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Variaciones sobre el “buen morir”. Un análisis
comparativo de la gestión del final de la vida en
cuidados paliativos en Argentina y Brasil
Juan Pedro Alonso y Rachel Aisengart Menezes
Recibido 7 de noviembre 2011. Aceptado 30 de noviembre 2011
ResUmen
Desde diferentes disciplinas, las ciencias sociales y humanas han dado cuenta del carácter contextual e
histórico de las representaciones y actitudes acerca de la muerte y el morir, así como de las respuestas sociales
frente a estas experiencias. Puntualmente, el trabajo analiza la gestión médica del proceso de morir en servicios de cuidados paliativos, disciplina médica especializada en la atención de pacientes terminales. Tomando
como eje las similitudes y diferencias que este trabajo de gestión asume en Buenos Aires y Río de Janeiro,
con base en dos investigaciones etnográicas realizadas en centros de cuidados paliativos de ambas ciudades,
el artículo analiza y discute la noción de “buen morir” que estructura el ideario de los cuidados paliativos, al
tiempo que explora sus relaciones con procesos sociales más amplios. El análisis comparativo permite revelar
los aspectos comunes que caracterizan a la ilosofía de esta disciplina, así como mostrar las apropiaciones y
particularidades locales, que evidencian las dimensiones culturales e institucionales en torno a la muerte y el
morir en ambos contextos.
Palabras clave: Cuidados paliativos; Final de la vida; Buen morir; Argentina; Brasil.
ABstRAct
VARIATIONS ON THE GOOD DEATH: A COMPARATIVE ANALYSIS OF END-OF-LIFE CARE IN ARGENTINA
AND BRAZIL. Humanities and social sciences have shown contextual and historical variations on representations
and attitudes towards death and dying, as well as in social responses to these experiences. The article analyzes
the medical organization of the dying process in palliative care settings, a medical branch specialized in hospice
and terminal care. The paper addresses the similarities and differences of medical organization of dying in
palliative care settings in Buenos Aires and Río de Janeiro, based on ethnographic researches conducted in
hospices located in both cities. The paper analyzes and discusses the notion of “good death”, central in palliative
care philosophy, and explores their relationship with wider social processes. The comparative analysis reveals
the common aspects that characterize the philosophy of palliative care and shows its local variations, which
are shaped by cultural and institutional dimensions around death and dying in both contexts.
Keywords: Palliative care; End of life; Good death; Argentina; Brazil.
IntRodUccIón
Vida y muerte son conceptos centrales para la
comprensión de la concepción de la noción de “persona” presente en distintas culturas (Menezes 2010).
Todo grupo social construye una deinición de persona (Duarte 2003; Mauss 2003) y, consecuentemente,
delimita el periodo en que ésta comienza a ser reconocida como tal, así como cuando deja de serlo.
Los modos de administrar el inicio y el inal de la
vida son de lo más diversiicados y dependen de las
creencias elaboradas por el grupo social. En cada contexto, dependiendo de la concepción dominante, se
producen prácticas colectivas e individuales referentes
Juan Pedro Alonso. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Instituto de Investigaciones Gino
Germani, Universidad de Buenos Aires. Uriburu 950, 6º piso (1114). Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Email:
[email protected]
Rachel Aisengart Menezes. Professora Adjunta do Instituto de Estudos em Saúde Coletiva da Universidade Federal do Rio de
Janeiro. Rua Conde de Irajá 43 apto 401. Botafogo, Rio de Janeiro, Brasil. CEP 22271-020. E-mail:
[email protected]
Intersecciones en Antropología 13: 461-472. 2012. ISSN 1666-2105
Copyright © Facultad de Ciencias Sociales - UNCPBA - Argentina
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al nacimiento y a la muerte que suscitan sentimientos
e interpretaciones variadas.
Las ciencias sociales y humanas han dado cuenta
del carácter contextual e histórico de las representaciones y actitudes acerca de la muerte y de las nociones
de “buen morir”, variables entre diferentes grupos e
incluso en el interior de una misma sociedad (Ariès
1981, 2000; Bloch y Parry 1982; Metcalf y Huntington
1991; Scheper-Hughes 1997; Seale y Van der Geest
2004; Thomas 1993; Walter 1997).
Este artículo analiza la gestión médica del proceso
de morir en servicios de cuidados paliativos, disciplina médica especializada en la atención de pacientes
terminales creada a inales del siglo XX. Crítico de
las formas tecniicadas e impersonales de gestionar
la muerte en ámbitos médicos (McNamara 2004), el
movimiento de los cuidados paliativos encarna un intento, inicialmente por fuera y luego desde dentro de
esos mismos ámbitos, por “humanizar” la atención en
el inal de la vida. A partir de investigaciones etnográicas sobre la gestión del inal de la vida en este
tipo de servicios, realizadas en las ciudades de Buenos
Aires y Río de Janeiro, el artículo discute las nociones
de “buen morir” presentes en esta disciplina. ¿Cómo
es deinido el “buen morir” por los profesionales de
cuidados paliativos? ¿Cómo este ideal está presente y
orienta las prácticas cotidianas de los profesionales
de esta disciplina? ¿Cómo estas prácticas y nociones
se maniiestan en contextos sociales e institucionales
diferentes?
Para ello, el artículo se apoya en las investigaciones etnográicas realizadas en servicios de cuidados
paliativos de ambas ciudades. El texto está dividido en
cinco secciones. En la primera sección se presentan
los estudios sociohistóricos acerca de la muerte y el
morir, y el proceso de medicalización de la muerte.
En la segunda se analiza el contexto de surgimiento y
desarrollo de la ilosofía y el ideario de los cuidados
paliativos en países anglosajones, y el desarrollo de
esta disciplina en Argentina y Brasil. La tercera presenta los datos de las investigaciones en que se basa
el artículo, y en la cuarta se discute el funcionamiento
del ideario paliativista en la práctica. Por último, se
discuten las semejanzas y diferencias observadas en
ambos países, en los cuales las referencias laicas y
religiosas desempeñan un papel central, y se exploran
las relaciones de esta disciplina con procesos sociales
más amplios.
LA gestIón deL moRIR como oBjeto de
estUdIo de LAs cIencIAs socIALes
Como otros fenómenos de la vida social, el proceso de morir puede ser vivido de distintas formas,
de acuerdo con los signiicados compartidos sobre
esta experiencia. Los sentidos atribuidos a la muerte
varían según el momento histórico y los contextos socioculturales. Morir no es apenas un hecho biológico,
como lo consideran los saberes biomédicos, sino una
construcción social. Las ideas y los rituales en torno al
término de la vida integran el proceso de socialización
que ocurre en todas las sociedades y grupos sociales.
De este modo, tanto el hecho de morir como la enfermedad –y los cuidados dirigidos a estos eventos– no
se distinguen de las otras dimensiones del universo
de relaciones sociales, y en cada contexto histórico
y social se construyen prácticas y representaciones
signiicativas.
