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PARA LA CIENCIA Y LA TECNOLOGÍA
2012
Esta revista es miembro de ARCE
© Asociación de Historia Contemporánea
Marcial Pons, Ediciones de Historia, S. A.
ISBN: 978-84-92820-73-3
ISSN: 1134-2277
Depósito legal: M. 1.149-1991
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Ayer 86/2012 (2)
ISSN: 1134-2277
SUMARIO
DOSSIER
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
Emilio La Parra, ed.
Presentación, Emilio La Parra ............................................
El levantamiento de 1808, Francisco Carantoña ...............
Realismo y contrarrevolución en la Guerra de la Independencia, Pedro Rújula .....................................................
Las mujeres y la política durante la Guerra de la
Independencia, Gloria Espigado ..................................
El afrancesamiento, una cuestión abierta, Jean-Philippe
Luis................................................................................
Las reformas institucionales, Ignacio Fernández Sarasola...
13-24
25-44
45-66
67-88
89-109
111-139
ESTUDIOS
Los juegos florales como forma de integración social y
nacional en España y Argentina (1859-1910), Carlos
Ferrera Cuesta ..............................................................
Los pasos de la diplomacia soviética para establecer el consulado de la URSS en Barcelona, Josep Puigsech Farràs...
El PCE ante la prueba de las urnas, Sergio Calvo Romero .
143-167
169-195
197-224
ENSAYOS BIBLIOGRÁFICOS
Libertad religiosa y laicismo en la España contemporánea.
Reflexiones sobre algunas perspectivas historiográficas
recientes, Pilar Salomón Chéliz ....................................
227-245
Sumario
HOY
Memoria e Historia: reajustes y entendimientos críticos,
Juan Sisinio Pérez Garzón ...........................................
8
249-261
Ayer 86/2012 (2)
DOSSIER
DE
LA GUERRA
LA INDEPENDENCIA
Ayer 86/2012 (2): 25-44
ISSN: 1134-2277
El levantamiento de 1808
Francisco Carantoña
Universidad de León
Resumen: La que hoy conocemos como Guerra de la Independencia se inició con un levantamiento popular cuyo origen sigue provocando debate entre los historiadores. Al contrario que el motín de Aranjuez, no
es fruto de una conspiración aristocrática. Sólo puede entenderse en
el contexto de la crisis que vivía España, agravada desde el otoño de
1807, que la intervención napoleónica convirtió en una situación prerrevolucionaria. Su objetivo expreso es la defensa del rey legítimo, la
religión y la libertad o independencia de la patria. Combina rasgos reaccionarios y revolucionarios, pero de él surgirán las Juntas que crearon la Junta Central que convocó las Cortes de Cádiz.
Palabras clave: levantamiento popular, espontaneidad, conspiración, libertad, independencia, Juntas.
Abstract: What we now know as Independence War started with a popular
uprising, the origin of which is still open to debate among historians.
As opposed to the revolt of Aranjuez, it was not the product of a conspiracy on the part of the aristocracy. It can only be understood within
the context of the crisis Spain was going through, worsened since the
autumn of 1807, that the Napoleonic intervention changed into a prerevolutionary situation. Its explicit aim was to defend the legitimate
monarch, religion, and the freedom and independence of the fatherland. It is a blend of reactionary and revolutionary trends, but it is the
seed from which sprung the Juntas that gave place to the Junta Central
that summoned the Cortes in Cadiz.
Keywords: popular uprising, spontaneity or conspiracy, freedom, independence, Juntas.
Recibido: 11-11-2011
Aceptado: 16-12-2011
Francisco Carantoña
El levantamiento de 1808
No erraba Álvaro Flórez Estrada cuando, en 1810, definía a la
que hoy conocemos como Guerra de la Independencia como «guerra de una revolución», muy distinta de la «guerra ordinaria de gabinete a gabinete» 1. Lo fue por su inicio y, en buena medida, por
su desarrollo. La recordamos como una guerra que enfrentó a España y a sus aliados británicos y portugueses contra la Francia napoleónica, pero no fue un gobierno español, no fue España quien
la declaró, firmó la paz con el Reino Unido y logró su apoyo. Quienes, con más o menos formalidades, declararon la guerra a Francia o a Napoleón fueron Asturias, Valencia, León, Galicia o Sevilla,
aunque esta última se autoerigiese en representante de «toda la nación española» 2. Es más, generalmente fueron órganos de gobierno
de nuevo cuño, que obtenían su legitimidad de la voluntad popular, los que lo hicieron.
El levantamiento que llevó al poder a las Juntas y provocó el comienzo de la guerra es un acontecimiento único en la Europa de la
época. Encontramos similitudes en los que se produjeron en algunas ciudades del norte de Italia contra la ocupación republicana o
en el sur de esa península contra la napoleónica, también en el de
Tirol de 1809 o en el portugués, éste claramente derivado del español, pero ni su dimensión, ni su duración, ni la capacidad de crear
un poder revolucionario que fuera capaz de organizar con éxito la
resistencia y establecer un gobierno paralelo al de los ocupantes
son comparables. La evolución política de Portugal, donde en el terreno militar fue mucho más decisiva la intervención británica, difiere también notablemente de la de España. El levantamiento español sorprendió a Napoleón, que tuvo que hacer frente a una
guerra que no esperaba; a los gobiernos europeos —incluido el británico—, y a las propias instituciones y elites españolas.
1
Álvaro FLÓREZ ESTRADA: Introducción para la historia de la revolución de España, en ÍD.: Obras de Álvaro Flórez de Estrada, vol. II, Madrid, Atlas, 1958 [1810],
p. 217.
2
Se la declara formalmente el 6 de junio «a Napoleon I, y a la Francia, mientras
esté baxo su dominación y yugo tirano» y aclara que «no dexaremos las armas de la
mano hasta que el Emperador Napoleon I, restituya á España á nuestro Rey, y á todas la Personas Reales, y respete los derechos sagrados de la Nacion, que ha violado,
y su libertad, integridad e independencia». Demostración de la lealtad española: colección de proclamas, bandos, órdenes, discursos, estados de exercito y relaciones de batallas publicados por las Juntas de Gobierno, o por algunos particulares en las actuales
circunstancias, t. I, Cádiz, D. Manuel Ximénez Carreño, 1808, pp. 103-105.
26
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Francisco Carantoña
El levantamiento de 1808
En mayo-junio de 1808, el gobierno dejado por Fernando VII,
el Consejo de Castilla, los capitanes generales, las audiencias, los
ayuntamientos —que, si les corresponde, eligen a sus diputados
para la asamblea convocada por el emperador francés en Bayona—
son unánimes en sus llamamientos a mantener la calma y parecen
dispuestos a aceptar el cambio de dinastía. Grandes de España,
obispos y arzobispos, miembros de las principales instituciones del
Estado, estarán en Bayona y firmarán la Constitución. Es el pueblo
quien, enfrentándose a las autoridades incluso de forma violenta,
toma las calles de pueblos y ciudades, fuerza la creación de Juntas
de gobierno, el alistamiento general y la declaración de guerra.
