viendo esencial para el éxito de
ésta en el acto de comunicación.
Para acabar de entenderlo, volvamos a la frase anterior ?conozco a muchas vascas, entre ellas a Juan
y Antonio, y supongamos que por experiencia anterior el oyente sabe que quien la ha pronunciado no
es bromista, ni está mal del coco, ni es hablante deficiente del castellano (estas realidades
naturalmente pueden haber sido objeto de cambio a través del tiempo, pero el oyente no tiene más
remedio que seguir asumiéndolas si no posee evidencia de dicho cambio). Sobre esa base, el afán
instintivo del oyente de encontrar sentido a la frase ?conozco a muchas vascas, entre ellas a Juan y
Antonio a pesar de no tenerlo literalmente, lo lleva, entre otras opciones, a acudir a la hipótesis de que
el hablante la está utilizando como recurso retórico para implicar algo sobre Antonio y Juan que (por
la razón que sea) prefiere no expresar directamente: sugerí antes que quizá a propósito de su
sexualidad, apariencia o conducta, pero evidentemente hay una miríada de otras posibilidades.
De manera semejante, confrontado con señoras y señores, el sentido pragmático del oyente lo lleva a
interpretar el señores que sigue a señoras como referido al conjunto de ‘señores’ que no está incluido
en el de señoras que lo precede, es decir, como referido al conjunto de varones: el oyente sabe por
conocimiento general de la vida que las personas son de sexo macho o de sexo hembra, y sobre esta
base puede conseguir interpretar la frase precisamente con el sentido con que la ideó el hablante. En
9
contraste, en el doblete común (los vascos y las vascas) el orden inverso de las palabras imposibilita
esta interpretación, al ya incluir el campo referencial de la primera palabra vascos (todas las personas
vascas) el campo referencial de la segunda vascas (las mujeres vascas), de tal manera que los vascos
y las vascas ‘todas las personas vascas y todas las mujeres vascas’. Al ser las mujeres personas, no
hay espacio para una interpretación satisfactoria, e inevitablemente se deja al oyente en una situación
de frustración, confusión y disgusto.
Al llegar a este punto debo hacer una aclaración importante, de hecho crucial. Es posible que algún
lector piense que el análisis que acabo de sugerir es demasiado complejo para que ocurra en la vida
cotidiana de la mayoría de los oyentes. Nada más lejos de la realidad, sin embargo. En efecto, el
ejercicio de las lenguas humanas no es un acto de racionalidad y reflexividad intelectual, sino un acto
biológico instintivo que realiza el cerebro instantánea y automáticamente sin conciencia activa del
sujeto: piénsese analógicamente en las flores abriendo sus pétalos al sol, por ejemplo. No hay por
tanto nada esotérico ni implausible en mi relato, una descripción de algo común y en esencia anodino
que sucede constantemente en nuestra vida de usuarios de la lengua.
2.5. El futuro
Veamos ahora el 1984 que nos aguarda de ganar el doblete la partida. El futuro, evidentemente, está
sólo en manos de los dioses, pero sin embargo los humanos hacemos vaticinios desde las evidencias
del presente: del tiempo meteorológico por las isobaras, de la llegada de un tsunami por los
movimientos del mar, del futuro del planeta por el calentamiento climático, etc. Y George Orwell
vaticinó con asombrosa exactitud mucho de lo que estaba por venir en el mundo. Errar es humano,
pero por si las moscas prevenir es mejor que lamentar.
Es evidente que el doblete se oye cada vez más de labios supuestamente conectados con causas “de
progreso”, con el que por tanto el hablante común sin remedio llegará a asociarlo. Y como las ratas de
Skinner que manipulaban la palanquita de la caja estimuladas por el recuerdo reflejo de las bolitas de
comida que esta acción les había proporcionado antes, el constante martilleo del doblete sin duda le
hará ganar adeptos. En principio no parece que esto pueda acarrear problemas, como, por ejemplo, en
principio parece que no los puede acarrear la moda de un nuevo deporte o una bebida refrescante.