Las investigaciones sociohistóricas de Philippe
Ariès (1981, 2000) constituyen un punto de partida
ineludible en el estudio de las actitudes sociales en
torno a la muerte y el morir. Para Ariès, las actitudes
ante la muerte sufrieron profundas transformaciones en
los últimos siglos, que culminaron en su ocultamiento
(Elias 1989). El estudio de Ariès se origina en la constatación de cambios en las ceremonias fúnebres y en
las actitudes de los presentes a lo largo del tiempo. En
su extensa investigación, este autor describe diferentes
periodos históricos, e indica los signiicados compartidos sobre el morir y la muerte, partiendo del modelo
de “muerte tradicional” propio de la Edad Media. En
este periodo, se consideraba a la muerte como un
evento del orden natural, que no se buscaba evitar o
exaltar: simplemente era aceptada. Es entre los siglos
XI y XIV que se fue gestando un sentimiento más interiorizado sobre la propia initud, proceso que sienta
las bases de las actitudes modernas frente a la muerte.
Los orígenes del individualismo se sitúan allí, cuando
las personas comienzan a convivir con el pensamiento
sobre la muerte.
A partir del siglo XIX y hasta el siglo XX ocurre
un proceso de alejamiento social de la muerte, asociado al establecimiento de los saberes médicos y a
la creciente legitimidad de la igura del médico y del
hospital como institución. En la segunda mitad del
siglo XX surgen nuevas formas de relacionarse con la
muerte: se torna “escamoteada, oculta, vergonzosa y
sucia” (Ariès 1981: 309). Esta forma de relación con
la muerte es descrita como el modelo de “muerte moderna”, en oposición al modelo de muerte tradicional,
que era vivida en y por la comunidad.
El abordaje histórico de Ariès (1981, 2000) se funda
en la concepción de una degradación progresiva de
la relación con la muerte establecida por individuos
y sociedades. Su visión es particularmente crítica
del periodo moderno, que apartó el morir de la vida
cotidiana, transformando ese proceso en un tabú y
privando al hombre de vivir la experiencia de su
propia muerte. Con el advenimiento de la modernidad
emergieron dos elementos que serán fundamentales
en la vida social y pilares de la cultura occidental
Variaciones sobre el “buen morir”. Un análisis
comparativo de la gestión del inal de la vida en cuidados paliativos en Argentina y Brasil
individualista: la institución médica por excelencia
–el hospital–, basada en saberes cientíicos y en la
biomedicina, y el médico como personaje central. El
proceso de medicalización de la sociedad supondrá
una redeinición de eventos como el embarazo, el
parto, el envejecimiento y la muerte, entre otros,
desde un punto de vista médico (Conrad 2007).
Este proceso se ancla centralmente en el cuerpo, y
es el vector de la individualización al establecer la
frontera de la identidad personal. La individualización
y medicalización son procesos intrínsecamente
vinculados y articulados. En relación con la muerte y
el morir, los profesionales de la salud pasan a ocupar
una posición social privilegiada.
Diversos autores señalan la exclusión social de la
muerte y de quienes están muriendo como característica de la modernidad (Baumann 1998; Castra 2003;
Elias 1989, entre otros). Durante el siglo XX, la medicina, con sus progresos técnicos, pasó a ser responsable
de la reducción de algunas tasas de mortalidad –como
la infantil y la neonatal– y del prolongamiento de la
vida. Al mismo tiempo, el propio aparato biomédico,
con medidas de prevención y de control social de la
salud y la enfermedad, desempeña un papel fundamental en el alejamiento de la muerte de las conciencias
individuales. El conocimiento de la inexorabilidad de
los procesos naturales es aliviado por la noción de
que estos son –y cada día se busca que lo sean aún
más– controlables (Elias 1989).
Con el empleo de la tecnología médica direccionada a la mantención y al prolongamiento artiicial
de la vida, se produce un modelo de muerte hospitalaria en que el paciente es monitoreado, silenciado
y aislado de su círculo de relaciones sociales. Según
Elias (1989), en la rutina institucional no hay espacio
para la expresión de los sentimientos del paciente y
sus familiares. Para el médico y para el hospital, la
muerte se torna, antes que nada, un fracaso: de ahí
que sea conveniente que pierda su centralidad en el
espacio hospitalario y deje de movilizar recursos y
energías (Herzlich 1993)1.
En el campo de las ciencias sociales, las investigaciones pioneras de Glaser y Strauss (1965, 1968) y
Sudnow (1967) aportaron datos empíricos a las críticas de las formas modernas de administrar la muerte
en el hospital. Estos autores fueron los primeros en
investigar la gestión de la muerte en esta institución,
examinando las prácticas cotidianas en hospitales y
las relaciones entre profesionales de salud y pacientes.
Glaser y Strauss (1965) demostraron que la conciencia
de la proximidad de la muerte constituía una preocupación central de los profesionales de salud en su
interacción con los pacientes en la etapa inal de la
vida, y denunciaron la práctica de ocultar la verdad de
su condición al moribundo, característica del modelo
de muerte moderna. Este ocultamiento buscaba prote-
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ger la rutina institucional del hospital de la crisis que
provocaría la irrupción de las emociones asociadas al
morir y a la muerte, y no la protección del paciente
de la angustia del inal próximo. Con las nuevas tecnologías de respiración artiicial, el surgimiento de la
terapia intensiva y el trasplante de órganos, la medicina y los médicos se tornan personajes cada vez más
importantes en la gestión de la muerte y el morir en
las sociedades occidentales.
Este proceso de creciente medicalización de la
muerte, característico de la “muerte moderna”, ha sido
objeto de numerosas críticas. La imagen de la “muerte tradicional” descripta por Ariès, aceptada y vivida
comunitariamente, ha inluido en buena parte de la
literatura crítica de la gestión médica de la muerte
(Walter 1997; Zimmermann y Rodin 2004) y, como veremos, ha tenido un fuerte peso en la noción de “buen
morir” construida por los movimientos surgidos como
contrapartida a este proceso de medicalización.
sURgImIento y desARRoLLo de Los
cUIdAdos PALIAtIVos
A partir da década de 1960 surgen críticas al modelo de “muerte moderna” y propuestas de nuevas
formas de asistencia a los pacientes considerados “terminales”. En Estados Unidos, las reivindicaciones se
inscriben en un conjunto de demandas del movimiento
por los derechos civiles e incorporan los derechos de
los enfermos a “morir con dignidad” y a la reglamentación de la eutanasia. En Inglaterra se funda el primer
hospice2, institución ejemplar de una nueva ilosofía
que apunta a la humanización del morir y al respeto
de la autonomía individual de las personas en in de
vida. Del silencio, ocultamiento y negación, estos movimientos impulsan una renovada puesta en discurso
de la muerte y el morir (Armstrong 1987).
Las consignas y nociones centrales de estos movimientos son el “buen morir” (Castra 2003), “con
dignidad”, y “a su propio modo” (Walter 1997)3. Esta
forma innovadora de gestión de la muerte, en la cual
se le otorga primacía a las decisiones autónomas e
individuales del paciente, es denominada como “muerte neomoderna”, “posmoderna” o “contemporánea”
(Menezes 2004: 38).