¿Por qué se produce esa movilización masiva y generalizada?
¿Fue una reacción espontánea o fruto de un plan organizado
por los partidarios de Fernando VII? Doscientos años después,
esas preguntas siguen sin obtener una respuesta unánime de los
historiadores.
Si buscamos en los textos de la época o en las obras historiográficas escritas por autores que vivieron los acontecimientos, nos encontramos con dos explicaciones distintas: para Napoleón y la propaganda bonapartista, los frailes y los británicos están detrás; para
sus oponentes —liberales y absolutistas—, fue el patriotismo del
pueblo que rechazaba la dominación extranjera y la tiranía 3. Lógi3
El padre Salmón, en una de las primeras historias de la Guerra de la Independencia, de orientación claramente reaccionaria, atribuye a la intervención de la
providencia el origen del «unánime consentimiento y proceder de toda una Nación» y reconoce que Napoleón consiguió que las autoridades lo apoyaran en 1808,
aunque eso no sirvió más que para «agriar mas los espíritus de los españoles, que
inmediatamente han decapitado y sacrificado á su justo furor á quantos han dado
oidos, y se han sometido a tan viles gestiones, vendiendo del modo mas infame la
honradez española». Eso sí, no deja de censurar que también perecieron inocentes «víctimas de un populacho enfurecido, que no ha dexado de manchar su patria con el borrón de indómito pueblo, feroz, cruel, é inhumano». Manuel SALMÓN:
Resumen Histórico de la Revolución de España, t. I, Cádiz, Imprenta Real, 1812,
pp. 78-79. El también reaccionario Muñoz Maldonado enlaza más con el discurso
calificado de «canónico» y atribuido sobre todo a la historiografía liberal. Tras señalar que «la nación se hallaba sin armas, sin gefes, sin medios de defensa» y con el
gobierno en manos de los franceses, pero que ni la intervención napoleónica ni la
relajación de las costumbres de la época de Godoy habían bastado para «destruir
en los españoles aquel sentimiento de propia dignidad, aquel amor á la independencia, y aversión al yugo estrangero, tan propios de nuestras costumbres y carácter. Inútiles fueron las arterías de que se valió la perfidia para dividir los ánimos»;
afirma: «Llegó, en fin, el terrible dia 2 de Mayo y las injurias y la violencia sucedie-
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camente, la versión de la reacción espontánea predomina en el relato de los patriotas, que encuentran en ella a la vez legitimidad
para su actuación y un argumento para la propaganda 4.
El protagonismo del pueblo y la espontaneidad de la mayoría de
los levantamientos es lo que también defienden tanto quien los investigó con mayor amplitud y rigor, Miguel Artola, como la mayor
parte de quienes lo hicieron en la segunda mitad del siglo XX. Sin
embargo, esa tesis ha sido cuestionada en los últimos años, en parte
debido al carácter extraordinario —también contradictorio— de la
revolución española de 1808, que no facilita su encaje en los modelos que podríamos llamar «canónicos» de las revoluciones liberales o de los movimientos contrarrevolucionarios, que ambas cosas
fue a la vez. De todas formas, lo que predomina en la actualidad es
la idea de que no existe un patrón único de levantamiento y que es
más necesario matizar que rechazar radicalmente su carácter espontáneo. Ninguno de los historiadores que ha investigado en las últimas décadas sobre ellos sostiene con rotundidad que el 2 de mayo
haya sido fruto de una conspiración y menos todavía que eso sucediese con carácter general en los de las provincias, no hay fuentes
documentales que permitan hacerlo y las investigaciones recientes
no han aportado nada nuevo sobre esta cuestión.
Hocquellet considera probable, incluso necesario, el concurso
de agitadores fernandinos para que estallase el movimiento, pero es
consciente de que sólo cuenta con referencias indirectas y no concluyentes, y cuando acude a los archivos municipales y analiza los
ron al derramamiento de sangre inocente; y la triste relacion de lo acaecido, y los
atroces bandos del gefe de los enemigos estendieron por toda la Península el deseo
de venganza, y dieron la señal de guerra. Desde las montañas de Aragon á las columnas de Hércules, y desde los deliciosos campos de Valencia al cabo de Finisterre, se alzaron simultáneamente todos los españoles, y corrieron á tratar a los franceses como enemigos, y á castigarlos como asesinos de sus hermanos de Madrid».
José MUÑOZ MALDONADO: Historia de la Guerra de la Independencia de España, t. I,
Madrid, Imprenta de D. José Palacios, 1833, pp. 191-192.
4
«La historia no nos ha transmitido ejemplo más grandioso de un alzamiento
tan súbito y tan unánime contra una invasión extraña. Como si un premeditado
acuerdo, como si una suprema inteligencia hubiera gobernado y dirigido tan gloriosa determinación, las más de las provincias se levantaron espontáneamente casi
en un mismo día, sin que tuviesen muchas noticias de la insurrección de las otras, y
animadas todas de un mismo espíritu exaltado y heroico». Conde de TORENO: Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, edición a cargo de R. HOCQUELLET, Pamplona, Urgoiti, 2008 [1835-1837], p. 102.
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Francisco Carantoña
El levantamiento de 1808
casos concretos la tesis del predominio de los levantamientos espontáneos le parece verosímil. Al final, sólo en los de Asturias, Valencia, Aragón y Sevilla, desde hace tiempo bien conocidos, puede
asegurar que fue decisivo el papel de conspiradores fernandistas 5.
Esdaile lo cree relevante en las cuatro provincias mencionadas por
Hocquellet y en Tenerife, pero, finalmente, reduce a Oviedo y Sevilla los «casos claros» en que fueron ellos los que se hicieron con
el poder 6. Fraser, aunque recoge todos los rumores sobre conspiraciones y da por hecho que los aristócratas fernandistas habían preparado una insurrección para finales de abril, que no llegó a realizarse, considera que el 2 de mayo es más espontáneo que muchos
de los levantamientos que después se produjeron en las provincias 7.
Con respecto a éstas, afirma rotundamente: «En primer lugar, hay
que destacar que cada uno de los levantamientos fue un caso sui generis, sin interconexión entre sí. O sea, no hubo un plan general ni
siquiera, en la mayoría de los casos, noticias de las otras insurrecciones». Eso sí, estima que, en la mayoría, fue decisiva la agitación
—y, en algunos, la financiación— de grupos de fernandinos locales. En su opinión, hubo ocho ciudades que actuaron como focos
insurreccionales y en ellas se centra su análisis 8.
La paternidad de la hipótesis de que una conspiración provocó el levantamiento de las provincias españolas puede atribuirse
a Carlos Corona. La formuló hace más de medio siglo como una
mera conjetura, sin ningún apoyo documental. Se basaba en una
Richard HOCQUELLET: Resistencia y revolución durante la Guerra de la Independencia, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2008, pp. 105-110.
6
Charles ESDAILE: La Guerra de la Independencia. Una nueva Historia, Barcelona, Crítica, 2004, pp. 79-84.