En el castellano, sin embargo, el doblete dista mucho de ser inocuo. En inglés hay sólo tres palabras
posibles candidatas: los tres pronombres de tercera persona del singular he, she, it, y en realidad sólo
los dos primeros, pues el tercero (equivalente en cierto modo a ello) carece de sexo. La única
repercusión del doblete en esta lengua es, pues, el martilleo de he or she y equivalentes. En castellano,
sin embargo, hay cientos, si no miles, de parejas de género al estilo de vasco/vasca. Por añadidura, el
castellano posee un sistema de género (del que el inglés carece) por el que se establecen relaciones de
“concordancia” a distancia entre palabras, de modos sutiles que el hablante y el oyente (nativos o con
suficiente nivel) conocen y usan instintivamente. Estas relaciones están lejos de ser fútiles, pues dan
cuerpo a un entramado de estructura y de significado no expresable de ninguna otra manera, al carecer
la práctica totalidad de las palabras castellanas de casos de flexión y gozar esta lengua de gran libertad
en el orden de palabras. Los dobletes, por tanto, representan un conato de incendio con potencia para
devorar el bosque y producir así estragos inimaginables desde la lejanía y la ignorancia del terreno:
como el niño que juega con armas de fuego. El texto de la actual constitución venezolana, sin duda
sólo uno entre otros ya existentes, nos proporciona una utilísima muestra. Y, como es bien sabido y he
explicado, el doblete no sale espontáneamente de la masa de hispanohablantes en ejercicio de su
instinto de la lengua. Muy al contrario, el doblete es un calco venido de otra lengua (además sin
10
género) que está siendo impulsado, y de hecho a veces impuesto, por minorías altamente politizadas
para sus propios fines de publicidad y propaganda.
Lingüísticamente, la mecánica del cambio lingüístico inducido por el doblete no puede ser más
sencilla: la sustitución del actual significado asexuado de vasco y de cientos, si no miles, de tales
masculinos así emparejados (vasco/vasca) por el significado ‘macho’ (‘varón’ más cortésmente para
las personas), a la manera de la actual pareja monje/monje, en la que hemos visto (y ya sabíamos) que
monje está así marcado tradicionalmente. Nótese, por cierto, que esta peculiaridad de monje no
procede de su significado (ni evidentemente de su forma), como lo prueba el diferente
comportamiento de la pareja cuasi sinónima religioso/religiosa, que sigue los pasos de vasco/vasca y
el resto de la abrumadora mayoría: los religiosos son gente de fiar, y por ello confío en Sor María,
pero ?Las religiosas son gente de fiar, y por ello confío en Fray Agustín. En mi opinión, nadie fuera
de un Nerón incendiario de Roma podría desear este cambio, justamente el que contiene en semilla el
doblete, imagino que en completa ignorancia de sus usuarios. Y los cambios de lengua se producen de
manera inconsciente e inevitable simplemente como resultado del acoso de la nueva forma:
compárese en un dominio no sexual el avance del leísmo, del yeísmo, o de la masculinización de
palabras como agua o área, que pasan de ser el agua fresca y el área delimitada a ?el agua fresco y
?el área delimitado, todos ellos (y otros) ocurriendo aquí y ahora ante nuestros propios ojos sin casi
notarlo. En casos como estos, la defensa del statu quo podría (quizá no sin razón) achacarse a un
exceso de celo purista o tradicionalista: al fin y al cabo, el castellano vivirá igual con agua y área
como masculinos que como femeninos. Evidentemente, sin embargo, no es ése el caso con los
dobletes, que espero haber mostrado (creo que hasta la saciedad y sin género de duda) que de
consolidarse representarán una verdadera catástrofe.
3. Cotejo con el CMCI
Como indiqué al comienzo, el CMCI loablemente está ideado y trabajado desde la lingüística. A pesar
de ello, sin embargo, contiene un número substancial de apreciaciones dudosas que es imperativo
señalar.
Hasta donde yo veo, el CMCI propone las siguientes tesis:
1) Lingüísticas:
Existen dos tipos de lengua, que el CMCI denomina “natural” y “cultivada”
En la lengua en sí existen dos niveles de realidad, y por tanto de análisis lingüístico: el de la
“competencia” y el de la “actuación”
Gramaticalmente las desinencias de las palabras castellanas no expresan género, pero en la
conciencia del hablante sí
El cambio lingüístico es muy difícil de predecir, y de todos modos no existe motivo para que
su eventualidad sea motivo de preocupación
Las Guías que critica el Informe están plenamente justificadas, al ir dirigidas a la actuación y
al lenguaje administrativo, y al ser en todo caso poco efectivas
2) Sociopolíticas:
La “actuación” lingüística está ideologizada
Existe una actuación lingüística o discurso machista
Hay que evitar un empleo discriminatorio de la lengua para con la mujer
11
La Academia está ideologizada, y en todo caso peca de no haber dado directrices antisexistas
La estrategia fundamental del CMCI consiste en reducir a un mínimo tanto el dominio de los dobletes
como su posible impacto. Con respecto a lo primero, defiende que el doblete opera sólo a nivel de
“actuación”, en contraposición al de “competencia”, y que su ámbito se limita a lo que llama “lengua
cultivada”, en contraposición a la “lengua natural”. Aclararé el significado de estos términos antes de
juzgar el acierto o desacierto de las apreciaciones.