Los cuidados paliativos –o, en su dominación inicial, el proyecto o ilosofía de los hospices– postulan
una nueva forma de atención y acompañamiento del
último periodo de vida de pacientes con enfermedades crónicas degenerativas, como cáncer, VIH/Sida y
demencias, entre otras. El presupuesto central consiste
en la asistencia a la “totalidad bio-psico-social-espiritual” de pacientes, familiares y amigos, brindada
por un equipo interdisciplinario. Estos profesionales
buscan disminuir al máximo posible el dolor y los
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demás síntomas, de modo de posibilitar de manera
simultánea una mayor autonomía e independencia de
los pacientes. La consigna es la comunicación franca y
abierta entre todos los actores envueltos en el proceso
de morir. En oposición al modelo de asistencia médica
dirigida a la cura, de acuerdo con el cual las opiniones
y elecciones del paciente son desestimadas, esta especialidad valora y estimula la expresión del enfermo,
de su círculo de relaciones familiares y sociales y del
equipo de salud. El diálogo es fundamental en el ideario paliativista: una vez aclarados los límites de acción
de la medicina y los deseos del paciente, es posible
deliberar sobre el periodo de vida todavía restante, la
elección de procedimientos técnicos y las despedidas
a ser efectuadas, todo con el apoyo y supervisión de
los profesionales.
Desde su surgimiento en países de habla inglesa,
el nuevo modelo de asistencia al morir se viene difundiendo en medios de comunicación, como diarios,
revistas, cine, teatro, televisión, websites, congresos y
cursos dirigidos a la población general. La creación
y el desarrollo de los cuidados paliativos como disciplina cientíica condujeron a la publicación de manuales técnicos y la organización de capacitaciones,
seminarios y congresos, así como a la fundación de
entidades profesionales dedicadas a la especialidad.
Desde la constitución de esta disciplina, se observa
un movimiento entre los profesionales de salud por
la legitimación y el reconocimiento de esta nueva especialidad.
Tanto en libros técnicos como en libros de autoayuda emerge un discurso común: el derecho a
“morir bien”, con autonomía y dignidad. En la cultura del individualismo, que valoriza la vida única y
singularmente vivida, se valora esta noción de “buen
morir” como aquella elegida y producida por el sujeto
que está muriendo. La divulgación más amplia de este
nuevo modelo apunta a la aceptación y a una mayor
visibilidad social de la muerte, en contraste con la
exclusión social y la soledad de los moribundos señalada por Elias (1989).
A partir de los años ochenta, la causa paliativista
se expande en diversos países. En el contexto sudamericano, los cuidados paliativos se han desarrollado de
manera más extendida en Argentina, Colombia, Brasil
y Chile. Argentina fue el primer país de Sudamérica en
adoptar este modelo asistencial y el que presenta un
mayor desarrollo en la región (Clark 2007). Asimismo,
fue el primero en generar cursos y seminarios sobre la
disciplina, en los que se formaron profesionales de otros
países; entre ellos los pioneros de los cuidados paliativos
en Brasil (Menezes 2004). La instalación de la disciplina
en la Argentina se produce a partir de pequeños grupos
de profesionales que trabajan con pacientes terminales
en los años ochenta. En Brasil, los cuidados paliativos
emergen por iniciativa exclusiva de profesionales de
la salud del Instituto Nacional do Câncer (INCA), en la
ciudad de Río de Janeiro (Menezes 2004).
metodoLogÍA
El artículo se basa en datos de dos investigaciones, realizadas en servicios de cuidados paliativos de
las ciudades de Buenos Aires (Alonso 2011a) y Río
de Janeiro (Menezes 2004). Ambas investigaciones
se realizaron en servicios pertenecientes a hospitales
públicos que han sido pioneros y referentes de la disciplina en cada país.
En Buenos Aires, el trabajo de campo consistió en
observaciones etnográicas en un servicio de cuidados
paliativos durante un periodo de 13 meses, realizadas
en diversas etapas durante los años 2006 y 2009; y en
entrevistas semiestructuradas y charlas informales con
profesionales y pacientes. El trabajo de campo etnográico supuso la participación en diferentes espacios
y situaciones, como reuniones de equipo, pases de
sala, y consultas médicas con pacientes y familiares,
entre otros. Asimismo, se analizaron entrevistas semiestructuradas con 24 profesionales (médicos, psicólogos
y de enfermería) y 30 pacientes del mismo servicio,
realizadas en el marco de otros proyectos sobre la
temática4. Las notas de campo etnográicas y el texto
desgrabado de las entrevistas fueron trabajados como
un mismo corpus a partir de un análisis inductivo inspirado en los lineamientos de la teoría fundamentada
(Glaser y Strauss 1967).
En Río de Janeiro, el trabajo de campo consistió
en una etnografía en el Hospital do Câncer IV y en
observaciones de congresos de cuidados paliativos.
La observación en el hospital se llevó a cabo en dos
periodos: dos meses en 2001 y siete meses entre 2002
y 2003, cuando fueron entrevistados 22 profesionales
del hospital. Los datos recolectados en las observaciones eran anotados sintéticamente en un cuaderno de
campo y posteriormente detallados. El material proveniente de las clases observadas –para profesionales de
salud e ingresantes en la unidad–, los relatos de las
observaciones y las entrevistas transcriptas constituyeron el material analizado en la investigación brasilera.
Asimismo, fueron entrevistados diez médicos especializados en cuidados paliativos que trabajan en hospitales de la ciudad de San Pablo, en una investigación
desarrollada en los años 2005 y 2006.
Las investigaciones en ambos países recibieron la
aprobación de un comité de ética y se realizaron con
autorización de las autoridades del hospital. Las entrevistas y observaciones se realizaron con el consentimiento de profesionales y pacientes, que fueron informados del carácter y los objetivos de la investigación.
En el artículo se utilizan seudónimos para proteger la
conidencialidad y anonimato de los informantes.
Variaciones sobre el “buen morir”. Un análisis
comparativo de la gestión del inal de la vida en cuidados paliativos en Argentina y Brasil
HAcIA LA PRodUccIón deL “BUen moRIR”
Diferentes autores señalan que el movimiento de
los cuidados paliativos sostiene un ideal de “buen
morir”, que resume la expertise y la ilosofía de la
disciplina (Castra 2003; Clark 2002; Clark y Seymour
1999; Menezes 2004). Clark (2002) reseña las características de la noción de “buen morir” articulada por
los cuidados paliativos, y que supone una muerte libre
de dolor y sufrimientos físicos; que la persona esté
informada de su situación de salud y su pronóstico;
que la muerte sea aceptada y que no resten conlictos personales o asuntos por resolver; que el paciente
esté rodeado de familiares y amigos; y que el inal
de la vida sea percibido como una oportunidad y un
momento de crecimiento personal, acorde con las preferencias del paciente.
Según McNamara (2004), esta deinición del “buen
morir” aparece inadecuada en el contexto de un mayor
respeto por las elecciones de los pacientes. El énfasis
en la autonomía individual, cuando los pacientes no
quieren conocer su situación o tomar las decisiones
en el inal de sus vidas, desafía la formulación de
un modelo de morir a priori deseable para todas
las personas. McNamara (2004) sugiere que los
profesionales de cuidados paliativos han construido, en
la práctica, una noción pragmática y contingente de la
ideología del “buen morir”. Esta noción pragmática, que
McNamara llama “muerte lo suicientemente buena”
(good enough death), se concentra en una adecuada
atención médica y en el control de los síntomas físicos.