7
Ronald FRASER: La maldita guerra de España. Historia social de la Guerra de la
Independencia 1808-1814, Barcelona, Crítica, 2006, p. 79.
8
Eran Cartagena, Coruña, Valencia, Valladolid, Zaragoza, Badajoz, Oviedo
y Sevilla, con el caso aparte de Cataluña. Ronald FRASER: «Los levantamientos
de 1808», en Emilio LA PARRA (ed.): La Guerra de Napoleón en España. Reacciones, imágenes, consecuencias, Alicante, Casa de Velázquez-Universidad de Alicante,
2010, pp. 17-28. La definición de «focos insurreccionales» es un ejercicio problemático, por eso no hay plena coincidencia sobre ellos entre los historiadores. Por
ejemplo, he demostrado que esa atribución es injustificada en el caso de Valladolid. Francisco CARANTOÑA ÁLVAREZ: «El levantamiento de 1808 en Castilla y León:
las Juntas Provinciales y la Junta de León y Castilla», en Cristina BORREGUERO: La
Guerra de la Independencia en el mosaico peninsular (1808-1814), Burgos, Universidad de Burgos, 2010, pp. 399-429.
5
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El levantamiento de 1808
afirmación de Pérez de Guzmán sobre el motín de Aranjuez y sus
secuelas, no sobre el 2 de mayo y menos sobre la insurrección de
finales de ese mes. Es cierto que a primera vista resulta atractiva
y, sobre todo, facilitaría mucho su explicación, por eso reaparece
de vez en cuando, pero la labor de los investigadores no ha permitido que se sostenga 9.
La teoría conspirativa tiene su más sólido apoyo en la actuación
del «partido aristocrático», convertido en fernandino, contra Godoy, que se prolongaría frente a la intervención napoleónica. La labor de este grupo de presión se conoce bien 10 y a él se debe el doble motín de Aranjuez, pero el intento de convertirlo en causante
del 2 de mayo o de los levantamientos posteriores resulta más discutible. Sobre el motín madrileño no se ha aportado nada que permita
asegurar que fue organizado. La llamada «confabulación de los artilleros» es de sobra conocida por la historiografía desde que Pérez
de Guzmán la sacó a la luz en 1889 y, como bien señaló Artola en
1968, no tuvo nada que ver con el estallido popular. Se trataba de
un plan exclusivamente militar para hacer frente a los ejércitos franceses que le fue comunicado al ministro de la guerra y éste se encargó de desbaratar. El motín cogió por sorpresa a Daoíz, Velarde
y sus compañeros, que sólo se unieron a él cuando ya había comenzado 11. Tampoco es nueva la referencia a rumores sobre complots
9
Carlos CORONA: Revolución y reacción en el reinado de Carlos IV, Madrid,
Rialp, 1957, pp. 374-375. En general, se han inclinado por ella sobre todo historiadores que se han acercado a la Guerra de la Independencia de forma ocasional, especialmente como consecuencia de la conmemoración del segundo centenario. Podríamos poner como ejemplo a Jorge Vilches, que ha recuperado la opinión de Corona,
pero sin argumentos que vayan más allá de los «indicios» o suposiciones. Jorge VILCHES: «El modelo de levantamiento popular y la identidad nacional en la España de
1808», Aportes, 67 (2008), pp. 21-35. Una crítica a las tesis conspirativas sobre el 2
de mayo en Antonio FERNÁNDEZ GARCÍA: «La tensión de las vísperas. Sublevación
espontánea de un pueblo sin caudillos», Ilustración de Madrid, 7 (2008), pp. 5-14.
10
Claude MORANGE: «El conde de Montijo: Apuntes para su biografía y reflexiones en torno al protagonismo del “partido” aristocrático en la crisis del Antiguo Régimen», en Siete calas en la crisis del antiguo régimen español, Alicante, Instituto de cultura «Juan Gil Albert», 1990, pp. 23-85. Emilio LA PARRA: Manuel
Godoy. La aventura del poder, Barcelona, Tusquets, 2002, pp. 348-401. Francisco
MARTÍ GILABERT: El Motín de Aranjuez, Pamplona, EUNSA, 1972. Para un periodo
algo más amplio pero donde se recoge la impopularidad de Godoy y propaganda
en su contra, Antonio ELORZA: «El temido árbol de la libertad», en Jean-René AYMES (ed.): España y la Revolución Francesa, Barcelona, Crítica, 1989, pp. 69-117.
11
Pérez de Guzmán publicó por primera vez los datos que tenía sobre la cons-
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El levantamiento de 1808
y reclutamiento de hombres durante el mes de abril, al estilo de lo
que había hecho el conde de Montijo en marzo, pero las principales
cabezas del partido fernandino, incluido el duque del Infantado, habían marchado a Bayona con el rey y Montijo probablemente no estuviera en Madrid el día 2. En cualquier caso, resulta sorprendente
que los hipotéticos organizadores del motín no hubieran reivindicado su acción tras el triunfo del levantamiento, como hizo el propio Montijo con Aranjuez o el cerrajero Molina Soriano con su actuación, estrictamente personal, el 2 de mayo 12.
En cuanto a la insurrección de las provincias, sucede algo parecido. Sólo sobre Asturias se puede afirmar que un grupo organizado de patriotas diese un golpe de fuerza y tomase el poder. Algo
conocido también desde el siglo XIX, aunque menos divulgado en la
historiografía que el asunto de los artilleros hasta los años ochenta
del pasado siglo. Se sabe que en otras tres provincias —Valencia,
Coruña y Sevilla— hubo grupos organizados que prepararon un levantamiento, pero en ninguna de ellas tomaron directamente el poder y en la primera los motines estallaron el día 23 de forma espontánea 13. También se conocen reuniones con el mismo objetivo en
Badajoz y Cartagena, pero ni influyeron directamente en la movilipiración militar en 1889, en un folleto que recogía el capítulo de un libro todavía
inédito y que después se integró en su conocida obra sobre el 2 de mayo, que apareció en 1908. Juan PÉREZ DE GUZMÁN: Memorias del Dos de Mayo. La confabulación
de los artilleros, Madrid, Imprenta del Cuerpo de Artillería, 1889, e ÍD.: El dos de
Mayo de 1808 en Madrid. Relación histórica documentada, Madrid, Establecimiento
tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra», 1908, pp. 322 y ss. Miguel ARTOLA: La España de Fernando VII, Madrid, Espasa Calpe 1978 [1968], p. 21.
12
Claude MORANGE: «El conde de...», p. 28. No olvidemos que la reivindicación
de los méritos contraídos fue práctica habitual tras la finalización de la guerra.
