Derecha e Izquierda.
Razones y significados de una distinción política
Norberto Bobbio, 1995
Igualdad y desigualdad
1.- De las reflexiones realizadas hasta aquí, a las que, creo al menos, no se
les puede negar actualidad, y del minucioso examen de periódicos y revistas
que he llevado a cabo en estos años, resultaría que el criterio más
frecuentemente adoptado para distinguir la derecha de la izquierda es el de la
diferente actitud que asumen los hombres que viven en sociedad frente al ideal
de la igualdad, que es, junto al de la libertad y al de la paz, uno de los fines
últimos que se proponen alcanzar y por los cuales están dispuestos a luchar 1.
En el espíritu analítico con el que he conducido la investigación prescindo
totalmente de cualquier tipo de juicio de valor, si la igualdad es preferible a la
desigualdad, también porque estos conceptos tan abstractos son
interpretables, y han sido interpretados, de las maneras más diferentes y su
mayor o menor preferibilidad depende también de la manera con la cual se
interpretan. El concepto de igualdad es relativo, no absoluto. Es relativo por lo
menos en tres variables a las que hay siempre que tener en cuenta cada vez
que se introduce el discurso sobre la mayor o menor deseabilidad, de la idea
de igualdad: a) los sujetos entre los cuales nos proponemos repartir los bienes
o los gravámenes; b) los bienes o gravámenes que repartir; c) el criterio por el
cual repartirlos.
Esta idea es ampliamente compartida, incluso por parte de personas que pertenecen
a alineaciones opuestas. En un reciente Dialoghetto sullas sinisteritas de Massimo Cacciari,
que se desarrolla entre Thyciades, el interlocutor y Filopolis, que expresa las ideas del autor, a
la pregunta del primero, sobre qué es lo que debería convencer a las clases acomodadas a
aceptar políticas redistributivas, Filopolis da esta repuesta:"la existencia de condiciones de
base de igualdad, y por tanto de políticas de defensa de las clases menos protegidas, más
débiles, es suficiente para mi como elemento esencial de la calidad de vida". Luego precisa:"La
igualdad es un elemento de la calidad de vida, como una cierta renta, como un cierto ambiente,
como ciertos servicios(...) es la igualdad la que hace posible la diversidad, la que facilita a todos
el propio valor como personas - no, desde luego, aquella abstracta idea totalitaria de igualdad
que significa eliminación de los no iguales” en una entrevista concedida a L'Unità, del 27 de
abril de 1993, donde adelanta la alianza de derecha, Domenico Fisichella, después de haber
declarado que "tiene razón Bobbio, no podemos eliminar la distinción entre derecha e
izquierda", aunque admitiendo que "históricamente motivos culturales han transmigrado de una
a otra parte", a la pregunta de si existen elementos de distinción constantes entre derecha e
izquierda, responde: "Es verdad. Existen constantes que definen una antropología de derecha.
Mientras la izquierda está basada en la idea de igualdad, la derecha sobre la de no
igualitarismo". En una intervención en L'Unità del 26 de noviembre de 1992, Ernst Nolte, que
desde luego no se puede mencionar entre los historiadores de izquierda, habla de la izquierda
igualitaria como de una "izquierda eterna", que compite según los tiempos y las circunstancias
históricas con la izquierda liberal. A esta izquierda eterna está abierto ahora el compromiso de
luchar en contra de todas las divisiones raciales "a favor de una mezcla de todas las razas y de
todos los pueblos". En una entrevista anterior y siempre en L'Unità (11 de junio 1992), el mismo
Nolte declaró que la izquierda continúa expresando las instancias de la igualdad pero que debe
reducir las propias pretensiones, entre ellas la pretensión de integrar de hoy para mañana a
millones de inmigrantes en Europa. Pero ¿cuándo a apuntado la izquierda una pretensión de
este tipo? Siguiendo en L'Unità (28 de noviembre 1993), en una entrevista con Giancarlo
Bosetti, Sartori, respondiendo a Nolte, niega que la idea de igualdad pueda caracterizar a la
izquierda porque desde los griegos hasta ahora caracteriza la democracia.
1
Con otras palabras, ningún proyecto de repartición puede evitar responder a
estas tres preguntas: "Igualdad sí, pero ¿entre quién, en qué, basándose en
qué criterio?"2.
Combinando estas tres variables se puede conseguir, como es fácil
imaginar, un enorme número de distintos tipos de repartición que se pueden
llamar todas igualitarias, aunque siendo muy diferentes entre ellas. Los sujetos
pueden ser todos, muchos o pocos, o incluso uno solo; los bienes a repartir
pueden ser derechos, ventajas o facilidades económicas, posiciones de poder;
los criterios que pueden ser la necesidad, el mérito, la capacidad, la clase, el
esfuerzo, y otros más y como mucho la falta de cualquier criterio, que
caracteriza el principio igualitario en grado sumo, que propongo llamar
"igualitarista": "lo mismo para todos"3.
Ninguno de estos criterios tiene valor exclusivo.
Hay situaciones donde se pueden atemperar el uno con el otro. Pero no se
puede ignorar que existen situaciones donde el uno tiene que ser aplicado por
exclusión de cualquier otro. En la sociedad familiar el criterio que prevalece en
la distribución de los recursos es la necesidad más que el mérito, pero el mérito
no esta excluido, ni está excluido en familias ordenadas autoritariamente como
las de clases. En la fase final de la sociedad comunista, según Marx, tendría
que valer el principio "a cada uno según sus propias necesidades", basándose
en el juicio según el cual en lo que los hombres son naturalmente más iguales
es en las necesidades. En la escuela, que tiene que tener una finalidad
selectiva, es exclusivo el criterio del mérito; de igual manera en las oposiciones
para cualquier empleo no importa si es público o privado. En una sociedad por
acciones, los dividendos están asignados basándose en las cuotas de
propiedades poseídas por cada accionista, así como en la sociedad política los
escaños en el parlamento se asignan basándose en los votos conseguidos por
cada una de las fuerzas políticas, aunque a través de cálculos que varían
según la ley electoral adoptada. El criterio de clase se adopta para asignar los
Me he detenido más ampliamente en el concepto de igualdad en el vocablo Eguaglianza, que
escribí para la Enciclopedia de Novecento, Instituto dell'Enciclopedia italiana, Roma,II,
Pág.355-356. De lo cual doy aquí el sumario: 1 Igualdad y libertad; 2 Igualdad y justicia; 3 Las
situaciones de justicia; 4 Los criterios de Justicia; 5 La regla de justicia; 6 La igualdad de
todos;7 La igualdad frente a la ley; 8 La igualdad jurídica; 9 La igualdad de oportunidades;10
La igualdad de hecho; 11 El igualitarismo; 12 El igualitarismo y su fundamento; 13 Igualitarismo
y liberalismo; 14 El ideal de la igualdad.
2
En Inequality Reexamined, Oxford University Press, 1991, que cito en la traducción italiana,
publicada con el título La Diseguaglianza. Un esame critico, Il Mulino, Bolonia 1992, Amartya
Sen, partiendo de la doble constatación de la diversidad de los hombres, que llama "pervasiva",
de un lado, y de las múltiples formas con las que se puede contestar a las preguntas
"¿igualdad en qué?" (equality of what), por otro, afirma que no existen teorías completamente
no igualitarias, porque todas proponen la igualdad en algo, para llevar una buena vida. El juicio
y la medida de la igualdad dependen de la elección de la variable - renta, riqueza, felicidad,
etc.- cada vez más elegida por cada teoría-. Llama a esta variable "focal". La igualdad respecto
a una variable no coincide por supuesto con la igualdad respecto a otra. También incluso una
teoría que se presenta como no igualitaria acaba siendo igualitaria, aunque respecto a un
diferente punto de enfoque. La igualdad en un espacio de hecho puede coexistir con la
desigualdad en otro (pág.39-40). De estas observaciones se puede deducir como
consecuencia que es tan irreal afirmar que todos los hombres tienen que ser iguales como que
todos los hombres tienen que ser desiguales. Es realista sólo afirmar que una forma cualquiera
de igualdad es deseable: “es difícil imaginar una teoría ética que pueda tener un cierto grado
de plausibidad social si no se determina una consideración igual para todos en cualquier cosa".