3.1. La “competencia” y la “actuación”
La oposición entre “competencia” y “actuación”, en efecto uno de los pilares de la lingüística actual,
fue establecida ya en los años 1960 por Noam Chomsky, el lingüista más destacado de todos los
tiempos. La siguiente cita del comienzo de Chomsky (1965) resume bien su sustancia: “Lo que
concierne primariamente a la teoría lingüística es un hablante ideal, en una comunidad lingüística del
todo homogénea que sabe su lengua perfectamente [NB. “competencia”] y al que no afectan
condiciones sin valor gramatical como limitaciones de memoria, distracciones, cambios del centro de
atención e interés y errores (característicos o fortuitos) al aplicar su conocimiento de la lengua al uso
real [NB. “actuación”]” (Chomsky 1965: 5).
Un sencillo ejemplo aclarará más el contenido conceptual de los dos términos y sus consecuencias
empíricas. Para jugar al ajedrez obviamente es preciso conocer y obedecer sus reglas, pues, como ya
sabemos, las reglas son el juego, que sin ellas no existe: al constituir las reglas el juego, éstas son una
condición necesaria para jugarlo y suficiente para poderlo hacer. Pero el conocimiento de las reglas de
un juego evidentemente no garantiza que se vaya a jugar con eficiencia: para esto se precisa talento y
práctica, además de suerte, y el mejor ajedrecista o futbolista del mundo puede tener un mal día, y por
tanto una mala actuación.
De manera semejante en la lengua. Una cosa es la posesión de competencia, como la tengo yo en
castellano, pero no en chino, y otra distinta la actuación al hablarla: por distracción o problema
cerebral o bucal (inducido por el cansancio, alcohol, drogas, enfermedad, vejez extrema, etc.) el
hablante puede infringir una o más de las reglas de la lengua, regularizando un verbo irregular,
comiéndose una preposición o un sonido, etc. Son los llamados lapsus, que por cierto yo no puedo
cometer en chino al carecer de competencia en esta lengua.
Para el CMCI el doblete pertenece a la esfera de la actuación, no de la competencia:
Estamos ante una cuestión de actuación lingüística, no de competencia lingüística (p. 1)
La cuestión que se debate aquí no es de competencia, sino de actuación (p. 3)
No hay una gramática fascista, pero sí hay un discurso fascista; no hay una gramática
machista pero sí hay una actuación lingüística o discurso machista o sexista. (p. 2)
Los dobletes, en efecto, en castellano no son (por el momento al menos) materia de competencia, y
por eso precisamente son aberrantes, como lo sería también un lapsus. La diferencia crucial es que los
lapsus son involuntarios e inconscientes, mientras que los dobletes son perfectamente conscientes y
enteramente voluntarios. Y nótese por cierto que, al admitir que los dobletes no son materia de
competencia, sino de actuación, el CMCI de hecho está admitiendo que caen fuera del ámbito del
castellano, y así que no son castellanos, justamente la tesis que estoy defendiendo.
Es preciso añadir que los dobletes tampoco son materia de “actuación” como el CMCI afirma, al
menos en el sentido chomskiano del término que acabamos de ver. Tampoco de uso puro y simple del
12
castellano, porque un uso lo es de una cosa existente, y acabamos de ver que la cosa “doblete” no
existe en el castellano como tal, al ser un cuerpo extraño a él, lo mismo que lo son los lapsus. El
doblete lo que es es un tipo de discurso, como lo es el discurso sexista, racista, fascista o de cualquier
otro sectarismo. La diferencia formal, y aquí fundamental, entre los discursos sexistas, racistas,
fascistas, etc. y el dobletista es que los primeros no suelen concernir ni afectar a la lengua, sólo a la
ideología, mientras que el dobletismo incide directamente sobre la lengua misma, dislocándola de la
manera que se vio en los apartados anteriores. Y el tipo de discurso en que interviene el doblete es de
hecho un “juego lingüístico”, al estilo del “juego de la pe” popular entre los niños (niñas sobretodo)
en algunas partes de España. Estas actividades consisten en la manipulación de un aspecto
determinado de una lengua de acuerdo con alguna fórmula (sencilla de ejecutar) que se le aplica: la
inserción de la sílaba pe antes de cada sílaba en el juego de la pe (casa > pecapesa) y la fórmula
“añade el sustantivo de género femenino a su emparejado masculino mediante la conjunción
copulativa y” en el caso del doblete. Es absolutamente imperativo tener plena conciencia de esta
realidad, independientemente de la actitud que uno pueda tener ante la misma.