13
Con respecto a Asturias, el libro de Álvarez Valdés que, a partir de los testimonios de algunos de sus integrantes, nos desvela que un comité de patriotas se
reunía desde abril y preparó el 25 de mayo, fue publicado originalmente en 1889 y
reeditado en 1988. Véase también, Francisco CARANTOÑA ÁLVAREZ: La Guerra de la
Independencia en Asturias, Gijón, Silverio Cañada Editor, 1984, y, con algún dato
complementario, ÍD.: Revolución liberal y crisis de las instituciones tradicionales asturianas, Gijón, Silverio Cañada Editor, 1989. Lo que sucedió en Valencia, con algunas similitudes con el caso asturiano, es bien conocido desde que se publicó Manuel ARDIT: Revolución liberal y revuelta campesina, Barcelona, Ariel, 1977. Pueden
encontrarse datos interesantes sobre la conspiración coruñesa en Antonio MEIJIDE
PARDO: Pioneros del liberalismo en Galicia. Sinforiano López Alía (1780-1815), Coruña, Fundación Barrié de la Maza, 1995, pp. 20-33. Sobre Sevilla, Manuel MORENO
ALONSO: La Junta Suprema de Sevilla, Sevilla, Alfar, 2001.
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zación popular ni parece que tampoco en la formación de las Juntas 14. Hocquellet, que, como ya indiqué, considera importante la
influencia de grupos organizados de patriotas, señala también que
hay muchos elementos que tienden a confirmar la tesis de la espontaneidad. «Una espontaneidad que hay que colocar bajo el epígrafe
de lo que Arlette Farge denomina la “disponibilidad” de la población urbana a creer noticias, a implicarse emocionalmente y agruparse...». Los cabecillas guiarían la interpretación de ciertos signos
amenazadores —el anuncio de las abdicaciones, el olvido de las festividades reales, el avance de las tropas francesas—, presentándolos
de forma unívoca. Así, explica bien la relación entre la agitación de
los patriotas, más o menos organizados, y la reacción popular. En
cambio, no comparto su afirmación de que «el levantamiento sólo
fue posible porque fue preparado», que tampoco concuerda con lo
que dice de la mayoría de los casos concretos 15.
Insisto en que ninguno de los autores que recientemente ha estudiado el levantamiento asegura que existiese una conspiración generalizada. Si así hubiera sido, el levantamiento hubiera tenido carácter simultáneo pero, a pesar de que el detonante fue en la mayoría
de los casos la difusión de las abdicaciones de Bayona, se extiende
durante unas tres semanas y son las propias Juntas, que se van estableciendo desde el día 23, las que contribuyen a propagarlo.
Si no fue fruto de una conspiración y desechamos tanto la intervención de la providencia como las apelaciones al heroico e indómito carácter español, la pregunta sigue siendo ¿por qué se produjo
el levantamiento? ¿Por qué tuvo ese carácter masivo y generalizado?
Sólo podemos encontrar una respuesta satisfactoria si dejamos de
En Badajoz, el levantamiento estaba preparado para el 3 o el 4 de junio. Ronald FRASER: «Los levantamientos...», pp. 17-28. Román GÓMEZ VILLAFRANCA: Extremadura en la Guerra de la Independencia, Sevilla, Renacimiento, 2008
[1908], pp. 17-19. Sobre Cartagena, Francisco FRANCO FERNÁNDEZ: «Cartagena
(1808-1814): una ciudad en guerra», en TALLER DE HISTORIA DEL ARCHIVO GENERAL: La Guerra de la Independencia en la región de Murcia, Murcia, Ediciones Tres
Fronteras, 2009, pp. 59-73. Ronald FRASER: La maldita..., pp. 152-155. En Aragón
se sabe que Palafox era fernandista y que unos labradores, propietarios, realizaron
labores de agitación en los días previos y buscaron, sin éxito, un líder entre las clases dirigentes. No hay datos que permitan afirmar con rotundidad que el motín del
24, provocado también por las abdicaciones, fuese preparado. Herminio LAFOZ RABAZA: La Guerra de la Independencia en Aragón, Zaragoza, Institución Fernando el
Católico, 1996, pp. 71-77.
15
Richard HOCQUELLET: Resistencia y..., p. 100.
14
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El levantamiento de 1808
considerarlo como un hecho aislado, al que habría que buscarle una
causa inmediata, y pasamos a verlo como el final de un proceso.
España vivía en los primeros años del siglo XIX una profunda
crisis, económica, social y política. La hambruna de 1804 fue un
hito dramático, que mostraba problemas estructurales de difícil solución, pero las dificultades económicas se agravaron con la sucesiva participación en las guerras de independencia norteamericana,
contra la Francia revolucionaria y contra el Reino Unido. En 1805,
la derrota de Trafalgar supuso una humillación y afectó seriamente
al comercio con las colonias. El endeudamiento del Estado creció
y los vales reales se depreciaron, incluso peligró el pago de intereses. Los damnificados por la crisis aumentaron y con ellos los partidarios de buscar la paz con los británicos. El recurso a la desamortización de bienes eclesiásticos para paliar el problema de la deuda
irritó a la poderosa Iglesia católica. A todo esto se sumaba la creciente impopularidad de Godoy, que, como bien planteó Aymes,
se extendía a todos los sectores de la sociedad 16. El partido aristocrático buscó en el príncipe Fernando una alternativa al omnímodo poder del valido. Tras el destierro de nobles y eclesiásticos
de 1805, crece la campaña antigodoyista, que afectaba a la imagen
de los propios reyes. El llamado proceso del Escorial sacó la crisis
política a la luz pública y tuvo un fuerte impacto en la sociedad española. Fernando apareció como un joven perseguido por el déspota ambicioso, mientras cobraba fuerza el rumor de que el valido
pretendía incluso heredar el trono 17.
El príncipe de Asturias se convirtió en la encarnación de la esperanza en un cambio político que condujese a las reformas necesarias para la regeneración de España. En marzo, el motín de
Aranjuez permitió que llegase al trono y generó una primera movilización de masas que llevó a las calles a millares de personas en
todo el país. Las manifestaciones de alegría se unieron a ataques
contra los partidarios de Godoy y sus propiedades y a protestas
antifiscales. Anticipando lo que sucedería en mayo, las autoridaJean-René AYMES: La Guerra de la Independencia en España (1808-1814),
Madrid, Siglo XXI, 2008, pp. 13-14.
17
La Parra considera que el 5 de noviembre de 1807 puede utilizarse como fecha de referencia para el nacimiento del mito de Fernando VII. Emilio LA PARRA:
«El mito del rey deseado», en Christian DEMANGE et al. (eds.): Sombras de Mayo,
Madrid, Melanges de la Casa de Velázquez, 2007, pp. 221-236.
16
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Francisco Carantoña
El levantamiento de 1808
des recibieron las noticias de la Corte con asombro y desconcierto,
mientras el pueblo amotinado las obligaba a proclamar al nuevo
rey y les exigía los retratos del valido para quemarlos. Aranjuez fue
un golpe palaciego, pero el pueblo lo percibió como una «revolución» de la que había sido protagonista: había derribado a Godoy
y llevado al trono al deseado.