3
sitios en una ceremonia o en una comida oficial. A veces el criterio de la
antigüedad prevalece sobre el de clase o se utiliza en la elección entre dos
opositores de igual nivel. La máxima en sí misma vacía "a cada uno lo suyo",
se tiene que rellenar no sólo especificando a cuáles sujetos se refieren, y cuál
es el bien a distribuir, sino también cual es el criterio exclusivo o predominante,
con respecto a aquellos sujetos y a aquel bien, que tiene que ser aplicado.
Según la mayor o menor extensión de los sujetos interesados, la mayor o
menor cantidad y valor de los bienes a distribuir, y basándose en el criterio
adoptado para distribuir un cierto tipo de bien a un cierto grupo de personas, se
pueden distinguir doctrinas más o menos igualitarias. Respecto a los sujetos el
sufragio universal masculino y femenino es más igualitario que aquél sólo
masculino; el sufragio universal masculino es más igualitario que el sufragio
masculino limitado a los hacendados o a los no analfabetos. Respecto a los
bienes, la democracia social que extiende a todos los ciudadanos, además de
los derechos de libertad, también los derechos sociales, es más igualitaria que
la democracia liberal. Respecto al criterio, la máxima "a cada uno según las
necesidades" es, como ya se ha dicho, más igualitaria a aquella "a cada uno
según su clase", que caracteriza el Estado de clases al que se ha contrapuesto
el Estado liberal.
2.- Estas premisas son necesarias, porque, cuando se dice que la izquierda
es igualitaria y la derecha no igualitaria, no se quiere decir en absoluto que
para ser de izquierda sea preciso proclamar el principio de que todos los
hombres deben ser iguales en todo, independientemente de cualquier criterio
discriminatorio, porque ésta sería no sólo una visión utópica - a la cual, hay que
reconocerlo, se inclina más la izquierda que la derecha, o quizás sólo la
izquierda - sino, peor, una mera declaración de intenciones a la cual no parece
posible dar un sentido razonable. En otras palabras, afirmar que la izquierda es
igualitaria no quiere decir que sea también igualitarista. La distinción tiene que
ser destacada porque demasiado a menudo, como ha ocurrido a todos aquellos
que han considerado la igualdad como carácter distintivo de la izquierda, ha
ocurrido que han sido acusados de ser igualitaristas, a causas de un
insuficiente conocimiento de abecé de la teoría de la igualdad.
Otra cosa muy distinta es una doctrina o un movimiento igualitario, que
tienden a reducir las desigualdades sociales y a convertir en menos penosas
las desigualdades naturales, otra cosa es el igualitarismo, cuando se entiende,
como " igualdad de todos en todo". Ya me ha pasado una vez citar el párrafo
de los Demonios de Dostoievski: "Sigalev es un hombre genial, un genio de tipo
de Fourier, pero más atrevido que Fourier, más fuerte que Fourier. Él inventó la
igualdad" y comentarlo observando que siendo la sociedad ideal la codiciada
por aquel personaje y por aquella donde tenía que valer el principio "es
necesario sólo lo necesario", él había inventado no la igualdad, que es un
concepto vacío en sí mismo, rellenable con los más variados contenidos, sino
una especial aplicación de la idea de igualdad, o sea el igualitarismo. Desde
luego el igualitarismo tiene que ver con la igualdad. Pero, ¿qué doctrina política
no tiene que ver en mayor o menor medida con la igualdad?
La igualdad en su formulación más radical es el trato común de las ciudades
ideales de los utopistas, así como una feroz desigualdad es el signo
amonestador y premonitorio de las utopías al revés, o "distopías" ("todos los
hombres son iguales, pero algunos son más iguales que otros")4. Igualitarista
es tanto la fundadora de las utopías, la de Tomás Moro, según el cual "hasta
que ella (la propiedad) perdure, cargará siempre sobre la parte mucho mayor y
mucho mejor de la humanidad el fardo angustioso e inevitable de la pobreza y
la desventura", como la de Campanella, cuya Ciudad del Sol está poblada por
filósofos "que se decidieron a vivir en común de una manera filosófica". Inspira
tanto las visiones milenarias de las sectas heréticas que luchan por el
advenimiento del reino de Dios, como las rebeliones campesinas guiadas por
Thomas Münzer que, según Melantone, enseñando que todos los bienes se
tendrían que convertir en comunes "había convertido la muchedumbre en tan
malvada que ya no tenía ganas de trabajar". Enciende de pasión revolucionaria
las invectivas de Winstanley que predicaba ser el gobierno del rey "el gobierno
de los escribas y de los fariseos que no se consideran libres si no son dueños
de la tierra y de sus hermanos", al que se contrapone el gobierno de los
republicanos como "el gobierno de la justicia y de la paz que no hace distinción
entre las personas".
Constituye el núcleo de pensamiento de los socialistas utópicos, desde el
Código de la Naturaleza de Morelly hasta la sociedad de la "gran armonía" de
Fourier.
Llega hasta Babeuf que declara: "somos todos iguales, ¿no es verdad? Este
principio es incontestable porque, sólo estando locos, se podría decir que es de
noche cuando es de día. De manera que también pretendemos vivir y morir
iguales, como hemos nacido: queremos la igualdad efectiva o la muerte".
Mientras Babeuf considera "loco" a quién rechaza el igualitarismo extremo,
aquellos que razonan basándose en el sentido común han afirmado mil veces
en el curso de la historia que locos son los igualitarios a ultranza que sostienen
doctrinas tan horribles teóricamente como (afortunadamente) inviables en la
práctica. Sin embargo, la persistencia del ideal utópico en la historia de la
humanidad - ¿podemos olvidar que también Marx codiciaba y pronosticaba el
paso del reino de la necesidad al reino de la libertad?- es una prueba irrefutable
de la fascinación que el ideal de la igualdad, además de los de la libertad, de la
paz, del bienestar (el "país de jauja"), ejerce sobre los hombres de todos los
tiempos y de todos los países.
3.- Las desigualdades naturales existen y si algunas se pueden corregir, la
mayor parte de ellas no se puede eliminar. Las desigualdades sociales también
Contra el utopismo igualitario pone en guardia, aunque rechazando cada forma de abdicación
al realismo de lo escépticos, Thomas Nagel, en el volumen Equality and partiality, Oxford
University Press, Oxford 1991. La obra de Nagel, inspirada en "una sana insatisfacción hacia el
mundo inicuo en que vivimos", busca una solución al problema de la justicia en una equilibrada
atemperación del punto de vista individual, no suprimible con el punto de vista impersonal. A
propósito de la utopía, afirma que ésta sacrifica el primero al segundo y lo juzga peligroso, por
que "ejerce una presión excesiva sobre las motivaciones individuales". Es necesario además
observar que también es las teorías de los utópicos el principio "igualdad de todos en todo"
tiene que ser siempre acogido con la más amplia cautela. También la igualdad propuesta por el
discipulo de Babeuf, Filippo Buonarroti, en la Congiura degli eguli, uno de los textos donde el
igualitarismo es más exaltado, la igualdad, la "santa igualdad", como se la llama, está prevista
específicamente respecto al poder y a la riqueza, y por igualdad de poder se entiende la
sumisión de todos a las leyes emanadas por todos (aquí la inspiración de Rousseau), y por
igualdad de riqueza, que todos tengan bastante y nadie demasiado (principio también
Rousseriano). Por lo que concierne a la respuesta a la pregunta "¿igualdad entre quien?" de
"todos" se excluyen hasta las mujeres.