Tal deslizamiento daría cuenta del ajuste entre las
expectativas difícilmente alcanzables de la propuesta
de una muerte idealizada y la realidad cotidiana del
trabajo en los servicios, más compleja y heterogénea.
El acento puesto en el control sintomático airma la
expertise médica de la disciplina y la rutinización de
los cuidados, en desmedro de la atención “integral”
(psicológica, espiritual, social). Como veremos en las
páginas que siguen, en los contextos analizados, el
abordaje de las dimensiones psicológicas, espirituales
y sociales del cuidado –no necesariamente opuesto
a la airmación de habilidades técnicas– es central
en la orientación de los objetivos terapéuticos y en
las nociones de “buen morir” sustentadas por los
profesionales.
Las dos investigaciones etnográficas buscaron
aprehender cómo estas nociones son realizadas prácticamente por los profesionales en sus rutinas cotidianas. A continuación se presentan datos de ambas
investigaciones, en las que se abordan los elementos
centrales en la producción de este modelo de “buen
morir”: el lugar ocupado por la concepción de una
perspectiva integral (“bio-psico-social-espiritual”) de
la persona enferma y de sus familiares; la aceptación
de la proximidad del in de la vida y, consecuentemente, la formulación de una trayectoria ideal para
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un “buen cierre” o, en los términos brasileños, para
la concretización del “resgate”. Asimismo, también se
abordan las intervenciones de los equipos paliativistas
para propiciar el “buen morir”.
Abordaje integral
La rutina de trabajo de los equipos paliativistas
está organizada de acuerdo con las siguientes prioridades: control del dolor y de los síntomas físicos y
asistencia a la “totalidad bio-psico-social-espiritual”
de los pacientes y sus familiares. Para esto, en el
caso brasileño, los profesionales que ingresan en el
hospital deben asistir a clases teóricas sobre cuidados paliativos y a talleres de sensibilización, para la
adquisición de nuevas actitudes en lo que concierne al diálogo y la comunicación entre los miembros
del equipo, los pacientes y su entorno. Todos los
profesionales se comportan del mismo modo: sonríen, hablan en tono de voz pausado y andan por
los pasillos del hospital con tranquilidad. Según una
enfermera brasileña, se trata de construir una rutina
de “cuidado con delicadeza” (Menezes 2004: 77). En
el servicio de Buenos Aires, estos aspectos tampoco
son descuidados. El manejo de la comunicación y
de las emociones, la relación con los pacientes y
los familiares son objeto de una preparación y una
expertise específica, y son aspectos que forman parte
de la formación de los profesionales.
Good y DelVecchio Good (1989) distinguen
la competencia y el cuidado como aspectos que
constituyen la práctica médica; la primera, asociada al
lenguaje, conocimiento y habilidades de la medicina, y
el segundo, a actitudes de compasión y empatía. Para
Bonet (2004), la doble dimensión de saber y sentir
(que también puede ser expuesta de otras formas,
como competencia-cuidado, tecnología-humanismo,
objetividad-subjetividad, racionalidad-experiencia) es
constitutiva de la práctica médica. En la conjugación
entre competencia técnica y un cuidado competente,
los cuidados paliativos proponen un nuevo modo de
resolución de la tensión entre estas polaridades. En
esta nueva especialidad, ambos aspectos se integran
en un saber técnico y en un discurso experto sobre la
muerte y el morir, así como del trato con los pacientes
y los familiares en esta situación. Las palabras de
un profesional del Hospital do Câncer IV, en Río
de Janeiro, es ilustrativa al respecto: “La principal
cualidad del profesional de cuidados paliativos es ser
muy humano, porque la técnica se puede aprender,
la humanidad no” (Entrevista a técnico de enfermería
brasileño).
El abordaje desde los cuidados paliativos no sólo
está centrado en los conocimientos clínicos, sino que
la disciplina provee herramientas técnicas para abordar
problemáticas que exceden a tales conocimientos, lo
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que supone un enfoque integral. Como señala una
médica del servicio argentino:
Entre los mismos médicos es difícil de entender, no entienden cómo te puede gustar hacer esto. Hice clínica
antes de hacer paliativos, y siempre tuve inclinación por
estos pacientes, tenía la inclinación y a la vez notaba
que me faltaban herramientas. Porque un paciente con
cáncer no solamente es el cáncer, sino un montón de
otras cosas, psicológicas, sociales, que están en juego y
que creo que en cuidados paliativos las puedo abordar
mejor (Entrevista a médica argentina).
Por su parte, este abordaje “integral” constituye
una nueva mirada clínica, orientada a diagnosticar
otros “síntomas” que también requieren de la intervención profesional, en que nuevos aspectos de la
experiencia de los pacientes y sus allegados son incorporados al escrutinio médico. Para una médica
brasileña, “El profesional debe tener una visión del
paciente no sólo como una enfermedad, debe mirar al
paciente como una persona, debe tener una visión del
contexto familiar y social: saber si tiene un cuidador,
si puede ser cuidado, si tiene una casa. Una visión
que va mas allá de lo solamente médico” (Entrevista
a médica brasileña).
Las respuestas afectivas de los pacientes ante esta
situación, las relaciones familiares, entre otras cuestiones, son traducidas desde esta perspectiva como
recursos, capacidades, obstáculos y vulnerabilidades
del paciente y su entorno, cuya evaluación orientará
el trabajo de gestión por parte de los profesionales en
virtud de la producción de un “buen morir”. Este trabajo supone una participación activa de los pacientes
y su familia, convocados por los paliativistas a poner
en palabras sus sentimientos y experiencias, de aquí
en más sujetos a intervenciones profesionales:
Y hay algunos pacientes que niegan la enfermedad, entonces bueno, la esconden, no quieren saber nada de
la enfermedad, la esconden y la niegan. Son los pacientes que más ayuda psicológica necesitan. Porque sí...
uno tiene que saber lo que le está pasando para poder
ayudarlo. Si el paciente no habla, niega todo, y no se
expresa, o sea, sentimos que cómo podemos ayudarlos,
entonces hay que ver qué le está pasando para que
pueda sacar todo eso, quizás temor, dolor, ansiedad,
angustia, diversos problemas que está pasando, y bueno,
tiene que sacarlos afuera para poder ayudarlo uno, ¿no?
Muchas áreas en las que uno lo puede ayudar (Entrevista
a enfermera argentina).
El alcance de esta mirada integral, y de la expansión de las áreas de control profesional que esta mirada supone, se plasma en la idea de “resgate” o “cierre”
como objetivo a alcanzar por cada paciente.