Todo esto sucedía mientras las tropas francesas, que el 30 de
noviembre habían culminado la ocupación de Portugal, continuaban penetrando en España y tomaban, sin consentimiento del gobierno, plazas estratégicas como Pamplona, Barcelona, Figueres y
San Sebastián. En Vitoria y Burgos estaban también importantes
contingentes franceses. Mientras, el mariscal Murat avanzaba con
rapidez hacia la capital, en la que entró el 23 de marzo, un día antes que el nuevo rey. La decisión de Napoleón de aprovechar las
circunstancias para intervenir en los asuntos políticos españoles y
destronar a los Borbones fue lo que convirtió la crisis en una situación prerrevolucionaria.
No debemos perder de vista que desde octubre de 1807 existe
un clima de agitación que no deja de crecer y no encuentra respiro. El proceso del Escorial, que seguía presente —la sentencia absolutoria para los implicados sería publicada en la Gaceta el
31 de marzo—; las noticias en la Gaceta sobre la entrada de tropas francesas, o las decisiones que adoptan Napoleón y Junot sobre Portugal; la ocupación de ciudades 18; el motín de Aranjuez y
sus secuelas por todo el país, que se prolongan hasta el inicio de
abril; todos esos acontecimientos enlazan, sin solución de continuidad, con el comienzo de la actividad de Murat, por orden de Napoleón, en favor de la vuelta al trono de Carlos IV y la propaganda
que pretendía crear un clima favorable al cambio de dinastía. La
subida al trono de Fernando VII pudo facilitar que la situación se
estabilizase, pero sólo estuvo quince días al frente del reino y con
un gran ejército francés ocupando la capital. El 10 de abril partió
hacia Burgos para entrevistarse con el emperador; el 16, Murat le
comunicó a la Junta de Gobierno que la intención de Napoleón
18
La prueba de que había inquietado a la opinión pública nos la ofrece la proclama que Carlos IV se vio obligado a dirigir al país el 16 de marzo —publicada
en la Gaceta del 18— para calmarla. En Asturias, el procurador general del principado, Gregorio Jove, la hizo patente en la diputación el día 31. Francisco CARANTOÑA ÁLVAREZ: La Guerra..., pp. 60-61.
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era restablecer en el trono a Carlos IV. Aunque acordaron aplazar
la publicación de la denuncia de que su abdicación había sido forzada, a la que se había puesto fecha de 21 de marzo, la noticia se
extendió en forma de rumor.
En todo el país se producen incidentes con los franceses: el 11
y el 18 de abril, en Valladolid; el 18, en Burgos —con cuatro víctimas mortales—; el 19, en Vitoria, cuando el pueblo intenta impedir
que Fernando VII parta hacia Francia; el 20, en Madrid, al trascender que agentes franceses pretenden imprimir panfletos favorables
a Carlos IV; el 21, en Toledo; el 24, en León; el 5 de mayo, en Gijón. La mayoría no aparecen en la Gaceta, pero el correo y los viajeros los difunden. En ese contexto de tensión creciente, el 21 de
abril Murat lleva a cabo la orden de Napoleón de liberar a Godoy.
La Gaceta intenta presentarla como una decisión de Fernando VII
que prueba su magnanimidad, pero, para la opinión pública, Napoleón se ha puesto del lado del valido frente al deseado. En esas fechas se inician las reuniones de patriotas en Asturias y Valencia, en
todo el país se crea el que podríamos llamar partido patriota, generalmente muy poco vinculado al viejo partido aristocrático y que incorpora a personas de clases medias, incluso populares, entre ellos
conspicuos liberales. Napoleón y los franceses comienzan a ser vistos como una amenaza, no sólo contra el rey, también contra la independencia de España.
En la capital, la tensión con las tropas francesas había sido constante desde marzo, pero las noticias y rumores la agravan en la segunda mitad de abril. Así se llega al 2 de mayo con una población
pendiente de las noticias de Bayona —las cartas que llegaban en los
días anteriores eran muy poco alentadoras— y un creciente desconcierto en el gobierno, que incluso acordó crear una Junta que lo
sustituyera si Murat le impedía ejercer sus funciones, aunque nunca
llegó a constituirse. El día 1, una multitud de personas había permanecido concentrada frente a la estafeta de correos, Murat había sido
abucheado en las calles, mientras que el infante don Antonio, que
presidía la Junta de Gobierno en nombre del rey, era aclamado.
No es extraño que la salida del infante Francisco de Paula ocasionase incidentes que la intervención de los soldados franceses
agravó de inmediato. La magnitud de la represión alimentó la indignación contra un ejército supuestamente aliado que comenzaba a actuar como ocupante. El 2 de mayo —un motín que se parece más a
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los que se sucedían desde mediados de abril que a los posteriores—
no provocó una insurrección, pero su impacto no puede ser minusvalorado. El bando de Móstoles dejó un reguero de motines e incidentes en toda la mitad sur del país. El correo o la difusión de la
información oficial, que incluía el bando de Murat, los provocaron
en el resto. El más grave fue el del 9 de mayo en Asturias, donde
la Junta General no sólo comenzó el alistamiento de soldados, sino
que envió emisarios a Coruña, Santander y León 19.
El golpe de Estado de Murat, que el día 4 de mayo se colocó
al frente de la Junta de Gobierno y envió al infante don Antonio a
Francia, puso en evidencia que Napoleón había decidido hacerse
con el control del país. El 13, la Gaceta informaba de la recuperación del trono por Carlos IV y de que había nombrado a Murat lugarteniente general del reino. Sorprendentemente, aunque la
carta de Fernando VII en la que devolvía la corona a su padre llevaba fecha del 6, el nombramiento de Murat la tenía del 4, era un
burdo intento de legitimar el golpe de Estado. La Gaceta del 13
todavía no daba cuenta del cambio de dinastía, la noticia de que
Fernando había devuelto la corona a su padre aumentó el descontento pero no fue suficiente para causar una sublevación; los incidentes, que siguen sucediéndose, son todavía limitados hasta que,
en la del 20, se publicaron las abdicaciones de toda la familia real
y que la corona había sido entregada al emperador francés. Ése fue
el detonante de la rebelión, que tendrá carácter popular y mayoritariamente espontáneo 20.
El levantamiento se produce en defensa del rey deseado, destronado por Napoleón, y contra lo que se percibió como la preEs algo que también se olvida cuando se insiste en que entre el motín madrileño y las primeras sublevaciones de las provincias pasan veintiún días. No es
necesario hacer la lista de las poblaciones que agitan como consecuencia de la difusión de la proclama del alcalde de Móstoles, Fraser, por ejemplo, ofrece una relación bastante detallada, pero también en el norte hay incidentes: Salamanca, el 6 de
mayo —la universidad fue cerrada—; Ciudad Rodrigo, el 9; o Vilagarcía de Arousa,
el 12, son algunos casos que sumar al más conocido de Asturias.