4
existen y, si algunas se pueden corregir e incluso eliminar, muchas,
especialmente aquellas de las cuales los mismos individuos son responsables
sólo se pueden no fomentar. Aunque reconociendo la dificultad de distinguir las
acciones de las cuales un individuo tiene que ser juzgado responsable, como
sabe cualquier juez llamado a decidir si aquel individuo tiene que ser
considerado culpable o inocente, hay que admitir de todas formas que el
estatus de una desigualdad natural o de desigualdad social que depende del
nacimiento en una familia y no en otra, en una región del mundo y no en otra,
es distinto de aquello que depende de las diferentes capacidades, de la
diversidad de los fines a conseguir, de la diferencia del esfuerzo empleado para
conseguirlos. Y la diversidad del estatus no puede no tener una influencia
sobre el tratamiento de las unas y de las otras por parte de los poderes
públicos.
Consecuentemente cuando se atribuye a la izquierda una mayor sensibilidad
para disminuir las desigualdades no se quiere decir que ésta pretenda eliminar
todas las desigualdades o que la derecha las quiera conservar todas, sino
como mucho que la primera es más igualitaria y la segunda es más
desigualitaria.
Considero que esta distinta actitud frente a la igualdad y, respectivamente,
frente a la desigualdad tiene sus raíces y por lo tanto la posibilidad de una
explicación, en un hecho determinado, comprensible por cualquiera,
difícilmente contestable, aunque de igual manera difícilmente averiguable. Me
refiero no a este o aquel criterio de repartición, no a la aplicación de un criterio
en lugar de otro o a este o a aquel grupo de personas, de la preferencia por la
partición de ciertos bienes en lugar de otros; en lo que yo pienso es más bien
en una actitud muy general esencialmente emotiva, pero racionalizable, o una
predisposición -cuyas raíces puedan ser, conjuntamente, familiares, sociales,
culturales- irreductiblemente alternativa a otra actitud o a otra predisposición
igual de general, de la misma manera emotivamente inspirada.
El dato que considero como el punto de partida de mi razonamiento es éste:
los hombres son entre ellos tan iguales como desiguales. Son iguales en
ciertos aspectos y desiguales en otros. Queriendo poner el ejemplo más obvio:
son iguales frente a la muerte porque todos son mortales, pero son desiguales
frente a la manera de morir porque cada uno muere de una manera distinta a
cualquier otro.
Todos hablan pero hay miles de idiomas distintos.
No todos sino millones y millones tienen una relación con un más allá
desconocido, pero cada uno adora o reza a su manera al propio Dios o a los
propios dioses. Se puede dar cuenta de este hecho inopinable precisando que
son iguales si se consideran como género y se les compara con un género
distinto como el de los otros animales y de los otros seres vivientes de los que
lo distingue algún carácter especifico y especialmente relevante, como aquello
que durante una larga tradición ha permitido definir al hombre como animal
rationale. Son desiguales entre ellos si se les considera uti singuli, o sea,
tomándolos uno por uno. Entre los hombres, tanto la igualdad como la
desigualdad son de hecho verdaderas porque la una y la otra se confirman con
pruebas empíricas irrefutables. Sin embargo la aparente contradicción de las
dos proposiciones "Los hombres son iguales" y "Los hombres son desiguales"
depende únicamente del hecho de que, al observarlos, al juzgarlos y al sacar
consecuencias prácticas, se pongan el acento sobre lo que tiene en común o
más bien sobre lo que los distingue. Se puede, pues, llamar correctamente
igualitarios a aquellos que, aunque no ignorando que los hombres son tan
iguales como desiguales, aprecian mayormente y consideran más importante
para un buena convivencia lo que los asemeja; no igualitarios, en cambio, a
aquellos que, partiendo del mismo juicio de hecho, aprecian y consideran más
importante, para conseguir una buena convivencia, su diversidad5.
Se trata de un contraste entre últimas elecciones de las cuales es difícil
saber cuál es su origen profundo. Sin embargo es precisamente el contraste
entre estas últimas elecciones lo que logra, en mi opinión, mejor que cualquier
otro criterio, señalar las dos opuestas alineaciones a las que ya nos hemos
acostumbrado por larga tradición a llamar izquierda y derecha. Por una parte
están los que consideran que los hombres son más iguales que desiguales, por
otra los que consideran que son más desiguales que iguales.
A este contraste de elecciónes últimas le acompaña también una distinta
valoración de la relación entre igualdad-desigualdad natural e igualdaddesigualdad social. Lo igualitario parte de la convicción de que la mayor parte
de las desigualdades que lo indignan, y querría hacer desaparecer, son
sociales y, como tales, eliminables; lo no igualitario, en cambio, parte de la
convicción opuesta, que son naturales y, como tales, ineliminables. El
movimiento feminista ha sido un movimiento igualitario. La fuerza del
movimiento dependió también del hecho de que uno de sus argumentos
preferidos siempre ha sido, independientemente de la veracidad de los hechos,
que las desigualdades entre hombre y mujer aunque teniendo raíces en la
naturaleza, han sido el producto de costumbres, leyes, imposiciones, del más
fuerte sobre el más débil y son socialmente modificables.
En este ulterior contraste se manifiesta el llamado "artificialismo",
considerado una de las característica de la izquierda. La derecha está más
dispuesta a aceptar lo que es natural, y aquella segunda naturaleza que es la
costumbre, la tradición, la fuerza del pasado. El artificialismo de la izquierda no
se rinde ni si quiera frente a las patentes desigualdades naturales, las que no
se pueden atribuir a la sociedad: piénsese en la liberación de los locos del
manicomio. Al lado de la naturaleza madrastra está también la sociedad
madrastra. Pero desde la izquierda se tiende generalmente a considerar que el
hombre es capaz de corregir tanto la una como la otra.
4.- Este contraste en la distinta valoración de las igualdades naturales y de
las sociales se puede documentar de manera ejemplar haciendo referencia a
dos autores que pueden ser elevados a representar respectivamente el ideal
igualitario y el no igualitario: Rousseau y Nietzsche, el anti Rousseau.
El contraste entre Rousseau y Nietzsche se puede ilustrar bien, por la
distinta actitud que el uno y el otro asumen con respecto a la naturalidad y
artificialidad de la igualdad y de la desigualdad. En el Discurso sobre el origen
de la desigualdad, Rousseau parte de la consideración de que los hombres han
nacido iguales, pero la sociedad civil, o sea, la sociedad que se sobrepone
lentamente al estado de naturaleza a través del desarrollo de las artes, lo han
Es un viejo argumento de los igualitarios el relieve otorgado a lo que une a todos los hombres.
Para rebatir las ideas de los oligarcas el sofista Antifone afirma: "Por naturaleza somos
totalmente iguales, sea griegos, sea bárbaros. Es suficiente observar las necesidades naturales
de todos los hombres...Nadie de nosotros puede ser definido ni bárbaro ni griego. De hecho
todos respiramos el aire con la boca y la nariz"
5
convertido en desiguales. Nietzsche, por el contrario, parte del presupuesto de
que los hombres son por naturaleza desiguales (y para él es un bien que lo
sean porque, además, una sociedad fundada sobre la esclavitud como la
griega era, y justamente en razón de la existencia de los esclavos, una
sociedad avanzada) y sólo la sociedad con su moral de rebaño, con su religión
de la compasión y la resignación, los ha convertido en iguales. Aquella misma
corrupción que para Rousseau generó la desigualdad, generó, para Nietzsche
la igualdad. Allí donde Rousseau ve desigualdades artificiales, y por lo tanto
hay que condenar y abolir por su contraste con la fundamental igualdad de la
naturaleza, Nietzsche ve una igualdad artificial, y por lo tanto hay que aborrecer
en cuanto tiende a la benéfica desigualdad que la naturaleza ha querido que
reinase entre los hombres. La antítesis no podría ser más radical: en nombre
de la igualdad natural, lo igualitario condena la desigualdad social; en nombre
de la desigualdad natural, el no igualitario condena la igualdad social. Baste
esta cita de Nietzsche: la igualdad natural "es un grandioso expediente mental
con que se enmascara, una vez más, a manera de un segundo y más sutil
ateísmo, la hostilidad de las plebes para todo cuando es privilegiado y
soberano".