La idea de “resgate” y “cierre”
Para el equipo observado en Río de Janeiro, uno
de los presupuestos para lograr la meta idealizada del
“buen morir” consiste en la resolución de todos los
asuntos pendientes del paciente en su último periodo
de vida. Se trata en los términos nativos del “resgate”,
que engloba desde la resolución de aspectos legales
(pensiones, recaudación de fondos, trámites y cuentas
bancarias conjuntas, por ejemplo) hasta la paciicación de conlictos familiares y la realización de los
deseos del enfermo (Menezes 2004). En este proceso,
el tiempo desempeña un papel fundamental, ilustrado
en las palabras de una médica brasileña entrevistada:
“espiritualmente nos preparamos nueve meses para
nacer, entonces es muy difícil para el espíritu morir
sin preparación”.
De este modo, el “resgate” está asociado a diferentes esferas de la vida: materiales, relacionales, sociales,
afectivas y espirituales. Cabe a los profesionales descubrir los deseos del enfermo y ayudarlos a concretarlos.
En general, en el Hospital do Câncer IV, de Río de Janeiro, los profesionales de Servicio Social se encargan
de esta tarea y, en el caso de algún paciente que no
exprese lo que quiere realizar, todo el equipo emprende una investigación en su historia, busca contactarse
con familiares y amigos, solicitan su presencia en el
hospital. Se trata de propiciar una “buena” despedida
y la mejor conclusión de la vida. La idea central es,
en palabras de una asistente social, “que el paciente
parta sin ningún problema que haya dejado atrás sin
cerrar”. El caso paradigmático, relatado por diversos
profesionales entrevistados, fue el de un hombre que
abandonó a su familia e hijos en el norte de Brasil.
De acuerdo con una asistente social, “él había huido
de allá porque había violado a su propia hija”. El
equipo se contactó con los familiares y consiguió pasajes de avión para ellos: “la hija vino a perdonarlo y
cuidó de él hasta el inal”. El paciente falleció en su
casa, cuidado por la ex-mujer y sus hijos, lo que, para
el equipo observado, constituye un “buen cierre” de
vida5. Según la asistente social: “nosotros hicimos ese
trabajo, vale la pena” (Menezes 2004).
El trabajo en pro del “resgate” implica no sólo una
relectura de la vida del enfermo con el objetivo de la
resolución de los “pendientes”, sino también posibilitar
una construcción de nuevos signiicados para la vida
y la muerte, en la cual la espiritualidad desempeña
un papel importante. La cita de una médica sobre la
“preparación espiritual” para la despedida de la vida
no es un excepción entre los profesionales de salud
brasileños. Al contrario, en Brasil hay un “orden de
signiicados que gira en torno de la creencia en espíritus” (Velho 2003: 56), fenómeno también denominado
como “religiosidad mínima brasilera” (Droogers 1987:
65). En ese sentido, los paliativistas brasileños, además
Variaciones sobre el “buen morir”. Un análisis
comparativo de la gestión del inal de la vida en cuidados paliativos en Argentina y Brasil
de ocuparse del alivio de los síntomas, de enseñar
a los familiares sobre los cuidados, de dedicarse a
cuestiones vinculadas a pensiones o ayuda social, se
dedican a la “resolución espiritual” de los pacientes
en lo que atañe a sus vidas. Incluso, los paliativistas
investigados consideran un “privilegio” auxiliar a sus
pacientes en la “liberación del plano físico”, en el
“pasaje a otro plano” (Menezes 2006: 185)6.
En el caso argentino, esta noción es traducida en
la idea de “procurar un cierre” en la vida del paciente, proceso menos asociado a un referencial religioso
que psicológico e instrumental. En palabras de una
psicóloga del equipo:
En general hay procesos de cambios muy importantes,
muy importantes en los pacientes, siempre relativos a lo
que es la historia previa. No, magia no podemos hacer,
no se puede hacer; pero hay casos de mucho cambio,
de mucho rechazo a la enfermedad, de mucho no querer
saber, de muchos conlictos familiares en torno a esto y
de cambios que, progresivamente, a través de las reuniones con el equipo médico, con la familia… Yo creo que,
en general, cuando hay un poquito de tiempo suiciente
la gente llega al in de la vida con la posibilidad de,
digamos de ir cerrando y de morirse en paz (Entrevista
a psicóloga argentina).
En esta idea de “cierre” el componente espiritual
no tiene el mismo peso que en el servicio de Río de
Janeiro, sino que la noción está anclada en una mirada
psicologizada del inal de la vida; visión, sin embargo,
compartida por ambos servicios. Cabe mencionar al
respecto que los profesionales brasileños conceden
diferente énfasis al referencial religioso en el proceso
de morir. Algunos médicos, sobre todo aquellos más
psicologizados e intelectualizados, explicitan críticas
a este modelo “espiritual”.
Las nociones de “aceptación” y “negación”, como
formas de hacer frente a la inminencia de la muerte, muy utilizadas en el contexto argentino (Alonso
2011b), ilustran este proceso de psicologización en
el inal de la vida, tal como es movilizado por los
cuidados paliativos. Estas lecturas e intervenciones en
clave psicológica muestran, como puede observarse en
este campo y en otros –como el caso del dolor crónico
(Baszanger 1995)–, procesos de psicologización en la
medicina, y cómo estas articulaciones movilizan el
avance de la medicalización, en el sentido de deinir
en términos médicos y profesionales problemáticas que
anteriormente no lo eran. El temor a la muerte, la
forma de enfrentar la initud, las cuentas pendientes
y los signiicados acordados a la vida y la muerte,
son objeto de intervenciones puntuales en cuidados
paliativos.
|
467
La “aceptación” como objetivo terapéutico
Para los profesionales de la salud de cuidados paliativos de Brasil y Argentina –así como para aquellos
de otros países, como en los Estados Unidos– el modelo de las cinco etapas psicológicas, elaborado por la
psiquiatra Elizabeth Kübler-Ross (1969), constituye una
referencia primordial7. A partir de una comunicación
abierta, el equipo busca conducir de manera gradual
a los pacientes y a la familia a la “aceptación” de su
situación, como proceso de adaptación psicológica a
la perspectiva de la muerte. Este proceso de adaptación psicológica y de diálogo sobre la muerte implica
una direccionalidad, un punto de llegada progresivo
en que las emociones deben acompañar la evolución
de las trayectorias:
Lo que nosotros vemos es que una vez que ingresan al
servicio, creemos que pueden ir adquiriendo más recursos para ir enfrentando su enfermedad, o sea, lo que
es una adaptación a la enfermedad. La evolución de
la enfermedad, todo lo que van perdiendo, los nuevos
diagnósticos, el fracaso o el éxito de los tratamientos,
el fracaso o el éxito de los estudios, uno lo que intenta
es que puedan tener cada vez más recursos, para que
se puedan ir adaptando a la pérdida, y uno cree que
lo logra, sí, cree que lo logra (Entrevista a médica argentina).
Las referencias a pacientes con “problemas de
adaptación”, “negadores”, que “retroceden” o a los
que hay que “bajar”, son cotidianas en los pases y
reuniones del equipo argentino. El recurso a estas
categorías evidencia la coniguración de un proceso
“normal” y normativo de la forma en que los pacientes deben enfrentar el inal de la vida, y que tiende a
patologizar algunos modos de vivir este proceso.