20
No creo que pueda negarse este carácter a incidentes que no han sido programados por nadie, aunque, cuando la gente esté reunida ante la estafeta de correos o
en la plaza donde se coloca un bando, junto a las voces de ciudadanos indignados
por lo que leen aparezcan las de personas que en los días anteriores hubiesen mantenido reuniones o llevasen tiempo discutiendo en los cafés que era necesario hacer
algo frente a la intervención napoleónica. Por lo que sabemos, la mayoría de los motines no estaban preparados, se reuniesen o no patriotas en los días precedentes.
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tensión del emperador de convertir a España en un Estado subordinado o sometido. Esta reacción sería difícilmente explicable sin
tener en cuenta que la caída de Godoy se había visto como la liberación de una larga y desastrosa tiranía y que Fernando VII había
sido idealizado y convertido en el símbolo de la regeneración y las
necesarias reformas.
Napoleón había secuestrado al rey que representaba la esperanza y había liberado al tirano derrocado. Podemos sumar a esto
que se conocía lo que había sucedido en Portugal y se temía que
también en España se incrementasen los impuestos y, sobre todo,
se realizase un reclutamiento masivo de soldados para los ejércitos
imperiales 21. Desde luego, estaba presente un profundo malestar
social que pronto se expresó en desconfianza u hostilidad hacia los
ricos, negativa a pagar impuestos o rentas e incluso ocupación de
tierras por parte de los campesinos. Tampoco debe olvidarse que
desde el motín de Aranjuez, percibido como un triunfo, el pueblo
se había acostumbrado a tomar las calles. España llevaba tres meses
de agitación en los que había habido manifestaciones populares en
prácticamente todos los rincones del país, algo extraordinario en la
monarquía absoluta del Antiguo Régimen.
Las Juntas sumarán en sus proclamas la defensa de la religión a
la del rey y la patria. Ciertamente, es una inclusión interesada, que
hace revivir la campaña propagandística de la guerra contra la convención, y que carecía entonces de justificación. Napoleón, Murat
y los oficiales franceses se habían presentado no sólo como respetuosos con la religión, sino como fieles católicos. Buena parte de
la jerarquía eclesiástica aceptó el cambio de dinastía y se unió a los
llamamientos a la calma de otras autoridades. Pero la religión era
una buena bandera de enganche en la España de la época y pronto
el desarrollo de la guerra iba a cargarla de razones. Que los ejércitos franceses pretendieran recurrir a los bienes de la Iglesia para
obtener fondos o abastecerse no estaba muy alejado de lo que harían los sublevados —con frecuentes enfrentamientos con las autoridades eclesiásticas—, pero en su caso fue presentado como un
robo. Cuando muchos frailes y sacerdotes se sumaron a la rebelión, la lógica acción-reacción condujo a actuaciones violentas de
21
Gérard DUFOUR: «¿Por qué los españoles se alzaron contra Napoleón?», en
VVAA: España 1808-1814. La nación en armas, Madrid, SECC-Ministerio de Defensa, 2008, pp. 79-88 y 86-88.
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las fuerzas ocupantes contra ellos que fueron mostradas como una
persecución religiosa. La desamortización de los bienes eclesiásticos y la supresión de la Inquisición que Napoleón hizo pública en
Chamartín fueron la confirmación jurídica del carácter antirreligioso de los franceses.
Otro motivo que se ha buscado a la masiva participación popular en el levantamiento, la xenofobia, no parece haber desempeñado un papel significativo, salvo en algunos sitios, como Valencia,
donde el número de inmigrantes franceses era importante 22. Cosa
distinta es la incomodidad que producía la presencia estable o el
tránsito frecuente de tropas, que contribuyó a alimentar el malestar, pero las ciudades donde era mayor no pudieron sublevarse precisamente por ello, aunque se produjeran incidentes en Burgos, Toledo, Madrid o Barcelona. En la mayoría de las provincias ni había
en mayo, ni había habido antes, soldados franceses.
En cualquier caso, junto con la defensa de los derechos al trono
de Fernando VII, el motivo fundamental del levantamiento fue el rechazo a la ocupación extranjera. La decisión de Napoleón de destronar a los Borbones no tiene nada que ver con lo que sucedió en la
Guerra de Sucesión, en la que, a pesar del testamento de Carlos II,
el archiduque Carlos podía alegar derechos al trono que había quedado vacante. Entonces, ambos pretendientes contaban con importantes apoyos en el interior, por eso fue una auténtica guerra civil.
Ahora, ni el trono estaba vacante, ni Napoleón podía alegar derecho sucesorio alguno para los Bonaparte, ni existía un verdadero
partido bonapartista. La mayoría de los ministros de Fernando VII
se incorpora al gobierno de José I, pero en mayo eran fieles al primero y sólo tras las abdicaciones, convencidos de que la guerra era
inviable, deciden someterse. Buena parte de los nobles, eclesiásticos
y personalidades que habían acudido a Bayona o juraron fidelidad a
José en julio cambiaron de bando tras Bailén. El apoyo voluntario a
Lo cierto es que en la España de 1808 no había una especial animadversión contra los franceses. Aymes no considera que la xenofobia fuese un factor relevante en el levantamiento, Fraser destaca que la guerra suele declararse contra
Napoleón y que la Junta de Galicia anuló las confiscaciones de bienes de ciudadanos franceses «porque la guerra es contra Napoleón y no contra ellos». Jean-René
AYMES: La Guerra..., pp. 23-24, e ÍD.: «La «Guerra Gran» (1793-1795) como prefiguración de la “Guerra del Francés” (1808-1814)», en Jean-René AYMES: (ed.): España y la Revolución Francesa, Barcelona, Crítica, 1989, p. 361. Ronald FRASER: La
maldita..., p. 199.
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la causa bonapartista fue numéricamente exiguo, por muy destacadas que fueran algunas de las personas que se lo dieron 23.
Para la inmensa mayoría de la sociedad española, se había producido una usurpación del trono con el objetivo de someter España
a Francia. Esto incluye a la mayor parte de los aristócratas, eclesiásticos, jefes militares y autoridades que habían intentado frenar el levantamiento; una cosa es que, como el ayuntamiento de León, considerasen que era protagonizado por el pueblo «menos sensato» y
que enfrentarse a Napoleón suponía una locura y otra que simpatizasen con el cambio de dinastía.
Desde el 5 de marzo se sabía en la Corte que Napoleón había
decidido revisar los términos del tratado de Fontainebleau y pretendía anexionar a Francia los territorios situados al norte del Ebro 24.
La integridad territorial del reino estaba ya amenazada antes de que
se hubiera planteado el cambio de dinastía. ¿Quién podría tomarse
en serio sus afirmaciones de que la respetaría? ¿Por qué iba a permitirle a España más independencia que a cualquier otro de los Estados europeos que había convertido en satélites de Francia? Por
eso la guerra se presenta desde el principio como una lucha por la
libertad o independencia de la patria. También eran conscientes de
ello Napoleón y José I 25. Es cierto que resulta más frecuente encontrar en la propaganda patriota la expresión «libertad de la patria»
que «independencia», pero eso no significa nada, son sinónimos
intercambiables. En todo caso, que se presentase la lucha como un
combate por la libertad favoreció las pretensiones de los liberales,
aunque en 1808 se hable sobre todo de la libertad colectiva, de la
de la comunidad política, y no tanto de la individual.