5.- La tesis aquí formulada, según la cual la distinción entre izquierda y
derecha retoma el distinto juicio positivo o negativo sobre el ideal de la
igualdad, y éste deriva en última instancia de la diferencia de percepción y de
valoración de lo que hace a los hombres iguales o desiguales, se pone a tal
nivel de abstracción que puede servir como mucho para distinguir dos tipos de
ideales. Descendiendo a un nivel más bajo, la diferencia entre los dos tipos de
ideales se resuelve concretamente en el contraste de valoración sobre lo que
se considera relevante para justificar una discriminación. La regla de oro de la
justicia "tratar a los iguales de una manera igual y a los desiguales de una
manera desigual" requiere para no ser una mera formula vacía que se
responda a la pregunta: "¿Quiénes son los iguales, quiénes son los
desiguales?". La disputa entre igualitarios y no igualitarios se desarrolla, por
una parte y por la otra aportando argumentos en pro o en contra para sostener
que ciertos rasgos característicos de los individuos que pertenecen al universo
tomado en consideración justifican o no justifican un tratamiento igual. El
derecho de voto a las mujeres no ha sido reconocido hasta que se consideró
que entre los hombres y las mujeres existían diferencias, como la mayor
pasionalidad, la falta de un interés específico en participar en la vida política, su
dependencia del hombre, etcétera, tales como para justificar una diferencia de
tratamiento respecto a la atribución de los derechos políticos. Por poner otro
ejemplo de gran actualidad, en una época de crecimiento de flujo inmigratorio
de los países pobres a los países ricos, y por lo tanto de encuentros y
desencuentros entre gentes distintas por costumbres, religión, idiomas, cultura,
el contraste entre igualitarios y no igualitarios se revela en el mayor o menor
relieve otorgado a éstas diferencias para justificar una mayor o menor igualdad
de tratamiento. También en este caso, como en muchos otros, la mayor o
menor discriminación se funda en el mayor o menor relieve otorgado por parte
de los unos y de los otros a rasgos característicos de lo diferente, que para
unos no justifican y para otros justifican la diferencia de tratamiento. Sería
superfluo añadir que este contraste en una situación especifica tiene sus raíces
en la contrastante tendencia, ilustrada anteriormente, a tomar más lo que une a
los hombres que a lo que divide a los hombre entre ellos.
Igualitario es quien tiende a atenuar las diferencias; no igualitario, quien
tiende a reforzarlas.
Una formulación ejemplar del principio de la relevancia es el artículo tercero
de la Constitución italiana. Este artículo es una suerte de síntesis de los
resultados a los que han llegado luchas seculares inspiradas en el ideal de la
igualdad,
resultados
conseguidos
eliminando
paulatinamente
las
discriminaciones fundadas en las diferencias que se consideraban relevantes y
que poco a poco se caen por múltiples motivos históricos: resultados de los que
se hacen reivindicadores, intérpretes y promotores, doctrinas y movimientos
igualitarios6.
Si además se considera que hoy, ante estos resultados adquiridos y
recibidos constitucionalmente, no hay lugar para distinguir la derecha de la
izquierda, no quiere decir en absoluto que derecha e izquierda hayan
contribuido de igual manera, ni que una vez que se ha convertido en ilegítima
una discriminación, derecha e izquierda la consientan con la misma fuerza de
convicción.
Una de las conquistas más clamorosas, aunque hoy empieza a ser discutida,
de los movimientos socialistas que han sido identificados al menos hasta ahora
con la izquierda, desde hace un siglo, es el reconocimiento de los derechos
sociales al lado de los de libertad. Se trata de nuevos derechos que han hecho
su aparición en las constituciones a partir de la primera posguerra y han sido
consagrados también por la Declaración Universal de los Derechos del Hombre
y por otras sucesivas cartas internacionales. La razón de ser de los derechos
sociales como el derecho a la educación, el derecho al trabajo, a la salud, es
una razón igualitaria. Las tres tienden a hacer menos grandes la desigualdad
entre quien tiene y quien no tiene, o a poner un número de individuos siempre
mayor en condiciones de ser menos desiguales respecto a individuos más
afortunados por nacimiento y condición social.
Repito una vez más que no estoy diciendo que una mayor igualdad es
un bien y que haya que preferir siempre, en cualquier caso, una mayor
desigualdad con respecto a otros valores como la libertad, el bienestar, la paz.
A través de estas referencias a situaciones históricas quiero simplemente
recalcar mi tesis de que el elemento que mejor caracteriza las doctrinas y los
movimientos que se han llamado "izquierda", y como tales además han sido
"Todos los ciudadanos tienen paridad social y son iguales ante la ley, sin distinción de sexo,
de raza, de idioma, de religión, de opiniones políticas, de condiciones personales y sociales".
Las categorías aquí enumeradas son las que nuestra Constitución considera irrelevantes como
criterio de división entre los seres humanos y representan bien las etapas que ha recorrido la
historia de los hombres en el proceso de igualdad. No esta dicho que éstas sean las únicas. En
un artículo de hace unos años adopté estos dos casos: discriminaciones ahora todavía no
previstas y que podrán llegar a ser relevantes en un futuro próximo, y discriminaciones que
siguen siendo relevantes. Por lo que concierne al primer caso, establecía la fantástica hipótesis
de que un científico (todo es posible) considérese haber demostrado que, por ejemplo, los
extravertidos fueran superiores por naturaleza a los introvertidos, y que un grupo político
(también esto es posible) propugnase que los extravertidos estuviesen autorizados a tratar mal
a los introvertidos. Ésta sería una buena razón para disponer legislativamente que también las
diferencias psíquicas fueran, como todas las hasta ahora enumeradas, irrelevantes para
discriminar a un hombre o a una mujer de otro o de otra. Con respecto al segundo caso, la
distinción entre niños y adultos es aún, con respecto al reconocimiento de algunos derechos,
relevante.
6
reconocidos, es el igualitarismo, cuando esto sea entendido, lo repito, no como
la utopía de una sociedad donde todos son iguales en todo sino como
tendencia, por una parte, a exaltar más lo que convierte a los hombres en
iguales respecto a lo que los convierte en desiguales, por otra, en la práctica, a
favorecer las políticas que tienden a convertir en más iguales a los desiguales.
Libertad y Autoridad
1.- La igualdad como ideal sumo, o incluso último, de una comunidad
ordenada, justa y feliz, y por lo tanto, por una parte, como aspiración perenne
de los hombres que conviven, y por otra, como tema constante de las teorías e
ideologías políticas, se acoplan habitualmente con el ideal de la libertad,
considerado éste también como supremo o último.
Los dos términos tienen un significado emotivo muy fuerte, también cuando
se utilizan, como ocurre sobre todo, con un significado descriptivo impreciso
como en el famoso trinomio "liberté, egalité, fraternité" (donde además el más
indeterminado es el tercero). Se ha dicho que el popular postulado "todos los
hombres deben ser iguales" tienen un significado puramente sugestivo, tanto
que cualquier problema concerniente a la igualdad no se puede plantear
correctamente si no se contesta a las tres preguntas:"¿Entre quién? ¿En qué?
¿Con qué criterio?"; de la misma manera tiene un significado puramente
emotivo el postulado "Todos los hombres tienen que ser libres", si no se
contesta a la pregunta: "¿Todos, absolutamente todos?", y si no se ofrece una
justificación a las excepciones, como los niños, los locos o quizás los esclavos
por naturaleza según Aristóteles. En segundo lugar, si no se precisa qué es lo
que se entiende por "libertad", puesto que la libertad de querer es otra cosa, a
la cual se refiere la disputa sobre el libre arbitrio, otra cosa es la libertad de
actuar en la que está particularmente interesada la filosofía política, que
distingue distintos sentidos como la libertad negativa, la libertad de actuar
propiamente dicha y la libertad como autonomía u obediencia a las leyes que
cada uno se prescribe a sí mismo.