Los pacientes que no se “hacen cargo”, o que “no
están muy comprometidos con lo que les pasa”, o
silencios y reacciones demasiado calmas, movilizan
la intervención de los profesionales. Que el paciente
elabore esta situación y pueda expresar sus temores
es parte de los objetivos de la atención, sobre todo en
los momentos inales. Como comenta una médica, en
referencia a una paciente que entra en una etapa de
declinación progresiva de su estado de salud:
Con Diana venía todo bien y de pronto empezaron a
aparecer complicaciones por el avance de la enfermedad,
y esto está abriendo situaciones en las que no alcanza a
posicionarse. Hasta acá estaba todo bajo control, pero
ahora que la enfermedad está progresando queremos
avanzar sobre otras cuestiones, como sus angustias, sus
miedos, cosas de las que por ahora Diana no ha querido
abordar mucho (Entrevista a médica argentina).
Que el paciente o la familia se muestren tranquilos
y serenos, que puedan hablar sobre la enfermedad y
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la perspectiva de la muerte en estos términos, son aspectos percibidos como signos de entereza y asociados
a la “aceptación” de la enfermedad. La búsqueda de
la “aceptación”, la expresión controlada de las emociones (Castra 2003; Menezes 2004) y acompasada
a las alternativas de las trayectorias procura proveer
sentido y orden, poner bajo control, a la incertidumbre y el desborde a menudo desolador (tanto para los
pacientes y sus familias como para los profesionales)
del sufrimiento, como ponen evidencia los casos que
no se ajustan a estos guiones, que muestran los límites
de las estrategias interaccionales y comunicativas de
la disciplina. Como lo expresa una médica del equipo
argentino:
Lo más difícil son los pacientes con un sufrimiento existencial muy grande, mucho más que lo corporal, que
por ahí lo manejás con lo farmacológico. Una de las
experiencias más fuertes desde que estoy acá fue con un
paciente joven que me pedía a gritos que le diera algo
que lo mate. Me gritaba ‘hija de puta, matame’. Viste, y
sin tener grandes problemas físicos [en relación con otros
casos en que el deterioro y el sufrimiento físico es más
acentuado]. ¿Cómo le decía que él no estaba tan mal?,
¿cómo lo calmás? (Entrevista a médica argentina).
En cuanto en este extracto la médica argentina se
cuestiona sobre las formas posibles de tranquilizar la
ansiedad del paciente, una asistente social brasileña
airma en una entrevista que “morir mal es morir con
culpa y enojada con la enfermedad. […] esto hace
mal al espíritu, para el alma, y también para los que
se quedan” (Menezes 2004: 180), lo que sugiere la
centralidad de la “aceptación espiritual” –y ya no meramente en términos psicológicos– entre muchos de
los profesionales del hospital investigado en Río de
Janeiro. En el contexto argentino, si bien la espiritualidad del paciente no es negada, ésta no adquiere la
centralidad observada en el contexto brasileño, sino
que constituye una dimensión más en las evaluaciones
de los profesionales.
A pesar de esta intención de una mayor apertura,
por la presión de familiares que no desean que el paciente sea informado o en ocasiones por diicultades
de los profesionales, la implementación del ideario de
los cuidados paliativos se ve obstaculizada7.
Buenas y malas muertes
Más allá de las diferencias de peso del abordaje
espiritual y psicológico en los servicios analizados,
los periles de “buenas” y “malas” muertes construidos
por los profesionales de ambos países comparten los
mismos elementos. La forma en que estos periles se
coniguran y deinen puede observarse en dos relatos
escuchados en el servicio de Buenos Aires, en reuniones en que el equipo resume el seguimiento de un
paciente luego de su fallecimiento. En una de estas
ocasiones se comenta el caso de dos pacientes. En
primer lugar se repasa el caso de un paciente de 53
años que falleció en la unidad a causa de un cáncer
de pulmón:
Sin ayuda y orientación habrían estado medio perdidos
en la forma de afrontar la realidad. Se pudo trabajar
maravillosamente con ellos, el tiempo lo permitió [en
relación con el mes que estuvo internado], fue un trabajo hermosísimo con una familia que se dejó ayudar,
porque se dejaron ayudar todos. Sin duda se trató de un
cierre muy lindo. Creo que además fue un proceso de
crecimiento absoluto para ellos, y si bien hay trabajos
con gusto amargo, este seguimiento fue excelente de
parte de todas las áreas del equipo que intervinieron, e
intervinieron todos, médicos, enfermeros, trabajadores
sociales y psicología. Ellos pudieron vivir al máximo el
proceso y fue un desafío gigante desde lo cultural [el
paciente era boliviano] que pudimos trabajar muy bien.
(Notas de campo, médica argentina)
El otro caso que ilustra estas construcciones es el
de un paciente de 37 años atendido por el servicio
por un cáncer de apéndice. Una médica comenta el
caso:
También falleció Leandro. Era un paciente con cáncer de
apéndice con metástasis hepáticas, con dos hijos chicos,
de tres y cuatro años. No quiso saber mucho de la enfermedad, él y su mujer tenían un alto nivel de negación.
En charlas con ella se intentó bajarla a la realidad para
que sea menos fuerte el impacto. A todo esto se le sumó
que en el medio se pelearon con los padres de él por
cuestiones económicas, cosas que los angustiaban mucho
pero que no podían ponerlas en palabras. El inal se veía
venir y no pudieron charlarlo. Se intentó algún contacto con el área de psicología a ver si podían vehiculizar
esa angustia, aunque no lo hablaran. Falleció en la casa,
durmiendo. Fue traumático para ella y para los chicos.
La mujer estaba durmiendo al lado de él, y cuando se
despertó, él estaba muerto. Intentó algunas maniobras de
reanimación, llamó a la ambulancia... En in, una situación muy complicada. Se le ofreció seguimiento a ella y
a los nenes, pero ella preiere hacer terapia cerca de la
casa (Notas de campo, médica argentina).
En estos relatos, las referencias y valoraciones de
los profesionales se estructuran en torno al control de
los síntomas, la “aceptación” o “negación”, la presencia de los familiares, las despedidas, y la posibilidad
de que el paciente haga un “cierre” de su vida. Es a
partir de estas dimensiones que se delinean los periles
de “buenas” y “malas” muertes: por un lado, las muertes aceptadas y vividas con serenidad, acompañadas
y cuidadas por la familia, de las que los pacientes
tuvieron la oportunidad de despedirse; y por otro, las
muertes marcadas por la “negación”, la ausencia de
Variaciones sobre el “buen morir”. Un análisis
comparativo de la gestión del inal de la vida en cuidados paliativos en Argentina y Brasil
expresión de las emociones, los conlictos familiares,
el sufrimiento y la soledad.
Las “buenas muertes”, aquellos inales sin sufrimientos, acompañados, aceptados por el paciente y
la familia, movilizan y justiican asimismo una imagen valorada de la disciplina y de la actuación de los
profesionales. Asimismo, el ideal positivo del “buen
morir” está articulado a una concepción estética de
belleza y armonía. Desde la perspectiva de los profesionales, estos inales armoniosos son producto del
trabajo de gestión realizado por el equipo paliativista.