3.2. Lengua “espontánea” y lengua “cultivada”
La segunda dicotomía propuesta en el CMCI es entre lengua “espontánea” y lengua “cultivada”:
Hay que distinguir entre lengua natural y lengua cultivada (p. 4)
Las lenguas naturales son las que se hablan de forma automática e irreflexiva por parte de una
comunidad lingüística en la interacción cotidiana. Todas las comunidades lingüísticas
conocen este tipo de lengua (p. 5)
Esta distinción juega un papel fundamental en la argumentación del CMCI, que defiende la idea de
que los dobletes del castellano sólo atañen, y por lo tanto sólo afectan, a la lengua cultivada.
Las así llamadas “lenguas cultivadas”
Surgen precisamente de la manipulación e intervención, intencionadas y cultural y
socialmente determinadas, en las lenguas naturales. Estas manipulaciones, que las hacen
lenguas artificiales, son producto de diversas finalidades esotéricas, rituales, lúdicas,
religiosas, mágicas, iniciáticas, etc. (p. 5)
Entre los ejemplos que propone el CMCI están las “diferencias sistemáticas fonológicas y
gramaticales en el habla de hombres y mujeres en yana, una lengua de California septentrional”,
documentadas por Edward Sapir, un clásico y conocido lingüista norteamericano, y que son “sensibles
al contexto comunicativo concreto” (CMCI, p. 5). También “las lenguas secretas o los estilos de
evitación de algunas comunidades indígenas australianas (Dixon 1980: 47-68)” (CMCI, p. 5). Y,
continúa el CMCI, “Las sociedades esclavistas, feudales y capitalistas poseen también lenguas
cultivadas, creadas artificialmente por intervencionismo dirigido y siguiendo criterios religiosos,
políticos, ideológicos y culturales” (CMCI, p. 5): lenguas religiosas, lenguas escritas estándar, lenguas
científicas, administrativas, judiciales, políticas, y otras.
La existencia de estos tipos de variedades en muchas lenguas, de algunos quizá en todas, es en efecto
conocida. Lo que está menos claro es su relación con los dobletes, o de los dobletes con ellas. En
particular, las lenguas rituales a que se refieren Sapir, Dixon y otros antropólogos y lingüistas son de
hecho jergas léxicas y/o gramaticales parásitas a una lengua matriz, como en efecto reconoce el CMCI
13
(cf. “Surgen precisamente de la manipulación e intervención, intencionadas y cultural y socialmente
determinadas, en las lenguas naturales”): su categorización como lenguas separadas tendría por tanto
limitadísimo alcance y contenido. A su vez, las variedades de las “sociedades esclavistas, feudales y
capitalistas” referidas en CMCI claramente son estilos o registros de una lengua, no lenguas como
tales y ni siquiera jergas. Y los dobletes, manifiestamente, no llegan ni a lenguas rituales ni a registros
del castellano, como tampoco lo hacen el “leísmo”, el “yeísmo”, o el “dequeísmo”, simples
desviaciones del sistema común. Así, y no de otro modo, debe interpretarse el dobletismo: un estilo de
uso (lúdico, de hecho) dentro de la lengua común, y deliberadamente infractor de ella.