2.- Además, sólo la respuesta a todas estas preguntas permite entender por
qué hay situaciones donde la libertad (pero, ¿qué libertad?) y la igualdad (pero,
¿qué igualdad?) son compatibles y complementarias en la creación de la buena
sociedad, y otras donde son incompatibles y se excluyen mutuamente, y otras
aún donde es posible y recomendable una equilibrada atemperación de la una
y de la otra. La historia reciente nos ha ofrecido el dramático testimonio de un
sistema social donde la persecución de la igualdad no sólo formal sino bajo
muchos aspectos también sustancial, se ha conseguido (además sólo en parte
y de una manera muy inferior a las promesas) en detrimento de la libertad en
todos sus significados (a excepción, quizás, sólo de la libertad de la
necesidad). Al mismo tiempo seguimos teniendo siempre presente bajos
nuestros ojos la sociedad en que vivimos, donde se saltan todas las libertades
y con especial relieve la libertad económica, sin que nos preocupen, o
preocupándonos sólo marginalmente, las desigualdades que derivan en este
mismo mundo y, aún más visiblemente, en los mundos más lejanos.
Sin embargo no hay necesidad de recurrir a este gran contraste histórico que
ha dividido a los seguidores de las dos ideologías dominantes desde hace más
de un siglo, liberalismo y socialismo, para darse cuenta de que ninguno de los
dos ideales se puede llevar a cabo hasta sus extremas consecuencias sin que
la puesta en práctica de uno limite la del otro. El ejemplo más evidente es el
contraste entre el ideal de la libertad y el del orden. No nos podemos permitir
negar que el orden sea un bien común en toda sociedad tanto que el término
contrario "desorden" tiene una connotación negativa, como "opresión",
contrario a “libertad”, y “desigualdad” contrario a "igualdad". Sin embargo la
experiencia histórica y la cotidiana nos enseñan que son dos bienes en
contraste entre ellos, así que una buena convivencia no se puede fundar sino
sobre un compromiso entre el uno y el otro, para evitar el límite extremo del
Estado totalitario o de la anarquía.
No es necesario, repito, remontarnos al gran contraste histórico actual entre
comunismo y capitalismo, porque son infinitos los ejemplos que se pueden
aportar en pequeños casos o mínimos de disposiciones igualitarias que limitan
la libertad y, viceversa, de disposiciones libertarias que aumentan la
desigualdad.
Una norma igualitaria, que impusiera a todos los ciudadanos servirse
únicamente de los medios de transporte públicos para aligerar el tráfico,
perjudicaría la libertad de elegir el medio de transporte preferido. La escuela
primaria, como se ha instituido en Italia para todos los chicos después de la
básica para conseguir la igualdad de oportunidades, ha limitado la libertad que
existía antes, por lo menos para algunos, de elegir entre distintos tipos de
escuela. Aún más limitativa que la libertad de elección sería una mayor puesta
en práctica de la demanda igualitaria, a la cual una izquierda coherente no
tendría que renunciar, de que todos los chicos, provengan de cualquier familia,
sean encauzados en los primeros años a ejercer un trabajo manual además del
intelectual. Un régimen igualitario que impusiese vestir de la misma manera,
impediría a cada uno elegir la indumentaria preferida. En general, cada
extensión de la esfera pública por razones igualitarias, pudiendo ser sólo
impuesta, restringe la libertad de elección en la esfera privada, que es
intrínsecamente no igualitaria, porque la libertad privada de los ricos es
inmensamente más amplia que la de los pobres. La pérdida de la libertad
golpea naturalmente más al rico que al pobre, al cual la libertad de elegir el
medio de transporte, el tipo de escuela, la manera de vestirse, se le niega
habitualmente, no por una pública imposición, sino por la situación económica
interna de la esfera privada.
Es verdad que la igualdad tiene como efecto el delimitar la libertad tanto al
rico como al pobre, pero con esta diferencia: el rico pierde la libertad de la que
gozaba efectivamente, el pobre pierde una libertad potencial. Los ejemplos se
podrían multiplicar. Cada uno puede constatar en su casa que la mayor
igualdad, que más por el cambio de las costumbres que por efecto de normas
constructivas se va poniendo en prácticas entre cónyuges, respecto al cuidado
de los hijos, ha hecho asumir obligaciones, aunque todavía sólo morales, al
marido que restringe su libertad anterior, por lo menos en el seno de la familia.
El mismo principio fundamental de aquellas formas de igualitarismo mínimo
que es propio de la doctrina liberal, según la cual todos los hombres tienen
derecho a igual libertad, salvo excepciones que deben ser justificadas, implica
que cada uno limite la propia libertad para hacerla compatible con la de todos
los demás, de forma que no impida también a los demás gozar de su misma
libertad. El estado de libertad salvaje, que se podría definir como el que una
persona es tanto más libre cuanto mayor es su poder, el estado de naturaleza
descripto por Hobbes y racionalizado por Spinoza, es un estado de guerra
permanente entre todos por la supervivencia, del cual se puede salir sólo
suprimiendo la libertad natural, o, como propone la doctrina liberal,
reglamentándola.
3.- Queda además por precisar el sentido de la expresión "igual libertad",
que se utiliza como si fuera clara mientras es genérica y ambigua. Genérica,
porque, como se ha observado muchas veces, no existe la libertad en general
sino existen diversas libertades, de opinión, de prensa, de iniciativa económica,
de reunión, de asociación, y es preciso especificar cada vez a cuál de ellas nos
queremos referir; ambigua, porque tener una libertad igual a la de todos los
demás quiere decir no sólo tener todas las libertades que los demás tienen,
sino también tener igual posibilidad de gozar de cada una de estas libertades.
Otra cosa es, en efecto, gozar en abstracto de todas las libertades de las que
gozan los demás, otra gozar de cada libertad de igual manera que todos los
demás. Hay que tomar en consideración esta diferencia, porque la doctrina
liberal mantiene la primera en sus principios básicos, pero la práctica liberal no
puede asegurar la segunda, sino interviniendo con disposiciones igualitarias
limitativas y por lo tanto corrigiendo el principio general. Con esto no quiero
decir que siempre una disposición igualitaria sea limitativa de la libertad. La
extensión del sufragio masculino a las mujeres no ha limitado la libertad de voto
a los hombres. Puede haber limitado su poder por el hecho de que el apoyo a
un determinado gobierno ya no depende sólo de ellos, pero el derecho de votar
no ha sido restringido. Así el reconocimiento de los derechos personales
también a los inmigrantes no limita los derechos personales de los ciudadanos.
Para conseguir la forma de igualdad en los casos expuestos anteriormente es
necesaria una norma que imponga una obligación, y, como tal, restrinja la
libertad. En los otros casos es suficiente una norma atributiva de los derechos a
quien no los posea.
Finalmente es preciso hacer una observación elemental, que habitualmente
no se hace: los dos conceptos de libertad y de igualdad no son simétricos.
Mientras la libertad es un estatus de la persona, la igualdad indica una relación
entre dos o más entidades. Prueba de esto es que "X es libre" es una
proposición con sentido, mientras que "X es igual" no significa nada. Mientras
el célebre dicho orwelliano: "todos son iguales, pero algunos son más iguales
que otros", tiene un efecto irresistiblemente cómico, en cambio no suscita
ninguna hilaridad, más bien es perfectamente comprensible, la afirmación de
que todos son libres, pero algunos son más libres que otros. De manera que
tiene sentido afirmar con Hegel que hay un tipo de régimen, el despotismo,
donde uno sólo es libre y todos los demás son criados, mientras no tendría
sentido decir que existe una sociedad donde sólo uno es igual. Lo que puede
explicar, entre otras cosas, por qué la libertad se puede considerar un bien
individual, diversamente de la igualdad, que es siempre sólo un bien social, y
también por qué la igualdad en la libertad no excluye que sean deseables otras
formas de igualdad como la de la oportunidad y de la renta, que, requiriendo
otras formas de igualamiento, pueden entrar en conflicto con la igualdad en la
libertad.