Nadie puede expresarlo mejor que el propio José I: «todas las provincias están en manos del enemigo, el cual se encuentra en todos lados. Enrique IV tenía un
partido, Felipe V solamente tenía que luchar con un rival, pero yo mismo tengo por
enemigo a una nación de doce millones de habitantes tan valientes como enojados
hasta el último extremo. [...] Ni los hombres honestos ni los picaros están a mi favor». Carta de José I a Napoleón, 24 de julio de 1808, citada por Charles ESDAILE:
«Los españoles ante los ejércitos franceses: un cuento de dos ciudades», en Emilio
LA PARRA LÓPEZ (ed.): La Guerra de..., pp. 84-103 y 87-88.
24
Emilio LA PARRA: Manuel Godoy..., pp. 376-377.
25
No es casual que reiteradamente garanticen que se respetará la independencia e integridad de España, si lo hacen es porque se dudaba de ello. Tómese como
ejemplo la primera alocución de José I, fechada a 10 de junio y publicada en Gaceta Extraordinaria del 14, pero la «independencia» es mencionada en numerosos
documentos oficiales desde el momento de las abdicaciones.
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Una cuestión distinta es que la mayoría de las primeras obras
que se realizan sobre ella incidan en su título en la revolución y,
como Toreno, no le pongan apellido a la guerra 26. De todas formas,
la de Muñoz Maldonado, publicada en 1833, en el reinado de Fernando VII, y cuyo título no permite equívocos en este aspecto —su
lectura tampoco—, comienza con una dedicatoria a la princesa de
Asturias en la que afirma «los siete años de la célebre guerra de la
Independencia formarán una de las mas gloriosas épocas del reinado del Augusto Padre de V. A.». Entonces ya era normal hablar
de la «célebre guerra de la Independencia» 27.
Que la guerra fuera un conflicto patriótico posibilitó que las elites y autoridades encauzasen la agitación revolucionaria contra el
enemigo externo. Era fácil tachar de traidor o acusar de que estaba
facilitando la labor del enemigo a cualquiera que se opusiese a la
dirección de las Juntas o de las autoridades nombradas por ellas.
Les costó meses, de todas formas, acallarla y en ello influyó, sin
duda, el avance de los enemigos desde noviembre.
Aunque fuera masivo y generalizado, ¿puede calificarse de
«unánime» el levantamiento? No ofrece mucha discusión que es difícil, si no imposible, la «unanimidad» en cualquier proceso histórico, menos todavía en un país que rondaba los doce millones de
habitantes. Las elites y las autoridades, salvo contadas excepciones,
ni lo promueven ni participan inicialmente en él y se suman sobre
todo para mantener el orden social y no perder el poder político,
pero una vez que se incorporan no suelen dar marcha atrás, aunque
haya casos en que, por propia voluntad o debido a las circunstancias, lo hagan y pasen a convertirse en «afrancesados». Los escasos
He citado anteriormente las de Flórez Estrada, de 1810, y el padre Salmón,
1812, aunque en ambas se utiliza el término «independencia» en el texto. Título
parecido tiene la Historia razonada de los principales sucesos de la Gloriosa Revolución de España, publicada por José Clemente Carnicero en 1814. De todas formas sí
aparece en Francisco Xavier CABANES: Historia de las operaciones del Exército de Cataluña durante la guerra de la Usurpación, ó sea de la Independencia de España, Tarragona, Imprenta de la Gaceta, 1809. También en las obras de teatro que, con el
título de La Guerra de la Independencia, o sea, triunfos de la heroica España contra
Francia en Cataluña, escribió en 1814 y publicó en 1833 Cecilio LÓPEZ. Joaquín ÁLVAREZ BARRIENTOS: «“Revolución española”, “Guerra de la Independencia” y “Dos
de Mayo” en las primeras formulaciones historiográficas», en Joaquín ÁLVAREZ BARRIENTOS (ed.): La Guerra de la Independencia en la cultura española, Madrid, Siglo XXI, 2008, pp. 239-267.
27
José MUÑOZ MALDONADO: Historia de la..., dedicatoria, p. 2.
26
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apoyos fiables que consigue José I proceden sobre todo de antiguos
colaboradores de Godoy que se sienten amenazados en la España
fernandina. Sin embargo, la inmensa mayoría de la población está
en mayo-junio de 1808 con la causa de Fernando VII. Las dudas
surgirán con las derrotas y la prolongación de la guerra, que llevó
el hambre y el sufrimiento a todo el país, pero tampoco conducen
a la aparición de un apoyo social significativo a José I. Lo que se
manifiesta es cierto cansancio de la guerra, pero el desertor busca
su supervivencia y la de su familia, no cambia de bando; incluso es
frecuente que se incorpore a la guerrilla, huyendo de las derrotas
constantes del ejército sin abandonar el espíritu de resistencia.
El régimen bonapartista fue incapaz de crear una administración con funcionarios españoles, sabía que, en cuanto los soldados abandonaban una localidad, las autoridades iban a cambiar de
bando y los pocos realmente comprometidos tenían que marcharse
con ellos porque su vida corría peligro. Menos todavía pudo formar un ejército o una policía numéricamente relevantes. Constatar
estos hechos no supone menospreciar a los partidarios bien intencionados y capaces que tuvo José I, pero olvidarlos nos conduciría
a construir una guerra imaginada que incluso, siguiendo el discurso
napoleónico, se ha presentado como una lucha entre las luces, que
vendrían de Francia, y la España fanática y reaccionaria. Cierto que
en gran medida las luces habían venido de allí, pero, como afirma
Flórez Estrada, también en su mayoría estarán en el bando que lucha contra Napoleón, aunque sea junto a los defensores de la Inquisición, como sucedió en las propias Cortes de Cádiz.
Como ya se ha señalado, el levantamiento de las provincias no
fue simultáneo. Las revueltas comienzan el día 23 en Valencia y
Cartagena, aunque en esta última ciudad ya hubo agitación el día
anterior, en esa fecha también se destrozaron en las calles de Barcelona los carteles que anunciaban las abdicaciones. Las primeras
Juntas se establecieron en Cartagena, el 24; Asturias, en la madrugada del 24 al 25; y Valencia, el día 25. El 26, se hacen con el poder los patriotas en Zaragoza —donde el levantamiento comenzó
el 24 e inicialmente no se formó una Junta— y se sublevan Santander y Sevilla, donde la Junta se crea el 27. El 27 estalló la insurrección popular en León, que constituyó su Junta el 30; el 28, en Cádiz, Lleida —el 2 de junio se crea la Junta interina del Principado
de Cataluña en esa ciudad, la definitiva se constituyó el 18— y MaAyer 86/2012 (2): 25-44
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llorca, aunque allí la formación de la Junta se retrasó hasta el 30;
el 30, en Coruña, Badajoz y Tarragona; el 31, en Zamora, donde la
Junta se constituye el 2. También el 31 hubo choques callejeros entre los soldados franceses y manifestantes en Barcelona y comenzaron los incidentes en Valladolid, donde la resistencia del general Cuesta, que hasta el 2 no acepta crearla, retrasa la formación de
la Junta. En Segovia, los incidentes se iniciaron el 1 de junio y la
Junta se estableció el día 3. En Soria fue el día 3 de junio cuando
se produjo el motín y, en Salamanca, el 4, lo mismo que en Ciudad
Rodrigo. En Girona, el 5 de junio. La revolución se extiende a lo
largo de unas tres semanas. En muchas ciudades la formación de
una Junta no es inmediata, se retrasa varios días desde que comienzan las movilizaciones populares; dieciséis de ellas se convirtieron
en supremas, aunque fueron dieciocho las provincias representadas
en la Central debido a que la Junta de León y Castilla envió diputados por ambos reinos y también lo hizo Madrid.