3.3. Cambio lingüístico
Pese a la dificultad de predicción del cambio lingüístico, el CMCI reconoce abiertamente la
posibilidad, incluso la probabilidad, de que un fenómeno “de actuación lingüística” como en su
concepción lo es actualmente el dobletismo (“de discurso” en la mía, según ya expliqué) puede llevar
a él:
Fenómenos de actuación lingüística no solo pueden llevar a la variación sino incluso al
cambio lingüístico: a la modificación de la competencia lingüística y, por tanto, a la
modificación de la gramática (p. 2)
La actuación lingüística puede cambiar y de hecho cambia la competencia lingüística en la
dinámica de las lenguas (p. 3)
Un fenómeno de actuación, si se extiende, puede dar lugar a cambios en la estructura
gramatical de una lengua (p. 4)
Elecciones en la actuación podrían llegar en algunas circunstancias propicias a ocasionar
algún cambio lingüístico (p. 9)
El cambio implícito en el dobletismo no sería gramatical per se, sino de significado léxico (de vasco =
‘persona vasca’ a vasco = ‘varón vasco’), aunque con importantes consecuencias gramaticales en el
ámbito de la concordancia.
El CMCI enfatiza la condición de absoluta normalidad del cambio lingüístico:
Yo les digo a mis colegas que no se asusten por ello: el cambio lingüístico es lo más normal
del mundo, aunque es muy difícil causarlo de forma intencional y programada. Se lleva
produciendo desde que la humanidad es humanidad, aunque lingüistas de todo tipo y
condición lleven siglos devanándose los sesos para explicar cómo se produce (p. 9)
Es en efecto innegable que el cambio es una constante en la lengua, como lo es en el resto de la
realidad: panta rhei, y no es posible bañarse dos veces en el mismo río. Por otra parte, el cambio que
acarrearía el dobletismo sí que habría sido causado de forma intencional y programada: este es
precisamente el motor que le dio vida y que intentan perpetuar y consolidar tanto las Guías como las
políticas intervencionistas impositivas relacionadas.
En opinión del CMCI, la normalidad asociada con el cambio lingüístico implica que no debe ser
motivo de preocupación:
La idea de que la gente puede estropear o deteriorar la lengua es un prejuicio muy extendido
entre las personas no especialistas (p. 8)
Señoras y señores lingüistas, gramáticos y filólogos, no se preocupen, no teman por la posible
desaparición de generalizaciones gramaticales irrenunciables: los principios biológicamente
14
determinados de la Gramática universal no se van a ver afectados por la actuación lingüística,
por muy radical que esta nos pueda parecer (p. 9)
Es evidente que un eventual triunfo del doblete no afectaría a los principios biológicamente
determinados de la Gramática universal, pues el doblete claramente no pertenece a la gramática
universal, sino al dominio parroquial del léxico del castellano. En concreto, la cuestión es si los
masculinos emparejados, como vasco, llevan o no significado de ‘macho’: no lo llevan en la lengua
milenaria común, pero sí (por implicación) en el doblete. Es evidente que estas dos representaciones
polarmente opuestas no pueden convivir en una misma lengua, como no pudo la palabra gat designar
al mismo tiempo el gato y el gallo (por evolución y confluencia fonética de las respectivas latinas
cattus y gallus) en la sociedad rural gascona que el dialectólogo franco-suizo Jules Gilliéron investigó
hace ya más de un siglo: o vasco indica macho (varón para hombres) o no lo indica, pero obviamente
no puede significar las dos cosas a la vez, y una de ellas tiene que ceder. Es, pues, evidente que, de
extenderse el dobletismo, el actual carácter general asexuado de vasco y de cientos de palabras
semejantes desaparecerá sin remedio, precisamente el objetivo del dobletismo, con o sin la conciencia
de sus promotores y practicantes.
3.4. Papel del hablante
El CMCI acertadamente señala la relevancia de la conciencia lingüística del hablante en el cambio
lingüístico. Un ejemplo oportuno que ya he mencionado es el cambio de género actualmente en
marcha en palabras comenzadas en a acentuada tipo agua: de el agua clara a ?el agua claro. La
mecánica que lo motiva en la conciencia lingüística del hablante es manifiesta: interpreta agua como
masculino al llevar esta palabra el artículo definido el, habitualmente señal de género masculino. Es,
sin embargo, conocido que la razón real para la aparente anomalía artículo masculino + sustantivo
femenino es otra: la evolución histórica del antecedente ela agua, con las dos aes adyacentes
confundidas en una sola y el el precedente de este modo excepcionalmente preservado (cf. en
contraste ela cosa > la cosa, con la pérdida habitual de la e inicial). Es evidente que el hablante
común es ignorante de estas minucias, por demás irrelevantes a la lengua actual: como también ya
señaló Saussure, los estadios sincrónicos de las lenguas (cronológicamente horizontales) no se deben
confundir con su desarrollo diacrónico (cronológicamente vertical).