4.- Estas consideraciones generales sobre los dos valores sumos de la
igualdad y de la libertad, y de su relación, son un paso ulterior que considero
necesario para precisar la propuesta de definir izquierda y derecha basándose
en el criterio de la igualdad y de la desigualdad. Al lado de la díada, sobre la
cual hasta ahora me he detenido, igualdad-desigualdad, de la cual nacen
doctrinas y movimientos igualitarios y no igualitarios, es necesario colocar una
díada no menos importante históricamente: libertad-autoridad. De ésta derivan
doctrinas y movimientos libertarios y autoritarios. Por lo que concierne a la
definición de izquierda y derecha, la distinción entre las dos díadas tiene
particular relieve, porque una de las maneras más comunes para caracterizar la
derecha con respecto a la izquierda es la de contraponer a la izquierda
igualitaria la derecha libertaria. No tengo ninguna dificultad en admitir la
existencia de doctrinas y movimientos más igualitarios y de doctrinas y
movimientos más libertarios, pero tendría alguna dificultad en admitir que esta
distinción sirva para distinguir la derecha de la izquierda. Han existido y existen
todavía doctrinas y movimientos libertarios tanto a la derecha como a la
izquierda. El mayor o menor valor atribuido al ideal de la libertad, que
encuentra su puesta en práctica, como se ha dicho, en los principios y en las
reglas que están en la base de los gobiernos democráticos, de aquellos
gobiernos que reconocen y protegen los derechos personales, civiles, políticos,
permiten, en el ámbito de la izquierda y de la derecha, la distinción entre el ala
moderada y el ala extremista, ya ilustrada en el segundo capítulo. Tanto los
movimientos revolucionarios como los contrarrevolucionarios, aunque no
teniendo en común el proyecto global de transformación radical de la sociedad,
tienen en común la convicción de que en última instancia, precisamente por la
radicalidad del proyecto de transformación, esto no puede ser realizado si no
es a través de la instauración de regímenes autoritarios7.
Si se me concede que el criterio para distinguir la derecha de la izquierda es
la diferente apreciación con respecto a la idea de la igualdad, y que el criterio
para distinguir el ala moderada de la extremista, tanto en la derecha como en la
izquierda, es la distinta actitud con respecto a la libertad, se puede distribuir
esquemáticamente el espectro donde se ubiquen doctrinas y movimientos
políticos, en estas cuatro partes:
a) en la extrema izquierda están los movimientos a la vez igualitarios y
autoritarios, de los cuales el ejemplo histórico más importante, tanto que se ha
convertido en una categoría abstracta susceptible de ser aplicada, y
efectivamente aplicada, a periodos y situaciones históricas distintas, es el
jacobinismo;
b) en el centro izquierda, doctrinas y movimientos a la vez igualitarios y
libertarios, a los que hoy podríamos aplicar la expresión "socialismo liberal",
incluyendo en ellas a todos los partidos socialdemócratas, incluso en sus
diferentes praxis políticas;
En el texto de la primera edición escribía que el criterio de la libertad , “sirve para distinguir el universo
político no tanto respecto a los fines como respecto a los medios, o al método, por emplear lo que hay que
emplear para alcanzar los fines". Me refería especialmente "a la aceptación o al rechazo del método
democrático". E. Severino ha observado ("la libertà è un fine.L'uguaglianza no", en Corriere della Sera, 9
de junio de 1994) que "el medio es inevitablemente subordinado al fin. Si el fin es la igualdad, la libertad,
como medio, está subordinada a la igualdad. Los medios, en general, se pueden lograr y sustituir. Y no es
tan fácil demostrar que la libertad no es un medio que se puede lograr y sustituir" La observación es
pertinente. La diferencia entre libertarios y autoritarios está en la distinta apreciación del método
democrático, fundado a su vez en la distinta apreciación de la libertad como valor.
7
c) en el centro derecha, doctrinas y movimientos a la vez libertarios y no
igualitarios, dentro de los cuales se incluyen los partidos conservadores que se
distinguen de las derechas reaccionarias por su fidelidad al método
democrático, pero qué, con respecto al ideal de la igualdad, se afirman y se
detienen en la igualdad frente a la ley, que implica únicamente el deber por
parte del juez de aplicar las leyes de una manera imparcial y en la igual libertad
que caracteriza lo que he llamado igualitarismo mínimo;
d) en la extrema derecha, doctrinas y movimientos antiliberales y
antiigualitarios, sobre los que creo que es superfluo señalar ejemplos históricos
bien conocidos como el fascismo y el nazismo .
Obviamente se entiende que la realidad es más variada que lo que refleja
este esquema, construido sólo mediante dos criterios, pero se trata de dos
criterios, en mi opinión, fundamentales, que, combinados, sirven para designar
una mapa que salva la discutida distinción entre derecha e izquierda, y al
mismo tiempo responde a la demasiado difícil objeción de que se consideren
de derecha o de izquierda doctrinas y movimientos no homogéneos como, a la
izquierda, comunismo y socialismo democrático, a la derecha, fascismo y
conservadurismo; también explica el porqué, aun no siendo homogéneos,
pueden ser aliados potenciales en excepcionales situaciones de crisis8.
Entre los diferentes intentos de redefinir la izquierda me parece sensato y útil el de Peter
Glotz, "Vorrei una sinistra col muso più duro", en L'Unità, 30 de noviembre 1992. Refiriéndose a
su libro Die Linke nach dem sieg Westens ( Deutsche Verlag Anstalt, Stuttgart, 1992), escribe:
"He definido la izquierda como la fuerza que persigue la limitación de la lógica de mercado o,
más prudentemente, la búsqueda de una racionalidad, compatible con la economía de
mercado; la sensibilización por la cuestión social, o sea el apoyo al estado social y a ciertas
instituciones democráticas; la transposición del tiempo en nuevos derechos de libertad; la
igualdad de hecho de las mujeres; la tutela de la vida y de la naturaleza; la lucha contra el
nacionalismo".
Elías Díaz ("Derechas e izquierdas", en El Sol, Madrid, 26 de abril de 1991) considera como
signos de identidad de la izquierda "una mayor predisposición para políticas económicas
redistributivas y de nivelación proporcional, basadas más en el trabajo que en el capital; un
mayor aprecio en la organización social hacia lo público y común que sólo hacia lo público y
común que solo hacia lo privado e individual; prevalencia de los valores de cooperación y
colaboración sobre los de confrontación y competición; más atención hacia los nuevos
movimientos sociales y sus demandas pacificas, ecológicas, feministas, etc.; preocupación por
la efectiva realización de los derechos humanos, muy en especial de los grupos marginados, la
tercera edad, infancia, etc.; insistencia en la prioridad para todos de necesidades básicas como
las de una buena sanidad, escuela, vivienda, etc.; mayor sensibilidad y amistad internacional
hacia los pueblos de las áreas pobres, dependientes y deprimidas; autonomía de la libre
voluntad y del debate nacional tanto para tomar decisiones políticas mayoritarias y
democráticas como para construir éticas críticas y en transformación, no impuestas por
argumentos de autoridad o por dogmas de organizaciones religiosas dotadas de un carácter
carismático y/o tradicional".
Quería también volver a llamar la atención sobre el artículo de Giorgio Ruffolo "Il fischio di
Algarotti e la sinistra congelata", en MicroMega, 1992. Observa precisamente que el partido de
la izquierda, abandonado el mensaje mesiánico, ha caído en un pragmatismo político sin
principios. La izquierda está congelada, pero no está muerta, siempre y cuando sepa todavía
reconocer los motivos ideales, siempre actuales, de los que ha nacido.
Finalmente Claus Offe toma como punto de partida la caída del sistema soviético para
denunciar un "acentuado desplazamiento del espectro político hacia la derecha". Por mucho
que el fin del socialismo, supuesto por muchos, pudiera derivar de una falta de ofertas y
correspondientemente de demandas, concluye considerando que precisamente por la
importancia de los desafíos ante los cuales se encuentra Europa "hará que también en el futuro
los ánimos políticos se dividan en izquierdas y derechas".