En busca de una nueva representación social de la
muerte, los paliativistas brasileños utilizan a su vez
nuevas expresiones para referirse al fallecimiento o
al óbito (término más mencionado por médicos y enfermeros de otras especialidades), como: “descansó”,
“se terminó el sufrimiento”, “hizo el pasaje”, “murió
como un pajarito”, entre otras.
Estas nociones movilizan asimismo valoraciones morales y normativas sobre los pacientes y sus familiares,
y sobre los modos en que vivencian estas experiencias.
En estas valoraciones subyace una noción de control
sobre el proceso de morir. Control ejercido por parte
de los pacientes y los familiares −en la expresión de
las emociones, para tomar las decisiones hasta los últimos momentos−, y fundamentalmente por parte de los
profesionales, que logran gestionar estos inales dentro
de los propios estándares ideales. Las “malas muertes”,
en contraste, están marcadas por la diicultad en el
control de síntomas, la “negación”, los conlictos familiares y el sufrimiento. Para los profesionales brasileños
entrevistados, la “peor muerte” es aquella con escasas
posibilidades de control de síntomas, en especial del
dolor: “paciente en agonía de dolor, gritando, gimiendo… es desesperante para los vivos”, como declaró una
asistente social entrevistada. El relato de un técnico de
enfermería es ilustrativo sobre la diicultad de controlar
las circunstancias del morir: “el paciente pedía auxilio
y sangraba, y nosotros no pudimos hacer nada. [...] Es
muy triste dejar que el paciente pierda sangre hasta que
se muera” (Menezes 2004: 179).
Si las “buenas muertes” contribuyen a una valoración positiva de la disciplina, las otras devuelven una
imagen negativa de la actuación de los profesionales,
de impotencia, y enfrentan a la carga emocional del
trabajo en estos contextos sin las mediaciones que
supone la concreción de un inal más armonioso.
dIscUsIón
Desde su creación, los cuidados paliativos cuentan
con un fuerte referencial religioso. De acuerdo con los
militantes de la causa del “buen morir”, la referencia
a la espiritualidad habría sido introducida por Cicely
Saunders, fundadora del movimiento de los hospices
|
469
y los cuidados paliativos, expresada en su concepto
de “dolor total”, que incorpora diferentes dimensiones
del sufrimiento. En los Estados Unidos, en los primeros
momentos, el movimiento por la “humanización del
morir” no hacía mención explícita a la religiosidad,
sino que se apoyaba en diversas ideas del movimiento
New Age, como la importancia del contacto con la
naturaleza y el encuentro con la propia esencia. En
ese sentido, los cuidados paliativos se hacen eco de
representaciones sociales más amplias de los contextos
en que se inscriben (Menezes 2006).
La difusión social de un sistema de creencias solamente es posible en un terreno receptivo. El surgimiento de los cuidados paliativos como especialidad
dentro de la medicina revela el carácter problemático
de la gestión del inal de la vida en estos ámbitos, así
como la diicultad de la medicina para lidiar con los
aspectos emocionales y humanos que típicamente abre
la perspectiva de la muerte. El control sintomático, las
habilidades comunicacionales e interaccionales y el
manejo de las emociones en los encuentros con pacientes terminales, desarrollados por los profesionales
de cuidados paliativos, suponen una respuesta técnica
a la falta de guiones y de ritos para hablar y tratar
con los moribundos señalada por Elias (1989). Más
que airmar el carácter “natural” de la muerte, como
propone la disciplina, su mismo desarrollo como especialidad médica conigura al proceso de morir como
un asunto a ser gestionado por especialistas.
En última instancia, se trata de la gran diicultad
que supone enfrentar la muerte, sobre todo en sociedades en las cuales la ideología de la salud y de la
perfección corporal son referencias culturales centrales. De acuerdo con Geertz (1989: 114), “hay por lo
menos tres puntos en los cuales el caos –un tumulto
de acontecimientos al que le faltan no sólo interpretaciones, sino interpretabilidad– amenaza al hombre: en
los límites de su capacidad analítica, en los límites de
su capacidad de soportar y en los límites de su introspección moral” (destacado en el original). El proceso
de morir está inserto en este conjunto. Las creencias
y las religiones elaboran interpretaciones y rituales en
torno del sufrimiento y la muerte. La novedad abordada aquí es el hecho de que los profesionales de la
salud tomen para sí los encargos de esta tarea.
Los cuidados paliativos se inscriben en el marco de
nuevos modelos clínicos que incorporan la experiencia
de la enfermedad como espacio de intervención
profesional. Como se ha descripto, el abordaje “integral”
conlleva una expansión de la mirada médica en el
inal de la vida, como las formas en que el paciente
y la familia elaboran y reaccionan a la inminencia
de la muerte. Las lecturas e intervenciones sobre la
forma en que los pacientes enfrentan la enfermedad
y la muerte permiten describir la extensión de esta
mirada en clave más psicológica (predominantemente
470 | J. P. Alonso y R. Aisengart Menezes - Intersecciones en Antropología 13 (2012) 461-472
en el caso argentino y para algunos profesionales de
Brasil) o religiosa (para muchos paliativistas brasileños)
sobre el proceso de morir, entendido como una etapa
de “preparación” del paciente y la familia ante la
inminencia de la muerte, expresado en el ideal de
“aceptación”. Toda actitud de los pacientes y familiares
puede ser interpretada, desde estas lecturas, como
indicios de “aceptación” o “negación” –ya sea que
provengan del referencial psicológico o “espiritual”–.
En virtud de estas lecturas, los profesionales coniguran formas adecuadas de sobrellevar estos procesos,
lo que supone categorizar a los diversos modos de
experimentar el inal de la vida. El ideal profesional del
“buen morir” moviliza una visión normativa sobre las
actitudes deseables y esperables en el inal de la vida,
así como las intervenciones profesionales tendientes a
lograrlo. En nombre de procurar una despedida o un
duelo más “saludable”, se patologizan ciertas experiencias de vivir la enfermedad y la initud.
La meta debe ser la conclusión de la vida como
una obra, preferentemente asociada a valores morales
y estéticos9. La muerte debe ser vivida en la intimidad,
personalizada, aceptada, singularizada y, al inal, “bella” y armoniosa. Para el ideario paliativista, la deinición de intimidad incluye no sólo a los familiares y
amigos próximos sino al equipo interdisciplinario que
asiste al paciente. De esta forma, las fronteras entre el
espacio público y el privado se relativizan y diluyen,
como forma de integrar a los profesionales de la salud
en el ámbito familiar. Por otro lado, como el equipo
paliativista también considera a los familiares y allegados como objeto de atención, la tarea de los profesionales no es sólo ocuparse de los síntomas del paciente
y del diálogo con él y sus parientes, sino transmitir
el modelo deseado de “buen morir”. Se trata así de
una actividad pedagógica, dirigida a todos los actores
sociales involucrados en el proceso de morir.