En el caso de los dobletes la evidencia empírica es menos clara de lo que sugiere el CMCI. Así, por
una parte, el CMCI admite que
Desde el punto de vista lingüístico “-o” no es un morfema de género masculino (p. 8)
Por la otra, sin embargo, afirma que
Desde la perspectiva de la conciencia explícita de quienes hacen uso del español en la vida
diaria, la verdad es justamente la contraria (p. 8)
Existe la idea muy extendida e influyente según la cual la “-o” indica masculino y la “-a”
indica femenino (p. 3)
Aquí es esencial distinguir la idea de la práctica. La idea del hablante (si cuestionado, por ejemplo)
pudiera en efecto ser que -a indica femenino, pero, paradójicamente desde esta perspectiva, acabamos
de ver que interpreta (erróneamente) el agua como masculino (?el agua claro), no como femenino
(?la agua clara no parece existir), muy a pesar de la -a. De modo semejante, no masculiniza mano
(?el mano), ni feminiza (el) tema, clima, mapa y un considerable etcétera más. Tampoco cambia -o
15
en -a en nombres propios de mujer como Rosario, Consuelo, Rocío, Camino, Remedios, ni tan
siquiera en sus truncados hipocorísticos, espontáneamente creados por el hablante: cf. Charo, Chelo.
Estas conductas evidentemente contradicen la “idea” de que habla el CMCI, y sugieren, por el
contrario, autonomía de la desinencia con respecto al género (y al sexo), precisamente como se
propone en Roca (2005), citado con aprobación en el CMCI.
En cualquier caso, la afirmación del CMCI de que
La concepción ingenua sobre la morfología de la propia lengua puede tener un papel
importantísimo en el cambio lingüístico (p. 3)
es irrelevante a los dobletes, que como hemos visto y ya sabíamos no son propulsados por la
conciencia lingüística del hablante común e ingenuo, quien, muy al contrario, se mantiene alejado de
ellos y les suele expresar su rechazo cuando tiene la oportunidad de hacerlo: los propulsan minorías
politizadas por afán y con fines exclusivamente políticos, no lingüísticos.
3.5. Las Guías
Llegados a este punto, es manifiesto que la defensa de las Guías “antisexistas” que hace el CMCI está
fuera de lugar. Veamos algunas de sus aseveraciones con respecto a ellas:
Las guías de uso lingüístico no sexista suelen ir destinadas al lenguaje administrativo (una de
ellas lleva en el titulo la expresión Manual de lenguaje administrativo no sexista), judicial o
político (p. 6)
Con independencia del título que pueda llevar ésta, algunas o todas las Guías, es obvio que son una
herramienta más al servicio de la política dobletista cuyo último fin, declarado o no, es la introducción
del doblete en el discurso habitual de todos los hablantes, un caballo de Troya, pues, que llevará sin
remedio al cambio en la “competencia” que ya hemos examinado, extendiéndose así el doblete a los
cientos o miles de parejas existentes. A pesar de esta perspectiva, para el CMCI
Desde el punto de vista de la lengua cultivada (la lengua de la administración, por ejemplo)
las guías de lenguaje no sexista tienen todo el sentido y la justificación que es capaz de darles
la ciencia lingüística (p. 6)
Hemos visto aquí que la realidad es precisamente la contraria: la ciencia lingüística prueba con
facilidad y sin asomo de duda la falta de necesidad y la inutilidad del doblete. Más aún, el
notabilísimo perjuicio que puede causar y que, de prevalecer, causará a la lengua.
Otra línea de defensa de las Guías en el CMCI consiste en disminuir el alcance de su objetivo:
Las guías criticadas lo que dan son, en la medida en que yo lo entiendo, recomendaciones (p.
8)
Evidentemente, las Guías no tienen otra opción que recomendar, al no ser, de momento al menos, ni
ley ni mandamiento religioso. En la práctica cotidiana, sin embargo, las Guías claramente son
utilizadas como arma para convertir infieles y ganar adeptos, por voluntad espontánea o por la presión
psicológico-política del “lobbying”.