8
La Estrella Polar
1.- Una política igualitaria se caracteriza por la tendencia a remover los
obstáculos (retomando la expresión del ya citado artículo 3 de la Constitución
italiana) que convierten a los hombres y a las mujeres en menos iguales. Una
de las más convincentes pruebas históricas de la tesis mantenida hasta ahora
según la cual el carácter distintivo de la izquierda es el igualitarismo, se puede
deducir del hecho de que uno de los temas principales, si no el principal, de la
izquierda histórica, compartido tanto por los comunistas como por los
socialistas, ha sido la remoción de lo que ha sido considerado, no sólo en el
siglo pasado sino desde la antigüedad, uno de los mayores, si no el mayor,
obstáculo a la igualdad entre hombres: la propiedad individual, el "terrible
derecho"9. Por muy justa o equivocada que sea esta tesis, es bien sabido que
en general las descripciones utópicas de sociedades ideales, que se mueven
sobre una aspiración igualitaria, describen y a la vez prescriben, una sociedad
colectivista; que Jean-Jacques Rousseau, al preguntarse sobre el origen de la
desigualdad entre los hombres, lanza la famosa invectiva en contra del primer
hombre que, remarcando su poder, declaró "¡esto es mío!"; que desde
Rousseau se inspira en el movimiento que da vida a la Conspiración de los
Iguales, despiadadamente contrario a cualquier forma de propiedad individual;
que todas las sociedades de los iguales que se fueron formando en el siglo
pasado, en las que la izquierda se reconoció frecuentemente, consideran la
propiedad individual como la inicua institución que debe ser derribada; que son
igualitarios y colectivistas todos los partidos que surgen de la matriz marxista;
que una de las primeras medidas tomadas por la revolución triunfante en la
tierra de los zares fue la abolición de la propiedad individual de la tierra y las
empresas; que las obras principales de la historia y de la crítica del socialismo,
Les systèmes socialistes de Vilfredo Pareto y Socialism de Ludwig Von Mises
son, la primera, una antología crítica, la otra, un análisis y una crítica
económica de las diferentes formas de colectivismo. La lucha por la abolición
de la propiedad individual, por la colectivización, aunque no de manera integral,
de los medios de producción, siempre ha sido, para la izquierda, una lucha por
la igualdad, por la remoción del obstáculo principal para la realización de una
sociedad de iguales. Hasta la política de las nacionalizaciones, que ha
caracterizado durante un largo tiempo la política económica de los partidos
socialistas, fue llevada en nombre de un ideal igualitario, aunque no en el
sentido positivo de aumentar la igualdad, sino en el sentido negativo de
disminuir una fuente de desigualdad.
Que la discriminación entre ricos y pobres, introducida y perpetuada por la
persistencia del derecho, considerado inalienable, de la propiedad individual,
sea considerada la causa principal de la desigualdad, no excluye el
reconocimiento de otras razones discriminatorias, como la que existe entre
hombres y mujeres, entre trabajo manual e intelectual, entre pueblos superiores
y pueblos inferiores.
Esta expresión se encuentra en el célebre libro de Cesare Beccaria, Dei delitti e delle pene,
en el párrafo dedicado al delito de robo (el vigésimo segundo), definido como "el delito de
aquella infeliz parte de los hombres a la que el derecho de propiedad (terrible, y quizás
innecesario derecho) no ha dejado más que una desnuda existencia".
9
2.- No me es difícil admitir cuáles y cuántos han sido los efectos perversos
de los modos con los que se ha intentado realizar el ideal. No hace mucho
tiempo tuve que hablar a propósito de la "utopía invertida"10, después de la
constatación de que una grandiosa utopía igualitaria, la comunista, anhelada
desde hace siglos, se convirtiera en su contrario en el primer intento histórico
de realizarla. Ninguna de las ciudades ideales descritas por los filósofos había
sido propuesta jamás como modelo que se pudiera llevar a la práctica. Platón
sabía que la republica ideal, de la cual había hablado con sus amigos y
discípulos, no estaba destinada a existir en ningún lugar, sino que sólo era
verdadera, como dice Glaucone a Sócrates, "en nuestros discursos". Y, sin
embargo, sucedió que la primera vez que una utopía igualitaria entró en la
historia, pasando del reino de los "discursos" al de las cosas, dio un vuelco
para convertirse en su contrario.
Pero, añadía yo, el gran problema de la desigualdad entre los hombres y los
pueblos de este mundo ha permanecido en toda su gravedad e
insoportabilidad. Y ¿por qué no decir, también, en su amenazadora
peligrosidad para los que se consideran satisfechos?. Más bien, en la cada vez
mayor conciencia que día tras día vamos adquiriendo sobre las condiciones del
Tercero y Cuarto Mundo, de lo que Latouche ha llamado "el planeta de los
náufragos", las dimensiones del problema se han ampliado de una manera
desmesurada y dramática. El comunismo histórico ha fracasado. Pero el
desafío que lanzó permanece. Si, para consolarnos, vamos diciendo que en
esta parte del mundo hemos alumbrado la sociedad de los dos tercios, no
podemos cerrar los ojos frente a la mayoría de los países donde la sociedad de
los dos tercios, o hasta de los cuatro quintos o de los nueve décimos, es la
otra.
Frente a esta realidad, la distinción entre derecha e izquierda, para la que el
ideal de la igualdad siempre ha sido la estrella polar a la que ha mirado y sigue
mirando, es muy clara. Basta con desplazar la mirada de la cuestión social al
interior de cada Estado, de la que nació la izquierda en el siglo pasado, hacia la
cuestión social internacional, para darse cuenta de que la izquierda no sólo no
ha concluido su propio camino sino que apenas lo ha comenzado11.
3.- Para terminar, permítaseme añadir a la tesis aquí sostenida un testimonio
personal. Siempre me he considerado un hombre de izquierdas y por lo tanto
En un artículo, titulado precisamente "L'utopia capovolta", aparecido en La Stampa del 9 de
junio de 1989, ahora en el pequeño libro L'utopia capovolta, en la colección de La Stampa,
terza pagina, Turín 1990.(pág.127-130). Singular la consonancia con lo que escribe Thomas
Nagel: "El comunismo ha fracasado en Europa [...] En este momento histórico valdrá la pena
recordar que el comunismo debe en parte su propia existencia a un ideal de igualdad que
conserva toda su fascinación a pesar de los enormes delitos y de los desastres económicos
producidos en su nombre. Las sociedades democráticas no han encontrado una manera de
trabajar en la realización de este ideal: lo que constituye un problema para la vieja democracia
de Occidente".T.Nagel, I Paradossi dell'uguaglianza, cit, il Saggiatore Milán 1993, (pág. 14).
Esta afirmación se apoya sobre la siguiente constatación: "Los problemas que han generado el
choque entre capitalismo democrático y comunismo autoritario no han sido resueltos, desde
luego, por el total fracaso de este último, ni en el mundo desarrollado ni en el mundo en
general".
10
No de forma distinta, si se plantea el problema del papel universal de la izquierda desde el
punto de vista del contraste inclusión-exclusión. La izquierda es por tendencia inclusiva, la
derecha por tendencia exclusiva.