La formación de Juntas como poder alternativo al controlado
por Murat es un rasgo característico de este levantamiento, que fue
asumido por la tradición revolucionaria española. Las Juntas permitieron a las elites controlar una revolución que se les iba de las manos y se convirtieron en el instrumento para organizar los ejércitos
necesarios para que comenzase la guerra. Ahora bien, aunque se estableciesen en casi todas las poblaciones donde triunfa el levantamiento, no todas son iguales ni en su origen, ni en su composición.
Incluyen a cargos de la administración, pero no salen del poder establecido, ni pueden ser definidas como «tradicionales», otra cosa
es que el término Junta fuese de uso común. Tampoco en este caso
hay nada planificado 28.
28
Sobre las Juntas es especialmente recomendable Manuel CHUST (coord.):
1808. La eclosión juntera en el mundo hispano, México, Fondo de Cultura Económica, 2007. Esta obra tiene la virtud de incluir capítulos sobre la formación de las
Juntas en América, el dedicado a España («El movimiento juntero en la España de
1808», pp. 51-83) es una buena y actualizada síntesis a cargo de Antonio Moliner
Prada. Un estudio sobre la visión de las Juntas por parte de sus contemporáneos
y la historiografía posterior en Jean-René AYMES: «Las nuevas autoridades: las Juntas. Orientaciones historiográficas y datos recientes», en Luis Miguel ENCISO (ed.):
El Dos de Mayo y sus precedentes, Madrid, Madrid Capital Europea de la Cultura,
1992, pp. 567-581. Sobre las Juntas en las revoluciones españolas del siglo XIX, Antoni MOLINER PRADA: Revolución burguesa y movimiento juntero en España, Lleida,
Milenio, 1997.
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Sólo dos, la Junta General del Principado de Asturias y la Junta
del Reino de Galicia, son instituciones preexistentes, pero fueron convocadas después del triunfo de la revolución y por Juntas de nuevo cuño salidas de ella 29. Otra excepción es la de Aragón, donde Palafox convoca Cortes. Las demás son Juntas de nueva
creación surgidas de los levantamientos o, generalmente en las localidades de segundo orden, que se establecen por decisión de las
triunfantes o porque las autoridades, que conocen el éxito de la insurrección en la capital de la provincia o en otras ciudades próximas, deciden adelantarse a los acontecimientos.
Es cierto, como afirma Hocquellet, que los ayuntamientos suelen
ser el núcleo de las Juntas, pero frecuentemente los regidores quedan
pronto reducidos a una pequeña parte de sus integrantes 30. Además,
no formarán parte de ellas por propia voluntad, es habitual que hubiesen elegido a su diputado para Bayona poco antes de que el pueblo
los obligase a aceptar su creación. Hay algunos casos en que incluyen
a representantes de los vecinos elegidos en votación, pero lo normal
es que sean designadas o aclamadas. Se puede afirmar, por tanto, que
reciben su legitimidad del pueblo —por ello se convierten en soberanas—, pero no son ni democráticas —aunque los más firmes partidarios del Antiguo Régimen las acusaran de ello—, ni populares.
Con la creación de las Juntas provinciales se cierra el levantamiento y comienza un proceso político que conducirá a la crea29
Manuel María de ARTAZA: Rey, Reino y representación. La Junta General del
Reino de Galicia,, Madrid, CSIC-EGAP, 1998, e ÍD.: «Galicia y la crisis del antiguo régimen: levantamiento, guerra y soberanía (una interpretación institucional)»,
en José María PORTILLO VALDÉS, Xosé Ramón VEIGA ALONSO y María Jesús BAZ
VICENTE (coords.): A Guerra da Independencia e o primeiro liberalismo en España
e América, Santiago de Compostela, Universidade-Cátedra Juana de Vega, 2009,
pp. 191-218. Marta FRIERA: La Junta General del Principado de Asturias a fines del
Antiguo Régimen (1760-1835), Oviedo, KRK, 2002. Francisco CARANTOÑA ÁLVAREZ:
Revolución Liberal... Que la Junta surgida del levantamiento cediese el poder a una
tradicional no suponía una actuación más conservadora por parte de ésta, incluso,
como el reciente estudio de documentación inédita permite conocer que sucedió en
Asturias, podía servir para reforzar su autonomía y mantener su carácter soberano
después de constituida la Central. Francisco CARANTOÑA ÁLVAREZ: «Soberanía y derechos constitucionales, la Junta Suprema de Asturias (1808-1809)», Trienio Ilustración y Liberalismo, 55 (2010), pp. 5-55.
30
Sus datos en este caso son incompletos, además, la composición de muchas
Juntas cambia ya en los primeros días, hacen falta más estudios regionales y locales para que pueda analizarse con datos fiables. Richard HOCQUELLET: Resistencia..., pp. 163 y ss.
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ción de la Junta Central que convocó las Cortes que llevarían a cabo
cambios verdaderamente revolucionarios. El deseo de reforma, de
«regeneración», como se decía entonces con tanta frecuencia, que
está presente en el apoyo a Fernando VII y en la movilización social
que lleva a la insurrección explica que la «revolución» que estalla
para defender los derechos de un rey absoluto termine con la aprobación de una Constitución y una legislación mucho más avanzadas
de las que propuso el régimen bonapartista. El debate sobre la convocatoria de Cortes nació en las Juntas y de ellas pasó a la Central,
también la discusión sobre la Constitución. Sin embargo, eso no impide que buena parte de los que combatían contra los franceses lo
hicieran porque simbolizaban la revolución. Esa gran paradoja permite que en los testimonios que nos dejaron los protagonistas encontremos argumentos para la defensa de tesis contradictorias sobre lo que sucedió y por qué sucedió. Aún más, en un momento en
que Europa y América están inmersas en un proceso de cambio en
el que las ideas políticas evolucionan con rapidez y las palabras cobran nuevos significados, los propios contemporáneos entendían cosas distintas cuando utilizaban o leían un mismo término, eso puede
provocar problemas a los historiadores, pero, sin duda, favoreció la
labor de unas luces que, a pesar de todo, eran minoritarias.
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