Según el CMCI,
16
Hasta donde alcanza mi conocimiento, ninguna guía intenta cambiar la competencia
gramatical (p. 8)
Es evidente que un cambio en la “competencia” gramatical de un hablante sólo lo puede efectuar el
hablante mismo, y además de modo implícito e inconsciente: ni el sistema político o social más
totalitario podría hacerlo por él, al ser la lengua un fenómeno biológico interno a cada individuo fuera
del control de su voluntad. Nótese por ejemplo que ni siquiera es posible crear “competencia”
(lingüística en general, no sólo gramatical) de manera voluntaria y artificial durante el aprendizaje de
lenguas extranjeras, un ámbito en el que claramente sería beneficioso. Pero de todas formas hemos
visto que el CMCI admite que la “actuación” desemboca en la “competencia” de modo prácticamente
inevitable. Por tanto, si las Guías intentan cambiar la actuación (el discurso, en mi concepción), de
hecho intentan cambiar la competencia.
La última línea de defensa de las Guías en el CMCI atañe a su reducido efecto sobre la lengua real:
Las recomendaciones que proponen las guías pueden ser poco efectivas e infructuosas en la
lengua natural espontánea. Pero es que esas guías no van dirigidas a la lengua natural
espontánea (p. 7)
Qué efectos pueden tener las recomendaciones de las guías de lengua no sexista en la lengua
natural espontánea de todos los días? Es muy difícil, si es que es posible, responder esta
pregunta con seguridad (p. 7)
Está claro que las Guías no pueden estar expresamente dirigidas a la lengua natural espontánea de
todos los días, porque si lo estuvieran los hablantes sin duda las abortarían de raíz: ¿qué hablante
normal toleraría tal intromisión explícita en lo que es quizá el último reducto de su intimidad y
privacidad? Los promotores de las Guías sin duda lo saben, y así optan por una estrategia implícita e
indirecta: por la conquista del poder, con la esperanza, y quizá el convencimiento, de que desde allí se
irá imponiendo sobre los súbditos. Efectivamente, así sucedió ya (a la escala menor del he or she) en
el mundo anglohablante: ¿por qué no va pues a suceder ahora en el hispanohablante?
3.6. Ideología
Llegamos al fin del presente escrito. Antes de cerrar enumeraré una serie de afirmaciones incluidas en
el CMCI claramente reveladoras de cariz ideológico, no científico, tanto en el doblete como en el
CMCI mismo:
Sobre las Guías:
[Las guías] intentan cumplir con un doble objetivo: de un lado, evitar los casos de
ambigüedad en el uso del género gramatical, y de otro (y sobre todo), evitar un empleo
discriminatorio de la lengua (para con la mujer, en este caso) (p. 2)
Las críticas generales realizadas a estas guías […] se basan en un análisis deficiente de los
matices lingüísticos necesarios para comprender adecuadamente el funcionamiento natural y
social de las lenguas. O quizás en algo peor, en una aplicación sesgada ideológicamente de la
ciencia lingüística contemporánea (p. 10)
Ya he mostrado cumplidamente que el género gramatical, ni es más ambiguo de lo que lo pueda ser
cualquier otro elemento de la lengua, ni discrimina (ni puede discriminar) a la mujer, la piedra angular
de la ideología dobletista, sin fundamento alguno en la realidad empírica, y por tanto simplemente
17
fabricada para sus propios fines. En consecuencia, lo sesgado ideológicamente no es la aplicación de
la lingüística en las críticas al doblete, sino las Guías y la ideología dobletista que las inspira.
Sobre la ideologización de la lengua,
La gramática no tiene ideología; entre otras cosas porque la gramática ni siquiera es una
persona y hasta donde se me alcanza solo las personas tienen ideología. Y las señoras y
señores lingüistas están, cómo no, entre esas personas. Y son las personas las que actúan
lingüísticamente y, por tanto, la actuación lingüística (que incluye la de lingüistas y no
lingüistas) está necesariamente ideologizada (p. 9)
Estas intervenciones [las Guías] no se pueden juzgar, como se hace en el manifiesto que
considero aquí, desde el punto de vista de la lengua natural y de la competencia gramatical
natural, sino desde el punto de vista de la intervención social sobre la lengua. Y aquí sí que
cabe hablar de variedades sexistas, fascistas, comunistas o machistas de las lenguas (p. 6)
Evidentemente la gramática no posee ideología, aunque a veces se ha afirmado o al menos insinuado
dentro de este movimiento que sí la tiene. Las “variedades sexistas, fascistas, comunistas o machistas
de las lenguas” por lo tanto no existen (no pueden existir), y los discursos sexistas, fascistas,
comunistas o machistas, que sí existen, se combaten con discursos contradictorios de ellos, no con
ingeniería lingüística, completamente irrelevante. También es evidente que tanto los lingüistas como
los no los lingüistas pueden tener, y habitualmente tienen, ideología, y que la pueden expresar en su
discurso (NB. no “actuación”), como pueden expresar cualquier otra cosa que pase por su cabeza o
por su corazón. Pero esto carece de relación con el supuesto sexismo que se ofrece como justificación
para los dobletes.