11
siempre he dado al término "izquierda" una connotación positiva, incluso ahora
que está siendo cada vez más atacada, y al término "derecha" una connotación
negativa, a pesar de estar hoy ampliamente revalorizada. La razón fundamental
por la cual en algún épocas de mi vida he tenido algún interés por la política, o,
en otras palabras, he sentido, si no el deber, palabra demasiado ambiciosa, la
exigencia de ocuparme de la política, y alguna vez, aunque más raramente, de
desarrollar actividad política, siempre ha sido mi malestar frente al espectáculo
de las enormes desigualdades, tan desproporcionadas como injustificadas,
entre ricos y pobres, entre quien está arriba y quien está abajo en la escala
social, entre quien tiene el poder, es decir, la capacidad para determinar el
comportamiento de los demás, tanto en la esfera económica como en la política
e ideológica, y quien no lo tiene. Desigualdades especialmente visibles y –a
medida en que poco a poco se vaya fortaleciendo la conciencia moral con el
paso de los años y la trágica evolución de los acontecimientos- cada vez más
concienzudamente vividas, por parte de quien, como yo, nació y fue educado
en una familia burguesa, donde las diferencias de clase todavía estaban muy
marcadas. Estas diferencias eran especialmente evidentes durante las largas
vacaciones en el campo donde nosotros, llegados de la ciudad, jugábamos con
los hijos de los campesinos. Entre nosotros, la verdad sea dicha, afectivamente
había una perfecta armonía, y las diferencias de clases eran totalmente
irrelevantes, pero no podíamos evitar el contraste entre nuestras casas y las de
ellos, nuestras comidas y las suyas, nuestros trajes y los suyos (en verano iban
descalzos). Cada año, al volver de vacaciones, sabíamos que uno de nuestros
compañeros de juegos había muerto durante el invierno de tuberculosis. No
recuerdo, en cambio, una sola muerte por enfermedad entre mis compañeros
de escuela en la ciudad.
Eran también los años del fascismo, cuya revista política oficial, fundada
por el mismo Mussolini, se titulaba gerarchia. Populista, no popular, el fascismo
tenía alistado al país bajo su régimen, reprimiendo toda forma libre de lucha
política; un pueblo de ciudadanos, que ya habían conquistado el derecho a
participar en elecciones libres, fue reducido a una masa vitoreante, un conjunto
de súbditos todos iguales, sí, por el idéntico uniforme, pero iguales (¿y
contentos?) en la servidumbre común. Con la aprobación imprevista e
improvisada de las leyes racistas, nuestra generación se encontró en los años
de la madurez frente al escándalo de una infame discriminación que en mí,
como en otros, dejó una señal indeleble. Fue entonces cuando el espejismo de
una sociedad igualitaria favoreció la conversión al comunismo de muchos
jóvenes moralmente serios e intelectualmente capaces. Sé muy bien que hoy,
después de tantos años, el juicio sobre el fascismo debe ser dado con el
distanciamiento propio del historiador. Sin embargo, hablo aquí no como
historiador, sino únicamente para aportar un testimonio personal de mi
educación política en la que, por reacción al régimen, tuvieron tanto que ver los
ideales, además de los de libertad, e incluso de los de igualdad y fraternidad,
como la "redundante charlatanería", como desdeñosamente se decía entonces,
de la Revolución Francesa.
4.- Como he venido diciendo desde el principio, suspendo todo juicio de
valor. Mi propósito no era el de tomar partido, sino el de dar testimonio de un
debate que continúa estando muy vivo, a pesar de las recurrentes campanadas
de duelo. Además, si la igualdad puede ser interpretada negativamente como
nivelación, la desigualdad se puede interpretar positivamente como
reconocimiento de la irreductible singularidad de cada individuo12. No existe
ideal que no esté encendido por una gran pasión. La razón, o mejor dicho, el
razonamiento que aduce argumentos en pro y en contra para justificar la
elección de cada uno de ellos frente a los demás, y sobre todo frente a sí
mismo, llega después. Por eso los grandes ideales resisten el paso del tiempo
y la variación de las circunstancias y son el uno para el otro, a pesar de los
buenos oficios de la razón conciliadora, irreductibles.
Irreductibles, pero no absolutos, por lo menos así debería de considerarlos el
buen demócrata (y una vez más permíteseme volver sobre las diferencias entre
el extremista y el moderado). Nunca he pretendido eregir mis preferencias
personales, a las que considero que no puedo renunciar, en criterio general del
derecho y de la sinrazón. Nunca he olvidado una de las últimas lecciones de
uno de los maestros de mi generación, Luigi Einaudi, que en un ensayo
valiosísimo, que siempre me ha servido de guía, Discorso elementare sulle
somiglianze e dissomiglianze fra liberalismo e socialismo, después de haber
definido con admirable maestría los rasgos esenciales del hombre liberal y del
hombre socialista (y no tenía necesidad de señalar de qué parte estaba),
escribía que "las dos corrientes son respetables", y "los dos hombres, aunque
adversarios, no son enemigos; porque los dos respetan la opinión de los
demás; y saben que existe un límite para la realización del propio principio".
Concluía: "El optimum no se alcanza en la paz forzada de la tiranía totalitaria;
se toca en la lucha continua entre los dos ideales, ninguno de los cuales puede
ser vencido sin daño común".
El empuje hacia una igualdad cada vez mayor entre los hombres es,
como ya observó en el siglo pasado Tocqueville, irresistible. Cada superación
de esta o aquella discriminación, en función de la cual los hombres han estado
divididos en superiores e inferiores, en dominadores y dominados, en ricos y
pobres, en amos y esclavos, representa una etapa, desde luego no necesaria,
pero por lo menos posible, del proceso de incivilización. Nunca como en
nuestra época se han puesto en tela de juicio las tres fuentes principales de
desigualdad, la clase, la raza y el sexo. La gradual equiparación de las mujeres
a los hombres, primero en la pequeña sociedad familiar, luego en la más
grande sociedad civil y política, es uno de los signos más certeros del
imparable camino del género humano hacia la igualdad13.
No me extraña que un escritor liberal escriba con plena convicción, y sabiendo que no suscita
escándalo, que el liberalismo es en contrario a la igualdad, y que en cambio es tolerante hacia
la disparidad de las rentas y de la riqueza. Los liberales, precisa, nunca han considerado la
desigualdad de riqueza como un mal en sí, como un mal social intolerable, porque la
consideran un efecto colateral de una economía productiva: S.Holmes,"Il liberalismo è
utopismo", en MicroMega, I, 1994 (pág.41). Con estas palabras Holmes hace entender, mejor
que con una larga disertación, que existe por lo menos un punto de vista según el cual las
desigualdades son, además de eliminables, también ventajosas, y por lo tanto son inútiles los
intentos de eliminarlas. Sin embargo en contraposición existe también quien (Matthew Arnold)
ha escrito: "Un sistema fundado en la desigualdad es contra natura y a la larga se malogra".
12
Dos testimonios recientes: "La gran oposición entre un proletariado dotado de conciencia de
clase, y por ltanto sujeto de la historia, y un subproletariado que no podría hacer sino revueltas
campesinas [...] nos hace sonreír, porque, por un lado, dónde se encuentra exactamente el
proletariado [...] no lo sabemos, pero sabemos que un enorme subproletariado mundial de todo
el tercer mundo está llamando a las puertas de la historia y nos guste o no nos guste, se
convierte en sujeto, consiente o no, de una gran pujanza biológica". U. Eco, "L'Algoritmo della
13
¿Y qué decir de la nueva actitud hacia los animales?. Debates cada vez
más frecuentes y extensos, concernientes a la legitimidad de la caza, los
límites de la vivisección, la protección de especies animales que se han
convertido en cada vez más raras, el vegetarianismo, ¿qué representan sino
escaramuzas de una posible ampliación del principio de igualdad incluso más
allá de los confines del género humano, una ampliación basada en la
conciencia de que los animales son iguales a nosotros los hombres por lo
menos en la capacidad de sufrimiento?.
Se entiende que para que cobre sentido este grandioso movimiento
histórico, es preciso levantar la cabeza de las rencillas cotidianas y mirar más
arriba y más lejos.
storia", en L’ Unità, 22 de septiembre de 1992; "Estar a la izquierda significa estar en la parte
subterránea de la metrópolis. Hay algo dentro de mí que reconoce la injusticia social, los
equilibrios entre el Norte y el Sur del mundo. Lo que está ocurriendo en Somalia, en
Yugoslavia, en Amazonia es un problema que me atañe. El ser de izquierdas me dice que esto
no es un problema local. No es un problema de buena administración. Es un problema global,
ecológico, de salvación de todo el planeta. Y para afrontarlo se necesita un liderazgo en la
izquierda capaz de gestos de este tipo". E. Bencivenga, "Sto con glialtri", en L’ Unità, 16 de
noviembre de 1992.