La apelación a que el paciente encuentre una forma “personal” de morir, que intenta superar las críticas
al carácter normativo planteado por el ideal de “buen
morir”, supone una nueva normatividad y exigencia: la
de encontrar y procurarse una “muerte personal”, que
respete la propia identidad y sus valores. Al tratarse del
mantenimiento de la propia identidad, sin embargo, con
determinados valores y hábitos considerados “inadecuados” por el equipo paliativista, tanto el paciente como
sus familiares pueden ser objeto de patologización,
por medio de diagnósticos psiquiátricos y psicológicos
(Alonso 2011b; Gomes y Menezes 2008). Asimismo, el
uso de medicamentos para el control del dolor y de los
síntomas muchas veces supone la alteración de la conciencia, de manera que no siempre el paciente consigue
construir o elaborar la muerte “a su propio modo”.
No hay dudas acerca de la dedicación de los paliativistas a sus pacientes, a su dolor y síntomas, y de
la atención procurada a los familiares. La actuación
de los equipos de cuidados paliativos es representativa de transformaciones signiicativas en la atención
del dolor y las enfermedades crónicas. No se trata de
negar la importancia del surgimiento de esta nueva
especialidad, sino de relexionar sobre el alcance y
los límites de una propuesta que se inscribe en un
proceso creciente de normatización y control del
comportamiento, las emociones y de la vida, hasta el
último momento.
Los cuidados paliativos tienen la pretensión de
construir nuevas concepciones para la vida y, sobre
todo, nuevos signiicados para la muerte. Tal tarea,
antes delegada a la religión, sus instituciones y representantes, con el proceso de secularización de la sociedad occidental pasó a ser objeto de atención de los
saberes médicos y biológicos, de los servicios de salud
y de sus profesionales. La construcción de signiicados
para la vida, la enfermedad, el dolor, el sufrimiento
y la muerte es un elemento crucial de la cosmología
de cualquier grupo social, cultura y/o sociedad. En la
cultura occidental moderna, el individuo se tornó un
valor prominente. El proyecto de un “buen morir” se
inscribe en este horizonte. En los diferentes contextos
de implementación de los servicios de cuidados paliativos, cada formulación de persona/sujeto/individuo
tiene matices particulares y especíicos. Tal elaboración
está inserta en una estructura con una lógica común,
dirigida a una regulación social y emocional de la
muerte. Tanto en Argentina como en Brasil o en otros
países, las investigaciones evidencian que esta forma
innovadora de gestionar la muerte reitera el imperativo
de un control civilizado del sí mismo, en el sentido
otorgado por Elias (1993).
Agradecimientos
Las investigaciones en que se basa el artículo se
realizaron en Buenos Aires con el apoyo de una beca
doctoral del CONICET (2006-2011), y del CNPq (20012004) y FAPERJ (2011) en Río de Janeiro. Estos trabajos
no hubieran podido realizarse sin la predisposición y
generosidad de los pacientes, familiares y profesionales
de la salud de ambos países. Por último, los autores
agradecen a Mario Pecheny por las sugerencias y aportes en la gestación del artículo.
ReFeRencIAs cItAdAs
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notAs
1.- Para Herzlich (1993), esto no signiica que los profesionales de la salud sean insensibles al sufrimiento y la muerte.
La angustia está siempre presente en el hospital, a pesar de la
indiferencia que imprimen las rutinas institucionales.
2.- Utilizamos el término hospice original, ya que es el utilizado tanto en portugués como en español para referir tanto
a la ilosofía de atención a enfermos “terminales” o “fuera
de posibilidades terapéuticas de cura” como a la institución
que promueve este tipo de asistencia.
3.- El “morir a su propio modo” signiica que la persona
efectúe sus elecciones –terapéuticas y no terapéuticas–, de
manera de producir una muerte singular. Esta concepción se
distingue de la del “buen morir”, señalada por algunos autores como una noción uniformizada y médicamente controlada
(Menezes 2004; Walter 1997).
4.- Un proyecto dirigido por Mario Pecheny que analizaba las
imágenes y prácticas en torno a la autonomía en el campo de
la salud en diferentes grupos de pacientes, y una investigación
dirigida por Hernán Manzelli sobre la noción de satisfacción
en cuidados paliativos.
5.- En el servicio de cuidados paliativos de Río de Janeiro, así
como en otras unidades públicas de la ciudad de San Pablo,
el ideal para los equipos de salud es que la muerte ocurre
en el hogar del paciente, con la presencia y el acompañamiento de sus familiares. Sin embargo, esto no es siempre
posible, ya por diicultades emocionales de la familia o por
cuestiones sociales. Como ejemplo, una señora fue internada
en el Hospital do Câncer IV de Río de Janeiro para el control
de síntomas y, luego de ajustarse la medicación, recibió el
alta. La paciente residía en una vivienda humilde de sólo una
habitación con sus tres hijas y cinco nietos. Tanto las hijas
como la propia paciente deseaban que permaneciera internada. Luego de un proceso de negociación entre el equipo,
la paciente y sus hijas, se siguió la normativa institucional y
la paciente regresó a su casa. Este episodio evidencia la conducta normativa del equipo paliativista en lo que concierne
al modelo ideal de morir en el hogar.
6.- El “Juramento del Paliativista”, creado por una médica
brasileña, ilustra la creencia en “otra vida” que impregna a
la disciplina en Brasil: “Juro por todo mis ancestros, por las
fuerzas vivas de la naturaleza y por todos los dones y riquezas
de esta vida, que en todos mis actos preservaré y respetaré
la vida de mi paciente. Me sentaré a su lado y escucharé
sus quejas, sus historias y sus ansias. […] Estaré a su lado y
no lo abandonaré hasta su último instante. Haré, silenciosamente, nuestra despedida, deseándole amor y suerte en su
nuevo hogar. Velaré por su cuerpo y consolaré a su familia
y personas queridas luego de su partida, permitiéndole que
vaya con seguridad y tranquilidad. Por in, hablare de amor y
con amor. Y aprenderé, con cada uno de ellos, a amar cada
vez más, incondicionalmente” (Menezes 2004: 114).
7.- Elizabeth Kübler-Ross describió las etapas psicológicas por
las que pasa el enfermo con enfermedades graves. Las etapas
descriptas por Kübler-Ross (1969) son la negación, la ira o el
enojo, la negociación, el duelo y inalmente la aceptación.
Entre las críticas a este trabajo, se ha señalado la normatividad del modelo; y que se basa principalmente en muertes
de personas jóvenes y en un tipo particular de enfermedades
−padecimientos oncológicos−, a partir de las que se universaliza estas etapas psicológicas (Littlewood 1993).
8.- La obligatoriedad de contar la verdad del diagnóstico y el
pronóstico al paciente y sus familiares puede ser considerada
“peligrosa” para algunos médicos brasileños, lo que puede
ser ilustrado por las palabras de una médica entrevistada:
“cuando digo toda la verdad para el paciente es peligroso.
Tengo miedo de que salga de acá y se suicide” (Menezes
2004: 124). La fantasía del suicidio construida por el profesional y, por lo tanto, del riesgo, puede ser interpretada como
riesgo de una muerte sin control médico.
9.- Cabe mencionar que este modelo no se restringe a Argentina o Brasil, sino que es referido por cientistas sociales en
servicios de cuidados paliativos de otros países, como Australia (McNamara 2004), Inglaterra (Clark y Seymour 1999,
Walter 1997) y Francia (Castra 2003), entre otros.