Sobre las academias de la lengua:
La RAE tiene una trayectoria sexista más que notable que llega hasta el siglo XXI (p. 7)
Las academias no han considerado necesario hasta ahora ofrecer a la sociedad indicaciones
precisas sobre el uso no sexista de la lengua española, lo cual ha ocasionado la proliferación
de todo tipo de guías para cubrir una necesidad sentida por una parte muy significativa de la
sociedad (p. 7)
El CMCI claramente revela aquí su agenda política. Y en todo caso la conexión entre el supuesto
sexismo de la RAE, por una parte, y la mecánica de los dobletes y su efecto en la lengua, por la otra,
es evidentemente nula. Y las academias no ofrecen a la sociedad “indicaciones precisas sobre el uso
no sexista de la lengua española” de la misma manera que no se lo ofrecen sobre su uso político,
religioso, o en cualquier otro dominio de la actividad y la vida humanas: la misión de las academias
de la lengua por definición se limita a la lengua en sí, no concierne a su utilización conceptual. La
intervención de la RAE con el informe del Profesor Ignacio Bosque en el caso de los dobletes es
aclaratoria, no normativa, y está plenamente justificada por la gravedad de las consecuencias que
éstos pueden tener y de hecho tendrán sobre la lengua, según he explicado, espero que con suficiente
claridad, en el presente escrito.
Ignacio M. Roca (catedrático de lingüística, Universidad de Essex)
18
OBRAS CITADAS O REFERIDAS EN EL TEXTO
Bosque,
I.
(2012)
“Sexismo
lingüístico
y
visibilidad
de
la
mujer”,
http://www.rae.es/rae/gestores/gespub000040.nsf/(voanexos)/arch50C5BAE6B25C8BC8C12579B60
0755DB9/$FILE/Sexismo_linguistico_y_visibilidad_de_la_mujer.pdf
Chomsky, N. (1965) Aspectos de la teoría de la sintaxis, traducción de C.P. Otero, Madrid: Aguilar,
1971.
Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (aprobada 17.11.1999, publicada en Gaceta
Oficial 36,860 30.12.1999), http://www.constitucion.ve/constitucion.pdf
Dixon, R. M. W. (1980) The languages of Australia. Cambridge: Cambridge University Press.
Dixon, R. M. W. (2002) Australian Languages. Cambridge: Cambridge University Press.
DRAE = Diccionario de la Real Academia Española, http://buscon.rae.es/draeI/
Fábregas, A., Horno Chéliz, M.C., Gumiel Molina, S., y Martí, L. (2012) “Acerca de la
discriminación de la mujer y de los lingüistas en la sociedad: manifiesto de apoyo a D. Ignacio
Bosque”, http://manifiestolinguistica.weebly.com/
García-Meseguer, A. (1977) Lenguaje y discriminación sexual, Madrid: Cuadernos para el Diálogo
(3ª edición: Barcelona, Montesinos, 1984).
Moreno, J.C. (2012) “ ‘Acerca de la discriminación de la mujer y de los lingüistas en la sociedad’.
Reflexiones críticas”, http://infoling.org/repositorio/MORENOSEXISMO.pdf
Orwell, G. (1949) Nineteen Eighty-Four. A Novel, Londres: Secker & Warburg. Traducciones varias.
Roca, I.M. (2005) “La gramática y la biología en el género del español”, Revista Española de
Lingüística 35, 1: 17-44, http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2083139; 2: 397-432,
http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2305419
Roca, I.M. (2009) “Todas las vascas son vascos, y muchos vascos también vascas”, Boletín de la Real
Academia Española 89, 299: 77-117, http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3268099
Sapir, E. Vd. Mithun, M. (1999) The Languages of Native North America. Cambridge: Cambridge
University Press.
Saussure, F. de (1916) Curso de lingüística general, traducción de A. Alonso, Buenos Aires: Losada,
1945.
Skinner, B.F. (1938) The Behavior of Organisms: An Experimental Analysis. Cambridge,
Massachusetts: B.F. Skinner Foundation. Traducción: La conducta de los organismos. Un análisis
experimental, Barcelona: Fontanella, 1975.